Está en la página 1de 10

PARANOIA

1
—Mire, doctora Fernández, yo estoy aquí por Irene… pero yo estoy bien, yo no estoy
loco. —La doctora miraba sin decir nada, solo con una amplia sonrisa, sin siquiera apuntar
nada, solo quería que se soltara—. Además, a mí no me gusta hablar de mis cosas con
desconocidos… no se lo tome a mal. —La doctora asintió—. No… no tengo por qué
hablar con usted, además, ¿qué quiere? Que le cuente mi infancia —se le escapó una
sonrisa—, ustedes lo achacan todo a los problemas de la infancia… ¿pues sabe qué le
digo? Que mi infancia fue una mierda; mi padre estaba como una cabra, nos llevó por la
calle de la amargura, él sí que estaba loco. ¿Quiere que le cuente eso? —La doctora
Fernández parecía de acuerdo en eso—. Nos pegaba a mi hermano y a mí, lo peor se lo
llevaron ellos; mi madre y mi hermano, yo ya era más mayor y nunca estaba en casa,
siempre estaba con los amigos metiéndome en líos… pero yo estoy bien, no estoy loco
como mi padre… era un paranoico, siempre estaba inventándose cosas sobre nosotros;
que si lo queríamos engañar, que si la pobre de mi madre le engañaba, que si lo queríamos
tirar a una cuneta… ¡Ja, ja, ja! Una vez un repartidor se equivocó y nos trajo un paquete;
mi padre estuvo una semana mirando el paquete, decía que era una bomba, que los del
gobierno lo querían silenciar y por eso le habían mandado el paquete. ¡Ja, ja! Al cabo de
una semana volvió el repartidor preguntando por el paquete… imagínese qué espectáculo
la cara de mi padre… Por supuesto no nos reímos de él, si no nos hubiera dado de hostias.
Cuando por fin se lo llevaron al manicomio respiramos tranquilos… no volvimos a saber
de él…
—¿Qué te parece…? Perdona que te corte —interrumpió la doctora—, ¿Qué tal si lo
dejamos hasta la semana que viene?
—La verdad, no sé para qué voy a venir… si se empeña Irene, vendré…
—Pues entonces, hasta la semana que viene. —La doctora se levantó y lo acompañó
hasta la puerta de la consulta que estaba en su piso—. Para la semana que viene ves
pensando de qué te gustaría hablar, y prepararemos un poco de trabajo para que vayas
haciendo.
—Bueno, venga, ¿el viernes a la misma hora?
—Así es, y pasa buena semana, David.
Al salir a la calle llamó a Irene para ver dónde estaba y quedar con ella. La llamaba
constantemente, no podía pasar un solo día sin ella, sin tenerla al lado. Al principio de la
relación Irene estaba encantada, pero según fue pasando el tiempo comenzó a
preocuparse; no era normal. Él decía que la quería muchísimo, por eso tenía que estar
siempre con ella.

2
—¿Qué tal ha ido, cariño? —preguntó Irene cuando David subió en el coche.
—Es una tontería, no sé por qué te has empeñado en que vaya.
—Seguirás yendo, ¿no? Lo harás por mí. —Irene ponía ojitos tristes, a lo que David
no podía negarse a nada.
—Sí, mujer, sí, seguiré yendo... pero es una tontería.
Después de comer David se fue a trabajar, era oficial de segunda en una empresa de
recubrimientos electrolíticos. No era el trabajo de su vida, aunque por lo menos tenía un
sueldo decente. El único problema era un compañero, un encargado que iba de súper,
siempre estaba haciendo tonterías. Bromas de mal gusto relacionadas con la sexualidad,
era como un crío, no tenía dos dedos de frente.
A media tarde hicieron el descanso para el almuerzo, lo hacían en dos turnos, aquel
día a David le tocaba con el encargado gilipollas. El cual no pudo pasar sin hacer sus
bromas típicas, las de todos los días.
—¡Eh, David, que te doy por el ojete con la barra! —exclamó acercándose por detrás
con una barra de hierro entre las piernas.
—¡Pero tú eres gilipollas o qué! —Se enfadó muchísimo David, al que ese tipo de
bromas le sentaban muy mal—. ¡Al final te voy abrir la cabeza, desgraciado!
—Venga, tranquilos chicos —intervino uno de los compañeros.
—¡Si es que es un imbécil! —continuaba ofuscado David.
—Eh, no te pases —se puso serio el encargado bromista—, a ver si te van a echar a la
calle.
—Me estás amenazando o qué —respondió sacando pecho David.
—Venga, David, tranquilo tío —lo arrastró a la calle uno de los compañeros con el
que se llevaba bien.
—Se va a enterar este gilipollas —seguía fuera David—, no sabe con quién se está
metiendo.
—Va, tío, pasa de él, ya sabes que es cuñado del jefe, es capaz de meter baza con él y
que te echen.
—¿Sí, eh?
Desde ese momento David comenzó a planear una estrategia para, llegada la situación,
dejarle las cosas claras al tontolaba del encargado bromista. ¿Por qué tenía que estar
siempre haciendo las mismas bromas? Se lo había dicho muchas veces; que a él no le
gustaban ese tipo de gracias, y que, por favor, no se las hiciese. Y aun así seguía
haciéndolas, pero se había acabado. Que, aun encima, le amenazara con el despido era

3
demasiado. Sabía de sobrar que el tío no era trigo limpio, cosa que podía llegar a saber la
gente, el jefe, que era su cuñado, seguro que si se enteraba de las cosas que hacía se iba a
enfadar mucho.
No era la primera vez que tenía que defenderse en el trabajo de abusos. Podía hacerlo
a las bravas, y en una de esas darle de hostias al encargado, pero se vería preso y sin
trabajo. No obstante, sabía templar sus nervios, no era, creía él, en nada parecido a su
padre.
Durante el resto de la tarde David no dejó de observar los movimientos del encargado.
De momento sabía que se llamaba Rafael Granados, y que conducía un Opel Astra azul,
matrícula de Zaragoza, y que era cuñado del jefe. Cuando terminaran el turno lo seguiría
disimuladamente, por fortuna ese día había cogido el coche. Cogió de la oficina una
libreta y un bolígrafo, iría apuntando cada movimiento, dónde iba y con quién, a qué hora
y cuando volvía. Detallaría su vida para buscar por dónde atacarle si tenía que defenderse.
Cuando terminó el turno se despidió de sus compañeros y se fue con el coche. Dio la
vuelta a la manzana de naves del polígono y volvió a quedarse en la misma calle, pero al
principio, desde donde se veía el coche del encargado, y esperó pacientemente. Al cabo
de media hora el investigado salió de la empresa y se montó en el coche, David arrancó
y fue tras él a una distancia prudente.
Mientras conducía llamó a Irene para saber si estaba en casa y así era.
—Hoy no sé cuándo llegaré —dijo él con el manos libres—, es que... luego te cuento.
—Y colgó.
En un par de ocasiones creyó haber perdido al Astra, aunque no fue así. Sin detenerse
en ningún lugar el encargado fue directo a la que parecía ser su dirección; unos bloques
de obra nueva en el barrio de La Jota. Esperó un rato para asegurarse de que no salía de
allí, hasta que lo vio salir con una bolsa de basura, fue hasta los contenedores y regresó;
sí, allí vivía. David se bajó del coche y se acercó al portal, en el telefonillo pudo leer;
Rafael Granados y Rosa Pellicer tercero B. Regresó al coche y lo apuntó en la libreta.
De regreso a casa David fue pensando qué le diría a Irene, lo mejor era decirle la
verdad. Porque si se metía en una mentira al final tendrían bronca, y con razón. Sabía que
a lo mejor no lo comprendía, que se empeñara en que lo dejara pasar, ella no siempre
compartía su visión.
—¡Joder, sabes qué me ha pasado? —exclamó nada más entrar por la puerta.
—¿Qué te ha pasado? —preguntó ella que ya había cenado y estaba viendo la
televisión.

4
—El gilipollas del encargado, el cuñado del jefe, sabes, ¿no? Me ha vuelto a hacer la
misma broma de siempre… se va a enterar.
—¿Por eso llegas tan tarde? —Irene no terminaba de comprender.
—Ha amenazado con echarme… voy a recoger todos sus datos, como intente joderme
se va a enterar.
Irene no dijo nada, ya se temía lo peor, sabía que durante días no dejaría de hablar de
lo mismo, era muy previsible.
Al día siguiente en cuanto desayunó David se fue a comprar una cámara de fotos con
un bueno objetivo para poder hacer fotos desde lejos. Por la tarde fue a trabajar, como
todos los días, y se llevó la cámara. En el trabajo no dijo nada, no hizo ningún comentario,
disimuló sus ansias y cuando llegó la hora repitió su seguimiento.
Esperó en la esquina dentro de su coche hasta que salió el encargado y comenzó a
seguirle. Primero, el encargado, fue a su casa, pero no permaneció mucho tiempo allí, al
cabo de un rato salió y volvió a coger el coche. Esta vez fueron a parar a una zona de la
ciudad llena de clubes y entró en uno de ellos, de lo cual David hizo las pertinentes
fotografías. Cuando Rafael salió del club hizo otras pocas y regresó detrás de él, de nuevo
a su casa, esta vez no volvió a salir; era las tres de la mañana.
Cuando llegó a casa, por supuesto, Irene estaba durmiendo, ni se enteró de cuándo
llegó David, por la mañana tampoco pudo hablar con él, pues ella tenía que ir a trabajar
y él se levantó tarde ese día. Y esto siguió sucediendo a lo largo de la semana, cada día
David llegó cuando Irene ya llevaba horas durmiendo, y por la mañana no se levantó hasta
que Irene ya hacía horas que se había ido a trabajar.
El viernes David acudió a su cita con la psicóloga, la doctora Fernández.
—Hola, qué tal, David —saludó esta cuando David entró por la puerta.
—Perfectamente, gracias —contestó al entrar.
—Me ha dicho Irene que estás preocupado por un compañero de trabajo.
—Ah, ¿sí? ¿Y desde cuándo hablan ustedes de mí?
—Ella está preocupada, David, dice que no te ha visto en toda la semana… me lo contó
ayer por teléfono.
—Es que me ha amenazado con echarme del trabajo… pero no quiero hablar de esto
con usted.
—¿Por qué no, David?

5
—Pues porque no es asunto suyo, ¿no le parece? Además, ¿qué podría hacer usted?...
Lo que pasa es que el compañero es un gilipollas, y estoy investigándole por si pretende
joderme tener con que defenderme, es normal, cualquiera lo haría.
—¿Cualquiera lo haría? —preguntó la doctora con monotonía.
—Pues sí, todo el mundo lo hace; si le van a joder, pues uno se prepara, y el que no lo
hace es que no se atreve. Es cuestión de supervivencia, no pretenderá que deje que por
las buenas me echen del trabajo.
—¿Y qué es exactamente lo que estás haciendo para defenderte?
—Pues mire; de momento sé que el tío se llama Rafael Granados, que está casado, que
vive en la calle Almonacid de la Sierra número siete tercero izquierda. Conduce un Opel
Astra azul matrícula de Zaragoza. Sé, y tengo fotos, que ayer visitó un club de alterne…
—¿Tú crees que la gente hace eso cuando se defiende? —interrumpió la doctora.
—Claro que lo hace; todo el mundo hace lo mismo, y el que no lo hace es porque no
se atreve, eso está claro, ¿usted no lo haría? —la doctora contestó negativamente con un
gesto—. Claro que lo haría, nadie quiere que lo pisen, ni que lo echen del trabajo
injustamente.
—¿Tu padre era igual en ese aspecto?
—Uy, mi padre, mi padre era mucho peor… pero no me gusta hablar del tema, ya lo
sabe… —Se quedó un momento pensativo—. Él no dejaba pasar una, me acuerdo una
vez que la tomo con un carnicero del barrio, estuvo siguiéndole durante meses, hasta que
le pusieron una orden de alejamiento, y no fue la única vez. En el barrio, yo creo, que la
tomó con todo el mundo en uno u otro momento… No me apetece hablar de la familia,
es que parece cosa de broma, y no lo es en absoluto…
—Yo no me río —dijo la doctora Fernández evidenciando lo evidente.
—A mí me avergonzaba mucho mi padre, siempre con sus paranoias, no se podía ir a
ningún lado con él, la tomaba con cualquiera simplemente porque le miraba, y con las
mujeres siempre estaba diciendo; “Esa me está mirando porque le gusto, será guarra”, y
cosas así. Cada vez que venía al colegio, cuando yo era pequeño, me escondía hasta la
hora de salir, si había actuaciones porque era navidad ni siquiera las hacía… luego me
echaban unas broncas, los profesores y luego mi madre… en eso mi padre nunca se metió;
que yo no iba al colegio, con que no diese mal donde él estuviera bastaba, vamos, que
pasaba de mí como de la mierda.

6
David continuó hablando hasta que llegó la hora y la doctora lo tuvo que cortar para
terminar la sesión. Al salir, sin pensárselo cogió el coche y se dirigió al barrio del
encargado Rafael. Se quedó cerca de su portal esperando verlo.
—Hola cariño, qué tal —respondió al teléfono cuando sonó.
—Bien, y tú —preguntó ella preocupada—, ¿dónde estás?
—En casa, ¿dónde voy a estar?
—Hoy no nos veremos, no puedo pasar por casa hasta la noche…
—¿Y eso? —interrogó él con una malsana curiosidad.
—Tengo que ir con mi madre al hospital, que se tiene que hacer las placas.
—Bueno, bueno, pero luego no digas que no nos vemos.
Tras descolgar David salió del coche y comenzó a pasear por la calle esperando ver al
investigado. Después de horas de espera lo vio salir con su mujer, ¿sería la hermana del
jefe? Tenía que investigar eso; porque eran cuñados, cuál era el vínculo. Siguió a la pareja
hasta que se sentaron en una terraza, donde permanecieron hasta la hora de comer,
momento en el que regresaron a su casa. David no quiso hacer lo propio por si salía Rafael
poder seguirle. Compró cosas en el súper para hacerse un bocadillo y comió dentro del
coche.
Estuvo allí toda la tarde hasta que Rafael se marchó hacia el trabajo, David lo siguió y
entró en la fábrica detrás de él. Durante el turno, en un par de ocasiones, tuvo que
abandonar su puesto para ver qué hacía el otro. En el descanso subió a las oficinas a por
información. Por parte de una secretaría con la que se llevaba bien se enteró de que, en
efecto, la mujer de Rafael era la hermana del jefe. Eso estaba bien, seguro que no le
gustaría enterarse de que su cuñado se la pegaba a su hermana con señoritas de compañía.
A la salida del trabajo volvió a seguir hasta su casa al encargado. Así hizo, otra vez,
durante toda la semana. Apenas se vio con Irene, que cada vez estaba más preocupada. A
su vez David estaba preocupado porque Irene, al parecer, dos días tuvo que ir a acompañar
a su madre a esto y a aquello.
—¿Se puede saber dónde te metes? —preguntó David sentado en el coche vigilando
la puerta de la casa de Rafael.
—Ya te lo he dicho; he tenido que venir con mi madre al hospital.
—¿Otra vez? Joder, que vengo a casa para verte.
—Que ya está, David, ya no tiene más citas hasta dentro de dos meses. ¿Dónde estás
tú?
—En casa, dónde voy a estar.

7
—¿A qué hora vas a venir esta noche?
—No lo sé, nos ha llegado un encargo urgente y estamos a tope, eso sí, nos pagaran
las horas. —Irene no sabía si creerle—. ¿Mañana por la mañana nos veremos?
—Sí, si estás en casa…
Unos minutos después de colgar, David vio que salía de la casa Rosa, la mujer de
Rafael, y, un rato después, salió el marido. Lo siguió en el coche y fueron a parar al club
de alterne, era jueves, al parecer todos los jueves, o por la mañana, o por la noche, iba a
aquel sitio. La mujer debía saber algo, o al menos, tendría alguna sospecha, no le cabía
duda a David.
Aquel día en el trabajo David, por casualidad oyó una conversación entre el jefe y el
cuñado.
—Es que mañana voy a ir con tu hermana a comer a la Paradica.
David vio una oportunidad para profundizar, tanto en su conocimiento del enemigo
como para meterle un poco de miedo; ¿y si delante de la mujer se le escapaba a David
alguna insinuación? Lo pondría contra las cuerdas, se volvería a pensar eso de
amenazarle.
Ese día no lo siguió después del trabajo, ya sabía lo que tenía que saber, se fue directo
a casa. Irene estaba allí.
—Hola cariño —dijo ella cuando llegó—, mañana tengo fiesta.
David se quedó un poco un poco pensativo, ¿y ahora cómo iba a hacer para poder ir al
restaurante?
—Ah, ¿sí? Qué bien —improvisó a ver qué salía—. ¿Qué te parece si mañana vamos
a comer a la Paradica?
—¿Dónde está eso? —preguntó ella.
—Está en el centro…
—¿Al centro quieres ir? Y qué celebramos.
—Ay, chica, ¿es que hay que celebrar algo?
—Pero, ¿no tienes cita con la doctora Fernández?
—Ah, no pasa nada, ahora la llamo para decirle que no puedo ir, así nos ahorramos el
dinero para pagar la comida.
—Bueno, está bien.
En realidad, estaba gratamente sorprendida, después de las semanas tan raras que
llevaban podrían relajarse juntos. Estaba encantada de que David quisiera ir a comer con
ella al centro.

8
A las once de la mañana Irene estaba poniéndose guapa, y David pensaba cómo hacer
para llevarse la cámara y que no pareciera sospechoso. Cuando a la una llegaron al
restaurante David no dejaba de buscar al encargado.
—Qué pasa, David, ¿estás nervioso?
—No, no… —Mientras sacaba la cámara de la mochila.
—Pero la cámara te has traído. —Ella empezó a sospechar algo.
Pidieron mesa en la terraza que hacía de comedor y se sentaron. Irene se había
imaginado una comida romántica y David no hacía más que mirar a todas partes distraído.
—¿Qué vas a pedir? —preguntó ella mirando la carta.
—No sé… pide tú por los dos —en ese momento vio que, unas mesas más para allá,
se sentó el encargado con su mujer.
Afortunadamente estaban de espaldas a Irene, así que cogió la cámara y les hizo una
foto aparentando que se la hacía a Irene.
—Pero, ¿qué haces?
—Pues hacerte una foto.
En ese momento apareció un hombre que se puso delante de la mesa de Irene y David.
—Hola, Irene —saludó el desconocido.
—Hola… —se quedó ella un poco cortada.
—¿Qué tal?
—Aquí, comiendo con mi novio.
David miraba la escena con malsana curiosidad, allí estaba pasando algo raro.
—¿Se puede saber quién era ese? —interrogó enfadado.
—Nadie, un compañero de trabajo.
—Pues ha sido muy raro, ¿os traéis algo entre manos tú y el imbécil ese?
—No digas tonterías…
Por detrás David vio que la pareja se iba a ir, Rafael entró al restaurante y él se acercó
a hablar con la mujer, esta vez la que se quedó mosqueada fue Irene.
—Perdone, ¿es usted la mujer de Rafael?
—Sí… —contestó la mujer sorprendida.
—Es que soy compañero de trabajo suyo…
—Ah, sí, él ha entrado a pagar…
—Ayer lo vi por Bretón.
En estas apareció Rafael.
—David —la sorpresa se dibujó en su rostro—, ¿qué haces aquí?

9
—Me estaba contando que ayer te vio por Bretón, ¿fuiste a casa de tu madre?
—Sí, sí… —no sabía qué decir—. Bueno, ¿nos vamos?
—En fin, Rafael, luego nos vemos en el trabajo.
—Sí, claro.
David volvió a su mesa y la pareja se marchó mientras que el espía le enseñaba de
lejos la cámara a Rafael, que se puso blanco, sin duda comprendió.
—¿No me digas que ese es el encargado? —comprendió también Irene.
—Sí, ese es el gilipollas…
—¿Y para eso me has traído aquí?
—No, no… ha sido solo casualidad…
—Ya, es que no me lo puedo creer, yo que estaba tan contenta, desde luego no tienes
remedio. —Irene se levantó.
—Pero, ¿se puede saber dónde vas? —preguntó desconcertado David mientras un
camarero servía la comida.
—Me voy, no me apetece quedarme… me voy a ver a mi madre.
—¿Cómo que a tu madre?...
Irene hizo un gesto obsceno y se marchó sin decir nada más. David se quedó allí solo
pensando que Irene se traía algo entre manos con aquel tipo que la había saludado.
—¿Qué pasó la semana pasada, David? —preguntó escrutadora la psicóloga.
—Nada, que nos fuimos a comer por ahí.
—Ya, pero qué pasó, ¿comisteis juntos?, ¿o pasó algo?
—Ya ha hablado con usted Irene, ¿no? ¡Pues sepa que no me gusta que hablen de mí
a mis espaldas! ¿Le ha contado que apareció un tipo muy raro que la saludó? Eso sí que
fue raro.
—Lo que me ha contado es que la llevaste allí para poder vigilar al encargado de tu
trabajo, ¿no fue eso lo que pasó?
—¡Qué va! ¡Menuda tontería!

10

También podría gustarte