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El silencio de las
Piedras
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El silencio de las piedras
Ana María Olea Encinas
Derechos Reservados
GOBIERNO DEL ESTADO DE SONORA
Secretaría de Educación Pública
Dirección de Publicaciones
ISBN 968-6486-45-3
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Dedico esta novela a:
Al divino Creador de
la palabra y el sentimiento.
A mi familia de cuyos
Valores se ha nutrido lo
Mejor de mi vida.
A la Licenciada Margarita
Araux y a la Licenciada
Ana Beatriz Olea de Félix
por sus valiosas colaboraciones.
A la Asociación de Escritoras
Cajemenses (ASESCA), marco
de mi preparación literaria.
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A MANERA DE PRESENTACIÓN
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La novela es una manera de integrar algo que en la vida no se
puede integrar. Entonces, hay ciertos momentos en que la única
manera de llenar ese hueco que hay entre el escritor y el mundo
es escribiendo una novela, quizá porque la novela es el género
que más elementos psicológicos ha absorbido, y que ha definido
en forma más distinta su impulso vital, resumiendo el carácter
objetivo y subjetivo de la vida y, además, dentro de lo subjetivo,
los elementos conscientes y subconscientes, y quizá también
porque la novela es lo que más se parece al relato de la vida y,
sin embargo; no es igual al relato de la vida: es una manera de
modificarlo y de sustituirlo; no olvidemos que la novela es como
un puente colgante entre la historia la poesía; por lo mismo tiene
una personalidad cambiante; dista de la historia por su ímpetu
imaginativo y creador; de la epopeya, porque le falta lo
maravilloso ya veces el carácter universal de su interés, aunque a
veces lo posea; de la lírica, porque maneja elementos objetivos;
del puro arte, porque requiere la cooperación de la ciencia; de la
pura ciencia, porque fantasea mucho. A Ana María Olea le
interesa la narrativa como una manera de integrar, en palabras,
algo que en el mundo está desintegrado, un modo .de poner un
orden, de organizar la vida; su vida. Piensa que uno escribe
porque tiene cierta inhabilidad, o cierta falta de destreza o de
capacidad para poder vivir como vive todo el mundo, de una
manera práctica y satisfaciéndose con esa vida práctica, y Ana
María por tener un vacío, un hueco que percibe en la realidad, lo
llena con la escritura ya sea novela, cuento o poesía, que para
todo da su corazón irreductible. Y es el amor como algo cotidiano,
como algo que propicia la convivencia, como algo que se puede
tener al alcance de la mano, como un vaso de agua, un amor
mucho más doméstico y trascendental, lo que da eje central a EL
SILENCIO DE LAS PIEDRAS, a la que parece que se llega
recordando ayes y ayeres, dejándose llevar por el fluir de los
recuerdos, ordenándolos alrededor de un mismo tema inserto en
la épica yaqui y la serie de constantes que determinan la actitud
de los sometidos frente a los sometedores, el cuadro de
reacciones de los sojuzgados, la corriente del mal que va de los
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fuertes a los débiles y que regresa otra vez a los fuertes, en una
especie de contagio doloroso y fascinante.
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Como refieren casi siempre sucesos desagradables, lo hacen de
un modo desagradable: descuidando el lenguaje, no pulen el
estilo... En estas circunstancias, Ana María Olea es imparcial,
sabe que el blanco no es el mejor, pero no por razones de
carácter individual sino por circunstancias sociales y económicas:
"No se puede convertir impunemente a un personaje blanco en
villano, ni a un indígena identificarlo a priori con la bondad. La
única diferencia, y no es pequeña, consiste en que los indios son
casi siempre siervos y los blancos reservan para sí el papel de
amos" -comenta-.
Abigael Bohorquez
El silencio de las piedras
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PROLOGO
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El argumento de esta novela corre paralelo al período histórico de
la sangrienta lucha contra los yaquis que defendían la propiedad
de sus tierras. Está inspirado en el valeroso ejemplo y desafío de
la señorita Amelia Olea Merino que, afrontando todo peligro,
penetraba diariamente a dicha tribu con el objeto de impartir
clases a la niñez indígena.
Con excepción del marco histórico y gobernantes dela época,
todo el contenido de dicho argumento es producto de la fantasía y
cualquier similitud con algún personaje sería obra de la
casualidad.
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CAPITULO I
Crespones negros
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Desde la tragedia que sufrieron los yaquis, cuando fueron
bombardeados en el Bacatete, la casa de la familia Velderrain, en
el Pueblo de Bácum, permanecía con crespones negros en las
puertas, por la gran pena que sufrió Doña Carolina al perder a
una de sus hijas junto con su esposo ... Desde entonces, ella, ya
no quiso saber nada de fiestas ni de compromisos sociales, pues
fue tan grande su dolor que nunca más se le volvió a ver una
sonrisa, mucho menos una demostración de alegría: sin embargo,
todo esto vino a cambiar con la llegada de sus dos nietos: Amelia
Carolina y Sibalaume, que regresaban de la Ciudad de México
convertidos en profesionistas. Ella, con el título de Licenciada en
Derecho, él, con el de Ingeniero Agrónomo. Después de mostrarle
a su abuela esos documentos, la abrazaron con tal fuerza y amor
que hasta la hicieron bailar.
Como la novela era bastante larga fueron leyendo por turno cada
capítulo correspondiendo a Sibalaume leer el primero:
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EL VIGIA
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Ahora está de regreso en su tribu, a la que siempre añoró
regresar y porque en la sangre que corre por sus venas lleva el
grito del deber para luchar por la reivindicación de sus derechos
tan cruelmente pisoteados por los malditos yoris, a los que hace
responsables de todas las calamidades que han sufrido y siguen
sufriendo sus hermanos de raza.
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Al terminar los últimos acordes del vals, comienza a gritar la
concurrencia: ¡Que baile Amelia la jota, que baile, que baile! La
joven se suelta del brazo del galán, saca de su bolso unas
castañuelas y comienza a ejecutar el baile solicitado, con gracia y
donaire como si lo hiciera una española. La gente se ha orillado a
los lados para darle espacio, aplaude y vitorea a la graciosa
damita.
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melodía "Señorita Encantadora" que ha mandado tocar dedicada
a ella.
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- Pero eso fue desde antes de la revolución.
- Para los yaquis, no son robos, ni asaltos; sino una lucha para
recuperar lo que les pertenece, en cuanto a las atrocidades a que
te refieres, quedan muy pálidas respecto a lo que han hecho con
ellos.
- Según Eulalia, fue ella la que pidió venir con los yaquis, y
entendió muy bien su rechazo, porque el gobierno de la
revolución les había prometido devolverles sus tierras y no les
había cumplido; y ella venía de parte de ese gobierno; por lo que
abrió una escuela aquí, en Bácum, donde nos enseñó a ser fieles
a nuestra raza; por eso yo rechazo tantas crueldades e injusticias
contra esa tribu.
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- Para el gobierno ninguna persona, ni grupo pueden acaparar
enormes extensiones de terreno.
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Es la madrugada, y el vigía yaqui sigue al pie del cañón espiando
acuciosamente todo su alrededor, mirando cómo las aguas han
invadido las riberas y, aunque el viento se ha calmado, las
corrientes hacen remolinos en el caudaloso río. De pronto, su
mirada se detiene en un punto fijo... es nada menos que una
canoa que viene bailando al garete de las fuertes corrientes. Su
asombro llega al clímax cuando ve a una jovencita que lucha
frenéticamente con los remos queriendo controlarla para pasar el
río.
- No le tengo miedo.
- Sólo vengo a pedirle que me deje abrir una escuela para los
niños de la tribu.
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Una y otra flecha pegaron en la canoa, pero la joven impávida
seguía remando. El indio furioso lanzó otra andanada de jaras y la
canoa dando tumbos se volcó tragándosela el río y junto con ella
a la atrevida jovencita.
El yaqui corrió al lugar, se lanzó al río, pero todo fue inútil, sólo
rescató una maleta y dos rosas blancas que quedaron flotando en
el oleaje. El, abrió la maleta... se encontró con lápices, cuadernos,
algunos libros y ropa de vestir; la cerró, volvió la mirada al río
moviendo la cabeza a uno y otro lado; dio media vuelta y a toda
velocidad se lanzó corriendo por el monte.
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CAPITULO II
Yori que entra,
Yori que muere
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No obstante que los yaquis habían participado en la revolución
mexicana ante la promesa de que seles devolverían sus tierras, al
finalizar ésta, no se les cumplió lo prometido y el recelo de ellos
aumentó al ver que la colonización seguía adelante en perjuicio
de sus propiedades, que iban pasando a manos de los nuevos
colonos. Reclamaciones iban y reclamaciones venían sin ningún
resultado, hasta que comenzaron a surgir gavillas de yaquis que
asaltaban los campos de cultivo, se llevaban las cosechas y junto
con estas partidas de ganado, suscitándose, más de una vez,
encuentros sangrientos que tenían atemorizados a los habitantes
de los pueblos de Cócorit y Bácum.
-Ustedes los yoris que nos robaron nuestras tierras, que nos
vendieron como esclavos, que quemaron nuestros pueblos,
violaron a nuestras mujeres y decidieron exterminamos, ¿Qué nos
van a enseñar? -suelta la carcajada.
- ¿No me digas que remaste sobre las corrientes del río que está
bramando? A ti debió tragarte el rio por mentirosa; eres una espía
y creíste que fácilmente engañarías a Coyote Zorra.
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En medio de las risas de los indios, el gran jefe ordena que
amarren a la joven del tronco del mezquite que está fuera del
jacalón mientras las autoridades yaquis deliberan sobre el destino
de la joven que tiene en sus manos.
Lamentaba que la buena intención que ella traía para la, tribu no
fuera comprendida por la gran desconfianza que se tenía a todo
lo que viniera de los yoris. En fin, ellos eran así y ella era ella,
todo estaba en manos de Dios, porque ninguno cambiaría en su
modo de ser.
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muy cariñosa y considerada con su madre y hermanos, inclusive
con la Chanita, india yaqui que se había agregado con ellos
cuando a sus padres se los llevaron al exilio, y que ahora lloraba
desesperadamente por la desaparición de Amelia.
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estarle ajustando la jareta, el marrano se soltó, atravesó la calle y
llegó al cuartel, donde los soldados no se lo querían entregar
hasta que les dijera de quién eran las pantaletas rojas, que el
animal se había quitado frente a ellos; pero la Chanita de un salto,
se las arrebató, agarró su marranito y entró corriendo a su casa
donde, por los balcones, su familia había gozado del cómico
suceso.
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Amelia se agachó, recogió las dos rosa blancas que lucían
esplendorosas, tal vez por la humedad del tiempo, y se las
entregó al gran jefe diciéndole:
Por todo el camino iban muy serios, ninguno de los dos hablaba.
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-- Te saliste con la tuya, yori atrevida, pero no la vas a pasar muy
agusto. Todavía tu capricho te puede costar muy caro.
- Ni es capricho mío, ni vine a pasarla agusto. Además pierdes tu
tiempo amenazándome.
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CAPITULO III
Al rescate
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La desaparición de Amelia era una terrible desgracia para la
Familia Velderrain. Unos y otros se desesperaban al ver que las
horas pasaban, que ya casi amanecía sin ninguna noticia sobre
ella.
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- Esos tiempos ya pasaron fueron reacciones sangrientas por los
crímenes y crueldades que cometían contra ellos.
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En el camino hacia el cuartel, el Mayor Arturo fue abordado por la
señorita Rosa:
Amalia fue recibida por la Nana con mucho cariño; le ofreció algo
de comer, pero ella rehusó, sólo aceptó agua que la bebió con
ansiedad y se acostó quedándose dormida como una bendita, ya
que venía muy desvelada.
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Por su parte, la Nana la tomó del brazo y la llevó frente a una
hornilla atizada con leña, donde en un gran camal estaba
cociendo tortillas muy grandes que parecían sábanas blancas. A
un lado, estaba asando palomas que despedían un olor incitante;
tomó una, la envolvió en una de esas tortillas; se la dio a la yorita
y, aunque el desgano era su constante, la devoró en un momento
y siguió con otra y otra. Recordó que su madre la reprendía
porque dejaba en el plato la mitad de la comida y que le decía:
"por eso estás flaca como una escoba"
- Cómo eres díscolo con esa jovencita tan dulce y tan buena.
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- Ya verás que yo no me equivoco, a leguas se ve que es una
buena muchacha.
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- ¡Arréenle, buquis!, arréenle y júntense bajo ese mezquitón,
donde la señorita Amelia va a ser su maestra y quiere hablar con
ustedes.
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Inmediatamente, Sibalú comenzó a sonar con mucha furia su
tambor y, aparecieron al instante una multitud de yaquis que
lanzaban una lluvia de jaras contra las canoas llenas de soldados,
los cuales, inmediatamente contestaron con fuego de fusilería, la
que nunca daba en el blanco, por que ésta era dirigida hacia los
sombreros, pañuelos o camisas que se divisaban en el monte,
pero que solamente eran señuelos qué los yaquis ponían sobre
las ramas para despistar a los ,soldados; dando por resultado
que, mientras éstos vaciaban su carga de fuego sobre esos
parapetos, los yaquis ilesos peleaban de lados opuestos, desde
donde ellos sí daban en el blanco.
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CAPITULO IV
La magia de un encuentro
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Estando reunida la tribu comentando el encuentro con los
soldados del Batallón de Bácum, llegó un yaqui que traía la
noticia de que el río se desbordaba hacía los pueblos y que no
tardaría en arrasar la ranchería de ellos.
Amelia que estaba muy triste por los recientes reproches que le
había hecho Sibalú, se llenó de alegría al escuchar que, por
primera vez, él le dirigía la palabra sin agredirla; por lo que pronto
recogió sus cosas y además se acomidió a llenar un canasto con
pinole, carne seca, tortillas y otras provisiones para luego
colgárselo de la espalda; ya que con las manos llevaría su
maleta y un bulto con cobijas.
Esto lo decía Amelia porque para ella montar a caballo era "pan
comido” lo cual hacía con mucha frecuencia en la Hacienda del
Platanal, propiedad de su familia.
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- No, que va, Nana, el animal es muy noble, ¡Mira!, cómo lo
conduce muy bien.
Amelia se bajó del animal, lo acarició y vio cómo levanta una pata
que parecía dolerse. La revisó muy bien y encontró que la tenía
amoratada y muy inflamada. La siguió acariciando y la potranca
se echó a sus pies. Se veía muy enferma.
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El, desesperado y furioso le lanzó insultos a la Chabela, - así se
llamaba la potranca- y, sacando una pistola le dijo que la iba a
matar; pero en ese momento, Amelia saltó del árbol diciendo:
¡Déjala en paz!, ¿qué no ves que está enferma de su pata?
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deseo de que ese viaje nunca terminara. Igualmente, lo mismo le
sucedió a él, que de cuando en cuando bajaba la mirada para ver
las blancas manos de Amelia pegadas a su piel morena; sin
embargo, ninguno de los dos hablaba, de eso se encargaba la
imaginación que mientras más grande era el silencio, mayor era
su elocuencia ..
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- Pero viene solo en la potranca, sin Amelia, ¡Oh Tata Dios,
sálvala!, ¿dónde estará?
De un salto Amelia se bajó del caballo, otro tanto hizo él. La Nana
los abrazó y lo mismo hizo el Cobanahua, diciendo:
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- Yo me vaya vigilar al río. Quiero descubrir los planes de los
guachos que no creo que se den por vencidos. A lo que el
Cobanahua agregó:
La Chanita, sin que nadie se diera cuenta, todos los días iba a la
casa de la familia de los yaquis, que vivían a la orilla del pueblo, a
preguntar si sabían algo sobre el paradero de Amelia. Esa familia
la quería mucho y le decían que nunca los nombrara a ellos en
casa de los yoris; porque les tenían desconfianza de que los
pudieran perjudicar, y que de Amelia no sabían nada.
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- Déjala, -dijo Rosario-, no la asustes y no me gusta que la trates
así.
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CAPITULO V
El enigma de unos ojos
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Gabriel caminaba por un batamotal cerca del río, cuando avistó
que se acercaba el Mayor Arturo con un destacamento de
soldados, no queriendo encontrarse con ellos, cambió de rumbo,
pues maliciaba que iban en busca de su hermana, y él repudiaba
cualquier agresión militar contra los yaquis, sobre todo por el
hecho de que Amelia estuviera con ellos, lo cual, si así fuera,
sería porque ella así lo había decidido.
_ La cara la daremos solos los dos, frente a frente, sin que nadie
te cuide guacho mugroso.
Fue una faena muy difícil para los soldados llegar a la ranchería
yaqui, la que no sólo la encontraron inundada, sino también
desierta; los jacales abandonados, ni un animal ni un ruido todo
era silencio.
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Además, tus parientes me platican que estudiaste en los Estados
Unidos, que sabes inglés y que hablas muy bien la castilla.
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- Sin embargo, se juró no dejarse dominar por los encantos de la
yorita, a la que tanto había despreciado, pero que ahora cada vez
admiraba más; y no tanto por su belleza física, sino por su
inteligencia y valentía para afrontar situaciones peligrosas, a lo
cual se aunaba su gran simpatía y su sentido del buen humor,
que aunque él no quisiera, lo imanaba cada vez más el deseo de
estar a su lado. Pero de esto, a que él se dejara llevar
sentimentalmente a otro tipo de relaciones con ella, ¡jamás!
Además, que eso no podría suceder, porque ella siempre lo
despreciaría por ser un indio yaqui.
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El suculento desayuno fue saboreado por todo el grupo. Amelia
gozaba y admiraba la vida en comunidad de las familias yaquis, a
las cuales ella se sentía integrada. Ahí no había diferencias, ni en
el comer, ni en el tener, ni en el vestir. Nadie era más que otro.
Únicamente a los ancianos se les hacía objeto de una atención y
respeto especial de reconocimiento a su experiencia y a su
sabiduría.
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que tenían los jefes para permitir que los yoris llegaran a estos
lugares, pero que yo te podía llevar a verlos.
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El ascenso a la sierra era continuo y pesado: sortear escarpados
riscos, eludir choyales erizados de espinas y agudizar bien el oído
ante cualquier rumor sospechoso. Algunos cortaban frutos de las
cactáceas, que se las iban comiendo sin dejar de caminar.
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Las lenguas viperinas hacían trizas al noble e inaudito gesto de
Amelia, incapaces de comprender y valorar el desafío que ella
había tenido que enfrentar, para llevar adelante sus ideas y
propósitos más allá de las normatividades de toda una época.
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- Es un indio como todos, no le vi nada en particular; tú sabes que
son muy ariscos y desconfiados.
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CAPITULO VI
Triángulo de piedra
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Bajo un florido palofierro, el grupo de niños yaquis, sentado en
la hierba, escuchaba la clase de Gramática, que Amelia les
explicaba, tanto en su dialecto como en la castilla, dado que ella
dominaba también la lengua yaqui.
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- ¡Puchi!, qué bruta la Canuta, qué bruta -dijeron todos-, menos
Amelia que los amonestó y dijo:
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totalmente acorralado por esos deseos pondría punto final a esa
situación ... La Camelia está chula y me hace ojitos, lo cual a mí
me agrada, así que en ella está el remedio: hoy, en cuanto la vea,
le pido que se case conmigo.
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- Vamos con el yerbero, él te va a curar y vas a sanar muy pronto
para que sigas dando clases. Yo te voy a ayudar construyéndote
tu escuelita y ya verás que vas a trabajar sin problemas de estar
haciéndolo bajo los árboles con el peligro de que te vuela a
suceder lo que te pasó - todo esto, él lo decía corriendo con ella y
también Cornelia los seguía, muy enfurecida –
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- No puedo, ¿no ves que estoy muy atareado? Esto me va a
ocupar todo el día y quizá hasta la noche.
- Ah, ¿es lo que anda diciendo Cornelia que te vas a casar con
ella?
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- ¿Por qué llora señorita?
- ¿Lloraba Amelia?
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- La estoy preparando para llevarla a la ranchería, el río ya debe
haber regresado a su cauce, y ahí te vaya construir la escuelita.
- Así es, por asuntos urgentes tengo que salir, pero no ahorita.
Será mañana. ¿Se te ofrece algo?
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- Ven, siéntate junto a mí, y dime.
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- Mira, es nuestra última jugada; lo que venga después; no lo
sabemos.
- Ya estoy lista.
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El viento traía el aroma a tierra mojada y a carrizo tierno. Ahí
Sibalú paró el caballo y antes de que él terminara de bajarse,
Amelia ya estaba en tierra. Los dos se pusieron a contemplar el
panorama.
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- El caballo lo van a necesitar tú y la Nana para regresarse. A
nosotros los yaquis nos gusta correr. Adiós.
- Adiós, -entre dientes ella dijo: "adiós mi amor, tal vez ya nunca
nos volvamos a ver"-. El ya no la escuchó, se había perdido bajo
las sombras de las frondosas alamedas del Río Yaqui.
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CAPITULO VII
El regreso
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- ¡Mamá, mamá, mamacita!
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- ¡Ufa, ufa, ufa!
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derechos de ciudadanos mexicanos. ¡No a balazos! El Mayor
frunció el entrecejo sin rebatirla y luego dijo:
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- ¡Aplaudan a las mujeres liberadas! -dice Gabriel con cierta
sorna.
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organizándose para darle una bienvenida; y que, por supuesto, el
Mayor Arturo era el que encabezaba ese festejo.
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También las amistades que iban llegando a la fiesta traían parte
del ambigú o pastelería que iban acomodando en las mesas
puestas en el jardín.
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- Mejor cambiemos de tema. ¡Mira!, ahí vienen templando sus
arcos para lanzarme sus dardos las lenguas viperinas.
- No tanto, no tanto.
- Pero qué mujer tan valiente eres, todo mundo te admira. Cómo
te envidio -Le dijo Rosa, y agregó Martha:
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que ella había venido a decirles que en cuanto llegara la Nana le
mandaran avisar.
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- ¿Pero cómo?, a esa señorita yo la conozco, es de familias
distinguidas de Bácum, su hermano Gabriel y yo somos amigos.
- No, todo fue una simulación para hacerla confesar si era ella
una espía.
- ¡Qué valor de mujer y qué honor para la familia tener una hija
tan valiosa para la patria! espero muy pronto tener el honor de
estrechar su mano. Le voy a mandar contigo un nombramiento,
un diploma de reconocimiento y sus sueldos devengados; así
como un cargamento de libros, cuadernos y demás material
didáctico.
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CAPITULO VIII
La furia de los celos
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Cuando la Nana y Amelia regresaron de Bácum, al cruzar el río,
se encontraron con que todas las familias yaquis ya estaban de
nuevo en sus pueblos. Las tierras se veían alfombradas por las
verdes plantitas que comenzaban a crecer con la humedad que el
río les había dejado, en las semillas que los yaquis sembraron en
los surcos, antes de salir para la sierra.
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- ¡Qué feliz sería que así fuera!, pero él me rechaza porque le es
fiel a su raza y jamás se casaría con una blanca. ¿Tú, qué dices
de esto Nana?
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- Que le aproveche su guacho, porque yo jamás pondré los ojos
en una blanca; todas son traidoras y falsas.
Amelia, que se había ido a reunir a los niños para darles clases,
se encontró con la sorpresa de que ellos ya la estaban esperando
frente a un salón de lonjas de madera amueblado con mesas,
sillas y un pizarrón. Sibalú se había dado tiempo de armarlo antes
de salir al norte. Ella sintió que cada rincón de esa aula estaba
sellado con el amor del indio que tanto amaba, igual en cada silla
y en cada ventana estaban las huellas elocuentes de su
sentimiento hacía ella. Le rodaron lágrimas de emoción que tuvo
buen cuidado de enjugarlas, para luego acomodar a los niños que
se encontraban cantando y bailando de gusto junto a ella.
Por su parte, Sibalú salió del jacal masticando rabia de celos, que
le vaciaban, en las venas, el veneno de la amargura y desilusión
que ofuscaban su mente con ansias de matar al rival ya ella
también.
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Pronto, ella comprobó que era una realidad lo que pensaba de él,
cuando, la Nana le dijo al regresar de sus clases:
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Y se fue a trancos largos.
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Con respecto a su relación con Amelia, seguía igual: él
sencillamente la ignoraba, y ella, por su parte, hacía otro tanto.
Los dos habían levantado una muralla que cada vez los separaba
más; mientras que la ansiedad por encontrarse crecía y crecía...
- ¿A qué va a Hermosillo?
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- Espérate muchacho, yo quedé de ir por ella, pero él ya no la
escuchó.
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- No te preocupes, eso ya pasó.
- ¿Amigos?
- Las gracias son para ti, por todo lo que estás haciendo en favor
de nosotros.
-¿Como a mí?
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- Qué bueno que lo dices Amelia, pero no me contestaste lo que
te pregunté, tal parece que el indio no merece tu sinceridad,
porque en vez de contestarme, te fuiste por otro lado.
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- Bien, vámonos ya.
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CAPITULO IX
Más yaqui que los yaquis
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Después del encuentro de la tropa y los yaquis, Sibalú salió
velozmente en busca de la yorita. Pero no la encontró en el
escondite que le había indicado a Cornelia, lo cual lo dejó muy
preocupado, tanto por la persecución de los federales hacia ella,
como porque también podría ser que ellas se hubieran agarrado
de las greñas. Esa noche ninguna llegó a la ranchería.
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- Es que son aliados del gobernador y de esta manera, el
gobierno federal piensa fastidiarlo al atacar a los yaquis que él
siempre defiende.
- Eres muy cruel Amelia, haces esto porque sabes que te adoro.
- Ya veremos, adiós.
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Doña Carolina celebraba la llegada de tu hija con muchos mimos
y un trajín en la cocina donde le preparaba sus platillos
predilectos.
- La siguiente vez que hagas esto con Cornelia, o con quien sea
te voy a colgar.
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- No llores muchacha, nosotros así nos llevamos, pero nos
queremos mucho; nomás no vuelvas a decirme colibrí porque a ti
también te voy a sonar. Luego la cogió por la cintura y la dejó
caer en la cama, mientras todas lloraban de risa y hasta Doña
Carolina se sumó al festejo.
--dijo Amelia.
- Dicen que nos van a atacar los federales, ¿No teme usted que
Amelia esté con nosotros?
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- ¡La cosa está que arde! el Gobernador Adolfo de la Huerta
acaba de unirse al "Plan de Agua Prieta”, en el que se desconoce
al gobierno de Carranza. Obregón apoya ese plan y ya se desató
la guerra entre los federales y las fuerzas del Estado, a las que se
están sumando batallones de los yaquis. La refriega va a ser
sangrienta. No dejes que Amelia se devuelva con los yaquis.
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- Es que la amo Gabriel, me trae loco desde que la conocí yo me
enamoré de ella como un tonto. Y ahora ¿qué me queda hacer
después de lo que me dijiste?
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Cornelia se enteró de todo lo que el Mayor y Gabriel habían
platicado, sin que ellos la vieran; luego se lo comentó a la yorita,
quien de inmediato pensó en irse a darle la noticia a la tribu yaqui,
sobre el Plan de Agua Prieta. Para esto aprovechó la oportunidad
de un ofrecimiento que le hizo el Mayor:
- ¿Ensillado?
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CAPITULO X
En el paraíso del amor
del indio
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Un comunicado del gobierno estatal llevó la noticia, a los
yaquis, sobre el Plan de Agua Prieta; donde se les instaba a que
estuvieran prestos a embarcar sus contingentes en la Estación
del Ferrocarril de Lencho, en el día y hora que estuvieran
señalados; lo cual comunicarían por telégrafo. Se les avisaba
también que Sibalú comandaría las tropas.
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Ninguno hablaba, pero la muda elocuencia lo decía todo. Al fin
Sibalú le dijo:
- No Amelia, no me voy.
Luego él cortó del sahuaro dos espinas: una para él y otra para
ella. Cada uno llevó la suya a sus labios pinchándose con ella y,
al brotarles una gota de sangre, mezclaron las dos en un frenético
beso. Con voz emocionada, Sibalú le dijo:
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- Ahora, mi sangre es tu sangre y la tuya es la mía.
_ Pero, ¿qué van a decir tus jefes, al ver que te casas con una
yori?
_ ¿Qué van a decir?, que a ti te quieren más que a mí; y eso,
desde hace tiempo lo sé. A tu familia le vamos a mandar un
telegrama desde la Estación de Lencho, notificándole nuestro
matrimonio. Yo tampoco sé cómo lo van a tomar.
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Ella vio cómo emboscaron a Sibalú y se lo llevaron preso. Su
angustia fue tan grande que casi se desmaya cuando vio que a
Sibalú lo golpeaban exigiéndole que dijera dónde estaba ella, sin
lograr que moviera sus labios.
- Aquí tiene, mi Mayor, al indio que nos echó a los perros, el que
se burló de nosotros llamándonos gallinas y al que encontramos
abrazado besando a su novia. Ella se nos escapó y no la pudimos
encontrar -una mueca de sonrisa se dibujó en los labios de
Sibalú-, pero aquí le entregamos al autor de tantas humillaciones.
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distraer a los guardias, en tanto que otro grupo de ellos efectuaría
el rescate.
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pues ella pronto se olvidaría del muerto y el camino para hacerla
de él se despejaría.
- ¿Cuando yo diga?
- Cuando tú digas.
106
- Pero, no te enojes, mi amor. Ven conmigo, ahorita mismo lo voy
a dejar en libertad delante de ti.
107
CAPITULO XI
Di mi palabra y la
Cumpliré
108
Grande fue la sorpresa de Rosario, cuando al ir a abrir la puerta
de su casa, se encontró con el Mayor, que casi en brazos
sostenía a su hermana Amelia, muy pálida y temblorosa.
_ ¿Qué pasa, qué tiene mi hija, por qué está tan maltratada?
Contésteme Mayor, ¿y qué hay de esa boda?
109
castigo que le vendrá de Dios será terrible y, acuérdese de que se
lo advertí.
110
En ese momento, la Chanita pasó a un médico que el Mayor
Arturo enviaba para atender a su novia. Así lo expresó el galeno,
ante la interrogante de Gabriel sobre quien lo enviaba.
111
Cuando la Nana entraba de nuevo a su jacal, detrás de ella llegó
Sibalú.
- Mejor me voy.
112
Amelia. Desde que ésta llegó al cuartel ella la siguió para espiarla
y así saber qué pasaba, por lo que pudo enterarse de todo lo que
el Mayor y Amelia platicaron, hasta ver que Sibalú salía libre del
cuartel. La criatura, desesperada, no hallaba que hacer, hasta
que le vino un pensamiento, y sin esperar más salió corriendo a la
calle rumbo al río, y de ahí a la ranchería, donde localizó a los
jefes en una reunión que tenían. Les platicó todo lo sucedido y, no
terminaba de hacerlo cuando entró la Nana, quien con voz
desesperada suplicaba: "Que antes de salir a la campaña,
impidieran el matrimonio de la Señorita Amelia, que era el precio
que ella pagaba, el de casarse con un hombre al que aborrecía,
por conseguir la libertad de Sibalú. Con lo cual, ella quería evitar
el derramamiento de sangre en el intento de ustedes por
rescatarlo”
- ¿Por qué me pasa esto, Tata Dios? mil veces prefiero la muerte
a saber que ella es de otro hombre. ¿Por qué me las quitas, por
qué, por qué?
113
-¡Qué ironía!, hasta ese pájaro se burla de mí.
- De veras que te has vuelto idiota. Todos los yaquis estamos muy
agradecidos de ella por todo lo que ha hecho por nosotros y hasta
por ti que te salvó la vida.
114
varias crisis nerviosas: por lo que su hermano Gabriel la había
puesto en manos del mejor especialista, que esa misma noche
había traído de Guaymas.
- Amor mío, aquí está tu ajuar nupcial que vas a lucir en nuestra
boda. Madrugué a Guaymas para personalmente escoger el más
hermoso de todos. También me entrevisté con el sacerdote que
va a venir a oficiar la ceremonia. ¿Qué me dices?
- ¿Qué hace usted aquí, Mayor? como ve, Amelia está muy
delicada y no se puede casar hoy, y quien sabe cuando podrá
115
ser, pues está bajo tratamiento médico y es el especialista que la
está tratando, el que dirá cuando estará recuperada.
- Pero, hija mía, ¿quién te obliga a que te cases con este hombre
que tú no quieres, ni tus hermanos, ni yo?
116
- Es inútil, Camelia, por favor diles que no hagan nada. El Mayor
Arturo está al mando de la tropa y ya debe tenerla preparada para
impedir cualquier intento de rescate. Por lo que se derramará
inútilmente sangre inocente y, antes de que eso suceda, yo
prefiero morir.
117
CAPITULO XII
Esponsales negros
118
En la casa de Amelia, toda la familia no asimilaba la situación
de ella; quien, a cual más de exaltados, manifestaba su repudio
hacia el Mayor Arturo, sobre todo Gabriel:
- No, qué va, si Rosario me dijo que tuviera bien cerrado el pico y
lo tengo bien cerrado.
120
de "tan sinceras amigas". Enseguida se disculpó por no poder
atenderlas por la premura del tiempo, dado que ya debería estar
arreglada para la ceremonia.
121
y si la mato
vivir sin ella,
vivir sin ella,
yo moriré”
122
Después de que se fueron llegó Gabriel a su casa a la que
encontró vacía. Se fajó una pistola que quedó cubierta con el
saco, única prenda que se puso sobre su ajuar de trabajo. Y, sin
ocultar la rabia en su cara, se fue caminando a pie hasta llegar al
templo. Ahí su madre le pidió que él entregara a la novia, a falta
de su padre que ya había fallecido; pero él se negó. .
123
El Mayor se aceleró y se aprontó a recibir a la novia para situarse
los dos frente al altar. El resto de la comitiva se sentó hacia los
lados de los padrinos.
124
Mayor trataba de hacer lo mismo, pero Gabriel, con su hermana a
cuestas le metió un empujón.
125
Sibalú llegó a la ranchería donde todo parecía desierto. Su jacal
estaba solo. En medio del silencio escuchó unos sollozos, que al
fin pudo localizar. Era Danielito, que al verlo se limpió las lágrimas
y se abrazó de él.
126
CAPITULO XIII
Lluvia de besos
127
La Nana, al llegar de la boda se encontró con Sibalú dentro de
su casa.
129
-Amelia tengo que partir a la guerra, mírame como estoy
destrozado; dame siquiera una señal antes de salir: una mirada,
una palabra, un gesto para saber que me has escuchado.
Sibalú tomó sus manos entre las suyas y las sintió muy frías igual
que sus brazos, su frente y su cuello.
130
Mientras los familiares de Amelia se debatían de angustiaos por
la situación de ella, también había quienes se alegraban de su
tragedia.
-Adiós, ardida.
131
Sibalú de inmediato recorrió los carros del tren hizo contacto con
los soldados yaquis y se puso al mando del contingente.
Después dialogó con los Jefes poniéndose de acuerdo en el plan
de ataque que desarrollarían, en cuanto el tren llegara al lugar
indicado. Luego se aisló en su asiento y se quedó pensativo... a
imagen de una Amelia que yacía inconsciente lo dominaba y
también aquella lágrima que mojó sus labios cuando él la besaba.
Mil dudas le asaltaban: ¿vivirá, o ya estará muerta?; y si la vuelvo
a ver, ¿me perdonará las ofensas que le hice?; porque, un que
ella es una mujer de profundos sentimientos, también es
terriblemente digna y altiva. Recordó aquella otra vez, en que él la
ofendió: por varias semanas lo estuvo ignorando y no le dirigía la
palabra hasta que él le pidió disculpas.
132
cuando Amelia ya no está encamada? Obviamente Rosario
también se sorprendió al ver que Amelia iba saliendo del baño.
133
- ¿Por qué a mí se me niega el derecho de entrar a ver a mi
prometida; y en cambio si se lo permitieron anoche al indio
Sibalú?
El batallón de los yaquis hizo contacto con las fuerzas del General
Obregón, a quien le resultó muy efectiva la participación de ellos,
por la forma peculiar de dar la pelea:
134
tamboril causaban pavor en los habitantes y con esto facilitaban
al ejército obregonista la toma de cada lugar.
- ¿Locura, doctor?
- ¿Manicomio?
135
- Esta misma noche, Rosario y yo nos embarcaremos en el
ferrocarril con ella hacia la Ciudad de México, para que sea
atendida de inmediato en la clínica que usted nos indica.
136
CAPITULO XIV
En la jaula del extravío
'
137
El Mayor Arturo, al enterarse del triunfo de la fuerzas del Plan
de Agua Prieta, se disciplinó al nuevo gobierno, de quien recibió
órdenes de trasladarse inmediatamente a la capital.
138
Después de la toma de la Ciudad de México por las fuerzas
obregonistas hubo grandes festejos: música, baile, cohetes,
barbacoa...
- Dime, ¿cómo está ella? Me estoy volviendo loco sin saber si vive
o muere.
139
- ¿Qué es eso?
140
de los tambores yaquis, con el característico tamboreo que sigue
después de la victoria de una campaña militar, Emocionada, se le
dibujo una sonrisa en su boca; luego se encaramó en un árbol del
patio y desde él gozaba escuchando el resonar victorioso que
indicaba el triunfo de los yaquis.
141
emocionó pensando que sería Sibalú dado que él vestiría ese
uniforme por estar al frente del escuadrón de los yaquis-.
142
El Mayor Arturo, después de mucho indagar había dado con el
paradero de Amelia, y no quitaba el dedo del renglón en su
propósito de recuperarla, tan pronto como ella superara su
enfermedad. Se proponía visitarla con frecuencia y cada vez
hacerle presente el compromiso que ella tenía, bajo palabra de
honor de casarse con el; lo cual le exigiría a su debido tiempo.
.
- Cuando los dos estábamos en la ceremonia de nuestro
matrimonio, repentinamente estalló en carcajadas, después se
desvaneció y, a partir de eso quedó enajenada.
- Enajenada no, traumada sí. ¿Cuál fue el motivo que ella tuvo
para proceder de esa manera?; Usted debe saberlo.
143
- Usted oculta algo, Mayor, además, no me ha contestado, ¿por
qué el rechazo de ella al escuchar su nombre?
- No tengo nada más que decir, volveré en otra ocasión. Tal vez
entonces, ella quiera recibirme.
144
reunirte con tu familia y encontrar la felicidad que te espera con tu
gran amor.
145
- Ya no me atraen ni el café, ni la comida, ni nada. La busco, la
busco, la busco y no la encuentro Nana, yo creo que ya la perdí
para siempre.
146
CAPITULO XV
El siniestro
147
Después de que Amelia le hizo saber a su médico sus
intenciones de irse a un convento, éste trató de disuadirla, pero al
Verla tan firme en sus propósitos se fue a comunicárselo a la
Madre Ana Lucía, religiosa que diario visitaba esa clínica y que le
había tomado mucho cariño a la señorita Amelia; lo cual a ella le
dio mucha alegría saber que ella estaba por completo
recuperada.
- Dígale que ya salió de aquí y que hoy mismo fue dada de alta
completamente restablecida.
149
_ No lo va a recibir, porque tratándose de militares no le causan
buena impresión.
150
_ De momento no la tengo, pero mañana, cuando la Madre
regrese, de seguro que se la voy a dar y créame, que me daría
mucho gusto saber que al fin ustedes logren reconciliarse.
151
fin, joven y alegre, le jalaba la falda a Doña Carolina
preguntándole si no iban a cenar tamales y buñuelos; recibiendo
por contestación un beso, pero mojado de lágrimas que
derramaba la madre de Amelia. En ese momento, se escuchó el
toque de la puerta... Rosario, al abrirla, creyendo que era el
Doctor Alberto, se sorprendió al recibir un telegrama que le
entregó un mensajero... ella lo leyó temblando, y después exhaló
un grito de alegría:
152
- Mamá, yo no soy vieja, ¿Cómo voy a hacerte un pastel?; pero
mira, ahorita regreso y te vaya traer el pastel más rico de los que
hacen las Valenzuela y además, algo que va a ser una sorpresa...
- Pues fíjate que salió bien lo que le dije, porque sí vamos a cenar
pastel de chocolate, que tantos deseos tengo de saborearlo; pues
desde que se fue mi hija no había sentido ningún deseo de
comer, y esta nochebuena me voy a desquitar.
Por otro lado de la Ciudad, también Sibalú fue derribado por una
andanada de piedras y ladrillos que caían de los edificios que se
venían abajo envueltos en una nube de polvo que oscurecía la
Ciudad.
153
Las camas eran insuficientes, en una de ellas, Amelia yacía
inconsciente, vendada de la cabeza y extremidades; la Madre
Ana Lucía no aparecía entre la gente. En otra sala, del mismo
hospital, estaba encamado Sibalú, las vendas sólo le dejaban
visibles sus ojos que permanecían cerrados.
154
aquí, un joven llamado Sibalú vino a buscarte y se angustió
mucho cuanto supo que ya no estabas pero por otro lado se
alegró de saber que gozabas de buena salud.
155
CAPITULO XVI
Al son del baile del
Venado
156
El Doctor Rosales se entrevistó con la Superiora del convento,
quien terriblemente angustiada le dijo: "que la Madre Ana Lucía
aún no aparecía por lo cual ella temía por su vida".
Para Amelia fue una terrible noticia la que le trajo el médico, y fue
tanto su dolor que no pudo contener el llanto.
- ¿Quién es?
157
-- ¡Ay Amelia!, que acertada estuviste al cubrirte oportunamente la
cara.
- Es que no me quedaba otro recurso y me valí de él. - Los dos
soltaron la risa.
158
- Tal vez. -Mira, -le dijo el Mayor Arturo enseñándole un fajo de
billetes en la mano -éstos serán tuyos, si me averiguas esa
dirección, Mañana vuelvo por ella.
_ Sí, así es, ella nos lo comunicó y las estuvimos esperando todo
ese día y toda la noche hasta que ayer nos entregaron su
cadáver. Tú, ahora cuenta que los planes que tuvieron las dos
aquí se te van a realizar; además, tendrás todo nuestro cariño y
comprensión; pero hija, lo primero que tú necesitas son cuidados
y atenciones para que te recuperes de esos golpes. Después ya
veremos en qué actividad vas a colaborar con nosotros.
159
_ No se diga más, ahora hermanas, llévenla al aposento que
tenemos reservado para ella y atiéndanle esos golpes.
160
Mucho tiempo tuvo que soportar la desconfianza del indio hacia
aquella yori metiche que profanaba el odio ancestral contra la
raza blanca; sin embargo,' una y mil veces lo sorprendió
clavándole su mirada de fuego a través de los ramajes y portillos.
161
Al mismo tiempo, el Mayor Arturo aprovechaba el tiempo
presionando al guardia de la caseta de entrada a la Clínica, hasta
que éste logró sobornar a la enfermera de guardia, quien
finalmente le proporcionó la dirección del convento, la cual le
entregó al Mayor Arturo a cambio de los billetes que le había
ofrecido.
162
Además, se entusiasmaron por la sorpresiva actuación de la
Profesora Amelia Velderrain que abría el programa con la "danza
del venado".
163
El Doctor Federico y su esposa se abrieron paso hasta llegar a
donde ella se encontraba. Al ser abrazada por el Doctor, Amelia
hizo un esfuerzo por contener las lágrimas -pues ese baile le
recordaba a Sibalú-.
164
CAPITULO XVII
El secuestro
165
En cuanto el Mayor Arturo tuvo en sus manos la dirección del
convento, con mucha premura salió hacia él; una vez que logró
localizarlo, al tocar la puerta, el portero se presentó, al cual le hizo
saber su deseo de entrevistarse con la Señorita Amelia
Velderrain; pero él le comunicó que sería la Madre recepcionista
quien diera la autorización. El Mayor Arturo trató de sobornarlo
para salvar ese conducto, pero con violencia le cerró la puerta sin
más explicación.
166
- Pero si yo nunca te amenacé de muerte.
167
En ese pueblo, se acostumbraba que las señoritas y los jóvenes
pasearan por la plaza todos los domingos, a los acordes de una
banda que tocaba las piezas de moda.
168
- Pues yo sí la tengo buena, porque aquí traigo su dirección, y
nomás me torno un café, me cambio de ropa y abordaré un
carruaje para ir a buscarla.
- Nada más que la perdí y ahora tengo que volver a la clínica para
pedírsela al Doctor Rosales.
169
_ ¡Cómo no!, con muchísimo gusto; y dígame, Señorita, ¿de
dónde es Usted?
170
Ya en la clínica se entrevistó con él.
- ¿Cornelia?
- Nadie le contestó.
171
Dos hombres le amarraron las manos y con un pañuelo le taparon
la boca. Le subieron a un carruaje que enfiló a rumbo
desconocido.
172
la clínica, a donde había ido a buscar noticias sobre el paradero
de Sibalú.
- Dame su dirección.
- Pero tú no puedes salir, mira como estás.
- No hay pero que valga, me lo das o te lo quito.
-Tómala.
Sibalú salió disparado rumbo al convento.
173
CAPITULO XVIII
Tras la pista
174
Después de que consumaron el secuestro de Amelia, el
carruaje que la conducía atravesó la Ciudad de México, se internó
por un largo sendero, poco transitado. Caminaron casi toda la
noche, y al amanecer, se detuvieron frente a una casa al parecer
abandonada en medio de la espesura del bosque. Ahí la metieron
y la encerraron en un cuarto solitario que sólo tenía una puerta de
entrada y una pequeña ventana, las dos con sendas cerraduras.
Antes de irse, los facinerosos se la entregaron a una mujer de
muy alta estatura, de complexión musculosa y de aspecto
agresivo, a la que llamaban "La Pantera". Ella había sido
guerrillera de la Revolución Mexicana y tenía fama de ser muy
cruel y asesina; sin embargo, cuando se fueron los
secuestradores, le quitó el tapaboca y las ligaduras de las manos
a su prisionera; luego le ofreció comida que se veía muy
apetitosa, pero Amelia la rehusó aclarando: que nunca iba a
comer nada que ella le ofreciera. La Pantera se fue con los platos
muy disgustada diciendo:
- No sabemos qué pasó con esa criatura; temo que algo muy
serio le haya sucedido, porque de otra manera ella ya hubiese
regresado; ella es una señorita que se caracteriza por su
responsabilidad y honorabilidad.
- Bueno, creo que sí puede ser una buena pista lo que sucedió
175
ayer: cuando ella regresaba al convento con otras religiosas; yo
escuché que ella gritaba ..., nosotros salimos ante esos gritos y
vimos a un militar que trataba a la fuerza de llevársela; pero,
como llegamos a tiempo, él la soltó y nos pidió disculpas, en tanto
que yo lo amenazaba con denunciarlo a la policía. ¡Cómo lamento
ahora no haberlo hecho!
- Muy bien, cuate, muy bien. Ahora sigue la segunda parte del
plan: avísales a los otros cuates que, ahora en la madrugada
asalten la casa donde ella está, que armen mucho escándalo y
que simulen el intento de quererla violar. En ese momento, yo voy
a llegar haciendo el papel de salvador, para lo cual los voy a
tomar presos a ustedes.
176
El mayor se quedó frotándose las manos de puro gusto... Tanto
porque le estaban dando una dura lección a esa infeliz que se
había burlado de él, así como, porque esa misma noche él por las
buenas o por las malas la haría su mujer.
177
a un fresno que estaba al frente de la casona y desde ahí vio
como entraron gritando; y después con una lámpara de mano la
buscaban. En ese momento, apareció el Mayor con una escolta
de soldados. Y, al darse cuenta de lo que había pasado, por poco
le da un ataque de rabia contra la Pantera, pero se contuvo, pues
con esa mujer no quería, ni le convenía meterse en líos. Ella
furiosa gritaba:
178
para salir él también, por su cuenta y riesgo, en busca de la
secuestrada.
Sibalú habló con él, pero tampoco pudo averiguar nada, y sin
esperar más, montó su caballo y volvió a internarse en el bosque.
179
Mesón de la Posta; se detuvo frente a él y entró con mucha
cautela... se sentó en una de las sillas de una mesa. La mesera
que vino a atenderla se le quedó mirando y le dijo:
180
lento, mientras le dejaban franco el camino. Repentinamente, el
militar, sintió el brinco de alguien que cayó montado en las ancas
de su caballo; al tiempo que el desconocido le tapaba la boca con
un pañuelo, le quitaba las riendas del caballo y tomaba la ruta de
otro camino.
- ¡Sibalú!
_ ¿Secuestrada, a quien?
181
El Mayor trató de sacar su pistola, pero Sibalú ya se la había
sacado de su cintura, sin que él se diera cuenta.
182
CAPITULO XIX
Terrible decepción
183
Amelia, en cuanto salió a buscar leña como se lo indicaron,
sintió pisadas de caballos que se le acercaban y rápido se agachó
a coger palos secos, mientras los federales junto con el Mayor
Arturo pasaban por un lado sin reconocerla, creyendo que era un
jornalero con oficio de leñador.
- Así fue Padre, yo fui esa loca que por darle gusto a mis alumnas
me atreví a bailar esa danza. Por fortuna que ahí no había ningún
yaqui que me viera hacerlo, porque me hubiera muerto de pena.
184
- Pero si lo hizo muy bien; nunca me vaya olvidar de ese
maravilloso espectáculo. Perdone Señorita, ¿qué anda haciendo
usted aquí, lejos del colegio?
185
Sibalú desesperado leyó el contenido donde ella le decía: "que la
Señorita que buscaba había salido para la Ciudad de México, en
la diligencia que corría esa ruta".
186
Iglesia le obsequiaba y que le deseaba que pronto lograra su
felicidad.
187
el camino que los vio juntos pasar por la sierra envueltos en el
manto de su locura infinita de aquel inmenso amor, que aunque
efímero, no por eso dejó de ser lo más maravilloso que a un yaqui
y a una yori los haya enamorado. Si, ahí volveremos a levantar el
vuelo hasta llegar a la cumbre del Bacatete; donde tejeremos
nuestro nido con guirnaldas de san miguelitos rojos y blancas
flores de varaprieta. Sí, ahí donde el canto de gorriones y
palomas acariciarán nuestros oídos y donde vaciaremos en un
arroyo todo el torrente de nuestro incontenible caudal de dicha y
pasión. Donde los únicos testigos serán el venado y el jabalí que
saltarán bailando de gusto al darnos la bienvenida a nuestro
monte, a nuestro río, a nuestra sierra. .
Los dos más de una vez, se ponían a considerar las razones por
las cuales Amelia había dejado a su familia para irse con la tribu
yaqui y siempre concluían con que la libre determinación que ella
tomó, fue una reacción de rechazo a las barbaridades que el
gobierno cometía para exterminar a esa raza indómita, en su afán
del despojo de sus tierras para fines de acumulación de capital
agrario por parte de los colonos; quienes, contra viento y marea,
188
iban abriendo nuevos cultivos con terrenos de la propiedad de la
tribu. A este proceso se le justificaba en aras de la modernización
del Valle del Yaqui.
189
El Doctor, antes de retirarse, les hizo ver que el regreso de Amelia
seguiría en secreto y el lugar de su hospedaje, por las razones
que les explicó detenidamente.
190
CAPITULO XX
Un plan en marcha
191
Amelia, ya hospedada en el seno de la familia Rosales, pronto
se sintió objeto de un afectuoso aprecio, por parte de todos sus
miembros; de los que se ganó su cariño y admiración, no sólo por
su natural simpatía sino por la firmeza de sus convicciones,
propias de un criterio tan libre como sensato, de esa Señorita que
venía del lejano norte y que no tardó en integrarse al ambiente
capitalino propio de la familia Rosales. Martha, la hija mayor de
ese matrimonio, luego intimó con ella, entre las que se cultivó una
entrañable amistad, donde tanto la una como la otra se confiaban
sus inquietudes y vivencias propias de la juventud de esa época.
Época, en la que evidentemente, Amelia se había adelantado
más allá de las frivolidades y condicionamientos que atrofiaban en
la mujer el libre desenvolvimiento de sus facultades, encajonadas
en patrones limitantes del pleno desarrollo del potencial femenino;
mientras el hombre acaparaba todos los campos de la ciencia, la
política, el arte; y hasta el del libertinaje.
Fue su amistad con Amelia, la que por primera vez la puso frente
a una mujer liberada, capaz de decir verdades que nadie se
atrevería a manifestarlas; sin que por ello sufriera ningún
menoscabo el cariño, respeto y admiración que todos le
profesaban.
193
_ ¿Cuál es el apellido de la Señorita que busca?
- ¿Ella, es de Sonora?
_ Sí, ella estuvo con nosotros los yaquis como maestra de los
niños. Un pariente mío se enamoró de ella y ahora anda
desesperado buscándola como un loco.
En ese momento llegaron tres yaquis y él, antes de irse con ellos,
gritó con todas sus fuerzas:
_ ¡Amelia,. Ameliaaaa!.
- ¿Quién es Sibalú?
194
En cuanto el pariente llegó al campamento yaqui, localizó a Sibalú
en su barraca empacando sus pertenencias para regresarse a
Sonora, pues ya había perdido las esperanzas de encontrar a la
yorita. Otro tanto estaban haciendo la Nana y Camella. Cuando el
pariente le contó a Sibalú lo sucedido en el parque, él dejó todo y
salió disparado hacia ese lugar. Se encontró con el guardia que
.en ese momento ya se retiraba; por lo que le preguntó si había
visto a dos señoritas salir del parque, a lo que él contestó: "qué
salía tanta gente que no recordaba a nadie en particular". Sibalú
insistió y le dio todas las señas particulares de Amelia; fue
entonces cuando el guardia recordó... -¡Ah!, si recuerdo a esa
señorita... su compañera le apuraba porque parecía que ella se
quería quedar más tiempo, pero tuvieron que salir porque yo tenía
que cerrar el parque. De esto hace un momento, no deben ir muy
lejos.
195
- Mira, Amelia tú no te vas así. Este problema de no querer
encontrarte con Sibalú, por temor a ese maldito secuestrador, yo
lo tomo por mi cuenta; y te juro que le vaya poner fin. Por favor,
no quiero que te vayas con esa angustia de que ese militar les
puede seguir haciendo daño, aún en Sonora. Dame esta semana
de plazo y verás que tú y Sibalú podrán ser felices para siempre.
196
tarjeta con una invitación para tomar café, al siguiente día en la
tarde, después de que los dos hubiesen salido de su trabajo.
197
entregaba al General Obregón. Este homenaje culminaría con
cena y baile; y en el que podrían planear el encuentro entre
Amelia y Sibalú.
198
CAPITULO XXI
La amenaza de Sibalú
199
Amelia pensaba que ella ya no formaba parte de los
sentimientos de Sibalú, porque si así lo fuera, él ya la hubiese
localizado, dado que su pariente debió haberle dado todas las
pistas respecto a su visita en el parque y, aunque ciertamente,
ella ya no había regresado a ese lugar, eso no era ninguna razón
para que él ya no la buscará, pues podía valerse de mil recursos
para dar con ella.
200
- Ven, hija, ven, tú y yo tenemos que hablar y si después de
escucharme decides irte, no seremos nosotros quienes te vamos
a detener por más que nos duela separarnos de tu linda
compañía.
Después, cómodamente sentados en la biblioteca, el médico le
entregó una invitación firmada por la comisión de militares que
preparaban un homenaje al Presidente Adolfo de la Huerta; en
ella se le invitaba a dicho acto y ahí mismo, le hacían ver el gran
placer que tendrían al verla bailar la Danza del Venado que, como
parte del programa, sería una grata sorpresa para el Señor
Presidente, dada su identidad con la tribu yaqui.
201
merecido por andar tomando decisiones que no me
corresponden.".
_ ¿Cuándo es la fiesta?
- El próximo sábado.
202
recursos para convencerlo; todo fue inútil. Pero, lo que si
consiguió fue que Sibalu expresara: Bueno, pues si se trata de un
homenaje a nuestro querido Presidente, vamos a suspender el
viaje unos días más para cumplir con esta invitación que nos
hacen, y ahí estaremos.
-- Está bien, pero espero que no sea broma, eso de que vas a ir a
traerla.
203
Esa noche, el Casino lucía todo su esplendor, y a los acordes de
la música de una banda iban entrando los militares con uniforme
de gala acompañados de sus esposas, que lucían peinados de
alto copete con vistosos plumajes y ataviadas con lujosos
vestuarios que hacían notar las curvas de sus ceñidas cinturas -
misión cumplida del corsé y el polisón-. Además, se exhibían los
destellos del cintilar de sus joyas.
204
conocer a la Señorita Amelia. Motivo por el cual la acompañó y se
sentó a su lado. Pronto se entabló entre ellos una animada
conversación, en la que salió el tema de las vicisitudes que le
habían tocado sufrir a ella, en la Ciudad de México; sobre todo lo
del secuestro. El General, muy atento la escuchaba, y agregó:
- ¿Casado, dijo?
205
después de muchos años de rebelión contra el gobierno, ahora
habían regresado a sus pueblos donde se encontraban
trabajando en paz. Siguió con muchos otros aciertos, pero hizo
especial énfasis en la honradez que le caracterizó durante todo su
mandato.
206
uno y otro lado la enorme cabeza de venado que parecía
husmear el peligro de un cazador... mientras ella ejecutaba la
danza, allá en el bar, donde seguía embriagándose Sibalú, le
llegó un yaqui y le dijo:
207
CAPITULO XXII
¡Así abrazan los yaquis!
208
Amelia no sabía que Sibalú era danzante, y de haber sabido
que se iba a encontrar con él bailando el Venado, jamás se
hubiera atrevido a aceptar ese compromiso, donde sólo la
esperaría el ridículo.
- ¡Me ahogo!
210
su boda. Y si tú la quieres, recuerda que Amelia es hija de familia
honorable, y que tendrás que cumplir como corresponde a un
caballero.
- ¿A la yori?
211
Además, recogeré mis maletas, que ellos traen en su carruaje.
Sibalú, da por hecho, que ya jamás yo me separaré de ti.
El tren, esa madrugada corría rodando sus vagones por la vía que
atravesaba las verdes praderas de los campos del Anáhuac,
vigiladas desde el horizonte por los eternos titanes del
PopocatépetI y el Ixtlacíhuatl, que dibujaban sus soberbias
imágenes desafiados los siglos.
212
Doña Carolina recibió un telegrama de Gabriel, donde le
comunicaba que ya podían fijar la fecha de la boda, que sería
doble porque también Sibalú y Amelia se casaban.
Después de leerlo, ella sintió que era uno de los días más felices
de su vida, en el que terminaban todos sus sufrimientos y
angustias, al saber que Dios le devolvía a su hija Amelia sin
problema de salud y plena de felicidad.
Carta en la que ella decía: "que el único delito del Mayor Arturo
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Nolasco era el de haberla amado tanto, y que nunca declararía
nada en su contra.
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alegría y con un torrente de besos y abrazos a la pareja de
enamorados. Sobre todo Doña Carolina que no soltaba a su hija
cubriéndola de caricias.
_ Está bien, ahora sólo te voy a decir Coli. -los dos se trenzaron
en una lucha hasta que Doña Carolina y Rosario los apartaron.
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gala que usaba como guardia presidencial, en las ceremonias del
palacio de gobierno”.
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CAPITULO XXIII
Amelia, Amelia, Amelia...
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Mientras la tarde oscurecía en brazos de un multicolor
crepúsculo, el Templo de Santa Rosa de Lima lanzaba al vuelo el
alegre repicar de sus campanas, como si quisieran borrar los
recuerdos de aquella otra desdichada boda... y hasta los blancos
lirios que adornaban el altar parecían danzar alegres al vaivén de
sus corolas mecidas por el aire que vaciaba su caudal de frescura
al llegar de los abiertos ventanales. Igual sucedía con los ramos
de rosas que lucían en los búcaros, a uno y otro lado de la
arquería hasta escalar las gradas del altar. También se acunaban
en el viento las guirnaldas de jazmines que colgaban de capitel a
capitel, invadiendo el recinto con la suavidad de su perfume.
Aun lado del altar, esperaban de pie los dos novios que portaban
uniforme militar de gala, dado que el Doctor del Bosque era
médico militar.
Los padres del Doctor del Bosque apadrinaban a las dos parejas.
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_ ¿Para qué rumbo salieron?, -dijo Amelia
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- ¿Y no te vas a enojar conmigo?
_ No, que va, si hasta voy a bailar de puro gusto. -la Chanita se
fue muy sonriente.
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dos corazones que Dios había atado con las divinas hebras de su
infinito amor.
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comenzaron a cometer crueldades horrendas con los yoris que
caían en sus manos.
,
La situación se hizo extremadamente peligrosa. Los yaquis
escondían a sus familias en la sierra, ante el peligro de una
guerra sin cuartel entre ellos y el gobierno.
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- Sibalú, yo te seguiré en la misma guerra y si tú mueres yo moriré
contigo. La Nana cuidará de nuestros hijos.
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- Amelia, esa dos rosas blancas que ahora luce tu cabellera, del
color de los trigales dorados, son el símbolo del puente de amor
que tú le tendiste a nuestra raza. Puente que tú y yo cruzamos
primero, al unirse tu gran amor con el mío.
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La Nana con voz temblorosa comenzó a relatar: "En cuanto llegué
a la cueva con ustedes, luego me preguntaron: "¿por qué no
llegan mi papá y mi mamá?", yo le dije; aquí espérenme y
quédense con estos otros niños, mientras yo vaya traer a sus
papás.
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que nos corresponden para evolucionar en todos los campos de
los que hoy, son dominio de los yoris.
La Nana ya no habló.
FIN
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