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Religión Catolicismo
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Pero también halló detractores desde esas épocas tempranas: el caso más
claro es el de los gnósticos y el de Nestorio. Los primeros, al distinguir el alma
y el cuerpo como contrarios, uno bueno y el otro malo, negaban que un Dios
pueda hacerse hombre realmente. Sus doctrinas fueron combatidas por los
primeros padres como Justino, Ireneo, Tertuliano.
El ataque más fuerte vino de parte de Nestorio, patriarca de Constantinopla,
quien hacía de Jesús un simple alojamiento de la divinidad (Theophoron,
‘portador de dios’) y, por ende, predicando que María no podía ser llamada
Madre de Dios a la cual llamaba Christotokos. Su mayor contrincante fue Cirilo
de Alejandría quien defendió el título dado por los Padres de la Iglesia a María
de Theotokos. Un sínodo en Roma en el año 430 condenó las enseñanzas de
Nestorio. El Concilio de Éfeso en 431, luego de gran lucha por parte de los
partidarios de Nestorio terminó condenando su doctrina y reafirmando
oficialmente como dogma la doctrina de la maternidad divina, al mismo tiempo
la personalidad única y divina de Jesucristo bajo las dos naturalezas humana y
divina:
Pues, no decimos que la naturaleza del Verbo, transformada, se hizo carne; pero tampoco que se
trasmutó en el hombre entero, compuesto de alma y cuerpo; sino, más bien, que habiendo unido
consigo el Verbo, según hipóstasis o persona, la carne animada de alma racional, se hizo hombre
de modo inefable e incomprensible y fue llamado hijo del hombre, no por sola voluntad o
complacencia, pero tampoco por la asunción de la persona sola, y que las naturalezas que se juntan
en verdadera unidad son distintas, pero que de ambas resulta un solo Cristo e Hijo; no como si la
diferencia de las naturalezas se destruyera por la unión, sino porque la divinidad y la humanidad
constituyen más bien para nosotros un solo Señor y Cristo e Hijo por la concurrencia inefable y
misteriosa en la unidad... Porque no nació primeramente un hombre vulgar, de la santa Virgen, y
luego descendió sobre Él el Verbo; sino que, unido desde el seno materno, se dice que se sometió a
nacimiento carnal, como quien hace suyo el nacimiento de la propia carne... De esta manera [los
Santos Padres] no tuvieron inconveniente en llamar madre de Dios a la santa Virgen.
Concilio de Éfeso
Asunción de María
Artículo principal: Asunción de María
Este dogma no encuentra relatos bíblicos que lo sustenten, sino que se basa
en la tradición. Entre los Padres de la Iglesia, los primeros en referirse a la
asunción son san Efrén y san Epifanio. A partir del siglo V se componen
numerosos relatos apócrifos denominados Transitus Mariae u Obsequia
Virginis, que narran la muerte de María y su posterior resurrección o asunción
(según la tradición que sigan). A partir del siglo VI se celebra tanto en Oriente
como en Occidente una fiesta mariana el 15 de agosto que bajo diversos
nombres (Dormitio, Assumptio, Transitus, Pausatio, Dies natalis) celebra la
muerte de María o su asunción. Del siglo VII al siglo X, los autores eclesiásticos
se dividen. Unos aceptan la asunción de María; otros la muerte normal de
María que espera la resurrección o consideran que no se sabe cuál fue el
destino final de la Virgen. A partir del siglo X se asume la convicción piadosa de
que María fue asunta al cielo tanto en Oriente como en Occidente. El hecho de
que en el ámbito protestante se negara la asunción de María muestra que era
considerada una doctrina cierta, a pesar de no haber sido definida
dogmáticamente. La primera petición a Roma pidiendo la definición fue
presentada por Cesáreo Shguanin en el siglo XVIII. A esta siguieron otras
muchas, entre ellas la de Isabel II de España. En 1946, Pío XII envió la
encíclica Deiparae Virginis a todos los obispos católicos, consultando si
deseaban y veían posible esta definición. Dada la respuesta afirmativa
mayoritaria definió el dogma el 1 de noviembre de 1950 en la Constitución
Apostólica Munificentissimus Deus, citada más arriba. Al hacerlo, evitó
pronunciarse sobre la cuestión de si la Virgen murió y fue inmediatamente
resucitada, o si fue asunta al cielo sin pasar por la muerte, eligiendo
cuidadosamente las palabras "terminado el curso de su vida terrena".
Es el papa Juan Pablo II quien nos precisa que “el cuerpo de María fue
glorificado después de su muerte. En efecto, mientras para los demás hombres
la resurrección de los cuerpos tendrán lugar al fin del mundo, para María la
glorificación de su cuerpo se anticipó por singular privilegio” (Audiencia general
del 2 de noviembre de 1998, n.º 1).
Oraciones marianas
Entre las más populares de las oraciones a la Virgen María se encuentran:
El Ave María.
El Santo Rosario, donde se meditan los principales misterios cristianos.
Las tres avemarías dedicadas a María en su relación con la Trinidad: el
poder que le concedió el Padre, la sabiduría que le concedió el Hijo y el
amor que le concedió el Espíritu Santo (Véase el artículo Matilde de
Hackeborn).
La Salve o Salve Regina.
El Ángelus que se reza cotidianamente al mediodía.
El Regina Coeli que sustituye al Angelus en el tiempo litúrgico de la Pascua
católica.
El Memorare, oración Mariana atribuida a San Bernardo de Claraval,
conocida por su primera palabra, "Acordaos".
Las Letanías lauretanas, letanías dedicadas a la virgen María.
El Magnificat, cántico de María aparecido en el Nuevo Testamento.
La Coronilla de Nuestra Señora de las Lágrimas.
Apariciones marianas
Artículo principal: Apariciones marianas
El papel importante de María en la fe y práctica dentro del catolicismo se
expresa en los templos dedicados a ella, algunas veces estos templos son
llamados Santuarios que sirven de señal de una manifestación especial de
María, un milagro o una aparición. Un ejemplo típico es el famoso santuario de
la Virgen de Lourdes en Francia, la Virgen de Guadalupe en México, que tiene
su raíz primigenia en la Patrona de la Hispanidad del Real Monasterio de Santa
María de Guadalupe, (Extremadura, España) o el de Nuestra Senõra de
Fátima en Portugal.