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En sus catequesis sobre la teología del cuerpo humano, enseñó que la corporeidad sexuada «es no
sólo fuente de fecundidad y procreación», sino que posee «la capacidad de expresar el amor: ese
amor precisamente en el que el hombre-persona se convierte en don»[153]. El más sano erotismo,
si bien está unido a una búsqueda de placer, supone la admiración, y por eso puede humanizar los
impulsos.
153. Dentro del contexto de esta visión positiva de la sexualidad, es oportuno plantear el
tema en su integridad y con un sano realismo. Porque no podemos ignorar que muchas
veces la sexualidad se despersonaliza y también se llena de patologías, de tal modo que
«pasa a ser cada vez más ocasión e instrumento de afirmación del propio yo y de
satisfacción egoísta de los propios deseos e instintos»[155]. En esta época se vuelve muy
riesgoso que la sexualidad también sea poseída por el espíritu venenoso del «usa y tira».
El cuerpo del otro es con frecuencia manipulado, como una cosa que se retiene mientras
brinda satisfacción y se desprecia cuando pierde atractivo. ¿Acaso se pueden ignorar o
disimular las constantes formas de dominio, prepotencia, abuso, perversión y violencia
sexual, que son producto de una desviación del significado de la sexualidad y que sepultan
la dignidad de los demás y el llamado al amor debajo de una oscura búsqueda de sí
mismo?
El vínculo matrimonial
1646 El amor conyugal exige de los esposos, por su misma naturaleza, una
fidelidad inviolable. Esto es consecuencia del don de sí mismos que se hacen
mutuamente los esposos. El auténtico amor tiende por sí mismo a ser algo
definitivo, no algo pasajero. "Esta íntima unión, en cuanto donación mutua de
dos personas, así como el bien de los hijos exigen la fidelidad de los cónyuges y
urgen su indisoluble unidad" (GS 48,1).
1648 Puede parecer difícil, incluso imposible, atarse para toda la vida a un ser
humano. Por ello es tanto más importante anunciar la buena nueva de que Dios
nos ama con un amor definitivo e irrevocable, de que los esposos participan de
este amor, que les conforta y mantiene, y de que por su fidelidad se convierten en
testigos del amor fiel de Dios. Los esposos que, con la gracia de Dios, dan este
testimonio, con frecuencia en condiciones muy difíciles, merecen la gratitud y el
apoyo de la comunidad eclesial (cf FC 20).