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Qué es un Dogma?

Desde siempre las verdades de la Fe reveladas por nuestro Divino Salvador Jesucristo,
fueron enseñadas y transmitidas por Su Iglesia. De los primeros tiempos del cristianismo
nos queda el testimonio de los “símbolos”. Símbolo es lo que hoy llamamos Credo,
conjunto de las principales verdades que se enseñaban a los fieles, que según los tiempos se
completaron o explicaron mejor para dar más luz sobre ellas. El Credo que hoy rezamos
nos llega desde el tiempo de los Apóstoles. Con el correr del tiempo aparecieron
necesidades, desviaciones, errores; y por lo mismo la Iglesia debió exponer, rectificar,
aclarar. Y para ello debió expresar con palabras muy exactas que no fueran susceptibles de
cambios ni de diversas interpretaciones, porque son reveladas, vienen directamente de Dios.
La Iglesia, que es Madre, las custodia, cuidando que sean bien entendidas, para que con la
gracia de Dios sean creídas y vividas por sus hijos.
Origen y significado de la palabra dogma
La palabra griega dogma, desde antes de Cristo y hasta el siglo IV significaba ley, decreto,
prescripción, tanto en lo autores profanos y filosóficos como también en la versión de los
Setenta del Antiguo Testamento, en los escritores del Nuevo y en la primitiva literatura
griega. Al llegar el siglo IV algunos autores como San Cirilo de Jerusalén y San Gregorio
de Nicea dan el nombre de dogma solamente para las verdades reveladas. En el siglo V este
sentido específico fue adoptado por casi todos los autores cristianos y es el que ha tenido
desde entonces y tiene ahora. Así incorporado a la literatura cristiana tanto en latín como en
las lenguas vernáculas, dogma es una verdad revelada por Dios y enseñada por el
Magisterio infalible de la Iglesia.
Verdad contenida en el depósito de la Fe
“Una verdad revelada por Dios”. El dogma es una verdad que pertenece a la revelación
cristiana, que ha de encontrarse por consiguiente en la Sagrada Tradición o en la Sagrada
Escritura, las que tomadas en conjunto constituyen el depositum fidei –depósito de la fe-
que contiene todas las verdades comprendidas en la revelación cristiana. Los dogmas son
verdades recibidas de Dios - no doctrinas humanas - que se exponen en palabras adecuadas
y precisas –se definen- en el momento oportuno de la historia, según los designios de Dios
que guía y gobierna a la Iglesia. Leemos en la “Constitución Dogmática I sobre la Iglesia
de Cristo”, documento del Concilio Vaticano I:
“Los Romanos Pontífices, según lo persuadía la condición de los tiempos y de las
circunstancias, ora por la convocación de los Concilios universales, o explorando
el sentir de la Iglesia dispersa por el orbe, ora por sínodos particulares, ora
empleando los medios que la divina Providencia deparaba, definieron que habían
de mantenerse aquellas cosas que, con la ayuda de Dios habían reconocido ser
conformes a las Sagradas Escrituras y a las tradiciones Apostólicas; pues no fue
prometido a los sucesores de Pedro el Espíritu Santo para que por revelación
suya manifestaran una nueva doctrina, sino para que con su asistencia,
santamente custodiaran y fielmente expusieran la revelación transmitida por los
Apóstoles, es decir, el depósito de la fe”.
Verdad y fórmula con que el dogma es expuesto a la Iglesia
En el dogma distinguimos dos partes: la verdad y la fórmula con que esta verdad es
propuesta. La fórmula es evidentemente susceptible de evolución, pero no la verdad en ella
contenida; por lo tanto erraron los modernistas cuando afirmaron que también la verdad
expresada en la fórmula era susceptible de evolución. También erraron los pragmáticos al
afirmar que los dogmas no son más que una serie de recetas prácticas para dar normas al
creyente hacia la salvación. La Iglesia nos enseña que el dogma puede variar en cuanto a la
forma, teniendo ella una perfección relativa, pero no en cuanto a la sustancia, porque la
misma es, siendo verdad, absoluta e inmutable. Únicamente en este sentido debe entenderse
la frase “evolución del dogma”. El dogma de la Inmaculada se proclamó en el siglo pasado,
pero ya estaba contenido en las Sagradas Escrituras y en la Tradición. La Iglesia no hizo
otra cosa que sacarlo de allí para definirlo en forma simple.
MADRE DE DIOS
“De este dogma de la Divina Maternidad, como fuente de un oculto manantial, proceden la
gracia singularísima de María y su dignidad suprema después de Dios. Más aún, como
admirablemente escribe Santo Tomás de Aquino, la Bienaventurada Virgen María, en
cuanto es Madre de Dios, posee cierta dignidad infinita, por ser Dios un bien infinito. Lo
cual explica y desarrolla más extensamente Cornelio a Lápide con estas palabras: La
Santísima Virgen es Madre de Dios, luego posee una excelencia superior a la de todos los
ángeles, más aún de los serafines y querubines. Es Madre de Dios, luego es purísima y
santísima, y tanto que después de Dios, no puede imaginarse mayor pureza y santidad...”
El dogma de la Divina Maternidad comprende dos verdades:
1- María es verdadera madre, es decir, ha contribuido a la formación de la naturaleza
humana de Cristo con todo lo que aportan las otras madres a la formación del fruto de sus
entrañas.
2- María es verdadera Madre de Dios, es decir, concibió y dio a luz a la segunda persona de
la Santísima Trinidad, aunque no en cuanto a su naturaleza divina, sino en cuanto a la
naturaleza humana que había asumido.
VIRGINIDAD DE MARÍA
“El Dios de inmensa bondad, Creador de todas las cosas, por cuya admirable providencia
todo es regido, habiendo amado al mundo hasta decretar darle a su Hijo infinito para su
redención, escogió de antemano de entre todas las criaturas, a María, virgen purísima y
santísima, de real estirpe, para realizar tan grande e inefable misterio. De ahí que con la
intervención de la virtud del Espíritu Santo, que la cubrió con su sombra, como la lluvia
que desciende como rocío de cielo en el vellón, la hizo Madre de su Unigénito, y
juntamente con la riquísima fecundidad, conservó perpetuamente pura la flor de su
virginidad, cuya virtud y hermosura admiran el sol, la luna, la naturaleza mira con pasmo y
el infierno mismo se estremece ante ella.”
El dogma de la Perpetua Virginidad de María quedó definido por el tercer Concilio de
Letrán celebrado por el Papa San Martín I en el año 649:
“Propia y verdaderamente la Madre de Dios, la Santa y siempre Virgen María... concibió
sin semen viril, del Espíritu Santo, al mismo Verbo de Dios, y de manera incorruptible dio
a luz”
INMACULADA CONCEPCIÓN
“¡Ave María!” Con estas palabras saludamos siempre y en todas partes a la que las oyó por
primera vez en Nazareth. Al recibir este saludo, fue llamada por su nombre; así la llamaba
su familia y los vecinos que la conocían; con este nombre fue elegida por Dios. El Eterno la
llamó por este nombre ¡María! ¡Miriam! Sin embargo cuando Bernardita le preguntó su
nombre, no contestó “María”, sino “Yo soy la Inmaculada Concepción”.
“La Iglesia Católica enseña que María es Inmaculada. Con este título se expresa aquel
privilegio singular por el cual la Madre de Dios, al ser concebida, no contrajo la mancha del
pecado original. Creemos como verdad de fe, que el alma de María desde el primer instante
de su existencia, estuvo adornada con la gracia santificante. Creemos que no hubo
momento alguno en el cual María se hallase en enemistad con Dios; creemos que en
ninguna circunstancia de su vida, ni siquiera en el instante de su concepción, estuvo
sometida a la esclavitud del demonio, proveniente del pecado”.
ASUNCIÓN DE MARÍA
“Pronunciamos, Declaramos y Definimos ser Dogma divinamente revelado que la
Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, terminado el curso de su vida terrestre
fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial”.

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