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Chile, el mal menor

"Finalmente, en este país, una vez más son los hombres de orden los que se volvieron agitadores. Aseguraron más su poder.
Pudieron agravar lo grotesco de las condiciones dominantes según lo que les dictaba su corazón.
Decoraron su sistema con las pompas fúnebres del pasado" Guy Debord

Si es irrelevante hacer una crítica moral al proceso constituyente, no lo es poner en perspectiva el


contexto -actual- en que se da. La revuelta de octubre fue ante todo un proceso de destitución del
orden político, donde las bandera de los partidos políticos brillaron por su ausencia. Tampoco es que
las hayamos echado de menos. Sin embargo, este orden fue o, más bien, quiso ser repuesto el 15 de
noviembre al firmarse el Acuerdo por la Paz -¿pacificación?- y la Nueva Constitución. Mientras este
pacto era firmado -por diputados y representantes de derecha a izquierda-, a esa misma hora Abel
Acuña caía muerto en Plaza de la Dignidad. Y es que se escribió demasiado rápido la salida política,
este intento por encauzar y contener el desplome total en que la política representacional se veía
naufragar. La revuelta de octubre puso en jaque no solo la continuidad del pacto transicional -ese otro
acuerdo por los años '80 y '90- sino que a la totalidad de las instituciones políticas. Hay quienes tienen
sed. Y sí sabemos de qué.

Y hay tantas lamentaciones... Hay quienes lamentan “la falta de unidad” de la oposición -la mentada
“izquierda”- debido a estar fragmentada por diferentes flancos. Y es que la revuelta nunca pasó por los
partidos políticos, puesto que hay otra política que rehuye de toda representatividad. Es lo que
demostró el 18 de octubre. El poeta de la Concertación de Partidos por la Democracia, se lamenta
por lo que esta última no hizo y teme “que se burlen del pueblo otra vez”. Esta preocupación -hipócrita
con todas sus letras- oculta que ya se han burlado demasiadas veces del pueblo y que lo seguirán
haciendo. Los mismo que firmaron el acuerdo por la pacificación, firmaron leyes represivas -Ley
antisaqueos, Ley anticapuchas, Ley antibarricadas, Ley sticker...-, se negaron a la desprivatización de
las aguas y no han dicho una palabra sobre el toque de queda que se comienza a normalizar, como
“medida sanitaria” debido al covid-19. Así como tampoco quieren asegurar escaños reservados para
los pueblos originarios. Hay quienes lamentan la desafección por la política, que no es otra cosa que
una desafección por la representación y las “instituciones democráticas”. Y es que tienen necesidad de
“pactos amplios”, que aseguren una “representación mayoritaria” y ponen especial cuidado en evitar
aquellas “pequeñas diferencias” que al parecer impiden una “profundización de la democracia” que
los ciudadanos no estarían dispuestos a perdonar. Lo saben, saben qué se está jugando en todo esto:
la posibilidad de capitalizar votantes.

Esta nueva constitución se firma sobre la sangre, las mutilaciones, la encarcelación de lxs compañerxs,
las torturas, violaciones y asesinatos que no son más que la norma y el margen de error del “tranquilo
discurrir de las democracias”. Hay quienes son los mismo que no lo vieron venir, los mismos que
quieren amarrar un proceso constituyente que ya está firmado. Hay la misma operación política otra
vez. Hay quienes quieren reformar la policía siendo la “nueva policía”. Y tienen razón. Porque la policía
es aquello que se quiere como dique y expresión posible de salida a una revuelta que no para y que no
cabe en ninguna medida de lo posible. Ya un amigo nos advertía de los filántropos y sus “buenas
intenciones”. No hay nada peor que un cuico de izquierda.

Y es que hay para quienes votar nunca ha sido sinónimo de cambios reales. Muchos se abanderan por
el Apruebo pero habemos otrxs que permanecemos a la intemperie. Y aún así estamos ahí,
persistiendo y horadando toda legalidad. Evadir, saltar los torniquetes del consenso, saltar por sobre
todo pacto. Y aún así estamos ahí, corriendo los límites de toda universalidad, desafiando toda
representatividad. Porque nada está garantizado después de ir a votar y como diría un amigo “siempre
estaremos enfrente de los que desean imponer la consigna que restablece la autoridad”. Nosotrxs
agregamos, que restablece toda impunidad. El quorum de los 2/3 y la imposibilidad de levantar
candidaturas independientes, por fuera del juego de los partidos políticos y su representación,
disponen la continuidad de aquellos mecanismos que conservan el status quo. Hay, por último, ciertos
llamados a tener una “responsabilidad afectiva con el proceso”, se promete que “esta vez sí será
distinto”... el lenguaje nos parece a lo menos sospechoso. Allá por el '86, al comienzo de las protestas
contra la dictadura, una amiga escribía: “Me apesta la injusticia /Y sospecho de esta cueca
democrática”.

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