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Nalini Singh El Peón del Angel

0.5 Gremio
de Cazadores

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Nalini Singh El Peón del Angel
0.5 Gremio
de Cazadores

NALINI SINGH

EL PEON DEL
ANGEL
1.5 Gremio de cazadores

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0.5 Gremio
de Cazadores

ARGUMENTO

El peón del ángel, conoce a una cazadora del


Gremio, Ashwini y al vampiro Janvier.

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Capítulo 1

—Qué sorpresa, querida —dijo Janvier con ese acento perezoso y una mano
apoyada en la jamba de la puerta de su apartamento en Louisiana—. Que yo sepa, no
tengo ningún contrato sobre mí.
—No soy una asesina. —Cruzándose de brazos, Ashwini se apoyó en la pared
opuesta a la puerta. Recién levantado y a medio vestir, Janvier era deliciosamente
sexy. También era un vampiro de doscientos cuarenta y cinco años de edad capaz de
arrancarte la garganta con un mínimo esfuerzo—. Aunque podría serte de utilidad.
Una lenta sonrisa se apoderó de aquel rostro que era un poco demasiado largo, un
poco demasiado melancólico para ser verdaderamente guapo. Y, sin embargo…
Janvier era el hombre que toda mujer en un bar se giraba para mirar, su atractivo tan
salvaje como el interés desnudo de sus ojos del color del musgo del pantano, todo luz
del sol y sombras sobre verde.
—Me heriste. Pensé que éramos amigos, ¿non?
—Non. —Arqueó una ceja—. ¿Vas a dejarme entrar?
Él se encogió de hombros, los músculos de su pecho ondularon con una fuerza
que la mayoría de la gente nunca adivinaría por el modo de moverse, pura gracia
fluida y encanto. Pero Ashwini sabía exactamente lo rápido y fuerte que era, le había
cazado tres veces en los últimos dos años y él la había guiado a través de una alegre
danza las tres veces.
—Depende —respondió, repasando lentamente su cuerpo—. ¿Has venido a
golpearme otra vez?
—Levanta los ojos.
Risa en esa mirada malvada cuando se encontró con sus ojos.
—No eres divertida, dulzura.
Sólo Janvier acababa con su lado práctico. Todo el mundo pensaba que ella estaba
muy por encima de la locura.

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—Esto ha sido una mala idea. —Girando sobre los talones, le hizo gestos con una
mano—. Nos vemos la próxima vez que cabrees a un ángel. —En el curso normal de
las cosas, el Gremio existía para recuperar a los vampiros que violaban sus contratos,
que consistían en servir a los ángeles durante cien años a cambio de la inmortalidad,
y luego estaba Janvier... —Trata de no hacerlo esta semana. Estoy ocupada.
Su mano se cerró sobre la parte de atrás de su cuello, un toque cálido y
extrañamente suave.
—No te pongas así. Entra. Te haré café del modo que se debe hacer.
Tendría que haberse apartado, debería haberse ido tan lejos como fuera
humanamente posible. Pero Janvier tenía un modo de meterse bajo su piel. Vaciló
una fracción demasiado larga y su calor se filtró en ella, una vívida cosa brillante que
desafiaba el hielo de su inmortalidad.
—Sin tocar. —Era tanto para ella como para él.
Un apretón de dedos.
—Tú eres la que siempre está tratando de poner sus manos sobre mí.
—Y uno de estos días, no vas a bailar lo suficientemente rápido como para
escapar.
Janvier tenía la costumbre de molestar lo bastante a los ángeles como para
terminar en la lista de los cazadores del gremio. Pero eso no era lo peor, justo cuando
Ashwini casi lo tenía, cuando podía olerle, de alguna manera él se las arreglaba para
reconciliarse con quienquiera a quien hubiese ofendido. La última vez, había estado a
punto de dispararle por principios.
Un roce de risa, el pulgar bajó por su piel en una caricia lánguida.
—Deberías darme las gracias —dijo—. Por mi causa, tienes la garantía de un gran
pago al menos dos veces al año.
—Me garantizo esa paga porque soy buena —replicó, retorciéndose en su agarre
para poder hacerle frente—. ¿Estás listo para hablar?
Le hizo un gesto con el brazo.
—Entra en mi guarida, Cazadora del Gremio.
A Ashwini no le gustaba permitir que los vampiros se le pusieran a la espalda,
pero ella y Janvier tenían un entendimiento después de tres cacerías. Si alguna vez
terminaba sería cara a cara. Algunos de sus hermanos cazadores podían llamarla
tonta por confiar en un hombre al que había cazado, pero ella siempre se había
formado su propia opinión acerca de las personas. No se hacía ilusiones, sabía que
Janvier podía ser tan letal como una espada desenvainada, pero también sabía que

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había nacido en una época en la que la palabra de un hombre era todo lo que tenía.
La inmortalidad no le había robado su sentido del honor.
Ahora se apretó para pasar por delante de él, consciente de que Janvier había
girado deliberadamente su cuerpo para asegurar un ajuste perfecto. No le importaba
tanto como debería haberlo hecho.
Ese era el problema, porque los vampiros estaban fuera de los límites. El Gremio
no tenía ninguna regla que prohibiera ese tipo de relaciones y varios amigos
cazadores tenían amantes vampiros, pero Ashwini coincidía con su compañera Elena
en esto. La otra mujer había dicho una vez que los vampiros eran casi inmortales,
después de todo, para ellos los seres humanos no eran más que juguetes, placeres
efímeros, fácilmente probados, fácilmente olvidados.
Ashwini no iba a ser el aperitivo de ningún hombre: vampiro, humano o ángel. No
es que los ángeles se rebajaran a veces lo suficiente para unirse a un mortal. Se
sorprendería mucho si los gobernantes efectivos del mundo consideraran a la mayor
parte de los seres humanos como algo más que una idea de último momento.
—No es lo que esperaba —dijo ella, entrando en el elegante loft. Predominaba la
luz y esta había sido infundida en la decoración, los colores del atardecer se hacían
eco en las mantas que yacían sobre el sofá de tonos tierra, alfombras Navajo en el
suelo, pinturas del desierto solitario en las paredes.
—Me encanta el pantano —murmuró Janvier, cerrando la puerta detrás de sí y
yendo hacia la cocina—, pero para apreciar la belleza, a veces hay que ir al extremo
opuesto.
Mientras se movía por la cocina con la facilidad de un hombre que sabía
exactamente qué estaba haciendo, Ashwini se permitió admirar su belleza masculina.
Janvier podía ser un dolor perenne en su culo, pero estaba formado como el sueño
más sexy que jamás había tenido, delgado y alto, con los músculos de un atleta o un
nadador, todo líneas elegantes y potencia contenida. Metro noventa, la superaba por
doce centímetros, llevaba esa altura con la confianza de un hombre a gusto consigo
mismo.
Una vez más, pensó, había tenido más de doscientos años para construir esa
arrogancia sin esfuerzo.
—Supongo que no estás preocupado por la luz solar —dijo ella, mirando los
tragaluces de la derecha. La cama estaba justo debajo de ellos y cuando el reloj marcó
más de las ocho de la mañana, los rayos del sol acariciaron posesivamente las
sábanas revueltas.

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Su mente inmediatamente le proporcionó una imagen exquisitamente detallada de


las largas piernas de Janvier enredadas en esas sábanas. El flujo de sangre en sus
oídos casi ahogó sus siguientes palabras.
—¿En busca de puntos débiles, cazadora? —acercándose, le tendió una pequeña
taza llena de una mezcla cremosa que no olía a ningún café que hubiera conocido.
—¿Qué es esto? —Olió sospechosamente y sintió que la boca se le hacía agua—. Y,
por supuesto. Así podría empujarte bajo la luz del sol y ver cómo te fríes.
Él arqueó los labios, el superior un poco más delgado, el de abajo eminentemente
mordisqueable.
—Me echarías de menos si me fuera.
—La vejez te provoca ilusiones.
—Eso es café au lait hecho con una mezcla de café y achicoria. —Viendo como ella
sorbía un poco, asintió hacia la cama—. Me encanta la luz del sol. El vampirismo no
habría sido menos atractivo si hubiera tenido que pasar toda mi vida en la oscuridad.
—Uno pensaría que con todos los vampiros que caminan a la luz del día, el viejo
rumor moriría, pero no, sigue traqueteando por ahí —dijo ella, sumergiéndose en el
distintivo sabor del café—. Me gusta este.
—Va contigo.
—¿Amargo y extraño?
—Exótico y delicioso. —Pasó un dedo por la piel desnuda de su brazo—. Tienes
una piel muy hermosa, cher. Como el desierto al atardecer.
Ella dio un paso fuera de su alcance.
—Ponte una camisa y saca tu mente de la cama.
—Imposible contigo alrededor.
—Finge que sostengo un rifle. De hecho, finge que estás en la mira.
Janvier suspiró, frotándose la mandíbula ensombrecida por la barba.
—Me encanta cuando hablas sucio.
—Entonces esto debería sacudir tu mundo —dijo, ordenándose dejar de pensar en
cómo se sentiría esa barba contra su piel—. Sangre, secuestro, enemistad, rehenes.
El interés chispeó en ese verde musgo.
—Cuéntame más. —Le hizo señas hacia la cama—. Pido disculpas por el lío, no
esperaba una compañía tan exquisita.

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Caminando para poner su café en el mostrador, enganchó uno de los taburetes de


la barra. Janvier sonrió y optó por sentarse en la cama, con las manos apoyadas
detrás de él, las largas piernas enfundadas en vaqueros ligeramente cruzadas en los
tobillos. La luz del sol danzaba sobre su cabello castaño oscuro, captando reflejos de
puro cobre que jugueteaban hermosamente contra el oro bruñido de su piel.
Los vampiros tan antiguos como Janvier eran casi uniformemente guapos, pero
ella todavía no había conocido a ninguno con el carisma del cajún, o su modo de
tener amigos en casi cada ciudad y pueblo al que había viajado alguna vez. Y por eso
le necesitaba.
—Hay una situación en Atlanta.
—¿Atlanta? —La más elemental de las pausas—. Eso es territorio Beaumont.
Bingo.
—¿Los conoces bien?
Él le dio uno de sus encogimientos de hombros.
—Bastante bien. Son un familia de viejos vampiros, no muchos.
Seducida por el olor, Ashwini tomó otro sorbo de la potente mezcla del café de
Janvier.
—Tiene sentido. He oído que los ángeles no discriminan a las líneas familiares a la
hora de elegir candidatos. —De los cientos de miles de personas que solicitaban la
conversión a casi inmortal cada año, sólo una pequeña fracción llegaba a la fase de
candidatos.
—Los Beaumont fuerzan la curva —continuó Janvier—. Han logrado tener al
menos a un miembro de la familia convertido en cada generación. En esta ocasión, se
trataba de dos.
—Monique y Frédéric. Hermano y hermana.
Un guiño.
—Ese tipo de éxito les convierte en potencia, con Monique y Frédéric, los
Beaumont ya tienen diez vampiros vivos unidos por la sangre. El más antiguo tiene
medio milenio.
—Antoine Beaumont.
—Un hijo de puta asesino —dijo Janvier en un tono casi afectuoso—.
Probablemente vendería sus propios hijos si pensara que podía beneficiarse de ello.
—¿Un amigo?

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—Me salvó la vida una vez. —Levantando la cara al sol, Janvier se empapó de los
rayos como un sibarita en la costa europea lejos del abrazo húmedo de un verano en
Louisiana—. Me envía una botella de su mejor Burdeos cada año, junto con una
propuesta para que considere casarme con su hija, Jean. —Pronunciado a la manera
francesa, el nombre sonaba sensual y eléctrico.
Ashwini apretó los dedos en torno a la taza de café pintada a mano.
—Pobre mujer.
Él volvió el rostro hacia ella con diablura en los ojos.
—Al contrario, a Jean le gusta jugar. El invierno pasado, me invitó a mantenerla
caliente en una de las cabañas más bellas de Aspen.
Ashwini sabía cuando estaba jugando. También sabía que Janvier era plenamente
capaz de alargar un cuento para mantenerla allí exclusivamente para su propia
diversión.
—Puedo apostar que Jean no está pensando en Aspen ahora. De hecho, es una
buena apuesta que está pensando sólo en asesinato.
—¿Situación? — Y ahí estaba esa rápida inteligencia una vez más, la que le atraía,
a pesar de su voto en contra.
—Monique es qué, ¿la bisnieta de Jean de novena generación?
Janvier se tomó un momento para pensar en ello.
—Tal vez diez, pero poco importa. A Jean se le cae la baba con la niña. Antoine
llama a Monique y Frédéric sus nietos.
—La mujer tiene veintiséis años —señaló ella—, apenas una niña. Y su hermano,
treinta.
—Todo el mundo de menos de cien es un niño para mí.
—Gracioso.
—No hablo de ti, cherie. —Su sonrisa se ensanchó para exponer un borde más
oscuro, uno que había visto pasar los siglos—. Llevas mucho conocimiento en tus
ojos. Si no supiera que eres humana, creería que has vivido tanto como yo.
A veces, sentía como si lo hubiera hecho. Pero los demonios que le arañaban la
mente noche y día no tenían cabida en esta discusión. Apartándose de la mirada
demasiado perspicaz de Janvier, dijo:
—Monique ha sido secuestrada.

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—¿Quién se atrevería a levantarse contra los Beaumont? —Completa sorpresa—.


No sólo tienen poder por derecho propio, sino que el ángel que controla Atlanta los
tiene en alta estima.
—Los tenía —dijo ella, volviendo la mirada hacia él, disfrutando del juego de la
luz del sol sobre su cuerpo. Era un sencillo placer con un potente golpe, ni siquiera
los demonios pudieron resistir la tentación sensual que le lamía los sentidos—. Pero
parece que tu colega Antoine se las ha arreglado para cabrear a Nazarach.
Janvier se puso en pie con el ceño fruncido.
—Pero aún así, enfrentarse a Antoine es cortarte tu propia garganta.
—El aquelarre Fox no lo cree así.
—¿Un aquelarre? —Sacudiendo la cabeza, se acercó para pararse delante de ella
apoyando una mano en el mostrador—. Estás hablando en el sentido literal de la
palabra, ¿un grupo de vampiros unidos para un propósito común?
—Sí.
—No he oído hablar de un aquelarre formal de vampiros desde hace más de un
siglo.
—Un tipo llamado Callan Fox parece decidido a revivir la idea. —Curiosa,
obligada, pasó los dedos sobre una cicatriz curva en el pecho de Janvier, justo por
encima de la tetilla izquierda—. Yo no te he hecho esto.
—Ojalá —murmuró, jugando—. Sería un honor llevar tu marca.
—Es una pena que los vampiros sanen tan rápido. —Se encontró trazando la
cicatriz, viendo algo familiar en ella. Pero a diferencia de cualquier otra persona que
conocía, no hubo pulso de la memoria, ninguna invasión no deseada en su mente
mientras su don, su maldición, se introducía en el pasado de Janvier. En lugar de ver
sus secretos, conocer sus pesadillas, todo lo que sintió fue calidez, piel sedosa, un
poco imperfecta y por todo ello más intrigante.
—Un cuchillo —dijo—. ¿Fue hecho con un cuchillo?
—Del tipo de una espada. —Cerró los dedos sobre su muñeca y se llevó la mano a
la boca, presionando lentos besos a lo largo de los nudillos—. ¿Me provocarás de este
modo para siempre, Ashwini?

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Capítulo 2

—Solo unas pocas décadas más —dijo ella, sintiendo como se le hacía un nudo
en el estómago y se le curvaban los dedos de los pies—. Entonces, será el momento
de que otro cazador te persiga.
Esperaba una respuesta irónica, pero a Janvier se le puso una expresión tensa en el
rostro; tan, tan tensa.
—No hables con esa soltura de tu muerte.
—Bueno, como no estoy a punto de firmar ningún contrato cediendo más de cien
años de mi vida casi inmortal —dijo dejando una mano pegada a él, la otra cerrada
en su puño—, la muerte es una certeza.
—Nada es una certeza —le liberó la mano para tironearle de los mechones sueltos
de su cabello, con una mirada que se volvió más cálida—. Pero ya discutiremos tu
humanidad en otro momento. Me intriga mucho la idea del aquelarre de este Fox.
Ella buscó en el bolsillo de atrás y sacó la fabulosa PDA que Ramson, otro de los
cazadores del Gremio de Nueva York, le había regalado por Navidad.
—Este es Callan Fox —mostró la foto del alto y bien musculado rubio—. Según
mis datos, ha cumplido doscientos este año.
—Reconozco esa cara —frunció el ceño, como si estuviera buscando entre hileras
de recuerdos—. Ahora me acuerdo: le conocí en la corte de Nazarach cuando estaba
cumpliendo su contrato. Los demás vampiros de la corte le juzgaron mal, pensaron
que no era muy listo.
—¿Y tú?
Él le acariciaba el brazo con dedos suaves y juguetones.
—Yo veía una inteligencia casi brutal, mezclada con ambición. No me sorprende
que Callan se las haya ingeniado para fundar un aquelarre siendo tan joven. ¿Los
demás vampiros del grupo le consideran su líder además de fundador?

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—Eso parece. Lo extraño es que hay por lo menos un par de vampiros de


trescientos años en el aquelarre y uno que podría estar aproximándose a la marca de
los cuatrocientos.
—No todos los vampiros ganan en poder con la edad —puso un pie en el escalón
de su taburete y comenzó a revisar las fotos de los demás vampiros del aquelarre—.
Fíjate en mí. Sigo siendo tan débil como un bebé.
—¿Ese truco te ha funcionado alguna vez? —le quitó su precioso cacharro cuando
vio que empezaba a meterse en sus álbumes personales.
Una deslumbrante sonrisa.
—Te sorprendería saber cuántas mujeres estarían encantadas de consolarme,
pobrecito, triste de mi. ¿Quién es el niño de esta foto?
A ella le dio un vuelco el corazón. Ese niño ya era un hombre, un hombre que se
negaba a verla de otra manera que como el espejismo de lo que una vez fue.
—Nadie te tu incumbencia.
—Tanto dolor —Janvier dejó de mover los dedos un momento, para luego rodear
con la mano la parte superior de su brazo—. ¿Cómo puedes vivir con ello, cher?
Porque cuando no hay más remedio, la mente aprende a compensarlo… aunque
nunca olvida.
—¿Quieres saber más cosas sobre esta operación o no?
—Un día —dijo Janvier, cambiando de postura hasta que su calor la tocó en forma
de agresiva caricia masculina—, conoceré todos tus secretos.
Parte de ella deseaba apoyarse, dejarse abrazar. Pero esa parte estaba enterrada
tan profundamente, que ni siquiera ella sabía si algún día vería la luz.
—Te aburrirían —empujó ese pecho que la tentaba a saltar directamente hacia la
locura y se bajó del taburete—. Nazarach ha contratado al Gremio.
Eso captó el interés de Janvier.
—Los ángeles normalmente dejan que sean vampiros de alto nivel los que
solucionen los problemas dentro de sus feudos.
—Tengo una reunión con él mañana por la mañana —hizo a un lado la pierna que
él había apoyado en su taburete, notando como flexionaba el fuerte músculo del
muslo—. Supongo que entonces me enteraré de sus motivos.
El rostro de Janvier perdió todo rastro de encanto, mostrando en su lugar a la fiera
inmisericorde que era su naturaleza real.
—No irás a verle sola —era una orden.

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Intrigada, porque Janvier nunca usaba la fuerza cuando le resultaba igual de


efectiva la persuasión, se puso en jarras.
—He revisado su informe —meterse a ciegas en una cacería era como ir pidiendo
que te mataran. Especialmente cuando estaba implicado un ángel que provocaba
tantos susurros de terror como Nazarach—. No soy su tipo.
—Estás equivocada. Nazarach siempre ha coleccionado lo único y lo inalcanzable
—se separó de ella y caminó hacia el armario, mostrando su espalda musculosa—.
Dame un momento para vestirme y hacer el equipaje.
—No necesito guardaespaldas.
—Si te vas sin mí, te seguiré y punto —Había acero en esos sombríos ojos color
musgo—. Es más fácil que me lleves contigo.
Ella se encogió de hombros.
—Si quieres perder el tiempo, tú mismo.
Él hizo una pausa para estudiarla, dejando que su fría inteligencia se sobrepusiera
a las llamas de la cólera.
—Has querido que fuera todo el tiempo —dijo finalmente—. Ahora estás
intentando jugar conmigo. Qué vergüenza, Ashwini.
¿Cómo demonios sabía ver tan bien sus intenciones?
—El Gremio dice que es una situación delicada —admitió ella—. Supuse que el
hecho de que conozcas a los jugadores me facilitaría una admisión más agradable y
pacífica en su mundo.
—Así que vas a utilizarme —se puso una camiseta blanca, con la que cubrió ese
cuerpo que los dedos de ella querían recorrer, conocer, con la tranquilidad que le
daba saber que bajo esos dedos solo iba a estar Janvier: ni fantasmas, ni ecos, nada
más que el guapo y enfurecedor vampiro—. A lo mejor te pido una recompensa.
—La mitad de mi tarifa.
Lo justo era lo justo… iba a ser mucho más fácil acceder a Callan Fox con Janvier
de su lado.
—No necesito dinero, cher —sacó una mochila y empezó a llenarla con una eficacia
casi militar—. Si lo hago, me deberás un favor.
—¿No cazarte? —Inmediatamente negó con la cabeza—. No te lo puedo prometer.
El Gremio me quitaría la placa.
Él hizo que sus palabras se esfumaran con esa maligna sonrisa, que parecía
guardar solo para ella.

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—Non, este favor será entre Ashwini y Janvier, nadie más. Será personal.
Lo sensato hubiera sido salir corriendo… pero nunca se le había dado muy bien lo
de ser sensata.
—Hecho.

* *
Nazarach regía Atlanta desde una vieja y elegante plantación, que había sido
reformada para el uso de sus habitantes angelicales.
—Muy sureño —dijo Ashwini mientras la limusina se deslizaba por el camino de
acceso—. Debo admitir que no es exactamente lo que me esperaba.
Janvier estiró sus largas piernas todo lo que pudo.
—Estás acostumbrada a la Torre del Arcángel.
—Es difícil no estarlo. Domina Manhattan —la Torre de Rafael, el lugar desde el
que el Arcángel regía América del Norte, se había convertido en un símbolo de
Nueva York, tanto como la ubicua manzana roja—. ¿La has visto de noche alguna
vez? Es como un cuchillo cortando el cielo.
Belleza mezclada con la crueldad.
—Una o dos veces —dijo Janvier— Aunque nunca he estado cerca de Rafael. ¿Tú?
Ella negó con la cabeza.
—Pero me han dicho que es un hijo de puta temible.
El vampiro que conducía el coche la miró a los ojos a través del espejo retrovisor.
—Eso por decirlo suavemente.
Janvier se inclinó hacia delante, Ashwini percibió su interés en su propia piel.
—¿Has conocido al Arcángel?
—Vino a Atlanta para reunirse con mi sire hace unos seis meses —Ashwini se fijó
en que al vampiro se le ponía la carne de gallina—. Pensé que sabía lo que era el
poder. Estaba equivocado.
Oír eso de labios de un vampiro que no era precisamente un neonato hizo que
Ashwini se alegrara un montón de estar tratando “solo” con un ángel de nivel medio.
—Ventanales enormes que se abren a la nada —dijo, de nuevo atrapada por la
elegancia intemporal de la mansión de la plantación, que aparecía ante la vista—. Es
fácil caerse de ellas.

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Janvier rodeó el respaldo del asiento con un brazo.


—Los ángeles vuelan.
—Janvier.
Una risita y la sensación de sus dedos acariciándole el cabello mientras retiraba la
mano.
—¿Te gustaría volar?
Ella recordó sus sueños, esa sensación de caer sin fin, atrapada en un remolino de
pesadilla.
—No. Me gusta tener los pies bien plantados en tierra firme.
—Me sorprendes, cher. Se lo mucho que te gusta saltar de los puentes.
—En esos momentos suelo estar sujeta a una cuerda de puenting.
—Ah, en ese caso, es mucho más seguro.
El coche se detuvo antes de que ella pudiera devolver el divertido comentario, y
salieron al exuberante abrazo de Atlanta.
—¿Y a ti? —preguntó ella, contemplándole, tan ágil y tan terriblemente sexy,
mientras caminaba junto a ella hacia la puerta principal—. ¿Te gustaría volar?
—Yo nací en los pantanos. Uno de los primeros, cuando mi gente llegó a Louisiana
—se metió las manos en los bolsillos, con toda la música de su hogar contenida en su
voz—. Lo que llevo en la sangre es el agua, no el aire.
—Los cazadores natos odian el agua.
No era ningún secreto, no para un vampiro con la experiencia de Janvier.
—Pero tú no perteneces a los sabuesos de sangre —apuntó Janvier—. Para ti el
agua no enmascara el aroma de un vampiro… tú eres una rastreadora. Confías en tu
vista.
—Los rastreadores también odian el agua —le lanzó un gruñido—. Destruye el
rastro.
—Eh, vamos —dijo, todavía en ese tono tranquilo y despreocupado—. Yo te llevé
a través del pantano, corazón. Allí hay montones de tierra húmeda, muchas pistas
para una rastreadora.
—Al final de esa cacería me estaba creciendo moho entre los dedos de los pies.
—Ahora tengo envidia del moho, para que veas lo que me haces.
Palabras burlonas y una mirada que la golpeó ardiente.

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—Si me vuelves a obligar a cazarte con esa cantidad de humedad —dijo, notando
como el estómago le daba un vuelco al sentir los ojos de Janvier deslizándose sobre
ella, con un sentido de propiedad que no tenía derecho a tener—. Te haré comer el
puñetero moho.
Janvier seguía riéndose mientras subían los últimos escalones que llevaban a la
puerta, que mantenía abierta una pequeña mujer llena de arrugas y que era
incuestionablemente humana. Aunque Ashwini no hubiera reparado en el resto de la
miríada de señales que proclamaban su mortalidad, el hecho incontestable era que
los ángeles solo aceptaban candidatos entre los veinticinco y cuarenta años. Y una
vez convertido, un vampiro quedaba como congelado en el tiempo… a excepción,
por supuesto, de la gradual pátina de belleza que ningún humano llegaría a poseer
jamás.
Pero había otro tipo de belleza en el rostro de esta mujer, marcado como estaba
por las experiencias de una vida vivida en toda su intensidad. Una vida que aun
vivía así, pensó Ashwini, mientras observaba como esos brillantes ojos azules se
posaban sobre Janvier con una manifiesta chispa de apreciación femenina, una que
no desapareció cuando les invitó a pasar.
—El maestro os espera en el salón.
—¿Nos muestras el camino, cariño?
A la mujer se le formaron unos hoyuelos al sonreír.
—Por supuesto. Por favor, síganme.
Mientras caminaban tras la anciana, Ashwini le pegó un codazo a Janvier.
—¿No tienes vergüenza?
—Ninguna en absoluto.
Un instante después, les hicieron pasar a través de unas puertas lo suficientemente
amplias como para acomodar las alas de un ángel. Una vez les hizo entrar, la
doncella murmuró una despedida y, a pesar de que el instinto de cazadora jamás le
hubiera permitido a Ashwini ignorar la salida de la mujer, pasó a ocupar solo una
pequeña parte de su mente. Porque Nazarach les estaba esperando.
Y si él era tan solo un ángel de nivel medio, entonces Ashwini estaba
tremendamente agradecida por el hecho de no haber estado nunca y de que
probablemente nunca estaría, en la presencia de un arcángel.
El ángel de Atlanta tenía aproximadamente la altura de Janvier, una reluciente piel
negra y los ojos de un color ámbar tan penetrantes y directos que era como si
estuvieran iluminados desde el interior. Esa ilusión de luz era poder, por supuesto, el

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poder de un inmortal. Su increíble fuerza era como un brillante barniz en el interior


de sus ojos, sobre su piel y mucho más magníficamente, sobre su alas.
—Te gustan mis alas —dijo el ángel, con una voz profunda que contenía un millón
de voces que ella trató de no escuchar, de no conocer.
—Sería imposible que no lo hicieran —mantuvo esas voces fantasmales a raya con
una fuerza de voluntad conseguida después de toda una vida de luchar por la
cordura—. Están más allá de la belleza.
De un tono ámbar pulido, las alas de Nazarach no solo era únicas, sino también
tan exquisitamente formadas, cada una de las plumas tan perfecta, que la mente de
Ashwini encontraba difícil aceptar su existencia. Cuando vuele, pensó, debía parecer
un cegador pedazo de sol.
Nazarach esbozó una leve sonrisa y, puede que hubiera calidez en ella, pero no se
trataba de nada humano, de nada mortal.
—Como es imposible hacer otra cosa que no sea admirarte, Cazadora del Gremio.
A Ashwini se le puso la piel de gallina como chirriante advertencia.
—He venido a hacer mi trabajo y lo haré bien. Si esto va de jueguecitos, no soy tu
chica.
Janvier intervino antes de que Nazarach pudiera replicar a lo que con toda
seguridad había sido una declaración enormemente impertinente.
—Ashpada —dijo, usando el apodo que él mismo había acuñado— es buena en lo
que hace. Pero no es tan buena observando las normas.
—De modo —Nazarach volvió su atención a Janvier— que aun no estás muerto,
¿no, Cajún?
—A pesar de los mejores esfuerzos de Ash.
El ángel rió y el devastador poder de su risa barrió la habitación y reptó por la piel
de Ashwini. Tiempo, muerte, éxtasis y agonía, todo ello estaba en esa risa, en el
pasado de Nazarach. La aplastó, amenazando con dejarle sin aliento y atrapada para
siempre en el terror paralizante del infierno que intentaba alcanzarla desde su
infancia.

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Capítulo 3

Fue el miedo lo que la salvó. Estimulada por la amenaza de ser encarcelada


dentro de su propia mente, se arrancó del remolino interminable y regresó al
presente. Cuando la ráfaga de aire se alejó de sus oídos, oyó decir a Nazarach:
—Tal vez te pida que te reincorpores a mi corte, Janvier.
Janvier hizo una reverencia perfecta y por un instante ella le vio con la ropa de
otra época, un extraño que sabía cómo jugar a la política con tanta manipuladora
tranquilidad como jugaba a las cartas. Cerró la mano en un puño con un rechazo
instintivo pero al momento siguiente él se rió con esa risa perezosa y divertida,
convirtiéndose de nuevo en el vampiro que ella conocía.
—Por si lo recuerdas, nunca fui muy bueno como cortesano.
—Pero proporcionabas la conversación más inteligente de la sala. —Replegando
las alas a su espalda, el ángel caminó hacia una brillante mesa de caoba en una
esquina—. ¿Ayudas a la Cazadora del Gremio?
Ashwini dejó hablar a Janvier, utilizando ese tiempo para estudiar a Nazarach, su
poder un látigo restallando contra sus sentidos… un látigo festoneado con cristales
rotos.
—La idea de un aquelarre despierta mi curiosidad. —Janvier hizo una pausa—. Si
se me permite… esta situación entre Antoine y Callan parece que no merece tu
interés.
—Antoine —dijo Nazarach, su rostro volviéndose inexpresivo a la manera de los
verdaderos ancianos—, ha empezado a extralimitarse. Está peligrosamente cerca de
desafiar mi autoridad.
—Entonces ha cambiado —Janvier sacudió la cabeza—. El Antoine que yo conocía
era ambicioso pero también tenía una saludable consideración por su vida.
—Es la mujer… Simone. —El ángel le pasó una fotografía a Ashwini, ojos de un
ámbar inhumano se rezagaron sobre su rostro una fracción demasiado larga—.

~18~
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Apenas está en su tercer siglo y ya tiene bailando a Antoine alrededor de su


meñique.
—¿Por qué no está muerta? —preguntó Ashwini a bocajarro. Los ángeles tenían su
propia ley. No había tribunal en la tierra que responsabilizara a Nazarach si
decidiera eliminar a uno de los Creados.
Los vampiros elegían a sus amos cuando elegían la inmortalidad.
El ángel desplegó sus alas ligeramente, luego las cerró de golpe.
—Parece ser que Antoine la ama.
Ashwini asintió.
—Si la matas él se volverá contra ti. —Y moriría. Los ángeles no eran conocidos
por su benevolencia.
—Después de estar vivo durante setecientos años —reflexionó Nazarach,
hablando de siglos como si fueran meras décadas—, encuentro que me cuesta perder
a uno de los pocos hombres, dejando de lado sus recientes errores, que de hecho
respeto.
Devolviendo la foto de la sensual morena que al parecer hacía bailar a su son a un
vampiro muy viejo, Ashwini se obligó a encontrarse con la mirada de Nazarach, el
ámbar actuaba como una lupa, enfocando los gritos con desgarradora claridad.
—¿Cómo está esto relacionado con el secuestro? —preguntó, bloqueando la
pesadilla con todo lo que tenía.
—Callan Fox —dijo Nazarach—, me intriga. Todavía no lo quiero muerto. Y
Antoine matará a la joven cría para recuperar a su nieta. Haz salir a Monique y
tráemela.
—Nos estás pidiendo que te entreguemos un rehén para utilizar contra Antoine —
Ashwini negó con la cabeza, el alivio un roce frío bajándole por la columna—. El
Gremio no se involucra en disputas políticas.
—Entre ángeles —corrigió Nazarach—. Esto es un… problema entre un ángel y los
vampiros bajo su mando.
—Incluso así —dijo ella, incapaz de evitar que sus ojos fueran hacia aquellas alas
de ámbar y luz, incapaz de comprender cómo podía existir tal belleza junto a la
oscuridad inhumana que manchaba a Nazarach desde el interior—, si quieres a
Monique, todo lo que tienes que hacer es pedirlo. Callan te la entregará. —El líder del
aquelarre de los Fox tal vez sería capaz de enfrentarse a Antoine Beaumont, pero solo
un vampiro muy estúpido lucharía contra un ángel. Y Callan Fox no era estúpido—.
No me necesitas.

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de Cazadores

Nazarach le ofreció una sonrisa inescrutable.


—No le mencionarás mi nombre a Callan. En cuanto al resto… el Gremio ya está
de acuerdo con los términos.
—No te ofendas —dijo ella, preguntándose si él tenía un aspecto tan brutalmente
hermoso mientras quitaba la vida de aquellos que le disgustaban—, pero necesito
contrastarlo con mi jefe.
—Adelante, Cazadora del Gremio. —Un permiso suave, sin piedad en aquellos
ojos llenos de muerte.
Retrocediendo hasta que casi estuvo en el vestíbulo, ella se dispuso a llamar con el
móvil, consciente de Janvier y Nazarach hablando en voz baja sobre cosas pasadas
hacía mucho tiempo, sombras de cuyas experiencias se ajustaban a Nazarach pero no
a Janvier.
Ángel y vampiro. Ambos tocados por la inmortalidad, ambos irresistibles pero de
modos enormemente distintos. Nazarach era un ser perfeccionado fuera del tiempo,
perfecto, letal y, completa y absolutamente inhumano. Janvier, en contraste, era de
tierra y sangre, mortal y un poco rudo… y aún así de algún modo de este mundo.
—¿Ashwini? —la familiar voz de Sara—. ¿Cuál es el problema?
Soltó las órdenes de Nazarach.
—¿Ha quedado claro?
—Sí. —La directora del Gremio suspiró—. Desearía muchísimo no tener que
involucrarnos en lo que promete ser un desastre monumental, pero no hay modo de
escaparse.
—Está jugando.
—Es un ángel —dijo Sara y aquello era una respuesta—. Y técnicamente Monique
ha infringido su contrato, así que Nazarach tiene el poder de enviar a cualquiera para
recuperarla, aunque pueda lograr el mismo objetivo con una simple llamada
telefónica.
—¡Maldita sea! —Ashwini le gustaba trabajar en los límites pero cuando se metían
por el medio los ángeles, aquellos límites solían cortar profundo el hueso, extrayendo
el rojo oscuro del elemento vital—. ¿Me cubres la espalda?
—Siempre. —Una respuesta inmutable—. He puesto a Kenji y a Baden en estado
de alerta, da la señal y te sacaremos de allí en menos de una hora.
—Gracias, Sara.

~20~
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de Cazadores

—Ey, no quiero perder mi fuente principal de entretenimiento vital —con una


sonrisa que ella casi pudo oír—. Ninguna nueva orden de búsqueda ha llegado para
el Cajún. Sólo quería que lo supieras.
—Ajá. —Ashwini colgó con una rápida despedida, preguntándose qué diría Sara
si supiera exactamente con quién estaba confraternizando Ashwini en este momento.
Janvier se giró justo en ese instante, como si notara su atención. Sacudiéndose el
pensamiento, ella volvió para unirse al vampiro y al ángel.
—¿Tienes alguna idea de dónde podría estar reteniendo Callan a Monique?
Los ojos del ángel descendieron hacia los labios de ella, y Ashwini tuvo que
combatir el impulso de huir. Porque aunque Nazarach fuera terriblemente hermoso,
ella tenía la desgarradora sensación de que su idea de placer significaría solamente el
dolor más espantoso para ella.
—No —dijo él por fin, moviendo su mirada hacia la de ella—. Pero estará en el
Fisherman’s Daughter mañana por la noche. —El ámbar se iluminó con poder—.
Esta noche serás mi invitada.
Ni siquiera el calor de Atlanta pudo combatir el frío que invadió sus venas, una
hoja helada de advertencia.
Insomne, Ashwini se sentó en el balcón de la suite de invitados que Nazarach le
había proporcionado. Habría preferido acampar en el parque, una cama en un
refugio, cualquier otra cosa a la opulencia de la casa del ángel, todo ello manchado
por los gritos de terror que se negaban a dejarla dormir.
—¿Cuántos hombres y mujeres crees que Nazarach ha matado en su vida? —
Normalmente, sólo sentía cosas a través del contacto, pero como su señor, este lugar
era tan antiguo, tan sangriento por los recuerdos, que resonaba sin fin en su mente.
—Miles —fue la respuesta, en voz baja, del vampiro apoyado en la pared al lado
del antiguo diván dónde ella estaba sentada—. Los ángeles que gobiernan no pueden
permitirse el ser piadosos.
Ella giró el rostro hacia la brisa nocturna.
—Y aún así hay gente que los ve como los mensajeros de los dioses.
—Son quienes son. Como yo. —Girándose, se acercó para apoyar las manos sobre
los brazos de madera reluciente del diván—. Debo alimentarme, cher.
Algo se retorció en su pecho, un agudo e inesperado dolor, pero lo aguantó,
mantuvo el control.
—Supongo que no tendrás muchos problemas en encontrar alimento.

~21~
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—Puedo dar placer con mi mordisco. Los hay que buscan tales placeres. —
Levantando un dedo, resiguió la cicatriz justo por encima del pulso en el cuello
femenino—. ¿Quién te marcó? —Una pregunta sosegada moldeada de puro hielo.
—Mi primera búsqueda. Era joven e inexperta. El vampiro se acercó lo suficiente
para casi desgarrarme la garganta. —Lo que no dijo fue que ella había dejado
acercarse al objetivo, se permitió sentir el beso de la muerte. Hasta ese momento,
cuando su sangre perfumó el aire de un metálico suntuoso, pensó que quería morir,
acallar las voces para siempre—. Me enseñó a valorar la vida.
—Pediré la indulgencia de Nazarach —dijo Janvier después de un momento
interminable—, para utilizar la provisión de sangre que guarda aquí para sus
vampiros.
Sus sentidos se afilaron en algo que apenas había visto, palabras no dichas.
—¿Qué es lo que no me estás contando?
—El ángel quiere que te deje sola. —El aliento de Janvier la rozó en una íntima
caricia—. De otro modo la sangre ya habría sido provista. Quiere que salga y cace.
La amenazaron los escalofríos ante la idea de lo que Nazarach deseaba de ella.
—Así que le enfadarás.
—Le caigo demasiado bien para que me mate por tan pequeña transgresión. —
Aún así, no se movió—. ¿Por qué hay tantas sombras en tus ojos, Ashwini?
La sobresaltaba cada vez que utilizaba su nombre de pila, como si cada vez que lo
pronunciara los vinculara más fuerte a un nivel que ella no podía ver.
—¿Por qué hay tantos secretos en los tuyos?
—He vivido más de doscientos años —dijo, su voz tan sensual como el perfume
nocturno de la magnolia—. He hecho muchas cosas y no estoy orgulloso de todas.
—De algún modo, eso no me sorprende.
Él no sonrió, ni siquiera respiró, y aún así.
—Háblame, mi Espada.
—No —todavía no.
—Soy muy paciente.
—Ya veremos. —Incluso mientras hablaba, sabía que estaba lanzando un desafío,
uno que Janvier no sería capaz de resistir.
Él se inclinó tan cerca que sus labios se podían tocar, el aliento masculino una
abrasión caliente, su casi inmortalidad un faro viviente en sus ojos.

~22~
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—Sí. Ya veremos.
Entrando en la ducha, Ashwini la giró a congelada.
—¡Ay va! —Con su libido lo suficientemente apagada por el impacto helado, la
cambió a supercaliente.
Mientras su piel crepitaba bajo el delicioso calor, supuso que debería reflexionar
seriamente sobre la locura de lo que estaba haciendo al jugar con un vampiro, que, a
pesar de su encanto, era tan letal como un estilete a través de la garganta. Pero así y
todo, la mayoría de sus amigos ya pensaban que ella ya estaba medio como una
cabra. ¿Por qué defraudarles?
Sonrió bajo el vapuleo del chorro.
Normas y reglas, los entresijos de vivir una vida “normal”, lo intentó durante los
primeros diecinueve años de su existencia y casi lo había pagado no solo con su
cordura sino con su propia vida.
Un recuerdo fugaz y estuvo de nuevo en aquella habitación blanca sobre blanco,
las correas lastimándole los brazos, cortándole la piel. El olor a desinfectante, el
suave silencio de zapatos con suela de goma… y siempre, siempre, los gritos, gritos
que sólo ella podía oír. Después, ellos allí sentados, juzgándola, como si fueran
dioses.
—Las drogas la mantienen lúcida.
—¿Estás seguro de que no se moverá una vez la soltemos?
—Va a salir bajo la custodia de su hermano. Y el doctor Taj, es como todos sabemos, uno de
los médicos más reputados.
—Ashwini, ¿puedes oírnos? Tenemos que hacerte algunas preguntas.
Ella contestaría a sus preguntas, diría lo que sabía que ellos querían oír. Había sido el
último día que ella había fingido ser “normal”. Así la soltarían, la dejarían marchar.
—Nunca más —susurró.
Y lo malo de aquello era que aún así le caía bien a la gente.
Cerró la mano en un puño. No a todo el mundo. El doctor Taj sólo quería a la
hermana que había conocido, la estrella naciente cuyo brillo igualaba al suyo. ¿A
quién narices le importaba si aquella estrella se había extinguido pedazo a pedazo,
lentamente, mientras intentaba con desesperación colgarse de un cielo que nunca
había entendido del todo?
Fue el calor lo que la arrancó del abismo, cuando la piel empezó a protestar por su
tratamiento. Cerrando el agua con un suspiro agradecido, se secó frotando con la
esponjosa toalla color melocotón que iba con la elegante decoración de la habitación.

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Sería normal salir a la habitación con el albornoz a juego de detrás de la puerta, pero
Ashwini era una cazadora. Y, en el Gremio, la paranoia no era solo aceptada si no
alentada.
Fue lo mejor. Porque cuando salió, con los pies descalzos, pero por lo demás
vestida y con la pistola oculta en la curva de la parte baja de su espalda, fue para
encontrarse con el ser más peligroso de Atlanta esperándola.
—Nazarach —dijo, parándose en la puerta del baño—. Es una sorpresa.
El ángel dio un paso hacia el balcón.
—Ven.
Sintiendo que sería un suicidio negarse, lo siguió al aire estival, la noche densa con
los aromas cálidos de las flores que rodeaban la propiedad.
—¿Janvier?
—Conozco bien sus gustos.
Las manos de Ashwini se apretaron en la barandilla, una cortesía para los
invitados, una que ella no había esperado.
—¿Por qué estoy aquí? ¿Por qué lo estás tú?
Nazarach apoyó los codos en la barandilla, con las alas relajadas pero no por ello
menos magníficas.
—Te pedí a ti para esta búsqueda. ¿Sabes por qué?
—He realizado trabajos previos en el rastreo de víctimas de secuestro. —En la
mayoría de casos, aquellos vampiros habían sido atrapados por algún grupo que los
odiaba y planeaba torturarlos hasta extraerles el “pecado” del vampirismo—. Esta
noche, tengo la intención de realizar algo de trabajo en los antecedentes de Monique.
—Déjalo. Permanecerá con vida e ilesa hasta que Callan obtenga lo que quiera.
—Suenas muy seguro.
El ángel sonrió y no fue como ninguna de las sonrisas que jamás había visto, tosca
por la edad, con las sombras de la muerte serpenteando por sus sentidos como
espinas afiladísimas.
—Callan —dijo Nazarach—, sobrevivió en mi corte por ser inteligente. Sabe que
por ahora Antoine politiquea, el mayor de los Beaumont encontrará la manera de
matarle si le hace daño a Monique. Mientras Antoine viva, Monique también vivirá.
—Podrías parar esta contienda —dijo ella, concentrándose en respirar, en
permanecer con vida—. Todo lo que tienes que hacer es dar tu apoyo a Antoine o a
Callan.

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—Todo el mundo tiene que evolucionar —una afirmación fría, una que sostenía
los helados vientos del tiempo—. Antoine se está volviendo demasiado comodón, tal
vez sea el momento de que el manto pase a Callan.
—Pensaba que Antoine te caía bien.
—Soy un ángel, que me guste alguien sólo es una parte de la ecuación. —Giró el
rostro hacia ella, con la expresión letal en su misma neutralidad—. Pedí por ti porque
hiciste sangrar a un ángel que intentó agarrarte hace un año.

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Capítulo 4

El corazón de ella era una piedra en la garganta.


—Él era joven y estúpido… no fue difícil dejarle lo suficientemente incapacitado
para escapar.
—Clavaste sus alas a una pared con siete saetas.
Tragándose la piedra, ella decidió que al diablo con eso.
—¿Era un pariente?
—Aunque lo hubiera sido, no soporto la falta de inteligencia en los que me
rodean. Egan fue castigado por su idiotez.
Ashwini verdaderamente, no quería saber lo que Nazarach le había hecho al ángel
esbelto que había tratado de convertirla en su amiguita. Pero la furia le hizo
preguntar:
—¿Debido a qué intentó perseguir a un cazador… o por qué falló?
Otra fría sonrisa.
—Deberías preguntarle a Egan… su lengua ha vuelto a crecer.
Enderezándose de su posición relajada, le tendió una mano.
—Vuela conmigo, Ashwini.
Incluso a poco más de treinta centímetros de distancia, se sentía como si él
estuviera envolviéndola con mil sogas, estrangulándola, aplastándola, asesinándola.
—No puedo tocarte.
Sus ojos destellaron y ella vio su muerte en ellos.
—¿Soy tan desagradable?
—Hay mucho en ti —susurró luchando por respirar—. Demasiadas vidas,
demasiados recuerdos, demasiados fantasmas.
Esa mano descendió y su expresión se volvió intrigada.

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—¿Tienes visiones?
Una forma muy vieja de hablar. Pero claro, Nazarach había visto imperios
levantarse y reyes caer.
—Algo parecido.
Ella retrocedió, tratando de encontrar aire en un mundo que de repente parecía no
tenerlo.
Cuando la mano de Janvier le rodeó la nuca, ella aceptó el contacto sin sobresaltos,
como si algo en ella lo hubiera sabido, hubiera tratado de alcanzarlo. Un solo toque y
de repente su garganta se abrió, el aire del verano dulce como néctar para sus
pulmones deshidratados.
—Sire —dijo con voz suave Janvier, su trato uno de respeto—. No destruyas un
tesoro por el placer fugaz de un momento.
—¿Audrina no fue de tu gusto? —preguntó el ángel, sus ojos nunca se apartaron
de Ashwini—. Me parece difícil de creer.
—Mis gustos han cambiado. —La mano libre de Janvier se apoyó finalmente en la
parte superior de su brazo—. Incluso si Ash no está cooperando.
Nazarach se quedó inmóvil por un momento… y en ese instante, Ashwini supo
que ella iba a combatir contra la muerte que él les echara encima. Porque ella había
metido a Janvier en esto. Él era suyo para protegerlo.
Pero entonces Nazarach se echó a reír y el peligro pasó.
—Ella será tu muerte, Janvier.
—Es mi muerte, puedo elegirla.
Extendiendo las alas, sonrió con esa sonrisa fría e inmortal.
—Tal vez observarte bailar con la cazadora será mucho más entretenido que
tomarla. —Un minuto después, había salido por el balcón y se había lanzado al cielo,
un ser inquietante y magnífico con tanta crueldad como sabiduría.
Ashwini trató de apartarse de Janvier. El vampiro la sujetó.
—Así que eres una bruja.
Janvier también, pensó ella, era anciano.
—A las brujas las queman en las hogueras.
—¿Ves mis fantasmas, Ash? —Una pregunta tranquila.
Ella se alegró de poder negar con la cabeza.
—Solo veo lo que tú me muestras.

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Los labios le rozaron el cuello un momento antes de que ella se apartara para
darse vuelta y quedar de frente.
—¿Audrina?
—Un bocadito delicioso.
Los ojos de él fueron a sus pechos y ella se dio cuenta que el cabello húmedo los
había dejado más bien marcados. ¿Había considerado Nazarach eso como una
invitación?
Temblando por dentro, ella empezó a retorcer la masa húmeda para apartarla del
cuello y hacerse un moño.
—Hermoso—susurró Janvier—. Podría clavar la mirada en tu cuello durante
horas. Tan largo, tan esbelto.
La cadencia lánguida de su voz la acariciaba, se metía en su interior.
Aún sabiendo que era casi inmortal, que probablemente la olvidaría entre un
latido y el siguiente, le llevó todo lo que tenía oponerse al deseo de ceder a su
seducción.
—Tal vez deberías regresar a tu delicioso bocadito.
—Escogí una botella de sangre añeja en lugar de eso. —Acercándose, se paró junto
a ella, mirando hacia el cielo por el que Nazarach había desaparecido—. Parece que
en estos días estoy tentado por la comida mucho más peligrosa.
Ashwini consideró darse media vuelta y marcharse, luego decidió que no quería
enredarse con los fantasmas, no cuando podía robar algunos momentos más de
dichoso silencio. Así que se quedó fuera, pegada a un vampiro que podría hacerla
romper todas sus reglas en lo que a dormir con el enemigo se refería.
El Fisheman´s Daughter era exactamente como decía la publicidad… una taberna
donde se servía cerveza, licor fuerte y comida sustanciosa. Ningún entremés
elaborado, ni decoración cursi para el lugar. Era todo vigas pesadas de madera y
camareras pechugonas.
—Mozas —dijo Janvier cuando ella expresó su pensamiento—. Son siempre mozas
en una taberna.
Ella le observó revisar concienzudamente la carne regordeta y sedosa a la vista.
—Si me gustaran las mujeres, iría por la pelirroja.
—Hmm, demasiado baja. Me gusta mi mujer alta y delgada. —Una sonrisa que le
dijo que él estaba pensando en cosas que, sin duda, harían sonrojar a una mujer de
menos temple—. Pero, para un ménage à trois, serviría.

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—Cualquier hombre que intente meter a un tercero en mi cama debería llevar una
armadura puesta.
Ella jugaba con una estrella de plata, tirándola y pasándola por los dedos.
—¿Posesiva?—dijo Janvier, el timbre de su voz descendiendo—. Yo también.
Al levantar la cabeza para responder, ella se congeló.
—Callan acaba de entrar con una pequeña mujer hispana.
Janvier le recorrió la pantorrilla con el pie.
—¿Una tercera en discordia?
—No. Ella se mueve como si supiera cómo usar esa arma oculta debajo de la
camisa. —Observando a ambos hacer bromas con el cantinero, se comió una gruesa
patata frita—. Es hora de ganarse el sustento. Ábrete camino a su círculo con tu
encanto.
—En ese caso tendrás que fingir ser mi tercero en discordia.
—O puedo fingir ser inofensiva.
Una línea delgada de sangre estropeaba el pulgar de Janvier cuando recogió la
brillante estrella de plata que ella había dejado sobre la mesa. Ni siquiera se inmutó.
—Siempre he sabido patinar del lado equivocado de la línea. —Levantándose,
deslizó la estrella en un bolsillo, y empezó a deambular hacia la barra, sus zancadas
perezosas, de piernas largas capturando todas las miradas femeninas en el lugar…
incluso la de la ejecutora de Callan.
Pero la mujer se puso en alerta inmediata en el instante en que Janvier extendió la
mano para dar un ligero golpe en el hombro de Callan.
—Cal, ¿eres tú?
La ejecutora no se relajó hasta que su jefe grande y rubio se volvió para dar a
Janvier un abrazo y palmearle la espalda.
—Maldición, cajún, ¿sigues vivo?
—¿Por qué diablos todo el mundo me pregunta eso? —dijo Janvier sin calidez
antes de obsequiarle una sonrisa deslumbrante a la ejecutora—. ¿No vas a
presentarme?
Riéndose, el líder del aquelarre, Fox se dirigió a la mujer vampiro a su lado.
—Perida, este es Janvier. No confíes en ninguna palabra que salga de su boca.
Ashwini decidió que era hora de hacer su movimiento.

~29~
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—Es un placer, querida. —Subiendo la mano delicada de la mujer a su boca,


Janvier se acercó a besarla.
Ashwini le puso la mano en el hombro y apretó.
—Yo no lo haría.
—Cher. —Janvier soltó a una Perida sorprendida con un lánguido encogimiento de
hombros—. Eres tan posesiva. —Palabras juguetonas y una broma íntima.
Ashwini levantó los ojos a tiempo de captar la mirada de Callan. Un vistazo y
supo que él había tomado nota de su ropa, su postura, las cicatrices de los dedos,
justo por encima de su pulso. Así que no le sorprendió cuando dijo:
—Cazadora.
—Vampiro. —Se reclinó contra Janvier, permitiéndole que le rodeara la cintura
con el brazo. El contacto la chamuscó, hizo aumentar su hambre de más—. ¿Listos
para irnos?
Janvier jugó su papel a la perfección, enviándole una sonrisa encantadora.
—Callan es un viejo amigo, cherie. —Un achuchón rápido y una sonrisa
asquerosamente zalamera—. Sin duda podemos entretenernos un momentito. ¿Un
trago, Callan?
El líder Fox asintió con la cabeza.
—Imaginé que te engancharías con una mujer que un día pudiera cazarte como a
un perro rabioso.
—Ya lo he intentado —dijo Ashwini, decidiendo que, de todos modos, Callan
obtendría esa información dentro de una hora—. Tres veces.
Callan levantó una ceja mientras Perida trataba de ocultar su sorpresa.
—¿Y habrá una cuarta?
—Depende de cuánto me cabree. —Extendiendo una mano, se la ofreció a Perida
—. Ashwini.
La otra mujer se la estrechó, el toque firme, los ojos entornados.
—Nosotros no nos asociamos con los cazadores.
—Y yo no me acuesto con vampiros.
Eso hizo sonreír abiertamente a Callan, era tan accesible, tan sincero que Ashwini
casi podía creer que era el buen muchachote de campo que parecía.
—Vamos a sentarnos —dijo, ordenando vino en la barra.

~30~
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Ashwini ofreció a Perida una patata frita cuando se sentaron, sabiendo que los
vampiros podían saborear y digerir una pequeña cantidad de alimento sólido.
—Está buena.
La vampiro la aceptó.
—Mmm. Casi me hace desear ser mortal.
—Casi —dijo Callan, sus ojos demorándose en las cicatrices de Ashwini.
Era, pensó ella, un deliberado recordatorio de que él podría sobrevivir a casi
cualquier cosa que le hiciera mientras que ella moriría una muerte definitiva. Pero
esa advertencia estaba clara solo en la periferia de la mente de Callan… era en
Janvier en quien estaba interesado.
—¿Todavía eres amigo de Antoine? —preguntó él después de beber un sorbo de
vino, la pregunta tan casual como podía ser.
—Oui, soy amigo de todos. —Janvier presionó un beso en la mejilla de Ashwini—.
Pero esta vez, a ella no le gusta… ¿cómo se llama?
—Simone. —Ashwini comió varias patatas fritas seguidas en lugar de aclararlo.
Perida picó el cebo.
—¿Por qué?
—¿La has visto? —bufó Ashwini—. Cree que el sol sale de su culo.
La expresión desconfiada de Perida se convirtió en una de absoluta antipatía.
—Es una perra, sobre todo por ser tan patéticamente débil. Hace como que tiene
poder. Gilipollas.
Ashwini enarcó una ceja.
—Creí que tenía trescientos años. No puede ser un peso muy liviano.
—La edad es relativa. —Perida sacudió la cabeza—. Lo único que mantiene esa
sonrisa presumida en su rostro es que le ha puesto a Antoine una correa.
—A Antoine le gustan las mujeres duras —dijo Janvier con un sonido divertido en
la voz—. ¿Recuerdas con la que estaba cuando estábamos en la corte juntos, Cal?
—Esa condesa con seis maridos muertos. —Callan sacudió la cabeza—. Uno
pensaría que con la edad llegaría la sabiduría.
—En cambio, mon ami, por lo que he oído se ha metido en problemas.
Callan dejó su copa de vino.
—¿Ah sí?

~31~
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—¿Juegos, Cal? —Janvier levantó sarcástico una ceja—. Conoces las dificultades
de Antoine… según se cuenta, tú tienes un aquelarre.
—Sabes mucho para ser alguien que está de paso. —Frías palabras, ojos
precavidos.
Janvier se encogió de hombros.
—Me mantiene vivo. Me voy a apartar de Antoine en esta visita, no quiero la
atención de Nazarach.
El líder del aquelarre Fox levantó su vaso de nuevo.
—¿Dónde te alojas?
Ashwini respondió por los dos.
—En ningún lado. Me prometió que estaríamos fuera de aquí esta noche.
Janvier se acercó, murmurando lo suficientemente fuerte como para que los demás
lo oyeran.
—Vamos, cariño, una noche. Te resarciré.
Ashwini frunció el entrecejo, le dejó murmurar más promesas antes de asentir con
la cabeza con obvia renuencia.
—Una noche.
—Entonces —dijo Janvier volviéndose hacia Callan—. ¿Nos puedes hospedar,
viejo amigo?
—Nunca fuimos amigos —replicó Callan—. Pero… podríamos.
Ashwini se encontró relegada a la habitación de invitados en la fortaleza de
Callan, una mansión a las afueras de Atlanta, mientras que el líder del aquelarre se
llevó a Janvier para fumar un “cigarro”. Sabiendo que estaba bajo vigilancia, se
encerró en el cuarto de baño, comprobó que éste no estaba vigilado y entonces trató
de averiguar si podría abrirse paso a través del conducto de ventilación pasado de
moda. Sería muy estrecho, pensó, pero podría hacerlo.
—Nada como el ahora. —Sacándose los pantalones cortos y la camiseta de
tirantes, abrió la ducha y usó el ruido como tapadera para destornillar la chapa y
meterse en el conducto. Apenas había margen de maniobra suficiente para poder
moverse. Era bueno que no tuviera caderas que dieran que hablar.
Manteniendo un mapa mental en su cabeza, comenzó a arrastrarse por el polvo y
montones que cosas pequeñas, redondas y duras en las que prefería no pensar.
Gracias a Dios había completado sus vacunas. El primer cuarto al que llegó estaba
vacío; el segundo lleno de murmullos de hombres y mujeres comiendo. El tercero

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de Cazadores

estuvo a punto de pasarlo de largo porque estaba muy tranquilo, pero algo la hizo
detenerse y darle un segundo vistazo.
La mujer enfrente del tocador era total y absolutamente encantadora. El cabello
estaba increíblemente cerca del oro verdadero, los ojos de color azul eléctrico, labios
carnosos y piel tan suave y perfecta que era casi transparente contra el raso blanco de
su túnica larga hasta el muslo. Y solo había sido vampiro un año.
¿Cómo luciría Monique Beaumont después de un siglo de vampirismo?
Los labios de Ashwini se fruncieron en un silbido silencioso. Teniendo en cuenta
que se necesitaban décadas para que la mayoría de los vampiros alcanzaran el nivel
de perfección física de Monique, la mujer podría avergonzar a los ángeles. Pero ahora
mismo, mientras se cepillaba el cabello, era una sonrisa muy humana la que
coqueteaba con esos lujuriosos labios rojos. Nada en ella gritaba “cautiva”.
Eso coincidía con lo que Nazarach había dicho sobre que Callan la trataría bien
hasta que Antoine estuviera fuera de la ecuación. Como si el pensamiento lo hubiera
conjurado, la puerta se abrió para revelar al vampiro en cuestión, su ruda
masculinidad en contradicción con el azul del techo y el decorado color crema de lo
que era a las claras el tocador de una mujer.
—Callie —dijo Monique con voz ronca de reproche—. Se está volviendo aburrido
estar confinada en esta habitación.
Cerrando la puerta detrás de sí, Callan se apoyó en ella con los brazos cruzados
mientras Monique se giraba en su taburete… para mostrar la elegante longitud de
uno de los muslos esbeltos. El gesto era sexual, pero fue la expresión en los ojos de la
mujer lo que llamó la atención de Ashwini. Depredadora… ¿pero también excitada?
Sintiéndose como una mirona, siguió observando como Monique se pasaba la
mano por su muslo.
—¿Mi padre estuvo de acuerdo con tu rescate?
Los ojos de Callan se clavaron en los dedos de Monique mientras ella se acariciaba
con movimientos lentos e hipnóticos.
—No he pedido rescate.
Monique hizo pucheros, todo sexo y hambre dulce y oscura.
—¿Estás planeando matarme, Callie?

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Capítulo 5

—No eres tan buena, Monique, así que para con el acto de seducción. —
Palabras duras, pero había bajado su voz con el rostro tenso por el esfuerzo.
Levantándose del taburete, la bella vampira cruzó la gruesa alfombra de color
crema.
—Mentiroso. Soy muy buena. Tuve a Jean de mentora.
Poniendo sus manos sobre el pecho ancho de Callan, se puso de puntillas.
—Y tú eres bastante delicioso.
Callan la retuvo con una mano cerrada en un puño sobre el cabello dorado que
gritaba la inmortalidad de Monique.
—Trata de llevarme por la polla, Monique, y te encontrarás con la mano cortada.
Los labios de Monique parecieron volverse más llenos con la amenaza, los pezones
duras puntas contra el raso.
—Tómame. —Se frotó sensualmente contra él—. Será lo mejor que hayas hecho en
tu vida.
—Soy totalmente capaz de tener sexo contigo —le susurró Callan contra su
garganta—, y luego quemarte hasta matarte de verdad.
—Te sería más útil viva. —Temblando visiblemente, Monique recorrió la cara de
Callan con las manos—. Odio a Simone. Ella desvía la atención del abuelo lejos de
mí.
—¿Estás diciendo que traicionarás a Antoine para llegar hasta Simone?
—Estoy diciendo que podríamos trabajar para llegar a un mutuo entendimiento.
—Sus uñas eran perfectos óvalos sobre la piel de Callan—. Deshazte de Simone por
mí, se mi consorte y la mano derecha de mi abuelo. La transición de lo viejo a lo
nuevo.
Callan endureció la mandíbula.

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de Cazadores

—Lo siento, cariño, no juego el papel secundario de nadie, y menos, de una


mocosa sanguinaria que vendería a su propia familia.
Ashwini vio el destello de sorpresa en los ojos de Monique un instante antes de
que Callan la besara. Al oír el gemido de la otra mujer, Ashwini decidió que había
visto más que suficiente para llegar a una conclusión, a pesar de que no tenía ni idea
de cuál podría ser esta. Dos giros equivocados después, se encontró de nuevo en su
cuarto de baño. Saltando por la rejilla de ventilación, reemplazó la cubierta y se
metió en la ducha donde se frotó hasta que la piel le picó.
Cuando salió a la habitación, vestida con pantalones vaqueros y una camiseta, no
se sorprendió al ver a Perida esperándola.
—Nos preocupamos cuando no respondiste a la puerta —dijo la vampira.
Ashwini le tendió una mano con la palma hacia arriba.
—Tapones para los oídos. Odio que el agua me entre en los oídos. —Frotándose el
pelo con una toalla, miró a la mujer de manera interrogante—. ¿Dónde está Janvier?
—Caminando por los jardines.
Ashwini tiró la toalla sobre una silla.
—Creo que iré a reunirme con él. —Sintió los ojos de Perida sobre ella todo el
camino hasta las rosas donde había divisado a Janvier—. No te vas a creer lo que he
visto —dijo, preguntándose si Monique y Callan estarían ahora mismo inmersos en
ese abrazo impulsado a partes iguales por lujuria, ambición y odio.
—Inténtalo.
Lo hizo y tuvo la satisfacción de ver que sus ojos se abrían de par en par.
—¿Crees que Callan todavía tiene la intención de seguir adelante con su plan de
acabar con Antoine y luego deshacerse de Monique? —preguntó.
—Si quiere tomar el poder en Atlanta —dijo Janvier con el pragmatismo de hielo
de un casi inmortal— tendrá que eliminar también a Jean, Frédéric y a los demás.
Ashwini pensó en la crueldad que había visto en la expresión de Callan mientras
hablaba con la vampiro Beaumont.
—Es capaz de ello. Pero, no importa lo que diga, también es susceptible a
Monique.
—Hay una posibilidad de que Monique no quiera ser rescatada —señaló Janvier
—, no si cree que puede conseguir que Callan piense como ella.
—No importa. Nazarach la quiere. —Y ni siquiera la joven vampira más ambiciosa
se atrevería a contradecir a su señor. Los ángeles habían convertido la tortura en un

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fino arte, y los gritos encerrados entre los muros de la casa le decían que Nazarach
era mejor que la mayoría—. Podrías pensar —murmuró—, que Monique tendría
mejor sentido que pedir ser convertida después de ver la vida que llevan Antoine y
Jean.
—Hay ventajas en ser un vampiro. —Janvier se detuvo para coger y llevarse a la
nariz la rama trepadora de un rosal.
El olor era decadente y lujurioso.
—Tal vez —dijo ella, tomando un aliento lleno de perfume—, pero una vez que
Nazarach recupere a Monique, la usará como podría usar una pieza de ajedrez. Y ella
tiene que permitírselo. Durante cien años, no tiene libertad, ni voluntad propia. Va a
ser menos que una mascota.
Dejando caer la rosa, Janvier se metió las manos en los bolsillos.
—Nunca te has preguntado cómo fui convertido. —Había desaparecido la música
habitual de su voz, ahora había algo frágil y duro en cada sílaba.
—Te enamoraste de una vampira.
Se quedó paralizado.
—¿Has estado investigándome? —Su ira estaba oculta, pero era tan evidente como
la luna en forma de hoz en el suave cielo de verano.
—No tuve que hacerlo. —Se encogió de hombros—. Un hombre como tú, con tu
personalidad, no acepta la sumisión fácilmente. Pero si decidiste entregarte a alguien,
harías cualquier cosa por esa persona, incluso si la opción casi te matara.
—¿Soy tan obvio?
—No. —Le miró a los ojos, despojada de una sola capa frágil de sus propios
escudos—. Eres como yo.
—Ah. —Ese hermoso cabello brilló bajo la luz de la luna cuando él comenzó a
caminar de nuevo—. ¿Alguna vez has confiado tan profundamente, cherie?
Sí, y todavía tenía las cicatrices. Las marcas de la espalda casi podía olvidarlas...
pero ¿y las de su alma? Esas, no estaba segura de ser capaz de perdonarlas alguna
vez.
—No estamos hablando de mí. ¿Qué pasó con tu amante?
—Shamiya se cansó de mí después de un par de años. Me quedé a merced de la
más tierna Neha.
—¿La reina de los venenos?
Un guiño lento.

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—Estar en su corte fue... parte pesadilla, parte éxtasis. Nunca he experimentado


tanto dolor como el que sentía en las manos de Neha, pero también me enseñó un
placer que no sabía que podía existir.
Ashwini pensó en la arcángel, con su piel de tono oscuro, su mirada de ojos
endrinos, su sexualidad exótica.
—¿Es por eso que te sientes atraído por mí? —Ella no era una belleza, pero su piel
era del mismo tono del este, sus ojos oscuros—. ¿Debido a que ella te dejó una marca
de alguna manera?
Janvier rió y se trató de un sonido realmente encantador, uno que le había oído
sólo una vez o dos, por lo general, cuando le vencía en una cacería.
—Neha —dijo—, es tan fría como las serpientes que mantiene como mascotas. Tú,
mi cazadora feroz, eres fuego salvaje. No podrían existir dos mujeres más diferentes.
La fría sensación en su estómago se disipó bajo el calor de su risa.
—Así que, ¿qué has aprendido antes de que Callan jugara al hockey de amígdalas
con la señorita Beaumont? —preguntó ella.
—Me pidió que me quedara, que me uniera al aquelarre Fox. —Su cuerpo se rozó
contra el suyo mientras caminaban.
Ella quería acercarse aún más, tocar, ser tocada. Sentirse humana.
—Creí que sabría que tú no eres del tipo que se une.
—Lucharé por lo que es importante —dijo, con voz ausente de sus diversiones
habituales—. Pero esto… este politiqueo mezquino, non.
—¿Es lo que le dijiste a Callan?
—Por supuesto. Cualquier otra cosa le hubiera hecho sospechar. —Asintió con la
cabeza a la izquierda y, al ver el estanque de lirios en la distancia, ella accedió.
—Pero ahora acepta que no voy a tomar partido.
—Es una lástima que haya olvidado al jugador más grande.
—Sólo un tonto se olvida de un ángel. —Se acuclilló junto al estanque, le puso una
mano en la parte posterior de la pantorrilla mientras estaba de pie junto a él.
Dolorida por el contacto que no exigía nada de ella excepto la más humana de las
sensaciones, no se apartó, no se recordó su regla contra citarse con vampiros.
Simplemente se quedó allí y dejó que su calor se le filtrara a los huesos. Era un
enigma, Janvier.
Le había visto frío como el hielo, un depredador, y le había visto bañado por el sol.
Algunos podrían haberse preguntado quien era el hombre real, ella sabía que ambos.

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—¿La amas todavía? —se encontró preguntando.


—¿A quién?
—A la vampira. Shamiya.
La mano le apretó la pantorrilla en suave reproche.
—Una pregunta tonta, cher. Sabes que el amor no puede sobrevivir donde no hay
luz.
Sí, pensó, estaba en lo cierto.
—¿Cómo era?
—¿Por qué tanta curiosidad?
—Me pregunto qué clase de mujer habría capturado a un hombre como tú.
—Pero yo no era este hombre cuando ella me conoció. —Apoyó su cuerpo contra
el suyo—. Era un joven inexperto. He aprendido desde entonces.
Aceptando la respuesta, ella volvió sus ojos a la laguna, donde la hoz de la luna
hacía brillar los lirios con sombras nocturnas. Por primera vez en años, su mente
estaba totalmente tranquila, completamente sola. La paz de ello era extraordinaria.
Cuando pasó los dedos por el pelo de Janvier, este suspiró pero se mantuvo en
silencio.
Tres horas más tarde, la paz era un recuerdo mientras se encontraban en un hueco
del pasillo que conducía a la habitación donde se encontraba retenida Monique.
—¿Estás seguro de que Callan está aún en su estudio?
Janvier asintió con la cabeza.
—Le vi regresar no hace mucho tiempo.
—Bueno, pero incluso si logramos sacar a hurtadillas a Monique de su habitación
— murmuró, asomándose por la esquina—. ¿Cómo podemos hacer que pase por
delante de los vigilantes?
Janvier jugueteó con el kit de ganzúas que había sacado de la nada.
—Esto sería mucho más fácil si pudiéramos usar el nombre de Nazarach.
—Juegos. —Viendo quien ganaba—. Está enfrentando a los dos vampiros uno
contra el otro, y a nosotros contra Callan. No nos importa nada excepto las
debilidades que exponemos en la operación de Callan.
—Nazarach ha crecido rápidamente en edad.
—Se ve en la plenitud de su vida.

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—No. Aquí. —Janvier puso el puño sobre su corazón—. He conocido a Favashi, el


arcángel que gobierna Persia. Ella tiene más de mil años, pero todavía tiene corazón,
todavía tiene una humanidad de la que Nazarach carece totalmente.
Ashwini asintió lentamente.
—También hay vampiros así.
—Si alguna vez me convierto en uno, Ashpada, considera que es un homicidio por
piedad y elimíname.
—Shh. —Divisando la pequeña forma de Perida que venía para relevar al guardia,
hizo un gesto a Janvier para que retrocediera—. Tomamos a Perida de rehén, la
usamos para sacar a Monique.
—Callan disparará a Perida para mantener a Monique —le contestó Janvier—.
Perida le dejaría, sabe que no morirá a menos que Cal resulte ser un muy mal tirador.
—Y la gente me llama a mí loca. —Acuclillándose en el hueco, dejó escapar un
suspiro—. Si disparamos los detectores de humo, ¿provocarán pánico?
—Los vampiros son inmunes al humo —murmuró Janvier, los ojos verdes como el
pantano de noche—, pero no al fuego. Prende fuego a algo si realmente quieres
causar pánico.
—No quiero matar inocentes.
—Ningún vampiro de más de cincuenta es inocente, cherie. —Pero su voz era
suave—. Podemos usar las cortinas del vestíbulo, las alejaremos lo suficientemente,
sin poner en peligro a nadie de las habitaciones.
Ashwini revisó su bolsillo y sacó un encendedor de lo que Sara llamaba su kit de
Girl Scout.
—Ve a distraer a Perida.
Un destello de dientes, pecado puro en una sonrisa.
—Recuerda, tú me has pedido que lo haga.
Entrecerrando los ojos, esperó a que él diera un rodeo para entrar en el pasillo
desde el otro extremo. Perida fue inmediatamente a interceptarlo, y mientras Janvier
coqueteaba con ella usando ese perezoso encanto cajún, Ashwini descolgó con
suavidad las cortinas, con la esperanza de que no hubiera cámaras de seguridad en el
pasillo. No había visto ninguna, pero se habría sentido mejor si hubiera podido
realizar un escaneo completo.
Desafortunadamente, no había tiempo, según los rumores que Ashwini y Janvier
habían recogido, Callan tenía la intención de actuar contra Antoine mañana por la
mañana. En el instante que lo hiciera, Atlanta se convertiría en un baño de sangre

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cuando los vampiros Beaumont se alzaran contra el aquelarre Fox. Conociendo a


Nazarach, el ángel dejaría que la ciudad ardiera sin importarle que fueran inocentes
los que quedaran atrapados en ese infierno.
Conteniendo la respiración hasta que el borde de la cortina parpadeó en amarillo,
regresó a su escondite justo cuando Perida reía y empujaba suavemente a Janvier en
el pecho. Este se puso la mano sobre el corazón de manera dramática pero retrocedió,
gritando un bonne nuit amistoso mientras desaparecía por la esquina.
Perida aún sonreía cuando llegó a su lugar frente a la habitación de Monique. No
duró mucho.
—¡Fuego! —gritando la advertencia, abrió la puerta de Monique y corrió para
agarrar a la rehén.
Era evidente que la hermosa vampira Beaumont había estado durmiendo, su
cuerpo estaba envuelto en un camisón transparente blanco que apenas le llegaba a
los muslos.
Sin embargo, evaluó la situación rápidamente.
—Vete a ayudar a apagar el fuego —ordenó a Perida—. Ya salgo yo.
En vez de obedecer, Perida la tomó del brazo y comenzó a tirar de ella por el
pasillo.
—No lo creo, señorita Beaumont. Te quedas conmigo.
—¿A dónde exactamente crees que voy a correr en camisón y descalza? —Fue la
letal respuesta educada.
—Eres tan inmortal como yo —dijo Perida, con la mirada fría de una ejecutora—.
Un poco de frío y unos pocos cortes no te supondrán muchos inconvenientes más
que durante un par de minutos.
—Entonces, tal vez quisiera quedarme por otro motivo. —Su tono era insinuante
—. Él es bastante delicioso.
Perida enderezó al espalda como si tuviera una vara de acero… dejándola
vulnerable durante el más ligero instante. Era todo lo que Ashwini necesitaba
Deslizándose detrás de la ejecutora, golpeó a Perida lo bastante fuerte en la nuca
como para haber matado a un ser humano. A la vampira sólo la puso fuera de juego.
La otra vampira, la hermosa, la miró fijamente.
—¿Quién eres tú?
—He sido enviada para recuperarte.
—No planeo marcharme.

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Capítulo 6

Ashwini ofreció a la otra mujer la sonrisa que había aprendido a formar en ese
infierno de blanco sobre blanco al que su hermano la había arrojado, todo mientras le
decía que le haría más daño a él que a ella.
—Firmaste tu contrato con sangre. Ahora te encuentras en moratoria.
La cara de Monique se quedó blanca.
—Seguramente él no me va a obligar a rendir cuentas por ello. —Una voz fina
como un alambre—. Estaba bajo coacción.
—No lo parece. Ahora cállate y sígueme.
El hecho de que Monique se volviera mansa de pronto le dijo a Ashwini todo lo
que necesitaba saber sobre Nazarach.
—Por aquí. —Agarrando el brazo de la vampiro, empujó a Monique al hueco un
instante antes de que varios de los hombres de Callan llegaran por el pasillo.
Levantando el brazo, señaló hacia el humo.
—¡El fuego está por ahí!
Uno casi se detuvo, entrecerrando los ojos, pero entonces llegó un grito cuando
alguien encontró la forma desplomada de Perida y se fue corriendo.
Ashwini sacó a Monique del hueco y corrió pasillo abajo a una velocidad
vertiginosa.
—¡Ash!
Girando hacia la puerta que Janvier había abierto, casi tiró al objetivo dentro antes
de cerrarla. Un soplo de viento en su rostro le hizo notar las puertas del balcón
abiertas, podría haber besado a Janvier en ese momento. Luego este alargó la mano
hacia atrás para sacar la ballesta que ella se había resignado a abandonar, junto con el
resto de las cosas de su petate. Oscilando el arma preciosa sobre su cabeza, apretó los
labios sobre los sorprendidos suyos en una caricia dura y picante.

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—¿Supongo que no has logrado agenciarte un coche, también?


El Cajún parpadeó, sacudió la cabeza y sonrió.
—Podemos hacer esto una vez que estemos fuera.
Se movieron incluso mientras hablaban, en dirección al balcón.
—¿Puedes saltar? —preguntó a Janvier.
Su respuesta fue agacharse sobre la barandilla.
—Monique. —Le tendió una mano.
Ashwini quería cortar esa mano blanca como un lirio que deslizó en la de él, la
piel de Monique era tan perfectamente delicada como los huesos finos de su rostro.
En vez de eso, siguió vigilando la puerta mientras los dos vampiros saltaban la
considerable distancia al suelo y aterrizaban a salvo, como un gato sobre sus patas.
Janvier alzó la mirada justo cuando alguien comenzaba a patear la puerta del
dormitorio. Corriendo hacia atrás, cerró las puertas del balcón para frenarlos un poco
más, luego se lanzó por encima de la baranda. Janvier levantó los brazos en una
promesa de cogerla, pero Ashwini no confiaba en nadie tanto.
Ajustando el delgado cable incrustado en la pulsera que llevaba en la muñeca
izquierda, ató un extremo alrededor de los puntales de balcón, luego envolvió el
resto alrededor de sus manos y bajó en rapel a una velocidad que le cortó las palmas.
Dejó el cable de donde estaba, sabiendo que los vampiros Fox no tendrían ningún
uso para él, y se volvió para encontrar a Janvier esperándola con la ceja arqueada.
—Coche —dijo ella enfáticamente.
Él saludó con la mano izquierda.
—El camino es por ahí.
—Va a ser un hervidero de gente de Callan. —Frunciendo el ceño, dobló a la
derecha—. ¿No hay un garaje por allí?
Los ojos de Janvier brillaron.
—Creo que vi un Hummer hace una hora.
Se miraron. Sonrieron.
—¿Qué? —Monique hizo una demostración cambiando el peso de un pie al otro,
como si tuviera frío, cuando la temperatura estaba muy por encima de ser templada.
—Sigue adelante —dijo Ashwini y fue hacia el garaje, a sabiendas de que la
vampira haría lo que le indicaba, el miedo en sus ojos ante la simple alusión a la ira
de Nazarach había sido duramente real.

~43~
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El garaje estaba cerrado, pero no había guardias, probablemente gracias al fuego.


—Allá arriba. —Ashwini señaló la ventana justo debajo del techo.
Janvier no se hico esperar. Retrocedió varios metros, se acercó a la pared de una
carrera y saltó a la repisa de la ventana con un único salto poderoso. Al oír el suspiro
de Monique, Ashwini se giró.
—¿No has visto a nadie hacer eso antes? —Ella había asumido que todos los
vampiros antiguos podían moverse con esa gracia salvaje.
La rubia negó con la cabeza con los labios entreabiertos y los ojos bien abiertos.
—Estoy bastante segura de que ni siquiera el abuelo puede moverse de esa
manera y está empezando su sexto siglo.
Llovió cristal cuando Janvier atravesó la ventana y cayó al interior del garaje... en
el último momento. Porque Ashwini podía sentir el trueno de la persecución bajo las
plantas de los pies. Sacando la pistola, se dirigió a Monique.
—¿Tienes capacidad ofensiva? ¿Sabes cómo disparar un arma?
—Mi cara y mi cuerpo son mis armas, Cazadora del Gremio. —Un toque de esa
burla de la clase alta entró en su tono—. El sexo es igual de físico.
—El matón para ti. —Golpeó con el puño la puerta del garaje—.¡Date prisa,
Janvier!
—¿Desde cuándo es un vampiro parte del Gremio de Cazadores? —preguntó
Monique, deslizándose detrás de Ashwini cuando el primer perseguidor apareció
rodeando la esquina, con la mano en alto mostrando un arma de fuego
impresionante.
Haciendo caso omiso de su brazo, Ashwini le disparó a la pierna. Se desplomó
como si fuera de papel, pero ya había un segundo hombre, y luego un tercero.
—¡Janvier!
La puerta se deslizó hacia atrás lo suficiente para que Monique y Ashwini
entraran. Janvier ya estaba abriendo las puertas del Hummer para cuando se giró… y
vio el vehículo de un color amarillo brillante ronroneando de manera tranquila.
—Qué sexy. —Girando sobre los talones, disparó a las piernas de dos
perseguidores más.
—¡Allons!
Disparando una última vez, trepó a la parte delantera, mientras que Monique se
acurrucaba en la parte trasera.
Janvier le dirigió una sonrisa.

~44~
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—El cinturón de seguridad.


—Hecho. —Apoyando los pies, asintió con la cabeza—. ¡Vamos!
Salieron del garaje con un chirrido de metal doblándose y dejando las puertas
rotas colgando tras ellos. Sonaron gritos cuando hombres y mujeres salieron del
camino, pero el Hummer no se iba a detener por nadie. Y cuando las balas rebotaron
en los laterales, Ashwini sonrió.
—Supongo que Callan también es paranoico.
—Por suerte para nosotros. —Janvier metió una velocidad más alta y aceleraron
sobre el césped bien cuidado de Callan, en el camino se estrellaron contra un seto o
tres.
Ashwini aprovechó la oportunidad para recargar su arma y giró la cabeza para
comprobar si Monique todavía estaba viva. La vampira rubia la miró con los ojos tan
abiertos, que solo se veía lo blanco.
—Estáis locos.
Sonriendo, Ashwini se retorció para mirar hacia delante… justo a tiempo de ver
otro Hummer dirigiéndose hacia ellos para interceptarlos por la derecha.
—Janvier, ¿ves eso? —Bajó la ventanilla—. Callan conduce.
—Distráele, cher.
—Estoy en ello. —Calmando la mente hasta que no hubo nada y nadie más en ella,
apuntó al blanco en movimiento. Su primera bala golpeó la llanta, pero la segunda
fue un tiro al blanco—. Tiene un revestimiento de protección en los neumáticos —
murmuró cuando la bala no pudo hacer ningún daño. Dejó caer el arma, cogió la
ballesta y ajustó un dardo.
El Hummer rebotó con fuerza mientras atravesaban un pequeño seto de flores
pequeñas para llegar a la carretera, pero ella mantuvo su atención en el otro
vehículo, haciendo caso omiso de los disparos hechos en su dirección. La cara de
Callan entró en su punto de mira de manera sorprendentemente clara cuando el otro
vampiro giró su negro Hummer a la izquierda en un intento de cortarles el paso.
—Lo siento, Callie —susurró Ashwini casi para sí misma—, hoy no.
El dardo se estrelló contra la rueda trasera del Hummer, desviando el vehículo
hacia un lado. Sólo frenó a Callan unos segundos, pero unos segundos eran todo lo
que necesitaban.
—¡Abajo! —gritó Janvier mientras conducía a toda velocidad hacia las puertas de
metal a través y sobre los coches que formaban barricadas. El vidrio de seguridad
llovió sobre la cabeza de Ashwini y el Hummer se quejó de manera inquietante, pero

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luego, de repente, estuvieron en la carretera, alejándose de Callan y de su equipo


mucho más rápido de lo que nadie podría alcanzarles.
Levantando la cabeza, se sacudió el polvo del cristal... y vio el hombro de Janvier
clavado en el asiento con una púa de metal que tenía que haber salido de la puerta.
Todavía conducía, con los dientes apretados y su rostro desgarrado y roto. Haciendo
caso omiso de la gran cantidad de quejas de Monique que provenían del asiento
trasero, Ashwini se desabrochó el cinturón de seguridad, se giró para apoyar la
espalda contra el tablero y se apoderó de la púa.
—¿Listo, cher?
Él le dirigió una sonrisa teñida de color rojo sangre.
—Venga.
Sabiendo que el vampirismo no protegía contra el dolor, agarró con firmeza,
esperó a que estuvieran en un tramo llano de carretera y tiró. Janvier juró en una
corriente rápida de francés y cajún, pero logró mantener el coche en la carretera.
Cuando miró el grosor de lo que había retirado, ella sintió que se le revolvía el
estómago.
—La cabrona es más grande que una flecha.
—Es bueno saber que no dolerá tanto cuando me dispares.
Dejó caer el metal en la alfombrilla del coche y regresó a su asiento.
—Será mejor que llame a Nazarach. —En este mismo instante, no podía pensar en
disparar a Janvier, no cuando había sentido su mano en la cabeza al atravesar esa
puerta.
Monique gimió.
—No me lleves de vuelta a él. Por favor.
—Conoces las reglas. —El tono de Janvier fue más duro que el que Ashwini le
había oído nunca—. Conocías las reglas mejor que la mayoría de los candidatos antes
de decidir ser convertida. No trates de cambiarlas ahora.
—No sabía que daría tanto terror. —La vampira miró a los ojos de Ashwini por el
espejo—. ¿Le has visto? ¿Te reuniste con él?
Ante el asentimiento de Ashwini, Monique continuó.
—Ahora imagina estar a solas en una habitación con él, imagínale caminando a tu
alrededor mientras estás ahí parada tratando de no pensar en todas las cosas que
podría hacerte… sabiendo que permanecerás consciente de todas ellas.

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—No tengo que imaginarlo —dijo Ashwini, con la garganta ronca por el recuerdo
—. He estado en equipos de rescate del gremio. He visto a vampiros sobrevivir a
cosas a las que nadie debería sobrevivir.
—Todo se cura —susurró Monique—. Una vez vi a Jean perder ambas piernas
como castigo. Se curó. Entonces pensé que no sería tan malo. Pero la mente... no se
cura. —Su mirada fue a Janvier, pero el otro vampiro estaba concentrado en la
carretera, con el rostro desgarrado mientras se reparaba a sí mismo ante los ojos de
Ashwini.
Se dio cuenta de que pronto necesitaría sangre. Mucha. Ya parecía más delgado,
los huesos destacando con fuerza contra su piel.
—¿Puedes llevarnos hasta Nazarach? —preguntó.
—¿Me vas a ofrecer tu dulce sangre si digo non?
—Esto responde a la pregunta.
Una pequeña sonrisa, bordeada de líneas blancas.
—Un favor, cher. Límpiame la sangre de la cara.
Arrancándose la parte inferior de la camiseta, limpió sus ojos antes de hacer lo
mismo con el resto de su cara.
—¿Alguna vez te ha vuelto a crecer un miembro?
Frías sombras en el verde musgo.
—Pregúntamelo cuando estemos solos. —Sus ojos miraron por el espejo retrovisor
un segundo—. Habría pensado que serías una de las favoritas de Nazarach,
Monique. Le gusta la belleza.
Monique se estremeció, envolviéndose en los brazos con firmeza a pesar de la
cálida temperatura ambiente.
—A él le gusta más el dolor. Espero por Dios que nunca me lleve a su cama.
—¿No lo ha hecho ya? —Janvier no hizo ningún intento de ocultar su sorpresa.
Una débil risa provino desde el asiento trasero.
—Dice que necesito tiempo para madurar, para aprender a tomar el "placer" que él
ofrece.
—Mierda —murmuró Ashwini—. Ahora está haciendo que sienta lástima por ella.
—No —dijo Janvier—. Ella hizo su elección. Ahora está tratando de manipularte.

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—Por supuesto que sí. —Ashwini sonrió ante la mirada que él le disparó—.
Monique espera que luche por ella contra Nazarach, lo que probablemente hará que
me maten y desvíe la atención de ella.
Un silencio frío desde la parte trasera. Luego.
—Eres más lista de lo que pareces, Cazadora del Gremio.
—Caramba, gracias. —Aspirando, hizo girar los hombros para reacomodar los
huesos—. Nos enseñan bien en la Academia del Gremio. ¿Sabes cuál es una de las
primeras reglas de la caza?
—Ilumíname. —Hielo goteaba de las palabras.
—Nunca, nunca, sientas compasión por un vampiro. Cogerán esa lástima y la
utilizaran para arrancarte la garganta, sonriendo todo el tiempo.
—Yo era tan humana como tú hace un año —dijo Monique.
—La palabra clave es "eras". —Sacó su móvil—. Ahora te has convertido, y eres lo
que Nazarach te ha convertido.
El ángel se alegró de oír que su mascota había sido recuperada.
—Tráela aquí, Cazadora del Gremio. Tenemos cosas que discutir... y estoy seguro
que está muy ansiosa de reunirse con su familia.

* *
Ashwini reconoció a Antoine Beaumont y Simone Deschanel por las fotos. Sin
embargo, en ninguna de las imágenes que había visto estaban sus rostros recubiertos
del brillo de la fina capa de puro terror. Antoine lo escondía bien, pero todo su ser
estaba concentrado en el ángel que estaba relajado en las ventanas frente al sofá azul
real, donde los otros dos estaban sentados. Simone, fragante y sexy con un vestido
rojo brillante, no era tan buena en ocultar sus emociones. Retorcía sus manos una y
otra vez sobre el regazo mientras sus ojos seguían cada pequeño movimiento de
Nazarach.
Cuando Ashwini y Janvier entraron con Monique, habiendo hecho una rápida
parada para comprarle un par de vaqueros y una camiseta, los ojos de Antoine
saltaron hacia su muy lejana nieta, pero Simone continuó con la mirada fija en el
depredador más peligroso de la habitación.
—Monique —dijo Nazarach con una voz suave que se envolvió alrededor de la
garganta de Ashwini como una soga—. Ven aquí, mi dulce.
La vampira rubia se acercó a su amo con pasos titubeantes.

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de Cazadores

—Sire, no elegí romper mi contrato. Por favor, créame.


—Humm. —Alzó la mirada—. ¿Qué dices, cazadora?
Ashwini se obligó a hablar a través de la opresión en su garganta.
—He hecho mi tarea. Mi trabajo termina con su regreso.
—Tan política. —Poniendo una mano sobre la cabeza de Monique, mientras ella se
arrodillaba delante de él, Nazarach sonrió—. No pasa nada. Voy a obtener mis
respuestas. Y te quedarás para el banquete, por supuesto.
—Tengo que volver a mis deberes con el gremio.
Unos ojos color ámbar la congelaron en el sitio.
—No fue una invitación, Cazadora del Gremio.

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Capítulo 7

—No tiene derecho a mantenerme aquí —murmuró Ashwini mientras se


sentaba para cepillarse el cabello seco y Janvier examinaba su rostro en el espejo.
Después de haberse bañado y limpiado, parecía aún más flaco de lo que lo había
estado en el coche, sus pómulos eran como cuchillas contra su piel—. ¿Cuánta sangre
necesitas?
—Lo bastante para que tenga que tomarla directamente de la vena. Más fuerte,
más rica, más nutritiva.
Ashwini tensó la mano sobre el mango del cepillo.
—¿Audrina?
—Si se ofrece. —Se encogió de hombros—. ¿Te ofrecerías tú, cher?
—Si te estuvieras muriendo frente a mí, sí.
Una pequeña sonrisa, los labios tensos.
—Me sorprendes de nuevo. Pero no, no quiero tu sangre, no hasta que los dos
estemos sudando y desnudos, y estés gritando mi nombre.
Su mente formó la imagen con demasiada facilidad, algo caliente y enmarañado
que le hizo apretar los músculos internos mientras se humedecía preparándose.
—Muy seguro de ti mismo, ¿no?
—Sé lo que quiero. —Aquellos ojos nacidos en el pantano hicieron inventario de la
cabeza a los pies, con varias paradas en el medio.
—Y como he dicho, no hay placer en un bocado.
Ella se preguntó si podría desear su toque más de lo que lo hacía ahora.
—Es algo temporal. —Una locura temporal.
—No en el orgasmo —murmuró—. Entonces, hace que el placer se multiplique y
crezca y crezca y crezca hasta que se hace cargo de todo tu ser.
Su cuerpo empezó a rebelarse contra su control así que le señaló con el cepillo.

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—Ve a alimentarte. Necesito que estés sano si vamos a sobrevivir a este banquete.
—¿Confías en mí para que te ayude?
—No. Sólo quiero ser capaz de utilizarte como escudo, ahora mismo apenas eres
lo bastante ancho para ocultar la mitad de mí.
Y, sin embargo, a pesar de todo, era crudamente hermoso. Como si hubiera sido
despojado de su verdadera esencia.
—Tienes razón. —Enderezándose, se dirigió hacia la puerta—. Cuando regrese,
hablaremos. Los banquetes de Nazarach tienen la costumbre de convertirse en
mortales sin previo aviso.
Las palabras de Janvier cayeron en su cabeza y dieron vueltas mientras Ashwini
atravesaba la puerta de la sala de banquetes, la larga mesa repleta de alimentos y
botellas que brillaban con un color rojo oscuro. Comida y sangre.
Y carne.
Monique estaba arrodillada modestamente al lado de Nazarach mientras el ángel
se sentaba en la silla a la cabecera de la mesa, hablando con Antoine. La ex rehén,
cuyo pelo era una cortina de oro, estaba vestida con un elegante vestido que gritaba
alta costura. La tela de un intenso carmesí lograba cubrir su torso y dejar el resto
desnudo, sin parecer desastrada.
Monique no era la única en exposición. Simone estaba sentada a la izquierda de
Antoine y también estaba vestida como una invitación. De hecho, todas las vampiras
alrededor de la mesa estaban vestidas de una manera similar: a clase alta, sexo de
lujo a excepción de la camiseta de Perida, sentada junto a Callan. La mirada de la
ejecutora fue de pura furia cuando vio a Ashwini.
Pero Ashwini estaba más preocupada por el hecho de que Nazarach había
invitado a ambas facciones, ya sea porque había decidido poner fin a la disputa... o
porque planeaba jugar al más letal de los juegos.
El ángel levantó la vista en ese momento, los ojos de color ámbar tan llenos de
gritos que Ashwini se preguntó cómo podía dormir.
—Cazadora del Gremio. —Hizo gestos con la mano hacia un asiento en la parte
central de la mesa. Janvier ya estaba sentado en el lado opuesto, habiendo sido
convocado antes.
La opresión en el pecho se relajó al verlo sano y salvo. Mientras tomaba asiento, se
dio cuenta de que Nazarach les había puesto a ella y a Janvier justo en el medio,
¿para escuchar mejor y difundir la palabra de sus decisiones, sus crueldades? Era, se
vio obligada a admitir, un método eficaz de hacer llegar el mensaje. No hay

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necesidad de matar a cientos de personas. Realiza una acción lo bastante cruel y


nadie se atreverá a levantarse contra ti otra vez.
El hombre junto a Ashwini esperó a que la atención de Nazarach estuviera en otra
parte antes de hablar.
—Traer a mi hermana de vuelta fue el peor movimiento que has hecho.
Mirando a esos ojos azul eléctrico, esa piel perfecta, levantó las cejas.
—¿Es una amenaza?
—Por supuesto que no. —Los ojos de Frédéric Beaumont fueron glaciales cuando
la miró—. Nunca amenazaría a una Cazadora que cuenta con el favor de Nazarach.
—Chico listo.
Y él le arrancaría la garganta en el instante que pensara que podía salirse con la
suya. Eso no significaba que no pudiera usarle.
—Estás en el negocio de la armas, según he oído.
Para su crédito, Frédéric siguió el cambio abrupto de tema con facilidad.
—Sí.
—¿Sabes dónde podría conseguir algunos lanzadores de granadas de mano?
Una pequeña pausa.
—¿Puedo preguntar por qué los necesitas?
—Sólo pensaba que podrían resultarme muy útiles algún día. —El sueño había
sido extraño, fragmentado. Todo lo que podía recordar era pensar que los
lanzagranadas le hubieran venido muy bien. Y teniendo en cuenta sus sueños… —
Me gusta estar preparada.
—Puedo tener el nombre de un proveedor. —Frédéric continuó mirándola—.
Estás un poco fuera de sintonía con el mundo, ¿no es así, cazadora?
—O el mundo está fuera de sintonía conmigo —dijo mientras Janvier llamaba su
atención.
Una advertencia ardía en esas verdes profundidades que ella estaba acostumbrada
a ver llenas de risas, y la fuerza de ello la heló hasta el alma. Fuera cual fuera el
infierno que Nazarach había planeado, Ashwini no quería estar aquí para verlo.
Brevemente, consideró llamar al Gremio, pero ¿por qué poner a Kenji y Baden en
peligro si Nazarach sólo los quería como público?
Un repentino silencio.

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Ashwini sabía que las cosas habían comenzado incluso antes de que se girara para
ver a Nazarach levantando una copa de vino.
—Por una conversación inteligente y nuevos comienzos.
Le llevó unos segundos entender por qué esas palabras empaparon la habitación
con miedo. Antoine y Callan sentados frente a frente, la vieja guardia y la nueva. Sólo
uno, pensó, iba a salir de esta con vida.
—La supervivencia del más apto —murmuró para sus adentros.
Sin embargo, Frédéric respondió.
—No siempre. —Acercándose, le rozó el hombro con el suyo—. A veces, es la
supervivencia de los que pueden jugar mejor.
Se giró hacia él.
—Tu hermana conseguirá que la maten a menos que aprenda.
Esos labios llenos se curvaron.
—Monique es muy buena haciendo que los hombres hagan lo que ella quiera.
—Sí, pero Nazarach no es un hombre. Y creo que ella puede olvidarlo un día.
Dos parpadeos lentos.
—Ella no va a morir. No esta noche. Nazarach la humillará hasta la sumisión y
eso será suficiente.
Ashwini escuchó la corriente de ira en su voz, y era comprensible, pero había algo
más, algo que hizo que sus sentidos ocultos retrocedieran. Siguiendo esa mirada
sensual mientras acariciaba la curva de los hombros desnudos de Mónique, negó con
la cabeza.
—Por favor, dime que lo que estoy pensando está equivocado.
—Todo el mundo muere —susurró Frédéric, su voz refinada fue como papel de
lija sobre su piel—. Es mejor elegir los compañeros entre los que te acompañarán
durante la eternidad.
Dejando el vaso de agua, ella se tragó el nudo.
—Esa es una manera única de pensar.
—Mucho mejor que la de Janvier. —Frédéric miró al otro lado de la mesa y los dos
hombres se miraron a los ojos—. Él te persigue, pero tú te convertirás en polvo en
cuestión de décadas, si no antes. Tal relación no tiene sentido.
Trazando el perfil de Janvier, saludable y sin mancha, una vez más, negó con la
cabeza.

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—Hay placer en la danza, placer que nunca conocerás. —Porque ella entendía sin
preguntar que Monique y Frédéric habían estado inmersos en esa relación no
saludable desde mucho antes de que fueran convertidos.
Frédéric continuó sosteniendo la mirada de Janvier.
—Sea cual sea el placer que hay, el dolor le atormentará mucho más tiempo.
—¿Y si Nazarach decide que Monique es prescindible? —susurró.
Su cabeza giró hacia ella de golpe y no fue la locura en esos ojos antes humanos
los que le hicieron temer por la clase de vampiro en la que se convertiría con la edad.
—Destruiré a cualquiera que trate de apartarla de mí.
Ashwini no respondió, pero tenía la idea de que tampoco Frédéric Beaumont iba a
tener una vida muy larga. De hecho, ella, con su lamentable vida humana, podría
sobrevivir a este casi inmortal. Porque nadie podría hacer frente a un ángel del poder
de Nazarach, excepto uno de la Cátedra de los Diez, y si Frédéric no lo entendía…
Unos dedos helados de miedo se arrastraron por su columna vertebral cuando
Nazarach se levantó, desplegando sus alas, de un brillante ámbar y de una terrible
belleza, hasta que dominaron la habitación. Ese miedo era muy sano. Lo sostuvo
contra ella, un escudo contra el impacto del poder que emanaba de él. Por primera
vez, le vio realmente, entendió realmente lo inhumano que era, lo completamente
lejano que estaba de la vida terrenal.
Este ser les veía a todos, vampiros y humanos, como nada más que juguetes
interesantes, divertidos o irritantes, en función de su estado de ánimo.
—No tengo nada en contra —comenzó el ángel, su voz tranquila... y cortante como
una cuchilla desenvainada—, de que mis vampiros solucionen sus problemas entre
ellos. Sin embargo, cuando lo lleváis a este nivel, cuestionáis mi control sobre
vosotros. —Su mirada fue a Antoine, a continuación a Simone. Permaneció sobre la
mujer aterrorizada varios segundos—. Por supuesto —dijo en voz baja—, algunos de
vosotros parecéis creer que podéis hacer un mejor trabajo que un ángel que ha vivido
700 años. ¿No es así, Simone?
Los dedos de Simone temblaban con tanta fuerza que el líquido rojo de su copa de
vino se derramó sobre el borde cuando la puso sobre la mesa.
—Sire, yo nunca…
—Las mentiras —interrumpió Nazarach—, son algo que no me gusta.
—Sire —dijo Antoine, poniendo una mano protectora sobre la de su compañera—,
asumiré la responsabilidad de los errores. Soy la parte más vieja.
Los ojos color ámbar de Nazarach brillaron cuando miró al vampiro.

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—Noble como siempre, Antoine. Ella te vendería al mejor postor, si llegara el


momento.
Antoine esbozó una sonrisa.
—Todos tenemos nuestras debilidades.
Nazarach se echó a reír y hubo un atisbo de diversión en eso, pero era la diversión
de un inmortal, un cuchillo que hacía sangrar a los demás.
—Estoy muy contento de que Callan no lograra matarte, Beaumont. —Girándose,
miró al hombre que acababa de mencionar—. El joven león, no es muy bueno en
proteger lo que pretende conservar. —Su mano acarició el cabello de Monique de
nuevo, una burla silenciosa y sin piedad.
Los ojos de Callan cortaron a Janvier.
—Confié con demasiada facilidad. No volveré a cometer ese mismo error.
—Ese error —corrigió Janvier encogiéndose de hombros con despreocupación—,
te salvó la vida.
La expresión de Nazarach no cambió, pero su voz contuvo una capa de escarcha.
—El Cajún tiene razón. Tomaste lo que era mío. ¿Por qué no debería arrancarte los
huesos de la piel mientras gritas?
Callan se puso en pie, luego cayó sobre una rodilla.
—Mis más sinceras disculpas, Sire. Yo… actué con exceso de celo en mi intento de
demostrarte que puedo dar un mejor servicio que los que dan la posición por
sentada.
Por un momento, no hubo ningún sonido, y Ashwini supo que era el momento del
juicio. Cuando Nazarach plegó las alas contra su elegante espalda, nadie se atrevió a
respirar.
—Simone —dijo con esa voz suave y peligrosa—. Ven aquí.
La mujer delgada se levantó, temblando con tanta fuerza que apenas podía
caminar. Antoine se levantó con ella.
—Sire —comenzó.
Nazarach sacudió la cabeza con una fuerte negativa.
—Sólo Simone. —Cuando pareció que Antoine iba a abrir la boca, el ángel dijo—:
no soy tan indulgente Antoine, ni siquiera por ti.
Claramente reacio, Antoine volvió a tomar asiento. Y ese, pensó Ashwini era el
precio de la inmortalidad. Renunciar a parte de tu alma. Vio cómo Simone llegaba

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donde el ángel, pero antes de que pudiera ponerse de rodillas, Nazarach la cogió por
los brazos y bajó la cabeza hacia su oreja.
Lo que le dijo, nadie lo sabría jamás. Pero cuando se volvió de nuevo a la
habitación, su rostro era un bloque de puro blanco, sus huesos se marcaban bajo la
piel. Nazarach mantuvo la mano derecha sobre su hombro mientras fijaba la mirada
en los ojos de Antoine.
—Parece que Simone será mi invitada durante la próxima década. Ella está de
acuerdo en que tiene algunas lecciones que aprender sobre cómo tratar con los
ángeles.
Antoine tensó la cara pero no interrumpió.
—Tú permanecerás leal a mí, Antoine. —Una orden silenciosa, una advertencia
brutal, sus dedos jugando sobre la cada vez más pálida mejilla de Simone—.
Absolutamente fiel.
—Sire. —Antoine inclinó la cabeza, apartando la mirada de la mujer a la que
llamaba suya.
Pero Nazarach no había terminado.
—Por lo que has hecho, te perdono la vida, pero no la de los hijos de tus hijos. No
habrá más vampiros Beaumont, no durante otros doscientos cincuenta años.
Frédéric contuvo el aliento y Ashwini no tuvo que preguntar para saber por qué.
Al vampiro le habían dicho que no podría tener hijos a menos que deseara verles
morir. Y puesto que los vampiros no eran fértiles durante mucho tiempo después de
la transformación, eso significaba que nunca jamás tendría un hijo.
Callan había permanecido inmóvil durante todo este tiempo, pero levantó la
cabeza cuando Nazarach dijo su nombre.
—Si deseas que tu aquelarre permanezca en Atlanta, tendrás que firmar otro
contrato. Un siglo de servicio.
En la superficie parecía que era casi un castigo fácil. Después de todo, Callan
buscaba servir a Nazarach. Pero al ver la forma en que la mano de Nazarach se
movía sobre la cabeza de Monique, Ashwini sabía muy bien que el ángel comprendía
que había algo entre la bella vampira y el líder del aquelarre Fox. Y usaría ese
conocimiento para atormentar a Callan cuándo y cómo le diera la gana.
No hubo sangre esa noche. No donde alguien pudiera verla. Pero cuando Ashwini
vio a Simone ponerse de rodillas al otro lado de Nazarach, entendió que algunas
heridas sangrarían ríos de dolor que mancharían a personas y lugares. Los gritos
silenciosos de Simone ya se estaban entretejiendo en los elegantes arcos de la casa de
Nazarach.

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Capítulo 8

Ashwini jamás había estado más feliz de salir de un sitio. Partiendo con las
primeras luces, no respiró aliviada hasta que el taxi estuvo por lo menos a diez
minutos de la casa de la plantación.
—Notaste cosas en la casa de Nazarach —comentó Janvier a su lado.
—No sólo en su casa. —Si hubiera tenido que tocar a Nazarach... Su alma tembló
de horror—. Y también está lo de Antoine. Incluso Simone. Ha hecho algunas cosas
muy desagradables en sus tiempos.
—Y aún así lo sientes por ella. —Janvier suspiró—. ¿Por qué soy el único por el
que nunca lo sientes?
—Porque tú eres un dolor en el culo.
Sonó una risa masculina mientras el taxista los dejaba en la parada del tren.
Pagándole, ella se bajó y agarró su petate mientras Janvier hacía lo mismo con el
suyo. Callan se los había devuelto a los dos aquella mañana, leyéndose en sus ojos
una promesa de futura retribución.
—Entonces —dijo Janvier mientras ella encontraba algo de metálico para comprar
un billete de la máquina—, ¿volvemos a ser adversarios?
—Te debo un favor. No lo olvidaré.
—Yo tampoco. —Alargando la mano mientras ella tomaba el billete y se giraba, él
le ahuecó la mejilla—. Si te pidiera que confiaras en mí, Ashwini, ¿qué dirías?
—Las palabras no valen nada. Son las acciones las que cuentan. —Y porque él
había sangrado por ella, levantó su mano hacia la mejilla de él, poniéndolos en
perfecta armonía—. Gracias.
La expresión de él cambió, volviéndose crudamente íntima en el estrés del andén a
primera hora de la mañana.
—Quédate conmigo. Te mostraré cosas que te harán reír con deleite, gritar de
pasión, llorar de puro gozo.

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Él la conocía, pensó. La conocía lo suficientemente bien como para ofrecerle el más


salvaje de los paseos.
—Has tenido un buen comienzo —murmuró—, pero tienes un largo camino por
recorrer.
—¿Quién te hirió, cher? —Una pregunta amable, y aún así, vio la intención fría en
sus ojos.
No le sorprendió que él entendiera lo que ella jamás le había contado a nadie.
Meneó la cabeza y dijo:
—Nadie a quien puedas matar.
Un parpadeo lento, las pestañas bajando hasta cubrir sus ojos. Cuando las volvió a
levantar, ella esperaba ver de nuevo el encanto cajún. Pero lo que se encontró fue la
misma oscuridad brillante, aquella sensación de que él estaba listo para derramar
sangre.
—¿Le amas?
—Lo hice una vez —respondió honestamente—. Ahora no siento nada.
—Mentirosa. —Sus dedos recorrieron su piel, caliente y reales y compasivamente
tranquilizadores—. Si no sintieras algo, no huirías tan lejos y con tanta rapidez.
Ella tensó la espalda, pero mantuvo su mirada mientras el tren llegaba a la
estación.
—Tal vez huyo porque me gusta. La libertad, la excitación, ¿por qué debería
renunciar a eso?
—Parte de ti es el viento —murmuró—. Oui, es verdad. Pero incluso el viento a
veces descansa.
Meneando la cabeza, deslizó su mano alrededor de su nuca, empapándose del
calor intrínsecamente masculino de su piel.
—Entonces piensa en mí como en una tormenta interminable.
El cajún besaba exactamente como se veía: rudo, terrenal y casual... en el mejor de
los sentidos. La paciencia en él le hizo curvar los dedos de los pies sabiendo que él la
besaría igual de exquisitamente en otros lugares más suaves y oscuros. Manos ágiles
acariciaron su espalda, la sostuvieron contra él mientras la exploraba tan
completamente como ella le exploraba a él. Decadente, afilado, salvaje... el sabor de
Janvier le llenaba la boca.
Y cuando ella se separó, él le mordió el labio inferior.
—Hasta la próxima vez, Cazadora del Gremio.

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—La próxima vez llevaré una ballesta.


Era una certeza, dada la tendencia de Janvier por cabrear a ángeles de alto nivel.
Una lenta, muy lenta sonrisa.
—Puede que seas mi mujer perfecta.
—Si lo soy, estás en serios problemas. —Dio un paso atrás y se subió al vagón de
tren mientras sonaba el último aviso—. No salgo con vampiros.
—¿Quién dijo nada de salir? —Él le echó aquella sonrisa malvada que parecía
reservar sólo para ella—. Estoy hablando de sangre, sexo y caza.
Mientras partía el tren, Ashwini supo que estaba en un lío. Porque Janvier no sólo
la conocía, es que la conocía muy bien. “Sangre, sexo y caza”. Era una proposición
malditamente tentadora.
Sacando el móvil, llamó a la Directora del Gremio.
—Sara, he cambiado de opinión.
—¿Sobre qué?
—Sobre el cajún.
—¿Estás segura? —preguntó Sara—. La última vez que lo cazaste, me dijiste que te
mantuviera alejada de él o acabarías en confinamiento solitario después de echarlo a
un volcán con lava.
—Confinamiento solitario puede que me sentara bien.
Un silencio.
—Ash, ¿te das cuenta de que vives en la Dimensión Desconocida?
El afecto en semejante comentario le hizo sonreír.
—Lo normal está sobrevalorado. Tan sólo asegúrate de que yo esté en cualquier
caza en la que él esté involucrado.
—Hecho. —La Directora del Gremio resopló—. Pero te tengo que preguntar una
cosa.
—¿Sí?
—¿Estáis flirteando?
Ashwini sintió que se le curvaban los labios.
—Si no es el cebo para caimanes para la próxima cacería... posiblemente.

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Fin

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