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Ene/92 Nº 170 - 1

MENSAJE DE AÑO NUEVO 1992 LIMA

Recibimos un año nuevo y, para nosotros, humanos, nos parece sencillo medir el
tiempo. ¿Qué es el tiempo en realidad? Apenas una ilusión, puesto que hay quienes,
como nosotros, hace seis horas, ocho horas, diez horas, ya entraron en esta dimensión
que nosotros ahora, en este minuto, estamos denominando 1 992.

JAL nos habló muchas veces de la ilusión del tiempo. Pero no vamos a empezar
un año hablando de la ilusión, ni de la ilusión del tiempo, sino de otra dimensión
temporal que es la que nos interesa verdaderamente. Y es también otro legado de JAL:
la Revolución Sin Tiempo, las vueltas infinitas que damos siguiendo la Rueda de la
Vida, los ciclos; los giros mediante los cuales nos abrimos paso a través de la oscuridad;
mediante los que, con la Luz del Hacha de Oro, trazamos surcos en medio de las
tinieblas, porque todos, todos, de una forma u otra, soñamos con el Centro, con la Meta,
con la Cúspide del Laberinto donde nos vamos a convertir en Luz, en Fuego.

En verdad, en esta Revolución Sin Tiempo no existen las medidas, sino los
ciclos. Este no es un año más para nosotros, no es un año nuevo: es un nuevo ciclo.

Hace un ciclo, cuando de la misma manera que hoy intentábamos medir el


tiempo, era nuestro Maestro quien de manera viva y presente, nos dirigía la palabra. El
era el que, conciente o inconcientemente, se despedía de nosotros conminándonos, sin
embargo, a que nos encontráramos en Lima, donde El u otro iba a pronunciar este
Mensaje. Entonces, yo no hubiera querido ser el otro, ni tampoco lo quiero ahora: sólo
quiero ser un canal para que JAL hable perpetuamente para nosotros...

En aquella ocasión, JAL transformó un salón, un espacio y transformó unas


horas, un tiempo, en esa Tebas en la que teníamos que habernos encontrado. Y con la
magia de su espíritu y con la magia de sus palabras, todos viajamos y todos nos
encontramos en aquella Ciudad Inmortal, imposible de situar, donde todos somos
quienes somos, mejores, más altos, más puros, más auténticamente Seres Humanos.

Hoy yo quisiera tender un puente y recuperar aquella magia y que, también para
nosotros, esta ciudad de Lima se convirtiera en la Tebas de los prodigios, donde todos
somos mucho más que la apariencia que presentamos, donde todos somos mucho más
que la expresión con la que vivimos, donde todos somos exactamente aquello que
soñamos ser. Quisiera que ahora también nos sintiéramos en Tebas y pudiéramos elevar
nuestra conciencia para ver desde lo alto: ver, prever, revisar... Lo más fácil, lo más
accesible, es examinar, constatar lo que ha sido este último año para nosotros: largo,
larguísimo, y si lo queréis, desde otro punto de vista, breve, cortísimo... Ha sido un ciclo
en el cual no hemos tenido más remedio que enfrentarnos con nosotros mismos y
descubrir cuales son realmente nuestras posibilidades, con qué medios contamos y
cuales son los elementos que tenemos para seguir construyendo círculos y círculos en la
eterna espiral del Laberinto.

Sobre nosotros, acropolitanos, ha caído una tormenta. Han llovido las aguas más
amargas del cielo, han sonado los truenos más duros de escuchar y nos han agitado los
vientos más difíciles de soportar. La tormenta, la tormenta inesperada, la tormenta en la
que nunca nos atrevimos a pensar siquiera, fue aquella que nos arrebató el trozo más
pequeño de nuestro Maestro, aquel al cual El siempre nos enseñó a darle muy poca
importancia: apenas su cuerpo. Termina la tormenta y nos encontramos desesperados,
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mirándonos unos a otros, y sin embargo fuertes, y sin embargo de pie, y sin embargo
seguros, porque hemos podido constatar cuáles son las armas que tenemos en la mano.
Nuestras armas son las de siempre: LA TRADICIÓN, EL DESTINO, LA NECESIDAD
DE EVOLUCIONAR, NUESTRA DOCTRINA Y EL AMOR POR LA HUMANIDAD
a la cual pertenecemos y a la cual al mismo tiempo estamos sirviendo con todas las
fuerzas.

Pero no nos creamos únicos ni nos creamos señalados por el dedo del Destino
porque hayamos tenido que soportar, resistir y levantarnos después de una tormenta.
Todo el mundo está en medio de la tormenta y todo el mundo soporta vendavales.
Veamos si no cómo se abaten tantos y tantos árboles, tantas y tantas civilizaciones que
tardaron siglos en ponerse de pie. ¿Y qué pasa cuando echamos una mirada a nuestro
alrededor? Nuestro mundo no queda precisamente de pie detrás de cada tormenta. Cada
viento y cada tempestad supone para nuestra civilización un baluarte que cae, una
frontera que se destroza, un pueblo que se desangra, una idea que se derrumba... Hay
más violencia, hay más odio, hay más separación. Cada vez tenemos menos soportes
morales, menos soportes materiales. Nuestro mundo, aún en lo material, está
envenenado, y como seres humanos vivimos envenenados. Sólo que nos hemos
acostumbrado a vivir envenenados... Ya nos sabe bien el aire putrefacto, ya nos saben
bien los muertos que comemos...

Y sin embargo, somos nosotros, los más pequeños, los que debemos enseñar al
mundo cómo se superan los vientos y cómo se superan las tempestades.

Sé positivamente, porque soy vuestra Hermana, y porque he nacido entre


vosotros y con vosotros, que todos tenemos problemas, que es fácil hablar de las
dificultades del mundo, pero que es muy difícil enfrentar las dificultades propias. Y sin
embargo, ésta es la batalla más importante que nos va a tocar librar para salir
victoriosos: nuestras dificultades, para que ellas no sean un impedimento en el Camino.

Sé que sufrimos, sé que hay problemas, sé que nos duelen muchas cosas, sé que
no tenemos lo que querríamos tener. Pero eso no es lo importante; lo importante es que
todos, después de un AÑO DE LA CONSTATACION, sabemos, porque lo hemos
comprobado, que podemos superar nuestras propias dificultades. Y en la medida en que
superemos esas dificultades es como nos sentiremos dignos de enseñar a los demás y
dignos de construir un Mundo Nuevo y Mejor.

Mientras afuera construyen como locos una Torre de Babel, mientras fuera de
estas puertas los hombres ni se escuchan ni se entienden y se aturden unos a otros para
no escuchar la voz de la conciencia, nosotros tenemos. que construir una Pirámide cuyo
extremo sea símbolo de Unión y de verticalidad. Nosotros sí tenemos que entendernos,
no podemos aturdirnos, y no es el ruido el que habrá de llenar nuestras almas, sino el
sonido con el que hemos despertado, el Clarín que nos ha llamado y el Clarín que ha de
sonar esta vez por boca nuestra para seguir despertando miles y miles de seres humanos.

Lo nuestro es comprender. Nuestra comprensión ha de ser puente: lo nuestro es


querer saber más; lo nuestro es conocer la Verdad, nuestra Verdad y la de los demás;
entender lo que somos todos y lo que somos cada uno de nosotros; tener piedad por
todos nosotros y tener piedad por cada uno de nosotros. Y extenderla como un río,
porque será la única forma en que logremos unir hombre con hombre, corazón con
corazón, alma con alma, hasta que ese conjunto pueda recibir el digno título de
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Humanidad, hasta que la Humanidad entera pueda estar unida con Dios. La cadena
empieza con cada mano que se une con otra mano, y la cadena -al menos para nosotros,
en esta dimensión y en este momento- terminará cuando todos, en conjunto, podamos
sentirnos fuertemente ligados a la Divinidad.

Se me llena la boca con palabras de JAL, enseñanzas de JAL, mensajes de JAL,


pero no quiero hacer de ello un recuerdo, ni nos cabe a nosotros la posibilidad del
recuerdo, sino la obligación de vivirlo, porque JAL no nos habló ni nos enseñó para
mantenernos sentados a su lado, meditando en unas palabras que nunca se fueran a
hacer realidad. Si lo tenemos, si lo hamos tenido y lo tendremos es porque estamos
capacitados para vivir todo aquello que de El llegó a nosotros. El quería que fuéramos
cada vez mejores, que fuéramos sobre todo cada vez más buenos, y que fuéramos más,
¡más!... Esto es lo que nos repetía siempre: que fuéramos más. ¿Y qué pensamos que es
ser más? ¿Ser más gente? No. Ser más es llegar al conjunto de la Humanidad; ser más es
extender el abrazo de una manera tan amplia, tan grande, tan poderosa, que con todos
aquellos que hoy nosotros situamos fuera de nuestros limites, que decimos que están
más allá de nuestras puertas o de nuestras ideas, pasemos a conformar una Unidad, un
conjunto, una HUMANIDAD CON DIOS.

Es absolutamente imposible reemplazar a JAL. Sólo podemos repartirlo entre


todos y sentir cada uno de nosotros cómo una partícula de su Ser se convierte en
realidad, cómo cada uno de nosotros es un poco JAL, una parte de El; cómo se hace
estrella en el Cielo de Urano y nos reparte luz uno por uno.

A El se lo debemos todo, absolutamente todo. A El le debemos lo que somos,


porque somos gracias a su aliento. Su fuerza nos ha hecho sentir hoy el orgullo de
sentirnos Idealistas, Acropolitanos, hombres de pie aunque el mundo se derrumbe.

Y porque siento que El así lo quiere, y porque siento que también lo queréis
vosotros, este año 1992 será para nosotros EL AÑO DEL PACTO, en el que todos
renovaremos, desde el puesto en que estemos, nuestros compromisos, nuestros
juramentos, aquello a lo cual nos hemos comprometido a servir. Nuestro Pacto es con el
Cielo y lo sellaremos aquí en la Tierra, con un rectángulo en color azul.

Desde aquí, desde la Tierra, desde el cuadrado que la representa, elevamos


nuestros brazos hacia el azul del Cielo y pedimos a nuestro Maestro, recubierto de azul
profundo como Urano y brillante como el Ojo de Anubis, que no nos abandone jamás y
que ruegue ante los Grandes para que no quiten su mirada de nosotros, para que nos
reclamen cuanto crean necesario y para que nos bendigan en nombre del Pacto.

MM DSG
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LA FELICIDAD

Empieza un nuevo año y todos nos planteamos nuevos propósitos y aspiraciones.


Forjamos planes que van desde nuestra realización espiritual hasta la conquista de
algunos logros materiales necesarios para la supervivencia. Y una vez más, entre tantas
cosas y probablemente en primer lugar, deseamos ser felices, no sufrir, disfrutar de una
existencia apacible y plena de satisfacciones.

Sin embargo, si nos formulásemos seriamente la pregunta sobre qué es la


felicidad, nadie respondería de la misma manera -cosa natural- y aún serían muchos los
que se quedarían sin saber qué responder. La felicidad es un estado perfecto que se
desea pero que no se puede definir, pues afecta a todos los planos de nuestra expresión
humana y al conjunto en su totalidad. Y no es fácil tener una visión del detalle y del
conjunto a la vez, conociendo lo que es válido en uno y otro caso, aunque se trate de
nosotros mismos.

La mayoría de las personas entiende la felicidad de una manera harto abstracta,


colocándola desde el principio tan lejos y tan alto, que todo esfuerzo por alcanzarla se
vuelve estéril. El objetivo no es claro, su situación es indefinida y los medios para
alcanzarlo son inadecuados. Veamos un poco lo que queremos decir.

El objetivo no es claro: no sabemos en qué consiste la felicidad, pues cada vez


que creemos lograrla, advertimos que no llegamos al estado de plenitud que nos
habíamos propuesto. O lo que conseguimos nos parece poco, o nos parece opaco, o
carente del atractivo que tenía cuando vivía en el plano de la imaginación.

Su situación es indefinida: ¿En dónde radica la felicidad? ¿En las satisfacciones


materiales y sensibles? ¿En los sentimientos? ¿En la tranquilidad psicológica? ¿En una
buena suma de conocimientos? ¿En una respetable certeza espiritual? ¿Cuál de los
vehículos humanos es el depositario de la felicidad? ¿Está en uno sólo de ellos o en
todos a la vez? Y en este último caso, ¿cómo satisfacer a todos al mismo tiempo cuando
sus necesidades suelen resultar contradictorias?

Los medios para alcanzar la felicidad son inadecuados: este es el resultado de


tener poco claro el objetivo y no saber situarlo correctamente; así, los medios empleados
no sólo son inadecuados sino que muchas veces ni siquiera empleamos medio alguno;
simplemente esperamos que la Vida nos lo proporcione todo hecho y a nuestra medida.

Se impone, pues, revisar nuestras ideas y las consiguientes actitudes.

Debemos aclarar nuestros objetivos: ¿Qué es la felicidad para cada uno de


nosotros? Resulta mucho más útil empezar por cosas sencillas, al alcance de nuestras
posibilidades y bien concretas, ya sea en el plano físico o en el espiritual. Es bueno
saber de manera concreta si nos gusta pasear, leer, meditar o rezar. En estos u otros
ejemplos, cada uno puede encontrar fácilmente una dosis inmediata de felicidad.

¿Dónde está la felicidad? Analice cada cual su esquema personal y sabrá


descubrir su cota de felicidad. El cuerpo tiene sus satisfacciones, y al contrario de lo que
supone tanta gente, no siempre se hallan en la saturación de los sentidos. La psiquis
requiere su propia dicha, y al contrario de lo que supone tanta gente, ésta no derivada
sentirse amado y comprendido, sino de saber amar y comprender, incluyéndose a uno
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mismo sin caer en el egoísmo ciego. La mente no es feliz acumulando conocimientos


sino borrando dudas: valen más unas pocas ideas bien asentadas que mil conceptos sin
relacionar entre sí y sin practicidad para la vida diaria. Y el espíritu -aunque no del todo
presente y desarrollado- tiene sus metas a las que casi nunca llegamos porque ni siquiera
prestamos atención a esa cúspide escondida entre las nubes de la personalidad. Al
espíritu le satisfacen los alimentos espirituales y nosotros estamos en condición de
podérselos ofrecer con sólo vivir digna y eficazmente un Ideal. En nuestro caso, el Ideal
Acropolitano.

No es como erróneamente se cree, que la felicidad se empieza a construir desde


abajo, es decir, desde nuestro soporte físico. Es bien cierto que debemos contar con los
mínimos medios indispensables para vivir, pero un espíritu sereno y abierto a la
evolución ayuda más que ninguna otra cosa a conseguir la felicidad intelectual,
emocional y material. Descubrir que somos auténticos Seres Humanos y no simples
accidentes existenciales; descubrir que podemos vivir más allá de nuestras apetencias
sensibles; descubrir que podemos dirigir nuestros sentimientos para no herir a los demás
y no herirnos a nosotros mismos; descubrir que el mundo está lleno de belleza y
armonía aunque no siempre se muestren claramente; todo ello hace brotar una sana
alegría interior que podríamos definir con bastante acierto como felicidad.

Sabremos que somos felices cuando empecemos a disfrutar con las cosas
sencillas, cuando la sonrisa surja fácilmente en nuestros labios, cuando estemos atentos
a aprender algo nuevo todos los días y avanzar sin prisa y sin pausa hacia las metas que
nos hemos trazado. Imaginar sin fantasía, soñar con sentido práctico, lanzarse a la
aventura con riesgos calculados, amar sin retaceos, son los exponentes de una felicidad
bien asentada.

Que este año te depare, entonces, la oportunidad de reencontrarte y


encontrar la felicidad tantas veces anhelada: está en tí y está en todo lo que te rodea.
Basta con que sepas desvelarla y conservarla con el entusiasmo da los idealistas.

MM DSG

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