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Kubla Khan
Escarcha a medianoche
I
¡Bien! Si el Bardo era bueno en predecir el tiempo,
el que hizo la balada vieja de Patrick Spence,
esta noche, tranquila ahora, no se irá
sin que la agiten vientos, que están más ocupados
que aquellos en su nube, en copos perezosos,
o el leve aura en sollozos que gime y se despeina
en las cuerdas del arpa eólica, que fuera mejor que se callara.
Pues ved la luna nueva con claridad de invierno,
toda ella recubierta de una luz fantasmal
(de flotante fulgor fantasmal toda envuelta,
pero con cerco en torno, de unas hebras plateadas);
en su regazo veo así a la Luna vieja
prediciendo la lluvia y una tormenta en rachas.
¡Y ojalá que ahora mismo la ráfaga se hinchara
y el oblicuo aguacero nocturno resonase!
Tales sones que tanto me elevaron, a un tiempo,
infundiéndome un ánimo de respeto,
y enviando mi alma hacia lo lejano, quizá ahora
podrían dar su impulso de siempre;
¡podrían agitar esta pena en sopor, moviéndola a vivir!
II
III
El ánimo jovial me falla: ¿cómo pueden
estas cosas servirme para elevar del pecho
el peso que me ahoga?
Intento vano fuera,
aun poniendo los ojos para siempre
en aquella luz verde demorada a poniente;
yo no puedo esperar obtener de las cosas
exteriores pasión y vida, si sus fuentes
están dentro de mí.
IV
¡Señora! recibimos tan sólo lo que damos,
y la Naturaleza en nuestra vida sólo
vive: ¡es nuestro su manto de boda y su mortaja!
Si algo queremos ver de más alta valía
que lo que nuestro frío e inanimado mundo
concede a la infeliz gente ansiosa y no amada,
ah, desde el alma misma habrían de brotar
una luz, una gloria, una nube brillante
V
¡Pura de corazón! ¡Tú no has de preguntarme
qué puede ser la música fuerte que hay en el alma;
qué es y de dónde existe esta luz, esta gloria,
esta hermosa neblina luminosa, este bello
poder que da belleza! ¡Oh virtuosa Señora,
alegría! Alegría como sólo a los puros
se dio, en su hora más pura; la Vida y el rebose
de la Vida, que es nube y es lluvia al mismo tiempo;
alegría, Señora; es la fuerza, el espíritu
que la Naturaleza, haciendo matrimonios,
nos da en dote: una nueva Tierra y un nuevo Cielo,
que no pudo soñar el sensual ni el soberbio.
Alegría es la dulce voz, la nube fulgente,
¡hallamos alegría sólo en nosotros mismos!
Y de ahí mana cuanto encanta oído o vista,
todas las melodías son ecos de esa voz,
todo color, reflejo de esa luz.
VI
Hubo un tiempo en que, aunque mi sendero era duro,
esta alegría en mí charlaba con la pena,
y todas las desdichas sólo eran la materia
de que la Fantasía me hizo sueños felices:
pues la esperanza en torno de mí crecía, como
la viña que se enreda, y las hojas y frutos
me parecían míos, sin serlo. Pero ahora
las aflicciones me hacen inclinarme a la tierra:
no me importa que vengan a robarme mi júbilo,
pero, ay, cada visita del desastre suspende
lo que Naturaleza me dio por nacimiento,
el conformante espíritu de mi Imaginación.
Pues no pensar en cuanto por fuerza he de sentir,
VII
¡Marchaos, pensamientos víboras,
enroscados en mi mente, sombrío sueño de realidad!
De vosotros me vuelvo, escuchando hacia el viento
que con furia ha soplado mucho sin ser oído.
¡Qué chillido de angustia, que la tortura alarga,
ese laúd lanzó! Viento, furioso ahí fuera,
riscos del monte, lago, o árbol que partió el rayo,
pinos a donde nunca el leñador subió,
casa sola, de siempre creída hogar de brujas,
creo que hubieran sido mejores instrumentos para ti, laudista,
que, en este mes de lluvias, de jardines oscuros y flores que se asoman,
haces la Navidad del Diablo, con canciones peores que invernales,
que dejan entre medias los capullos, las flores y las tímidas hojas.
¡Tú, Actor perfecto en todo sonido de tragedia!
¡Tú, gran Poeta, osado aun hasta la locura!
¿Qué dices de esto tú?
Esto es el agolparse de una hueste en derrota,
con ayes de soldados helados y pisados,
que gritan de dolor y tiritan de frío.
Pero ¡silencio! ¡Hay una pausa de hondo silencio!
Y el ruido, todo, como de una masa en tropel,
con gemidos y trémulos escalofríos, todo se acabó;
¡cuenta ahora otro cuento, sonando menos hondo y ruidoso!
Un cuento de menor espanto, y con deleites templado:
tal un canto tierno del propio bardo Otway; es la canción
de una niñita, en medio de un yermo solitario,
no lejos de su casa, pero que se ha extraviado;
y a veces gime, bajo, con dolor y temor,
y a veces grita, fuerte, para que oiga su madre.
VIII
Déjenme amar.
Sino su corrupción.
Y golpea en ti.
Tu aliento.
Y toma tu descanso.
No volveremos a vagar
a la luz de la luna.
aflicción a ésta.
El rocío de la mañana
e inconstante es tu reputación;
y comparto su vergüenza.
Ante mí te nombran,
un temblor me recorre:
y tu espíritu engañarme.
al tirano derribado
en una carta a Thomas Moore, Débil es la carne -Correspondencia veneciana (1816-1819), traducción de
Eduardo Mendoza, Tusquets, Barcelona, 1999
*Al celta Ned Ludd, legendario y probablemente imaginario, se le atribuye ascendencia troyana y la fundación
de Londres. Los obreros textiles que se oponían a la maquinaria en Nottinghamshire, entre 1811 y 1813,
adoptaron burlonamente a Ludd como único líder. Catorce luddistas fueron ejecutados y varios confinados bajo
acusación de sabotaje, además de los que murieron en enfrentamientos con la milicia. George Gordon propuso
en la Cámara de los Lores una ley en su defensa. Desde Venecia, tres años después, pregunta a Moore: "¿No te
caen bien los luditas? ¡Válgame Dios, si hay alboroto, contad conmigo! ¿Cómo siguen los tejedores -esos que
destruyen los telares -los luteranos de la política -los reformadores?"
Oscuridad
Sin estaciones, sin hierba, sin árboles, sin hombres, sin vida -
En Robin Hood y otros poemas, versiones de Jorge Aulicino, Selecciones de Amadeo Mandarino, Buenos Aires,
2001
En La poesía de la tierra, selección y traducción de Ana Bravo y Javier Adúriz, Ediciones del Dock, Buenos
Aires, 2003
(Versión J. Aulicino)
hacia ti la extiendo.
ENDYMIÓN [Fragmentos]
Libro I
Un poco de belleza es gozo para siempre:
su encanto aumenta: nunca pasará hacia la nada;
sino que guardará un rincón de verdor
en paz para nosotros, y un tiempo de dormir
lleno de dulces sueños, salud y aliento en paz.
Así, cada mañana, vamos entretejiendo
un vínculo de flores que nos ate a la tierra,
a pesar de tristezas, la inhumana escasez
de caracteres nobles, los días de tiniebla,
y todos los caminos oscuros y funestos
a nuestra busca abiertos: a pesar de esas cosas,
un toque de belleza quita el pesado velo
de nuestro oscuro espíritu: así es el sol, la luna,
viejos y nuevos árboles, brotando en don de sombra
para simples ovejas: así son los narcisos
con todo el verde mundo en que viven: barrancos
claros, que se procuran un techo de frescura
contra el calor del tiempo: la espesura del bosque
rica de un salpicado de rosas almizcladas;
y así es el esplendor de los destinos que hemos
imaginado para los poderosos muertos;
una fuente sin fin de bebida inmortal
que nos llega manando desde el borde del cielo.
Y no sentimos esas esencias meramente
en una hora fugaz: no, tal como los árboles
que susurran en torno de un templo, pronto se hacen
tan caros como el templo, tal pasa con la luna,
con la pasión poética, las glorias infinitas,
(Traducción de J.M.Valverde)
Oda a un ruiseñor
I
Me duele el corazón, y un sopor doloroso
aturde mis sentidos, como el tomar beleño,
o con un opio turbio bebido hasta las heces
hace un momento, hundiéndose, camino del Leteo:
y no por envidiar tu destino feliz,
sino por demasiado dichoso con tu dicha,
pues tú, Dríada de alas ligeras en los árboles,
en algún bosquecillo melodioso de verdes abedules
y sombras innumerables, cantas del verano,
con toda la garganta, tranquilo.
II
¡Ah, si tuviera un sorbo de vino, refrescado
largo tiempo en la tierra de profundas cavernas,
gustando así de Flora y el campo verde, el baile,
la canción provenzal, y el júbilo soleado!
¡Ah, si tuviera un jarro lleno del Sur caliente,
lleno del ruboroso Hipocrene, el auténtico,
con burbujas guiñando en el borde, en rosario,
y mi boca manchada de púrpura! Ojalá bebiera,
abandonando el mundo sin ser visto,
contigo disipándome por el bosque en penumbra.
III
Disolviéndose lejos, olvidando del todo
lo que tú no has sabido jamás entre las hojas;
la fatiga, la fiebre, la prisa, aquí, sentados
donde los hombres se oyen gemir unos a otros,
la vejez quita pocos, tristes, pálidos pelos;
la juventud marchita, hecha un espectro, muere;
donde sólo pensar ya es llenarse de pena
y desesperación de plomiza mirada;
sin poder la Belleza guardar sus claros ojos,
ni el nuevo Amor por ellos llorar más que mañana.
IV
Lejos, lejos, pues quiero escapar hacia ti,
no llevado en su carro por Baco y sus leopardos,
sino en las invisibles alas de la Poesía,
aunque el torpe cerebro se retarde, perplejo:
¡ya contigo! la noche es tierna, y por ventura
la Reina de la noche está en su trono; en torno
de ella el tropel de todas sus estelares Hadas;
pero no hay luz aquí, sino la que del cielo
desciende con el soplo de las brisas, por sombras
de verdura y musgosos caminos serpentinos.
V
No puedo ver qué flores hay a mis pies, ni qué
suave incienso se enreda entre las ramas, pero
en balsámica sombra, cada aroma adivino,
con que la estación dota en este mes la hierba,
el seto, la espesura de frutales: el blanco espino,
y la englantina pastoral: las violetas,
tan pronto marchitadas, escondidas entre hojas;
la hija primogénita de mediados de mayo,
rosa almizclada, llena de vino de rocío,
toda zumbar de moscas en ocasos de estío.
VI
Escucho entre la sombra; muchas veces estuve
enamorado casi de la cómoda Muerte,
y le di dulces nombres en rimas de mi Musa,
que se llevara al aire mi aliento silencioso;
hoy más que nunca pienso que es riqueza el morir,
acabar sin dolor hacia la medianoche,
¡mientras estás lanzando hacia lo lejos tu alma
en un éxtasis tal! Tú cantarías siempre,
pero no servirían mis oídos: me habría
vuelto un trozo de tierra para tu claro réquiem.
VII
Tú no has nacido para la Muerte, ¡inmortal Pájaro!
No han de pisotearte otras gentes hambrientas:
la voz que oigo esta noche fugaz es la que oyeron
en los días antiguos, el labriego y el rey;
quizá este mismo canto se abrió camino al triste
corazón de Ruth, cuando, con nostalgia de hogar,
llorando, se detuvo en el trigal ajeno;
el mismo, tantas veces, fue un hechizo en murallas
mágicas, que se abrían a la espuma de mares
peligrosos, en tierras de leyenda, olvidadas.
VIII
El pasado
Adonais (Selección)
II
III
de tu desesperanza y de la mía.
VI
VII
IX
XII
Otra luz se posó sobre su boca,
XIV
XXI
XXV
XXVI
XXVII
XXVIII
LII
LIII
¡Parte ya!
LIV
LV
Ozymandias
La pregunta