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El silencio de las
Piedras

Ana María Olea Encinas

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El silencio de las piedras
Ana María Olea Encinas
Derechos Reservados
GOBIERNO DEL ESTADO DE SONORA
Secretaría de Educación Pública
Dirección de Publicaciones
ISBN 968-6486-45-3

Ana María Olea Encinas

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Dedico esta novela a:
Al divino Creador de
la palabra y el sentimiento.
A mi familia de cuyos
Valores se ha nutrido lo
Mejor de mi vida.
A la Licenciada Margarita
Araux y a la Licenciada
Ana Beatriz Olea de Félix
por sus valiosas colaboraciones.
A la Asociación de Escritoras
Cajemenses (ASESCA), marco
de mi preparación literaria.

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A MANERA DE PRESENTACIÓN

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La novela es una manera de integrar algo que en la vida no se
puede integrar. Entonces, hay ciertos momentos en que la única
manera de llenar ese hueco que hay entre el escritor y el mundo
es escribiendo una novela, quizá porque la novela es el género
que más elementos psicológicos ha absorbido, y que ha definido
en forma más distinta su impulso vital, resumiendo el carácter
objetivo y subjetivo de la vida y, además, dentro de lo subjetivo,
los elementos conscientes y subconscientes, y quizá también
porque la novela es lo que más se parece al relato de la vida y,
sin embargo; no es igual al relato de la vida: es una manera de
modificarlo y de sustituirlo; no olvidemos que la novela es como
un puente colgante entre la historia la poesía; por lo mismo tiene
una personalidad cambiante; dista de la historia por su ímpetu
imaginativo y creador; de la epopeya, porque le falta lo
maravilloso ya veces el carácter universal de su interés, aunque a
veces lo posea; de la lírica, porque maneja elementos objetivos;
del puro arte, porque requiere la cooperación de la ciencia; de la
pura ciencia, porque fantasea mucho. A Ana María Olea le
interesa la narrativa como una manera de integrar, en palabras,
algo que en el mundo está desintegrado, un modo .de poner un
orden, de organizar la vida; su vida. Piensa que uno escribe
porque tiene cierta inhabilidad, o cierta falta de destreza o de
capacidad para poder vivir como vive todo el mundo, de una
manera práctica y satisfaciéndose con esa vida práctica, y Ana
María por tener un vacío, un hueco que percibe en la realidad, lo
llena con la escritura ya sea novela, cuento o poesía, que para
todo da su corazón irreductible. Y es el amor como algo cotidiano,
como algo que propicia la convivencia, como algo que se puede
tener al alcance de la mano, como un vaso de agua, un amor
mucho más doméstico y trascendental, lo que da eje central a EL
SILENCIO DE LAS PIEDRAS, a la que parece que se llega
recordando ayes y ayeres, dejándose llevar por el fluir de los
recuerdos, ordenándolos alrededor de un mismo tema inserto en
la épica yaqui y la serie de constantes que determinan la actitud
de los sometidos frente a los sometedores, el cuadro de
reacciones de los sojuzgados, la corriente del mal que va de los

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fuertes a los débiles y que regresa otra vez a los fuertes, en una
especie de contagio doloroso y fascinante.

Decía Unamuno que una novela debería tener verosimilitud,


fantasía, variedad de episodios y de personajes, unidad. Pero
tales palabras no esclarecen nada el problema. Algo se ilumina la
cuestión cuando se dice que en la novela hay que estudiar bien
los caracteres y la atmósfera. El total de todo esto es lo
comúnmente denominado argumento. Pero no hay novelista por
el mero hecho de aplicar estas recetas. El novelista debe
documentarse tanto como un historiador, pero su procedimiento
es inverso; una vez documentado, echará por la borda el crecido
caudal de sus conocimientos, y se dedicará a sentir e imaginar
como sus personajes, metiéndose dentro de cada uno de ellos.
Deberá realizar un esfuerzo introspectivo profundo y este
esfuerzo es manifiesto en ELSILENCIO DE LAS PIEDRAS, en el
que Ana María Olea Encinas, al contraponer dos experiencias y
concepciones diferentes sobre la sociedad, evoca un conflicto que
le permite plantear coloquialmente la lucha de clases al nivel de
un drama individual con un estilo espontáneo y sencillo, un tono
lírico sostenido y un sutil equilibrio entre la verdad histórica y la
nostalgia.

Conozco bastante literatura que usa y abusa de la temática


indigenista. Uno de sus defectos principales reside en considerar
el mundo indígena como un mundo exótico en el que los
personajes, por ser las víctimas, son poéticos y buenos. Esta
simplicidad no me interesa. Los indios son seres humanos
absolutamente iguales a los blancos, sólo que colocados en una
circunstancia especial y desfavorable.

Los indios no me parecen misteriosos ni poéticos. Lo que Ocurre


es que la mayoría de las etnias, viven en una miseria atroz. Es
necesario describir cómo esa miseria ha atrofiado sus mejores
cualidades. Otro detalle que los autores indigenistas descuidan -y
hacen muy mal- es la forma. Suponen que como el tema es noble
e interesante, no es necesario cuidar la forma como se desarrolla.

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Como refieren casi siempre sucesos desagradables, lo hacen de
un modo desagradable: descuidando el lenguaje, no pulen el
estilo... En estas circunstancias, Ana María Olea es imparcial,
sabe que el blanco no es el mejor, pero no por razones de
carácter individual sino por circunstancias sociales y económicas:
"No se puede convertir impunemente a un personaje blanco en
villano, ni a un indígena identificarlo a priori con la bondad. La
única diferencia, y no es pequeña, consiste en que los indios son
casi siempre siervos y los blancos reservan para sí el papel de
amos" -comenta-.

Los personajes de EL SILENCIO DE LAS PIEDRAS resultan


verosímiles. Todos ellos sostienen sus formas peculiares de
conducta y de expresión y podemos identificarnos con ellos a
excepción de ciertas familiaridades fantásticas de la heroína de
Pocahontas, Lola Casanova o la criolla de Tabaré, sin que por
ello desmerezca la perseverancia, la tenacidad, la otra heroicidad
de Amelia Olea Merino que, desafiando todo peligro, penetraba
diariamente a tierras yaquis con el objeto de impartir clases a la
niñez indígena, pero aquella similitud de la señorita Olea con
blancas enamoradas de un aborigen, como lo aclara la autora es
producto de la fantasía y cualquier similitud con algún personaje
sería obra de la casualidad.
EL SILENCIO DE LAS PIEDRAS puede leerse sin mayores
tropiezos, es decir, de un tirón, novela bien escrita, hábilmente
escrita; hay agresión hay condescendencia, nitidez, inteligencia,
detallismo, feminitud, poesía, bella historia de amor, novela
completísima. Vamos a ver que pasa. Al menos en EL SILENCIO
DE LAS PIEDRAS Ana María Olea ha descubierto lo que es
escribir de largo; la literatura, la novela, es como el matrimonio,
larga y llena de amor, a diario, que no se puede abandonar; de
valentía nunca vista, la carrera humana de Ana María, su carrera
de mujer, se consagra ahora con su carrera de escritora, en ese
largo y torcido caminito de la vida donde hasta las piedras hablan.

Abigael Bohorquez
El silencio de las piedras

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PROLOGO

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El argumento de esta novela corre paralelo al período histórico de
la sangrienta lucha contra los yaquis que defendían la propiedad
de sus tierras. Está inspirado en el valeroso ejemplo y desafío de
la señorita Amelia Olea Merino que, afrontando todo peligro,
penetraba diariamente a dicha tribu con el objeto de impartir
clases a la niñez indígena.
Con excepción del marco histórico y gobernantes dela época,
todo el contenido de dicho argumento es producto de la fantasía y
cualquier similitud con algún personaje sería obra de la
casualidad.

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CAPITULO I
Crespones negros

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Desde la tragedia que sufrieron los yaquis, cuando fueron
bombardeados en el Bacatete, la casa de la familia Velderrain, en
el Pueblo de Bácum, permanecía con crespones negros en las
puertas, por la gran pena que sufrió Doña Carolina al perder a
una de sus hijas junto con su esposo ... Desde entonces, ella, ya
no quiso saber nada de fiestas ni de compromisos sociales, pues
fue tan grande su dolor que nunca más se le volvió a ver una
sonrisa, mucho menos una demostración de alegría: sin embargo,
todo esto vino a cambiar con la llegada de sus dos nietos: Amelia
Carolina y Sibalaume, que regresaban de la Ciudad de México
convertidos en profesionistas. Ella, con el título de Licenciada en
Derecho, él, con el de Ingeniero Agrónomo. Después de mostrarle
a su abuela esos documentos, la abrazaron con tal fuerza y amor
que hasta la hicieron bailar.

A partir de ese momento se quitaron los crespones, la casa de los


Velderrain se llenó de luz y alegría con las bromas y risas de la
inquieta juventud.

Después de pasada la euforia del regreso de los nietos, éstos le


pidieron a su abuela que les platicara cómo habían quedado
huérfanos, por qué nunca nadie les había dicho qué había pasado
con sus padres. Ella les contestó que si querían una información
completa de lo sucedido, lo cual ella también ignoraba porque le
faltó valor para preguntarlo, quien les podía informar de todo eso
era la Nana que los trajo a ellos cuando sus padres murieron, que
ella vivía en el Pueblo de Pótam, y que cuando quisieran ir a verla
el cochero los podía llevar en el carruaje.

Otro día llegaron a ese pueblo, ahí encontraron a la Nana, quien a


pesar de sus años los reconoció y no cabía en sí de alegría al
sentirse abrazada por ellos.

Sin esperar más, le dijeron el motivo de su visita, a lo cual les


contestó: que para que quedaran bien informados de todo 10 que
querían saber, necesitaban acompañarla hasta la Sierra del
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Bacatete, para buscar una cueva donde ella había dejado
guardado un bloque de papeles que había escrito su madre
Amelia, los cuales había empastado con piel de venado para
protegerlos y le había pedido que, "cuando sus hijos estuvieran
grandes, si ella ya no vivía que les entregara esos escritos".

Inmediatamente, se pusieron en camino por senderos


enmantados donde no podría entrar el carruaje, pero como los
jóvenes eran deportistas no les afectó ni lo difícil del camino, ni el
ascenso de las pesadas cuestas, menos a la Nana para quien
ese desafío ya era una costumbre.

Al atardecer llegaron a la citada cueva. Ahí ella les tendió una


vaqueta de res en el piso, donde se sentaron. Luego sacó de una
grieta los manuscritos empastados y se los entregó.
Inmediatamente, los jóvenes abrieron con ansiedad el compendio
y leyeron el título de la primera página que decía: "Dos Rosas en
el Puente". Novela inspirada en un amor sin medida que unió a un
yaqui y a una yori1 dentro del mágico universo de la tribu yaqui.

Como la novela era bastante larga fueron leyendo por turno cada
capítulo correspondiendo a Sibalaume leer el primero:

___________________________________________

1 Raza blanca o que no es de la raza yaqui.

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EL VIGIA

Al paso de las lluvias de verano, la vegetación gris del desierto se


va tornando de verde en los zacatales que alfombran las llanuras,
donde van apareciendo florecillas que con sus corolas matizan el
paisaje de tonos amarillos, blancos, lila o el rojo de los san
miguelitos que cuelgan sus lianas de los arbustos y matorrales;
así como exóticas flores de cactos características de la flora del
desierto sonorense.

Ha caído la tarde, y las nubes que besan las cumbres del


Bacatete van siendo arrastradas por el viento que, al arreciar
hacen rodar negros nubarrones que van oscureciendo el cielo ya
veces enceguecen chispazos de descargas eléctricas que
retumban con estruendo.

El viento se ha vuelto huracanado, los árboles se doblan, los


animales huyen, se esconden. Se suelta la tormenta con
toneladas de lluvia que se desplazan hacia los bajos rebasados
por las corrientes, para ir a vaciarse en el cauce del Río Yaqui,
que crece y crece... Ha llegado la creciente y el río viene
arrastrando árboles, casas, animales y hasta aquellos hombres
que no tuvieron tiempo de alejarse hacia las zonas altas.

Mientras que el río se hincha, ruge y brama, va saliéndose de su


cauce rompiendo paredones que caen con estruendo en la
corriente que las arrastra. El hombre mira, teme y calla... más no
los indios que ven en ello una bendición del cielo, pues según
dicen: cuando el río se sale y se acuesta con la tierra, ella pare
más animales, más pastos, más frutos y la vida no se acaba.

Alguien camina por el monte y la maleza que aplasta suena al


ritmo del huarache...

Es un joven yaqui que clava su mirada penetrante en un vaivén


del cielo al río, como queriendo fotografiar en su memoria el bravo
espectáculo que de banda a banda escenifican el derrame de las
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aguas del río Yaqui; para apreciar mejor el espectáculo, se
encarama en un frondoso mezquite. Desde esa atalaya
contempla todo el horizonte que le rodea.

Se acomoda entre los brazos del árbol; su cerebro comienza a


masticar los recuerdos que hace tiempo le vienen comiendo el
alma...

Ha pasado mucho tiempo, cuando él tenía escasos cuatro años,


también se encontraba encaramado en los brazos de otro árbol
des de donde le tocó vivir el drama que los yaquis sufrieron en el
Mazcoba, -cerro en lo alto del Bacatete-. Ahí le llegó una bala que
le hirió de un brazo; tuvo que resistir el dolor sin llorar, sin
quejarse; y ver como cayeron muertos sus padres ante las balas
de los federales. Además, cómo su hermana escondía bajo su
rebozo a su novio, que al fin fue descubierto por los atacantes,
fusilándolo frente a ella; la que muda, pálida y sin llorar, se lanzó
en frenética carrera a la cumbre del Mazcoba y, desde ahí, hacia
el abismo desempeñándose entre las rocas; igual que lo hicieron
el resto de yaquis con sus mujeres y niños que no querían
rendirse.

También recuerda cómo una de las Madres Josefinas, que se


encontraba con ellos lo bajó del árbol, lo llevó con el médico de
los federales para que lo curara, a lo cual él se negaba
forcejeando por que no quería que un yori lo tocara con su mano,
hasta que lo sujetaron, terminando él escupiéndole la cara.
Inmediatamente, la monja lo cubrió con un manto para
esconderlo, ante la amenaza de que iban a fusilarlo por la afrenta
que le causó al médico. Y cómo ella cargó con él hasta la
estación del Lencho, del ferrocarril, donde lo abordaron hasta
llegar a la frontera; y de ahí a una reservación yaqui cerca del
entonces pueblo de Tucson, donde la monja lo entregó a una
india yaqui que él le llamó Nana, quien lo trató con mucho cariño
llevándolo a la escuela del lugar. Más tarde, él se internó en el
país del norte aprendió el inglés, tan necesario para desempeñar
los trabajos en los que se empleaba.

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Ahora está de regreso en su tribu, a la que siempre añoró
regresar y porque en la sangre que corre por sus venas lleva el
grito del deber para luchar por la reivindicación de sus derechos
tan cruelmente pisoteados por los malditos yoris, a los que hace
responsables de todas las calamidades que han sufrido y siguen
sufriendo sus hermanos de raza.

El Cobanahua, gobernador de su pueblo, lo ha hecho objeto de


su confianza comisionándolo a vigilar no sólo al río, sino a impedir
que los yoris se internaran dentro de los terrenos de la tribu, para
eso trae un arco bien templado y un buen mazo de jaras.

Mientras el vigía cumple con su misión, al otro lado del río, en el


pueblo de Bácum, se encuentra estacionado un batallón de
federales, con el objeto de proteger la seguridad de las familias
de los nuevos colonos que han adquirido propiedades que las
dedican a la agricultura, cuyos terrenos habían sido despojados a
los yaquis.

Esa noche, en la residencia de la familia González, se festejaba la


llegada del hijo del General que comandaba el batallón, y como
en ese pueblo escaseaba el elemento masculino, el apuesto
joven se ve asediado por las damitas de la sociedad que, del
brazo de gallardos militares y jóvenes de levita, se deslizan
bailando a los acordes del vals "Club Verde”, que toca la banda
del batallón. Todas ellas visten lujosos atuendos de encaje y
seda, con polisón y corsé acentuando sus cinturas, peinados de
alto copete adornados con plumas. Entre ellas destaca la
sencillez de una jovencita de ojos vivaces, que luce su cabello
largo de color castaño claro, que brilla como listones de seda que
caen sobre sus hombros y se deslizan por su espalda, recogidos
por un tocado, su vestido no es de encaje y seda, es de olanes
calados que al bailar parecen alas de paloma que se mecen en el
aire. Su galán es nada menos que el hijo del General.

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Al terminar los últimos acordes del vals, comienza a gritar la
concurrencia: ¡Que baile Amelia la jota, que baile, que baile! La
joven se suelta del brazo del galán, saca de su bolso unas
castañuelas y comienza a ejecutar el baile solicitado, con gracia y
donaire como si lo hiciera una española. La gente se ha orillado a
los lados para darle espacio, aplaude y vitorea a la graciosa
damita.

Un grupo de chicas, allá en una esquina del salón, ni gritan, ni


aplauden, sus miradas son de desprecio, celos y envidia.
Comienzan a murmurar: "Se cree la divina garza, no se da cuenta
de que parece parche y del ridículo que está haciendo vestida de
trapo, mejor se hubiera quedado en su casa" - dice Rosa, "Pues
por lo pronto nos voló al galán que tanto disputamos" - dice otra,
"No me van a negar que su vestido es una obra de arte de las
manos nada menos de su madre, doña Carolina, a la que tanto le
hemos rogado que nos haga esos vestidos, pero que siempre se
ha negado" - agrega Sara.

En ese momento, termina Amelia de bailar y su galán trata de


rescatarla, pero ella elude el encuentro y se pierde entre la
concurrencia, pasa frente al grupo de chicas criticonas, lo cual
aprovecha Rosa para decirle:
- Qué chistoso tu vestido. ¿En dónde compraste seda tan fina?
ja, ja.

- Cómo destilas amargura amiga, por lo que veo no te sientes


muy feliz. Ayer se quejaba tu costurera que le habían dado mucho
trabajo las cortinas de raso que le llevaste, para que te hiciera ese
vestido, por que tenían muchas partes podridas.

En ese momento, el Mayor Arturo alcanza el brazo de Amelia y


ésta le reitera a Rosa:

- Te presto mi galán para que cures tu frustración, porque yo


tengo algo muy urgente que hacer; adiós, dice soltándose del
brazo del militar, pero éste la detiene y le pide que baile con él la

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melodía "Señorita Encantadora" que ha mandado tocar dedicada
a ella.

Las chicas palidecen de rabia al ver cómo el galán se les escapa.


Sólo Sara sonríe y dice: "No me sorprende que Amelia lo gane,
viene muy hermosa, miren como luce su atuendo al bailar".

- ¿A quién engañas con tu falsedad?, tú y ella me la van a pagar

- dijo Rosa saliendo disparada -, pero, al pasar junto a la pareja


que bailaba, roza el vestido de Amelia, y le dice:

- ¿Qué pretendes muñeca de trapo?

- Lo que tú nunca podrás lograr, muñeca de cortina, porque


aunque la mona se vista de seda, mona se queda ja, ja.

El mayor jala del brazo a su compañera y rápido se le lleva a la


terraza.

- Eres muy inteligente, Amelia, tú eres capaz de derrotar al mismo


diablo; por lo que no creo que se atrevan a volver a molestarte. Y
volviendo a otro tema; tuve la impresión de que huías de mí y eso
me lastima, pues desde que llegué a este pueblo, no tengo ojos
más que para ti. Me tocó la fortuna de que tu casa quede frente al
cuartel y todo el día me la llevo tratando de verte.

- Mira, Arturo, mejor será que te olvides de mí, ahorita estoy


pasando por un momento muy especial de mi vida; desde niña
me tocó sufrir los sinsabores de la revolución y, antes de ella,
sacudió muy fuerte mi sensibilidad el drama que desde entonces
vive la tribu yaqui: tal ves tú juzgues esto como sin sentido; pero
yo no puedo olvidar las crueldades que cometieron con esas
familias... les quemaban sus jacales, violaban a sus mujeres, les
despojaban sus tierras, los exiliaban y los vendían como esclavos
en Yucatán. Después, con los que quedaron, compraban sus
manos cortadas y finalmente decretaron su exterminio.

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- Pero eso fue desde antes de la revolución.

- Sí, pero aún siguen adelante los despojos. ¿Qué dices tú de


todo esto?

- Que es una tribu indómita que el gobierno no ha podido


someterla; que cometen robos, asaltos y atrocidades contra los
colonos que pacíficamente aquí se han establecido, y que aquí
estamos para protegerlos.

- Para los yaquis, no son robos, ni asaltos; sino una lucha para
recuperar lo que les pertenece, en cuanto a las atrocidades a que
te refieres, quedan muy pálidas respecto a lo que han hecho con
ellos.

- y tú, ¿qué propones, mi adorada Amelia?

- Buscar con ellos la concertación con planes atractivos que los


involucren, también a ellos, en la modernización de la agricultura
y culturización de su raza.

- Mira; chiquilla, para lo de culturización, el gobierno de Carranza


les envió a la insigne Arqueóloga, Eulalia Guzmán, pero, los
yaquis la rechazaron.

- Según Eulalia, fue ella la que pidió venir con los yaquis, y
entendió muy bien su rechazo, porque el gobierno de la
revolución les había prometido devolverles sus tierras y no les
había cumplido; y ella venía de parte de ese gobierno; por lo que
abrió una escuela aquí, en Bácum, donde nos enseñó a ser fieles
a nuestra raza; por eso yo rechazo tantas crueldades e injusticias
contra esa tribu.

- Pues el gobierno representa la justicia y siempre castigará al


que delinca.

- Pues que ponga el ejemplo haciéndole justicia a la raza yaqui.

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- Para el gobierno ninguna persona, ni grupo pueden acaparar
enormes extensiones de terreno.

Amelia ve que es inútil seguir dialogando con su enamorado


militar, por lo tanto da media vuelta y sale disparada. Cuando él
se da cuenta, Amelia ya se ha esfumado... "Caray, esta señorita
tiene lo suyo, pero no me rindo y ¡a la carga!, hasta que sea mía".

Amelia llegó a su casa donde Doña Carolina, su madre, y


Rosario, su hermana, la estaban esperando.

- Mamá, mi galán en el baile fue el mero hijo del General.

- ¡Pero cómo hija! , y tú que no te quisiste poner el vestido


elegante que te compré para esa ocasión, ¿qué diría la gente al
verte con un vestido tan informal?

- Es que a mí, el lujo me parece cursi, propio de gente fatua que


carece de los verdaderos valores que hacen brillar a una persona.

- Eso, te lo metió Eulalia en la cabeza, como ese decir de que te


quieres ir con los yaquis para abrirles una escuela y servirles de
maestra. Ojalá te entusiasmes con el militar para que cambies de
ideas.

- No voy a cambiar, porque el Mayor Arturo me salió ser un mata


yaqui y no lo soporto; y desde luego, mi plan de abrirles una
escuela a los niños de la tribu yaqui, sigue en pie.

En ese momento entró su hermano Gabriel que venía del baile y


le espetó:

- Sólo a una loca se le ocurriría semejante disparate, sabiendo


muy bien que los yaquis no permiten que ningún blanco se meta
con ellos.

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Es la madrugada, y el vigía yaqui sigue al pie del cañón espiando
acuciosamente todo su alrededor, mirando cómo las aguas han
invadido las riberas y, aunque el viento se ha calmado, las
corrientes hacen remolinos en el caudaloso río. De pronto, su
mirada se detiene en un punto fijo... es nada menos que una
canoa que viene bailando al garete de las fuertes corrientes. Su
asombro llega al clímax cuando ve a una jovencita que lucha
frenéticamente con los remos queriendo controlarla para pasar el
río.

- ¿Jitasa Waata, yori záncora?2 -, grita al indio con voz de trueno.

- Quiero pasar al otro lado para hablar con el Cobanahua.

- Mi jefe no recibe yoris tramposos y ladrones, devuélvete estás a


tiempo de salvarte, o el río te traga.

- No le tengo miedo.

- Aquí estoy para no dejar pasar a los yoris y si lo haces, te mato.


Y entiende muy bien: "yori que entra, yori que muere".

- Sólo vengo a pedirle que me deje abrir una escuela para los
niños de la tribu.

- Los yoris solo saben enseñar maldades, mejor muerto que


oírlos.

- Yo de corazón quiero a la tribu ya sus niños.

- ¡Cállate ya!, te doy un minuto para que te devuelvas o te mato.

Amelia hizo caso omiso y siguió remando.

-Tú lo quisiste, yori testaruda, ¡Ahí te va!...

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Una y otra flecha pegaron en la canoa, pero la joven impávida
seguía remando. El indio furioso lanzó otra andanada de jaras y la
canoa dando tumbos se volcó tragándosela el río y junto con ella
a la atrevida jovencita.

El yaqui corrió al lugar, se lanzó al río, pero todo fue inútil, sólo
rescató una maleta y dos rosas blancas que quedaron flotando en
el oleaje. El, abrió la maleta... se encontró con lápices, cuadernos,
algunos libros y ropa de vestir; la cerró, volvió la mirada al río
moviendo la cabeza a uno y otro lado; dio media vuelta y a toda
velocidad se lanzó corriendo por el monte.

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2 ¿Qué quieres blanca basura?


!

22
CAPITULO II
Yori que entra,
Yori que muere

23
No obstante que los yaquis habían participado en la revolución
mexicana ante la promesa de que seles devolverían sus tierras, al
finalizar ésta, no se les cumplió lo prometido y el recelo de ellos
aumentó al ver que la colonización seguía adelante en perjuicio
de sus propiedades, que iban pasando a manos de los nuevos
colonos. Reclamaciones iban y reclamaciones venían sin ningún
resultado, hasta que comenzaron a surgir gavillas de yaquis que
asaltaban los campos de cultivo, se llevaban las cosechas y junto
con estas partidas de ganado, suscitándose, más de una vez,
encuentros sangrientos que tenían atemorizados a los habitantes
de los pueblos de Cócorit y Bácum.

Esa noche, mientras algunas encumbradas familias de Bácum se


divertían bailando y festejando al hijo del general que comandaba
el batallón estacionado en ese pueblo. Allá, en el otro lado del río,
los Cobanahuas yaquis se encontraban reunidos en una
asamblea donde discutían un plan para presionar al gobierno a
que cumpliera con el compromiso de la devolución de sus tierras
y terminar de una vez con la inestabilidad, y poder vivir en paz.

Por su parte, el gobierno temía que volviera a estallar la guerra y


se valía de espías para que le informaran de los planes y
movimientos de la tribu, logrando introducir entre ellos a los que
se llaman Torocoyoris, es decir yaquis traidores. Por lo que los
Cobanahuas o jefes de los pueblos se andaban con mucho sigilo
para deliberar sus planes de acción. y cuando más acalorados se
encontraban en sus discusiones, comenzaron a escuchar vocerío
altisonante de un grupo de indios que penetraron
precipitadamente dentro del jacalón de la asamblea, jalando
bruscamente a una joven con la ropa mojada y el pelo destilando
gotas de agua.

- La encontramos en el monte corriendo por el atajo que pasa por


este rumbo.

- Es una espía que la manda el gobierno -dice el jefe mayor.


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- No quiere hablar, -dicen los que la trajeron.

El jefe se acerca y le pregunta:

- ¿Quién eres tú?, ¿qué quieres aquí? di la verdad, no mientas


porque te cuesta la vida.

- Me llamo Amelia Velderrain, vengo del pueblo de Bácum a


pedirles que me permitan abrir una escuela para sus hijos y
servirles de maestra.

Todos sueltan una carcajada y el jefe de nuevo la increpa:

-Ustedes los yoris que nos robaron nuestras tierras, que nos
vendieron como esclavos, que quemaron nuestros pueblos,
violaron a nuestras mujeres y decidieron exterminamos, ¿Qué nos
van a enseñar? -suelta la carcajada.

- Yo no soy responsable de lo que hicieron esos yoris salvajes, ni


vengo de parte de nadie. Yo sola decidí venir a proponérselo a
ustedes.

- Las mentiras de ellos son tus mentiras, ¿Cómo que vienes a


abrirnos una escuela con las manos vacías sin cuadernos y sin
libros?

- Yo venía atravesando el río cuando un yaqui me tiró jarazos que


voltearon la canoa, a mi maleta se la llevó el río con todo ese
material que traía.

- ¿No me digas que remaste sobre las corrientes del río que está
bramando? A ti debió tragarte el rio por mentirosa; eres una espía
y creíste que fácilmente engañarías a Coyote Zorra.

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En medio de las risas de los indios, el gran jefe ordena que
amarren a la joven del tronco del mezquite que está fuera del
jacalón mientras las autoridades yaquis deliberan sobre el destino
de la joven que tiene en sus manos.

Así, Amelia impávida y sin inmutarse, quedó amarrada al tronco


del mezquite, con la mirada fija en el horizonte. Ahora no le
quedaba más que esperar el final de su azarosa aventura.

Le venía a la memoria las palabras de su madre y de sus


hermanos que le advirtieron de que no cometiera semejante
locura, pero ella era así, libremente inmanejable para usar sus
convicciones sin ningún temor a las consecuencia de lo que ella
consideraba lo honesto y lo justo, para ser leal con ella misma. Y
ante esta situación de casi condenada a muerte, sabía que tenía
que enfrentar ese reto hacia donde la llevó su conciencia, que la
inducía a luchar por la justicia de la tribu yaqui, tan vejada y
masacrada por el propio gobierno, en aras de un plan de
modernización agrícola, a costa del despojo de las propiedades
de esa etnia yaqui, a la que no se contemplaba como beneficiaria
de dicha modernización, sino como mano de obra barata, para
echar a andar dicha empresa, lo cual llevó a los yaquis a tomar
las armas para defender su patrimonio.

Lamentaba que la buena intención que ella traía para la, tribu no
fuera comprendida por la gran desconfianza que se tenía a todo
lo que viniera de los yoris. En fin, ellos eran así y ella era ella,
todo estaba en manos de Dios, porque ninguno cambiaría en su
modo de ser.

Allá en Bácum, la familia Velderrain se dio cuenta de que Amelia


no se encontraba en la alcoba, en vano la estuvieron esperando;
muy angustiados comenzaron a buscarla, indagando por todo el
vecindario, y hasta en los alrededores del pueblo con resultados
infructuosos. Consideraban inusual en ella esto que sucedía,
pues a pesar de que era muy independiente en sus actitudes, era

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muy cariñosa y considerada con su madre y hermanos, inclusive
con la Chanita, india yaqui que se había agregado con ellos
cuando a sus padres se los llevaron al exilio, y que ahora lloraba
desesperadamente por la desaparición de Amelia.

Pronto, por el pueblo comenzó a difundirse la noticia de que


Amelia había desaparecido ya correr diferentes rumores sobre el
caso; manejándose principalmente el de que los yaquis la habían
secuestrado, o podía ser un crimen, inclusive rumores aviesos de
lenguas viperinas que ofendía la reputación de ella; sobre todo de
quienes se alegraban de que se quitara de enfrente esa peligrosa
rival, sobre sus propósitos de conquistar al apuesto joven Arturo.

Mientras tanto, Amelia seguía amarrada al tronco del mezquite,


comenzaba a preocuparle el disgusto que le causaría a sus
gentes, pero le tranquilizaba el papel escrito que les dejó, el cual
nunca llegó a manos de su, familia, dado que en esa noche
tempestuosa, una ráfaga de viento abrió la ventana de su alcoba
y se llevó el referido papel.

También le venía a su memoria la Chanita, que estaba muy


encariñada con ella. Recordaba el día que la puso como una
muñeca y la llevó al campo agrícola de su hermano Gabriel,
donde ella echaba el gato a retozar visitando las casas donde
vivían los trabajadores yaquis, que le tomaron cariño porque se la
llevaba repitiendo palabras en su lengua y jugando con el indita
Cheché, que ese día la llevó a las porquerizas a ver a una
marrana que había tenido ocho cochinitos y cómo a la Chanita se
le ocurrió apoderarse de uno de los críos, la marrana dándole
topes la tumbó en el lodazal, pero sin soltar al crío.

En ese momento llegó Gabriel preguntando: ¿quién es ese


espantajo bañado de lodo?, y la Chanita se soltó dando de gritos
abrazándose a Amelia. También Gabriel la consoló permitiéndole
que se llevara al marranito, pero con la condición de que el animal
no fuese a ensuciar la casa con sus excrementos. Ya de regreso,
la Chanita le encasquetó una de sus pantaletas de color rojo y, al

27
estarle ajustando la jareta, el marrano se soltó, atravesó la calle y
llegó al cuartel, donde los soldados no se lo querían entregar
hasta que les dijera de quién eran las pantaletas rojas, que el
animal se había quitado frente a ellos; pero la Chanita de un salto,
se las arrebató, agarró su marranito y entró corriendo a su casa
donde, por los balcones, su familia había gozado del cómico
suceso.

Todo esto pasaba por la mente de Amelia, que seguía esperando


el veredicto de los jueces indígenas. Al fin llegó el dramático
momento, "Amelia va a ser ejecutada en la horca" de acuerdo a lo
establecido: "yori que entra, yori que muere".

En el instante que le ponen la soga al cuello llega el espía yaqui


con el maletín en la mano y se para en seco frente a ella,
diciéndole:

- Te lo dije, yori testaruda, que no entraras a nuestra banda


porque por ley te matarían. Yo te creía ahogada y no me explico
como demonios llegaste primero que yo.

Amelia no contestó, sólo se le quedo mirando profundamente a


sus ojos...

El indio entró con los jueces y vació frente a ellos el contenido de


la maleta: cayeron rodando gises, lápices reglas, cuadernos y
libros, así como las modestas ropas de vestir. Y, entre esto, una
libreta donde tenía apuntes sobre el drama de la tribu yaqui; así
como la dura condena que hacia al despojo de sus tierras y a las
crueldades cometidas contra ellos. También cayeron dos rosas
que quedaron tiradas sobre el piso.

Leído esto y revisado aquello, los jueces revocaron la sentencia y


mandaron traer a la yorita. Ella creía que ya la iban a ahorcar,
pero la tomaron con toda delicadeza y la llevaron frente al
tribunal, donde se le comunicó que quedaba en libertad y que
podía irse o quedarse según su voluntad.

28
Amelia se agachó, recogió las dos rosa blancas que lucían
esplendorosas, tal vez por la humedad del tiempo, y se las
entregó al gran jefe diciéndole:

- Tómalas, ellas son el símbolo de un puente que una yori acaba


de tender, extendiendo sus brazos de amor hacia ustedes. Y me
quedo porque me propongo elevar los niveles intelectuales, no
sólo de los niños, sino de ustedes también, a fin de que conozcan
y puedan manejar los recursos jurídicos de nuestras leyes para
argumentar la justicia que les corresponde en las legítimas
reclamaciones de la propiedad de sus tierras, que será el medio
más eficaz para presionar al gobierno y así terminar con el "tu me
matas y yo te mato", que esto ya lleva muchos años diezmando
cada vez más a su tribu. Hay que prepararse para esta nueva
lucha, a eso he venido y aquí me quedo.

Los yaquis la escucharon con gran asombro: "El puente estaba


tendido" y por él comenzaron a transitar uno a uno, tendiéndole la
mano a aquella jovencita que derramó un torrente de sinceridad
llegando al corazón de muchos de ellos.

El gran jefe se paró y le dijo: "Quédate, porque tu no tienes negro


el corazón como los otros yoris. Quedarás al cuidado de la familia
Angüis", y dirigiéndose al vigía le ordenó:

- Llévala tú, Sibalú, y dile a la nana Micaila que se la encargo


mucho.

Sibalú tomó la maleta de Amelia y le hizo una seña de que lo


siguiera.

Por todo el camino iban muy serios, ninguno de los dos hablaba.

Al fin Sibalú le dijo:

29
-- Te saliste con la tuya, yori atrevida, pero no la vas a pasar muy
agusto. Todavía tu capricho te puede costar muy caro.
- Ni es capricho mío, ni vine a pasarla agusto. Además pierdes tu
tiempo amenazándome.

- Si, ya me di cuenta de que a ti ni el diablo te asusta.

- Por lo menos los diablos que he conocido hasta ahora no lo han


logrado.

- ¿A qué diablos te refieres?

- Mira, podía comenzar contigo, pero los verdaderos diablos los


dejé allá en mi pueblo. ¿Sabes?, mejor te propongo que seamos
amigos.

. - En eso no creo, porque todavía tengo muchas dudas sobre ti,


más bien jamás podrá serlo porque yo con los yoris mientras más
lejos mejor -esto último lo dijo ya frente a la puerta del jacal de la
Nana Micaila.

- Bueno, pues ya terminó tu sacrificio, y para mí, un amigo más,


un amigo menos, no importa.

30
.

CAPITULO III
Al rescate

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La desaparición de Amelia era una terrible desgracia para la
Familia Velderrain. Unos y otros se desesperaban al ver que las
horas pasaban, que ya casi amanecía sin ninguna noticia sobre
ella.

El Mayor Arturo Nolasco, ignorante de lo que sucedía, llegó frente


a la casa de la desaparecida, acompañado de la banda del
batallón, iniciando una alegre serenata con la romántica pieza de
"Señorita Encantadora".

Inmediatamente se abrió la puerta principal y apareció Rosario


bañada en lágrimas, quien informó al Mayor sobre la desaparición
de Amelia, que ya la habían buscado por todos los rumbos del
pueblo sin ningún resultado; por lo que toda la familia estaba
terriblemente angustiada, pues temía mucho por la seguridad de
su vida.

- Esto es un secuestro de los yaquis, no puede ser otra cosa. Así


están procediendo estos desalmados, pero se van a arrepentir de
ello toda su vida.

- Nosotros no pensamos así, más bien creemos que haya sufrido


un accidente y esté imposibilitada en algún lugar en consecuencia
del temporal que ha estado tumbando árboles y destechando
casas. Mi mamá se resiste a involucrar a los yaquis en esto; pero
no descarta un crimen de algún desalmado de aquí del propio
pueblo.

- ¿Cómo no van a ser los yaquis, si hasta niños han secuestrado?


- Si, es verdad, pero esos niños han regresado ilesos y aseguran
que fueron muy bien tratados.

- Y, ¿Qué me dices de los cuerpos mutilados de yoris que han


enviado dentro de costales a lomo de burro?

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- Esos tiempos ya pasaron fueron reacciones sangrientas por los
crímenes y crueldades que cometían contra ellos.

- ¿Tú, los defiendes y culpas de todo al gobierno, Rosario?

- No culpo, ni defiendo, sólo digo la verdad; pero si me quieres


amedrentar, mejor vete, que con lo que tenemos ya es bastante.

- Es que yo la quiero con toda el alma y no voy a perderla. Ahora


mismo me llevo una escolta para rescatarla a como dé lugar.

La Chanita, que estaba detrás de la puerta, escuchó esto último


salió corriendo como bala hasta llegar a la casa de una familia
yaqui que vivía a la orilla del pueblo. Les avisó que los yaquis
iban ser atacados por el batallón de soldados que llevaría el
Mayor Arturo; que se lo decía para que ellos fueran a informarles
inmediatamente.

Cuando la Chanita regresó a su casa, todavía discutían el Mayor


y Rosario, diciendo ésta última:

- Si vas a atacar militarmente a los yaquis, vas a derramar mucha


sangre inútilmente, porque si mi hermana está con ellos es por
puro gusto. Más de una vez la escuché decir que tenía un plan
de ir a poner una escuela para los niños yaquis y servirles de
maestra.

- No, por favor, ¡Cállate Rosario!, Amelia no sería capaz de


semejante barbaridad. Una señorita tan culta y tan bella no se
atrevería jamás a meterse con esos salvajes. Sólo por la fuerza
se la llevarían.

- Pues para nosotros sería un gran consuelo saber que mi


hermana vive y que esta con ellos.

- Me voy ahorita mismo, a encabezar la escolta, y no pasará este


día sin que traiga a tu hermana. ¡Te lo juro!

33
En el camino hacia el cuartel, el Mayor Arturo fue abordado por la
señorita Rosa:

- ¿Ya sabes la noticia?; la loca de Amelia se huyó quien sabe con


quien. A ella le gusta mucho revolverse con la gentuza. Además
¿tú no sabes que es admiradora de los yaquis y enemiga del
gobierno?

- Con permiso señorita, tengo un asunto urgente, adiós.

"Vamos qué expresión de los militares, ha de ser un guacho


corriente", -expresó Rosa muerta de rabia y dando media vuelta
se fue por donde vino.

Allá, en la ranchería yaqui, había un revuelo por la llegada de una


yori a su hábitat, lo cual no solamente no era común, sino insólito.

Antes de que Amelia entrara a la cabaña de la Nana Micaila,


Sibalú se adelantó y le explicó a ésta el encargo que le hacía el
jefe de ellos respecto a la inesperada huésped. Sibalú le sugería
que la acostara en la tarima de él, porque esa noche estaría fuera
en una misión especial.

Amalia fue recibida por la Nana con mucho cariño; le ofreció algo
de comer, pero ella rehusó, sólo aceptó agua que la bebió con
ansiedad y se acostó quedándose dormida como una bendita, ya
que venía muy desvelada.

No se dio cuenta de que durmió todo el día y siguió con la otra


noche, pues la Nana tuvo mucho cuidado de que nadie la
despertara... Sin embargo, Sibalú pensó que estaría enferma y le
habló. Ella despertó muy apenada al saber todo el tiempo que
había dormido; por lo que no sólo les dio las gracias, sino que les
dijo que nunca en su vida se había sentido tan bien de salud;
Sibalú la escuchó muy serio y serio, se fue.

34
Por su parte, la Nana la tomó del brazo y la llevó frente a una
hornilla atizada con leña, donde en un gran camal estaba
cociendo tortillas muy grandes que parecían sábanas blancas. A
un lado, estaba asando palomas que despedían un olor incitante;
tomó una, la envolvió en una de esas tortillas; se la dio a la yorita
y, aunque el desgano era su constante, la devoró en un momento
y siguió con otra y otra. Recordó que su madre la reprendía
porque dejaba en el plato la mitad de la comida y que le decía:
"por eso estás flaca como una escoba"

- ¡Qué rica comida me diste Nana!, muchas gracias.

- Sibalú trajo muy temprano estas palomas pitayeras para el


desayuno.

En momentos que Amelia salía de la cabaña, con objeto de


familiarizarse con los niños de la tribu, entró Sibalú cruzándose
entre ambos una mirada de mutua desconfianza ... Amelia sentía
el marcado rechazo de él hacia ella, pero al mismo tiempo, más
de una vez, lo sorprendió cuando le clavaba sus ojos a través de
algún portillo del chiname de carrizo de su jacal; inclusive, cuando
estuvo dormida tantas horas, recuerda que dos o tres veces, al
darse vuelta en la cama, con los ojos entrecerrados, se encontró
con los ojos de él que la miraban profundamente. Por supuesto,
ella no podía creer que eso fuera un síntoma de que a él, ella le
interesara, sino por el contrario, lo veía como un constante
espionaje de que la hacía objeto, yeso le molestaba, aunque por
otro lado, el mirar profundo de los ojos negros de ese indio, le
agradaba...

La Nana se dio cuenta de la frialdad con que Sibalú miró a la


yorita y le dijo:

- Cómo eres díscolo con esa jovencita tan dulce y tan buena.

- Mira, Nana, tratándose de yoris, por más buenos que parezcan,


yo dudo de ellos.

35
- Ya verás que yo no me equivoco, a leguas se ve que es una
buena muchacha.

- Ándale, déjate de defenderla y dame de comer porque tengo


que salir de urgencia para espiar desde el río a los guachos que
planean atacarnos, porque quieren rescatar a su yori. Yo le dije a
mi jefe que por qué no se las manda muerta para que dejen de
fregar.

- ¡Jesús! y ¿qué dijo?

-Que él ya dio su palabra de que se quede y que la va a ayudar a


que abra la escuela. Parece que le cayó bien esa flaca.

Esto ultimo lo dijo acabando de comer y salió diciendo: “y todo por


una vieja, quien sabe lo que se espera de ella”

- Tienes miedo, Sibalú.

- ¿Yo, miedo?, ¿a quién?, lo que tengo es rabia de que ya


comenzaron los problemas por culpa de esa jija de tal.

El cacique había dado orden de que se ayudara a la yori en todo


lo que necesitara para abrir la escuela; pero ella, al recorrer el
caserío se encontró con muchas miradas frías e indiferentes que
la evadían con desprecio. Además, cuando se acercó a un grupo
de niños que estaban jugando, estos, en cuanto la vieron se
echaron a correr, como si hubieran visto al diablo.

- ¡Párense!, no corran y acérquense a la señorita Amelia.

Era el Cobanahua que al acercarse a ella le dijo:

-Vamos, muchacha, no te desanimes, así somos los yaquis,


desconfiados y matreros, pero a estos buquis yo te los meto al
aro.

36
- ¡Arréenle, buquis!, arréenle y júntense bajo ese mezquitón,
donde la señorita Amelia va a ser su maestra y quiere hablar con
ustedes.

Los inditos muy sumisos se sentaron debajo del árbol; y Amelia


muy sonriente les dijo: “Dios inchania” (2). “Dios Inchoco” (3),
contestaron los niños. Y sin más, todos ellos, junto con Amelia
soltaron una carcajada; igual lo hizo el cacique que después
agregó: “ya pronto tendrás un local para dar tus clases. Veras
yorita, que los yaquis no somos como dicen los yoris”.

Amelia, pletórica de felicidad, se sentó en el zacate en medio de


los niños, abrió la maleta y le fue entregando a cada uno lápices,
cuadernos y cajas de colores. Luego pegó en el tronco una
cartulina grande donde les presentó la primera letra, que luego los
niños comenzaron a dibujarla.

En tanto, que Amelia ayudaba a los niños a realizar su tarea, se


acercó una india yaqui muy amable diciendo:

- Dios inchania, Comá 3.

- Dios inchoco 4, le contestó Amelia muy sonriente.

A partir de ese día, el puente de comunicación con la tribu


comenzó a ser transitado entre los yaquis y Amelia. Solamente
Sibalú, aún permanecía aislado de ella.

Mientras tanto, allá en la vera del Río Yaqui, Sibalú, en


cumplimiento de su misión, acechaba a su alrededor. No tardó
mucho en avizorar a un destacamento de soldados que se
acercaba a la orilla del río; éste parecía embravecerse más al
impacto de las canoas que los soldados empujaban sobre las
aguas, para luego abordarlas.
___________________________________________
3 Buenos días
4 Contestación a Buenos días
!

37
Inmediatamente, Sibalú comenzó a sonar con mucha furia su
tambor y, aparecieron al instante una multitud de yaquis que
lanzaban una lluvia de jaras contra las canoas llenas de soldados,
los cuales, inmediatamente contestaron con fuego de fusilería, la
que nunca daba en el blanco, por que ésta era dirigida hacia los
sombreros, pañuelos o camisas que se divisaban en el monte,
pero que solamente eran señuelos qué los yaquis ponían sobre
las ramas para despistar a los ,soldados; dando por resultado
que, mientras éstos vaciaban su carga de fuego sobre esos
parapetos, los yaquis ilesos peleaban de lados opuestos, desde
donde ellos sí daban en el blanco.

A esto, se aunaba una terrible gritería al compás del estruendo


terrorífico de los tambores.

Por el otro bando, el descontrol de las canoas, que entre los


embates de las corrientes y los golpes continuos de las jaras, se
hacían incontrolables. Aturdidos por la gritería y el tamboreo de
los yaquis, se inició la retirada, la cual no podía asimilar el Mayor
Arturo al verse derrotado.

Sibalú y su gente fueron recibidos con aplausos y gritos de


alegría a ver que regresaban sin ninguna baja. Amelia también
gritaba feliz, cogida de la mano de un grupo de niños.

Sibalú paso cerca de ella, y casi rozándole el cabello le dijo entre


dientes: “si un solo indio hubiera muerto, tú hubieras sido la
culpable por el capricho de meterte donde nadie te llamó”.

Amelia se quedo pálida y muda.

38
CAPITULO IV
La magia de un encuentro

39
Estando reunida la tribu comentando el encuentro con los
soldados del Batallón de Bácum, llegó un yaqui que traía la
noticia de que el río se desbordaba hacía los pueblos y que no
tardaría en arrasar la ranchería de ellos.

Ahí mismo se acordó salir inmediatamente hacia la Sierra del


Bacatete, como acostumbraban hacerlo cada año, para luego
regresar a sus pueblos cuando las aguas volvieran a su cauce.
Todo esto lo veían como una bendición porque "el río embaraza a
la madre tierra y ésta va a parir muchos granos". Efectivamente,
las aguas limosas fertilizaban los suelos, lo cual les permitía
levantar hasta dos cosechas en el año; por lo que el salir de sus
pueblos, por esa razón, era un presagio afortunado que les
causaba entusiasmo y alegría.

Sibalú llegó corriendo a la cabaña, para avisar a la Nana que se


había dado la orden de salir inmediatamente hacia el Bacatete,
porque las aguas del río no tardarían en inundar su ranchería.

_ Vámonos, llévense todo lo que puedan; tú, Amelia, agarra tu


maleta y apúrate.

Amelia que estaba muy triste por los recientes reproches que le
había hecho Sibalú, se llenó de alegría al escuchar que, por
primera vez, él le dirigía la palabra sin agredirla; por lo que pronto
recogió sus cosas y además se acomidió a llenar un canasto con
pinole, carne seca, tortillas y otras provisiones para luego
colgárselo de la espalda; ya que con las manos llevaría su
maleta y un bulto con cobijas.

- Dame acá esa canasta, yorita, - dijo la Nana.

- Ya la llevo conmigo y no me molesta.

- Es que tú no conoces lo pesado del camino, sobre todo al ir


subiendo los cerros.
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- Así voy bien, gracias.

Los tres bien cargados se unieron a la muchedumbre de hombres


que eran seguidos por perros, marranos, chivos y hasta algunas
mulas y vacas que venían arreando.

Sibalú y otros hombres se salieron del grupo, para regresar más


con la caballada, que precisamente pastaba cerca del lugar en un
potrero.

Él regresó montado en una potranca y se bajó de ella frente a la


yorita, diciéndole:

- En esta potranca, tan rebelde como tú, te voy a montar; y, sin


más, la tomó de la cintura y con todo y carga la montó en la
potranca; la cual comenzó a inquietarse parando las orejas.

- Agárrate fuerte de la cabeza de la silla y jálale la rienda, si


comienza a cabestrear, o quiere correr; parece bronca, pero
sabiéndola manejar es noble.

- No te preocupes, arriba de cualquier caballo yo estoy en mi


mundo.

Esto lo decía Amelia porque para ella montar a caballo era "pan
comido” lo cual hacía con mucha frecuencia en la Hacienda del
Platanal, propiedad de su familia.

También la Nana fue montada en otro caballo, y muy enojada le


reclamó a Sibalú:

- Eres un maldito, ¿por qué montaste a la yorita en esa potranca


sabiendo que es broncar, ¿tanto la odias, que pretendes que se
mate? Eres un indio malo y vengativo con esa cintura inocente
¡Cámbiala de caballo! O le aviso al Cobanahua.

41
- No, que va, Nana, el animal es muy noble, ¡Mira!, cómo lo
conduce muy bien.

No terminaba de decir esto, cuando la potranca se encabritó y


desbocada se lanzó a toda carrera perdiéndose en el monte.

Sibalú, inmediatamente montó su caballo y como rayo salió a


seguirla.

La potranca corría como loca, y Amelia con una mano trataba de


alcanzar la rienda que se le había soltado y con la otra iba
firmemente asida de la cabeza de la silla; al fin logró apoderarse
de la rienda y poco a poco fue controlando a la potranca hasta
que ésta se paró frente a un árbol de palofierro.

Amelia se bajó del animal, lo acarició y vio cómo levanta una pata
que parecía dolerse. La revisó muy bien y encontró que la tenía
amoratada y muy inflamada. La siguió acariciando y la potranca
se echó a sus pies. Se veía muy enferma.

Ella pensó salir corriendo para alcanzar al grupo y pedirles que


vinieran a curar al animal; pero, al tratar de hacerlo, se dio cuenta
de que estaba en medio de un monte cerrado y no hallaba que
rumbo tomar; así que decidió subirse al árbol para atisbar desde
arriba y ver si encontraba alguna pista que la pudiera orientar.

Después de que Sibalú salió en busca de Amelia, toda la


caravana de yaquis se detuvo en un recodo del camino,
esperando el regreso de Amelia.

Al fin, Sibalú localizó a la potranca echada bajo el palofierro, pero


al verla sin Amelia, comenzó a gritar.

- ¡Amelia!, ¡Amelia!, ¡Amelia!

Nadie contestó, sólo el eco del grito se repitió en las montañas.

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El, desesperado y furioso le lanzó insultos a la Chabela, - así se
llamaba la potranca- y, sacando una pistola le dijo que la iba a
matar; pero en ese momento, Amelia saltó del árbol diciendo:
¡Déjala en paz!, ¿qué no ves que está enferma de su pata?

- No me vas a decir que te preocupaste por mí.

- Deja de hacerte la viva y dame algo para ceñirle la pata a la


Chabela.

Amelia se rasgó parte de su falda con la cual Sibalú sujetó la pata


de la potranca, luego con una navaja le hizo una cortada que la
exprimió hasta sacarle la sangre infectada.

- Necesito más trapo para vendarla.

Amelia se quedó callada, pues no le agradaba nada quedarse sin


falda.

Sibalú tal vez lo comprendió y se quitó la camisa, la rasgó en tiras


y con ellas vendó la pata de la potranca. Finalmente le dijo:

- Aquí te quedas tranquila, ya no te va a doler la pata, mañana


vengo por ti.

Amelia se quedó viendo la estampa varonil del yaqui con el dorso


desnudo y un poco nerviosa le dijo:

- Yo me voy corriendo hasta alcanzar la caravana.

- ¿Estás loca?, tú no sabes qué camino seguir y diciéndole esto,


la cogió de la cintura y la montó en las ancas de su caballo.

- Agárrate fuerte de mí, porque vamos a correr.

Al iniciar la carrera, Amelia se cogió de la cintura de Sibalú y, al


sentir el contacto de su piel con la de él, le vino al pensamiento el

43
deseo de que ese viaje nunca terminara. Igualmente, lo mismo le
sucedió a él, que de cuando en cuando bajaba la mirada para ver
las blancas manos de Amelia pegadas a su piel morena; sin
embargo, ninguno de los dos hablaba, de eso se encargaba la
imaginación que mientras más grande era el silencio, mayor era
su elocuencia ..

Al encanto se vino a sumar un colibrí que cayó entre los dos,


batiendo sus alitas, y al sentirse atrapado en las manos de
Amelia, se asustó y ésta lo dejó volar.

Viendo que se perdía en la inmensidad, dijo Sibalú:

- Este animalito es de buena suerte, de veras que Tata Dios te


quiere, ya vez que no te pasó nada con la Chabela.

- Sí, gracias a Dios, pero la verdad es que nunca me dio miedo


correr montada en ella.

- Sí, ya veo que eres muy buen chofer de caballos y también de


canoas, nomas te falta ser chofer de corazones.

En medio de una carcajada Sibalú le picó espuela a su caballo


que corrió como centella perdiéndose los dos en el polvo del
camino.

Mientras en las cumbres del Bacatete aparecía la luna llena


aspirando el perfume de las flores de palofierro.

La caravana de yaquis seguía apostada en el recodo; se sentía


un ambiente de inquietud, unos iban a buscar a la yorita al monte,
otros venían de él sin ningún resultado.

Repentinamente se escucharon los gritos: ¡Ahí viene Sibalú!

La Nana temblando de ansiedad lo vio y dijo:

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- Pero viene solo en la potranca, sin Amelia, ¡Oh Tata Dios,
sálvala!, ¿dónde estará?

Nuevamente gritaron ¡Ahí viene Sibalú con Amelia montada en


las ancas de su caballo!

Una jovencita yaqui, llamada Camelia, al divisar a la pareja que


venía montada en el mismo caballo, se dijo: "Eso no más me
faltaba, que esa yori resbalosa se me atraviese en mi camino,
pero ni crea que me lo va a quitar, ella no sabe de lo que soy
capaz...”

Amelia y Sibalú vieron al grupo de yaquis acampados, que los


estaban esperando.

La relación que surgió entre ellos durante el viaje parecía haber


comenzado a derrumbar las fronteras ancestrales que los
separaban, y aunque para Amelia siempre fueron absurdas, no
así para Sibalú, que vivía atrapado dentro de una carga
conceptual muy definida, respecto a mantenerse lo más lejos
posible de toda relación con los yoris, para los que desde niño
guardaba un profundo rencor, por lo de la tragedia del Mazocoba
que le tocó sufrir en su propia carne. Sin embargo, el fuego de su
juventud le tendió una trampa con los encantos de la yorita, al
sentirla piel con piel. En fin, aunque ninguno de los dos deseaba
el término de ese viaje, lo cierto es que éste ya había finalizado y
para Sibalú la magia de ese encuentro, ahí moría.

De un salto Amelia se bajó del caballo, otro tanto hizo él. La Nana
los abrazó y lo mismo hizo el Cobanahua, diciendo:

- Ya te creíamos muerta, muchacha.

- Qué valiente eres Sibalú, defendiendo yoris en vez de matarlos.-


Le dijo Cornelia clavándole una mirada llena de odio-. Sibalú la
esquivó y montándose en su caballo dijo:

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- Yo me vaya vigilar al río. Quiero descubrir los planes de los
guachos que no creo que se den por vencidos. A lo que el
Cobanahua agregó:

- Llévate una escolta que puede ser necesaria en caso de que


ellos vuelvan.
- No es necesario, yo solo me basto.

Amelia trató de decir algo, pero se calló al ver la mirada


fulminante que le dirigía la Cornelia.

En tanto que Sibalú, a toda carrera se perdía en las sombras


mientras la noche iba cubriendo al monte.

En Bácum, la incertidumbre sobre el paradero de Amelia se había


vuelto un drama.

La Chanita, sin que nadie se diera cuenta, todos los días iba a la
casa de la familia de los yaquis, que vivían a la orilla del pueblo, a
preguntar si sabían algo sobre el paradero de Amelia. Esa familia
la quería mucho y le decían que nunca los nombrara a ellos en
casa de los yoris; porque les tenían desconfianza de que los
pudieran perjudicar, y que de Amelia no sabían nada.

La Chanita, sin nombrar a la familia yaqui, le dijo a Rosario, que


los yaquis no se habían llevado a Amelia.

Gabriel oyó esto último y tomando por los hombros a la Chanita le


exigió que le dijera quién le había dicho eso. La niña casi llorando
contestó que fue un indio que vio en la calle,

- Y ¿hacia dónde iba?

- Iba corriendo rumbo al río.

- Mira Chana, si me mientes te vas a arrepentir.

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- Déjala, -dijo Rosario-, no la asustes y no me gusta que la trates
así.

La Chanita, al ver que Rosario la defendía, se abrazó de ella


llorando, en tanto que Gabriel salía a largos zancos diciendo:

- Me voy al campamento yaqui, a traer a mí hermana, seguro que


ahí la encuentro.

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CAPITULO V
El enigma de unos ojos

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Gabriel caminaba por un batamotal cerca del río, cuando avistó
que se acercaba el Mayor Arturo con un destacamento de
soldados, no queriendo encontrarse con ellos, cambió de rumbo,
pues maliciaba que iban en busca de su hermana, y él repudiaba
cualquier agresión militar contra los yaquis, sobre todo por el
hecho de que Amelia estuviera con ellos, lo cual, si así fuera,
sería porque ella así lo había decidido.

De pronto escuchó fuertes voces:

_ ¡Los yaquis no permitiremos que pasen!

_ Devuélvenos a la Señorita Amelia y nos regresamos.

_ Si eres valiente, mayorcito, entra tú solo a buscarla, te aseguro


que nada te va a pasar.

_ ¡Cállate!, indio patarrajada y da la cara, no seas cobarde.

_ La cara la daremos solos los dos, frente a frente, sin que nadie
te cuide guacho mugroso.

_ Ahí te va una fiesta de balas para que te las cenes, indio


mojino.

Una ráfaga de metralla fue lanzada hacia el rumbo de la voz del


indio, pero cada vez que éste hablaba, lo hacía de distinto lugar;
por lo que nunca pudieron alcanzarle los balazos.

Fue una faena muy difícil para los soldados llegar a la ranchería
yaqui, la que no sólo la encontraron inundada, sino también
desierta; los jacales abandonados, ni un animal ni un ruido todo
era silencio.

Cuando los soldados estaban descuidados, simultáneamente al


canto de un tecolote, apareció sorpresivamente una jauría de
49
perros bravos que lanzaban mordiscos y los atacaban por todos
lados. En tanto que los soldados sacaban sus pistolas y
disparaban hacia los huidizos canes, volvió a cantar el tecolote y
la jauría desapareció entre el monte.

Cuando Sibalú caminaba tranquilamente, seguido de sus perros,


fue interceptado por Gabriel, quien le preguntó:

- ¡Párate! amigo Sibalú, ando buscando a mi hermana Amelia


¿Qué sabes tú de ella?

- Ella está bien con nosotros; le está dando clases a la


chamacada.

Espero que no creas que nosotros la trajimos a la fuerza. Lo que


me extraña, es que ella no haya dicho que es tu hermana,
sabiendo que tú eres el único yori que nosotros queremos, por lo
bien que tratas a nuestros parientes en tu hacienda.

- Oye, amigo, espero que me dejes verla.

- Desde luego, si estás dispuesto a seguirme y desafiar el enojo


de los Jefes, que no quieren que ningún blanco se entere del
lugar donde estamos; pero yo te la puedo llevar a tu casa, si ella
quiere.

- ¿Por qué se fueron a la sierra, qué se alzaron contra el


gobierno?

- El gobierno es el que se alza contra nosotros, pero ahorita ese


no es el caso si no que es porque el río anegó de agua nuestros
pueblos y en la sierra hay mucho qué comer y qué cazar.

- Pero qué transformado te encuentro, Sibalú, ya no eres el


buquito que tu papá llevaba a la hacienda cargando en las
espaldas.

50
Además, tus parientes me platican que estudiaste en los Estados
Unidos, que sabes inglés y que hablas muy bien la castilla.

- No te preocupes por Amelia, de seguro que yo te la llevo.

- Te voy a coger la palabra y ya me voy, porque me urge llevar la


noticia a mi familia, de que ella ya apareció y que la vas a llevar
con nosotros; lo cual te agradezco infinitamente. Dile a mi
hermana que le mando un abrazo y que toda la familia
respetamos su decisión.

Los yaquis de la caravana, decidieron dormir en el monte, y al


otro día, continuar el viaje.

Amelia tendió un petate de palma sobre la yerba, otro tanto hizo


la Nana cerca de ella y se acostaron a dormir sobre esas esteras;
pero la yorita no podía conciliar el sueño... Una corriente invisible
e intermitente, la tenía atada a los recientes sucesos. Temía
enamorarse de Sibalú -temor muy justificado porque tal vez ya lo
estaba-, y no por prejuicio racial, dado que su estampa gallarda y
varonil, era lo que más le atraía; sino, por parte de él, porque su
orgullo de raza estaba por encima de cualquier sentimiento, sobre
todo contra los yoris, para quienes guardaba un profundo rencor
convertido en una muralla infranqueable que siempre los
separaría a uno del otro. Sibalú era carisma del yaqui fiel de su
raza, que jamás claudicaría para unirse a una blanca.

Todas estas cavilaciones danzaban en su mente, hasta que en la


madrugada, hecha un ovillo por el frío que hacía, se quedó
dormida.

Tampoco Sibalú, que iba acercándose a la caravana podía


librarse de la imagen de Amelia, que lo perseguía y que por más
que trataba de librarse de ella, más fuerte se le revelaba, no sólo
en la retina, sino muy adentro de su alma.

51
- Sin embargo, se juró no dejarse dominar por los encantos de la
yorita, a la que tanto había despreciado, pero que ahora cada vez
admiraba más; y no tanto por su belleza física, sino por su
inteligencia y valentía para afrontar situaciones peligrosas, a lo
cual se aunaba su gran simpatía y su sentido del buen humor,
que aunque él no quisiera, lo imanaba cada vez más el deseo de
estar a su lado. Pero de esto, a que él se dejara llevar
sentimentalmente a otro tipo de relaciones con ella, ¡jamás!
Además, que eso no podría suceder, porque ella siempre lo
despreciaría por ser un indio yaqui.

Cuando comenzó a aclarar el nuevo día, Amelia se despertó y se


asombró de verse cubierta con la chaqueta de Sibalú.

- Nana, ¿tú me cubriste con esta chamarra de Sibalú?

- No, yo te vi tapada con ella y creí que tú la habías cogido de su


maleta, para arroparte con ella.

- Líbreme Dios, que yo me hubiera atrevido a tal cosa.

- Entonces fue él, que llegó en la madrugada y te ha de haber


visto enroscada por el frío.

- ¿Dónde está él?

- Salió muy temprano de cacería, ya no tarda en volver. Ven, y


ayúdame a cocer las tortillas, mientras que yo las voy
extendiendo.

Todas las demás mujeres, también estaban haciendo lo mismo.

No tardó en llegar Sibalú con un grupo de yaquis; unos traían


venados, otros jabalíes, aquellas perdices, conejos y liebres, que
luego destazaron, las pusieron a las brazas sobre una enorme
parrilla que las mujeres ya tenían preparada.

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El suculento desayuno fue saboreado por todo el grupo. Amelia
gozaba y admiraba la vida en comunidad de las familias yaquis, a
las cuales ella se sentía integrada. Ahí no había diferencias, ni en
el comer, ni en el tener, ni en el vestir. Nadie era más que otro.
Únicamente a los ancianos se les hacía objeto de una atención y
respeto especial de reconocimiento a su experiencia y a su
sabiduría.

En esa raza, ejemplarmente unida, ningún yaqui era presa de la


tristeza y la soledad; porque si alguno de ellos por algún motivo,
carecía de alimento en su jacal, con toda confianza podía entrar a
otro, donde se le ofrecía comida y se le atendía como a un
hermano. La pena y la angustia de cualquier de ellos, o de su
familia, era la pena que todos compartían, así como el gozar de
sus fiestas y aconteceres afortunados.

Amelia se decía: "¿No es esto admirable y ejemplar dentro de un


mundo de hombres separados por jaulas de oro, segregados de
sus hermanos pobres y discriminados por su ignorancia, raza o
color? Yo vine a traerles a ellos cultura, pero la verdadera cultura,
aquí la estoy aprendiendo; ésa que no tenemos los blancos,
porque hemos hecho un mundo cruel y egoísta, envuelto en
guerras por ambiciones, donde los ancianos son aislados, sufren
solos y se mueren solos, con raras excepciones".

Amelia se encontraba sumida en estas cavilaciones, cuando se le


acercó Sibalú para decirle:

- Vi a tu hermano Gabriel cerca del río. Te andaba buscando.

¿Por qué no nos dijiste que era tu hermano?

- ¿Qué más te dijo?, ¿cómo está mi familia?

- Dijo que todos bien, pero que desean verte. Se tranquilizó


mucho cuando le dije que estabas con nosotros dando clases a la
chamacada. Él quería venir a verte, pero yo le expliqué del recelo

53
que tenían los jefes para permitir que los yoris llegaran a estos
lugares, pero que yo te podía llevar a verlos.

- En cuanto ponga de nuevo en marcha las clases quiero ir a


visitarlos.

- Bueno, tú me dices cuándo y yo le cumplo a tu hermano lo


prometido. Pero no me has contestado. ¿Por qué nos ocultaste
que él era tu hermano?

- La verdad es que no quise escudarme en mi familia para


ganarme el aprecio de ustedes, el cual espero merecer por mi
misma algún día...

- Yo te dije que si fuiste capaz de ser chofer de canoas y de la


Chabela bronca, que también serías chofer de corazones, no lo
dudes.

- Gracias por las buenas noticias que me trajiste de mi familia y


también por haberme tapado con tu chaqueta, hoy en la
madrugada.

Esto último lo escuchó la Cornelia que venía hacia ellos, y al


verlos juntos se enfureció y le dijo:

- ¿No te dije que ésta es una yori resbalosa?; si se atrevió a


quitarte la chaqueta, nomás le falta quitarte los pantalones.

Sibalú rojo de vergüenza se retiró sin darle ninguna explicación.


Las dos jóvenes se desafiaron mirándose frente a frente, pero
ninguna dijo nada; la Camelia se fue por donde vino, en tanto que
Amelia, al retirarse, sofocaba una carcajada, para luego
integrarse con las familias yaquis a saborear el rico desayuno.
Terminado éste, toda la caravana se puso en marcha. Amelia iba
rebosante de alegría por todas las atenciones de que había sido
objeto por parte de Sibalú.

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El ascenso a la sierra era continuo y pesado: sortear escarpados
riscos, eludir choyales erizados de espinas y agudizar bien el oído
ante cualquier rumor sospechoso. Algunos cortaban frutos de las
cactáceas, que se las iban comiendo sin dejar de caminar.

La jornada duró todo el día, pero al amanecer ya estaban


acampando en el lugar esperado, donde la claridad empezaba a
dar forma a un paisaje de amapas y palofierros en flor,
perfumadas vinoramas, trompillos y sanmigueIitos que enredaban
sus guirnaldas entre el ramaje de los arbustos, que crecían al pie
de un arroyo; mientras que bandadas de pericos parlaban
surcando el cielo y en la tierra se arrastraban las cacharas.

Todos se sentaron a descansar, menos Amelia que parada frente


al arroyo contemplaba el panorama embelesada, como queriendo
eternizar en sus pupilas la belleza del paisaje. En un descuido
resbaló y cayó en el arroyo. Sibalú, que no la perdía de vista
corrió a sacarla, pero cuando llegó, ella, brincando y chapoteando
el agua, ya había salido y estaba exprimiendo su falda, y sin más,
echó a correr hasta llegar donde estaba la Nana de pie frente al
nuevo jacal, dejando a Sibalú parado junto al arroyo, que movía la
cabeza y se decía: "A esta mujer, hay que amansarla porque es
más bronca que la misma Chabela”.

Mientras la gente seguía descansando, Amelia barría y regaba


dentro y fuera de la cabaña; descargaba bultos de ropa que la iba
acomodando ya ordenada en su lugar; así como todas las cosas
que habían traído. En tanto ella sentía que su corazón se
aceleraba al ritmo del profundo mirar de los ojos negros que
Sibalú le clavaba a través los carrizos; de ese mirar de enigma
que ella no alcanzara a descifrar y que la tenía sitiada en el
misterio de la confusión.

Allá en Bácum, corría de boca en boca la noticia de que Amelia


estaba con los yaquis, que no la habían secuestrado, y que ella
se había ido con ellos por su propia voluntad.

55
Las lenguas viperinas hacían trizas al noble e inaudito gesto de
Amelia, incapaces de comprender y valorar el desafío que ella
había tenido que enfrentar, para llevar adelante sus ideas y
propósitos más allá de las normatividades de toda una época.

Así se expresaban de ella las que se decían sus amigas:

- Es una hija desnaturalizada que no le importó el sufrimiento de


su familia, para irse a vivir aventuras amorosas con los yaquis -
dijo Rosa.

- Sinvergüenza, mosca muerta, está bien loca, deben encerrarla


en un manicomio - agregó Carmen.

- Caras vemos, corazones no sabemos, la muy santita resultó ser


una libertina - expresó Eustolia.

- ¡Vamos al cuartel!, a ver que cara pone el Mayor, cuando le


demos la noticia de las aventuras de su virgencita.

En la casa de los Velderrain, todo era alegría después de que


Gabriel les llevó la noticia de que su hermana estaba bien, sana y
salva con los yaquis y que muy pronto vendría a visitarles.

El Mayor Arturo, al saber tal noticia, pidió una entrevista con


Gabriel, quien le informó de todo lo sucedido:

- Inmediatamente me voy a trasladar al lugar donde están los


yaquis, para traerme a la Señorita Amelia.

- Creo va a ser muy difícil que la puedas hallar, pues ni a mí me


dijeron dónde está ese lugar. Según los yaquis, son secretos que
juran guardar, por temor a un ataque sorpresivo del ejército, Pero
no te preocupes, el indio que me dijo todo esto también se
comprometió a traer a mi hermana, cuando ella lo decida.

- ¿Cómo se llama él, y qué señas tiene?

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- Es un indio como todos, no le vi nada en particular; tú sabes que
son muy ariscos y desconfiados.

- ¿y tienes confianza para que ese indio traiga a tu hermana?

- Cuando un yaqui da su palabra, siempre la cumple, y él me la


dio.

- ¿Tú también defiendes a esa raza maldita y salvaje; estás contra


el gobierno, Gabriel?

- Yo estoy con quien tiene la razón. Perdón mi Mayor y buenas


tardes.

El mayor salió, rojo de ira.

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CAPITULO VI
Triángulo de piedra

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Bajo un florido palofierro, el grupo de niños yaquis, sentado en
la hierba, escuchaba la clase de Gramática, que Amelia les
explicaba, tanto en su dialecto como en la castilla, dado que ella
dominaba también la lengua yaqui.

La inteligencia de esos niños era tan asombrosa, que ella no se lo


esperaba, pues fácilmente se estaban haciendo bilingües.

Ella carecía de material didáctico apropiado, pero le sobraba


ingenio para valerse de recursos del mismo medio para que sus
clases fueran entendibles.

Después de haber terminado la explicación sobre las partes de la


oración, hizo uso de una cuerda que fijó horizontalmente de una
rama del árbol a otra. En ella colgó tres cuadros de cartón; el
primero llevaba escrito la palabra quelites, en el otro la palabra
Juan y en último decía come. Después les repartió a los niños un
papelito doblado a cada uno; y solamente en tres de ellos había
una palabra escrita: en uno decía sujeto, en otro verbo, y en el
último, complemento.

Enseguida, pidió a los niños que desdoblaran su papel, y que, a


los que les había tocado un papel escrito, pasaran a la cuerda y
descolgaran la palabra correspondiente a la parte de la oración
escrita en su papel, para que finalmente las volvieran a colgar
siguiendo el orden correspondiente a la parte de la oración escrita
en su papel. Cada niño hizo lo que se le ordenó apareciendo
colgada la oración "Juan come quelites".

Siguió con la clase de Anatomía:

- A ver Canuta, repíteme los nombres de las partes de tus


extremidades inferiores, tocando cada una de ellas.

- Murlo, rodía, canía, pie y dedos.

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- ¡Puchi!, qué bruta la Canuta, qué bruta -dijeron todos-, menos
Amelia que los amonestó y dijo:

- Canuta, ya está aprendiendo muy bien la castilla, ahora vas a


repetir conmigo las palabras en que te equivocaste...

Luego pasaron a la clase de canto entonando canciones tanto en


yaqui como en español. Finalmente les dijo:

- Vamos a la sierra para que ustedes escojan piedritas que


usaremos en la clase de matemáticas.

La Nana estaba preparando el desayuno cuando entró Sibalú,


volteando a todos lados.

- ¿En dónde está Amelia?

- Salió muy temprano a juntar a los niños para darles clases.


- ¡Qué buen pretexto para andar de vaga!

En ese instante se escucha el coro de niños entonando un


dialecto yaqui, "Luis Coruco se enojó” y después siguieron con
"Cielito Lindo” en español.

Sibalú estaba como bobo escuchando, al tiempo que la Nana le


decía:

- Hasta sin hablar ni verte, la yorita te tapa la boca; eres más


bruto que un burro echado.

Sibalú salió precipitadamente, mirando a la Nana con ojos de furia


contenida; trataba de localizar el rumbo de las voces que cantaba
pero éstas se callaron y no pudo dar con ella. Al ver que era inútil
seguir buscando, se tiró en la hierba muy pensativo, y con mucha
rabia aventaba piedras, su furia era contra él mismo, pues no
lograba desatarse los deseos de querer cada vez más la
compañía de la yorita. Ahí mismo, decidió de que antes de quedar

60
totalmente acorralado por esos deseos pondría punto final a esa
situación ... La Camelia está chula y me hace ojitos, lo cual a mí
me agrada, así que en ella está el remedio: hoy, en cuanto la vea,
le pido que se case conmigo.

Lo sacaron de sus pensamientos los gritos de unos niños que


venían corriendo a buscarle:

- ¡La Señorita Amelia se está muriendo!, le picó una víbora y no


puede hablar.

Sibalú salió disparado junto con ellos hasta el lugar donde


encontró a la yorita inconsciente... El sudor le corría por la frente y
las mandíbulas las tenía tiesas. Inmediatamente él sacó de su
bolsillo una navaja, le hizo una incisión en la parte de la pierna
que tenía la picadura y, al brotarle la sangre, comenzó a chuparla.

En esos momentos llegó Camelia.

- ¡Escupe pronto esa sangre de yori maldita! ¿No ves que te va a


envenenar más de lo que ya estás? ¿La quieres mucho, no?,
¡vete!, yo la voy a curar y ojalá se muera. Yo era muy feliz contigo
hasta que llegó esta záncora. Ahora, tú ya ni te acuerdas de mí.

- Cállate Cornelia, para que veas que no es como tú dices:

¿Quieres casarte conmigo?

- ¡Sibalú, mi amor, mi hombre! - diciendo esto, Camelia se colgó


de su cuello y al darle un beso, Amelia abrió los ojos.

- ¿Dónde estoy, y los niños por qué se fueron?

Sibalú se soltó de Camelia y con rapidez levantó a la yorita en sus


brazos diciéndole:

61
- Vamos con el yerbero, él te va a curar y vas a sanar muy pronto
para que sigas dando clases. Yo te voy a ayudar construyéndote
tu escuelita y ya verás que vas a trabajar sin problemas de estar
haciéndolo bajo los árboles con el peligro de que te vuela a
suceder lo que te pasó - todo esto, él lo decía corriendo con ella y
también Cornelia los seguía, muy enfurecida –

- Mira, Sibalú, si no me cumples lo prometido me la pagas.

- La promesa sigue en pie, depende de ti que la cumpla, si no me


estás apurando y me tienes paciencia.

Después de que el curandero le dio a tomar un brebaje a la


enferma, ésta cayó en un sueño profundo. Sibalú permanecía
parado como una estaca, siempre con los ojos clavados en ella.
Otro tanto hacía Cornelia pidiéndole a su tata Dios: "que se
muera, que se muera"

Al otro día, Amelia despertó, tenía la mirada muy triste. La Nana


la tenía abrazada y le ofrecía desayuno, pero ella sólo quiso
tomar agua. Después se levantó, se bañó ya pesar de las
recomendaciones de la Nana salió en busca de los niños, que al
verla gritaban de gusto, abrazándola. También las madres de los
niños hacían lo mismo y hasta los hombres venían a felicitarla.

Toñito, que se había encariñado mucho con ella, no quería


soltarla, abrazado de su cintura.

Sibalú se encontraba muy atareado: cortaba troncos que luego


rebanaba con una sierra y acomodaba las lonjas de madera, unas
encima de otras. Ahí le llegó Cornelia, y al tomarlo de la mano, lo
invitaba a irse a comer a la casa de ella.

- Vámonos mi amor, he preparado para ti la comida que más te


gusta.

62
- No puedo, ¿no ves que estoy muy atareado? Esto me va a
ocupar todo el día y quizá hasta la noche.

- ¿Para qué estás haciendo tan bonitas lonjas de madera, es para


hacer la casa donde vamos a vivir?

- Anda, vete y dile a Pancho que me venga a ayudar.

- Pues si es para lo que te pregunté, encantada voy a llamarlo.

En cuanto Cornelia se había ido, Sibalú salió en busca de Amelia,


esperaba que ya estuviera recuperada, y antes de llegar al jacal
la encontró en el camino, la tomó de la mano y le dijo:

- Ven conmigo, te voy a dar una sorpresa que te va a gustar


mucho.

-¿Qué es?, dímelo aquí.

- No se dice, vamos, allá te lo voy a decir.

- Ah, ¿es lo que anda diciendo Cornelia que te vas a casar con
ella?

- ¡No!, eso no.

- ¿No te vas a casar con ella?

- Bueno, si, pero no ahora, no sé cuando y no estoy seguro de


hacerlo. La sorpresa es otra cosa. Ven, ya la verás.

En ese momento llegó Cornelia corriendo, jaló de la mano Sibalú


y se lo llevó.

En tanto, los niños llegaron con la yorita; Toñito se le quedó


viendo y le dijo:

63
- ¿Por qué llora señorita?

- No lloro, Toñito, es arena que me cayó en los ojos. Anda, vete


con los demás niños.

- No, mejor me quedo con usted a cuidarla para que no le vuelva


a caer arena en los ojos.

- Vete, Toñito, y dile a tus amiguitos que vayan cortando hojas de


distintas formas para la clase de Botánica.

- Bueno, me voy, pero ahorita vuelvo.

Toñito no se fue con sus compañeros, sino a buscar a Sibalú


hasta que lo encontró...

- ¿Qué le dijiste a la Señorita Amelia, que cuando te fuiste se


quedó llorando? ¿Por qué la haces sufrir si ella es tan buena y tú
también?

- ¿Lloraba Amelia?

- Si, yo la vi que le corrían las lágrimas cuando te fuiste.

Sibalú de puro gusto soltó la carcajada... ¿"Llorará por mí de


celos"?

- No me acuerdo qué le dije, Toñito; pero ahorita mismo la voy a ir


a contentar. ¡Vámonos!

Amelia ya no lloraba cuando sintió que Sibalú la tomaba de la


mano diciéndole:

-Vamos, ven conmigo - y se la llevó a donde tenía la madera


cortada.

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- La estoy preparando para llevarla a la ranchería, el río ya debe
haber regresado a su cauce, y ahí te vaya construir la escuelita.

Y de ningún modo, volverás a dar clases en la hierba; porque si


de ésta te salvaste, de otra quién sabe. En fin, que cuando más,
dentro de una semana ya estaremos de regreso en nuestro
pueblo.

- Pero, qué bonita madera y qué agradable perfume y ese cuadro


grande, ¿qué es?

- Es el pizarrón que vas a tener y, además, a cada cuate que


tenga un hijo contigo le vaya exigir que haga una silla y una mesa
para su hijo, y verás qué bien instalada vas a quedar. ¿No estás
contenta?

Amelia dominando su tristeza, le dijo:

- Estoy muy feliz, gracias, Sibalú eres muy bueno y generoso.


Que Dios te proteja siempre, porque el mundo necesita de
hombres como tú.

- Y como tú, Amelia que tienes un corazón tan grande, donde te


cabe el amor para todos los niños y para todas las razas del
mundo, sin importarte el origen, ni el color. No existe otra mujer
tan humana y tan buena como tú.

- Mira, Sibalú, que me lo voy a creer.

- No es esto para creer, sencillamente eres. Adiós.

- Dices adiós como si te fueras lejos de aquí.

- Así es, por asuntos urgentes tengo que salir, pero no ahorita.
Será mañana. ¿Se te ofrece algo?

- Si, pero no quiero detenerte.

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- Ven, siéntate junto a mí, y dime.

- ¿Qué noticias tienes del gobierno de Carranza?

- Primero, a instancias de Adolfo de la Huerta se portó muy bien


con nosotros; pero ahora, las cosas andan mal entre ellos, porque
Adolfo no quiso aceptar al candidato para presidente que
Carranza quiere imponer, porque él apoya al General Obregón,
que tiene grandes méritos militares y enorme popularidad, en
tanto, que Bonillas, que es el candidato que apoya Carranza, es
un ilustre desconocido.

- ¿Me puedes decir por qué Adolfo de la Huerta siempre los ha


apoyado a ustedes?

- Bueno, él es de ascendencia yaqui, y por lo mismo, tiene la


valentía y el coraje para defendernos y apoyarnos. Se puede
decir que es el único que así lo ha hecho, porque los demás
funcionarios nos han engañado con falsas promesas de que nos
van a devolver nuestras tierras, que por ellas peleamos en la
Revolución; pero en cuanto llegan al poder... cuando les
recordamos esas promesas nos atacan militarmente.

- Si, yo me he dado cuenta de todo eso y de cómo los han traído


de engaño en engaño.

- Nosotros firmamos un tratado de paz con Adolfo de la Huerta,


quien nos permitió regresar a nuestros pueblos; pero las tierras
nuestras siguen en manos de los blancos y las guerrillas yaquis
vamos a luchar hasta que nos las devuelvan. Dicen que Carranza
acaba de ordenar al General Diéguez que venga a atacarnos. Ah,
pero si apoyamos a su candidato nos deja en paz; eso, sin
comprometerse a devolver las tierras. Nosotros somos aliados de
Obregón porque es el candidato de Fito. .

- ¿Y piensan que con él todo se les va a resolver?

66
- Mira, es nuestra última jugada; lo que venga después; no lo
sabemos.

- ¿Y es por esa situación el motivo de tu salida?

- ¿Así es, cuando vuelva te contaré: ahora quisiera preguntarte:


¿Quieres ir esta noche a ver a tu familia?, la tengo libre y puedo
llevarte. Además, así le cumplo a tu hermano lo prometido, antes
de irme,

- Claro, hoy como nunca estoy ansiosa por ir a ver a mi familia, a


la que adoro porque ella me comprende.

- Bueno, pues no se diga más; prepárate para salir.

- Ya estoy lista.

Se escucharon pasos de alguien que venía corriendo...

- ¡Vámonos! - dice Sibalú, tomando de la mano a la yorita y


echando a correr.

- ¡Sibalú!, ¡Sibalú!, soy Camelia, sé que te vas y vengo a pedirte


que nos casemos hoy, para que me lleves contigo. - pero sus
voces se la llevó el viento.

Ellos habían llegado a un potrero donde se montaron en el mismo


caballo y se perdieron galopando rumbo al río. Después de
caminar todo el resto del día, ya al oscurecer habían llegado a las
vegas del Río Yaqui. .

Todo el camino Amelia evitó asirse de la cintura de Sibalú, a


pesar de que él se lo pedía para así evitar que le pudiera suceder
un accidente. Ella se sentía atrapada en una contradicción: ir
junto al hombre que ella amaba era una inmensa dicha, pero el
hecho de que él se iba a casar con Camelia era la realidad de un
cruel destino que los había atrapado en un triángulo de piedra.

67
El viento traía el aroma a tierra mojada y a carrizo tierno. Ahí
Sibalú paró el caballo y antes de que él terminara de bajarse,
Amelia ya estaba en tierra. Los dos se pusieron a contemplar el
panorama.

- ¡Mira, Amelia!, el río ya volvió a su cauce; a la madre tierra la


dejó hinchada, ve cómo tiene grietas por las que está pariendo a
sus hijos; ya están asomando por ellas las cabecitas de las
plantitas que irán creciendo y nos darán sus frutos.

Amelia se sentía inmersa en el mágico vaho del milagro de la


vida, que hacía latir en su corazón un gran amor a la naturaleza.
El guardaba silencio, parado como una estatua. En momentos
que aparecía la luna, y como ella es siempre cómplice de los
enamorados, derritió su carga eléctrica en líquido plateado y bañó
de embrujo a la pareja...

- ¿En qué estás pensando, Sibalú?

- Estoy pensando en que tú eres la madre tierra y yo el río –le dijo


esto clavándole con tan fuerza su mirada como nunca lo había
hecho- Luego se fue acercándole sin dejar de mirarla hasta llegar
muy junto: le levantó el cuello y, al rozarle la boca con su~ labios.
Amelia se soltó bruscamente diciéndole:

- Guarda tu hombría para Cornelia, le ofreciste casarte con ella y


ahora ¡cúmplele!... Diciendo esto se montó en el caballo y Sibalú
hizo lo mismo.

Al divisar las altas torres del templo de Bácum, él se bajó del


caballo y le dijo:

- Mañana a estas horas te va a estar esperando la Nana en esa


casa que ves enfrente. Ahí vive la familia de yaquis que ustedes
ya conocen.

- De ninguna manera permito que te vayas a pie hasta la sierra.

68
- El caballo lo van a necesitar tú y la Nana para regresarse. A
nosotros los yaquis nos gusta correr. Adiós.

- Adiós, -entre dientes ella dijo: "adiós mi amor, tal vez ya nunca
nos volvamos a ver"-. El ya no la escuchó, se había perdido bajo
las sombras de las frondosas alamedas del Río Yaqui.

69
CAPITULO VII
El regreso

70
- ¡Mamá, mamá, mamacita!

- ¡Hija de mi alma, bendito sea Dios que te vuelvo a ver!

- La creciente del río me impedía venir, y también por ese motivo


nos fuimos a la sierra. Es por eso que tardé tanto en venir.

¿Leíste el papel que te dejé cuando me fui?

- No hija, ningún papel tuyo encontramos, ya no me quiero ni


acordar de lo que sufrimos; pero ya estás aquí yeso compensa
todo.

- Te lo juro, mamá, que el papel lo dejé en mi mesita de luz junto


a la lámpara.

- Te lo creo hija, te lo creo, pero, ¡qué hermosa vienes!' ¿Qué te


dieron los yaquis que te pusieron tan bonita y tan rozagante?

- Mucho cariño, mucha comprensión, mucha gratitud y también


me dieron mucha sabiduría para saber vivir. ¡Son maravillosos,
mamá!

- Un yaqui, amigo de Gabriel, le dió la noticia de que estabas con


ellos y de que te iba a traer, Desde entonces contaba las horas
para verte. ¡Qué milagro del Señor tenerte con nosotros, hija
adorada!

- ¿Dónde están Gabriel y Rosario?

- Ya deben estar dormidos.

- Voy a jugarles una broma y ahorita vuelvo.

Amelia se fue de puntitas, llegó a la cama donde Gabriel dormía y


con voz tenebrosa le susurró al oído: "A la Amelia se la comió un
yaqui".

71
- ¡Ufa, ufa, ufa!

- Se levantó Gabriel asustado, mientras que Amelia le tenía


tapados los ojos.

- Esas manos yo las conozco. ¡Ya llegó el diablo de Amelia! Te


vaya dar tu merecido, -la abrazó envolviéndola en al cobija y la
besaba por toda la cara.

Ante los gritos de Amelia y Gabriel, apareció Rosario que abrazó


a su hermana dando rienda suelta a su alegría entre lágrimas y
risas.

- ¡Qué orgullosa me siento de ti hermanita!, que al fin lograste


realizar el sueño de tu vida en favor de los yaquis.

Hasta el cuartel de enfrente llegaba la algarabía de la familia


Velderrain, y no faltó quien le diera la noticia al Mayor Arturo de
que Amelia había regresado; por lo cual él, sin esperar un
momento, de unas cuantas zancadas atravesó la calle. Al tocar la
puerta, la propia Amelia abrió y el Mayor la estrechó en sus
brazos.

- Ya nunca más te separarás de mí.

Amelia guardó silencio, sólo le correspondió con una sonrisa, al


tiempo que se desprendía de sus brazos.

Rosario lo pasó a la sala, la que se estaba llenando del vecindario


que se había dado cuenta del regreso de Amelia y venían a
saludarla.

Todos le pedían a la recién llegada que les platicara sobre su


estadía con los yaquis.

Ella le explicó que se fue con la convicción de que a la tribu se le


podía pacificar por medio de la cultura y el respeto a sus

72
derechos de ciudadanos mexicanos. ¡No a balazos! El Mayor
frunció el entrecejo sin rebatirla y luego dijo:

- Yo me encargo de que hoy en adelante, el propio gobierno tome


por su cuenta la educación de la tribu, para que tú ya no te
ocupes de eso, ni tengas que volver con ella.

- El único elemento del gobierno que colaboraría en esta tarea


sería el señor Gobernador, Adolfo de la Huerta, pero por los
problemas que ahorita se encuentra afrontando con el gobierno
de Carranza, no creo que lo pueda hacer.

- ¿Qué sabes tú de eso? -preguntó el Mayor.

- No más de lo que tú ya sabes.

- Chiquilla, es de mal gusto que las mujeres anden metidas en


este tipo de chismes... y además peligroso.

Rosario se levantó muy exaltada diciendo:

- ¡Ya déjennos en paz a las mujeres! Precisamente es la


aportación de la mujer mexicana, ya no aislada sino unida en la
política y en la cultura, lo que le falta a nuestra patria para salir
adelante; y ya se darán cuenta los hombres de lo que somos
capaces. Ahorita no tenemos ni voz ni voto, pero esto no se va a
quedar así porque es intolerable. Si ya les saltó una Eulalia
Guzmán en el campo de la Arqueología, hoy les salta una Amelia
Velderrain como embajadora de la paz y la justicia de la tribu
yaqui, que el propio gobierno ha querido exterminar; muy pronto
saldremos más. Hoy me uno a ti, queridísima hermana en tu
noble esfuerzo limpio, puro y patriota corno es el de ayudar a los
yaquis. Perdóneme, Mayor; que no me haya podido quedar
callada ante el modelito de buen gusto que usted nos ha pintado
de la actual mujer mexicana: ignorante, sumisa y agachada.

73
- ¡Aplaudan a las mujeres liberadas! -dice Gabriel con cierta
sorna.

- Yo estoy con mis hijas -dice Doña Carolina.

- ¡Pácatelas, mayor!, aquí tú y yo ya la perdimos. Ándele


lidercillas, váyanse a poner la mesa porque el Mayor se queda a
cenar con nosotros.

- ¡Jesús, se me queman las empanadas que dejé en el horno! -


Agregó Doña Carolina saliendo rápidamente. En tanto, que las
muchachas con la sonrisa de oreja a oreja se fueron a servir la
cena. Fue cuando apareció Chanita, que se colgó del cuello de
Amelia y le reclamó:

- ¿Por qué no me llevaste contigo?; desde que te fuiste ya nadie


me pone moños, ni me chipilean, ni me enseñan a bailar.- A lo
cual contestó Doña Carolina:

- Es muy cierto, mi Chanita Linda, eso fue por lo atribuladas que


andábamos por la ausencia de mi hija, pero ahora que regresó,
eso ya no va a volver a suceder.

Otro día corrió como reguero de pólvora la noticia del regreso de


Amelia, y de que se encontraba tranquilamente en su casa. A
partir de ese momento, las opiniones sobre ella se dividieron: un
grupo la admiraba por su valor y sacrificio hacia una causa de
gran valía humanitaria; en cambio, el otro grupo la condenaba
como hija ingrata y libertina.

A Doña Carolina le dolía en el alma que tan injustamente se


juzgara a su hija, pero no decía nada, todo lo guardaba dentro de
su corazón.

En cambio, sus amistades y parientes, fueron a felicitarla por el


regreso de su hija y a notificarle que se encontraban

74
organizándose para darle una bienvenida; y que, por supuesto, el
Mayor Arturo era el que encabezaba ese festejo.

Amelia se preocupó mucho al saber de la fiesta que se le


preparaba pues ese día tenía que regresarse con la Nana al
campamento yaquí; y si rechazaba el homenaje, se sentiría
despreciado el grupo de amistades y parientes que tanto apoyo le
daban.

Por otra parte, se sentía muy confusa respecto a su conflictiva


situación con Sibalú, que le afectaba de tal manera, que más de
una vez pensó que era mejor ya no regresar para no volver a
verlo jamás y tirar por la borda su labor con los niños de la tribu
yaqui, lo cual le dolía mucho, pues ellos estaban encariñados con
ella y no se sentía con el valor de llevar a cabo su deseo de no
regresar. Después se avergonzó de su debilidad y decidió seguir
adelante en su desempeño en beneficio de la niñez indígena.

Sin pensarlo más a toda prisa se dirigió a la casa que Sibalú le


indicó, para encontrarse con la Nana y dar instrucciones a la
familia yaqui de que le avisaran en cuanto llegara ella.

Toda una señora fiesta resultó el homenaje de bienvenida que le


hicieron los parientes, amigas y no amigas de Amelia; éstas
últimas se sumaron con aquellas para no verse desplazadas y así
poner un plan en marcha: que era el de seguirle el hilo de la
corriente para que se volviera con los yaquis y así, de una vez por
todas, quitársela de rival frente al Mayor Arturo.

En los jardines del amplio patio de la familia Velderrain, en uno de


sus ángulos, se había escarbado una malla donde ardía leña de
palofierro, dentro de la cual se iba a cocer la tatema de lechones
que ya tenían preparados para meterlos en cuanto el fuego diera
el punto deseado. Además, varias mujeres yaquis que Gabriel
había traído de su campo tenían hornillas encendidas y sobre
ellas enormes comales donde cocían las sabrosas tortillas de
harina que parecían sábanas blancas.

75
También las amistades que iban llegando a la fiesta traían parte
del ambigú o pastelería que iban acomodando en las mesas
puestas en el jardín.

Mientras, en el salón de recepciones bailaban las parejas a los


acordes de la Banda del Batallón.

El Mayor Arturo fue de los primeros en llegar, lucía uniforme de


gala y trataba de localizar a la homenajeada que se encontraba
charlando con un grupo de amigos y familiares; ésta, al verlo,
trató de escabullirse, pero él le dio alcance, la tomó el brazo y se
pusieron a bailar.

- Ahora que regresaste, ¿qué planes tienes Amelia?

- El plan no ha cambiado, sólo vine a ver a mi familia por este fin


de semana y pienso seguir viniendo siempre que pueda.

- ¿Y qué tal si yo hago cambiar tus planes, si te pido que seas mi


esposa? yo te amo desesperadamente, desde que te fuiste, ni un
momento te he podido olvidar.

- Pues, sería lo mejor que así lo hicieras, porque el matrimonio no


está en mis planes por el momento.

- No seas cruel, amor mío, te gusta bromear, y no creo que te


convenga despreciarme, después de que tanto te han difamado.

- Mira, Arturo, gente sin escrúpulos y de baja ralea, donde quiera


se encuentra y no serán las de ese nivel quienes van a normar mi
conducta y mucho menos, destruir mis propósitos. A ti te
considero un buen amigo, pero no te amo, y sin amor jamás me
casaré.

- Me acabas de dar el tiro de gracia, pero jamás perderé la


esperanza de que algún día serás mía para siempre.

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- Mejor cambiemos de tema. ¡Mira!, ahí vienen templando sus
arcos para lanzarme sus dardos las lenguas viperinas.

- Amelia, qué gusto tan enorme sentimos al volverte a ver.

- ¡Qué tal, muchachas!, ¿cómo han estado?

- Pero si estás chulísima.

- No tanto, no tanto.

- Pero qué mujer tan valiente eres, todo mundo te admira. Cómo
te envidio -Le dijo Rosa, y agregó Martha:

- Cuenta con nosotros para lo que podamos serte útiles. ¿Cuándo


te regresas? por que no pensarás abandonar tan patriótica labor.

- Claro que me voy a regresar, aunque no les puedo decir


cuándo, porque yo misma no lo sé.

- Ya lo decíamos... que tú siempre le serías fiel a la tribu yaqui.

- El Mayor jaló bruscamente a su pareja y se pusieron a bailar.

- ¡Hipócritas, payasas!, son tus más crueles difamadoras y ahora


te vienen a adular. Me dan asco. Algo planean estas víboras.

- Olvídalas como yo, vámonos al jardín.

La Nana llegó a la casa que le indicó Sibalú; venía acompañada


de Camelia que se le pegó corno chicle. Le lloró mucho para que
la llevara con ella, porque se sentía muy triste después de que
Sibalú se había ido; que además, no quiso casarse para
llevársela con él.

La familia yaqui les platicó que en esos momentos había en


Bácum una fiesta muy grande festejando el regreso de Amelia;

77
que ella había venido a decirles que en cuanto llegara la Nana le
mandaran avisar.

- No, Nana, no le mandes avisar todavía, llévame a esa fiesta a


ventanear para divertirme un rato. Te lo ruego Nana, ándale, no
seas mala, vámonos le dijo Camelia.

Amelia y el Mayor sentados en el jardín seguían conversando.

La cena se sirvió a media noche, y el baile duró hasta la


madrugada.

Antes de dicha cena, Amelia con mucho comedimiento se


disculpó con el Mayor, diciéndole que pronto regresaría; pero
pasó más de una hora y el tal regreso no sucedió nunca. Él se
comenzó a preocupar y se lo dijo a Rosario, quien le contestó:

- Mi hermana es impredecible. Acabo de leer una nota que dejó


en su recámara donde dice que regresa al campamento porque la
Nana vino por ella.

Al mayor, pálido de ira, le rechinaban los dientes, en tanto que la


familia de ella no se preocupaba porque ya les había dicho que
solo venía a pasar el fin de semana. Sin embargo, Doña Carolina
expresó muy triste: "siquiera esta vez nos avisó".

Los yaquis que aún seguían en la sierra, se encontraban


amenazados de una inminente campaña militar contra ellos,
razón por la cual fue llamado Sibalú a entrevistarse con el
Gobernador del Estado, que le pidió que de inmediato se pusiera
a organizar los batallones de yaquis para que se unieran a las
tropas estatales quienes darían la batalla contra las fuerzas
federales.

Terminado este asunto, Sibalú le informó que se encontraba con


ellos la Señorita Amelia Velderrain impartiendo clases a los niños
de la tribu.

78
- ¿Pero cómo?, a esa señorita yo la conozco, es de familias
distinguidas de Bácum, su hermano Gabriel y yo somos amigos.

- Pues esa señorita fue muy valiente al desafiar nuestro


desprecio por los blancos: por poco la ahorcamos.

- ¿Se hubieran atrevido a semejante crimen?

- No, todo fue una simulación para hacerla confesar si era ella
una espía.

- ¡Qué valor de mujer y qué honor para la familia tener una hija
tan valiosa para la patria! espero muy pronto tener el honor de
estrechar su mano. Le voy a mandar contigo un nombramiento,
un diploma de reconocimiento y sus sueldos devengados; así
como un cargamento de libros, cuadernos y demás material
didáctico.

- Mejor manda todo eso directamente a la familia de ella en


Bácum y nosotros nos encargaremos de llevárselo a la sierra.

La Nana hizo jurar a Cornelia de que no le diría nada a Sibalú


respecto a que habían visto en la fiesta bailar a la señorita Amelia
con el Mayor.

- Mira, Cornelia, que si resultas hocicona te va a pesar toda la


vida.
- Te lo juro, Nana, que jamás le diré nada.

Amelia se unió con ellas y emprendieron el viaje de regreso.

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CAPITULO VIII
La furia de los celos

80
Cuando la Nana y Amelia regresaron de Bácum, al cruzar el río,
se encontraron con que todas las familias yaquis ya estaban de
nuevo en sus pueblos. Las tierras se veían alfombradas por las
verdes plantitas que comenzaban a crecer con la humedad que el
río les había dejado, en las semillas que los yaquis sembraron en
los surcos, antes de salir para la sierra.

Al entrar a su jacal, se encontraron con todas las cosas que


habían dejado en el Bacatete.-Seguramente Sibalú las trajo,- dijo
la Nana.

- ¿Cuándo se casa Sibalú?-dijo Amelia.

- ¡Qué se va a casar!, la Cornelia lo persigue, pero él nomás le


sigue el juego.

- Yo oí cuando él le prometió matrimonio.

- Es que ella lo acosa y se lo ha de haber dicho para quitársela de


encima. Oye, Amelia, yo te vi bailando muy feliz con un militar,
¿qué es tu novio?

- ¿Dónde me viste, Nana?

- Cuando la Cornelia y yo ventaneábamos en tu casa, tú y él


bailaban y platicaban mucho. ¿Es tu novio y se van a casar?

- No, eso jamás, sólo es un amigo que me asedia y me persigue,


pero yo no lo quiero, ni me gusta. Esto ya se lo aclaré para que
no se dé por engañado.

- ¡Qué bueno que a mi palomita no se la lleve ningún guacho!.

- ¿Sabes Amelia?, yo veo que siempre te está mirando Sibalú por


donde quiera que vas. Se me hace que le gustas mucho.

81
- ¡Qué feliz sería que así fuera!, pero él me rechaza porque le es
fiel a su raza y jamás se casaría con una blanca. ¿Tú, qué dices
de esto Nana?

- Que Sibalú puede decir muchas cosas que de momento las


piensa pero, lo denuncia su mirada que te busca y eso es lo que
verdaderamente cuenta.

- ¿De verdad, tú piensas que me quiere?

. – Ya verás palomita, cómo el tiempo me dará la razón.

Sibalú, montado en su Chabela, regresaba de su viaje al norte;


venía feliz cantando cuando lo interceptó Cornelia diciéndole:

- La Amelia andaba bailando con un guacho allá en Bácum.

El no dijo nada; la alegría se le volvió amarga y dejó a Cornelia


con la palabra en la boca. Emprendió veloz carrera y se detuvo
frente a su jacal. Traía el semblante demudado, la Nana lo abrazó
y le dijo:

- Amelia no está, salió a dar sus clases.

- ¡Qué importa lo que haga Amelia!, a mí, ni me va, ni me viene.

- Ya te fueron con el chisme. Es cierto que ella bailó con un


oficial, pero fue porque él la acosa y la persigue; sin embargo,
esto ya terminó porque ella lo puso en su lugar.

- Que haga lo que le de su chin... gana, que a mí me tiene muy


sin cuidado, y, además, puede largarse cuando quiera y mientras
más pronto mejor.

- Andas volando bajo, Sibalú; ella me acaba de decir cosas muy


bonitas de ti. Cuidado con herir a mi palomita.

82
- Que le aproveche su guacho, porque yo jamás pondré los ojos
en una blanca; todas son traidoras y falsas.

_ Hablas así porque estás herido de celos. Anda serénate y vente


a comer que tengo lo que más te gusta: codornices asadas y
cajeta de pitahaya.

_ No quiero comer; voy con el jefe a llevarle el mensaje que le


manda el gobernador. Después nos vemos.

Amelia, que se había ido a reunir a los niños para darles clases,
se encontró con la sorpresa de que ellos ya la estaban esperando
frente a un salón de lonjas de madera amueblado con mesas,
sillas y un pizarrón. Sibalú se había dado tiempo de armarlo antes
de salir al norte. Ella sintió que cada rincón de esa aula estaba
sellado con el amor del indio que tanto amaba, igual en cada silla
y en cada ventana estaban las huellas elocuentes de su
sentimiento hacía ella. Le rodaron lágrimas de emoción que tuvo
buen cuidado de enjugarlas, para luego acomodar a los niños que
se encontraban cantando y bailando de gusto junto a ella.

Por su parte, Sibalú salió del jacal masticando rabia de celos, que
le vaciaban, en las venas, el veneno de la amargura y desilusión
que ofuscaban su mente con ansias de matar al rival ya ella
también.

Lívido de rencor pasó cerca del aula, pero no se dignó voltear, a


pesar de que Amelia le gritaba para saludarlo. El aceleró la
carrera seguido de Cornelia que trataba de hablarle...

Amelia se dijo: "Seguro que ella ya le llevó el chisme de que me


vio bailar en Bácum. Si es así, su actitud es señal de que le duele
que yo ande con otro; y eso se llama celos, que ahora a él le toca
sentirlos como los siento yo cuando delante de mí le da vuelo a la
Cornelia. Espero que así lo entienda y que pronto le pase esta
rabieta".

83
Pronto, ella comprobó que era una realidad lo que pensaba de él,
cuando, la Nana le dijo al regresar de sus clases:

_ Mira, que Sibalú se puso furioso contigo por el chisme que le


llevó la Cornelia, y esto le sucede porque está bien enamorado de
ti, ¿no te lo dije?

- De todas maneras aunque esto no hubiera sucedido, él jamás


me confesaría su amor y mucho menos casarse conmigo.

- Ten paciencia, hija, porque lo que Tata Dios tenga destinado,


eso sucederá quiera o no quiera Sibalú.

En ese momento, él entró asomando y sin voltear a ver a la yorita,


le dijo a la Nana:

- ¿Dónde está?- esas codornices que me ofreciste?

- Ven mi muchachito a comerlas, y tú también Amelia que


tampoco has comido.

Mientras la Nana se fue a la cocina a servir la comida; Amelia y


Sibalú se quedaron muy serios mirándose frente a frente. Luego
él le dijo:

- Toma estos papeles que te manda el gobernador.

- ¿Qué clase de papeles?

- No sé, tú léelos, y dile a la Nana que siempre no voy a comer


porque tengo mucho asco...

- Yo sé del chisme que te llevó Cornelia...

- Sibalú la dejó con la palabra en la boca y se fue diciendo:

- A mí no me importas tú, ni tus chismes; ya me tienes harto.-

84
Y se fue a trancos largos.

Amelia se quedó fría y angustiada, pero luego reaccionó y se dijo


con entereza: "Yo también lo voy a despreciar y no le voy a dirigir
la palabra". Recogió los papeles y se puso a leerlos. Después
salió gritando:

- ¡Nana!, el gobernador me manda nombramiento oficial de


maestra de la tribu yaqui, un Diploma y varios cheques por el
trabajo que he realizado. Con este dinero voy a comprar libros,
cuadernos y lápices para mis queridos niños -dijo todo esto
abrazada de la Nana.

- ¿Y dónde está Sibalú que no viene a comer?

- Dijo que siempre no lo iba a hacer porque tenía mucho asco.

- Grosero, ya no sabe lo que dice. Es que es muy violento, pero


ya se le pasará.

- Por mí puede decir lo que quiera, porque sus ofensas ya no me


llegan ni quiero nada con él.

- Ahora si que se puso gordo el pleito.

Sibalú se dio a la tarea de organizar los batallones yaquis, los


cuales enviaba al norte a reunirse con las fuerzas militares leales
al gobernador Adolfo de la Huerta.

También a él se le comisionó al frente de destacamentos que se


quedaban para el resguardo de las familias yaquis y demás
habitantes asentados en sus pueblos, para que detectara
oportunamente cualquier movimiento sospechoso de las tropas
federales que se encontraban acantonadas en Bácum, a fin de
estar presto a repeler cualquier ataque de ellas.

85
Con respecto a su relación con Amelia, seguía igual: él
sencillamente la ignoraba, y ella, por su parte, hacía otro tanto.

Los dos habían levantado una muralla que cada vez los separaba
más; mientras que la ansiedad por encontrarse crecía y crecía...

El comenzó a embriagarse y a llegar en la madrugada cada vez


peor. Así algún tiempo, hasta que la Nana le reconvino
duramente:

- ¿Donde está el joven ejemplar que yo formé?; nos tienes muy


decepcionadas. Y todo por una calumnia con que tú ofendiste a la
yorita, la que jamás aceptó los ofrecimientos del oficial con quien
bailó aquella noche.

- ¿Dónde está Amelia?

- Se fue a Bácum, para de ahí ir a Hermosillo acompañada de su


hermano Gabriel.

- ¿A qué va a Hermosillo?

- A comprar libros y cuadernos con el dinero que le mandó el


gobierno.

- Pero el gobierno ya le debe de haber mandado un cargamento


con todo ese material.

- Eso tú lo sabes, pero ella no.

- ¡Qué bruto soy!, se me olvidó decírselo. ¿A qué hora se fue?

- Después de dar clases, hace como una hora.

- Todavía tengo tiempo de alcanzarla antes de que llegue al río,


diciendo esto montó su caballo y salió disparado en su busca
mientras la Nana le gritaba:

86
- Espérate muchacho, yo quedé de ir por ella, pero él ya no la
escuchó.

Amelia iba llegando al río cuando él la alcanzó diciéndole:

- Amelia, Amelia, espérate, tengo que decirte algo.

Ella reconoció la voz de Sibalú y se paró, pero sin voltear a verlo.

- Perdóname Amelia, estaba tan ofuscado cuando llegué del norte


que me olvidé de decirte que el Gobierno del Estado te iba a
mandar un cargamento de material para tus clases; así que no
necesitas ir a Hermosillo. Ese material te va a llegar a tu casa y
nosotros quedamos de ir a recogerlo cuando nos avisaran de su
llegada.

Además, ya es de noche para que atravieses el río sola, si


quieres yo te acompaño hasta tu casa para que preguntes por él,
o mejor nos regresamos y yo envío gente de mi confianza para
que traiga la respuesta.

- Como tú quieras, Sibalú,

- Pues mejor nos regresamos y mañana envió quien averigüe si


ya llegaron los libros. ¿Qué dices?

- Como tú quieras -Amelia seguía parca en el hablar.

- Sibalú se bajó para ayudarla a subir a su caballo, pero antes de


que él lo hiciera, ella montó las ancas.

Iniciaron la marcha hacia la ranchería paso a pasó; como si él


quisiera alargar el tiempo. Los dos iban callados hasta que él
habló:

- Estoy muy apenado del comportamiento que tuve contigo y te


pido que me disculpes.

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- No te preocupes, eso ya pasó.

- ¿Amigos?

- Amigos. Y eso es lo mejor entre tú y yo.

- Claro, pues no había ningún motivo para que yo anduviera


endemoniado contra ti.

- Bueno, pues ahora que volvemos a ser amigos; quiero decirte


que pase lo que pase, mi agradecimiento para ti será eterno por
todo lo que has hecho por mí y, a propósito, muchas gracias por
el aula que nos construiste. Todos estamos encantados con ella.

- Las gracias son para ti, por todo lo que estás haciendo en favor
de nosotros.

Después él con mucha prudencia y casi en secreto le dijo:

- Con que un oficial te anda enamorando. ¿No?

- Por mi él pierde su tiempo, sólo lo considero un buen amigo.

-¿Como a mí?

- Mira, Sibalú, mejor cambiemos de tema porque tal vez al


sincerarnos los dos, terminaríamos ahondando más nuestras
rebeldías y volverías a rechazarme. Eso me dolería mucho, sobre
todo cuando se trata de que tú eres yaqui y yo soy blanca; como
si la raza o el color de la piel diera o quitara méritos. Te digo esto,
porque tal parece que el fondo de todo, eso es lo que más nos ha
enfrentado, principalmente a ti contra mí, porque de mi parte,
jamás será válido el argumento que divide a los seres humanos
por el color de la piel.

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- Qué bueno que lo dices Amelia, pero no me contestaste lo que
te pregunté, tal parece que el indio no merece tu sinceridad,
porque en vez de contestarme, te fuiste por otro lado.

- Mira, Sibalú, esa sinceridad tendría que venir primero de ti, y te


juro que inmediatamente la mía brotaría a raudales.

Sibalú paró su caballo, la bajó de él y se le fue acercando, casi


rozándole la cara; pero en ese instante, se escucharon unos
pasos y ellos, instintivamente se apartaron, en el momento que
llegaba Cornelia,

- Sibalú, unos pelones llegaron al campamento y el jefe me


mandó a que te buscara.

- Voy para allá de volada, súbete Amelia.

- No, vete tú a donde te llaman; yo me regresaré junto con


Cornelia.

- Esconde a la yori donde tú ya sabes, estos desgraciados han


de venir por ella y tú me respondes de que no la encuentren.

- Seguiré tus instrucciones, Sibalú.

-Sí algo le pasa a la yorita, a ti te ajustaré cuentas -esto último lo


dijo ya corriendo hacia la ranchería.

Después que él se fue, dijo Amelia:

- Estamos muy cerca de Bácum y deseo ver a mi familia. Dile a


Sibalú que me fui con ella y que voy a averiguar qué anda
haciendo la tropa contra ustedes.

-Llévame contigo Amelia, ya sabes lo que le prometí a Sibalú,


mejor las dos se los decimos después.

89
- Bien, vámonos ya.

Allá en el campamento yaqui, la tropa de federales buscaba a la


yorita y, al ver llegar a Sibalú, lo acosaron exigiéndole
enérgicamente que dijera dónde estaba ella.

- Amelia está con su familia en Bácum, no sé qué demonios se


cargan con ella, y si quieren verla, pues váyanse a buscarla
donde está.

- Si no nos dices te llevamos preso.

- Pues se va a armar la bronca porque eso no se va a poder - dijo


bajándose del caballo y llevándose la mano a la pistola que traía
fajada al cinto.

En ese instante, apareció un tumulto de yaquis con una terrible


gritería y sonando los tambores rodearon a la tropa que
inmediatamente se replegó diciendo el que los comandaba:

- No venimos a pelear con ustedes, la orden que traemos es de


llevarnos a la Señorita Amelia, pero ahora que nos dicen que está
en Bácum, nos regresamos para entrevistarla allá... pero si el
yaqui nos mintió pagará muy caro el engaño.

Los indios comenzaron a gritar:

- ¡Fuera, correlones y gallinas! Cacaracá, cacaracá, cacaracá.


Lívidos de rabia se devolvieron los soldados apabullados por la
Chusma de yaquis que los correteaba. Efectivamente, los
soldados habían recibido la orden de llevarse a la Señorita
Amelia, pues el Mayor Arturo estaba informado que de un
momento a otro llegaban los federales para atacar a los yaquis y
el Mayor quería salvar a su amada de la carnicería que se iba a
suscitar; pues nada menos se trataba de masacrar a la tribu
yaqui; lo cual para él sería el gran placer de su vida.

90
CAPITULO IX
Más yaqui que los yaquis

91
Después del encuentro de la tropa y los yaquis, Sibalú salió
velozmente en busca de la yorita. Pero no la encontró en el
escondite que le había indicado a Cornelia, lo cual lo dejó muy
preocupado, tanto por la persecución de los federales hacia ella,
como porque también podría ser que ellas se hubieran agarrado
de las greñas. Esa noche ninguna llegó a la ranchería.

Rumbo a Bácum, las dos caminaban conversando


amigablemente, como si nunca hubiesen sido rivales.

- ¿Sabes, Amelia?, estoy convencida de que Sibalú está


locamente enamorado de ti.

- Yo no lo entiendo, pero sí creo, firmemente, que él jamás le


confesaría su amor a una yori; porque las fronteras que ha
interpuesto entre su raza y la mía, son infranqueables. Además, la
verdad es que tú eres la mujer que él ha elegido como esposa. Yo
lo escuché proponerte matrimonio y él mismo me lo dijo.

- Sí, lo llegó a decir; pero después ya ni se acuerda y yo ya me


enfadé de que esté jugando: un momento le divierto y otro le
enfado.

En fin, que ya tengo otro novio y éste es el que quiero. ¡Mira, ya


se ve el caserío de Bácum!.

En eso escucharon el tropel de pisadas de caballos con tropas


que se venían acercando. Inmediatamente se agazaparon entre
los matorrales, hasta que vieron que se perdían de vista.

En el cuartel del Bácum, se notaba mucha inquietud; el propio


Mayor Arturo salió a recibir las noticias que le traía el Sargento, y
que no fueron nada halagadoras, cuando éste le dijo: "que
lamentaba infinitamente no haber localizado a la Señorita Amelia"
Además, le informó lo sucedido en el encuentro con los yaquis y
92
la altanería de un tal Sibalú, así como la burla de todos los indios
que les gritaban "gallinas".

- y ¿Por qué no les diste un baño de metralla?

- Mi Mayor, usted nos dijo que actuáramos con cautela y que


evitáramos un enfrentamiento armado, porque eso molestaría al
Señor Gobernador, que está de parte de ellos; y como los yaquis
ya lo saben, están muy soliviantados y groseros. ¡Ah!, pero ese
maldito Sibalú me la va a pagar, si me mintió al decirme que la
Señorita Amelia aquí estaba con sus familiares.

- y yo que pensaba llevarle a Doña Carolina a su hija sana y


salva. ¿Cómo se irá a quedar de preocupada cuando le diga que
es inminente la guerra entre las fuerzas del gobierno de Carranza
y los yaquis?

El, inmediatamente se fue a la casa de los Velderrain, y cuál va


siendo su sorpresa al ver que la propia Amelia le abría la puerta.

- ¡Qué inesperada visita, mi Mayor!

- No más inesperada que tu maravilloso encuentro. Acaba de


llegar una comisión especial que mandé por ti, porque se va a
armar una trifulca sangrienta entre federales y yaquis, por orden
de Carranza y quise salvarte de ese peligro.

- Cuéntame, ¿Cuál es el motivo?

- Rivalidades políticas entre el gobierno federal y estatal; pues


mientras Carranza apoya a su candidato Bonillas, el Gobernador
está con la candidatura del General Obregón.

- ¿Y qué culpa tienen de esto, los yaquis?

93
- Es que son aliados del gobernador y de esta manera, el
gobierno federal piensa fastidiarlo al atacar a los yaquis que él
siempre defiende.

- ¡Cobardes, sucios, asquerosos! y, ¿por eso va a morir gente


inocente y entre ellos mujeres y niños? ¿Sabes que las familias
yaquis son ejemplarmente unidas, que aman entrañablemente a
sus hijos, que en ellos no hay estúpido clasismo y que mucho nos
pueden enseñar, sobre todo a quienes desde una clase que se
cree superior, se sienten con el derecho de aplastar, despreciar y
humillar a quienes consideran inferiores?

- ¡Por Dios, cállate Amelia!

- ¡No Arturo, no me callo!, aprendí de los yaquis su altivez para


decir verdades que me arden en el pecho y sábetelo, que no vine
por temor a esa salvajada, sino por ver a mi familia, pero, que al
saberlo, hoy mismo me regreso con ellos, en ese momento es
vergüenza para México y su ejército nacional que lo van a utilizar
para asesinar inocentes.

- ¿Y tu familia, qué no cuenta ya nada para ti, qué te volviste más


yaqui que los yaquis?

- Tú serías incapaz de comprender lo que yo siento por mi familia


y mucho menos por los yaquis. Así que mejor aquí la dejamos y
buenas noches.

- Eres muy cruel Amelia, haces esto porque sabes que te adoro.

- Discúlpame, te dejo por asuntos urgentes.

- Si insistes en irte con los yaquis, voy a usar de la fuerza militar


para traerte y tu familia me lo va a agradecer.

- Ya veremos, adiós.

94
Doña Carolina celebraba la llegada de tu hija con muchos mimos
y un trajín en la cocina donde le preparaba sus platillos
predilectos.

Cornelia se veía un poco turbada pues temía que la rechazaran


por ser india, pero Amelia la tranquilizó diciéndole: "Mira, mi
bisabuela era yaqui y aquí todos reprobamos las injusticias que
han cometido con ustedes al quitarles sus propiedades".

Después, Cornelia se sintió muy contenta porque Doña Carolina


la abrazó y la llamó, hija. Además, le regaló una linda peineta de
brillantes..

Por otra parte, Rosario le obsequió un vestido y un par de zapatos


y hasta la Chanita le dio unos moños y listones.

- ¿Sabes, Amelia?, al que le tengo mucha pena es a tu hermano


Gabriel.

- Mira, lIamale colibrí porque a él le gusta que así le digan y te va


a abrazar.

En ese instante, entró Gabriel y Cornelia se le acercó diciéndole:

- ¿Le preparo un cafecito Señor Colibrí?

Gabriel se enojaba mucho cuando sus hermanas le nombraban


con ese apodo. Así que dando un salto cogió a Amelia por la
cintura la levantó y la dejó caer en la cama dándole fuertes
nalgadas.

- La siguiente vez que hagas esto con Cornelia, o con quien sea
te voy a colgar.

Cornelia muy asustada se soltó llorando.

95
- No llores muchacha, nosotros así nos llevamos, pero nos
queremos mucho; nomás no vuelvas a decirme colibrí porque a ti
también te voy a sonar. Luego la cogió por la cintura y la dejó
caer en la cama, mientras todas lloraban de risa y hasta Doña
Carolina se sumó al festejo.

- Mamá, Cornelia teme que ustedes la rechacen porque es yaqui,

--dijo Amelia.

- ¡Jesús, María y José!, si los yaquis son el orgullo de México.

- Dicen que nos van a atacar los federales, ¿No teme usted que
Amelia esté con nosotros?

- No, porque ustedes saben defenderse y sé que defenderían a


mi hija.

- Y, ¿no tiene miedo que un yaqui se enamore de ella?

- No, si es un buen yaqui y ella lo acepta.

- Vámonos Cornelia, Rosario y Gabriel nos están esperando para


llevarnos a la Hacienda del Platanal -diciendo esto, Amelia la jaló
del brazo y se la llevó corriendo.

Todos se subieron a un carruaje y se fueron cantando.

Allá en la Hacienda, los campesinos yaquis las recibieron con


aplausos, mientras otros preparaban una barbacoa dentro de una
malla; en tanto, que las muchachas se paseaban a caballo por el
bordo de un canal que atravesaba el campo agrícola.

Cuando ellas bajaban de sus caballos, ya de regreso, llegó


precipitadamente el Mayor Arturo. Saludó muy caballeroso, y muy
efusivamente abrazó a la Señorita Amelia; dirigiéndose a Gabriel
lo aisló del brazo, hacia un lado del lugar; con mucho sigilo le dijo:

96
- ¡La cosa está que arde! el Gobernador Adolfo de la Huerta
acaba de unirse al "Plan de Agua Prieta”, en el que se desconoce
al gobierno de Carranza. Obregón apoya ese plan y ya se desató
la guerra entre los federales y las fuerzas del Estado, a las que se
están sumando batallones de los yaquis. La refriega va a ser
sangrienta. No dejes que Amelia se devuelva con los yaquis.

- Tu noticia me llena de gusto, no podía proceder mejor mi amigo


Fito. Esto va a culminar con el triunfo de Obregón, al que todos
los sonorenses apoyamos.

- Pero, ¿qué me dices de tu hermana?

- Mira, vale, ella barre con todos los razonamientos y hace su


santa voluntad. Sinceramente yo la admiro y la quiero, y no
pienso intervenir ni armar bronca con ella.

- Yo creí de seguro, que ante esta grave situación ustedes la


recuperarían.

- Si no la hemos perdido, el cariño que nos tiene es tan grande


como lo es su interés para defender su libertad, y aunque esto te
parezca raro en tiempos en que la mujer es sumisa y abnegada,
ella es la más decidida en romper todas las barreras que se
interpongan en contra de sus ideales.

- ¿Así que no vas a salvar a tu hermana de este peligro?

- No, porque sería inútil y además, lejos de oponerme a sus


planes los valoro y los admiro porque sólo una súper mujer sería
capaz de hacer lo que ella está haciendo. Y no va a retroceder
porque no conoce el miedo, ni la arredra el peligro de la misma
muerte. Pues bien, ya sabes quien es mi hermana. Te agradezco
mucho tus deseos de protegerla, pero vale, no se puede con ella.

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- Es que la amo Gabriel, me trae loco desde que la conocí yo me
enamoré de ella como un tonto. Y ahora ¿qué me queda hacer
después de lo que me dijiste?

- Déjale a Dios que El decida tu destino y el de ella.

- No me queda otra, vale. - Diciendo esto trató de montar su


caballo para retirarse.

- ¡No, cuate, tú no te vas!, quédate a comer con nosotros una rica


barbacoa que se está cociendo en la malla y a mi hermana, no la
tomes en cuenta. Tal vez así ella reaccione a tu favor.

- Sea por Dios Gabrielito, sea por Dios.

La comida estuvo deliciosa. Mientras las esposas de los


campesinos les llevaban tortillas calientes de sus comales, todos
saboreaban los ricos platillos, para finalizar con el postre de
jericalla que personalmente preparó Doña Carolina para su hija
Amelia.

Después, todos se reunieron haciendo una rueda, y sentados en


el césped se pusieron a jugar a las penitencias: como Camelia
perdió, le tocó cantar... .

_ Voy a cantar la única canción que me sé en la castilla. – y


viendo directamente al Mayor comenzó a cantar:

"Se acabaron los pelones,


se acabó la presunción,
el que quiera ser pelón
que se faje su calzón".

Las carcajadas hicieron estremecer de risa a toda la concurrencia,


menos al Mayor que se quedó muy serio; pero, como cada vez,
más se reían viéndolo a él, no tuvo más que unirse a las risas,
aunque un poco forzado.

98
Cornelia se enteró de todo lo que el Mayor y Gabriel habían
platicado, sin que ellos la vieran; luego se lo comentó a la yorita,
quien de inmediato pensó en irse a darle la noticia a la tribu yaqui,
sobre el Plan de Agua Prieta. Para esto aprovechó la oportunidad
de un ofrecimiento que le hizo el Mayor:

_ Amelia, te regalo mí caballo, ¿lo aceptas?

- ¿Ensillado?

_ Claro, y con todo lo que lleva.

_ ¿Yen qué te vas a regresar?

_ En el otro caballo que trae mi asistente. ¿Lo aceptas?

_ ¡Pero cómo no! -diciendo esto lo montó en tanto que Cornelia ni


corta, ni perezosa hizo lo mismo:

Salieron como un rayo por la parte trasera de la hacienda,


atravesando la puerta de los corrales y a toda carrera tomaron el
camino hacia la ranchería de los yaquis.

Mientras tanto, la concurrencia, creyendo que ellas sólo iban de


paseo se cansaron de esperarla y comenzaron a retirarse.
Gabriel imprecó al Mayor:

- Tú les pusiste el transporte en la mano y, a estas horas, ellas ya


van llegado al campamento yaqui.

- No, no es posible que Amelia me haga esta jugada. Yo lo hice


para halagarla y mira, cómo me paga.

- Ni modo vale, a las mujeres no hay que halagarlas, sino


acorralarlas. Ahora ella te acorraló a ti y te dejó como "el que
chifló en la loma”.

99
CAPITULO X
En el paraíso del amor
del indio

100
Un comunicado del gobierno estatal llevó la noticia, a los
yaquis, sobre el Plan de Agua Prieta; donde se les instaba a que
estuvieran prestos a embarcar sus contingentes en la Estación
del Ferrocarril de Lencho, en el día y hora que estuvieran
señalados; lo cual comunicarían por telégrafo. Se les avisaba
también que Sibalú comandaría las tropas.

Amelia, de regreso en la ranchería, informó lo que había


averiguado al respecto; al tiempo que observaba a muchas
mujeres en movimiento, arreglando lonche y bagajes que
llevarían sus hombres que irían al combate. También le
informaron que Sibalú iría comandando los contingentes.
Preguntó por él y nadie le supo decir dónde estaba. Sólo la Nana
trató de tranquilizarla diciéndole:

- Él ha estado muy preocupado por ti, te ha estado buscando.


Me dijo que no se iba a la guerra antes de hablar contigo.

Amelia no pudo hablar... se le atravesó un nudo en la garganta,


en sus ojos se avizoraba una tempestad de lágrimas que le sería
imposible contener; por lo cual, antes de que esto sucediera, salió
corriendo hasta el monte, donde en un tronco recargó sus brazos
cruzados, agachó la cabeza y dio rienda suelta a un torrente de
llanto que bañaba su rostro, mientras sacudían su cuerpo los
sollozos. De pronto sintió que alguien la sujetaba fuertemente por
la espalda. Presintió que ya se cumplía la orden de Arturo de
regresarla por la fuerza. Forcejeó como una leona, con tal rabia,
que los dos cayeron uno encima del otro...

En tanto, Sibalú, la besaba frenéticamente con el ímpetu de una


embravecida ola, que al fin rompía el dique que la contenía y
arrasaba con sus ansias todo el furor de una pasión contenida.

Amelia, henchida de felicidad, se dejaba acariciar y cada beso lo


devolvía con todo el ardor de una mujer enamorada.

101
Ninguno hablaba, pero la muda elocuencia lo decía todo. Al fin
Sibalú le dijo:

- Me derribó tu amor y en mi pecho arde el deseo de hacerte mía.

Hoy se derrumbaron las fronteras y nunca más me separaré de ti.

- Tú amor es la gloria del paraíso con sabor a indio; y me duele


que hoy mismo termine porque te vas a la guerra.

- No Amelia, no me voy.

- Esto que me dices, ¿no lo estaré soñando?

- No, Amelia, no me voy... ¡nos vamos! esta misma noche, a ti y a


mí, nos va a casar el padre, junto con un grupo de parejas de
jóvenes yaquis que también va a la campaña. En el camino, al fin
serás mi mujer.

- Cielo mío, contigo hasta la muerte.

Sibalú la levantó y besándola se la llevó hasta el pie de un


sahuaro, que en su cúspide lucía una corona de flores blancas.
El cortó una vara larga, le amarró una navaja en la punta y cortó
la corona de flores que colocó a su amada, al tiempo que le
decía:

- Ahora tú y yo vamos a sellar nuestro juramento con un beso de


sangre. Repite lo que digo: juro por Dios, por tu vida y por la mía
que te amaré fielmente hasta la eternidad y más allá de la vida y
de la muerte. Así, los dos corearon el juramento.

Luego él cortó del sahuaro dos espinas: una para él y otra para
ella. Cada uno llevó la suya a sus labios pinchándose con ella y,
al brotarles una gota de sangre, mezclaron las dos en un frenético
beso. Con voz emocionada, Sibalú le dijo:

102
- Ahora, mi sangre es tu sangre y la tuya es la mía.

- Sí, mi amor, ni tú eres indio, ni yo soy yori; sólo somos un


hombre y una mujer unidos en un solo corazón y que sólo Dios
puede separar.

- Vámonos, que el padrecito ya está por llegar.

_ Pero, ¿qué van a decir tus jefes, al ver que te casas con una
yori?
_ ¿Qué van a decir?, que a ti te quieren más que a mí; y eso,
desde hace tiempo lo sé. A tu familia le vamos a mandar un
telegrama desde la Estación de Lencho, notificándole nuestro
matrimonio. Yo tampoco sé cómo lo van a tomar.

_ Es que no los conoces; cuando los trates verás que tu Amelia


está hecha de pedacitos de ellos, y por lo tanto, también igual que
yo, hace mucho que brincaron las estúpidas barreras del racismo.

Sibalú la tomó en sus brazos y alzándola le dijo:

_ Dime, ¿quién se atrevería a desatar el nudo ciego de nuestro


amor?

En el momento que la bajaba, escuchó pasos que se acercaban...

- ¡Corre Amelia, y no te pares hasta que llegues al campamento!

- ¡No, no me voy sin ti...!

- Es que yo me quedo a despistar a los pelones, ¡corre, pero ya!

Amelia se resistió, pero se fue y, a unos cuantos metros distancia,


se encaramó en un árbol, desde el cual escuchaba:

- ¡Estás rodeado, ahora sí caíste, indio maldito!

103
Ella vio cómo emboscaron a Sibalú y se lo llevaron preso. Su
angustia fue tan grande que casi se desmaya cuando vio que a
Sibalú lo golpeaban exigiéndole que dijera dónde estaba ella, sin
lograr que moviera sus labios.

- Tú la estabas besando, nosotros te vimos.

En el cuartel, Sibalú fue llevado ante el Mayor Arturo.

- Aquí tiene, mi Mayor, al indio que nos echó a los perros, el que
se burló de nosotros llamándonos gallinas y al que encontramos
abrazado besando a su novia. Ella se nos escapó y no la pudimos
encontrar -una mueca de sonrisa se dibujó en los labios de
Sibalú-, pero aquí le entregamos al autor de tantas humillaciones.

- Llévenselo y fusílenlo inmediatamente.

- Pero, piense en las consecuencias que esto le traerá, mi Mayor,


mire, trae insignias de comandante. Debe ser muy allegado al
Señor Gobernador, quien con su ejército ya se está apoderando
de todo el Estado; y con la muerte de este indio maldito, nos
puede ir de la fregada.

- Ustedes digan que él disparó primero y no va a pasar nada.

Pero esperen, un momento, este desgraciado no se va a morir tan


fácilmente.

Dijo esto sacando, de su cinto una filosa daga. Amárrenlo y luego


me avisan para ir a darle, personalmente, el premio a sus
insolencias.

Allá con los yaquis, Amelia llegó pálida y demudada.


Inmediatamente les dio la noticia de lo sucedido a Síbalú. Por su
parte, los yaquis se afrontaron a fraguar un plan para rescatarlo:
atacarían por sorpresa al cuartel, por distintos frentes, a fin de

104
distraer a los guardias, en tanto que otro grupo de ellos efectuaría
el rescate.

Amelia, abrazada de la Nana le decía entre sollozos:

- Me voy Nana, me voy a salvar a Sibalú.


- ¡No, hija!, tu presencia lo perjudicaría más, puesto que a él lo
hacen responsable de que tú estés con nosotros. Además, ya
oíste que la tribu sale a rescatarlo.

- Antes de que corra más sangre en un enfrentamiento, te juro


Nana, que yo lo voy a salvar; y que esta misma noche aquí lo van
a tener sano y salvo y si yo no regreso le dices que, a él, a ti y a
la tribu los llevaré siempre muy dentro de mi corazón. Adiós. Dijo
esto montándose en su caballo.

- ¡No hija, por Dios, detente!.

Pero ella ya no la escuchó; a toda carrera se perdía entre el


monte.

En Bácum se corría la noticia de que el indomable Sibalú estaba


preso. El indio que una y mil veces se les había escapado a los
federales, ¿se salvaría esta vez?..

. El Mayor Arturo se encerró en su despacho mientras le


avisaban que el reo ya estaba amarrado. De antemano, había
dado órdenes de que pusieran guardias de vigilancia alrededor
del pueblo y del cuartel, para evitar cualquier intento de rescate;
pues para esas horas ya los yaquis habrían sabido, por la misma
Amelia, que Sibalú estaba prisionero.

Se sentía muy herido por la traición de ella, que había preferido al


asqueroso indio en vez de él; que si bien no era su novio oficial,
ella siempre lo había aceptado como compañero de baile en
todas las fiestas y en su propia casa lo recibía y lo hacía objeto de
sus atenciones. En fin, él estaba ya para ganar la última partida,

105
pues ella pronto se olvidaría del muerto y el camino para hacerla
de él se despejaría.

El toque en la puerta lo sacó de estas cavilaciones. Salió con la


daga en la mano creyendo que venían a avisarle que el reo
estaba amarrado; pero, al abrirla, se sorprendió al ver que era
Amelia con la cabellera desordenada y los ojos enrojecidos.

- Vengo a pedirte que inmediatamente dejes libre al yaqui que


tienes preso.

- Pero. ¡Qué felicidad tenerte conmigo, Amelia!

- No me agradezcas la visita y contéstame lo que dije.

- Eso, mi amor, tiene un precio, que si estás dispuesta a pagarlo,


ahorita mismo lo dejo en libertad,

- Sí, estoy dispuesta.

- y, ¿sabes cuál es el precio?

- Sí, lo sé, que me case contigo. Pues bien, acepto.

- ¿Cuando yo diga?

- Cuando tú digas.

- Mañana mismo, e inmediatamente nos vamos a vivir a la Ciudad


de México, para alejarte de ese indio mugroso que te estaba
besando.

- No tienes ningún derecho a encararme lo que yo haya hecho en


uso de mi libertad y si me voy a casar contigo, será hasta que me
conste que ese yaqui ha sido puesto en libertad.

106
- Pero, no te enojes, mi amor. Ven conmigo, ahorita mismo lo voy
a dejar en libertad delante de ti.

Amelia se resistía, pero él la llevó hasta ponerla frente a frente de


Sibalú.

- Escúchame, yaqui, por petición de mi novia quedas en libertad y


para que veas que no soy rencoroso te invito a mi boda con ella,
que se realizarán mañana en el Templo de Santa Rosa de Lima.

- Pero mi Mayor, ¿de verdad lo dejamos libre?

-Sí, aquí delante de nosotros, suéltenlo y que se vaya.

Amelia había permanecido muda y con la cabeza agachada,


eludía mirar de frente a Sibalú, que ya libre, pasó silenciosamente
junto a ella murmurándole entre dientes:

- Traidora, maldita, asquerosa yori, resultaste ser una basura.

- ¿Qué dice el indio Amelia?

- No lo escuché-muy bien, parece que en su lengua me daba las


gracias, sin embargo, sí lo había escuchado bien.

- Estás temblando, amor, ¿qué te pasa?

Él se la llevó abrazada, al tiempo que se daba cuenta que seguía


temblando y que se ponía muy fría.
- Vamos inmediatamente a tu casa, a que te sirvan un té caliente
para que te recuperes. Debes haberte mojado al atravesar el río y
no quiero que te vaya a enfermar, ni que nada vaya a malograr
nuestra boda.

107
CAPITULO XI
Di mi palabra y la
Cumpliré

108
Grande fue la sorpresa de Rosario, cuando al ir a abrir la puerta
de su casa, se encontró con el Mayor, que casi en brazos
sostenía a su hermana Amelia, muy pálida y temblorosa.

_ ¡Virgen del alma!, ¿qué te pasó, Amelia, que vienes tan


demacrada?

_ Yo también me sorprendí, al verla así cuando se me apareció


en el cuartel. Ella ya dejó la tribu, viene a quedarse y a casarse
conmigo. Mañana celebraremos nuestra boda.

Amelia se abrazó de su hermana; y ésta, protestó airadamente:

_ ¡Qué boda, ni que boda! ¿Qué no la ve cómo viene? aquí hay


gato encerrado y si usted resulta responsable, la va a pagar muy
caro.

En eso, llegó Doña Carolina...

_ ¿Qué pasa, qué tiene mi hija, por qué está tan maltratada?
Contésteme Mayor, ¿y qué hay de esa boda?

_ Ya le expliqué a Rosario que a mí también me sorprendió


cuando la vi llegar así. Y respecto a la boda, es verdad, mañana
nos casamos.

Amelia se recargó en el hombro de su madre...

No tengo nada serio mamacita, estoy descompuesta porque


atravesé el río a nado, y tal vez, cogí un fuerte resfriado.

_ Hija mía, a mi corazón de madre nadie lo engaña y veo,


alrededor de esta estúpida boda que se maquinó a nuestras
espaldas, una negra tragedia -esto último lo dijo enjuagándose
sus lágrimas - y cuídese usted Mayor de ser ella, porque el

109
castigo que le vendrá de Dios será terrible y, acuérdese de que se
lo advertí.

- Mamá, Arturo y yo libremente decidimos casarnos mañana. No


hay ninguna maldad ni mala intención detrás de esto.

- Perdóname, hija, pero no te creo.

- Doña Carolina no hay porque preocuparse. Ahorita mismo le


envío un médico, que acaba de llegar de la Ciudad de México
para que atienda mi linda novia. Que tengan una buena noche,
nos vemos mañana.

Cuando Gabriel entraba en la casa, se cruzó en la puerta con el


Mayor que salía; quien se atrevió a decirle:

- Adiós, cuñado, mañana nos vemos - Gabriel se quedó mudo,


sólo le devolvió la más fría de las miradas.

-¿Pero que demonios pasa aquí? –dijo Gabriel al ver el semblante


de tragedia en toda su familia.

Rosario y su madre le explicaron todo lo sucedido.


Inmediatamente, abrazó a su hermana Amelia que se encontraba
tendida en un diván.

-Hermanita querida, no le temas a ese guacho hipócrita y falso.


¡No te vas a casar con él, primero muerto antes que yo lo permita!

Le voy a dar su merecido a ese desgraciado con una lluvia de


bofetadas que no las va a olvidar en su vida.

Amelia quiso hablar, pero no dijo nada. Su madre y su hermana la


llevaron a su recamara a donde la acostaron, mientras doña
Carolina le traía un té caliente y un sedante.

110
En ese momento, la Chanita pasó a un médico que el Mayor
Arturo enviaba para atender a su novia. Así lo expresó el galeno,
ante la interrogante de Gabriel sobre quien lo enviaba.

-Regrésese, Doctor, dígale a ese desgraciado que aquí no tiene


ninguna novia y que no se atreva a poner los pies en esta casa,
porque lo voy a poner pinto de bofetadas.

-Rosario, muy apenada, intervino:

-Pero hermano, él no tiene ninguna culpa de lo sucedido.

-Discúlpeme Doctor, pero usted no sabe lo que ese pillo le ha


hecho a mi hermana. Acompáñalo Rosario; y vuelvo a pedirle una
disculpa Doctor.

Aunque el médico se sintió muy molesto por lo ocurrido, no ocultó


su mirada de admiración, ante la belleza de Rosario, mientras ella
lo conducía hacía la puerta.

Los yaquis, cuando se disponían a poner en marcha la operación


de rescatar a Sibalú, se encontraron con él, en el camino hacía su
pueblo y por más que le pidieron que les explicara lo sucedido, él
no movió sus labios.

- Te ves muy enfermo, mi hermano -le dijo su jefe-, ve a tu casa a


recuperarte y mañana platicaremos.

- No, no estoy enfermo. ¡Estoy muerto! -y siguió caminando con


un funeral de cenizas que caían sobre su alma mientras, en su
mente, vagaba un deseo infinito de muerte.

La Nana estaba muy desesperada. Ni Amelia, ni Sibalú


regresaban, por lo que decidió salir a indagar por ellos con los
jefes, pero, en el camino, se encontró con Danielito, quien le
informó que ellos habían salido para Bácum a rescatar a Sibalú.

111
Cuando la Nana entraba de nuevo a su jacal, detrás de ella llegó
Sibalú.

- Me estaba muriendo de desesperación por ti y Amelia que no


regresaban. Hace unas horas que ella llegó con la noticia de que
te tenían preso los federales. Enseguida, me juró que te iba a
salvar, y se fue en su caballo; no la pude detener.

- Ni volverá jamás; y pobre de ella que lo haga. Apenas hacía


unas horas que me había jurado amor eterno, cuando, del brazo
de ella, el Mayor anunciaba que mañana se iban a casar. Es una
traidora y sucia como ninguna otra mujer lo ha sido antes.

- ¡No te permito que hables así de ella!, seguramente lo hizo por


salvar tu libertad, a costa de su desgracia.

- ¿Cuál desgracia? se aprovechó de lo que me pasaba para


lograr lo que quería y de paso quedar como heroína. Es una
perjura, canalla y traidora.

- ¿Qué no agradeces que te haya salvado de la muerte? ¡Bendita


sea ella, por lo que hizo por ti! Pero no es justo que pague el
precio de tu libertad, casándose con un hombre al que desprecia.
Digo esto, porque ella misma me lo platicó.

- No me la vuelvas a nombrar nunca, para mí, ella está muerta.


¿Oíste, Nana?

- No me vaya callar, ni a cruzarme de brazos, mientras ella está


sufriendo horriblemente. Tú estás embrutecido por los celos; pero
yo si sé lo que voy a hacer.

- Mejor me voy.

- Yo también me voy, pero a salvarla.

La Chanita se había dado cuenta de todo lo que estaba sufriendo

112
Amelia. Desde que ésta llegó al cuartel ella la siguió para espiarla
y así saber qué pasaba, por lo que pudo enterarse de todo lo que
el Mayor y Amelia platicaron, hasta ver que Sibalú salía libre del
cuartel. La criatura, desesperada, no hallaba que hacer, hasta
que le vino un pensamiento, y sin esperar más salió corriendo a la
calle rumbo al río, y de ahí a la ranchería, donde localizó a los
jefes en una reunión que tenían. Les platicó todo lo sucedido y, no
terminaba de hacerlo cuando entró la Nana, quien con voz
desesperada suplicaba: "Que antes de salir a la campaña,
impidieran el matrimonio de la Señorita Amelia, que era el precio
que ella pagaba, el de casarse con un hombre al que aborrecía,
por conseguir la libertad de Sibalú. Con lo cual, ella quería evitar
el derramamiento de sangre en el intento de ustedes por
rescatarlo”

Las dos versiones de estas mujeres, que coincidían la una con la


otra convencieron a los jefes yaquis, quienes profesaban un
profundo cariño para la yorita por lo que de inmediato se pusieron
a deliberar sobre dicho asunto para finalmente comunicarles, a
las dos mensajeras, que no saldrían a la campaña sin antes
impedir ese matrimonio y traer con ellos de vuelta a la Señorita
Amelia.

La Nana acompañó a la Chanita dado que la noche avanzaba y


oscurecía al monte. Cuando iban en el camino, les sorprendió
divisar a Sibalú sentado al pie de un sahuaro, con la cabeza
agachada y empuñando una pistola. Muy asustada la Nana dejó
a la Chanita y se regresó a buscar a Sibalú. Mientras éste
desesperado se decía:

- ¿Por qué me pasa esto, Tata Dios? mil veces prefiero la muerte
a saber que ella es de otro hombre. ¿Por qué me las quitas, por
qué, por qué?

Su exclamación fue interrumpida por el canto de un colibrí al que


le llaman "el pájaro de la buena suerte”

113
-¡Qué ironía!, hasta ese pájaro se burla de mí.

En ese momento se escucharon pisadas sobre las hojas secas...


era Cornelia que silenciosamente él llegó a Sibalú por la espalda
y le tapó los ojos con sus manos.

- ¡Vete de aquí, Cornelia!, ya sé que eres tú, que no estoy para


bromas.

- ¡Vamos, Sibalú!, ya no te preocupes, Amelia muy pronto va a


estar de regreso con nosotros.

- No me la nombres, no quiero saber nada de ella. Estoy


asqueado de su falsedad y traición.

- Mira, Sibalú, la Chanita fue testigo de todo lo que pasó. Y estuvo


aquí a informar a los jefes sobre lo sucedido; y ellos ya se
preparan a impedir ese matrimonio, que Amelia tuvo que aceptar
a cambio de tu libertad y también dijo que ella está muy enferma:

- Pues por mí, que se muera, y que no se atreva esa traidora a


volver a pisar este suelo porque yo no lo voy a permitir.

- De veras que te has vuelto idiota. Todos los yaquis estamos muy
agradecidos de ella por todo lo que ha hecho por nosotros y hasta
por ti que te salvó la vida.

- Lárgate, ya no quiero oírte más, mejor me voy.

-Yo también me voy, pero a Bácum a estar con Amelia y servirle


en todo lo que ella me necesite.

- Ojalá que la encuentres bien muerta.

Tal como lo dijo, Cornelia se fue a casa de los Velderraín, donde


se le informó que Amelia estaba muy delicada y que había sufrido

114
varias crisis nerviosas: por lo que su hermano Gabriel la había
puesto en manos del mejor especialista, que esa misma noche
había traído de Guaymas.

Por su parte el Mayor Arturo también había viajado a esa ciudad;


pero a comprar el traje de novia que luciría su amada en la noche
de boda.

El Venía ya de regreso a Bácum, cuando en el camino se cruzó


su carruaje con el de Gabriel que llevaba de vuelta a Guaymas al
médico que había atendido a su hermana. Un afectuosísimo
saludo que el Mayor le dirigió a Gabriel, fue contestado por éste
dándole la espalda.

El Mayor se hizo presente en la casa de Amelia, y Rosario le


informó lo delicada que ella estaba, lo pasó a la sala, pero él, sin
pedir autorización, se fue de paso hasta la recámara donde
estaba la enferma y extendió sobre su cama el hermosísimo traje
de novia.

- Amor mío, aquí está tu ajuar nupcial que vas a lucir en nuestra
boda. Madrugué a Guaymas para personalmente escoger el más
hermoso de todos. También me entrevisté con el sacerdote que
va a venir a oficiar la ceremonia. ¿Qué me dices?

- Lo que yo quisiera decirte no te gustaría escuchar, pero no te


preocupes, voy a cumplir mí palabra empeñada y estaré puntual
en la hora exacta.

- Mi gran amor, me llena de felicidad escuchar lo que has dicho,


dijo esto acercándose a su novia, trató de abrazarla y besarla,
pero ella bruscamente lo esquivó, en momentos que entraba
Dona Carolina.

- ¿Qué hace usted aquí, Mayor? como ve, Amelia está muy
delicada y no se puede casar hoy, y quien sabe cuando podrá

115
ser, pues está bajo tratamiento médico y es el especialista que la
está tratando, el que dirá cuando estará recuperada.

- ¡Mamá!, yo le di mi palabra al Mayor, de que hoy me casaría con


él y voy a cumplirla.

- ¡Hija mía! mira, cómo estás de enferma. Sólo a una loca se le


ocurriría hacer semejante disparate. Además, tu hermano Gabriel
no se encuentra aquí porque salió a Guaymas a llevar al médico.

- Mire, suegra, no se preocupe usted de nada. y respecto a la


boda, sí se va a realizar porque ella y yo así lo decidimos. En
cuanto a lo relativo al arreglo de la iglesia, la recepción y el
banquete, ya lo tengo todo arreglado. Me retiro, al oscurecer nos
vemos, antes de la boda, adiós,

- Pero, hija mía, ¿quién te obliga a que te cases con este hombre
que tú no quieres, ni tus hermanos, ni yo?

En ese momento, entró Cornelia que escuchó las últimas


palabras y, al abrazar con mucho cariño a la yorita, le dijo:

- Allá en la ranchería todos preguntan por ti y hasta los niños


están desesperados por verte. ¿Qué es eso de que te vas a casar
con un guacho, por haber salvado a Sibalú?

- ¿Qué te puedo decir Cornelia? di mi palabra y ahora tengo que


cumplirla y el hecho, de saber que Sibalú está libre me dará
fuerzas para poderlo hacer.

Cornelia casi en secreto le dijo:

- La tribu va a impedir ese matrimonio, ya se están preparando.

Todos los yaquis estamos en deuda contigo, y ahora es el


momento de devolverte algo de lo mucho que nos has dado.

116
- Es inútil, Camelia, por favor diles que no hagan nada. El Mayor
Arturo está al mando de la tropa y ya debe tenerla preparada para
impedir cualquier intento de rescate. Por lo que se derramará
inútilmente sangre inocente y, antes de que eso suceda, yo
prefiero morir.

Cornelia bañada en lágrimas se despidió de ella diciéndole:


- ¡Te juro que no te casarás con ese guacho!.

117
CAPITULO XII
Esponsales negros

118
En la casa de Amelia, toda la familia no asimilaba la situación
de ella; quien, a cual más de exaltados, manifestaba su repudio
hacia el Mayor Arturo, sobre todo Gabriel:

- Mi hermana impidió que ese bribón asesinara a un inocente, y


ahora, él le exige que se case con él. ¡No, no y no! yo lo mato
antes de permitir semejante aberración.

- ¡Cálmate hermano!, no se trata de cambiar el drama... con tu


sangre o la de él.

- ¿Calmarme yo, Amelia, y cruzarme de brazos al ver que ese


desalmado te lleva al matadero? ¡Jamás!

- Hermano, permíteme y escúchame, por favor; yo tengo plena


confianza en Dios, en que no me va a abandonar. Él es el único
que sí puede impedir ese matrimonio, y lo va a hacer. ¡Te lo juro,
Gabriel! por favor ahora cálmate y no me hagas sufrir más de lo
que ya estoy sufriendo.

Doña Carolina, con el rosario en la mano rezaba y rezaba frente a


la imagen de la Virgen María.

La más serena era Rosario, pero no por serena aceptaba la


situación, sino que más parecía que maquinaba algo... sobre lo
cual expresó:

- A la tarde, cuando llegue el Mayor, le voy a ofrecer un cafecito,


fingiéndole que estoy de acuerdo con la boda; pero ese cafecito
llevará, llevará lo que ustedes no se imaginan.

- ¡Veneno no, por Dios! Un crimen sería una desgracia peor de lo


que a mí me está pasando.

- Si, no va a llevar veneno, ¡Dios me libre! sólo va a estar


cargadito de candelilla, ---hierba con la que el indio se purga- y
119
luego que se lo tome, va a salir destapado, y por lo menos en
diez días no lo volvemos a ver.

Una fuerte carcajada que lanzaron todos les cambió el rictus de


amargura y tristeza que tenían; hasta Amelia que parecía una
virgen dolorosa, también se rió.

Enseguida, la Chanita metió la cuchara:

- Sí, sí es cierto, yo misma corté la hierba en el monte y se la traje


a Rosario.

- ¿No habrás platicado con nadie de eso? -le dijo Amelia-.

- No, qué va, si Rosario me dijo que tuviera bien cerrado el pico y
lo tengo bien cerrado.

- Más te vale, Chana.

Para las familias de Bácum, que recibían la esquela del


matrimonio de Amelia y Arturo, fue una inesperada sorpresa la
noticia que se difundió y no faltaron comentarios... algunos bien
intencionados manifestaban su alegría por el hecho de que, al fin
volvería la tranquilidad al seno de la familia Velderrain, al
abandonar, Amelia, la tribu yaqui para realizar el sueño más
hermoso de toda mujer al unirse en matrimonio con el hombre
que ella amaba.

Por otra parte, no faltaron los conceptos irónicos y hasta


ofensivos de quienes se sentían derrotadas en sus intenciones de
atrapar al que hoy se convertía en esposo de su tan odiada rival.

Ahora, sólo les quedaba rescatar su imagen de dignidad y


expresarles sus parabienes a los futuros esposos.

Amelia recibió las melosas felicitaciones con su acostumbrada


cortesía agradeciéndole sus buenos deseos, sobre todo por venir

120
de "tan sinceras amigas". Enseguida se disculpó por no poder
atenderlas por la premura del tiempo, dado que ya debería estar
arreglada para la ceremonia.

Mientras más se acortaba la distancia para realizar la boda, la


novia, con más lentitud y desgano se arreglaba ayudada por
Rosario, que le sucedía lo mismo; como si las dos quisieran cerrar
la boca del tiempo que implacable se tragaba hora por hora,
minuto tras minuto...

_ ¿No paso, no acepto, la ingrata realidad que te amenaza y te


hace víctima de tan cruel injusticia. ¿En dónde está Dios que
permite semejante atrocidad y que en vez de premiar tu heroica
nobleza, te manda al matadero?

_ Hermana, Dios no es culpable, yo misma me lo busqué, pero


tengo mucha fe en que Él no me abandonará. ¿Cómo y cuándo?;
ya lo verás, pero así va a ser.

En Bácum, frente a la cantina de "La Negra Noche", se


encontraba amarrado el caballo de Sibalú, quien, en un rincón de
la misma, toda la tarde había estado ingiriendo copa tras copa de
licor y junto a él, unos guitarreros entonaban una coplas que
Sibalú, ya muy embriagado, pedía y pedía que se volvieran a
repetir, repetir y repetir:

"Mozo, sirva otra copa


y sírvale de algo
al que quiera tomar;
que estoy muy triste,
que estoy muy solo,
desde que supe
la cruel verdad.
Olvida, amigo,
me dicen unos,
pero olvidarla
yo no podré,

121
y si la mato
vivir sin ella,
vivir sin ella,
yo moriré”

Las campanas de la iglesia empezaron a repicar...

Sibalú, se paró tambaleándose, se llevó la mano a la pistola que


llevaba fajada al cinto. Salió a la calle, montó su caballo y se
encaminó hacia el Templo de Santa Rosa de Lima, el cual estaba
pletórico de gente que esperaban la boda. En el atrio del templo,
varios piquetes de soldados vigilaban el acto que estaba por
desarrollarse.

Por el camino hacia Bácum, un grupo de yaquis con pistolas bajo


sus camisas y vestidos de civiles esperaban bajo un árbol. En
cuanto escucharon el toque de las campanas se pusieron en
marcha, y antes de llegar al templo, comenzaron a dispersarse
en varios grupos por distintos rumbos, pero todos convergían
hacia la iglesia. Los primeros en llegar llevaban esquelas de
invitación que Cornelia les había repartido. Estos, uno a uno se
mezclaron con la concurrencia y penetraron al recinto; Cornelia y
la Nana ya estaban sentadas adelante. Esta última, cuando
entraron los yaquis se regresó hasta atrás para sumarse al plan
que pondrían en ejecución el grupo de yaquis:

En tanto que Cornelia se quedó con la Chanita y se pusieron a


platicar.

En la casa de la novia, el cochero del carruaje ya estaba listo para


trasladar a la familia a la iglesia, pero aún no salían porque
esperaban a que Gabriel llegara de Guaymas.

Amelia se desesperó y se subió al vehículo, para seguirla


inmediatamente Rosario y Doña Carolina -ésta seguía rezando
con el rosario en la mano-.

122
Después de que se fueron llegó Gabriel a su casa a la que
encontró vacía. Se fajó una pistola que quedó cubierta con el
saco, única prenda que se puso sobre su ajuar de trabajo. Y, sin
ocultar la rabia en su cara, se fue caminando a pie hasta llegar al
templo. Ahí su madre le pidió que él entregara a la novia, a falta
de su padre que ya había fallecido; pero él se negó. .

La iglesia lucía iluminada por numerosos faroles, desde la entrada


hasta el altar. Las arcadas lucían en cada pilar enormes ramos de
rosas blancas sujetas con listones encaracolados. Por otra parte
infinidad de jarrones con lirios y azucenas adornaban el altar
desde su base hasta la cúpula.

Afuera, la gente se agolpaba queriendo entrar, pero sólo los


invitados lo podían hacer. El resto se dispersaba a ventanear, y
entre ellos se mezclaron los yaquis que también hacían lo mismo.

Un viento negro comenzó a soplar arrastrando nubes con preludio


de tempestad. La luna comenzó a salir, pero ocultó su cara entre
el velo negro de los nubarrones como queriendo esconder sus
ojos para no ver la tragedia que se estaba preparando dentro y
fuera del templo. Todo era ya cuestión de minutos...

Al pie del altar, el Mayor esperaba con mucha ansiedad, al ver


que su novia no aparecía porque aún tardaba en llegar.

Comenzaron los toques de la marcha nupcial, y junto con éstos


apareció Amelia como una hada envuelta en la nube de su
blanco velo, cuajado de perlas y pedrería, que acentuaban más
la palidez extrema de una virgen sin vida y sin alma; ojos sin brillo
que ven pero no miran. Viene del brazo de su madre, al ritmo de
un caminar muy lento, como si quisiera que en cada paso, ahí se
muriera el hoy y ya no hubiera mañana, detrás de ellas entró
Rosario muy hermosa, con un lazo en sus manos, le siguió
Cornelia con un bello ramo y al final la Chanita trayendo las arras.

123
El Mayor se aceleró y se aprontó a recibir a la novia para situarse
los dos frente al altar. El resto de la comitiva se sentó hacia los
lados de los padrinos.

Afuera el zumbido del viento sacudía a la noche que se volvió tan


negra como los negros esponsales, que dentro del templo
comenzaron su liturgia...

Oculto entre las sombras, un yaqui comenzó a escalar un muro


del templo, hasta llegar al vitral de una ventana que permanecía
cerrada.

Adentro, el sacerdote sigue los pasos del sacramento matrimonial


y finalmente le pregunta a la pareja.

- Señor Arturo Nolasco Gutiérrez, ¿Acepta usted por esposa a la


Señorita Amelia Velderrain Ortiz?

- Sí, acepto. -Contestó con mucho énfasis.

- Señorita Amelia Velderrain Ortiz, ¿acepta usted por esposo al


señor Arturo Nolasco?

Amelia, como si estuviera en otro mundo no parece escuchar. El


sacerdote repite y vuelve a repetir, pero ella no contesta. El Mayor
con ceño de disgusto la sacude y ella parece despertar y, al ir a
mover sus labios, se escucha un fuerte cristalazo, botan los
vidrios quebrados y en el regazo de Amelia cae una piedra que
lleva atada una flor de sahuaro y dos largas espinas. Ella la ve...
son el símbolo del juramento que hizo con Sibalú.

El sacerdote por última vez vuelve a repetir la pregunta y ella


lanza una histérica carcajada, tan fuerte que más que carcajada
parecía aullido. Luego sigue con otra y otra... hasta que su cuerpo
comenzó a doblarse y antes de caer desvanecida, llegó
velozmente su hermano y la tomó en sus brazos, al tiempo que el

124
Mayor trataba de hacer lo mismo, pero Gabriel, con su hermana a
cuestas le metió un empujón.

- ¡Lárgate desgraciado!, tú eres el culpable de todo lo que le está


pasando a mi hermana y te juro, que nunca más volverás a verla,
ni viva ni muerta.

El sacerdote conduce a Gabriel, con Amelia en sus brazos hacia


la Sacristía y junto con ellos llega un médico que inmediatamente
ausculta a la enferma.

Doña Carolina, acompañada de Rosario, preguntó desesperada:

- ¿Qué tiene mi hija, Doctor?

- Está bajo un fuerte colapso, al parecer, en consecuencia de un


agudo trauma. Hay que llevarla de inmediato a su casa para
administrarle medicamentos que espero la hagan reaccionar.

Gabriel de inmediato la subió al carruaje junto con su familia al


tiempo que el cochero lo ponía en marcha.

La concurrencia salía del templo, atropellándose queriendo ver a


la novia, pero ésta ya se perdía en la oscuridad de la noche, junto
con el galopar de los caballos.

La boda se suspendió; los asistentes comentaban el sucedido y


se regresaban a sus hogares. Al mismo Mayor, ya no se le vio la
cara.

Los Yaquis, cuando comenzaban a acercarse a la novia para


ejecutar su rescate, bajaron la guardia al darse cuenta que ésta
se desvanecía en brazos de su hermano Gabriel y esto, más que
considerarlo como una desgracia, lo vieron como una bendición
del mismo Tata Dios que impedía la consumación de ese
matrimonio. En fin, que la yorita era muy fuerte y pronto se
recuperaría.

125
Sibalú llegó a la ranchería donde todo parecía desierto. Su jacal
estaba solo. En medio del silencio escuchó unos sollozos, que al
fin pudo localizar. Era Danielito, que al verlo se limpió las lágrimas
y se abrazó de él.

- ¿Qué te pasa muchacho, por qué lloras?

- Porque la Señorita Amelia está muerta.

- ¡Dime!, ¿quien te lo dijo?

- Es que cantó el tecolote y cuando él canta, el yaqui muere.

- Pero Amelia no es yaqui.

- Ella, es más yaqui que tú y que yo, y ya está muerta.

En ese momento llegó corriendo Cornelia y le dijo a Sibalú:

-Amelia no se casó. Comenzó a lanzar carcajadas que parecían


alaridos, cuando alguien que quebró un vitral le aventó una
pedrada que llevaba una flor de sahuaro y unas espinas. Después
ella se dobló y cayó en brazos de su hermano Gabriel. Yo la vi
cuando él se la llevó en el carruaje. La gente decía que parecía
muerta. ¿Tú querías eso, verdad?

Sibalú se quedó mudo, agachó la cabeza y se metió a su jacal.

Mientras Danielito salía corriendo desesperado.

126
CAPITULO XIII
Lluvia de besos

127
La Nana, al llegar de la boda se encontró con Sibalú dentro de
su casa.

- y tú, que tanto querías a la yorita, ¿no te preocupa si vive, o ya


está muerta?

El, parado como una estatua, no escucha, no habla, no se mueve.

Una tromba de contradicciones lo acosa y lo desespera. Ahora,


que el espectro de la boda se ha esfumado, sus celos y sus
rencores irrefrenables comienzan a palidecer, a mezclarse con la
impetuosa corriente de amor y pasión que le hierve las venas y le
incrusta a esa mujer, a esa yori, a ¡Amelia!, en su alma, en su
corazón yen su pensamiento.

Le desespera terriblemente que, ahora que él reconoce el


inaudito sacrificio que hizo ella para salvarle la vida, y los horribles
insultos que, a cambio de eso, él le profirió, no puede volver a su
lado y vaciarle toda su pasión, arrepentimiento y dolor; porque de
un momento a otro, llega el tren a la Estación de Lencho, donde
se tiene que embarcar al mando de la tropa de los yaquis que
salen a sumarse a la campaña militar, para defender el "Plan de
Agua Prieta".

Avanzaba ya la noche y Amelia seguía en estado de


inconsciencia, como si el dormir fuera para ella otro mundo donde
ya no le podían llegar más penas; sin embargo, al médico le
preocupaba que esa situación se prolongara, razón por la cual él
estaba constantemente vigilándola. Doña Carolina y Rosario
hacían lo mismo; y la Chanita, por su parte, impedía el paso de
visitantes que constantemente tocaban a la puerta. En una de
esas llamadas, sorpresivamente se encontró con Sibalú, quien le
suplicó que lo dejara entrar para ver a la yorita. Y, ante su
insistencia, ella fue y trajo a Rosario quien le dijo que, no tenía
ningún inconveniente, siempre y cuando el médico lo autorizara.
En tanto que esto sucedía, la Chanita se adelantó y le dijo al
128
doctor: "que el joven que quería ver a la enferma era el que
Amelia adoraba y que; por el contrario, odiaba al Mayor, quien era
el causante de los sucedido".

Cuando Rosario le tomó el parecer al médico sobre el deseo de


Sibalú, éste, muy amable, autorizó la visita expresando que tal
vez la presencia de este joven haría reaccionar positivamente a la
enferma.

El médico, al, salir, de paso saludó a Sibalú diciendo que pronto


volvería. En tanto que Sibalú desesperaba por que le permitieran
pasar al lado de Amelia, y aunque la Chanita le había advertido
de que estaban prohibidas las visitas, él estaba dispuesto a todo,
inclusive agujeraría el techo, pero no se iría sin verla.

Al fin, después de que el médico se fue, Rosario, muy amable, lo


pasó a la alcoba de Amelia y ella, muy discretamente se retiró.

Sibalú se paró frente a la cama de la enferma que dormía


profundamente, en estado inconsciente. Se sentó junto a ella y
cercándose a su oído le dijo.

- Amelia, soy Sibalú; tú y yo estamos unidos eternamente por un


juramento de sangre que hicimos bajo el sahuaro. Vengo a
decirte que te adoro y que me perdones los terribles insultos con
que te ofendí. Todo fue por los malditos celos que me quemaban
el alma, al saber que te casabas con otro hombre. Perdóname, fui
un estúpido incapaz de comprender el terrible sacrificio que
hacías por salvarme la vida. Me siento el hombre más
desdichado, porque al tratar de impedir que te casaras con ese
infeliz, te arrojé la piedra con la flor y las espinas, y, en vez de
salvarte, caíste abatida por la terrible impresión que te causó mi
desesperado recurso por impedir la boda.

Sibalú hablaba y hablaba, pero Amelia no respondía, seguía


inmóvil.

129
-Amelia tengo que partir a la guerra, mírame como estoy
destrozado; dame siquiera una señal antes de salir: una mirada,
una palabra, un gesto para saber que me has escuchado.

Sibalú tomó sus manos entre las suyas y las sintió muy frías igual
que sus brazos, su frente y su cuello.

El, muy angustiado, se quito los zapatos, la camisa y se acostó


con ella, queriendo pasarle su calor y su energía. Le besaba la
boca, los ojos, las mejillas, los oídos, el cuello, Se quitó una
medalla de la Virgen del Camino y se la colgó en la garganta.

De pronto se sobresaltó al escuchar la sirena del tren que iba


llegando al Suichi Bácum y de ahí seguiría a la Estación de
Lencho. Rápido se vistió al tiempo que le decía:

-Adiós mi amor, si tú te mueres, me voy contigo en la primera


batalla, ahí quedaré.

Así le dio el último adiós con un beso en la mejilla; Sibalú sintió


que sus labios se mojaban. Era una lágrima que salía de los ojos
de su amada, y aunque no hubo otra reacción, eso era signo del
despertar de su conciencia, ante el dolor que le causaba su
partida.

Todo esto que sucedió se lo dijo a Rosario al despedirse, y ella se


abrazó llorando a él, muy desesperada le rogaba que no se fuera
porque de él dependía la recuperación de su hermana.

-Rosario, soy un hombre de honor ante el deber, pero también un


ser humano que siento que me quiebro al separarme de Amelia.
Aun Así le doy gracias a mi Tata Dios porque me dio la esperanza
de que ella se pueda salvar. Cuídamela mucho, y si me aseguras
que te comunicaras conmigo, dándome noticias de ella, me iré
mas tranquilo.

-Te juro que así será, hermano del alma.

130
Mientras los familiares de Amelia se debatían de angustiaos por
la situación de ella, también había quienes se alegraban de su
tragedia.

- Viste, Sara, ¿cómo del plato a la boca se cae la sopa? Amelia ya


se sentía la esposa del Mayor; ahora veremos a quién le va a
tocar ese mangazo; yo por mi parte, no voy a perder el tiempo y le
voy a hacer hasta la última lucha.

- No comas ansias, Rosa, en cuanto Amelia se recupere él se


casara con ella.

- No creo que se recupere, porque lo que le pasa es un castigo de


Dios por ser tan acaparadora.

-Pero si ella nunca lo buscó ni le hacía caso por más que él la


perseguía. En cuanto a ti, ¿cuántas veces te dejó plantada por
ella?

- Vamos a ver, quien ríe al ultimo, ríe mejor, y tú ya me tienes


harta con tu amelismo, siempre la estás defendiendo; mejor me
voy.

-Adiós, ardida.

Allá en la Estación de Lencho, el ferrocarril comenzaba a rodar


sobre los rieles, en momentos que Sibalú llegaba jadeando, Le
entregó su caballo a la Nana que lo esperaba con sus maletas, y
ésta le, preguntó: ¿por qué tardaste tanto y de dónde vienes? El
solo alcanzo a decirle ya desde arriba de un vagón: “estaba con
Amelia y te la encargo mucho”. Después, solo se veía el humo de
la máquina, que haciendo fumarolas en el Cielo se perdía en el
horizonte.

La Nana muy triste se devolvió, pero en lugar de irse a la


ranchería enfiló rumbo a Bacum.

131
Sibalú de inmediato recorrió los carros del tren hizo contacto con
los soldados yaquis y se puso al mando del contingente.
Después dialogó con los Jefes poniéndose de acuerdo en el plan
de ataque que desarrollarían, en cuanto el tren llegara al lugar
indicado. Luego se aisló en su asiento y se quedó pensativo... a
imagen de una Amelia que yacía inconsciente lo dominaba y
también aquella lágrima que mojó sus labios cuando él la besaba.
Mil dudas le asaltaban: ¿vivirá, o ya estará muerta?; y si la vuelvo
a ver, ¿me perdonará las ofensas que le hice?; porque, un que
ella es una mujer de profundos sentimientos, también es
terriblemente digna y altiva. Recordó aquella otra vez, en que él la
ofendió: por varias semanas lo estuvo ignorando y no le dirigía la
palabra hasta que él le pidió disculpas.

¿Sucederá lo mismo si nos volvemos a encontrar, o no me


perdonara…?

Todo esto pasaba por su mente cuando el rechinido de los frenos


del tren hizo que éste se detuviera, lo cual lo trajo a la realidad:
los tambores llamaban a la guerra y saltaban las cuadrillas de
soldados al mando de Sibalú, que como un autómata caminaba al
frente de ellos cargado de pesadas armas, pero era mucho más
grande el peso que llevaba dentro de alma, sabía que necesitaba
serenarse, y aunque su valentía estaba fuera de toda duda, su
responsabilidad era muy grande, porque no sólo se trataba de
obtener la victoria, sino también de cuidar la vida de todo su
comando.

La Nana caminaba desesperada por llegar al pueblo de Bácum,


para informarse sobre la salud de Amelia.

Al llegar, la Chanita le dijo: "que el médico tenía prohibidas las


Visitas”, pero ella la hizo a un lado y se pasó a la alcoba de la
enferma.

Buena sorpresa se llevó al ver que la cama estaba vacía. Muy


contenta se encontró con Rosario a quien le preguntó: "¿desde

132
cuando Amelia ya no está encamada? Obviamente Rosario
también se sorprendió al ver que Amelia iba saliendo del baño.

Inmediatamente las dos la abrazaron, preguntándole cómo se


sentía; pero ella no contestó y comenzó a pronunciar palabras
incoherentes. Rosario le suplicaba que contestara a sus
preguntas, pero con igual resultado; y lo mismo con las
insistencias de la Nana y de su misma madre que en ese
momento llegaba. Después, ellas le ofrecieron agua que la tomó a
grandes sorbos y más tarde, aceptó alimentos. Todas esperaban
que después de esto, ella reaccionara volviendo a la normalidad,
pero ella se acostó y bajo un fuerte sopor se quedó
profundamente dormida.

En cuanto llegó Gabriel, al darse cuenta del cambio problemático


que presentaba su hermana, de inmediato trajo al médico que
estaba de guardia en el cuartel, él que después de exhaustivos
intentos de hacerla reaccionar, todo resultó inútil; sin embargo, le
dio esperanzas muy fundadas de que esa situación era efecto de
los sedantes que había estado ingiriendo, pero en cuanto se le
suprimieran –lo cual ordenó de inmediato-, ella recobraría la
normalidad.

Todos los días, en cuanto Gabriel salía para el campo, el Mayor


Arturo se presentaba a preguntar por la salud de Amelia. Siempre
informándosele que seguía igual.

Así mismo, se le negaba pasar a verla, debido a las instrucciones


que seguían del medico.

Sin embargo, esa mañana como siempre, la Chanita no le


permitió entrar; pidió hablar urgentemente con Rosario, quien de
inmediato se presentó para atender su llamado. El Mayor en
forma muy airada le preguntó:

133
- ¿Por qué a mí se me niega el derecho de entrar a ver a mi
prometida; y en cambio si se lo permitieron anoche al indio
Sibalú?

- Mire, Señor Mayor, comenzaré por decirle que mi hermana ya


no es su prometida.

- ¿Pero cómo no va a serlo si ella me dio su palabra de honor de


casarse conmigo?

- Ella ya la cumplió al presentarse el día de la boda, pero a partir


de lo que ahí sucedió, ella ya no tiene ningún compromiso con
usted y en cuanto, a que y ole permití al joven Sibalú entrar a ver
a mi hermana, no tengo por qué darle ninguna explicación; y sería
mejor que no vuelva usted a poner los pies aquí; porque de lo
contrario mi hermano se encargaría de poner definitivamente el
remedio.

- Tu hermano y Amelia junto contigo, la van a pagar muy caro


porque con un militar no se juega.

- ¡Váyase con sus amenazas, donde encuentre gente tan cobarde


como usted porque aquí se equivocó de lugar! -dijo esto cerrando
de un golpe la puerta.

El batallón de los yaquis hizo contacto con las fuerzas del General
Obregón, a quien le resultó muy efectiva la participación de ellos,
por la forma peculiar de dar la pelea:

Sibalú, el más atrevido, se internaba entre las balas del enemigo,


junto con la tropa que le seguía con un estruendoso tamboreo,
una tupida metralla y una infernal gritería que causaba pánico y
desconcierto en el bando enemigo, que retrocedía ante la
avanzada sorpresiva de los yaquis; de tal manera que en la
entrada de cada pueblo al escuchar esa gritería y el estruendo

134
tamboril causaban pavor en los habitantes y con esto facilitaban
al ejército obregonista la toma de cada lugar.

Allá en Bácum, el caso de Amelia seguía sin presentar ningún


cambio; ella estaba perdida en un mundo de confusiones e
incoherencias en el hablar.

El médico se veía muy preocupado y pidió de inmediato hablar


con Gabriel, a quien le dijo cuando él le preguntó:

- ¿Qué noticias me tiene de mi hermana, Doctor?

- Nada buenas Gabriel, me temo que los síntomas que presenta


acusen un extravío mental.

- ¿Locura, doctor?

- Yo no te puedo asegurar nada, me declaro incompetente. Aquí


se carecen de laboratorios clínicos que nos proporcionarían más
datos sobre este caso. Ella debe ser trataba de inmediato por un
especialista, que sólo lo pueden encontrar en la Ciudad de
México.

Allá deben trasladarla inmediatamente, antes de que se


complique más la situación. Mira, aquí te entrego esta tarjeta para
un doctor muy amigo mío, que tiene un hospital llamado "Clínica
para la salud", donde se atienden estos tipos de trastornos
mentales.

- ¿Manicomio?

- No precisamente, ahí se tratan aquellos casos que aún no llegan


a esquizofrenia, es decir, se previene que esto suceda en casos
como el de tu hermana, que no presenta síntomas de agresividad,
ni hay problemas de anormalidad en el resto de sus funciones
orgánicas. Es pasiva y controlable, pero es urgente que esas
incoherencias sean atendidas de inmediato.

135
- Esta misma noche, Rosario y yo nos embarcaremos en el
ferrocarril con ella hacia la Ciudad de México, para que sea
atendida de inmediato en la clínica que usted nos indica.

La capital cayó en manos del ejército obregonista. El plan de


Agua Prieta había triunfado. El Presidente Venustiano Carranza
había salido de la capital para después, ser asesinado en
Tlaxcalaltongo. Ante este lamentable suceso ocupó el interinato
como Presidente de la República Adolfo de la Huerta, quien
estimó en todo lo que valía la aportación de los batallones yaquis.

Escogió a algunos de ellos en sus guardias presidenciales, entre


los cuales, no era de dudarse, uno de ellos fue Sibalú,

136
CAPITULO XIV
En la jaula del extravío

'

137
El Mayor Arturo, al enterarse del triunfo de la fuerzas del Plan
de Agua Prieta, se disciplinó al nuevo gobierno, de quien recibió
órdenes de trasladarse inmediatamente a la capital.

Muy apenado, por tener que abandonar a su prometida, fue a


despedirse de ella. Suplicó encarecidamente, a Doña Carolina,
que le permitieran verla antes de partir; pero se llevó la gran
sorpresa, cuando la madre de Amelia le informó que su hija había
sido trasladada a la Ciudad de México a recibir tratamiento
médico especializado. Esta noticia le alegró, dado que los dos se
encontrarían en el mismo lugar y, tan luego que ella se
recuperara, realizarían finalmente su matrimonio. Por lo tanto,
muy interesado preguntó por la dirección de ella; sólo que Doña
Carolina le hizo saber que ni ella misma la sabía pues, para esas
fechas, no había tenido ninguna comunicación sobre el lugar de
su hospedaje. El Mayor no pudo ocultar su disgusto, pero
guardando compostura se despidió cortésmente.

Amelia fue internada en la clínica que les habían recomendado,


donde de inmediato se le practicaron una serie de estudios.
Gabriel y Rosario no se movieron de ahí, hasta saber los
resultados. El especialista, que se hizo cargo de ella, les informó
que todo había salido bien, puesto que no se había localizado
ninguna causa que propiciara el extravío.

Gabriel le suplicó, que por ningún motivo permitiera dar informes


sobre el paradero de Amelia, absolutamente a nadie que viniese a
indagar respecto a su situación, en lo cual, el médico estuvo
completamente de acuerdo.

Rosario, insistió en quedarse con ella, pero el médico no lo creyó


prudente. Esa misma noche, ella y Gabriel se regresaron a
Sonora.

138
Después de la toma de la Ciudad de México por las fuerzas
obregonistas hubo grandes festejos: música, baile, cohetes,
barbacoa...

Eran las grandes expansiones de alegría de todos los habitantes,


los yaquis, por su parte, bailaban sus danzas y sus mujeres
preparaban el huacabaque5, que habían de saborear con las
enormes tortillas que cocían en grandes comales.

Solamente, Sibalú no participaba de los festejos: alejado de todo


bullicio permanecía sentado en un tronco donde las aves
nocturnas sobrevolaban el entorno: El, ante la impotencia de
viajar a Bácurn para saber la situación de Amelia, se desesperaba
y le lanzaba pedradas de furia a las estrellas, pero éstas lo
ignoraban, hasta que vencido por el sueño comenzó a
balancearse y, en momentos que su cuerpo se doblaba, un
sacudimiento lo hizo volver a la vigilia; al sentir que unas manos le
cubrían los ojos, exhaló una dolorosa queja: "no, estas manos no
son las de ella, las que ya no volveré a sentir jamás'

- Son las mías Sibalú, soy Cornelia. La Nana y yo apenas hace


unas hora que venimos de Sonora, a traerte noticias de Amelia.
Sibalú la estrujó diciéndole:

- Dime, ¿cómo está ella? Me estoy volviendo loco sin saber si vive
o muere.

- Cálmate hermano, Amelia pronto se va a recuperar.

- Pues ya no espero más, hoy mismo renuncio a mi cargo con el


gobierno y me regreso a Sonora, mañana mismo

- No hace falta que te vayas, ella está aquí en una clínica


psiquiátrica.
________________________
5 Alimento especie de cocido.

139
- ¿Qué es eso?

- No sé, así me dijo Doña Carolina, pero parece que es donde se


curan locos.

- La loca serás tú. Dame su dirección.

- La mamá de Amelia me dijo que no la tenía porque aún no se la


habían comunicado, y también me dijo que el Mayor Arturo se la
había pedido porque a él lo habían trasladado a esta ciudad y
quería visitarla; pero que ella le había dicho lo mismo que a mí; y
que además le había comunicado por cable, a Gabriel, las
intenciones del Mayor para que diera orden a los médicos de que
le negaran al guacho el paradero de su hija. El hace tres días que
se vino para acá con todo y batallón. La ha de andar buscando, a
lo mejor él ya te ganó.

- ¡Cállate, ave negra!.

- Sibalú, no sabes el gusto que me da ver que ya no estas


enojado con Amelia.

- Mejor ni me acuerdes, eso fue cuando yo creía que ella se


casaba con el guacho por su puro gusto; y eso, me ponía furioso;
pero ahora, que sé toda la verdad estoy destrozado de angustia y
desesperación, yo tengo que salvarla -esto lo dijo saliendo
rápidamente buscando la manera de encontrar a su amada.

En tanto, Amelia, dentro de la clínica, era objeto de numerosos


estudios, todos estos resultaban normales. Lo único que acusaba
como anormalidad era su extravío mental. Los médicos se
encontraban desorientados respecto a su caso, pues no
encontraban ninguna causa que justificara dicho síntoma;
mientras que ella seguía prisionera en la jaula de su extravío. Y
aunque ya no decía incoherencias seguía sin hablar, ni contestar
ninguna pregunta. Así pasó algún tiempo, hasta que una tarde
que caminaba por el jardín, escuchó algo que le parecía el sonar

140
de los tambores yaquis, con el característico tamboreo que sigue
después de la victoria de una campaña militar, Emocionada, se le
dibujo una sonrisa en su boca; luego se encaramó en un árbol del
patio y desde él gozaba escuchando el resonar victorioso que
indicaba el triunfo de los yaquis.

La enfermera que estaba al cuidado de ella se llevó una


desagradable sorpresa, al no encontrarla en su aposento, ni en
los alrededores; por lo que muy preocupada dio parte de lo que
sucedía al cuerpo de vigilancia, quienes se dedicaron a buscarla
por los corredores y patios, hasta que uno de ellos la localizó
sentada tranquilamente en el lugar indicado. Ella, sin oponer
resistencia, se bajó y el guardia la entregó al cuerpo de
enfermeras expresando:

- Esta sí que está bien loca; y así se lo hizo saber al Médico


Federico Rosales que estaba al cargo de ella y quien se
encontraba muy preocupado. De inmediato la llevaron a su
consultorio.

- Amelia, en todos los estudios que se te han practicado, el


resultado de ellos acusa que tú gozas de una completa salud
física y mental. El hecho de que te hayas subido a un árbol debe
haber sido por alguna razón que yo desconozco, pero ello no es
síntoma de locura, ni tampoco el hecho de que tú te niegues a
hablar. Además, quiero decirte que nunca estuviste enajenada,

Tu caso es resultado de un fuerte trauma que alteró


temporalmente tus funciones cerebrales; pero esto, ya lo
superaste y te pido que hables, por favor.

Amelia escuchó serenamente todas las consideraciones del


Doctor, y con una sonrisa en los labios le extendió la mano que el
médico estrechó calurosamente.

En ese instante, apareció una enfermera notificándole al Doctor,


que un militar solicitaba entrar a ver a la Señorita Amelia. -Esta se

141
emocionó pensando que sería Sibalú dado que él vestiría ese
uniforme por estar al frente del escuadrón de los yaquis-.

- Pídele su nombre, - dijo el Doctor Rosales-,

- Ya lo hice, dice que es de parte del Mayor Arturo Nolasco.

Amelia demudada, sin poderse contener, gritó con desesperación:


- ¡No, no nooo!

- Dígale a ese militar que el estado de salud de la Señorita Amelia


impide todo género de visitas, las cuales están estrictamente
prohibidas,

En cuanto la enfermera se retiró, el Doctor Rosales abrazó


calurosamente a su paciente.

_ Al fin, ¡qué felicidad que ya pudiste hablar, ahora, lo único que


te falta es que confíes en mí y que te liberes de toda la carga de
tensiones que te han presionado tanto hasta causarte la pena de
tu sufrimiento, yo te daré todo mi apoyo y absoluta discreción.

En ese momento, la enfermera regresó y le dijo:

_ El militar insiste en hablar con usted,

Amelia palideció y comenzó a temblar.

_ No temas, que yo haré salir de inmediato a ese señor. Amelia,


yo quiero ser tu amigo y que esa angustia que te corroe el alma
me la hagas saber y verás que un mundo nuevo se abrirá a tus
pies.

Antes de salir, el Doctor le acarició la cabeza y ella se abrazó de


él.

142
El Mayor Arturo, después de mucho indagar había dado con el
paradero de Amelia, y no quitaba el dedo del renglón en su
propósito de recuperarla, tan pronto como ella superara su
enfermedad. Se proponía visitarla con frecuencia y cada vez
hacerle presente el compromiso que ella tenía, bajo palabra de
honor de casarse con el; lo cual le exigiría a su debido tiempo.

El Doctor Federico se presentó ante él.

_ Me informaron que usted busca a la Señorita Amelia.

_ Así es, ella es mi prometida y deseo visitarla.

_ Como ya se le hizo saber, ahorita es imposible que autorice su


visita, porque acaba de sufrir una fuerte crisis nerviosa pero,
¿Usted desearía cooperar a su restablecimiento?

_ Claro, es lo que más deseo en mi vida.

_ Entonces, contésteme con la verdad lo siguiente: ¿Cuál cree


que haya sido la causa de que sólo al pronunciarse el nombre de
Usted, ella haya estallado en una aguda crisis nerviosa? ¿Por qué
si usted afirma que ella es su prometida, reaccionó negativamente
al oír su nombre?. Contésteme, Mayor, con la verdad, porque
quizás aquí esté la causa que le produjo el extravío mental.

.
- Cuando los dos estábamos en la ceremonia de nuestro
matrimonio, repentinamente estalló en carcajadas, después se
desvaneció y, a partir de eso quedó enajenada.

- Enajenada no, traumada sí. ¿Cuál fue el motivo que ella tuvo
para proceder de esa manera?; Usted debe saberlo.

- No puedo decide más, porque igual que Usted yo también


ignoro la causa.

143
- Usted oculta algo, Mayor, además, no me ha contestado, ¿por
qué el rechazo de ella al escuchar su nombre?

- No tengo nada más que decir, volveré en otra ocasión. Tal vez
entonces, ella quiera recibirme.

- Espero, que para esas fechas, ya esté totalmente recuperada


para tomar una decisión respecto a Usted.

El Mayor salió furioso pensando que algún día se vengaría de ese


maldito médico que trataba de acorralado.

El Doctor Rosales regreso a su consultorio donde Amelia lo


seguía esperando.

- Discúlpame Amelia por mi tardanza, pero qué bueno que te


encontré para hacerte saber que ya debes estar tranquila porque
el militar ya se retiró; y no creo que le hayan quedado deseos de
regresar, al menos por algún tiempo. Ahora hija, después de
haberte escuchado decir las primeras palabras, eso indica que sí
puedes hablar, y explícame por favor, todo 10 que te ha
sucedido...

- Así es Doctor, yo siempre he podido hablar; deliberadamente


dejé de hacerlo y me fingí enajenada, para liberarme de una
horrible trampa que el Mayor Arturo me tendió para obligarme a
casarme con él, a cambio de la vida del hombre al que yo tanto
amaba y amo desesperadamente. En cambio aborrecía y
detestaba a ese militar, yo le ruego que esto no salga de sus
labios porque pondría en peligro la vida de ese hombre a quien le
acabo de confiar que es dueño de mi amor .

-¿Pero como no pensé que tu fingías? Maliciaba algo, pero eso


no. Creo que jamás nadie ha hecho ni hará lo que tu hiciste para
salvarte de las garras de ese. Cuenta con mi absoluta discreción
pero tú no debes sacrificarte más. Debes volver a Sonora a

144
reunirte con tu familia y encontrar la felicidad que te espera con tu
gran amor.

-Imposible, primero porque él está aquí en esta ciudad al frente


de un escuadrón de yaquis, y segundo, porque en cuanto el
mayor supiera que mi amor y yo nos encontramos, seria terrible
su venganza y yo, para evitarlo he decidido no volverlo a ver
jamás.

-- Pero, es muy dañino para tu salud el ambiente de este hospital.

- Me iré a un convento y ahí terminaré los días de mi vida,

Sibalú buscaba con desesperación el paradero de Amelia, iba de


clínica en clínica siempre con resultados negativos, pero no se
daba por vencido, hasta que llego el momento en que ya no sabia
a donde ir; por lo que pidió ayuda en las oficinas del cuartel a
todos los jefes para que le ayudaran a localizar el lugar en donde
se encontraba internada la Señorita Amelia Velderrain.

Una tarde en que el paisaje gris de la ciudad estaba envuelto en


una lluvia pertinaz que helaba los huesos, Sibalú pasó de largo
frente a su barraca y se internó entre la maleza hasta encontrar
el tronco donde él se sentaba a dar rienda suelta a sus
pensamientos...

Ahí lo encontró la Nana, el indio parecía más estatua que un ser


humano, Ella, sin poderse contener lo abrazó y lo cubrió de
besos,

- Hijo de mi vida, por Dios, mira cómo te estás mojando en esta


lluvia y este viento tan helado, te vas a pescar una pulmonía,

Vámonos, allá al fogón caliente de la barraca donde el café y la


comida te darán fuerzas.

145
- Ya no me atraen ni el café, ni la comida, ni nada. La busco, la
busco, la busco y no la encuentro Nana, yo creo que ya la perdí
para siempre.

- No, no la perdiste Sibalú; mi Tata Dios me dice en el corazón


que muy pronto la vas a encontrar. Mira, lee este papel que un
sargento acaba de traer.

Sibalú lee: "esta es la dirección de la Clínica para la Salud': que te


falta investigar...

146
CAPITULO XV
El siniestro

147
Después de que Amelia le hizo saber a su médico sus
intenciones de irse a un convento, éste trató de disuadirla, pero al
Verla tan firme en sus propósitos se fue a comunicárselo a la
Madre Ana Lucía, religiosa que diario visitaba esa clínica y que le
había tomado mucho cariño a la señorita Amelia; lo cual a ella le
dio mucha alegría saber que ella estaba por completo
recuperada.

También el doctor le informó todo lo que su paciente había sufrido


para llegara tomar la decisión de fingirse enajenada; por lo cual la
madre de inmediato se fue a platicar con ella. Después de
escucharla, le hizo saber que ella no tenía vocación religiosa,
porque la entrada al convento la veía como un refugio y no como
un llamado de Dios; pero que tal vez, le conseguiría con la Madre
Superiora un puesto de maestra en el colegio que ellas tenían, y
así ella podría trabajar y quizá tal vez, la superiora le concediera
recibirla temporalmente como huésped, mientras encontraba otro
alojamiento. Amelia aceptó encantada, y la madre quedó de
regresar otro día para traerle el resultado de sus gestiones.

Amelia se encontraba empacando sus cosas para salir de la


clínica, pues ya la Madre Ana Lucía estaba de regreso y le había
informado que todo estaba arreglado para recibirla. Al sacudir una
prenda de dormir cayó al piso, una cadena con una medalla de la
Virgen del Camino que ella no la había visto. Pensó que
seguramente la madre se la había puesto en alguna de las veces
que la fue a visitar, cuando ella dormía bajo los efectos sedantes
que le administraban; sin embargo, la madre le dijo que ella ni
siquiera conocía a esa virgen, pero que sí la había visto que ella
la traía colgada en el cuello desde que llegó.

Amelia se quedó muy pensativa y comenzó a recordar: que, una


noche, cuando dormía profundamente, soñó que Sibalú llegó a su
cama y que la cubría de besos; que ella quería despertar pero,
por los efectos de los somníferos no podía lograrlo; y que cuando
148
al fin pudo hacerlo, él ya no se encontraba. ¿Sería él quien me
puso la medalla? No puede ser otro, porque esa virgen sólo la
veneran los yaquis. Oh, mi amor, ¿Será verdad que esa noche
estuviste conmigo y que me has perdonado? No sé qué diera por
saberlo, pero jamás esto sucederá, porque me apartaré de ti
definitivamente para salvarte de la venganza del militar que se ha
interpuesto entre nuestras vidas. Sin embargo, el solo hecho de
pensar que todavía me quieres, me da fuerzas para sufrir tu
terrible ausencia.

Amelia le comunicó a su médico que se iba al convento con la


Madre Ana Lucía, que allá la iban a colocar de maestra en el
colegio de esa orden religiosa y que, por lo pronto, también le
darían hospedaje. El Doctor Rosales la abrazó haciéndole el
ofrecimiento de que él y su familia también tendrían un gran
placer de recibirla en su hogar, para lo cual le dio su dirección.
Amelia le dijo que se iba doblemente agradecida y que ese
ofrecimiento lo tendría muy en cuenta. También el médico le
comunicó que acababa de enviar un telegrama a su hermano
Gabriel comunicándole que ella ya estaba totalmente recuperada.

La religiosa y Amelia abordaron un carruaje y éste se perdió con


ellas entre las calles de la ciudad.

Una enfermera le comunicó al Doctor Rosales que un militar


pedía hablar con mucha urgencia con la Señorita Amelia.

- Dígale que ya salió de aquí y que hoy mismo fue dada de alta
completamente restablecida.

- Que gran gusto saberlo Doctor, que ella se recuperó.

En la sala de espera se encontraba Sibalú con gran ansiedad


cuando la enfermera le informó que Amelia ya no se encontraba
ahí, porque había salido ya completamente recuperada.

_ Permítame hablar con el Doctor.

149
_ No lo va a recibir, porque tratándose de militares no le causan
buena impresión.

El sin esperar más y sin pedir autorización se fue al interior de la


clínica, donde le preguntó a un camillero dónde se encontraba el
consultorio del Doctor Rosales; al saberlo, sin tocar la puerta
penetró precisamente en el momento que dicho doctor se
disponía a salir.

_ Perdone mi atrevimiento, Doctor, pero ya no puedo esperar


más; no duermo, no como, buscando a la Señorita Amelia
Velderrain.

¿Me puede usted informar sobre su paradero?

_ ¿Quién es usted y como se llama?

_ Soy miembro de la guardia del Presidente de la República y me


llamo Sibalú Angüis.

_ Perdone, caballero, cuando me dijeron que se trataba de un


militar pensé que era el Mayor Arturo Nolasco, y como él es el
autor de todas las desgracias de Amelia, me negué a recibirlo.
Mire, con mucho gusto le informo que la Señorita Amelia está
totalmente recuperada.

- Por favor, permítame verla.

_ Si usted hubiera llegado media hora antes, aquí la habría


encontrado, pero como ella ya se fue dada de alta salió de la
clínica con la Madre Ana Lucía que le va a hospedar en el
convento al que ella pertenece.

_ ¿Me podría proporcionar su dirección?

150
_ De momento no la tengo, pero mañana, cuando la Madre
regrese, de seguro que se la voy a dar y créame, que me daría
mucho gusto saber que al fin ustedes logren reconciliarse.

- ¿Le informó Amelia toda nuestra tragedia?

- Algo, hijo, pero no puedo decirte más sin faltar a mi compromiso


de discreción.

- Comprendo Doctor, muchas gracias por su atenciones, mañana


estaré puntual a esta hora.

Sibalú salió pletórico de alegría, se lanzó a la calle silbando, hasta


perderse en el tupido tráfico de la ciudad.

Allá en Bácum, los familiares de Amelia se encontraban


agobiados por la pena de su enfermedad. Doña Carolina en breve
tiempo había encanecido. En ese ambiente de tristeza ya nadie
reía; Rosario, tan hermosa como siempre, rehuía todo
compromiso social. Sin embargo, el médico que había atendido a
su hermana, con el pretexto de venir a preguntar por ella visitaba
a diario a la familia Velderrain y, al mismo tiempo, aprovechaba la
cortesía de Rosario para pasar largas horas platicando con ella,
sin ocultar su interés y agrado que le causaba gozar de su
compañía, tanto por su exquisita belleza como por su cultura. A
pesar, de que en Bácum sólo había escuela primaria, su
pretendida dominaba el inglés y el francés. Leía las obras más
connotadas de la literatura moderna y clásica; conocía y entendía
mucho de historia y política; por lo que su conversación era culta
e interesante. El Doctor Alberto del Bosque se había enamorado
de ella desde que la conoció, pero guardaba muy bien sus
sentimientos, dado que Rosario sólo le demostraba afecto y
simpatía.

Al llegar la navidad, que en otro tiempo era la gran fiesta de la


casa de los Velderrain, ahora pasaría como cualquier noche nadie
movía un dedo para preparar la tradicional cena. La Chanita, en

151
fin, joven y alegre, le jalaba la falda a Doña Carolina
preguntándole si no iban a cenar tamales y buñuelos; recibiendo
por contestación un beso, pero mojado de lágrimas que
derramaba la madre de Amelia. En ese momento, se escuchó el
toque de la puerta... Rosario, al abrirla, creyendo que era el
Doctor Alberto, se sorprendió al recibir un telegrama que le
entregó un mensajero... ella lo leyó temblando, y después exhaló
un grito de alegría:

- ¡Mamá!, escucha: "Madre adorada y queridísimos hermanos,


hoy salí de la clínica completamente restablecida y me voy a
hospedar en un convento; después les mando mi dirección. ¡Feliz
Navidad!, Amelia."

- ¡Madre mía de Guadalupe, gracias; qué grande y misericordiosa


eres, al darme esta noticia, mi hija adorada!

Gabriel, que escuchó las exclamaciones llegó corriendo, mientras


su madre, su hermana y la Chanita se abrazaban y gritaban de
gusto.

El leyó el telegrama y tomó a Doña Carolina por la cintura y


comenzó a bailar con ella y después con Rosario. La Chanita muy
celosa le dijo:

- ¿Por qué a mí no me quieres?

- Venga acá la reina de las mujeres bonitas, y la atarantó dándole


vueltas y vueltas.

- Rosario, guisa pronto la carne con chile.

- Chanita, prepara la masa y luego me traen todo para ir haciendo


los tamales; mientras yo me encargo de los buñuelos, y tú
Gabriel te pones a hacer un pastel de chocolate.

152
- Mamá, yo no soy vieja, ¿Cómo voy a hacerte un pastel?; pero
mira, ahorita regreso y te vaya traer el pastel más rico de los que
hacen las Valenzuela y además, algo que va a ser una sorpresa...

- Pero, Mamá, -dijo Rosario-, ¿cómo te atreves a mandar a


Gabriel a que te haga un pastel sabiendo como es celoso de su
hombría?

- Pues fíjate que salió bien lo que le dije, porque sí vamos a cenar
pastel de chocolate, que tantos deseos tengo de saborearlo; pues
desde que se fue mi hija no había sentido ningún deseo de
comer, y esta nochebuena me voy a desquitar.

La Madre Ana Lucía y Amelia, se habían bajado del carruaje y


caminaban curioseando el centro de la ciudad; cuando
sorpresivamente, comenzaron a ladearse y a perder el equilibrio,
en medio de la gente que rodaba a uno y otro lado de la calle. ¡La
tierra temblaba! ... árboles y edificios se venían abajo cubriendo
con sus escombros a la gente que quedaba sepultada bajo las
ruinas y entre las grietas que se abrían, en tanto, que las sirenas
ululaban en medio del siniestro que sacudía a la Ciudad de
México. Amelia y la Madre Ana Lucía se perdieron entre el polvo y
los derrumbes...

Por otro lado de la Ciudad, también Sibalú fue derribado por una
andanada de piedras y ladrillos que caían de los edificios que se
venían abajo envueltos en una nube de polvo que oscurecía la
Ciudad.

Esa terrible noche, las cuadrillas de salvamento trabajaban por


todos los rumbos. Al fin el temblor terminó dejando a su paso
escenas de desolación y muerte.

Hospitales y centros, de socorro estaban saturados de heridos y


cadáveres de los que morían, otros se salvaban.

153
Las camas eran insuficientes, en una de ellas, Amelia yacía
inconsciente, vendada de la cabeza y extremidades; la Madre
Ana Lucía no aparecía entre la gente. En otra sala, del mismo
hospital, estaba encamado Sibalú, las vendas sólo le dejaban
visibles sus ojos que permanecían cerrados.

Por el rumbo del campamento de los yaquis, el temblor había sido


menos intenso y, por lo mismo, no hubo víctimas ni derrumbes;
pero si confusión y angustia.

Después de que terminó el temblor, todo volvió a la normalidad,


sólo Sibalú no aparecía por ningún rumbo, por lo que la Nana y
Camelia lo buscaban desesperadamente.

Pronto, Amelia fue dada de alta, aún vendada de piernas y


cabeza; apoyándose en un bastón salió a la calle. No sabía a
dónde ir, no tenía la dirección del convento, además había
perdido su equipaje y sólo unos cuantos centavos quedaron en su
bolso, que fue lo único que se salvó. Se subió a un carruaje y le
dijo al cochero que la llevara la "Clínica para la salud': quien de
inmediato se puso en marcha hasta dejarla en ese lugar.

El Doctor Rosales inmediatamente la atendió y le preguntó por la


Madre Ana Lucía, Amelia le dijo que no sabía nada de ella,
porque las dos habían caído bajo unos escombros, donde no
supo ni quien la sacó, ni tampoco recuerda a ninguna persona.

- Me urge, Doctor, que me dé de inmediato la dirección del


convento para ir a buscar a la Madre.

- Tú no te mueves de aquí hasta que te recuperes bien. Te doy la


dirección pero tú te vas a tu cuarto mientras yo soy quien va a
buscar a la Madre; también te entrego este telegrama y este giro
que te manda tu familia, que ya está enterada de tu recuperación,
y que con ese dinero te regreses a Sonora. Yo me voy de
inmediato al convento y luego te traeré noticias sobre la Madre.
Perdón, se me olvidaba decirte que tan pronto como saliste de

154
aquí, un joven llamado Sibalú vino a buscarte y se angustió
mucho cuanto supo que ya no estabas pero por otro lado se
alegró de saber que gozabas de buena salud.

- Qué mala suerte la mía, apenas recibo la feliz noticia de que


SibaIú vino a buscarme, y al mismo tiempo me lacera la terrible
duda de que a causa del temblor, él también haya sufrido una
desgracia.

155
CAPITULO XVI
Al son del baile del
Venado

156
El Doctor Rosales se entrevistó con la Superiora del convento,
quien terriblemente angustiada le dijo: "que la Madre Ana Lucía
aún no aparecía por lo cual ella temía por su vida".

Para Amelia fue una terrible noticia la que le trajo el médico, y fue
tanto su dolor que no pudo contener el llanto.

_ Ten fe Amelia, si tú estás viva, ¿por qué no puede estarlo ella


también?

En ese momento, una enfermera le avisó al Doctor que un militar


quería entrevistarse con la Señorita Amelia.

- ¿Quién es?

_ Yo soy,-dijo el Mayor Arturo entrando sin que lo autorizaran a


pasar. Amelia, inmediatamente, se bajó parte de la venda de la
cabeza y con ella cubrió su rostro-. Perdone, Doctor, no sabía que
estaba consultando, -dijo esto al ver a la mujer vendada.

_ Sí, estoy atendiendo a una de las víctimas del temblor.

_ No le quiero quitar su tiempo. Dígame si sabe algo de la


Señorita Amelia. Con esto del temblor, estoy muy preocupada por
ella.

_ Ni se preocupe Mayor, la Señorita Amelia, después de que la di


de alta, su familia se la llevó a Sonora.

_ Menos mal que allá no llegan estos siniestros; y vuelvo a pedirle


disculpas esperando que usted comprenda mi angustia por esa
mujer que es mi prometida.

- Está disculpado Mayor, y que tenga buen día.

157
-- ¡Ay Amelia!, que acertada estuviste al cubrirte oportunamente la
cara.
- Es que no me quedaba otro recurso y me valí de él. - Los dos
soltaron la risa.

- ¿Qué piensas hacer ante el llamado que te hace tu familia para


que regreses a Sonora?

- Por lo, pronto, no me voy de aquí no me moveré hasta tener


noticias de Sibalú y de la Madre Ana Lucía. Y como ya tengo la
dirección de ella, ahorita mismo salgo para allá.

- Amelia no te precipites, todavía estás delicada, es mejor que te


esperes a que esas heridas cicatricen bien.

- No, no puedo detenerme, estoy desesperada por saber qué les


paso a la Madre Ana Lucía y a Sibalú. Muchas gracias, Doctor, es
usted para mi un gran amigo.

AI salir el Mayor Arturo de la clínica se le ocurrió preguntarle al


guardia de la caseta de entrada:

- ¿Sabe usted dónde se encuentra la Señorita Amelia Velderrain?

- Ella ya, fue dada de alta y se la llevó la Madre Ana Lucía


precisamente el día del temblor.

- ¿A dónde iba con esa madre?

- No lo sé, tal vez al convento con ella.

- ¿Sabe usted la dirección?


- No Señor, no lo sé.

- Pero aquí en el hospital, sí deben saberla.

158
- Tal vez. -Mira, -le dijo el Mayor Arturo enseñándole un fajo de
billetes en la mano -éstos serán tuyos, si me averiguas esa
dirección, Mañana vuelvo por ella.

_ Pues si la consigo, se la voy a dar.

El Mayor Arturo se fue mordiéndose la lengua de rabia contra el


Doctor Rosales, que le había hecho creer que Amelia se había
ido a Sonora.

Acababa de irse el Mayor, cuando Amelia salió de la clínica, el


guardia no la reconoció porque iba vendada.

Sibalú seguía encamado en la Cruz Roja. Los médicos al darse


cuenta que tenía serios golpes en la cabeza y fracturada una
pierna decidieron trasladarlo al Hospital Militar donde sería objeto
de servidos especializados para su delicada salud.

Amelia llegó al convento, precisamente en los momentos que las


religiosas regresaban de sepultar a la Madre Ana Lucía, Se
abrazó a ellas llorando al ver que ella perdía a la mejor amiga que
había tenido. Luego, la condujeron ante la presencia de la Madre
Superiora quien se condolió mucho de verla todavía vendada.
Amelia le informó de todo lo sucedido a las dos durante el temblor
y de los planes que tenían para que ella ingresara al convento.

_ Sí, así es, ella nos lo comunicó y las estuvimos esperando todo
ese día y toda la noche hasta que ayer nos entregaron su
cadáver. Tú, ahora cuenta que los planes que tuvieron las dos
aquí se te van a realizar; además, tendrás todo nuestro cariño y
comprensión; pero hija, lo primero que tú necesitas son cuidados
y atenciones para que te recuperes de esos golpes. Después ya
veremos en qué actividad vas a colaborar con nosotros.

_ Pero Madre, si ya me dieron de alta.

159
_ No se diga más, ahora hermanas, llévenla al aposento que
tenemos reservado para ella y atiéndanle esos golpes.

Los familiares de Amelia, esperaban de un momento a otro su


regreso, pero grande fue su desilusión y angustia, al darse cuenta
por la prensa, que la Ciudad de México había sido sacudida por
un fuerte temblor, el que había arrojado numerosas víctimas.
Además, las comunicaciones telegráficas se habían suspendido
por la misma causa.

Fue hasta que éstas se normalizaron cuando les llegó un


telegrama de Amelia, donde les notificaba, "que, por lo pronto, no
podía regresarse a Sonora, porque se había hecho cargo de una
responsabilidad que tenía que cumplir y que no se preocuparan
porque ella se encontraba muy bien de salud".

Efectivamente, Amelia fue comisionada en el convento para


ocupar la plaza de la maestra que había dejado vacante la Madre
Ana Lucía. Ella, de inmediato, se hizo cargo de un grupo de niñas
entregándoles todo su amor y conocimientos, tal como 10 había
hecho con los niños de la tribu yaqui, en aquella inolvidable
escuelita que llevaba muy dentro del alma, así como el bronco
paisaje de la sierra del Bacatete.

En sus días de descanso se pasaba horas y horas recordando


los tiempos más felices de su vida, al lado de la tribu yaqui, aquel
grupo humano tan diferente, tan especial, que no conocía el
egoísmo, ni los estúpidos niveles sociales que discriminan a unos
grupos de otros.

Allí fue donde ella se liberó de las ataduras mundanas, vacías y


huecas. Ahí fue en ese desierto de encendidos atardeceres y
derroche de perfume y color del florecer de los cactus, donde ella
se enamoró del yaqui de ojos con destellos de lumbre de pasión
que queman cuando miran, para después perderse desconfiados
como la liebre...

160
Mucho tiempo tuvo que soportar la desconfianza del indio hacia
aquella yori metiche que profanaba el odio ancestral contra la
raza blanca; sin embargo,' una y mil veces lo sorprendió
clavándole su mirada de fuego a través de los ramajes y portillos.

Recuerda aquel día de San Juan, en que ella se entretenía viendo


bailar el "Venado" cuando sintió que le clavaba una mirada de
desprecio, tal vez, porque ella se mezclaba en sus fiestas y
costumbres, pero, él al ver que ella lo enfrentó con una sonrisa
franca y alegre, se descontroló y se alejó del lugar.

- Recuerda que esa misma noche no se podía dormir,


rememorando cada uno de los pasos de esa danza y, que como
buena bailarina que era, sin pensarlo dos veces, se levantó de la
cama, silenciosamente atravesó el patio hasta llegar a un claro de
un bosque de mezquites donde comenzó a imitar dicha danza...
primero sus movimientos fueron lentos, pero poco a poco los fue
ejecutando con habilidad hasta lanzarse a un baile frenético. De
pronto, sintió que unos brazos le rodeaban la cintura,
simultáneamente a una carcajada de Sibalú que le dirigía una
mirada de admiración y ternura, pero que. al encontrarse con los
ojos de ella los sorprendió bañados de lágrimas y vergüenza por
creer que había cometido una profanación de un rito sagrado de
los yaquis.

El, la tomó de la mano y se fueron caminando hasta el jacal,


ninguno hablaba, pero los dos sentían la magia de un imán que
los ataba irremediablemente; sin embargo, ya en el jacal volvió a
mirarla con la misma frialdad y desconfianza de siempre. Hasta
que, pasado algún tiempo, esa pasión se derramó con aquel
frenético beso de sangre que selló su juramento...

Todo esto, Amelia recordaba, mientras en el Hospital Militar


Sibalúera objeto de varias operaciones que lo tenían postrado en
el lecho, pero ya estaba consciente, y su ansiedad por salir del
mismo para ir en busca de Amelia era incontenible.

161
Al mismo tiempo, el Mayor Arturo aprovechaba el tiempo
presionando al guardia de la caseta de entrada a la Clínica, hasta
que éste logró sobornar a la enfermera de guardia, quien
finalmente le proporcionó la dirección del convento, la cual le
entregó al Mayor Arturo a cambio de los billetes que le había
ofrecido.

Amelia se entregó con mucho amor y responsabilidad a sus


tareas escolares, ya se había ganado el cariño y respeto de sus
alumnas, quienes además de recibir las clases que ella les
impartía, también pasaban momentos inolvidables cuando Amelia
les platicaba de su maravillosa aventura con los yaquis, sobre
todo les cautivó el pasaje de cuando ella fue descubierta por
Sibalú bailando el "Venado". .

En el colegio se preparaba el festival de fin de cursos. En esos


días, al penetrar Amelia a su aula, comenzaron todas las niñas a
griar ¿”que baile el "Venado" la maestra en la fiesta de clausura,
que baile, que baile': Amelia trató de justificar su negativa, al
decirles que ella no tenía los apropiados atuendos para ejecutar
esa danza. Su alumna Lucila, en ese momento le entregó un
paquete que su papá le enviaba con una nota explicativa: "que un
amigo militar que estuvo en la campaña militar contra los yaquis
en Sonora, le había regalado ese paquete que contenía todo el
atuendo que los yaquis usaban para bailar la Danza del Venado.
Y, que a cambio de ese regalo que con mucho afecto le hacía,
encarecidamente le suplicaba que les diera el placer de verla
bailar esa danza”

Amelia ya no se pudo rehusar y les prometió que lo haría el día


del festival.

La noche de esa fiesta, el auditorio del colegio tenía lleno


completo del público asistente. Hasta el Doctor Rosales y su
esposa estaban presentes como, invitados de parte de la
Superiora de ese colegio.

162
Además, se entusiasmaron por la sorpresiva actuación de la
Profesora Amelia Velderrain que abría el programa con la "danza
del venado".

Al descorrerse el telón, sorpresivamente Amelia irrumpió en el


escenario, completamente irreconocible: su piel estaba
maquillada de color oscuro yen su cabeza llevaba atada otra de
venado con enormes cuernos, que ella movía bruscamente hacia
uno y otro lado; sus piernas estaban ceñidas con guías de
cascabeles que sonaban al ritmo de cada movimiento. Mientras
otras niñas vestidas de yaquis resonaban unas jícaras de barro
que estaban boca abajo, encima de otras que contenían agua; lo
cual hacía producir un sonido peculiar que llevaba el ritmo de los
movimientos ariscos del venado. Amelia, con mucha habilidad
imitaba los movimientos característicos de un venado que
comienza a husmear la cercanía de un cazador ... daba saltos
bruscos y desconfiados que trataban de esquivar al enemigo.
Luego brincaba con cautela para que después, esos brincos, se
fueran haciendo esporádicos; pronto aumentaron en su rapidez al
mismo tiempo con sacudimientos largos y violentos que hacían
sonar fuertemente a los cascabeles. Finalmente, fueron saltos
frenéticos que simulaban esquivar la cercanía del cazador. El
público estaba electrizado, sobre todo cuando el venado cayó
herido para volverse a levantar y seguir saltando. Nueva caída, y
ya no se levantó; sólo se estremecía su cuerpo ante la agonía de
la muerte. Otros estremecimientos, pero se fueron apagando los
ruidos de los cascabeles, hasta que el venado quedó muerto,
envuelto en el silencio del público que estaba paralizado ante el
tétrico espectáculo.

El telón se cerró; pero el público aplaudía de pie gritando que


saliera Amelia. Nuevamente el telón se descorrió y ella se
presentó ante una apoteosis de ¡urras, vivas, porras y aplausos!.
Terminado el festival, ella se quitó el disfraz, mientras el público
se agolpaba queriendo felicitarla.

163
El Doctor Federico y su esposa se abrieron paso hasta llegar a
donde ella se encontraba. Al ser abrazada por el Doctor, Amelia
hizo un esfuerzo por contener las lágrimas -pues ese baile le
recordaba a Sibalú-.

_ Amelia, esta danza es la más mexicana que yo he visto.

_ Pues, ojalá, que le toque verla bailar por un yaqui; porque lo


que yo hice, sólo fue un remedo de lo que verdaderamente es ese
baile.

164
CAPITULO XVII
El secuestro

165
En cuanto el Mayor Arturo tuvo en sus manos la dirección del
convento, con mucha premura salió hacia él; una vez que logró
localizarlo, al tocar la puerta, el portero se presentó, al cual le hizo
saber su deseo de entrevistarse con la Señorita Amelia
Velderrain; pero él le comunicó que sería la Madre recepcionista
quien diera la autorización. El Mayor Arturo trató de sobornarlo
para salvar ese conducto, pero con violencia le cerró la puerta sin
más explicación.

Al verse frustrado en su intento, el Mayor se situó en la acera de


enfrente, en espera de una mejor oportunidad, la cual no tardó
mucho en presentarse, cuando vio que Amelia venía con unas
religiosas que regresaban muy contentas del festival. Estas se
metieron al convento, pero al tratar de hacer lo mismo, Amelia
sintió que la jalaron de un brazo...

- [Qué felicidad encontrarte amada mía!' Cómo he sufrido por tu


enfermedad. Te he buscado como un tonto; pero eso felizmente
ya pasó; porque al fin encontré a la mujer que se unió conmigo en
matrimonio frente al altar.

- ¡Suélteme, Mayor!,- gritó Amelia enfurecida.

- No es con escondites, ni con rechazos como te vas a librar del


juramento que me hiciste.

- Yo no me escondo de usted, ni de nadie, al contrario deseo


aclarar de una vez por todas, esta molesta situación, para no
volverlo a ver jamás en mi vida.

- ¿Qué dices? A mí me tienes que cumplir, porque conmigo no


vas a jugar.

- Ningún juramento vale hecho bajo presión de asesinar a un


inocente; yeso fue lo que usted hizo ... asesino, sinvergüenza.

166
- Pero si yo nunca te amenacé de muerte.

- No se haga el bobo y ¡lárguese!, porque si me sigue molestando


voy a dar parte a las autoridades.

- No vas a llegar a eso, porque ahora mismo: ¡jálele! -le dijo


empujándola para llevársela.
- ¡Primero me matas que seguirte!, - gritó con todas sus fuerzas.

Ante los gritos apareció la Madre superiora seguida del portero y


otras religiosas. Presto, el militar la soltó al tiempo que la
Superiora le decía:

- Le ruego que se retire y que no vuelva nunca por este lugar,


porque tendrá que vérsela con las autoridades, a las que ahorita
mismo voy a dar parte de lo que usted ha hecho.

- Perdone, Madre, no lo haga, porque esto no se repetirá.

- Así espero, y si no, ya lo sabe.

Mientras tanto, en Bácum, los familiares de Amelia día a día


esperaban su regreso; hasta que ella les comunicó que estaba
trabajando en un ·colegio católico y que tan pronto tuviese
vacaciones iría a pasarlas con ellos.

Esta noticia les tranquilizó; pues si bien no la verían pronto, el


hecho de saberla ocupada en una actividad noble, significaba que
su estado era de buena salud y esto, para ellos, era un gran
consuelo. Sin embargo, Doña Carolina al fin madre, cada día
estaba más ansiosa de ver a su querida hija.

Al fin, Rosario ya era novia del Doctor Alberto, quien no tardó


mucho en formalizar sus relaciones con ella. Pues una vez que su
novia se tranquilizó con las nuevas noticias que tuvo de su
hermana, le entregó el anillo de compromiso, lo cual era un
preludio de que la boda de esa pareja ya estaba próxima.

167
En ese pueblo, se acostumbraba que las señoritas y los jóvenes
pasearan por la plaza todos los domingos, a los acordes de una
banda que tocaba las piezas de moda.

Ese domingo, Rosario paseaba del brazo de su novio, por dicha


plaza, cuando fueron abordados por unas jóvenes que buscaban
atraer hacia ellas la atención del médico; dado de que el Mayor
Arturo ya se les había escapado.

- Rosario, que gusto de verte tan feliz, ¿nos presentas a tu


amigo?
- Encantada, les presento a mi prometido, el Doctor Alberto del
Bosque.
- Mucho gusto de conocerlas, Señoritas.
- El gusto es nuestro, Doctor, no sabíamos que ya estaba
comprometido.
Pásanos la receta, Rosario.
- Con mucho placer, vayan por ella cuando deseen, las voy a
estar esperando en casa, adiós. - dijo esto último, al tiempo que
ella y su novio se alejaban de ellas.

En el hospital militar, Sibalú fue dado de alta, aunque todavía


caminaba con dificultad y se apoyaba en muletas. En la sala de
espera fue recibido por la Nana y Cornelia, quienes le platicaron
todas las angustias que habían sufrido sin saber nada de él, hasta
que recibieron del hospital el llamado para que fueran a recogerlo
porque ya se encontraba restablecido; por lo que de inmediato se
trasladaron a recibirlo. Después se subieron a un carruaje que los
condujo al campamento yaqui. En el trayecto, Sibalú les platicó
que en cuanto le habían quitado las vendas de la cabeza y la cara
ya había podido hablar; lo que le permitió pedir de inmediato que
avisaran a su familia para que fueran por él.

Una vez dentro de la barraca, Sibalú preguntó:

- ¿Qué han sabido de Amelia?


- Absolutamente, ninguna noticia hemos tenido de ella.

168
- Pues yo sí la tengo buena, porque aquí traigo su dirección, y
nomás me torno un café, me cambio de ropa y abordaré un
carruaje para ir a buscarla.

- Pero, ¿qué ya se te olvidó lo que te indicó el médico, de que


estuvieras dos semanas en reposo tomando medicamentos?

- ¡Nana, dame la ropa, yo sé lo que hago!.

- Ojalá no te pese tu testarudez. Toma, aquí está tu café.

El, al irse a cambiar de ropa, trató de sacar de la bolsa de su


pantalón la dirección de Amelia, pero dicha bolsa y muchas otras
partes de su pantalón estaban rotas, por efectos del temblor, y no
la pudo encontrar.

- ¡Maldición! - gritó Sibalú.

- Pero, ¿qué te pasa, hombre?

- Nada más que la perdí y ahora tengo que volver a la clínica para
pedírsela al Doctor Rosales.

- ¿Qué clínica? -le preguntó Camelia.

- La "Clínica para la Salud".

- Pues allá voy en este momento.

- ¿Cómo, si no sabes la dirección?

- Pero el cochero del carruaje debe saberla. -Mira, cómo estás de


pálido, no llegas ni a la puerta. Yo soy la que voy a ir. Nana,
acuéstalo y dale sus medicinas. Adiós, pronto vuelvo.

Cornelia llegó a la clínica, donde le preguntó al Doctor Rosales la


dirección del convento, porque Sibalú la había perdido.

169
_ ¡Cómo no!, con muchísimo gusto; y dígame, Señorita, ¿de
dónde es Usted?

_ Soy india yaqui que acaba de llegar de Sonora con la Nana de


Sibalú.

_ Tanto él como tú hablan muy correcto el español.

_ Es que los dos estuvimos en una reservación yaqui, cerca del


pueblo de Tucson, junto con algunas familias que venían huyendo
de la persecución del gobierno que había decretado el exterminio
de nuestra raza.

- [Qué barbaridad, qué crimen!.

-Ahí tuvimos muy buena escuela, y después en la Ranchería la


Señorita Amelia nos daba clases nocturnas.

-Pues además de hablar muy bien, eres muy bonita.

- Favor que hace Usted.

-Toma, aquí tienes la dirección, y dile a Sibalú que lo mando


saludar y que no se preocupe por Amelia porque ella está muy
bien.

-Amelia seguía desesperada por no tener noticias de Sibalú.

El Doctor Rosales le había prometido que indagaría por él y que


en cuanto supiera algo iría a decírselo al convento; pero pasaban
los días y el doctor no aparecía, así que esa tarde, ella decidió ir a
la clínica para hablar con él. La superiora le advirtió que mejor no
saliera, por el mal tiempo que reinaba. Efectivamente, un viento
helado soplaba con fuerza arrastrando las hojas de los árboles.
Sin embargo, Amelia hizo caso omiso de la advertencia y
desafiando el temporal se fue en busca del médico.

170
Ya en la clínica se entrevistó con él.

Pero, mujer, quítate esa cara de angustia que traes; acabo de


tener buenas noticias de Sibalú y esperaba terminar la consulta
para ir a llevártelas.

- ¡Por Dios!, dígame ¿cómo está, Doctor?

- Él ya está bien, me lo acaba de informar Cornelia, hace como


una hora.

- ¿Cornelia?

- Si, vino de parte de Sibalú, a pedirme tu dirección, la cual se la


di y también me dijo que él acababa de salir del hospital, pero que
todavía tenía tratamiento para curarse de los golpes que recibió
del temblor.

- ¿Dónde están hospedados?

- No le pregunté, pero me dijo que él es Comandante del


escuadrón yaqui, por lo que será muy fácil localizarlo preguntando
en la oficinas del gobierno. En cuanto yo salga de aquí vaya
hacerlo, y tú ahorita te regresas al convento, porque a lo mejor,
ahí te está esperando Sibalú.

- Me voy de rayo, Doctor, muchas gracias por su información y


que Dios lo bendiga.

Amelia más que correr parecía saltar hasta que alcanzó un


carruaje que la bajó frente al convento. Ya iba a entrar en él
cuando sintió que le tapaban los ojos.

- Suéltame Cornelía, estoy desesperada por saber de Sibalú.

- Nadie le contestó.

171
Dos hombres le amarraron las manos y con un pañuelo le taparon
la boca. Le subieron a un carruaje que enfiló a rumbo
desconocido.

Mientras tanto, Cornelia, llegó al convento preguntando por


Amelia. Les explicó que ella era una india yaqui que venía por
parte de Sibalú para llevarle noticias de ella, por lo cual le urgía
verla.

La madre superiora le informó que Amelia había salido a la clínica


de la Salud, precisamente a buscar noticias sobre Sibalú; pero
que aun no llegaba. Le ofreció un cómodo asiento y una taza de
café para que ahí le esperara, ya que seguramente no tardaba en
llegar.

Pasaban las horas y Amelia no llegaba. Afuera caía una lluvia


torrencial. La madre trataba de serenar a Cornelia diciéndole que
tal vez por el temporal, no podría salir del hospital; además
tampoco ella se podría ir mientras siguiera lloviendo.

Así pasaron horas y horas hasta que en, la madrugada, dejó de


llover. Al fin, salió el sol y Amelia no regresó.

También la Nana y Sibalú se habían pasado toda la noche sin


dormir, en espera de Cornelia que tampoco apareció.

_ Ya no esperó más, me voy a buscar al Doctor Rosales. Él ha de


saber qué le pasó a Cornelia -dijo Sibalú.

_ No te vayas, a estas horas no lo vas a encontrar en la clínica.


_ Pero ahí me darán la dirección de su casa.
_ Mira, Sibalú, tú de aquí no te mueves. Yo soy la que va a ir.
_ ¡Ya basta, Nana! Estoy desesperado, no puedo más, y ni tú ni
nadie me va a detener.
Sibalú abría la puerta, se encontró con Cornelia que regresaba
pálida, con la mala noticia de que Amelia no había regresado de

172
la clínica, a donde había ido a buscar noticias sobre el paradero
de Sibalú.

- Dame su dirección.
- Pero tú no puedes salir, mira como estás.
- No hay pero que valga, me lo das o te lo quito.
-Tómala.
Sibalú salió disparado rumbo al convento.

173
CAPITULO XVIII
Tras la pista

174
Después de que consumaron el secuestro de Amelia, el
carruaje que la conducía atravesó la Ciudad de México, se internó
por un largo sendero, poco transitado. Caminaron casi toda la
noche, y al amanecer, se detuvieron frente a una casa al parecer
abandonada en medio de la espesura del bosque. Ahí la metieron
y la encerraron en un cuarto solitario que sólo tenía una puerta de
entrada y una pequeña ventana, las dos con sendas cerraduras.
Antes de irse, los facinerosos se la entregaron a una mujer de
muy alta estatura, de complexión musculosa y de aspecto
agresivo, a la que llamaban "La Pantera". Ella había sido
guerrillera de la Revolución Mexicana y tenía fama de ser muy
cruel y asesina; sin embargo, cuando se fueron los
secuestradores, le quitó el tapaboca y las ligaduras de las manos
a su prisionera; luego le ofreció comida que se veía muy
apetitosa, pero Amelia la rehusó aclarando: que nunca iba a
comer nada que ella le ofreciera. La Pantera se fue con los platos
muy disgustada diciendo:

- Bueno, tu te lo pierdes y aunque después me pidas comida a


gritos, no voy a cumplir tus caprichos, - dijo esto, dando un cerrón
con violencia a la puerta que se cerró con llave.

Allá en el convento, la angustia de las religiosas era muy grande


pues, definitivamente, Amelia no regresó.

La madre superiora recibió muy afligida a Sibalú:

- No sabemos qué pasó con esa criatura; temo que algo muy
serio le haya sucedido, porque de otra manera ella ya hubiese
regresado; ella es una señorita que se caracteriza por su
responsabilidad y honorabilidad.

- Madre, acuérdese de algún detalle que nos pueda servir de pista


para ir a buscarle.

- Bueno, creo que sí puede ser una buena pista lo que sucedió
175
ayer: cuando ella regresaba al convento con otras religiosas; yo
escuché que ella gritaba ..., nosotros salimos ante esos gritos y
vimos a un militar que trataba a la fuerza de llevársela; pero,
como llegamos a tiempo, él la soltó y nos pidió disculpas, en tanto
que yo lo amenazaba con denunciarlo a la policía. ¡Cómo lamento
ahora no haberlo hecho!

- Ese canalla, es el mayor Arturo Nolasco y, ahora, no se va a


escapar de la denuncia que inmediatamente voy a poner en su
contra y, además, no vaya descansar un minuto hasta dar con el
paradero de Amelia. Él no se imagina lo que le espera conmigo,
lo va a recodar toda su vida...

- No es buena la venganza, hijo.

- No es venganza, Madre, ¡es justicia!.

En cuanto el cochero dejó a la secuestrada en manos de la


guerrillera, enfiló en su carruaje rumbo a la ciudad de México. En
el camino pensaba que Amelia quedaba en las buenas manos de
la famosa pantera. Al llegar a la capital, se entrevistó con el mayor
Arturo a quien le informó: "Todo salió bien, la palomita está
prisionera y no puede volar':

- Muy bien, cuate, muy bien. Ahora sigue la segunda parte del
plan: avísales a los otros cuates que, ahora en la madrugada
asalten la casa donde ella está, que armen mucho escándalo y
que simulen el intento de quererla violar. En ese momento, yo voy
a llegar haciendo el papel de salvador, para lo cual los voy a
tomar presos a ustedes.

- Ah que mi cuate, de veras que usted es algo serio.

- Bueno, ¡jálele para donde ellos están], y ya saben la


recompensa que les espera.

176
El mayor se quedó frotándose las manos de puro gusto... Tanto
porque le estaban dando una dura lección a esa infeliz que se
había burlado de él, así como, porque esa misma noche él por las
buenas o por las malas la haría su mujer.

La Pantera cumplió su promesa de no volverle a ofrecer comida a


la prisionera; pero, después de media noche fue a darle una
vuelta; no se escuchaba ningún ruido, tal vez ya estuviera
dormida. Así que abrió la puerta y se asomó:

- ¿De modo que el Mayor Arturo te está pagando para que me


vigiles?

- A mí no me pregunte nada y si supiera no se lo iba a decir.

- Claro, te están pagando bien para que sigas sus instrucciones.


Lo que no te dijeron es que vas a ir a parar a la cárcel por
cómplice de secuestro. Así que es mejor que me dejes salir antes
de que esto te suceda.

- A mí, no me asusta ni el mismo diablo y para que no tenga la


boca tan suelta ahorita mismo voy a traer las cuerdas y el
tapaboca para que se calle.

Amelia buscaba con desesperación algo que le pudiera servir


para saltar la cerradura de la puerta y poder huir; pero dentro del
cuarto sólo había un camastro. También buscó debajo de él, pero
con los mismos resultados.

Los facinerosos ya se acercaban a su objetivo. Al fin llegaron


haciendo un escándalo de todos los demonios; pero al entrar al
cuarto de la prisionera, se llevaron la sorpresa de su vida: Por un
lado de la puerta, estaba la Pantera tirada en el piso, muy
golpeada, atada de las manos y amordazada. A un lado de ella,
estaba una pata del camastro; y la secuestrada, por ningún lado
se veía. Amelia, salió de volada por la puerta y por poco se
encuentra con los facinerosos, pero, con mucha rapidez se subió

177
a un fresno que estaba al frente de la casona y desde ahí vio
como entraron gritando; y después con una lámpara de mano la
buscaban. En ese momento, apareció el Mayor con una escolta
de soldados. Y, al darse cuenta de lo que había pasado, por poco
le da un ataque de rabia contra la Pantera, pero se contuvo, pues
con esa mujer no quería, ni le convenía meterse en líos. Ella
furiosa gritaba:

- ¡Mátenla, mátenla!, no ha de ir muy lejos, acaba de salir esa


desgraciada.

Inmediatamente el Mayor dio orden a sus soldados de que se


distribuyeran por los cuatro rumbos cardinales. En ningún
momento se les ocurrió que ella estuviera arriba del árbol.

Amelia, desde su escondite, registró muy bien en su mente los


rumbos que siguieron los soldados, así como la ruta por la que se
fue el Mayor, inclusive por donde la Pantera salió disparada en su
caballo. Después: ella se bajó del fresno y con mucho cuidado
escogió el rumbo qué le convenía seguir y como una loca se echó
a correr por una vereda diagonal que se internaba en el bosque.
Mientras la jauría de genízaros la perseguían como perros que
acosaban a una liebre de campo, de cuando en cuando, ella se
paraba, volteaba a todos lados y volvía a correr, correr y correr...

Sibalú, en cuanto salió del hospital acompañado del Doctor dieron


parte a las autoridades judiciales sobre el secuestro de Amelia, a
quienes hicieron la denuncia contra el Mayor Arturo Nolasco; al
que hacían responsable de dicho secuestro. No conforme con
esto, Sibalú se entrevistó con el Señor Presidente de la
República, a quien informó de lo sucedido a la Señorita Amelia
Velderrain; lo cual lo disgustó muchísimo, dado que era amigo del
hermano de la secuestrada; por lo que de inmediato se comunicó
con el alto mando militar, a fin de que enviaran un dispositivo de
soldados para que salieran al rescate de la Señorita Amelía y de
la aprehensión del Mayor Arturo Nolasco, Sibalú, que era
miembro de la guardia presidencial, ahí mismo, le solicitó licencia

178
para salir él también, por su cuenta y riesgo, en busca de la
secuestrada.

Después de estas gestiones, se fue al campamento yaqui, donde


les informó a la Nana y a Cornelia de su inmediata, salida para ir
al rescate de la mujer de su vida.

Ellas consideraron que sería inútil detenerlo, por lo que se


concretaron a llenarle su morral con bastante lonche: El, después
de agradecerlo, montó su caballo y le picó espuelas al animal,
que arrancó a toda velocidad.

Caminó todo ese día por un espeso bosque y hacia el anochecer


divisó un mesón. Ahí se bajó del caballo y se dio cuenta de que
también era una Estación de Posta; donde las diligencias que
viajaban rumbo a la Capital hacían un alto para que el pasaje
tomara alimentos. El pidió una taza de café, sacó su lonche y
saboreó los tacos de machaca que la Nana y Camelia le habían
preparado. A una de las meseras le preguntó si había visto a una
señorita con tales y cuales señas, a lo que ella contestó
negativamente. También le preguntó si había visto a un militar
con grado de Mayor; ella, recordando, le dijo que sólo lo había
visto la noche anterior, con un grupo de soldados que
preguntaban lo mismo que él, por dicha señorita. Sibalú se
estremeció y volvió a preguntar:

- ¿Por qué rumbo se fueron?

- No me fijé, sin embargo, puede hablar con el dueño del mesón


que es aquel señor con chaqueta azul.

Sibalú habló con él, pero tampoco pudo averiguar nada, y sin
esperar más, montó su caballo y volvió a internarse en el bosque.

Amelia se sentía muy agotada de tanto correr, cuando divisó el

179
Mesón de la Posta; se detuvo frente a él y entró con mucha
cautela... se sentó en una de las sillas de una mesa. La mesera
que vino a atenderla se le quedó mirando y le dijo:

- ¿Qué no es usted la misma señorita que andan buscando los


federales?.

_ Por favor, señora, le ruego encarecidamente que no me vaya a


delatar. Ellos me secuestraron y me les escapé; ayúdame que
Dios se los premiará.

La mesera se condolió de ella al verla tan agotada y se la llevó a


su cuarto de servicio donde le dio de beber y comer. Después le
dijo que se acostara en su cama, Amelia se quedó profundamente
dormida hasta otro día en que la mesera la despertó, al tiempo
que le decía; "levántese rápido y vístase con esta ropa de mi
hermano y también se pone su sombrero, para que se vaya de
volada a buscar leña, pues ya están aquí los federales que andan
preguntando por usted; y no se les vaya ocurrir catear los cuartos;
porque si la encuentran a mí también me va a llevar la fregada'

Amelia se disfrazó y salió corriendo hacia el monte.

Los federales, tal como lo esperaba la mesera, siguieron las


órdenes del Mayor Arturo y catearon toda la Posta. Al no
encontrar nada se fueron rápidamente a seguir buscando a la
prófuga.

En tanto, que Sibalú hacia lo mismo con resultados infructuosos.


En un bosque, que cada vez se hacía más espeso junto con la
maleza que cubría el camino, hizo un alto, se bajó de su caballo
que amarró a un tronco, y él comenzó a machetear el ramaje para
abrirse paso. En eso estaba, cuando escuchó voces y pisadas de
caballos. Con rapidez se escondió en la espesura del bosque, y
desde arriba de un árbol vio a los federales que también se
bajaban de sus caballos y a golpe de machete limpiaban el
camino. Detrás de ellos venía el Mayor Arturo caminando muy

180
lento, mientras le dejaban franco el camino. Repentinamente, el
militar, sintió el brinco de alguien que cayó montado en las ancas
de su caballo; al tiempo que el desconocido le tapaba la boca con
un pañuelo, le quitaba las riendas del caballo y tomaba la ruta de
otro camino.

Se detuvo en un ángulo del bosque y ahí bajó al Mayor y le quitó


las ataduras -el desconocido venía encapuchado.

- Así te quería encontrar desgraciado, frente a frente.

_ ¿Quién eres, no sabes que soy Comandante Militar y que esto


te puede costar la vida?

_ ¡Me importa madre lo que tú seas! -dijo esto al tiempo que se


quitaba la capucha.

- ¡Sibalú!

_ Si, soy Sibalú, y ahora por las malas porque para ti ya se


acabaron las buenas, me vas a decir dónde tienes a la
secuestrada.

_ ¿Secuestrada, a quien?

Sibalú le metió una Sonora bofetada que el Mayor no pudo


esquivar.

- Si yo también la ando buscando.

_ ¿Por qué la buscas aquí; si ella debería estar en la Ciudad de


México?, tú la secuestraste infeliz, y ella se te ha de haber
escapado.

¡Defiéndete cobarde! -dijo esto Sibalú cayendo sobre él como una


fiera.

181
El Mayor trató de sacar su pistola, pero Sibalú ya se la había
sacado de su cintura, sin que él se diera cuenta.

Los dos se trenzaron en una riña a muerte, pero pronto el yaqui lo


venció. Y ya casi lo ahorcaba, cuando el Mayor accedió a contarle
toda la verdad.

Después. Sibalú le amarró las manos y lo montó en el mismo


caballo en que él lo hizo también. Siguió por el camino que iba
hacia la Ciudad de México; en donde se encontró con el operativo
de federales que venían buscando al Mayor por órdenes
superiores.

Sibalú se los entregó y él se regresó en busca de su amada


yorita.

182
CAPITULO XIX
Terrible decepción

183
Amelia, en cuanto salió a buscar leña como se lo indicaron,
sintió pisadas de caballos que se le acercaban y rápido se agachó
a coger palos secos, mientras los federales junto con el Mayor
Arturo pasaban por un lado sin reconocerla, creyendo que era un
jornalero con oficio de leñador.

Después, ella se regresó al mesón, en momento que una


diligencia hacia su parada; luego se apresuró a cambiarse de
ropa, y se le acercó a un pasajero, a quien le preguntó sobre la
ruta que seguiría la diligencia; él le contestó que era la Ciudad de
México. Habló con el cochero indagando si ella podría viajar con
ellos y él le contestó: "que tenía mucha suerte, porque un
pasajero, hijo del dueño del mesón acababa de dejar libre un
asiento que ella podía ocupar". Amelia, ni tarda ni perezosa, se
subió a la diligencia. El cochero se le quedó mirando pues no
había pagado el pasaje y ella palideció...

¡Santo Dios!, no traía dinero para pagar. Con sinceridad y con


mucha pena, le explicó su situación... le ofrecía dos anillos,
mientras llegaba a la Capital para pagarle con efectivo, pero él le
contestó: "guárdese sus joyas y ocupe el asiento que está vació".

Junto a ella iba sentado un sacerdote que se le quedó mirando de


pies a cabeza,

_ A Usted, yo la he visto en alguna parte, me parece que fue a


quien vi bailar el Venado en la fiesta de clausura que dieron la
Madres en el colegio de su convento.

- Así fue Padre, yo fui esa loca que por darle gusto a mis alumnas
me atreví a bailar esa danza. Por fortuna que ahí no había ningún
yaqui que me viera hacerlo, porque me hubiera muerto de pena.

184
- Pero si lo hizo muy bien; nunca me vaya olvidar de ese
maravilloso espectáculo. Perdone Señorita, ¿qué anda haciendo
usted aquí, lejos del colegio?

Amelia le contó todo el drama del secuestro.

Sibalú regresó de nuevo al bosque: registraba montes, ríos,


pueblos y rancherías; pero todo era inútil, ningún rastro de
Amelia. Muy decepcionado volvió al Mesón de la Posta, con el
propósito de volver a interrogar a todos los que ahí trabajaban, a
fin de encontrar alguna pista que lo condujera al paradero de ella.

La mesera que ya lo conocía, le dijo:

- Lo veo muy extenuado; le vaya traer cena para luego llevarlo a


que se acueste.

- No quiero nada, de aquí no me muevo hasta que alguien me de


alguna noticia sobre la Señorita que ando buscando.

- Mire, yo le voy a dar esa noticia, pero primero va a comer y a


descansar, porque si no lo hace, no le vaya decir nada.

- y si no me lo dice, ni como ni descanso.

- Bueno, pues usted se la pierde. Ande, no sea testarudo;


véngase a descansar. ..

No le quedó más recurso que cenar y acostarse. Estaba tan


agotado que se quedo dormido hasta otro día. Se levantó muy
nervioso buscando a la mesera que le había ofrecido darle
noticias sobre Amelia pero no la pudo localizar; sólo le dijeron que
ella había salido de su turno y que volvía hasta el atardecer. Al
tiempo que él les pedía su dirección, llegó otra mesera con una
carta que le entregó; la cual era la que le había dejado la mesera
que él buscaba.

185
Sibalú desesperado leyó el contenido donde ella le decía: "que la
Señorita que buscaba había salido para la Ciudad de México, en
la diligencia que corría esa ruta".

_ ¿Por qué no me lo dijo anoche?; yo la hubiera podido alcanzar.

_ Ella me explicó que no lo hizo, porque lo vio a usted extenuado


y consideró muy peligroso que siguiera viajando. Ande, siéntese,
desayune, después ya podrá viajar sin ningún problema.

Así lo hizo, después de comer, montó su caballo, que según él


corría más rápido que la diligencia, y se perdió entre las curvas
del camino.

En el viaje, Amelia se quedó dormida, otro tanto hizo el sacerdote,


hasta que ella sintió que le tocaban el hombro al tiempo que el
cochero le decía:

_ Despierte Señorita, que ya llegamos.

Ella sobresaltada recordó que le había ofrecido al cochero


pagarle con efectivo al llegar, no traía con qué hacerlo. Este se
encontraba ocupado bajando a cada pasajero; cuando le tocó el
turno a ella, él, se le acercó al oído y le dijo: "no se preocupe por
lo del pasaje, no me debe nada".

_ Pero cómo no, acépteme los anillos.

_ No Señorita, no le acepto porque el sacerdote que se acaba de


ir ya me pagó su pasaje.

Amelia pensó tomar un carruaje para irse al convento, pero se


arrepintió al pensar que no lo podía hacer por el mismo motivo de
carecer de dinero. Al abrir su bolso, para sacar un pañuelo se
encontró con un sobre cerrado, lo cual le causó mucha
extrañeza... lo abrió, dentro había unos billetes y una nota, donde
el sacerdote le suplicaba que aceptase ese dinero que la Madre

186
Iglesia le obsequiaba y que le deseaba que pronto lograra su
felicidad.

En el momento de subir al carruaje, pensó que no le convenía


volver al convento, porque tal vez la estarían esperando los
genízaros del Mayor para volvérsela a llevar. Así que al cochero
le dio la dirección de la clínica del Doctor Rosales. Ahí le platicó a
dicho Médico toda su odisea y del temor que tenía de regresar al
convento. El consideró muy justificado su temor, y con mucho
afecto, le ofreció el hospedaje con su familia; lo cual para ellos
sería un gran placer. Amelia aceptó con la aclaración de que ella
pronto regresaría a Sonora. También le suplicó encarecidamente
que a nadie le comunicara su paradero con ellos; ni al mismo
Sibalú, pues hoy más que nunca no podría volver con él, porque
de hacerlo, a él le costaría la vida, al encenderse más la furia de
venganza del Mayor contra él. El Doctor le hizo saber que ella
exageraba, pero que de todas maneras contara con su discreción.
También le recordó que debería avisar a las madres sobre su
regreso para que no siguieran angustiadas; a lo cual ella contestó
que ya les había enviado un telegrama antes de dirigirse a esa
clínica. Finalmente, le dijo el Doctor que él mismo iría a visitarlas
para ponerlas al tanto de todo lo que le había sucedido y del por
qué no podría volver a hospedarse con ellas.

Mientras Sibalú corría espoliando su caballo, y queriendo tragarse


los kilómetros que le faltaban para llegar a la Ciudad de México,
en su corazón se le aceleraban los latidos, tan sólo de pensar que
muy pronto tendría en sus brazos a la mujer que llevaba
incrustada en su alma y en su pensamiento; separar su imagen
de él sería corno querer quitar al sol del universo, o a las olas del
mar; él que era tan admirador de la naturaleza, no contemplaba la
hermosura del bosque que iba cruzando, porque el recuerdo de
Amelia acaparaba todo su horizonte. Al fin, ¿Ya el destino dejaría
de separarnos; terminaría la noche negra de su ausencia?

Ahora, que se acercaba cada vez más al encuentro con su


amada, recordaba aquella estrella radiante de luz que iluminaba

187
el camino que los vio juntos pasar por la sierra envueltos en el
manto de su locura infinita de aquel inmenso amor, que aunque
efímero, no por eso dejó de ser lo más maravilloso que a un yaqui
y a una yori los haya enamorado. Si, ahí volveremos a levantar el
vuelo hasta llegar a la cumbre del Bacatete; donde tejeremos
nuestro nido con guirnaldas de san miguelitos rojos y blancas
flores de varaprieta. Sí, ahí donde el canto de gorriones y
palomas acariciarán nuestros oídos y donde vaciaremos en un
arroyo todo el torrente de nuestro incontenible caudal de dicha y
pasión. Donde los únicos testigos serán el venado y el jabalí que
saltarán bailando de gusto al darnos la bienvenida a nuestro
monte, a nuestro río, a nuestra sierra. .

Sibalú, atrapado en sus pensamientos, no se dio cuenta de que


ya iba entrando a la Ciudad de México.

Los familiares de Amelia se encontraban muy intrigados por el


largo silencio de ella, quien les había prometido que regresaría
con ellos tan pronto tuviera vacaciones, y que, a partir de ahí nad
sabían sobre ella, lo cual les extrañaba mucho. Este silencio no lo
entendían, así que Doña Carolina le dijo a su hijo Gabriel que, si
pasaba una semana más sin noticias de su hija, él tendría que
salir en busca de ella a la Ciudad de México para traérsela de
regreso.

Por otra parte, Rosario y su novio sólo esperaban saber


exactamente la fecha del regreso de Amelia, para fijar la fecha de
su matrimonio, de tal manera que ella pudiera estar presente en
su boda.

Los dos más de una vez, se ponían a considerar las razones por
las cuales Amelia había dejado a su familia para irse con la tribu
yaqui y siempre concluían con que la libre determinación que ella
tomó, fue una reacción de rechazo a las barbaridades que el
gobierno cometía para exterminar a esa raza indómita, en su afán
del despojo de sus tierras para fines de acumulación de capital
agrario por parte de los colonos; quienes, contra viento y marea,

188
iban abriendo nuevos cultivos con terrenos de la propiedad de la
tribu. A este proceso se le justificaba en aras de la modernización
del Valle del Yaqui.

Rosario, que se informaba cada vez más sobre la situación de los


yaquis, por estar involucrada su hermana a la que tanto amaba y
admiraba. Su vasta cultura la llevó a comprobar que lo que
sucedía aquí en México con los yaquis, también se dio en Europa
donde la acumulación de capital agrario se hizo en base del
despojo de las tierras campesinas, lo cual fue muy significativo en
Inglaterra donde esas tierras despojadas fueron destinadas a la
cría de borregos para obtener suficiente lana para la famosa
industria de los casimires ingleses, y que; cuando los campesinos
despojados deambulaban por las calles de Londres en busca de
trabajo que no encontraban, el hambre los llevó a la
desesperación que los indujo al robo; fue cuando el parlamento
Inglés decretó que sería guillotinado todo aquél que se le
encontrara vagando por las calles de Londres sin trabajo.

Al respecto de esto, Tomás Moro expresó: "aquí el borrego se


comió al hombre" Pronto él también sería llevado a la guillotina.

Estos comentarios entre Rosario y su novio terminaron con la


interrogante: "¿Cómo irá a terminar el conflicto entre los yaquis y
el gobierno dado que ni uno ni otro cede?..."

El Doctor Rosales como lo prometió, visitó a las religiosas del


convento, a quienes notificó: de que por motivos, que Amelia
tenía de fuerza mayor, no podría hospedarse con ellas, razón por
la cual ellos la habían acogido en su seno, y que tan pronto como
ella se calmara de las tensiones que había sufrido, él mismo la
llevaría a que las visitase con frecuencia, aunque en los planes de
ella estaba regresar pronto a Sonora. Las madres se alegraron
muchísimo de saberla fuera de peligro, y la madre superiora le
entregó un telegrama de los familiares de Amelia, donde decía
que se encontraban muy preocupados por ella.

189
El Doctor, antes de retirarse, les hizo ver que el regreso de Amelia
seguiría en secreto y el lugar de su hospedaje, por las razones
que les explicó detenidamente.

En cuanto Sibalú llegó a la barraca, después de saludar a su


familia y darles las buenas noticias que traía de Amelia, tomó un
baño, se cambió de ropa y sin esperarse a comer salió de prisa
en busca de ella. En el convento sufrió una terrible decepción
cuando le informaron que Amelia no se encontraba ahí y que
ignoraban donde se hospedaría. Elles explicó que ella había
salido en una diligencia para esta Ciudad, por lo qué él de seguro
creía que ella se encontraba de nuevo con ellas.

La Madre Superiora trató de calmarlo diciéndole que era una gran


noticia que ella estuviera sana y salva, y que tuviera paciencia
pues no tardaría en encontrarla.

190
CAPITULO XX
Un plan en marcha

191
Amelia, ya hospedada en el seno de la familia Rosales, pronto
se sintió objeto de un afectuoso aprecio, por parte de todos sus
miembros; de los que se ganó su cariño y admiración, no sólo por
su natural simpatía sino por la firmeza de sus convicciones,
propias de un criterio tan libre como sensato, de esa Señorita que
venía del lejano norte y que no tardó en integrarse al ambiente
capitalino propio de la familia Rosales. Martha, la hija mayor de
ese matrimonio, luego intimó con ella, entre las que se cultivó una
entrañable amistad, donde tanto la una como la otra se confiaban
sus inquietudes y vivencias propias de la juventud de esa época.
Época, en la que evidentemente, Amelia se había adelantado
más allá de las frivolidades y condicionamientos que atrofiaban en
la mujer el libre desenvolvimiento de sus facultades, encajonadas
en patrones limitantes del pleno desarrollo del potencial femenino;
mientras el hombre acaparaba todos los campos de la ciencia, la
política, el arte; y hasta el del libertinaje.

Todo esto, ellas lo platicaban amigablemente y era natural el


asombro y la inquietud que estos temas despertaban en Martha;
quien no tardó en hacerse oír con arranques de protestas, que
lejos de inquietar a su familia, más bien la hacían reír. Y esa risa,
a ella le enfurecía más, porque obviamente no la entendían.

Fue su amistad con Amelia, la que por primera vez la puso frente
a una mujer liberada, capaz de decir verdades que nadie se
atrevería a manifestarlas; sin que por ello sufriera ningún
menoscabo el cariño, respeto y admiración que todos le
profesaban.

En esa amistad, Martha encontró no sólo un gran cariño y


comprensión, sino la respuesta a muchas de sus inquietudes y
rebeldías que le inquietaban; lo cual le dio ánimo y seguridad en
192
la afirmación de sus convicciones, sin temor a chocar con ideas
contrarias dentro y fuera de la familia. Por todo esto, se cultivó
una íntima relación que a las dos amigas las hermanaba y las
involucraba en vivencias y distracciones cada vez más frecuentes.

Fue así como Amelia conoció el Palacio de Bellas Artes, templos


y palacios de la época colonial. Así como las hermosas pirámides
precortesianas. También la llevaron al teatro ya la ópera; aunque
ella carecía de vestuario adecuado, eso se resolvió en el
guardarropa de Martha, que lo puso a su disposición.

Aquel día, su programa era ir a pasear al Parque de


Chapultepec…mientras Martha contemplaba las parvadas de
cisnes y patos que nadaban en el lago, Amelia, desde arriba de
un árbol, apreciaba la hermosa panorámica de las arboledas con
matizados tonos de verde lo cual comparaba con el paisaje gris
del desierto sonorense. Comparación que no daba ni quitaba
belleza a ninguna de las dos geografías; pero la que mas amaba
y le estremecía el alma, era la del mundo ardiente del desierto
que había dejado muy lejos.

Mientras ella estaba inmersa en sus cavilaciones, el tiempo


avanzaba y, al darse cuenta de ello, se apresuró a reunirse con
Martha, a la que ya no encontró donde la había dejado, porque
ella también la buscaba, pero en sentido contrario. Martha se
encontró con un joven moreno, recargado en el tronco de un árbol
al que le preguntó que si no había visto pasar a una joven con
tales y cuales señas, a lo que él contestó moviendo
negativamente la cabeza; sin embargo, le ofreció que aunque
tenía prisa por retirarse del parque, le iba a ayudar a buscarla,
con la aclaración de que no podría alejarse mucho por la razón ya
dada.

En el momento, que el joven se alejaba en busca de la


extraviada, escuchó fuertes gritos de Martha: ¡Amelia,
Ameliaaaa!; él inmediatamente se regresó y le preguntó a Martha:

193
_ ¿Cuál es el apellido de la Señorita que busca?

_ Velderrain, Amelia Velderrain Ortiz es su nombre completo.

- ¿Ella, es de Sonora?

_ Así es, ¿qué usted la conoce?

_ Sí, ella estuvo con nosotros los yaquis como maestra de los
niños. Un pariente mío se enamoró de ella y ahora anda
desesperado buscándola como un loco.

En ese momento llegaron tres yaquis y él, antes de irse con ellos,
gritó con todas sus fuerzas:

_ ¡Amelia,. Ameliaaaa!.

Amelía, que no andaba muy lejos, escuchó el grito y corrió


velozmente hacía ese rumbo donde encontró a Martha.

_ ¿Dónde está Sibalú?

- ¿Quién es Sibalú?

_ El que ahorita gritó mi nombre.

_ No sé si él sería el tal Sibalú, pero me dijo: esto, esto y esto


otro...
Así supo Amelia que se trataba de un pariente de Sibalú y
comenzó a mezclar risa con llanto.

Martha trató de serenarla y le apuraba para volver a su hogar; en


tanto que Amelia quería esperar más en "el parque porque tenía
la esperanza de que el pariente le hubiera notificado a Sibalú lo
sucedido y que él viniera a buscarla; pero, en ese momento, el
guardia les informó que terminaban las horas de visita y que ya
iba a cerrar la puerta.

194
En cuanto el pariente llegó al campamento yaqui, localizó a Sibalú
en su barraca empacando sus pertenencias para regresarse a
Sonora, pues ya había perdido las esperanzas de encontrar a la
yorita. Otro tanto estaban haciendo la Nana y Camella. Cuando el
pariente le contó a Sibalú lo sucedido en el parque, él dejó todo y
salió disparado hacia ese lugar. Se encontró con el guardia que
.en ese momento ya se retiraba; por lo que le preguntó si había
visto a dos señoritas salir del parque, a lo que él contestó: "qué
salía tanta gente que no recordaba a nadie en particular". Sibalú
insistió y le dio todas las señas particulares de Amelia; fue
entonces cuando el guardia recordó... -¡Ah!, si recuerdo a esa
señorita... su compañera le apuraba porque parecía que ella se
quería quedar más tiempo, pero tuvieron que salir porque yo tenía
que cerrar el parque. De esto hace un momento, no deben ir muy
lejos.

- ¿Y sabe usted qué rumbo tomaron?

- No, al cerrar la puerta las perdí de vista.

Sibalú se fue renegando ... ¡Santo Dios!. ¿Qué maleficio nos


separa? .
Ya en casa de Martha, Amelia se encerró en su cuarto y, a pesar
de que ella no quería que Sibalú la encontrara, por temor a la
venganza del Mayor Arturo, a su corazón lo traicionaba el dolor
que sentía por no estar con él. Temía no poder resistir a sus
deseos de arrancar hacia el cuartel donde lo podía encontrar;
pero como estaba de por medio , la vida de su idolatrado yaqui,
mejor decidió empacar sus cosas y regresar a Sonora.

Martha, al ver que Amelia no salía de su cuarto y que tampoco


quería cenar, le platicó a su papá lo sucedido en el Parque de
Chapultepec. Inmediatamente el Doctor Federico entró donde ella
estaba, la encontró con los ojos enrojecidos y con sus cosas ya
empacadas.

195
- Mira, Amelia tú no te vas así. Este problema de no querer
encontrarte con Sibalú, por temor a ese maldito secuestrador, yo
lo tomo por mi cuenta; y te juro que le vaya poner fin. Por favor,
no quiero que te vayas con esa angustia de que ese militar les
puede seguir haciendo daño, aún en Sonora. Dame esta semana
de plazo y verás que tú y Sibalú podrán ser felices para siempre.

Amelia se abrazó del Doctor, que después de enjugarle sus


lágrimas se la llevó al comedor donde Martha y su madre la
abrazaron y la rodearon de compresión y cariño.

En esos momentos, llegó el correo que entregó a nombre de


Amelia un paquete de su madre, quien le hacia saber su gran
alegría por haber recibido la noticia de que ella estaba bien y
contenta en el domicilio de la familia Rosales. También le
suplicaba que acelerara su regreso, para que Rosarios pudiese
realizar su matrimonio con la seguridad de que ella iba a estar
presente. Por último le decía que en ese paquete le mandaba
ropa que ella consideraba adecuada para su buena presentación
y compromisos que pudiera tener aliado de tan distinguida familia.
Y que había sido Gabriel quien le había escogido en un viaje que
hizo exprofeso a la Ciudad de Nogales.

Amelia se llenó de felicidad con la carta de su madre, y aunque


era poco interesada en cuestiones de vestuario de lujo, ella y
Martha se encantaron con los bellísimos modelos que venían en
el paquete.

Tal como lo prometió el Doctor Rosales a la Señorita Amelia, se


avocó a cumplir su promesa para lo cual fue a visitar al General
Roberto Romero, de quien se había hecho amigo cuando lo
atendió de una herida que le había dejado un balazo en la
cabeza; lo cual le había causado la pérdida de su memoria, pero
que al fin la había recobrado mediante la atención y tratamiento
psiquiátrico que se le aplicó por parte del Doctor Rosales en su
Clínica para el Dolor. Lamentablemente no lo encontró en su
domicilio por que había salido fuera de la ciudad; pero le dejó su

196
tarjeta con una invitación para tomar café, al siguiente día en la
tarde, después de que los dos hubiesen salido de su trabajo.

El interinato del Presidente Adolfo de la Huerta llegaba a su fin


después de haber triunfado la candidatura del General Alvaro
Obregón, en las elecciones celebradas para Presiente de la
República.

Durante el período de la huertista, los Yaquis prácticamente


vivieron en paz. Habían bajado los grupos de la sierra y se
encontraban de nuevo habitando en sus pueblos, aunque con la
inconformidad manifiesta a flor de piel en su rencor contra los
blancos que se habían apoderado de sus tierras.

Sibalú había solicitado al militar, el regreso de su contingente a


Sonora, y sólo esperaba la respuesta del mismo para abordar los
carros del tren que le autorizaran para ese traslado. En tanto, el
volvió varias al Parque de Chapultepec con la esperanza de
encontrarse con Amelia, esperanza que pronto perdió por resultar
infructuoso todo su empeño.

En el encuentro que tuvieron con el General Romero y el Doctor


Rosales, éste lo puso al tanto de todo el drama que le había
tocado vivir a la Señorita Amelia Va1derrain;que en esos
momentos era su huésped, inclusive lo del secuestro, la angustia
y desesperación en que aún se encontraba. Fue así como los dos
acordaron poner fin a esa situación; para lo cual el General se
comprometió a denunciar al Mayor Arturo Nolasco ante las
autoridades judiciales; y que no descansaría hasta no verlo tras
las rejas.

Por otra parte, el Doctor le comentó que sería bueno propiciar un


encuentro fortuito entre Amelia y Sibalú. Al respecto, el General
le dijo que los militares estaban preparando un homenaje para el
Señor Presidente Adolfo de la Huerta, el cual se realizaría el
pr6ximo sábado en el Casino Militar; esto sería en reconocimiento
a la magnífica labor de su gobierno, que en esos días, se lo

197
entregaba al General Obregón. Este homenaje culminaría con
cena y baile; y en el que podrían planear el encuentro entre
Amelia y Sibalú.

Finalmente el militar expresó: "que él conoció a ese yaqui Sibalú,


cuando estuvo al frente de un batallón en Sonora; que ahí le tocó
Felicitarlo por ser un magnífico danzante del baile del Venado,
que lo vio ejecutar magistralmente". Fue en esa ocasión cuando
entabló amistad con él, llevándose la sorpresa de que era un indio
culturizado; muy fiel a su raza y de convicciones muy firmes
respecto a la lucha de ellos por recuperar las tierras que el
gobierno les había despojado.

También agregó el hecho, de que acababa de encontrarse con él


en el Palacio de Gobierno, donde Sibalú forma parte de las
guardias presidenciales y que el referido encuentro fue muy
afectuoso.

El Doctor le dijo: "que Amelia interpretaba magistralmente la


Danza del Venado, que le había tocado verla bailar en la fiesta de
clausura del colegio de sus hijas".

¡Bravo!.- A los dos se les había prendido la misma idea: "el


referido homenaje culminaría con la Danza del Venado ejecutada
por Amelia y Sibalú juntos". Por supuesto, tendrían mucho
cuidado de ocultarles a uno y otro que serían dos los ejecutantes.

198
CAPITULO XXI
La amenaza de Sibalú

199
Amelia pensaba que ella ya no formaba parte de los
sentimientos de Sibalú, porque si así lo fuera, él ya la hubiese
localizado, dado que su pariente debió haberle dado todas las
pistas respecto a su visita en el parque y, aunque ciertamente,
ella ya no había regresado a ese lugar, eso no era ninguna razón
para que él ya no la buscará, pues podía valerse de mil recursos
para dar con ella.

Además, no era de su manera de ser, el darse fácilmente por


vencido para lo que se proponía cuando él tenía interés. Quizá ya
su amor lo tendría en el rincón de los recuerdos marchitos, porque
tal vez, otra ya ocuparía su lugar.

_ Pero, ¿Cómo te atreves a pensar semejante disparate, -le dijo


Martha- cuando tú misma no te querías encontrar con él? Es tu
mente confusa la que te hace ver negro lo que es blanco y así, tú
sola te lastimas. Deja en paz a tu imaginación y dale tiempo al
tiempo; porque lo más seguro es que él ande sufriendo. Digo
esto, porque debe haber ido a buscarte al parque, y que cuando
creía encontrarte tú te le escapabas; además, no quisiste volver a
ese lugar para no encontrarte con él, De verdad Amelia, que ya
no te entiendo.

_ Ojalá sea como tú dices, pero siento que todo esto ya es


demasiado... y no soporto más. Ahora mismo salgo a la estación
del ferrocarril a comprar el boleto para salir esta madrugada
rumbo a Sonora.

_ ¿Quién se va a Sonora? -dijo entrando el Doctor Rosales, al


escuchar lo que decía Amelia.

- Yo misma Doctor, ya no tiene caso mi permanencia lejos de mi


familia que me está esperando; y tal vez, allá sí me encuentre con
Sibalú.

200
- Ven, hija, ven, tú y yo tenemos que hablar y si después de
escucharme decides irte, no seremos nosotros quienes te vamos
a detener por más que nos duela separarnos de tu linda
compañía.
Después, cómodamente sentados en la biblioteca, el médico le
entregó una invitación firmada por la comisión de militares que
preparaban un homenaje al Presidente Adolfo de la Huerta; en
ella se le invitaba a dicho acto y ahí mismo, le hacían ver el gran
placer que tendrían al verla bailar la Danza del Venado que, como
parte del programa, sería una grata sorpresa para el Señor
Presidente, dada su identidad con la tribu yaqui.

- Pero, ¿cómo saben ellos que yo puedo hacerlo?

- Recuerda hija, que lo hiciste muy bien en el festival del colegio


de las monjas, y que algunas de tus alumnas son hijas de
militares. Además, que también sus padres estuvieron presentes
en ese acto. Ellos son mis amigos y por eso me eligieron como
portador de esta invitación.

- Bueno, Doctor, pero una cosa es bailar esa danza en un medio


escolar, y otra muy distinta es hacerlo frente a semejantes
personalidades, Además, yo nunca estudié ese baile, no se nada
de ese ritual que es tan sagrado para los yaquis. Nomás de
imaginarme, que alguno de ellos ahí estuviera presente, pues la
verdad, que de pura pena me inhibiría y el resultado de mi
actuación no sería el que ustedes esperan de mí. Es demasiado
compromiso, no puedo aceptarlo y de verdad que lo siento
mucho,

- Amelia, quizá te moleste lo que con mucha pena te vaya confiar,


porque exhibe mi prepotencia: «al verme presionado por esos
militares que firman la carta y que ya te dije que son mis amigos y
también del Presidente, me vi muy comprometido ante la petición
de ellos, y no me pude negar a dar por hecho este compromiso,
pero si tú no puedes, o no quieres hacerlo, pues yo recibiría mi

201
merecido por andar tomando decisiones que no me
corresponden.".

Amelia se quedó muy pensativa recordando todos los favores que


le debía a la Familia Rosales.

_ ¿Cuándo es la fiesta?

- El próximo sábado.

_ No se preocupe Doctor, por Usted y su familia yo me la juego,


no faltaba más. Aunque esto llevará una condición.

_ La que tú digas, mi linda chiquilla, lo que tú digas.

_ Bueno, pues le voy a pedir de favor que, en cuanto yo termine


de bailar, inmediatamente me lleven a la estación del ferrocarril
para salir a Sonora.

_ Cuenta con mi palabra, yo mismo te llevaré,

El General Roberto Romero no tuvo tan buena suerte al


encontrarse con Sibalú, a quien localizó en su barraca
empacando su equipaje para salir a Sonora, en compañía de todo
el escuadrón de yaquis que ya estaban acarreando sus cosas a la
estación del ferrocarril. El General fue recibido por Sibalú con
mucha simpatía y a a quien le solicito unos minutos de su tiempo,
para algo importante que le iba a comunicar, al tiempo que le
entregaba una invitación, semejante a la que había recibido
Amelia. Sibalú muy caballero le presto toda su atención, pero una
vez enterado de lo que ahí se le solicitaba, se negó rotundamente
a la suplica que se le hacia de bailar el Venado en la fiesta
homenaje que le preparaban al Señor Presidente; porque, según
explicó, su estado de animo no estaba para esos menesteres;
pero que él mismo llevaría a un amigo de él a cumplir con ese
compromiso, quien lo haría muy bien porque estaba considerado
como el mejor danzante de la tribu. El general hizo uso de varios

202
recursos para convencerlo; todo fue inútil. Pero, lo que si
consiguió fue que Sibalu expresara: Bueno, pues si se trata de un
homenaje a nuestro querido Presidente, vamos a suspender el
viaje unos días más para cumplir con esta invitación que nos
hacen, y ahí estaremos.

En vista de todo esto, no pudo el General Romero llevarle buenas


noticias al Doctor Rosales, sobre el plan que habían fraguado y
ahora, ya era demasiado tarde para elaborar otro; por lo que no
les quedaba más esperanzas que las que Dios determinara para
el destino de esa pareja.

Amelia estaba desesperada porque pasara el tiempo de una vez,


para salir del compromiso que había adquirido y así poder
regresar con su familia. Le angustiaba que ésta se desesperara
por su tardanza y, que por su culpa, su hermana Rosario
estuviera retrasando su boda, lo cual no se lo perdonaría; por otro
lado, le era imposible ocultar su esperanza de que allá se
encontraría con Sibalú.

En Bácum, Doña Carolina no dormía con la angustia que le


causaba el retraso de su hija, el cual no se podía explicar, y que
mucho le hacía temer que le hubiese sucedido una desgracia;
hasta que Gabriel le dijo:

- Esto aquí termina, mañana mismo salgo a la Ciudad de México y


me vaya traer de las greñas a esa loca.

- No te permito que las llames así, ¿qué no ves que me lastimas?

_ Perdón mamá, lo dije en broma.

-- Está bien, pero espero que no sea broma, eso de que vas a ir a
traerla.

- Claro que eso no es broma: Mañana sin falta me voy a traer a


esa... vagabunda.

203
Esa noche, el Casino lucía todo su esplendor, y a los acordes de
la música de una banda iban entrando los militares con uniforme
de gala acompañados de sus esposas, que lucían peinados de
alto copete con vistosos plumajes y ataviadas con lujosos
vestuarios que hacían notar las curvas de sus ceñidas cinturas -
misión cumplida del corsé y el polisón-. Además, se exhibían los
destellos del cintilar de sus joyas.

En el bar del casino, Sibalú ingería copa-tras copa y al calor de


ellas, ordenó a un mozo que fuera con el Director de la Banda a
pedirle, de parte de un yaqui, que tocara el vals "Amor de Indio".

En los momentos en que la banda comenzaba a tocar ese vals, el


Doctor Rosales vestido de gala iba entrando acompañado de su
esposa, de su hija Martha y Amelia; también elegantemente
vestidas.

En ese momento, un joven militar, con voz de barítono, se unió a


la banda y comenzó a cantar "Amor de Indios":

"Qué triste es el amor


que mi pecho anidó,
quiero recordar
su divina visión
Nada hay que alegre
a mi pobre y
triste corazón..."

La sensibilidad de Amelia se desbordó y tuvo que salirse, con


todo comedimiento al tocador, donde dió rienda suelta a sus
sollozos, mientras se escuchaban los atronadores aplausos que
el público le otorgaba al joven que terminaba de cantar.

Desde el bar, Sibalú aplaudía con locura y con locura seguía


bebiendo... Martha, inquieta por la repentina salida de Amelia,
salió en su búsqueda y cuando regresaba con ella se les acercó
el General Roberto Romero, quien tenía muchos deseos de

204
conocer a la Señorita Amelia. Motivo por el cual la acompañó y se
sentó a su lado. Pronto se entabló entre ellos una animada
conversación, en la que salió el tema de las vicisitudes que le
habían tocado sufrir a ella, en la Ciudad de México; sobre todo lo
del secuestro. El General, muy atento la escuchaba, y agregó:

_ Precisamente por el delito de secuestro está preso el Mayor


Arturo Nolasco.

_ Pues fue él quien me secuestró.

- ¡Mira, nomás!, ¿quién iba a decir que un hombre casado y con


hijos fuera capaz de cometer semejante aberración?

- ¿Casado, dijo?

- Sí, ¿no lo sabía usted?

- No, porque él se presentaba como soltero. ¿Y quién lo acusó de


secuestro?

- Un yaqui de Sonora que lo persiguió hasta dar con él y


entregarlo a las autoridades. -Amelia no cabía en sí de felicidad,
al darse cuenta de que ya habían terminado sus sufrimientos, y
de que fueSibalú quien lo entregó a la justicia.

En ese momento, la banda comenzó a tocar dianas... todos se


pusieron de pie gritando vivas y porras al Señor Presidente que
hacía su entrada triunfal, hasta llegar al presidium donde se le
hicieron los honores de ordenanza.

Después, un General dijo un discurso en el cual dio a conocer la


magnífica labor que Adolfo de la Huerta había desarrollado en su
breve período, como Presidente Interino de la República
Mexicana, poniendo de manifiesto su espíritu conciliador y
pacifista, al terminar con los focos de insurrección; como sucedió
con el General Francisco Villa y también con la tribu yaqui, que

205
después de muchos años de rebelión contra el gobierno, ahora
habían regresado a sus pueblos donde se encontraban
trabajando en paz. Siguió con muchos otros aciertos, pero hizo
especial énfasis en la honradez que le caracterizó durante todo su
mandato.

Enseguida, el Señor Presidente tomó la palabra para agradecer el


homenaje y exhortar al pueblo a vivir en paz en un clima de
fraternidad entre todos los mexicanos.

Un numeroso grupo de yaquis aplaudía frenéticamente aventando


sus sombreros hasta tocar el techo. Otro tanto hacía la
concurrencia. Amelia clavaba su mirada en el grupo de los
yaquis, tratando de localizar a Sibalú, pero no lo encontró. .

Después que el Señor Presidente terminó de hablar, los yaquis se


retiraron en completo orden.

Mientras que se servía un espléndido banquete. Amelia se


encontraba en el vestidor, donde se acomodaba una máscara de
indio yaqui y se vestía con todos los arreos que corresponden a la
Danza del Venado.

De antemano, las madres religiosa le habían enviado un grupo de


niñas disfrazadas de Indias yaquis, que en la fiesta del colegio la
habían acompañado con sus cánticos y el sonar de sus jícaras.
Ellas ya estaban acomodadas en el foro del Casino esperando la
llegada de Amelia, quien a su vez, ya vestida, también esperaba
el momento de que la llamaran a escena. Por fin escuchó que la
anunciaban como la mayor sorpresa de esa noche: "el que una
mujer bailaría la Danza del Venado, lo cual ninguna otra había
hecho jamás':

Amelia, completamente irreconocible, irrumpió en el escenario


dando largos saltos, hasta hacer un alto repentino, seguido de
fuertes sacudimientos que hacían vibrar con estruendo el sonido
de los cascabeles. Después girando bruscamente movía hacia

206
uno y otro lado la enorme cabeza de venado que parecía
husmear el peligro de un cazador... mientras ella ejecutaba la
danza, allá en el bar, donde seguía embriagándose Sibalú, le
llegó un yaqui y le dijo:

- Tú me trajiste para bailar el Venado, y ahorita lo está haciendo


una vieja. Toma, aquí te entrego todos los arreos.

Sibalú se paró furioso...

- ¿Cómo que una vieja? Eso, ahorita mismo yo lo arreglo; y ella


se va a arrepentir toda su vida de haberse atrevido a bailar
nuestra danza.

Luego se fue y se metió a un vestidor; se mojó la cabeza con un


chorro de aguapara quitarse la borrachera; se vistió con todo el
ajuar, menos la cabeza de venado, se amarró un pañuelo rojo en
la cabeza y se pintarrajeó toda la cara con pintura roja, negra y
amarilla quedando irreconocible. También se acomodó un arco
con un mazo de jaras y se fue al escenario.

207
CAPITULO XXII
¡Así abrazan los yaquis!

208
Amelia no sabía que Sibalú era danzante, y de haber sabido
que se iba a encontrar con él bailando el Venado, jamás se
hubiera atrevido a aceptar ese compromiso, donde sólo la
esperaría el ridículo.

De pronto, Sibalú irrumpió el escenario, se plantó frente a ella


sacudiendo sus cascabeles; y con tal fuerza la embiste, que ella
ve el peligro de quedar desplazada; pero con rapidez y habilidad
lo elude, y él con más furia la persigue. -ninguno de los dos se
reconoce-.

Ella sabe que está frente a un yaqui dispuesto a hacerle pagar su


atrevimiento y que la quiere poner en ridículo, pero hará lo
imposible por evitarlo, aunque sabe que lleva la de perder.
Esquiva a asalto tras asalto, con giros inesperados de su cuerpo,
sin que él logre hacerla perder su ritmo. Así entre los dos se ha
entablado un duelo de habilidades, que el público goza y aplaude
de pie tan sensacional encuentro.

El Doctor Rosales y el General Romero no cabían en sí de gusto


al ver que al fin, su plan se realizaba y ansiosos esperaban su
resultado.

El duelo hacía estallar de emoción al público hasta que Sibalú


lanzó un jarazo que pasó rozando el cuerpo de Amelia, quien de
inmediato se dio cuenta de que el yaqui jugaba el papel de
cazador y ella simuló ser el venado herido. Se dejó caer en el piso
estremeciendo su cuerpo. Después dio otros saltos para volver a
caer y ya no levantarse. El venado estaba muerto y el cazador
observaba a su presa.

Después él, muy caballero y sin poder ocultar su admiración por


ella, la tomó de la mano y la presentó al público que frenético los
209
aplaudía. Amelia se soltó de la mano del yaqui y corrió a
cambiarse de ropa al vestidor, en tanto que Sibalú levantaba del
piso una cadena con la medalla de la Virgen del Camino. ¡Es
ella!, gritó ¡es Amelia!

Salió a seguirla, pero ya no la pudo alcanzar porque en momento


que él se acercaba, ella cerró la puerta del vestidor.

Sibalú la esperaba nervioso y veía y veía la medalla; sí, era la


misma que él le había colgado al cuello. Ahora los minutos se le
hacían años, y caminaba yendo y viniendo frente al vestidor hasta
que, en momentos que ella salía hermosísima con su traje de
noche, él por detrás la abrazó tan fuerte que ella gritó:

- ¡Me ahogo!

- ¡Así abrazan los yaquis!

- ¡Y así besan las yoris!, le dijo Amelia, que se colgó de su cuello,


al tiempo que le estampaba los labios en su boca, en un beso en
el que ninguno de los dos quería que terminara... hasta que un
fuerte jalón de cabellos, en la cabeza de Amelia, los separó.

- ¡Colibrí!, ¿cuándo llegaste?

- Con que Colibrí, ¿no?, ya me la pagarás. Llegué precisamente


cuando debía llegar. Vengo por ti y tú sabes muy bien por qué.

- Precisamente en estos momentos, la familia Rosales me iba a


llevar a la estación del tren.

- Oyeme Gabriel, yo no te voy a permitir por ningún motivo que tú


la hagas del ave negra que nos viene a separar. -Dijo Sibalú.

-Yo no tengo ninguna intención de separarlos y encantado de que


estén gozando sus arrumacos. Pero mira, Vale, yo esta noche me
la llevo por que por su culpa su hermana Rosario está retrasando

210
su boda. Y si tú la quieres, recuerda que Amelia es hija de familia
honorable, y que tendrás que cumplir como corresponde a un
caballero.

- ¿A la yori?

- Sí, a la yori, si te quieres casar con ella y si no lárgate de una


vez porque no volverás a verla.

- Oye, Gabriel, ¿no que éramos cuates y ahora me gruñes como


una fiera?

- Mira, Vale, tú estás pasado de copas, vale más que salgas a la


terraza a tomar aire y al vestidor a cambiarte de ajuar. Después
hablamos.

- Oye, Gabriel, yo no me voy contigo, si antes no le dices a Sibalú


dónde nos vamos a encontrar.

- Ahí, en el café de enfrente.

En ese café, Amelia le platicó a su hermano todo el drama que


ella y Sibalú habían sufrido desde que el Mayor Arturo se
atravesó en sus vidas. Y cuando le contó lo del secuestro, casi se
le rodaban las lágrimas a Gabriel, al darse cuenta de todas las
desgracias que había pasado su hermana.

En ese momento apareció Sibalú.

- Mira, Gabriel, Amelia y yo ahorita mismo nos vamos al


campamento y ahí nos va a casar el cura que está con nosotros.
Así que no te la llevas.

- Mientras ustedes discuten, voy a despedirme de la familia


Rosales, a la que nunca podré pagarle todo lo que ha hecho por
mí.

211
Además, recogeré mis maletas, que ellos traen en su carruaje.
Sibalú, da por hecho, que ya jamás yo me separaré de ti.

- Nosotros también, después de que nos arreglemos, iremos a


hacerle presente nuestro agradecimiento a esa familia -expresó
Gabriel.

Amelia se encontró con Martha, en momentos que ésta la


buscaba muy preocupada porque no podía localizarla, pero, al
explicar cual fue el motivo de su tardanza, las dos se abrazaron
con gran alegría y por supuesto, más abrazos efusivos recibió del
Doctor Rosales y su esposa, al enterarse ellos; de la gran
felicidad que gozaba ella, por el afortunado encuentro de esa
noche con su pareja. Después, comentaban tantos momentos
felices que pasaron juntos... Comentarios que hacían rodar
lágrimas de los ojos de Martha. Fueron interrumpidos por la
llegada de Gabriel y Sibalú, quienes le expresaron a la familia
Rosales, su profundo agradecimiento por la humana y cálida
acogida que le dieron a Amelia. Después salieron juntos al café
de enfrente y ahí continuaron su charla.

El tren, esa madrugada corría rodando sus vagones por la vía que
atravesaba las verdes praderas de los campos del Anáhuac,
vigiladas desde el horizonte por los eternos titanes del
PopocatépetI y el Ixtlacíhuatl, que dibujaban sus soberbias
imágenes desafiados los siglos.

Ajenos a tanta belleza que la aurora regalaba, en un vagón del


tren, Amelia y Sibalú cómodamente arrellenados, dormían en el
mismo asiento: ella, con su cabeza inclinada en el hombro de
Sibalú, y él, a su vez, abrazado de ella. En otra butaca Gabriel
hacía lo mismo; sólo la Nana y Cornelia, acomodadas en sus
asientos, reían en silencio al ver cómo Amelia y Sibalú iban
hechos una sola alma. En otros vagones iba el resto del
destacamento de los yaquis, que cantaban felices de regresar a
Sonora. .. .

212
Doña Carolina recibió un telegrama de Gabriel, donde le
comunicaba que ya podían fijar la fecha de la boda, que sería
doble porque también Sibalú y Amelia se casaban.

Después de leerlo, ella sintió que era uno de los días más felices
de su vida, en el que terminaban todos sus sufrimientos y
angustias, al saber que Dios le devolvía a su hija Amelia sin
problema de salud y plena de felicidad.

- Rosario, llama pronto al cochero y dile que tenga listo el


carruaje, porque en estos momentos tú y yo salimos a Guaymas,
a comprarle a tu hermana Amelia el traje de novia más hermoso
que allá encontremos.

- Pero, mamá, ¿te sientes bien? Estás delirando...

-Qué delirio ni qué nada, entérate de este telegrama y apúrate a


llamar al cochero.

Rosario no podía creer lo que leía y de puro gusto la abrazó y se


puso a bailar con ella.

_ Vámonos, hija, vámonos ya. Quiero que cuando tus hermanos


lleguen tengamos todo listo.

_ Yo también quiero ir, -dijo la Chanita.

_ Si, hija, y te voy a comprar tu vestido de dama y vas a ser la


jovencita más linda del cortejo.

Cuando en la estación del tren, la familia Rosales despedía a los


viajeros, Amelia le entregó al Doctor una carta, para que él a su
vez la entregara al juez que se encargaba de juzgar el caso del
Mayor Arturo.

Carta en la que ella decía: "que el único delito del Mayor Arturo

213
Nolasco era el de haberla amado tanto, y que nunca declararía
nada en su contra.

Fue así como dicho militar salió libre y avergonzado de su aviesa


conducta. Después buscaba desesperado a la Señorita Amelia
Velderrain para pedirle que lo perdonara, y para agradecerle lo
que ella había hecho para que él obtuviese su libertad pero no la
pudo encontrar porque le informaron que ella había salido para
Sonora.

El ferrocarril, ya surcaba las tierras nayaritas y las acariciaba


como sus fumarolas que se desleían en el paisaje, donde
quedaban prendidos los ecos del sonoro ulular de su sirena;

Amelia y Sibalú parecían querer recuperar el tiempo perdido de


su romance y, a pesar de su recato, no dejaban de ser espejo de
curiosidad para los pasajeros, y hasta para Gabriel que de vez en
cuando los sorprendía acariciándose, para después aparentar
que los ignoraba.

En cada una de las estaciones, la inquieta pareja se bajaba para


comprar golosinas y algunos souvenires que llevarían a los
suyos., Se subían de nuevo y de nuevo a gozar la magia de su
Idilio ... se decían cosas al oído, que a veces los hacían reír y
otras soñar... Así Amelia escuchaba embelesada, parte de un
poema yaqui que Sibalú le decía quedamente al oído:

"Te amo en el viento y en la lluvia


te veo en las estrellas,
en el cielo y en las olas
y hasta en el agua que bebo..."

El fuerte ulular de la sirena, les anunció la próxima parada; el idilio


fue interrumpido. El tren se paró en el Suichi Bácum.

Ahí bajaron Gabriel, Amelia y Sibalú. La familia Velderrain los


esperaba, y en cuanto los vieron llegar, estallaron en gritos de

214
alegría y con un torrente de besos y abrazos a la pareja de
enamorados. Sobre todo Doña Carolina que no soltaba a su hija
cubriéndola de caricias.

- Mamá, la misión está cumplida por tu hijo ignorado.

- Hijo mío, no sabes la felicidad tan grande que me diste, y lo


grande que tú eres para mí.

- ¿Qué pasó, "Colibrí': de veras estás celoso?,- le dijo Amelia, y


él le hizo una seña amenazante.

Sibalú, después que le informaron que otro día se realizaría la


boda, se despidió de su nueva familia a la que le pidió disculpas
porque tenía que seguir el viaje hasta Pótam, donde entregaría a
los jefes, el contingente de yaquis que aún comandaba y que
estaría puntual en la boda. Después se despidió de su novia con
un abrazo del que ella no se quería desprender.

Al entrar de nuevo a su casa, Amelia contagió el ambiente con su


alegría, su sentido del humor y sus bromas con Gabriel, quien, en
cuanto entró, la cogió de los cabellos y le dijo:

- Anda, vuelve a decirme Colibrí.

_ Está bien, ahora sólo te voy a decir Coli. -los dos se trenzaron
en una lucha hasta que Doña Carolina y Rosario los apartaron.

La Chanita pasó corriendo como un rayo gritando ¡Coli, Coli, coli,


y al ver que Gabriel o la pudo alcanzar, todos se carcajearon
inclusive el mismo Gabriel

Doña Carolina le mostró a su hija, el bellísimo traje de novia que


le había comprado en Guaymas, pero ella le hizo ver que tal vez
no lo podría usar, pues no quería hacer contraste con la sencillez
de Sibalú, pero al escuchar esto, Gabriel le dijo: “ese detalle ya
esta convenido con Sibalú, el va a llevar su uniforme militar de

215
gala que usaba como guardia presidencial, en las ceremonias del
palacio de gobierno”.

Amelia y su hermana se acostaron rendidas de tanto ajetreo de


ese día. Y ya en la cama siguieron platicando hasta cerca de la
madrugada. Apenas se acababan de dormir cuando las despertó
la música de una banda que tocaba el vals “morir soñando”.
Rosario se asomó por el balcón…

- ¡Es Sibalú, el que trae serenata, Amelia!

216
CAPITULO XXIII
Amelia, Amelia, Amelia...

217
Mientras la tarde oscurecía en brazos de un multicolor
crepúsculo, el Templo de Santa Rosa de Lima lanzaba al vuelo el
alegre repicar de sus campanas, como si quisieran borrar los
recuerdos de aquella otra desdichada boda... y hasta los blancos
lirios que adornaban el altar parecían danzar alegres al vaivén de
sus corolas mecidas por el aire que vaciaba su caudal de frescura
al llegar de los abiertos ventanales. Igual sucedía con los ramos
de rosas que lucían en los búcaros, a uno y otro lado de la
arquería hasta escalar las gradas del altar. También se acunaban
en el viento las guirnaldas de jazmines que colgaban de capitel a
capitel, invadiendo el recinto con la suavidad de su perfume.

Aun lado del altar, esperaban de pie los dos novios que portaban
uniforme militar de gala, dado que el Doctor del Bosque era
médico militar.

La familia Velderrain, ante la premura de los acontecimientos, no


mandó hacer esquelas para la boda de Amelia, y sólo algunos de
sus parientes sabían lo de la boda por partida doble; por lo que
los invitados que llegaban al templo, unos a otros se miraban ante
la interrogante: ¿por qué en el altar esperaban dos novios y cuál
es la identidad de ese joven moreno que clava profundo la mirada
de sus ojos negros?

- Oye, Sara, si ese joven moreno me dirigiera una miradita, yo me


derretía.

- ¡Cállate, Rosa, que ya viene el cortejo!

A los acordes de la marcha nupcial, se centró la atención de los


invitados al ver que aparecía Gabriel llevando del brazo a su
hermana Amelia. Con ojos de asombro la gente la veía y creía
engañarse; pero era ¡ella!, ¡Amelia!, que lucía su radiante
belleza, como si fuera una hada envuelta en la nube de su traje
nupcial.
218
- ¡Fíjate bien, Sara!, es la loca que se escapó del manicomio.

- ¡Cállate víbora!, ahora sí que te vas a morir de envidia.

Los padres del Doctor del Bosque apadrinaban a las dos parejas.

Enseguida del brazo de Doña Carolina, apareció Rosario


bellísima, con sus finas facciones y su blancura marmórea
parecía una virgen plasmada en el lienzo de un artista.

Alta y serena, Cornelia lucía el garbo de su exótica belleza


indígena portando con donaire y elegancia el ramo de la novia.

Después venía la Chanita, también madrina de ramo de Rosario,


que cautivó con el candor de su esplendorosa juventud y
finalmente lucían muy bellas las hermanas del Doctor, como
madrinas de lazo y de arras.

Alberto y Sibalú tomaron del brazo a sus respectivas novias y se


situaron frente al altar donde el sacerdote ofició el sacramento de
matrimonio.

Al salir de la ceremonia, los recién casados fueron recibidos en el


atrio con puños de arroz que la concurrencia les arrojaba en
medio de los abrazos y felicitaciones de que eran objeto los
recién casados.

Un yaqui se acercó a Sibalú y, después de felicitarlo le dijo algo


muy quedo, pero que no escapó a los oídos de la Chanita...

Después los dos se montaron en el mismo caballo y en el


momento en que picaban espuelas para arrancar, apareció frente
a ellos la Chanita. Sibalú aprovecho su presencia y le mando, con
ella, un recado verbal para Amelia. Cuando se lo dio, también le
dijo lo que había escuchado respecto a un encuentro a balazos
entre los yaquis y los yoris por motivo de que éstos últimos
efectuaban un nuevo despojo de tierras.

219
_ ¿Para qué rumbo salieron?, -dijo Amelia

- Por el lado del río.

Amelia corrió a su casa, se cambió de ropa y se fue al corral


donde montó un caballo, saliendo a toda carrera rumbo al río,
mientras escuchaba las notas del vals Rosalía, que Alberto y
Rosario danzaban en la terraza del jardín que estaba pletórica de
invitados.

Todos esperaban que Amelia y Sibalú también hicieran lo mismo,


pero ninguno de los dos apareció.

Gabriel los buscaba inútilmente hasta que la Chanita le platicó lo


sucedido.

_ Bueno, ya mi hermana debe estar en el paraíso.

_ Oye, Gabriel, yo me quiero casar con un yaqui que mire tan


bonito como Sibalú.

_ ¡Mira, nomás!, que escuincla tan acelerada, ande váyase a la


terraza a buscarse un novio y a bailar con él.

_ No me gustan los yoris, yo quiero un yaqui como Sibalú.

_ ¡Ah Chana!, te brota la sangre de pura yaqui; al decirle esto le


dio dos nalgada y la empujó hacia donde estaba el festejo -ella se
fue sollozando.

_ Te voy a acusar con Amelia.

Gabriel se enterneció, le dio un abrazo y le dijo:

_ Mira, cuando venga Amelia le voy a decir que te lleve a pasar


con ella tus vacaciones y allá te buscas un yaqui a tu gusto para
que sea tu novio y te cases con él...

220
- ¿Y no te vas a enojar conmigo?

_ No, que va, si hasta voy a bailar de puro gusto. -la Chanita se
fue muy sonriente.

Amelia atravesaba un llano de pastizales cuando fue alcanzada


por Sibalú; quien ya regresaba después de arreglar el conflicto
entre los yoris y los yaquis; pero el problema no tardaría en
repetirse y volverse a encender la llama de la guerra.

- ¿Quieres que te lleve de nuevo a la fiesta de tu boda? -le dijo


Sibalú al momento que la bajaba del caballo.

- No, y tú, ¿quieres volver?

Él se fue acercando y le dijo:

- Lo que yo quiero es tenerte sola conmigo y chiquita se me va a


hacer la noche para acariciar tus cabellos, tus ojos, tu boca, tu
cuello y toda la piel de tu cuerpo; y para entregarte toda la fuerza
de mi amor con sabor a yaqui...

Así abrazados se dejaron caer en el césped que esa noche fue su


lecho nupcial.

Al amanecer los despertó el pájaro de la buena suerte...

- Despierta, Amelia, tengo celos del viento que besa tu piel;


vámonos mi amor a la cumbre del Bacatete, donde nos espera el
cálido nido que cobijará nuestra luna de miel.

- Vámonos mi amor, ahora que ya hemos derribado la mole


granítica del racismo, vayamos a la cumbre del paraíso, donde tu
amor se fundirá con el mío en la eternidad del tiempo.

Los dos abrazados comenzaron a ascender la cumbre de la


sierra, mientras el silencio de las piedras recogía el pálpito de sus

221
dos corazones que Dios había atado con las divinas hebras de su
infinito amor.

Allá va la joven que una vez desafiara el torrente de odio y rencor,


de la etnia yaqui hacia la raza blanca, la que los había despojado
de la propiedad de sus tierras, que con una conciencia
desbordante de justicia y desinteresada generosidad, supo
solidarizarse con su causa y conquistar el corazón de esta tribu
que hoy la retribuía con un río de amor que brotaba del
sentimiento de uno de sus mejores hijos.

Amelia dejaba para siempre el mundo complejo de los yoris, para


quedar inmersa en el universo indígena, unida a un yaqui que
supo clavar muy hondo la divina magia del mirar profundo de sus
ojos negros; y no solo eso, sino también los valores de su raza.
Todo esto la llevó al paraíso de su felicidad.

Al poco tiempo resultó embarazada y al dar la noticia a su familia


Doña Carolina no podía creer que ya pronto sería abuela. La
Chanita aprovechó esa oportunidad para recordarle a Gabriel lo
prometido, quien estuvo de acuerdo en que ella pasara sus
vacaciones con los recién casados. Allá en la sierra, pronto hizo
amistad con el joven Daniel y no tardaron en hacerse novios.

La salida de Adolfo del Huerta, como Presidente de la República,


resultó muy infortunada para la tribu yaqui, porque se acentuó el
Avance de la colonización, en base de nuevos despojos de la
tierras de esa tribu. Los yaquis comenzaron a formar partidas, que
con las armas en la mano defendían sus propiedades; lo cual
propiciaba un clima de inseguridad que estorbaba a los planes
que tenía el gobierno para modernizar esa región.

Una comisión de yaquis, encabezada por uno de sus caudillos,


salió en plan pacifista hacia la Ciudad de México, para buscar con
el gobierno una solución a ese problema; comisión que nunca
regreso porque sus integrantes fueron deportados al África. Al
confirmarse esa noticia, la furia de los yaquis no tuvo limites y

222
comenzaron a cometer crueldades horrendas con los yoris que
caían en sus manos.
,
La situación se hizo extremadamente peligrosa. Los yaquis
escondían a sus familias en la sierra, ante el peligro de una
guerra sin cuartel entre ellos y el gobierno.

En medio de esa situación, Amelia dio a luz una pareja de


gemelitos. Ella y Sibalú estaban entregados en cuerpo y alma a la
causa de la defensa de su tribu.

El, diariamente salía desde la madrugada a vigilar, junto con las


partidas de yaquis, a que los yoris no se metieran en sus
propiedades.

Desde luego, que esto significaba el peligro de choques


sangrientos en que ninguno de los contendientes tenía la vida
segura.

Esto Amelia lo sabía, pero ocultaba su pena y jamás demostraba


su preocupación frente a él, sino al contrario, ella: le decía que
esa situación la acercaba más, y hacía crecer el orgullo de ser la
esposa de un valiente defensor de la justicia.

Cada vez que Sibalú regresaba por las noches, siempre la


encontraba escribiendo.

- ¿Qué tanto escribes, mi amor?

- Nada menos que una novela de nuestro idílico romance y algo


más ...
- Amelia, no quiero preocuparte, pero en vista de la situación
peligrosa por la que atravesamos, mañana, que no tengo guardia,
te vaya llevar a que conozcas la cueva que servirá de refugio a
nuestras familias, en caso de una masacre sorpresiva. Ahí te
guarecerás junto con mis hijos y, si yo no regresara, tú con ellos
te irías con tu familia.

223
- Sibalú, yo te seguiré en la misma guerra y si tú mueres yo moriré
contigo. La Nana cuidará de nuestros hijos.

- Tú mi amor, tienes que hacer lo mismo que hacen nuestras


mujeres yaquis, que van a estar en esa cueva protegiendo a sus
hijos, porque, si ellas y ellos se mueren, se acaba la raza yaqui.

Amelia y Sibalú después de visitar aquella tarde la cueva,


comentaban de regreso por qué estaba tan triste la Nana.

- Debe ser porque anoche estuvo cantando el tecolote. -Dijo


Sibalú.

- Yo también así lo creo, porque en cuanto amaneció se fue sin


decir a dónde; y de regreso me platicó que había ido con la bruja
Chale y que venía muy angustiada porque le dijo: "que unos
pájaros negros iban a vomitar fuego en la sierra': ¿Tú crees eso
Sibalú?

- Mira, como yo estuve muchos años fuera de aquí, la verdad es


que yo no entiendo mucho de eso.

Cuando ya llegaban al patio de su jacal, le salió al encuentro la


pareja de los traviesos gemelitos que se colgaban al cuello de
Sibalú, que se quedó jugando con ellos; en tanto, que Amelia se
subía a un peñasco, donde siempre se sentaba a escribir.

Sorpresivamente le llegó Sibalú quien le prendió una rosa blanca


a uno y otro lado de su cabellera.

- ¿Sabes mi amor, que de aquellas dos rosas blancas que tú le


entregaste a nuestro jefe cuando llegaste con nosotros; yo planté
esa varita en una de las macetas, y ahora es el rosal que florece
año tras año?

- Sí, me acuerdo que se la trajo la Nana cuando nos venimos aquí


y que plantó ese rosal en el patio.

224
- Amelia, esa dos rosas blancas que ahora luce tu cabellera, del
color de los trigales dorados, son el símbolo del puente de amor
que tú le tendiste a nuestra raza. Puente que tú y yo cruzamos
primero, al unirse tu gran amor con el mío.

- Y ese puente lo seguirán cruzando otras parejas de yaquis con


yoris; después que el gobierno les haga justicia y les garantice a
ustedes el irrestricto respeto a sus propiedades y el pleno goce de
sus derechos ciudadanos para que vivan en paz como hijos de la
patria.

Será entonces, cuando nuestro puente hará que se derrumben


las fronteras de odio, que hoy dividen a dos razas que, aunque
distintas, deben ser iguales porque las dos son hijas de la misma
nación.

Amelia calló, ante un grito aterrador de la Nana:

- ¡Corran a la cueva, ahí vienen los pájaros negros vomitando


fuego!. -Al decir esto, cogió a la parejita de gemelos y corrió con
ellos rumbo a la cueva.

Un rugido trepidante estremeció a la sierra, mientras que una


cuadrilla de aviones bombardeaba el campamento de los yaquis;
para luego desaparecer en el horizonte dejando una estela de
desolación y muerte...

Allá en la cueva, este fue el último capítulo de la novela "Dos


Rosas en el Puente" que le tocó leer a Amelia Carolina. Luego
aclaró la Nana, que los últimos renglones ella se los agregó:

Inmediatamente después, los dos hermanos le sacudieron el


hombro exigiéndole con voz imperiosa.

- ¡Dinos, por Dios!, ¿qué pasó con nuestros padres?

225
La Nana con voz temblorosa comenzó a relatar: "En cuanto llegué
a la cueva con ustedes, luego me preguntaron: "¿por qué no
llegan mi papá y mi mamá?", yo le dije; aquí espérenme y
quédense con estos otros niños, mientras yo vaya traer a sus
papás.

Lo que encontré fue terrible... la sierra estaba sembrada de


cadáveres y entre ellos encontré abrazados los cuerpos de
Amelia y Sibalú que parecía que se habían dado el último adiós
con un beso de sangre, porque la sangre de ellos, aún corría
junta pintando de rojo las piedras.

Después, todas las mujeres yaquis sepultamos a nuestros


muertos. Dicen que el bombardeo hizo estremecer a la tierra
desde el Bacatete hasta la orilla del mar; y que muchos cerros
lloraban lágrimas de piedra, tanto que uno de ellos, de tanto llorar
se quedó con la boca abierta. Así le llaman ahora el "Boca
Abierta".

Después de esto, los llevé a ustedes al pueblo de Bácum y se los


entregué a su abuela Carolina, pues no sabía qué nos pasaría
después a los yaquis. La noticia fue terrible para ella, Gabriel la
sostenía en sus brazos, quien tampoco pudo aguantar el llanto y
decía:

- Ahora, ¿quién me va a decir Colibrí?

Pasaron varios años, hasta que llegó a la Presidencia de la


República el General Lázaro Cárdenas, quien con su política
indigenista terminó el conflicto entre el gobierno y, a nosotros, nos
reconoció la propiedad de nuestras tierras situadas en la margen
derecha del Río Yaqui.

- Nana, ahora que somos profesionistas, nos uniremos a otros


yaquis que también lo son, para luchar por todos los derechos

226
que nos corresponden para evolucionar en todos los campos de
los que hoy, son dominio de los yoris.

- y no lo dudo que van a triunfar, porque corre por sus venas: el


valor, la energía y la tenacidad que heredaron de sus padres.
Pero déjenme terminar:..

"Un día, en que el templo de Bácum, se llenó de familias yaquis


que venían a bautizar a sus hijos, el sacerdote les indicó que
primero iba a comenzar con las niñas:

- ¿Qué nombre le va a poner?

- Amelia -contestó la madre.

La siguiente, la otra y las otras siguieron contestando lo mismo...


¡Amelia, Amelia, Amelia!

La Nana ya no habló.

Sibaulame y Amelia Carolina se miraron frente a frente, mudos,


impávidos, con los ojos secos, porque ellos eran yaquis y los
yaquis no lloran; pero de sus ojos salían chispas encendidas de
un reclamo, cuyo eco se quedó prendido en el silencio de las
piedras.

FIN

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