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Fadda - de Un Imperio Autoritario y Racista
Fadda - de Un Imperio Autoritario y Racista
El objetivo del presente trabajo es analizar el diálogo que se plantea en el último siglo entre
Gran Bretaña y su imperio o sus imperios. Adoptaré para ello la perspectiva de la madre
patria, es decir, exploraré con qué propósitos y de qué manera Gran Bretaña dominó a
otros países del mundo. En el marco del colonialismo, me concentraré primero en la
situación del Imperio hacia fines del siglo XIX, cuando Gran Bretaña había logrado
sobreponerse al golpe producido por la pérdida de parte sus colonias en Norteamérica y
había además extendido su influencia y control a países africanos, asiáticos y caribeños
hasta construir su segundo imperio, o Imperio de Color, como se lo llamara debido a las
diferentes razas y etnias que éste incluía. Por esta misma razón de diferencias, consideraré
las medidas y políticas adoptadas por el gobierno británico para “civilizar” a sus
colonizados y así evitar amotinamientos. Seguidamente, estudiaré las razones que llevaron
a Gran Bretaña a cambiar su actitud monológica hacia algunas de sus colonias,
otorgándoles a éstas cierto grado de autonomía, y manteniendo a otras en dependencia total
hasta tomar conciencia de que una asociación libre de países independientes, dentro de un
marco de diálogo entre iguales, podría brindarle al Reino Unido mayores beneficios que un
imperio impositivo y dominante. En el marco del poscolonialismo, estudiaré las formas en
que la nueva relación entre Gran Bretaña y sus ex-colonias trae aparejadas nuevas
problemáticas culturales. En resumen, este trabajo pretende rastrear el proceso desde un
imperio autoritario a un Commonwealth basado en el consenso y el pensamiento
localizado, en el cual los conceptos impuestos por la madre patria para justificar y asegurar
su dominio comienzan a deconstruirse, dando paso a nuevos conceptos basados en la
recuperación de la cultura precolonial pero también en el arraigo a la cultura colonizadora.
Hacia fines del siglo XIX, el Imperio Británico constituía la envidia y admiración de otras
potencias mundiales. A pesar de que gran parte de su población no era de origen europeo o
anglosajón o ni siquiera cristiano, el imperio todavía constituía una unidad política que se
denominaba británica puesto que se encontraba unida por instituciones británicas, como la
monarquía, la lengua inglesa, el sistema legal y administrativo británico, y era defendida
por la mayor flota del mundo, la Armada Real.
Sin embargo, la autoridad británica no era uniforme en todo el imperio, sino más bien
tomaba formas variadas de acuerdo al tipo de colonia de que se tratase. Existían
básicamente dos tipos de relaciones, basadas en el Informe Durham de 1839 y de las cuales
daré mayores detalles más adelante:
1. Las colonias blancas como Canadá, el Cabo y Natal en el sur de África, Australia y
Nueva Zelanda, las cuales eras prácticamente autónomas, algunas hasta con
constituciones recortadas siguiendo el modelo de Westminster. A pesar de estar
teóricamente subordinadas al Parlamento inglés, estas colonias decidían sobre sus
propios asuntos internos –según lo estableciera el Informe de Lord Durham en 1839-,
aunque no sobre sus asuntos externos, los cuales eran abordados siempre por Gran
Bretaña.
2. Las colonias de color, que incluían el resto de las posesiones en África, en Asia y
en el Caribe. Éstas no gozaban de libertad alguna, y eran administradas sin consulta
con los pueblos nativos.
Algunos historiadores, como Kitchen (1996), ubican a la India en una categoría aparte.
Según Kitchen, la India era la joya del imperio. La reina Victoria había sido nombrada
Emperatriz de la India y su virrey gobernaba el “subcontinente” como un monarca
absoluto, asistido por un puñado de oficiales administrativos blancos y protegido por el
Ejército Indio.
Ahora bien, la dominación por parte de Gran Bretaña no era solamente política sino
también cultural. En otras palabras, a la par de un imperialismo político y económico
existía también un imperialismo cultural como resultado directo del primero. Tyson (1996)
llama a esta forma de intrusión colonización cultural y dice que la misma consistía en la
imposición del sistema de gobierno y de educación, de los valores y la cultura británicos
con el propósito de denigrar la cultura, los valores y hasta las características físicas de los
pueblos colonizados.
¿De qué manera se llevaba a cabo esta colonización cultural? Para explicar esto vuelvo a
referirme a Tyson, quien utiliza el concepto de ideología o discurso colonialista. Como la
palabra discurso indica, la ideología colonialista estaba fuertemente ligada a la lengua,
puesto que era a través de la lengua que se expresaba el pensamiento de los colonizadores.
Esta ideología estaba basada en la premisa de que el país dominante era superior y, por el
contrario, el nativo y su gente eran inferiores. Sólo la cultura anglo-europea, la cultura
metropolitana, era civilizada o sofisticada. En consecuencia, los pueblos nativos eran
salvajes, retrasados, subdesarrollados. El estudio de la lengua y literatura inglesas se
convierte entonces en el instrumento que utiliza la Corona para imponer su cultura. En
vista de un imperio en expansión se hacía necesario crear una ideología común que
contribuyera a un sentimiento de unidad. En este contexto, la mejor ideología, la más
avanzada era la ideología anglo-europea. Este proceso de colonización cultural requería la
erradicación de la religión, costumbres y códigos de conducta de los pueblos sometidos. En
otras palabras, este monólogo eurocentrista implicaba que los colonizadores se ubicaban
en el centro y los colonizados en los márgenes. La ideología colonialista era
intrínsecamente eurocéntrica e impregnaba los colegios británicos que se establecían en las
colonias. A través de la difusión de la lengua inglesa, la lectura de literatura inglesa y el
debate de ideas inglesas, el imperio iba penetrando en los territorios conquistados y así
cumplía con su objetivo de someter y evitar rebeliones. La colonización cultural producía
súbditos leales a los oficiales británicos y a la corona que éstos representaban, ya que los
colonizados habían aprendido, duramente y a lo largo de varias generaciones, quiénes eran
superiores, y por lo tanto tenían derecho de mando, y quiénes eran inferiores, y por lo tanto
tenían obligación de obediencia.
En la primera década del siglo XX, algunas prácticas coloniales se formalizaron. En 1907,
en la primera Conferencia Imperial –antes denominada Conferencia Colonial- se decide
otorgar el título de “dominios” a Canadá, Terranova (que luego sería incorporada a la
Confederación Canadiense), Australia y Nueva Zelanda. El Cabo, Natal, el Transvaal y el
Estado Libre de Orange –todos en el sur de África- continuarían siendo denominadas
“colonias autónomas” hasta 1910, cuando se unen para formar otro “dominio” bajo el
nombre de Unión Sudafricana. La legalización de la condición de dominio revelaba que
Gran Bretaña era consciente del surgimiento de ideas nacionalistas dentro de su imperio, y
de que, en consecuencia, los lazos coloniales se estaban debilitando. Ciertas circunstancias
internas y externas, como la guerra contra los Boers en África y el desafío naval, industrial
y tecnológico que presentaba Alemania, le estaban demostrando a Gran Bretaña que
probablemente ella necesitaba más a su imperio de lo que su imperio la necesitaba a ella.
Era tiempo de que el diálogo involucrase a interlocutores en un pie de aún mayor igualdad.
Ciertos interrogantes le daban fuerza a las demandas de las colonias de color: ¿se
respetaban los derechos de los nativos, o era el Imperio un medio por el cual los blancos
explotaban a los habitantes locales, forzándolos casi hasta la esclavitud a través de la
fuerza militar? Dentro del gobierno inglés, muchos comenzaron entonces a tomar
conciencia de que el Imperio sólo podría mantener su integridad si ofrecía un marco
diferente dentro del cual las colonias pudiesen desarrollarse y autodeterminarse como
miembros de un Commonwealth multirracial. Ya las colonias blancas se habían convertido
en dominios. Ahora se le prometía a la India que podría integrar este selecto grupo.
Algunos –especialmente dentro del Partido Laborista- pensaban que el desmembramiento
sería inevitable si no se le permitía a todas las colonias autodeterminarse. Pero, en general,
la opinión que recibía más adeptos era la de que la mayoría de las colonias de color aún no
estaban lo suficientemente maduras como para decidir sobre sus asuntos, ya sea internos o
exteriores. Sobre la India misma, a pesar de las promesas, muchos creían que no había
alcanzado la madurez suficiente como para contar con un gobierno autónomo. Sobre las
posesiones en África Gran Bretaña pensaba que los gobiernos autónomos serían posibles
sólo si se producían cambios fundamentales en las estructuras sociales, si los dirigentes
políticos eran entrenados para asumir responsabilidades políticas hacia sus pueblos y no se
dejaban tentar por intereses individuales y egoístas. Si bien los prejuicios raciales seguían
profundamente arraigados, al menos la idea de gobiernos autónomos en el imperio de color
había ingresado en el debate político de Gran Bretaña. Por primera vez se planteaba que las
instituciones británicas no podían transplantarse de un país a otro, no ya por cuestiones de
superioridad contra inferioridad sino simplemente porque se estaba tomando conciencia de
que sociedades diferentes presentan necesidades, valores, políticas y culturas diferentes. En
consecuencia, el concepto de gobiernos independientes iba tomando cada vez mayor
fuerza.
A lo largo de la primera mitad del siglo XX se mantuvo y respetó esta división entre
autonomía interna y dependencia externa siguiendo los lineamientos del Informe Durham.
Sin embargo, finalizada la Primera Guerra Mundial, y para sorpresa de no pocos, el
gobierno británico decide hacer ciertas concesiones a sus dominios en la Conferencia
Imperial de 1926. En esa oportunidad se presenta la Fórmula Balfour, la cual establece que
los dominios serían comunidades independientes dentro del Imperio, en igualdad de
condición unos con otros, sin subordinación alguna ni en sus asuntos internos ni en los
internacionales. Los uniría una lealtad común a la Corona pero estarían asociados
libremente como miembros del Commonwealth de Naciones. La fórmula ponía fin a la
distinción introducida por el Informe Durham casi un siglo antes. Los gobernadores
generales, hasta ese momento jefes de estado en los dominios, se transformarían a partir de
entonces en simples representantes de la Corona, ocupando la misma posición en relación
al Dominio que la del monarca en relación al gobierno de Gran Bretaña.
Aún así, seguía existiendo la supremacía legal del Parlamento imperial en Westminster,
con lo cual no podía decirse que los dominios eran totalmente soberanos. En 1931, luego
de otra Conferencia Imperial (1930), se promulga el Estatuto de Westminster, a través del
cual se ratifica el contenido de la Fórmula Balfour y se elimina completamente la
supremacía del Parlamento británico. A partir de allí, los dominios no estarían ya más
limitados por ley británica alguna, ni pasada, ni futura, a menos que ellos mismos lo
solicitasen y consintiesen a su promulgación. Al mismo tiempo, las leyes promulgadas por
los dominios no podrían ser invalidadas por el Parlamento imperial. La importancia del
Estatuto de Westminster radica en que aclara el doble rol de la Corona dentro del
Commonwealth: por un lado, la lealtad a la Corona –individual y distinta de acuerdo al
propio territorio, pero igual a todos los miembros- que unía a los dominios; y por el otro, la
aceptación por parte de la Corona de la importancia de recibir el asesoramiento en asuntos
referidos al imperio, de los Ministros del Commonwealth. De esta manera, el
Commonwealth se transformó en un club exclusivo dentro del Imperio y más de un país
deseaba ser admitido dadas las ventajas que conllevaba pertenecer a él (e.g., los Acuerdos
de Ottawa, firmados en plena Gran Depresión en 1932, establecían preferencias aduaneras
a los países miembro). En los años siguientes, el término “dominios” fue reemplazado por
“miembros del Commonwealth”. No cupo duda alguna de la igualdad de condición e
independencia de los dominios cuando al estallar la Segunda Guerra Mundial en 1939,
cada uno declaró la guerra a Alemania por separado luego de deliberación y aprobación en
los propios parlamentos. En cambio, el resto de las colonias, incluido el subcontinente
indio fueron embarcados en la guerra en nombre del imperio y sin consulta con los nativos.
Sin embargo, dejar completamente atrás la cultura colonial a fin de recuperar la cultura
pasada era ya imposible. Tan arraigada estaba la cultura de los conquistadores como fuerte
era el deseo de reencontrarse con el pasado pre-colonial. En realidad, muchos pueblos
nativos se encontraron atrapados en una encrucijada de culturas sintiendo que pertenecían a
ninguna o a ambas a la vez. Debían buscar su identidad desde una doble visión o doble
conciencia, a través de la cual se podría desarrollar una nueva identidad, una identidad
postcolonial surgida de la fusión de la cultura colonial y la nativa. En las palabras de
Tyson:
[esta cultura híbrida] no constituye un punto de fricción entre dos culturas en
conflicto, sino más bien una fuerza productiva, excitante y positiva en un
mundo que se contrae permanentemente y se tranforma cada vez más en un
híbrido cultural. Esta visión alienta a los ex-colonizados a aceptar múltiples
aspectos, a veces aparentemente opuestos o incompatibles, surgidos de la
combinación de culturas [...].
(Tyson, 1999: 369)
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SANDRA FADDA