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IV.LOS ARCHIVOS Y LOS MODELOS UNIVERSITARIOS. SU COMPOSICIÓ N

Antes de tratar de los diversos tipos de archivos, propongotres consideraciones de


carácter general, quizás obvias, pero no siempre atendidas. En primer lugar, que el
carácter de un archivo universitario dependía, en primera instancia, de la estructura
interna de cada universidad, es decir, de su modelo. Esto implica, por tanto, que no
cabe esperar el mismo estilo de archivos institucionales cuando estamos ante
universidades de distinta estructura: por regla general, una institución real genera una
documentación más compleja y diversificada que la dependiente de una orden
religiosa.
En segundo término, que la estructura interna de cada una condicionaba, en
gran medida, el tipo de dependencia que mantenía con los respectivos poderes
externos. Las autoridades que desde fuera influían encualquier universidad eran muy
diversas: unas estaban sujetas en lo inmediato al rey y a las audiencias locales; las
otras, ante todo, a los superiores de su orden o al obispo. No obstante, al margen del
modelo de cada institución,el rey sabía abrirse camino para hacer sentir su autoridad.
En consecuencia, para estudiar debidamente a cierta universidad,no basta con
localizar y analizar sus archivos internos, de carácter institucional. Antes bien, resulta
indispensable detectar y consultar los principales acervos susceptibles de aportar
información acerca de los poderes que desde fuera gravitaban en su vida interna. En el
caso de las universidades reales, se impone, sin excusa alguna, acercarse al Archivo de
Indias; en el de las órdenes, a los respectivos acervos provinciales y generales. Pero si
se tiene en cuenta el regio patronato indiano y el acusado intervencionismo de los
Borbones en Indias, con independencia de cada modelo, siempre resultará provechosa
la consulta de los papeles de Sevilla.
En tercer lugar, pude apreciar que tanto la conservación como la pérdida de los
acervos obedecieronasía causas intrínsecas como a factores externos. Depende de
cada caso concreto cuál de los dos factores pesó más. No obstante, se puede proponer
como regla, que resultaba más viable la custodia delos archivos institucionales
mientras más estructurada y consolidada se hallaba una corporación. Como habrá
ocasión de ver, los archivos más completos y ricos llegados a nosotros, proceden casi
sin excepción de universidades reales, y de una del clero secular; en cambio, los
papeles de las gobernadas por órdenes religiosas, con gran frecuencia desaparecieron,
se dispersaron o se conservan de modo muy fragmentario.
En efecto, si consideramos que actualmente ni siquiera diez de las veintisiete
universidades coloniales preservaronsus archivos institucionalesen un grado aceptable
de integridad, ello no parece obedecer tan sólo alazar. Las reales (incluso Lima, antes
2

de 1881) y las del clero secular, tendían a cuidar mejor su memoria histórica, dada su
mayor entidad. Además, su contacto con la metrópoli era más estrecho, por lo que
también suelen tener mayor presencia en los legajos del Archivo de Indias. En cambio,
las órdenes, con importantes excepciones, no tendían a llevar archivos universitarios
en forma, y buena parte de sus registros se perdió. En parte, porque casi todas sus
universidades se extinguieron antes de la independencia, por lo que en adelante sus
papeles carecerían de interés práctico; pero también porque, tratándose de
instituciones mal diferenciadas de los conventos y colegios que las alojaban, rara vez
hicieron distinciones netas entre los asuntos de la orden yaquellos específicamente
universitarios. Esto sin contar que, al no depender directamente de la corona, su
relación con el consejo de Indias era menos estrecha y sólo ocasionalmente llegaron a
Madrid papeles relacionados con ellas, salvo los muy abundantes derivados de sus
pleitos.

1. Los archivos universitarios. Modalidades


El contenido de los acervos de una universidad colonial se puede dividir en cuatro
grandes rubros.Estos campos se aplican plenamente a las de carácter real y a las del
clero secular, ysólo en menor grado, también los de una orden religiosa. En primer
lugar, contenían –o debían hacerlo- documentación de carácter jurídico relativa a los
fundamentos de su erección: cédula real y bula, constituciones, papeles de visita y
cedularios, entre otros. Este primer rubro competía por igual a todo tipo de
universidades, con independencia de su estructura. En segundo lugar, los archivos
podían recoger la documentación tocante a las actividades corporativas, es decir,
colegiadas, de una institución. Esto vale ante todo, pero no de modo exclusivo, para las
universidades reales y las del clero secular. El documento clave de esta serie lo
constituyen los libros de actas de sus claustros académicos, también llamados “de
acuerdos”, o juntas de doctores. En ellas se suelen consignar, además, los procesos
para designar rector, consiliarios y oficiales como bedeles, contadores y secretarios.En
tercer lugar, poseían múltiples series de registros escolares. Todas debían llevar libros
de matrícula, de probanza de cursos, tal vez de exámenes y de grados menores y
mayores en cada facultad. En cambio, los registros tocantes a cátedras y catedráticos y
a los concursos de oposición eran patrimonio casi exclusivo de las universidades reales
y del clero secular. Las órdenes, en la medida que ellas decidían quiénes regentarían
las cátedras, sin consultar a la universidad, sólo por excepción se ocupaban de este
asunto en los registros universitarios.En cuarto y último,los archivos universitarios,
muy en particular los de instituciones reales,contienen o tuvieron registros tocantes a
su gobierno interno, administración y finanzas.
Para ilustrar de modo general las diversas modalidades de acervos
universitariosy las características generales de sus cuatro subgrupos documentales,
3

tomaré como marco de referencia el examen comparado de los archivos de las dos
universidades reales por antonomasia, México y Lima. Una vez expuestos los
principales tipos de registros de una y otra, procederé, en términos muy generales,
aesbozar el carácter de los archivos de otras universidades reales, destacando
semejanzas y diferencias. A continuación, me ocuparé de los acervos que poseían las
del clero regular, hasta donde la documentación localizada lo permite, manteniendo
como referente la subdivisión cuatripartita. También me trataré, muy por encima, del
caso de las universidades seminario. En la segunda parte del libro, al pasar revista,
ciudad por ciudad, a la documentación localizada en torno a cada universidad, de
nuevo se clasificarán sus acervos en razón de esos cuatro rubros. Por tanto, lo que se
exponga en este apartado de un modo general, se podrá ver adelante con mayor
detalle.
Para examinar el archivo de la Real Universidad de México, partode un índice de
1930, según el cual, el acervo poseía entonces 570 volúmenes, todos encuadernados,
sin expedientes sueltos (1551–1863).1 El acervo de la época colonial y primera mitad
del siglo XIX de la Real Universidad de San Marcos de Lima, se perdió casi en su
totalidad desde 1881, peroexiste un inventario de la segunda mitad del siglo XIX,
levantado por el secretario, que se publicó en 1877, justo en vísperas de la invasión
chilena.2Da cuenta de 152 entradas, entre libros y legajos (1576-1867). De modo
complementario recurro a otro, mucho más sucinto, de 1847, inédito hasta ahora. 3

a) Papeles de carácter jurídico


Se trata de los diversos documentos mediante los cuales una universidad legitimaba su
erección. Le daban sustento legal y normaban su actuación en lo general y en asuntos
particulares. Ante todo, se componía de las patentes de su licencia para graduar o para
que el obispo lo hiciera, fuesen reales cédulas, bulas papales, superiores órdenes
dictadas por autoridades locales, estatutos y constituciones. De igual modo, era
costumbre que las universidades, cualquiera que fuese su carácter, reunieran sus
primeros papeles en el llamado Libro de la fundación, o Libro áureo, donde a veces se
consignaba, a más de las patentes mencionadas, el acta de inauguración formal y,
1
N[icolás] R[angel], “Archivo de la antigua universidad de México”, en Boletín del Archivo General de la
Nación, I, 1930, pp. 119-144. De entonces a la fecha han desaparecido por lo menos los volúmenes 63,
200, 201, 202, 204, 205, 247, 269, 470, 531, 534, 545, 550, 551, 561, 564, dieciséis en total.
2
Apareció en Anales Universitarios del Perú, como “Archivo de la Universidad”, vol. X, pp. 210-247.
Agradezco al Dr. Pedro Guíbovich proporcionarme una copia.
3
El inventario de 1847, en laBiblioteca Nacional de Chile, Sala Medina, Colección Barros Arana, Tomo 123
(Rollo 54), consta de sólo dos páginas. En él se habla de unos 130 libros, más 50 expedientes. En cambio,
en 1877 sólo se mencionan 34. Es cierto que la relación de 1877 comprende 152 entradas, pero,
descontados los expedientes, los libros se reducen a 128. O los criterios descriptivos fueron distintos, o
la disgregación del archivo empezó antes de la guerra. Por dar un ejemplo, mientras en 1877 sólo se
mencionan 16 libros de claustros (1565-1821), en 1847 seguía vigente un 17º libro, no mencionado en el
censo más tardío. Salvo indicación, me referiré al publicado en 1877, cuya fecha de elaboración no se
especifica, si bien el documento citado más reciente corresponde a 1867.
4

quizás,las constituciones fundacionales, las matrículas iniciales, los primeros grados


conferidos o incorporados y, de ser el caso, los claustros inaugurales.
El libro primero de claustros de México (actual volumen 2 del Ramo Universidad)
se conocía en los primeros años como libro “donde está la fundación”, y comenzó en
1553. Otro tanto ocurría con el libro primero de claustros de Lima, hoy desparecido,
que partía de 1571. En la Real de Guadalajara, es de lamentar la pérdida del primer
libro de claustros doctorales, que tal vez contenía las ceremonias inaugurales, y
también falta el primero de la real de San Carlos de Guatemala. El acervo de San Felipe
de Chile contiene todos los papeles fundacionales y, aparentemente, también la real
de Quito. La precaria universidad real de Gorjón, en Santo Domingo, habría levantado
un libro análogo en 1583 y, si bien desapareció, sobrevive una copia de buena parte de
él, en un grueso expediente formado con motivo de los enfrentamientos de dominicos
y jesuitas.4
Por lo que hace a las jesuíticas, la de Charcas lo tuvo. Dio comienzo en 1624y si
bien se extravió, quedó en Sucre una copia certificada de los documentos capitales,
realizada a raíz de la expulsión de la Compañía. 5 Aunque en Mérida de Yucatán no se
conserva un solo papel relativo a su universidad, inaugurada también en 1624, en
Roma apareció una sorprendente relación de las ceremonias y fiestas de inauguración,
que transcribe además, cédula real, bula y constituciones. Por cierto, éstas se trajeron
del colegio de Santafé, donde, al parecer,no se conocen ni parecen sobrevivir los autos
relativos a la inauguración.6 Córdoba del Tucumán también empezó a graduar en 1624,
pero sus papeles se llevaban con bastante descuido hasta que, en 1664, el P. Andrés
Rada, visitador, ordenó formar uno, que se conserva hasta hoy, si bienla universidad
funcionaba como tal desde 1624. Sobrevive asimismo el de la universidad jesuítica de
Quito, iniciado en 1651,por más que sus grados empezaron a impartirse en
1622.También hay documentación sobre los inicios de Guatemala. En cambio, los
azarosos inicios de la jesuítica de Cuzco están más o menos documentados, pero en
piezas enextremo dispersas.
Con respecto a las universidades de la orden de predicadores, conocemos el libro
de inauguración de la chilena, en 1622, con noticias de la ceremonia, estatutos y, al
parecer, la totalidad de sus grados. En Santafé, un expediente de 1625 contiene bula,
cédula y primeras constituciones. También sobreviven los papeles fundacionales de
Guatemala, con noticia de las matrículas y los grados iniciales.
4
Buena parte de los papeles referentes a la universidad real los editó Cipriano de Utrera, en particular
en Universidades de Santiago de la Paz y de Santo Tomás de Aquino y Seminario conciliar de la ciudad de
Santo Domingo de la Isla Española, Santo Domingo, Padres Franciscanos Capuchinos, 1932, passim, y en
“Estatutos de la Universidad de Gorjón”, en Clío, 84 (Ciudad Trujillo, mayo 1949), pp. 45-75. No he
logrado confirmar si el expediente se localiza en la Miscelánea 234 del AGN de Colombia.
5
Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia, Fondo Universidad, 39. Su contenido se describe en el Anexo
6
Ver, Rafael Patrón Sarti (ed.), La Universidad de Mérida de Yucatán. Relación de los actos y fiestas de
fundación en 1624, Mérida, Universidad Autónoma de Yucatán, 2013, pp. 168-191.
5

Las agustinas de Quito y Bogotá están mucho menos documentadas, si bien


Fernando Campo del Pozo publicó las constituciones de 1603, y los grados impartidos
por la primera durante el siglo XVIII. Pero hasta ahora, y con el archivo quiteño cerrado
al público,poco más se puede decir respecto de ella. El mismo autor se ha ocupado
también de la santafereña, de la que apenas quedan noticias indirectas. 7
Por último, en este campo, la fortuna documental de las tres universidades-
seminario, es muy diversa. Uno de los archivos más completos del continente es sin
duda el de Caracas. La de San Antonio Abad, del Cuzco, tal vez esté mejor
documentada de lo que se creía, pero parte de esos fondos siguen siendo de acceso
difícil o imposible. Lo mismo vale para las fuentes de Huamanga; por suerte, suLibro
jubilar, publicado en 1976, contiene sus principales documentos de carácter jurídico.
Por lo que hace en concretoa las bulas pontificias, el archivo de México no
conserva la copia autentificada recibida en 1689, 8 mientras que en Lima existe una
copia simple, en papel, y un trasunto, en pergamino, realizados en la propia ciudad, en
1574. Una copia más fue enviada a finales del siglo XVI al Consejo de Indias, donde se
conserva.9 Los dominicos de Chile tienenel pergamino original de una ampliación de su
licencia, de 1685. Los jesuitas de Quito, ejemplares en pergamino y en papel. De un
modo u otro, varios acervos también la poseen. Se trata de un documento
imprescindible para las universidades gestionadas directamente por ambos cleros, que
en ocasiones poseían el texto original, pero con mayor frecuencia tenían copias
autentificadas, impresas o manuscritas, en ocasiones pasadas ante el Consejo de Indias
y las autoridades locales. Esos agregados manuscritos al calce revisten importancia
capital, pues con frecuencia permiten conocer cuándo un documento expedido en
Roma, y que tal vez pasó por Madrid, fue recibido y validado por las autoridades
locales, seculares y eclesiásticas, antes de proceder a la inauguración formal. En
contraste, varias reales, como la de Gorjón en Santo Domingo, Santiago de Chile,
Guadalajara y, al parecer, también la pública de Quito, surgieron y funcionaron sin bula
papal. La de México se dictó a fines del siglo XVI, de modo que funcionó sin ella por
casi medio siglo, otorgando grados en todas facultades tan sólo con licencia real. Una
universidad podía funcionar sin licencia pontificia, pero no sin la real. Universidades
que evadían el pase real, como la dominica de Santo Domingo, de modo recurrente
7
Fernando Campo del Pozo, “La educación agustiniana en Hispanoamérica”, en Revista de Ciencias de la
Educación, n° 155 (1993), pp. 423-433, y “La universidad de San Nicolás y el Colegio de San Miguel de
Bogotá”, en Archivo agustiniano, vol. LXVII, n° 185 (1983), pp. 185-215; Del mismo modo:
“Constituciones y graduaciones de la Universidad de S. Fulgencio de Quito”, en Archivo Agustiniano.
Revista de Estudios Históricos, 82 (Valladolid 1998), pp. 193-228.
8
Lorenzo Mario Luna Díaz y Enrique González González, “Cristóbal Bernardo de la Plaza y Jaén, cronista
de la Real Universidad”, en Historia de la universidad colonial (Avances de investigación), México, CESU-
UNAM, 1987, pp. 49-66; p. 59.
9
Archivo Histórico “Domingo Angulo”, Universidad Nacional Mayor de San Marcos, cajas 2 y 3.
Inspección ocular del acervo, en enero de 2013. Agradezco al Lic. Pablo Ávila Chumpitaz todas sus
facilidades para consultar el acervo a su cargo.
6

eran cuestionadas y estorbadas por las autoridades reales. En otros casos, como en
Mérida, que aplicaba casi subrepticiamente una bula de Pío V, la universidad vivía
expuesta a ser descubierta y obligada a cerrar.
Los estatutos y constituciones, documentos sin duda sobrevalorados por la
historiografía tradicional, están presentes en los archivos de México y Lima (en ésta, en
versión impresa), y en la mayoría de los archivos universitarios, tanto delas
instituciones reales como de las gobernadas por dominicos, jesuitas, agustinos y las del
clero secular, pues de casi todas se conserva al menos uno de los sucesivos cuerpos
normativos. Ahora bien, mientras los estatutos de universidades reales y del clero
secular dedican parte apreciable de su texto a asuntos como la elección de rector y
consiliarios, los mecanismos para proveer las cátedras por oposición, los salarios, y en
ocasiones también regulan el contenido de los cursos, nada de esto aparece en los
estatutos universitarios de las órdenes religiosas, pues ellas decidían todo lo
concerniente a esos asuntos. Tampoco suelen tratar de finanzas, fuera de las propinas
por los grados, y rara vez se ocupan de los claustros, pues no los había, o no tenían
facultades ejecutivas, tan sólo deliberativas. En suma,los cuerpos normativos de tales
universidades suelen reducirse a tratar de matrículas, cursos y grados.
También caben en este primer rubro, de documentos de carácter jurídico, los
libros de Aristóteles, Galeno y los autores oficialesde las otras facultades. Ello obedece
a que, universidades como México y Lima,tenían un ejemplar de tales obras en el
archivo para que los opositores a cátedras y a otros actos académicos picaran en sus
páginas un pasaje al azar, mismo que serviría de base para su exposición pública. Por el
mismo procedimiento se seleccionaba el tema por exponer en las lecciones
reglamentarias, o tentativas, previas al otorgamiento de diversos grados 10No consta
documentalmente, pero es posible que otro tanto ocurriera en las demás
universidades, incluidas las de los regulares. Es cierto que en ellas no se recurría a las
oposiciones para designar catedráticos, pero en muchas de ellas sí se “picaban” puntos
para las tentativas.
En la medida que todas las universidades, con independencia de su modelo
institucional, requerían una fundamentación jurídica para operar, este primer grupo
documental, como pudo apreciarse, se localiza de un modo u otro en todos los
archivos universitarios.

10
El inventario limeño de 1847 consigna catorce libros de este carácter: desde un Diccionario de Nebrija
hasta un Corpus de derecho civil, otro de canónico, Pedro Lombardo y Santo Tomás. Al no aparecer ya
en 1877, es posible que los volúmenes hubieran pasado para entonces a la biblioteca. En México, sólo
quedó rastro de cuatro volúmenes, para puntuar en artes y en medicina, vols. 470-473.
7

b) La corporación universitaria.
En segundo lugar, los archivos universitarios podían recoger la documentación tocante
a las actividades corporativas, es decir, colegiadas, de una institución. Esto vale en
especial, pero no de modo exclusivo, para las universidades reales y las del clero
secular. El documento clave de esta serie lo constituyen los libros de actas de sus
claustros académicos, también llamados “de acuerdos”, o juntas de doctores. A partir
de tales deliberaciones, la institución se autogobernaba en todo lo tocante a la
elección de autoridades y funcionarios administrativos, a docencia, grados, gobierno
interno, rentas y en lo concerniente a sus relaciones con los poderes externos. De igual
modo, las actas de tales juntas dan cuenta de otros asuntos, como la participación o no
en actividades sociales: ciertos desfiles, procesiones y en general, celebraciones cívicas
y religiosas.
En una universidad de tipo claustral, el “rector y claustro” ostentaban
jurídicamente la titularidad de la corporación, de ahí que muchas cartas reales estén
dirigidas a esa figura dual. Por lo tanto,los libros de claustros, desatendidos por
numerosos historiadores tradicionales, revisten importancia capital. La existencia o no
de tales juntas, su frecuencia y el poder de los claustros en el seno de cada
universidad, es un indicador fundamental para valorar el contrapeso (grande o
pequeño) que la comunidad de los doctores era capaz de ejercer en ante las
autoridades externas, fuesen los ministros de la real audiencia,el virrey, el obispo, el
prior del convento o el rector del colegio de la compañía.
En México se conservan, con una laguna (1602-1608), treinta libros de claustros
que van de 1553 a 1863, fecha de la última y definitiva clausura de la antigua
universidad, si bien 28 de ellos –la aplastante mayoría- corresponden al periodo
colonial. En 1847, Lima poseía 17 libros, “desde el 1° que es de la fundación de la
universidad hasta el corriente.” La enorme diferencia numérica entre los libros
claustrales de ambas instituciones impone la pregunta acerca de si el claustro de
doctores limeño tenía un menor peso en el gobierno de la corporación. Dado que
todos se perdieron, salvo el XIV,un libro de gran formato, resulta imposible responder
a la cuestión de si los claustros se reunían con mayor frecuencia en México que en
Lima, o si los libros de ésta eran más voluminosos y consignaban mayor número de
sesiones.
El archivo de la universidad real de Chile, inaugurada en 1747, conserva la serie
completa en cuatro libros, llamados “Acuerdos de la universidad”. En Guatemala se
extravió el primero, que iba de 1686 a 1755, pero quedan otros tres, hasta 1831. En
Guadalajara también falta el 1, de 1792 a 1800, si bien los libros de claustros de
consiliarios están completos, lo que aporta información sobre las elecciones rectorales
y las provisiones de cátedras, actividades sustantivas del llamado “claustro menor”.No
8

sabemos si en otras universidades americanas había libros diferenciados según el tipo


de claustros. En México, las actas procedían indistintamente, salvo los claustros de
hacienda, documentados tan sólo a partir de 1789. En Quito, los claustros de la
universidad pública se conservan íntegros en dos tomos, de 1789 a 1827. La última
junta, celebrada a raíz de la creación de la republicana Universidad Central, concluye
declarando: “con lo que se disolvió el claustro”. En suma, todas las universidades
reales, salvo la de Gorjón, en Santo Domingo, que a duras penas sobrevivió por medio
siglo, celebraron claustros desde de su inicio, y parte apreciable de esos libros
sobrevive.
En las universidades de las órdenes religiosas, las autoridades tendían a evitar la
formación de claustros doctorales para no socavar la autoridad “absoluta” de los
rectores. Consta, sin embargo, que en Charcas y en Córdoba, a pesar del gran dominio
ejercido por la compañía, se celebraban con regularidad claustros de doctores. En la
primera, las escasas actas conservadas revelan un temprano y poderoso grupo, cuyo
número frisaba los cincuenta por junta. En Córdoba comenzaron con la visita del P.
Rada, en 1664, y desde entonces las actas se conservan íntegras en su archivo
histórico, en dos volúmenes. Durante el periodo jesuítico se celebraba al menos uno al
año, rara vez más. Al pasar la universidad a los franciscanos, en 1767, el número de
claustros creció a una media de cuatro anuales. En ambos casos, las actas son en
extremo breves: en tiempo de los jesuitas rondaban la página o página y media,
mientras que con los franciscanos podían alcanzar tres. Pero en ningún momentose
consignó el nombre y número de doctores asistentes, algo muy de lamentar para un
historiador actual. La totalidad de los claustros celebrados por los jesuitas en su
universidad de Quito, a partir de 1710, cupo en 9 fojas de actas, y el último registro es
posterior a la expulsión,11 signo del escaso peso de su actividad claustral. La falta de
noticias, impide precisar si en el resto de instituciones de la Compañía se celebraban
claustros.
En cuanto a las universidades de agustinos y predicadores, hay indicios de que
sólo algunas celebraban claustros, o que los introdujeron tarde, en respuesta a
expresos mandatos reales. En espera de una inspección directa del archivo de la
universidad de La Habana, creada en el convento dominico de la ciudad en 1721, en
plena época borbónica, puede decirse que los frailesadmitieron la celebración de
claustros desde la apertura, en 1729. Sin embargo, hay indicios de que ello habría
respondido a las múltiples presiones ejercidas sobre la orden por el rey, el clero
secular, la ciudad y la capitanía, con el fin de impedirle monopolizar el gobierno de la
universidad. La propia universidad tomista de la ciudad de Santo Domingo que, a lo

11
Archivo General de la Universidad Central del Ecuador, Libro de Grados de la universidad de San
Gregorio, 1709-1770. Se localizan en las fojas 300-309. Agradezco a la Mtra. María del Carmen Elizalde,
Jefe del Archivo, y al personal de apoyo, su excelente atención.
9

largo de dos siglos ni siquiera se dictó estatutos, tampoco celebraba claustros. Sólo a
partir de 1739 se le obligó a adoptar las normas de La Habana, y entonces abrió su
primer libro, no por casualidad, ante el presidente de la audiencia. Al fin, en 1752 optó
por formar normaspropias, aprobadas por el rey en 1754, que preveían claustros. 12 En
Bogotá, éstos habrían comenzado sólo tras la expulsión de los jesuitas, cuando las
presiones del rey y la audiencia obligaron a la orden dominicana a introducirlos. Esas
actas, al parecer, se perdieron.
En lo tocante a las universidades creadas en un seminario conciliar, consta que
Huamanga y Caracas tenían con regularidad claustros doctorales. Las actas de la
primera parecen guardarse en un volumen en la infranqueable biblioteca del convento
franciscano de Ayacucho. Las de Caracas constan de cinco tomos (1725-1843). En
cuanto a San Antonio Abad, de Cuzco, la pobreza de la documentación localizada, más
la negativa de las autoridades del actual seminario a permitir el acceso a sus archivos
impide decidir.

c) Registros escolares
En tercer lugar, los archivos universitarios conservaban múltiples registrosde carácter
escolar. Su magnitud y complejidad dependía, ante todo, del número de estudiantes y
de cátedras. La parteprincipal de esapapeleríatiene que ver con alumnos y graduados;
el resto, según el tipo de universidad, con los catedráticos. En lo tocante a los
escolares, solía haber, de entrada, libros de matrículas. También era común consignar
certificaciones relativas a las lecciones cursadas, bien en las propias aulas o en las de
conventos y colegios incorporados: se recogían en los llamados libros de probanza de
cursos. De igual modo, la papelería relativa a los estudiantes guardaba constancia de
los grados menores y mayores otorgados en cada facultad; con frecuencia, también
daba cuenta de cada uno de los pasos estatutarios queun aspirantedebía cumplir para
graduarse: probanza de cursos, actos “de conclusiones”,exámenes, si había. En algunas
universidades las lecciones previas se llamaban “tentativas”.A veces, como en Lima, los
libros de grados incorporaban toda la papelería previa. En otros lugares, los
expedientes relativos a cada grado se conservaban sueltos en el archivo,
acumulándose con desorden en las gavetas, o se los agrupabaen legajos. Podía ocurrir,
como en México,que un visitadorordenara al secretario agruparlos y encuadernarlos
para facilitar su conservación; tal vez en el ínterin más de uno se había perdido o
resentíadaños por humedad y otros factores.De modo paralelo, se levantaban libros en
toda forma para llevar índices de los grados otorgados por cada universidad, con los
datos básicos: nombre del borlado, lugar, fecha, facultad y tipo de grado; tal vez
también el otorgante y los padrinos. De igual modo,se guardaba memoria de quienes
12
Véase Cipriano de Utrera, Universidades de Santiago de la Paz y de Santo Tomás de Aquino y
Seminario conciliar de la ciudad de Santo Domingo de la Isla Española, Santo Domingo, Padres
Franciscanos Capuchinos, 1932, pp. 262-265, con la justificación documental.
10

presentaban constancia de grados ganados en otra institución, y solicitaban


incorporarse a la nueva. En cuanto a cátedras y catedráticos, los registros variaban
mucho según el tipo de institución. En diversa medida, pues, todas las universidades,
con independencia de su modelo, generaron una o más de estas series.
Las matrículas significaban, en primer término, que el escolar entraba a formar
parte del “cuerpo” de la universidad y a gozar de sus privilegios, previo juramento de
obediencia al rector. Al propio tiempo, eran un medio para controlar su presencia, año
tras año, en los cursos exigidos (al menos según las normas) para optar por el gradode
bachiller en cierta facultad.13 En México, con importantes lagunas, ante todo para el
siglo XVI y la mayor parte del siguiente, las matrículas se conservan en 10 libros. En
Lima, había 7 en 1847, un número que parece pobre para casi tres siglos. De hecho, el
inventario de 1877 reitera el número de siete, y especifica que abarcan de 1583 a
1789, sinaludir aun solo libro para las nueve décadas posteriores. No sobrevivió uno
solo. A más de México, otras universidades reales, como Guadalajara, Santiago de
Chile, Guatemala y Quito, poseen registros suficientes para intentar estudios
cuantitativos de su población estudiantil, así como la universidad-seminario de
Caracas. En ésta última, la presencia seriada de actas de bautismo es una verdadera
mina de noticias acerca de la edad de los estudiantes mientras cursaban, su lugar de
nacimiento y sin duda sobre la condición social de los padres.
En cuanto a las manejadas por el clero regular, tenemos noticia seriada de
matrículas apenas en dos. El caso más excepcional es el de la jesuítica de Córdoba. Los
colegios de la orden recibían frecuentes visitas de las propias autoridades. La riquísima
documentación cordobesa tuvo como punto de arranque el año de 1664, cuando el
padrevisitador, Andrés de Rada, condenó el descuido prevalente y, aparte de dictar
estatutos,mandó abrir libros de fundación, matrículas, cursos, exámenes, grados,
claustros, y demás registros. Al salir la Compañía, los franciscanos, los nuevos
administradores, siguieron llevando sus registros en esos mismos libros y, a
continuación, sus sucesores y, más tarde, las autoridades republicanas. Incluso si en
Quito existen algunos registros de matrículas, para la universidad jesuítica de San
Gregorio y aun para la dominica de Santo Tomás,tras la expulsión de la Compañía no
se sabe más de esos libros, al pasar san Gregorio, secularizada, al seminario de San
Luis. En los libros cordobeses, el volumen inicial de cada serie, la carátula declara que
daban comienzo por orden de Rada. Todos ellos prosiguieron a través de las sucesivas
reformas, hasta hoy.Aun así, todo indica que en varios momentoslas matrículas se
llevaron con bastante descuido.14Los papeles relativos a las universidades dominica y
de la Compañía en Guatemalatambién revelan la presencia de matrículas; su estudio
13
Armando Pavón Romero se ha referido en varios lugares al significado, tanto de la matrícula como de
los grados; ver, entre otros, “La población de la facultad menor: estudiantes y graduados en el siglo XVI”,
en E. González (coord.), Estudios y estudiantes de filosofía. De la facultad de artes a la facultad de
filosofía y letras (1551-1929), México, UNAM-IISUE, 2008, pp. 83-118.
11

permitirá precisar qué años se consignaron en cada caso. En Bogotá, los riquísimos
archivos del colegio jesuita y exjesuita de San Bartolomé, en combinación con los del
colegio del Rosario, autorizan a ensayar una reconstrucción indirecta de los
estudiantes bogotanos, en la medida que ambos conservan la documentación relativa
al ingreso de los colegiales. Renán José Silva lo intentó, hace tiempo,para el siglo
XVIII.15En cuanto a las universidades jesuíticas cuyos libros de matrícula
desaparecieron, en caso de haber existido, 16 el examen sistemático de las cartas anuas
ylos informesenviados con regularidad a Roma por cada provincia de la Compañía,
permitiría obtener datos, si se quiere aislados, pero indicativos, acerca de la población
escolar de las distintas universidades de esa orden.
Es probable que no pocas universidades de las órdenes ni siquiera hubiesen
llevado libros de matrículas. Estas implicaban una docencia estable, al menos en artes
y teología, con afluencia habitual de estudiantes seculares que se graduaban, primero,
de bachiller y, transcurrido el lapso de dos a tres años, llamado pasantía,unos cuantos
de ellos optaran por los grados mayores. Pero si una universidad, como la agustina de
Quito,graduaba con regularidaden facultades en las que no impartía docencia, como
leyes y cánones, y si imponían los tres el mismo día a una persona, en especial a altos
funcionarios de la administración real o a miembros de los cabildos eclesiásticos,
queda fuera de dudaque esos graduados jamás cursaron ahí. La universidad se
limitaría a aprovechar sus privilegios reales y pontificios para lucrar con ellos. 17En tales
condiciones, estaba de más llevar libros de matrícula. Otras universidades fueron
acusadas de prácticas análogas.
Como apunté, en una universidad que funcionara con cierta regularidad, todo
aspirante a un grado de bachiller, a más de matricularse durante cierto número de
años, debía cursar las cátedras previstas por los estatutosen la facultad en que estaba
inscrito. Al solicitar el grado al rector, estaba obligado a probar su asistencia regular a
cada una. Los exámenes al fin del año escolar se introdujeron muy gradualmente; tal
vez los jesuitas fueron los primeros en hacerlo. En el antiguo régimen tampoco había
listas de alumnos, que el catedrático leyera al comienzo de cada lección. Las viejas
universidades controlaban la asiduidad de los escolaresmediante una figura

14
Enrique González González y Víctor Gutiérrez Rodríguez, “Estudiantes y graduados en Córdoba del
Tucumán (1670-1854). Fuentes y avances de investigación”, Mariano Peset y Jorge Correa (eds.),
Matrículas y Lecciones. XI Congreso Internacional de Historia de las universidades hispánicas (Valencia,
noviembre 2011), Valencia, Universitat de València, 2012, vol. I, pp. 431-455.
15
Universidad y Sociedad en el Nuevo Reino de Granada. Contribución a un análisis histórico de la
formación intelectual de la sociedad colombiana, Bogotá, Banco de la República, 1992. Reeditado sin
apéndices, en Medellín, La Carreta, 2009.
16
Es de notar, por ejemplo, que el puntual inventario de los papeles consignados a la universidad
Javeriana de Santafé, no mencionan un solo libro de matrículas; ver Segunda Parte, apartado7.
17
En el caso de Córdoba, incluso si era otorgar el mismo día los grados de bachiller y doctor, parece que,
al menos en el periodo jesuítico, los graduados eran cursantes de la propia institución. Pero hacen falta
estudios.
12

documental llamada libros de probanzas de cursos. Dos o tres compañeros juraban


ante el secretario, “probaban”, la asistencia regular de un colega a las lecciones de
cierto catedrático, y el tiempo que las había “oído”.
El archivo de la real universidad de México contiene 66 libros de probanzaspara
todas facultades, más unos cuantos de gramática y retórica. En contraste, el inventario
de Lima apenas menciona dos, limitados a Artes. Tan abierta divergencia obliga a
plantear si esas series habían desaparecido ya en 1847, o si se consignaban de otra
manera.No viene al caso sugerirque semejante control era irrelevante para los
limeños. Entre los contados libros que sobreviven en su archivo, existen dos libros de
grados de bachiller en cánones. Ellos revelan que las probanzas se aportaban al
momento de solicitar el grado de bachiller al rector, y se incluían en el expediente. Por
razones obvias, tales probanzas correspondían tan sólo a los estudiantes que
accedieron al grado y, por consiguiente, probaron su asistencia a todos los cursos.Sin
embargo, ¿dónde se consignaban esas probanzas antes de que el aspirante a grado las
presentara al rector? Conviene examinar los pocos libros de grados de bachiller
conservados para otras facultades de San Marcos, como medicina, 18 para ver si
también ahí aparecen probanzas.De las restantesuniversidades reales, la de
Guadalajara sí dedicó libros específicosa las probanzas. No resulta claro si
enGuatemala y Santiago de Chile sólo se guardaron las probanzas incluidas en los
expedientes de grados o si tales registros se perdieron.
En cuanto a las probanzas en las universidades de las órdenes, Los jesuitas de
Córdoba las llevaban al parecer con mucho cuidado, ytales registros prosiguieron con
los franciscanos y aun después de la Independencia. Algo semejanteocurría en otros
colegios de la Compañía, como los de Quito y Bogotá. En lo tocante a las dos
universidades de agustinos, no queda el menor rastro documental, en el improbable
caso de haberlos habido. En cuanto a las dominicas, sólo parecen quedar rastros
documentales más o menos seriados de la universidad tomística de Quito, inaugurada
en 1690, y en relación con la de La Habana, a partir de 1728.Para las restantes, hasta
donde los papeles accesibles a los investigadores lo permiten, no es posible verificar si
tenían libros de probanza de cursos.
Los libros de gradosmenores y mayores constituyen –al lado de los papeles de
carácter jurídico- la serie más constante en los archivos universitarios de cualquier
modelo. A fin de cuentas, su único rasgo común y su distintivo por antonomasia era la
facultad de graduar. Por lo mismo, cada universidad tenía o debía conservar un
cuidadoso control escrito de los grados que otorgaba o incorporaba. Esto no significa
18
Se salvaron otros libros, pero para grados mayores. Como vengo señalando, sólo se exigía llevar cursos
para el grado de bachiller. Por lo mismo, la documentación sobre grados mayores nada informa sobre
probanzas. Queda un libro para grados mayores y menores de medicina, y en los de bachiller, se puede
explorar cómo se procedía. En el apartado correspondiente a Lima se dará cuenta del contenido actual
del archivo.
13

que todasprocedieran de modo uniformeal consignar esos registros ni, menos


aún,quehoy se conserve la totalidad de los libros y expedientes de los graduados. Se
puede hablar de información serial para México, Córdoba,Guatemala, Caracas, Chile y
Guadalajara. Parael caso de Quito se conservan diversos registros de grados para la
universidad de San Gregorio, tanto para los años que estuvo a cargo de los jesuitas,
como cuando pasó a manos del clero secular, tras la expulsión de la orden. Al parecer,
también existe documentaciónpara La Habana. Y si bien en Caracas y Guadalajara las
series se conservan íntegras, en los otros casos la pérdida de uno o más libros da lugar
a inevitables lagunas. Hay indicios no verificados de que la universidad- seminario de
San Antonio Abad, de Cuzco, también conservaría sus series íntegras. Hay también
casos intermedios como lasjesuíticas de Santafé y Guatemala, y las dominicas de Chile,
Quito, Guatemala y Santafé, y la agustina de Quito, con información serial sólo para
ciertos periodos. Tal vez haya elementos también para reconstruir la serie de
graduados de Lima en el siglo XVI. Sin embargo, sólo el estudio detenido de todas esas
fuentes, como el que se lleva a cabo en este momento sobre la Javeriana de Santafé,
dará noticia cierta de lo que cada una posee, a pesar de las pérdidas. Por último, es
altamenteprobable quehayan perecido losregistros de grados de las universidades
jesuíticas de Mérida de Yucatán, Cuzco y Chuquisaca, los de la secular de Huamanga, la
agustina de Bogotáy todas las de Santo Domingo...En tales casos, a falta de series,
pueden surgirnoticias sueltas oque cubrenperiodosbreves,junto a enormes lagunas.
Aveces,los déficit responden a descuido de la institución para conservar sus papeles;
en otros casos, la pérdida total o parcial respondió a vicisitudes históricas muy
concretas o a mezcla de factores.
En las universidades reales,era reglas abrir un expediente, llamado auto por cada
grado mayor, que consignaba todos los pasos. Éste se guardaba enlas gavetas del
archivo con una cubierta protectora y tal vez sujeto por un hilo. Si no se perdía o
dañaba, más tarde se lo podía reunir en un legajo con expedientes análogos.
Ocasionalmente se los encuadernaba, sin duda para facilitar su conservación.El grado
de bachiller, el más común en la mayoría de las universidades, no solía requerir de
gran aparato ni merecía,en todos los tiempos y universidades, prolijos registros
académicos, pero es necesario estudiar con más detalle la documentación particular
de cada institución.
A la vez queexpedientes sueltos,solíahaberregistros seriales “por memoria”,con
nombre delos graduados y los datos básicos sobre cada grado. A diferencia de los
autos, estos libros se elaboraban exprofeso para recoger series completas y, en
ocasiones, como en Guadalajara o en la universidad exjesuita de San Gregorio de
Quito, se adjudicaba un número progresivo a cada registro, lo que permite detectar
eventuales lagunas.En México,el archivo no poseeexpedientes aislados ni legajos
sueltos,pues periódicamente se los encuadernaba. Lo tocante a grados menores ocupa
14

al menos 26 libros y alrededor de otros 24 consignan los mayores. De ese total, una
parte corresponde a los mencionados registros alfabético-cronológicos, yel resto, a
expedientes encuadernados. Para Lima, el inventario de 1877 menciona 45 libros de
grados de bachiller, licenciado y doctor en todas facultades, más 16 “legajos de
expedientes de grados correspondientes a los años de 1698 a 1849”; por fin, “Trece
libros de registros de grados de 1665, á 1755”. Por desgracia, de todo ese conjunto,
quedaron apenas cinco libros (ítems 21-25) lo que hace impensable un estudio
comparado de los poblaciones de México y Lima.
En cuanto a las universidades de las órdenes religiosas, si algunas de ellas
realizaron autos sueltos para grados menores o mayores, no parecen haberse
conservado; antes bien, con frecuencia dejaron listas de graduados que pecan de
sucintas y esporádicas, a veces sin mencionar siquiera la facultad o si se trataba de
grado menor o mayor. Así ocurrió con la agustina de San Fulgencio y la dominica de
Santiago de Chile. En tales casos, es difícil determinar silos evidentes lapsos de
tiempoentre uno y otro grado responden a subregistros del secretario oa que sólo
graduabande modo ocasional. Todo indica, por ejemplo, que algunas universidades se
valían de la bula o la cédula real para borlarde vez en cuando a individuos influyentes
que jamás pasaron por las aulas conventuales. Así, de los únicos cinco grados
documentados para la universidad tomística de Santo Domingo en el siglo XVI, cuatro,
o tal vez todos, fueron de doctor: uno en teología para fray Alonso Burgalés, quien
alternó durante décadas el cargo de prior del convento con el de provincial;dos en
medicina, disciplina que no se enseñó durante tres siglos en toda la Española, y dos
más, no especificados.19Los agustinos de Quito eran capaces de conceder en un solo
día,al mismo individuo,los tres grados en teología y cánones;la segunda disciplina,
nunca la impartieron. Así mismo,cuando sus licencias para graduar habían expirado
por mandato de la orden y del rey, aún doctoraban a solicitantes de Popayán, sin que
éstostuvieran que molestarse en acudir al grado; los certificados se les enviaban por
correo.20
Lo poco conservado en torno a los grados de las universidades jesuíticas, y los
fondos de las dominicas de Quito y La Habana, permiten apreciar que sus registros
eran más cuidadosos y daban cuenta de las tentativas, es decir de los actos
académicos previos a la laurea. Por otra parte, las universidades de regulares que

19
Enrique González González, "Pocos graduados 'pero muy elegidos': La Universidad del convento de los
predicadores en la isla de Santo Domingo 1538-1693", en Rodolfo Aguirre (coord.), Espacios de saber,
espacios de poder. Iglesia, universidades y colegios en Hispanoamérica, siglos XVI-XIX, México, IISUE-
UNAM et al., 2013, pp. 23-56. Parece que los primeros se impartieron apenas recibida la bula, en la
ciudad, por 1542; el quinto y último documentado para toda la centuria, hacia 1554.
20
Fernando Campo del Pozo, “Constituciones y graduaciones de la Universidad de S. Fulgencio de
Quito”, en Archivo Agustiniano. Revista de Estudios Históricos, 82 (Valladolid 1998), pp. 193-228. El
autor se indigna por las “calumnias” contra la universidad de su orden, pero edita documentación que
prueba lo mismo que él niega.
15

lograron sobrevivir a las reformas borbónicas fueron objeto de una mayor vigilancia
real, que fue mermando el poder omnímodo de las órdenes a favor de una mayor
presencia de las autoridades reales y del clero secular, así como de la celebración de
claustros de doctores y un mayor cuidado en los registros.Es de notar que el único libro
de grados conservado de la universidad tomística de Bogotá arranca de finales del
XVIII, apenas expulsada la compañía, cuando las autoridades virreinales
buscabansuprimirla para abrir una pública. Los jesuitas, al menos hasta donde ilustran
los casos de Córdoba y Quito, consignaban los exámenes de cada aspirante a bachiller
y otras formalidades relativas al acto. 21 Sin embargo, como solían otorgar el mismo
díalos tres grados de bachiller, licenciado y doctor, los expedientes pecan de sucintos.
En lo tocante a instituciones del clero secular, la universidad-seminario de
Caracas conserva hasta hoy el padrón de sus graduados, al parecer íntegro, consignado
en libros-índice y en numerosos autos.La universidad ha editado la nómina completa
desde la inauguración hasta los años setenta el siglo pasado. 22Y aunque para San
Antonio Abad de Cuzco se preservaríanlas series de sus grados (“libros de
aprobaciones”), no he podido verificar la información ni su carácter. 23 Los
impedimentos para acceder a los documentos de Huamangano permiten pronunciarse
al respecto.
Otro género de papelería escolar presente, al menos en principio, en los archivos
de cualquier universidad colonial, son los expedientes relativos a los incontables actos
académicos, o “de conclusiones”, celebradoscon gran frecuencia en sus aulas. Éstos
podían ser “de ostentación”, con motivo de la visita a la universidad de un alto
personero secular o eclesiástico, o también eran parte de los requisitos para graduar
en cualquier facultad, ytales constancias solían unirse a los expedientes,pero a veces
formaban una serie particular, como en México, donde tres libros recopilaron “Actos”
de 1718 a 1837.24En ciudades con imprenta, ésta solía ocuparse para estampar un
resumen del acto o, al menos, los carteles con la convocatoria. Nada impide que en
otros acervos universitarios se recopilaran series análogas, se conserven o no.

21
En Bogotá, los dominicos elaboraron estatutos en 1625, pero al parecer los olvidaron, pues cuando el
fiscal los solicitó al rector en 1770, éste declaró “no haverlos”. Los enemigos de la universidad se
quejaron del exceso de abogados, a causa de “la facilidad con que por la universidad y convento de
predicadores se conferían los grados de doctor en jurisprudencia sin los cursos necesarios”, y que para
otorgarlos no había otro arancel “que la voluntad de los religiosos”. AGI, Santa Fe, 759, f. 688.
22
Universidad Central de Venezuela, Egresados de la Universidad Central de Venezuela. 1725-1995,
Caracas, Ediciones de la Secretaría, 1996. T. I: 1725-1957, t. II, vol. I: 1958-1981; t. II, vol. II: 1982-1995;
presentación Alix García, textos históricos Ildefonso Leal. Es de notar, sin embargo, que, al extender la
anacrónica designación de egresados a la época colonial, se diluye el sentido que los grados tenían en
las universidades del antiguo régimen.
23
Véase, Horacio Villanueva Urteaga , “Dos capítulos de la Historia de la Universidad del Cuzco”, en
Revista del Instituto Americano de Arte, 10 (Cuzco, 1960), pp. 9-42.
24
Al realizarse el inventario del archivo, en 1930, había tres: AGNM- RU: 133-135. Con posterioridad
desapareció el primero, con actos de 1718 a 1749.
16

De igual modo, solía guardarse memoria de certificaciones otorgadas a un


cursante o graduado. Esto se halla particularmente documentado en México, debido al
monopolio en el otorgamiento de grados que la universidad logró mantener hasta
1792 (cuando surge Guadalajara), en un territorio que abarcaba desde Oaxaca o
Chiapas, en el sur, hasta Chihuahua e incluso las provincias más al norte.Los cursantes
de todos aquellos colegios de regulares y seculares aspirantes a grados, debían acudir
a México. De ahí la presencia de decenas de libros con documentación aportada por
colegiales foráneos, en particular de la opulenta Puebla de los Ángeles. Lima, en
cambio, fue incapaz de impedir la instalación de universidades del clero secular en
Cuzco y Huamanga, y debió resignarse a la actividad de las jesuíticas, dominicas y
agustinas de Cuzco, Charcas, Córdoba y Quito, para no hablar de otras más alejadas,
como Santiago de Chile y Santafé. Por lo mismo, si un estudiante podíaviajar con más
comodidad a cualquiera de las mencionadas ciudades, y graduarse a menor costo,
evitaba ir a Lima. Quizás por ello los inventarios de su archivo no revelan la presencia
de series sobre estudiantes foráneos.
El virreinato novohispanollegaba hasta las provincias de Yucatán y Guatemala,
donde se establecieron universidades. Era a tal grado difícil desplazarse desde ambas
regiones hasta México, que su universidad nunca consideró una sangría el que los
estudiantes dedichos obispados no se graduaran en la capital virreinal. Por lo mismo,
resulta explicablequeMéxico diera su aval para la fundación de la real universidad de
San Carlos en Guatemala, erigida en 1676.En cambio, se opuso con éxito al
surgimiento de la vecina Oaxaca y contuvo hasta 1791 los reiterados intentos de
Guadalajara por abrir universidad.
Los padrones escolares incluían también, y de modo destacado, todo lo relativo a
cátedras y catedráticos. En el caso de las universidades reales y las del clero secular, el
archivo solía acumular información sobre las cátedras, su renta, las oposiciones para
ganarlas y lo relativo a los titulares: arribo, promociones, faltas, jubilaciones...En todas
ellas, las cátedras de las cinco facultades y aun las de gramática o retórica, sólo se
asignaban de modo legítimo si mediaba un concurso entre uno o más aspirantes. En
México, por cada oposición se levantaba un expediente o auto, tan extenso como el
caso exigía.Por lo común los aspirantes superaban la decena.Al igual que los autos de
los grados, los de concursos de oposición se acumulaban sueltos hasta que un visitador
mandabaordenarlos y encuadernarlos. Así, los libros de cátedras y catedráticos suman
36. En Lima, y resulta sorprendente, el inventario no consiga autos de provisiones de
cátedras, a menos que se incluyan entre los 16 libros designados como de “fundación
de cátedras” o entre los expedientes no especificados. En todo caso, la papelería
parece exigua. Los archivos de Guadalajara, Guatemala, la universidad de San Felipe,
en Chile, Caracas…,conservan estas series documentales.
17

En las universidades de las órdenes religiosas, la designación dependía sin más


del prior o las autoridades de la orden. Por lo mismo, siempre quese localizan los
archivos conventuales de una provincia, es posible recuperar los nombres de los
lectores de colegios y conventos. En Roma, el ARSI permite reconstruir esas nóminas
colegio por colegio, gracias a los informes que se enviaban allá cada dos o tres años y a
las noticias incluidas en las cartas anuas. A través de los archivos de los agustinos se ha
reconstruido la nómina de lectores de Quito y, al parecer, también de Bogotá. En el
caso de los dominicos, cabe acudir a los libros de los capítulos provinciales o a otros
análogos; al parecer, no hay aúnintentos sistemáticos de reconstruir tales series.
En principio, como vengo señalando, las órdenes sólo podían impartir gramática,
artes y teología. Las universidades reales, las cinco tradicionales de artes, teología,
leyes, cánones y medicina. A veces, en una de jesuitas odominicos había cátedras de
leyes y cánones. En tal caso, su control dependía directamente de la real audiencia o el
arzobispado, no de la orden, y esos catedráticos se proveían por oposición y eran
pagados con dineros que tal vez la comunidad administraba, pero no le pertenecían.

d) Gobierno y finanzas
En cuarto y último lugar, los archivos universitarios, en especial los de instituciones
reales,contienen o tuvieron registros tocantes a su gobierno, administración y finanzas.
En México los libros llamados de gobierno, con la papelería miscelánea que pasaba
ante el rector para su aprobación, se ordenó y encuadernó en unos treinta tomos. Los
inventarios deLima no consignan una serie análoga, a menos que parte de las
disposiciones gubernativas de los rectores se recogieran en los 16 libros que el
inventario clasificó como “de cédulas, decretos y fundación de cátedras”. También es
factible que otra parte de los papeles firmados por el rector emigraran a diversas
series; por ejemplo, a los expedientes de grados; así lo revelan dos de los pocos libros
sobrevivientes: los 16 y 17 de bachilleres en cánones, 25 donde aparece como primera
pieza documental la licencia del rector al estudiante para iniciar los trámites. O quizás
los secretarios no los conservaron.
Es posible que otras universidades reales, más la secular de Caracas, posean
documentación seriada análoga a la de gobierno. En cuanto a las reguladas por las
órdenes, el secretario de la universidad debió redactar diversos mandamientos de los
rectores, pero no hay rastros de ellos, salvo en libros como los de grados. Existen
25
Más adelante se tratará de los libros limeños de grados. Los dos de cánones mencionados los editó
Carlos Daniel Valcárcel, el primero, en El libro 16º de grados de bachiller en cánones 1753-1759, Lima,
Universidad N. M. de San Marcos, 1950, 173 pp. El otro volumen apareció en “Libro de matrículas de las
facultades de Sagrados Cánones y de Leyes de la Universidad, Años: 1792-1805”, en Ella Dunbar Temple
y Carlos Daniel Valcárcel (eds.), La Universidad. Vols. I y III: Libros de posesiones de cátedras y actos
académicos 1789-1826. Grados de bachilleres en Cánones y Leyes. Grados de abogados. Vol. II: La
Universidad. Libro XIV de Claustros (1780-1790), Lima, Comisión Nacional del Sesquicentenario de la
Independencia del Perú, 1972-74, 3 vols; volumen I, pp. 409-527.
18

algunos inventarios de los archivos de las universidades de la Compañía, levantados al


momento de la expulsión, pero no aportan indicios de la existencia de tales papeles.
Por último, tanto el archivo de México como el de Lima revelan la presencia de
libros de cuentas; el inventario del primero, menciona tres tomos de claustros de
hacienda y al menos 70 libros relativos a rentas, obras y asuntos financieros. En Lima,
se habla apenas de 12, y tan sólo en el inventario de 1847. De ese total, se conservan
diez, siete de los cuales corresponden al lapso 1765-1822, es decir, los 57 años finales
del periodo colonial; ¿esto significa que lo tocante a los dos siglos anteriores se
consignó en los cinco restantes? Al hablar en particular del archivo de San Marcos,
abundaré sobre el tema. Sin lugar a dudas,causa perplejidad tan acusado contraste.
En la medida que las órdenes religiosas no solían manejar los gastos derivados de
sus universidades en partida aparte, resulta ocioso preguntar por esos libros de
cuentas. Los catedráticos se designaban según reglas internas de cada religión, entre
sus miembros, y no llevaban salario. En la medida que los estudiantes seculares solían
acudir a las mismaslecciones del convento o colegio que los novicios de la orden, su
presencia no implicaba gastos adicionales. Si los seglares vivían en un colegio
residencia, en régimen de becarios oporcionistas,26cubrían con su beca o con una
pensión anual los gastos derivados de su hospedaje y alimentación, pues las lecciones
eran gratuitas. La contabilidad de esos gastos la llevaba el administrador del colegio, y
era ajena a la universidad. En ocasiones algún bienhechor dotaba una o más cátedras,
pero la orden administraba esa renta, que pasaba a la caja común de la orden, pues
nunca la retenía el lector si era miembro de la comunidad. La universidad se
beneficiaba así de las lecciones, no de la renta. Sólo los fondos destinados a leyes o
cánones, de haber esas cátedras, se contabilizaban aparte; de ahí se pagaba a los
lectores, por lo común laicos o clérigos seculares, es decir, ajenos a la orden. El
inventario de la universidad jesuítica de Bogotá, tras la expulsión, revela la presencia
de papelería sobre la renta de dichas cátedras, pero no de las otras, propiedad de la
orden.27Ahora bien, dado que los doctorandos debían depositar ante el rector el total
de las propinas de su grado, era factible que se llevaran registros de la suma aportada
por cada uno, yde su distribución entre doctores, oficiales y caja de la universidad. En
suma, salvo en lo tocante a las cátedras jurídicas o a las propinas de los grados(localicé
tales registros en la jesuítica de Quito, y en Charcas, después de la expulsión), los
archivos de las universidades de religiosos carecían de libros contables.

26
Había colegios-residencia o convictorios, donde los estudiantes huéspedes podían ser becarios y
sostenerse con la renta de una beca, o convictores, también llamados porcionistas, pues pagaban una
porción anual para solventar los gastos derivados de su alojamiento y alimentación. A más de los
colegios residencia, había los colegios con docencia, alojasen o no a convictores.
27
Ver adelante el Anexo 7.2.
19

El caso de las universidades-seminario conciliar es menos conocido, con la


excepción parcial de Caracas, objeto de diligentes estudios por Ildefonso Leal. 28 Las
rentas del seminario y las cuotas de los convictores siguieron financiando los gastos
diarios del colegio, ante todo el techo y la alimentación de los internos, y el salario de
las nueve cátedras, que, por ser muy corto, a veces se complementaba con algún
legado particular. El claustro de doctores, sin tener la titularidad de las rentas, logró
controlar lo tocante a cátedras y catedráticos gracias a los concursos de oposición.
Pero eran usuales las tensiones, pues siempre coexistieron dos instituciones paralelas:
el colegio -dueño de las rentas- y la universidad. Al parecer, también había fricciones
en Huamanga y Cuzco, incluso cuando la universidad lograba tener rector propio,
distinto del que regía al seminario. Por todo ello, resulta difícil decantar los bienes
correspondientes al seminario de los propios de la universidad, si los tenía, y de qué
modo ésta llevaba los registros de su limitada autonomía financiera.

e) A modo de balance
Según pudo apreciarse, si bien cada archivo universitario era distinto en razón de
sumodelo institucional, todos son susceptibles de agruparse en razón de loscuatro
rubros mencionados, incluso cuando uno o dos de ellos no estaban representados en
cierto tipo de acervos: los papeles de carácter jurídico; los relacionados con las
actividades corporativas; los registros escolares de alumnos,graduados, catedráticos y
cátedras; y por fin, lo tocante a gobierno y finanzas. En el caso de las reales, cabe
esperar documentación serial acerca de los cuatro campos, incluso cuando una parte
apreciable o menor de ella se haya perdido. En las del clero secular, quizás el punto
cuatro no esté debidamente representado, en la medida que el peso principal de las
finanzas recaía sobre el colegio seminario y no sobre la universidad como tal. Pero es
necesario conocer mejor a Caracas, la única institución de ese carácter con abundante
documentación. Por último, resultaría un tanto ocioso buscar documentación relativa a
las elecciones de rector y consiliarios, a las oposiciones para cátedras o libros de rentas
en los archivos universitarios de las órdenes religiosas. Y si es verdad que algunas
llegaron a celebrar claustros de doctores con cierta frecuencia, éstos nunca
gobernaron a la corporación. En torno a tales universidades, basta pues con localizar
documentación de carácter jurídico y registros escolares de estudiantes y graduados.
Por lo expuesto, el investigador actual debe cuidarse del error de buscar en los
archivos universitarios de las órdenes religiosas unas series documentales que quizás
nunca existieron, se llevaron con descuido o que sólo empezaron al ser exigidas porla
corona u otras autoridades internas o externas. Así pues, no conviene descuidar una
circunstancia capital. Cada universidad tenía normas específicas en lo tocante a
28
Mucho agradezco al Profesor Leal el obsequio de un ejemplar de su libro, ya inconseguible, y todas sus
atenciones y auxilio durante mi estancia en Caracas en 2011. Ildefonso Leal, Historia de la Universidad
de Caracas (1721-1827), Caracas, Universidad Central, 1963. Ver en particular, pp. 91-100.
20

gobierno, finanzas, estudiantes, grados y cátedras, pero la práctica, sacralizada a veces


con el nombre de costumbre, tendía a autorizar excepciones de todo tipo, que los
registros escritos reflejan por ausencia o presencia. En consecuencia, cualquier
estudioso de esas viejas instituciones, y en particular de las poblaciones estudiantiles y
docentes, está obligado a esclarecer la distancia que se daba entre las normas y las
prácticas propias de cada una. Ha de medir, en lo posible, no sólo el alcance de la
legislación escrita, sino la medida en que ésta era invalidada por usos y costumbres. De
otro modo, será incapaz de comprender el pasado de una institución y, ante todo, de
realizar recuentos eficaces.

2. Archivos y poderes externos


Previamenteseñalé que no basta con explorar las series documentales internas de
carácter institucional conservadas, o no, en los archivos de cada localidad. Antes bien,
así fuese sólo como complemento, resulta imprescindible localizar los papeles tocantes
a las respectivas instancias externas de poder. Las universidades de carácter real
estaban sujetas a la supervisión más o menos estrecha de la corona. Por una parte, las
autoridades seculares y eclesiásticas de cada lugar se referían ocasionalmente a
subuen o mal funcionamiento, a su posible consolidación y, en especial, aeventuales
conflictos, déficits financieros… Por otra, y de modo paralelo, de tiempo en tiempo la
corona enviaba visitadores que examinaban con mayor o menor rigor la marcha de una
universidad; muy en particular, el manejo de sus rentas. Los informes resultantes iban
a la corte. De igual modo, la corona se atribuía el derecho a confirmar y reformar los
estatutos de cualquier universidad real, y a veces incluso las de los regulares. El
consejo de Indias también solía dictar medidas muy concretas, no sólo de carácter
disciplinar; a vecesincluso pedía una “limosna” para tal o cual requerimiento real. Por
último, a petición de parte, el consejo definía incontables cuestiones de toda clase:
asuntos de protocolo, tan importantes en la época, licencia para ampliar las casas o las
cátedras de una universidad, etc. Un impresionante número de esos papeles se halla,
así sea de modo muy disperso, en el Archivo General de Indias.
Lugar aparte merece la cuestión de los pleitos. Cada vez que un conflicto no se
resolvía en el ámbito local, pasaba al arbitraje del consejo de Indias. Con ese motivo,
no sólo las autoridades locales integraban y enviaban expedientes de diverso grosor;
también las partes en pugna expedían alegatos con sus respectivos argumentos y
pruebas. De ningún modo es desdeñable la información que así se generaba, por más
reiterativos que llegaran a ser los argumentos en pro y en contra, en particular cuando
los pleitos se arrastraban por décadas. Con frecuencia reñían entre sí dominicos y
jesuitas, o una de estas dos comunidades con otra orden y aun con el clero secular, en
torno a sus universidades. Entonces, cada comunidad, para fundar sus alegatos, aducía
copias de numerosos papelesde su archivo. Éstos, no pocas veces resultan decisivos
21

para conocer aspectos capitales de una institución,ya que con frecuenciasólo


sobrevivieron por haber pasado a tales expedientes judiciales. Pero, justo por tratarse
de papeles seleccionados ex profeso para apoyar o rebatir argumentos muy concretos,
la información aducida rara vez es seriada y sistemática y, menos aún, neutra; sólo se
aportabalo que parecía favorecer a la causade un contendiente. Por suerte, cada parte
exhibía sus cartas. Mientras más sonado y duradero era un conflicto, mayor rastro
documental dejó en el AGI y otros repositorios trasatlánticos como la Biblioteca
Nacional, la Real y el Archivo Histórico Nacional de Madrid, para no hablar de Roma.
En otras ocasiones, determinada universidad enviaba un procurador a corte para
gestionar asuntos de su interés, sin que mediara un pleito. En 1587 Lima despachó al
doctor Juan Velázquez a gestionar que el consejo de Indias confirmara todas las
concesiones del virrey Toledo al momento de erigir San Marcos. Llegó con un auténtico
arsenal de papeles que, por suerte aún existen en el AGI, así como las minutas de las
diversas etapas de la negociación. En vista de la pérdida del archivo limeño, tan rica
documentación, muy parcialmente editada por Eguiguren, abre las puertas para el
conocimientode las primeras tres o cuatro décadas de la institución. 29Por esas mismas
fechas, el doctor Juan de Castilla llegó a la corte a tratar acerca de los graves
problemas económicos y también políticos que agobiaban a la universidad de México.
Toda la papelería que llevó consigo, y la derivada de sus gestiones, tiene un valor
irreemplazable.30De modo semejante, los pasos previos a la erección de la universidad
de Caracas en el seminario conciliar de la ciudad también están ricamente
documentados en Sevilla.31 El caso de Charcas es singular. La expulsión de la Compañía,
su fuente única de financiación, no significó el cierre de la universidad, pero quedó sin
rentas. Ésta y la audiencia, con aval del arzobispo, integraronun expediente para pedir
subsidio al rey, y en él anexaron toda la documentación jurídica clave en torno a los
orígenes de la universidad jesuítica, en 1624, y la creación de las cátedras jurídicas, en
1681.No resulta claro si el expediente se despachó a la corte, pues no se ha localizado
en el AGI, pero en Charcas hay una versión completa. 32Gracias al expediente estamos
informados sobre esa universidad cuyos archivos perecieron en el siglo XIX. Los
ejemplos podrían multiplicarse.
Por lo que hace alas universidades de las órdenes religiosas, estaban sometidas a
la supervisión periódica por las propias autoridades mediante visitas y otros
mecanismos de control. La documentación, de existir, puede rastrearse, sea en los
29
Lima 337 y Patronato 191 r.1 Si bien Eguiguren publicó varios papeles de Patronato, le interesó de
manera especial la papelería de carácter jurídico, desaprovechando en parte la riquísima información de
otro carácter, y no es seguro que consultara Lima 337.
30
2003, Enrique González González, “Entre la universidad y la Corte. La carrera del criollo Don Juan de
Castilla (ca. 1560-1606)”, en Armando Pavón Romero (coord.), Universitarios en la Nueva España,
México, CESU-UNAM, 2003, pp. 151-185.
31
AGI, Santo Domingo 762.
32
Describo el expediente en el apartado 9.
22

archivospúblicos, o en los de las actuales provincias en cada país o bien en las


instancias del procurador de una orden, asentado en la corte, y con frecuencia
también en los archivos romanos. Pero la tarea no es fácil. Al confiscarse los bienes de
los jesuitas, la práctica totalidad de sus archivos y pertenencias fueron inventariados
por las distintas juntas de temporalidades. Y si bien se conserva la mayoría de tales
censos, incluidos los de las bibliotecas, no sucedió lo mismo con los archivos mismos,
abandonados a su suerte, salvo aquellos papeles de interés hacendario. De ese modo
desapareció la documentación interna de buena parte de las universidades de la
Compañía. Ya en el siglo XIX, durante los procesos de secularización de los bienes de
las órdenes religiosas,efectuados tantoen América como en España,la parte
substancial de sus papeles pasóa archivos estatales, en el mejor de los casos, o bien se
escondió, dispersó o perdió. Algunas comunidades, sobre todo durante el siglo
XX,desenterraron o readquirieronparte de esa documentación, que sólo desde hace
pocoempieza a abrirse al público en algunos lugares. Sin duda, dondelos acervos de las
universidades de regulares se han destruido, el estudioso queda privado de la parte
sustancial de sus fuentes. Con todo, aún queda el recurso a Roma, en los archivos
curiales de cada orden. El de los jesuitas (ARSI) posee documentación tan copiosa
como rica. En cambio, el de los predicadores carece de información seriada sobre sus
universidades americanas con anterioridad al siglo XIX; por su parte, los estudiosos de
los agustinos han encontrado información en Roma sobre sus instituciones
americanas.
Conviene destacar que el rey -a resultas de una tradición que se remonta a la
Edad Media, reforzada por su patronato sobre toda la iglesia indiana- se adjudicaba
múltiples poderes en torno a las universidades. En primer lugar, sólo su aval permitía
confirmar la erección de cualquiera de ellas.De igual modo, hallaba motivos para
supervisarlas,sin exceptuar las de los religiosos. Antes de los Borbones, la corona
aprovechaba los conflictos entre las órdenes para intervenir en ellas; también, cuando
una autoridad local reportabapresuntas irregularidades a la metrópoli.Con la nueva
dinastía, no se necesitaban excusas.
En efecto, la injerencia real en todos los campos y, por supuesto en las
universidades,creció conforme se introducían las reformas borbónicas en territorios
indianos. Desde entonces dejó de haber miramientos respecto de si una institución era
real o propiedad de las órdenes. Baste recordar que en 1767 el monarca suprimiódiez
universidades jesuíticas de un plumazo, sin contar la de Filipinas, y que sólo tres de
ellasevadieron la extinción definitiva. También tocó a los Borbones la clausura final de
las dos universidades agustinas y de dos dominicas. Desde su arribo, justo por su
creciente intervencionismo y afán centralizador, se generaron más papeles que nunca
en torno a las universidades, así los que partían de Madrid a las Indias, como los que
viajaban en sentido inverso. Parte de ese vaivénes susceptible delocalizar en Sevilla.
23

En suma, por más breve, azarosa o poco relevante que haya sido la existencia de
cualquier universidad colonial, y por grandes que fuesen las pérdidas de su archivo
institucional, siempre dejó rastros en la papelería de alguna instancia externa de
poder. De todas ellas, nunca se insistirá lo suficiente en la importancia medular del
archivo del consejo de Indias. Aparte de los aludidos pleitos, visitas, mandamientos
reales y delas procuraciones y peticiones varias, hay otro aspecto de su acervo, poco
explorado. Deriva de que numerososgraduados en busca de promoción enviaban sus
relaciones de méritos a la corte.33 Entre otros asuntos, siempre informabande la
institución donde estudiaron,sus gradosy sus actividades en la academia. Se trata de
documentos de inapreciable interés para la historia social del gremio universitario: qué
méritos alegan, qué cargos han obtenido, apoyados en sus grados, los puestos a que
aspiran…
Así pues, la información guardada en el Archivo de Indias reviste unaimportancia
difícil de sobreestimar,y no sólo para las universidades que perdieron sus acervos. Sin
duda, México, Córdoba, Caracas o Guadalajara contienen riquísimas series de registros
académicos y de otro orden,pero su historia no deriva únicamente de ellos. Las pujas
de los poderes externos por controlar una universidad rara vez se documentande
modo suficiente en los legajos domésticos. Es poco probable que, sin el AGI,se
hubiesedescubierto la honda pugnaen torno a la real institución que enfrentó en
México, por más de medio siglo, al arzobispo y el cabido, por una parte, y al virrey y la
audiencia en el otro bando.34Y lo que vale para México, puede aplicarse a su manera a
toda la geografía hispanoamericana.La inagotable papelería del AGIes fuente
irreemplazable para el estudio de cuantos asuntos universitariosen algún momento se
trataron en Castilla: aquí pudo quedar el rastro de los debates que suscitaron y las
conclusiones a que se llegaba, no siempre aplicables en tan lejanos territorios. El
Consejo de Indias era la instancia central desde la cual sedefinían las políticas
metropolitanas para con los territorios de ultramar, de ahí quesus fondos constituyan,
en mayor o menor medida,el archivo paralelo de toda universidad colonial, si bien su
información no siempre resulta fácil de detectar y extraer.
A medida que ese archivo avanza en la titánica tarea de digitalizar sus fondos y
subirlos a la red, las perspectivas de investigación se enriquecen. En cambio, el manejo
directo de sus legajos no siempre es una tarea grata y redituable: los instrumentos
manuales de consulta suelen pecar de anticuados o de someros –a veces se reducen a
fotocopias de guías elaboradas en el siglo XVIII-; el personal no siempre es amable con
33
En lo tocante al México borbónico, Rodolfo Aguirre ha rastreado sistemáticamente en Sevilla tales
memorias de vida. Quedan por explorar los siglos XVI y XVII, y las misivas enviadas desde los restantes
territorios indianos.
34
Enrique González González, “Los poderes públicos en la conformación de la universidad de México en
el siglo XVI”, en Francisco Javier Cervantes Bello, Alicia Tecuanhuey Sandoval, María del Pilar Martínez
López-Cano (coords.), Poder civil y catolicismo en México, siglos XVI-XIX, México, Instituto de Ciencias
Sociales y Humanidades, BUAP, Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM, 2008, pp. 45-74.
24

los usuarios y no en todos los casos parece muy dispuesto a auxiliarlos cuando
tropiezan con las dificultades de manejar un acervo tan complejo. Además, se trata del
único archivo del Estado español que no da servicio por las tardes, a pesar de que la
inmensa mayoría de los investigadores acuden desde lejos, con frecuencia de ultramar,
y cuentan con tiempos muy reducidos para su estancia en una ciudad cara, sin contar
las altas sumas pagadas por pasajes. Peor aún, comose prohíbe al usuario fotografiar
por sí mismolos documentos no digitalizados, el costo por las reproducciones a cargo
del AGI es muy elevado. Y si lo anterior fuera poco, debido a la sobrecarga de trabajo
del departamento de reprografía, su expedición al usuario puede demorar siete meses
o más. Por suerte, con los recambios generacionales, las cosas van cambiando para
bien; y por encima de todo, la alegría de descubrir un buen documento compensa en
parte las contrariedades.

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