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Archivos Universitarios Cuarta A
Archivos Universitarios Cuarta A
de 1881) y las del clero secular, tendían a cuidar mejor su memoria histórica, dada su
mayor entidad. Además, su contacto con la metrópoli era más estrecho, por lo que
también suelen tener mayor presencia en los legajos del Archivo de Indias. En cambio,
las órdenes, con importantes excepciones, no tendían a llevar archivos universitarios
en forma, y buena parte de sus registros se perdió. En parte, porque casi todas sus
universidades se extinguieron antes de la independencia, por lo que en adelante sus
papeles carecerían de interés práctico; pero también porque, tratándose de
instituciones mal diferenciadas de los conventos y colegios que las alojaban, rara vez
hicieron distinciones netas entre los asuntos de la orden yaquellos específicamente
universitarios. Esto sin contar que, al no depender directamente de la corona, su
relación con el consejo de Indias era menos estrecha y sólo ocasionalmente llegaron a
Madrid papeles relacionados con ellas, salvo los muy abundantes derivados de sus
pleitos.
tomaré como marco de referencia el examen comparado de los archivos de las dos
universidades reales por antonomasia, México y Lima. Una vez expuestos los
principales tipos de registros de una y otra, procederé, en términos muy generales,
aesbozar el carácter de los archivos de otras universidades reales, destacando
semejanzas y diferencias. A continuación, me ocuparé de los acervos que poseían las
del clero regular, hasta donde la documentación localizada lo permite, manteniendo
como referente la subdivisión cuatripartita. También me trataré, muy por encima, del
caso de las universidades seminario. En la segunda parte del libro, al pasar revista,
ciudad por ciudad, a la documentación localizada en torno a cada universidad, de
nuevo se clasificarán sus acervos en razón de esos cuatro rubros. Por tanto, lo que se
exponga en este apartado de un modo general, se podrá ver adelante con mayor
detalle.
Para examinar el archivo de la Real Universidad de México, partode un índice de
1930, según el cual, el acervo poseía entonces 570 volúmenes, todos encuadernados,
sin expedientes sueltos (1551–1863).1 El acervo de la época colonial y primera mitad
del siglo XIX de la Real Universidad de San Marcos de Lima, se perdió casi en su
totalidad desde 1881, peroexiste un inventario de la segunda mitad del siglo XIX,
levantado por el secretario, que se publicó en 1877, justo en vísperas de la invasión
chilena.2Da cuenta de 152 entradas, entre libros y legajos (1576-1867). De modo
complementario recurro a otro, mucho más sucinto, de 1847, inédito hasta ahora. 3
eran cuestionadas y estorbadas por las autoridades reales. En otros casos, como en
Mérida, que aplicaba casi subrepticiamente una bula de Pío V, la universidad vivía
expuesta a ser descubierta y obligada a cerrar.
Los estatutos y constituciones, documentos sin duda sobrevalorados por la
historiografía tradicional, están presentes en los archivos de México y Lima (en ésta, en
versión impresa), y en la mayoría de los archivos universitarios, tanto delas
instituciones reales como de las gobernadas por dominicos, jesuitas, agustinos y las del
clero secular, pues de casi todas se conserva al menos uno de los sucesivos cuerpos
normativos. Ahora bien, mientras los estatutos de universidades reales y del clero
secular dedican parte apreciable de su texto a asuntos como la elección de rector y
consiliarios, los mecanismos para proveer las cátedras por oposición, los salarios, y en
ocasiones también regulan el contenido de los cursos, nada de esto aparece en los
estatutos universitarios de las órdenes religiosas, pues ellas decidían todo lo
concerniente a esos asuntos. Tampoco suelen tratar de finanzas, fuera de las propinas
por los grados, y rara vez se ocupan de los claustros, pues no los había, o no tenían
facultades ejecutivas, tan sólo deliberativas. En suma,los cuerpos normativos de tales
universidades suelen reducirse a tratar de matrículas, cursos y grados.
También caben en este primer rubro, de documentos de carácter jurídico, los
libros de Aristóteles, Galeno y los autores oficialesde las otras facultades. Ello obedece
a que, universidades como México y Lima,tenían un ejemplar de tales obras en el
archivo para que los opositores a cátedras y a otros actos académicos picaran en sus
páginas un pasaje al azar, mismo que serviría de base para su exposición pública. Por el
mismo procedimiento se seleccionaba el tema por exponer en las lecciones
reglamentarias, o tentativas, previas al otorgamiento de diversos grados 10No consta
documentalmente, pero es posible que otro tanto ocurriera en las demás
universidades, incluidas las de los regulares. Es cierto que en ellas no se recurría a las
oposiciones para designar catedráticos, pero en muchas de ellas sí se “picaban” puntos
para las tentativas.
En la medida que todas las universidades, con independencia de su modelo
institucional, requerían una fundamentación jurídica para operar, este primer grupo
documental, como pudo apreciarse, se localiza de un modo u otro en todos los
archivos universitarios.
10
El inventario limeño de 1847 consigna catorce libros de este carácter: desde un Diccionario de Nebrija
hasta un Corpus de derecho civil, otro de canónico, Pedro Lombardo y Santo Tomás. Al no aparecer ya
en 1877, es posible que los volúmenes hubieran pasado para entonces a la biblioteca. En México, sólo
quedó rastro de cuatro volúmenes, para puntuar en artes y en medicina, vols. 470-473.
7
b) La corporación universitaria.
En segundo lugar, los archivos universitarios podían recoger la documentación tocante
a las actividades corporativas, es decir, colegiadas, de una institución. Esto vale en
especial, pero no de modo exclusivo, para las universidades reales y las del clero
secular. El documento clave de esta serie lo constituyen los libros de actas de sus
claustros académicos, también llamados “de acuerdos”, o juntas de doctores. A partir
de tales deliberaciones, la institución se autogobernaba en todo lo tocante a la
elección de autoridades y funcionarios administrativos, a docencia, grados, gobierno
interno, rentas y en lo concerniente a sus relaciones con los poderes externos. De igual
modo, las actas de tales juntas dan cuenta de otros asuntos, como la participación o no
en actividades sociales: ciertos desfiles, procesiones y en general, celebraciones cívicas
y religiosas.
En una universidad de tipo claustral, el “rector y claustro” ostentaban
jurídicamente la titularidad de la corporación, de ahí que muchas cartas reales estén
dirigidas a esa figura dual. Por lo tanto,los libros de claustros, desatendidos por
numerosos historiadores tradicionales, revisten importancia capital. La existencia o no
de tales juntas, su frecuencia y el poder de los claustros en el seno de cada
universidad, es un indicador fundamental para valorar el contrapeso (grande o
pequeño) que la comunidad de los doctores era capaz de ejercer en ante las
autoridades externas, fuesen los ministros de la real audiencia,el virrey, el obispo, el
prior del convento o el rector del colegio de la compañía.
En México se conservan, con una laguna (1602-1608), treinta libros de claustros
que van de 1553 a 1863, fecha de la última y definitiva clausura de la antigua
universidad, si bien 28 de ellos –la aplastante mayoría- corresponden al periodo
colonial. En 1847, Lima poseía 17 libros, “desde el 1° que es de la fundación de la
universidad hasta el corriente.” La enorme diferencia numérica entre los libros
claustrales de ambas instituciones impone la pregunta acerca de si el claustro de
doctores limeño tenía un menor peso en el gobierno de la corporación. Dado que
todos se perdieron, salvo el XIV,un libro de gran formato, resulta imposible responder
a la cuestión de si los claustros se reunían con mayor frecuencia en México que en
Lima, o si los libros de ésta eran más voluminosos y consignaban mayor número de
sesiones.
El archivo de la universidad real de Chile, inaugurada en 1747, conserva la serie
completa en cuatro libros, llamados “Acuerdos de la universidad”. En Guatemala se
extravió el primero, que iba de 1686 a 1755, pero quedan otros tres, hasta 1831. En
Guadalajara también falta el 1, de 1792 a 1800, si bien los libros de claustros de
consiliarios están completos, lo que aporta información sobre las elecciones rectorales
y las provisiones de cátedras, actividades sustantivas del llamado “claustro menor”.No
8
11
Archivo General de la Universidad Central del Ecuador, Libro de Grados de la universidad de San
Gregorio, 1709-1770. Se localizan en las fojas 300-309. Agradezco a la Mtra. María del Carmen Elizalde,
Jefe del Archivo, y al personal de apoyo, su excelente atención.
9
largo de dos siglos ni siquiera se dictó estatutos, tampoco celebraba claustros. Sólo a
partir de 1739 se le obligó a adoptar las normas de La Habana, y entonces abrió su
primer libro, no por casualidad, ante el presidente de la audiencia. Al fin, en 1752 optó
por formar normaspropias, aprobadas por el rey en 1754, que preveían claustros. 12 En
Bogotá, éstos habrían comenzado sólo tras la expulsión de los jesuitas, cuando las
presiones del rey y la audiencia obligaron a la orden dominicana a introducirlos. Esas
actas, al parecer, se perdieron.
En lo tocante a las universidades creadas en un seminario conciliar, consta que
Huamanga y Caracas tenían con regularidad claustros doctorales. Las actas de la
primera parecen guardarse en un volumen en la infranqueable biblioteca del convento
franciscano de Ayacucho. Las de Caracas constan de cinco tomos (1725-1843). En
cuanto a San Antonio Abad, de Cuzco, la pobreza de la documentación localizada, más
la negativa de las autoridades del actual seminario a permitir el acceso a sus archivos
impide decidir.
c) Registros escolares
En tercer lugar, los archivos universitarios conservaban múltiples registrosde carácter
escolar. Su magnitud y complejidad dependía, ante todo, del número de estudiantes y
de cátedras. La parteprincipal de esapapeleríatiene que ver con alumnos y graduados;
el resto, según el tipo de universidad, con los catedráticos. En lo tocante a los
escolares, solía haber, de entrada, libros de matrículas. También era común consignar
certificaciones relativas a las lecciones cursadas, bien en las propias aulas o en las de
conventos y colegios incorporados: se recogían en los llamados libros de probanza de
cursos. De igual modo, la papelería relativa a los estudiantes guardaba constancia de
los grados menores y mayores otorgados en cada facultad; con frecuencia, también
daba cuenta de cada uno de los pasos estatutarios queun aspirantedebía cumplir para
graduarse: probanza de cursos, actos “de conclusiones”,exámenes, si había. En algunas
universidades las lecciones previas se llamaban “tentativas”.A veces, como en Lima, los
libros de grados incorporaban toda la papelería previa. En otros lugares, los
expedientes relativos a cada grado se conservaban sueltos en el archivo,
acumulándose con desorden en las gavetas, o se los agrupabaen legajos. Podía ocurrir,
como en México,que un visitadorordenara al secretario agruparlos y encuadernarlos
para facilitar su conservación; tal vez en el ínterin más de uno se había perdido o
resentíadaños por humedad y otros factores.De modo paralelo, se levantaban libros en
toda forma para llevar índices de los grados otorgados por cada universidad, con los
datos básicos: nombre del borlado, lugar, fecha, facultad y tipo de grado; tal vez
también el otorgante y los padrinos. De igual modo,se guardaba memoria de quienes
12
Véase Cipriano de Utrera, Universidades de Santiago de la Paz y de Santo Tomás de Aquino y
Seminario conciliar de la ciudad de Santo Domingo de la Isla Española, Santo Domingo, Padres
Franciscanos Capuchinos, 1932, pp. 262-265, con la justificación documental.
10
permitirá precisar qué años se consignaron en cada caso. En Bogotá, los riquísimos
archivos del colegio jesuita y exjesuita de San Bartolomé, en combinación con los del
colegio del Rosario, autorizan a ensayar una reconstrucción indirecta de los
estudiantes bogotanos, en la medida que ambos conservan la documentación relativa
al ingreso de los colegiales. Renán José Silva lo intentó, hace tiempo,para el siglo
XVIII.15En cuanto a las universidades jesuíticas cuyos libros de matrícula
desaparecieron, en caso de haber existido, 16 el examen sistemático de las cartas anuas
ylos informesenviados con regularidad a Roma por cada provincia de la Compañía,
permitiría obtener datos, si se quiere aislados, pero indicativos, acerca de la población
escolar de las distintas universidades de esa orden.
Es probable que no pocas universidades de las órdenes ni siquiera hubiesen
llevado libros de matrículas. Estas implicaban una docencia estable, al menos en artes
y teología, con afluencia habitual de estudiantes seculares que se graduaban, primero,
de bachiller y, transcurrido el lapso de dos a tres años, llamado pasantía,unos cuantos
de ellos optaran por los grados mayores. Pero si una universidad, como la agustina de
Quito,graduaba con regularidaden facultades en las que no impartía docencia, como
leyes y cánones, y si imponían los tres el mismo día a una persona, en especial a altos
funcionarios de la administración real o a miembros de los cabildos eclesiásticos,
queda fuera de dudaque esos graduados jamás cursaron ahí. La universidad se
limitaría a aprovechar sus privilegios reales y pontificios para lucrar con ellos. 17En tales
condiciones, estaba de más llevar libros de matrícula. Otras universidades fueron
acusadas de prácticas análogas.
Como apunté, en una universidad que funcionara con cierta regularidad, todo
aspirante a un grado de bachiller, a más de matricularse durante cierto número de
años, debía cursar las cátedras previstas por los estatutosen la facultad en que estaba
inscrito. Al solicitar el grado al rector, estaba obligado a probar su asistencia regular a
cada una. Los exámenes al fin del año escolar se introdujeron muy gradualmente; tal
vez los jesuitas fueron los primeros en hacerlo. En el antiguo régimen tampoco había
listas de alumnos, que el catedrático leyera al comienzo de cada lección. Las viejas
universidades controlaban la asiduidad de los escolaresmediante una figura
14
Enrique González González y Víctor Gutiérrez Rodríguez, “Estudiantes y graduados en Córdoba del
Tucumán (1670-1854). Fuentes y avances de investigación”, Mariano Peset y Jorge Correa (eds.),
Matrículas y Lecciones. XI Congreso Internacional de Historia de las universidades hispánicas (Valencia,
noviembre 2011), Valencia, Universitat de València, 2012, vol. I, pp. 431-455.
15
Universidad y Sociedad en el Nuevo Reino de Granada. Contribución a un análisis histórico de la
formación intelectual de la sociedad colombiana, Bogotá, Banco de la República, 1992. Reeditado sin
apéndices, en Medellín, La Carreta, 2009.
16
Es de notar, por ejemplo, que el puntual inventario de los papeles consignados a la universidad
Javeriana de Santafé, no mencionan un solo libro de matrículas; ver Segunda Parte, apartado7.
17
En el caso de Córdoba, incluso si era otorgar el mismo día los grados de bachiller y doctor, parece que,
al menos en el periodo jesuítico, los graduados eran cursantes de la propia institución. Pero hacen falta
estudios.
12
al menos 26 libros y alrededor de otros 24 consignan los mayores. De ese total, una
parte corresponde a los mencionados registros alfabético-cronológicos, yel resto, a
expedientes encuadernados. Para Lima, el inventario de 1877 menciona 45 libros de
grados de bachiller, licenciado y doctor en todas facultades, más 16 “legajos de
expedientes de grados correspondientes a los años de 1698 a 1849”; por fin, “Trece
libros de registros de grados de 1665, á 1755”. Por desgracia, de todo ese conjunto,
quedaron apenas cinco libros (ítems 21-25) lo que hace impensable un estudio
comparado de los poblaciones de México y Lima.
En cuanto a las universidades de las órdenes religiosas, si algunas de ellas
realizaron autos sueltos para grados menores o mayores, no parecen haberse
conservado; antes bien, con frecuencia dejaron listas de graduados que pecan de
sucintas y esporádicas, a veces sin mencionar siquiera la facultad o si se trataba de
grado menor o mayor. Así ocurrió con la agustina de San Fulgencio y la dominica de
Santiago de Chile. En tales casos, es difícil determinar silos evidentes lapsos de
tiempoentre uno y otro grado responden a subregistros del secretario oa que sólo
graduabande modo ocasional. Todo indica, por ejemplo, que algunas universidades se
valían de la bula o la cédula real para borlarde vez en cuando a individuos influyentes
que jamás pasaron por las aulas conventuales. Así, de los únicos cinco grados
documentados para la universidad tomística de Santo Domingo en el siglo XVI, cuatro,
o tal vez todos, fueron de doctor: uno en teología para fray Alonso Burgalés, quien
alternó durante décadas el cargo de prior del convento con el de provincial;dos en
medicina, disciplina que no se enseñó durante tres siglos en toda la Española, y dos
más, no especificados.19Los agustinos de Quito eran capaces de conceder en un solo
día,al mismo individuo,los tres grados en teología y cánones;la segunda disciplina,
nunca la impartieron. Así mismo,cuando sus licencias para graduar habían expirado
por mandato de la orden y del rey, aún doctoraban a solicitantes de Popayán, sin que
éstostuvieran que molestarse en acudir al grado; los certificados se les enviaban por
correo.20
Lo poco conservado en torno a los grados de las universidades jesuíticas, y los
fondos de las dominicas de Quito y La Habana, permiten apreciar que sus registros
eran más cuidadosos y daban cuenta de las tentativas, es decir de los actos
académicos previos a la laurea. Por otra parte, las universidades de regulares que
19
Enrique González González, "Pocos graduados 'pero muy elegidos': La Universidad del convento de los
predicadores en la isla de Santo Domingo 1538-1693", en Rodolfo Aguirre (coord.), Espacios de saber,
espacios de poder. Iglesia, universidades y colegios en Hispanoamérica, siglos XVI-XIX, México, IISUE-
UNAM et al., 2013, pp. 23-56. Parece que los primeros se impartieron apenas recibida la bula, en la
ciudad, por 1542; el quinto y último documentado para toda la centuria, hacia 1554.
20
Fernando Campo del Pozo, “Constituciones y graduaciones de la Universidad de S. Fulgencio de
Quito”, en Archivo Agustiniano. Revista de Estudios Históricos, 82 (Valladolid 1998), pp. 193-228. El
autor se indigna por las “calumnias” contra la universidad de su orden, pero edita documentación que
prueba lo mismo que él niega.
15
lograron sobrevivir a las reformas borbónicas fueron objeto de una mayor vigilancia
real, que fue mermando el poder omnímodo de las órdenes a favor de una mayor
presencia de las autoridades reales y del clero secular, así como de la celebración de
claustros de doctores y un mayor cuidado en los registros.Es de notar que el único libro
de grados conservado de la universidad tomística de Bogotá arranca de finales del
XVIII, apenas expulsada la compañía, cuando las autoridades virreinales
buscabansuprimirla para abrir una pública. Los jesuitas, al menos hasta donde ilustran
los casos de Córdoba y Quito, consignaban los exámenes de cada aspirante a bachiller
y otras formalidades relativas al acto. 21 Sin embargo, como solían otorgar el mismo
díalos tres grados de bachiller, licenciado y doctor, los expedientes pecan de sucintos.
En lo tocante a instituciones del clero secular, la universidad-seminario de
Caracas conserva hasta hoy el padrón de sus graduados, al parecer íntegro, consignado
en libros-índice y en numerosos autos.La universidad ha editado la nómina completa
desde la inauguración hasta los años setenta el siglo pasado. 22Y aunque para San
Antonio Abad de Cuzco se preservaríanlas series de sus grados (“libros de
aprobaciones”), no he podido verificar la información ni su carácter. 23 Los
impedimentos para acceder a los documentos de Huamangano permiten pronunciarse
al respecto.
Otro género de papelería escolar presente, al menos en principio, en los archivos
de cualquier universidad colonial, son los expedientes relativos a los incontables actos
académicos, o “de conclusiones”, celebradoscon gran frecuencia en sus aulas. Éstos
podían ser “de ostentación”, con motivo de la visita a la universidad de un alto
personero secular o eclesiástico, o también eran parte de los requisitos para graduar
en cualquier facultad, ytales constancias solían unirse a los expedientes,pero a veces
formaban una serie particular, como en México, donde tres libros recopilaron “Actos”
de 1718 a 1837.24En ciudades con imprenta, ésta solía ocuparse para estampar un
resumen del acto o, al menos, los carteles con la convocatoria. Nada impide que en
otros acervos universitarios se recopilaran series análogas, se conserven o no.
21
En Bogotá, los dominicos elaboraron estatutos en 1625, pero al parecer los olvidaron, pues cuando el
fiscal los solicitó al rector en 1770, éste declaró “no haverlos”. Los enemigos de la universidad se
quejaron del exceso de abogados, a causa de “la facilidad con que por la universidad y convento de
predicadores se conferían los grados de doctor en jurisprudencia sin los cursos necesarios”, y que para
otorgarlos no había otro arancel “que la voluntad de los religiosos”. AGI, Santa Fe, 759, f. 688.
22
Universidad Central de Venezuela, Egresados de la Universidad Central de Venezuela. 1725-1995,
Caracas, Ediciones de la Secretaría, 1996. T. I: 1725-1957, t. II, vol. I: 1958-1981; t. II, vol. II: 1982-1995;
presentación Alix García, textos históricos Ildefonso Leal. Es de notar, sin embargo, que, al extender la
anacrónica designación de egresados a la época colonial, se diluye el sentido que los grados tenían en
las universidades del antiguo régimen.
23
Véase, Horacio Villanueva Urteaga , “Dos capítulos de la Historia de la Universidad del Cuzco”, en
Revista del Instituto Americano de Arte, 10 (Cuzco, 1960), pp. 9-42.
24
Al realizarse el inventario del archivo, en 1930, había tres: AGNM- RU: 133-135. Con posterioridad
desapareció el primero, con actos de 1718 a 1749.
16
d) Gobierno y finanzas
En cuarto y último lugar, los archivos universitarios, en especial los de instituciones
reales,contienen o tuvieron registros tocantes a su gobierno, administración y finanzas.
En México los libros llamados de gobierno, con la papelería miscelánea que pasaba
ante el rector para su aprobación, se ordenó y encuadernó en unos treinta tomos. Los
inventarios deLima no consignan una serie análoga, a menos que parte de las
disposiciones gubernativas de los rectores se recogieran en los 16 libros que el
inventario clasificó como “de cédulas, decretos y fundación de cátedras”. También es
factible que otra parte de los papeles firmados por el rector emigraran a diversas
series; por ejemplo, a los expedientes de grados; así lo revelan dos de los pocos libros
sobrevivientes: los 16 y 17 de bachilleres en cánones, 25 donde aparece como primera
pieza documental la licencia del rector al estudiante para iniciar los trámites. O quizás
los secretarios no los conservaron.
Es posible que otras universidades reales, más la secular de Caracas, posean
documentación seriada análoga a la de gobierno. En cuanto a las reguladas por las
órdenes, el secretario de la universidad debió redactar diversos mandamientos de los
rectores, pero no hay rastros de ellos, salvo en libros como los de grados. Existen
25
Más adelante se tratará de los libros limeños de grados. Los dos de cánones mencionados los editó
Carlos Daniel Valcárcel, el primero, en El libro 16º de grados de bachiller en cánones 1753-1759, Lima,
Universidad N. M. de San Marcos, 1950, 173 pp. El otro volumen apareció en “Libro de matrículas de las
facultades de Sagrados Cánones y de Leyes de la Universidad, Años: 1792-1805”, en Ella Dunbar Temple
y Carlos Daniel Valcárcel (eds.), La Universidad. Vols. I y III: Libros de posesiones de cátedras y actos
académicos 1789-1826. Grados de bachilleres en Cánones y Leyes. Grados de abogados. Vol. II: La
Universidad. Libro XIV de Claustros (1780-1790), Lima, Comisión Nacional del Sesquicentenario de la
Independencia del Perú, 1972-74, 3 vols; volumen I, pp. 409-527.
18
26
Había colegios-residencia o convictorios, donde los estudiantes huéspedes podían ser becarios y
sostenerse con la renta de una beca, o convictores, también llamados porcionistas, pues pagaban una
porción anual para solventar los gastos derivados de su alojamiento y alimentación. A más de los
colegios residencia, había los colegios con docencia, alojasen o no a convictores.
27
Ver adelante el Anexo 7.2.
19
e) A modo de balance
Según pudo apreciarse, si bien cada archivo universitario era distinto en razón de
sumodelo institucional, todos son susceptibles de agruparse en razón de loscuatro
rubros mencionados, incluso cuando uno o dos de ellos no estaban representados en
cierto tipo de acervos: los papeles de carácter jurídico; los relacionados con las
actividades corporativas; los registros escolares de alumnos,graduados, catedráticos y
cátedras; y por fin, lo tocante a gobierno y finanzas. En el caso de las reales, cabe
esperar documentación serial acerca de los cuatro campos, incluso cuando una parte
apreciable o menor de ella se haya perdido. En las del clero secular, quizás el punto
cuatro no esté debidamente representado, en la medida que el peso principal de las
finanzas recaía sobre el colegio seminario y no sobre la universidad como tal. Pero es
necesario conocer mejor a Caracas, la única institución de ese carácter con abundante
documentación. Por último, resultaría un tanto ocioso buscar documentación relativa a
las elecciones de rector y consiliarios, a las oposiciones para cátedras o libros de rentas
en los archivos universitarios de las órdenes religiosas. Y si es verdad que algunas
llegaron a celebrar claustros de doctores con cierta frecuencia, éstos nunca
gobernaron a la corporación. En torno a tales universidades, basta pues con localizar
documentación de carácter jurídico y registros escolares de estudiantes y graduados.
Por lo expuesto, el investigador actual debe cuidarse del error de buscar en los
archivos universitarios de las órdenes religiosas unas series documentales que quizás
nunca existieron, se llevaron con descuido o que sólo empezaron al ser exigidas porla
corona u otras autoridades internas o externas. Así pues, no conviene descuidar una
circunstancia capital. Cada universidad tenía normas específicas en lo tocante a
28
Mucho agradezco al Profesor Leal el obsequio de un ejemplar de su libro, ya inconseguible, y todas sus
atenciones y auxilio durante mi estancia en Caracas en 2011. Ildefonso Leal, Historia de la Universidad
de Caracas (1721-1827), Caracas, Universidad Central, 1963. Ver en particular, pp. 91-100.
20
En suma, por más breve, azarosa o poco relevante que haya sido la existencia de
cualquier universidad colonial, y por grandes que fuesen las pérdidas de su archivo
institucional, siempre dejó rastros en la papelería de alguna instancia externa de
poder. De todas ellas, nunca se insistirá lo suficiente en la importancia medular del
archivo del consejo de Indias. Aparte de los aludidos pleitos, visitas, mandamientos
reales y delas procuraciones y peticiones varias, hay otro aspecto de su acervo, poco
explorado. Deriva de que numerososgraduados en busca de promoción enviaban sus
relaciones de méritos a la corte.33 Entre otros asuntos, siempre informabande la
institución donde estudiaron,sus gradosy sus actividades en la academia. Se trata de
documentos de inapreciable interés para la historia social del gremio universitario: qué
méritos alegan, qué cargos han obtenido, apoyados en sus grados, los puestos a que
aspiran…
Así pues, la información guardada en el Archivo de Indias reviste unaimportancia
difícil de sobreestimar,y no sólo para las universidades que perdieron sus acervos. Sin
duda, México, Córdoba, Caracas o Guadalajara contienen riquísimas series de registros
académicos y de otro orden,pero su historia no deriva únicamente de ellos. Las pujas
de los poderes externos por controlar una universidad rara vez se documentande
modo suficiente en los legajos domésticos. Es poco probable que, sin el AGI,se
hubiesedescubierto la honda pugnaen torno a la real institución que enfrentó en
México, por más de medio siglo, al arzobispo y el cabido, por una parte, y al virrey y la
audiencia en el otro bando.34Y lo que vale para México, puede aplicarse a su manera a
toda la geografía hispanoamericana.La inagotable papelería del AGIes fuente
irreemplazable para el estudio de cuantos asuntos universitariosen algún momento se
trataron en Castilla: aquí pudo quedar el rastro de los debates que suscitaron y las
conclusiones a que se llegaba, no siempre aplicables en tan lejanos territorios. El
Consejo de Indias era la instancia central desde la cual sedefinían las políticas
metropolitanas para con los territorios de ultramar, de ahí quesus fondos constituyan,
en mayor o menor medida,el archivo paralelo de toda universidad colonial, si bien su
información no siempre resulta fácil de detectar y extraer.
A medida que ese archivo avanza en la titánica tarea de digitalizar sus fondos y
subirlos a la red, las perspectivas de investigación se enriquecen. En cambio, el manejo
directo de sus legajos no siempre es una tarea grata y redituable: los instrumentos
manuales de consulta suelen pecar de anticuados o de someros –a veces se reducen a
fotocopias de guías elaboradas en el siglo XVIII-; el personal no siempre es amable con
33
En lo tocante al México borbónico, Rodolfo Aguirre ha rastreado sistemáticamente en Sevilla tales
memorias de vida. Quedan por explorar los siglos XVI y XVII, y las misivas enviadas desde los restantes
territorios indianos.
34
Enrique González González, “Los poderes públicos en la conformación de la universidad de México en
el siglo XVI”, en Francisco Javier Cervantes Bello, Alicia Tecuanhuey Sandoval, María del Pilar Martínez
López-Cano (coords.), Poder civil y catolicismo en México, siglos XVI-XIX, México, Instituto de Ciencias
Sociales y Humanidades, BUAP, Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM, 2008, pp. 45-74.
24
los usuarios y no en todos los casos parece muy dispuesto a auxiliarlos cuando
tropiezan con las dificultades de manejar un acervo tan complejo. Además, se trata del
único archivo del Estado español que no da servicio por las tardes, a pesar de que la
inmensa mayoría de los investigadores acuden desde lejos, con frecuencia de ultramar,
y cuentan con tiempos muy reducidos para su estancia en una ciudad cara, sin contar
las altas sumas pagadas por pasajes. Peor aún, comose prohíbe al usuario fotografiar
por sí mismolos documentos no digitalizados, el costo por las reproducciones a cargo
del AGI es muy elevado. Y si lo anterior fuera poco, debido a la sobrecarga de trabajo
del departamento de reprografía, su expedición al usuario puede demorar siete meses
o más. Por suerte, con los recambios generacionales, las cosas van cambiando para
bien; y por encima de todo, la alegría de descubrir un buen documento compensa en
parte las contrariedades.