Está en la página 1de 3

SEMINARIO MAYOR SAN JOSÉ DE ZIPAQUIRÁ

PATRÍSTICA
I TEOLOGÍA
JOHN NOVA PAMPLONA, PBRO FECHA: 18 SEPTIEMBRE DE
2020
HELMER FABIÁN DE LA RUE LEÓN

La Encarnación del Verbo


San Atanasio nació en Egipto, específicamente en Alejandría en el 295 d.C. Siendo
diácono acompañó el concilio en Nicea. Es fundamental afirmar que la obra tiene un contenido
con bastantes términos cristológicos, teniendo en cuenta que se sitúa en la época en la cual brotan
las raíces del pensamiento arriano:
En la parte precedente, hemos discutido suficientemente algunas argumentaciones
de entre otras muchas: el error de los gentiles sobre los ídolos y su culto supersticioso,
cómo se originó en un principio este error y que fue la malicia de los hombres la que les
hizo imaginar la idolatría. Además, con la gracia de Dios, hemos dado algunas
indicaciones sobre la divinidad del Verbo del Padre, sobre su providencia y su poder
universal: que el buen Padre ordena el universo por medio de él y que el universo es
movido por él y en él recibe la vida'. Por consiguiente, pues, bienaventurado y verdadero
amigo de Cristo, por la fe de la piedad, expongamos con todo detalle lo referente a la
encarnación del Verbo y mostremos su divina manifestación a nosotros, que los judíos
calumnian y de la que los griegos se burlan, pero que nosotros adoramos; así la aparente
humillación del Verbo te proporcionará una mayor y más fuerte piedad hacia él. Pues
cuanto más es objeto de burla entre los no creyentes, tanto mayor es la prueba que nos
proporciona de su divinidad, puesto que lo que los hombres no pueden comprender por
juzgarlo imposible, él nos lo presenta como posible', y aquello de lo que se burlan los
hombres como inconveniente, esto mismo, él, por su bondad, nos lo presenta como
conveniente, y aquello de lo que los hombres se ríen al explicarlo como algo humano, por
su fuerza él nos lo muestra como divino. Con su aparente degradación en la cruz él
destruye la ilusión de los ídolos y persuade invisiblemente a los burladores e incrédulos a
reconocer su divinidad y su poder. (La Encarnación del Verbo I, 1).
De acuerdo con el autor, toda acción del Padre es perfecta y desde luego que la
Encarnación del Hijo de Dios es muestra de ello. Atanasio recorre desde la creación, refutando a
aquellos que no eran creyentes del poder creador del Padre, una creación ex nihilo que para tantos
parece imposible. Por tanto, expresa que Dios Padre no se puede reducir a un simple demiurgo
que organiza la materia al encontrarla, sino que todo se ha creado gracias al Verbo (Λογοσ). De
igual modo, asevera que le otorgó al género humano la capacidad racional y la libertad, para que
de esta manera pudieran alcanzar la tan anhelada felicidad. Empero, desafortunadamente el ser
humano fue creado, pero no pudo mantenerse puro e incorrupto y es precisamente ahí donde se
ve necesaria la Encarnación, donde el Verbo se manifiesta en una humanidad sin dejar de ser
Dios.
Es así como a lo largo de toda la Revelación puesta por escrita en la Biblia, evidencia la
caída en el pecado y el esfuerzo de Dios por restablecer la dignidad del hombre. Pero no bastó
con estas manifestaciones al Pueblo de Dios para que se pudieran convertir de lleno hacia el
Amor de Dios. Ni siquiera los profetas fueron escuchados, tanto así que algunos fueron
martirizados acusándolos de blasfemos. Por ello, el Padre envía a su primogénito, que existía
desde siempre y para siempre, para que de esta forma se salve todo y nada se pierda:
Tal vez te admires de por qué, pretendiendo de algún modo hablar de la
encarnación del Verbo, relatamos ahora el principio de la humanidad. Pero éste no es
ajeno al fin de nuestra exposición. Pues es necesario que, al hablar de la manifestación del
Salvador a nosotros, hablemos también acerca del inicio de la humanidad, para que sepas
que nuestra culpa fue la razón de su venida y que nuestra transgresión convocó la
benevolencia del Verbo, de manera que el Señor vino a nosotros y se apareció entre los
hombres. Pues nosotros fuimos la causa de su encarnación y por nuestra salvación tuvo
compasión de nacer y aparecer en un cuerpo humano. De este modo, pues, Dios creó al
hombre y quiso que permaneciera en incorruptibilidad; pero los hombres, despreciando y
dando la espalda al plan de la divinidad, maquinaron y planearon para sí la maldad, como
se dijo en la primera parte" y recibieron por ello el castigo de la muerte, con el que ya
habían sido amenazados anteriormente. Y no permanecieron como habían nacido, sino
que, como maquinaron, fueron destruidos. Y la muerte les gobierna y les domina. La
transgresión del mandato le devolvió a su naturaleza y, de la misma manera que habían
pasado de la nada al ser, era razonable que sufrieran con el tiempo la corrupción
consecuente a su no existencia". Pues si, teniendo entonces como naturaleza la no
existencia, fueron llamados al ser por la presencia y la benevolencia del Verbo, a esto
habría de seguir que, vaciados los hombres de la comprensión de Dios y vueltos hacia las
cosas que no existen (ya que lo que no existe es el mal, lo que existe es el bien, puesto que
nació de Dios existente), quedaran vacíos también de la existencia eterna. Pero esto
significa que, después de la destrucción, permanecen en la muerte y en la corrupción.
Pues el hombre es, por naturaleza, mortal, puesto que nació de la nada. Pero, gracias a su
semejanza con el que existe, si la hubiera mantenido en la contemplación de Dios hubiera
evitado su corrupción natural y hubiera permanecido incorruptible; como dice el libro de
la Sabiduría: La salvaguardia de la ley es seguro de incorruptibilidad'. Y, siendo
incorruptible, viviría en adelante como Dios, como también señala en algún lugar la
divina Escritura, cuando dice: Yo dile que vosotros sois dioses y todos hijos del Altísimo,
pero vosotros moriréis como hombres y caeréis como uno de los príncipes". (La
Encarnación del Verbo I, 4).
Entonces, con la Venida del Señor al mundo “Καí ό λóγος σαρς ἐγένετο καí ἐσκήνωσεν
ἐν ἡμιν” (Jn 1,14). Se puede observar en toda su vida pública que en su Ser está verdaderamente
la naturaleza humana y la naturaleza divina, sin que la una derogue a la otra; verdadero Dios y
verdadero Hombre, dirá el credo Niceno – Constantinopolitano. Es decir que, Él asumió en su
carne todos los aspectos humanos, pero con su muerte restableció esta realidad, con su
Resurrección desapareció la corrupción, pero cada ser humano deber esforzarse en la caducidad
de su vida por lograr alcanzar esta condición sublime como lo es compartir la resurrección con
Nuestro Señor.
En fin, esta obra magna de este Padre de la Iglesia hace una apología de la importancia de
la Encarnación del Hijo de Dios, tomando en consideración fundamentos bíblicos, junto con
argumentos que yacen propiamente de la razón del mismo hombre. De esta manera, se ve
también cómo la filosofía y el pensamiento griego ayudó a fortalecer y, sobre todo, a defender la
fe en sus inicios hasta nuestros días.

También podría gustarte