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Era 1 de Noviembre de 1755, los lisboetas se juntaban para celebrar el día de

Todos los Santos y encendían velas en sus casas. La ciudad se había llenado de
gente que venía a pasar el día y muchos abarrotaban las iglesias para honrar a los
muertos. Ellos aún no lo sabían, pero sus plegarias poco podían hacer para lo que
se estaba gestando en el interior de la Tierra. A la altura de las islas Azores, el
límite entre las placas africana y euroasiática que se mueven lateralmente 4mm
al año hizo que a las 9 y media de la mañana empezara un terremoto de categoría
9. Se derrumbaron cientos de casas matando en su interior a sus habitantes. El
agua del mar se retiró dejando al descubierto barcos naufragados pero volvió con
virulencia en forma de maremoto. Las velas y lámparas encendidas provocaron
miles de incendios. Esta tormenta perfecta hizo que el 85% de los edificios
desaparecieran y que casi la mitad de la población muriera. Toda esta destrucción
dio paso a la Lisboa moderna con los primeros edificios antisísmicos.

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