La confesión de boca es necesaria. ¿La he hecho yo? ¿He manifestado públicamente mi fe
en Jesucristo como el Salvador a quien Dios resucitó de los muertos? Lo he hecho como Dios manda? A esta pregunta yo mismo debo responder con toda sinceridad. También se necesita fe en el corazón. Creo sinceramente en Jesús resucitado? Confío en ÉI como en mi única esperanza de salvación? Brota de mi corazón esta confianza? La respuesta debo darla en la presencia de Dios. Si en verdad puedo responder afirmativamente que he confesado a Cristo y he creído en El, soy salvo. El texto no dice que podría ser así. Su afirmación es categórica y tan evidente como el sol que brilla en los cielos: ¡serás salvo! Como creyente y confesor, puedo poner mi mano sobre esta promesa y presentarla delante de Dios, ahora, durante mi vida, en la muerte y en el día del juicio. Debo ser salvo del castigo del pecado, del poder del poder pecado, de la mancha del pecado y, por último, del pecado mismo. Dios ha dicho: ¡serás salvo! Lo creo. Seré salvo. Soy salvo. iGloria a Dios por siempre jamás!
_“Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo.”_ *Romanos 10:9*