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Informe “Pierre Menard, Autor del Quijote” Sergio Montenegro Ávila

La imposibilidad de imitar la palabra


Algunos autores, como Roland Barthes en su obra “El grado cero de la escritura” consideran que la
gran hazaña del escritor no está mayormente en lo que escribe, sino en la decisión que ha adoptado
de escribir, el hecho de emprender esta accion por primera vez. Lo más difícil de engendrar una obra
literaria es el comienzo, el tener un por que y un objetivo, que motive a realizar esta acción. Y esta
idea no puede ser cualquiera o ser tomada a la ligera, debe ser una razón que conmueva lo
suficiente al escritor para que este se motive a escribirla.
Para Borges, o más bien, Pierre Menard, esta idea debía ir mucho más allá de lo común de lo que se
podría esperar de un escritor de la época. Una idea que no podría rebajarse al vulgar deseo
tradicional de plasmar una historia en palabras, él se propuso algo casi imposible, que no era de la
talla de cualquier autor, continuar la que tal vez es la obra más importante en la historia de la
literatura española, pero su idea no era simplemente copiarla, transcribirla o crear una versión
contemporánea, su gran ambición era componer unas paginas tal y como lo haría el mismísimo
autor, Miguel de Cervantes.
La gran dificultad de este ambicioso reto esta en la gran dificultad de igualar la palabra, en
continuarla, sin que, a los ojos del más minucioso lector, pueda ser captado en ella variaciones con
respecto a la obra maestra. La palabra que encontramos en una obra no es simplemente un medio
para transmitir un mensaje, ya que un mensaje sencillo no alcanza a acariciar el alma del lector, no
evoca sentimiento o emoción; para dar vida a un mensaje es preciso variar la palabra, y con palabra
no me refiero a su mera connotación gramatical, ya definida y que no permite manipulación, me
refiero a la combinación de la misma, a la variación que se le da a esta, a su contenido semántico, a
su verdadera razón de ser.
Pierre Menard contaba con muchos obstáculos que alejaban la posibilidad de lograr su acometido,
primeramente, él no quería reducirse a sentirse identificado con el autor o a situar al Quijote en una
época ajena a la que fue concebido, o mucho menos transportarse en un viaje mental al tiempo de
Cervantes y actuar como un autóctono su tierra. Pero la mayor dificultad a la que se enfrento y la que
finalmente no pudo sobrepasar, por dejarse manipular sutilmente por su carácter y sus influencias
literarias que lo llevaron a escribir un Quijote más ambiguo y rico, literariamente hablando, era la de
continuar la palabra.
A primera vista, el texto de Cervantes y el de Pierre Menard son verbalmente idénticos,
gramaticalmente no poseen diferencias notables que permitan distinguir la continuación de la obra
original, pero, como mencionamos anteriormente, lo que le da vida a un mensaje y hace que un
simple escrito se convierta en obra, es la variación en la palabra. Esta variación puede considerarse
única para lo que comúnmente concebimos como un verdadero escritor, y para alguien como
Menard imitar esa variación poseía un gran nivel de dificultad, ya que todo el contexto, el entorno de
las personas, la época, costumbres, se encarga de esculpir la mentalidad de la persona y esto lleva
a que el sello que esta imprime en la forma de conjugar y unir palabras sea única y casi irrepetible.
Además de que Cervantes en su momento compuso su obra maestra encaminado hacia un objetivo,
pero dejándose llevar un poco por la inspiración del momento, pero para Menard ningún detalle
puede ser dejado al azar, su papel es continuar fielmente la palabra de Cervantes como para que el
Quijote no se percate de ello.
A pesar de todos los intentos y borradores que esbozo Menard, le fue imposible no imprimir su estilo
en su continuación del Quijote, sin dejar a un lado que logro una adecuación casi perfecta a la obra.
Finalmente, termino cayendo en el abismo del que más temía y del que probablemente sabía que no
podría superar, el no lograr imitar la palabra del mismísimo Miguel de Cervantes.

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