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La célula

En tanto que unidades estructurales, fisiológicas y genéticas dotadas de


vida propia y de capacidad reproductiva, las células vienen a ser «los
átomos de los organismos vivientes», es decir, las unidades biológicas
básicas que constituyen los seres vivos. Se pueden distinguir dos tipos de
células: las procariotas (bacterias) son células sencillas, desprovistas de
núcleo y de compartimentos organizados (orgánulos), mientras que
las eucariotas (las que componen todos los demás seres vivos) poseen un
núcleo y orgánulos celulares.

La teoría celular
Fue el científico inglés Robert Hooke quien observó por primera vez en 1665,
con un primitivo microscopio que él mismo había construido, que el corcho
estaba formado por multitud de pequeñas cavidades que se parecían a las
celdas de un panal de abejas y a las que, por esta razón, denominó células.
A partir de entonces se comprobó que las células estaban presentes en
todos los organismos vivos, tanto vegetales como animales.
La aparición de microscopios de alta precisión permitió a René Dutrochet
efectuar buenas observaciones de células vivas, que le llevaron a afirmar
en 1824 que «el crecimiento es el resultado tanto del incremento del
volumen de las células como de la adición de nuevas células pequeñas, las
cuales pasan a ser como aquellas células que las han precedido en orden de
aparición y desarrollo». No obstante, no distinguió el núcleo; éste fue
observado por primera vez y llamado así en 1833 por el botánico
británico Robert Brown
Posteriormente, M. J. Schleiden y Theodor Schwann establecieron la
llamada teoría celular, que sostiene que todos los organismos vivos están
formados por una o varias células. El perfeccionamiento del microscopio en
Alemania les permitió llegar a esa conclusión, pero ambos mantuvieron
interpretaciones erróneas sobre la formación de las células: Schleiden creyó
que las nuevas células se formaban por gemación a partir del núcleo, y
Schwann mantuvo que la formación de las células era un proceso similar a
la cristalización química. En 1855, Rudolf Virchow hizo una certera y famosa
afirmación: «toda célula proviene de otra célula». Hoy sabemos, en efecto,
que las células constituyen la unidad anatómica y fisiológica de los seres
vivos, y que cualquier célula procede necesariamente de otra célula.
Métodos de estudio
Son múltiples las técnicas que permiten el estudio de las células, que
pueden ser examinadas vivas o muertas. Para determinar la naturaleza
química de los constituyentes celulares se recurre a métodos citoquímicos,
citofísicos (criodecapado) e histoquímicos. La microdisección, la
micropuntura ultravioleta y el cultivo de los tejidos proporcionan
información sobre la fisiología de los tejidos celulares. Los procedimientos
de observación de la célula se sirven de la microscopía (microscopía
ordinaria, de luz ultravioleta, electrónica, de fondo oscuro,
ultramicroscopía, de contraste de fases, de luz polarizada), la
microfotografía y la microcinematografía.

Los antiguos microscopios ópticos, como el utilizado por Hooke en el siglo XVII,


precisan siempre de una fuente de luz visible que atraviesa una preparación
que ha de ser necesariamente transparente o traslúcida, por lo cual la
muestra ha de ser muy delgada y, en muchos casos, objeto de una tinción
especial para hacer visibles determinados detalles. El desarrollo de la óptica
ha permitido construir microscopios ópticos de hasta mil aumentos.
.
El microscopio electrónico, empleado desde los años treinta del siglo XX, es
capaz de aumentar la imagen hasta doscientas cincuenta mil veces, gracias
a un haz de electrones emitidos por un cátodo que atraviesan una columna
de vacío de unos dos metros. Las imágenes obtenidas son planas y de gran
calidad, pero no permite la observación de ejemplares vivos a causa del
vacío de la columna. En la década de 1950 se desarrolló el microscopio
electrónico de rastreo, en el cual los electrones no atraviesan la muestra, sino
que chocan contra su superficie, que se ha revestido previamente con un
material pesado; las imágenes que proporciona son de tres dimensiones.
Todo ello permitiría la observación de la ultraestructura celular, es decir, de
los caracteres que son demasiado pequeños para ser vistos a través de
microscopios ópticos. Además, técnicas bioquímicas como la aplicación de
trazadores radiactivos para determinar la localización de reacciones
metabólicas de las células han revelado cómo actúan los componentes
celulares para mantener la vida de la célula y así contribuir a la vida del
organismo.

Forma y tamaño de las células


Las células libres suelen ser esféricas, aunque las bacterias y los protozoos
pueden adoptar formas muy peculiares, como en el caso de la vorticela o el
paramecio. En los seres pluricelulares las células adquieren formas muy
diversas: prismáticas, cúbicas, fusiformes, poligonales, estrelladas, etc.

En líneas generales, las células vegetales tienden a presentar formas


poligonales y consistencia rígida, mientras que las células animales suelen
ser más redondeadas y blandas por carecer de pared celulósica. Las
dimensiones de las células animales son del orden de las 10 µ (diez micras,
es decir, diez milésimas de milímetro), aunque algunos protozoos llegan a
medir 5 milímetros y el óvulo de la gallina 20 milímetros. Las de las células
vegetales oscilan entre 20 y 50 µ (a pesar de que las fibras de ramio miden
220 milímetros y las bacterias entre 0,5 y 2 µ).

Morfología celular
Independientemente del tamaño de las células, su organización general
presenta idéntica disposición. Limitada por una envoltura externa,
la membrana plasmática, la célula eucariota comprende una masa central,
el núcleo, rodeado por el citoplasma. El citoplasma tiene aspecto de un gel que
encierra múltiples orgánulos y está compartimentado por un sistema de
tabiques membranosos que constituyen el retículo endoplasmático y el aparato de
Golgi. Las formaciones esqueléticas, de naturaleza proteica, dividen el
citoplasma en cuadrículas.
El retículo endoplasmático rugoso (o ergatoplasma) está sembrado de ribosomas
unidos a la cara citoplasmática de su membrana, mientras que el retículo
endoplasmático liso carece de ribosomas.

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