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DERRIBADOS PERO NO DESTRUIDOS

IDEA CENTRAL: Podríamos pasar dificultad, pero la fe y la obediencia nos garantizan la


victoria que Jesús ya obtuvo por nosotros.

Jesús, quien nos amó, ha vencido al pecado y a la muerte. Somos más que vencedores
porque Él peleó la batalla y nosotros recibimos el beneficio, sin haber muerto en la cruz.
Como un boxeador que gana el título y le entrega el cheque del premio a su esposa. Él es
vencedor porque derribó al contrincante y recibió los golpes, pero su esposa (Su Iglesia) es
más que vencedora porque obtuvo la recompensa sin pelear. Lo que nos hace más que
vencedores es el amor de Cristo, así que nada debe separarnos de El.

¿Cómo podemos identificar a alguien más que vencedor?


Pues al ver que se toma de la mano del Señor sin importar por lo que esté pasando, sea
bueno o malo. El Señor nos lo asegura, ¡ya vencimos al maligno! Es fácil vencerlo porque,
de hecho, desde antes de enfrentarlo, ya había sido derrotado por Jesús. Entonces, ¿por
qué a veces permites que te derrote lo negativo? Porque realmente no crees que Jesús ya
venció la angustia y el pecado.
Cuando confiamos en Él, las victorias se manifiestan en todas las áreas de nuestra vida,
pero si confiamos solo en nuestra fuerza, no logramos vencer.

Génesis 1:28
Luego Dios los bendijo con las siguientes palabras: «Sean fructíferos y multiplíquense.
Llenen la tierra y gobiernen sobre ella. Reinen sobre los peces del mar, las aves del cielo y
todos los animales que corren por el suelo».

Debemos recordar que Dios creó a Adán con dominio, autoridad y victoria. Pero al pecar,
perdió lo que había recibido. Sin embargo, nosotros ya fuimos redimidos por la sangre de
Cristo y gracias a Él recuperamos la autoridad. El problema es que cuando pecamos
sufrimos el daño colateral de la pérdida de confianza en nuestra identidad y capacidad de
superar los errores. Así que confía en el Señor y acepta la redención que te ofrece y que te
devuelve el dominio sobre el enemigo.
Jesús, el segundo Adán, vino a salvarnos y nos hizo nacer de nuevo en Su Espíritu. En esa
nueva vida recuperamos la autoridad perdida porque Él tiene toda potestad sobre el cielo
y sobre la tierra. Entonces, ahora puedes vencer porque ¡tienes autoridad de nuevo! Date
por vencedor, recupera tu confianza en Jesús y Su victoria será la tuya.

Josué 6:1-4
Ahora bien, las puertas de Jericó estaban bien cerradas, porque la gente tenía miedo de
los israelitas. A nadie se le permitía entrar ni salir. Pero el Señor le dijo a Josué: «Te he
entregado Jericó, a su rey y a todos sus guerreros fuertes. Tú y tus hombres de guerra
marcharán alrededor de la ciudad una vez al día durante seis días.
Un claro ejemplo de la autoridad que nos da la fe es lo que La Palabra nos cuenta sobre la
conquista de Jericó, una ciudad que estaba bien cerrada. Pero Dios le dijo a Josué que ya
la había entregado en manos de Su pueblo y le dio instrucciones sobre lo que debían
hacer. Actualmente hay puertas en tu vida que están cerradas, pero el Señor te dice que
están por caerse las paredes y entrarás donde no era posible. Confía y obedece las
instrucciones de Dios, porque Él ya arregló tu victoria, así como dispuso todo para que Su
pueblo conquistara Jericó.
La instrucción que Josué recibió era un poco extraña para alguien que esperaba luchar por
la Tierra Prometida, ya que rodear la ciudad y tocar las trompetas durante siete días no
era precisamente la idea de una lucha. Sin embargo, obedecieron, demostrando que nada
los separaba de la fe y el amor que le rendían a Dios. Lo mismo debes hacer tú ahora. A
veces te cansas de esforzarte por lograr el bien, piensas que perdonar, amar y bendecir no
dan resultado, pero no desmayes, ¡confía un día más! A veces debes hacer siete veces más
de lo que piensas que es suficiente para recibir lo que Dios quiere darte. Él está
convencido de tu victoria, pero tú también debes estarlo.
Cuando nada nos separa de Su amor, sabemos que somos más que vencedores y estamos
dispuestos a seguir Sus instrucciones por extrañas que parezcan.
Esa fe y obediencia es la que nos da la victoria. Seremos más que vencedores si estamos
plenamente convencidos de que ni la vida, ni la muerte, ni el enemigo ni las puertas
cerradas nos separarán del amor de Dios y de la fe en nuestra victoria.

2 corintios 4:7-9
Ahora tenemos esta luz que brilla en nuestro corazón, pero nosotros mismos somos como
frágiles vasijas de barro que contienen este gran tesoro. Esto deja bien claro que nuestro
gran poder proviene de Dios, no de nosotros mismos. Por todos lados nos presionan las
dificultades, pero no nos aplastan. Estamos perplejos, pero no caemos en la
desesperación. Somos perseguidos, pero nunca abandonados por Dios. Somos derribados,
pero no destruidos.

En medio de las dificultades, aprendamos a diferenciar lo externo de lo interno. Claro que


podríamos estar atribulados, en apuros, perseguidos y derribados, todo eso es externo, es
lo que el mundo podría hacernos sentir. Sin embargo, nuestra fe en la victoria que ya
tenemos provoca que, a pesar de todo eso negativo, no estemos angustiados, desespera-
dos, desamparados ni destruidos. Lo que vence al mundo es nuestra fe. Si las
circunstancias te han derribado, levántate victorioso porque en el Señor, nada puede
destruirte. Esfuérzate en obedecerlo, en rodear los muros las veces que sea necesario
para que Él haga su parte y los milagros sucedan en tu vida.

Solo la fe puede darte el valor para hacer lo que Dios te mandará, porque los muros
cayeron por el poder del Señor, no por las vueltas que el pueblo dio. Fue la plena
confianza en Dios lo que les dio la victoria. Haz lo que Su Palabra dice y deja que Él mueva
Su mano.
Entrégale tu vida a Jesús, quien por Su gracia te ha dado la vida eterna y la victoria sobre
el mundo.
Oración: Señor Jesús, te agradezco porque a través de tu sacrificio hoy puedo reconocer
mi identidad como tu hijo, que tiene autoridad para llamar las cosas en fe y ver la victoria
sobre las situaciones difíciles que estoy pasando. Ayúdame a seguir tus instrucciones en fe
y obediencia, creyendo en que toda batalla está ganada, porque tu ganaste primero en la
cruz por mí.

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