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Miqueas 6:6 - 8

Nuestro viaje bíblico continúa hoy avanzando por el libro del


profeta Miqueas, y esperamos que usted ya tenga su Biblia
abierta en el capítulo 6 de Miqueas. Antes de comenzar con el
versículo 6, recordaremos algo de lo dicho al final de nuestro
programa anterior.
En cada capítulo de este libro hemos encontrado un pasaje
hermoso y significativo y hoy llegamos a los versículos 6 al 8.
Algunos teólogos que tienen un punto de vista más bien laxo
sobre la inspiración de las Sagradas Escrituras y, en especial,
del Antiguo Testamento, se deleitan leyendo este pasaje,
considerándolo como una expresión de la religión pura, y
como la mejor declaración del Antiguo Testamento. Bueno,
por nuestra parte, estamos de acuerdo en que se trata de una
gran declaración, pero no estamos de acuerdo con la
interpretación sesgada y parcial de tales teólogos.
Resumiendo, diremos que Dios le había suplicado a Su pueblo
que se volviera a Él y que se arrepintiera. Les recordó Su
redención, como les había liberado de la esclavitud en la
tierra de Egipto, y como les guió y sustentó durante su largo
viaje por el desierto. Como veremos más adelante, el pueblo
tenía que formular cuatro preguntas, y por cierto que eran
buenas preguntas. La respuesta a ellas era y es, también en
la actualidad, de suma importancia.
Esta sección que estudiaremos constituye, pues, un pasaje
extraordinario, pero tenemos que ser cuidadosos en
considerarlo en el contexto en que el profeta Miqueas
pronunció estas palabras, y especialmente en la medida en
que se relaciona con el Antiguo Testamento como una unidad.
Estamos seguros que cada persona que cree en la existencia
de Dios, quiere hacerse la pregunta de cómo se puede acercar
a Él. A no ser que usted sea un ateo, alguna vez se tiene que
haberse hecho esa pregunta. Las naciones paganas del
pasado, y de la hora presente, se han hecho esa pregunta, y
han encontrado una respuesta. El punto de vista pagano, en
primer lugar, se revela por el aspecto terrible de sus ídolos. Y
su forma de pensar se revela también por el hecho de que,
cuando se enfrentaban con problemas, creían que su dios
estaba enfadado. Y que entonces tenían que hacer algo para
apaciguarlo.
Así que en aquellos días, los israelitas formularon una
pregunta. Y era una pregunta legítima, que muchas personas
de nuestro tiempo alguna vez se habrán formulado. Y la
encontramos aquí en el versículo 6 de este capítulo 6 de
Miqueas, donde leemos:
"¿Con qué me presentaré ante el Señor, y adoraré al Dios
Altísimo?"
En otras palabras, la primera pregunta era la siguiente: "¿Qué
le pasa a Dios? ¿Por qué siente desagrado hacia nosotros?
Estamos cumpliendo los ritos y la liturgia de la religión.
Estamos obedeciendo las formalidades externas, y Él ha sido
el que nos ha transmitido esas formas". Pero, por otra parte,
Él también les había ofrecido algo más, y era nada menos que
una relación consigo mismo, relación que ellos habían
perdido. Nuevamente, la pregunta "¿Con qué me presentaré
ante el Señor y adoraré al Dios Altísimo?" se dirige hoy
también hacia cada uno de nosotros. ¿Qué puedo llevarle a
Dios? ¿Qué puedo darle? Él se encuentra allá arriba, en el
cielo, y yo estoy aquí abajo. ¿Cómo puedo alcanzarle? ¿Cómo
voy a comunicarme con Él, cómo voy entrar en contacto con
Él? ¿Cómo puedo complacerle? Y, ¿cómo puedo ser salvo?
Siglos después, el carcelero de Filipos, que sería un pagano
como ellos formularía también esa pregunta: "¿Qué debo
hacer para ser salvo?" ¿Cómo puedo solucionar el problema
de mi relación con Dios? Y esa era una buena pregunta, no
había nada malo en ella. Ahora, la segunda pregunta
registrada en el versículo 6 fue la siguiente:
"¿Me presentaré ante él con holocaustos, con becerros de un
año?"
Dios les había requerido sacrificios. En la primera parte del
libro de Levítico, vemos cuales eran los cinco sacrificios que
debían presentar. Por medio de los cuales podían acercarse a
la presencia de Dios. De modo que, ellos se plantearon la
pregunta: "¿Será adecuado sencillamente practicar esta forma
de religión?" El razonamiento humano siempre degenera en
una actitud que se resume en expresiones tales como, por
ejemplo: "Yo tengo que hacer algo para Dios. Él quiere que yo
haga algo". Y debemos decir que la citada actitud
probablemente revela el corazón orgulloso del hombre más
que ninguna otra cosa. Nosotros queremos hacer algo para
Dios. Sentimos una especie de calidez interior cuando nos
sentimos generosos y hacemos un regalo. Nos sentimos como
esa persona que no es verdaderamente creyente y que dice:
"Bueno, yo voy a la iglesia. En realidad, hasta soy miembro
de una iglesia. Contribuyo generosamente para los gastos de
esa iglesia. Y cuando me piden que haga algo, sencillamente
lo hago. Soy una persona civilizada. No voy de un lado a otro
haciendo daño a la gente. En realidad, se me considera como
una buena persona. Soy alguien que es aceptado por toda la
gente, que caigo bien a los demás. Entonces ahora, ¿qué
quiere Dios de mí? ¿Tendré que hacer algo más? Pienso que
debería hacer algo más."
Amigo oyente, creemos que hoy que evaluamos ciertas cosas
al revés. Preguntamos "¿Qué debo hacer para ser salvo?" En
los días de Jesucristo la gente se dirigió a Él preguntándole:
"¿Qué debemos hacer para hacer las obras de Dios?" Y el
Señor Jesús les dijo: "Esta es la obra de Dios, que creáis en
aquel que le ha enviado" (como podemos leer en Juan 6:28 y
39). Y Él está hoy diciendo: "Cree en el Señor Jesucristo y
serás salvo" (como había dicho por boca de los apóstoles en
Hechos 16:31). Esa es la única obra que Dios le pide a usted
que haga: que crea. Y la fe es sencillamente lo opuesto a las
obras. La fe, la fe salvadora, produce obras, pero con toda
seguridad, no origina la salvación. Las obras, por sí mismas,
no tienen nada que ver con su salvación. Así que como hemos
podido leer, ésta fue la segunda pregunta de los israelitas. Y
es, al mismo tiempo, una pregunta normal del ser humano.
Ahora, la tercera pregunta la encontramos aquí en la primera
parte del versículo 7, que dice:
"¿Se agradará el Señor de millares de carneros, o de diez mil
arroyos de aceite?"
Ahora, esto sería ser muy generoso, por cierto. En otras
palabras, ¿acaso no he hecho lo suficiente por Dios? ¿Tendría
que hacer más por Dios para agradarle? Y en la actualidad
uno a veces escucha esta misma pregunta.
Cierto hombre que era muy rico, cerca de la temporada
navideña, le decía al pastor de su iglesia: "Quiero que usted
sepa cuál es mi religión. Yo creo en ser generoso. Y cada
Navidad yo le doy un bono a mis empleados. Yo doy tanto
para esta causa y tanto para esta otra, y tanto para aquella
otra obra. Y también contribuyo para mi iglesia. ¿Qué más
podría pedirme Dios?" En otras palabras: "Yo voy más allá de
lo requerido. Soy una persona que gasto mucho en cuanto a
la obra del Señor se refiere. Bueno, al estar haciendo todas
estas buenas obras, ¿qué otra cosa podría pedirme Dios que
haga?" Esa es la cuestión: ¿es esto lo que necesitamos, el ser
generosos en lo que hacemos? ¿Es ése nuestro problema?
Hay muchos que lo expresan de la siguiente manera: "Bueno,
quizás yo no estoy haciendo lo suficiente. Siento que no me
encuentro en una buena relación con Dios. No me parece que
esté haciendo lo suficiente". Estas son personas sinceras,
pero como no son salvas, aunque son miembros de una
iglesia, piensan que tienen que hacer un poco más de lo que
están haciendo. Esta fue, pues, la tercera pregunta que ellos
se hicieron.
Ahora, la cuarta pregunta, la tenemos aquí en la segunda
parte del versículo 7 de este capítulo 6 de Miqueas, y llegaba
al mismo límite de lo imaginable. Era la siguiente:
"¿Daré mi primogénito por mi rebelión, el fruto de mis
entrañas por el pecado de mi alma?"
Para este pueblo, esta pregunta tenía mucho significado
porque estaban rodeados de gente pagana que adoraba a
Moloc, adoraban a Baal, y en tal adoración se ofrecían
sacrificios humanos. Y en algunas ocasiones, hasta el mismo
pueblo de Israel se dirigió en esa dirección. Debemos
mencionar que dos de los reyes más malvados que haya
tenido el reino del sur, llevaban a cabo sacrificios humanos.
Uno fue Acab y el otro, Manasés, dos hombres que eran de lo
más impío que se podía imaginar, y que ofrecieron a sus
propios hijos como ofrendas en tales sacrificios. Pero, ¿era
eso algo que Dios pediría?
Quisiéramos dejar bien claro que Dios nunca le pidió a su
pueblo que ofreciera sacrificios humanos. Pero Dios sí pidió
que ellos entregaran el primogénito, el primer varón o macho
de todo lo que naciera en la familia. En esto se incluía el
ganado, los corderos, o cualquier otra clase de animal. Y
también ocurría así con el hijo. Pero Dios nunca les pidió que
realizaran sacrificios humanos.
Hay muchos pasajes que tratan este tema, y vamos a tener
que limitarnos a solamente dos o tres, porque creemos que
serán suficientes para ilustrar este pedido por parte de Dios.
En el capítulo 18 del libro de Números, Dios les dio ciertas
reglas en las cuales les detallaba lo que requería de ellos. En
Números, capítulo 18, versículo 15, leemos: "Todo lo que
abre matriz, de toda carne, tanto de hombres como de
animales que se ofrecen al Señor, será tuyo. Pero harás que
se redima el primogénito del hombre y harás también redimir
el primogénito de animal inmundo. Todo lo que abre matriz,
de toda carne que ofrecerán al Señor, así de hombres como
de animales, será tuyo"; Dios estaba reclamando al
primogénito. Dios requería que el primer hijo varón le
perteneciera a Él. Pero luego, debía tomarse el dinero de la
redención, la plata, y se pagaba por ese primogénito. Es
decir, que Dios no aceptaría y tampoco aceptaba un animal
inmundo. Y creemos que es un detalle interesante. Porque el
hombre es inmundo, y Dios no puede aceptarlo.
En la actualidad tenemos la costumbre de dedicar nuestros
hijos al Señor. Y creemos que es algo muy hermoso. En la
labor pastoral hemos dedicado muchos niños al Señor. Bien,
algunos de estos han resultado ser personas muy buenas.
Algunos están estudiando para servir al Señor. Pero también
en algunos casos ha ocurrido lo contrario. Es una acción muy
adecuada dedicar los hijos al Señor, pero no garantiza que al
crecer, lleguen a ser personas de bien.
Si continuamos leyendo en el libro de Números, en el capítulo
18, versículo 16, veremos que el niño debía ser redimido o
rescatado mediante el pago de un precio fijado en monedas
de plata. ¿Por qué? Porque como ser humano que era, el niño
era considerado impuro en cuanto a su relación con Dios. Fue
por esa razón que una mujer que había dado a luz, era
considerada impura. Porque había traído al mundo a un ser
impuro. David dijo en el Salmo 51:5: "En maldad he sido
formado, y en pecado me concibió mi madre". Y Dios no
quería a ese niño hasta que hubiera sido redimido. Y en la
actualidad, tenemos que esperar a que un niño o persona
haya recibido al Señor Jesucristo como su Salvador y cuando
así lo hace, Dios puede tomar a ese niño, joven o adulto para
utilizarlo en el cumplimiento de sus propósitos. Dios no lo
utilizará hasta ese momento.
En el capítulo 13 del libro de Éxodo, versículo 2 dice:
"Conságrame todo primogénito. Cualquiera que abre matriz
entre los hijos de Israel, así de los hombres como de los
animales, mío es". Vamos a leer un pasaje más, esta vez en
el libro de Levítico, capítulo 18, versículo 21, que dice: "Y no
des hijo tuyo para ofrecerlo por fuego a Moloc; no contamines
así el nombre de tu Dios. Yo el Señor". Es decir, que ellos no
debían ofrecer un sacrificio humano. No debían tomar a un
niño para ofrecerlo como un sacrificio humano. Profanarían el
nombre del Señor si así lo hicieran.
Muchas veces los padres oran a Dios pidiéndole que sus hijos
sigan los pasos de ellos en la vida profesional. Pero, en
realidad, no deberían orar de esa manera. Lo mejor que
nosotros podemos hacer, como padres, es presentarlos al
Señor, y pedirle que lo que queremos es que, en primer lugar,
ese niño sea salvo. Y luego, debemos orar para que el Señor
los utilice. Y si el Señor quiere usarlos trabajando en una
determinada profesión, aunque ésta no sea la nuestra o la
que nosotros preferiríamos que ellos siguieran. Lo importante
y lo mejor que podía ocurrirle es que encaminen su vida y
profesión dentro de los propósitos de la voluntad de Dios. En
realidad, no podemos presentar a un niño que tiene una
naturaleza caída como la nuestra y al dedicarlo al Señor
pretender que siga nuestros propios planes, por ejemplo, que
se dedique al servicio cristiano.
Bueno, escuchemos ahora lo que dice el versículo 8 de este
capítulo 6 de Miqueas, dice:
"Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide
del Señor de ti: solamente hacer justicia, y amar
misericordia, y humillarte ante tu Dios."
Este versículo agrada de manera especial a aquellos que
propugnan una religión de obras en el sentido en que uno
puede salvarse por medio de las obras que realice. Lo que el
profeta Miqueas estaba haciendo aquí es responder las
preguntas de muchas personas sinceras del reino del norte de
Israel, personas que se encontraban en una oscuridad
espiritual y que no habían sido instruidas en la Palabra de
Dios. Ellas querían saber cómo acercarse a Dios; querían
saber si debían presentarle ofrendas encendidas, si debían
presentarle muchas ofrendas y si incluso debían ofrecerle a
sus propios hijos como sacrificios humanos. Miqueas
respondió a todas estas preguntas; en resumen, diremos que
Dios no requería ninguna de estas cosas. La religión externa
sin una experiencia interna, sin una realidad interior no tenía,
en absoluto, ningún valor. El individuo tenía que experimentar
un nuevo nacimiento espiritual y recibir una nueva naturaleza.
Las formalidades exteriores no tenían importancia. Si alguien
desea saber qué es lo que realmente le agrada a Dios y lo que
Él requiere de una persona, este versículo 8 se lo aclarará. Así
que vamos a considerar este versículo en detalle. Al
interpretar cuidadosamente estas palabras, seguramente
usted comprobará que no puede ser salvo por lo que usted
considera como buenas obras, porque desde su naturaleza
caída y no regenerada por Dios, no se pueden producir obras
que Dios pueda aceptar.
Hay tres cosas que Dios requiere: (1) actuar con justicia, es
decir, que usted debe tener una justicia para presentar ante
Dios, tiene que ser una persona justa. Tiene que ser justo y
honesto en el trato con sus semejantes. Tiene que ser sincero
y fiel. (2) amar la misericordia. Usted no solo tiene que amar
la misericordia de Dios, sino también ser misericordioso y
compasivo en su trato con los demás. Y (3) humillarse ante
Dios.
Ahora, ¿cómo puede hacer esto usted, amigo que nos
escucha? ¿Puede cumplir estos requisitos con sus propias
fuerzas? ¿Piensa usted que puede hacerlo sin la ayuda de
Dios? ¿Piensa usted que lo puede hacer sin la salvación de
Dios? Si piensa de esa manera debemos decirle con el
máximo respeto que está equivocado. Porque ni usted ni yo
podemos llevar a la práctica ese elevado código moral sin el
poder de Dios. Y no podemos, por una razón muy simple. Y es
que estas virtudes que hemos mencionado son el fruto del
Espíritu Santo. Dijo el apóstol Pablo en su carta a los Gálatas
5:22 y 23: "Pero el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz,
paciencia, benignidad, bondad, fe, 23mansedumbre,
templanza; contra tales cosas no hay ley". Estas tres acciones
o actitudes que Miqueas enumeró en el versículo 8 de este
sexto capítulo de su libro constituyen la obra y acción del
Espíritu Santo en la vida del creyente. Ninguno de nosotros
puede producirlas en su vida por sus propios esfuerzos.
Vayamos por un momento al Nuevo Testamento para ver lo
que dice al respecto. Escuchemos a un hombre que vivió bajo
la ley. En el capítulo 15 de los Hechos de los Apóstoles,
cuando los apóstoles estaban decidiendo si los gentiles o no
judíos tenían que cumplir con la ley para poder ser salvos, el
apóstol Pedro dijo, lo que leemos a continuación en el
versículo 11: "Antes creemos que por la gracia del Señor
Jesús seremos salvos, de igual modo que ellos". Ahora, ¿por
qué dijo Pedro esto? Porque él acababa de decir en el
versículo 10: "Ahora, pues, ¿por qué tentáis a Dios, poniendo
sobre el cuello de los discípulos un yugo que ni nuestros
padres ni nosotros hemos podido llevar?" Simón Pedro podía
decir que él había vivido bajo esa ley, (y no creemos que él se
hubiera apartado mucho de ella, aun después de haber sido
salvo); sin embargo, él reconoció que ellos no habían podido
vivir a la altura de esa ley.
Dios dijo de una manera muy clara por medio del apóstol
Pablo en su epístola a los Romanos, capítulo 8, versículos 5 al
9; "Los que viven conforma a la naturaleza pecaminosa fijan
la mente en los deseos de tal naturaleza; en cambio, los que
viven conforme al Espíritu fijan la mente en los deseos del
Espíritu. La mentalidad pecaminosa es muerte, mientras que
la mentalidad que proviene del Espíritu es vida y paz. La
mentalidad pecaminosa es enemiga de Dios, pues no se
somete a la ley de Dios, ni es capaz de hacerlo. Los que viven
según la naturaleza pecaminosa no pueden agradar a Dios.
Sin embargo, vosotros no vivís según la naturaleza
pecaminosa sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de
Dios vive en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de
Cristo, no es de Cristo". Amigo oyente, ¿cómo mora el
Espíritu de Dios en usted? El Señor Jesucristo dijo: "Debes
nacer de nuevo". Y usted tiene que nacer de nuevo recibiendo
a Cristo como su Salvador personal. El apóstol Juan dijo en su
evangelio, 1:12, "Mas a todos los que le recibieron, a los que
creen en su nombre, les dio potestad (o sea, el derecho, la
autoridad) de ser hechos hijos de Dios".
Amigo oyente, por hoy nuestro tiempo ha llegado a su fin. En
nuestro próximo programa continuaremos comentando este
mismo versículo 8 y luego avanzaremos en nuestro estudio de
los versículos siguientes. Esperamos contar con su compañía
y participación, al reanudar nuestro viaje "a través de la
Biblia."

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