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DIOS EN LA HISTORIA
DEL PENSAMIENTO
FILOSÓFICO
EDICIONES SÍGUEME
SALAMANCA
2006
Cubierta diseñada por Christian Hugo Martín
ISBN 84-301-1623-0
Depósito legal.: S. 1275-2006
Impreso en España / Unión Europea
Imprime: Gráficas Varona S.A.
Polígono El Montalvo, Salamanca 2006
CONTENIDO
Prefacio ................................................................................ 9
A pesar del olvido que existe de Dios en nuestro mundo –al final
no sólo de la Edad Moderna, sino de lo que ha sido hasta ahora la his-
toria occidental–, el tiempo presente no debe caracterizarse como
«época del nihilismo». En nuestro tiempo precisamente es cuando tie-
nen vigencia universal el valor y la dignidad del hombre, los derechos
humanos fundamentales. En todo ello no se ha superado, ni mucho
menos, la cuestión acerca de Dios, sino que se la ha presupuesto. Es-
to se aprecia sobre todo cuando, sobrepasando el ámbito cultural del
Occidente, se dirige la mirada hacia el mundo entero. La situación de
pensamiento es mucho más compleja, y también mucho más diferen-
ciada en el aspecto religioso y en el de la concepción del mundo y de
la vida. Sigue habiendo hoy día fe religiosa; esta fe tiene en todas las
religiones del mundo un poder importante, incluso avivado de nuevo,
y que en formas extremas puede ser hasta un poder amenazador. Por
consiguiente, con tanta mayor razón, hemos de pensar de nuevo filo-
sóficamente y profundizar en la cuestión acerca de Dios, tomando co-
mo punto de partida su historia.
Parece que en este punto se va iniciando un cambio en nuestro ám-
bito de ideas. El pensamiento filosófico se orienta de nuevo cada vez
más hacia cuestiones metafísicas y de filosofía de la religión. Y entre
ellas, la cuestión acerca de Dios tiene importancia fundamental. Pero
en todo ello no se trata únicamente, como lo atestigua también la his-
toria, de las pruebas acerca de la existencia de Dios. Muchas defor-
maciones y distorsiones de lo que se entiende por «Dios» obstruyen el
camino hacia una fe significativa en Dios. A todas las pruebas racio-
nales para demostrar la existencia de Dios, sean concluyentes o im-
pugnables, les precede la cuestión acerca de «cómo» se concibe a
Dios, en «qué» o en «quién» se piensa cuando uno se refiere a él. Si se
entiende por Dios la absoluta razón del ser y del sentido de todo y, por
tanto, la primera y suprema realidad como plenitud trascendente, es-
piritual y personal del ser, entonces, y sólo entonces, podrán tener sen-
tido las pruebas acerca de la existencia de Dios; entonces, y sólo en-
tonces, podrá abrazarse la fe en Dios mediante un acto racional y libre.
a) El fenómeno de la religión
do, uno de los poetas más antiguos de Grecia (hacia el 700 a.C.), sitúa
antiguos mitos en el contexto de una genealogía de los dioses, proce
diendo de la misma manera antropomòrfica que Homero. Esto condu
ce a la acusación, reiterada más tarde en diversas ocasiones, de que
Homero y Hesíodo «habrían creado para los griegos su cielo de dio
ses» (Herodoto) y «habrían atribuido a los dioses todo lo que es ver
gonzoso y escandaloso entre los hombres» (Jenófanes). Sin embargo,
la teogonia de Hesíodo contiene también principios que constituyen
una transición hacia el pensamiento filosófico.
Desde el siglo VI a.C. penetran en Grecia desde el norte de Tracia
formas de culto y doctrinas secretas de carácter òrfico, dionisiaco, etc.,
que son de origen oriental. Sobre todo la poesía òrfica llega a tener ex
tensos efectos, casi siempre anónimos. Estas doctrinas-teogónico-cos-
mogónícas y órficas se mezclan en parte y se estructuran también fan
tásticamente constituyendo exuberantes poemas mitológicos, siendo su
principal representante Ferekides de Siró (en el siglo VI a.C.).
c) Ideas religiosas
e) En la transición: Hesiodo
a) Tales de M ileto
b) Anaximandro
c) Anaximenes
d) Heráclito
frialdad y el calor tienen que subsistir real mente en ella. Unas veces re
salta una determinación y otras veces resalta la otra y reprime a la de
terminación opuesta. Esto recuerda la injusticia del devenir en Anaxi-
mandro, una injusticia que exige la penitencia del desaparecer. Por eso
el problema fundamental del hombre consiste también en la tensión en
tre la vida y la muerte: «Cuando nacen, quieren vivir y con ello sufren
la muerte; dejan hijos, para que también ellos sufran la muerte» (B 20).
Heráclito form ula una acerva crítica contra otras doctrinas, entre
ellas las de Homero y Hesíodo (B 42). Pitágoras, que por aquel en
tonces gozaba de m ucho prestigio, es para él «el cabecilla de todos
los farsantes» (B 81). Se alza tam bién con duras críticas contra los
cultos y las usanzas religiosas. Las iniciaciones en los m isterios son
«impías» (B 14), la adoración de Dionisos es «completamente des
vergonzada» (B 15). En cambio, él quiere llegar a un más puro cono
cimiento y adoración del único Dios.
Para él, Dios (ho theos) se halla por encima de todas las oposicio
nes de este mundo. «Para Dios, todo es hermoso y bueno y justo; pe
ro los hombres han considerado unas cosas como injustas y otras co
mo justas» (B 102). Dios es el único verdaderamente sabio: «El ser
humano no tiene intuición, pero sí la tiene el ser divino (theion)» (B
78). «El varón es pueril ante la D eidad (daim on), como el muchacho
lo es ante el varón» (B 79); expresado con mayor vigor aún: «El simio
más guapo es feo en comparación con el linaje humano. El hombre
más sabio aparece como un simio, si lo comparamos con Dios (theos)
en cuanto a sabiduría, belleza y todo lo demás» (B 82s). Nietzsche,
que recoge esta afirmación, es el primero en sustituir a Dios por el su
perhombre: «¿Qué es el simio para el hombre? Una ridiculez o una
dolorosa vergüenza. Y eso precisamente será el hombre para el super
hombre: una ridiculez o una dolorosa vergüenza» (Zarath. 1 ,13). ¡Has
ta tal punto llega la arrogancia humana en su rebelión contra Dios!
-contra ese Dios que, para Heráclito, es la sabiduría, la belleza y la
perfección más excelsas y que está sobre todas las cosas-.
penetra plenamente en la ley cósmica del Logos. ¿Se halla ante éste
como ante algo distinto? Si el Logos es llamado la «ley divina», ¿en
tonces es Dios mismo el legislador, más todavía que Zeus? ¿No habrá
entonces que fundamentar en Dios el acontecer del mundo, con todo
su devenir y desaparecer? La pregunta, tal como la concibió Heráclito,
110 puede resolverse. Pero con seguridad sobrepasa con mucho todo lo
que hasta entonces se había sabido filosóficamente acerca de Dios.
e) Jenófanes
f) Parménides
1) Ser y pensar
razones de ello: si algo surgiera, entonces tendría que llegar a ser a par
tir de otro. Del ente no puede llegar a ser, porque éste ya es; del no-en
te no puede llegar a ser, porque de la nada no llega nada a ser. No pue
de tampoco desaparecer, porque tendría que ir a parar a la nada, pero la
nada no es. Asi que el pasado y el futuro presuponen también la reali
dad de la nada; por consiguiente, no hay devenir temporal, no hay tam
poco modificación, porque el ser es ya siempre entero y completo.
Por el contrario, hay otros enunciados que muestran los límites es
paciales del ser: «La poderosa necesidad lo mantiene en las bandas del
límite que lo circunda alrededor, porque el ente no puede ser sin termi
nación; de lo contrario, sería deficiente y necesitaría ser una totalidad»
(B 8, 30ss). Ya en Anaximandro la esencia de una determinación resi
día en el límite (peras); por eso, la razón primordial, que precede a to
da determinación, tenía que ser el apeiron. También para Parménides la
determinación de la esencia reside en la determinada limitación. Pero
no ve en ella una deficiencia, sino que la falta de un límite sería una de
ficiencia por carecerse entonces de una figura determinada y perfecta.
«Pero, puesto que existe un límite supremo, por eso (el ser) es per
fecto por todos sus lados, comparable a una esfera bien redondeada,
que desde el centro es igual por todas partes» (ibid. 42ss). Según esto,
vemos que al ser se lo concibe como extenso en el espacio, es decir, el
ser supera la dimensión temporal, pero no la dimensión espacial. Con
ello exige tener una determinada figura. Para las ideas griegas (y por
ejemplo, también para las del antiguo Egipto), la esfera es la figura es
pacialmente más perfecta. Por eso el ser tiene que «parecerse» tam
bién a una «esfera bien redondeada» (eukyklos spahire), en todo lo
cual el cosmos, concebido como una inmensa esfera del mundo, cons
tituye el trasfondo de la imagen.
3) ¿Ser y Dios?
g) Empédocles
h) Anaxágoras
ep ’hedutou, B 12, lss). Todas las cosas están mezcladas con todas las
demás, porque cada una es partícipe de todo, «con excepción del espí
ritu» (B 11); éste se halla por encima, siendo únicamente para sí, no
impedido por nada en su dominio sobre todo (B 12, 7ss); «todo lo do
mina el espíritu», «todo lo ordena el espíritu» (ibid.).
La acción del espíritu acontece en la m ateria previam ente dada.
Al principio, todos los elementos estaban mezclados, de manera pa
recida a como lo estaban -seg ú n E m pédocles- en el sphairos, hasta
que comenzó la rotación (perichoresis), primeramente desde un pun
to, pero extendiéndose cada vez más, separando y ordenando las co
sas. «Pero nada se separa com pletam ente de otras cosas, sólo el es
píritu» (ibid.). De él parte el movimiento en torbellino, por el cual
todo se plasm a y ordena. El espíritu se halla activo siempre y por do
quier (cf. B 14).
Este nous (la razón) de Anaxágoras ¿se entiende ya como la reali
dad espiritual o hay que interpretarlo aún como material? También se
dice de él que es lo más fino (leptotatori) y lo más puro (katharóta-
tori), evidentemente en comparación con las cosas materiales. De ahí
la opinión frecuente de que el nous es concebido como cosa material
(F. Ricken). Pero en contra de esto habla el que «no se halle mezclado»
con ninguna otra cosa, sino que esté presente en todo, lo sepa todo y lo
domine todo (B 14); que esté solo «consigo» (eph ’hautou).
Parece que con ello Anaxágoras expresa por vez primera la auto-
rreferencia y la autoposesión, el estar-en-sí del espíritu. De esta mane
ra se piensa seguramente en una realidad espiritual, diferente de las
cosas materiales. Pero difícilmente se concebirá todavía como espíritu
subjetivo, es decir, como espíritu personal, sino más bien como espíri
tu objetivo, como la razón del mundo que reina en todo. Aunque este
concepto del espíritu no alcanza todavía claridad plena, sin embargo
se encamina ya claramente hacia una realidad inmaterial, puramente
espiritual.
¿Se piensa con ello en Dios o en algo divino? Anaxágoras no llama
nunca a la razón ho theos o to theion, quizás por la misma objeción
que vimos ya en sus predecesores, a saber, que entonces habría que
designar al ser supremo como un dios (entre otros dioses). Sería audaz
entender lo de eph ’hautou en el sentido de «por sí mismo», como si se
refiriera a un absoluto ens a se, a una razón absoluta del ser, a la que
nosotros llamamos Dios. Pero en ningún caso se trata del Dios tras
cendente y personal, por ejemplo en sentido cristiano. No obstante,
Anaxágoras prepara el camino para Platón y Aristóteles, los cuales
contribuyeron de manera decisiva a esclarecer y profundizar en el co
nocimiento de la realidad espiritual de Dios.
44 Dios en la historia del pensam iento
i) D em ó crito
j) Protágoras
los hay o no los hay, ni tampoco cómo son; pues son muchas las cosas
que impiden el saberlo, ya sea la oscuridad del asunto, o bien la bre
vedad de la vida humana» (B 4). Eso no es ateísmo, sino agnosticismo
resignado, que marca el final del pensamiento griego de la época tem
prana, hasta que en Sócrates salga a la luz algo nuevo que prepare el
gran desarrollo de la metafísica por medio de Platón y de Aristóteles.
4. Visión retrospectiva
do» (hen kai pan) de Jenófanes, la sabiduría divina (intuición del Lo
gas) en Heráclíto, el Dios de Empédocles y la razón del mundo en
Anaxágoras.
-Inm anencia y trascendencia. Con ello se piensa en un «Dios del
mundo», un poder divino superior que reina en este mundo, que plas
ma significativamente y domina el acontecer del mundo, pero que to
davía no es un Dios que sobrepase al mundo, un Dios verdaderamen
te trascendente; es, en este sentido, un «Dios cósmico».
LA METAFÍSICA CLÁSICA
Y LA ANTIGÜEDAD MÁS TARDÍA
1. Sócrates
a) El valor moral
b) Lo Divino
mundo, del orden cósmico, sino que es al mismo tiempo el Dios del
hombre y de sus vínculos éticos. Sócrates recoge con ello el giro de
los sofistas hacia un pensamiento antropológico práctico, pero vincu
lándolo con Dios. Y así, ese Dios, como quintaesencia de lo divino, se
convierte también en la quintaesencia del bien, señalando ya anticipa
damente hacia el bien según Platón. Si Sócrates también oró a ese
Dios o a su daimonion, si se dirigió personalmente a él y le adoró re
ligiosamente, es cosa que no sabemos. El oraba más bien a los anti
guos dioses. Incluso poco antes de morir, cuando había bebido la copa
de cicuta y veía acercarse la muerte, exhorta a su amigo Crítón: «¡He
mos de sacrificar un gallo a Asclepio! ¡Así que ofréceselo y no dejes
de hacerlo!» (Phaid. 118).
2. Platón
b) El bien mismo
c) D io s y el m u n d o
d) Repercusiones
3. Aristóteles
a) Metafísica
con ello, sin obrar, todo movimiento, que es por tanto un movimiento
esencialmente final.
4. Otras escuelas
a) Epicuro y el estoicismo
(Epist. mor. 92, 50). Los estoicos recogen de nuevo la doctrina socrá
tica acerca del daimonion divino, que vive en el «interior» del hombre
como su «espíritu y razón». Este «Dios en el interior» -«D ios en ti» -
es afín y está asociado con el espíritu divino, que «reina en todo el
cosmos». Ahí revive de nuevo la antiquísima idea acerca de la partici
pación de la razón humana en la razón divina del mundo.
Pero si Dios vive en el interior del hombre y la razón es «emana
ción» de Dios y participación en él, entonces la convicción acerca de la
existencia de Dios tiene que ser originalmente propia de la razón, tie
ne que ser «innata» en ella. Cicerón confirma la doctrina estoica de que
«es innato a todos y está grabado, por decirlo así, en la mente el que
existen dioses» (De natura deorum II 4, 12). De igual modo, Séneca
acentúa que «la aceptación de la existencia de dioses está injertada en
todos» (Epist. mor. 117,6). Esta idea sigue actuando en la historia. Re
torna en la Edad Moderna en Descartes y en el racionalismo siguiente
como «idea innata» de Dios, y pervive asimismo en las pruebas de la
existencia de Dios, pruebas de naturaleza también estoica, que se basan
en el testimonio acorde de los pueblos. Los estoicos quieren «probar»
la existencia de Dios tanto por la experiencia de lo divino en el interior
del hombre como por el orden y la belleza de la naturaleza, que presu
pone la acción de la razón divina; son ideas que entran a formar parte
de la doctrina filosófica acerca de Dios en los tiempos modernos.
A pesar de todo, el estoicismo no llega a un concepto espiritual de
Dios que sea claro y distinto. Ahora bien, si todos los atributos perso
nales de esa Deidad -divina razón, providencia, gobierno del mundo y
presencia de Dios en el interior del hom bre- significan una realidad
divina, entonces se contienen en ellos elementos positivos de un con
cepto filosófico acerca de Dios. Sin embargo, en el fondo de ellos se
encuentra también el problema central de todos los enunciados acerca
de Dios, un problema que se expresa en la «teología negativa» del neo
platonismo, en donde apenas llega todavía a dominarse.
5. Neoplatonismo
a) Filón
b) P lo tin o
1) La unidad primordial
2) La procedencia
3) El retorno
c) Porfirio
d) Proclo
1) Pensamiento triàdico
6. Visión retrospectiva
a) Fundamentos en Pablo
b) Justino y Tertuliano
3. La g n o sis
4. Clemente de Alejandría
a) Educación griega
b) La gnosis cristiana
Dios Todo fue hecho por el Verbo, y sin el Verbo no se hizo na
da de cuanto fue hecho [...]. Y el Verbo se hizo carne y habitó entre
nosotros [...]». El Logos es para Clemente el Verbo de Dios, no sólo
-com o para los estoicos- la razón del mundo, ni tampoco únicamente
-com o en F ilón- una razón que procede de Dios por emanación, que
se convierte en el lugar de las ideas de Dios, pero que es distinta de
Dios y está subordinada a él.
La palabra «Logos», entendida en este sentido, se halla únicamen
te en Juan y sólo en el prólogo de su evangelio. Que exista en ello cier
ta influencia, más bien indirecta, de Filón, es algo que no se puede
probar pero que tampoco se puede descartar. Si existe tal influencia,
entonces únicamente ha sido admitida con una corrección decisiva.
Según el capítulo primero de Juan, el Logos no sólo era o estaba con
Dios (antes de todo comienzo), sino que él mismo «era Dios» (Jn 1,
1). No es una emanación de Dios, subordinada a él, no es un ser inter
medio entre Dios y la creación. Pero el Verbo eterno de Dios «se hizo
carne», se hizo hombre, y «habitó entre nosotros» (Jn 1, 14), como un
hombre entre los hombres.
También para Clemente el Logos es la verdad y la sabiduría de
Dios, el lugar de sus ideas eternas, según las cuales él, con su poder
(dynamis), creó y configuró el mundo. El Logos es el M ediador entre
Dios y el mundo, el cual es «en él, por él y para él» (cf. Col 1, 16). Pe
ro por ser el Logos que «se hizo carne», llega a ser para nosotros el
«rostro» (prosopon) de Dios, por medio del cual Dios se hace «visible
y conocible» (Paid. I 57, 2). Es la luz del mundo, el Maestro, Educa
dor y Salvador, el Hijo de Dios, consubstancial con él, la segunda per
sona de la Divinidad. La consubstancialidad con el Padre no está to
davía formulada con claridad por Clemente; no se excluye una cierta
subordinación. Esta cuestión no se aclarará sino más tarde, después de
todas las controversias cristológicas, en el Concilio de Nicea (325) - y
en los siguientes- en el sentido de la consubstancialidad (homoou-
sios), y así será definida por la Iglesia. En todas las concepciones di
vergentes (la de los arríanos, la de los nestorianos, etc.) se encuentra
ya como fondo el esquema de pensamiento platónico-neoplatónico,
que habla de la emanación gradual. Esas concepciones tuvieron que
ser rechazadas por la fe cristiana. Clemente es muy anterior todavía a
esos debates, pero prepara el camino para la solución.
A pesar de todas las implicaciones teológicas, su doctrina acerca
del Logos es predom inantem ente filosófica, m arcada de manera es
pecial por el pensam iento estoico, gnóstico y platónico medio. Si la
filosofía griega es, al igual que la Sagrada Escritura, fuente de la ver
dad, entonces también esa filosofía está iluminada por el Logos, en
La antigüedad cristiana 95
5. Orígenes
a) Pensamiento bíblico-cristiano
b) Dios y el mundo
6. Agustín
a) La verdad eterna.
c) La libertad y el mal
breves palabras): La libertad del hombre es para Dios un valor tan ele
vado que éste permite la posibilidad de un mal uso de la libertad m e
diante una decisión equivocada en favor del mal y no del bien, en fa
vor de la perdición y 110 de 1a salvación, y en cierto modo Dios carga
con esta posibilidad a fin de preservar la libertad del hombre. La libre
decisión y la responsabilidad no podrá nadie arrebatársela al hombre.
Tampoco Dios quiere quitársela.
Aquí -sobrepasando a Agustín, pero de acuerdo con su manera de
pensar- podríamos hacer otra reflexión más: Toda la creación de Dios
únicamente tendrá sentido si en ella hay seres racionales y libres, seres
dotados de inteligencia y que por tanto, según sus propias ideas, puedan
decidirse en favor o en contra del bien, en favor o en contra de Dios, y
puedan decidir acerca de su propia salvación. Pero entonces, con ese
sentido de la creación, se dará conjuntamente la posibilidad -n o la rea
lidad- del mal moral. Si no existiera esta posibilidad, entonces quedaría
suprimida la libertad del hombre, y con ello se eliminaría el sentido de
la creación. Ahora bien, Dios no puede crear algo que no tenga sentido.
El sentido de la creación exige la libertad del hombre, pero con ella exi
ge también la posibilidad de que se haga mal uso de esa libertad, un mal
uso que Dios no quiere, pero que permite. De ahí se deduce la impor
tancia cósmica universal de la libertad del hombre, y la responsabilidad
que tiene y que Dios le ha conferido con respecto a la creación.
7. Dionisio Areopagita
b) Procedencia y retorno
8. Juan Damasceno
9. Visión retrospectiva
I . Escoto Erígena
a) El desarrollo de la naturaleza
La naturaleza que «es creada, pero que no crea» abarca toda la rea
lidad extradivina, es decir, la realidad finita.
Aquí Escoto distingue entre los seres puramente espirituales, esto
es, el mundo angélico de Dionisio, y las cosas perceptibles material
mente. También la materia fue creada por Dios, y por tanto no es un
principio antidivino, pero constituye el nivel más bajo de la creación.
El hombre se halla entre medias, vinculando en la unidad el mundo es
piritual con el mundo material. En este sentido, el hombre es «todo»,
como dice el antiguo término «microcosmos» (desde Demócrito). Pe
ro el hombre genuino es (en sentido verdaderamente platónico) la idea
universal del hombre; el hombre individual es ya una caída en el mun
do material.
Queda pendiente por saber qué es lo que el Erígena entiende por
creatio. ¿Es un acto de creación efectuado libremente por Dios? ¿O es
una irradiación o efluvio (emanación) necesario que brota de la pleni
tud divina? A la procedencia de las ideas eternas a partir de Dios se la
llama igualmente creación, lo mismo que a la creación del mundo fi
nito. Más aún: en Dios el ser y el querer son lo mismo; el ser de Dios
es su mismo querer. Por consiguiente, Dios, en su querer (óntico), se
produce a sí mismo, él se «crea» a sí mismo y se sigue realizando por
medio de su revelación de sí mismo en las ideas y en el mundo terre
nal. Entonces, las ideas eternas ¿son creadas en un acto tan libre como
el acto de la creación de las cosas del mundo? ¿O las cosas finitas pro
ceden necesariamente de la esencia de Dios, con la misma necesidad
que sus ideas eternas? Son cuestiones que quedan en suspenso, pero
en las cuales hay que decidirse entre la emanación neoplatónica y el
concepto cristiano de la creación.
c) Problemas
Llegó el tiempo, del siglo IX al siglo XI, en el que las escuelas ca
tedralicias y conventuales servían para la formación del clero y de los
monjes. El estudio fundamental lo constituían las «arles liberales», en
118 Dios en la historia del pensamiento
2. Anselmo de C anterbwy
b) La prueba anselmiana
Anselmo busca, además, una prueba que sea convincente por sí so
la, sin necesitar nada más. La encuentra en la idea que expone en el
Proslogion. Este «argumento anselmiano» se denomina desde Kant
(poco acertadamente) la «prueba ontològica de la existencia de Dios».
120 Dios en la historia del pensamiento
c) Objeciones
d) Para la interpretación
3. La recepción de Aristóteles
4. Alberto Magno
a) Metafísica de la luz
b) El conocimiento de Dios
(q 14, 1). Pero «lo que» Dios es sólo puede conocerse infinite, es decir,
por medio de la negación de todas las determinaciones categorialmen-
te limitadoras; por tanto, sólo puede conocerse mediante conceptos no
claros (confusos). Aquí sigue dejándose sentir el problema de la teolo
gía negativa. t¿o que quiere decirse es que nosotros, no. podemos com
prender adecuadamente a Dios, sin que Alberto Magno interprete la ín
dole de ese conocimiento hablando ya de conceptos análogos.
En la cuestión acerca de si puede también «probarse» la existencia
de Dios, Alberto Magno distingue entre un sentido más amplio y otro
más estrecho (q 17). En el sentido más amplio de que puede demostrar
se algo con razones, sí puede probarse la existencia de Dios. Pero en el
sentido más estrecho de una prueba rigurosamente concluyente, no se
puede probar positivamente su existencia, sino sólo negativamente,
mostrando que la afirmación de su inexistencia conduce a contradic
ciones: «multa sequuntur impossibilia» (ibid.). Lo imposible de la ne
gación y las consecuencias derivadas de ella exigen la afirmación. Al
berto Magno demuestra así ser un pensador independiente, que quiere
seguir la tradición, pero sin adherirse precipitadamente a lo nuevo.
5. Tomás de Aquino
b) La esencia de Dios
De ahí se sigue, además, que todos los contenidos del ser, que en el
ente finito son -e n forma lim itada- reales o únicamente posibles, en
Dios son necesarios y una realidad ilimitada. En este sentido, todo
«preexiste» en Dios, todas las cosas de la creación entera están pre
viamente realizadas no sólo en las ideas de Dios, en la proyección de
mundos posibles, sino que lo están tam bién en la realidad original
mente infinita del Ser mismo.
—La primera vía parte del movimiento (motas), que Tomás, con
mayor claridad aún que Aristóteles, entiende desde un principio como
tránsito de la potencia al acto. Según el axioma del movimiento, todo
lo que se mueve es movido por otra cosa distinta. Si esta cosa que
mueve se halla a su vez en movimiento, entonces exige a su vez una
causa del movimiento. Puesto que una serie infinita de causas (regres-
sus in infinitum) no explica nada, se presupone una primera causa que
mueve sin estar ella misma en movimiento.
-L a segunda vía parte del orden de las causas eficientes, que son
causadas ellas mismas, pero que (por la misma razón expuesta más
arriba) presuponen una causa primera que no sea ya causada.
-L a tercera vía se basa en que toda posibilidad presupone realidad.
Todo lo que surge o desaparece fue antaño meramente posible, no real.
Pero si no hubiera ningún ser real, entonces nada sería posible. Por con
siguiente, con anterioridad a toda posibilidad tiene que existir una rea
lidad que sea por sí misma necesaria.
-L a cuarta vía es de origen platónico y muestra que en las cosas
hay niveles de perfección. Ahora bien, donde existe un más o un me
nos, tiene que haber algo que sea lo más excelso y que constituya la
causa del ser y de la perfección óntica de todos los niveles inferiores.
—La quinta vía parte del «gobierno de las cosas» (gubernatio re-
rum). En el mundo hallamos ordenaciones hacia fines. Ahora bien, la
ordenación hacia una meta puede proceder únicamente de un ser que
conozca racionalmente y «por el cual todas las cosas de la naturaleza
estén encaminadas a un fin».
Las cinco pruebas terminan con las palabras: quod omnes dicunt
Daiin («a lo cual todos llaman Dios»), o con una fórmula similar.
El M edievo cristiano 133
Sin embargo, hay un problema en las palabras con que las pruebas
terminan habitualmente: quod omnes dicunt Deum (o una formulación
parecida). Es la cuestión de saber si lo que aquí se prueba es realmen
te el Dios en quien se piensa y a quien se adora en la fe religiosa. In
mediatamente no se desprende eso; Tomás de Aquino es consciente
del problema. Aquí se llega al resultado obtenido por un pensamiento
estrictamente filosófico: la Causa Primera de todo, el Ser mismo ne
cesario como suprema perfección y como razón ordenadora del mun
do. Sin embargo, este concepto puede desarrollarse, sobrepasando a
un Dios (griego) del mundo y llegando al Dios (cristiano) del hombre,
al Dios vivo y personal de la fe y de la adoración religiosa. El pensa
miento filosófico no es lo mismo que la relación religiosa. Pero lo uno
puede llevar a lo otro. Ahora bien, el hecho de que se está pensando en
134 Dios en la historia del pensamiento
ese mismo y único Dios de la fe, hasta quien llega también la razón,
no hace más que indicarse en las palabras: «lo que nosotros llamamos
Dios». Esto quiere decir que esas pruebas de la existencia de Dios se
hallan desde un principio en el horizonte de la fe y que presuponen ya,
por tanto, una comprensión de «lo que nosotros llamamos Dios». Y la
existencia de ese Dios se demuestra entonces de una manera pura
mente racional. Esto nos hará ver, además, que la fe en Dios puede
fundamentarse, sí, racionalmente, pero que el pensamiento filosófico
no puede sustituir ni desplazar al Dios vivo ni a la experiencia religio
sa. Tomás de Aquino no presupone tal cosa, ni mucho menos, al expo
ner las pruebas de la existencia de Dios.
Ahora bien, no se puede ignorar que hay cierta unilateralidad en
esas pruebas. La estrecha vinculación con Aristóteles excluye la bús
queda de otro acceso a Dios que tome más como punto de partida al
hombre, como es propio del pensamiento agustiniano, un acceso que
Buenaventura desarrollará más todavía. Esta perspectiva queda relega
da en Tomás de Aquino. Precisamente de un «Dios de los filósofos» se
escandalizará vivamente, por ejemplo, Pascal, y lo contrapondrá al Dios
vivo de la fe. Con toda seguridad, Tomás de Aquino no piensa en un
Dios de los filósofos, sino en el Dios de la fe. Y la crítica de Pascal no
va dirigida contra Tomás de Aquino sino contra Descartes, aunque difí
cilmente podrá discutirse que aquí se encuentra ya el principio de ello.
f) Repercusiones
6. Buenaventura
a) Ciencia y sabiduría
b) Abstracción e ilum'mac'um
d) Im portancia y repercusiones
a) Individualidad
fluyó, por ejem plo, en la versión del argum ento anselm iano que en
contram os en Leibniz.
8. G uillerm o de Occam
a) Conocimiento de lo individual
ron queridas librem ente por él. En esto se expresa cierto voluntarismo,
que se opone a un intelectualism o unilateral (de los tom istas).
c) Repercusiones
9, Nicolás de Cusa
tres Personas, tam bién el espíritu del hom bre, que es imago Trinita-
tis (san A gustín), posee tres potencias cognoscitivas: el conocim iento
sensorial, el entendim iento y la razón. N icolás de Cusa las caracteriza
por medio de la afirm ación y la negación: el conocim iento sensorial
afirma únicam ente y no niega; el entendim iento afirm a y niega; la ra
zón niega únicam ente y no afirm a. Esto quiere decir lo siguiente: la
percepción sensorial es la aprehensión de lo que viene dado. Tan sólo
e! entendim iento diferencia, crea conceptos y deslinda lo uno de lo
otro; su principio consiste en evitar la contradicción. La razón va más
allá; capta la coincidencia de los opuestos y penetra hasta la suprem a
unidad, la coincidentia oppositorum en Dios, pero no lo hace en un sa
ber conceptual, sino en la negación del m ism o m ediante el no-saber
sabedor (docta ignorantia) de la teología negativa.
En la dualidad de entendim iento (ratio) y razón (intellectus) reco
ge Nicolás de Cusa una antigua distinción que se rem onta a Platón y a
Aristóteles (dianoia y nous) y que aparece tam bién en Tomás de Aqui-
no como ratio e intellectus (o ratio superior). Esta distinción tam bién
se recoge de nuevo en la Edad M oderna; aparece ya en Pascal, pero so
bre todo en K ant y en Hegel.
La dualidad es interpretada de diversas m aneras, pero siem pre el
entendimiento (ratio) es la facultad inferior del conocim iento concep
tual y objetivo, que está ordenado hacia las cosas finitas. Por el con
trario, la razón es la facultad superior de la intuición espiritual en una
unidad y to talidad trascendente y abarcante. E n la actualidad, la dis
tinción vuelve a abandonarse a m enudo o se falsifica, cuando (racio
nalistamente) se denom ina razón lo que es sólo entendim iento calcu
lador, y con ello se abandona la razón superior que está por encim a del
entendimiento.
Nicolás de Cusa m antiene la dualidad y le da un sentido denso. El
entendimiento (ratio) es la capacidad del pensam iento diferenciante,
que forma conceptos, deslinda cosas y las m antiene separadas. Está or
denado hacia lo lim itado, m edible y numerable. Su elem ento es el nú
mero, su nitidez suprem a la alcanza en el pensam iento m atem ático, pe
ro que no llega hasta la esencia de las cosas. Ahí hallam os en Nicolás
de Cusa un rasgo nominalista, que señala anticipadamente hacia el pen
samiento racional y puram ente cuantitativo de la ciencia moderna.
La razón (intellectus) va m ás allá. Es la facultad superior de la in
tuición espiritual, y está ordenada no ya a los opuestos, sino a la unidad;
no ya a a las cosas finitas y deslindables, sino a lo. infinito que está por
encima de todos los opuestos; no es una facultad de un pensam iento
que comunique por m edio de conceptos, sino de un conocer supracon-
ceptual e inm ediato. Por consiguiente, en Nicolás de Cusa se depreda
150 Dios en la historia del pensamiento
c) D ios y el mundo
La época histórica que denom inam os Edad M oderna nace por muy
variados acontecim ientos y desarrollos que se produjeron durante los
siglos XV y XVI: las invenciones y los descubrim ientos, la am pliación
de la imagen geográfica y astronóm ica del m undo, los profundos cam
bios intelectuales y religiosos, políticos y culturales, que se condicionan
mutuamente o que pugnan entre sí, pero que m odifican el m undo del
hombre. Esto afecta tam bién al pensam iento filosófico, especialm ente
a la cuestión acerca de Dios y de la relación del hom bre con Dios.
La Edad M edia fue el intento, históricam ente singularísim o, de edi
ficar una cultura y un orden del m undo globalm ente cristianos. Era una
cultura predom inantem ente sacra y, en sus reflexiones filosóficas, un
pensamiento predom inantem ente trascendente y teocéntrico, que dejó
también su im pronta en la concepción del m undo y del hombre. Este in
tento tenía que fracasar; por de pronto, porque la Iglesia tuvo que recu
rrir al poder terreno a fin de dom inar todos los ám bitos de la vida, pero
así cayó ella misma, en buena parte, en m anos de los poderes del m un
do. Era necesaria una urgente reform a en la cabeza y en los miembros.
El fundamento de esta necesidad era que el valor y las leyes propios de
los ámbitos intram undanos del ser y de la vida no se conocían aún ple
namente, pero reclam aban su vigencia. Por este motivo la seculariza
ción, que caracteriza a la Edad M oderna, es perfectam ente legitima, en
cuanto reconoce la relativa autonom ía del hom bre y de su mundo. N o se
hace ilegítima sino cuando conduce a un secularism o ideológico que,
propugnando la inm anencia, olvida o im pugna la trascendencia, y da
carácter absoluto a la autonom ía del hom bre en su mundo.
Después de cierto tiem po de devenir y de transición, va plasm án
dose el pensamiento de la tem prana E dad M oderna en el racionalism o
:;y en el empirismo, hasta llegar a la Ilustración del siglo XVIII. Hemos
de ir viendo, en sus rasgos fundam entales, cóm o en este acontecer se
;tnantiene la cuestión acerca de Dios - e n medio de todas las crisis y pro-
156 Dios en la historia del pensamiento
b lem as- y dem uestra ser, tam bién en la filosofía de la Edad Moderna,
la cuestión fundam ental que se le plantea al hom bre en el mundo.
a) E l hum anism o
b) La Reform a
los cuerpos celestes eran considerados una realidad esencialm ente di
ferente de la de la Tierra. E sta Tierra (desde las doctrinas griegas m ás
antiguas) estaba com puesta p o r cuatro elem entos; tierra, agua, luz y
fuego. En cambio, el cielo estelar estaba com puesto p or una quinta es-
sentia (de ahí el térm ino «quintaesencia») totalm ente distinta. A hora se
llega a saber que los cuerpos celestes son de la m ism a índole material
que esta Tierra y - u b i materia ibi geom etría (K ep ler)- están som etidos
alas mismas leyes físicas, que pueden calcularse m atem áticam ente. D e
ahí se sigue la posibilidad de investigar y de calcular, y con ello ta m
bién -« sab er es poder» (H o b b es)- la posibilidad de que el hom bre do
mine el mundo. A quí reside el punto de partida de los logros de las nue
vas ciencias naturales, m as tam bién para la reducción de la realidad a lo
empíricamente dado, a lo exactam ente num erable, m edible y calcula
ble. Lo que no se pueda captar p o r m étodos cuantitativos (o cuantifi-
cantes) no se considera real. Pretender adm itir o probar algo que vaya
más allá se considera no científico. En la absolutización de los métodos
de las ciencias naturales hunde su raíz el em pirism o y el positivismo de
la Edad M oderna que llega hasta el m aterialism o y el ateísmo.
Otro aspecto se sigue de las leyes del m ovim iento (G alileo). A ris
tóteles había supuesto que u n m ovim iento necesita la constante actua
ción de una causa que m ueva. E sta doctrina, d iscutida ya en la anti
güedad -¿ q u é pasa cuando arrojo u n a piedra o disparo una flecha, es
decir, cuando no sigo actuando para que algo se m u eva?-, es refutada
por la ley de la inercia. Todo cuerpo perm anece en su estado de repo
so o de movimiento cuando no actúa sobre él ninguna otra causa. Es-
to afecta tam bién a la prueba aristotélica de la existencia de D ios, del
motor eternam ente inm óvil -c u a n d o se entiende p o r m ovim iento (ki-
nesis) tan sólo un cam bio de lugar, pero no, com o en el caso de Tomás
de Aquino, cuando se entiende p o r m ovim iento un llegar a ser (m otus)
como realización (actus) de una posibilidad (potentia)- . A quí se halla
el punto de partida del «deísm o» de la E dad M oderna, para el cual
Dios -com o C read o r- es cierto que dio al m undo las leyes de la natu
raleza y el prim er im pulso m otor, pero no sigue actuando en él, sino
que lo abandona a m erced de su propio desarrollo: se trata de un Dios
alejado del m undo y un m undo alejado de Dios.
"2, Suárez
im portantes filosóficam ente son los dos volúm enes de las Disputatw-
nes metaphysicae (1596). Por asom broso que parezca, en ellos se reali
za por prim era vez una exposición sistem ática de la m etafísica escolás
tica. N unca se había llegado a esto durante la Edad M edia. La filosofía'
especialm ente la m etafísica, se estudiaba en conexión con la teología;
y se exponía en com entarios y tratados particulares (opuscula) o dispu
taciones (quaestiones disputatae). Tan sólo Suárez, al comienzo de lá
Edad M oderna, em prende una exposición sistem ática global.
Suárez se confiesa partidario del concepto clásico de la metafísica;
propugnado p o r A ristóteles y Tomás de Aquino. Según este concepto,
la m etafísica es doctrina del ser (ontologia) y a la vez doctrina filoso^-
fica acerca de D ios (teología natural), porque sólo se puede indagar lo
que es el ente recurriendo a la razón absoluta del ser. Y a Dios sólo se
puede llegar en cuanto él es la razón del ser de todo ente finito. I a me
la 11sica es - y sigue sie n d o - «onto-teología». B asándose en este con
cepto, M. H eidegger rechazará la totalidad de la m etafísica (Identität
und Differenz, 1957). Esta expresión procede de K ant, pero es referida
por él únicam ente al argum ento ontològico (K rV B 660). A hora bien,
este térm ino expresa acertadam ente la intención de la m etafísica en to í
da su tradición, en cuanto constituye una unidad de la doctrina acerca
del ser y de la doctrina acerca de Dios. E sta unidad, disuelta tan Solo
a partir del siglo X V II, separada sistem áticam ente por Christian Wolff
(1679-1754), se m antiene todavía en Suárez.
En cuanto al contenido de sus enseñanzas, Suárez sigue la tradi
ción de A ristóteles y de Tomás de A quino, pero lo hace ya en discu
sión con el pensam iento escotista y el nom inalista, y elabora esta tra
dición de m anera especulativam ente original. Si la cuestión acerca de
la distinción real entre el ser (esse) y la esencia (essentia), propugnada
p or los tom istas e im pugnada p o r Suárez, tiene la im portancia funda^
m ental que le dieron los ulteriores debates a través de los siglos, esq
será discutible; en Tom ás de A quino no se había suscitado aún esa
cuestión. Sin em bargo, lo cierto es que - n o sólo en Suárez, sino tam
bién en los tom istas de la é p o c a - la com prensión del ser (actus essen-
di) según Tomás de Aquino se inclina más hacia el ente considerado èri
su esencia, apartándose p o r tanto del ser real para desplazarse hacia la
esencia posible; esto es el principio de una « filosofía de la esencia»,
que determ ina en buena m edida el pensam iento de la Edad Moderna ~y
que será condenado por M. H eidegger com o «olvido del ser».
Con esta obra -ta m b ié n con su filosofía del derecho y de la políti
ca D e legibus (1 6 1 2 )- Suárez adquiere una extensa influencia. Se con
vierte en el m ás im portante vínculo que transm ite la escolástica desde
la Edad M edia hasta el pensam iento de la E dad M oderna. Pronto la fi-
La temprana E dad Moderna 165
3. É l racionalism o
a) E l problem a d e l m étodo
4. Descartes
cartes entiende prim eram ente p o r ideas todos los contenidos objetivos
de la conciencia (del conocim iento, de la representación, etc.) y llega
a com prender -d eslin d án d o se de las concepciones em píricas y conce
bidas cap rich o sam en te- que únicam ente las «ideas innatas» (ideae in-
nataé) son claras y distintas, y que estas corresponden al criterio de
verdad y certeza.
, La doctrina acerca de las «ideas innatas» llega a ser el patrim onio
común del racionalism o. A hora bien, lo que D escartes entiende por
ellas no es, ni m ucho m enos, «claro y distinto», con lo cual (com o ya
lo vio L eibniz) su criterio para discernir la verdad es un criterio pro
blemático. L a idea innata no es todavía, evidentem ente, un concepto
acabado o una intuición que sencillam ente hallem os con anterioridad
en nosotros, sino una disposición virtual, que prim ero ha de realizar
se actualm ente. D escartes habla tam bién de un lum en naturale, que
capacita a la m ente para tener ideas claras y distintas, pero que lo h a
ce por razón de ideas innatas que vienen dadas con anterioridad a
nuestro pensar.
Esto rem ite al trasfondo platónico: «idea» no significa un concep
to de nuestro pensar, sino la esencia prototípica de las cosas, concebi
da por P latón com o esencia subsistente en sí m ism a. E n el neoplato
nismo, las ideas se convierten en pensam ientos de una m ente (nous)
pensante, la cual no es, sin em bargo, lo U no prim ordial divino en sí
mismo, sino una em anación de ello. En el neoplatonism o cristiano,
como vem os en A gustín, las ideas se convierten en pensam ientos del
Logos divino: ideae in m ente divina. En D escartes retornan las ideas
platónicas, no com o conceptos de m i pensam iento, sino com o esen
cias prototípicas, pero trasladadas a la m ente hum ana: ideae in m ente
humana.
¿Será esto ya un giro típicam ente moderno, el «giro hacia el sujeto»
como razón autónom a? El m undo de las ideas es trasladado, sí, a la
mente hum ana, pero no a una razón «autónom a», sino a una razón to
talmente «teónom a»; sus ideas proceden de D ios. Justam ente por eso
las ideas innatas proporcionan conocim iento «verdadero y cierto» de
que no han sido producidas por m í m ism o, sino que han sido introdu
cidas en la naturaleza de la m ente. N o es la propia intelección la que
garantiza la verdad absoluta del conocim iento, sino que es Dios mismo.
Las «ideas innatas» pueden proceder únicam ente de Dios, el C rea
dor de la m ente hum ana. Por eso, la razón últim a de la verdad y certe
za del conocim iento únicam ente puede residir en D ios. Las pruebas
que D escartes aduce en favor de la existencia y la veracidad de Dios
no son una com plem entación o am pliación m etafísica de su sistem a de
pensam iento, sino que están exigidas por los fundam entos críticos y
170 Dios en la historia del pensamiento
A esto se añade otra prueba más, que Descartes desarrolla más tar
de (Med. V). Recoge en ella el «argumento anselmiano», que desde
Kant se denomina «pueba ontológica de la existencia de Dios». Si An
selmo había partido de que hay algo «más grande de lo cual no puede
concebirse que haya nada» («id quo maius cogitari non potest»), ve
mos que Descartes sustituye esto por la idea del «Ser más perfecto»
iens perfectissimum) convirtiendo, por tanto, el argumento -e n gradó
mayor que A nselm o- en un concepto racional de nuestro pensamien
La temprana Edad Moderna 171
riencia, sino únicam ente de la razón pura; proceden, por tanto, de Dios,
que es el autor de las ideas innatas. Su validez no se fundamenta en la'
propia intelección, sino únicam ente en el testim onio dado por Dios.
g) Visión retrospectiva
■&,, Pascal
to, que tras su «prim era conversión» (1646) m antuvo estrechas relacio
nes con el m onasterio de Port Royal, el cual llegó a ser en Francia un
centro del jansenism o, caracterizado p o r u n rigorism o m oral y ascéti
co y un supranaturalism o teológico (condenado m ás tarde por la Iglesia
en el año 1713). En 1654 Pascal tuvo una ilum inación interior, que re
lató por escrito en su im presionante Memorial', fue su «segunda con
versión». A partir de entonces escribe, según el espíritu del jansenismo^
las Lettres provinciales (1657), en las que hace una fuerte crítica de la
m oral «laxa» de los jesuítas. Pero regresa a París, y trabaja (hallándo
se y a gravem ente enferm o) en una obra apologética para la fundamen-
tación de la fe cristiana. La obra quedó inconclusa y fue publicada pos
tum am ente con el título de Pensées; esta obra tendría una influencia
duradera. Pascal m urió en 1662, cuando sólo tenía 39 años de edad.
Pascal no es tanto un pensador filo só fico sino m ás bien religioso.
Sin em bargo, desarrolla los fundam entos de una antropología filosó
fica, de una epistem ología y de una doctrina sobre Dios. A él no le in
teresa tanto la especulación teórica, sino m ás bien el hom bre vivo; no
le interesa tanto la ciencia, sino m ás bien la existencia hum ana ante
Dios. Él contem pla esa existencia en el conjunto de la realidad, tanto
natural com o sobrenatural; la ve no sólo en el saber, sino tam bién en la
fe. M ás que ciencia, es sabiduría que se perfecciona en el amor.
El ideal del conocim iento para D escartes, que fue la claridad pura
m ente racional de la evidencia m atem ática, resulta dem asiado estrecho
para Pascal. Este pensam iento (esprit de géom etrie) está justificado
dentro de sus propios límites, pero es superado p o r otra form a de cono
cimiento, «más fino» (esprit de finesse), que es el que llega a la realidad
concreta y diferenciada (Pensées, edic. de Brunschvicg, 1). De la raison
(«entendim iento») distingue él la intelligence («razón»), a la que tam
bién denom ina intuición del corazón (coeur) o sentim iento e instinto.
Con ello no se piensa en la oposición entre el conocer racional y el
sentir irracional. Pascal atribuye tam bién al «corazón» la captación de
los prim eros principios, que preceden a todo pensam iento racional y
deductivo. L a dualidad se halla cerca de la pareja clásica de conceptos
que habla de la ratio (entendim iento) y del intellectus (razón), una pa
reja de conceptos que entra a form ar parte de la tradición subsiguiente
hasta llegar a K ant y Hegel. En todo ello - a pesar de todas las diferen
cias de interpretación- se concibe siem pre el «entendim iento» como la
capacidad para el pensam iento racional en conceptos, m ientras que la
La temprana E dad Moderna 177
La visión del hom bre en Pascal está im buida de una idea profun
damente pesim ista acerca del hom bre «natural» y de su conocim iento.
178 Dios en la historia del pensam iento
Sin embargo, Pascal m uestra tam bién cam inos del pensam iento p a
ra llegar a Dios. U n principio de ello lo constituye la fam osa «apuesta»
(pan). Todos aspiram os a la felicidad; es algo com ún a todos los seres
humanos. Y nos encontram os y a en cam ino conjuntam ente; estam os
sentados «en la m ism a barca» y no podem os bajarnos de ella. V iaja
mos1. ¿adonde? H em os de adoptar una decisión acerca de si el viaje de
la vida tiene una m eta o no, acerca de si D ios existe o no. La indiferen
cia también es ya una decisión. Por tanto, ¡apostemos a que Dios exis
te! Se trata de lo verdadero y de lo bueno, del sentido de la vida y de las
aspiraciones; están e n ju e g o el saber y la felicidad. Si ganas la apuesta,
lo has ganado todo, lo infinito; si pierdes la apuesta, no has perdido na
da, porque ninguna otra cosa puede satisfacer tus anhelos (cf. Pens.
233; 425). ¿No será razonable hacer esta apuesta acerca de Dios?
El pensamiento continúa afirm ando que el hom bre no se basta a sí
mismo; que no es necesario, no es perfecto, no es infinito, sino que se
ñala, por encima de sí m ism o, hacia el Dios necesario e infinito. «Sien
to que yo podría tam bién no existir; porque el yo subsiste en mi pensa
miento» - la idea estrictam ente cartesiana del ego cogitans- y, por
tanto, el yo que piensa podría no existir [...]. Por consiguiente, yo no
soy un ser necesario. N o soy tam poco eterno o infinito. Pero entiendo
bien que en la naturaleza existe un ser necesario, eterno e infinito» («un
etre nécessaire. étem el et infini»; Pens. 469). Con esto Pascal asume en
lo esencial la prueba de la existencia de Dios basada en la contingencia.
Dios en la historia del pensamiento
6. Male.bma.che
las que nosotros conocem os de m anera inm ediata las ideas prototípi-
cas en el espíritu de Dios. El contenido prim ero e inm ediato de nues
tro conocim iento es D ios, p o r cuanto contem plam os en él las esencias
de las cosas finitas; nosotros p articipam os en el proyecto creador de
todas las cosas p o r Dios.
Con ello la idea innata cartesiana se asocia m ás íntim am ente con
la doctrina agustiniana de la ilum inación. M alebranche acepta, es cier
to, el criterio de la verdad propuesto por D escartes, pero rechaza el ro
deo que p asa p o r la veracidad de D ios, porque la idea no es y a una
idéa en el espíritu del hom bre, sino una idea en el espíritu m ism o de
Dios; con esto queda ya garantizada su absoluta verdad. En D escartes,
las ideas eran todavía contenidos del pensam iento del espíritu hum a
nó, aunque h ubieran sido infundidas p o r Dios. Por el contrario, para
M alebranche las ideas no son ya ideas hum anas, sino que son inm e
diatamente ideas divinas. U n entendim iento fin ito no puede ser, de
ningún m odo, sujeto de las ideas. N o puede entender la idea de la ex
tensión com o el atributo esencial de las cosas m ateriales, porque él
mismo es sim ple e inextenso. M ucho m enos aún puede llevar en sí la
idea de D ios com o del Ser infinito, sin ser él m ism o infinito.
De ahí se sigue p ara M alebranche el que nosotros contem plam os
las ideas en el espíritu de Dios. N osotros lo vem os todo en Dios:
«Nous voyons toutes choses en D ieu» (R ech. III, 2 ,6 ) . Tenem os una
visión de D ios, incluso de la substancia divina (substance divine), p e
ro no tal com o D ios es en sí m ism o, sino únicam ente tal com o él se
presenta en las criaturas, tal com o su ser tiene una im agen en las cosas
finitas. A hora bien, en esta vida poseem os únicam ente una visión de
lás ideas en D ios, no -c o m o en el m ás a llá - una visión de D ios en su
propio ser. Con esto M alebranche no sólo sobrepasa con m ucho a D es
cartes, sino tam bién a A gustín. Según él, es cierto que se irradia sobre
nuestro espíritu una luz divina, en la cual conocem os «verdades eter
nas», pero no contem plam os inm ediatam ente las ideas creadoras en el
espíritu m ism o de Dios.
En el fondo de esta doctrina, sum am ente audaz, se halla un autén
tico problema. Si D ios es el origen creador de todas las cosas, entonces
el conocim iento de D ios, que todo lo intuye, es m ás fácilm ente com
prensible que el conocim iento del hom bre, que no conoce productiva
mente sino receptivam ente. E ste problem a se resolverá aquí m ediante
la participación en las ideas de Dios. Con ello se pasan por alto, de un
brinco, con excesiva audacia los problem as del conocim iento hum ano,
de la form ación de conceptos y de la intelección espiritual, y se resuel-
ven inm ediatam ente tom ándose com o punto de partida a Dios. Sigue
siendo tam bién un problem a: ¿Cóm o conocem os las ideas de Dios, sin
182 Dios en la historia del pensamiento
7. Spinoza
triángulo se deduce la sum a de sus ángulos, así tam bién con igual ne
cesidad se deduce de la esencia de D ios el m undo y todo lo que en él
acontece - e l «triángulo spinoziano», que reto rn a incesantem ente en
Leibniz y en el idealism o con el pro y el contra de las concepciones- ,■
C) E l m onism o de la substancia
e) La ética y la religión
con Dios. Sin em bargo, su obra principal se denom ina «Ética», y pre
tende enseñar la acción recta e incluso el am or a Dios. A spira a una «li
beración» (liberatio) de la servidum bre de los afectos, a fin de condu
cir a una verdadera libertad. Pero ¿qué significa esto?
Spinoza quiere considerar los afectos y m otivos hum anos de la ac
ción com o un acontecer m ecánico, es decir, quiere establecer una me
cánica de la vida del alm a, que sea com prensible y calculable more
geom étrico, com o si se tratara de «líneas, superficies y cuerpos». Pa
ra ello le resulta fundam ental la distinción entre ideas adecuadas e ina
decuadas. U na idea es v erdadera y adecuada cuando refiere el conte
nido particu lar a D ios y lo com prende a p artir de él. Es inadecuada
cuando entiende aisladam ente lo individual y no lo com prende a par
tir de la conexión necesaria del conjunto. Tales ideas las tenem os no
sotros de nuestro cuerpo, de sus afecciones y efectos de otros cuerpos;
perm anecen vagas, externas y confusas. Sólo cuando comprendemos
la cosa y el acontecer individual a partir de la razón prim ordial nece
saria que tiene en D ios, entonces conseguim os u n a idea adecuada de
puro pensam iento, que particip a en el conocim iento m ism o de Dios.
Cuanto m ás aprehendam os adecuadam ente a D ios, tanto m ás se reve
lará a p artir de él —sub specie aeternitatis- la conexión necesaria que
existe entre todo acontecer.
D e ahí se siguen los efectos sobre el alm a. La idea adecuada le ha
ce a uno activo; la inadecuada le hace pasivo. M ientras la idea esté li
gada a percepciones externas, seguirá estando determ inada y limitada
por ellas. Tan sólo la idea adecuada liberará de eso: «Las acciones del
espíritu b ro tan ú nicam ente de ideas adecuadas, pero las pasiones
(passiones) dependen de ideas inadecuadas» (Eth. III, Prop. 3). De
ahí se sigue el m ecanism o de los afectos. L os extrem os serían pura
actividad o p u ra pasividad. A hora bien, noso tro s vivim os en la ten
sión entre la conducta activa y la pasiva. El tránsito a m ayor actividad
suscita gozo (laetitia ); en cam bio, el tránsito a m ayor pasividad en
gendra tristeza (tristitia'). D e ahí brotan otros afectos, que Spinoza
trata de derivar.
Sin embargo, surge la cuestión acerca de cóm o puede esto com pa
ginarse consecuentem ente con el sistem a. Sí todo está determ inado
por la necesidad de D ios, entonces no queda espacio alguno para la li
bre decisión m oral del hom bre, para el bien y el m al, para el derecho y
la injusticia. Aquí existe indiscutiblem ente una discrepancia interna en
el pensamiento de Spinoza. L a libertad m oral significa únicam ente, en
el fondo, som eterse a la necesidad absoluta. E ste pensam iento, que
procede de la tradición neoplatónica, seguirá influyendo poderosa
mente hasta llegar a la ética de H egel, que som ete lo individual a lo
universal, la acción m oral al «ardid de la razón».
captar la realidad more geom étrico y que conduce a una concepción rí
gidam ente panteísta y determ inista, y en contraste con ello, su inten
ción fundam ental, profundam ente religiosa y casi m ística, que aspira
al conocim iento de D ios y a la unión de am or con Dios. En el aspecto
filosófico tenem os que atenernos principalm ente a su sistema de pen
sam iento, pero hem os de tener en cuenta tam bién el otro aspecto.
Spinoza procedía de la tradición del judaism o, en la que los escritos
de la Cábala, de la m ística ju d ía de la E dad M edia, tenían notable in
fluencia. En ella pervive pujantem ente un pensam iento ncoplatónico,
incluso con su rasgo panteísta. A esto se añade la influencia de su épo
ca, por ejem plo, de la filosofía italiana del R enacim iento, la cual, ins
pirada tam bién por el neoplatonism o, aunque motivada religiosamente,
m uestra tendencias panteístas, com o vem os especialm ente en Giorda
no Bruno. E n la com unidad ju d ía de A m sterdam era asimismo conoci
do y m uy apreciado Leone Ebreo (Leo H ebraeus, 1465-1525), quien se
hallaba en relación con sectores del hum anism o italiano, concretamen
te con Pico della M irandola. Sus D ialoghi d'am ore se encontraban en
la biblioteca (por lo dem ás, poco nutrida) de Spinoza. Este trasfondo
influye en él: búsqueda religioso-m ística de Dios según la tradición ju
día y neoplatónica, que el hum anism o reaviva y pone de relieve en su
aspiración a una religión filosófica única con rasgos panteístas.
Esto da al pensam iento de Spinoza cierta grandeza, aunque poda
m os adherirnos poco a su sistem a. E stá dom inado por la idea de un
único Ser, absoluto e infinito, de m anera parecida a como l\imvmdcs
estaba im buido de la idea del ser uno y eterno, y Plotino, de ki idea del
U no prim ordial. Igual que vem os m ás tarde, en el idealismo alemán,
desde Fichte hasta H egel pasando por Schelling, cuando el uno diso
luto se convierte en el único contenido verdadero de la I ilosoíía. F.n
ello se encuentra una grandeza de tal pensam iento, aunque no se logru
com paginarlo con el m undo finito y variado, lo cual es pinpin del pen
sam iento panteísta. Spinoza se convierte en el gran represenutnic du
tal pensam iento en la Edad M oderna, y resulta fundamental para todas
las form as posteriores de pensam iento m ás o m enos panteístas.
Sin em bargo, el «panteísm o» de Spinoza no está del indo t. Lio. c-
to se pasa por alto casi siem pre. Es verdad que, para él, las cosas fini
tas son únicam ente m odi de la Substancia divina; pero ésta im se di
suelve en ellos. El m undo no es Dios; él es infinitam ente más que este
m undo. Porque D ios tiene infinitam ente m uchos atributos, <Il los uin
les se m anifiestan únicam ente en nuestro m undo el «pensamiento»!
(cogitatio) y la «extensión» (extensio). S pinoza no abriga, ! mm> IU.
gel, la pretensión de llegar hasta lo absoluto en un saber que toinpun
da. Para él D ios es infinitam ente m ás de lo que nosotros podemos ex
La temprana Edad Moderna 193
g) Repercusiones
8. Leibniz
a) E l principio analítico
b) N ecesidad y certeza
Según Spinoza, existe tan sólo un m undo posible, que procede ne
cesariam ente de la esencia de Dios. Para Leibniz, por el contrario, en
los pensam ientos de D ios hay m uchos m undos posibles; pero dada su
sabiduría y bondad, tuvo que elegir y crear el m ejor de todos los posi
bles. Esta idea del m ejor m undo posible ¿será tan absurda com o se ha
ce ver a m enudo? Schopenhauer será quien precisam ente m ás se mofe
de ella; teniendo en cuenta todos los m ales y m aldades que hay en él,
dirá que este m undo es el peor de todos los m undos posibles.
Tam bién Leibniz conocía el m al, la m iseria y el poder de la maldad
en este m undo. Pero él entiende el m undo no sólo a p artir de una ex
periencia inm anente. Él p iensa no sólo filosóficam ente, sino siempre
teológicam ente tam bién. Si en este m undo el H ijo de D ios se hizo
hom bre, cargó sobre sí todos los sufrim ientos hasta llegar a la muerte
en la cruz, a fin de redim ir de la m aldad al m undo y de consum arlo al
guna vez en la gloria de D ios, entonces este m undo, en últim a instan
cia - e n la consum ación definitiva—, ¿podrá ser otra cosa que el mejor
m undo posible? Tan sólo cuando se desatiende esta dim ensión la idea
de L eibniz tendrá que parecer absurda. Pero él piensa en un horizonte
m ás am plio, que da pleno sentido a sus pensam ientos.
A pesar de todo, perm anece la cuestión: ¿Es concebible u n mundo
que sea el m ejor m undo posible? Si es un m undo finitam ente limitado,
entonces siem pre será posible un m undo m ayor y m ejor, sin alcanzar
una plenitud infinita. Y si D ios, dirigido p o r su sabiduría y bondad, se
ve im pulsado, aunque sólo sea m oralm ente, a crear el m ejor mundo
posible, ¿no será esto recaer de nuevo en una necesidad absoluta? Eso
sería el determ inism o de Spinoza, que suprim e la libertad de D ios y
del hom bre, lo m ism o que suprim e todo ser y acontecer contingente. Y
eso Leibniz no lo quiere. Las dos objeciones se hallan intim am ente re-
lacionadas: precisam ente porque no existe un m undo que sea el mejor
m undo posible, queda salvaguardada la verdadera libertad del acto di
vino de la creación.
d) La mónada
Sin em bargo, L eibniz piensa que una m ónada no puede actuar so
bre otra m ónada distinta: «Las m ónadas no tienen ventanas» (M on. §
7). Esta doctrina esp ecífica de L eibniz (abandonada pronto tam bién
por sus seguidores) procede no sólo del ocasionalism o, que niega toda
actividad propia de las cosas finitas, sino tam bién de Spinoza, según el
cual a la substancia divina le corresponde puram ente una «acción in
terna» (actio im m anens), no u n a «acción externa» (actio transiens).
De la m ism a m anera, en Leibniz la m ónada posee tan sólo una acción
interna encam inada al propio desarrollo, pero no posee una acción so
bre ninguna otra cosa. C ada m ónada es una unidad cerrada con propia
causalidad, que es una causalidad puram ente interna.
Detrás de todo ello está el hecho de que Leibniz concibe cada m ó
nada concreta (o substancia) al estilo de la substancia divina de la que
habla Spinoza. E n todo esto hay u n curioso paralelism o con el pensa
miento griego prim itivo. L a unid ad del ser en Parm énides se deshizo
pronto (desde E m pédocles hasta D em ócrito) para convertirse en m ul
titud de entes (átom os), cada u no de los cuales conservaba los atribu
tos del ser eleático, es decir, sin devenir, siendo inm utables e im pere
cederos. Es parecida la transición de Spinoza a Leibniz. Éste rechaza
la unidad de la substancia de Spinoza, pero cada m ónada es un abso-
lutum relativo, una pequeña infinitud, ya que por su propio aspivlo
200 Dios en la historia del pensamiento
g) Visión retrospectiva
h) Repercusiones
La filosofía académ ica alem ana del siglo X V III se halla bajo la in
fluencia decisiva de Leibniz. Su representante principal y m ás im por
tante prom otor fue C hristian W olff (nacido en 1679 en B reslau, profe
sor universitario en H alle, y fallecido en esa ciudad en 1754). Con un
gran núm ero de m anuales, escritos en latín y en alem án, sobre todas
las ramas especiales de la filosofía, se convirtió en el sistem atizador
del pensam iento racionalista, que p o r aquel entonces penetraba por
primera vez en las universidades. H asta entonces se había enseñado de
manera casi general la filosofía escolástica, principalm ente según las
doctrinas de Francisco Suárez. Los pensadores m ás im portantes de
principios de la Edad M oderna n o fueron catedráticos universitarios,
sino profesores privados de filosofía. U no de los prim eros en enseñar
en una universidad el pensam iento m oderno fue Chr. Wolff. D esde en
tonces, casi todos los filósofos im portantes fueron catedráticos de uni
versidad, como lo fueron K ant y los idealistas alem anes, entre otros.
La filosofía se convierte en cosa propia de los profesores de universi
dad, consiguiendo así ejercer u n a m ayor influencia en la vida intelec
tual y pública.
Chr. W olff da a la filosofía una estructuración sistem ática que se
impone ampliamente en la actividad docente. L a m etafísica abarca aho
ra toda la filosofía teórica, en contraste con la etica com o filosofía
204 Dios en la historia del pensamiento
9. El em pirism o
a) P r e p a r a c ió n
10. Locke
miento cartesiano, sin seguirlo por ello objetivam ente. Sin em bargo,
toma de allí algunas cosas para su filosofía, desarrollada sobre todo en
su obra principal: A n E ssay concerning hum an unterstanding («Ensa
yo sobre el entendim iento hum ano»; 1690). La obra ya se reim prim e
varias veces en vida del autor, editándose incluso en traducción fran
cesa (1700) y latina (1701). L eibniz se enfrenta críticam ente a ella en
su obra Neuer Versuch iiber den m enschlichen Verstand («Nuevo ensa
yo sobre el entendim iento hum ano»; 1703-1704), aunque, por respeto
al autor que acaba de morir, no im prim e la obra. Junto a los escritos
políticos y tam bién pedagógicos de Locke, tam bién resulta especial
mente im portante la filosofía de la religión expuesta en The R easona
bleness o f C hristianity («Lo razonable del cristianism o»; 1695). En
ella trata de fundam entar a su m anera la fe cristiana. Locke es consi
derado com o el padre de la Ilustración inglesa, pues ofrece algunos
comienzos de ella. Sin em bargo, él siente com pleta aversión hacia to
das aquellas consecuencias un tanto radicales.
Aquí harem os tan sólo una breve referencia a los fundam entos
epistemológicos del em pirism o de Locke. Al igual que D escartes, ve
mos que Locke se plantea la cuestión acerca de cuáles son los prim e
ros contenidos, dados inm ediatam ente y ciertos, del conocim iento. Pe
ro tales contenidos no son ideas ni principios innatos. Estos no existen.
Solamente hay contenidos de la experiencia. Locke distingue, sin em
bargo, entre la experiencia externa y la interna. La experiencia externa
(sensation) capta las im presiones sensibles de las cosas m ateriales: se
distingue entonces entre las cualidades sensoriales prim arias (pura
mente cuantitativas) y las secundarías (que son tam bién cualitativas).
Tan sólo las prim eras corresponden (objetivam ente) a las cosas; la se
gundas son productos (subjetivos) de nuestras facultades sensoriales,
con lo cual Locke (con apenas cobertura em pirista) acepta la reduc
ción de la cualidad a la cantidad en la física m oderna (y en Descartes).
A pesar de todo, él tiene que reconocer tam bién una actividad propia
del sujeto cognoscente, actividad que nosotros percibim os en la expe
riencia interna (reflection). A sociam os contenidos de la experiencia
externa, establecem os relaciones y form am os conceptos abstractos por
el sencillo procedim iento de prescindir de las determ inaciones con
cretas, a fin de ordenar las cosas y poder designarlas con un term ino
común, sin captar con ello su esencia com ún. En este punto resalta
claramente el trasfondo nom inalista del pensam ienio empírico.
Dios en la historia del pensamiento
Hay aquí dos aspectos que son importantes, incluso para el desa
rrollo ulterior. La idea de la substancia procede de la percepción de
una constante vinculación de cualidades dadas sensorialm ente, que
nosotros atribuim os a un substrato portador com ún. Lo designamos
com o substancia subsistente en sí, sin saber lo que ella es. A esto se
opondrá ya Leibniz vivam ente, pero esta idea tendrá repercusiones
desde Hum e hasta llegar a Kant.
El otro aspecto es la causalidad, es decir, la relación entre la causa
y el efecto. Locke entiende por causa algo que ha de ser concebido co
mo precedente cuando una cosa llega a ser. Esto no significa ya una
causa eficiente que sea la productora real, sino tan sólo un hábito sub
jetivo de pensar, que procede de la experiencia de los fenómenos que
se van sucediendo regularm ente. Este pensam iento, intensificado aún
más por H um e, influirá en la crítica de Kant.
Com o el saber del hom bre es lim itado, D ios lo enriqueció por me
dio de su revelación. Y así, la obra de Locke E nsayo sobre el entendí-
La temprana Edad Moderna 209
miento hum ano term ina con un razonam iento que conduce del saber a
la fe. Entre ellos no puede haber contradicción, porque am bos - l a ra
zón y la revelació n - proceden de D ios. Con el m ism o espíritu sostiene
Locke «lo razonable del cristianism o» en su obra de filosofía de la re
ligión, que es incluso una obra de teología fundam ental (1695). L oc
ke no sólo co n fiesa su fe cristiana en D ios, sino que adem ás quiere
fundamentarla racionalm ente. Cristo, el R edentor y L egislador envia
do por Dios, restauró la «prim itiva religión natural»; tam bién los pre
ceptos m orales dictados por Jesús corresponden a lo que puede enten
derse racionalm ente y a las antiguas doctrinas sapienciales existentes
tanto en O ccidente com o en Oriente. La revelación contiene enuncia
dos que son «razonables», es decir, que son evidentes para la razón,
mas contiene tam bién enunciados que son «suprarracionales», pero
que, no obstante, no son «antirracionales», porque no están en contra
dicción con lo entendido por la razón. Se trata de una antigua fórm ula
teológica: «non contra, sed supra rationem ». Locke no llega tan lejos
como los ulteriores «librepensadores» de la Ilustración inglesa, que
quieren disolver el cristianism o convirtiéndolo en una religión natural
dictada por la razón, al m ism o tiem po que pretenden suprim ir todos
los contenidos «sobrenaturales». Sin em bargo, prepara el cam ino pa
ra tal evolución de las cosas.
Locke entiende la religión cristiana en un sentido tan am plio y ge
neral que ésta no necesita acogerse a ninguna confesión religiosa con
creta. Aquí com ienza ya la aspiración de la Ilustración por poner fin a
las sangrientas luchas de religión (existentes tam bién en Inglaterra) que
se habían producido a causa de la R eform a, y por reducir la fe cristia
na a una religión racional, en la que todas las personas «razonables»
pudieran estar unidas aunque pertenecieran a diferentes confesiones re
ligiosas. Locke propugna una am plia tolerancia religiosa hacia las otras
religiones; con sus Cartas sobre la tolerancia (1689-1704) se convier
te en el adelantado de esta idea de la tolerancia. N o debería excluirse a
nadie del disfrute de los derechos civiles a causa de sus creencias reli
giosas, ya se trate de judíos, de m usulm anes o de paganos. Sólo quedan
excluidos de la tolerancia los católicos y los ateos: los católicos porque
con su dependencia de R om a ponen en peligro la libertad y la paz in
terna; los ateos porque, al rechazar a Dios, rechazan tam bién los fun
damentos del orden social. Lo que se refiere a los católicos hay que en
tenderlo por la situación existente entonces en Inglaterra, donde se
consideraba a los católicos com o enem igos del Estado; aunque ya no
eran perseguidos sangrientam ente, hacía m ucho tiem po que no goza
ban de plenos derechos civiles - y no llegarían a gozar de ellos hasta
1829—. Con esto Locke queda tam bién preso del espíritu de su época.
210 Dios en ¡a historia del pensamiento
TI . B erkeley
12. Hume
a) Fundamentos
c) Repercusiones
13. La Ilustración
a) El liberalismo
b) El deísmo
para la sociedad hum ana. A hora bien, sem ejante utilidad la proporcio
na tan sólo m ediante la educación para el acto m oral.
Los rasgos fundam entales de la Ilustración no se aplican por igual
a todas sus m anifestaciones. E stas se expresan de m anera diferente en
Inglaterra, en Francia y en A lem ania.
e) La.IlMstmciónJüglesa
e) La Ilustración alemana.
Tam bién hay poetas y escritores alem anes que difunden el espíritu
de la Ilustración, com o hace especialm ente G otthold E phraim Lessing
(1729-1813), quien en el dram a N athan d er Weise («N atán el Sabio»)
ju z g a que todas las religiones positivas tienen un valor relativo y no
puede decidirse cuál sea su contenido de verdad. En el escrito breve,
pero im portante y m uy conocido en su tiem po, que tiene por título Die
E rziehu n g des M enschengeschlechtes («L a educación del linaje hu
mano»; 1780), no niega la revelación de D ios, sino que le atribuye una
función preparatoria: para que nosotros conozcam os m ás fácilmente y
m ejor lo que resulta evidente para la razón. Ei contenido de la fe que
da reducido a una verdad racional; el cristianism o no es m ás que una
religión racional que difunde la m oral natural. Sin em bargo, esto no
afecta a la creencia en D ios. L essing fue prim eram ente deísta, hasta
que m ás tarde se inclinó hacia u n a cosm ovisión panteísta, orientada
por las ideas de Spinoza, aunque sin aceptar plenam ente el sistem a ra
cionalista de este últim o.
1. Kant
a) ¿Qué es la m etafísica?
b) El giro trascendental
que existe a partir de ella, y por ella adquiere fuerza incesantem ente
nueva» (B 651). «Por tanto, no sólo sería desconcolador, sino también
totalmente en vano, el pretender privar a esta prueba de algo de su pres
tigio» (B 652). A pesar de la estim a en que la tiene, Kant no puede re
conocerla com o una prueba científicam ente válida. Lo m ism o que el
concepto de causa, que se introduce aquí tam bién, el concepto de fina
lidad se limita a la simple m anifestación en el m undo de la experiencia.
Toda finalidad es depositada en el mundo por nuestro conocimiento. Es
nuestra interpretación del mundo, una interpretación que no va más alia
de la manifestación, no dice nada sobre la realidad en sí y, por tanto, no
puede proporcionar ninguna prueba de la existencia de Dios.
Este argum ento tam bién lo reduce K ant a la prueba ontològica de
la existencia de Dios. «D e la adm iración por la grandeza, la sabiduría,
el poder, etc. del A utor del m undo» (B 657), se deduce la «contingen
cia» de las cosas de este m undo. De aquí se deduce la causa necesaria
del mundo. «Y del concepto de la absoluta necesidad de la causa pri
mera se deduce el concepto enteram ente determ inado o determ inante
de la misma, a saber, el concepto de una realidad que lo abarque todo»
(ibid.). «Así que, según esto, la prueba físico-teológica se basa en la
prueba cosm ológica, y ésta se basa a su vez en la prueba ontològica
[...], y, com o adem ás de estos tres cam inos, ya no existe ningún otro
que se halle abierto a la razón especulativa, verem os entonces que la
prueba ontològica [...] es la única posible» (B 658); y esta últim a no
es posible. Con esto K ant considera definitivam ente probado que la
metafísica, entendida tam bién en el sentido de la doctrina filosófica
acerca de Dios, no es posible com o ciencia.
No obstante, hay que tener tam bién en cuenta las cuestiones que
Kant suscita en la K ritik aller spekulativen Theologie («Crítica de toda
teología especulativa»), «En prim er lugar: ¿Hay algo distinto del m un
do, que contenga la razón del orden del m undo y de la coherencia de es
te orden según leyes universales? Y la respuesta a esta pregunta es: ¡Sin
duda alguna! [...]. En segundo lugar está la pregunta: ¿Este Ser subs
tancial, de la m áxim a realidad, es necesario, etc.? A esto yo respondo:
Esta pregunta no tiene significado alguno. Pues todas las categorías
[...] no tienen absolutam ente ningún sentido, si no se aplican a objetos
de posible experiencia, es decir, al m undo de los sentidos [...]. Final
mente se halla la tercera pregunta: Este Ser, distinto del mundo, ¿podrá
pensarse en analogía con los objetos de la experiencia? Mi respuesta es:
¡Desde luego! Pero sólo como objeto en la idea y no en la realidad» (B
723-725). De esa idea «nosotros podem os perm itirnos incluso, sin mie
do y sin censura, ciertos antropom orfism os f'...']» (B 725), pero sólo en
232 Dios en ¡a historia del pensamiento
la idea, sin saber «lo que esa Razón prim ordial de la unidad del mundo
es en sí m ism a» (ibid.). «¿Así que de esta m anera podrem os admitir
[...] un único sabio y todopoderoso A utor del m undo? ¡Sin duda algu
na! Pero no sólo podrem os, sino que además tendrem os que suponer su
existencia. A hora bien, en este caso, ¿am pliarem os nuestro conoci
miento más allá del campo de la experiencia posible? ¡En modo alguno!
Pues sólo hemos presupuesto un Algo, de lo cual no tenem os absoluta
m ente ningún concepto sobre lo que es en sí m ism o» (B 725s).
De ahí se deduce que K ant adm ite sin lugar a dudas la existencia
de Dios, pero acerca de lo que él es en su esencia, «en sí mismo», no
sotros no podem os saber ni enunciar nada con nuestros conceptos, que
están ligados a la experiencia. Ni siquiera la analogía nos hace llegar
más allá. Así que la doctrina de K ant acerca de Dios (en cuanto al sa
ber teórico se refiere) vuelve a desem bocar propiam ente en la teología
negativa: tenem os que presuponer a D ios, pero no sabem os lo que él
es en sí mismo.
Así que la doctrina filosófica acerca de D ios, considerada como
ciencia, no es posible. Pero sigue siendo una disposición natural y con
tinúa -c o m o hem os de ver to d av ía- si no como un objeto de saber teó
rico, sí com o un contenido de la fe práctica.
K ant fue entendido a m enudo erróneam ente -ta n to por sus parti
darios com o por sus ad v ersario s- com o si hubiera querido «destruir»
toda la m etafísica, a fin de borrar la creencia en Dios. Pero, en contra
de eso, tengam os bien claro: se trata de la m etafísica «en cuanto cien
cia», y la ciencia es para K ant un saber con arreglo a la norma de las
ciencias em píricas y m atem áticam ente exactas; él no conoce esencial
m ente otras ciencias. Y Kant nos hace ver que la m etafísica, entendida
como ciencia en este sentido, no es posible, y que la existencia de Dios
no puede dem ostrarse científicam ente en este sentido.
Pero al m ism o tiem po la m etafísica sigue siendo una «disposición
natural» del hom bre, que incluye la creencia en «Dios, la libertad y la
inm ortalidad», y que está fundam entada por las tres ideas de la razón
pura: «alma, m undo y Dios». Esto quiere decir que nosotros no pode
mos pensar «racionalm ente» en toda nuestra experiencia acerca de no
sotros m ism os y del m undo si no lo hacem os bajo estas magnitudes
m etafísicas. Tenemos que «pensar» en ellas sin conocerlas realmente,
es decir, sin poder dem ostrarlas en el sentido en que lo hacen las cien
cias exactas. Si esas ideas no tienen una función «constitutiva» sino
Kan! y el idealismo alemán
e) La razón práctica
minada por el saber, sino que exige una fundamentación autónoma por
medio de la autolegislación de la razón pura, pero práctica.
El principio de ello lo ve Kant en el «factum de la razón pura» (A
56), que no se puede probar empíricamente, sino que viene dado inme
diatamente como «imperativo categórico» de la acción moral. Puesto
que Kant vuelve a reconocer y acentuar la absoluta obligatoriedad del
deber moral, se convierte en el Sócrates de la Edad Moderna. Pero aquí
no vamos a adentrarnos en los problemas de su ética formal y autóno
ma del deber, sino que únicamente vamos a realzar la dimensión meta
física de esa ética.
En tercer lugar, la acción moral exige, no como motivo sino tan só
lo como efecto, la consecución de la felicidad. Tampoco la entiende
Kant en un sentido religioso o teológico (por ejemplo, como visión de
Dios), sino -e n sentido mucho más estricto- como estado de un ser ra
cional, a quien «todo le va según su deseo y voluntad», es decir, como
completa concordancia del acontecer natural con nuestra voluntad m o
ral. Esta concordancia no podemos obrarla nosotros mismos; esto lo
puede hacer únicamente el Autor del mundo, que está determinado, él
mismo, por el querer moral y posee todo poder sobre la naturaleza.
«Así pues, la causa suprema de la naturaleza [...] es un Ser que, por
entendimiento y voluntad, es la causa (por consiguiente, el autor) de la
naturaleza, es decir, Dios. Por consiguiente, el postulado de la posibi
lidad del bien supremo derivado (el mejor mundo) es al mismo tiempo
el postulado de la realidad de un bien supremo originario, esto es, de
la existencia de Dios» (A 225s). Hay que tener en cuenta que Kant in
troduce aquí en el postulado el «mejor mundo posible», derivado de
Leibniz, pero sólo como bien derivado, al cual presupone como bien
supremo originario a Dios. Por tanto, la felicidad exige como postula
236 Dios en la historia del pensamiento
g) Postulados e ideas
primero (en un sentido práctico [...]) como superior principio del bien
supremo en un mundo inteligible» (A 240).
Así pues, las ideas de la razón pura son recogidas de nuevo en los
postulados de la razón práctica. La metafísica, imposible desde el pun
to de vista puramente teórico, se realiza en la vida y acción concretas,
práctico-morales del hombre: no en un conocimiento científico, sino
en la creencia práctica de la razón. Esto quiere decir que la vida racio
nalmente humana, con un sentir moral práctico, sólo es significativa
mente posible por la creencia en la libertad e inmortalidad, pero prin
cipalmente por la creencia en Dios.
i) Visión retrospectiva
2. De Kant al idealismo
a) Reinhold
3. Fichte
a) Idealismo subjetivo
todos los objetos, los cuales, por tanto, son relativos. La «cosa en sí»
de Kant es impensable, un absurdo: «una quimera, un ensueño, un
pensamiento vano». Con esto parece que el pensamiento se encierra
en la pura inmanencia de la conciencia.
Sin embargo, subsiste la cuestión de por qué el «yo» pone frente a
sí un «no-yo». A esto responde otro principio, al que podremos desig
nar (aunque haciéndolo ya en el lenguaje de Hegel) como principio de
la mediatización. El saber acerca de mí tiene que llegar a sí mismo en
el saber acerca de otra cosa, tiene que «mediatizarse» en el otro. La
conciencia del objeto [= de lo que está frente a mí] presupone la con
ciencia de sí mismo. Pero esta conciencia sólo puede realizarse en el
saber acerca de otra cosa, a fin de llegar expresamente hasta sí misma.
Este principio difícilmente se podrá deducir a priori, sino que se ad
quiere ya por la experiencia de que en el «yo» está puesto un «no-yo»,
es decir, en la experiencia de que vivimos y pensamos en un mundo de
objetos [que están ante nosotros]. Es en el fondo el mismo problema
de todo pensamiento acerca de la unidad, desde el neoplatonismo: có
mo de la unidad primordial -e n este caso, del «yo» absoluto- puede
brotar una pluralidad, aunque sólo sea la dualidad del «yo» y del «no-
yo» (sujeto y objeto). Pero de ahí se sigue también, según Fichte, que
el «yo» absoluto no puede entenderse como sujeto consciente y cog
noscente, sino únicamente como origen trascendental que pone la dua
lidad empírica entre sujeto y objeto.
Del hecho de poner el «yo» y contraponer el «no-yo» quiere dedu
cir Fichte toda la «doctrina de la ciencia», tanto la teórica (el «yo» es
determinado por el «no-yo») como la práctica (el «no-yo» es determi
nado por el «yo»).
c) El otro «yo»
d) El Ser absoluto
cho de que yo lo comprenda» (II, 304). Así que tampoco se puede pre
dicar de Dios la personalidad. Porque «en el concepto de la personali
dad hay limitaciones. ¿,Cómo podría yo aplicarte a ti esa personalidad,
sin tales limitaciones?» (II, 304s). A esta dificultad se mantendrá afe
rrado Fichte hasta el final.
Sin embargo, Fichte formula enunciados que únicamente pueden
aplicarse a un Dios conocedor y sabedor, a un Dios que quiere libre
mente y actúa y ama, al Dios personal. Pero son enunciados de la fe, no
del saber. Fichte siente la escisión y busca refugio -provisionalmente-
en la oposición kantiana entre el saber y la fe en el sentido en que se ex
pone en la razón práctica. Con ello la fe en Dios se convierte en un me
ro postulado, pero no, como en Kant, en un simple postulado de la ac
ción moral, sino en un postulado de la relación religiosa con Dios.
Ahora bien, Fichte no puede darse por satisfecho con ello; quiere
superar la oposición y llegar hasta Dios en el saber. Y así, inicia una
intensa lucha de su pensamiento, para el cual Dios tiene una impor
tancia central. Un primer paso, sólo un año después de El destino del
hombre, lo da en la Teoría de la ciencia de 1801, presentada como lec
ciones privadas impartidas en Berlín. Dios es ahora para Fichte el «Ser
absoluto». Porque todo saber es «saber absoluto», es decir, «el saber
no es lo Absoluto, pero es, él mismo, como saber un absoluto» (II, 22),
esto es, mediante el carácter formal de la validez incondicionada. Pe
ro ahora el saber presupone el ser, es decir, un saber absoluto presu
pone un ser absoluto. Un pensamiento sorprendente: Antes el ser era
para Fichte el estar puesto en el «yo». Pero ahora el saber presupone el
ser, es decir, el saber absoluto presupone el Ser absoluto. Este pensa
miento lo prosigue y lo desarrolla Fichte en la Teoría de la ciencia de
1804 y en otros escritos. Él se vuelve al cristianismo, especialmente al
evangelio de Juan, en donde encuentra el «documento más puro» del
cristianismo (X, 291); podemos hablar en este caso de un período joá-
nico en el pensamiento de Fichte.
e) El Ser y la existencia
Para él, Dios solo es el Ser: «Este Ser es simple, igual a sí mismo,
intransformable e inmutable: en él no hay un surgir ni un perecer, no hay
cambio ni juego de formas, sino que siempre hay únicamente el ser y el
subsistir» (V, 405). Esto suena casi a eleático o a platónico, lo mismo
que la distinción entre la vida verdadera y la vida sólo aparente. La vi
da verdadera se basa en el Ser que es uno e inmutable; la vida aparente,
en cambio, está desgarrada entre el ser y el no-ser, entre la vida y la
muerte. Pero no tiene ya sentido eleático, sino cristiano, cuando se dice
que el Ser es vida, y cuando se afirma que lo más profundo que nos une
con Dios es el amor (cf. y 404ss). Por tanto, Fichte entiende su concep
to de Dios en conformidad con el concepto de la fe cristiana. Él quiere
ser cristiano y defiende con convicción la verdad del cristianismo.
Fichte distingue entre ser (Sein) y existencia (Dasein). El «ser» es
el Ser único y eterno, la plenitud infinita del Ser, pero no un ser muer
to y rígido, sino que (en sentido joánico) es Vida, Luz y Amor. Fichte
lo llama incluso esse in mero actu (esta expresión aparece ya en la edi
ción de Teoría de la ciencia de 1804; cf. Nachlaß [«Obras postumas»]
II, 208). Recoge así el concepto aristotélico-escolástico del actus p u
nís y lo entiende como la plenitud originalmente pura e infinita del
ser. Los seres espirituales finitos, por el contrario, son Dasein («exis
tencia» o «ser ahí») por ser el Da (el «ahí») del ser (cf. Heidegger, que
recoge esta distinción, pero interpretándola a su manera). Según Fich
te, nosotros somos imágenes del Ser, su manifiestación en la concien
cia finita, y somos, por tanto, imagen que reproduce el arquetipo divi
no (V, 440ss). Ahora bien, el mundo es «imagen de la imagen». Puesto
que nosotros no somos capaces de comprender el Ser infinito de Dios,
plasmamos o proyectamos un mundo de cosas como imagen de Dios
o, más bien, como imagen de la imagen que somos nosotros mismos.
Por consiguiente, el mundo no subsiste en una realidad en sí; es úni
camente nuestra representación, la figuración necesaria de nosotros
mismos en un mundo exterior. Así, Fichte permanece fiel hasta el fi
nal al idealismo subjetivo, aunque en lo que respecta al Ser absoluto
de Dios lo supera con su realismo metafísico. Y con ello recoge a su
manera elementos de la metafísica clásica, procedentes de la tradición
platólica y de la tradición cristiana.
í) Visión retrospectiva
4. Schelling
a) La naturaleza y el espíritu
b) Identidad absoluta
(VII, 349). El ser de las cosas en Dios no suprime la libertad, sino to
do lo contrario, porque «sólo el libre y en cuanto es libre está en Dios,
y el no-libre, en cuanto es no-libre, está fuera de Dios» (VII, 347).
Ahora bien, la libertad es «una capacidad para el bien y para el mal»
(VII, 352). Así, se plantea el problema del mal, que Schelling quiere
explicar no como una carencia de ser, sino como una realidad positiva.
Esta, no obstante, tiene que fundamentarse en Dios, pero no tiene que
ser Dios mismo. Esto conduce a la distinción de la «naturaleza en Dios»
como la razón primordial (Urgrund) o según J. Bóhme, Ungrund, «abis
mo») de la cual procede la «existencia de Dios» como eterno acontecer
de un «nacimiento de las tinieblas a la luz» (VII, 360). Ambos prin
cipios, naturaleza y existencia, tinieblas y luz, se hallan asociados y
ordenados en Dios, pero se desligan en el ser finito. Ahí reside la posi
bilidad del mal, aunque su realidad depende únicamente de la libre vo
luntad del hombre.
Dios mismo, como la unidad del principio real y el principio ideal,
de las tinieblas y la luz, es «suprema personalidad», «espíritu en emi
nente y absoluto entendimiento» (VII, 395). Y la suprema libertad es
propia de esa personalidad viva. Schelling -asom brosam ente- es el
único entre los grandes idealistas que llega (en contra de Fichte y He-
gel) hasta la personalidad de Dios. Esta idea prosigue en las Stuttgar-
ter Privatvorlesungen («Lecciones privadas en Stuttgart»; 1810), don
de Schelling vuelve a acentuar claramente la absoluta personalidad de
Dios. Se aproxima a una concepción cristiana de Dios, que luego él
profesará expresamente.
f) Filosofía cristiana
h) Visión retrospectiva
Resulta asombroso ver hasta qué punto Schelling, durante los de
cenios de la lucha de su pensamiento, fue transformándose y progre
sando. A propósito de ello, tan sólo algunas observaciones, entre ellas
también algunas observaciones críticas.
Schelling toma como punto de partida a Fichte, pero pronto lo so
brepasa. Su tendencia a la objetividad le conduce a entender el «sujeto
Kant v e! idealismo alemán 259
5. H egel
a) Identidad dialéctica
hacen Kant y Fichte) como tesis, antítesis y síntesis, sino casi siempre
como «inmediatez, mediación e inmediatez mediatizada» (o en fór
mulas análogas).
b) Experiencia de la conciencia
c) El saber absoluto
d) La ciencia de la lógica
e) El sistema total
f) La religión
1) La Trinidad
sentada trinitariamente: como reino del Padre, reino del Hijo y reino
del Espíritu (Gl. 16). Parece ser que esta estructuración procede de Ph.
Marheineke, «hegeliano de derechas», quien tuvo que preparar la filo
sofía de la religión para la edición de las obras completas. Si se trata de
una estructuración auténtica y si tiene ese peso, es algo que se discute,
dado el difícil estado en que se hallan los textos (unos son manuscritos,
otros dictados y otros finalmente son apuntes). Pero lo cierto es que
Hegel se refirió a la doctrina de la Trinidad, a fin de exponerla «dialéc
ticamente» en el sentido en que él la entendía. Y así, Hegel es para al
gunos el filósofo de la Trinidad; con qué derecho, ahí está la cuestión.
2) La infinitud
3) ¿Panteísmo?
h) Repercusiones
a) Schleiermacher
b) Schopenhauer
c) Kierkegaard
7. Visión retrospectiva
1. Formas de ateísmo
a) El positivismo
b) El materialismo
c) El neopositivismo
e) E l r e d u c c io n is m o
jante procede Kant, quien entiende la relación entre causa y efecto co
mo un concepto puram ente apriorístico del entendimiento. Sobre base
em pírica no podem os explicar ya por m edio de una causalidad real ¡os
acontecim ientos de la naturaleza, sino que sólo podemos reducirlos a
relaciones puram ente funcionales: Si se da A, entonces se sigue B; si se
da B, entonces precede A. A hora bien, esto significa que sólo se des
criben fenómenos, pero no se llega ni se explica el acontecer real.
a) Feuerbach
b) N ietzsche
Y así, la verdad se relativiza por com pleto: «La verdad es una espe
cie de error, sin el cual una determ inada clase de seres vivos no podría
vivir. El valor para la vida es lo que en últim o térm ino lo decide todo»
(Der Wille zitr M achí [«La voluntad de poder»], 493), un subjetivism o
pragmático. También se suprim e el valor m oral, sacrificado en aras de
la vida. Es bueno lo que sirve para intensificar la vida. N ietzsche re
chaza la moral cristiana com o «m oral de siervos»; la doctrina acerca de
la humildad, el arrepentim iento y el am or al prójim o sería un im pedi
mento para una afirm ación de sí m ism o sin inhibiciones. La «moral de
señores» del superhom bre está «más allá del bien y del mal».
Sobre todo, es la fe en Dios lo que más obstaculiza la volimlad de
llegara ser un superhom bre. Y contra esa le se rebela apasioiiadamen
Dios en la historia del pensamiento
a) E l m arxism o
b) El neom arxism o
contado ellos -lo s m a rx ista s- con que una teoría pudiera tener reper
cusiones prácticas. Por el contrario, en Francia Jean Paul Sartre (1905-
1980), el antiguo existencialista, se transform ó en neom arxista radical,
llegando incluso a m antener contactos con terroristas alem anes. Su ni
hilismo se expresaba de esta y de otras m aneras.
Pues bien, ¿qué tiene que ver todo esto con la cuestión acerca de la
existencia de D ios? Da testim onio de la desorientación fundam ental
del ser hum ano cuando prescinde de Dios. Si el hom bre no tiene en la
vida ninguna razón absoluta que dé sentido a su existencia, entonces
establece otros valores absolutos: com o ídolos a los cuales todo que
da subordinado. En sustitución de Dios aparecen los ídolos, ya sea la
ciencia y su progreso, la libertad ilim itada del hom bre o la utopía de
una sociedad ideal. Se trata de valores a los que, desde luego, convie
ne aspirar, pero que nunca se conseguirán plenam ente en este m undo
limitado. Placer de lo relativo un absoluto, afincar en valores provisio
nales el sentido suprem o y decisivo de la existencia hum ana, signifi
ca (desde M arx) cultivar una m ala «ideología». Todas las form as de
ateísm o de los siglos X IX y X X son puras ideologías y m otivaciones
298 Dios en la historia del pensamiento
5. E l ateísm o práctico
" Hoy día nos hallam os ante un fenóm eno m uy diferente. En lugar
del ateísm o teórico ha surgido un ateísm o práctico, que es aún más di
fícil de com prender o de refutar, porque se sustrae a la argum entación
racional. Es el fenóm eno consistente en el hecho de que - e n amplios
sectores de la conciencia de nuestros d ía s - no «se» cree en Dios, no
«se» tiene ninguna relación viva con él; «se» pasa por alto -s in prestar
atención a Dios, la fe, la Iglesia. La religión ha perdido para muchos,
El pensamiento alejado de Dios
casi para el prom edio de las personas, la im portancia que antes tenía
para su vida. Y esto sucede especialm ente en los países, antiguam ente
cristianos, de la cultura occidental. «Se» vive y «se» piensa sin tener
en cuenta a D ios, pero tam bién sin profesar un ateísm o convencido.
«Se» vive y «se» piensa «com o si» D ios no existiera, en un ateísm o
práctico, pero que ha llegado a ser convencional.
Hace m ás de treinta años se publicó la obra del neerlandés W. H.
Van de Pol, titulada E l fin a l del cristianism o convencional (en traduc
ción alem ana se publicó en 1967). Fue una obra que por aquel enton
ces causó gran sensación. Iba, seguram ente, dem asiado lejos en el
abandono de los contenidos y form as de lo cristiano. Pero es correcto
que un cristianism o que vive únicam ente de la tradición y de conven
cionalismos vacíos no puede m antenerse en el m undo m oderno. A ho
ra bien, habrá que replicar con la pregunta: ¿No existe ya desde hace
mucho tiem po, y en grado m ucho m ayor todavía, una incredulidad que
ha llegado a ser convencional, y tam bién una inm oralidad que ha lle
gado a ser igualm ente convencional, universalm ente aceptada, tolera
da públicam ente, capaz de instalarse en la sociedad? Y sobre todo, ¿no
existe un ateísm o convencional, reconocido casi universalm ente, al
que no hace falta ya ju stific a r de m odo racional, porque él sabe muy
bien que apenas hay nadie que lo ponga ya en tela de juicio'? Así «se»
vive y «se» piensa precisam ente en nuestros días.
a) El secularism o
6. A la búsqueda de D ios
a) H eidegger
únicamente el hom bre se distingue por la «com prensión del ser». Su co
nocim iento del ente y de cualquier relación con el ente presupone una
com prensión precedente del ser. Por eso, H eidegger em prende una ana
lítica y herm enéutica del Dasein («ser-ahí» o existir hum ano), a fin de
descubrir en la razón esencial del hom bre la constitución originaria de
la com prensión del ser, y llegar hasta el sentido del ser.
El resultado es que el Dasein existe ya siem pre «con anterioridad a
sí» en anticipación a otras posibilidades de ser, es decir, en la proyec
ción del tiem po com o futuro, que dejam os venir sobre nosotros, como
lo que ha sido (pasado) y com o presente. El ser se revela en el tiempo
o com o tiem po y, por tanto, com o la nada: com o «ser yecto» desde el
pasado, com o «estado de caído» en el presente y com o «ser para la
m uerte» en el futuro. Los enunciados sobre la nada del ser se intensi
fican aún m ás en la obra ¿Q ué es metafísica?-. «El D asein (el existir
hum ano) significa estar retenido para la nada». Esto parecía ser puro y
sim ple nihilism o: el ser es nada.
M ás tarde, H eidegger interpreta la nada com o el «velo del ser»; no
se piensa en una nada vacía, sino en la nada del ente com o lo otro fren
te al ente: «Esa nada se m uestra com o el ser».
Sin em bargo, H eidegger se va distanciando cada vez m ás de toda
m etafísica y de la com prensión m etafísica del ser. Piensa que la meta
física está dom inada por el «olvido del ser»; se interesa sólo por el en
te, no por el ser; sería un pensar cosificadam ente objetivo, que no pre
gunta acerca del ser.
A lgunos críticos sostenían, en contra de eso, que la m etafísica clá
sica, por ejem plo la de Tomás de Aquino, sabía m ucho acerca del ser y
distinguía entre el ser y el ente. Por acertado que esto sea, hay que tener
en cuenta que H eidegger entiende por «ser» algo com pletam ente dis
tinto de lo que la m etafísica entiende. H eidegger no se refiere al ser co
mo principio intrínseco, por el cual todo ente «es»; en Tomás de Aqui
no, el acto de ser (aclus essendi) que se fundam enta en el puro «ser
m ism o» (ipsum esse). Eso para H eidegger es pensam iento «óntico», es
decir, pensam iento cosificadam ente objetivo, no com prensión «ontoló-
gica» del ser, que puede penetrar hasta el ser m ismo, m ás allá del ente.
El «ser», para Heidegger, es algo totalm ente distinto, la más abar
cante e históricam ente dom inante razón del ser, que se revela y oculta, y
que aproxim ándose o sustrayéndose asigna al Dasein su destino de ser.
Por eso, él puede afirm ar con cierta razón que la m etafísica nunca pen
só - e n este sentido- en el ser, sino que cayó en el olvido del ser, no por
error o por propia culpa, sino por su destino histórico. El «ser», tal co
rno él lo concibe, se parece al poder del destino (moira, fa tu m ) en el
pensam iento griego prim itivo, un poder que reina sobre los hombres y
El pensam iento alejado de Dios
2) L a c u e s tió n a c e rc a de D io s
N uestro pensam iento no puede llegar hasta Dios; eso sería para
H eidegger una m ala m etafísica, que él considera superada. Bajo el des
tino del ser, ese destino consistente en la «noche oscura del mundo»,
porque eso es nuestra lejanía de Dios, nosotros sólo podem os aguardar
y tal vez podam os esperar que el destino cam bie, que lo divino vuelva
a aproxim arse a nosotros.
1. Origen y desarrollo
En los paísesxle lengua alem ana, la f ilo s o f ía - a com ienzos del si
glo X IX - se hallaba bajo la influencia dom inante de Kant y del subsi
guiente idealismo. Por tanto, tam bién los pensadores católicos trataban
de recoger los enfoques que Kant, Schelling y Hegel habían dado a los
problemas, y se em peñaban en utilizarlos fructíferam ente para sus en
señanzas. Hay que m encionar en especial a la Escuela católica de Tu-
binga con Johann S. von Drey ( 1777.-.1853).».JQhann,A, M óhler (1796-
1838), Johan Ev. von K uhn (1806-1887) y, con posterioridad,a ellos,
Franz A. Staudenm aier (1800-1856). A esto se añadía la influencia del
romanticismo católico con Franz von Baader (1772-1841), Fricdrich
Schlegel (1772-1829) y Joseph G órres (1776-1848). Tuvieron también
i 12 Dios en la historia del pensamiento
notable influjo los círculos en tom o a las figuras -condenadas más tar
de com o sem irra.cionalis.tas- de G eorg H erm es (1775-1831, en Bonn)
y A ntón G ünther (1783-1863, en V iena), quien filosóficam ente fue
quizás más im portante. Todos ellos se esforzaron, conectando con la
filosofía m oderna de su tiem po, por profundizar de nuevo en la vida
intelectual católica y darle nueva vitalidad. Sus esquemas de pensa
m iento quedaron frenados en buena parte por la naciente neoescolás-
tica, después de m ediados del siglo X ÍX , hasta que durante el siglo
XX fueron apreciados y aceptados de nuevo.
3. L a neoescolástica
Este nombre se contem pla hasta el día de hoy bajo una doble luz. Pa
ra los críticos y adversarios de este m ovim iento, se trata de la quintae
sencia del pensam ientoTeaccionario y conservador, de la actitud «ultra
montana» de las tendencias íntegristas, que encontraban resistencia
incluso dentro de) ámbito católico. Los defensores de este m ovimiento
aceptaban sólo contra su voluntad el térm ino de «neoescolástica», y pre
ferían hablar de nuestra filosofía, de la filosofía «escolástica». En los
comienzos de la renovación escolástica existían tam bién algunas ten
dencias integristas en m ateria de política eclesiástica. Sin embargo,..el
fenómeno total de la neoescolástica no sólo no puede contem plarse a la
luz de esas tendencias, sino que debe entenderse y enjuiciarse de modo
más diferenciado, teniendo en cuenta tam bién sus logros positivos.
La filosofía escolástica habia sobrevivido en algunos centros do
centes, especialm ente en Italia. Y existían aspiraciones a darie nueva
vitalidad. Estas aspiraciones recibieron un estím ulo decisivo gracias a
la encíclica A eterni Patris del papa León XIII (1879); ésta se convirtió
en el docum ento fundam ental de la neoescolástica y pronto llegó a te
ner repercusiones m undiales cada vez m ayores, fom entadas tam bién
por Roma. Se renovaron los centros docentes en los que se enseñaba la
teología, se em prendieron investigaciones, se crearon nuevos centros
docentes y se publicaron m anuales de estudio y ediciones de textos.
a) La apologética
b) E l antim odernism o
Esta evolución fue paralizada seriam ente por la lucha contra el de
nominado m odernism o a com ienzos del siglo XX, em prendida bajo el
pontificado de Pío X. Con el vivo deseo de asim ilar los conocim ientos
de las ciencias m odernas, es posible que algunos fueran dem asiado le
jos, cuestionando doctrinas teológicas tradicionales. Se considera co
mo su portavoz al francés A lfred L oisy (1857-1940) ju nto al inglés
GeorgeTyrell (1861-1909). A spiran a la reconciliación de la fe cristia
na (católica) con el m undo m oderno, con sus ciencias y con su cultu
ra. A causa de una angustiada preocupación por la pureza de la fe, R o
ma em prende la lucha contra ellos. Tales doctrinas se com pendian
sistemáticamente con el nom bre de «m odernism o» y son condenadas
rigurosam ente en la encíclica P ascendi D om inici gregis (1907). Con
anterioridad, el m odernism o no había sido un sistem a com pacto que
alguien hubiera propugnado de esta m anera. Pero luego se le fue atri
buyendo cualquier opinión doctrinal divergente, y se condenaba a ésta
como «m odernista». Con ello se com ete una grave injusticia contra al
gunos pensadores e investigadores católicos que fueron denunciados,
incluidos en el Indice y excom ulgados. Esto afectó especialm ente a la
vida intelectual católica en Francia y tam bién en Inglaterra e Italia, y
de forma m enos directa en los países de lengua alemana. Sin embargo,
estas m edidas im pidieron y paralizaron todo el pensam iento y las in
vestigaciones filosófico-teológicas en el cam po católico. Los proble
mas fueron objeto de represión, no de estudio y elaboración objetiva.
Pero esos problem as irrum pen m ás tarde con tanta m ayor fuerza y se
plantean de nuevo a nuestra época, buscando una solución.
En la filosofía, R om a fom entó intensam ente por aquel entonces el
tomismo riguroso. Todavía en el año de la m uerte del papa Pío X
(1914), la C ongregación para los estudios declaró com o doctrina obli
gatoria veinticuatro tesis, entre las que se hallaban doctrinas específi
camente tom istas pero controvertidas (por ejem plo, la del hilem orfis-
mo). Con ello, la Iglesia condenaba indirectam ente otras orientaciones
doctrinales. A nte la protesta de éstas, el papa B enedicto X V volvió a
recoger esas tesis y las calificó com o «tutae norm ae directivae»; «se
guras», correspondientes a la fe y no en contradicción con ella, pero,
318 Dios en la historia del pensamiento
a) M aréchal
b) Rahner
c) Lonergan
5. Ulteriores discusiones
origina algo así com o una escuela heideggeriana católica; ésta sigue a
Heidegger, aunque distanciándose (más o m enos) críticam ente de él.
En conexión con esto se recogieron tam bién los problem as de la filo
sofía de la historia y del lenguaje, suscitados por la herm enéutica fi
losófica (Gadam er, 1961) por un lado, y por la filosofía analítica por
otro, en cuyo ám bito se llega a notables desarrollos que influyen tam
bién en la filosofía cristiana. Lo estudiarem os detenidam ente.
a) La filosofia analítica
jeto o filosofía de la m ente (P hilosophy ofM incl) y tam bién de una fi
losofía de la religión (Philosophy o f Religión). H ubo y sigue habiendo
un extenso debate sobre el sentido de «hablar acerca de Dios» y el de
otros enunciados religiosos (y teológicos), que deben ser explicados
en su índole y deben ser analizados y ju stificad o s desde el punto de
vista de la lógica del lenguaje (F. Ferré y otros, especialm ente J. M.
Bochenski, The Logic o f R eligión, 1965; recientem ente R. Sw inburne
y otros; véase, a propósito, O. M uck y F. Ricken). Por tanto, vuelve a
retomarse aquí la cuestión acerca de Dios y del conocim iento de Dios.
Esto es digno de tenerse en cuenta en una época en que, por lo demás,
la cuestión acerca de D ios, en la m ayoría de los casos, se silencia o se
pone entre paréntesis filosóficam ente.
Sin em bargo, subsisten algunos problem as cuando la filosofía ana
lítica, com o sucede -e n p a rte - actualm ente, pretende ser el único m é
todo que fundam ente el pensam iento filosófico. El análisis lingüístico,
por si solo, no llega a la cosa. Hablar y pensar no son lo mismo; el len
guaje y su cosa no son lo m ism o, aunque la cosa se desvele y se ex
ponga en el lenguaje. Si sem ejante pensam iento acerca del análisis de
las estructuras lógicas del enunciado no se rem onta hasta la realización
real del acto del pensar, que se pone a sí m ism o como acto del ser y se
orienta intencionalm ente hacia el ser del objeto, entonces no alcanza la
realidad, sino que disuelve el m undo en estructuras lingüísticas. Si,
además, el pensam iento perm anece únicam ente analítico, entonces ya
le afecta la crítica que hace K ant del juicio analítico (entendido enton
ces según Leibniz): es siem pre m eram ente un «juicio de aclaración»,
no un «juicio de am pliación». Presupone lo ya anteriorm ente conocido
y enunciado en proposiciones, a fin de desm em brarlo, de «aclararlo».
No llega m ás allá de esto, es decir, (nuevam ente según Kant) no llega a
juicios sintéticos, que «am plíen» nuestro conocim iento por m edio de
nuevos contenidos, ya sea por la experiencia (juicios sintéticos a p o s-
teriori) o bien por m edio de la intelección de relaciones objetivas ne
cesarias (juicios sintéticos a p rio ri). Si el análisis se ocupa tam bién de
juicios sintéticos, lo único que puede hacer precisam ente es analizar
los, pero no llevarlos m ás allá hasta conseguir intelecciones sintéticas,
y menos aún puede lograr un conocim iento m etafísico.
Esto se aplica especialm ente al «hablar acerca de Dios». La filo
sofía analítica es capaz solam ente de analizar y reconstruir con lógica
lingüística y de revisar y corregir críticam ente lo que ya se ha enun
ciado antes en lenguaje religioso o filo só fico acerca de Dios, pero no
puede, por sí m ism a, llevarlo a ulteriores intelecciones y enunciados
en cuanto a su contenido. Esto exigiría un pensam iento no sólo analí
tico sino tam bién sintético. Hasta qué punió la filosofía analítica ac
/ l>it’S en ln h isto r ia d e ! p e n s a m ie n to
Así lo hacen, por ejem plo (para no salim os del ám bito de lengua ale
mana), H ans K üng (E xistiert Gott, 1978; trad. cast.: ¿Existe D ios?,
Madrid 2005), Bernhard Welte (R eligionsphilosophie, 1979), etc. Hay
otros, sin em bargo, que desarrollan en sentido clásico una doctrina fi
losófica acerca de Dios, pero lo hacen sobre el trasfondo de los proble
mas actuales y utilizan pruebas o, por lo m enos, razones que señalan la
existencia de Dios. Escriben más bien m anuales para la enseñanza, pe
ro integrando en ellos la filosofía analítica. Se trata, por ejem plo, de
Otto Muele (1979), B ela W eismahr (1979), H einrich B eck (1986), etc.
Lo hacen de m anera sistem ática y especulativa, con especial profundi
dad y basándose am pliam ente en el fundam ento escolástico, W alter
Brugger en la Sum m e p h ilo so p h isch er G otteslehre (1979; «Sum a de
teología filosófica») y algunos más. Todo esto dem uestra lo m ucho que
la cuestión acerca de Dios es reconocida y aceptada com o un objetivo
principal del pensam iento filosófico, precisam ente durante estos últi
mos decenios.
La pregunta que interroga acerca de D ins fue siem pre una de las
primeras y más important.es-^-estrori’es'-qiTe''ei'h<3mbxe se plantea, y fue
por tanto, desde siem pre y a través de todos los tiem pos, com o lo ates
tigua la historia, una cuestión fundam ental del pensam iento filosófico.
La cuestión se sigue planteando ho$ día, y lo hace m ucho mas, porque
parece que en el m undo m oderno supuestam ente no hay ya lugar al
guno p a ra Dios. La pregunta que interroga acerca de Dios queda re
primida; no se le da ninguna respuesta. Pero con ello la cuestión no se
resuelve, sino que surge incesantem ente en relación con todos los pro
blemas de la actualidad, y se convierte sobre todo en la tarea propia del
pensam iento filosófico, si éste -c o n fo rm e a su gran trad ició n - quiere
ser verdadera filosofía que llegue hasta el fondo de todo.
Así que, sobre el trasfondo histórico, vam os a recoger algunas de
las cuestiones objetivas m ás im portantes que afectan al tem a de «el
hom bre y D ios», pero sin que tratem os de desarrollar una doctrina sis
tem ática acerca de D ios. Los enfoques y los aspectos de un acceso a
Dios quedaron ya expuestos en su contexto histórico. A quí no hare
mos m ás que com pendiarlos y com pletarlos.
b) El h o m b r e en s u m ín a lo
2. E l sentido de la vida
lleva? ¿Todo el acontecer, con todos los logros de nuestro tiem po, ten
drán algún sentido? ¿Con ello serán los hom bres mejores, más felices,
más hum anos? ¿O acaso no se está produciendo una decadencia de los
valores hum anos: esos valores que dan firm eza y sentido a la vida del
individuo y de la sociedad? ¿Y mi propia vida tiene sentido? La exten
dida pérdida de sentido im pulsa a la evasión hacia el absurdo: a dejarse
seducir p o r los bienes y los estím ulos externos, que sofocan toda bús
queda de sentido, si es que no incitan incluso al últim o absurdo: a eva
dirse refugiándose en las drogas, en el terrorism o, en el suicidio...
Por otro lado, se ha derrum bado tam bién la utopía del marxismo. K.
Marx rechazó la cuestión m ism a del sentido, considerándola com o un
prejuicio burgués; se refería con ello al sentido de la vida individual. Él
prometía, en cam bio, un sentido social: la fe en una sociedad futura
perfecta, sin clases, en la que se hubiera superado toda injusticia, su
primido todas las alienaciones, asegurado la paz y la felicidad para to
dos. En el com unism o, esta prom esa condujo a la dictadura del terror;
se transform ó en un terror brutal; el año 1968 (con sus consecuencias)
nos lo recuerda. Todo eso es cosa ya pasada desde hace m ucho tiempo.
La «Escuela de Francfort» sencillam ente está m uerta. Sus representan
tes habían planteado, es cierto, la cuestión acerca del sentido, pero no
pudieron darle respuesta. Todo esto ha dejado un gran vacío, en medio
del cual se suscita de nuevo la pregunta acerca del sentido de la vida.
c) Lo individual en la totalidad
d) El sentido de la totalidad
el sentido de nuestra existencia. Tan sólo aquel que cree en Dios y con
fía en la consum ación por obra de Dios tiene una últim a respuesta a la
cuestión acerca del sentido de la vida. Dios solo es la respuesta.
f) El sentido de la historia
E xiste tam bién, sin em bargo, el siguiente fenóm eno fundam ental
del existir hum ano: el anhelo y aspiración que va m ás allá de este
mundo, el sobrepasar la inm anencia del mundo en el m ovim iento de la
trascendencia hacia lo Suprem o y Más Excelso, en la trascendencia
virtual y absoluta. Así lo m uestran ya los fenóm enos antropológica
mente im portantes del sím bolo y de la religión.
m undo de sím bolos. Hay cosas visibles y palpables que señalan por
encim a de sí m ism as hacia un sentido intelectual que ellas expresan
plásticam ente; pero sólo para la persona que les da este sentido, lo en
tiende y lo interpreta, porque precisam ente el hom bre es el único que
de esta m anera trasciende intelectualm ente el mundo.
c) Lo incondicionado en lo condicionado
1) La exigencia de lo verdadero
d) La trascendencia virtual
e) Exclusión de lo finito
esencial hacia lo absoluto, hacia el ser m ism o, hacia Dios; y llega a ser
m ás verdaderam ente hom bre, cuanto m ás hace que sea tem ática esa
ordenación, conocida ya conjuntam ente de m anera atem ática y co
afirm ada; es decir, cuando realiza expresam ente, en conciencia y li
bertad, la trascendencia hacia Dios.
Por eso, en sentido filosófico, no se puede hablar verdaderam ente
del hom bre sin hablar de D ios - a s í com o no se puede hablar de Dios
sin hablar del hom b re-. El hom bre no es sólo «ser-en-el-m undo» (Hei-
degger), y sobre todo no está lim itado en sentido positivista o m ate
rialista al m undo de los sentidos, sino que en su genuina esencia es
«ser para D ios», «ser hacia D ios»; com o ya dijo B laise Pascal: «El
hom bre sobrepasa infinitam ente al hom bre».
De la constitución fundam ental del hom bre se sigue que todas las
pruebas de la existencia de D ios -in c lu so las discusiones a favor o en
contra de estas posibles p ru e b a s- presuponen ya com o condición de su
posibilidad la trascendencia del hom bre. Si el hom bre no fuera tras
cendente, entonces no podría hablar significativam ente acerca de Dios,
ni podría preguntar siquiera si puede y cóm o puede conocer a Dios, o
incluso si puede probar su existencia.
Tan sólo sobre este trasfondo puede plantearse con sentido la cues
tión acerca de las pruebas de la existencia de Dios. La tradición del
pensam iento filo só fico ha m ostrado que esta cuestión no ha ocupado
el prim er plano. La cuestión acerca de qué o a quién se piensa como
Dios fia esencia de D ios) ha sido m ás im portante que la de si se pue
de probar y cóm o, en sentido estrictam ente racional, que D ios existe
(la existencia de D ios). Esto no sólo se aplica a 'a filosofía griega clá
sica, que ofrece ya principios de las pruebas de ia existencia de Dios,
sino tam bién a la filosofía cristiana de la Edad M edia. Incluso Tomás
de Aquino trata de m anera m ás bien m arginal acerca de las pruebas de
la existencia de Dios; él presupone (com o lo hacen tam bién Agustín,
Anselm o, etc.) la creencia en D ios. Tan sólo en la E dad M edia tardía,
principalm ente desde que entran e n ju e g o las m odernas ciencias natu-
'';des, ya aparece m ás en prim er plano la cuestión acerca de las prue
bas de la existencia de Dios. C uanta más im portancia van adquirien
El hombre v Dios
do las ciencias exactas, y cuanto más se acepta únicam ente lo que pue
de probarse científicam ente, tanta m ayor im portancia adquieren las
pruebas racionales de la existencia de D ios. A dem ás, cuanto más es
cuestionada, im pugnada o incluso com batida la creencia m ism a en la
existencia de D ios, tanto m ás surge el em peño por dem ostrar crítica y
científicam ente en el m ism o plano su existencia. Tan sólo de esta m a
nera las pruebas de la existencia de D ios se convierten en el núcleo
central de la doctrina filosófica acerca de Dios.
Sin em bargo, esas pruebas son rechazadas frecuentem ente en
nuestro tiem po, no sólo por adversarios, sino tam bién por partidarios
de la creencia en Dios. Para sustraerse al m alentendido de que la exis
tencia de D ios se puede probar de m anera científicam ente «exacta»,
algunos evitan la palabra «prueba» y prefieren hablar de referencias a
la existencia de D ios o de m uestras que la indican. N o im porta el tér
mino que se em plee. Si por prueba se entiende, en sentido am plísim o,
la com unicación racional de una intelección de la razón, entonces la
índole de esa com unicación se diferencia dentro del am plio espectro
de las distintas ciencias. Todavía para Kant la ciencia se hallaba bajo la
norm a ideal de las m atem áticas y de las ciencias naturales (que por
aquel entonces eran la física). Con arreglo a esta norm a, él pregunta
tam bién acerca de la posibilidad de la m etafísica como ciencia.
D esde entonces se ha visto que la ciencia no debe entenderse en un
sentido unívoco, sino plenam ente análogo; y requiere igualm ente pro
cedim ientos de prueba y form as de argum entación que sean análogos,
con arreglo al correspondiente objeto de la ciencia. N o sólo hay cien
cias naturales exactas, sino tam bién ciencias históricas y ciencias de la
cultura, ciencia del derecho, etc., cuyas pruebas son de naturaleza di
ferente que las de un cálculo exacto. Así que tam bién la filosofía, es
pecialmente la m etafísica, es una ciencia de índole m uy especial, que
se diferencia de cualquier ciencia em pírica particular y que, por tanto,
no puede reducirse a ninguna de ellas. Cuando se contem pla el cono
cimiento filosófico de Dios en el m arco de esta diferencia análoga
existente entre las ciencias, es siem pre posible y está ju stificado hablar
de «pruebas de la existencia de Dios», si al m ism o tiem po m antene
mos la diferencia fundam ental con respecto a cualquier ciencia em pí
rica particular y a las dem ostraciones m atem áticas exactas.
1) La contingencia
2) La causalidad
traída toda lim itación, realidad eterna; en este sentido, todo «preexiste»
en Dios, pero de m anera infinitam ente sobrepasadora. Con esto llega
mos a un concepto elevado y puro de D ios, que con seguridad procede
ya de la inspiración por la fe cristiana, pero que se encuentra bien fun
dam entado filosóficam ente. Sin em bargo, este concepto no se puede
entender ya en conceptos adecuados, sino que solam ente se puede con
cebir y enunciar análogam ente, lo cual nos rem ite, por tanto, al m iste
rio del Dios infinito.
a) La teología negativa
c) Interpretaciones de ¡a analogía
6. La filosofía y la religión
nes inm ediatas, sino la razón única y últim a, que lo abarca todo sus
tentándolo. Esta cuestión se convierte en la pregunta de la m etafísica
que interroga acerca de la totalidad del ser y acerca de todo ente, en
cuanto éste puede com prenderse a partir del ser. El hom bre pregunta
acerca de ello porque es algo que le afecta especialm ente y porque él
es el único que está abierto para el ser y que es capaz de entender el
ente - y a sí m ism o - a partir del ser. Se trata de la posición del hom bre
en la totalidad del ser y de su actitud ante la razón prim ordial del ser.
Tanto a la religión com o a la filosofía les interesa de igual m anera
el hom bre en su m undo y en la totalidad del ser; a la religión le inte
resa a través de un acto inm ediato; a la filosofía, a través de la m edia
ción del pensam iento. Es com ún a am bas lo que se denom ina la con
cepción del m undo y de la vida.
Por estas razones, el pensam iento filo só fico está especialm ente
llamado a reconciliar con su m ediación estos polos opuestos. La reli
gión necesita la razón. Tiene que fundam entar filosóficam ente la fe y
las relaciones con Dios, pero respetando tam bién los límites de sus po
sibilidades al encontrarse ante el m isterio de Dios.
El conocim iento com o tal tiene una función esencialm ente m edia
dora. Toda intelección teórica entra a form ar parte de la conducta prác
tica. El conocim iento no es nunca algo cerrado en sí mismo, una m ag
nitud que se dé sentido a sí m ism a, sino que está ordenado hacia otra
cosa y se halla integrado en la totalidad de la vida. El conocim iento in
telectual es un elem ento esencialm ente constitutivo de la vida personal,
pero está referido a la totalidad de sentido de esa vida. El conocer tie
ne una función orientadora consistente en m ostrar valores y fines que
nosotros, con libre voluntad, hem os de elegir y realizar. No existe el sa
ber por el solo saber. Y tam poco existe la ciencia por la sola ciencia.
Eso sería un prejuicio racionalista, aunque desde la antigüedad griega
es como una herencia que fue legada conjuntam ente al pensam iento oc
cidental; esta herencia pesa sobre él y tiene sin cesar repercusiones uni
laterales. El saber y la ciencia, por su m ism a esencia, están integrados
en la totalidad de la vida hum ana, tanto del individuo com o de la so
ciedad, y tienen que desem peñar en ella su función necesariam ente di-
lucidadora y orientadora, pero ordenada hacia un libre querer y actuar.
Lo que se m uestra com o tarea del tiempo actual fue ya desde siem
p r e - e n el fo n d o - un objetivo de la filosofía con respecto a la religión.
Toda religión concreta, nacida y transm itida históricam ente, vivida en
la piedad popular, produce concepciones ingenuas y tam bién form as
problem áticas expresadas en cultos religiosos y usanzas populares,
que requieren un exam en crítico. A lgunas cosas aparecerán com o un
camino errado y com o superstición, com o excrecencias que brotan so
bre la fe genuinam ente religiosa y que son debidas a elem entos alie
nantes. La crítica contra estos fenóm enos la efectuaron ya algunos fi
lósofos griegos de los prim eros tiem pos, desde Jenófanes, H eráclito y
otros, y se prolonga a lo largo de toda la historia posterior del pensa
m iento y de la religión; tam bién se efectúa en el ám bito cristiano.
Frente a la verdadera esencia de la religión surgen incesantem ente
lo que son «excesos» abusivos de la m ism a. Tales abusos son ya las
falsificaciones de la fe religiosa m ediante toda clase de supersticiones,
y sobre todo la vinculación de la religión con intereses políticos, na
cionales y sociales, con el ansia de poder y el afán de dom inio, con la
opresión y la persecución, que llegan hasta las crueles guerras de reli
gión: en el nom bre de la religión, cuya exigencia absoluta quiere im
ponerse con todos los recursos del poder y de la violencia. Sabem os
perfectam ente (y nos sentim os avergonzados por ello) lo m ucho que
esos excesos abusivos de la religión han intervenido incluso en la his
toria del cristianism o. Hubo luchas por la fe y guerras de religión en
tre cristianos, persecuciones contra herejes y quem a de brujas en la
hoguera, cruzadas y -to d a v ía en la Edad M o d e rn a - guerras de reli
gión, en las que los intereses de la política de poder se sobreponían a
los objetivos religiosos. Algo de ello se logró superar gracias al espíri
tu de tolerancia, pero son cosas que irrum pen sin cesar o se inflam an
de nuevo en nuestros días, traduciéndose en graves conflictos que lle
gan a convertirse en guerras sangrientas, para las cuales se invocan in
cluso m otivos religiosos.
Hay «excesos» abusivos de la religión que brotan, sí, de su esen
cia, pero que por sí m ism os ponen en peligro a la religión m ism a. La
religión tiene que ver con D ios, que es el único A bsoluto y el único
N ecesario. Por eso la creencia religiosa se inclina, en nom bre de I )ios
374 Dios en la historia de! pensamiento
e) Inmediatez mediada
razón prim era y del sentido últim o de nuestra existencia, y tam bién y
sobre todo acerca de D ios y de las relaciones del hom bre con Dios.
Por eso, sigue siendo la suprem a función de la filosofía el realizar la
m ediación de la inm ediatez que caracteriza la relación trascendente
del hom bre con Dios.
Si se realiza vitalm ente la relación esencialm ente constitutiva de
la trascendencia, entonces eso es religión. La religión va más allá de la
filosofía, porque no es sólo pensam iento y conocim iento teóricos, si
no que, en un acto hum ano integral de la vida religiosa, lleva existen-
cialmente a la persona a experim entar quién es D ios y qué significa la
relación con D ios para dar sentido y llevar a cabo la vida hum ana. Tan
sólo allí se convierte D ios en la realidad de la experiencia.
Las cosas son com pletam ente distintas en el cristianism o, que casi
desde sus prim eros com ienzos se confrontó con la cultura helenística y
rom ana y, por tanto, con la filosofía griega. Así lo atestiguan ya Justino
de Rom a y Clem ente de A lejandría (durante el siglo II), que se presen
taban en público como filósofos cristianos. Tenían adversarios paganos,
pero entre ellos ninguno les negó la condición de filósofos. Así como
había filósofos platónicos, estoicos, etc., tam bién había ahora filósofos
cristianos. Se entendía por filosofía una sabiduría de la vida, funda
m entada en el pensam iento y en el saber, que asociaba la teoría y la
praxis, y que en sentido cristiano abarcaba tam bién el saber y la fe.
De ahí nació una relación entre el saber y el creer que llegó a ser
específica del pensam iento cristiano: la unidad en m edio de la diver
sidad entre filosofía y teología. Prim eram ente predom inó la unidad.
L a filosofía, desarrollada p o r los apologetas cristianos, los padres de
la Iglesia y los teólogos, era ya teología; o de form a inversa, la teolo
gía era para ellos la filosofía de la fe cristiana. En ella se recogieron y
utilizaron conceptos e ideas de la filosofía griega, pero sin caer en una
«helenización» en el sentido de una alienación de lo genuinam ente
cristiano (A. H arnack, K. Barth). A unque se utilizaba el m ism o len
guaje, se era plenam ente consciente de las diferencias, y se rechazaban
decididam ente las influencias falsificadoras, venidas especialm ente a
través del pensam iento neoplatónico de la época. A hora bien, subsistía
una unidad entre el pensam iento filosófico y el teológico, que penetró
en la tradición de la tem prana Edad M edia.
filosofía la cuestión de si cum ple con su tarea propia de ser una «con
cepción del m undo y de la vida», de si es capaz de enseñar un sentido
de la existencia y de dar una orientación para la vida.
a) La filosofía cristiana
b) L a e x p e r ie n c ia d e D io s
Sin em bargo, todo em peño por llegar con el pensam iento (filo só
ficam ente) hasta D ios y por aceptar (teológicam ente) el m isterio de
Dios quedará por detrás de la experiencia viva de Dios. Lo que Dios es
propiam ente, lo que él tiene que decirnos y lo que él significa para
nuestra com prensión del m undo y de nosotros m ism os no resplande
ce de veras sino cuando uno se adentra en una relación personal con
Dios y vive desde esa relación, entendiendo todos los sucesos y desti
nos de la vida, a través de todas las aparentes casualidades, com o dis
posiciones y designios de D ios, y aceptándolos con confianza y grati
tud. Ú nicam ente cuando todo ha quedado asum ido en la relación
religiosa con Dios, cuando todo se entiende a partir de ella y va acom
pañado por la oración, entonces -so b rep asan d o todo saber y creer, pe
ro únicam ente por m ediación de e llo s - podrem os «experim entar» a
Dios com o realidad viva.
Prefacio ................................................................................................ 9
g) Empédocles ........................................................................... 41
h) Anaxágoras ........................................................................... 42
i) Demócrito ............................................................................. 44
j) Protágoras ............................................................................. 44
4. Visión retrospectiva ................................................................... 45
3. La antigüedad cristiana................................................................... 81
1. La fe bíblica y cristiana en Dios ............................................... 81
2. El pensamiento cristiano y el pensamiento griego ................. 84
a) Fundamentos en Pablo ......................................................... 84
b) Justino y Tertuliano ............................................................... 85
3. La g n o sis..................................................................................... 87
4. Clemente de Alejandría............................................................. 89
a) Educación g riega................................................................... 90
b) La gnosis cristiana................................................................. 91
c) La doctrina acerca de D io s................................................... 92
d) La doctrina acerca del Logos ................................................ 93
índice general 391
5. O rígenes...................................................................................... 95
a) Pensamiento bíblico-cristiano ............................................. 95
b) Dios y el mundo .................................................................... 97
c) Problemas y repercusiones................................................... 100
6. A gustín........................................................................................ 101
a) La verdad etern a.................................................................... 101
b) La doctrina acerca de D io s ................................................... 104
c) La libertad y el mal .............................................................. 105
7. Dionisio A reopagita................................................................... 107
a) Tres caminos hacia Dios ...................................................... 108
b) Procedencia y retomo .......................................................... .109
8. Juan Damasceno ........................................................................ 111
9. Visión retrospectiva ................................................................... 112
a) R einhold....................................................................................240
3. Fichte .......................................................................................... ...241
a) Idealismo subjetivo ..................................................................242
b) Controversia en torno al ateísm o......................................... ...243
c) El otro « y o » ........................................................................... ...245
d) El Ser absoluto .........................................................................246
e) El Ser y la existencia............................................................ ...248
f) Visión retrospectiva..................................................................249
4. Schelling ........................................................................................251
a) La naturaleza y el espíritu .......................................................251
b) Identidad absoluta ....................................................................252
c) El escrito acerca de la religión ............................................ ...254
d) El escrito acerca de la libertad ................... ........................... 254
e) Las edades del m u n d o .......................................................... .. 255
f) Filosofía cristiana.................................................................... 256
g) La obra de los últimos tiempos ........................................... .. 257
h) Visión retrospectiva.................................................................258
5. H eg el........................................................................................... .. 260
a) Identidad dialéctica .................................................................261
b) Experiencia de la conciencia..................................................262
c) El saber absoluto .....................................................................263
d) La ciencia de la lógica.......................................................... ..265
e) El sistema total ...................................................................... ..267
f) La relig ió n ............................................................................. ..268
1) La Trinidad........................................................................ ..268
2) La in fin itu d ....................................................................... ..270
3) ¿Panteísmo? ...................................................................... ..271
g) La crítica que Schelling hace de H e g e l.................................272
h) Repercusiones ....................................................................... ..273
6. En el entorno del idealismo y del romanticismo .................... ..274
a) Schleiermacher........................................................................274
b) Schopenhauer........................................................................ ..275
c) K íerkegaard........................................................................... ..276
7. Visión retrospectiva .....................................................................278
e) El reduccionismo .....................................................................287
3. En el nombre del hombre y de su libertad ..................................288
a) Feuerbach .............................................................................. ...289
b) N ietzsche............................................................................... ...290
4. En el nombre de la sociedad y de la justicia so cial....................293
a) El marxismo .......................................................................... ...293
b) El neomarxismo .......................................................................296
5. El ateísmo práctico .......................................................................298
a) El secularism o..........................................................................299
6. A la búsqueda de Dios .............................................................. .. 301
a) H eidegger.............................................................................. ...301
1) La cuestión acerca del s e r ...................................................301
2) La cuestión acerca de Dios ............................................. .. 303
b) La búsqueda religiosa de Dios ............... ............................. ...305