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WHITE TRASH

El despertar de la 'escoria blanca', los


olvidados que Trump sacó del armario
"Morralla humana", "hez de la tierra", "comearcillas",
"tunantes"... La sociedad americana lleva siglos dedicando
estas lindezas a su clase blanca, rural y pobre. Una estirpe
de marginados cuyo origen se remonta al sistema de clases
británico.

 

 

 

 

 

 

Partidarios de Trump (y del Ku Klux Klan) gritan durante un mitin en Columbia.-
REUTERS
MADRID
19/10/2020 22:47 ACTUALIZADO: 07/01/2021 09:34
JUAN LOSA
 @jotalosa
Con la creciente polarización política en EEUU ha emergido de nuevo en boca de
analistas y opinadores de índole diversa la llamada "escoria blanca", una etiqueta que
acompaña desde hace cuatro siglos a toda una estirpe de hombres y mujeres pobres de
necesidad, blancos, sin apenas educación, religiosos hasta el fanatismo y xenófobos.
Aderecen lo anterior con un buen arsenal de armas casero y ya tienen el pack completo. 
Son la white trash, aunque históricamente han recibido todo tipo de lindezas
provenientes de las clases privilegiadas, vayan por delante algunas a modo de aperitivo:
"basura", "timadores perezosos", "comedores de arcilla", "crackers",
"destripaterrones"... Su mera existencia es la prueba de que algo no fue del todo bien en
el supuesto edén de las libertades, la cara b de un sueño americano que prometía
movilidad social y que devino en gueto y marginación. 
"La verdad sobre estas comunidades disfuncionales y de baja escala es que merecen
morir. Económicamente son activos negativos. Moralmente son indefendibles.
Olvídese de toda su basura teatral barata de Bruce Springsteen... La clase baja
estadounidense blanca es esclava de una cultura viciosa y egoísta cuyos principales
productos son la miseria y las agujas de heroína usadas. Los discursos de Donald
Trump los hacen sentir bien. También lo hace el OxyContin", mugía el comentarista
ultraconservador Kevin D. Williamson en The National Review. 
Un grupo de hombres armados durante las protestas en el Capitolio de
Michigan.- REUTERS.
Desde extremos opuestos del espectro ideológico, la white trash ha ido recibiendo a lo
largo de su historia todo tipo de desaires y humillaciones. Tuvo que ser un
multimillonario de rostro azafranado llamado Donald Trump el que les guiñara el ojo
por primera vez. O mejor, el primero en entender que para redimir sus angustiadas
almas bastaba con un puñado de promesas –a cual más ilusoria– y un buen plantel de
chivos expiatorios, ya sean migrantes, antifas o el establishment político. 
Sobra decir que le funcionó. Trump alcanzó en 2016 la mayoría del voto blanco sin
formación académica, es más, lo hizo con una diferencia con respecto a Hillary Clinton
de casi 40 puntos. Una ventaja que terminó por dinamitar Joe Biden en los pasados
comicios dando paso al reñido escrutinio final por todos conocido. 

Sea como fuere, algo está cambiando en los recodos del imperio. La basura blanca ha
salido del armario y lo ha hecho convenientemente pertrechada de subfusiles y
metralletas varias, pero también de un discurso tan reaccionario, liberticida y racista que
abruma. El ascensor social, ese mito fundacional sobre el que se erigió la nación
estadounidense, se averió hace tiempo y sus parias parecen haber encontrado la rabia
que se habían dejado por el camino.
Una familia blanca de Alabama presentada en 1913 como "celebridades"
porque habían escapado de los efectos debilitantes de la anquilostomiasis,
endémica entre los blancos pobres del sur debido a las malas condiciones
sanitarias y al fenómeno de "comer arcilla".

Una "morralla" fundacional


"Todos los periodos de la cacareada historia del desarrollo del continente
norteamericano muestran su particular taxonomía de morralla humana, es decir, de
gentes tan indeseables como irrecuperables", escribe la profesora Nancy Isenberg
en White trash (Capitán Swing, 2020). Dicho de otro modo; que antes de que se
acuñara el término de "escoria humana", ya existía el de "palurdo", y antes el de
"destripaterrones" o "comearcillas", y así hasta el nacimiento de una nación.
La retahíla de agravios no cesa y se remonta a las primeras colonias. Así lo explica
Isenberg: "Lo que hicieron los colonos británicos fue promover un doble plan de acción:
el primero pasaba por reducir la pobreza en Inglaterra, y el segundo consistía en
trasladar a la población ociosa e improductiva al Nuevo Mundo". Así, los colonos más
avanzados comenzaron a explotar a los trabajadores no libres (criados, esclavos y niños)
y a blasfemar contra esas "clases prescindibles" de las que no podían obtener ningún
beneficio. 
De ahí al ostracismo solo hay un paso. La "escoria blanca" evidencia una
contradicción in terminis, la de una cultura que tiene en alta estima la igualdad de
oportunidades pero que es, a la vez, un surtidor de desigualdades sociales. Una tensión
heredada del sistema de clases británico y que se ha perpetuado a lo largo de los siglos.
Como apunta Isenberg: "La independencia americana no erradicó por arte de magia las
arraigadas creencias sobre la pobreza y la deliberada explotación de la fuerza de trabajo
humana". Y de aquellos polvos, estos lodos.

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