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Copyright © 2020 Noni García

Título Original: Secretario de compañía


Publicado en Jerez de la Frontera, 2020

TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS.


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almacenada o transmitida en cualquier formato electrónico,
mecánico, mediante fotocopia, grabación o cualquier otro
método sin el consentimiento del autor.

Los personajes, eventos y sucesos presentados


en esta obra son ficticios. Cualquier semejanza con
personas vivas o desaparecidas es pura coincidencia.
1

Los rayos del sol entraban tenuemente por la acristalada pared del
despacho de Daniela. A pesar de ser tan solo las siete y media de la
mañana, ella ya había tenido tiempo de hacer varias gestiones y
contestar más de diez correos. Era adicta al trabajo desde que creó,
un par de años atrás, su empresa de organización de eventos.
Se levantó de la silla maldiciendo que todavía no hubiera llegado
Adrián, su secretario, para prepararse un café, aunque no podía
quejarse. El chico, a sus veinticinco años, había resultado un gran
fichaje unos meses atrás, cuando su amiga Aitana se había ido a
vivir a Nueva York con Henry.
Recordar la boda que le había organizado con aquel rubio
larguirucho la hizo sonreír mientras la máquina siseaba al expulsar
el café de la cápsula. Hacía un par de días que no sabía nada de
ella, ahora sus horarios eran tan diferentes que era complicado
coincidir, así que sacó su móvil y le mandó un mensaje que leería
unas horas después. La echaba mucho de menos, pero sabía que
Henry era su felicidad y que estaba donde debía estar.
Soplaba el café que ardía como el mismo infierno cuando
escuchó a alguien abrir la puerta. Bien podía ser la persona que
enviaba la empresa de limpieza cada mañana, pero no, era Adrián,
que como siempre llegaba con bastante tiempo de antelación a su
hora de entrada.
Adrián era alto, pelo castaño, ojos verdes, cara aniñada y
desbordaba timidez, siempre escondido tras sus gafas de pasta y su
mirada gacha. Lo observó durante el tiempo que él no fue
consciente de su presencia, vio cómo se deshacía del abrigo y, sin
entender muy bien por qué, deseo que siguiera quitándose ropa.
Sacudió la cabeza para apartar esos pensamientos de su cabeza
y carraspeó para que él supiera que estaba allí, que ella estaba
observándolo.
El chico levantó la mirada, en ese momento desnuda de sus
gafas, que estaban impregnadas de la fina lluvia que estaba
cayendo en ese momento sobre Madrid. Por primera vez, en el
tiempo que llevaba trabajando para ella, Daniela se encontró con
una mirada llena de seguridad que hizo que su corazón saltara un
latido.
—Buenos días —dijo Adrián, volviendo a esconderse en su halo
de timidez.
—Buenos días, Adrián. ¿Qué tal el fin de semana?
—Bien. Tranquilo. Estudiando en casa y poco más.
—No sabía que estabas estudiando.
—Sí, un máster.
—Me has dejado sorprendida. ¿De qué es?
—De Dirección de Empresas.
—Si te soy sincera, no entiendo qué haces trabajando de
secretario para mí. Estoy segura de que podrías aspirar a mucho
más.
—El mercado laboral no está muy bien, y necesitaba el dinero,
aunque voy a tener que seguir trabajando los fines de semanas para
poder pagar todo… —Adrián puso cara de no haber querido
pronunciar esas últimas palabras.
—¿Trabajas los fines de semana? ¿De qué?
—En la noche.
—Eres una caja de sorpresas, chico. Bueno, vamos a trabajar
que hoy tenemos muchas cosas que hacer.
Adrián siguió a su jefa pensando en la conversación que
acababan de tener. Cuando unos meses atrás encontró el trabajo,
se prometió que dejaría de hacerlo en el mundo de la noche, pero
eran tantos los gastos que tenía con los estudios y la hipoteca, que
mucho se temía que tendría que volver a retomarlo. Solo esperaba
que no le afectara en su actual empleo.
Se sentó donde le había indicado con su bloc de notas y su
bolígrafo, y esperó pacientemente las tareas que Daniela tenía para
él.
Tenía razón su jefa al decir que tenían mucho trabajo por delante
ese día y toda la semana. No tendría tiempo para aburrirse, y menos
para estudiar, porque mucho se temía que iba a trabajar bastantes
horas extras.
Salió del despacho, se sentó en su sitio y comenzó a hacer
llamadas. Con un poco de suerte, terminaría temprano y tendría
tiempo de ir a alguna clase esa tarde, aunque tuviera que comer un
bocadillo en la cafetería que había en la esquina.

La mañana pasó volando y el reloj marcaba las dos y media


cuando la puerta del despacho se abrió y salió Daniela. Lo miró
extrañada, hacía media hora que había terminado su jornada laboral
y pensaba que, probablemente, Adrián le había dicho que se iba,
pero, como estaba tan enfrascada en sus cosas, no se había dado
cuenta.
—Creí que ya te habías marchado.
—No, me quedan por enviar un par de correos…
—Pues ya lo harás mañana. Ahora vete a casa a descansar que
el día ha sido bastante intenso.
—Ya no me da tiempo de ir a comer a casa. Tengo clase a las
cuatro y no quiero faltar.
—¿No vas a comer?
—Sí, ahora pararé en la cafetería de la esquina y pediré un
bocadillo para comérmelo en el metro.
—No vuelvas a hacer eso. Tu hora de salida es las dos, si no te
da tiempo a terminar algo, me avisas y listo. Yo lo hago o se hace al
día siguiente.
—Vale. Pero ya hoy voy a terminar…
—No vas a terminar nada. Te invito a comer y te llevo adonde
tengas que ir.
—No…
—Sííí.
Daniela lo apartó de su mesa, aprovechando que la silla tenía
ruedas, y apagó el ordenador. Adrián sonrió y no pudo evitar que el
pulso se le acelerara al ver tan de cerca el precioso trasero de su
jefa.
Sacudió la cabeza y desechó cualquier pensamiento
calenturiento que pudiera provocarle la mujer que tenía delante. Su
madre siempre le había dicho un refrán que cumplía a rajatabla:
«Donde tengas la olla, no metas la polla». Incluso en su otro trabajo,
cosa que solía ser bastante complicada, pero esa era el único límite
que había puesto cuando empezó a trabajar para la agencia.
Salieron del edificio y se dirigieron al bar de la esquina, donde
Adrián tenía pensado comprar el bocadillo, pero Daniela hizo que se
sentara y pidieron algunas tapas.
—Y… ¿dónde trabajas los fines de semana?
—No me gusta hablar de ello.
—Organizo eventos, no voy a asustarme de nada.
—Ya… Bueno… Soy un poco reservado.
—No hace falta que me lo jures, creo que esta es la conversación
más larga que hemos mantenido desde que empezaste a trabajar
para mí.
—No soy muy hablador.
—Ya no te hablo más de tu otro trabajo. ¿Tienes que hacer
prácticas para el máster?
—Sí, pero las haré cuando termine el curso…
—¿Estás hablándome en serio?
—Sí.
—Mañana tienes una nueva tarea que hacer. Incluye Dan Events
en la red de empresas colaboradoras del máster. Así convalidaré las
prácticas con tus horas de trabajo.
—Pero… Yo solo soy tu secretario.
—Haces labores que van mucho más allá de las de un secretario,
y pondré mis conocimientos a tu disposición.
—Pues estaría bien. Así podré ir a visitar a mi familia cuando
tenga vacaciones.
—¿De dónde eres?
—De un pequeño pueblo de Cádiz.
—¿Y qué haces en Madrid?
—Estudiar.
Continuaron hablando durante un buen rato de los estudios de
Adrián, hasta que llegó la hora de ir a sus clases. Daniela lo llevó
hasta el lugar que él le indicó y volvió a la oficina. Tenía muchas
cosas que dejar resueltas antes de volver a casa y darse ese baño
relajante que tanto le gustaba.
2

Al fin era viernes y la semana de trabajo había sido infernal. La


empresa tenía un evento esa misma noche al que la habían invitado
y al que tenía pensamiento de asistir. Si bien era cierto que tenía
que acudir con pareja y él no la tenía, podía decírselo a Gema, una
compañera de su anterior trabajo, que estaba seguro de que
disfrutaría como una enana en una fiesta de esas características.
Estaba tomando el desayuno en el office cuando su teléfono
empezó a vibrar en el bolsillo. Vio el nombre que parpadeaba en la
pantalla del teléfono y supo que sus planes de ir al evento se habían
ido al traste. Esperó un tono más, respiró hondo y descolgó.
—Buenos días, Javier.
—Buenos días, Adrián. ¿Sigue en pie tu propuesta de dos
clientes al mes?
—Sí, sigue en pie.
—¡Perfecto! Me has salvado el culo. Se trata de una fiesta
privada y esta vez tendrás que acompañar a la dueña de una
empresa importante, así que podrás sacar tu lado culto a pasear, no
solo tu cara de niño bueno. Nos ha pedido que no desvelemos
mucho de la persona de la que se trata, así que solo puedo darte la
dirección en la que te esperan. Cuando llegues, tienes que decir que
vienes de parte de nosotros y ya sabrás algo más.
—Está bien. ¿Le has dejado claro que nada de sexo?
—Tranquilo. Solo quiere la compañía para la fiesta.
—Vale. Mándame lugar y hora y mañana te cuento qué tal ha ido
todo.
—Muchas gracias, Adrián. ¡Te debo una!
Adrián maldijo para sí mismo cuando colgó el teléfono. Lo que
menos le apetecía era salir a ninguna fiesta privada esa noche. Él
quería ir al evento que tanto tiempo llevaba organizando con
Daniela, pero necesitaba el dinero. Con esa noche tendría pagado el
recibo de la hipoteca del mes siguiente, y eso ya era un alivio
bastante grande. Otro mes más sin ingresos extras y tendría que
poner en alquiler las dos habitaciones de más que tenía el piso en el
que vivía.
Apuró el café y la tostada y volvió a su lugar de trabajo en el
preciso instante en que su jefa abrió la puerta del despacho. Iba
distraída, pensando en una de las miles de cosas que tenía siempre
en la cabeza.
—Adrián, necesito saber si vas a ir al evento o no. Ya solo me
quedas tú por confirmar.
—No voy a poder ir, me acaban de llamar para trabajar esta
noche.
Las palabras de Adrián hicieron que Daniela sintiera cierto vacío.
Llevaba mucho tiempo organizándolo mano a mano con él, y le
apetecía que disfrutara de aquel momento por el que tantas horas
habían trabajado.
Volvió a su despacho, cerró la puerta y se dio con la palma de la
mano en la frente. Si hasta se había planteado proponerle que fuera
su acompañante… Eso, al menos, ya lo tenía solucionado. No
tendría que ir sola al dichoso evento.
Daniela siguió trabajando en los últimos detalles que le quedaban
por cuadrar y no fue consciente de que el tiempo pasaba, hasta que
alguien llamó a su puerta.
—Daniela, son las tres. Si no necesitas nada más…
—¿Ya son las tres? Es muy tarde, y tengo muchas cosas que
hacer, y no tengo tiempo, y… estoy empezando a hiperventilar.
—Tranquila… —Adrián miró el reloj antes de continuar hablando
—: Soy tuyo hasta las seis, después tengo que irme corriendo.
Aquellas palabras le arrancaron una sincera sonrisa a Daniela.
Tenían tres horas por delante que con la ayuda de Adrián se
convertirían en dos, así que no lo dudó y encargó sushi al
restaurante japonés más cercano.
Le dio su portátil y ambos se sentaron en la mesa de ella, uno
frente al otro. Veinte minutos después, sonó el telefonillo de la
oficina y pararon para comer.
—Es una pena que no puedas venir esta noche.
—A mí también me apetecía ir, pero no está la cosa para dejar
pasar el dinero.
—Por cierto, las horas extras de esta semana pienso pagártelas.
—No es necesario, con el trabajo de fines de semana puedo ir
tirando, y prefiero que me las computes como horas de prácticas.
—No había caído en eso, tienes razón. Te las pagaré y las
computaré también. Y no acepto un no por respuesta.
—No seré yo quien te lleve la contraria. Sé que cuando ordenas,
hay que cumplir.
Los dos siguieron comiendo entre charlas y risas hasta que a
Daniela se le quedó atorado un trozo de pan frito. No podía
expulsarlo y no podía respirar, así que Adrián corrió para aplicarle la
Maniobra Heimlich. El infernal trozo de comida salió disparado y por
fin pudo llegar de nuevo el aire a sus pulmones. Temblaba y sentía
que iba a caer al suelo, pero los fuertes brazos de su secretario la
aguantaron y ayudaron a sentarse de nuevo.
«Cualquiera diría que don Timidez tiene los músculos que
tiene…», pensó Daniela a pesar de estar recuperándose del mal
trago. Y sin poder controlarlo, su mente comenzó a imaginar al joven
que tenía delante sin camiseta, sin pantalones, sin ropa interior…
Empezó a abanicarse con la mente ante aquella sarta de
pensamientos calenturientos.
Adrián, que la vio, pensó que la pobre todavía no había
conseguido recuperarse del susto y la abanicó con una carpeta. Ni
de lejos podía imaginar que su jefa estuviera poseída por la pasión y
la lujuria.
Terminaron de comer, continuaron trabajando y eran algo más de
las cinco cuando todo quedó cuadrado para esa noche.
Daniela se dirigió a su casa, no sin antes pasar por la de Adrián
para que no tardara demasiado en llegar. Ya que el pobre chico la
había ayudado, que no le trastocara demasiado sus planes.
—Muchas gracias por traerme.
—¿Gracias? Soy yo la que tiene que darte las gracias. Si no te
hubieras quedado, habría estado trabajando hasta veinte minutos
antes del evento.
—Ya está todo listo, ahora piensa solo en disfrutarlo.
—Eres un encanto. Espero que tu noche de trabajo también vaya
bien. Nos vemos el lunes.
Adrián bajó del coche y Daniela se sintió tentada a preguntarle
una vez más dónde trabajaba, pero se contuvo. Si el chico no quería
decirlo, ella no era quien para presionarlo. Le daba igual dónde lo
hiciera mientras cumpliera con sus labores en la empresa. Aun así,
no entendía el secretismo: no tenía nada de malo trabajar poniendo
copas en un pub o una discoteca.
Se pasó todo el camino a su casa imaginando los posibles
trabajos que su secretario desempeñaría esa noche, y sus
pensamientos pasaron por camarero, bailarín, stripper…
A las seis cerró la puerta de su coqueto piso, se quitó los
zapatos, haciendo que volaran por el salón, y danzó feliz por la casa
al darse cuenta de que había pasado de tener veinte minutos para
prepararse, a tener dos horas por delante para disfrutar de un baño
antiestrés, peinarse, maquillarse y esperar tranquilamente a su
acompañante.
Y nada de eso hubiera sido posible sin la ayuda de Adrián… La
forma de sus brazos al abrazarla para que no cayera volvió a
aparecer en su mente y volvió a hacer estragos en su cuerpo.
—Si tuviera sexo más a menudo, no tendría estos pensamientos
con mi secretario —dijo en voz alta mientras caminaba hacia su
dormitorio.
3

Adrián estaba en la puerta del edificio donde le habían citado para ir


a la fiesta. No tenía ni idea de qué tipo de evento era, de qué se
celebraba, ni tenía información de la clienta, ni tan siquiera su
nombre.
Aún faltaban veinte minutos para la hora acordada, así que sacó
un cigarrillo del paquete que tenía en uno de los bolsillos del
pantalón, aunque no era un simple pitillo, tenía forma irregular y olía
a mariguana.
No solía fumar porros en su día a día, pero, siempre que tenía
que trabajar como chico de compañía, lo necesitaba para poder
llevar a cabo su empresa.
Calada tras calada, empezó a notar cómo la droga comenzaba a
relajar la expresión de su cara, disminuía su pulso y apaciguaba el
rápido latido de su corazón. Poco a poco, se fue sintiendo más
relajado.
Apuró la última calada antes de tirar la chusta y sacó del otro
bolsillo un espray para el aliento y otro con su perfume favorito. Usó
el bucal y dio un paseo antes de echarse el perfume. Cuando llegó
de vuelta al edificio, ya era la hora acordada y llamó al telefonillo.
—¿Sí?
—Soy Lucas. Tenía una cita con usted…
—Sí, enseguida bajo.
Adrián se quedó pensativo. La voz de la persona que estaba al
otro lado del telefonillo le resultaba familiar. Cabía la posibilidad de
que fuera una clienta de las más antiguas y por eso le sonara su
voz.
Esperó pacientemente a que su acompañante bajara. Se miró en
el cristal de una de las ventanas de un coche, una lentilla le
molestaba un poco, parpadeó un par de veces y la molestia cesó.
Después, se colocó un pequeño mechón de pelo que caía por su
frente. Y, finalmente, comprobó que la pajarita estaba bien colocada.
La puerta del edificio se abrió, Adrián se giró, alzó la mirada y se
encontró con los ojos que menos esperaba. La sorpresa de ambos
rostros fue la misma, porque tampoco Daniela podía esperar que su
tímido secretario fuera la cita que estaba esperando y que la
acompañaría al evento.
—Esto… ¿Qué haces aquí, Adrián?
—Tengo una cita… —Rezó mentalmente para que su jefa no
fuera la persona a la que tendría que acompañar a la fiesta.
—Yo también. Me ha dicho hace un momento que estaba aquí,
esperándome, pero no lo veo.
—Aquí no ha habido nadie más que yo desde hace un buen rato.
¿Cómo se llama?
—Lucas.
Adrián deseó en aquel preciso instante que se abriera un boquete
bajo sus pies que lo engullera. No podía entender por qué Daniela
tenía que recurrir a una agencia para conseguir un acompañante.
Era joven, preciosa, inteligente… Estaba seguro de que no le
faltarían pretendientes.
Tampoco podía creer su mala suerte. Nunca había creído en las
casualidades o el destino, pero aquello era algo superior a su
razonamiento. En los escasos segundos que llevaba sin hablar,
muchas cosas pasaron por su mente, aunque la que más le
preocupaba era que estaba seguro de que el lunes Daniela lo
pondría de patitas en la calle.
Sintió ganas de salir corriendo, de no decirle que él era su cita,
sin embargo, nunca había sido una persona cobarde y siempre
afrontaba lo que la vida le ponía por delante.
—Pues creo que yo soy tu cita.
—¿Cómo?
—Que Lucas es el nombre que uso en mi trabajo de fines de
semana.
—¿Eres escort?
—Sí. —Se pasó una mano por el pelo antes de seguir hablando
—. Más bien solo soy un chico de compañía… Yo no… Yo no me
acuesto con los clientes.
—¡Qué debes estar pensando de mí en este momento! Es la
situación más vergonzosa que he vivido nunca…
—Yo podría decir lo mismo. Mi jefa se acaba de enterar de que
soy un chico de compañía. Tampoco me deja eso en muy buen
lugar, ¿no?
Una risa nerviosa brotó de la garganta de Daniela. Aquella
situación era de lo más absurda, nunca se había planteado que su
secretario se podía dedicar a eso, pero debía reconocer que el
hombre que tenía delante no tenía nada que ver con el que se
escondía detrás del escritorio. En sus ojos brillaba esa seguridad de
la que solo había vislumbrado un atisbo el día que lo vio sin gafas
sin ser vista ella, y no podía negar que era increíblemente guapo.
—Bueno, Lucas, ¿nos vamos?
—Puedes llamarme Adrián. Te recuerdo que en esa fiesta casi
todos me conocen.
—¡Ay, señor! Lo que vamos a dar que hablar…
—No tiene por qué. Es lógico que vayamos juntos, los dos hemos
organizado ese evento.
—Tienes razón. Y si hablan, pues que hablen.
—Si quieres, puedes llamar a la agencia y cancelar la cita. No me
parece bien…
—No, no. Yo he solicitado un servicio por el que voy a pagar. —
Adrián le abría la puerta del coche para que se subiera, pero antes
de hacerlo lo miró a los ojos—. Necesitas el dinero.
—Pero…
—No hay pero que valga, pensaba pagar ese dinero de todas
formas.
—Está bien, pero el lunes invito yo a comer.
—De acuerdo.
Daniela sonrió y se subió al automóvil. Adrián se sentó en el
asiento del conductor, no era la primera vez que utilizaba el coche
de su jefa y lo conocía. Ella intentó poner la dirección en el GPS,
pero él la detuvo. Sabía perfectamente adónde se dirigían, los dos
habían visitado en más de una ocasión ese local. Daniela porque
había organizado el evento, Adrián porque no era a la primera fiesta
a la que acudía en ese mismo sitio.
El trayecto empezó siendo bastante incómodo, aunque poco a
poco el ambiente se fue distendiendo. Empezaron a hablar de cosas
relativas al evento, de cómo actuar si fallaban determinadas cosas
en cada momento. Nada de sus vidas personales.
Llegaron al sitio, Adrián se bajó del automóvil y el aparcacoches
le abrió la puerta a Daniela. Se acercó, le ofreció el brazo, al que
ella se agarró sonriente y cualquiera que los viera podría creer que
eran una preciosa pareja compartiendo un momento mágico.
Entraron en el local y comenzaron a saludar a los invitados.
Compartieron copas de champán mientras daban una vuelta y
admiraban las obras de arte que estaban colgadas en la pared.
Pasada media hora, Adrián se disculpó y fue al baño. Se miró al
espejo, apoyó las manos en la encimera de mármol donde
descansaba el lavabo y bajó la cabeza.
«Tengo que controlar el alcohol, empiezo a ver a mi querida jefa
de lo más apetecible, y el trabajo es sagrado», pensó. «Además,
tiene que sacarme unos cuantos años», se puso como excusa,
cuando su última pareja era bastante más mayor que él.
Daniela daba órdenes a una de las camareras para que
empezaran a sacar otros entrantes cuando sintió la mano de alguien
sobre su cintura. Pensó… Más bien, deseó que fuera Adrián y un
cosquilleo peculiar se instaló en su pecho. Se giró para buscar al
dueño de la mano y dio un salto alejándose de él.
—¿Qué quieres?
—Estás preciosa, cuñadita.
—Gracias. ¿Y mi hermana?
—Ahí viene.
Daniela temblaba. Antonio no era la persona más querida por
ella, no era un buen hombre, pero su hermana estaba ciega y no
veía la maldad que contenía y que ella había sufrido.
—Hola, Dani.
—Hola, Esther.
—Ha quedado genial la exposición…
Adrián salió del baño y buscó a Daniela con la mirada. La
encontró acompañada de dos personas a las que no conocía, pero
su expresión le decía que no se sentía cómoda con ellas. Sus
miradas se encontraron y no necesitó palabras, sus ojos pedían a
gritos que la rescatara y no lo dudó ni por un instante.
Se acercó a ella, rodeó su cintura con uno de sus brazos y
depositó un suave beso en su mejilla. Poco a poco sintió cómo el
cuerpo de Daniela dejaba de temblar, volvía a ser la mujer segura
que él conocía.
—¿No nos presentas a tu acompañante? —dijo Antonio, mirando
con cierto aire de chulería a Daniela.
—Él es…
—Adrián, soy Adrián.
—Y… ¿eres el novio de mi hermana? —Daniela intentó contestar,
pero Adrián le apretó la cintura con su mano para darle a entender
que no dijera lo que pensaba decir.
—Sí, soy el novio de Daniela. Imagino que tú debes ser Esther.
Daniela lo miró asombrada por dos motivos: uno, no entendía por
qué había dicho que era su novio; dos, no podía creer que su
secretario estuviera tan al pendiente de su vida privada.
—Pues sí que vais en serio. Nunca le habla de su familia a sus
ligues, que tampoco es que haya tenido muchos…
—Esther, cariño, creo que eso está fuera de lugar.
—Tienes razón, Antonio. Discúlpame, Dani.
—Bueno, voy a robárosla un momento que hay un par de
imprevistos que debemos solucionar.
Adrián tiró de Daniela y la guio a la trastienda del local. Una vez
dentro, ella se sentó en unas cajas y comenzó a temblar de nuevo,
aunque el abrazo de él hizo que se calmara.
—¿Estás bien?
—Sí, estoy bien.
—¿Qué te ha pasado? Ese tío con el que estaba tu hermana me
da muy mala espina, no te miraba bien.
—Lo sé. Ese hijo de puta es el motivo por el que estoy
distanciada de Esther, ese cabrón intentó abusar de mí hace unos
años.
—¿Cómo? —Adrián empezó a notar que la rabia se estaba
apoderando de él—. ¿Por qué tu hermana está con él?
—Cuando Antonio vio que no iba a ceder, que se lo estaba
poniendo difícil, paró. Yo lo achaqué a que estaba bebido y no sabía
lo que hacía en ese momento. Pero unos días después, cuando
llegó a casa y yo estaba sola, volvió a intentarlo, y estaba en pleno
uso de sus facultades. Esther llegó justo a tiempo, pensé en
enfrentarlo delante de ella, pero me dijo que la convencería de que
fui yo la que se tiró encima de él.
—Pero…
—Mi hermana está ciega, le hubiera creído… Y mis padres
también. Ahí, en esa estancia, tienes al perfecto marido y yerno.
Con su carrera en medicina, sus másteres, su buena posición en la
sociedad… Al menos, pude amenazarlo con hablar y denunciarlo si
no paraba de acosarme.
—Debiste denunciarlo.
—Habría perdido a mi familia. No ha vuelto a acosarme, pero no
puedo evitar estar tensa cada vez que nos encontramos.
—Es lógico.
—Volvamos a la fiesta, no quiero que vea que me afecta.
—Está bien, amada mía.
—¿Cómo se te ha ocurrido…?
—Y lo que vamos a reírnos el lunes en la oficina…
Aquellas palabras arrancaron una carcajada a Daniela al mismo
tiempo que salían del almacén. La felicidad había vuelto a su rostro,
cosa que no le hizo nada de gracia a Antonio, que la observaba
desde la otra punta del local.
4

El evento continuó su curso normal. Tras haberse vendido todos los


cuadros de la exposición, subieron a la primera planta del local y dio
comienzo la fiesta.
Daniela no podía evitar seguir sintiéndose incómoda con la
presencia de Antonio, pero sentir cerca de ella en todo momento a
Adrián hacía que estuviera más tranquila.
Pensó que beber era una buena opción para apartar de su mente
todo lo que la atormentaba, y se le estaba empezando a ir un poco
de las manos. Por ello, su secretario, siempre intentaba hacer
desaparecer su copa, bailar, hablar… Mientras estuviera haciendo
cualquiera de esas actividades, ella no estaría ingiriendo más
alcohol.
Esther se acercó a su hermana con una sonrisa en el rostro. Le
alegraba mucho verla tan feliz, tan desinhibida, hacía bastante
tiempo que no la veía así.
—Daniela, Antonio y yo nos vamos.
—Muy bien. Adrián se encargará el lunes de haceros llegar los
cuadros que habéis comprado.
—Antonio me ha pedido que te invite a comer mañana, y así me
los llevas.
Adrián la sostenía por la cintura y notó que empezaba a temblar.
Era consciente de que ese malnacido solo la había invitado a ella,
sabía que no podía traerse nada bueno entre manos, y tomó las
riendas de la situación.
—Estaremos encantados de ir, ¿verdad, amor?
—Eeeh… Bueno… ¿Tú no tenías…?
—Por ti soy capaz de cancelar cualquier plan, mi vida.
—Pero ¡qué bonito es el amor! Ahora te paso la ubicación de
nuestro piso nuevo, que todavía no te has dignado a pasar por allí a
verlo.
La conversación tocó a su fin y se fueron ante la atenta mirada de
ellos.
Una vez cruzaron la puerta, Daniela cogió la mano de Adrián y
tiró de él hasta el almacén sin decir una sola palabra e intentando no
caer porque el alcohol empezaba a hacer mella en su equilibrio.
Cerró la puerta y se puso a dar vueltas por la habitación sin decir
nada, hecho que extrañó bastante a Adrián, quien no sabía si se
había propasado, si le había sentado mal, si le esperaba una bronca
descomunal, si estaba agradecida…
—¿Estás loco? ¿Cómo se te ocurre tratarme así delante de
ellos? Van a pensar lo que no es. ¿Cuándo se te iluminó la mente
para decir que iríamos juntos?
—Ese tío te mira mal y lo sabes perfectamente. ¡Estabas
temblando!
—Pensaba declinar el ofrecimiento, poner cualquier excusa… O
esperar a mañana para decirle que estaba enferma, pero no, vas tú
y le dices que vamos a ir juntos, cuando no es verdad.
—Sí es verdad, pienso ir contigo.
—Definitivamente, a ti te falta un tornillo. No pienso pisar esa
casa nunca.
—Cálmate y míralo por el lado positivo. Si vas mañana, no
seguirá insistiendo para que vayas a conocer su nuevo piso. Si no
vas, lo seguirá haciendo, y de esta forma no tendrás que enfrentarte
sola a eso.
—Pero…
—Estás portándote muy bien conmigo con el tema de las
prácticas, déjame devolverte el favor.
Daniela volvió a caminar por la estancia, mirándolo a cada pocos
pasos que daba. Sabía que Adrián tenía razón, que era una buena
forma de quitarse ese compromiso de encima.
—Está bien, iremos a tomar un café por la tarde. Por la mañana
llamaré a la agencia para que…
—No, no vas a llamar a la agencia. Te repito que esto lo hago
porque te estás portando muy bien conmigo, nada de pagar por ello.
—Pero…
—No hay peros. Mañana a las cinco de la tarde estaré en la
puerta de tu casa para que podamos irnos.
—Déjame recogerte al menos.
—Venga, vale. Así me ahorro el tener que coger metros y me da
tiempo de comer tranquilo.
Daniela sonrió y le dio un abrazo cuando él pretendía abrir la
puerta. Abrazo que Adrián no dudó en responder y del que se
deshizo rápido. Su jefa, aunque le sacara unos años, era una mujer
muy atractiva, y eso se había traducido en que su polla empezara a
cobrar vida.
Debía mantener la cabeza fría, nunca había mezclado el sexo
con el trabajo, y nunca le había costado ningún esfuerzo llevar a
cabo esa premisa, así que no entendía la reacción de su cuerpo
ante aquel estímulo, cuando muchas mujeres incluso lo habían
acorralado y rozado contra él sin conseguir que ocurriera lo que
estaba pasando en ese momento.
Volvieron a la fiesta y Daniela dejó de beber. Esperaron a que
todos los invitados se fueran, hicieron la transferencia pendiente al
cáterin allí mismo y también al local.
Salieron juntos y, una vez estuvieron fuera y vieron que nadie los
veía, Daniela se quitó los zapatos y un gemido de placer brotó de su
garganta. Gemido que fue directo a la entrepierna de Adrián, que
tosió nervioso ante la reacción de su miembro.
—¿Te llevo a tu casa?
—No, lo tenemos prohibido. El servicio es de puerta a puerta.
—Es muy tarde. ¿Cómo te volverás a tu casa?
—El taxi está incluido en la tarifa que has pagado.
—De acuerdo. ¡Sube!
—Dame las llaves. Has bebido demasiado…
—Estoy bien, de verdad.
—Por favor. Además, no puedes conducir descalza.
—Touchè.
Adrián condujo en silencio hasta el mismo edificio en que la había
recogido. Ella sacó de la guantera un mando, abrió una puerta de
garaje, le indicó que entrara y la plaza donde debía aparcar. Los dos
bajaron del coche y subieron en el ascensor hasta la planta baja.
Daniela lo acompañó hasta la puerta para despedirse hasta unas
horas después, ese muchacho había resultado ser un encanto y, a
pesar de la timidez que mostraba día a día en el trabajo, esa noche
había derrochado seguridad, decisión y saber estar: justo las cosas
que más le gustaban en un hombre… Y eso, unido a que hacía
mucho tiempo que no estaba con nadie, más el alcohol que aún
quedaba en su cuerpo, la llevó a hacer algo que nunca había hecho
con nadie.
Adrián estaba a punto de cruzar la puerta cuando Daniela lo tomó
de la mano, haciendo que frenara y se girara para saber qué
ocurría.
—¿Quieres subir? —Se acercó hasta tener su boca a escasos
milímetros de la de él.
—Yo no…
Y no lo pensó más. Avanzó el poco espacio que les separaba y
besó a Adrián, que para nada se esperaba la situación que estaba
viviendo.
Su cabeza le gritaba que parara, pero no conseguía las fuerzas
necesarias para hacerlo. Respondió al beso, se entregó a él, hasta
que el ascensor sonó al subir porque algún vecino lo llamaría. En
ese momento, se rompió la magia y Adrián volvió a poner los pies
sobre la tierra. Aquello era un error que no podía permitirse cometer.
—Esto no puede ser… —Se separó de Daniela y anduvo unos
pasos hacia atrás.
—Adrián…
—Yo no me acuesto con…
Daniela pensó que el problema era que no había pagado por ello
y, aunque le dolió ser consciente de esa realidad, estaba dispuesta
a hacer lo que hiciera falta.
—No me importa pagar más…
Adrián levantó la mano para indicarle que callara. No entendía
por qué sentía aquella presión en el pecho, por qué le habían dolido
tanto esas últimas palabras. No quería que siguiera hablando.
Salió por la puerta del edificio sin mirar atrás, comenzó a caminar
y, cuando había dejado el edificio un par de calles atrás, pidió un taxi
con la aplicación del móvil.
No sabía qué pasaría el lunes, cuando llegara a la oficina, pero sí
tenía claro que había hecho lo correcto.
5

A la mañana siguiente, Daniela despertó con resaca. Tomó un


ibuprofeno y, al sentarse a degustar tranquilamente su café, recordó
todo lo que había pasado la noche anterior.
Era la primera vez que un hombre la rechazaba, y no sabía si era
mayor la vergüenza o el orgullo herido. No podía creer que hubiera
estado dispuesta a pagar por estar con él, no entendía qué le había
llevado a ese punto y mucho menos que Adrián le atrajera de esa
manera tan demencial. Nunca había reparado en el chico de esa
forma porque era tímido, callado, introvertido… Pero el hombre que
la noche anterior se había presentado ante ella era muy diferente al
que veía a diario en la oficina.
Tenía el teléfono en la mano, sentía que debía ofrecerle una
disculpa por lo que había pasado, sin embargo, ahí ganó su orgullo
herido y no lo hizo.
Tras apurar el café, se sentó en el sofá con el portátil en su
regazo. Entró en la agenda y vio algo que ella no había anotado.
Estaba segura de que había sido Adrián. Por más que le fastidiara lo
que había pasado la noche anterior, tenía que reconocer que el
chico era bueno en su trabajo. Algo que odiaba en ese momento,
porque la cita era esa tarde, él la había metido en un compromiso
que no quería y tendría que acudir sola.
Estuvo tentada de llamar a Esther y cancelar la cita, pero sabía
que tenía que quitarse eso de encima cuanto antes y estaba segura
de que, estando su hermana presente, Antonio no intentaría
acercarse ni propasarse con ella.
Revisó el correo, contestó algunos y miró la agenda para el lunes.
Estaba bastante tranquila, solo una reunión para un nuevo evento y
enviar los cuadros a los compradores. Menos los dos de su
hermana, que descansaban en el maletero de su coche.
Estuvo trabajando hasta las dos de la tarde, hora en la que apagó
el ordenador y se fue a la cocina a prepararse un par sándwiches.
En poco más de un par de horas, debía estar lista para salir de casa
y no podía imaginar la sorpresa que le esperaba.

Adrián estaba tumbado en su cama mirando al techo. No le


apetecía levantarse y no podía parar de pensar en lo que había
pasado la noche anterior, en que si el ascensor no hubiera sonado,
probablemente se habría dejado llevar, cometiendo así el mayor
error de su vida.
Una cita sonó en su teléfono, que había dejado sobre la mesita
de noche. Lo cogió y le dio un vuelco el corazón al ver de qué se
trataba. En un par de horas debía estar acompañando a Daniela a
casa de su hermana.
Las dudas sobre qué hacer lo atormentaban.
Por una parte, no se sentía capaz de enfrentar a su jefa esa
tarde, hasta se había planteado renunciar al trabajo el lunes, pero
no quería vivir de lleno de la noche nuevamente, y tendría que
hacerlo hasta que encontrara un nuevo empleo. Además, le gustaba
su trabajo, estaba aprendiendo bastante y le convalidaban las
prácticas.
Por otra, era él el que había metido a Daniela en el compromiso
de ir esa tarde a casa de su hermana. Después de lo que le había
contado en el almacén, no solo le preocupaba que fuera sola, sino
que se sentía obligado a acompañarla.
Dio un salto de la cama y se fue directo a la ducha. Esperaba que
el agua despejara un poco su mente y le diera fuerzas para hacer lo
que debía.
Tras diez minutos, salió del baño y abrió las puertas del armario.
No pensaba ponerse uno de los trajes que usaba para trabajar en
sus citas, pero tampoco quería ir vestido como un día normal en el
trabajo. Así que cogió un pantalón chino, una camisa de rayas y una
cazadora no demasiado gorda, nunca había sido una persona
calurosa.
Miró el reloj y vio que tenía el tiempo justo para llegar a la puerta
del garaje de Daniela. Quizá debería llamarla antes para saber sus
planes, aunque no se atrevía, no sabía cómo reaccionaría, solo
esperaba que cuando lo viera allí, aceptara su ayuda y no acudiera
a la cita sola.
Pidió un taxi con la aplicación del móvil cuando terminó de
vestirse y salió rápido de su casa, ya que tan solo tardaría unos
minutos en llegar, estaba cerca de su ubicación.
El coche llegó, Adrián se subió, le dio la dirección y empezó a
notar que cierto nerviosismo se estaba apoderando de él. Ya estaba
todo decidido, solo esperaba que fuera bien. También pensó en la
posibilidad de que su jefa no acudiera a la cita y se dijo a sí mismo
que aunque no lo hiciera, ya que estaba allí, intentaría hablar con
ella, para que el lunes la situación no fuera incómoda y saber el
destino que le esperaba después de lo ocurrido.
Bajó del taxi tras pagar la carrera y se dejó caer en la pared.
Daniela ya no debía tardar mucho tiempo en salir, conocía a la
perfección a su jefa, sabía que no le gustaba ir a los sitios con el
tiempo justo, y esa vez no era diferente.
Habían pasado un par de minutos desde que llegó cuando
escuchó que se abría la puerta. Se puso en el centro para que no
pudiera salir sin parar y hablar con él. Corría riesgo de que no fuera
ella, pero con apartarse sería suficiente.
No se equivocó. El coche de Daniela subía la rampa de salida y
se quedó parada al verlo allí delante, esperándola. Al igual que la
noche anterior, ese chico no paraba de sorprenderla. No sabía cómo
actuar, cómo reaccionar, pero tenía claro que debía enfrentar ese
momento y así lo haría. Con un gesto de la cabeza, le pidió que
subiera al coche.
—¿Qué haces aquí?
—Tenemos que ir a casa de tu hermana.
—No esperaba que aparecieras.
—Yo te metí en ese compromiso y no iba a dejarte sola.
—Pero después de lo que pasó anoche…
—De eso hablaremos luego, ahora tenemos dos cuadros que
entregar.
—De acuerdo.
Daniela arrancó el coche y partieron hacia su destino. No
tardaron más de veinte minutos en llegar, veinte minutos que
pasaron en silencio, un silencio incómodo que no se rompió hasta
que bajaron.
Adrián sacó los cuadros del maletero, se acercó a su jefa y le
dijo:
—Saca tu mejor sonrisa y salgamos ya de esto.
—No puedo. —Daniela se quedó paralizada.
—¿Cómo que no puedes?
—No me siento capaz de subir, no puedo, me quiero ir, no…
—Tranquilízate. —Adrián soltó los cuadros en el suelo y posó sus
manos en los hombros de ella—. Mírame, Daniela, tienes que
relajarte, estás empezando a hiperventilar. Y mucho me temo que ya
no hay marcha atrás. Antonio viene por la esquina.
—No, no puedo, tenemos que irnos.
—Daniela, estás entrando en pánico. Sé que no debo hacer esto,
pero creo que es una buena forma de hacerle ver que no estás sola
y de que te tranquilices.
Adrián no lo pensó más. Uno de sus brazos rodó la cintura de su
jefa y la mano libre la pasó por su cuello, acercándola a él,
conectando su mirada con la de ella, viendo que eso estaba
tranquilizándola y se lanzó. La besó. Se perdió en sus labios con un
beso dulce, cálido, cargado del cariño que Daniela necesitaba,
cargado de una paz que hizo que ella respondiera y cargado de la
fuerza que requería el momento que iba a enfrentar.
Se separaron casi sin aliento, perturbados por lo que acababa de
pasar, pero decididos a salir de una vez por todas de ese mal trago.
Entraron en el edificio, ignorando a Antonio, haciéndole ver que
no eran conscientes de que estaba observándolos, que aquello no
había sido un paripé y que eran una pareja de verdad, no una
pantomima, aunque no estaban preparados para lo que les
esperaba en el piso de Esther.
6

La puerta del ascensor estaba cerrándose cuando Antonio, con cara


de pocos amigos, apareció frente a ellos en la entrada del edificio.
Adrián, lejos de ignorarlo, paró el cierre del mismo y lo esperó para
que los acompañara. Daniela no pudo evitar tensarse, pero el calor
de los brazos que la rodeaban y acariciaban le transmitían una
calma que hacía mucho no sentía, ni en esa situación ni en ninguna
otra.
En un incómodo silencio llegaron a la quinta planta del edificio.
Adrián cogió uno de los cuadros y del otro se hizo cargo Antonio,
que les tomó la delantera para abrir la vivienda. Entraron y Daniela
quiso que la tragara la tierra: delante de ella no solo tenía a su
hermana, también estaban sus padres, que miraban expectantes a
su nuevo yerno.
—¡Sorpresa! —gritó Esther antes de ir a tomarla del brazo.
—¿A qué viene esto? —le susurró Daniela, que no podía creer
que sus progenitores estuvieran allí.
—En cuanto les dije esta mañana que pensabas merendar aquí
con tu nuevo novio, no dudaron ni por un instante en venir a
conocerlo. Reconóceme que esto es del todo inusual, no presentas
un novio desde muchos años, y de eso ya hace bastante.
—Gracias por recordarme lo vieja que soy, y solo han pasado dos
años desde que lo dejé con…
—No seas tonta, además, menudo yogurín te has agenciado.
—Sigue haciéndome sentir una anciana.
—¡Ay, Daniela! Solo tienes treinta y dos años, eres joven, aunque
creo que Adrián lo es aún más… ¿Qué edad tiene?
La conversación de ambas se vio interrumpida por su madre, que
abrazó a su recién llegada hija, como la madre amorosa… No, ella
nunca había sido así con sus hijas, siempre había estado ausente
de sus vidas, era su padre el que las había criado prácticamente, el
que las llevaba de un lado para otro, sin importar que eso supusiera
que tendría que sacrificar horas de sueño por el trabajo pendiente.
Daniela se deshizo del agarre y le dedicó una falsa sonrisa. Acto
seguido, acudió hasta el hombre bonachón que la esperaba con una
mirada de amor sincera. Se agarró a su cuello y se lo comió a
besos, como había hecho desde que era una cría.
El buen hombre saludó a Adrián, al que conocía de haber visto un
par de veces cuando había ido a saludar a su hija a la oficina.
—No esperaba que fueras tú, chaval —le dijo tras darle un
apretón de mano.
—Encantado de volver a verle, don Raúl.
—¡Ay, chico! No me llames así. Aquí no eres el secretario de
Daniela, y mucho me temo que vas a ser mucho más que eso en
esta familia.
—Hola, soy Carmen, la madre de Daniela.
—Encantado…
—¿Cómo es que conoces a mi marido?
—Lo he visto un par de veces en la empresa de Daniela.
—¿Habéis coincidido porque ibas a visitarla?
—No, Ángela, Adrián es el secretario de la niña.
—¿Cómo?
Adrián alucinó con la mirada de desprecio que la señora le
dedicó. Al momento supo que lo consideraba un trepador, alguien
que quería aprovecharse de la posición de Daniela para llegar a ser
alguien en la vida, y entendió por qué su jefa nunca había
mencionado nunca a su madre.
La merienda continuó con la tensión presente en el ambiente. Por
más que Adrián intentaba que el ambiente fuera distendido, la
madre de Daniela y la presencia de Antonio no ayudaban a que
fuera fácil la situación.
Esther se empeñó en enseñarles el piso, y no dudó en agarrarse
del brazo de Adrián, a quien hacía más caso que a su propia
hermana. Los siguieron sus padres, y finalmente Daniela, que
llevaba pegada por detrás a Antonio.
En una de las habitaciones, Antonio hizo que se retrasaran.
Daniela comenzó a temblar, una vez más él tenía poder sobre ella,
pero entonces la imagen de Adrián pasó por su mente y su mirada
se transformó, había llegado el momento de plantarle cara a ese
malnacido y pensaba hacerlo, aunque no de la forma que él podría
imaginar. De una manera sutil, cogió el teléfono del pantalón
vaquero, y abrió la aplicación de WhatsApp a tiempo de que la
acorralara contra la pared. Consiguió acceder al chat que tenía con
el teléfono de empresa de Adrián y pulsó la tecla de grabación de
audios.
—Estás muy guapa, cuñadita, te ha sentado bien esto de tener
novio. Imagino que te follará bien para que tengas tan buen aspecto,
aunque puedo asegurarte de que estarías muchísimo más
satisfecha si fuera mi polla la que te penetrara por el coño, por el
culo, disfrutarías tanto saboreando mi corrida en tu boca…
—¿No te das cuenta de que me das asco? Que no quise ceder
hace tantos años a pasar por tu cama…
—Si tu hermana no nos hubiera interrumpido, habrías gozado
como una perra y hubieras querido mucho más.
—Estabas forzándome. Si mi hermana no hubiera llegado, me
habrías violado.
—No, eso no es cierto, es solo que tenías que probar la
mercancía, estoy seguro de que después no lo habrías visto como
una violación. Además, cuando no dijiste nada…
—No dije nada porque mi hermana está ciega contigo y nunca
me hubiera creído…
—Es tan ingenua que no se da cuenta de que lo único que me
une a ella es el dinero de tus padres. Anda, no seas tonta,
quedemos un día y disfrutemos de unas buenas sesiones de sexo,
seguro que ese mierda nunca te dejará tan satisfecha como lo haré
yo.
La puerta se abrió, Antonio se apartó de Daniela rápidamente y
Adrián supo que algo había pasado cuando vio la cara de ella. En
ese instante, notó que el teléfono de la empresa, que se había
llevado ese día por si tenía que llamarla para saber si aún seguía en
su casa o no, vibró en el bolsillo de su pantalón.
Antonio salió de la habitación, Adrián sacó el teléfono y miró a
Daniela sorprendido al ver en la pantalla un audio de ella. Por la
cara que tenía su jefa, ese audio prometía ser bastante importante.
Estaba nerviosa, temblaba, pero tenía una sonrisa triunfal que
nunca había visto en ella.
7

Decidieron que debían volver con los demás tras varios minutos en
los que Daniela le explicó lo que había sucedido y lo que contenía
ese audio que le había enviado. Después, antes de emprender el
regreso, le riñó por llevar encima el teléfono del trabajo, era domingo
y no debería tenerlo encendido. Él le explicó que no tenía claro que
ella tuviera su teléfono personal en la agenda, que él tampoco lo
tenía y que salió corriendo de casa, sin tiempo para grabar su
número.
La discusión terminó justo cuando entraron en el salón cogidos
de la mano y dedicándose miradas cómplices. El padre de Daniela
sonrió al verlos, eran una pareja perfecta. Siempre había visto
mucha complicidad entre ellos cada vez que había pasado por la
empresa de su hija, y se alegraba de que estuviera con un buen
chico, porque se veía que el muchacho tenía buen corazón y
nobleza. Y eso era precisamente lo que querían dar a entender con
la actitud que estaban mostrando, y buen trabajo estaban haciendo
porque estaban consiguiendo no solo que Raúl lo creyera, sino que
todos lo hicieran.
Adrián no le soltó la mano durante el tiempo que estuvieron en la
casa de Esther y Antonio. Notaba que temblaba, pero también cierto
subidón, incluso podía ver cierta paz en su rostro. Lo que no
conseguía entender era por qué no había dicho nada, por qué no
había desenmascarado al marido de su hermana, que la observaba
con una mirada sucia y lasciva.
Era algo más de las ocho cuando los padres de Daniela
decidieron que se iban a casa. Esther intentó que la nueva parejita
se quedara con ellos, pero Adrián salió al paso diciendo que habían
quedado con unos amigos que hacía tiempo que no veía. Su jefa
suspiró aliviada al ver a su resolutivo secretario haciéndose cargo
de la situación. Ese chico se merecía todo lo que pudiera hacer por
ayudarlo, más aún teniendo en cuenta lo que había sucedido la
noche anterior en la puerta de su casa.
Salieron de allí, se despidieron de Raúl en la salida del edificio,
su madre ya se había subido en el coche tras dedicarle a Daniela un
sutil beso e ignorar a Adrián, y emprendieron su camino.
No habían avanzado más de cien metros, de nuevo envueltos en
un incómodo silencio, cuando Adrián decidió romper el hielo.
—El audio… ¿Por qué no lo has mostrado a tus padres?
—Es complicado. Mi padre podría creerme, de hecho nunca le ha
terminado de gustar Antonio, pero sé que mi madre dirá que ese no
es él, que le he tendido una trampa, que lo he engatusado para que
diga todo eso… A saber.
—No te llevas bien con tu madre, ¿verdad?
—No. Desde que ya tuve una edad y fui consciente de que su
única hija era Esther.
—¿Cómo?
—Yo no soy su hija biológica, solo soy hija de mi padre, pero iba
en el lote y tuvo que intentar criarme como suya. Siempre he sentido
que sobraba en la familia. Estoy segura de que cuando esto salga a
la luz, hará todo lo posible por separarnos definitivamente.
Daniela calló, no dijo nada más, solo miró por la ventanilla del
coche. Adrián estaba seguro de que estaba llorando en silencio, que
era algo que le dolía demasiado y que era momento de terminar con
esa conversación, de buscar algo que la hiciera volver a ser la mujer
segura que él conocía y no la indefensa que ahora tenía a su lado.
—Te invito a cenar —soltó sin más.
—¿Cómo?
—Que te invito a cenar. Hace mucho que no cocino para alguien
más que yo.
—¿Esta noche no…?
—No, esta noche no trabajo. Solo cojo una o dos noches al mes,
lo justo para pagar la hipoteca y no tener que alquilar las dos
habitaciones que me sobran en el piso.
—Vaya…
Daniela se sintió mal. Si ella le pagara más, no tendría por qué
tener ese trabajo extra, y lo cierto era que el chico bien merecía un
aumento, porque hacía un trabajo impecable y que iba más allá de
su cometido.
—Bueno, si no quieres, no…
—Perdona, estaba en otra cosa. Sí, me encantaría cenar contigo,
creo que debemos hablar y ponernos de acuerdo para terminar con
esta mentira.
—Sí, creo que deberíamos…
—Y de paso…, tenemos que hablar de lo que sucedió anoche,
yo…
—Tranquila, no es necesario. Si yo te contara las situaciones en
las que me he visto envuelto, alucinarías mucho. Lo de ayer no fue
nada, te lo prometo.
Continuaron la charla, aunque desviaron de nuevo la
conversación. Ahora Daniela quería saber más de él, no de su
secretario, sino del hombre que la había acompañado en momentos
complicados en los últimos dos días.
Llegaron al edificio donde vivía Adrián, un barrio humilde que
nada tenía que ver con el suyo. Sí, era una snob. A pesar de no
llegar al punto de su madre o su hermana, pero algo le quedaba de
la educación recibida.
Bajaron del coche y subieron a pie hasta el segundo piso, el
ascensor se había averiado y tampoco era demasiado tramo.
Adrián abrió la puerta y le dio paso con un gesto de su mano.
Daniela le hizo caso y pasó por delante de él. Cuando fijó su vista
en la estancia que los recibía, se quedó perpleja: un diseño
minimalista, cuidado al detalle y con un buen gusto que no esperaba
para nada en su secretario.
8

Adrián dejó a Daniela en el sofá sentada con el mando de la tele en


la mano y fue al baño para quitarse las lentillas que ya estaban
molestándole. Y para qué negarlo, necesitaba respirar unos
segundos, empezaba a darse cuenta de que no debería haberla
invitado a ir a su casa.
Se miró al espejo, tras deshacerse de las lentes de contacto y
ponerse las gafas, y bufó. Por mucho que intentara no pensar en
ello, sabía que Daniela siempre le había atraído, desde que empezó
a hacer las prácticas en la empresa, aunque siempre mantuvo al
margen ese sentimiento porque era su jefa, y porque su trabajo
nocturno tampoco es que le permitiera tener una relación.
Fue de vuelta al salón y la observó con la libertad que permite el
no ser visto. Estaba relajada, más que nunca desde que la conocía,
y pensar que era porque con él se sentía a gusto hizo que un
cosquilleo se instalara en su estómago. No, eso no podía ser bueno,
así que respiró hondo e hizo algo de ruido para provocar ser
descubierto.
Daniela se giró y le sonrió, una sonrisa sincera que hizo que
volviera a llenar sus pulmones con fuerza.
—¿Te gusta la pizza?
—¿Me has traído a tu casa para comer pizza?
—Pero no es una cualquiera, ¿qué te piensas? Dejé la masa
hecha esta tarde, antes de ir a buscarte. Vas a probar la pizza
casera más rica del mundo, la que me hacía mi abuela cuando era
pequeño.
Daniela se dio cuenta de cierto halo de morriña en Adrián.
Imaginó que la buena mujer ya no estaba en el mundo de los vivos,
o que hacía mucho tiempo que el chico no la veía.
Se levantó del sofá, se atusó la ropa y, decidida, fue hasta él.
—¿Puedo ayudarte? —le sonrió de nuevo.
—Sí…, claro, pero deberías quitarte esos zapatos que siempre te
han destrozado los pies.
—Me conoces mejor de lo que pensaba…
—Soy muy observador.
—Hoy no me molestan… —Adrián le echó una mirada que le
daba a entender que no la creía—. Está bien, no me gusta andar
descalza en casas ajenas.
—Eso tiene solución.
Adrián desapareció por el pasillo y regresó con unas zapatillas de
mujer en la mano. Eso decepcionó bastante a Daniela y su mente
no pudo evitar pensar que las tenía para que estuvieran cómodas
sus conquistas cuando las traía a casa. Sí, estaba sintiendo unos
celos que ni entendía ni quería creer que tuviera.
—Toma. Están limpias. Son de una chica a la que le alquilé una
de las habitaciones durante un tiempo, hasta que su novio regresó
de Estados Unidos y se fueron a vivir juntos.
Un soplo de aire fresco consiguió que Daniela volviera a respirar,
ni se había dado cuenta que no estaba haciéndolo.
—Muchas gracias.
—Es probable que te estén un poco grandes, tienes un pie
pequeño.
Una vez más, su secretario volvía a sorprenderla, aunque no le
extrañaba porque, de vez en cuando, pedía ropa y zapatos online
que le llegaban a la oficina, y él era el encargado de recibirlos.
Se descalzó y casi tuvo un orgasmo al poner los pies en su nuevo
calzado. El interior estaba forrado de lanita y era muy calentito, algo
de agradecer en ese frío final de noviembre.
Siguió a Adrián hasta la cocina. Prepararon las pizzas entre risas
cómplices, roces de manos fortuitos, otra veces intencionados.
Cenaron entre anécdotas, y Daniela entendió la nostalgia de él
cuando habló de su abuela: la buena mujer había fallecido apenas
unos meses atrás, aunque tuvo la suerte de hacerlo con su nieto al
lado, ya que fue en las vacaciones de verano, cuando él estaba
visitando a su familia en el pueblo.
Después de dejar la mesa y la cocina recogidas, Daniela tomó
sus zapatos del suelo, dispuesta a cambiar de calzado y emprender
el camino de vuelta a casa. Esa noche haría una videollamada con
Aitana si no estaba en alguna fiesta.
Adrián regresó de la cocina y ya la encontró enfundada en sus
tacones y poniéndose el abrigo. Sabía que eso era lo mejor, que
cuanto antes cruzara la puerta, antes recobraría la cordura y la
absurda idea de besarla, arrastrarla hasta su cama y perderse entre
sus piernas desaparecería.
—¿He aprobado como chef?
—Con matrícula de honor —rio ella—. Creo que ya debería irme.
—Vale. Te acompaño al coche.
—No es necesario…
—Además de buen secretario y chef, también soy un caballero —
le guiñó un ojo al tiempo que se ponía su abrigo.
Daniela se acercó a él, le acarició la cara con cariño y Adrián no
pudo evitar tomarle la mano. Ella pensó que se había extralimitado,
pero él la llevó a sus labios y la besó.
—Gracias por todo.
Y surgió sin más. Sus caras se acercaron, sus narices se
rozaron, como pidiendo permiso para hacer algo que ya habían
hecho antes, y sus labios se unieron.
Adrián se deshizo del abrigo del que solo se había puesto una
manga y empezó a desabrochar el de ella. No, no quería que
Daniela saliera por la puerta, aunque fuera lo correcto, aunque
supiera que lo que estaba sucediendo estaba mal y les traería
muchos problemas. Y la razón pudo con el deseo que le arrastraba.
Se separó de ella y apoyó la frente en la suya.
—Esto no…
—Tienes razón…
Pero sus ojos se encontraron de nuevo, en ellos ardía el deseo, y
ninguna de las dos frases dejadas a media tuvieron peso. Siguieron
devorándose, con pasión y miedo a partes iguales, sin embargo, se
sentían incapaces de pararlo.
9

Entre besos y caricias llegaron al dormitorio principal, y Daniela no


dudó en empezar a desnudar a Adrián, que se dejó hacer. Jamás
había estado tan nervioso delante de una mujer, aunque influía
también que llevaba demasiado tiempo sin estar con nadie. Y un
jarro de agua fría cayó sobre él.
—Para, Daniela…
Daniela no entendía qué estaba pasando, todo iba de maravilla,
los dos estaban entregados, no podía creer que la hubiera frenado.
—¿Qué ocurre? ¿Te lo has pensado mejor?
—No, no es eso. Verás… Hace tiempo que no estoy así con una
mujer y… Bueno, mi trabajo de fines de semana no da mucho pie a
una relación con nadie… —dejó la frase a medias, le daba algo de
vergüenza confesarle el motivo por el que tenían que parar.
—¿Y?
—No tengo condones.
—Vaya…
A esas alturas de la conversación, ya los dos estaban sentados
en el borde de la cama, decepcionados por el giro que había dado la
situación. Entonces, a Daniela le vino una idea a la mente, que no
era lo correcto, que sabía que no se debía hacer, pero dentro de ella
la invitaba a tirarse de cabeza con Adrián, aunque fuera su mayor
error.
—En la empresa de… En tu otro trabajo… ¿Tú también estás
obligado a pasar controles médicos…?
—Sí, aunque yo no me acueste con los clientes, debo pasarlos
por protocolo.
—¿Estás sano?
Adrián la miró sorprendido, sabía perfectamente de lo que estaba
hablando su jefa, y lejos de negarse, se lanzó a devorarla de nuevo.
Sí, estaba completamente sano, y sabía que ella tomaba
anticonceptivas, en más de una ocasión se las había olvidado en la
mesa de su despacho, y él, para que no se violentara al darse
cuenta de su error, las había guardado en el segundo cajón, donde
solía tener paracetamol e ibuprofeno.
—Dime que tú también estás sana, no quiero que paremos esto.
—La última relación estable que tuve fue hace dos años, con un
cabrón que me puso bien los cuernos, así que no dudé en hacerme
todo tipo de pruebas; por suerte, no me pegó nada. Desde
entonces, no he estado con nadie sin usar protección.
Y entonces ya no hubo nada más en lo que pensar… O sí.
Daniela era demasiado analítica, demasiado centrada para dejarse
llevar de esa manera y se separó de él rápidamente, cortando el
apasionado beso que acababa de dar comienzo.
—No, no, no… Debemos ser responsables… No podemos…
—Espera un momento.
Adrián se levantó de la cama y salió de la habitación, dejándola
con una extraña sensación de vacío. Lo escuchó trastear en unos
cajones y casi le decepcionó que de verdad tuviera condones en la
casa, podría decirse que un halo de celos estaba apoderándose de
ella otra vez.
—Había —dijo Adrián, sacándola de sus pensamientos y
blandeando una caja de preservativos—. He tenido que trastear en
los cajones de…
—¿De la dueña de las zapatillas? Veo que se dejó muchas
cosas.
Adrián sonrió, sabía que estaba pensando cosas que no eran,
incluso quiso tomarle un poco más el pelo, pero prefería mil veces
más perderse entre sus piernas que cabrearla.
—En realidad, no es de ninguna inquilina… Es la habitación que
usa mi hermana pequeña cuando viene a pasar unos días conmigo.
Estudia a distancia, pero hay exámenes que tiene que hacerlos
aquí.
—¿Tu hermana?
El gesto de su cara cambió, y no dudó en acercarse a él, quitarle
las gafas y mirarlo fijamente a los ojos, podría perderse en el azul
cielo de su iris, tan transparente, tan sincero.
Terminaron de desnudarse con torpeza. A esas alturas, las ansias
se habían apoderado de ellos, y compartieron sonrisas, miradas
cómplices, caricias, besos y un sinfín de sentimientos que no
quisieron ver, porque simplemente no podían existir entre ellos.
Cayeron en la cama, Daniela sobre Adrián o Adrián sobre
Daniela, en ese momento se convirtieron en una sola persona.
Finalmente, fue él quien quedó sobre ella. Besó cada milímetro
de su cuello, lamió cada centímetro de su pecho, jugó con sus
pezones y descendió pasando cerca de su ombligo, hasta llegar al
destino que iba buscando. Le abrió las piernas y hundió su cara,
dando caza a su clítoris, acariciándolo y torturándolo a partes
iguales.
Daniela se sintió perdida, su joven secretario sabía muy bien lo
que estaba haciendo, y se dejó llevar, dejó que estuviera al mando,
hasta que la excitación comenzaba a pedirle algo más, y él no
necesitó sus palabras, simplemente metió dos dedos dentro de ella
y jugó. El orgasmo le llegó sin previo aviso y lo disfruto como nunca
antes lo había hecho.
Adrián se incorporó, cogió un condón, se lo colocó y sin darle
tiempo a ella de recuperarse del éxtasis, la penetró de una sola
estocada, provocándole un gemido de placer que hizo que se
pusiera aún más duro de lo que ya estaba, tanto que sintió cómo las
paredes de ella lo aprisionaban. Si no se controlaba, no tardaría
nada en correrse, y quería que ella lo hiciera de nuevo, pero esta
vez a la par de él.
Daniela abrazó la cintura de Adrián con las caderas, el cuello con
sus brazos, y con un movimiento que no vio venir, lo tumbó en la
cama y se colocó a horcajadas sobre él. Cabalgó sin descanso
mientras una de las manos de su compañero de juegos voló a su
pecho, jugó con sus pezones, y un dedo de la otra jugaba con su
clítoris.
Y el joven secretario consiguió lo que se había propuesto, su jefa
se dejó caer sobre él cuando el orgasmo llegó de nuevo, las
contracciones de su vagina fueron tan fuertes que se dejó ir con ella,
sin poder evitarlo, sin querer evitarlo, consiguiendo que entre ellos
se forjara un nuevo nexo de unión del que librarse iba a ser bastante
complicado.
10

El lunes por la mañana la situación se tornó bastante incómoda. A


pesar de que habían decidido que lo ocurrido no volvería a suceder,
no era fácil de llevar. Cada vez que sus ojos se cruzaban, algo ardía
dentro de ellos y tenían que desviar la mirada.
Los días fueron pasando y la normalidad se instaló, poco a poco,
entre ellos. Los dos lo recordaban como algo maravilloso, y en otras
circunstancias, hasta se habrían planteado tener algo más, pero
ambos iban a perder demasiado si lo hacían.
Adrián no podía permitirse perder el trabajo, sabía que sería así
si la cosa no funcionaba entre ellos, y volver de lleno al mundo de la
noche, no era algo que le gustara. Además, ella había dejado claro
que entre ellos nunca pasaría nada.
Daniela, por su parte, no podía creer que se hubiera acostado
con su secretario, que se hubiera dejado llevar así, con un hombre
muchísimo más joven que ella. Lo sucedido no tenía ni pies ni
cabeza, y lo mejor era cortarlo de raíz, por mucho que Adrián le
gustara.
El teléfono personal de Daniela comenzó a sonar mientras estaba
reunida con Adrián, sonrió al ver el nombre de su padre en la
pantalla y no dudó en responder.
—Hola, papi.
—Hola, cariño.
—No sueles llamarme a esta hora, ¿pasa algo?
—No, no pasa nada… Es solo que estamos mirando un viaje
para estas navidades, un viaje familiar, con Esther y Antonio, y
queríamos saber si Adrián y tú también vendréis.
—No… —Daniela maldijo no haber desmentido ya la patraña de
su relación con Adrián—. No, papá, tenemos mucho trabajo en esa
fecha, no podemos ir con vosotros a ese viaje.
—Ya se lo dije a tu madre, pero Antonio insistía en que vinierais,
porque hace mucho tiempo que no pasamos tanto tiempo juntos.
Adrián observó que el talante de su jefa se volvía sombrío, sabía
que la llamada era de su padre, estaban hablando de un viaje, y
ahora algo raro estaba pasando. No tardó mucho en atar cabos y
saber que el nombre de su cuñado había salido a la luz.
Daniela le tendió el teléfono y él lo cogió sin entender muy bien
qué demonios estaba pasando. Le hizo un gesto sin palabras para
que le dijera a qué se enfrentaba y ella solo le susurró que quería
hablar con él.
—¿Hola?
—Buenos días, Adrián. ¿Cómo estás, muchacho?
—Muy bien, Raúl, ¿y usted?
—Por Dios, no me hables de usted a estas alturas.
—Disculpa, es la costumbre. ¿En qué puedo ayudarte?
—Pues podrías convencer a tu jefa para que os vinierais a pasar
con la familia las vacaciones a París.
—Esto…
—Lo pasaremos bien. También vendrán Esther y Antonio, y el
trabajo siempre puede esperar, o podéis trabajar desde allí…
—Ya, pero es que ya tenemos planes —miró a Daniela, que lo
observaba sin entender nada—. Prometí a mi madre que iríamos al
pueblo un par de días, así podrían conocer a mi novia, que todavía
no hemos tenido oportunidad. Si lo hubiéramos sabido antes…
—Bueno, si es por eso, estáis disculpados, pero Fin de Año lo
tenéis que pasar con nosotros, y no acepto un no por respuesta.
—Ahí si vamos a estar a tope de trabajo…
—No quiero excusas, ya está decidido.
—Bueno, voy a hablarlo con su hija…
Daniela le arrancó el teléfono de la mano a Adrián y despidió con
rapidez a su padre, el chico estaba pasando un mal trago por olvidar
poner las cosas en orden, y ahora estaba sacándole las castañas
del fuego de nuevo.
—¿Estás bien? ¿Qué te ha preguntado? ¿Por qué le has
dicho…?
—Quiere que pasemos Fin de Año con ellos. He podido librarte
de Navidad, pero…
—Tranquilo, te prometo que voy a solucionarlo antes de que
llegue esa fecha.
—No me importa ir ese día contigo, pero la Navidad no puedo
faltar en casa, es la primera sin mi abuela, necesitamos estar juntos.
—Pero no puedo seguir con esta farsa para siempre.
—No, pero sí hasta que te decidas a desenmascarar a Antonio,
que sigo sin entender por qué todavía no lo has hecho.
—Ya te lo dije, no sé si estoy preparada para perder a mi
hermana.
—¿Vas a pasar sola la Navidad?
—Sí, no sería la primera… ¡Ah, no! Si voy a pasarla con mi novio
en el pueblo del que proviene… —Daniela no pudo evitar reírse, y
Adrián hizo lo propio también.
—Si quieres venir, serás bienvenida. En mi familia siempre
estamos encantados de recibir a los amigos.
—Muchas gracias, pero no quiero…
El teléfono de Daniela sonó de nuevo, pero esta vez se trataba de
un mensaje de su padre. Lo leyó, bufó y le pasó el teléfono a Adrián.
**Espero que me mandes muchas fotos de vosotros disfrutando
de esos días, estoy seguro de que ese pueblo debe ser precioso en
Navidad. Disfruta del viaje y no estés nerviosa, seguro que le
encantas a los padres de Adrián.
—Pues nada, no vas a pasar la festividad sola, vas a tener que
venirte al pueblo sí o sí.
Daniela no podía creer que estuviera pasándole eso, era todo tan
surrealista… Estaba entre la espada y la pared: por un lado, si
desmentía su relación con Adrián, tendría que viajar con su familia,
soportar las miradas de superioridad de su madrasta, que estaría
feliz de que hubiera terminado con el chico, y soportar a Antonio,
que no dudaría en acosarla de nuevo; por otra parte, si no lo
desmentía, tenía que ir sí o sí con Adrián y su familia.
Se dejó caer sobre el escritorio, con los brazos cruzados y la
cabeza entre ellos. Una vez más, se había complicado su vida por
culpa de Antonio, como siempre.
La mano de Adrián sobre una de las suyas, hizo que dejara de
pensar en sus líos y lo mirara. La seguridad que veía en sus ojos la
tranquilizó e hizo que una lágrima que estaba a punto de rodar por
sus mejillas se detuviera.
—Después del día de Reyes, lo solucionaremos todo, así tendrás
las fiestas en paz.
—Pero… Las fotos… Me harán videollamadas…
—Y lo haremos juntos. Ya te lo he dicho, te vienes al pueblo.
Además, el aire fresco de allí y la paz que se respira te vendrán
bien.
—Adrián…
—Déjame ayudarte, ¿vale?
Adrián le acarició la cara con la mano que le quedaba libre,
Daniela se dejó hacer e incluso ronroneó un poco.
—Muchas gracias por todo, «cariño».
Los dos rieron con esa última palabra y volvieron al trabajo
después de organizar el viaje que tenían por delante en poco más
de una semana.
11

Eran las cinco de la tarde del veintitrés de diciembre cuando


estaban bajando las maletas del coche en la puerta de la casa
familiar de Adrián. En otras circunstancias, su hermana habría
tenido que ir a buscarlo a la estación de tren de Jerez, pero iban en
el coche de Daniela.
Las dos mujeres de su familia lo habían interrogado por activa y
por pasiva, intentando sonsacarle todo sobre su relación con
Daniela, y él ya no sabía de qué manera explicarle que entre ellos
no había nada, que solo la había invitado porque sabía que iba a
pasar sola las fiestas, y no quería que eso fuera así, ya que se
estaba portando muy bien con él, le había subido el sueldo y le
convalidaba las prácticas del máster.
Adrián abrió la puerta con su llave, dejó las maletas en la entrada
e hizo pasar a Daniela, que lo miraba todo con auténtica
fascinación. El salón estaba decorado, quizá en exceso, pero eso no
fue lo que le llamó la atención, sino la calidez y el olor a hogar que
habitaba en la casa.
—¡Mamá! —gritó para que supieran que ya habían llegado.
De una puerta en la que ella no se había fijado, perdida en todo lo
que estaba viendo y sintiendo, salió una mujer de unos escasos
sesenta años y una chica que no debía tener más de veintitrés años.
Las dos corrieron a abrazar a su secretario, que se dejó achuchar
y correspondió de la misma manera. Llevaban varios meses sin
verse y era mucho el amor y el cariño que había entre ellos.
Siempre habían sido una familia muy unida.
—¡Qué guapo estás, mi niño!
—¡Te echaba de menos, hermanito!
Daniela esperó pacientemente a que terminara tan emotivo
momento, sabía que su padre debía estar al aparecer, pero no fue
así, cosa que le extrañó, aunque no dijo nada.
Las mujeres se separaron de él y la observaron expectantes.
Adrián salió de su nube de mimos y se acercó a ella.
—Daniela, esta es Luisa, mi madre, y ella es Lidia, mi hermana.
—Encantada de conoceros.
—Bienvenida a nuestra casa, bonita. —Luisa la tomó de las
manos y tiró de ella hacia el interior de la casa—. ¿Quieres un café
calentito? Tienes las manos heladas.
—Sí, gracias. Voy sacando mientras un detallito que os he traído.
—No tenías que molestarte, mujer. Adrián, enséñale a Daniela
cuál es la habitación.
—Bueno, lo suyo sería que Lidia nos acompañara…
—No, va a dormir en la del fondo —le guiñó Luisa un ojo a su
hijo.
Adrián cogió las maletas de los dos y se adentró por un pasillo,
aunque de lo que realmente tenía ganas era de tener unas serias
palabritas con su madre. Siempre había sido una alcahueta, y esa
vez no iba a ser menos.
Daniela lo siguió hasta llegar a una puerta que había al final.
Entró tras él y se quedó fascinada por la sencillez y buen gusto de la
estancia, muy similar al estilo que tenía el piso de su secretario y
que nada tenía que ver con la ostentosa decoración navideña del
salón.
—No es gran cosa, pero vas a estar muy cómoda. Si tienes frío,
hay mantas en ese armario. —Adrián fue hasta una trampilla que
había en la pared y la abrió, dejando a Daniela sin palabras—.
También hay una chimenea eléctrica que da mucho calor,
demasiado para mi gusto, pero si ves que lo necesitas, la
encendemos.
Adrián se dio la vuelta para no mirarla y esperó pacientemente a
que hablara, pero Daniela estaba tan embelesada con todo lo que la
rodeaba, que no tenía nada que ver con lo que aparentaba el
exterior de la casa, que tardó más de diez segundos en procesar lo
que le acababa de decir.
—¿La encendemos?
—Sí… Lo siento. Pero no te preocupes, yo puedo dormir en el
suelo sobre una manta. Es que mi madre está emperrada en que
estamos juntos y me ha hecho una encerrona… Se suponía que
ibas a dormir con mi hermana.
—Tranquilo… No voy a permitir que te acuestes en el suelo, no
sería la primera vez que durmiéramos juntos… Y somos adultos,
¿no?
—Sí, claro.
—Además, solo van a ser tres noches.
—Claro, no hay problema. Puedes guardar tus cosas en el
armario, yo solo necesito una percha para la camisa que me pondré
mañana, que si no voy bien vestido, me mata mi madre.
Los dos rieron y comenzaron a sacar y colocar la ropa. Adrián vio
que había dejado tres paquetes encima de la cama, y supo que eran
los detalles que había traído para su hermana y su madre, pero
sobraba uno y dudaba mucho que fuera para él.
Daniela cogió los paquetes cuando se disponían a salir, pero
hubo uno que dejó sobre el colchón. Adrián lo tomó en sus manos y
se lo acercó.
—Te dejas uno.
—Es que es para tu padre, pero como no está…
El rostro de Adrián se tornó sombrío y soltó de mala gana el
paquete sobre la cama. Daniela no entendía qué estaba pasando,
pero era consciente de que había metido la pata.
—Yo no tengo padre.
Adrián la invitó a salir de la habitación sin decir nada más, debían
volver al salón, ya podía oler el café que su madre había preparado.
Daniela lo hizo, pero se sentía mal, muy mal, tanto que solo tenía
ganas de encerrarse en el dormitorio y fustigarse por dar por hecho
que todas las familias eran como la suya. Sintió que sus ojos
estaban aguándose, no podía llegar al salón en ese estado, así que
se dio la vuelta sin decir nada, no quería que él viera que estaba
llorando.
Adrián llegó al salón y se giró para buscarla. Se quedó
sorprendido al ver que no estaba tras él y suspiró. Conocía lo
suficiente a su jefa para saber que la última frase que cruzaron
antes de salir de la habitación debía estar dando muchas vueltas en
su cabeza.
Se giró sobre sus pies, aprovechando que nadie le había visto
llegar, y fue a buscarla. Había sido demasiado brusco al expresarse
sobre su padre, pero era lo que siempre pasaba cuando alguien se
lo mencionaba, esa persona desapareció de sus vidas cuando él
apenas contaba con unos años de vida.
—Daniela, ¿puedo pasar?
—Claro, es tu casa.
Aunque no tenía ninguna lágrima en su rostro, sí se podía
observar el surco por el que habían estado pasando en su sutil
maquillaje.
Daniela se giró para mirar por la ventana, no quería que la viera,
e intentó difuminar las marcas, sabía que él se había percatado.
Adrián se acercó por detrás y no pudo evitar abrazarla por la
cintura y apoyar la barbilla en su hombro. Un gesto íntimo, que lejos
de incomodarlos, los hizo sentir bien.
—Lo siento, no debí hablarte así.
—Yo tampoco debí dar por hecho… Lo cierto es que nunca me
has hablado de tu padre, solo de tu madre, tu hermana y tu abuela.
—Sí, tengo padre, pero desapareció de nuestras vidas cuando yo
tenía unos cinco años. En esta casa, para todos, está muerto, no
existe ni queremos saber nada de él.
Daniela se giró entre los brazos de Adrián y apoyó las manos en
su pecho. Levantó la mirada y le dio igual que viera sus lágrimas.
—¿Me perdonas? —le preguntó con la voz entrecortada.
—No tengo nada que perdonarte. Más bien, soy yo quien tiene
que pedir perdón por hablarte como lo he hecho.
Sus caras, a cada segundo, a cada palabra, más cerca estaban
la una de la otra, y era evidente que sus labios se estaban
buscando, que los dos se sentían bien con la intimidad que los
rodeaba. Hasta que se oyó una voz fuera de la habitación
anunciando que el café estaba listo y el momento se rompió.
Se separaron y recobraron la compostura. Adrián ayudó a
Daniela con el maquillaje, y supo que iban a ser tres noches
interminables las que le quedaban por delante. Le gustaba,
demasiado, tanto como para tirar por la borda todo lo que había
opinado siempre sobre las relaciones y el trabajo, algo que su
madre le había inculcado desde que el malnacido de su padre se
quitó de en medio. Ellos siempre habían trabajado juntos, se habían
conocido en la misma empresa. Ella se enamoró, él solo la quería
para pasar el rato, hasta que se le fue de las manos y tuvo dos
hijos… Y después les dio la patada por la hija del jefe e hizo que
despidieran a su madre, dejándola sola en la vida, con dos niños y
sin trabajo.
12

Los detalles que Daniela había traído para la madre y la hermana de


Adrián lucían en sus cuellos, unos preciosos colgantes del árbol de
la vida. Todos rodeaban la mesa, y no solo los que pertenecían a la
familia, también algunos vecinos, que pasaban la fiesta solos, se
habían unido a la cena.
Admiró fascinada todo lo que la rodeaba, nunca había vivido una
reunión así, al menos no desde que murió su madre cuando era
muy pequeña. Una algarabía maravillosa los rodeaba, y ella era una
parte más de todo eso, así era como la hacían sentir. Por otra parte,
un halo de tristeza le llenaba el corazón, hubiera sido tan bonito vivir
todo eso con su propia familia…
La cena pasó, decenas de villancicos amenizaron la sobremesa y
muchas copas de anís y vino. Adrián estaba embelesado con la paz
y felicidad que se reflejaba en su jefa… En realidad, no solo era por
eso, sino porque cuanto más tiempo pasaba a su lado, más
sentimientos despertaba en él, y eso no era bueno.
La noche anterior había sido una auténtica tortura hasta que…
Ninguno podía conciliar el sueño, la cercanía no les permitía estar
tranquilos, hasta que los dos se giraron y quedaron frente a frente,
mirándose a los ojos con la poca luz que reflejaba la imitación de
fuego de la chimenea eléctrica. Y surgió. Sus labios se unieron e
hicieron el amor en agónico silencio, sin poder gritar el placer que
estaban sintiendo, aunque sus sentimientos si lo hacían por todos
los poros de la piel.
Despertaron desnudos y abrazados bajo las mantas. Estaban a
punto de repetir lo que había pasado de madrugada cuando Lidia
tocó la puerta para avisarles de que el desayuno estaba listo. No
habían podido compartir ni un solo momento igual en todo el día,
pero ahora la casa estaba quedándose sola y volverían a esa
intimidad del dormitorio que no sabían cómo afrontar.
Tomaron un último anís cuando todos se habían ido. Los cuatro,
ya en pijama, se despidieron en el salón y cada uno tomó su
camino. La puerta de la habitación se cerró tras entrar, y no hubo
incomodidad alguna entre ellos. Simplemente se desnudaron el uno
al otro y se metieron en la cama. Sabían que no estaba bien, que
tenía que terminar, que debían ponerle freno, pero pensaron que ya
lo harían al volver a la realidad, aquello solo era un bonito sueño de
Navidad.
El día de Navidad pasó entre regalos, comida y más cánticos
típicos de esas fechas. Daniela estaba feliz, se sentía dichosa
porque aquellas mujeres, que no la conocían de nada, la habían
acogido como una más de la familia, como si ya fuera parte de ella.
La noche volvió a envolverlos entre las sábanas. Era la última
noche que pasarían juntos, los dos sabían que al día siguiente,
cuando llegaran a su realidad, todo terminaría y volverían a ser la
jefa y el secretario. Además, Daniela sabía que no sería capaz de
soportar su otro trabajo, y el chico necesitaba el dinero, sabía que
con lo que ganaba en su empresa no podía permitirse vivir solo, su
hipoteca era bastante alta.
Ahora se encontraban en la puerta del edificio donde vivía Adrián,
había llegado el momento de despedirse hasta que se vieran en el
trabajo al día siguiente. Ya habían hablado la noche anterior,
después de haber hecho el amor una vez más, harían un buen
papel delante de la familia de ella, y después anunciarían que la
relación había terminado. Ambos eran adultos y se veían capaces
que dejar lo que habían vivido atrás, sin que hubiera ningún
problema entre ellos.
Daniela llegó a su casa. No deshizo la maleta, solo se tiró en la
cama y lloró. Se maldijo una y otra vez por ser tan estúpida y
haberse dejado arrastrar de esa manera. Sabía que no iba a ser
fácil tratar con él como si nada, como había sido la relación entre
ellos antes de aquella maldita fiesta.
Su teléfono empezó a sonar, estaba entrando una videollamada,
y era justo de la persona que más necesitaba en ese momento:
Aitana.
—¡Hola, loqui!
—Hola…
—¡Ay, Dios! ¿Qué te pasa? ¿Está bien tu padre?
—Sí, está bien. Lo que me pasa es que soy estúpida, gilipollas y
todo lo que quieras llamarme.
—¿Por qué debería hacerlo?
—Porque siempre me equivoco con los hombres, ¿por qué va a
ser si no?
—Pero… ¿estabas con alguien?
—No… Sí… Bueno, solo nos acostamos un día, se suponía que
no iba a ir más allá, pero estos días…
—¿Estás acostándote con tu secretario?
—¿Cómo lo sabes?
—Te recuerdo que me has contado todo lo que ha pasado, cómo
te ha ayudado con todo lo de Antonio, aunque hayas omitido el
hecho de que os habíais acostado.
—Pues eso, que soy tonta.
—¿Te gusta?
—Más de lo que creía, y no sé qué va a pasar a partir de ahora.
Sí, me las he dado de muy adulta delante de él, pero no sé si podré
soportar tenerlo tan cerca…
—¿Él no quiere nada más?
—Aunque quisiera, no puede ser. ¿Recuerdas su trabajo
nocturno? ¿Cómo puedo tener algo con él?
—Pero él te ha dicho que no se acuesta con las personas a las
que acompaña.
—No puedo, me consumirían los celos solo de pensar…
—¿Y si lo dejara?
—No puede permitírselo. Aunque le he subido el sueldo, no le
llega para la hipoteca, los gastos, los estudios…
—Podríais intentarlo…
—No, no puedo. Además, si quisiera algo más, me lo habría
insinuado, ¿no?
—Háblale claro.
—Ni loca…
—Pues tienes razón, eres tonta.
—No soy tonta, Aitana. Me contó que sus padres trabajaban
juntos y que los abandonó por la hija del jefe. Después de eso, su
madre fue despedida y tuvo que criar sola a sus dos hijos. Sus
palabras fueron: «Nada de mezclar trabajo y amor, solo trae
problemas».
—Ves, eso tampoco me lo habías contado. No, no eres tonta, y
sí, deberías ir haciéndote a la idea de que lo único que puede haber
entre vosotros es una relación laboral.
Las amigas charlaron un rato más, hasta que la batería del
teléfono de Daniela se agotó. Después de eso, se dedicó a poner la
lavadora, tender la ropa y preparar todo lo que necesitaría para la
vuelta al trabajo al día siguiente.
El sueño le rindió después de soltar muchas lágrimas más. Adrián
le gustaba, mucho, ya no podía negárselo, y una vez más, se había
enamorado de la persona equivocada.
13

Llegó el último día del año y Daniela estaba de los nervios.


Terminaba de vestirse cuando sonó el telefonillo, Adrián ya había
llegado y tenía que darse prisa.
Por suerte para su estabilidad emocional, la vida en la oficina
había sido un caos, la cantidad de eventos que tenían que organizar
esos días no les había dado tiempo de pensar en nada que no fuera
trabajar, pero ahora se suponía que era un momento de relax… Lo
sería para cualquier persona normal, pero no para ella.
Abrió la puerta y volvió al baño para terminar de maquillarse,
debía ocultar las ojeras que le había provocado el saber a lo que
tenía que enfrentarse esa noche.
Por un lado, tendría que soportar a su madre, que no dudaría ni
una sola ocasión para menospreciar a Adrián, y no sabía si podría
soportarlo ahora que sus sentimientos hacia él habían cambiado
tanto. Por otra parte, le ponía nerviosa la presencia de Antonio…
Aunque en las veces anteriores su secretario había sido un bálsamo
para eso, no sabía si ahora lo sería.
—Estás preciosa.
—Gracias —dijo Daniela, desviando la mirada de nuevo al espejo
—. Tú tampoco estás nada mal.
—Todavía es pronto, ¿podemos hablar antes de irnos?
Esas palabras consiguieron que Daniela casi se saliera de la
línea del labio y empezó a temblar. Había temido esas palabras
desde que aquella tarde se despidieron en la puerta del edificio
donde vivía Adrián.
Llegaron al salón y se sentaron en el sofá. Daniela se vio poseída
por algo que no sabía qué demonios era, y decidió lanzarse a la
piscina y soltarle todo lo que estaba dándole vueltas en la cabeza.
Pero Adrián se le adelantó.
—Necesito pedirte un favor.
—Sí…, dime.
—Me han llamado para acompañar a alguien el jueves a una
fiesta y me preguntaba si podría coger el viernes de vacaciones.
—Ya…
Daniela se quedó en shock, no era para nada lo que pensaba
escuchar. La cruda realidad se cebó con ella, ahí estaba el mayor de
los problemas, su otro trabajo. Se recriminó a sí misma que se le
pasara por la mente la idea de soltarle todo lo que él le hacía sentir.
—¿Entonces?
—Sí, claro, puedes cogerte el día.
Adrián sonrió al ver la actitud de Daniela. No, no existía ninguna
fiesta a la que ir ese jueves, solo quería ver la reacción de su jefa,
saber si lo que sentía por ella era algo correspondido o no, si no era
una locura decirle que estaba enamorado, que no le importaba que
trabajaran juntos y que estaba dispuesto a intentar tener algo más.
Y sí, su actitud la delataba.
—¿Ocurre algo?
Daniela sabía que tenía que hablar, pero se le había formado un
nudo en la garganta que no le permitía decir nada… o quizá todo.
—Pues sí, me ocurre algo, que soy imbécil… Eso me ocurre.
—¿Por qué dices eso?
—Porque sí.
—Debe haber algún motivo.
En ese punto, Adrián ya estaba pegado a Daniela, aunque ella ni
cuenta se había dado de eso. Así que la dejó hablar.
—El motivo es que siempre me equivoco, que me fijo en el
hombre que no debo, que mi vida amorosa es un desastre… Que
estoy enamorándome de ti como una gilipollas y lo nuestro es
imposible.
—No sigas.
—Creo que es mejor que te vayas. Voy a llamar a mis padres
para decirles que no vamos, que me encuentro indispuesta.
—¿Por qué es imposible?
—¿Cómo?
—Yo te gusto, tú me gustas. —Daniela lo miró sorprendida, no
esperaba esas palabras—. Sé que te dije que nunca mezclaría
trabajo con amor, pero… ¡Joder! Me haces sentir tantas cosas que
no duermo bien desde la última noche que estuvimos juntos.
—Pero… No, no puede ser. Sé que me has dicho que no te
acuestas con las personas a las que acompañas, pero no sé si
podría…
—Lo he dejado.
—¿Qué?
—Que lo he dejado, que no tengo ninguna cita el jueves.
—No entiendo nada.
—Conoces la historia de mis padres. No quería lanzarme a
decirte lo que sentía sin estar seguro de que tú sintieras lo mismo.
—Necesitas el trabajo…
—Me apretaré el cinturón un poco más.
—Pero eres mucho más joven que yo…
—Siete años, ¿y?
—Pues…
—Para mí no es un problema. ¿Alguna excusa más que tenga
que desmontarte?
—Estamos locos. Lo sabes, ¿verdad?
Daniela no dijo nada más, los labios de Adrián no la dejaron, y
ella no se opuso. En ese momento estaban felices, los dos. No
sabían qué iba a pasar en el futuro, pero estaban más que
dispuestos a intentarlo.
Un mensaje interrumpió el momento. Esther le pedía que trajera
un par de bolsas de hielo, al parecer no habían comprado suficiente.
Maldijo a su hermana, aunque también agradeció que los devolviera
a la realidad, se les había echado el tiempo encima. Ya celebrarían
después su recién estrenada relación.
Salieron del piso de Daniela cogidos de la mano, subieron al
coche y, tras comprar el hielo, llegaron justo a la hora indicada a la
casa de Esther.
Su padre los saludó de forma afectuosa, como siempre; su madre
le dio dos besos y casi ignoró a Adrián; Esther abrazó a su hermana
y le dedicó una forzada sonrisa a él; Antonio hizo el intento de
acercarse, pero Daniela lo esquivó.
La cena pasó con cierta tensión en el ambiente. Adrián le hizo
sentir su apoyo en todo momento y no entró al trapo de ninguno de
los pildorazos que su recién estrenada suegra le tiraba.
Tomaron las uvas y llegó el momento de celebrar el nuevo año. El
champán y el alcohol los acompañó, y Antonio empezó a estar más
insoportable que de costumbre.
—Vaya… La parejita feliz. Se os ve bien.
—Sí, somos muy felices —dijo Adrián, intentando no dar pie a
una conversación.
—No entiendo cómo puedes estar con un trepador como él —
espetó con desprecio a Daniela.
—¿Trepador? Adrián no es ningún trepador.
—Claro que sí. Yo sabía que su cara me sonaba de algo, pero no
sabía de qué… A ver, familia, venid, que esto va a ser divertido.
A Daniela se le descompuso la cara. Conocía a su cuñado,
estaba segura de que había averiguado a qué se dedicaba Adrián
los fines de semana y sabía que iba a delatarlo delante de todos. A
ella le daba igual, pero no quería que él pasara vergüenza por ser
descubierto. Iba a pedirle que se callara, pero el hombre del que se
había enamorado frenó su impulso tomándole la mano.
—Voy a contaros una historia. Hace poco que Adrián ha entrado
en nuestras vidas, y todos sabéis cuánto aprecio a Daniela, es como
una hermana para mí, así que decidí hacer algunas averiguaciones:
de dónde era, qué había estudiado, en qué había trabajado antes…
—Miró a todos sonriendo antes de continua—: Resulta que tenemos
delante de nosotros a un trepador en toda regla. Y no solo porque
tenga a la jefa comiendo de su mano, sino porque gracias a eso
podrá dejar su trabajo de escort.
—¿Qué estás diciendo, Antonio? —preguntó la madre de Daniela
sobresaltada.
—Lo que oyes, mi querida suegra. Tu hija mayor se ha dejado
embaucar por un trepador, que se acuesta con mujeres por dinero.
De hecho, es probable que la relación entre ellos no exista, que
simplemente Daniela haya pagado por sus servicios.
—Daniela, ¿estás loca? ¿Cómo has podido caer tan bajo? Yo no
te he educado para…
—Para, mamá, tú no me has educado para nada. Yo nunca he
sido tu hija, solo la carga que traía el hombre al que amabas
—¿Cómo puedes decir eso, Daniela? Siempre te he querido
como si…
—Como si fuera, Carmen, tú lo has dicho, pero no es tu hija, y
hasta yo he visto las diferencias con Esther, tanto que por eso
siempre me volcado más en ella.
—Pero…
—Mamá, no puedo reprocharte nada, has sido muy buena
conmigo y entiendo que Esther…
Daniela se levantó, fue hasta la entrada del piso, cogió el teléfono
de su bolso y se enfrentó a su familia.
—Sí, Adrián trabajaba como chico de compañía…
—Os lo dije —interrumpió Antonio.
—Pero prefiero eso a estar compartiendo mi vida con un
acosador que solo está conmigo por escalar socialmente, por mi
dinero, por tener una vida de lujos.
—Daniela… —Esther intentó frenarla, sabía perfectamente a lo
que se refería.
—Lo siento, Esther, pero no puedo más.
Daniela se sentó junto a Adrián, que le echó el brazo por encima
del hombro, sabía que lo que iba a hacer no era fácil.
La voz de Antonio salió del teléfono, la conversación que
mantuvieron unas semanas atrás, cuando él la acosó casi a la vista
de todos y nadie se dio cuenta.
Raúl tenía los puños apretados, Carmen se tapaba la cara con
las manos, Esther se levantó y se fue y Antonio tenía una mirada
que solo te da un buen pico de cocaína.
—Eso está manipulado, yo no dije nada de eso, seguro que estos
dos se han aliado para hacerme quedar mal porque sospechaban
que lo descubriría todo…
—¿Esto también es mentira, Antonio?
Todos se giraron al escuchar la voz de Esther y casi no pudieron
articular palabra. No quedaba nada de maquillaje en su rostro y
podían ver varios hematomas de distintos colores, lo que significaba
que no eran del mismo día, que había malos tratos continuos.
Raúl no se lo pensó. Fue hasta él, le dio un puñetazo en la nariz y
lo agarró del brazo para echarlo de la casa. Sabía que era un patán,
pero aquello ya iba demasiado lejos. Lo arrastró sin piedad ninguna,
aunque no contó con la maldad de Antonio, que al pasar por la
mesa se hizo con un cuchillo y se lo clavó en el costado.
Todos corrieron a auxiliarlo y Antonio aprovechó la situación para
salir de allí, pero no contaba con que alguien le plantara cara.
Esther, con una fuerza que nadie conocía en ella, tiró de su pelo
hasta que cayó al suelo. Le dio fuertes patadas hasta que Adrián la
cogió en brazos y la apartó. Si seguía haciéndolo, terminaría por
matarlo, y eso le costaría su libertad.
La policía llegó antes que la ambulancia y se llevó arrestado a
Antonio. Uno de los agentes, que había cursado la carrera de
medicina, examinó a Raúl. Por suerte, la herida había sido
superficial y no era grave, solo un corte profundo.
Daniela se subió a la ambulancia y Adrián llevó al resto de la
familia. La noche se presentaba larga, muy larga.
14

El primer día del año amaneció lluvioso. Daniela despertó y se


sorprendió al verse sola en su cama. Fue a coger el teléfono para
mirar la hora y vio a Adrián con la vista perdida en la ventana.
No le gustó la sombra que lo rodeaba, algo pasaba y mucho
temía que tenía que ver con todo lo sucedido la noche anterior, con
el hecho de haber sido descubierto.
—Buenos días.
—Buenos días, dormilona. Acabo de hablar con Esther, tu padre
ha pasado buena noche.
—Voy a darme una ducha y me voy para el hospital.
—Ahora debe estar tu madre con él, Esther estaba saliendo
cuando hablamos.
—¿Qué te pasa?
—Nada…
—Ya voy conociéndote, sé que hay algo que te inquieta.
Adrián se sentó a su lado en la cama, cabizbajo, pensativo. No
quería dar el paso, pero sabía que era lo mejor para los dos.
—Creo que deberíamos dejarlo.
—¿Cómo?
Daniela sintió que se derrumbaba su mundo. No importaba que
se hubiera destapado todo, que Antonio estuviera en un calabozo,
que su familia hubiera abierto los ojos, que Esther hubiera decidido
dejarlo… Le había jodido la vida hasta el último momento.
—Lo siento, yo…
—Necesito estar sola.
—Es lo mejor para ti, no mereces vivir señalada por mi culpa.
—Vete, por favor.
Adrián quiso seguir hablando, pero no lo hizo. Solo se vistió sin
mediar palabra y se fue.
Daniela se quedó petrificada cuando escuchó cómo se cerró la
puerta, no pudo ir con él hasta ella, le temblaba todo el cuerpo.
Tras pasar media hora llorando, consiguió salir de la cama y
meterse en la ducha. No tardó más de un cuarto de hora en estar
lista, ni tan siquiera se secó el pelo, por lo que era muy probable que
se pillara un buen resfriado. Tendría una excusa para no ir a trabajar
al día siguiente, solo trataría con Adrián por teléfono.
Entró en el hospital después de parar en su cafetería favorita y
comprar dos cafés. Uno para ella y otro para su madre, sabía que
las palabras que le había dedicado la noche anterior le hicieron
daño, y no se lo merecía. Si bien no había sido la mejor madre del
mundo, lo había intentado y nunca le faltó un consejo, aunque en los
últimos tiempos se dejara manipular por Antonio.
Observó la escena. Su madre dormía sobre la mano de su padre,
que leía algo en su teléfono, estaba segura de que se trataba de un
libro, siempre le había encantado leer.
Daniela carraspeó, haciendo que su padre desviara la atención
de la pantalla. Una sonrisa se pintó en su cara y eso consiguió que
un poco de la tristeza por el final de su nueva relación se difuminara.
Su madre se espabiló y ella le ofreció el café. La mujer lo cogió
casi sin cruzar la mirada con ella. Se le veía triste, a pesar de saber
que no era importante lo que tenía Raúl, sin duda era por lo
sucedido unas horas antes.
—Mamá, lo siento.
—¿Qué sientes, hija?
—Todo lo que te dije ayer.
—No tienes que sentirlo, tenías razón en casi todo lo que dijiste.
—Pero no debí decirlo, tú siempre has estado ahí, desde que era
muy pequeña.
—Sí, pero te he dado la espalda más de lo que debería haberlo
hecho. Una madre nunca debe hacerle eso a una hija.
—No te culpes…
—Estaba ciega, ese hombre me comió la cabeza, no supe ver
cómo era en realidad y eso hizo que no pudieras confiarme lo que
estaba haciéndote.
—Yo estoy bien, ¿vale? Ahora Esther nos necesita más que
nunca y eso es lo que importa.
—Necesito hablar con Adrián, pedirle disculpas por mi actitud con
él.
—Adrián y yo ya no…
—¿Por qué?
—No tenía que ser, mamá.
Daniela arrancó a llorar y su madre la abrazó. Por primera vez en
mucho tiempo, sintió su cariño y su apoyo. Su padre le tomó la
mano, diciéndole con ese simple gesto que estaba ahí, que estaba
orgulloso de ella, de la mujer que había criado.
—Lucha por ese hombre, pequeña —le aconsejó su padre,
haciendo que llorara aún más.
—Os dejo un ratito, necesito que me dé un poco el aire.
Se separó de ellos y salió de la habitación y del edificio.
Necesitaba hablar con Adrián, a ella no le importaba en lo que
hubiera trabajado ni lo que pensara la gente, quería que supiera que
no era un impedimento para estar juntos.
Sacó el teléfono del bolso y vio que le había llegado una nueva
notificación de correo electrónico. No le habría hecho caso si no
hubiera visto que era de Adrián. Lo abrió y casi se le cayó el
teléfono de las manos, era su carta de dimisión, dejaba su trabajo
en la empresa.
No, no estaba dispuesta a que eso fuera así, no pensaba aceptar
esa renuncia, como tampoco estaba dispuesta a dejar pasar ese
tren. Su secretario no iba a librarse tan fácilmente de la pesada de
su jefa.
Subió de nuevo a la habitación donde estaba su padre,
necesitaba un poco de ayuda de su madre, que se movía como pez
en el agua por las redes sociales. Si Lidia tenía alguna de ellas,
estaba segura de que la encontraría.
—Papá, mamá, estoy enamorada de Adrián. Voy a ir a su casa,
pero si no está, probablemente se haya ido a su pueblo.
—¿Qué necesitas? —preguntó Raúl.
—En este caso, necesito a mamá.
Daniela le dio los datos de Lidia a su madre, le contó sus planes y
salió corriendo del hospital, dispuesta a encontrar a la persona que
había puesto su mundo patas arriba.
15

Tal y como esperaba Daniela, en el piso de Adrián no había nadie.


Llegó casi cuarenta minutos después de salir del hospital. Estaba
un poco lejos y le pilló un buen atasco. No se mordió las uñas en el
camino porque eran acrílicas, dos días antes había pasado por
manicura para recibir el año con las manos bonitas.
Aprovechó que un vecino salía y no tuvo que llamar al timbre.
Subió las escaleras corriendo y agradeció que ese día se calzó unas
deportivas, el ascensor estaba averiado. Llamó al timbre varias
veces, nadie respondió. Esperó paciente por si él no quería abrir,
tarde o temprano tendría que salir y escuchar lo que tenía que
decirle. Pero no hubo respuesta.
Tras horas de espera, sonó su teléfono. Su madre, a pesar de
que le había costado bastante trabajo, encontró a Lidia. Tardó más
de lo que esperaba porque no tenía ninguna red social a su nombre,
sino al de una pequeña empresa de decoración de interiores, que,
casualmente, seguía desde hacía bastante tiempo.
Tras escribirle y esperar a que Lidia contestara, cosa que se
demoró un par de horas en el tiempo, Carmen pudo contarle todo lo
que estaba pasando. Omitió a qué se dedicaba su hermano los fines
de semana, pero fue ella quien le preguntó si todo se había ido al
garete por su otro trabajo. A partir de ese momento, Carmen y ella lo
planearon todo.
Cuando Daniela llegó a la casa de sus padres, ya que a su
progenitor le habían dado el alta porque no tenía ninguna herida de
importancia, su madre le contó que Lidia había hablado con su
hermano y que llegaría a la estación en unas horas, donde ella lo
recogería para llevarlo a su pueblo.
Como era de esperar, su hija intentó salir corriendo en ese
preciso momento para ir a buscarlo, pero Carmen la detuvo, Lidia le
dijo que le diera un par de días; cuando su hermano se cerraba a
algo, necesitaba procesar las cosas, que todo se enfriara y verlo
todo con calma, desde la distancia.
Daniela hizo caso y esperó, pero a un día de que llegaran los
Reyes Magos, ya no podía aguantar más, así que entre ella, su
madre, Esther y Lidia lo organizaron todo. Al día siguiente, las dos
hermanas partirían al pueblo, y que pasara lo que tuviera que pasar.
Llegaron a la puerta de la casa y se bajaron del coche. Hacía
más frío que en Siberia, y a Esther se le saltaron las lágrimas.
Pestañeó un par de veces para poder ver bien el móvil, tenía que
darle un toque a Lidia para que ella y su madre salieran y dejaran a
los dos tortolitos solos.
—Adrián, cariño, vamos a la panadería a por el Roscón de
Reyes.
—Vale, mamá. Salgo de la ducha y voy preparando el café.
Luisa le dio paso a Daniela y Lidia ofreció un abrigo a Esther, lo
llevaba preparado porque sabía que de donde venían no hacía tanto
frío como en aquel condenado pueblo.
—Está en la ducha, pero no creo que tarde mucho en salir de
ella.
Luisa le dio un beso en la mejilla y cerró la puerta, dejando a
Daniela sola en el salón. Se fijó en la decoración y entendió muchas
cosas. Era la misma que en el resto de la casa, a excepción de los
motivos navideños, y del mismo estilo de la que había en el piso de
Adrián. Al parecer, Lidia se habría hueco rápidamente en el mundo
de la decoración de interiores, y no le extrañaba, ya que tenía un
gusto exquisito.
Lo escuchó salir del baño y comenzó a temblar. Había llegado el
momento, no sabía cómo iba a reaccionar al verla. Sabía que no iba
a echarla a patadas de allí, pero le daba miedo que volviera a
rechazarla.
—Hola.
—¡Joder! ¡Qué susto!
Adrián dio un brinco en el pasillo y tuvo que mantener el
equilibrio, casi resbaló por andar descalzo. Daniela tuvo que
contener la risa, no era el momento más indicado para soltar una
carcajada, o puede que sí, quizá eso le ayudara a relajarse un poco.
—Lo siento, no pretendía asustarte.
—¿Qué haces aquí? —preguntó cuando llegó al salón y buscó a
su familia sin éxito.
—Venía a decirte que en dos días tienes que incorporarte.
—Daniela, no…
—No acepto tu renuncia —dijo mientras se acercaba un poco a
él.
—Es lo mejor, no creo que sea capaz de trabajar contigo después
de…
—Tampoco acepto que salgas de mi vida —susurró, avanzando
unos pasos más.
—No quiero que pases nunca más por lo que pasó en la casa de
tus padres.
—¿Y si a mí no me importa pasar por ello? —le coqueteó,
acariciándole ya su torso desnudo.
—No es justo… —se le atragantó la voz al sentir el contacto de
su piel.
—Nadie volverá a acusarte. Si alguna mujer lo hace, quedaría en
evidencia, y no creo que sea algo que les convenga.
—Daniela, no sigas. Te mereces alguien mejor que yo… Si casi
no puedo llegar a final de mes.
—Eso era antes.
—¿Antes de qué?
—El trabajo nos desborda, lo sabes mejor que nadie —le afirmó
al oído para darle un pequeño mordisco en el lóbulo justo después.
—Sí, lo sé…
—Necesito un socio, alguien de mi entera confianza y que
conozca la empresa a la perfección.
—¿A quién vas a ofrecerle…?
Daniela le besaba el cuello, él ya tenía un brazo rodando su
cintura y con la mano libre comenzaba a desabrochar su camisa.
—Podrías ser tú…
Adrián la separó de él y la miró a los ojos. Su jefa se había vuelto
loca, no cabía duda alguna.
—Yo no tengo capital para invertir en la empresa, no puedo ser tu
socio.
—Eres muy inteligente, tienes una visión comercial brutal, con
eso me basta.
—No puedo aceptarlo…
—Sí puedes. Además, también quiero que seas mi socio en la
vida.
—Eso sí que no tengo que dudarlo, en esa empresa me embarco
ahora mismo. Estos días sin ti han sido un infierno, y no quiero
sentirme así nunca más.
—No van a volver hasta que yo las avisa —le sonrió de forma
pícara.
Adrián la tomó de la mano y tiró de ella hasta su habitación. Y ahí
dio comienzo una nueva empresa de la que los dos se beneficiarían
por igual.
EPÍLOGO

De verdad que no entiendo cómo este hombre puede tardar más


que yo en estar listo, al final llegaremos tarde la inauguración de la
nueva tienda de Lidia.
—Ya he terminado. ¿Está derecha la pajarita?
—Sí, está perfecta. Vamos o llegaremos tarde.
Dos años juntos y dos años peleándose con la pajarita, hay cosas
que nunca cambiarán…
Muy a mi pesar, Adrián no aceptó ser mi socio, pero sí siguió
trabajando para mí, hasta que Lidia despegó con su empresa de
decoración de interiores y él decidió apoyar a su hermana. Ahora los
dos la dirigen con mucho éxito, y Esther se ha convertido en la socia
que llevaba tiempo buscando.
Antonio está en la cárcel. Después de lo ocurrido aquella noche,
de que Esther lo denunciara por malos tratos, salieron mil cosas
más que el malnacido este tenía ocultas, como contrabando de
medicinas en el hospital en el que trabajaba.
Mis padres son más felices que nunca, y nosotros tenemos parte
de culpa. Tanto ellos como mi suegra están deseando que pasen las
dos semanas que me faltan para cumplir. Lucas está en camino y
espero que no tarde demasiado tiempo en llegar.
Sí, se llamará Lucas, y no, no estamos locos. Sé que es extraño
que le pongamos el nombre que usaba Adrián cuando trabajaba de
chico de compañía, pero si no hubiera sido por eso, ahora no
estaríamos juntos.
—Daniela, aterriza —me dice mientras acaricia la barriga.
—Vas a ser el hombre más guapo de la fiesta.
—Y tú la mujer más preciosa.
—Pero si estoy muy gorda… No he podido ponerme los tacones.
—No estás gorda, estás embarazada, hinchada y más bonita que
nunca.
Me abrazo a su cuello en la medida que la barriga me deja y le
doy un suave beso en los labios, pero lo intensifica y tengo que
pararlo o no llegaremos nunca.
Salimos por la puerta de nuestra nueva casa. Los dos vendimos
nuestros pisos unos meses después de empezar la relación y
compramos un solar para construir algo a nuestro gusto.
Lo miro de soslayo y ya sí que no queda nada de ese secretario
tímido que se escondía tras las gafas, que intentaba pasar
desapercibido al mundo, que vivía por y para su trabajo y sus
estudios.
Adrián arranca el coche y maldigo el universo. Doy gracias al
cosmos por haber sido precavida y haberme puesto una compresa
para las pérdidas de orina… No, esto no es pipí…
—¡Joder!
—¿Qué te pasa?
—No vamos a llegar a la fiesta.
—¿Por qué?
—Porque vas a tener que llevar el coche a limpiar, acabo de
romper aguas.

FIN

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