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Eres

Mía

Una virgen para el mafioso


LISS MOURA
Copyright © 2018 Liss Moura
Todos los derechos reservados
1
CATALINA
El corazón se me acelera y las rodillas me tiemblan, literalmente, chocando la
una contra la otra, mientras alzo la vista siguiendo la enorme puerta de madera.
Toda la casa es enorme, incluso teniendo en cuenta los estándares en esta zona
de Sao Paulo. Todo cristal y vigas expuestas; sexy, cara, enorme y abrumadora.
Rica.
Aterradora.
Muchos han llegado a Sao Paulo, buscando fortuna, pero la mayoría vienen
para presumir de la fortuna que ya tienen. Me refiero a que todas las casas de
estas calles valen sin problemas al menos veinte millones de dólares cada una, y
todas tienen coches por valor de otro par de millones en la entrada, o barcos en
sus puertos privados.
Pero esta casa las supera a todas.
No estoy aquí buscando fortuna, y desde luego no he venido a presumir de
una. Cómo hacerlo, cuando no tengo fortuna alguna. Soy todo lo contrario a rica;
no sólo soy pobre, porque ser «pobre» sería una mejora respecto a cómo me van
las cosas ahora mismo. No, he ido más allá de «pobre» y he acabado en un lugar
peor.
Debiendo dinero.
No es mi deuda, pero ahora debo soportarla. Debo cargar con ella. Trago
saliva, mirando al conductor de reojo. A pesar de lo aterrador que ha sido
durante todo el camino hasta aquí, al menos es un rostro al que puedo reconocer,
incluso si no ha dicho ni una palabra y a duras penas me ha mirado mientras
veníamos. Y sigue igual; ese gigante está de pie inmóvil junto al Bentley, tan
impasible como la puerta que tengo delante, y sus ojos ocultos por las sombras
no se cruzan con los míos.
No tengo ni idea de qué debería esperar más allá de esas puertas.
¿Esclavitud? ¿Prisión? ¿Tortura? Me estremezco, se me acelera el corazón y las
tripas se me vuelven de gelatina cuando el peso de lo que está pasando por fin
me afecta. Porque, ahora mismo, pertenezco a un monstruo.
Nunca he visto a Darko Ilic, pero claro que he oído hablar de él. Es cierto que
es muy posible que la mayoría de la gente no lo haya hecho, pero en mi casa, su
nombre es equivalente al del Papa. El señor Ilic opera desde las sombras. Es el
hombre del saco, la persona que mueve los hilos en la mayor parte del sindicato
del crimen de la ciudad, y puede que incluso de toda la parte noreste de Brasil,
todo ello después de ocupar el puesto de su tío hará unos pocos años.
No es un mafioso, no es una de esas personas de las que oyes hablar, ni a las
que ves en coches ostentosos, ni sobre las que lees en los periódicos cómo las
han atrapado.
Darko Ilic está por encima de todo eso. Sus manos, aunque terribles, nunca se
ensucian.
Mi padre es uno de los que lidera una de las pandillas que trabajan para
Darko, pero igualmente un traficante de bajo nivel, y eso sin mencionar mal
bebedor, jugador y, a menudo, mal perdedor. Y por eso estoy aquí, por una
apuesta. Una maldita apuesta que ha sido lo bastante idiota como para hacer con
Darko.
Y yo era el premio.
No, lo digo en serio. Mi padre ha perdido una estúpida partida de póker, y
ahora pertenezco a Darko Ilic como pago de la deuda.
Vuelvo a temblar ante la idea mientras la puerta se abre silenciosamente
frente a mí. Un hombre mayor y reservado me guía hacia el enorme vestíbulo; la
puerta está flanqueada por dos inmensas palmeras de interior. Desde mi posición
puedo ver la gigantesca sala de estar y, más allá, el celeste y resplandeciente
Océano Atlántico destellando bajo el sol.
― Por aquí, señorita Rocha.
El mayordomo, o sirviente, o lo que sea, pronuncia únicamente esas cuatro
palabras antes de hacer un gesto, guiándome a través de la casa y entrando en la
sala de estar. La vista es espectacular, y voy casi arrastrando la barbilla por la
alfombra. Con su mano me indica una silla colocada de cara a la vista, junto a la
ventana, invitándome con ello a que me siente.
―Por favor, espere aquí al señor Ilic.
Asiento rápidamente, recatada e intentando actuar como si hiciera esto todos
los días. Como si llegar a casas preciosas y palaciegas porque los jefes de la
mafia que viven en ellas son ahora mi dueño fuera algo habitual. Pero el
mayordomo no me devuelve la mirada; simplemente asiente en dirección a la
silla y espera a que tome asiento antes de marcharse.
La casa está sumida en el silencio, y siento cómo el corazón se me vuelve a
acelerar mientras miro el agua. Me aliso el vestido de verano color blanco
mantequilla con estampados florales, largo hasta el muslo. Es lo más bonito que
tengo y, a saber por qué retorcida razón, hoy quería estar bonita.
-Para él.
Creo que él no me ha visto nunca, pero como ya he dicho, sé quién es, y
desde luego conozco su reputación. Sin escrúpulos, brutal, y dominante. Darko
Ilic maneja el imperio que controla con puño de hierro, exigiendo lealtad y
obediencia como lo haría un rey de tiempos antiguos. Y cuando incluso la gente
de barrios bajos, maliciosos y endurecidos por la vida como mi padre, tienen
miedo de alguien, ya sabes que no se trata sólo de rumores y reputación.
Ésa es la parte que debería aterrorizarme: el saberlo todo sobre el hombre en
la cúspide de un vasto imperio criminal debería tenerme temblando de miedo, o
llorando, o suplicando misericordia. Pero existe otro lado en Darko Ilic, y no se
trata de las historias que oigo de labios de los amigos de mi padre, borrachos y
drogados. No se trata de la reputación de jefe del crimen temible y autoritario.
Se trata de aquella ocasión, hace años, en que vi al hombre al que casi nadie
ve, y después de eso, algo en mi interior estalló en llamas.
Fue en la boda del hijo de uno de los subordinados directos de Darko. No
tengo ni idea de cómo el trozo de basura que es mi padre, con su posición de
intermediario, consiguió una invitación, pero insistió en llevarme con él. Y ahí
fue donde le vi.
Fue entonces cuando sentí esos sentimientos ilícitos, ardientes y traviesos en
lo más profundo de mi ser por primera vez en la vida.
Sólo asistió al evento durante un momento; después de todo, había sido poco
después de que se hiciera con el imperio, y estoy segura de que había gente que
le quería ver muerto para hacerse con lo que tenía. Pero el padre del novio había
sido uno de los principales hombres de su tío, así que el deber le exigía que
compareciera.
Y Dios, menuda presencia.
Porque, a pesar de toda la reputación aterradora, de todo el miedo que le
rodeaba, había algo que no había sabido sobre el jefe de mi padre antes de
aquella noche. Y es que Darko Ilic era guapísimo.
No era una belleza como la de Brad Pitt, típica de Hollywood, ni uno de esos
chicos bonitos que murmuraban canciones de amor en los videoclips. No, Darko
Ilic era hermoso, y peligroso, y atractivo de un modo muy adulto. Con cabello
oscuro y ojos todavía más oscuros e inquietantes. La mandíbula parecía escupida
en madera, y los fuertes rasgos de Europa del este destacaban su herencia serbia.
Aquella noche había ido vestido con un traje azul oscuro sin corbata, con la
inmaculada camisa blanca abierta hasta el cuello, haciendo que las espirales de
tinta negra de sus tatuajes asomasen por encima. Los hombros anchos y
musculosos, como los de los jugadores de fútbol americano, tensaban la tela del
traje. Me quedé mirando, con la boca seca y jadeante, como se le marcaban los
bíceps y ponían a prueba las mangas mientras iba apretando manos.
Nunca antes había sentido aquella sensación traviesa y juguetona en mi
interior, no hasta que posé los ojos sobre él, pero lo entendí al instante.
Me gustaba aquella sensación.
Me gustaba cómo me hacía sentir aquel hombre peligroso, brutal, fiero y
sexy… Hacía que me sintiera sucia, cosquilleante, excitada y asustada, todo al
mismo tiempo.
Pero aquello había sido hacía años. Y, además, incluso si él hubiera llegado a
verme aquel día, y estoy segura de que no fue así, lo único que habría visto
habría sido a una cría tonta y torpe mirándole fijamente. Todo un bicho raro. Así
que, a pesar de lo mucho que mis sucias e inapropiadas fantasías quieren creer
que esa es la razón por la que estoy aquí, sé que no es cierto. No. Estoy aquí, en
esta casa que parece un precioso castillo de cristal, porque el idiota de mi padre
se emborrachó, empezó a perder jugando, y decidió apostarme a mí en esa
última mano de cartas.
Y perdió.
No estoy aquí porque Darko Ilic me desee, como le gustaría a mis
pretenciosas fantasías. Estoy aquí porque ahora soy suya, y todo por una mala
mano en un juego de cartas. Si mi padre no fuera el cruel y rencoroso ser
humano que es, puede que Darko sólo hubiese ganado otra montaña de fichas, o
las llaves de un coche, o puede que incluso ahora mismo tuviera entre las manos
una nota de que mi padre le debía un favor.
Pero, en lugar de eso, me tiene a mí. Me estremezco, volviendo a alisarme el
vestido mientras dejo vagar la mirada por el hermoso y sereno paisaje que
conforma el océano.
Siento su presencia antes incluso de oír sus pasos, y me pongo de pie en el
mismo instante en que el corazón se me sube a la garganta.
―No.
Su voz es como la de un vikingo: fuerte, poderosa, cargando una orden y una
amenaza a la vez. Y aun así también hay un toque de algo ardiente en ella… La
sombra de una fiera protección.
Me quedo inmóvil ante su orden, respirando agitada, y la piel me cosquillea
cuando le oigo moverse hacía mi por la espalda.
―Siéntate.
Asiento rápidamente y me vuelvo a alisar el vestido mientras hago lo que me
dice. Esas estúpidas fantasías de cría se desvanecen junto con mis ensoñaciones,
reemplazadas por un miedo frío y la brutal realidad: ahora soy propiedad de este
hombre temible.
Se coloca justo detrás de mi silla, y me estremezco al sentir el calor de su
cuerpo. Puedo oler el aroma de su loción de afeitado: algo silvestre y masculino.
Algo que huele caro, y poderoso, y limpio. Durante un segundo tengo la extraña
idea de que un hombre con esta clase de reputación debería oler a humo y
sulfuro, como el demonio que tanto me han dicho que es. Y, aun así, en lugar de
eso huele, bueno…
-Bien. Muy, muy bien.
Sus manos encuentran mis hombros desnudos, y tiemblo ante el contacto. No
sé si quiero levantarme de un salto de la silla y huir, o derretirme contra él. La
calidez de esas manos se filtra hasta los músculos tensos, y sus dedos, fuertes y
poderosos, me rozan la piel, dejando a su paso rastros de cosquillas mientras
resigue los tirantes de mi vestido.
Y de repente estoy muy segura de que no quiero huir. Quiero derretirme.
―Ahora estás aquí.
Su voz tiene un tono de barítono suave y con un deje de acero, ronca y aun
así cálida, con un pequeño acento de trasfondo.
Asiento con la cabeza.
―Sí ―digo en voz baja.
―¿Y sabes por qué estás aquí? ―ronronea, esta vez todavía más bajo y junto
a mi oído. Vuelvo a estremecerme, medio cerrando los ojos ante esas manos
poderosas que me acarician la piel y esa voz profunda, oscura y dominante que
se derrite en mis oídos.
Vuelvo a asentir, jadeante.
―Bien ―gruñe Darko en voz baja―. Porque ahora eres mía.

2
DARKO
―Señor, ha llegado.
Asiento de manera ausente, furioso en silencio de que Jorge haya irrumpido
en el santuario que es mi estudio, incluso si yo mismo le he ordenado antes que
me avisara cuando ella llegase.
Es redundante. Por supuesto que lo he sabido en cuanto he llegado. He
observado el proceso del coche mientras avanzaba desde el agujero en el que
vive su padre, atravesando la ciudad y bajando hasta mi mansión. He usado las
cámaras una vez que el coche se ha acercado a la verja de entrada y Danilo ha
llamado al timbre y ha conducido por el camino de entrada. Y después he visto
cómo le abría la puerta del vehículo a ella, apartando la mirada de manera sabia
y evitando lo que, estoy seguro, ha debido de ser la monstruosa tentación de
tocarla cuando ha salido del coche.
Porque eso es lo que ella hace.
Tienta.
Despido a Jorge con un gesto mientras saco la carpeta que tengo sobre
Justino Rocha. Su padre.
Justino es un pedazo de mierda elevado a la décima potencia. Desde que me
ocupé del imperio del tío Javor, he convertido en mi misión el cortar todos los
lazos con aquello que considero un pedazo de mierda muy por debajo de mí, esa
clase de mierda que no quiero que tenga nada que ver con mi imperio. La
prostitución fue lo primero en desaparecer, porque mierda, no. Sé muy bien lo
que es estar tan desesperado por conseguir algo de comida y un techo que vendes
parte de ti mismo para conseguirlo; lo vi en Serbia, durante la guerra. Vi como la
luz iba desapareciendo de los ojos de mi hermana mayor, Jasna, a medida que
pasaba noche tras noche fuera de casa, volviendo rota y llorando, pero con
comida.
He visto desesperación, y no voy a venderla en las calles.
Después de que nuestra madre muriera, víctima del fuego cruzado mientras
intentaba sacarnos de un barrio destrozada por la batalla, fue mi tío Javor quien
nos llevó con él a Brasil. Javor tenía contactos, y era aquí, en Sao Paulo, donde
iba a asumir la posición de capitán en el sindicato del crimen. Subió de escalafón
rápidamente, hasta que fue él quien se encontró en lo más alto. Yo, por mi parte,
disfruté del tutelaje de un hombre como él. Aprendí a pelear, a hacer tratos, a dar
impresión de poder a los demás. Aprendí a ser un hombre.
Pero mi hermana aprendió a enterrar las heridas que había sufrido en nuestro
hogar a base de vicios nuevos: las drogas.
Y eso me lleva a mi misión, y al segundo factor que quiero hacer desaparecer
de nuestro negocio desde que me he hecho con el poder. Lo de la prostitución
fue rápido, pero las drogas están demostrando ser más complicadas en cuanto a
librarse de ellas.
Al parecer, la heroína ejerce mucho más poder sobre la gente de lo que lo
hacen las vaginas.
Mi informe sobre Justino Rocha buscaba puntos débiles; después de todo,
quería ofrecerle una oportunidad de dejar atrás este trabajo antes de arrebatárselo
sin más. Soy un hombre fuerte y poderoso, y haré lo que me apetezca, pero
también soy lo bastante inteligente como para ofrecer la zanahoria antes de usar
el palo para romperle a alguien la puta cabeza.
Pero, junto con el informe sobre Justino, llegó ella.
Catalina.
Ni siquiera sabía que Justino tuviera críos. Quiero decir, maldición, ¿quién se
habría reproducido con un pedazo de mierda como él? Pero tenía a una y, por
suerte, creo que debió de sacar hasta la última gota de ADN de su madre.
Preciosa, esbelta, y menuda. Con pelo rubio espeso y ondulado, grandes ojos
azules, y labios exquisitos que enviaban toda la sangre hasta mi miembro.
Y tan jodidamente inocente.
Tan inocente, tan dulce, tan pura, y aquí estoy yo, en un mundo bañado en
suciedad y pecado. Encontrándole gracias a ese informe, como si se tratara de un
puto rayo de sol.
Mi cielo azul y brillante, Catalina.
Encontrarla en aquel informe también me puso el pene más duro de lo que
nunca la había tenido. Me hizo sentir cosas que no había sentido nunca antes, y
ansiarla con más fuerza y convicción de lo que nunca había ansiado nada. Había
hecho que me temblase la mandíbula, que la sangre me corriera como si
estuviera hecha de fuego, y mi deseo por ella me engulló.
Así que centré en ella toda mi atención. Y ahí fue cuando descubrí la horrible
verdad.
Al observarla, vi cómo trataba Justino a su hija. Vi cómo le exigía que
cocinara y limpiara para él como si fuera su criada. Vi cómo hablaba con ella,
como si fuera basura, y como la acosaba como el hombre débil que es.
Y vi cómo le pegaba cuando le apetecía, y fue en ese momento cuando mi
sangre pasó a ser gasolina en llamas.
Al principio pensé simplemente en matarlo. Después de todo, un hombre que
trataba a una criatura tan angelical de ese modo ni siquiera se merecía vivir. Pero
después decidí que lo necesitaba… lo necesitaba para conseguir lo que quería en
realidad.
El deseo se convirtió en necesidad, y la necesidad se convirtió en obsesión.
No sé ni cómo entró Justino en aquella partida el otro día, pero en lugar de
echarle, le permití jugar. Vi mi oportunidad cinco pasos antes de aprovecharla,
como todo lo demás en mi vida. Vi cómo se hundía en su racha de mala suerte,
hasta que ya no le quedó nada.
Bueno, casi nada.
―Seguro que hay algo que puedes poner sobre la mesa.
Se miró fijamente el reloj, pero negué con la cabeza. No tenía ningún interés
en esa imitación barata de un Omega. Después fueron las llaves de su Toyota
Camry, y podría haberme reído. El jodido traje que llevaba puesto en aquella
mesa valía más que su coche.
―No, Justino ―dije con voz sosegada, clavando los ojos en él.
Se lo pensó durante un momento más o dos, bebiéndose otros dos chupitos de
whisky.
―Tengo a una putita, señor Ilic ―dijo con voz gangosa, sonriéndome con
torpeza―. Baila en un buen club. Un número bien calentito, y deje que le diga
algo, podría quitarle el cromado de una chupada a…
―No estoy ni remotamente interesado en tus segundos platos, Justino
―escupí con ardor, entrecerrando los ojos y apretando con fuerza la mandíbula.
Tras eso había palidecido, y yo sonreí. Allá iba la jugada.
―Quizás lo mejor sea que te retires por hoy, Justino.
Asentí con la cabeza a mis chicos. Empezaron a avanzar, pero la voz de
Justino les detuvo.
―No, espere.
Habría podido sonreír de oreja a oreja.
―Hay otra cosa.
Alcé la vista para verle mordiéndose el labio, con esa expresión de adicto al
juego por toda la cara.
―Tengo otra cosa.
―Te escucho ―gruñí.
Justino se había encogido de hombros.
―Yo, uh, tengo una hija.
Y, una vez más, podría haberle matado allí mismo. ¿Un hombre ofreciendo a
su propia hija como apuesta, y encima a un hombre como yo? Menudo malgasto
de oxígeno en este planeta. Menudo pedazo de basura humana. Y debería haberle
partido en dos allí sin más, pero…
Pero estaba a punto de darme lo que quería.
―Es una cocinera bastante decente, y limpia muy bien.
Asentí, impasible.
―Acaba de cumplir los dieciocho.
Que Dios me ayudara, el pene se me volvió de piedra en los pantalones.
Sabía que estaba mal, que era retorcido. Pero había pasado horas mirando sus
fotografías y obsesionándome con ella, y ahora sería mía.
Toda mía.
Así que dejé que Justino hiciera la apuesta. Le vi perder, y vi como el horror
se adueñaba de su rostro antes de que mis chicos le echasen.
Aquello había sido hacía dos días, y ahora ella está aquí. Por fin es mía.
Siempre consigo lo que quiero, y de Catalina Rocha, lo quiero todo.
La huelo antes incluso de girar la esquina que da a la sala de estar. Huele a
tentación. Su olor es suave e intacto, como las flores, o como un puto caramelo.
Es tan terriblemente joven. Es casi inapropiado. Mierda apuesto a que su vulva
sabe a paraíso.
Sé a partir de su archivo que no tiene novio. Sé que no sale en citas, ni de
fiesta, y eso es bueno, porque la idea de que otro hombre le ponga las manos
encima, o de que la mire siquiera del modo en que yo he estado mirando sus
fotografías, hace que quiera romper algo.
Pero nadie lo ha hecho.
Estoy seguro casi al cien por ciento de que lo es, basándome en mi archivo,
pero aun así rezo para que sea virgen.
Porque quiero ser el primero para ella.
Quiero ser quien hunda su miembro en esa vagina exquisitamente suave y
apretada por primera vez. Quiero ser quien la abra, quien se abra paso por su
virginidad y la reclame. Quiero ver su rostro cuando sienta un orgasmo con el
pene de un hombre de verdad bien dentro de ella por primera vez. Quiero
llenarla con hasta la última gota de mi ser, una y otra y otra vez, hasta que se
derrame de su interior y le gotee por esos muslos jóvenes y dulces.
Aprieto los puños en los costados, tensando la mandíbula mientras por fin
entro en el salón y examino mi premio desde detrás.
Nota mi presencia y empieza a ponerse en pie, pero mi voz la detiene.
―No.
A duras penas le doy fuerza. Se me acelera el pulso. Se queda dónde está, con
las manos en el regazo y los hombros tensos. Su cabello largo y rubio le cae por
la espalda y sobre uno de los hombros, tentadoramente al descubierto, cruzado
sólo por los tirantes de un blanco y pequeño vestido veraniego.
Santo Dios, es como lanzarle un pedazo de carne a los leones. Mis ojos se
clavan en esos hombros desnudos, en la dulce piel expuesta. Quiero lamer cada
centímetro de ese cuerpo dulce y suave. Quiero subirle ese vestido hasta el culo,
ponerla sobre cualquier cosa y dejar que sienta hasta el último centímetro de mi
gruesa verga allí mismo.
Consigo contenerme y me coloco tras ella, pero soy incapaz de evitar que mis
manos avancen sobre esos hombros desnudos. Mi pene se lanza ante el primer
contacto de mis anchas manos sobre su piel, suave, cálida y tersa. Resigo con los
dedos los tirantes del vestido, y mi pene lucha contra los pantalones del traje que
la mantienen inclinada hacia abajo.
Se estremece ante mi contacto, como si estuviera asustada. Me obligo a no
sujetarla con demasiada fuerza, y a respirar profundamente mientras siento como
el calor pulsa por toda esa piel tersa. Inspiro, sintiendo el rugido de mi cuerpo,
como un león, mientras calmo la necesidad de darle la vuelta, devorarle la boca y
reclamarla inmediatamente como mía.
Pero primero voy a demostrarle que no tiene por qué estar asustada. No de
mí, ni de nada mientras yo esté ahí.
―Ahora estás aquí.
Asiente con la cabeza.
―Sí ―dice en voz baja; su voz es la de un ángel sensual y tentador.
―¿Sabes por qué estás aquí?
Vuelve a asentir.
―Bien ―ronroneo contra su oído; mi entrepierna se estremece ante el modo
en que se le corta la respiración―. Porque ahora eres mía.
….Y juro por Dios que gimotea.
La mandíbula se me tensa, y mi mano se desliza sobre esa piel suave y cálida.
―Dime por qué estás aquí ―gruño.
―Para limpiar, cocinar, y…
―No ―digo con suavidad, negando con la cabeza mientras rodeo la silla
hasta estar frente a ella. Permito que mi mano se deslice sobre su brazo desnudo,
disfrutando de la piel de gallina que deja a su paso―. No, por qué estás aquí.
Mierda, mirarla ahora casi rompe mi decisión de no tomarla ahora mismo sin
más. Se ve tan jodidamente inocente con ese vestidito blanco con pequeñas
flores rosas, el cabello largo y rubio cayendo en cascada sobre un hombro, y
esas piernas largas y esbeltas apretadas con tanta fuerza la una contra la otra.
Puedo prometer que no con la bastante fuerza como para evitar que las separe
ahora mismo si me apetece. No las apretaría tan fuerte si pasara la lengua sobre
esos suaves gemelos, si le apartase las rodillas, y me abriera camino lamiendo
entre sus piernas hasta que su dulce centro le empapase la ropa interior.
―Una apuesta ―dice, mirándose las manos en el regazo.
Continúa cuando no digo nada.
―Mi padre… ―Su voz se desvanece, y cuando por fin alza la mirada hacia
la mía veo en sus ojos lo que ya sabía antes de que vuelva a apartarla.
Ahí no hay amor. No hay ningún lazo familiar, ni ninguna sensación de
pérdida por abandonarlo así. Demonios, la comprendo bien; mi propio padre se
largó cuando yo tenía seis años, después de darle a mi madre un ojo morado y de
patearme a mí el estómago.
Puede que ésa sea una razón extra por la que ver cómo Justino la estaba
tratando me hiciera hervir la sangre. El por qué hace que desee alejarla de él y
tenerla para mí.
―Ángel ―ronroneo en voz baja.
Vuelve a alzar rápidamente la mirada hacia mí ante la suavidad de mi voz. Sé
lo que piensa de mí. Sé lo que ha oído, y el efecto que tiene el poder y el miedo
que ejerzo sobre ella, pero voy a demostrarle que hay algo más más allá de todo
eso.
Y de que es todo para ella.
Bajo el cuerpo hasta quedar acuclillado, agachado frente a ella. No dudo
cuando le pongo las manos sobre las rodillas expuestas. Jadea débilmente, y el
pene me palpita con fuerza entre las piernas ante ese sonido.
Quiero separarle las rodillas ahí mismo. Quiero subir por esos muslos tersos y
jóvenes lamiendo. Quiero apartarle la ropa interior, o hacerla pedazos, y pasar la
lengua sobre ese sexo dulce, adolescente e intacto.
Quiero saborear su miel hasta embriagarme de ella, y después enterrar la
lengua entre sus nalgas hasta que chille pidiendo más.
―No estás aquí para ser mi criada, ángel ―digo en voz baja. Con una mano
le acaricio la rodilla, mientras que con la otra le sujeto la barbilla. Dejo que mi
pulgar le recorra la línea de la mandíbula mientras clavo los ojos en los suyos.
―Estás aquí para ser mi reina.
3
CATALINA
Sus manos sobre mis rodillas hacen que el estómago me dé toda clase de
saltos mortales. Se me acelera el pulso, y la sangre me bombea en lugares que
me avergüenza admitir.
Tiemblo.
―Estás asustada.
―Yo…
Cierro los ojos, estremeciéndome. No lo estoy. Bueno, un poco, pero
principalmente se trata de que me veo tan superada por él. Quiero decir, es
atractivo, y eso sin mencionar aterrador, y oscuro, y enorme. Siento el palpitar de
algo ardiente en el centro de mi ser, como se me tensa el cuerpo.
El traje oscuro que lleva le sienta a la perfección, puede que incluso mejor
que el que llevaba en la boda en la que le vi en una ocasión, años atrás. Y, al
igual que la última vez, sus hombros anchos y enormes ponen a prueba la tela y
tensan la brillante camisa blanca de vestir sobre el pecho denso y musculoso. Y
es tan grande en todas partes, incluso ahora, arrodillado como está, que sé que, si
estuviéramos de pie, se erguiría por encima de mí.
Me arriesgo a volver a levantar la vista, y esta vez caigo, y caigo de lleno.
Esos ojos, oscuros, poderosos y preciosos que tiene me atraen. Me veo
succionada por su poder, atraída por la perfecta simetría de la mandíbula
completamente afeitada, por los pómulos definidos, y por esos labios perfectos.
Por el poder oscuro que parece girar a su alrededor.
Me acuna la mandíbula con la mano, y prácticamente gimoteo en voz alta
cuando resigue la línea del hueso con el pulgar. Su mano firme sobre mi rodilla
desnuda envía una pulsación traviesa de algo terriblemente erróneo y prohibido
por todo mi cuerpo.
Sus ojos oscuros se clavan en los míos, y esta vez no puedo evitar
estremecerme.
Él lo nota, y sus labios dibujan una sonrisa.
―No, yo no, yo…
―No tienes por qué estar asustada ―dice suavemente con esa voz resonante,
poderosa y con acento.
Todo esto está mal.
Se supone que Darko Ilic es un monstruo. Debería estar gritándome, o
golpeándome, o dándome órdenes para que limpiara su casa o le hiciera la cena
como su nueva esclava. Eso, o diciéndome cosas horribles y sucias.
El rostro me arde al pensarlo.
Tampoco es la primera vez que pienso en esa idea de que estoy aquí no sólo
para hacer de criada de un hombre que probablemente ya tiene un montón de
criados. Y me avergüenza que el pensar en ello me haga cosquillear todo el
cuerpo.
De un modo terrible.
Vuelve a bajar la mano que ha llevado hasta mi barbilla a la rodilla junto a la
otra, y ambas avanzan un poco. Casi nada, pero lo suficiente para hacerme saber
que sabe lo que me está haciendo.
El corazón me da un vuelco en el pecho, me quedo sin respiración.
―No soy quien crees que soy ―dice en voz baja pero con fuerza. Su aroma
es embriagador; me da vueltas dentro de la cabeza y envía una miríada de
cosquilleos por mi cuerpo hasta que siento como aprieto los muslos con fuerza.
No digo nada, pero de algún modo, poco a poco, percibo como me relajo; el
miedo que sentía antes me abandona lentamente.
―¿Sabes por qué te he traído aquí?
Niego con la cabeza.
―Para cuidar de ti, ángel ―gruñe suavemente, apretándome los muslos al
descubierto―. No vas a limpiar, ni a cocinar, ni a volver a hacer nunca ni una
maldita cosa a menos que quieras hacerlo. ¿Lo entiendes? Nadie va a golpearte,
ni a decirte que no puedes seguir tus sueños, ni nada de esa mierda, nunca más.
Va alzando la voz a medida que habla hasta que prácticamente escupe las
palabras. Y durante todo ese tiempo mi corazón sólo hace que acelerarse más y
más, fallándome la respiración junto a sus palabras.
―Eres mía, pero eres mía para protegerte. Mía para mantenerte. Para
salvarte. Y puede que tú también me salves a mí, ángel ―acaba con voz suave.
Es una locura; este hombre no me conoce, y yo no le conozco más allá de su
reputación. Y, aun así, siento una conexión instantánea. Al segundo ya deseo que
haga todo eso por mí. Quiero que sea mi protector. Mi guardián.
Me tiembla el cuerpo.
―¿Quieres eso? ―ronronea.
Trago saliva con la garganta cerrada mientras la sensación y el poder de sus
palabras se adueñan de mí.
―Si no es lo que quieres, anularé la apuesta. Te devolveré a tu vida y a tu
pad…
―No. ―Niego con la cabeza.
Quedarme aquí con él es de locos, pero querer volver a esa porquería de vida
que llevaba antes es una locura aún mayor. Lo primero es una locura impulsiva.
Lo segundo es una locura que se alimenta del odio hacia mí misma, y, por una
vez en mi vida, elijo la espontaneidad.
―No ―repito, clavando los ojos en los suyos y ahogándome en ellos―. No
quiero volver.
La mandíbula de Darko se tensa, y la sombra de algo le cruza el rostro
mientras sus ojos arden sobre los míos.
―Piensa bien en tus próximas palabras ―gruñe―. Si te quedas, serás mía.
Mía y sólo mía. ¿Lo comprendes?
Trago saliva. El corazón me martillea en el pecho.
Locura espontánea.
Deseo ser suya.
―Estoy segura ―respondo en voz baja.
Sonríe suavemente, con los ojos oscuros destellando. Sus manos se regazan
sobre mis rodillas, masajeando la piel, antes de que se ponga en pie lentamente.
―Ven conmigo.
Toma mi mano en la suya, mucho más grande y poderosa, y me pone
suavemente en pie. Me saca de la habitación sin soltarme, y mientras caminamos
por esta casa increíblemente hermosa, me coloca la otra al final de la espalda,
justo por encima de la curvatura de las nalgas. Sentirle ahí envía una oleada de
calor por todo mi ser, y aun así me hace sentir tan cuidada, y tan protegida.
Recorremos la magnífica casa, y casi no tengo oportunidad de juntar los
labios, mirándolo todo con la boca abierta.
―Tu casa es preciosa ―susurro.
―Gracias.
Se gira, y sus ojos se posan sobre los míos, su mano aprieta la mía, y su
palma presiona de manera ardiente mi espalda.
―Sabes, ahora también es tu casa.
Me sonrojo; nunca nadie me había tratado así, como si fuera una princesa o
algo parecido.
―Este será tu dormitorio a partir de hoy.
Me quedo sin respiración.
Dios.
La habitación hacia la que me lleva es increíble: un enorme dormitorio de
cristal colgante sobre la playa, con vistas al océano Pacífico en tres direcciones.
Una preciosa cama King californiana de aspecto lujoso domina el centro del
dormitorio, apartada de las paredes, irguiéndose por sí sola como un trono o algo
parecido. Todo está tan limpio, prístino… hay suavidad por todas partes.
Nunca he visto una cama ni una habitación como esta.
―Es precioso ―digo casi sin voz, con la boca abierta mientras internalizo
ese espacio increíble y las maravillosas vistas.
Darko sonríe, y los ojos se le arrugan en las comisuras de un modo que me
parece tan sexy.
―Me alegro de que te guste.
―¿Dónde está tu habitación?
Cierro la boca de golpe en cuanto lo digo, sintiéndome como una idiota,
sintiéndome avergonzada al permitir que esos deseos prohibidos emerjan a la
superficie de ese modo.
Pero Darko simplemente sonríe.
―¿Mi habitación? ―Me mira con los ojos entrecerrados y se acerca un paso.
Gimoteo cuando sus enormes brazos me rodean, cuando sus manos poderosas
me atraen hacia él hasta que estoy pegada a su cuerpo. El calor me recorre, la
sensación de esos músculos duros como piedras y de esa piel tersa y cálida
contra mí envía ideas ardientes y traviesas que me atraviesan.
―Estás en ella, ángel.
Se inclina, y antes de que me dé cuenta, sus labios marcan los míos a fuego.
Y me pierdo.
El beso es suave al principio; me aprieta más contra sí lentamente,
devorándome los labios, y poco a poco se vuelve más exigente, hasta que me
fuerza a separarlos con la lengua. Gruñe contra mi boca, encontrando mi lengua
y jugando con ella, tragándose el gimoteo que se me escapa de la garganta.
Nunca había besado a nadie así.
Se me abre la boca y su lengua se cuela en su interior. Me besa
profundamente, saboreándome hasta que estoy jadeando en busca de aliento y
ansiosa de más. Se mueve contra mí, medio llevándome en brazos y medio
empujándome hacia el cristal hasta que tengo la espalda contra él. Jadeo, y él
sólo gruñe de manera más grave mientras me besa con más fuerza,
inmovilizándome las caderas contra el cristal con las manos mientras me cubre
con su cuerpo.
Se aparta lentamente de mis labios magullados e hinchados, y deja que esos
ojos oscuros que posee cautiven los míos azules.
―Gírate, ángel ―susurra con voz ronca―. Gírate y pon las manos en la
ventana.
―Por qué ―murmuro.
―Porque ―gruñe en respuesta―. Porque no voy a esperar ni un segundo
más para saborear esa miel dulce y espesa que tienes entre las piernas.
4
CATALINA
Antes, hacía las cosas por miedo. Limpiaba, o iba a hacer recados, o lavaba la
ropa incluso cuando no quería porque estaba asustada. Cuando Darko me dice
que me gire y ponga las manos contra la ventana, hago lo que me dice porque
quiero hacerlo. Porque, de algún modo, este hombre ha despertado algo en mi
interior… y es algo fiero, algo hambriento.
Me tiembla el cuerpo con esos pensamientos sucios de dejar que este hombre
oscuro, torturador y malvado, el hombre que controla un imperio criminal que se
extiende por más de medio país y el hombre que me ganó en una apuesta haga lo
que quiera conmigo.
Excepto que ahora mismo no es una fantasía, y nunca he estado más excitada.
Siento sus enormes manos sobre la cintura, deslizándose sobre mis caderas.
Resigue la curva de mis nalgas con un único dedo, haciendo que me arquee
contra él mientras me muerdo el labio inferior. Araño el frío cristal con los dedos
cuando aprieta el cuerpo contra el mío de un modo ardiente.
Sus manos bajan más, sobre mis muslos, haciéndose con la tela de mi vestido
y subiéndola. Una parte de mí sabe que debería detenerlo; decirle que no, que
soy demasiado joven, que tengo demasiada poca experiencia. Pero después de
todo tengo dieciocho años. Una adulta. Y hay algo en Darko que me hace pensar
que es muy consciente de cuánta experiencia tengo. Y el hecho de que me desee
aún a pesar de ello me aporta una euforia que no había sentido nunca antes.
Noto como algo grueso se aprieta contra mí y gimoteo, comprendiendo que
es su miembro a través de los pantalones. Vuelve a aplastar los labios contra los
míos, tragándose mis gemidos mientras me sube todavía más el vestido, y justo
cuando está a punto de subirlo por encima de mi ropa interior es el momento en
que quiero hacerle parar.
Bueno, para ser más concreta, quiero que pare para poder ir a cambiarme y
ponerme algo que sea sexy de verdad, y después volver directa aquí y dejar que
vuelva a empezar. Pero ni siquiera tengo nada que sea más sexy que las braguitas
de algodón blanco que llevo. Al menos se ajustan bien a mis caderas y tienen un
corte bajo, lo que las convierte en lo más sexy por mucho de todo lo que poseo.
Darko parece percibir mis dudas, porque se detiene de golpe.
―Eres preciosa, sabes ―gruñe―. Tal y como estás ahora. No creas ni por un
segundo que no eres toda una diosa ahora mismo.
A duras penas ha acabado de pronunciar esas palabras antes de enterrar los
labios en la suavidad del final de mi espalda, gruñendo contra mi piel mientras
jadeo y araño la ventana. Gime, subiéndome más el vestido, deslizando la mano
sobre la curva de mi culo, por encima del algodón blanco de las braguitas. Siento
como baja más, descendiendo lentamente detrás de mí, y podría jurar que estoy a
punto de desmayarme por la fuerza con la que me ruge la sangre en los oídos y
la respiración jadeante que surge de mi garganta.
Recoge la tela por encima de mis caderas y pasa los dedos bajo la ropa
interior. Su respiración arde sobre mi muslo, y cuando empieza a pasar la lengua
de manera provocadora por mi pierna consigue arrancarme un grito de verdad.
Sus dedos se mueven, y lentamente, muy lentamente, me baja las braguitas por
las nalgas. Las baja un poco más, y siento como se me enrojece el rostro cuando
se adhieren y aferran a la apabullante humedad que se acumula entre mis piernas
antes de quedar al fin libres de mis suaves labios con un sonido húmedo.
Darko gruñe en voz alta, bajándome la prenda hasta las rodillas y dejándola
ahí. Puedo sentir su respiración de nuevo sobre la parte posterior de mis muslos,
y jadeo de manera audible cuando su lengua se arrastra sobre mi piel. Sube más,
rozándome las piernas con las manos y separándomelas lentamente todo lo que
puede con las braguitas inmovilizando las rodillas. Ahueca sus grandes manos
sobre la suavidad de mis nalgas, sujetándolas con brusquedad y exponiéndome
mientras avanza, calentándome el sexo al descubierto con su respiración.
Y ahí, inclinada y con las manos en la ventana de una mansión junto a la
playa valorada en millones de dólares, con las braguitas por las rodillas y este
hombre atractivo, dominante, peligroso, sexy, y mucho mayor que yo arrodillado
tras de mí, con el rostro a sólo unos centímetros de mi vagina, al que nunca ha
tocado nadie todavía, se convierte en el momento más excitante de toda mi joven
vida.
O al menos lo es hasta que sucede lo que sucede a continuación.
La sensación de su lengua arrastrándose sobre los labios suaves y delicados
de mi sexo es como un rayo recorriéndome el cuerpo. Grito, tensando todo el
centro de mi ser y estremeciéndome mientras su lengua húmeda me lame desde
el clítoris hasta el apretado músculo del esfínter. Darko gruñe como un animal,
gimiendo contra mi piel a medida que sus manos se aprietan sobre mí. Vuelve a
hundir la cara en mí, y esa lengua traviesa gira sobre mi clítoris y me hace gritar
antes de volver a recorrerme entera.
Empuja insistente entre mis labios, abriendo esos pétalos rosados e intactos
antes de buscar entre ellos. Gimo con ganas, arañando el cristal de la ventana
mientras su lengua se mueve dentro y fuera, como si me estuviera haciendo el
amor con la boca. Me pregunto brevemente si habrá alguien ahora mismo en la
playa que pueda verme aquí arriba, apretada contra el cristal, con las braguitas
por las rodillas y este alfa musculoso arrodillado detrás de mí. Pero no abro los
ojos para ver si es así; los mantengo cerrados con fuerza, permitiéndome existir
sin más en este momento perfecto, maravilloso y casi surreal.
Darko vuelve a gruñir, aferrándome la piel suave con fuerza mientras su
lengua desciende hasta mi clítoris. Dibuja espirales sobre esa pequeña zona,
haciendo que me tiemblen las rodillas, antes de volver a subir. Y sube, y sube, y
sube.
Esta vez abro los ojos de par en par al sentir esa lengua cálida y provocadora
deslizándose sobre mi sexo y girando de repente sobre mi ano.
―Oh, espera…
―No, princesita ―gruñe, apartándose y manteniéndome firme con las
manos, evitando que me dé la vuelta―. Ninguna parte de ti está fuera de mis
límites. Cada dulce, sucio y fresco centímetro de tu cuerpo me pertenece.
Le da énfasis a sus palabras volviendo a acercarse y dejando que su lengua
roce el lugar más íntimo de mi ser. Se siente tan sucio, y la buena chica que hay
en mí sabe lo mal y lo repugnante que es esto, pero la manera en que me hace
sentir su lengua, y el modo en que envía fuego por todo mi cuerpo hace que
quiera colocar las manos tras de mí, sujetarle por el pelo, y mantener esa lengua
suya en ese lugar para siempre. Es casi abrumador.
La lengua de Darko gira de manera endiabla sobre mi esfínter, enviando
pequeñas descargas eléctricas por todo mi cuerpo y dejándome sin aliento. Lleva
una mano entre mis piernas y acuna mi sexo dolorido. Desliza el pulgar entre sus
labios y empieza a dibujar círculos agonizantemente lentos sobre mi clítoris
mientras me lame. Con la otra mano me sujeta con fuerza las nalgas, abriéndome
para él y haciendo que la cara se me ponga completamente roja con algo que
queda entre la vergüenza y el éxtasis mientras su lengua empuja dentro de mí.
Gruñe más alto, moviendo más rápido el pulgar y empujando la lengua más
profundamente hasta que estoy segura de que es imposible que sienta nada más
increíble que lo que estoy sintiendo en este momento. Pero cuantas más cosas
me hace, más crece esa sensación en mi interior, hasta que no me cabe duda de
que voy a explotar aquí mismo, contra esta ventana. Su pulgar oscila sobre mi
clítoris sensibilizado una y otra y otra vez, y cuando gime en mí y desliza la
lengua húmeda tan dentro de mí, el mundo entero desaparece a mi alrededor.
Grito contra la ventana, dejando marcas borrosas de vaho con la respiración
en el cristal mientras el orgasmo más poderoso de toda mi vida explota en mí.
Darko sigue lamiéndome todo el tiempo hasta que el cuerpo se me queda débil y
estoy segura de que las piernas están a punto de fallarme.
Jadeo mientras caigo, pero de repente él está ahí, cogiéndome en sus brazos
fuertes y musculosos y alzándome sin ningún esfuerzo contra su pecho. Hundo
la nariz en él, jadeando en busca de aire y perdiéndome en su aroma y calidez.
―Eso ha sido… eso ha sido… ―murmuro contra su piel, sin atreverme
todavía del todo a abrir los ojos por el miedo a que todo resulte ser un sueño.
―Abre los ojos, princesita ―me murmura suavemente al oído, como si me
hubiera leído los pensamientos―. Te lo prometo, no estás soñando.
Y lo hago.
Lo primero que veo son sus ojos, tan llenos de ardor, y poder, y fuerza, pero
también de una amabilidad que sólo había podido imaginarme.
―Y ahora dime, ángel ―ronronea―. ¿Cómo ha sido?
―Increíble ―respondo en voz baja, acurrucándome contra él y enterrando el
rostro en su cuello―. Ha sido increíble.
―Bien ―gruñe―. Porque sólo he empezado a enseñarte lo que voy a
hacerte.
5
CATALINA
Darko me besa suavemente mientras se mueve por el dormitorio. Me deja con
cuidado sobre la gran cama y, sinceramente, es la cosa más cómoda en la que me
he sentado nunca. Inclina sobre mí toda esa montaña de hombre que es, y vuelve
a besarme. Sus manos se deslizan por mis costados, encontrando el final del
vestido, tirando de él, y la única razón por la que rompe el beso es para
quitármelo por la cabeza. El sencillo sujetador blanco sigue sus pasos cuando sus
dedos mañosos se deslizan sobre mi piel y lo lanzan a un lado hasta que quedo al
descubierto y completamente desnuda bajo su fiera mirada.
―Preciosa ―murmura en voz baja, tensando la mandíbula―. Tan
increíblemente preciosa.
Vuelve a besarme mientras su mano baja y me retira la ropa interior, que
sigue enredada y retorcida a la altura de mis rodillas. La desliza por los pies
antes de empujarme hacia atrás. Suelto una risita mientras caigo sobre la cama
asombrosamente suave, derritiéndome sobre ella y sintiendo como me ruge el
corazón mientras este hombre dominante permite que su mirada hambrienta
analice todo mi cuerpo.
Se quita la chaqueta del traje, doblándola antes de lanzarla sobre el respaldo
de la silla que hay al otro lado del dormitorio. Sus ojos no se separan en ningún
momento de los míos mientras busca los botones de la camisa con los dedos y
empieza a desabrocharlos, uno a uno. El corazón me golpea el pecho a medida
que va revelando lentamente más partes de su cuerpo: los densos músculos del
pecho, los apetecibles abdominales, las provocadores uves que desaparecen bajo
los pantalones del traje a la altura de las caderas. Y después están los tatuajes, y
son ellos los que envían una oleada de calor por todo mi cuerpo.
Está cubierto de tatuajes, de espirales de tinta que le dan un aspecto todavía
más aterrorizante, oscuro y extremo. Pero no tengo miedo, no de este hombre y,
sobre todo, no después de lo que me acaba de enseñar.
Sus ojos destellan cuando se lleva las manos al cinturón, pero justo antes de
que desabroche la hebilla, se oye como llaman con fuerza a la puerta.
El rostro de Darko se nubla de furia, hasta el punto en que me asusta lo que
podría pasar si vuelven a llamar. Y lo hacen.
Su mandíbula se tensa de manera amenazante, los ojos destellan con fiereza,
pero después me mira y su expresión se suaviza. Se inclina sobre mí, besándome
con suavidad y ternura y haciendo que me derrita antes de arrancar de un tirón
uno de los enormes edredones que tengo bajo el cuerpo. Me vuelve a besar antes
de taparme con él, rodeándome de una blancura suave y limpia.
―Un segundo ―gruñe en voz baja―. No te muevas.
Gira sobre los talones y se dirige a la puerta, con los músculos del cuello y de
la espalda tensos. El miedo me apuñala, y sin darme cuenta me retiro dentro de
mi pequeño capullo de edredón blanco y suave, completamente enterrada bajo él
de manera que sólo se me ven los ojos.
Darko abre la puerta lo mínimo con un gesto brusco. Es justo lo suficiente
como para que pueda ver a un hombre que normalmente habría considerado
aterrador, pero quien a su vez parece completamente aterrorizado mientras
Darko lo fulmina con la mirada.
Dice algo que no consigo oír, tragando saliva de manera nerviosa. Pero, sea
lo que sea, está claro que no es bueno. Darko ruge, haciendo que el otro hombre
retroceda de un salto. Me estremezco; el calor y la dicha de antes desaparecen
mientras el miedo ante el hombre que es Darko Ilic me aplasta. No el hombre
que acaba de hacer que me sienta ingrávida y que ha hecho que el cuerpo me
tiemble de placer, sino el hombre legendariamente frío y terrible que se sienta en
lo más alto de una gran organización criminal.
Tiemblo bajo el edredón, escondiéndome todavía más.
―Mis cambios se aprobarán ―ruge al hombre que está al otro lado de la
puerta―. ¡Y espero que mis capitanes sepan seguirlos de una puta vez! ¿Ha
quedado claro?
El hombre asiente rápidamente con lo que suena como una disculpa
cayéndole de los labios, pero Darko le corta señalándole con el dedo.
―No vuelvas a interrumpir nunca con tu ineptitud.
Cierra de un portazo y la habitación se sume en el silencio. Sus hombros se
agitan al ritmo de su respiración. Trago saliva con dificultad; estoy segura de que
hago tanto ruido que lo oye, porque es entonces cuando se gira lentamente y me
mira directamente, allí, acurrucada bajo el edredón de la cama.
―Lo siento, dulzura ―dice con suavidad. La furia de la que acabo de ser
testigo se evapora como la niebla matutina justo delante de mis ojos. El enfado y
la ira se derriten, mostrando en su lugar esa intensidad ardiente y cautivadora―.
Lamento que hayas tenido que ver eso ―murmura mientras se acerca. Aparta el
edredón, y su rostro se endurece un poco cuando ve mi expresión―. Hace falta
cierto… ―Frunce el ceño, acariciándome el pelo. Al instante el miedo empieza
a desaparecer―. Hace falta cierto carácter para llevar mi negocio.
Trago saliva, asintiendo lentamente.
―Ya sabes cuál es mi negocio, a qué me dedico.
―Sí ―digo en voz baja sin dejar de asentir.
―No es lo que crees, ángel.
Bajo la vista a mis manos, veo como las retuerzo sobre mi regazo.
―¿Qué crees que soy, ángel?
Niego con la cabeza.
―No pasa nada ―dice con suavidad, acunándome la mandíbula y
haciéndome levantar la cabeza para mirarme con dulzura a los ojos―. No tienes
por qué tener miedo de mí. Jamás.
―Eres un jefe de la mafia ―digo al fin, mordiéndome el labio inferior.
Darko sólo sonríe; sus ojos irradian calidez y calor sobre los míos.
―Manejo un imperio, ángel. Los imperios son imperios; el mío simplemente
requiere algo más de mano dura que los demás. Mira, los bancos son
organizaciones criminales que se alimentan de los débiles y desprotegidos. Las
compañías farmacéuticas cometen genocidios. Yo sencillamente existo en un
vacío entre leyes.
Me muerdo el labio y asiento.
―Tienes curiosidad sobre los gritos, sobre qué trataban.
Niego con la cabeza.
―No, no es asunto…
―Sí que es asunto tuyo ―ronronea, inclinándose para besarme la coronilla.
No puedo evitar sonreír―. Ahora es asunto tuyo, porque estás conmigo. Eres mi
todo, de manera que mereces saberlo. De hecho, debes saberlo.
Vuelve a hacerme inclinar la cabeza, y antes de que me dé cuenta me está
volviendo a besar. Me besa como si llevara toda la vida esperando hacerlo.
―Mi todo ―murmura.
Y lo deseo tanto.
Deseo ser su todo, que me moldee para él, que me ate a él. Quiero estar a su
lado durante todo. Soy completamente consciente de la clase de locura que
parece que un hombre al que me han entregado para saldar una maldita deuda
me haga sentir así, pero no puedo negarlo. No puedo negar el pulso de necesidad
hacia él que me recorre el cuerpo, ni la manera en que todo mi mundo cambia su
órbita sólo con su presencia.
¿Y cuando me besa?, Bueno, olvídalo. Porque quiero olvidarlo todo excepto
sus besos.
Darko vuelve a hacer justo eso, besándome hasta que estoy segura de que
hemos dejado atrás el planeta y estamos flotando por el espacio. Se aparta
lentamente, dejándome sin respiración y queriendo más.
Mucho más.
Se yergue, sin apartar la mirada de la mía en ningún momento mientras se
lleva las manos al cinturón. El pulso me da un salto, todo mi cuerpo estalla en
llamas de ansia.
―Y ahora, ángel ―ronronea, soltando la hebilla―. Ahora voy a hacerte mía.
6
DARKO
Me desabrocho el cinturón lentamente, dejando que mis ojos la recorran por
completo y disfrutando del modo en que se le sonrojan las mejillas y se le corta
la respiración mientras se empapa de mis músculos y mis tatuajes. Su expresión
sólo confirma lo que ya sé: que todo esto le resulta nuevo. Que nunca ha visto a
un hombre desnudándose así frente a ella.
Ningún hombre la ha tocado nunca antes. La idea hace que la sangre me ruja
en los oídos y que los testículos me palpiten con la necesidad de tenerla. De ser
el primero. De ser su todo, para siempre.
Me quito los pantalones; los bóxers negros quedan tensados de manera
obscena por mi miembro erecto, que pone a prueba la tela. Gruño en voz baja
ante el brillo indudablemente hambriento de sus ojos cuando paso los pulgares
bajo el elástico y bajo la prenda. Jadea en silencio cuando mi pene grueso y
palpitante queda a la vista. Éste se estremece, como si supiera que la elegida está
justo delante, como si estuviera ansioso por saber a qué sabe Catalina. Una
gruesa gota de líquido blanco fluye desde el glande antes de deslizarse
lentamente por el lado interno y dejando mi palpitante hombría brillante y
húmeda.
Dejo que mis ojos se claven en los suyos mientras me rodeo con la mano,
acariciándome el pene poco a poco. Me subo a la cama, apartando el edredón de
sus manos y echándolo a un lado, permitiendo que mi vista se dé un festín con
esta preciosa criatura, sexy y angelical, que yace frente a mí.
Avanzo hacia ella, sujetando su figura pequeña y frágil entre mis brazos y
besándola profundamente. Disfruto de la sensación de su piel cálida contra la
mía, de la manera en que gime suavemente contra mis labios. Quiero hacerlo
desaparecer todo a base de besos: todo lo asqueroso que ha vivido y todas las
cartas malas que le han tocado. Es como un pajarito roto cuyas alas necesitan
arreglo, pero sé que hay una fuerza poderosa justo bajo la superficie, y sé que
puedo enmendar sus alas, que surcará los cielos.
La beso con fiereza, recorriéndole los costados con las manos y pegándola a
mi cuerpo. Mis labios avanzan por su cuello, mordiendo con fuerza, y me
encanta el modo en que me araña cuando lo hago. Bajo más; su pecho se alza y
cae rápidamente con su respiración cuando muevo los labios sobre los delicados
montes de sus pechos: pequeños y perfectos para mi boca.
Giro la lengua sobre los pezones suaves y de un rosa pálido, arrastrándola por
encima. El miembro me palpita ardiente contra su muslo desnudo, y juro por
Dios que puedo oler el dulce caramelo de esa vagina perfecta que tiene.
Quiero llenarla con mi semen, dejarla manchada y viscosa con mi semilla, y
volver a hacerlo otra vez. Quiero llenar su matriz inmaculada. Quiero que note
su sabor en los labios como recordatorio del momento en que la he reclamado
como mía. Quiero que lo sienta cálido y prohibido en el culo, y que sepa que
también eso lo he reclamado para mí.
Pero primero lo primero.
Le separo las piernas con las manos y gimotea. Voy subiendo, dejando que mi
miembro se arrastre por su muslo, dejando a mi paso un camino de semen
húmedo y resbaladizo, brillante sobre su piel pálida.
―Soy virgen ―suelta, con el rostro enrojecido, como si acabara de cometer
un crimen.
Sonrío, hambriento y triunfante, y mi hombría llega a estremecerse contra
ella al mismo tiempo en que la sangre me ruge en los oídos.
―Claro que lo eres, dulzura ―murmuro, haciéndome con su boca y
besándola como si fuera mía antes de apartarme―. Y no desearía que fuera de
otro modo. Porque mi pene será el primero que sientas. Mi pene será el único
que sientas nunca.
Catalina gime, lloriqueando con ansia.
―Eres… Quiero decir, es… ―Su mirada desciende hasta mi miembro,
grande y grueso, colocado frente a la entrada a su paraíso, y sus ojos lo dicen
todo.
―No voy a hacerte daño, dulzura ―susurro. Me arrodilló entre sus piernas,
dejando que mi sexo pulse contra su muslo. Me aprieto entre los dedos, haciendo
emerger una gota cremosa de líquido sobre el glande, y después la arrastro sobre
su muslo.
Gime.
Deslizo el pene entre los labios suaves y dulces de su entrada. No la penetro,
simplemente coloco mi hombría entre sus pliegues. Catalina gimotea, con el
rostro sonrojado por el calor mientras uso el glande para juguetear con su
clítoris.
―Nota lo duro que me tienes, ángel ―gruño, rozándole el clítoris con mi
verga y sintiendo como los testículos se me tensan mientras el líquido de un
blanco perlado, fluye sobre el glande y va manchando su piel―. ¿Notas lo
mucho que quiere probar tu sabor, y reclamarte, y lo mucho que quiere sentir lo
apretada y traviesa que será tu vagina atrapándolo dentro tan fuerte y tan dulce
cuando acabes con el?
Catalina gime y levanta las piernas, apretándolas de manera que mi miembro
queda entre sus muslos, bien pegado a su calor húmedo. Le sujeto los delicados
tobillos con una mano, manteniéndole los pies sobre mi hombro izquierdo y
usando las caderas para moverme. Dejo que mi verga embista entre esos muslos
que aprieta con tanta fuerza, y sobre su clítoris. Catalina jadea, dejando que el
placer le haga cerrar los ojos mientras siente el pene de un hombre, mi pene,
justo sobre su suave vagina por primera vez.
Bajo la mirada; mi pene parece obscenamente grande y palpitante mientras se
mueve entre sus muslos. El líquido preseminal gotea libremente desde el grueso
glande, cayéndole sobre el estómago, cubriéndole el sexo con la necesidad que
siento de ella, y dejándole los muslos brillantes y resbaladizos. La embisto entre
los muslos, gruñendo, sintiendo los labios de su sexo apretado aferrándose a mí
como si estuvieran haciendo un mohín. Su clítoris se arrastra contra toda mi
longitud, los testículos se posan sobre su culo con cada movimiento. Catalina
jadea más y más rápido, todo el cuerpo se le sonroja por el deseo, por la
necesidad de que le haga sentir cosas que nunca ha sentido.
―Juega con tus pezones, dulzura ―gruño, puntuando mis palabras con más
embestidas.
Catalina suelta una exclamación, asintiendo con ganas y sin desviar su
mirada de la mía. Desliza las manos, delicadas, desde los muslos hasta tener los
pechos entre ellas. Los dedos provocan los suaves pezones, pellizcándolos con
más fuerza de lo que podría haberlo hecho yo. Gruño para mí, tomando nota para
recordarlo más tarde, para hacerla gritar.
Sigo moviéndome contra ella mientras paso el pulgar sobre la humedad que
el líquido y su deseo han creado sobre sus muslos. Cuando lo retiro está brillante
y lubricado, y gruño al llevárselo a los labios. Sus ojos se encuentran con los
míos, abiertos de par en par. Se sonroja, pero, poco a poco, abre los labios.
―Buena chica ―ronroneo, deslizando el pulgar entre esos labios gruesos.
Gimo cuando me envuelve el dedo con su suavidad y succiona, imaginándome
que es mi enorme pene el que distiende esos labios de manera tan obscena
cuando reclame también su boca más tarde.
Siento como los testículos se retraen, y mi pene palpita cada vez con más
fuerza. Empiezo a follarle los muslos más bruscamente, y Catalina chilla de una
manera tan dulce, jadeando y arqueando las caderas, levantándolas de la cama en
busca de mis embestidas.
― Acaba para mí, dulzura ―siseo, apretando la mandíbula al sentir mi
orgasmo amenazando con superarme―. Acaba para mí y deja que sienta ese
dulce jugo de princesa cubriéndome los testículos. Acaba para mí, y se mía, para
siempre.
Grita mientras explota, tensando todo el cuerpo, retorciéndose los pezones
con fuerza y arrugando el rostro mientras el orgasmo la recorre. Sigo,
embistiendo desde las caderas mientras mi pene pierde la batalla y libera su
propio placer. Mi semen sale en oleadas densas y blancas de mi hombría
palpitante, cubriéndole el abdomen del líquido pegajoso y caliente. Le salpica
los pechos, dejando una gruesa gota sobre el pezón. No dejo de moverme contra
sus muslos; es la mayor cantidad de semen que he liberado jamás, y no deja de
fluir. Le cubre el estómago, acumulándose en la oquedad del ombligo,
cubriéndole los muslos y empapando esa dulce vagina..
Por un momento, la idea de dejarla embarazada con mi semilla sin entrar
siquiera en ella me cruza la mente. Es un pensamiento que mantiene mi miembro
duro como el acero. La idea de que lleve a mi hijo en su vientre consigue que me
vuelva a rugir la sangre.
Pero sé que todavía está intacta. Sé que todavía no he roto esa parte de ella.
Todavía.
Gimo una vez que mi miembro deja de pulsar y de vaciarse de semen caliente
y blanco sobre su piel suave. Me deslizo hacia abajo, dejando que mis labios
encuentren su boca jadeante y que reclamen su respiración como mía.
Es un paso más cerca de convertirla en una mujer. En mi mujer.
―¿Estás lista, amor mío?
Gimotea ante esa palabra, y me cuesta percatarme de lo que he dicho una vez
que cruza mis labios. Nunca había usado esa palabra con nadie, pero acaba de
aparecer así sin más por ella. No me arrepiento en absoluto.
―¿Lista? ―pregunta en voz baja.
―Para que te haga mía por completo.
Abre los ojos de par en par.
―Quieres decir… ―Se muerde el labio, con las mejillas sonrojadas, y
asiente―. Sí ―dice mi ángel con voz queda―. Todo esto es de locos. Quiero
decir, acabamos de conocernos…
― Y aun así es tan real. Es lo correcto.
Me mira bruscamente a los ojos.
―Sí ―asiente―. No puedo explicarlo, pero hay esa cosa.
―Entonces no te preocupes por explicarlo.
Vuelvo a besarla y se derrite con el gesto, gimiendo suavemente mientras mi
lengua separa esos labios suaves y gruesos. Mi miembro ni siquiera se ha
acercado a quedar flácido, y pulsa de necesidad contra su suave muslo.
Quiere más.
Mucho más.
―Todavía estás duro ―susurra Catalina con voz torpe contra mis labios,
cargada de lujuria.
―Vas a descubrir que voy a estar duro todo el tiempo contigo, dulzura.
―¿Por qué yo?
Lo dice en voz baja, con los ojos clavados en los míos bajo el brillo que
desprende la puesta de sol sobre las aguas.
Ni siquiera me hace falta pensar en una respuesta; viene a mí sin esfuerzo.
―Porque estábamos destinados a estar juntos. No soy un hombre religioso
―digo lentamente―. Pero creo que existe algo que nos une a aquellos con
quienes debemos estar. ¿Y a ti? ―Niego con la cabeza―. Te he deseado antes
incluso de saber quién eras.
Catalina jadea y me besa, acunándome la mejilla con una mano y haciendo
que casi me deshaga.
―Estoy lista ―susurra―. Te deseo. Quiero que tomes todo lo que soy.
―Quieres sentir esto. ―Froto mi miembro contra ella, jugueteando con los
labios de su sexo suave y sin explorar con el glande. Fluye algo más de líquido,
cubriéndola y dejándola húmeda y ansiosa por mí―. Quieres sentir esto dentro
de ti.
―Sí ―gimotea antes de parpadear de repente y mirarse el cuerpo―. Debería
ducharme primero. Estoy…
―No ―gruño―. Ni hablar.
―Pero…
―Te quiero cubierta de mí cuando te haga mía. Cuando te llene con mi
semilla, quiero verla brillando también sobre tu piel. Quiero que sientas mi
marca y mi semen sobre ti y dentro de ti. Para siempre.
7
CATALINA
Me siento tan sucia, tumbada cubierta con su semen. Lo siento caliente y
pegajoso sobre la piel, y parece algo tan malo. Me hace sentir tan sucia, pero del
mejor modo posible.
Es tan malo, y me siento tan viva.
Darko se coloca a mi lado en la cama, haciendo que me tumbe de costado y
posicionándose detrás de mí. Sus brazos fuertes y tatuados me rodean con gesto
protector, atrayéndome contra y él y haciendo que me sienta como si nada en el
mundo pudiera hacerme nunca daño mientras él me abrace así.
Puedo sentir su grueso pene palpitando, enorme, contra mis nalgas. Me frota
los pezones, haciéndome sentir tan sexy y que le desee con locura. Me busca el
rostro, acunándome la mandíbula y haciéndome inclinar la cabeza mientras él
desciende y me besa profundamente. Me pierdo en el beso mientras siento su
gran miembro abriéndose paso entre mis muslos.
Se desliza entre ellos hasta que el glande es visible al otro lado. Bajo la vista,
mirando más allá del vientre hasta el lugar en el que su hombría se desliza dentro
y fuera de la vista, húmeda con mi deseo y su semilla. Sé que no se ha puesto
condón, pero también que no quiero que lo haga.
Quiero sentirle.
La idea de este hombre peligroso haciéndome suya, suya de verdad, al llenar
el centro de mi ser con su esencia me hace dar vueltas la cabeza. Hace que el
cuerpo me cosquillee de un modo en que no lo ha hecho nunca antes, y que el
corazón se me inunde de tantos sentimientos que no estoy segura de poder
contenerlos todos.
Deseo que este hombre me reclame de ese modo. Deseo que su semilla
arraigue en mi útero joven, y que me redondee el abdomen con su descendencia.
Es una idea tan mala, y tan sucia, y aun así tan adecuada, que hace que todo el
cuerpo se me relaje contra él.

Me mueve las rodillas, levantándome una de las piernas y colocando el
grueso glande sobre mi entrada.
―Ahora voy a convertirte en una mujer ―ronronea contra mi oído,
consiguiendo que gima en voz alta―. En mi mujer.
Me estremezco con un gimoteo.
―Voy a grabar la sensación de mi pene dentro de tu dulce vagina, para que
siempre lo reconozca. Sabrá que es mía y de nadie más, para siempre.
Empuja hacia delante, y el amplio glande se desliza en mi interior. Jadeo,
sintiéndolo justo ahí, contra el himen, listo para abrirse paso y reclamarme como
suya.
―Mía ―susurra.
Y embiste.
Duele, pero después pasa a ser una maravillosa y dulce dicha a medida que su
enorme hombría se desliza poco a poco en mi interior. Suelto un grito,
percibiendo como me dilata. Se mueve sin prisa, y el dolor se desvanece en puro
placer según me llena, situando su miembro enorme muy dentro de mí, en un
lugar que nadie ha tocado antes. Me doy cuenta de que el sonido que oigo es mi
propio gemido de placer a medida que entra más y más, hasta que, con un suave
gemido, siento que ha entrado por completo.
Jadeo, bajando la mirada y viendo toda su pene enterrado en mí. Los suaves
labios rosados se extienden alrededor de la base de su miembro, rozándole los
testículos en una imitación de un beso. Darko gime, tensándose, y jadeo al sentir
su hombría palpitar dentro de mí. Veo como sus testículos, tan llenos de más
semilla pegajosa, se estremecen contra los labios de mi sexo.
Sale lentamente, dejando la mitad de su miembro todavía dentro de mí.
Puedo ver mi humedad, brillante y resbaladiza, aferrándose a la parte que queda
expuesta antes de que vuelva a moverse y se entierre dentro de mí por completo.
Al principio va poco a poco, dejando que me acostumbre a él y que mi sexo
estrecho se dilate para dar cabida a su hombría. Le pongo la mano en la
mandíbula, acercándolo para besarlo con todo lo que tengo. Nuestras lenguas se
unen, sus caderas se mueven contra mis nalgas mientras su grueso miembro me
llena hasta el límite con cada embestida. Siento sus testículos contra mi clítoris,
y el modo en que el semen con el que me ha marcado antes sigue adherido a mi
piel. La idea de que esté en todas partes, sobre mi piel al mismo tiempo que está
en mi interior, hace que me humedezca más de lo que lo he estado nunca, y se
me estremece todo el cuerpo, movido por la necesidad que siento de él.
Que siento de más.
Darko sale de mí y me quedo confundida y entristecida, esperando a que
vuelva a mi interior y preguntándome si he hecho algo mal.
―¿Qué estoy haciendo mal?
Su mirada se endurece antes de atraerme lentamente hacia él y besarme con
fiereza.
―Lo estás haciendo todo perfectamente, dulzura.
―Pero…
―Confía en mí, ángel ―ronronea―. Nada en este mundo se ha sentido
nunca tan increíble cómo te sientes tu ahora mismo. Porque no habías sido tú.
Gimo suavemente mientras me vuelve a besar, y le devuelvo el beso, dejando
que nuestras lenguas giren la una contra la otra mientras Darko se tumba boca
arriba, moviéndome para que me siente sobre sus caderas.
―¿Qué…? Oh.
Gimo cuando sus manos anchas me alzan en vilo, su miembro queda justo
ante mi suave entrada. Me baja lentamente, llenándome con su hombría hasta
que noto sus testículos contra las nalgas. Me sujeta por las caderas y empieza a
moverme, enseñándome cómo balancearme sobre las caderas y cómo tomar
hasta el último centímetro de su grosor. Suelto una exclamación, moviéndome
arriba y abajo bajo sus indicaciones y moviendo las caderas para sentirlo bien
adentro, tal y como me muestra.
Nada se ha sentido nunca tan bien. Ni de lejos.
Mueve las manos hasta mi culo, sujetándolo con fuerza y moviéndome arriba
y abajo sobre cada centímetro de esa pene increíble. Noto como mi humedad
gotea por su hombría; los sonidos húmedos de nuestra unión llenan la habitación
de forma obscena.
―Tócate, dulzura ―gruñe Darko. Se hace con mi mano, llevándola hasta el
punto en que nuestros cuerpos se encuentran―. Juega con tu vagina para mí
mientras siento como se abre a mi alrededor.
Jadeo, moviendo los dedos sobre el clítoris mientras me embiste. Se me
escapa un gemido; puedo sentir como me dilata por completo, como me llena
hasta el fondo. Me muevo más rápido y con más determinación, y él gruñe y me
recorre el cuerpo con las manos. Me balanceo sobre las caderas, sintiéndome
como una mujer de verdad.
Como su mujer.
Empiezo a saltar sobre su cuerpo, frotándome el clítoris, echando la cabeza
hacia atrás y dejándome ir mientras me pierdo en él.
―Suéltalo ―ronronea, agarrándome las nalgas entre sus grandes manos,
clavando los ojos ardientes en los míos―. Quiero sentir esa vagina dulce
empapándome los testículos. Quiero verte estallar en pedazos alrededor de mi
pene mientras lleno tu vagina con hasta la última gota de mi semen.
Me atrae contra él, empujando su miembro tan profundamente y frotándose
contra mí; es la gota que colma el vaso. Grito. El cuerpo entero me estalla al caer
víctima del orgasmo, inmovilizada sobre su hombría. Caigo hacia delante,
aferrándome a su pecho musculoso mientras el clímax se abre paso a través de
mí. Darko ruge, sujetándome con fuerza mientras embiste contra mis caderas.
Suelto una exclamación al sentir como su miembro aumenta todavía más de
tamaño antes de que, de repente, sienta el calor resbaladizo dentro de mí cuando
explota.
Me arrastra directamente hasta otro orgasmo al notar ese calor pulsando
dentro de mí, su semen ardiente palpitando en las profundidades de mi cuerpo.
―Toda mía ―susurra.
―Toda tuya ―respondo en voz baja.
8
DARKO
Más tarde la encuentro en el estudio, después de que nos hayamos duchado
juntos y de que haya aliviado cualquier malestar que pueda haber dejado tras mi
paso usando la lengua entre sus piernas. Va vestida con una de mis viejas
camisetas, y aunque la envuelve por completo como lo haría un albornoz que le
llegase hasta la rodilla, de algún modo está más sexy que nunca.
Tan joven, tan perfecta, tan intacta.
Bueno, excepto por mí.
Es como un ángel, bañada bajo la luz de luna que se refleja en el océano.
Entro en la habitación de paredes de cristal con dos tazas de té.
―Oh, lo siento ―dice rápidamente, girándose para mirarme cuando entro al
estudio.
―No lo sientas.
―No estaba segura de si podía entrar aquí ―continúa diciendo,
encogiéndose ligeramente de hombros.
Es entonces cuando se percata de que estoy desnudo, y puedo ver su sonrojo
incluso a pesar de la oscuridad de la habitación.
―¿Sí? ―pregunto con una sonrisa traviesa; me encanta el modo en que se
muerde el labio cuando me acerco,
―¿No tienes personal que cuide de la casa? ¿Guardas?
Me encojo de hombros.
―Sí.
―¿Y?
―Y no les importa. Y, si les importa, no me importa a mí. Es mi casa, y está
hecha de cristal, además. No tengo nada que esconder.
Sonríe con timidez, mirando de reojo mi miembro semierecto. Veo como se
le enrojece el cuello, y eso despierta algo en mi interior.
―Y claro que puedes estar aquí ―ronroneo, dejando las tazas sobre el
escritorio y tomándola entre mis brazos. La empujo contra la pared de cristal que
da al océano, de nuevo hambriento de ella―. Puedes estar en todas partes. Todo
esto es tuyo ahora.
―¿Lo dices de verdad?
―Claro que sí. Es tu hogar, si así lo quieres. Aquí, junto a mí.
Niega con la cabeza, sonriendo con gesto incrédulo.
―Esto no es un sueño, ¿verdad?
―En absoluto ―gruño―. O como mínimo es uno del que nunca querría
despertar. Ahora eres mía, y todo esto es tuyo.
Se derrite contra mí, dejando escapar pequeños sonidos de sus labios
mientras me rodea la cintura con las piernas.
Aprende rápido. Eso me gusta.
Mi pene palpita, de nuevo duro como la roca, pulsando ardiente contra su
estómago, con el acceso a su entrada denegado por la delgada capa de algodón
de la camiseta que lleva puesta. Nuestras lenguas luchan durante un instante
antes de que me separe, marcando un camino con los labios sobre su cuello,
dejando en su piel recordatorios de a quién pertenece a mi paso.
―Para que quede claro, en esta casa, tú no puedes ir desnuda por la casa.
Catalina sonríe ampliamente.
―Ah, ¿no?
―No ―gruño.
―¿Quién lo dice?
Jadea cuando la sujeto por el muslo, apretándome contra él y aferrándole las
nalgas con gesto posesivo.
―Yo lo digo ―ronroneo de manera peligrosa, encantado con el modo en que
gimotea y gime contra mí.
―¿Y eso por qué?
―Porque cuesta encontrar un buen servicio, y tendré que empezar a matar a
cualquiera de mis hombres que te mire.
Se sonroja, volviendo a morderse el labio.
―¿Tienes criadas, además de criados?
―¿Disculpa?
―Mujeres que trabajen en la casa.
Sé a dónde quiere ir a parar, pero procuro ocultar mi sonrisa.
―Puede.
―Bueno, entonces quizás tenga que empezar a matarlas por mirar eso.
―Hace un gesto con la cabeza hacia mi miembro palpitante.
Arqueo una ceja.
―Bien jugado. Muy bien, me pondré bóxers. Me gusta mucho mi pene.
Catalina suelta una risita cuando giro con ella en brazos y la dejo sobre el
escritorio, tendiéndole una de las tazas. Nos sentamos en silencio, bebiendo y
observando el océano, disfrutando de estar solos el uno junto al otro.
Lo veo un segundo antes que ella, y maldigo en silencio para mí, a pesar de
acabar de decirle que toda la casa está a su alcance, sin ningún secreto al margen.
―¿Qué es eso? ―pregunta en voz baja.
No voy a mentirle. Además de que el archivo tiene su nombre escrito en la
portada, me siento incapaz de no ser completamente sincero con ella.
―Es mi archivo sobre ti.
Desvía los ojos hacia los míos, y una sombra le cruza el rostro.
―¿Tu qué?
―Mi archivo sobre ti. Investigué a tu padre mucho antes de la partida de
cartas. Es parte de un legado de la organización que me gustaría dejar atrás,
aunque a él no le ha hecho mucha gracia.
―Te refieres a las drogas ―dice sin alzar la voz.
―Sí.
―¿Qué tiene eso que ver conmigo?
―Ese archivo, Catalina ―digo lentamente―, es el archivo que hizo que me
enamorase de ti. En él están documentados cada uno de los abusos que has
sufrido: cada vez que te ha pegado, cada vez que te ha levantado la mano, que te
ha hecho daño. Me mostro lo buena que eres, un ángel perdida entre unas
sombras a las que no pertenecías.
Traga saliva, abriendo los ojos de par en par mientras me mira.
―¿Así que pensaste que podrías sacarme de ahí y hacerme tuya? ―responde,
desafiante―. ¿Que podías aparecer de la nada y ganarme y…?
―Sí ―gruño con fiereza, y jadea ante la intensidad de mi voz cuando la
acerco a mí―. Sí, y mil veces sí ―repito con voz heladora. Tenso la
mandíbula―. Vi algo que quería, y lo fantástica que era esa persona, y el modo
en que me hacía sentir cosas que había creído que ya no podía sentir en este
mundo oscuro en el que vivo, y la gané y la hice mía.
Veo como se le dibuja una sonrisa en los labios lentamente.
―Bien ―susurra―. Me alegro de que lo hicieras.
Me besa, y es en ese momento cuando me pierdo. Me pierdo por completo.
He hecho miles de cosas terribles, crueles, oscuras y retorcidas en la vida para
llegar a donde estoy, y aun así, de algún modo, ella consigue absolverme de todo
pecado con ese beso.
Se lo devuelvo con fiereza, subiéndole la camiseta y quitándosela por la
cabeza. Siento el calor de su espalda bajo los dedos, y el modo en que sus
pezones me rozan el pecho desnudo. Enredo los dedos en su cabello, tirando con
la fuerza suficiente para hacerle jadear contra mis labios. La obligo a abrir las
piernas con mis caderas, y cuando tanteo entre nuestros cuerpos encuentro sus
pétalos, suaves, tiernos y húmedos, listos para que los abra.
Catalina gimotea cuando deslizo un dedo en su interior. Señor, a duras penas
consigo hacerlo, y eso que ya ha tenido mi miembro dentro. Lo doblo, frotando
la palma contra su clítoris y acariciándola con el dedo mientras lo hago entrar y
salir de su humedad. Dejo que un segundo se una al primero, haciéndola gemir
más alto y con un tono más grave. La aferro por el cabello, posesivo, besándola
mientras uso los dedos para hacer que se humedezca más y más, hasta que estoy
seguro de que está dejando una mancha sobre el escritorio.
Me araña con las uñas, acerándome y buscando mi miembro. Lo rodea todo
lo que puede con los dedos y me acaricia, consiguiendo que me arda la sangre de
lo mucho que la necesito.
―Quiero saborearte ―me susurra contra los labios―. Igual que lo has hecho
tú.
―Más tarde ―ronroneo―. Ahora mismo voy a…
―No ―responde, apartándose con una sonrisa que me recuerda a un gato
que se haya comido al canario―. No, lo quiero ahora.
Tengo que sonreír ante su audacia. Nadie me dice qué hacer en mi mundo,
nunca. En ese instante me percato de lo mucho que va a cambiar todo con ella.
Se aparta, tumbándose sobre mi escritorio y apoyando el estómago contra la
madera. Se acerca a mí, acariciando toda mi longitud con ambas manos mientras
deja que su respiración rodee el glande. Recorro su espalda desnuda con los ojos,
los largos mechones rubios que la cruzan en ondas hasta la curvatura de las
nalgas.
Siento algo suave y húmedo en mi miembro y gimo, bajando la mirada para
verla depositando pequeños besos húmedos sobre la punta. Me acaricia con las
manos, bajando una de ellas para jugar ligeramente con los testículos, como si
estuviera explorando. Abre los labios, gruesos y húmedos, y cuando me toma en
la boca sé que acabo de llegar al cielo.
―Justo así ―gimo mientras sus labios jóvenes y suaves me rodean el pene.
Bajo las manos y le aprieto las nalgas, azotándola ligeramente y haciendo que
gimotee mientras me la chupa. No consigue abarcar mucho en esa boquita
ardiente, pero santo Dios, lo que hace casi me hace perder el control.
Llevo una mano a su pelo, perdiéndome en la sensación de su boca
succionando mi grueso miembro y haciendo que mi semilla me hierba en los
testículos. Pero me retiro poco a poco de ese paraíso. Le recojo el pelo con la
mano mientras mueve la cabeza sobre mí y la aparto poco a poco, tensando la
mandíbula.
―¿Ha estado bien?
―¿Bien? ―gruño, haciendo que se levante hasta quedar arrodillada sobre la
mesa y besándola profundamente―. Cariño, todo lo que haces es el paraíso.
Pero tengo otros planes para ti ahora mismo.
Gimotea cuando la beso, deslizando una mano por su abdomen y pasando los
dedos entre los labios húmedos de su sexo.
―Ahora date la vuelta ―gruño en voz baja contra su boca―. Gírate, ponte
de rodillas y levanta ese culo en el aire para mí.
―Oh ―jadea cuando le tiro del pelo y pellizco su clítoris entre los dedos.
―Ahora es mi turno.
9
CATALINA
Me estremezco mientras me coloco a cuatro patas sobre el gran escritorio de
madera. Puedo notarlo a mi espalda; la piel me cosquillea por la necesidad que
siento por él mientras noto como su presencia se acerca. Me recorre las nalgas
con las manos, que tengo levantado en el aire, expuesto para él. La idea de que
pueda verme por completo así, tan expuesta y abierta para él como si fuera su
putita obediente, hace que todo el cuerpo me duela, ansioso. Mi sexo gotea,
mojándome el muslo, y tengo los pezones erectos, apretados contra la superficie
barnizada del escritorio.
Las manos de Darko se mueven sobre mi culo, apretándolo con fuerza y
separándome las nalgas para él. Cierro los ojos y gimoteo al sentir su aliento
cálido contra la piel, subiendo por la parte posterior de las piernas hasta llegar al
centro. Desliza la lengua ligeramente sobre mis labios, jugando conmigo y
consiguiendo que todo mi cuerpo dé un salto, como si me hubiera dado una
descarga eléctrica,
Empuja más con la lengua, separando los labios mientras profundiza. Gruñe
contra mí; es un sonido masculino y poderoso que resuena en mi interior y me
hace gemir en voz alta. Es un gruñido hambriento, algo que me recuerda que soy
suya y que me hace temblar todavía más por el deseo.
Me clava los dedos en la piel mientras dibuja círculos con la lengua sobre mi
clítoris, capturándolo entre los labios y ronroneando a su alrededor. Me lame
más rápido, haciendo que me quede sin respiración y me ruja la sangre en los
oídos cuando me atraviesa el placer. Sube con la lengua, pasando sobre mi sexo
y continuando más y más alto. Jadeo cuando llega al ano, tensándome durante un
momento antes de que esas sensaciones tan exquisitas como atrevidas que
despierta su lengua hagan que me abra para él.
Gime, moviendo la lengua dentro y fuera del círculo de músculos apretados
mientras usa los dedos en mi sexo, follándome el culo con la lengua. Hace que
se me tensen los dedos de los pies y que arañe la mesa con los dedos. Aprieto la
mejilla contra la madera, cerrando los ojos con fuerza y con la respiración
agitada mientras este hombre dominante, poderoso y aterrador, pero aun así
increíble del que me estoy enamorando por completo me hace sentir de una
manera de la que nunca me había sentido antes.
Como si fuera una princesa.
Su princesa.
―Quiero sentir tu perfecta vagina bien apretada alrededor de mi pene―gruñe
contra mi piel―. Quiero sentir como esta dulce vulva de princesa me arranca
hasta la última gota de semen, hasta que te llene al máximo con mi semilla.
Gimo mientras se levanta detrás de mí, y me arranca un jadeo al sentir su
miembro enorme apretándose contra mi entrada. Hay un segundo de resistencia
antes de que mis labios, húmedos y ansiosos, lo tomen en su interior a medida
que empuja. Gime, dilatándome con su gran miembro según desliza hasta el
último centímetro bien dentro de mí, hasta que sus testículos se aprietan contra
mi clítoris y su abdomen marcado por los músculos está contra la suave curva de
mis nalgas.
Se retira sólo para volver a embestir hacia delante. Suelto una exclamación,
abriendo los ojos de par en par ante esta sensación más nueva y brusca. La
primera vez fue tierno; ahora está usando más fuerza.
Y quiero que la use.
Darko gime, sujetándome por la cintura mientras me folla profundamente. Se
mueve más rápido, abriéndome tan bien con su hombría, estimulando los lugares
más maravillosos mientras me llena una y otra vez. Sus testículos chocan contra
mi clítoris con cada embestida, y cuando sube una mano por mi columna y me
sujeta por el pelo me hace gritar de placer. Me hace levantar la cabeza de un
tirón, girándome para poder besarme con fiereza mientras me folla con
movimientos profundos y poderosos que hacen que todo mi cuerpo se mueva
hacia delante.
―Siénteme bien dentro de ti, ángel ―gruñe, con los labios junto a mi oído y
su respiración ardiente contra la piel delicada de mi nuca―. ¿Sientes lo duro que
me lo pones? ¿Sientes lo dentro que estoy de la dulce vagina que tienes, y lo
bien que encajamos, tan apretado y jodidamente perfecto? Este trozo de paraíso
que tienes entre las piernas está hecho para que yo lo reclame. Esos labios
suaves y rosados se hicieron para abrirse alrededor de mi pene y acariciarme los
testículos mientras entro en ti. Tu interior se hizo para hacer que acabe en tu
interior hasta quedar vacío por completo. Y tu ser se creó para aceptar mi
semilla.
Gimo ante sus palabras; todo mi mundo se difumina en los bordes a medida
que se acerca mi orgasmo, un orgasmo que me sé incapaz de detener. Su hombría
me llena una y otra vez, sus músculos se mueven contra mí, y los sonidos
húmedos que provocamos al follar llenan la habitación.
―Toma mi semen, mi dulce princesa ―me gruñe al oído, retorciéndome el
pezón con una mano, enredando la otra en mi pelo―. Toma hasta la última gota
de mí bien dentro de este agujero hecho para que me lo folle hasta que estés
llena de mis hijos. Ahora sé una buena chica y acaba para mí…
Grito, llegando al orgasmo antes incluso de que acabe de decir esas palabras.
El clímax se adueña de mí, arrancándome el aire de los pulmones y dejándome
laxa sobre su escritorio mientras él se hunde por completo dentro de mí y ruge al
acabar. Suelto una exclamación al sentir el flujo ardiente de su semen
llenándome como si fuera una manguera. Su pene se hincha y pulsa una y otra
vez, llenando mi sexo por completo hasta que siento su semilla manando
alrededor de su miembro y goteándome de manera obscena por los muslos.
Tengo los músculos convertidos en gelatina mientras Darko me toma
cuidadosamente entre sus brazos, todavía bien firme dentro de mí. Nos mueve
hasta que puede sentarse en la silla, colocándome sobre él.
―Dame la mano, ángel ―ronronea.
Lo hago, y me la coloca entre las piernas.
―Aquí ―susurra, apretándome la palma contra mi sexo húmedo y pegajoso
y la parte inferior de su pene―. Sé buena chica y mantenlo todo dentro, ¿de
acuerdo?
Asiento, gimoteando en voz baja cuando lo siento gemir y llenarme una
última vez. Me levanta un poco, lentamente, liberándose de mis labios apretados.
Pero hago lo que me ha dicho y, en cuanto ha salido de mi interior, aprieto la
mano contra mi entrada y aprieto los muslos con fuerza.
―Mmm, buena chica ―ronronea Darko desde lo profundo del pecho,
rodeándome con los brazos y besándome el cuello. Me pone sobre su regazo,
abrazándome y haciéndome sentir tan cálida, protegida y amada―. Mantenlo
todo dentro, dulzura ―gruñe―. Manten todo ese semen bien caliente dentro de
tu vagina hasta que dé fruto. ¿Te gustaría?
―Sí ―jadeo sin dudar ni un instante. Y es cierto, a pesar de lo mucho que sé
que parece una locura. Quiero que me haya dejado embarazada. Quiero esa
unión con él, esa conexión con este hombre que me hace sentir como nunca me
había sentido.
―Bien ―gruñe contra mi piel, besándome―. Ahora nada podrá separarnos.
Nada se interpondrá entre nosotros ni nos arrebatará el uno al otro. ¿Lo
entiendes?
―Sí ―digo en voz baja, girándome y besándolo lentamente―. Para siempre
―susurro; el corazón se me derrite en el pecho.
―Para siempre, dulzura.
10
DARKO
Me despierto abruptamente, girándome por instinto para cubrir al ángel que
duerme junto a mí con el brazo. Abro los ojos con brusquedad antes de
entrecerrarlos con fiereza cuando se vuelve a oír el mismo ruido.
… Voy a matar a quien sea que haya decidido tocar a la puerta de mi
dormitorio.
Miro a Catalina de reojo; es la imagen de la inocencia perfecta, intacta y
dulce, allí tumbada, acurrucada a mi lado. El cabello le enmarca el rostro, y las
cejas se la arquean de un modo tan dulce mientras duerme. Los labios, suaves y
gruesos, están abiertos lo justo para hacer que me pregunte cómo sería deslizar
mi miembro entre ellos antes de que se despierte. La idea hace que me
endurezca, y cuando pienso en lo que sé que descubriré bajo la sábana que la
tapa, el cuerpo de una ninfa desnuda con mi semilla todavía húmeda entre sus
piernas, hace que me lata todavía con más fuerza.
Pero vuelven a llamar a la puerta con insistencia, apartando mis pensamientos
de ella y centrándolos en la puerta del dormitorio. Salgo de la cama, poniéndome
unos pantalones antes de ir a la puerta mientas vuelven a llamar y pensando en
matarlos a todos.

―Juro por Dios que te cortaré el pito y te meteré en un puto agujero en el
sue…
Me detengo al percatarme de que se trata de Bastiam, uno de mis generales y
de mis mejores amigos. Bastiam conoce mejor que nadie de qué humor me
levanto cuando ocurre algo así, incluso antes de tener a Catalina tumbada junto a
mí. Lo que significa que se trata de algo malo.
La expresión de su rostro me dice que es algo todavía peor, y mi mirada se
endurece.
―Dime ―gruño.
―Código rojo ―responde en voz baja, con la mandíbula cubierta por un
rasgo tenso y los ojos oscuros penetrantes en un gesto de dureza.
Mierda.
Me quedo inmóvil; la sangre se me enfría en las venas.
―Código rojo, jefe ―repite, como si no lo hubiese oído la primera vez.
Sacudo la cabeza, aclarándola y saliendo de ese momento de bloqueo. Mi
concentración vuelve con toda su fuerza.
―Mierda ―rujo.
Un código rojo en el negocio en el que me muevo significa que todo el
mundo es necesario. Significa que los bárbaros están al otro lado de los muros. Y
con bárbaros, me refiero a la policía. O peor, el puto FBI. Significa que tenemos
que esconder las armas y cualquier otra cosa que resulte incriminatoria que
pueda haber en la casa, aunque tampoco es que tenga demasiadas por aquí. Me
he ocupado personalmente en asegurarme de que hay un vacío entre mi persona
y mis tratos, pero eso no significa que quiera a los malditos federales husmeando
por mi casa.
―¿Quién es?
―El FBI.
Vuelvo a maldecir.
―De acuerdo, ve por…
―Los chicos ya están en ello.
Asiento brevemente.
―De acuerdo, pero asegúrate de que…
―Ya está hecho, jefe.
Me veo obligado a sonreír a pesar de la seriedad del momento. Hay una razón
por la que Bastiam es uno de los mejores hombres que conozco.
―Sabía que has tenido, uh, compañía durante toda la noche, así que me he
ocupado de todo antes de…
Está empezando a intentar mirar qué hay detrás de mí, intentando ver lo que
probablemente asume que es una chica cualquiera que me he llevado a la cama.
No se espera el modo en que extiendo la mano, aferrándolo por la garganta y
empujándolo contra el marco de la puerta, dejando la cama fuera de su vista.
―Cuidado con dónde miras ―rujo, tensando los músculos y sintiendo como
le sube la sangre a la cabeza.
Bastiam arquea las cejas, más divertido que asustado. Es así de peculiar.
―Guau, de acuerdo, cálmate, Darko.
―No se trata de eso.
Frunce el ceño.
―Espera, ¿es…?
Asiento; es lo único que necesitamos decirnos al respecto. Como he dicho,
Bastiam es uno de mis mejores amigos, y uno de los más antiguos, aparte de ser
uno de mis hombres de mayor confianza. Lo ha oído todo sobre mi obsesión con
la hija de Justino Rocha, y es lo bastante inteligente como para sumar dos y dos.
También es lo bastante listo como para reconocer la seriedad que se refleja en mi
rostro.
Sonríe, asintiendo lentamente y apretándome el hombro.
―Esto es importante para ti, Darko. Estoy orgulloso.
―Ahórrate el brindis para cuando saque a los putos federales de mi casa
―murmuro―. Gana algo de tiempo, necesito un minuto.
Bastiam asiente y se aleja mientras cierro suavemente la puerta, girándome
hacia la cama. Catalina está despierta, con las sábanas subidas hasta la barbilla y
los grandes ojos azules abiertos de par en par.
―¿Qué ocurre?
Tenso la mandíbula mientras me acerco, sentándome en el borde del colchón
y apartándole un mechón de pelo de la cara. Mierda, acabo de conseguirla, y hoy
de entre todos los días es cuando aparecen los federales llamando a mi puerta. Sé
que estoy intentando cambiar el rumbo de nuestra organización y salir de las
cosas más retorcidas, pero también he hecho muchas cosas terribles en mis
tiempos, lo suficiente como para que me encierren durante mucho tiempo si las
cosas salen mal.
Toda esta injusticia me apuñala en el estómago. Tal y como he dicho, acabo
de encontrarla, y perderla tan rápido sería como vivir el infierno sobre la tierra.
―¿Qué ocurre, Darko? ―pregunta en voz baja.
―Quédate aquí ―gruño―. No importa lo que oigas, tú quédate aquí,
¿entendido?
Se sienta con brusquedad, apretando los labios y palideciendo mientras niega
con la cabeza.
―No…
―El FBI está aquí ―digo suavemente. Tal y como he dicho, no pienso
mentirle.
Abre los ojos de par en par.
―¿Tienes problemas?
Tenso la mandíbula.
―Puede. No lo sé.
―No pueden llevarte ―dice con fiereza, rodeándome con los brazos y
enterrando el rostro contra mi pecho desnudo―. ¡No puedo perderte!
Se me rompe el corazón. Contraigo los músculos de la cara, hundiéndola en
su melena.
―No vas a perderme, dulzura ―gruño con voz ronca―. Nunca, y desde
luego no hoy,
―No puedo ―susurra contra mi piel.
―Y no tendrás que hacerlo, hermosa ―respondo en voz baja. Le hago
inclinar la cabeza hacia mí, poniéndole un dedo bajo la barbilla y acercándome
para besarla lentamente―. Hoy no, eso está claro. ―Vuelvo a besarla―. Mira,
sólo tienes que quedarte aquí.
―No, quiero estar a tu lado.
Dios, la amo por decir eso. Belleza, inteligencia y valentía. Y sería capaz de
hacerlo, lo sé; a pesar de su juventud e inocencia, y de lo nuevo que le resulta
todo esto, saldría ahí fuera y se quedaría a mi lado delante de todo el jodido FBI.
Lo sé.
Pero no puedo permitirlo.
―No puedo dejar que lo hagas, dulzura. ―Niego con la cabeza―. Necesito
que te quedes aquí; tengo que poder concentrarme.
―¡No puedo quedarme en esta habitación sin más mientras tú sales ahí fuera!
―Por mí, ángel ―gruño―. Por favor. Contigo ahí fuera no conseguiré
pensar en lo que tengo que pensar; sólo podré pensar en ti. Eso afectará mis
capacidades y mi juicio. ¿Lo comprendes?
Asiente lentamente antes de abrazarme con fuerza.
―Confía en mí ―susurro contra su cabello―. No existe nada, ni en el cielo,
ni en el infierno, ni sobre la faz de la tierra, que pueda apartarme de tu lado.
11
DARKO
El puto agente Torres.
El agente del FBI, de pelo cano, con bigote y una barriga que parece un
barril, se yergue con gesto engreído en mi salón, mirando los techos altos y las
paredes de cristal con sus vistas al Pacífico con valor de un millón de dólares.
Mirando mi riqueza y poder.
Que se pudra ese puto por estar aquí. Le he pagado toda una pequeña fortuna
a lo largo de los años bajo la forma de sobornos, y que sea él quien se presenta,
aparte del hecho de que mi dinero debería haberme ganado al menos un aviso de
que iba a ocurrir, me enfurece.
―¿Qué haces aquí, Torres? ―siseo, cruzando los brazos sobre el pecho
desnudo.
El agente Torres niega con la cabeza.
―No quiero estar aquí, Dar…
―Señor Ilic ―escupo, dirigiéndole una mirada fulminante que consigue
justo lo que quería. El agente Torres es un cobarde de primera categoría, razón
por la que ha sido mi topo durante todos estos años.
Asiente rápidamente, viendo que no voy a perder el tiempo con
familiaridades ahora mismo.
―Y estoy seguro de que no quieres estar aquí, no si quieres seguir recibiendo
donaciones ―gruño en voz baja.
Esta vez niega con la cabeza.
―Esto está por encima de mí ―sisea―. La has jodido del todo.
Mi ceño se profundiza mientras intento crear una lista de mis últimos tratos, y
en qué puedo haberme expuesto. Pero no, nunca lo hago. Nunca me pongo en
peligro.
―¿De qué se trata? ―espeto.
Miro detrás de él y veo a más agentes del FBI y a la policía fuera,
revolviendo entre mi puta basura. Otro equipo derriba la puerta lateral de la
cocina de una patada, probablemente dándole un susto de muerte a la anciana
señora Tereza, mi cocinera.
―¿Qué mierda haces aquí? ―siseo.
―Nuestro trato ―responde Torres a su vez con un gruñido―. Tú mismo lo
dijiste, yo miro hacia otra parte siempre y cuando tu familia salga del negocio de
las chicas y las drogas y toda esa mierda.
―Y lo he hecho ―escupo.
―No me mientas, Darko.
Juro por Dios que estoy a punto de darle un puñetazo en toda la cara. De
hecho, incluso llego a levantar la mano antes de que Bastiam me sujete.
―Tranquilo, jefe ―murmura.
Torres me mira con frialdad.
―Te has pasado de la raya, señor Ilic.
―No he hecho tal…
―¡Ahí está!
Reconozco la voz al instante; es Justino, el padre de Catalina. Está gritando
fuera, tirando de la chaqueta de un agente del FBI mientras me señala con el
dedo.
―¡Ahí está! ¡Es el que la secuestró!
Se me tensa la mandíbula.
―¡Me la ha robado!
―¿Qué es esta mierda? ―siseo mientras Tomy entra por la puerta,
tropezándose y claramente bebido, guiando al agente del FBI que lo acompaña.
―¿Señor Ilic? ―dice Torres en voz baja.
―Qué ―siseo.
―Este hombre dice que has secuestrado a su hija, una tal señorita Catalina
Rocha.
Siento como la rabia emana de mí; doy un paso hacia Justino y abro la boca.
―Este hombre es…
Me detengo.
¿Qué puedo decir? ¿Que es un hombre que solía vender drogas para mi
organización, una organización que es claramente criminal? Ya, hay ciertas cosas
que nunca le dices a ningún agente del puto FBI. Torres sabe quién soy y a qué
me dedico, pero no tengo el mismo tipo de acuerdo con los otros treinta con los
que ha venido.
Y además, ¿qué más podría decir? ¿Que gané a la hija de Justino en una
maldita partida de cartas? Sí, tampoco me imagino que eso vaya a ir demasiado
bien. No me sorprendería que estos cabrones me hicieran cargar con cargos de
tráfico de blancas, ya puestos.
―Este hombre es un mentiroso ―siseo, clavándole el dedo en el pecho a
Justino.
―¡Debería darte vergüenza! ―lloriquea éste, con más dramatismo del que
nunca lo había creído capaz. Hijo de puta, si hubiese sido así de buen actor
durante la partida, puede que no hubiese perdido tanto dinero.
―Esto es absurdo ―gruño, desviando mi mirada iracunda hacia Torres―.
Voy a llamar a mis abogados y…
―¿Agente Torres?
Me giro en seco, pero mi rostro se endurece al ver a otro agente del FBI, y a
lo que tiene entre las manos.
Es el vestido de Catalina.
Torres maldice en voz baja.
―¡Busquen por toda la casa! ―ruge, y toda la puta multitud del FBI y la
policía salen en desbandada por toda mi propiedad―. ¡Encuentren a la chica!
―ladra, antes de girarse hacia mí.
Ése es mi límite. Suelto un rugido, abalanzándome sobre Justino, pero un
montón de agentes se apilan sobre mí, haciendo que caiga de rodillas. Justino da
un salto hacia atrás como el cobarde que siempre ha sido, y al instante siguiente
vuelvo a estar en pie, sacudiéndome a esos agentes debiluchos de encima y
yendo por él de nuevo. Esta vez son siete los agentes que me hacen caer, y ahora
sí que me quedo quieto al sentir el frío metal del cañón de una pistola contra la
nuca.
―Tranquilo, Darko ―sisea Torres―. Tú tranquilízate.
―¡Es mía! ―rujo, cegado y sin dejar de empujarlos, intentando ponerme en
pie para poder acudir a ella antes de que ninguno de estos bastardos pongan las
manos encima de mi preciosa Catalina―. Quítenme las putas manos de…
Y entonces la oigo, y se me rompe el corazón. Está chillante, gritando mi
nombre y luchando contra ellos.
En un instante estoy en pie, tirándolos a todos al suelo, quitándole la pistola
de la mano a Torres de una patada y probablemente rompiéndole los dedos en el
proceso. Grita, pero yo ya estoy saltando fuera de él y corriendo directo hacia
Catalina mientras tres agentes intentan sacarla a rastras por la puerta.
El golpe llega salido de la nada, y gruño al caer al suelo.
Empiezo a desvanecerme, todo da vueltas a mi alrededor y lo último que veo
es a ella, gritando y soltándose de los agentes para salir corriendo en mi
dirección.
Y después caigo inconsciente.
12
CATALINA
Grito cuando el agente del FBI golpea a Darko en la cabeza con una pistola,
tirándolo al suelo. Me revuelvo sin pensar siquiera, alcanzando a pegarle a uno
de los hombres que me sujeta en la canilla con el talón y al otro en las pelotas
con la rodilla. Su agarre sobre mí se debilita y me deshago de sus manos,
echando a correr hacia el hombre al que amo.
Está gruñendo pero consciente, tirado en el suelo, y me arrodilló junto a él,
tomando su cabeza entre las manos para guiarla hasta mi regazo y abrazándolo.
―Oh, Dios, por favor, estarás bien… ―susurro con fiereza contra su oído,
acariciándole el ceño fruncido.
―¡Es mi chica!
Levanto la cabeza con brusquedad, fulminando con la mirada a mi padre, que
me sonríe de oreja a oreja.
―Sí, es ella. ¡Sabía que ese bastardo la tenía aquí!
Me pongo de pie de un salto, con el odio reflejado en la cara mientras le siseo
a mi padre.
―¡Mentiroso hijo de puta!
Mi padre ríe entre dientes, agitando una mano en el aire y dirigiéndole al
agente que tiene al lado una mirada de conspiración.
―Está diciendo tonterías. Probablemente la haya drogado o alguna otra
mierda a estas alturas, ¡que el Señor se apiade de ella!
Los agentes del FBI se miran de reojo, sin saber qué hacer. Por fin el agente
al mando, el que ha golpeado a Darko con la pistola, gruñe y niega con la
cabeza.
―Que se termine el espectáculo. Llévense al señor Ilic y a la chica.
―¡No!
Grito cuando tres agentes van por Darko, obligándolo a ponerse en pie justo
cuando empieza a abrir los ojos.
―¡No me ha secuestrado, es mi prometido!
Todos se quedan inmóviles. Darko abre los ojos de golpe, clavándolos en mí.
Parece divertido, y veo como arquea las cejas en mi dirección, a pesar de estar
claramente dolorido.
―Vamos a casarnos ―digo con voz firme―. Dejé a mi padre porque
abusaba de mí físicamente, y vine a la casa de mi novio para alejarme de todo
eso.
Se miran los unos a los otros, como si nadie supiera siquiera qué decir ahora
mismo. Y cuando veo como el agente al mando empieza a sacudir la cabeza, sé
lo que tengo que hacer.
―Hay un archivo en el estudio, sobre el escritorio. ―La voz surge de mi
cuerpo con firmeza, incluso mientras miro fijamente a Darko a los ojos―. Os
dirá todo lo que tenéis que saber sobre ese bastardo. ―Siseo la última palabra,
señalando a mi padre con el dedo. De repente parece muy pálido.
―Vayan por él ―murmura el agente al cargo a uno de sus subordinados, que
sale corriendo. Vuelve unos segundos más tarde, sosteniéndolo entre las manos.
Mi archivo, el que Darko tenía sobre mí antes incluso de conocerme. El que
me llevó hasta él, en realidad, y él hasta mí.
El único documento que contiene hasta el último acto terrible y despreciable
que ha cometido mi padre contra mí.
El agente que sostiene el archivo traga saliva; su expresión se endurece y
mira fijamente a mi padre mientras se dirige a su superior.
―Señor, debería ver esto.
Sé lo que hay dentro; ni siquiera me ha hecho falta mirarlo después de que
Darko me dijera lo que es, pero lo veo de todos modos cuando el agente pasa a
mi lado. Son las visitas al hospital; ocasiones en las que “me he caído por las
escaleras”. Los ojos morados provocados por los deportes que en realidad no
practico.
Hay fotografías, y grabaciones de audio, y pruebas de policías de la zona
siendo sobornados por mi padre para mirar hacia otro lado.
―Santo Dios. ―El agente al mando mira fijamente el archivo que tiene entre
las manos, y su expresión se vuelve más severa. Alza la vista lentamente hacia
mí―. Así que es tu novio, ¿eh?
―Ha dicho prometido ―gruñe Darko en voz baja―. ¿Es que estás sordo?
El agente lo fulmina con la mirada, pero vuelve a centrarse en mí.
―Muy bien, prometido. ¿Y qué edad tiene, señorita?
―Dieciocho. Pronto cumpliré los diecinueve.
Asiente, girándose para mirar a algunos de los demás agentes.
―¿Hay algo más en la casa?
―Nada, el sitio está limpio ―dice uno de ellos, encogiéndose de hombros.
El agente a cargo suspira.
―Mierda, suelten a este hombre.
Los agentes casi no tienen ni tiempo de hacerlo antes de que Darko los esté
empujando a un lado y acercándose a mí a zancadas. Me lanzo a sus brazos y me
toma entre ellos, girándome en el aire y besándome con fiereza, como si no
hubiese nadie más en la habitación mientras vuelvo a ocupar mi lugar entre sus
brazos.
―Mira, los dos sabemos lo que eres, señor Ilic. ―El agente se inclina hacia
él y murmura en voz baja mientras los demás empiezan a recoger sus cosas.
―Eso debería quedar en ti ―escupe Darko en respuesta.
―¿Pero lo sabe ella? ―Sacude la cabeza en mi dirección―. ¿Sabe en qué la
estás metiendo…?
―Lo sabe todo ―dice Darko con brusquedad, interrumpiéndolo antes de
mirarlo con los ojos entrecerrados―. Todo, Torres. Incluyendo lo de tus
donaciones. Recuérdalo.
El agente traga saliva con dificultad antes de girarse hacia mí y asentir
rápidamente con la cabeza en mi dirección.
―Bueno, felicidades en ese caso ―dice rápidamente antes de darse media
vuelta―. Esposen a ese pedazo de mierda ―murmura, haciendo un gesto hacia
mi padre, que chilla cuando lo sujetan y lo arrastran hacia el exterior―. Las
denuncias falsas son unos cargos muy desagradables, señor Rocha ―escupe.
―¿Cuánto tiempo pasará encerrado por algo así? ―pregunto.
El agente Torres se encoje de hombros.
―Ninguno. Recibirá una multa y alguna otra tontería por parte del tribunal.
Me estremezco, girándome lentamente hacia Darko y mordiéndome el labio.
―Yo… ―Niego con la cabeza―. Me siento tan a salvo contigo, y sé que me
protegerás de todo y de todos, pero…
El hombre al que amo asiente, acercándome más a él. Sabe a qué me refiero.
―¿Estás segura?
Asiento. La idea de que mi padre sea libre para ir por mí, o para infligir su ira
y herir a otra persona me hace sentir algo horrible en el estómago.
―Entonces díselo ―me dice suavemente.
―¿Pero qué hay de ti? ―Le aprieto la mano mientras le rozo el pecho
desnudo con la nariz―. ¿No te implicará?
―Querría que lo hicieras incluso si fuera así, dulzura ―ronronea―. Pero no
lo hará. Estoy aislado de todo eso.
Es todo lo que necesito oír; me giro y alzo la voz hacia los agentes del FBI
que están en la puerta con mi padre.
―También es un traficante, saben ―digo en voz alta, haciendo un gesto
hacia mi padre.
El agente Torres arquea las cejas.
―Vaya, es un día lleno de sorpresas, ¿no?
―Hay un escondite…
―Cierra la boca, maldita puta…
Darko se lanza por él, pero los agentes del FBI consiguen frenarlo mientras
sacan a mi padre a rastras de la casa.
―Hay un escondite tras su dormitorio ―le digo al agente Torres―. Hay un
interruptor que lo abre junto a la mesita de noche. Encontrará cocaína,
metanfetamina, dinero y armas.
El agente asiente, y dirige una mirada a Darko.
―De nada ―murmura éste―. Ahora sal de mi maldita casa.
La policía y los agentes salen uno a uno, y Darko se gira hacia el puñado de
los suyos que siguen en la habitación.
―Fuera, ahora ―gruñe. No hace falta que se lo diga dos veces, y se marchan
a toda prisa. Uno de sus hombres, un hombre atractivo de cabello oscuro y ojos
penetrantes, le dirige un asentimiento de cabeza, dándole una palmada en el
hombro.
―Bien jugado, jefe ―murmura, sonriéndole ligeramente antes de guiar a los
demás al exterior.
La puerta no ha tenido casi tiempo de cerrarse antes de que Darko y yo
estemos saltando entre los brazos del otro. Me arrastra hasta el suelo con él,
arrodillándose mientras yo le rodeo la cintura con las piernas, quedando sentada
sobre su regazo mientras me besa con pasión.
―Has pensado muy rápido ―dice con una amplia sonrisa, besándome.
―No podía… Quiero decir, no podía dejar que…
―Nunca dejaré que ocurra, ángel ―dice con fiereza―. Lo juro.
―Sólo quiero estar contigo ―susurro―. Para siempre.
―Y ahí será donde estés ―responde en voz baja, apretándome contra él con
fuerza―. Así que ahora estamos prometidos, ¿eh?
Me sonrojo.
―Sólo quería que te soltaran…
―Cásate conmigo.
Esas palabras prenden un fuego en mi interior, una explosión que se expande
por mi alma y me deja sin respiración y sin palabras.
―Cásate conmigo, dulzura ―gruñe Darko, poniéndose en pie de repente y
alzándome sin esfuerzo con él. Me hace girar, sosteniéndome con fuerza y
mirándome directamente a los ojos.
―Sé mía para siempre.
La respuesta se me escapa de entre los labios antes incluso de pensar en ello,
y el sí que grito levanta ecos por toda la casa una y otra vez mientras el hombre
peligroso, poderoso, pasional y amoroso que me ha hecho suya me levanta en
volandas y me lleva a su dormitorio.
A nuestro dormitorio.
Para siempre.
EPÍLOGO
CATALINA
―Más fuerte.
El pene de mi marido me llena como lo hace siempre; su aroma y la
sensación de su cuerpo me rodea mientras hunde su grueso miembro en mi
interior. Han pasado tres años y todavía me deja sin aliento cuando esa enorme
hombría me penetra.
―Más ―gimoteo, arañándole el pecho mientras embiste dentro de mí. Me
aprieta las nalgas, colocando la boca sobre mi clavícula y arrancándome una
exclamación cuando ataca mi sexo apretado sin misericordia, tal y como me
gusta.
Tres años y dos bebés más tarde, y sigo siendo casi demasiado estrecha para
él.
―Vas a llegar tarde ―jadeo.
―Entonces llegaré tarde ―gruñe, moviendo las caderas y enterrándose en mí
por completo, perdiéndose entre mis piernas.
Estamos en nuestro dormitorio, con la luz de la luna jugando sobre el océano
y bañando la habitación con un suave brillo blanco. Ahora todo es legítimo, y me
refiero al imperio de Darko. Bueno, o al menos «casi todo». Se acabaron las
armas, las drogas, la prostitución y el porno. Resulta que mi marido es un
hombre de negocios de lo más aplicado, y ha convertido el negocio con el que se
hizo en todo un imperio. En lugar del crimen, la organización que heredó ha
pasado a ser de gestión financiera y ha crecido, y a día de hoy es uno de los
mayores fondos de cobertura del país.
―Además ―gruñe mi marido contra mi oído, pellizcándome el clítoris lo
suficiente para hacerme gritar―, no voy a ir a ningún lado hasta que esta vagina
tan estrecha me saque hasta la última gota de semen de mi enorme pene.
Le da énfasis a sus últimas palabras con unos embistes que me llenan y me
hunden en el colchón que tengo debajo. Grito, arañándole la espalda y
urgiéndole con las caderas.
―Ya he acabado, sabes.
―Lo sé ―ronronea.
―Dos veces.
―Bueno, pues vas a volver a hacerlo para mí ―me gruñe al oído. Gimoteo
cuando sus dedos descienden y dibujan un lento círculo alrededor de mi ano. Lo
empuja dentro, y sabe que eso me vuelve loca. Sumado a la enorme sensación de
su hombría en mi interior, los dos sabemos que va a conseguir arrancarme un
tercer orgasmo en nada de tiempo.
Fija los labios alrededor de un pezón y empieza a entrar y salir de mi cuerpo,
una y otra vez, hasta que estoy lista para explotar. Hasta que estoy chillando y
arañándole con la fuerza suficiente como para dejar marcas.
Hasta que estoy lista para derretirme para él.
―Acaba para mí, dulzura ―gruñe―. Hace que esta dulce vagina libere todos
sus jugos sobre mi pene, y te prometo que te dejaré con una buena carga de
semen caliente y mojado dentro de ti. Y mientras estoy fuera esta noche, lo
tendrás dentro.
―Oh, mierda ―exclamo.
Me ha dejado embarazada en dos ocasiones, y en ambas me ha parecido lo
más excitante del mundo. La primera vez fue poco después de conocernos, y el
segundo ocurrió apenas dos meses de que naciera nuestro hijo. Ahora, tras tener
a nuestro hijo y a nuestra hija, todavía está por decidir si intentaremos tener un
tercero.
Pero yo quiero uno, y sé que él también. Me encanta la sensación de tener
dentro algo que él ha puesto ahí, algo que hemos creado en mi interior. Me
encanta el aspecto que tengo con el abdomen hinchado y los pechos sensibles, y
por si no quisiera ya saltar sobre sus huesos en todo momento, cuando estoy
embarazada llegamos a pasarnos meses sin salir del dormitorio.
Además, a Darko le encanta cuando estoy embarazada. Antes era insaciable,
pero en cuanto empezó a notarse el embarazo la primera vez, era un milagro que
consiguiera hacer nada sin que fuera por mí y me follase contra la pared, sobre la
mesa del comedor, en la ducha o, qué demonios, en el mismo suelo.
Y no es que me queje.
Para nada.
―¿Te gustaría eso? ―gimoteo, muy cerca de acabar.
―Quiero que tengas un hijo mío dentro todo el tiempo ―gruñe―. Te quiero
hinchada con ellos, como la diosa que eres.
Su miembro embiste muy dentro de mí; los sonidos húmedos de mi sexo
apretándose a su alrededor invaden la habitación.
―Así que acaba para mí, dulzura. Acaba para mí para que pueda vaciarme
por completo bien dentro de este agujero tan apretado. Y si eres una buena chica
―me gruñe contra el oído, haciendo que una descarga eléctrica descienda entre
mis piernas―. Si eres una buena chica, dejaré que me la limpies con esos
bonitos labios que tienes.
Es como apretar un interruptor. El orgasmo me recorre, todo mi cuerpo se
tensa a su alrededor como si estuviera intentando arrastrarlo a mi interior. Darko
ruge mientras embiste; siento sus testículos estremeciéndose contra mis nalgas, y
grito al sentir el pulso cálido de su semilla vertiéndose dentro de mí.
Todavía estoy jadeando cuando empieza a moverse de nuevo.
―Oh, Dios, ¿qué estás…? Mierda.
Mi orgasmo se convierte en dos cuando sigue moviéndose dentro y fuera de
mí. Su pene sigue duro como el acero, y él sólo gruñe como un animal contra mi
cuello mientras empieza a follarme con esa gruesa hombría, entrando y saliendo
de mi vagina empapada.
―¡Oh, Dios, Darko!
No se detiene, con la semilla de su primer orgasmo goteando entre nosotros y
cubriéndome el sexo y los muslos. Puedo sentir como resbala de mi interior y me
baja por las nalgas, jugando con mi ano mientras su miembro se hunde en mí una
y otra vez.
Acabamos juntos, yo gritando y casi perdiendo la conciencia y él rugiendo
mientras vuelve a vaciarse dentro de mí. Pasamos a un ritmo suave, poco a poco,
antes de detenernos por completo, jadeando en busca de aire.
―Tú… ―murmuro, rozándole el pecho con la nariz cuando se tumba boca
arriba y me lleva entre sus brazos―. ¿De dónde ha salido eso?
Sonríe de oreja a oreja.
―Tenías razón; quiero un tercero.
―Yo también ―susurro.
―Y quiero uno ahora, así que… ―Se encoge de hombros―. Sólo quería
asegurarme.
Suelto una risita, irguiéndome lo justo para besarlo.
―Bueno, creo que has hecho un buen trabajo asegurándote.
Jadeo cuando me sujeta la mano y me la coloca entre mis propias piernas. Sé
lo que quiere, y siento como me cosquillea el cuerpo en respuesta. Pego la mano
contra mi sexo pegajoso y mojado por él, y después aprieto las piernas con
fuerza.
―Quédate así hasta que vuelva ―susurra, besándome.
―Sabes, vas a llegar tarde de verdad a tu partida de cartas ―respondo,
poniendo los ojos en blanco mientras le devuelvo el beso.
Pero él sólo se encoje de hombros.
―No importa.
―¿Oh?
Sonríe, inclinándose para volver a apretar los labios sobre los míos.
―Ya he ganado.

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