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3
El Magisterio de la Iglesia. Ed. D. Ruiz Bueno. Herder. Barcelona 1963, p. 240, n. 843ª.
4
Cf. R. Taft, “La Pénitence aujourd’hui. État de la recherche”. La Maison Dieu 171
(1987) 12‑15; Ph. Rouillard, Historia de la penitencia desde los orígenes a nuestros
días. Mensajero. Bilbao 1999 (original francés de 1996); P. Fernández Rodríguez, A
las fuentes de la sacramentología cristiana. Editoriales San Esteban-Edibesa. Salaman-
ca-Madrid 2004, pp. 141-283.
5
Cathechismus Catholicae Ecclesiae. Libreria Editrice Vaticana, Città del Vaticano
1997, nn. 1448. 1451, pp. 389. 390.
1. Penitencia antigua6
6
Cf. M. Maritaro, “Bibliografia generale sulla penitenza nella Chiesa antica. (Dal I agli
inizi del VII secolo)”, in: Rivista Liturgica 89 (2002) 669-704; R. Rossi, La formazione
del Sacramento della Penitenza. Un ritorno alla prassi battesimale della tradizione anti-
ca (secoli II-VII). Chirico. Napoli 2004.
7
“La vida nueva recibida en la iniciación cristiana no suprimió la fragilidad y la debi-
lidad de la naturaleza humana, ni la inclinación al pecado que la tradición llama concu-
piscencia, y que permanece en los bautizados a fin de que sirva de prueba en ellos en el
combate de la vida cristiana ayudados por la gracia de Dios”. Cathechismus Catholicae
Ecclesiae. Libreria Editrice Vaticana. Città del Vaticano 1997, n. 1426, pp. 383-384.
8
Cf. Perdó i reconciliació en la tradició jueva. Ed. A. Puig i Tárrech. Associació bíblica
Catalunya. Publicacions del Abadia de Montserrat 2002.
9
Cf. Hermas, El Pastor, Mandam. IV, 3: Padres Apostólicos y Apologistas Griegos. Ed.
D. Ruiz Bueno. La Editorial Católica. Madrid 2002, p. 764.
10
Cf. A.J. Dols Salas, La penitència en els escrits de Tertul-lià. Facultat di Teologia de
Catalunya. Barcelona 2013.
11
Tertuliano, De poenitentia, c. 7: PL 1, 1352.
12
Tertuliano, De poenitentia, c. 7: PL 1, 1351.
13
Cf. Tertuliano, De poenitentia, 9: PL 1, 1354-1355.
14
Cf. Tertuliano, De poenitentia, 4, 2 y 12, 9: PL 1, 1344 y 1360.
tiene conciencia del poder recibido de Cristo para otorgar el perdón los
pecados. Las razones de Tertuliano para rechazar este perdón manifiestan
el carácter riguroso de la doctrina montanista, que afirmaba que dichos
pecados eran imperdonables.
Y deseo conocer tu pensamiento, saber qué fuente te autoriza a usurpar
este derecho para la Iglesia”. Sí, porque el Señor dijo a Pedro: “Sobre esta
piedra edificaré mi Iglesia”, “a ti te he dado las llaves del reino de los cie-
los”, o bien: “Todo lo que desatares sobre la tierra, será desatado; todo lo
que atares será atado”; “tú presumes luego que el poder de atar y desatar
ha descendido hasta ti, es decir, a toda la Iglesia que está en comunión con
Pedro, ¡Qué audacia la tuya, que perviertes y cambias enteramente la inten-
ción manifiesta del Señor, que confirió este poder personalmente a Pedro!15
17
Constitutiones Apostolorum VIII, 5, 7. Ed. F.X. Funk. Vol. I. Paderborn 1905, p.
477.
18
“Dura et laboriosa per poenitentiam remissio peccatorum, cum lavat peccator in
lacrymis stratum suum et fiunt ei lacrymae suae panes die ac nocte, et cum non erubescit
sacerdoti domini indicare peccatum suum et quaerere medicinam”. Orígenes, In Leviti-
cum, hom. 2, 4: PG 12, 418.
19
Orígenes, Homilías Sobre los Salmos 37, 2, 6: PG 12, 1386.
Cf. S. Clemente de Alejandría, Quale rico si salva, 42, 1-16: GCS III, 187-190.
21
22
Cf. S. Juan Crisóstomo, Huit Catéchèses Baptismales, V, 21: Sources Chrétiennes 50
bis. París 1957, p. 211.
23
Cf. S. Juan Crisóstomo, Sur le sacerdoce, III, 4: Sources Chrétiennes 272. París 1980,
pp. 146-150.
24
S. Cipriano, De Lapsis, 29: Obras de S. Cipriano. Ed. J. Campos. La Editorial Católi-
ca. Madrid 1964, pp. 192-193.
25
Cf. S. Cipriano, Epistula 18, 1-2: o.c., p. 423.
26
Cf. S. Cipriano, De lapsis, 16-17: o.c., pp. 182-183; Epistula 55, 29, 2: o.c., p. 543;
Epistula 75 de Firmiliano a Cipriano, 4, 3: o.c., p. 707.
27
Cf. S. Cipriano, Epistula 57, 4, 2: o.c., p. 550.
28
Cf. S. Cipriano, Epistula 16, 3: o.c., pp. 417-418; J.A. Gil Tamayo, “Manum ab epis-
copum et clero in paenitentiam impositam. El proceso penitencial en los escritos de Ci-
priano de Cartago”. Revista Agustiniana 47 (2006) 57-80; A. Carpin, “La penitenza tra
rigore e lassismo. Cipriano de Cartago e la riconciliazione dei lapsi”. Sacra Doctrina 53
(2008) 11-174.
29
S. Ambrosio, De poenitentia, lib. 1, c. 2: PL 16, 489. Cf. E. Toraño López, La teolo-
gía de la gracia en San Ambrosio de Milán (Studia Theologica Matritensia, 10). Madrid
2006, pp. 284-317.
30
Cf. S. Ambrosio, De poenitentia, lib. 2, c. 10: PL 16, 540.
31
S. Ambrosio, De poenitentia, lib. 2, c. 2: PL 16, 499.
32
S. Ambrosio, De poenitentia, lib. 1, c. 3: PL 16, 469.
33
S. Paciano (m. 390), Epistola I ad Sympronianum, 6: PL 13, 1057.
34
La doctrina de San Agustín puede verse en la carta 153 ad Macedonium: PL 32, 655ss.
35
Cf. S. Agustín, Sermo de utilitate agendae poenitentiae 352, 3, 8: PL 39, 1558.
36
S. Agustín, Sermo Morin Guelferbytanus. 16: PLS 2, 581.
37
S. Agustín, Enarratio in Psalmum 61, 23: PL 36, 747.
de la unción sacramental todos los fieles han sido ungidos por el Señor;
consideramos sacerdotes todos los fieles porque son miembros del único
sacerdote”38. “Cuando reza el cuerpo del Hijo no ha de ser considerado
separado de la Cabeza (…) Reza por nosotros como sacerdote; reza en
nosotros como Cabeza; le rezamos como nuestro Dios”39.
Y se pregunta San Agustín:
¿Qué añade la Iglesia, si el que confiesa resucita gracias a la palabra del
Señor? ¿Ayuda la Iglesia al que confiesa su pecado, teniendo en cuenta
lo que el Señor ha dicho: Lo que desatéis en la tierra será desatado en el
cielo? Observa al mismo Lázaro: Sale fuera, pero atado con las vendas;
era ya vivo gracias a la confesión, pero todavía no caminaba libremente,
impedido por las vendas. ¿Qué hace, pues, la Iglesia, a la que se ha dicho:
lo que desatéis será desatado, sino aquello que inmediatamente dijo el
Señor a sus discípulos: desatadlo y dejadle caminar?”40. “No escuchemos
a aquellos que niegan que la Iglesia de Dios tiene poder para perdonar
todos los pecados41.
38
S. Agustín, De civitate Dei XX, 10: PL 41, 675-676.
39
S. Agustín, Enarratio in Psalmum 85, 1: PL 37, 1081.
40
S. Agustín, Sermo 67, 2, 3: PL 38, 434.
41
S. Agustín, De agone christiano, 31: PL 40, 308.
42
S. Agustín, Sermo 392, 3: PL 39, 1711.
43
S. Agustín, Sermo 351, 4, 9: PL 39, 1545.
44
Cf. S. León Magno, Epistula 168, 2: PL 54, 1211; P. Saint-Roch, La pénitence dans
les Conciles et les Lettres des Papes des origines à la mort de Gregoire Le Grand. Pont.
Ist. di Archeol. Crist. Città del Vaticano 1991.
45
Cf. Concilio de Cartago (397), canon 4: Mansi 3, col. 693; Concilio de Elvira (306),
cánones 1-22: Mansi 2, col. 6-9.
46
Cf. Siricio, Epistula ad Himerium Episcopum Tarraconensem, 15: PL 13, 1145.
47
Cf. S. León Magno, Epistula 167, 2: PL 54, 1203.
2. P
aso de una penitencia a otra o armonía entre dos sistemas
48
Cf. J. Deshusses, Le sacramentaire Grégorien. Les principales formes d´après les plus
anciens manuscrits. Vol. I. Friburgo (Suisse) 1971, pp. 451-453, nn. 1379-1385; Le Pon-
tifical romano-germanique du dixième siècle. Ed. C. Vogel – R. Elze. Vol. II. Città del
Vaticano 1963, pp. 14-24 y 59-67. En la Liturgia Hispana se celebraba la reconciliación
de los penitentes el Viernes Santo a la hora nona, al final de la liturgia de la Palabra, en
una gran plegaria para el perdón de los pecados. Cf. Le Liber Ordinum en usage dans
l´Église wisigothique et Mozarabe d´Espagne. Ed. M. Fèrotin. Didot. París 1904, col.
200-202.
49
Los Libros Penitenciales, en vigor durante los siglos VI al XI, se distinguen según la
procedencia y época en insulares (irlandeses e ingleses) y continentales (pre carolingios,
carolingios y pos carolingios). Cf. C. Vogel, Les libri poenitentiales. Segunda edición
actualizada de A.J. Frantze. Brepols. Turnhout 1985.
50
Cf. Le Pontifical romano-germanique du dixième siècle. Ed. C. Vogel – R. Elze. Vol.
II. Città del Vaticano 1963, nn. 44-73; 225-251; 14-21; 59-67; Le Pontifical Romaine au
Moyen-Âge. I. Le Pontifical Romain du siècle XII. Ed. M. Andrieu. Città del Vaticano
1938, 214-219; Le Pontifical du Guillaume Durand. Città del Vaticano 1940, Liber II,
540-541; Liber III, I, nn. 1-25; 552-557; II, nn. 1-44; 557-569.
El Concilio Quinisextum del año 692, un apéndice del tercer concilio de Constantino-
52
pla con valor ecuménico para los ortodoxos, enseña en su canon 102 que para obtener la
absolución es preciso que los pecados sean reconocidos en su propia especie y que el pe-
nitente muestre disponibilidad al cambio de vida; esta doctrina será recordada más tarde
en el Concilio de Trento. Cf. Mansi 11, col. 987.
San Agustín, predicando sobre San Mateo 18, 15-18 distingue en-
tre la corrección privada y la corrección pública. La corrección privada
se justifica con el mandato evangélico de “si tu hermano peca contra ti,
repréndelo estando los dos a solas” (Mt 18, 15), porque se trata de ayu-
darlo, no de humillarlo. Pero el Apóstol parece contradecir esta máxima
evangélica, cuando dice: “A los que pequen, repréndelos delante de todos,
para que los demás cobren temor” (1 Tm 5, 20). Ante esta dificultad afirma
San Agustín: “La Sagrada Escritura nunca se contradice. Es absolutamente
verdadero lo uno y lo otro, pero es preciso distinguir, pues a veces es ne-
cesario observar el primer precepto, a veces el segundo; a veces se debe
reprender a un hermano a solas, a veces es preciso reprenderlo en presen-
cia de todos, de modo que los demás cobren miedo. Si cumplimos ya un
precepto ya otro, nos someteremos a la concordia bíblica y en el actuar y
obedecer no nos equivocaremos (…) Así pues, se debe reprender en públi-
co las faltas cometidas en presencia de todos, mientras se deben reprender
en secreto las faltas cometidas en secreto”54. “Lo que es manifiesto es tal
para vosotros; lo que es secreto es tal para el Señor Dios nuestro”55. Se ne-
cesita mucha prudencia a la hora de aplicar estos principios, pues se debe
buscar siempre la conversión del pecador.
En este mismo Sermón resume San Agustín su pensamiento, di-
ciendo: “Pública es la reprensión (correptio), pero secreta es la corrección
(correctio)”56. ¿Dónde está la diferencia entre estas dos palabras tan si-
milares? La correptio se distingue de la correctio como el medio se dis-
tingue del fin, a saber, mientras la correptio es un acto humano o divino
53
Joseph Ratzinger, Cantate al Signore un canto nuovo. Jaca Book. Milano 1996, pp.
190. 191.
54
S. Agustín, Sermo 82, 6, 9-10: PL 38, 510-511.
55
S. Agustín, Epistula 78, 5: PL 33, 270.
56
S. Agustín, Sermo 82, 6, 9, 12: PL 38, 512.
57
Cf. S. Agustín, Epistula 78, 7: PL 33, 271; Epistula 78, 4: PL 33, 269-270.
58
“En el mundo he encontrado personas mejores de aquellas que habían progresado es-
piritualmente en los monasterios, pero no he encontrado personas peores que aquellas
que en los monasterios han traicionado la propia vocación”. S. Agustín, Epistula 78, 9:
PL 33, 272. “Quiero que nuestra vida sea manifiesta a vuestros ojos”. S. Agustín, Sermo
356, 12: PL 39, 1579.
59
Cf. Regla 23‑25. 27. De todos modos, téngase en cuenta que los clérigos no se some-
tían a la penitencia canónica, sino que eran expulsados de su estado en casos de pecados
graves, y el estado monástico era en sí mismo un estado penitencial.
60
San Basilio (330-379) ordena en su Regla que el monje tiene que descubrir su corazón
y confesar todas sus ofensas, aun sus pensamientos más íntimos, a su superior o a otros
hombres probos “que gozan de la confianza de los hermanos” (Regulae fusius tractatae
25: PG 31, 986). Pero como no era necesario que el superior o su sustituto fueran sacer-
dotes, se puede decir que Basilio inauguró lo que se conoce bajo el nombre de “confesión
monástica”, pero no la confesión auricular, que constituye una parte esencial del sacra-
mento de la penitencia; no se puede identificar la confesión sacramental con la “confe-
sión monástica”, que era simplemente un medio de disciplina y de dirección espiritual e
implicaba la reconciliación, pero no la absolución sacramental. En este contexto se sabe
que las Institutiones de Juan Casiano influyeron poderosamente en el sistema penitencial
monástico occidental (cf. II, 16; IV, 16: PL 49, 106-108; 172-174). En este contexto, la
acción del sacerdote, que al principio acompañaba el camino penitencial, declarando al
final que el pecado había sido perdonado por Dios, pasa a desempeñar un oficio más di-
recto en el perdón del pecado.
61
Cf. V. Passarini, “La penitenza nelle regole monastiche medievali occidentali. Un
confronto con la penitenza ecclesiastica: i sistemi penitenziali, i riti e le pene”. Rivista
Liturgica 92 (2005) 715-736.
62
Cf. Liber sacramentorum romanae aecclesiae ordinis anni circuli (Sacramentarium
Gelasianum Vetus). Ed. L.C. Mohlberg – L. Eizenhöfer – P. Siffrin. Herder. Roma 1968,
pp. 254-259.
63
Cf. Le Pontifical romano-germanique du dixième siècle. Ed. C. Vogel – R. Elze. Vol.
I. Città del Vaticano 1963, pp. 317-321 (penitencia pública); vol. II, nn. 1-38; 234-245
(penitencia privada).
64
Cf. Le Pontifical romano-germanique du dixième siècle. Ed. C. Vogel – R. Elze. Vol.
II. Città del Vaticano 1963, 99, 44-66, pp. 14-20; 136; 234-245.
3. Penitencia nueva
65
“A los jóvenes no se les admita fácilmente a la penitencia pública, propter aetatem
fragilitatem”. Concilio de Agdè, n. 15: Mansi 8, col. 327.
66
Cf. S. Cesáreo de Arles, Sermo 179, 7: CCL 104, 727-729.
67
Concilio III de Toledo, c. 11: Concilios visigóticos e hispano-romanos. Ed. J. Vives –
T. Marín – G. Martínez. Barcelona-Madrid 1963, p. 128; Mansi 9, col. 995, n. XI.
68
Concilio di Chalon-sur-Saône, can. 8: Mansi 10, col. 1191.
69
Cf. Liber sacramentorum romanae aecclesiae ordinis anni circuli (Sacramentarium
Gelasianum Vetus). Ed. L.C. Mohlberg – L. Eizenhöfer – P. Siffrin. Herder. Roma 1960,
pp. 78-83. 349-359. 360-368.
70
Cf. Le Pontifical romano-germanique du dixième siècle. Ed. C. Vogel – R. Elze. Vol.
II. Città del Vaticano 1963, pp. 21. 59-66 (penitencia pública); pp. 14-20. 66-67 (peni-
tencia privada).
71
Cf. Le Pontifical Romaine au Moyen-Âge. II. Le Pontifical de la Curie Romaine au XIII
siècle. Ed. M. Andrieu. Città del Vaticano 1940, pp. 479-486.
72
Cf. M.S. Driscoll, Alcuin et la pénitence à l’époque carolingienne. Aschendorff Ver-
lag. Münster 1999.
73
S. Agustín, Sermo 82, 7: PL 38, 511.
74
Cf. Teodulfo, Capitulare: PL 105, 215.
75
C. Vogel, Il peccatore e la penitenza nella Chiesa antica. Torino 1967, p. 32.
76
Concilio de Chalon-sur-Saône (813), canon 25 y 38: Mansi 14, col. 98 y 101; cf. Con-
cilio de Tours (813), canon 41: Mansi 14, col. 89; Concilio de Pavía (850), c. 12: Mansi
14, col. 1934.
civil del penitente, pero la privación de los derechos civiles era a veces
temporal, como en el caso de la deposición de Ludovico Pío (833), quien
recuperó el reino dos años después. Los valores públicos de la penitencia
more antiquo era un ejemplo para toda la sociedad.
Los carolingios, quienes habían reaccionado en contra de los de-
fectos de la penitencia tarifada y asumieron la dicotomía entre la peniten-
cia pública y la penitencia individual, no resolvieron los problemas, y el
sistema penitencial se fue diversificando por un nuevo equilibrio entre las
diversas obras exteriores de la penitencia (como la penitencia privada, la
penitencia solemne durante la cuaresma, la penitencia no solemne de la pe-
regrinación a Tierra Santa, Compostela, Tours y Roma, la Cruzada con las
indulgencias77 o la construcción de un monasterio) y su necesaria interiori-
dad, a saber, el arrepentimiento, bajo el impulso de las reformas cluniacen-
se y gregoriana78, sin excluir el dolor y la expiación penal exterior por el
mal cometido. Cualquiera que peregrinara a Santiago de Compostela, sin-
ceramente arrepentido, para implorar el perdón a Dios mediante el Apóstol
Santiago, o se enrolara en una cruzada para la reconquista de Jerusalén
o de España, en manos de los musulmanes, tenía la certeza de que todos
sus pecados eran borrados. Nuestra intención es mostrar la continuidad
del sacramento de la penitencia en su accidentada evolución histórica, tan
relacionada con el desarrollo de la sociedad cristiana medieval, hasta que
encuentra su rostro actual en el siglo XIII gracias al esplendor de la gran
teología escolástica.
Gregorio VII, que impuso una penitencia pública a Enrique IV en
Canosa, pensaba que sólo Dios perdona los pecados; el representante de
Dios indica sólo el camino que ha de recorrer el pecador y lo acompaña
77
“Quicumque, pro sola devotione, non pro honoris vel pecuniae adeptione, ad liberan-
dum Ecclesiae Dei Jerusalem profectus fuerit, iter illud pro omne poenitentia reputetur”.
Concilio de Clermont, can. 2: Mansi 20, col. 816.
78
Cf. G. Garancini, “Persona, peccato, penitenza. Studi sulla disciplina penitenziale
nell’Alto Medio Evo”. Rivista di Storia del Diritto Italiano 47 (1974) 19-87.
79
En el capítulo 19 de su Decretum habla del Corrector sive medicus, en referencia al
sacerdote confesor.
80
“Nam illis qui digne suscipiunt Corpus Christi remittuntur solummodo peccata ve-
nialia, illi autem qui evangelio credunt, etiam mortalia relaxantur”, afirma el canonista
Rufino. Citado por M. Peuchmard, “Le prêtre ministre de la parole dans la théologie du
XII siècle”. Revue du Théologie ancienne et médiévale 29 (1962) 58.
81
S. Ambrosio, De sacramentis V, 25: PL 16, 472.
82
Cf. A. Costanzo, Il trattato de vera et falsa poenitentia. Verso una nuova confessione.
Guida alla lettura, testo e traduzione. Studia Anselmiana. Roma 2011. Editado en PL 40,
1113-1130. A. Costanzo, “De vera et falsa poenitentia: nuova ipotesi di attribuzione e
datazione”. Chiesa e Storia 2 (2012) 357-401.
83
“La vergüenza (erubescentia) inherente a la acusación actúa por sí misma una gran
parte del perdón (…) Así como, la vergüenza es por sí misma un gran castigo, quien prue-
ba vergüenza por agradar a Cristo se hace digno de perdón”. De vera et falsa poenitentia
25: PL 40, 1122.
84
Cf. Graciano, Decretum Magistri Gratiani, ed. E. Friedberg, in Corpus Iuris Cano-
nici, pars prior, Leipzig, Tauchnitz, 18792. Tractatus de penitencia, in Decreti secunda
pars, Causa XXXIII, Quaestio III, distinctions I-VII, ib., cc. 1159-1247. Cf. anche in PL
187, 1519-1644; Petrus Lombardus, Sententiae in IV libris distinctae, I-II, Grottaferrata
(Romae), Editiones Collegii S. Bonaventurae Ad Claras Aquas, 1971-1981: Tractatus de
poenitentia, in IV Sent., dist. XIV-XXII, ib., pp. 315-390. Cf. anche in PL 192, 868-899.
85
Cf. P.M. Gy, “Douleur du péché et pénitence dans la théologie du XII s.”. Annali di
Scienze Religiose 3 (1998) 125-132.
86
Cf. P. Anciaux, La théologie du sacrement de la pénitence au XII siècle. Lovaina-París
1960; C. Vogel, Le pécheur et la pénitence au Moyen Age. París 1969; En rémission des
pèches: recherches sur les systèmes pénitentiels dans l’Église latine. Aldershodt 1994.
87
Cf. A. Teetaert, La confession aux laïques dans l’Église latine depuis le VIII siècle
jusqu’au XIV siècle. Étude du théologie positive. Weteren 1926.
88
El Papa Lucio III promulgó el año 1184 la decretal Ad abolendam diversarum haere-
sum pravitatem: Texte zur Inquisition. Ed. K.V. Selge. Gütersloh 1967, p. 26.
89
Cf. Rituel catharo. Ed. por C. Thouzellier (Sources chrétiennes, 236). París 1977, pp.
226-229.
90
Cf. Lettere di Abelardo ed Eloisa. Ed. N. Cappelletti Truci. Torino 1979, pp. 377-379.
91
“Dios recrea todo lo que había creado y hace a los hombres santos, porque su justifica-
ción da vida y confiere la justicia para la vida eterna”. S. Anselmo, Disc. 52: PL 158, 995.
92
Cf. Hugo de San Víctor, De sacramentis christianae fidei: PL 176, 564.
93
Cf. Pedro Abelardo, Ethica seu Liber dictus Scito te ipsum: PL 178, 664-665.
94
Pedro Cantor, Verbum abbreviatum, n. 143: PL 205, 342.
95
Cf. D. Burgoa Ayestarán, La doctrina sobre la penitencia en las obras de Pedro
Cantor. Facultad de Teología de la Santa Cruz. Burgos 2002.
pecados del clero contra la castidad y los pecados de adulterio por parte de
los seglares. Era una forma de distinguir lo que pertenecía a la penitencia
personal y a la penitencia pública. Pero en la medida que se hace costum-
bre la confesión secreta de todos los pecados, ocultos y públicos, se va
clarificando que el sacramento de la confesión es siempre inviolablemente
una realidad secreta y, además, que la confesión secreta es siempre obliga-
toria. Por otra parte, el sacerdote que recibe la confesión lo hace y juzga en
lugar de Dios. Pero quedaban tres tipos de pecado, cuya especial gravedad
y dimensión social, exigían un castigo público, a saber, ciertos crímenes
sexuales, el homicidio y la simonía, comprensible en un contexto de refor-
ma de la Iglesia, cuyo primer punto era la reforma del clero.
Otro aspecto que es preciso reconocer es la importancia de la di-
ferencia entre el pecado y el reato, entre la teología y el derecho, pues la
penitencia reclama no sólo el perdón de la culpa, sino también la expiación
de la pena y el castigo del delito. El contexto canónico en el sacramento
de la penitencia entra con el Decretum Gratiani (1140). En aquel contexto
se relaciona la potestad del papa en los casos reservados y la dispensa, en
el campo penal y judiciario en orden a la represión del delito mediante la
aplicación de la pena en un campo no secreto, competencia no del confe-
sor, sino del penitenciario en el foro externo; estamos en los presupuestos
de la Penitenciaría Apostólica a finales del siglo XII y principios del siglo
XIII, consecuencia de la reforma gregoriana y el coetáneo crecimiento de
la autoridad primacial (plenitudo potestatis) de la Sede Romana96. De todos
modos, sería un pobre criterio juzgar el derecho penal de la Iglesia desde
96
Cf. La Penitenzieria Apostolica e il Sacramento della Penitenza. Percorsi storici-giu-
ridici-teologici e prospettive pastorali. A cura di M. Sodi e J. Ickx. Libreria Editrice Vati-
cana. Città del Vaticano 2009; La Penitenza tra il I e il II Millennio. Per una comprensio-
ne delle origini della Penitenzieria Apostolica. A cura di M. Sodi e R. Salvarini. Libreria
Editrice Vaticana. Città del Vaticano 2012; La Penitenza tra Gregorio VII e Bonifacio
VIII. Teologia. Pastorale. Istituzioni. A cura di R. Rusconi, A. Saracco, M. Sodi. Libreria
Editrice Vaticana. Città del Vaticano 2013. Son las actas de los tres primeros congresos
organizados por la Penitenciaria Apostólica.
97
Cf. J. Belda Iniesta, “Excomunicamus et anathematisamus. Predicación, confesión
e inquisición como respuesta a la herejía medieval”. Anuario de Derecho Canónico 2
(2013) 97-127.
98
Cf. El Magisterio de la Iglesia. Ed. E. Denzinger. Trad. D. Ruiz Bueno. Herder. Bar-
celona 1963, pp. 256-257, n. 903.
99
Cf. Pedro Abelardo, Ethica seu Liber dictus Scito te ipsum, c. 28: PL 178, 661.
100
Cf. S. Tomás de Aquino, In IV Sententiarum, d. 17, q. 2, a. 1, qla 1 ad 4m.
101
Cf. Guillermo de Auxerre, Summa aurea, IV, tr. 9, c. 5, p. 237.
102
Cf. Canon 18: Conciliorum Oecumenicorum Decreta. Ed. G. Alberigo y otros. Bo-
logna 1973, p. 193.
103
Cf. A. Prosperi, Tribunali della coscienza. Inquisitori, confessori, missionari. Torino
1996; R. Rusconi, L’ordine dei peccati. La confessione tra Medioevo ed età moderna. Il
Mulino. Bologna 2002, pp. 30-31.
104
Cf. Gustavo A. Arroyo, Les manuels de confession en castillan dans l´Espagne mé-
diéval. Memoria para el grado de Maestro. Institut d’Études Médiévales. Faculté des arts
et des sciences. Université de Montreal 1989.
105
Cf. J.M. Soto Sábanos, “Visión y tratamiento del pecado en los manuales de confe-
sión de la baja edad media hispana”. Hispania Sacra 58 (2006) 411-447; A. Carpin, “La
confessione tra il XII e il XIII secolo. Teologia e prassi nella legislazione canonica medie-
vale”. Sacra Doctrina 51 (2006) 5-250; R. Rusconi, L’ordine dei peccati. La confessione
tra medioevo ed età moderna. Il Mulino. Bologna 2002; A. Catella, “La celebrazione
della riconciliazione dal medioevo ai nostri giorni”. Credere oggi 4 (1984) 63-71.
106
Cf. Summa de poenitentia, ed. X. Ochoa-A. Díez. Roma 1976. Gregorio IX encargó a
Raimundo de Peñafort compilar las Decretales, que fueron publicadas el 5 de septiembre
de 1234, y durante el papado de Gregorio IX (1227-1241), fue penitenciario papal en
Roma, hasta que fue elegido Maestro de la Orden (1238-1240), cuando redactó las Cons-
tituciones de la Orden, vigentes en lo fundamental hasta 1932.
107
Este manual de confesión, escrito en vulgar para seglares devotos, no clasifica los pe-
cados según los 10 mandamientos o los 7 pecados capitales, sino según seis movimientos
del corazón, a saber, amor, odio, dolor, gozo miedo y esperanza, que ayuda al autoanálisis
del amor propio y su curación.
108
Cf. Edición facsímil. Fundación Castellano Leonesa de la Lengua. Burgos 2004. “Ser
dulce corrigiendo, prudente instruyendo, amable castigando, afable interrogando, amable
aconsejando, discreto imponiendo la penitencia, dulce escuchando, benigno absolvien-
do”, escribe Andrés Escobar, a quien se atribuye el Liber Poenitentialis Civitatense.
109
Cf. Guillermo de Auvernia, De sacramento poenitentiae, terminando el año 1228.
110
Hugo de San Caro, O.P., primer cardinal dominico y del título de Santa Sabina (1244),
es el primer cardenal que con certeza fue denominado penitenciario general.
111
Cf. A. Maffeis, La coscienza e il giudice. Il sacramento della penitenza nella chie-
sa tridentina: Perdono e riconciliazione (Quaderni Teologici del Seminario di Brescia).
Morcelliana. Brescia 2006, pp. 187-230.
112
No comparto la opinión de Allan Fitzgerald, cuando afirma que el contenido de la dis-
tinción medieval de la penitencia entre virtud y sacramento sería extraña al pensamiento
de los Santos Padres. Cf. Penance. The Oxford Handbook of Early Christian Studies.
Oxford 2008, p. 790. Cf. J. Guiteras, La penitencia como virtud y sacramento. Centro de
Pastoral Litúrgica. Barcelona 2009.
113
Ricardo de San Víctor, Tractatus de potestate ligandi et solvendi, presenta al con-
fesor como un intermediario entre Dios y el pecador, siendo su oficio indicar la pena a
cumplir.
al separar al hombre de Dios, queda ligado con los lazos que le esclavizan.
La absolución del sacerdote es a modo de la forma sacramental, mientras
los actos del penitente son a modo de la materia sacramental. El sacerdote,
médico y juez, no simple notario, como pensaba Abelardo, impone la sa-
tisfacción, en orden a reparar el pecado, “pues es de ley natural que quien
peca sea castigado”114, aunque la justicia fundamental es fruto de la gracia
de la pasión de Cristo y, además, está siempre tamizada por la misericordia
divina. De todos modos, la sentencia del sacerdote no es arbitraria, sino
que debe adaptarse a las exigencias del bien común, como es evidente.
En el siglo XIII hallamos un sistema penitencial tripartito: los pe-
cados escandalosos de los seglares se perdonaban con la penitencia solem-
ne pública, que no era reiterable; los pecados escandalosos de los clérigos
y los pecados graves no escandalosos de los seglares se perdonaban me-
diante la forma pública no solemne de la peregrinación penitencial, que
era repetible y regulada también por los párrocos; y los pecados ocultos de
todo tipo se perdonaban por la penitencia privada, celebrada por el presbí-
tero, que era reiterable y aplicada a todos los fieles, seglares, religiosos y
clérigos. Con el Concilio IV de Letrán (1215), en el que se legisló la con-
fesión anual con el propio párroco buscando también un control social en
un contexto herético, se generalizó esta tercera forma penitencial privada,
que el Concilio de Trento presentó como forma común y que algunos han
criticado por su sencillez ritual, centrada en cuanto al signo en la acusación
íntegra, en la medida de lo posible, y en la absolución. Trento acentuó el
valor eclesial de la absolución, “en la que reside principalmente la eficacia
del sacramento”115, rechazando tanto la confesión sin absolución, como la
absolución sin confesión. Ahora bien, esto no nos debe llevar a acentuar
116
Cf. S. Agustín, Sermo de utilitate agendae poenitentiae 352, 3, 8: PL 39, 1558.
117
El Magisterio de la Iglesia. Ed. E. Denzinger. Trad. D. Ruiz Bueno. Herder. Barcelo-
na 1963, p. 252, n. 896.
118
Cf. S. Buenaventura, In IV Sententiarum, d. 17, p. 3, a. 2, q. 1, contra c.
119
Cf. Le Pontifical romano-germanique du dixième siècle. Ed. C. Vogel – R. Elze. Vol.
II. Città del Vaticano 1963, pp. 65-66.
120
Cf. Liber sacramentorum romanae ecclesiae ordinis anni circuli (Sacramentarium
Gelasianum Vetus). Ed. L.C. Mohlberg – L. Eizenhöfer – P. Siffrin. Herder. Roma 1968,
p. 248; J. Deshusses, Le sacramentaire Grégorien. Les principales formes d’après les
plus anciens manuscrits. Vol. I. Friburgo (Suisse) 1971, pp. 451-453, nn. 1379-1385;
Vol. II. Friburgo (Suisse) 1979, pp. 179-185, nn. 2672-2729.
121
Le Pontifical romano-germanique du dixième siècle. Ed. C. Vogel – R. Elze. Vol. II.
Città del Vaticano 1963, p. 66, nn. 247. 249.
122
Raul el Ardiente, Homilia 64 in Litaniae maiori: PL 155, 1900.
123
Le Pontifical Romain au Moyen Âge. II. Le Pontifical de la Curie Romaine au XIII
siècle. Ed. M. Andrieu. Città del Vaticano 1940, p. 484.
124
Cf. S. Tomás de Aquino, Summa theologiae III, 84, 3. El Doctor Angélico escribió
también el opúsculo De forma absolutionis sacramentalis ad Magistrum Ordinis, donde
afirma en el primer capítulo que es temerario decir que Ego te absolvo no es la forma y
en cuanto al gesto de la imposición de manos afirma que no es necesario. Cf. Opuscula
omnia. Tomus III. Opuscula genuina theologica. Ed. P. Mandonnet. París 1927, pp. 163-
177. La doctrina de Santo Tomás sobre los sacramentos fue asumida, primero, por el
Concilio de Florencia, en el decretum pro Armenis (cf. El Magisterio de la Iglesia. Ed.
E. Denzinger. Trad. D. Ruiz Bueno. Herder. Barcelona 1963, pp. 201-202. 204-205, nn.
695. 699), y después por el Concilio de Trento.
125
Cf. El Magisterio de la Iglesia. Ed. E. Denzinger. Trad. D. Ruiz Bueno. Herder. Bar-
celona 1963, p. 252, n. 896.
126
El Magisterio de la Iglesia. O.c., pp. 255-256, n. 902. F.P. Gervais, “Pénitence et
liberté chrétienne. Luther et Ignace de Loyola”. Nouvelle Revue Théologique 129 (2007)
529-544.
127
Cf. El Magisterio de la Iglesia. O.c., pp. 254-255, nn. 899-900.
129
El Magisterio de la Iglesia. O.c., p. 261, n. 914.
130
Cf. S. Juan de Ávila, Dialogus inter confessarium et poenitentem: Obras Completas.
Ed. L. Sala Balust – F. Martín Hernández. Vol. II. BAC. Madrid 2001, pp. 768-797.
131
El Poenitentiale Mediolanense, fruto tardío en su género, del tiempo de San Carlos
Borromeo, contiene en su cuarta parte cánones penitenciales, estructurados bajo la forma
de decálogo, para la formación de los confesores llamados a celebrar adecuadamente el
sacramento de la penitencia.
Cf. S. Alfonso, Instrucción y práctica para los confesores, c. 16, punto 6, n. 110.
132
Cf. Tutte le encicliche e i principali documenti pontifici emanati dal 1740. Ed. V.
133
134
El Magisterio de la Iglesia. Ed. E. Denzinger. Trad. D. Ruiz Bueno. Herder. Barcelo-
na 1963, p. 258, n. 905.
135
Cf. M. Florio, “Ecclesiologia e riconciliazione: un legame da riannodare. Prassi e
dottrina del sacramento della penitenza da Trento al Vaticano II”. Rivista Liturgica 92
(2005) 737-761.
136
Cf. Concilio Vaticano II, Constitutio Lumen gentium, 11: AAS 57 (1965) 15.
137
Cf. Concilio Vaticano II, Decretum Presbyterorum ordinis, 18: AAS 58 (1966) 1019.
138
Cf. Concilio Vaticano II, Decretum Christus Dominus, 30: AAS 58 (1966) 689.
139
Pueden consultarse los artículos publicados bajo el título “Penitenza e riconciliazione:
le sfide di una relectura…”. Rivista Liturgica 92 (2005) 659-761; y “… per celebrare in
verità il sacramento del perdono”. Rivista Liturgica 92 (2005) 823-914.
140
AS III / 1, 184.
141
Pro sacramento poenitentiae Commissio insistere voluit in aspectum communitarium,
quin tamen sententiae controverse dirimantur. AS III / 1, 197.
142
Cf. B. Xiberta, Clavis Ecclesiae. De ordine absolutionis sacramentalis ad reconcilia-
tionem cum Ecclesia. Roma 1922.
APÉNDICE
Concilio Vaticano II, Constitutio Sacrosanctum concilium, 72: AAS 56 (1964) 118.
143
Deseo pedir, además, una renovada valentía pastoral para que la pedago-
gía cotidiana de la comunidad cristiana sepa proponer de manera convin-
cente y eficaz la práctica del Sacramento de la Reconciliación”. Como se
recordará, en 1984 intervine sobre este tema con la Exhortación postsino-
dal Reconciliatio et paenitentia, que recogía los frutos de la reflexión de
una Asamblea del Sínodo de los Obispos, dedicada a esta problemática.
Entonces invitaba a esforzarse por todos los medios para afrontar la crisis
del ‘sentido del pecado’ que se da en la cultura contemporánea, pero más
aún, invitaba a hacer descubrir a Cristo como mysterium pietatis, en el
que Dios nos muestra su corazón misericordioso y nos reconcilia plena-
mente consigo. Éste es el rostro de Cristo que conviene hacer descubrir
también a través del sacramento de la penitencia que, para un cristiano,
‘es el camino ordinario para obtener el perdón y la remisión de sus pe-
cados graves cometidos después del Bautismo’. Cuando el mencionado
Sínodo afrontó el problema, era patente a todos la crisis del sacramen-
to, especialmente en algunas regiones del mundo. Los motivos que lo
originan no se han desvanecido en este breve lapso de tiempo. Pero el
Año jubilar, que se ha caracterizado particularmente por el recurso a la
Penitencia sacramental nos ha ofrecido un mensaje alentador, que no se
ha de desperdiciar: si muchos, entre ellos tantos jóvenes, se han acercado
con fruto a este sacramento, probablemente es necesario que los Pasto-
res tengan mayor confianza, creatividad y perseverancia en presentarlo y
valorizarlo. ¡No debemos rendirnos, queridos hermanos sacerdotes, ante
las crisis contemporáneas! Los dones del Señor — y los Sacramentos son
de los más preciosos— vienen de Aquél que conoce bien el corazón del
hombre y es el Señor de la historia147.
Juan Pablo II, Carta apostólica Tertio millennio adveniente, 50: AAS 87 (1995) 36.
146
Juan Pablo II, Carta apostólica Novo millennio ineunte, 37: AAS 93 (2001) 292.
147
Ante Cristo que, por amor, cargó con nuestras iniquidades, todos estamos
invitados a un profundo examen de conciencia. Uno de los elementos ca-
racterísticos del gran jubileo es el que he calificado como ‘purificación de
la memoria’ (Incarnationis mysterium, 11). Como Sucesor de Pedro, he
pedido que ‘en este año de misericordia la Iglesia, persuadida de la santi-
dad que recibe de su Señor, se postre ante Dios e implore perdón por los
pecados pasados y presentes de sus hijos’ (ib.). Este primer domingo de
Cuaresma me ha parecido la ocasión propicia para que la Iglesia, reunida
espiritualmente en torno al Sucesor de Pedro, implore el perdón divino
por las culpas de todos los creyentes. ¡Perdonemos y pidamos perdón!
Esta exhortación ha suscitado en la comunidad eclesial una profunda y
provechosa reflexión, que ha llevado a la publicación, en días pasados, de
un documento de la Comisión teológica internacional, titulado: ‘Memoria
y reconciliación: la Iglesia y las culpas del pasado’. Doy las gracias a to-
dos los que han contribuido a la elaboración de este texto. Es muy útil para
una comprensión y aplicación correctas de la auténtica petición de perdón,
fundada en la responsabilidad objetiva que une a los cristianos, en cuanto
miembros del Cuerpo místico, y que impulsa a los fieles de hoy a recono-
cer, además de sus culpas propias, las de los cristianos de ayer, a la luz de
un cuidadoso discernimiento histórico y teológico. En efecto, ‘por el víncu-
lo que une a unos y otros en el Cuerpo místico, y aun sin tener responsabili-
dad personal ni eludir el juicio de Dios, el único que conoce los corazones,
somos portadores del peso de los errores y de las culpas de quienes nos han
precedido’ (Incarnationis mysterium, 11). Reconocer las desviaciones del
pasado sirve para despertar nuestra conciencia ante los compromisos del
presente, abriendo a cada uno el camino de la conversión148.
Juan Pablo II, Homilía de la Santa Misa de la Jornada del Perdón del Año Santo 2000,
148
12 marzo 2000.