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V
Alfonso Pérez de Laborda

Discernimiento
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humildad
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ediciones LJ-
Alfonso Pérez de Laborda

Discernimiento y humildad

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©1988
Alfonso Pérez de'Laborda
y
Ediciones Encuentro
I a edición
Marzo 1988
a la memoria de mis padres
En portada
Pieter Bruegel, El empadronamiento en Belén, detalle
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1. INTRODUCCIÓN:
DISCERNIMIENTO Y HUMILDAD

«Cuando veis subir una nube por el po-


niente, decís en seguida: "Chaparrón tenemos",
y así sucede. Cuando sopla el sur decís: "Va a
hacer bochorno", y lo hace. ¡Hipócritas!: si sa-
béis interpretar e¡ aspecto de la tierra y del
cielo, ¿cómo no sabéis interpretar el tiempo
presente? ¿Cómo no sabéis juzgar vosotros
mismos lo que se debe hacer» (Lu 12, 54-57).

«Respecto a vosotros, hermanos, yo perso-


nalmente estoy convencido de que rebosáis
buena voluntad y de que os sobra saber para
aconsejaros unos a otros» (Rom 15, 14).

«¡Hipócritas!». Aparece esa palabra en el texto del


evangelio de Lucas como un insulto y una provocación.
Hubiéramos esperado por parte de Jesús una expre-

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sión de aliento ante los tiempos duros que nos ha tocado El título del librito al que me acabo de referir quería
en suerte vivir; porque vivimos momentos en los que no ser una llamada de atención, de ahí la palabra poder, a la
resulta fácil leer los «signos de los tiempos». Y es enton- vez era una propuesta. Mejor dicho, el recuerdo de una
ces cuando nos llega el grito: ¡hipócritas! propuesta que nos viene directamente del Evangelio de
Cuando estábamos sentados, temblorosos, arrecogidos Jesús de Nazaret, la que se expresa con la segunda de las
ante la reciedumbre de lo que nos toca, desorientados, palabras del título, bienaventuranza. Lo que entonces
sin saber qué hacer, escondidos en algún hondón del quise decir, quedó escrito; allí se puede leer.
alma, mientras se nos saltan las lágrimas, en espera de El título del librito de ahora quiere empeñarse en otras
consuelo, entonces es cuando nos llega el grito: ¡hipó- dos palabras, que considero claves en la actual situación
critas! de la Iglesia, la que hoy vive, la que nosotros vivimos con
Hemos olvidado algo importante, que el Señor, de se- ella y en ella. Pero, a la vez que llegamos a esas dos pala-
guro, nos da todo lo que necesitamos. bras, es bueno que nos planteemos el discernimiento hu-
¿Cómo no sabemos, pues, interpretar los signos de los milde de esa situación.
tiempos? ¿Cómo no sabemos juzgar nosotros lo que te- Cada momento eclesial tiene sus signos, sus «signos de
nemos que hacer? ¿A quién tememos? ¿Qué nos entu- los tiempos», según la hermosísima expresión que apren-
mece la razón evangeüzadora? ¿Qué nos impide la clari- dimos del papa Juan XXIII. Pero, evidentemente, esos
dad de la acción evangeüzadora? ¿Es que no ha de ser signos no vienen dados de una vez para siempre, sino que
verdad con nosotros el que rebosamos buena voluntad? cada época tiene «sus» signos. Ni de una vez por todas ni
¿Nos faltará a nosotros saber para aconsejarnos unos a siquiera para cada generación de cristianos, cada comuni-
otros? dad o cada persona.
¡Hipócritas! Tal es la palabra que nos dice Jesús ahora, Los signos de los tiempos son cambiantes, pues nos in-
precisamente ahora. dican las líneas de fuerza de cada época, de cada momento
preciso de la historia comunitaria y personal. Son como
los hitos del camino. Nadie puede escamotear esa labor, a
// veces ardua, de la lectura de los signos de los tiempos. Es
una labor decisiva la de esta lectura. En cada situación de-
Es esta la tercera vez que, de manera explícita, escribo bemos esforzarnos en ella. Este esfuerzo debe ser em-
sobre la situación de la Iglesia en España hoy. La primera peño de cada generación, de cada comunidad particular,
fue hace ocho años, en el primer número de la revista de cada persona. Nadie puede hacer esa lectura por noso-
Communio1. La segunda hace cuatro años, en la introduc- tros. Nunca podré decir: «por fin, ya terminé de leer mi
ción a un librito similar a éste, que se titulaba Poder y bien- tiempo». La vida fluye, cambia, se hace y se deshace, es un
aventuranza2. proceso, deviene historia. Al envejecer, alguno puede
pensar que este proceso es «la historia de nunca acabar».
1
Communio, n.° 1 (1979), pp. 115-127. Cuídese, si así lo piensa, porque, en el cristianismo, sólo
2
Poder y bienaventuranza, Madrid, Ediciones Encuentro, 1984, 116 p.
el final (lo por venir, lo escatológico) cuenta, hace histo-
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' ria definitiva: «Venid, benditos de mi Padre, heredad el sotros y a todos los hombres por medio del Hijo. Este
reino preparado para vosotros desde la creación del mensaje es así un juicio sobre el mundo; es un ofreci-
mundo, porque... Apartaos de mí, malditos, id al fuego miento real de salvación concreta y posible de parte de la
eterno preparado para el diablo y sus ángeles, porque...» bondad de Dios. De ahí la palabra discernimiento. El dis-
(Mt 25, 34 y 41). cernimiento es parte decisiva de nuestra labor eclesial,
por tanto. No es sólo saber dónde estamos y saber tam-
Pero ¿por qué es importante hacer esta lectura? Por- bién a quién servimos, sino ser capaces de hacer viable el
que la vida del cristiano es la vida de alguien de carne y juicio de Dios sobre el mundo, de ofrecerlo en su ente-
hueso. Porque Jesús, el Cristo, se hizo carne y habitó en- reza. ¿Por qué razón «juicio» deberá pasar por ser una pa-
tre nosotros. Porque no somos ni ángeles ni demonios, labra que expresa únicamente conminación y condena?
es decir, nada en la vida del cristiano nos está dado de an- Al contrario, es en este caso un juicio misericordioso el
temano, sino que está por hacerles fluencia de vida; es que el Padre nos ofrece por medio de su Hijo, para que
algo cambiante, pues. Lo que siempre permanece son las nosotros, la Iglesia, lo prediquemos al mundo con nues-
entrañas de misericordia de Dios, que se nos hacen pa- tras palabras y con nuestras acciones, con nuestro aliento,
tentes en y por Cristo. Vivimos inmersos en una historia con nuestro oficio de consolar, con nuestro compartir,
que es, para nosotros, sobre todo, «historia de salvación». con nuestro cariño, con nuestra rebeldía, con nuestra ac-
Hay conflictos, luchas violentas y guerras. Hay momen- titud profética, con nuestra memoria, con nuestra inteli-
tos de paz, esfuerzos para lograrla, para construirla, para gencia, dándonos a los que nada tienen, como no sea las
que no nos sumamos en la oscuridad. Hay intereses que entrañas de misericordia de Dios, quien pide la conver-
arrasan con todo, y hay desprendimiento y voluntad ex- sión a él, con lo que esa conversión significa.
plícita de mansedumbre. Hay meandros en la vida y en la
Más hay algo en nuestra lectura de los signos de los
historia. No estamos en la estaticidad de una vida muerta
tiempos que jamás podremos olvidar. Está dicho ya de
que nos deja sencillamente instalados en la finitud; no vi-
manera implícita, pero es bueno explicitarlo. De ahí la
vimos en un progreso lineal y continuo, como hecho con
palabra humildad. El juicio de Dios sobre el mundo es, en
tiralíneas y compás. Hay rupturas, abandonos, desgarros,
definitiva, ofrecimiento de gracia y de perdón por medio
pasos atrás y camino hacia adelante. Somos hoy muy
de la muerte de Cristo en la cruz. Siendo así, ¿nos habre-
conscientes de que es así. La vida, la historia, es un
mos de montar, precisamente nosotros los cristianos, en
magma cambiante, moldeable, insidioso y abierto al cam-
un «juicio» inmisericorde como el de Joñas, enfermo bajo
bio y a la esperanza, que espera nuestra actuación, el tra-
el ricino seco, abrasado por el sol de su despecho ante el
bajo de anuncio de la buena noticia que hacemos los
perdón de Dios a los ninivitas (Jonás 4)? ¿Nos retirare-
cristianos.
mos del «mundo», acaso, porque supongamos que está ya
El mensaje de Jesús, el Cristo, no es de condena indis- condenado por Dios para siempre y sin remedio? Qué
criminada del «mundo»; tampoco de aceptación sin dis- sencilla habría de ser esta manera de vivir la vida cris-
cernimiento de lo que va aconteciendo. Es un mensaje de tiana; pero olvidaría la cruz de Cristo. ¿Nos quedaremos
salvación de parte de Dios Padre, que se nos ofrece a no- sectariamente encerrados entre los «nuestros», porque, al

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fin, los «otros» ya han sido condenados? Qué distorsión cesita) en su oferta de salvación en y por Cristo? La con-
más tremenda del ser del cristiano. Sin embargo, como ciencia de, la elección de Dios, al contrario, es motivo de
decía más arriba, los cristianos debemos ofrecer con ente- humildad, incluso de humillación, porque nuestra con-
reza y en su entereza el juicio de Dios sobre el mundo. versión a él nunca termina de ser verdadera.
No podemos olvidar que Dios ha hablado de una vez por
todas con su Palabra, y que continúa hablando aquí y
ahora con su Palabra, pues su Palabra se ha hecho carne III
como nosotros, con nosotros, entre nosotros y en noso-
tros. La Iglesia de Cristo es la carne del Señor Jesús; es el Los signos de los tiempos, decía, como la historia de
lugar espiritual en donde se realiza la eucaristía, el sacra- cada uno y la historia del mundo, son cambiantes. Los
mento de su cuerpo y de su sangre ofrecido por nosotros que interpretábamos como signos de los tiempos allá por
y por la salvación del mundo, para que nosotros y todas los años sesenta (quienes somos lo suficientemente «vie-
las gentes nos convirtamos a él. jos» para haber vivido aquellos —deliciosos—.tiempos, tan
Esta convicción de los cristianos, ¿será motivo de en- pretéritos), no coincidieron con los signos de los tiempos
soberbecerse? Al contrario, sólo se puede vivir en esta de los años setenta. Y ahora estamos ya casi terminando
convicción profunda desde la humilde acogida de la ac- los ochenta, y vivimos en España.
ción misteriosa de Dios en su Iglesia y por su Iglesia; Lo he dicho ya en alguna ocasión, pero lo vuelvo a re-
desde el don gracioso de la presencia real de Cristo en su petir. El quedarse anclado en la lectura que hicimos en
Cuerpo, en la eucaristía, en los bienaventurados que nada tiempos definitivamente pasados nos convierte en viejo-
tienen sino a Dios. Es ahí, únicamente ahí, en donde se verdes. No podemos pararnos en nuestro esfuerzo de lec-
genera la «humildad»: «Proclama mi alma la grandeza del tura. Pero hoy las cosas son las de hoy, no las de ayer o de
Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador, porque antes de ayer. Quienes tenemos recuerdos de lo que
se ha fijado en su humilde esclava» (Lu 1, 46-48). aconteció hace veinticinco años, ¿trasladaremos, sin más,
Pero, hay que decirlo al punto, «humildad» no se tra- nuestra lectura de entonces a quienes apenas tienen hoy
duce por apocamiento y desgana. Sabemos lo que nos ju- veinte años?, ¿quedaremos anclados para siempre en
gamos. Sabemos que si la sal no sala, ¿para qué servirá?; aquél pasado? No, evidentemente. ¿Dejaremos por ello
que si no somos fermento, ¿quiénes somos, en verdad? de ser «guías» y «maestros» de los que vienen detrás de
Sabemos que la salvación que Dios Padre ofrece al mundo nosotros? Tampoco, por supuesto.
pasa por nosotros los cristianos (¡palabras duras de decir; De nuevo es aquí esencial el discernimiento. Discerni-
palabras duras de oír!), ¿necesitaremos, pues, algún mo- miento para no imponer a nadie aquello que (en el pa-
tivo mayor para ser reciamente humildes, radicalmente sado) fue nuestro, y se ha hecho en nosotros (en lo que
humildes? «Fuera de la Iglesia no hay salvación»: ¿será hoy somos) carne de memoria, pues somos «carne enme-
motivo de enorgullecimiento para nosotros afirmarlo, sa- moriada». Vivimos en la memoria (no en el recuerdo) de
bedores como somos (aunque, ciertamente, insensatos lo que fuimos. Podemos ofrecer lo que estamos siendo
sabedores) de ser la Iglesia que Dios se ha dado (que ne- como rostro de Cristo, que se transparenta (mal, por des-

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gracia) en nuestro propio rostro. Y este ofrecimiento lo el discurso ético del Partido Socialista tenía una necesi-
hacemos en la humildad de saber que a través de noso- dad imperiosa: la de hacerse vivo, por fin, en el tejido
tros, de nuestra guía, de nuestro ser maestros (cono- socio-político de la nación.
ciendo nuestra indignidad, nuestra humillación), se El «cambio» era, sobre todo, un cambio ético, un cam-
muestra la acción misericordiosa de Dios para quienes bio de las actitudes morales con las que el país debía ser
tienen hoy veinte años. dirigido, que buscaba el cambio de las actitudes morales
Pero también sabemos que el rostro de Cristo se trans- de la sociedad entera. Pareció, en aquél momento, que el
parenta en el rostro de quienes hoy tienen veinte años. discurso ético-político de la Iglesia (porque se trataba
De ahí que ellos sean, igualmente, guías y maestros para exactamente de eso, decían, de un discurso ético-político
nosotros; ellos, que todavía no tienen memoria, en los escondido bajo ef manto de un discurso religioso) era el
que el rostro de Cristo resplandece con genuina ingenui- fundamento mismo de la situación que terminaba de ha-
dad. Somos muy conscientes de esto y lo recibimos con cerse pretérita para siempre con la llegada de los socialis-
humilde gratitud, como signo de los tiempos, pero sin tas al poder; era éste un discurso retrógrado, un discurso
que por ello hagamos dejación de lo que es obligación con una absoluta falta de modernidad y de tono liberal,
nuestra: decir con libertad lo que vemos y sabemos, ser ahora necesario (con necesidad de esencia); por ahí era
carne cargada de la memoria de Cristo. Y la libertad es un por donde la sociedad española debía ser conducida, con-
bien preciadísimo para todo cristiano, a la que no puede tando con la voluntad mayoritaria de sus componentes.
renunciar. Detrás de esta postura había, al parecer, todo un diag-
nóstico de la sociedad española, de sus disfuncionalida-
des, de sus carencias, de sus necesidades; más aún, un
IV verdadero proyecto de futuro para ella. Desde ahí es
desde donde, sin duda ninguna, nació lo que se ha lla-
Sin lectura de los signos de los tiempos no cabe el dis- mado «el rodillo socialista». Quienes habían alcanzado el
cernimiento; sin él, no sabemos cómo interpretar, cómo poder no podían ya transigir en nada con la «oposición»,
juzgar, no podemos aconsejarnos unos a otros. pues hacerlo significaría abandonar a trozos el regenera-
Al comienzo de los ochenta encontramos varias nove- cionismo moral en el que la voluntad mayoritaria se había
dades que hay que interpretar y juzgar. La llegada a la embarcado al ofrecer el poder a los socialistas, pues para
. Iglesia de una juventud distinta. El pontificado de Juan ello, precisamente, se habían solicitado. Y nadie podía lla-
Pablo II. La llegada al poder, en España, de los socialistas. marse a engaño, ya que se veía con entera claridad que la
Empezaré por esta última. oposición moral verdadera era, limpiamente, la posición
En 1982, hace ahora cinco años, los socialistas llegaron moral de la Iglesia.
al poder político con la referencia ético-política del cam- Por eso, en muchas ocasiones, en los más diversos pun-
bio. En ese momento, y en los cuatro años posteriores, tos de la «modernización», el enemigo a abatir era éste: la
pareció que se enfrentaban dos discursos éticos: el del posición moral de la Iglesia. De nada sirvió en este mo-
Partido Socialista y el de la Iglesia. Pareció, además, que mento el que todo el mundo supiera lo que en años ante-

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riores había supuesto ésta en el cambio y en la consolida- más argumento moral que la obediencia férrea a las direc-
ción de la democracia. Se borró este recuerdo, se borraron trices que emanaban de la cúpula del partido en el go-
esos años de la conciencia colectiva de los que estaban bierno. Se añadió, además, un argumento que, a la postre,
ahora en el poder, y, por el contrario, se hicieron paten- ha sido mortal (con lo que se pone en evidencia que
tes otros años anteriores, de los que se hacía una lectura nuestra sociedad no ha caído en el enredo del plega-
que, cuando menos, hay que decir que era partidista y miento al poder fáctico), el que dice: «hablamos con el
sesgada. apoyo de diez millones de votos»; lo cual era verdad, pero
Sería vano pensar que este «regeneracionismo» al que no toda la verdad. Este argumento es el que impidió el
me refiero estaba llevado solamente por los hombres en juego parlamentario del consenso y que buscó arrebañar
el gobierno o, si se prefiere, habrá que indicar de qué ma- en todo lo posible el complejo entramado del poder en la
nera los hombres en el gobierno fueron artífices de una sociedad.
«toma del poder» en sectores clave de la sociedad, en los Pero, lo que es mucho peor, se utilizó también este ar-
medios de comunicación (no sólo en la única televisión gumento en las relaciones del poder político con el con-
existente, la estatal, en la que ahora les tocaba mandar a junto entero de la sociedad y de sus instituciones. Esto
ellos, sino en los más potentes periódicos, por ejemplo) y hizo que se redujeran a polvo y ceniza las esperanzas éti-
en la cultura oficial del país. En este triple frente: el gu- cas que muchos habían puesto en el discurso electoral del
bernamental, el de los medios y el de las élites oficialistas Partido Socialista. Luego, para colmo, parece evidente
de la cultura (porque en eso se convirtieron), se arrasó que, tras ese férreo discurso ético, no siempre las palabras
por entero. La cercanía del poder real fue una tentación limpias han sido seguidas de acciones tan limpias como
demasiado grande para muchos de los pertenecientes a las las palabras. No pocos de los que participaban del poder
élites culturales. Se consiguió una labor positiva de incul- se han encontrado empeñados en algo que bien poco
turación desde el discurso ético modernizador-liberal tiene de «discurso ético» y que se asemejaba demasiado a
gestionado por los socialistas, a la vez que una labor de un «vacuo discurso justificativo del arribo, como sea, al
zapa asombrosa con respecto al discurso ético de la Igle- disfrute del poder». Ha seguido siendo verdad algo que
sia (que desde los aledaños del poder se hacía aparecer sabíamos desde siempre: el poder corrompe, el poder ab-
como retrógrado, impresentable, defensor de ocultos soluto corrompe absolutamente.
poderes fácticos).
La situación hoy comienza a cambiar radicalmente.
Mas no todo fue limpio en el cambio, pues desde el co- La «prepotencia» del partido en el gobierno ha llevado
mienzo mismo y durante varios años, el «rodillo socia-. a que en el horizonte aparezcan nubarrones que presa-
lista» llegó a convertirse en un argumento de fuerza que gian cambios muy notables en el reparto del poder en
venía a expresarse así (como se dijo explícitamente): España. Bien es verdad que no siempre los presagios lle-
«quien se mueva no sale en la foto», es decir, quien no gan después a hacerse realidad.
obedezca a los detentadores del poder del «cambio», no en- En todo caso, es de notar la tan distinta manera en que
trará en la oficialidad del poder, en su disfrute, y no ten- ahora se tratan, por parte de los hombres en el gobierno,
drá foto oficial por ocupar cargo alguno. Ya no había los «asuntos religiosos». Se diría que han visto con justeza

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en sus análisis políticos que, en próximas elecciones, no un trasunto, sin más, del poder, de los que detentan el
les es nada rentable aparecer enfrentados con la Iglesia poder. Cayeron en la desmoralización, sea porque el dis-
católica, por lo que están tomando las medidas pertinen- curso ético-político del partido en el gobierno les llevó a
tes. Medidas que, para un sector más radical de sus anti- abandonar su propia ética para, sencillamente, tomar
guos incondicionales, son un bochorno, por lo que se parte en el reparto de poder, sea porque, sin llegar hasta
puede prever una radicalización de sectores de la socie- ahí, una vez borrada la ética que era la suya, ese discurso
dad en su enfrentamiento con lo religioso. Si así fuera, ético-político no fue otra cosa que arma eficaz para des-
con todo, será un enfrentamiento particular, que no moralizarse, para quedar desentendidos de cualquier acti-
cuente ya con el apoyo masivo del poder político. Pero, tud moral en la vida personal y comunitaria. Y ambas co-
de todo esto, habrá que hablar en otra ocasión, aunque sas son muy graves para un cristiano. Ambas cosas apartan al
hay que estar atento desde ahora mismo. En todo caso, ya cristiano de su ser en Cristo.
aparece claro (si es que alguna vez no lo había estado) Para entender el momento en el que estamos, no
que la validez del «discurso ético» no procede de ningún puede olvidarse, sin embargo, que tiene que estar en el
«discurso político»: es aquél el que debe controlar a horizonte de nuestra reflexión algo que para cualquier
éste. observador es patente. En estos años decisivos de go-
El discernimiento no está, evidentemente, en que yo bierno socialista, la economía española ha llegado a una
quiera ahora hacer un juicio político de esta situación, situación eufórica que no se daba entre nosotros desde
planteando una estrategia para próximas elecciones. En hace una quincena de años, si no bastantes más. Ello se ha
lo que sí está, por el contrario, es en ver el ámbito en que debido a una «política económica realista» que el go-
en este momento se mueve el discurso ético, una vez pa- bierno socialista ha llevado a la práctica, seguramente la
sada una situación de espejismo, confusa y llena de justifi- «única posible», en todo caso muy del estilo de la comen-
caciones, pues ahí ni crece ni está, si es que de verdad zada hace algún tiempo por Margaret Thatcher y Ro-
quiere ser un discurso érico que no se quede en vana pa- nald Reagan.
labrería. Y lo quiero hacer, además, porque sigo creyendo Vistas las cosas desde esta contextualización, es de no-
en la justeza del discurso ético de la Iglesia católica. Es tar que, en lo más decisivo de toda política, aquél lugar
esta, pues, una importante situación que debe ser «enjui- desde donde se hace la política de las realidades y no de
ciada». Nótese que lo que ha sido referido aquí a la mera las palabras ocultadoras, se ha seguido la «única posible»,
situación española, tiene una contextura mucho más am- la más conveniente. Se ha perseguido una «moderniza-
plia, europea y de los países occidentales, lo que da reso- ción real», pero que nada tenía que ver con el discurso so-
nancias especiales a lo que nos traemos entre manos. cialista programático y prometido en el momento del
Esta situación debe ser enjuiciada, decía porque ha lle- cambio. De ahí que el «discurso ético» haya ocupado un
vado a bastantes cristianos españoles a la desmoralización. lugar decisivo: ha sido la cortina de humo que justificaba
Creyeron demasiado pronto en la falsedad del discurso el «cambio» (desde perspectivas meramente capitalistas)
ético de la Iglesia, y su creencia se apoyó excesivamente del cambio (sugerido por el programa socialista).
en la validez de un discurso ético ganante que resultó ser En este «discernimiento» no me queda otra cosa más

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que recordar algo que ya he dicho. La tentación de los Entre los.signos de los tiempos hay que contar con el
cristianos de mi generación (quizá la tentación de muchas pontificado de Juan Pablo II, que está siendo para la Igle-
generaciones de cristianos antes de la nuestra) ha sido sia católica un gran revulsivo, incluso, para bastantes, una
muy clara: el poder. Los que, por un procedimiento u otro, piedra de escándalo. Tendremos que mirar ahora de cerca
no han sucumbido en él (que en hacer doblar las cervices su significado.
el poder demuestra grande sutileza), han quedado en Juan Pablo II desde el comienzo tuvo una idea muy
buena parte desmoralizados, alejados quizá para siempre clara de su misión: lo importante de su labor es la Iglesia.
de la Iglesia. El camino ha resultado estrecho (lo debía- Para él, debemos los cristianos procurar por todos los me-
mos haber supuesto, ya nos lo habían advertido), pues no dios a nuestro alcance, que la Iglesia no acepte cortapisa
era otro que el camino que nos muestran las bienaventu- alguna que venga impuesta desde fuera, que le impida
ranzas. Este camino es gratuito; es una gracia. realizar lo que es su misión en el mundo. El mensaje que
la Iglesia aporta al mundo es un mensaje de salvación, so-
bre todo para los pobres, para los que sufren, para los
V perseguidos, para los que nada tienen y nada son. Nada ni
nadie puede empañar este mensaje, pues si aceptáramos
El panorama eclesial en estos años ha cambiado creo que así fuera, nos opondríamos a la actuación del Espíritu
que extraordinariamente. El paso de los ochenta ha he- de Dios en el mundo por medio de su Iglesia. La Iglesia
cho que muchos hombres y mujeres de la Iglesia se para- es instrumento de Dios para la evangelización del mundo:
ran al borde del camino para mirar con una mayor objeti- de ahí, y sólo de ahí, dimana su acción y su servicio. Cual-
vidad cristiana la situación global en la que nuestra quier impedimento que se oponga ahí a la misión de la
Iglesia, y nosotros con ella, se encuentra inmersa, lo que Iglesia, debe ser rechazado sin pausa.
ha sido posible por la gravedad del momento y porque se En el diagnóstico espiritual del papa, y de muchos
nos habían escapado ya de las manos demasiadas «urgen- otros con él, con demasiada frecuencia los cristianos ha-
cias», que resultaron ser «engaños» evidentes de lo que es bíamos caído en los últimos tiempos en una tentación,
nuestro propio ser cristianos. De ahí, también, que haya- que no por sutil deja de ser grave, incluso la más grave de
mos quedado más sueltos, más libres, para una labor ecle- todas: la tentación contra el Espíritu. Esta tentación se
sial «más específica». puede definir de la siguiente manera: para seguir a Jesús
Hay que decir enseguida, por supuesto, que nada de lo debemos mirar a otros lugares que al mismo Jesús, el
que ha ido en el pasado, va en el presente o irá en el fu- Cristo. Es verdad que los «signos de los tiempos» nos in-
turo por el camino de lo que nos muestran las bienaven- dican la tierra por la que discurre ese camino, nos indican
turanzas puede jamás ser considerado como una urgencia- la novedad que se nos cae encima para encontrar ahora
generadora-de-engaño. Nuestro error en el discernimiento entre mil dificultades el camino del seguimiento de Jesús,
sería gravísimo si es que lo consideráramos así, pues ha- el Cristo. Pero, hay que subrayarlo con fuerza, a quien se-
bríamos abandonado el corazón mismo del caminar del guimos es a él, no a los tiempos, no a los poderes de este
cristiano, nos habríamos apartado del Señor Jesús. mundo, sean los poderes del presente, sean los poderes que
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se presienten ya como poderes del futuro.
Estamos, pues, en un momento en el que se nos hace «los obispos de mi país, sensacionales, es una delicia; los
patente lo que ha sido una tentación fuerte del pa- fieles, muy bien también, sin olvidar, claro es, que son
sado reciente. Por así decir, con el discurrir de los años norteamericanos; los sacerdotes, religiosos y religiosas
sesenta, pareció que «el mundo» tenía muchas cosas que muy mal, han perdido el norte, se han instalado».
enseñarnos en nuestro caminar como cristianos. Sin em- Hay problemas objetivos, ni lo puedo ni lo quiero ne-
bargo, parece que olvidamos un tanto (un tanto dema- gar. Pero hay también un problema que es grave, quizá
siado, quizá) esa dimensión de mundo que nos señala san mortal. La «opinión pública» en la Iglesia nos viene dada
Juan en su evangelio y en sus cartas. Y de ahí, a caer en las desde fuera. Los que somos miembros de la Iglesia cató-
«redes del mundo», ha habido sólo un paso que hemos lica española tenemos opiniones que no son propias, ya
franqueado (los de mi generación) con demasiada facili- que no son las que la Iglesia, como organismo vivo que
dad. Ese paso, de cierto, nos aleja del seguimiento de Je- es, genera dentro de sí, sino las que se nos insuflan desde
sús, pues nos pone en otros seguimientos, nos hace seguir fuera por grupos y personas que nada tienen que ver con
otras seducciones, sobre todo las que aquí voy metiendo la Iglesia, como no sea que sientan hacia lo que ella es una
aversión manifiesta. Y esto es, quizá, especialmente nota-
bajo la palabra «poder». Ese paso, en definitiva, pone a la
ble entre «clérigos» y «laicos» clericalizados.
Iglesia en peligro grave de incumplir lo más específico e
importante de su misión evangelizadora. «No podéis ser- Hoy hasta el más pintado se preocupa de su imagen y
vir a Dios y al dinero» (Mt 6, 24 y Lu 16, 13). de la imagen de su grupo. A nadie le cabría en la cabeza la
Hasta aquí el revulsivo. Pero decía, también, que Juan idea de que el estado de opinión sobre su grupo de segu-
Pablo II es para muchos piedra de escándalo en la ros, pongamos por caso, la creen sus enemigos. Pues bien,
eso en la Iglesia acontece, sobre todo, repito, entre los
Iglesia.
más clericalizados.
Hace algunas semanas, en una conversación con varios ami-
gos, un «eclesiástico» mostraba su enojo por el pontificado de Por supuesto que, volviendo a la compañía de seguros,
Juan Pablo II, los obispos que ahora se nombraban, etc. las demás anuncian su propia bondad como compañías de
En un momento le recordé (porque las cosas se olvidan) seguros, incluso pueden hacer denuncias de lo que no
está bien en la competencia. Pero lo que no cabe es que
que también se hablaban perrerías contra Pablo VI. Lo
los socios de esa compañía lean con apasionamiento
admitió, pero encontró una muy sutil diferencia: «Todos
creyente lo que sobre ella dicen sus enemigos, hasta el
estábamos contra Pablo VI, en cambio ahora unos esta-
punto de que la imagen propia la obtengan por las infor-
mos en contra y otros están a favor».
maciones de estos. Es obvio que si lo hacen se debe a que
Hace unos meses hablé con una religiosa norteameri- ya no creen en la suya, están esperando la ocasión propi-
cana, importante en su orden, pero que por cuestiones de cia de pasarse a sus actuales enemigos.
su cargo vive en Europa desde hace tiempo. Lista, con
Pues bien, entre los cristianos esto no es así, paradóji-
humor y bien informada de su país. Refiriéndose al viaje
camente. Cristianos que dedican su vida entera al segui-
de Juan Pablo II a Estados Unidos, que se efectuó no mu-
miento de Cristo viven desmoralizados porque se creen a
cho después de nuestra conversación, decía lo siguiente: pies juntillas las informaciones que los medios hostiles les
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ofrecen sobre la Iglesia. Es curioso, además, que normal- personal ni comunitariamente.
mente son gentes que tienen medios de profundidad de ¿Por qué es así? Quizá porque, una vez más, nos este-
vida y de información intraeclesial para contrastar esas mos dejando comer el terreno por el «clericalismo».
informaciones que deforman, pero no son críticos con
ellas, se las devoran como si fueran papilla para criar ni-
ños gorditos. VI
¿Por qué es así? Quizá porque vivimos nuestro cristia-
nismo sin profunda radicalidad, sabiendo dónde están las Toca ahora hablar de los jóvenes.
raíces. Porque no hemos comprendido algo decisivo, que Envejecer es difícil. El profesor, cuando entra cada año
no hay seguimiento de Jesús como no sea dentro de la en su clase el primer día de curso, al ver a sus nuevos
Iglesia, en comunión con ella, porque es en ella en donde alumnos tiene tentación de decir: «Pero es que cada año
se trasluce el rostro de Cristo, en la eucaristía, porque es son más jóvenes».
ella la comunidad de los creyentes que son llamados a Si se sigue la opinión de muchos, demasiados, debe ser
evangelizar. Porque no vivimos de verdad la encarnación, una desgracia ser joven hoy, pues o es uno carne de publi-
somos maniqueos; en la vida de la Iglesia se da el pecado, cidad o acumula sobre sí todas las desgracias de no saber
se transparenta el rostro de Cristo, pero lo hace como tú nada, ni estudiar nada, ni ser consciente de nada y, para
y yo lo hacemos, malamente. Los cristianos somos santos, colmo, ser muy poco voluntarioso y gustarle músicas ho-
la Iglesia es santa, pero yo soy de carne y hueso (y estoy rrendas, además de tener en política fuertes tendencias
fiero de que así sea, Cristo se ha encarnado en carne conservadoras.
como la mía, es de carne y hueso como yo), la Iglesia está Todo eso es verdad a medias o, si se prefiere, mentira
formada por hombres y mujeres de carne y hueso, peca- manipulada.
dores también, por tanto. ¿Cómo me habré de escandali- Los que ya no somos del todo jóvenes tenemos con
zar de que, después, en la vida de todos los días sea así? frecuencia miedo a ser libres ante ellos y, por esto, busca-
¿Cómo podré decir: los malos son los otros? Porque, fi- mos que ellos tampoco sean libres frente a nosotros. Es
nalmente, se entiende a la Iglesia como un pequeño con- más fácil la utilización publicitaria de lo joven, de la carne
ventículo de clérigos, en donde las cuestiones de prece- fresca y sonrosada, que vende muy bien los más variados
dencia, de protocolo y, en definitiva, de poder, son casi lo productos, que el escuchar y acompañar, discernir y cons-
único importante. Porque la magnanimidad es algo que truir juntos. ¿Recuerda el lector la de veces que se ha lle-
no abunda, para desgracia nuestra. Porque trabajar hasta vado hacia la mera objeción de conciencia un debate con
el final en esperanza de lo que no vemos es asunto duro. jóvenes que buscaban expresar su antimilitarismo y su
Porque gastar la vida en los entornos del reino de Dios contrariedad por los negocios de la industria armamen-
en silencio cuajado se las trae. Porque ser cristiano es una tística? ¿Recuerda el lector la de veces que, ante la más
gracia de Dios. que razonable (en casi infinitos puntos) protesta estu-
¿Por qué es así? Quizá, simplemente, porque es verdad diantil, se les manipula en extrañas comisiones, que es
que no seguimos el camino de las bienaventuranzas, ni muy posible que existan sólo para salir en televisión dia-

24 25
logando sentados en grandes mesas oficiales? ¿Recuerda extremada en los países del tercer mundo, junto a los sig-
el lector la de veces que aparece carne joven y bella en la nos de envejecimiento (que cuando no es asumido en li-
pantalla anunciadora de la televisión o de las revistas? Y bertad degenera también en «viejoverdismo») de nuestro
¿no sabe el lector qué distinta es con frecuencia la países ricos. La fuerza misionera de la Iglesia en muchos
realidad? lugares del mundo es signo palpable de juventud. Signo de
A los jóvenes o se les pone en el escaparate para que envejecimiento, por el contrario, es la pérdida de diná-
compren y ayuden a vender o se les saca las perras, mica evangelizadora que se nota en nuestras comunida-
cuando no se les ofrece, sin más, droga, sexo y paro. des de países ricos, que se nota también en las familias de
Quien se ha vendido quiere ante todo comprar; no estas comunidades, en las personas que las componen.
acepta el juego libre de la libertad. Signo evidente de esta pérdida de juventud es la dicoto-
¿Hace hoy la Iglesia española una apuesta por los jóve- mía entre una «vida religiosa» escondida en el «retrete»
nes? Son muchos, ciertamente, los jóvenes que forman del corazón de cada fiel, encerrado entre claros límites
parte de la Iglesia, la labor de catequización en numerosí- aseguradores, y una vida profesional, ideológica y de
simas parroquias ha sido, y sigue siendo, extraordinaria, ocio, que se rije por sus propios fueros, sin que haya ahí
pero ¿es esto suficiente? ¿Hay cauces para que esa juven- entrada alguna de «lo» religioso (expresado como neutro,
tud madure en la Iglesia, para que pueda seguir creciendo pues en neutro caldochinque se ha convertido para de-
en ella? ¿Cómo se integran los cristianos en sus diferentes masiados cristianos el mensaje de Jesucristo).
edades en las distintas parroquias en las que les toca en Nuestras comunidades están inmersas en sociedades
suerte vivir? Dejo, simplemente, apuntado este problema decadentes por viejas y tenemos el peligro de caer en de-
gravísimo, pues en donde no se encuentra la solución es cadencia con ellas. Es la decadencia de quien ya no ama la
en añadir todavía nuevos «niveles» a la catequesis.
vida, sino el propio y mero placer; de quien en nada cree
Quizá las parroquias deban cambiar en algo muy pro- ya, como no sea en sus instintos; de quien nada espera ni
fundo para que sea posible en ellas ese crecimiento. de sí ni de nadie, como no sea el confortable estarse ins-
Quizá deba recurrirse a «pastorales» especializadas; sin talado en la finita comodidad. Si caemos ahí, habremos
duda ninguna que, por ejemplo, la «pastoral estudiantil y perdido toda capacidad de esperanza en que es real y
universitaria». Quizá deba mirarse con esperanza el naci- efectivo para nuestra vida personal y comunitaria el men-
miento de «movimientos» que no tienen su centro especí- saje de salvación que Dios nos ha ofrecido y nos sigue
fico en las parroquias, sino, como acostumbran a decir, en ofreciendo en Jesucristo. Habremos dejado de ser cristia-
un carisma propio. Quizá deben hacerse todas esas cosas, nos. De cristianos sólo nos quedaría, pues, el esqueleto
y muchas más, a la vez. Necesitamos imaginación creativa de un mero nombre.
de novedad. En todo esto, por supuesto, habrá proble-
En comunidades distintas a las de aquí, la juventud
mas (los hay, en el Sínodo sobre los laicos se ha hablado
irrumpe explosiva, sin esfuerzo, de manera natural. Otra
largo de ello), pero los problemas no son por necesidad
conflictos irresolubles. cosa acontece muchas veces en las nuestras, por ello de-
bemos tener cuidado muy especial en escuchar las voces
Signo evidente de la juventud en la Iglesia es su viveza de la juventud eclesial de los que tienen pocos años y de
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27
la juventud de la Iglesia, que siempre se renueva por eclesial esperanzador, sino que lo impiden, si es que Dios
causa de la juventud extremada del Espíritu de Dios. en su libertad soberana no pone remedio a lo que hace-
Signo de los tiempos es el buen hacer de muchas pa- mos mal. Porque, no podemos olvidarlo, nuestras opcio-
rroquias. Signo de los tiempos es la irrupción (desde los nes acertadas o equivocadas abren o cierran muchas puer-
más jóvenes de nuestros viejos países) de movimientos tas de futuro. Una cosa es ser humilde y saber muy bien
nuevos en el ámbito eclesial. Signo de los tiempos es la que todo está en las manos de Dios y otra muy distinta
entrada en dificultad de ambas novedades jóvenes. Signo creer que nosotros aquí en estos menesteres de futuro no
de los tiempos es la preocupación eclesial en resolver la pintamos nada, cuando todo en la obra de Dios pasa por
conjunción de estos dos amaneceres jóvenes en una única nosotros, por el nosotros de un Dios encarnado.
labor dentro de las Iglesias particulasres, así como de la Muchas de las cosas que en la Iglesia se hagan depende-
Iglesia universal. Signo de la juventud de nuestro espíritu rán del diálogo espiritual que establezcamos los «mayores»
eclesial, personal y comunitario, es saber leer estos trozos y los «jóvenes». Si somos capaces de empalmar, de escu-
de vida cristiana novedosa como signos de los nuevos tiem- charnos, de ser libres, de hacer memoria juntos, trabaja-
pos que están emergiendo ante nuestros ojos. remos fructíferamente en la gratuidad que viene de Dios.
Y, entiéndase, esos «mayores» y esos «jóvenes» no son
Hay mucho que hacer en el trabajo eclesial. únicamente personas particulares, sino también comuni-
Es esencial en este trabajo la «centralidad» de abrir la dades eclesiales.
vida entera al mensaje de Jesús ya la comunión eclesial. Y Ahora bien, si los «mayores» nos empeñamos en lo
para esta centralidad, los jóvenes, personal y comunitaria- nuestro, en nuestros viejos y buenos signos de los tiem-
mente, están hoy muy bien situados, pues su mirada es pos de cuando éramos jóvenes, sordos, ciegos y mudos
más limpia, su relación con Dios y con el hermano es más ante los signos de los tiempos de hoy. Si vivimos encerra-
transparente. Tenemos que ayudar a que esas fuentes cla- dos en problemas «clericales» de pequeña sociedad se-
ras no se cieguen, sobre todo no queden enturbiadas por creta, en lugar de ofrecer nuestra memoria y nuestra ac-
ciénagas «clericales». Y en esto, nosotros los mayores, tualidad en Cristo. Si no somos radicalmente libres y
personal y comunitariamente, tenemos que ser cuidado- generadores de libertad en ellos. Si no buscamos con
sos y libres, guías y maestros. No lo seremos en verdad si ayuda de la gracia la centralidad de la vida cristiana y so-
no aceptamos gozosos la libertad de los jóvenes, que son mos maestros en esta búsqueda. Si no tenemos la osadía
también nuestros guías y maestros. de ser hombres y mujeres de oración, capaces de hacer vi-
Las nuevas parroquias son jóvenes. Los nuevos movi- sible lo que esto significa en palabras y acciones de vida.
mientos eclesiales son jóvenes. Si no tenemos la osadía de ser libres con la libertad del
El futuro real de la Iglesia se juega aquí, en el discerni- Espíritu y generar libertad espiritual. Si no tenemos la
miento de esa centralidad. Si no atinamos en ella unos y osadía de la imaginación creativa, el futuro de la Iglesia
otros, dejaremos a la Iglesia con un futuro escuálido. quedará empañado entre nosotros.
Ni el insensible al soplo del Espíritu de Dios en los La situación eclesial nos pide, pues, que seamos maes-
que son hoy jóvenes ni el viejo-verde, ayudan a un futuro tros de vida espiritual.

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No importa que nosotros mismos hayamos sido, quizá,
belga profesor de sociología Leo Moulin; el moderador
autodidactas. No importa que, de cierto, no seamos ca-
del acto fue Alonso Alvarez Bolado. El título me lo die-
paes de serlo adecuadamente. No importa que apenas nos
ron los organizadores como tema del encargo que me
atrevamos, dada la dureza de los tiempos y la conciencia
hacían.
de nuestras limitaciones. No importa que nos de miedo
ser libres. Nada de esto importa: «sólo Dios basta». Las seis primeras de las cartas sobre cine, dirigidas a
Necesitamos para serlo «memoria» y «centralidad». Raúl Marigorta, se me pidieron para que aparecieran en
una revista titulada Nueva tierra; se publicaron en seis nú-
VII meros sucesivos, desde noviembre de 1984 hasta sep-
tiembre de 1985. Luego la revista inició una nueva época.
Algunas de las páginas que el lector va a leer a conti- La séptima carta no se llegó a publicar. Las siguientes ya
nuación han sido publicadas anteriormente, otras son no se escribieron.
inéditas. «Credo con fe, fe con credo», apareció en Com- Suelo decir con frecuencia en clase que de lo único que
munio, 2 (1979) 90-4; «La contemplación, vivencia sacer- entiendo de verdad es de cine. El lector discreto enten-
dotal», en Surge, 38 (1980) 412-420; «¿La vida consagrada, derá por sí mismo que estas cartas publicadas en apéndi-
un sinsentido?», en Communio, 3 (1981) 351-8; «¿Qué con- ces se hilan, desde muy dentro, con el resto. No es nece-
diciones se requieren para evangelizar?», en Communio, 7 sario decirle nada más, por tanto.
(1985) 137-44; «El encuentro de Rímini 1981», en El
Ciervo, n.° 367-368, septiembre-octubre 1981, pp. 34-5; Avila, 14 de noviembre de 1987
«El Dios de los filósofos», en Laicado, n.° 68 (1985) 7-17;
«Memoria, tiempo, tradición», en Pensamiento, 43 (1987)
207-20; «La oración en el mundo de la cultura», en Cua-
dernos de oración, n.° 38 (1986); «¿Hay una sola verdad? Ver-
dad y pluralismo», en Communio, 9 (1987) 332-8.
Las páginas sobre el papa Juan Pablo II las escribí en
los entornos del viaje a España, primero interrumpido
* por el atentado, y luego realizado; la fecha de su termina-
ción es abril de 1981.
El capítulo 12 es el texto escrito de una comunicación
oral tenida en Pamplona el 10 de abril de 1987, en el con-
texto de un «acto académico» con el que se inició una pe-
regrinación a Santiago de Compostela de científicos y
funcionarios que trabajan para las Comunidades Euro-
peas en Bruselas y en Istra (Italia). El otro ponente fue el

30 31
2. CREDO CON FE, FE CON CREDO cioso librito4 nos ofrece una posibilidad de respuesta a
estas cuestiones. Partir de dogmas entendidos de manera
esclerotizada y enseñarlos siguiendo catecismos trasno-
chados, es aberrante. La posibilidad que él, filósofo de
formación, nos ofrece es la de partir de la antropología,
es decir, comenzar proguntándonos qué es el hombre e
investigar, a partir de ahí, lo que pueda decirse en una
clase de religión. En el hombre encontramos una facultad
admirable, la más admirable que tiene: la razón. Desde
que la humanidad ha caído en cuenta de ello, todo parece
coser y cantar. Mas, al final, dice Kamp, estamos encon-
trando que, si la razón es maravillosa en toda suerte de
explicaciones, la razón es incapaz de comprender. Todo
lo explica y, sin embargo, en ella no cabe la comprensión
de lo que somos los hombres ni de lo que nuestro mundo
Hace unos pocos años, en Bélgica, se armó un gran re-
vuelo en torno a un libro1, escrito por un sacerdote, pro-
respuesta de Kamp (31-12-74) y una larga respuesta a esta respuesta de
fesor de religión en un colegio, su nombre era Jean VAN STEENBERGHEN. Entre las recensiones, son dignas de ser mencio-
Kamp2. Vamos a hacer aquí juntos unas cuantas reflexio- nadas la de J. PlRlOT, en la revista de la federación belga de enseñantes
nes, sin necesidad de que el lector —si no quiere— deba católicos, Humanités chrétiennes, 18, (1975), 294-295; G. CHANTRAINE,
entrar en ese libro ni en la polémica que originó3. en la Nouvelk Revue Théologique, 97, (1975), 362-363. IGNACE BERTEN
escribió un largo artículo («A propósito de un libro de Jean Kamp.
Las iglesias se vacían. Qué se debe explicar, además, en Cuestión a la Iglesia»), en la revista católica progresista La revue nouve-
las clases de religión a los jóvenes. Jean Kamp en su pre- lle, marzo 1975, pp. 285-304. También pueden leerse varias notas en La
revue théologique de Louvain. La primera, escrita por ADOLPHE GESCHÉ,
1 profesor de teología en Lovaina, es el resumen de una reunión de filó-
JEAN KAMP, Credo sans foi,foi sans Credo, París, 1974. sofos con Kamp; la segunda, del mismo autor, es la que corresponde a
2
A raíz del libro, el cardenal Suenes, arzobispo de Malinas-Bruselas, otra reunión con Kamp, esta vez de teólogos; la tercera es una recen-
diócesis de Kamp, sacó una nota en la que, a la vez que le alababa en su sión larga de GEORGE VAN RlET, profesor de filosofía, también en Lo-
labor sacerdotal, condenaba enérgicamente el libro: «Este libro, des- vaina. Véase Revue théologique de Louvain, 6, (1975), 267-272; 388-401.
graciadamente, es totalmente incompatible con la fe y la enseñanza Por fin, JEAN KAMP revisó algunas de sus perspectivas en un artículo
cristiana». Quien quiera leer los reproches del cardenal, puede hacerlo publicado poco después, La revue nouvelle, octubre, 1975, pp. 335-354.
en La Documentación catholique, 72, (1975), 143-144. Recientemente ha publicado otro libro con un bello título, Le Dieu de
5
Jean Kamp tuvo que dejar sus clases de religión, aunque se le faci- notre nuit, París-Tournai, 1977, 219 pp.
litaron clases de filosofía. Esto dio origen a protestas y comunicados de 4
Precioso, aunque en muchos puntos —incluso importantes, funda-
«cristianos de la base», por ejemplo, puede leerse La libre Belgique del mentales— no esté de acuerdo con él, peor aún, no pueda estar de
17-12-74. En el mismo periódico el 26-12-74 apareció un artículo de F. acuerdo con él. No es cuestión de detallar aquí cuáles son, puesto que
VAN STEENBERGHEN, («La autoridad religiosa y el caso Kamp»), profe- no se trata de una recensión, sino de un comentario a proposito de al-
sor de filosofía en Lovaina, recién jubilado. Puede leerse también una gunos puntos que este libro representa muy bien.

32 33
es. La razón tiene un funcionamiento tal que a su paso dos a causa de la razón, se hace insoportable. Para aque-
todo queda objetivado. La razón todo lo separa y diferen- llos que buscan un sentido, para aquellos que tienen fe,
cia y todo lo que toca lo convierte en un objeto, en algo habrá un deseo de reencontrar la unidad de lo que se ha-
que queda fuera y alejado. La razón objetiva el mundo, bía separado, de reencontrarse a sí mismo y a los demás,
pero, aún más, nos objetiva también a los hombres, al que no como distintos y distantes, sino, al contrario, como
razona y al que es razonado, a sí mismo y a los demás. Es- cercanos, como unidos, como hermanos amados. Esta
tamos ante el tremendo límite de la razón. En el mo- consideración, dentro del sentido que nos aporta la fe, es
mento en que llegamos aquí comprendemos que, con la lo que nos pone ante Dios. Dios es aquél sentido, aquella
razón, podamos explicarnos lo que los objetos —que con unidad —que es, en realidad, Unidad— que se va haciendo
ella creamos— son; descubriremos cómo funcionan, pero al hilo del amor por los demás, por los más pobres y
nos habremos cerrado ante sus entrañas, nos cerraremos más necesitados.
a comprender el mundo de las cosas y, sobre todo, el Hemos llegado —siempre siguiendo más o menos a
mundo de los humanos, el mundo de cada hombre. Es in- Kamp— a poder comenzar a hablar de Dios y de la fe reli-
finito, pues, lo que escapa a la razón. Queda fuera de ella giosa. Pero, han de ponerse todavía grandes precaucio-
todo lo que es denominado por Jean Kamp como lo irra- nes. Fácil ha de ser darse cuenta de por qué. Habremos de
cional. Según él, hay, pues, en el hombre dos componen- rechazar todo dios o toda tradición religiosa que inten-
tes: la razón y lo irracional. ten, no tanto ofrecer un sentido a nuestras vidas, sino im-
Para muchos, aquellos que no se conforman con esos ponernos alguna doctrina o algún saber. Dios y la fe,
límites —tan estrechos en el fondo— de la razón explica- como hemos visto brevemente, nos surgen a través de
dora, aparece todo un mundo nuevo, distinto, inabarca- aquel mundo de lo irracional en el momento en que deci-
ble, inalcanzable para la razón. Quien toma en considera- dimos sumergirnos en él, tras dejar a la razón en sus ex-
ción este mundo, se plantea enseguida la cuestión que se plicaciones. Y la tradición cristiana ha mostrado, con
convierte en fundamental: se pregunta por el sentido de excesiva frecuencia, unos dogmas, unos saberes, conside-
las cosas, del hombre y del mundo. Precisamente, en este rando que la «fe» consistía en creerlos y sabérselos. Se ha
horizonte de sentido nos va a aparecer enseguida una di- movido excesivas veces en el mundo de la razón objetiva-
vergencia primordial: para los unos no hay sentido, para dora y objetivante, mundo en el que no hay lugar para
los otros sí que lo hay. Los que creen que existe sentido ninguna fe —fe verdadera, se entiende, fe como expre-
son los que tienen fe. Pero, cuidado, si se ha seguido lo sión de sentido—, mundo en el que no hay sentido y en el
que hasta el momento vamos diciendo —de la mano de que nos habría de faltar la posibilidad misma de descubrir
Jean Kamp—, se verá que esta fe es algo que, por ahora, en nuestro fondo eso que nombramos Dios.
no tiene ninguna resonancia religiosa. Tener fe es, con- Hasta aquí el meollo de lo que más me interesa en Jean
fiar, crecer, esperar que la vida, la nuestra y la de los Kamp. Lo fundamental está en el tapete. Hemos de ver
otros, que el mundo, tienen un sentido. Al llegar a este ahora cómo y debido a qué nos van a surgir grandes pro-
punto, la contemplación del mundo dividido, objetivado, blemas de esta manera de acceder a la fe y a Dios y, como
distanciado y frío en el que nos hemos encontrado lanza- consecuencia, las maneras de acercarse a la revelación, a

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Jesucristo y a la Iglesia serán distintas. gido en él, lo llamamos fe, y decimos que ese sentido nos
En primer lugar, hay que preguntarse por ese desvelo pone ante lo que llamamos Dios. Sea así. Hasta el pre-
de Jean Kamp de «hacer presentable a los jóvenes de hoy sente no hay discrepancia. Mas, la cuestión se plantea
el cristianismo». Cierto que hay aquí una muy encomiable ,. ahora. ¿No tiene consecuencias ese acto de nombra-
labor, al fin y al cabo es a ellos —y a los viejos, claro— a miento que hemos hecho? Es decir, esa fe de la que está
quienes va dirigido todo el «mensaje» cristiano. No puede muy bien que hablemos y ese Dios que creemos vislum-
ocurrir que no sea posible hacer una presentación para brar en el horizonte, ¿no abren perspectivas tan nuevas
ellos, contando con ellos. ¿No se hacía san Pablo judío que a partir de ahí todo cambia? Si no fuera así, vano es
con los judíos y pagano con los paganos para propagar a que demos nombre algún a lo que ya desde el comienzo
Cristo? Nada nos impide hacerlo, todo nos obliga a ello. tenemos. Cierto es que nos serviría para recuperar una
Sin embargo, no será justo que sea el temor y la pusilani- vieja y amada tradición, la cristiana: pero ¿es bastante? El
midad lo que no's gane. Lo que debamos decir lo diremos descubrimiento de que lo que sustenta nuestra vida es
caiga quien caiga. ¿Ven ustedes? Ya estamos ante un pro- una fe abierta al misterio y a la transcendencia y, sobre
blema. ¿Qué es lo que debemos decir? Hay, pues, un todo, de que Dios aparece en nuestro horizote, ¿nos de-
juego que se establece entre la consideración, la toma en jará en nuestras casillas? ¿El dar nombre es un acto sin
serio de a quiénes va dirigido lo que los cristianos diga- consecuencias? Si así fuera, no habríamos salido de ese ra-
mos y la necesidad de ser «cristianos» en lo que digamos, cionalismo reductor que Kamp decía rechazar; estaría-
siempre que queramos ser cristianos en lo que decimos. mos en trance de recuperar lo que él llamaba lo irracional
Desde el mismo comienzo, por tanto, está en juego un desde la más obtusa y segura de sí misma «diosa razón».
contenido. No sería así únicamente si creyéramos que Continuemos. Está bien haber llamado «fe» a ese hori-
con una adaptación total y perfecta «al mundo de los jó- zonte que, junto a Kamp, descubríamos al comienzo. Al
venes» encontraremos un calco, en sus esencias mejores, fin y al cabo, Ortega y Gasset le llamaba hace muchos
de lo que es «lo cristiano»; si así fuera, nos quedaríamos años «creencias». Pero, no nos hagamos un lío con las pa-
más contentos que unas pascuas: habríamos matado dos labras. Esa fe, en algunos casos desemboca en una fe en la
pájaros de un tiro. Pero ¿se atreve alguien a esta afirma- transcendencia, pero no siempre es así. La fe en la trans-
ción? Para quien la respuesta es la afirmación, por su- cendencia, en algunos casos llega a expresarse como fe en
puesto que nos sobraría todo eso que es lo cristiano. Es- Dios, en otros no. Para quienes expresan aquella su fe
taríamos doblando con ropaje religioso lo que ya está como fe en Dios, algunos tienen todavía a ese Dios como
dado en lo normal y corriente de todos los días. el Dios de Jesucristo, otros no. No vale por tanto que su-
Cabe, sin embargo, otra posibilidad. La de considerar pongamos que esa palabra tiene idéntico significado en
que el contenido nos viene dado al comienzo, en nuestra unos casos y en otros. No; sus mismos contenidos han de
reflexión —porque toda la irracionalidad a la que hace re- cambiar muy notablemente. Nos acontece aquí lo mismo
ferencia Kamp es reflexiva—, y de lo que se trata es de que antes. ¿Es la primera determinación de la fe la que da
una simple cuestión de lenguaje, de un dar nombre. No- el tono para siempre de lo que cualquiera de las otras fes
sotros —con Kamp— a ese sentido, mejor, a vivir sumer- significa? Es decir, ¿la fe centrada en lo que nos trans-

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ciende no mella de tal manera la fe de partida que se da ido dándole? ¿Toda historicidad quedará así dejada de
un gran cambio? ¿La fe que se dice fe en Dios tampoco la lado? ¿Quedaremos reducidos, mejor, condenados, a no
hace cambiar? Pero, sobre todo, la fe que se dice fe en el ser sino lo que ya éramos desde el comienzo, aunque
Dios de Jesucristo, ¿no aporta nada, tampoco, a la pri- ahora lo seamos con mis propiedad en tanto que lo he-
mera fe —recién salida del horno racionalista— de la que mos hecho reflexivo? ¿No estaremos reduciendo nues-
partía Kamp? Si así fuera, significaría una vez más que es tras vidas a algo puramente general, puramente global y
lo primero lo que determina todo, que todo lo que nos abstracto, en donde ya no parecemos tener lugar noso-
hemos de ir encontrando por el camino de la fe está ya tros, con nuestra pequeña historia que arrastramos a las
dado de antemano en nuestro origen, sería una simple espaldas? ¿Será verdad que nuestra historia y toda la his-
cuestión de nombre, aparentemente tan poco transcen- toria nada aportan, que nada nuevo, radicalmente nuevo,
dente como ir al registro civil a poner un nombre u otro nos pegan al riñon? Se comprende que, si así fuera, no
para un recién nacido. tiene demasiado sentido hablar de Jesucristo. Al fin y al
Si se acepta lo que vengo diciendo, nos está apare- cabo, mirado de una cierta manera, un personaje histó-
ciendo aquí algo de importancia. Una posibilidad de ac- rico con una vida, una muerte e incluso una resurrección
ceso a lo cristiano es plantarse en su medio y, luego, ver muy contingentes e históricas— como nuestro salvador y
que no está en contradicción, ni mucho menos, con lo nuestto redentor. Bastaría con hablar de que en él descu-
que los jóvenes de hoy esperan y buscan, si es que puede brimos un comportamiento conformado totalmente al
llegarse a decirlo. Pero, hay otra posibilidad, la elegida sentido que es el sentido de nuestras vidas; de ahí que, si
por Kamp —y que a mí personalmente me gusta mu- así fuera, hasta sería posible decir que Jesucristo es la re-
cho—, en la que se trata de mirar en torno a nosotros, ver velación de Dios: nos ofrece un modelo de vida moral
el mundo que nos hemos construido y detectar que exis- conforme con el sentido de nuestra experiencia humana,
ten puntos y momentos por los que parece salir todo un y con ello nos conformaríamos.
mundo diverso que en una primera instancia desconocía- ¿Dónde estamos? Pues apagando y yéndonos. Si fuera
mos. Si quieren ustedes, para simplificar, la primera es la de esa manera, vana es nuestra fe. Todo lo tendríamos
actitud de aquellos que podemos llamar «los judíos», los dado desde el comienzo y sería cuestión de reencontrarlo
que desde mucho antes estaban ya en conexión con lo por medio de nuestra reflexión filosófica. En una pala-
que esperaban; la segunda, la de «los paganos», quienes bra, nuestra revelación habría de ser la filosofía, sobre
nada esperaban, como no fuera con un ansia que no sa- todo si no cayéramos en la trampa de dividir entre la ra-
bían de dónde surgía, quienes, incluso, creyeron estar a zón y lo irracional, y tuviéramos, al menos, la astucia de
gusto en su mundo y, de pronto, despertaron de su sueño intentar racionalizar —es decir, utilizar nuestro instru-
vano. mento de pensamiento— el ámbito de lo irracional.
¿Quedará todo, en esta segunda óptica, reducido a afir-
mar, empero, que lo único importante es que la expe-
riencia originaria de los hombres ha podido ser descu-
bierta, como máximo, a través de los nombres que hemos

38 39
3. LA CONTEMPLACIÓN, por la puesta de sol de nuestro conocimiento, el alguien
VIVENCIA SACERDOTAL inmensamente bello que nos espera y se nos ofrece.
Dejarse llevar por esa corriente impetuosa pero serena y
plácida que es la presencia de Dios como objeto contem-
plado. La contemplación, en el sentido que llevo di-
ciendo, será un dejarse hacer estando ya dejado, un entrar
en el infinito, en quien es infinito, que nos acoge a la vez
que nos llama por nuestro propio nombre, como ninguna
criatura es capaz de hacerlo. La contemplación de Dios
sólo puede darse, pues, en desasimiento de sí, en apertura
sin fronteras al todo, en maravillamiento de sí en la gran-
deza de quien es todo. Contemplar a Dios es gozarlo, go-
zar con 61, gozar de él. Es haber llegado ya a una meta sin
término, es estar como fuera de sí, es un principio sin
final.
Antes de comenzar a decir aunque sólo sean unas pocas Sin embargo, ¿cuándo el sacerdote está así? Nunca, se
frases sobre el tema de estas páginas, deberemos pregun- diría. Pues, si alguno alguna vez llega a esa actitud esplen-
tarnos sobre qué es eso de la contemplación. Se contem- dorosa, es bien dudoso que sea el sacerdote, quien, como
pla lo bello, aquello que nos arroba y nos deja como fuera todo cristiano, por otra parte, tiene su vida comida por
de nuestras casillas, fuera de nuestras propias posibilida- las necesidades de cada día, las suyas propias, pero sobre
des de ver y de actuar. Contemplar, así pues, es algo pa- todo las de la comunidad a la que sirve, con la que trabaja
sivo, aunque produzca en quien contempla un gozo an- y gasta su tiempo con deleite. ¿Será que la contemplación
churoso, aunque seamos capaces de mucho andar y de no es para el sacerdote? Mas, ¿cómo habría de ser así
mucho buscar para encontrarlo, aunque no descansemos cuando el sacerdote es alguien que —a su manera, un
hasta llegar a ello. Contemplar, la posibilidad misma de tanto distinta a la de otros cristianos— opta por dedicar
hacerlo, nos lleva a una acción, la de buscar y conseguir su vida, su vida entera, a la ronda de Dios y a su comuni-
aquello en que luego quedaremos arrobados. dad de creyentes? No sería posible que al llegar a este
punto tuviéramos que decir que esa fruta tan deseada, úl-
Aquí, por supuesto, hemos de referirnos a la contem-
tima y decisiva a la que aspira todo cristiano y segura-
plación por antonomasia, aquella que mira a Dios. ¿Qué
mente también todo nombre, aunque presentida de ma-
significa buscar la contemplarán de Dios, contemplar a
neras un tanto extrañas, que esa fruta le está vedada. Me
Dios? Llegar a ella sería el arrobamiento que nos acomete
resisto a creerlo así. Al contrario, parece más acorde con
cuando lográramos ver a Dios, el objeto máximo de toda
lo que el sacerdote es y quiere ser que la contemplación
admiración; «los ríos sonorosos, el silbo de los aires amo-
de Dios sea una de sus metas deseadas, sea algo que se en-
rosos», el paisa/e sin imites, profundo y delicado, dorado
treteje efectiva y realmente en toda su vida.
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Es muy posible que todo lo que sigue, si tiene algún sea otra agua que Dios mismo.
valor, lo tenga para todo cristiano, para cualquier cris- Ha habido antes y sigue habiendo hoy gentes que están
tiano, pero, repito, con idéntica o mayor razón lo tendrá borrachas de Dios, que viven en él y de él, que lo con-
también para aquellos que escogieron —y fueron escogi- templan con arrobamieto y en éxtasis. No es nuestro
dos— servir a la comunidad y en el altar, aquellos que caso. Nosotros no. Pero tenemos nostalgia de ellos, casi
quisieron decir lo de los apóstoles: «y nosotros persistire- envidia de ellos; dichosa envidia por una vez. También a
mos en la oración y en el ministerio de la palabra» (He- nosotros nos gustaría ser como llenados de Dios, poseí-
chos 6, 4), para fruto de todos los que se reúnen en torno dos por Dios. De manera casi carnal. Nace de aquí un de-
a la mesa en el nombre de Jesús, y lo hacen con el propó- seo inextinguible, ancho, largo y profundo, inmenso, que
sito de realizar la comunión de todos y en todos. nadie ni nada puede llenar y con ello apagar. Nuestra pre-
Como todo cristiano, también el sacerdote canta lo del tensión es clara y rotunda: ese deseo es deseo de Dios,
salmista: «mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío» ansia de Dios, nostalgia de Dios. Es absoluta y segura, y
(Salmo 63). Ese es el grito del cristiano, de cualquier cris- no es fácil que la cambiemos, sin que signifique que no
tiano. Pasamos ansias de Dios. Hay en nuestro interior, sepamos tanto como cualquiera nos pueda decir para apar-
en nuestras entrañas, algo que nos empuja hacia Dios. tarla de nosotros. Es este punto importante, seguramente
Tenemos como deseos de Dios. Sabemos muy bien, em- decisivo, de nuestra pretensión.
pero, que a Dios ni lo tenemos ni lo podemos poseer. No se me escapa tampoco que vale decir: «El camino
Pero aún sabemos a la perfección que ni siquera estamos del deseo no remite a Dios, sólo conduce al hombre
cerca de él, que es demasiado lo que nos aleja continua- mismo», porque a continuación se añade: «Pero precisa-
mente, de él. Tenemos conciencia cierta además de que ni mente hay en la vida del hombre señales que muestran a
siquiera somos dignos de él en el día a día de nuestras vi- éste como un ser que necesita salir de sí, ir más allá de la
das. Mas, ciertamente, estamos como sedientos de Dios. posesión, de la satisfacción y del dominio, es decir de to-
Dentro de nosotros, en lo más íntimo, en lo más grande y das las actitudes que encierran en sí, para ponerse en el
profundo de nosotros mismos está moldeado un lugar camino de su realización» (Juan Martín Velasco en Revista
para que alguien, Dios, lo ocupe. Y sentimos el vacío de Católica Internacional: Communio, 2, (1980), 331). El dese
ese ocupamiento. al que me he ido refiriendo es un deseo transcendente con
No, no contemplamos a Dios y estamos muy lejos de respecto a éste. Es aquél al que se refieren San Juan de la
hacerlo de verdad, ni siquiera poder hacerlo alguna vez. Cruz: «En una Noche oscura / con ansias en amores infla-
Tampoco tenemos la certeza de quererlo de corazón y sin mada,...», «¡Oh cristalina fuente, / si en esos tus semblan-
recelos miedosos. Y, sin embargo, estamos como tierra tes plateados / formases de repente / los ojos deseados, /
agostada y reseca a la espera, como quien atiende con an- que tengo en mis entrañas dibujados!». O Santa Teresa de
sia, con tenso deseo, el agua que añora y necesita. Y esa Jesús: «Un alma en Dios escondida, / ¿qué tiene que de-
agua que ansiamos, de la que estamos sedientos, no puede sear / sino amor y más amor, / y en amor toda encendida
ser otra que Dios mismo. ¿Qué o quién nos sería sufi- /tornarse de nuevo a asomar?», «...A solo Dios desead,/y
ciente? Hasta decimos con osadía que no queremos que en El mismo os encerrad...».

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¿Qué otra cosa si no significa cuando con el salmista nuestro equipaje, pero que apenas nunca abrimos para
también nosotros exclamamos que en Dios está la fuente mirarlo.
de agua viva y que nos acogemos a la sombra de sus alas Con el ansia de Dios, sin embargo, ocurre algo espe-
porque él nos da a beber del torrente de sus delicias? (cf. cial. Aquel libro, con el tiempo, puede perderse, pode-
Salmo 36). ¿Cómo expresar mejor lo que he intentado mos incluso aburrirnos de transportarlo siempre con no-
decir sobre la vida del creyente, en uno solo de sus aspec- sotros para nada; no así con el ansia de Dios. Con el paso
tos, ciertamente, pero de los más elevados e importantes, del tiempo, nos damos cuenta de que es ella sola la que va
que con las palabras del salmo: «Como busca la cierva co- quedando, que es en ella en donde, sin siquiera saberlo,
rrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío; tiene hemos encontrado la explicación de lo que ha ido siendo
sed de Dios, del Dios vivo: ¿cuándo entraré a ver el ros- y está siendo nuestra vida. Nunca lo supimos de ante-
tro de Dios?» (Salmo 42)? Encontramos en esa oración, mano, sólo después se nos ha ido descubriendo ese miste-
ciertamente, elementos fundamentales de esa ansia de rio profundo de nuestra vida. Porque esa ansia de Dios
Dios a la que vengo refiriéndome. Tales expresiones, no es tal, es la presencia de Dios en nosotros, es la huella
además, las vienen haciendo suyas generaciones y genera- que va dejando en nuestra vida su traza, que se convierte
ciones de judíos y de cristianos desde hace innumerables en camino que lleva a alguna parte cuando miramos a lo
siglos, por lo que no podremos, pues, dejar de ver en ellas ya recorrido. ¿A qué otra parte puede ser sino al mismo
a uno de los pilares de nuestra manera de entender a Dios Dios? Mas, en este punto del presente, todo pende de
y de buscarle. nosotros.
¿No pedimos a Dios que, «mientras vivimos en este La contemplación, pues, termina por ser la acción de
mundo que pasa, anhelemos la vida eterna»? ¿No señala- Dios en nosotros. Una acción, que, como siempre con él,
mos la fugacidad del deseo que pasa y pedimos el deseo es respetuosa de nosotros, es como una dulce llamada,
que no pasa y de lo que no pasa? ¿No pedimos también una posición silenciosa y alargada de todo lo que somos.
que, plantados en este mundo en el que no alcanzamos a Es Dios mismo que poco a poco —y contando siempre
ver más allá de nuestros aprietos cotidianos que nos lo con nuestra resistencia, en lucha abierta quizá, que pode-
llevan todo, nos crezca en las entrañas el anhelo de lo mos ganar— se hace con nuestra vida. Con nuestra vida
eterno, de lo inalcanzable, de lo que nos saca de noso- que, empero, sigue siendo pecadora —porque todos so-
tros? ¿No pedimos, por último, que podamos vivir ya mos pecadores ante Dios—, que está asediada y atosigada
desde ahora en donde no estamos, en donde no podemos por todo lo que nos quiere alejar de él. Nuestro vacío se
estar, en Dios mismo, inmersos en él de una vez por llena de Dios, mas nosotros nos empeñamos en derra-
todas? marlo sin cesar, y vivimos de esa pena infinita. De ahí esa
La contemplación es así como la nostalgia de Dios, la nostalgia apenada de quien se sabe incapaz de retener lo
conciencia de un vacío que solamente él podría llenar. En que se le da en su pleno interior, de acoger a quien se le
la vida que nos achucha de aquí para allá, nos queda siem- introduce a borbotones.
pre algo que no perdemos. Es como ese libro —¿quién no Sentimos, por tanto, la ambigüedad, la terrible ambi-
ha tenido algún libro así?— que siempre llevamos en güedad de nuestra ansia, de nuestro deseo, de nuestra
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nostalgia de Dios. Porque, a la postre, la contemplación tros mismos. Todo esto nos lleva a abandonarnos a noso-
pasa por nuestra conversión, labor ardua y difícil de sos- tros mismos —en seguimiento de Jesús—, en perdernos en
tener, que debe recomenzarse una y otra vez en humilde nuestro deseo encontrado, en vivir ya de la certeza de lo
reconocimiento. adquirido para siempre, de lo que nos ha de conducir a la
Nos hemos adentrado así en eso que es nuestro miste- salvación definitiva, vivir en el Templo de nuestro Dios.
rio, el misterio que cada uno de nosotros somos. Pero Descubrimos así que aquel ansia de contemplación que
adentrarse en él significa también y sobre todo para el comenzábamos palpando en nuestro interior individual,
cristiano toparse con quien se adentró en el misterio de sí nos encamina a la Iglesia de Dios, cuerpo de Cristo, her-
mismo para llegar —porque de él había salido— al miste- mandad de los que buscamos a Dios a través de Jesu-
rio de Dios de una vez por todas, Jesús de Nazaret, el cristo, comunidad de contempladores y de los que hacia
Cristo. ella se encaminan. Pero descubrimos así mismo el miste-
Encontramos ahora en nuestro divagar la piedra de to- rio de la pobreza, el horror de la injusticia, la liberación
que de la experiencia aquí descrita. En una palabra, toda de la opresión, el sentido del sufrimiento. Todo lo asumi-
contemplación de Dios pasa —para el cristiano— por Je- mos en esta nueva dimensión encarnada de nuestra ansia,
sucristo. Pues fue él quien inauguró primero el camino verdadera carnalidad de nuestro deseo, palpable carnosi-
que conduce a Dios, y es él quien nos sirve de guía seguro dad de nuestra nostalgia.
y necesario. Siguiendo su ejemplo tenemos marcado cómo Hemos adquirido así, quizá, una manera de plantear-
llegar hasta la contemplación de Dios. Mas su ejemplo nos el titular de estas páginas que adquiere profundida-
pasa también por el desamparo de Dios, la decepción y el des insospechadas al comienzo. Tenemos, pues, que vol-
abandono. Pasa por el aprobio, la chirigota y el escarnio ver a nuestro punto de origen, cuando queríamos decir
de los hombres hasta la muerte. ¡Duro fue su camino! algo sobre la contemplación en el sacerdote.
¡Duro es el camino que nos señala! Es el camino del se- Desde la perspectiva que hemos descubierto, no vale
guimiento de la cruz. decir que- se deja la contemplación para el monje, porque
En el seguimiento de Jesucristo, aquel nuestro deseo, todo cristiano es un monje —tal vez el monje no es sino
nuestra ansia, nuestra nostalgia de Dios se hacen partícipes una categoría un poco especial de los cristianos—, y tam-
de la promesa, sus herederos, y ésta nos dice que seremos bién lo es, por tanto, el sacerdote. La contemplación nos
de Dios. Nos pone así, pues, en camino efectivo y defini- ha llegado aquí a ser una dimensión de totalidad de la
tivo de lo que buscábamos. A partir de ahora, nos encon- vida del cristiano. ¿Cómo hacer para no desalentarla, sa-
tramos con muchos otros, todos caminando por idéntico biendo ahora que desatenderla es, sin más, abandonar el
camino, convertidos todos en hermanos, porque hijos de camino, todo camino, cualquier camino, que lleva a Dios?
idéntico Padre, quien se hace, por medio de Jesucristo, el Ya lo hemos insinuado, la vida desasosegada y rendida
norte y el horizonte de nuestras vidas. en el servicio eclesial —y éste lo es todo, aunque poco o
Ahora bien, como por necesidad intrínseca, todo esto nada tiene que ver con algún mero servicio eclesiástico—,
conlleva el seguimiento de la cruz de Cristo, pues tam- como a Esteban, termina por llevar al martirio: «lleno de
bién nosotros deberemos pasar por la negación de noso- Espíritu Santo fijó la mirada en el cielo, vio la gloria de Dios

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y a Jesús de pie a la derecha de Dios» (Hechos 7, 55). Tal es los que se acerca con temor y temblor. Palabra y acción,
el término de toda vida de servicio a los demás. Este es el he ahí los dos elementos de la liturgia que encaminan al
final siempre posible de cualquier vida cristiana que bus- sacerdote a la contemplación de Dios, y, a su través, a
que la contemplación de Dios. toda la comunidad entera. La palabra que él predica, ce-
Acaba de morir Alfonso Carlos Comín en una vida de- ñida siempre, por supuesto, a la Palabra de Dios y no a
vorada por este servicio eclesial, consumido además por ninguna otra —ni siquiera a la suya propia—, abridora de
esa enfermedad que le ha llevado de manera definitiva a los misterios que allí se nos presentan, centrada en la ac-
la contemplación de Dios. ¡Tantas eran sus cosas con las ción de gracias que es toda eucaristía, dispensadora de los
que nunca he podido estar de acuerdo, y, sin embargo, misterios que allí se significan, los misterios del cuerpo y de
una vida entregada al servicio que lleva a ver la gloria de la sangre, de la pasión y de la resurrección de Cristo, pre-
Dios y a Jesús sentado a su derecha! figuración de la nuestra, i
La oración continuada también es encaminarse a lo Debemos reencontrar toda esta dimensión misté-
buscado, por supuesto. Oración que se entreteje en toda rica de la liturgia, precisamente su dimensión contempla-
la vida, porque toda la vida es oración como hemos visto. dora, la participación en nuestra vida y en nuestra tierra
Hemos recibido un Espíritu que nos hace hijos y que nos de la liturgia celestial; participación, por tanto, en la con-
permite gritar: ¡Abba! ¡Padre! Mas, igualmente, oración templación definitiva del Misterio de Dios. No, no es
del oficio divino. nuestra liturgia un rito mágico, menos aún una catequesis
El sacerdote que tiene en estima la contemplación —¿y moral ordenada a nuestra actuación o algún cumpli-
quién no la tendría después de lo que llevamos visto?— miento de escrupulosos requisitos, sino que es memorial
debe hacer especial hicapié en el rezo del breviario, de lo que realizó Jesús por y para nosotros; es el icono de
rezo lento y repetitivo que como dulce lluvia cae y se las bodas celestes del cordero, que está sentado a la dere-
adentra en lo hondo de nosotros para producir frutos cha de Dios; es ya participar en la visión de la majestad y
abundantes, frutos de contemplación. Es importante, de la gloria de Dios mismo.
además, que este rezo del oficio divino sea, en cuanto se Descubrimos de esta manera al sacerdote, tanto por el
pueda —y hay que buscar siempre que sí se pueda—, reci- servicio como por la oración y por su lugar singular en la
tado o cantado en grupo, pues el sacerdote tampoco es liturgia, como centrado, sin siquiera saberlo, en la con-
un solitario, debe compartir también la oración, pues la templación de Dios, adelantado en dicho menester. El sa-
oración a Dios siempre es compartida. En la asamblea de cerdote no es quizá un místico que vive en éxtasis, pero
los creyentes, o en un grupo de entre ella, o quizá en un sí se encuentra en la primera fila de los que buscan con-
grupo de sacerdotes que vivan juntos, sea como sea, pero templar a Dios.
el sacerdote debe intentar en el futuro por todos los Hay, por fin, un motivo sutil que nos va a hacer con-
medios rezar el oficio divino en común, si no siempre, al templar la contemplación de Dios en el sacerdote. Es la
menos en frecuentes momentos señalados. conciencia que él tiene —y que todos deben tener de
Sobre todo, el sacerdote es el contemplador de Dios él— de lo que dijo ya san Pablo: «Ese tesoro lo llevamos
en los misterios de la liturgia que él realiza y preside, y a en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan

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extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros»
(2 Cor 4, 7). El sacerdote es así para sí mismo y para los 4. ¿LA VIDA CONSAGRADA,
otros motivo de que resplandezca la fuerza de Dios en UN SINSENTIDO?
medio de nosotros, motivo de contemplación de Dios. Y
lo es precisamente por ser lo que es, vasija de barro, es
decir, frágil y quebradizo, indigno receptáculo del tesoro
que lleva en sí. Está ahí el punto fuerte: llevamos cierta-
mente un tesoro, pero no es nuestro. Parece que se sirve
siempre nuestro Dios de lo poco, de lo quebrado, de lo
roto, para mostrar su acción en medio de los hombres y
de la historia. Y su acción resplandece para quien sabe
mirar. La gloria de Dios se manifiesta por medio de su
fuerza en la vasija de barro de los sacerdotes, de los após-
toles. Motivo fundado para nuestra alegría y para nuestra
esperanza, camino recto que nos lleva a la contempladora
de Dios en nosotros y a través de nosotros.
En muchas ocasiones hay nombres que tienen en sí la
desgracia de su pretenciosidad, o al menos de que puedan
ser entendidos como tales. Así es éste de «vida consagra-
da». Se suele decir que roda vida cristiana es una vida
consagrada, y eso es verdad. El bautismo nos ofrece a to-
dos una vida de consagración a Dios de una perfección
tan grande y definitiva que nada puede serle añadido. El
bautismo nos encamina así a todos los bautizados a una
vida de santidad. Ya san Pablo sostenía esta opinión. Cla-
ro, cómo no habría de ser así cuando el bautismo es parti-
cipación en la muerte y en la resurrección de Jesús, el
Cristo. Ya nada más se nos puede ofrecer con mayor efi-
cacia, nada más o mejor podemos conseguir los bauti-
zados.
Y, sin embargo, todo bautizado que reflexione sobre sí
mismo se da cuenta también de que, teniéndolo todo ya
por el bautismo, todavía le falta, porque la vida cristiana
se vive a lo largo de un año y otro, quizá durante más de
noventa. No es, pues, en el principio en donde surge pro-
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blema, sino en ese vivir largo y dilatado de cada día, en dad al principio, debe llegar santo al final.
donde nuestra alma y nuestro cuerpo, nuestra carne y Todo es gracia, claro, pero gracia que pasa por nues-
nuestra sangre, vive en medio de mil solicitaciones que tros propios canales internos, que llega en situaciones por
proceden de dentro y de fuera y que en tantas ocasiones nosotros buscadas demasiadas veces con ahínco. Debe-
quieren arrastrarnos lejos de las promesas bautismales, de mos convertirnos a la santidad que se nos ofrece. Todo
la nueva realidad definitiva que se nos ofreció allí y que nos es dado, sí, pero es como si todo dependiera de noso-
se nos sigue ofreciendo de continuo. tros. N o que tengamos que cargar con nuestra vida sobre
También la Iglesia —y todos nosotros lo somos— vive las espaldas; gracias a Dios ya tenemos un pastor que
ya desde ahora y desde aquí en la perfección de dones que nos carga sobre sí con todo lo que es nuestro. Pero, ya sa-
la constituyen de manera definitiva y segura, pues es laj bemos, nada fácil es conformarse con vivir de la gracia
esposa del Cordero Místico del que nos habla el libro del que se nos ofrece de continuo. Nosotros guardamos
Apocalipsis. Todo lo que puede tener y va a tener, lo po- siempre la propiedad maravillosamente libre de abrir o de
see ya en plenitud. Es una Iglesia santa, santos son sus taponar sus caminos. Nada depende de nosotros y, sin
miembros, santas son sobre todo las reuniones celebrati- embargo, a lo largo del tiempo todo pende de nosotros
vas de quienes han sido misteriosamente elegidos y que porque todo lo podemos echar a perder. Cierto que
participan ya de la liturgia celeste, de la que son ellos ico- siempre está viva la esperanza definitiva de que al final
no verdadero. del tiempo todavía habrá esperanza. Mientras tanto toda-
Y, sin embargo, la Iglesia está también sumergida y vía estamos en el tiempo de los días corriejites y mo-
empantanada en la vida tantas veces cruel y desengañante lientes.
de todos los días, de todos los siglos. Vive también —y no La vida del cristiano, pues, es larga en su planteamien-
siempre hemos vivido nosotros o seguimos viviendo no- to. Es una vida tendida entre el principio del bautismo y
sotros bien— la tensión entre su santidad radical y defini- el final escatológico de la muerte. Es una sola, con todo el
tiva y el enlodamiento en esos consuelos terrenales que la gozo, la seriedad y la libertad de espíritu que esto da. En
desvirtúan, que la manchan, que la arrastran por caminos ella nos jugamos el principio y el final, con el corazón so-
prohibidos para ella, caminos de riqueza, de poder y de beranamente alegre y esponjado. Es aquí en donde, a lo
infidelidad. Sí, también la Iglesia tiene una vida larga, largo de nuestro tiempo, nos jugamos la fidelidad de
compleja y plagada de infinitas solicitaciones que tantas nuestro seguimiento de Jesús, en donde nos adviene de
veces la atenazan y la oscurecen, que en tantas ocasiones continuo la gracia de Dios, que nos-sostiene, que nos im-
—¡pero no siempre!— la hacen tan poco transparente. pulsa desde el principio hasta el final.
En esa tensión individual de cada cristiano y colectiva Cada cual vive esa fidelidad alargada en el tiempo co-
de todos los cristianos reunidos en la Iglesia es en donde cada mo Dios le da a entender. Es decir, hay carismas varios,
uno y todos juntos debemos vivir nuestro tiempo con el hay casi tantas posibilidades como individualidades. Aho-
mayor esfuerzo de conversión, con la mayor entrega y ra bien, todos, todos sin dejar uno, cada uno y cada todos,
con la mejor inteligencia. Por así decir, cada uno y cada deben vivir su vida cristiana en perfecta y absoluta li-
todos, debe encontrar su camino, debe fraguar su fideli- bertad. De nada sirve aquí vivirla en coacción o en atosi-

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gamiento. La obligación no es aquí asunto de ley o de de- En tiempos, los «consagrados» hablaron demasiadas ve-
recho, sino que surge espontáneamente del cuerpo y del ces de «estados de perfección» en los que ellos quedaban
alma, de la misma carne y sangre, como fidelidad a lo que mejor parados que otros, como mejores seguidores; ha-
" es principio y es final. La obligación no es primera, no es cían ver con demasiado regusto que había clases y clases,
constitutiva; al contrario, lo primero es la gracia de la fi- que una cosa es ser oficial de Cristo y otra —mucho me-
delidad que hace de la obligación libertad, alegría en mu- nor, mucho menos perfecta, mucho menos importante-
chas ocasiones dolorosa. ¡Quién dijo que en la vida cris- soldado raso del pelotón. Demasiadas veces se caviló so-
tiana no hay dolor¡ ¡Quién no sabe que la vida duele! Y, bre las obligaciones que aquél estado tan estupendo com-
sin embargo, la fidelidad alargada es raíz constitutiva de portaba y se hizo de la obligación principio de vida para
toda vida cristiana; es principio de mansedumbre, y losj sus miembros.
mansos verán a Dios; es principio de pobreza, y de los Luego, los tiempos cambiaron mucho. Numerosos de
pobres es el reino de los cielos. entre los «consagrados» comenzaron a dudar de su estado.
Se podrá argüir que esto son místicas, y es verdad, pues Comenzaron a no querer verse como si fueran cristianos
la vida cristiana es también mística; la vida cristiana es, privilegiados; sospecharon la grandeza de los de a pie. No
sobre todo, seguimiento de Jesús en la tensión de la fide- soportaron vivir su vida como obligación impuesta y re-
lidad. Sin esa raíz me atrevo a decir que no hay participa- glamentada desde fuera. Vislumbraron que la comunidad
ción de la vida trinitaria en nosotros, que, a secas, no hay era asunto de hermandad y no de cohabitación, de una
vida cristiana. mera ordenación global y externa para un proyecto que
Decía que son muchas las maneras de vivir esa vida. no importa personalmente demasiado.
Ninguna es excluyente, ninguna es tampoco absorvente, Se puso en solfa que la vida religiosa pudiera existir, al
ninguna llena en sí todas las múltiples posibilidades. Sólo, menos tal como se vivía por entonces. No se compren-
quizá, el conjunto de la vida de los cristianos en la Iglesia dió, con razón, qué venía a hacer en este cuadro una abs-
es vida plena. Es, pues, tonto y falso que unos digan a tención cruel de una vida sexual normal y sana, como la
otros que esta o la otra manera de vivir la vida es mejor o de los buenos cristianos de a pie. Se comprendió la im-
peor, más o menos perfecta. Sí, es verdad, el más fiel es portancia decisiva que en toda vida humana tienen el
aquél que es más perfecto, pero su fidelidad es de segui- amor, la ternura y el cariño. No se pudo soportar con
miento y de don, y a ninguno de nosotros toca, por tan- bien que el matrimonio y la paternidad debieran desa-
to, utilizar pesas y medidas. Nuestra libertad de cristianos parecer del horizonte, y esto por razones de simple obli-
nos exime de toda obligación impuesta, más aún si se nos gatoriedad. Más aún, pareció que la abstención sexual, la
quiere imponer desde algún carisma que no es el nuestro, vida en castidad, llevaba en su seno demasiados desacier-
no digamos si esa imposición viniera de puras y simples tos graves para quienes la soportaban. ¡Además de no ser
maneras de pensar. Pero también la fidelidad nos deja ya necesario ningún voto de castidad para ser cristiano,
abiertos a toda inspiración, a cualquier hacer y decir que incluso perfecto, la ciencia, al parecer, ponía en grave en-
la busquen para sí y para los demás, mejor aún si surgen tredicho la vida psíquica normal de los votantes! Se pen-
de ella. só que, seguramente, en su día, el voto de castidad fue
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signo de realidades más altas en sociedades capaces de juzgó de ella desde la democracia. Si alguna autoridad de-
comprenderlo así, pero que en la sociedad en la que nos ha to- bía de haber en la «vida consagrada», era la que emanaba
cado en suerte vivir ha perdido ya toda capacidad de significa- de las experiencias de la comunidad, en la que todos par-
ción; al contrario, que ya no puede entenderse en ningún ticipaban y a la que todos aportaban su proyecto. La
caso como reenvío a realidades evangélicas dignas de ser aceptación de una autoridad que se veía como mera y
vividas en nuestros tiempos, habiendo quedado sin más esencial tiranía sin sentido, a lo que vino a ser el voto de
como contrasigno cuando los cristianos hemos alcanzado obediencia típico de la «vida consagrada», apareció, pues,
a ver la dignidad sacramental y evangélica del matrimo- como indigno de hombres libres, de hombres que deben
nio, la dignidad humanizadora de la vida sexual. Así el vo- disponer de sus vidas para el bien de los demás; como
to de castidad fue dejado de lado por muchos, a la vez contrapuesto de raíz a la libertad de los hijos de Dios. Esa
que se elaboraba un discurso teórico justificativo de ese autoridad se convirtió en un monstruo a abatir.
abandono. A lo más, se concebía como una situación Sobre todo, se vivió con acuidad un voto de pobreza
transitoria. Se comenzó a vivir la «vida consagrada» como cargado de riquezas institucionales en numerosas ocasio-
una experiencia, y toda experiencia conlleva en su seno la nes. Para muchos, los mejores quizá, esto fue —y sigue
temporalidad. siendo— una permanente preocupación. Se descubrió con
el corazón partido que los pobres existen de verdad, car-
La aceptación de la autoridad de los superiores, el voto nalmente, y que los de la «vida consagrada» lo eran en
de obediencia, se comenzó a ver con ojos aún más torvos. tantas ocasiones sólo como votantes y de boquilla, pero
Se argumenataba, con razón, qué venía a hacer aquí en es- no en una realidad. N o valió para lo íntimo de muchas
te cuadro una obediencia reglamentada y ordenada desde conciencias una lectura en la que los pobres se convertían
fuera por pobres hombres cuyo único interés parecía ser demasiado en pobres de espíritu, como justificación de
el de mantener al personal a disposición de un proyecto situaciones propias contrarias a la pobreza real y descar-
que aparecía, en demasiadas ocasiones, vanal, cuando no nada. Se tomaron muy en serio estas cavilaciones, hasta el
venal. Se tendió a vivir a la escucha de los compañeros y punto de que lo institucional apareció para muchos como
compañeras, como experiencia de que la obediencia sig- el enemigo mortal. Pero, en ocasiones, desgraciadamente,
nifica mucho más aceptación de proyectos de actuación fue ese enemigo el que justificó a la postre el abandono
compartidos —generalmente nobles y llenos de contenido definitivo de toda vida consagrada, el que dio ocasión
humanizante—, vida dedicada a los demás con empeño y propicia para dejar de lado posturas personales y de vida
grandeza de ánimo, que mero acatamiento a la voluntad, que habían perdido ya en su contextura interna y se ha-
cuando menos poco comprensible, de algún superior, de- bían convertido, a lo más, en experiencias, de suyo, pues,
masiado preocupado las más de las veces de sus pequeños temporales. Pasó el tiempo y con él se esfumó el impulso
problemas de ordenamiento. Esta última obediencia se hacia ese esfuerzo continuado que es el seguimiento de
sentía como una limitación radicalmente inaceptable de la Jesús, pobre entre los pobres, con lo que éste sufrió alte-
libertad del cristiano, de la pura y simple libertad de cual- raciones profundas, resquebrajaduras que amenazaron la
quier hombre. La autoridad se miró como dictadura: se ruina de muchos proyectos. Sin embargo, esto no se hizo

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en un contexto de pecado —¡oh, feliz culpa!—, sino en la de cada cual, es escatología realizándose en una persona.
vanalidad del desencanto, de la mirada hacia atrás. «No es Sólo desde la libertad del cristiano —ama y haz lo que
fácil para un rico entrar en el reino de los cielos». Sí, nada quieras— se puede comprender que también es posible ha-
fácil es para un rico —aunque sólo fuere por su cultura- cer uno de su vida una vida consagrada en la castidad, co-
hacerse pobre, vivir pobre, ser pobre. ¡Es asunto de toda mo la de Jesús y algunos de sus discípulos. Castidad difícil
una vida! Para muchos tal prueba es decisiva: «y se mar- pero siempre deseada, de una entrega abierta a todos, sin
charon apenados, porque eran muy ricos». límite alguno, siempre dispuesta y siempre renovada; que
El movimiento hacia los pobres fue —y sigue siendo- evita ataduras porque sólo quiere ligarse a una persona, a
uno de los fenómenos más típicos y evangélicos de los Jesús de Nazaret, y en su nombre a todo prójimo; que
que se han dado últimamente entre los de la vida consa- quiere reservarse la posibilidad de un encuentro con el
grada y en muchos otros cristianos. Es ésta, sin duda, una otro, con todo otro, como prójimo. Una castidad que se
de las más grandes riquezas (evangélicas) de la Iglesia sabe difícil, casi imposible —pero para Dios todo es posi-
cristiana de hoy. ble—, que busca sublimar todas las capacidades sexuales y
Y, sin embargo, la vida consagrada —o como quiera afectivas propias en el solo seguimiento evangélico. Una
que se la llame— tiene hoy quizá más valor que en mu- castidad dispuesta a ser signo continuo de la libertad ad-
chos momentos pasados, aunque sólo adquiera su sentido quirida por el Espíritu, del desapego de toda realidad te-
si se mira desde dos perspectivas de conjunto comple- rrena. Una castidad que sabe del pecado, que conoce la
mentarias: la de la libertad del cristiano y la de la fideli- fuerza de la pasión, pero que se quiere —con la querencia
dad en el seguimiento de Jesús. Caben muchas maneras de Dios— capaz de perseverar inquebrantable en el segui-
de seguir a Jesús, y cada quien es libre de escoger para sí miento, porque no ligada a nada, no ligada a nadie como
lo que le plazca, aquello que el Espíritu de Dios le insu- no sea con ataduras de libertad, ligada sólo al reino de
fle. Nadie puede ordenar la vocación de otro; es algo que Dios. Una castidad que se vive fundamentada en la fideli-
cada cristiano vive, en lo más profundo de sí, en diálogo dad inquebrantable de Dios que sostiene nuestra propia
con el Espíritu, quien grita en el corazón de todo cristia- fidelidad, nacida en una vocación libre, y que soporta
no, siempre con acentos renovados: ¡Abba, Padre! La vo- siempre nuestra infidelidad. De aquí su osadía de decirse
cación no se traspasa, no se aprende, no se impone, resul- de por vida, de quererse de por vida, de buscarse de por
ta de nuestra respuesta a la acción de Dios en nosotros, vida, de ser de por vida.
en cada uno de nosotros, vivida en circunstancias siempre Quienes deciden escoger para sí la vida consagrada no
distintas, pero siempre con idéntica necesidad de fideli- son héroes, sino hombres y mujeres como todos los de-
dad en la respuesta. La vocación es la vida cristiana de ca- más, necesitan apoyaturas, por tanto; no pueden vivir su
da cual; por tanto, es un asunto de gracia. Dios nos llama ideal de manera descarnada, sino que su vida es también
siempre personalmente, a cada uno por su nombre. La un alargamiento del día a día con ánimo de vivirla de por
vocación es la respuesta a esta llamada, es el actuar de la vida. Por ello —aunque no todos y no siempre, pues hay
gracia en nosotros, es nuestro caminar hacia el reino, que vocaciones eremíticas—, viven en comunidad con aque-
aún viene pero ya está. La vocación, como vida cristiana llos que sienten vocación parecida a la suya, con el empe-
58 59
ño de hacer real aquí y ahora la vida de los primeros cris- donde nace en su raíz la obediencia.
tianos, de cuyos ecos todavía llegan apagadas resonancias, Plantada ahí la obediencia adquiere resonancias de vida
cuyo ejemplo atraviesa dos mil años de vida cristiana. De cristiana. La voluntad de Dios se expresa para el consa-
esta manera, la vida consagrada es también escatología rea- grado en la vocación asumida alegremente y, luego, en
lizándose en una pequeña comunidad particular, en un ese caminar comunitario a lo largo de los días. El consa-
pequeño grupo de personas que disponen su vida entera grado —como tantos otros, como todos— no camina solo,
a vivir en compañía su vocación particular. La vida consa- sino que lo hace en común con otros. Nada tiene que ver
grada es también vida comunitaria. la obediencia de la que hablo con esas ataduras con que la
Es una vida de fraternidad, de compartirlo todo pues se vida nos coge y a las que no podemos resistirnos. De lo
comparte todo un ideal de vida; una vida, especialmente, que hablo es de una obediencia que significa orientación,
en la que se ora en común. Sí, el centro vital de esas co- señalamiento común del camino, manera concreta de la
munidades está siempre ahí, en la oración, de donde di- fidelidad a la vocación, de fidelidad a la acción de Dios en
mana el trabajo individual y colectivo encaminado al él, consagrado, y todo ello en pura gratuidad, porque él
advenimiento del reino de Dios. Esas comunidades fra- es radicalmente libre de todas las ataduras. Si desobedece,
ternales en las que se posibilita la vocación común, por lo nada ni nadie le podrá poner trabas, pues siempre le que-
interior se abren a la contemplación y por lo exterior se da entera la libertad de retomarse su vida para sí, siendo
abren a la misión. Si faltase cualquiera de las dos apertu- infiel a su vocación, a ese largo y tendido discurrir de su
ras, vacilarían sus cimientos, perderían su razón de ser. vida en el don gratuito de Dios. La obediencia así enten-
Es una vida en la que la voluntad propia ya no es la dida es garantía de fidelidad en el seguimiento de Jesús.
guía definitiva y única y que lo decide todo, sino que es Signo de su consagración total en el seguimiento de Je-
una voluntad voluntariamente afecta. Por supuesto, la sús es el desapego de toda realidad material, de toda bús-
voluntad de todo cristiano no es una voluntad desafecta, queda de seguridad en la vida, de toda preocupación por
pues busca siempre estarse acompasada con la voluntad su futuro. No vive el consagrado para el dinero, ni para
de Dios a través del seguimiento de Cristo; pero todavía la adquisición de nada, ni para consumir nada. Se cierra a
lo es menos la de aquellos cristianos que consagran su vi- toda carrera hacia las seguridades. No aspira a escalar
da viviéndola en comunidad de voluntades, pues enton- puestos de ninguna clase, ni a hacerse famoso en ningún
ces su voluntad se ha integrado —porque así lo quieren— campo; no busca honores. No quiere participar en nin-
en una voluntad que es hermandad en el mismo segui- gún poder. Con sencillez se queda abajo, donde estaba, en
miento de Jesús. Piensan que, integrados en esa voluntad su pequeño servicio a los demás. Ha escogido el reino de
común, hechos ya uno desde ahora, se pondrán a la escu- Dios y a él sólo dedica las fuerzas de su vida. Es testigo de
cha de la Palabra con posibilidades crecidas, con fidelidad otra cosa, de otra manera de vivir. Es libre ya de toda ata-
renovada. Piensan que, en el estrecho camino que les toca dura mundanal. Su vida está dedicada a los demás. Sólo
andar, es demasiado fácil el desamparo y la disolución. De pretende escalar una cosa: la cruz de Cristo. Por ello
aquí, de este doble sometimiento, a Dios y a la pequeña quiere hacerse pobre entre los pobres, sin aspavientos,
comunidad de los hermanos con parecida vocación, es pero con certeza inexorable. Cualquier causa perdida an-

60 61
te los poderes de este mundo es suya. Allí estará, junto a
los desheredados de la tierra, junto a los que sufren de 5. ¿QUE CONDICIONES SE REQUIEREN
cualquier sufrimiento, junto a los moribundos de cual- PARA EVANGELIZAR?
quier muerte, junto a los marginados de cualquier margi-
nación, junto a los enfermos y junto a los viejos. Sabe, so-
bre todo, que no puede servirse a Dios y al dinero.
Si la vida del consagrado, por el contrario, se va cons-
truyendo en seguridad, y en plácido futuro, y en arcas
que se llenan de dinero, y en el progresivo abandono del
servicio a los demás, sobre todo a los más pobres y nece-
sitados, nos encontramos ante el más evidente signo de
que abandonó —sensible o insensiblemente, eso es lo de
menos ahora— el seguimiento de la cruz de Cristo, de que
terminó por no ser fiel a su vocación, de que olvidó la
tierra feliz de la escatología para instalarse en este mun-
do. Ni siquiera le ha de quedar la justificación de que el
grupo en el que vivía su vocación, la obediencia, le llevó Hemos pasado unos años, bastantes, en que parecía du-
donde está, porque él como todo cristiano, es soberana- doso cualquier esfuerzo tendente a la evangelización. Se
mente libre para escuchar —y seguir— la voz del Espíritu quería salir de un ambiente cerrado y que parecía putre-
que le indica el camino: la fidelidad continuada y hasta el facto; se descubría la existencia de un mundo que no pa-
final en el seguimiento de Jesús, el Cristo. recía corresponder a lo que en el ghetto se opinaba, sino
que estaba cargado de sutiles promesas por descubrir y
alentar; la liberación de toda opresión —tan candente, tan
sangrante— pareció llenar todo el espacio. De ahí que
fueran muchos los que eligieran una presencia en medio
del mundo en silencio, sin palabra, en rápido contraste de
la palabrería anterior, según era su opinión, una presencia
en medio del mundo sin anuncio del evangelio1, como no
fuera un evangelio que se diluía en las urgencias sociales y
políticas, que quería —más en otras tierras que en éstas—
la liberación del estado de postración producida por el
esquileo de la geopolítica.

1
Cf. las pp. 12-13 de mi Poder y bienaventuranza. Los cristianos españo-
les en la encrucijada. Encuentro. Madrid, 1984.

62 63
Hoy, sin embargo, se plantea con fuerza extrema la ne-
cesidad de la evagelización. Parece que se escucha en el palabra y con nuestra vida la buena noticia, porque si no
interior de las personas y de las comunidades de seguido- lo hiciéramos, reventaríamos. Más aún, la conciencia pre-
res de Jesús, el Cristo, la palabra de San Pablo: ay de mí si cisa y clara de que si no lo hiciéramos así faltaríamos de
no evangelizare. manera grave a esa buena noticia, que no es de nuestro
¿Se tratará, simplemente, de una vuelta atrás en un em- patrimonio exclusivo, sino algo que tenemos para ofre-
peño por agrupar fuerzas desperdigadas, de un contraste cer a los demás como buena noticia también para ellos;
para galvanizar los espíritus de cara a las batallas que va- que precisamente porque lo es para nosotros, se nos sale
mos a iniciar para la reconquista, de un arropamiento de como anuncio a través de todos los poros de la acción, de
unos en otros debido a la pérdida de poder que los católi- la vida, de la creación de cultura, del pensamiento, y que
cos hemos sufrido en España y que deseamos con avidez aparece como transparencia en todos nuestros proyectos.
recuperar? Aunque no pocos puedan pensar —y de hecho Sólo quien no cree en lo que cree como real buena no-
piensen— que de eso se trata, creo que no son estas las ra- ticia puede callar temeroso, sin palabras, puede esconder
zones del acendrado esfuerzo evangelizador que hoy co- su vida en el anonimato de quien se sabe superviviente de
mienza a notarse un poco por todas partes. Ni las razones algo que ninguna fuerza de futuro tiene, porque todo lo
superficiales ni las razones profundas. Entender de esta que ofrecía ha pasado ya a la corriente cultural común a
manera las cosas no tiene quizá en cuenta aquello que todos, acervo de todos ya, lo que le ha dejado, evidente-
está siempre en el corazón mismo de toda vida cristiana: mente, sin expresión, sin palabra; ¿qué sentido podría te-
la urgencia evangelizadora. Más aún, es querer buscar ner para éste el gritar como buena noticia para los demás
connotaciones restauracionistas a la vida misma del cris- lo que ni siquiera para él es otra cosa que antigua noticia,
tiano y de la comunidad de los cristianos, cuando ésta vieja de decenios y milenios, que dio todo lo que por dar
quiere volver a encontrar algo que le es fontal, signo de tenía? Lo más que así podría quedar en los cristianos
centralidad y de veracidad. Si aquí o allá se dan tintes res- —cristianos viejos— es una vaga nostalgia —pero nostalgia
tauracionistas con claros matices políticos —lo que acon- de la mala, pues no es nostalgia de oración— de pasados
tece idénticamente en los buscadores-de-connotadones- tiempos que desaparecieron dejando lejanos rastros.
por-encima-de-todo, como cualquiera puede saber—, debe Pero para quien la buena noticia del evangelio sigue
ser empeño de todos que nuestro esfuerzo evangelizador siendo noticia de mañana, quien osa embarcarse en la
sea claramente buena noticia evangélica, sea el fruto deci- buena aventura que ella le procura, ¿cómo callará desde sí
dido y decisivo de la buena aventura del seguimiento de mismo?, ¿quién le hará callar de fuera de sí? ¡Ay de noso-
Jesús, el Cristo. ¡Las cosas son diáfanas; tienen que ser tros, por tanto, si no evangelizáramos!
diáfanas! Evangelizar es traer al mundo y ofrecer a sus hombres
¿Qué hay, pues, por debajo de este gran esfuerzo evan- una buena noticia, la buena noticia del samaritano, no la
gelizador que se puede ver hoy entre nosotros? La con- del predicador de catástrofes apocalípticas. Así, la pri-
fianza segura en lo que es nuestra fe, en lo que creemos, mera de las condiciones de evangelización es la de asumir
la seguridad de que tenemos que anunciar con nuestra desde dentro los sufrimientos múltiples del hombre que
hoy vive entre nosotros, que somos nosotros. Evangeli-
64
65
zar no es condenar, pues condenar es una mala noticia, ja- nosotros y para todos.
más una buena noticia. Ya son demasiados los sufrimien- Nada que sea humano, por tanto, queda fuera, como
tos del hombre de hoy, que le hacen gritar y que le extraño, del proceso de evangelización, porque la buena
revientan por dentro hasta la misma muerte, para que en- noticia llega a todos los escondrijos, pone al aire lo que
cima nosotros los cristianos les arrojemos encima la mala parecía más recóndito, renueva lo que estaba más po-
noticia de su condena última y definitiva. Al contrario, drido.
nuestro mensaje es la buena noticia cargada de esperanza, Tanto es lo que hoy se dice de condenación, que la no-
de inmensas posibilidades de salvación, de cambio, de fu- ticia del evangelio es extremadmente novedosa. El men-
turo, de construcción de un cielo nuevo y de una tierra saje de los poderes que continuamente nos acribilla en
nueva. todos los frentes parece tener una única cantinela: somos
En ningún caso se trata, por tanto, de que la Iglesia ne- bazofia, podredumbre, maldad; y cuando no afirma esto,
cesite o quiera anunciarse a sí misma, como si, en un todo lo que dice son bambalinas de cartón piedra pintado
mundo de fealdad, se extasiara en su propia belleza, como en rosa que no engañan a nadie, que son otra manera de
si sólo ella fuera la panacea para resolver todos los males afirmar la mentira y la condenación. De ahí la urgencia de
del presente. Menos aún se trata de que pronto la evan- que proclamemos la buena noticia del evangelio, una no-
gelización se vierta en cuestiones de metodología de tra- ticia que hoy se hace explosiva, que es un grito recio de
bajo y de medios de comunicación y transmisión, porque esperanza que nos abre el futuro.
lo decisivo, lo único decisivo, aquello que hace creíble el Si nos encerramos en nuestra propia seguridad, en la
anuncio porque le da toda su enorme fuerza es esto: que pequenez de nuestras conquistas, y dejamos de lado el
anuncia a Dios. amplio mundo en el que el hombre llora y canta, sufre y
La evangelización, por ello, busca al hombre porque es goza, reducimos la buena noticia de Jesús a un pequeño
hombre y en lo que es hombre, lo hace porque sabemos mirarnos al ombligo de nuestro pequeño yo, pecamos
muy bien que es infinito y que sufre —¡y sufre mucho!—, gravemente al reducir a empequeñecida caricatura el
y a él, precisamente a él en lo que es en su desnuda reli- evangelio de Jesús, hasta el punto que él reniega y se
dad, le anuncia un mensaje de esperanza, una buena noti- convierte en enemigo acérrimo. ¿Convertiríamos acaso la
cia: la misericordia de Dios que se nos ofrece en Jesús, el oferta de salvación que la misericordia de Dios ofrece a
Cristo, con todo lo que ello tiene de significativo para la todos en un negocio personal? Habríamos roto la raíz
vida. Porque, no lo podemos olvidar, se trata de una misma de nuestro ser, porque nosotros somos enviados a
buena noticia que transforma por entero nuestras vidas los demás, somos instrumentos del anuncio de salvación
—no se queda simplemente en una noticia más de las infi- que se hace realidad en nosotros y a través de nosotros.
nitas que nos llegan todos los días—, que las revuelca por La primera epístola de San Juan nos lo dice con fuerza
entero, que cambia nuestras relaciones, que construye extraordinaria: «El anuncio que le oíamos a él y que os
novedad. Es la buena noticia de que este mundo está bajo manifestamos a vosotros es éste: que Dios es luz y que en
la misericordia de Dios, no bajo su juicio condenatorio, y él no hay tiniebla alguna» (1 Jn 1, 5), con su otra ver-
que este mensaje tiene consecuencias muy amplias para tiente: «Quien no practica la justicia, o sea, quien no ama

66 67
a su hermano, no es de Dios; porque el mensaje que oís- Jesús. Sólo así nuestro mensaje es verdaderamente un
teis desde el principio fue éste: que nos amemos unos a mensaje de amor de Dios y no vanas palabras que buscan
otros» (1 Jn 3, 11). Los dos vocablos subrayados son una arañar algo más de poder.
misma palabra griega, con raíz de evangelio: angelt'a. El Los Hechos de los Apóstoles —espejo de toda comuni-
Hijo nos ha manifestado que Dios es amor, y hemos com- dad cristiana— están transidos de esa arrolladora fuerza
prendido lo que es el amor porque él se ha desprendido evangelizadora que es también la nuestra: «Ni un solo día
de su vida por nosotros; por eso sabremos que amamos (los apóstoles) dejaban de enseñar, en el templo y por las
a Dios, si amamos a nuestros hermanos, porque ¿quién casas, dando la buena noticia de que Jesús es el Mesías»
creerá que amamos a Dios a quien no vemos, si no ama- (Hch 5, 42). Cuando tienen que escapar debido a la per-
mos a los hermanos a quienes vemos delante de nosotros secución que se ha desatado contra la iglesia de Jerusalén,
en su menesterosidad? «al ir de un lugar para otro, los prófugos iban anunciando
Es, pues, un anuncio y un mensaje para nosotros, pero el mensaje» (Hch 8, 4; también 8, 25; 13, 32; 14, 7; 14, 15;
que no termina en nosotros, sino que a nuestro través 16, 10 y 17, 18). La primera comunidad de cristianos es,
pasa como amor a los demás; no es un amor cerrado y ex- así, esencialmente evangelizadora.
cluyeme, sino transido de amor efectivo para los demás. No digamos nada San Pablo, quien, según dice de sí
Tal es nuestro mensaje, tal es nuestro evangelio, de ahí mismo en las primeras palabras de su texto magno, ha
la evangelización. sido «escogido para anunciar la buena noticia de Dios»
Pero ¿es Jesús, el Cristo quien tenía que venir de parte (Rom 1,1; léase también 15, 20). Al final de la misma
de Dios o todavía tenemos que esperar a algún otro que carta encontramos otro texto que nos ha de introducir al
sea también Señor para nosotros, compartiendo su seño- corazón mismo de la condición del envío: «¿cómo van a
ría con él? Nosotros, como leemos en el evangelio de invocarlo (el nombre del Señor) sin creer en él?, y ¿cómo
Mateo, como prueba de nuestra creencia hacemos nues- van a creer en él sin oír hablar de él?, y ¿cómo van a oír
tras la palabras de Jesús en su respuesta a los discípulos de sin uno que lo anuncie?, y ¿cómo lo van a anunciar sin ser
Juan el Bautista: «Id a contarle a Juan lo que estáis viendo enviados?» (Rom 10, 14-15). ¿Cómo lo van a anunciar sin
y oyendo: los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos ser apóstoles? Porque eso es lo que significa «apóstol»,
quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y enviado.
a los pobres se les anuncia la buena noticia (euangelizon- El evangelio de Juan nos da el sentido completo y
tai)» (Mt 11, 5). Condición de la evangelización es que se pleno de este envío cuando los discípulos ven al Señor re-
vea y se oiga lo que se veía y se oía entonces, cuando Jesús sucitado: «Como el Padre me ha enviado, os envío yo
lo declaró a los discípulos de Juan. Si así no fuera, el es- también» (Jn 20, 21). Porque el Padre ha enviado a Jesús,
fuerzo de evangelización es vano, no es quizá otra cosa y son sus obras las que dan testimonio de ello (cfr. Jn 5, 36),
que restauracionismo de cerrazón en un ombligo con como la resurrección de Lázaro (cfr. 11, 42). En la emo-
centro político seguramente. No nos anunciamos noso- cionante oración de Jesús, justo antes del relato joánico
tros mismos, por supuesto, pero en nosotros los anuncia- de la pasión, encontramos al comienzo la afirmación
dores se nota ya la tuerza transformadora del señorío de tajante de que la vida eterna es reconocer a Dios como

68 69
único Dios verdadero, «y a tu enviado, Jesús, como Me-
en camino con Jesús es una aventura. Otro escucha esta
sías» (Jn 17, 3), que lleva, casi al final, al envío formal y
palabra de boca de Jesús: «Sigúeme». Pero pone condicio-
lleno de solemnidad: «Como tú me enviaste al mundo, al
nes, debe ir a enterrar a su padre, el deber más sagrado
mundo los envío (a los discípulos) yo también» (Jn 17, 18).
para él en ese momento. Sin embargo, la llamada de Jesús
El envío, pues, es un encargo que viene de parte de Dios
al seguimiento —preludio del envío a evangelizar— está
a través de Jesús, él mismo enviado por su Padre. Y se
por encima de todo, incluso de ese deber de piedad filial:
hace con toda la fuerza del encargo que procede de
«Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete
Dios.
por ahí a anunciar (diángele) el reinado de Dios» (Le 9, 60).
Somos así enviados al mundo, es parte de nuestro Un tercero se acerca a Jesús mostrándole su decisión de
mismo ser cristianos. No es ninguna labor particular que seguirle, pero le pide que le deje aún despedirse de su
alguno, por su cuenta y riesgo, se toma para sí si le ape- familia, pero Jesús le dice: «El que echa mano al arado y
tece y cuando le apetece. Y el «mundo» de Juan no es un sigue mirando atrás, no vale para el Reino de Dios»
simple mundo de rosas o lo que nosotros decimos con (Le 9, 62).
idéntica palabra, sino el reino del malo («los bajos apeti-
Así, pues, sólo puede ser enviado el que ha sido ele-
tos, los ojos insaciables, la arrogancia del dinero», como
gido para el seguimiento. Si alguien decide por sí mismo
dice 1 Jn 2, 16), es el mundo en que estamos encerrados,
seguir a Jesús, es disuadido por éste; si pone condiciones,
el que afirma que somos bazofia, podredumbre y maldad,
por sagradas que parezcan ser, es rechazado, no pueden
y somos enviados con un mensaje de amor de Dios, no de
aceptarse condiciones de ninguna clase. Y, nótese bien,
execración y de condena.
todo esto ocurre en el camino de Jerusalén, en el camino
También en los evangelios sinópticos encontramos el
que termina en la cruz, que ya desde ahora va hacia ella.
envío de los Doce por Jesús con insttucciones precisas
La cruz no apetece a nadie; seguir a Jesús es insensato.
(cf. Mt 10, 5-15 y paralelos Me 6, 7-13 y Le 9, 1-6). Pero
Sólo el elegido puede seguirle, porque con la elección re-
nótese bien la importancia de lo que aquí se dice, la
cibe la fuerza del seguimiento2.
fuerza que Jesús pone en el envío, porque «el que os re-
La epístola a los Hebreos nos sitúa en una perspectiva
cibe a vosotros, me recibe a mí, y el que me recibe a mí
singularmente distinta, lo que nos va a enriquecer ofre-
recibe al que me ha enviado» (Mt 10, 40). Tampoco aquí,
ciéndonos nuevos ámbitos en los que se realiza la evange-
por tanto, el envío es un hecho particular, sino algo deci-
lización. En esta etapa final, Dios nos ha hablado por su
sivo que proviene de la misma fuerza del Padre.
Hijo, no por boca de ángeles. Ya no son ángeles, pues, los
Pero Lucas nos señala con fuerza extraordinaria otra que nos son enviados, sino aquel que es reflejo de la glo-
de las condiciones de quienes, siguiendo a Jesús, van a ser ria de Dios, impronta de su ser. Prestemos atención a lo
enviados a la tarea evangelizadora. Estando en ruta hacia aprendido, no desdeñemos una salvación tan excepcional,
Jerusalén, uno se acerca a Jesús por el camino y le dice
que le quiere seguir. La respuesta es dura: «Las zorras tie-
2
nen madrigueras y los pájaros nido, pero el Hijo del hom- Este párrafo nace en conversación con JUAN LUIS RUIZ DE LA
PEÑA, al hilo de las ideas de DIETRICH BONHOEFFER sobre el segui-
bre no tiene donde reclinar la cabeza» (Le 9, 58). Ponerse miento de Jesús.

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una salvación «que fue anunciada al principio por el Se- viene como novedad absoluta, liberación de la esclavitud,
ñor y que nos ha confirmado los que la oyeron, mientras de la opresión y de la muerte, expiación de todo pecado,
que Dios añadía su testimonio con portentosas señales, realizado ya en el sacrificio del cuerpo y de la sangre de
con variados milagros y distribuyendo dones del Espíritu Jesús, que la comunidad de los cristianos hace presente y
Santo según su voluntad» (Heb 2, 3-4). real en la eucaristía, como sello y garantía de lo que se
Nos adentra así esta epístola en algo central del men- hace ya realidad novedosa entre nosotros de parte del
saje que nos llega de parte de Dios, mensaje de salvación, Dios que nos salva y nos ofrece su misericordia.
no de condena. El que venía de parte de Dios asumió La eucaristía se nos presenta así como otra de las con-
nuestra carne y sangre, nuestro sufrimiento y nuestra diciones de la evangelización. Eucaristía que es acción,
muerte, para liberar a los que pasan la vida como escla- evidentemente, pero que también es impregnación y
vos: «por eso tenía que parecerse en todo a sus hermanos, construcción, construcción de fraternidad que se nos
para ser sumo sacerdote compasivo y fidedigno en lo que ofrece como don, que ni es simplemente camaradería ni
toca a Dios y expiar así los pecados del pueblo. Pues por se queda en solos nosotros —cualquiera de las dos cosas
haber pasado él la prueba del dolor, puede auxiliar a los rompe la eucaristía por su mismo centro, secando para
que ahora la están pasando» (Heb 2, 17-18). siempre el don que Dios nos ofrece en ella—, que es im-
La buena noticia se nos muestra así en otra faceta de pulso evangelizador hacia afuera, que es construcción de
singular importancia para nosotros. Porque ella se nos un mundo nuevo, con sus infinitas mediaciones, un mundo
ofrece tamién en el sacrificio del sufrimiento y de la que no queda en el «espíritu» de alguna vaga utopía, sino
muerte, del cuerpo y la sangre del Señor, en donde él que se hace «carne» y «sangre» en nosotros y con noso-
simpatiza con nosotros hasta el anonadamiento —excep- tros, pero no sólo para nosotros, sino también como
ción hecha del pecado—, pero no queda ahí, porque sube ofrenda para los demás.
de nosotros hasta Dios, de quien procedía, abriendo ca- Condición decisiva de la evangelización es el envío. No
mino. Su muerte es solidaria con nosotros, expiatoria y estamos ante una cuestión que se resuelve en el plano de
liberatoria para nosotros. El nuevo templo es el cuerpo lo meramente privado. Al contrario, lo hemos visto, el
de Cristo ofrecido por nosotros. De esta manera, el que evangeliza tiene que ser enviado a ello. ¿Enviado por
cuerpo nuestro, el de cada uno y el de todos, es también quién? Por la misma fuerza del Evangelio que se apodera
templo vivo de Dios, es casa de Dios, morada transfor- de él, por la llamada al seguimiento del Señor Jesús, por
mada ya desde aquí, imagen de lo que ha de venir. la profundidad eucarística de la vida comunitaria y perso-
En filigrana nos aparece, pues, el sacerdocio de Jesús y nal que se expande de sí como vida nueva. No se en-
la perspectiva eucarística en nuestro proceso de señaliza- tiende una Iglesia sin pasión evangelizadora. No se en-
ción de la buena noticia que Dios nos anuncia y nos tiende una Iglesia en cuyo seno no se vea con fuerza
ofrece en su Hijo. No podemos olvidar esta perspectiva decisiva y creadora la acción del Espíritu suscitándose
tampoco, tan rica como ella es en fraternidad eucarística obreros para su viña, que extiendan el reinado de Dios en
que tiene §u basamento en el don de Dios, constructor de el mundo. No se entiende una Iglesia sin una celebración
esa fraternidad. Casa de Dios, casa nueva, mundo que ad- eucarística que la transforme en lo más profundo que ella

72 73
es y en lo que es su acción hacia afuera. La evangelización
ciertamente que no es asunto meramente privado, es en- 6. JUAN PABLO II: LA CIENCIA
vío y misión. EN NUESTRA CULTURA Y LA FE
Es condición de la evangelización también que aquel
que evangeliza tenga íntimo convencimento y vivencia de
lo que anuncia. El evangelizador es —debe ser necesaria-
mente— experimentador de eso que es su mensaje. De
otra manera, ¿qué dice, qué anuncia, cuál es su mensaje?
Su convencimiento y, sobre todo, la práctica de su vida es
prenda de lo que anuncia. Si no, ¿quién habrá de cteer
que trae una buena noticia?, ¿quién habrá de creer que
trae siquiera una noticia? No es sólo su palabra, sino su
convencimiento, la experiencia de toda su vida, el instru-
mento evangelizador que emplea. ¿Quién le habrá de es-
cuchar, si así no fuera? Evangelizar es ofrecimiento de
eucaristía, es fraternidad eucarística.
¿En quién habrá de confiar, por tanto, el que evange- Debo comenzar diciendo que me encuentro en os-
liza? ¿En el bastón?, ¿en la bolsa? En el Espíritu, fuerza de curo callejón, mejor en una absurda noche en la que por
Dios que le arrastra. Sólo él es su guía, sólo él es su más que abro los ojos no llego a ver más que confusos
fuerza. El Espíritu de Dios es así condición última y su- contornos, sin siquiera tener la certeza de que lo que creo
prema de la evangelización. ver no sean mis propias imaginaciones.
Todavía hoy, entre nosotros, resuena la voz del Señor Gracias a Dios no tengo contacto secreto ni especial %
Jesús —como lo ha hecho en tantos lugares y en tantas con nadie que me ponga en cortocircuito con el saber es-
épocas— en el diálogo final con sus apóstoles, justo antes condido y esencial. Tengo la osadía o la pura y simple ne-
de ascender a sentarse a la derecha del Padre: «Recibiréis cesidad —porque, quizá, no me ha cabido en suerte otra
una fuerza, el Espíritu Santo que descenderá sobre voso- cosa— de ir por el mundo a cuerpo gentil, con la chaqueta
tros, para ser testigos (mártyres) míos en Jerusalén, en al hombro.
toda Judea, en Samaría y hasta los confines del mundo» Y, tras ese preámbulo de inanición, vamos al asunto, es
(Hch 1, 8). decir, a Juan Pablo II. Enseguida debo añadir, como má-
xima muestra de mi indigente osadía, que no tengo esa
suerte-desgracia de ver la televisión. De aquí que pueda
afirmar sin rebozo que me enfrento a unos textos, los del
papal y a unos decires, con el fastuoso revuelo que se ha
montado en torno.
La imagen que se nos ha dado de unos meses a esta
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parte, tras el viaje a Irlanda y Estados Unidos, ha solido cia aquello que es central. Desde la centralidad es desde
ser tan beligerante que un día decidí formarme mi opi- donde habla siempre. Habla mucho de la Virgen María,
nión propia. Comencé a leer discursos y otros textos del por ejemplo; sin embargo, nunca lo hace más que como
papa. Hablé a diestro y siniestro con todo el que pude. escalón que nos lleva a la centralidad de Jesús, el Cristo.
Enseguida mi sorpresa me deja en perplejidad, pues, le- Ella, María, nos representa el ejemplo a seguir en la acti-
yendo los textos de Juan Pablo II, debía mostrar de más tud del cristiano; ella nos sirve de faro para hacer entrar
en más mi acuerdo global y casi total. Qerto que hay diferen- nuestra barca en el puerto. Qué duda cabe que Juan Pa-
cias de acentuación, pero no puedo más que mostrar mi blo II llega aquí a calar en esa piedad popular tan central
acuerdo básico. He leído mucho con ojos de censor, peor del catolicismo. El problema está en que se pensó quizá
aún, de inquisidor, y he encontrado que me gustaba mu- demasiado deprisa que esa piedad popular había desapa-
cho la centralidad de su palabra. Va normalmente dere- recido para siempre porque alguna pequeña élite —entre
cho y al toro, y ese no es otro que Jesucristo y su obra en los que nos encontrábamos muchos— no vibraba ya con
nosotros. Todo lo que considero esencial del cristia- tales devociones. El papa se muestra también muy libre
nismo, aquello que, de faltar, puede decirse que falta el con respecto a ese «se pensó», y reanuda algo que en ver-
cristianismo, lo encuentro subrayado con vigor. Leo tam- dad sólo había desaparecido de la conciencia de algunos
bién con enorme satisfacción el enorme empuje con el —o muchos quizá, no importa el número aquí—, pero
que adopta una postura decidida en favor de los pobres y pertenecientes siempre a las élites de poder y de saber.
contra la opresión de los poderosos, opresión política y Me vale ese ejemplo para poner de relieve cómo el
* económica. Todo lo que en los años 60 se pedía con ra- papa Juan Pablo II, actuando libremente, ha podido rea-
zón que la Iglesia debía defender, todo eso lo defiende nudar un contacto abierto y franco con las gentes, por
con valentía Juan Pablo II, y sin andarse con chiquitas. encima de quienes seguramente hemos vivido estos años
Cierto es que su denuncia no se combina dentro de una como en estado de estreñimiento. ¿Cómo habría de acep-
teoría estructurada como política. ¡Esa es su grandeza! tar, pues, el papa, que se le achaque ese contacto fácil y
Esta calidad es la que le permite ser denuncia evangélica, como espontáneo con las masas? Más aún cuando viene
proferida desde el mismo centro del evangelio de Jesús. de aquellos que las miran por encima del hombro y con
No puedo —ni quiero— pedirle al papa que acierte siem- gesto malhumorado. Tal reproche queda enmarcado en
pre en lo que a mí me gustaría ver denunciado, pues eso una teoría elitista del poder, y me niego —¡como hijo de
Sería la muerte de una denuncia Ubre, condición indis- los 60!— a compartirlo. También Jesús, gracias a Dios, ha-
pensable para efectuarla como Dios manda. Ojalá apren- bló a masas informes y fustigó con brio a las élites. No
diéramos muchos en la Iglesia esa libertad de denuncia hay intermediario entre quien predica y quien le escucha,
sin dejarnos nunca engañar por alguna susodicha respon- como no sea que eso constituye, precisamente, la Iglesia.
sabilidad, engañadora y coartante. Juan Pablo II tiene pa- Hay algo que eleva mi perplejidad a lo más alto, y es
labras de profeta. que Juan Pablo II habla también del divorcio y de la fideli-
Decía que él se centra en lo central; incluso cuando ha- dad, del matrimonio y de la entrega de por vida como de
bla desde otras perspectivas siempre tiene la tensión ha- un bien para el cristiano y para cualquier hombre; que

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habla del aborto y del compromiso de sacerdotes y reli- ahora hasta el final, encontramos numerosas menciones,
giosos; que habla de la fidelidad y de la necesidad de po- de calidad e importancia, hasta el punto de poder decir
ner las medidas certeras para conseguir vivir lo que se es. que es uno de los puntos claves en el pensamiento de
¡Y aquí se arma la marimorena! Juan Pablo II. Ya en el homenaje a Albert Einstein de la
Academia Pontificia de Ciencias, celebrado el 10 de no-
viembre de 1979, afirmaba que «la investigación de la
* * * verdad es tarea fundamental de la ciencia», por lo que la
ciencia es un bien, y toda búsqueda científica debe ser li-
Hasta aquí unos párrafos escritos hace algo más de un bre por ello de cara a todo poder político y económico,
año y que hoy se me vuelven a hacer presentes. Sí, es ver- «los cuales deben cooperar a su desarrollo, sin estorbarla
dad, Juan Pablo II ha tomado desde un principio actitu- en su creatividad, ni esclavizarla para sus propios fines.
des que voy a llamar proféticas. Una de sus ideas-fuerza Como toda otra verdad, la científica no tiene, en efecto,
en todo lo que se refiere a los comportamientos y a las que rendir cuentas más que a ella misma y a la verdad su-
actitudes de vida se puede condensar en la palabra «fideli- prema que es Dios, creador del hombre y de todas las co-
dad». Dios nos es fiel siempre, incluso por encima de no-' sas». Así, la ciencia se equipara con la religión en punto a
sotros mismos, tal es el tema de toda su segunda encí- la libertad que pide para sí, y que el papa reivindica,
clica: «Dios rico en misericordia es el que Jesucristo nos «igual que la religión exige la libertad religiosa, la ciencia
ha revelado como Padre». Como Dios nos es fiel, tam- reivindicada legítimamente la libertad de investigación».
bién nosotros podemos ser fieles, también la fidelidad El papa se refirió largamente a nuestro tema en su dis-
"* humana se convierte en un valor esencial. La fidelidad curso a la Unesco. Esta es la perspectiva en la que Juan
merece la pena, es un empeño fructífero, sobre todo en Pablo II se coloca: «El Evangelio fecunda las energías
un mundo en el que parece que cualquier fidelidad, que morales y religiosas y aporta una contribución original al
toda fidelidad se desmorona. Los crisrianos podemos de establecimiento de una cultura y una civilización fundada
esta manera ser fieles a Dios y sernos fieles también los en la primacía del espíritu, la justicia y el amor» (A los re-
unos a los otros; por eso debemos costruir nuestra vida presentantes católicos ante la Unesco, 2). Siempre que se
en la fidelidad misericordiosa y solidaria con los demás. habla de la cultura, hay que darse cuenta con acuidad de
El mundo en el que estamos inmersos necesita de nuestra que lo importante es el hombre: «El hombre que, en el
fidelidad, y nosotros podemos ofrecerle ese don de la fi- mundo visible, es el único sujeto óntico de la cultura, es
delidad, porque Dios nos es siempre fiel. también su único objeto y su término» (Unesco, 7). Lo que de-
bemos nosotros buscar no está en el reino del «tener»,
Es aquí, en esta preocupación fundamental por enrai-
sino en el del «ser». Pero, por supuesto, siempre debe ser
zar con lo que es la base de todo cristiano, en donde se
un hombre tomado en su totalidad, «en el conjunto integral
engarza todo el decir del papa sobre la cultura y, más par-
de su subjetividad espiritual y material» (Unesco, 8), que
ticularmente, sobre esa relación de complementariedad
tenga en cuenta ese juego sutil que lleva a una «espiritua-
que se da para él entre la ciencia y la fe.
lización de la materia» y a una «materialización del espí-
De este tema, que será el que nos preocupe desde

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ritu». Afirmar el hombre por sí mismo pertenece a la en- sobre todo, una gran preocupación por la amenaza nu-
traña misma del Evangelio, como lo subraya la primera clear que pende sobre el mundo de hoy, y que conlleva la
encíclica. En este núcleo fundamental es en el que se amenaza de destrucción de toda la cultura adquirida por
apoya todo lo que ha de decir en su discurso. En el te- el esfuerzo de los siglos. Estamos ante un equilibrio frá-
rreno de la cultura parte importante lo ocupa la ciencia, gil, que es capaz de ser roto de un momento a otro, lo
los grandes esfuerzos que a ella se dedican, las numerosas que seguramente nos llevaría a una guerra en la que la
gentes que empeñan su vida con ella: «Nos encontramos destrucción mediante las armas nucleares se hiciera des-
aquí como en los más elevados grados de la escala por la que graciada realidad para todos. De aquí que el papa apele
el hombre, desde el principio, trepa hacia el conoci- con urgencia a la movilización de las conciencias de to-
miento de la realidad del mundo que le rodea y hacia el dos, basándose en principios claros: «la prioridad de la
conocimiento de los misterios de la humanidad» (Unes- ética sobre la técnica, de la primacía de la persona sobre
co, 19). Las posibilidades que con ella se nos abren son las cosas, de la superioridad del espíritu sobre la materia»
una novedad absoluta. Son muchos los sabios que se de- (Unesco, 22). Para conseguirlo hay que basarse en una
dican a ampliar su horizonte de manera desinteresada; sin alianza de la ciencia con la conciencia, de esta manera la
embargo, debemos preocuparnos por todo lo que «haría causa del hombre será servida. Hay que desplegar, pues,
de la ciencia un instrumento para conseguir objetivos que todos los esfuerzos posibles «para instaurar y respetar, en
nada tienen que ver con ella» (Unesco, 20). La ciencia es, todos los campos de la ciencia, la primacía de la ética»,
pues, esencialmente positiva, conocimiento que busca la con objeto de evitar la guerra nuclear.
verdad y la encuentra, pero a la que se le puede manipu- En el discurso pronunciado en la catedral de Colonia
lar hacia «fines no científicos» que exigen al hombre de ante profesores y alumnos, el día 15 de noviembre de
ciencia ponerse a su entero servicio; por ello plantearse 1980, durante su viaje a Alemania, al conmemorar los se-
siempre «la honestidad humana y ética de tales fines», es tecientos años de la muerte de san Alberto Magno, habla
una necesidad. largamente de nuestro tema. En el tiempo de Alberto el
Estamos enfrentados así a una grandísima amenaza Alemán parecía darse insoluble antagonismo entre una
que pesa sobre el futuro del hombre y del mundo, por racionalidad científica, mirada como profana, y la verdad
esa explotación de los fines a que se dedica la ciencia y de la fe. Hubo quienes prefirieron decidirse en favor de
que «nada tiene que ver con las exigencias de la ciencia», la racionalidad, mientras que san Alberto optó por reco-
ó peor aún, que son «fines de destrucción y de muerte» nocer la verdad de la ciencia, que asume, completa y co-
(Unesco, 21). Lo que por sí debería ponerse al servicio de rrige, continuando su desarrollo en su racionalidad espe-
la vida, con las enormes potencialidades que podría apor- cífica, sin por ello renunciar a la fe y a ninguno de sus
tar en su favor, se convierte en peligro por la manipula- elementos esenciales: «la fe corrobora precisamente el de-
ción tendiente a conseguir fines contrarios al bien de la recho propio de la razón natural: lo presupone; porque el
humanidad: «Esto se verifica tanto en el terreno de las aceptarla presupone esa libertad que es propia exclusiva-
manipulaciones biológicas como en el de las armas quími- mente del ser racional. Esto demuestra a su vez que fe y
cas, bacteriológicas o nucleares». Juan Pablo II muestra, ciencia pertenecen a dos órdenes distintos de conoci-

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meinto, los cuales no son mutuamente transferibles» conduce al éxito deberá tenerse como «conocimiento»,
(Colonia, 2). La razón es ilimitada, los conocimeintos son por lo que no cabría en tal concepción la noción de ver-
de muy diversos tipos, por ellos hay una gran pluralidad dad; estaríamos ante simples funcionalidades: «La razón
de ciencias diversas, entre las que también se encuentran misma aparecerá finalmente como una simple función o
la filosofía y la teología: «la unidad de la verdad sola- como instrumento de un ser, cuya existencia tiene sen-
mente la pueden mostrar en la diversidad, es decir, en tido fuera del campo del conocimiento y de la ciencia; tal
una sistematización flexible y abierta». Para Alberto Magno, vez en el simple hecho de vivir».
la ciencia racional queda transvasada a un sistema que la
Sin embargo, topamos aquí con las limitaciones pro-
orienta hacia el objetivo de la fe; en nada toca esa orien-
pias de la ciencia. ¿Dónde está su núcleo?, ¿cuál es su
tación sus objetivos propios sino que solamente nos hace
sentido? Estamos en plena crisis de legitimación de la
conscientes sus finalidades.
ciencia. La respuesta no está en ella misma, pues sus res-
Desde el Vaticano I y el Vaticano II, se señala ya la dis- puestas son siempre particulares, y además están siempre
tinción clara entre dos órdenes de conocimiento, el de la en proceso de desarrollo y son corregibles. Para colmo,
fe y el de la razón. La ciencia es, evidentemente, autó- ¿cómo podría ponerse el resultado de un proceso cientí-
noma y libre. Aunque haya habido errores en el pasado, fico como su propia base? «La ciencia por sí sola no puede
no caben ya procesos contra la ciencia o los científicos. dar respuesta al problema del significado de las cosas;
Hay que dar por excluido que puedan darse conflictos esto no entra en el ámbito del proceso científico». A ve-
entre los dos órdenes, entre los resultados de una ciencia ces, la excesiva confianza que se había puesto en la ciencia
«que se apoye en principios racionales y proceda con un queda frustrada y aparecen reacciones de hostilidad hacia
método seguro» y la verdad de la fe. No hay que seguir ella. En el espacio vacío creado irrumpen ideologías
mirando al pasado aquí, sino volver los ojos a nuestro «científicas» que quieren dar respuesta al problema del
tiempo y al futuro. sentido y que buscan una transformación social o polí-
El conocimiento científico ha transformado profunda- tica. Incluso aparecen «nuevas religiones» para llenar
mente nuestro mundo, hasta convertirse en el motor del aquél hueco.
progreso cultural, sobre todo a través de la reorganiza- No hay que olvidar, continúa Juan Pablo II, que la
ción técnica que ha conllevado. Parece que la transforma- ciencia es «un camino hacia lo verdadero» (Colonia, 4),
ción técnica es el objetivo último de la ciencia. Sin como fruto que es de la razón. Más aún, debemos ver
embargo, no podemos perder de vista numerosas con- también el éxito de la técnica como algo que no está to-
secuencias derivadas, que son altamente perniciosas y pe- talmente alejado de la verdad. «No hay ningún motivo
ligrosas: «Surgen, pues, serias dudas de que el progreso para ver nuestra cultura técnica y científica como algo
sirva en general al hombre. Tales dudas restan valor a la contrario al mundo creado por Dios». El conocimiento
ciencia, entendida ésta desde el punto de vista técnico. Su científico puede ser utilizado, evidentemente, para el
sentido, su finalidad, su importancia para el hombre bien o para el mal. De aquí que podamos poner como
queda en interrogante» (Colonia, 3). principio fundamental que la ciencia y la técnica se justi-
Si la ciencia es entendida como técnica, todo lo que fican por su servicio al hombre y a la humanidad. ¿Cómo
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decir que el progreso ha ido demasiado lejos cuando to- ciencia tienen capacidad para la verdad; la libertad de la
davía no ha llegado a demasiados hombres? Son inmensas ciencia es esencial como bien humano que es; también lo
las tareas que nos quedan todavía por delante: «Llevarlas es el progreso, al servicio de la humanidad, para lo que la
a cabo es un servicio de fraternidad para con el prójimo; ciencia es necesaria.
pues a él, como necesitado, le debemos esa obra de mise- Hoy se plantea como importante la unión entre el pen-
ricordia que socorre su necesidad». samiento científico y la fuerza de la fe, si es que quere-
Hay peligros, sí, pero éstos se producen cuando se ol- mos mantener una esperanza para el mundo futuro. Por
vida la dignidad del hombre, creado a imagen de Dios. eso es urgente el diálogo entre ciencia e Iglesia, «nos ne-
Peligros, además, que están discutiéndose internacional- cesitamos mutuamente».
mente, lo que demuestra «la profunda conciencia de res- También la encíclica «Dives in misericordia» menciona
ponsabilidad que tiene la ciencia actual». —aunque desde otras perspectivas— lo nuestro. La miseri-
Con la ciencia, la libertad se acrecienta, también la valo- cordia de Dios se derrama en nosotros de generación en
ración de la dignidad del hombre y de los derechos hu- generación; por tanto, en nosotros, los que hoy somos.
manos. Por otro lado, cada vez aumentan los que no La presente generación conoce las posibilidades insospe-
quieren dejarse limitar por la limitación inherente a las chadas del progreso, los profundos cambios que ha origi-
ciencias «y que se preguntan por una verdad total, en la nado la actividad creadora del hombre. «Los jóvenes de
que la vida humana quede colmada. Es como si el saber y hoy día, sobre todo, saben que los progresos de la ciencia
la investigación científica se abrieran a lo ilimitado, pero y de la técnica son capaces de aportar no sólo nuevos bie-
una y otra vez volvieran incesantemente a su situación nes materiales, sino también una participación más am-
originaria. La antigua pregunta por la relación entre la plia a su conocimiento» (Dives in misericordia, 10). Mas,
ciencia y la fe no ha quedado superada con el desarrollo sin embargo, junto a esto, «o más bien en todo esto», hay
de las ciencias modernas, al contrario; precisamente en dificultades e inquietudes graves, sombras e inquietudes.
un mundo cada vez más científico descubre toda la im- Así lo anunció el Concilio Vaticano II (véase Gaudium et
portancia y la fuerza vital que encierra». Spes, 10) y en estos años transcurridos parece que las
Debemos abogar, pues, por una ciencia también libre, sombras se ha acentuado todavía más, las tensiones y
ya que ella tiene su sentido —el conocimiento de la ver- amenazas que allí se delineaban solamente, ahora se con-
dad tiene siempre sentido propio—, con tal de que no se firman como peligros reales «y no permiten nutrir las ilu-
deje aprisionar por modelos funcionales o aquellos que siones de un tiempo». Esa inquietud, para colmo, afecta a
quieran limitarla en su comprensión. Libre, sí, pero tam- lo más profundo y a los problemas más fundamentales de
bién en busca de la verdad. Pueden surgir conflictos, toda la existencia humana: «Esta inquietud está vinculada
pero no como antes, cuando no se aceptaban límites a la con el sentido mismo de la existencia del hombre en el
ciencia, cuando no se creía que la razón no estaba libre de mundo; es inquietud para el futuro del hombre y de toda
error. Al contrario, ante la crisis del sentido de la ciencia, la humanidad y exige soluciones decisivas que ya parecen
ante las múltiples amenazas que la asedian, «hoy es la Igle- imponerse al género humano» (Dives in misericordia,
sia la que entra en batalla» (Colonia, 5). La razón y la 11). No basta con la justicia, es necesario también el

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amor. La experiencia nos muestra que las soluciones con los que se preguntan con ansiedad por la resposabilidad
la sola justicia han llevado incluso a la aniquilación, «si no de la ciencia y de la tecnología, que es su fruto.
se le permite a esa forma más profunda que es el amor plas- ¿Habrá que terminar condenando a la ciencia en sí
mar la vida humana en sus diversas manifestaciones» (Di- misma, vistos los enormes peligros a que nos conduce?
ves in misericordia, 12). No, pues es «un maravilloso producto de la creatividad
Vistas así las cosas, debería ponerse entre los grandes humana donada por Dios» (Hiroshima, 3), y son muchas
fines de la construcción de un mundo, que es en sus mis- las ventajas que nos han proporcionado. No, en donde
mos fundamentos un mundo científico y técnico, el que está el punto clave es en lo siguiente: «seguramente ha
podríamos decir fin del amor. Toda nuestra construc- llegado el tiempo para nuestra sociedad, y especialmente
ción científica y técnica deberá ser libre y abierta en su para el mundo de la ciencia, de comprender que el futuro
fundamento de conocimiento de la verdad que es, pero de la humanidad depende, más que nunca, de nuestras opciones
también deberá quedar abierta a conseguir un mundo en morales colectivas». A partir de ahora, sólo por una elección
el que quepa el amor como uno de sus constituyentes cla- consciente y mediante una política meditada podrá so-
ves, hasta el p u n t o que si éste faltara, se pondría en brevivir la humanidad. Hay que poner a la ciencia y a la
grave peligro la construcción de un mundo vivible y con tecnología al servicio de la paz y de la construcción de
una justicia que sea tal. una nueva sociedad, dejando de lado guerras fraticidas.
Por fin, durante su viaje a Japón, precisamente en la La comunidad de los sabios y de los científicos tiene
ciudad de Hiroshima, en el marco de la Universidad de mucho que hacer en esto; ahora bien, con tal que «us-
las Naciones Unidas, ante los representantes de la cultura tedes acierten en la defensa y el servicio de la verdadera
y del estudio, el día 25 de febrero de 1981, Juan Pablo II, cultura del hombre» (Hiroshima, 5), y esa cultura —como ya
de nuevo, en un gran discurso, nos introduce en su pen- sabemos por las páginas que llevamos— deberá estar ba-
samiento sobre la ciencia, la tecnología y la paz, precisa- sada «en una visión integral del hombre». El futuro depende,
mente en el mismo lugar en donde cayó la primera pues, de la imagen que elijamos para construir el hombre.
bomba atómica: «nos ha sido dada una ocasión histórica Debemos volver nuestros ojos a la moral, debemos avan-
para reflexionar juntos sobre la responsabilidad de la ciencia zar por el camino de la civilización y de la sabiduría: «Una
y la tecnología en este período, marcado por tanta espe- carencia de civilización, una ignorancia de los verdaderos
ranza y tantas ansiedades» (Hiroshima, 2). Pocos aconte- valores del hombre comportan el riesgo de que la huma-
cimientos de la historia han significado un golpe a la con- nidad sea destruida» (Hiroshima, 6). N o olviden los inte-
ciencia mundial como el de Hiroshima y el de Nagasaki. lectuales la gran responsabilidad que tienen en la cons-
A partir de ese acontecimiento, también los hombres de trucción de este mundo nuevo. ¿Será esto una utopía?
ciencia sufrieron una grave crisis moral: «La mente hu- Debemos luchar contra todas las tentaciones de fata-
mana, en efecto, ha hecho un terrible descubrimiento», la ca- lismo, de pasividad, de deyección moral; «debemos decir
pacidad de destrucción inigualada hasta el presente que a las gentes de hoy: N o dudéis, vuestro futuro está en
suponen las armas nucleares por las que el mundo entero vuestras propias manos» (Hiroshima, 7). Estamos ante un
podría ponerse en peligro. Desde entonces muchos son «imperativo moral, un deber sagrado». Deberemos po-

86 87
nernos a trabajar en ese sentido con todos los recursos ¡Qué decir, pues, de Juan Pablo II! Desde el punto de
con los que podemos contar, y, ciertamente, los recursos vista de lo aquí estudiado, su valoración de la situación
científicos y técnicos están en primera línea en su eficacia actual debe definirse como esperanzadora y optimista de
para conseguir el progreso en numerorsísimos campos cara al fururo, si es que logramos aunar fuerzas de etici-
diversos, tantos y tan acuciantes que se necesitan opcio- dad, de transcendencia y de sabiduría en la elaboración de
nes políticas previas y opciones morales para la utiliza- fines que muevan a la humanidad entera y en la utiliza-
ción más adecuada de ese progreso: «las prioridades tienen ción de los numerosos recursos científicos y económicos
que ser redefinidas» (Hiroshima, 8). ¿Puede seguir dedicán- de que hoy disponemos. Nos encontramos en un mo-
dose la mitad de esos esfuerzos científicos a proyectos mento en el que se ven con claridad los enormes peligros
militares? Serán necesarias consideraciones sobre la ma- para la cultura y para el futuro de la humanidad que nos
nera de utilizar los recursos económicos disponibles. Nos ha generado, precisamente, el progreso logrado con la
encontramos ante opciones graves. cultura, sobre todo con la ciencia y la tecnología, frutos
Presenciamos hoy el rápido crecimiento de una tecno- decisivos de la acción humana; peligros tan grandes que
logía que parece haber destruido el equilibrio de nume- deben generar una toma de conciencia indispensable para
rosas culturas y debemos preguntarnos cómo una cultura librarnos de una destrucción sin límites a cuyo borde es*
puede absorver la ciencia y la tecnología sin perder su tamos. De aquí sale esa llamada imperiosa a tantos hom-
propia identidad. Hay tres tentaciones que deberán evi- bres de buena voluntad a que no queden callados e inacti-
tarse. La de continuar con un desarrollo tecnológico por vos, es decir, a que no se hagan también culpables de ese
sí mismo que se impone como norma; la de someterlo a futuro desesperanzado que nos acecha.
la utilidad económica según la lógica del beneficio, sea de
unos particulares, sea de los países ricos; la de someterlo Su enjuiciamiento de la modernidad, por tanto, no es
a la búsqueda o el mantenimiento del poder. tontamente optimista, no es un ilustrado que piense
que el progreso es el norte que guía la acción de los hom-
El papel de los científicos, un papel de persuasión ba-
sado en su inmensa credibilidad moral, en hacer que «to- bres hacia un inexorable mundo mejor, con tal que se
dos lleguen a entender que la paz y la supervivencia de la dejen llevar de él, se abran a él sin oscuridades. Más bien,
raza humana están desde ahora indisolublemente unidas con el me parece que Juan Pablo II es un optimista cuando mira
progreso, desarrollo y dignidad de todos los pueblos» (Hiros- al futuro, cree en las enormes potencialidades que los
hima, 10), ese papel es importantísimo y deben aprove- hombres poseemos para construir un mundo distinto, en
charlo para esos fines. Deben estudiarse los problemas el que el progreso esté al servicio de todos, sobre todo de
éticos de la sociedad tecnológica. He aquí el gran desafío: las personas y de los países más pobres. Porque, también
el hombre debe ser amado por sí mismo. es consciente del punto de peligro real en el que nos en-
conrramos, más grave de lo que ningún otro momento
de la historia ha tenido de situación peligrosa, precisa-
* * * mente porque la cultura humana ha segregado la ciencia
y la tecnología, armas poderosas como ninguna otra ca-
paces de lo mejor, pero también capaces de lo peor, capa-
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ees de una destrucción global, capaces de una explotación
de los más pobres por los ricos y los poderoso como hasta
7. EL ENCUENTRO DE RIMINI 1981
el presente no había podido darse, capaces de querer re-
ducir al hombre drásticamente en su integralidad. Por
eso, y contando con esa fuerza profunda que encuentra
en una imagen integral del hombre, hace un llamamiento
esperanzado a los hombres de buena voluntad —sobre
todo a los científicos, conscientes de la utilización desqui-
ciada que puede darse, y se da, de sus esfuerzos— para que
entre todos se colabore en la construcción de este mundo
posible de paz, de justicia y de amor.
La actitud del papa Juan Pablo II es de una lúcida cons-
ciencia de la situación en la que nos encontramos, pero a
la vez de una capacidad ilimitada de esperanza en el fu-
turo, de la unificación de fuerzas y voluntades por lograr
ese mundo mejor al que hoy tenemos fundadas posibili-
dades de acceder si no nos dejamos arrastrar por las os- ¿Dónde está Rimini? Esta es la primera pregunta que
curas fuerzas del poder y de la destrucción que hoy han me hice cuando me invitaron al Meetingpor la amistad en-
adquirido proporciones inigualadas en ninguna otra época tre los pueblos que celebraba, del 22 al 29 de agosto, su se-
de la humanidad. Es una llamada desinteresada, en abso- gunda edición, dedicada este año a «La Europa de los
luto apologética, aunque sí fundamentada en el hombre pueblos y las culturas». Enseguida me entró como un cos-
como imagen de Dios —el hombre integral— y en el quilleo que inquiría por saber quién estaba detrás: segu-
mundo como creación del mismo Dios, por tanto con ramente espías, me decía en broma. De Rimini sabía sólo
una certeza: la de que tanto el hombre como el mundo que es una playa de moda (¡de catorce kilómetros!) y que
son capaces de superación esperanzadora en el futuro. en ella nació Fellini. ¿Recuerdan Amarcord y su paso del
terrible Rubicón?
El programa, que recibí de antemano, me produjo ma-
yor confusión aún. Era un revoltijo sorprendente. Estaba
hasta Santiago Carrillo (luego, desgraciadamente, y tras
aceptar su ida con una larga y expresiva carta, con otra
muy lacónica anunció que no participaría; se decía por allí
que por fuerza del Partido Comunista Italiano). Había
políticos, antropólogos, científicos, poetas, disidentes de
los países del Este, filósofos, hombres y mujeres de los
que. no dicen, sino que hacen, teólogos, escritores: R.

90 91
Oursel, G. Chantraine, J. Malaurie, A. Saint Macary, Pére
León, Fratel Ettore, O. Clement, J. Tischner, E. Levinas, ñas, desinteresadamente, por supuesto. Colaboraban el
ayuntamiento y la región, comunistas, el gobierno, todos
A. Zinoviev, R. Buttiglione, Ch. Derrick, S. Veil, E. Co-
los entes turísticos.
lombo, etc. La curiosidad se me hacía ya casi insoporta-
ble, ¿quién estaba detrás de todo esto? Cuando entré en la sala y comprendí que esa masa im-
ponente de gente, sobre todo jóvenes, me escucharían ai
Mi participación era el lunes día 24, junto a dos físicos
día siguiente, se me heló el pensamiento. Había cinco,
italianos. No sabía con precisión de qué debía hablar, y
seis, siete mil personas, sentadas por todas partes por
nadie lo sabía con exactitud —comprendí luego la enorrríe donde podían, llenando pasillos. No pude oir ni una pala-
diferencia que hay entre una conferencia y un encuentro—, bra de los que hablaron. Mi secreta esperanza era que de
era sobre algo así como la ciencia antes de Galileo. Mi seguro la mañana siguiente sólo se convocaría a dos o tres
perplejidad no encajaba esto con el marco que me imagi- cientos de personas.
naba. ¿Qué hacía un hombre como yo —historiador de las Pues no, allí estaban todos, a pie enjuto, escuchando
ciencias, además de sacerdote— en un sitio como ese, desde poco después de las nueve hasta casi la una, sin des-
lleno, seguramente, de espías? Durante la semana lo com- canso, sin pausa, sin dejar lugar al ocio. Además de mí,
prendí: todo, lo mismo que los demás. que «actué» el primero, hablaron Antonio Zichichi, cate-
No pude llegar hasta la tarde del domingo, justo para drático de física teórica de Bolonia, famosísimo desde
asistir en la catedral «malatestiana» a una misa en rito bi- hace poco por toda Italia como divulgador y polemista, y
zantino, que llenó a rebosar la iglesia de gente joven. En- Cario Borghi, físico ya jubilado, también sacerdote, pro-
contré luego a varios amigos españoles —unos lo eran, fesor durante años en Brasil tras serlo en su país. Lo que
otros lo son— invitados como yo (Carlos Díaz, José Mi- me sorprendió, y todavía me sorprende, es la atención
guel Orio, Joan Jarque, luego al final, Ramón Scheifler); con que fuimos escuchados durante tanto tiempo, el in-
cenamos juntos en el hotel en que estábamos hospedados terés con que lo hacían, la manera tan jubilosa con la que
todos los «conferenciantes». ¡Qué cena, qué comidas! De participaban, la avidez de saber que mostraban. Casi cua-
todo se entera uno: Rimini está en una pequeña región tro horas, pero pudimos estar cuarenta o cuatrocientas;
celebradísima por su comida, la Romagna. Después fui- de hecho las estuvimos luego en encuentros, por los pasi-
mos al lugar en donde se celebraba el Meeting, la «Fiera», llos, tomando vasos de cerveza. ¡Todavía ando pasmado!
es decir, la Feria de Muestras, enorme local con varias de- Los demás días igual, siempre ese número o más, pues tu-
pendencias: una sala descomunal y varias salas pequeñas, vieron que ampliar la sala (con excepción de cuando ha-
vastísimos espacios para exposiciones (por ejemplo, sor- blaban los políticos).
prendentes y enormes fotografías de arte románico; frente Sí, para mí, el Meeting de Rimini fue un descubri-
a la puerta de entrada estaba la portada de san Vicente de miento, también una fiesta. Nunca pude sospechar que
Avila, casi se podía entrar por la fotografía a caballo; de asistiría tanta gente, tantísima gente como pasó durante
pintura, de artesanía, etc.), espacios para estar, para co- los ocho días, con tanta participación, con tantas ganas y
mer y beber, etc. Una organización perfecta, eficiente, empeño, con tan gran capacidad de escuchar, empuja-
amable por demás, solícita; trabajaban en ella 600 perso- dos por tantas ganas de saber engastadas en no poca pa-
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ciencia. Hasta que lo vi con mis propios ojos, nunca sos-
Los organizadores eran varios: la editorial Jaca Book, la
peché siquiera que se pudiera reunir a tal cantidad de
revista semanal II Sabato, el Movimiento Popolare, el centro
jóvenes, para un menester como aquél. N o de jóvenes es-
cultural riminense / / Pórtico del Vasaio. Todos ellos anima-
cogidos con candil, como para ser conservados en in-
dos por gentes cercanas a un movimiento cristiano ita-
vernadero, sino de jóvenes corrientes y molientes, de la calle,
liano denominado Comunione e Liberazione.
cualesquiera. Mirándoles a ellos, y no al pódium, no es-
De lo que quiero hablar ahora es del espíritu cristiano
taba uno seguro si no era más bien algún concierto de
que domina a los que .encontré allí personalmente, que
grupo bullanguero y afamado. Me produce sobre todo
busqué y atosigué. Es un espíritu abierto, de amistad, en
alegría ver en los hechos que no es necesario dividir a los
libertad, con capacidad de potenciar la interiorización y la
jóvenes en dos clases absurdas: la de los posibles buenos y
creación a la vez. Un espíritu que vive en el interior de
la de los ya perdidos. Allá tenían cabida todos, porque lo
cada uno —de los que encontré— y que se hace creativo
realmente decisivo no se establece en esa demarcación
en él. Respiré con alegría ese espíritu de libertad que es
hueca —¿qué demarcación no es hueca?— ni en la expe-
siempre el espíritu del cristiano, y no un espíritu mez-
riencia externa —aunque sea de generaciones encontra-
quino, de lección aprendida, de repetición de algún es-
das—, sino en el interior de cada uno.
quema dirigido, de carcasa defensiva contra supuestos
Iba despistado. Pensaba quedarme allí todo el tiempo
peligros exteriores en contra de los que hay que defen-
porque se me ofreció desde el comienzo la posibilidad de
derse. Lo que percibí es una comunicación amistosa de un
hacerlo. Bien, me dije, veré Rávena y todo lo que me sea
espíritu: una comunión de verdad.
posible. Pues no, no fui a ninguna parte; gasté todo el
Cierto es que no todo está hablado sobre el movi-
tiempo en la «Fiera» y en sus aledaños. La participación en
miento cristiano que era el animador, aunque por mi
el Meeting, los encuentros que me proporcionó han sido
parte y en lo que he percibido en encuentros con gentes
de una riqueza tan sorprendente, tan inesperada, tan inu-
de la base, es decir, que no hacen discursos teóricos, sino
sitada, que han constituido para mí un momento de gra-
que te cuentan cómo viven su vida, veo que lo que a ellos
cia que me incita a proseguir en una línea entrevista: se
les anima y lo que nos anima a muchos otros es lo mismo.
nos ha hecho palpable que muchas cosas son posibles hoy,
El punto de diferenciación está, quizá, en nuestro ir por
que sólo esperan de nuestras iniciativas. Se nos acaba el
el mundo con nuestro cristianismo de incógnito, vivién-
tiempo del repliegue en el que hemos querido justificar
dolo, por así decir, de puertas a dentro, porque de puer-
nuestra inacción. Hemos vivido de incógnito nuestro
tas a fuera somos simples y puros buenos ciudadanos que,
cristianismo —aunque no de manera vergonzante, cierta-
sin más averiguaciones, se han creído el curioso mito
mente—, pero se nos acaba ya el plazo. Son muchos los
—que debemos desmitologizar— de que vivimos hoy en
que hoy aguardan iniciativas que creen espacios nuevos,
una época poscristiana, por lo que nos hemos retirado a
espacios de encuentro, de reflexión, de creación de cul-
nuestros cuarteles de invierno, mejor de pasado; nuevas
tura, de acción. A los que vivimos Rimini se nos ha hecho
sacristías en las que nos hemos encerrado para tranquili-
patente que eso es posible, que sólo espera nuestra imagi-
dad nuestra y solaz de bastantes. Cada uno puede tener su
nación y nuestro esfuerzo.
propia experiencia, pero ésta ha sido para mí la que me
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en un punto que me parece de importancia: una cosa es la
ha desvelado de una vez por todas lo que hace tiempo
propuesta cultural que los cristianos podamos hacer, in-
presentía: nuestro vivir de incógnito, y la llamada a la
cluso la denuncia que —con razón y con razones (¡que las
imaginación creadora de nuevos espacios de vida. La lla-
hay infinitas!), buscando siempre que se pueda el diálogo,
mada a dejar de otavianizarnos, seguros de nuestras con-
aunque sea con los gritos del corazón— podamos hacer, y
quistas de antaño, impertérritos ante lo nuevo que está a
otra muy distinta aprovecharnos de eso que decimos de-
las puertas, insensibles a las nuevas generaciones que lla-
nunciar para tejer un discurso contra quienes, junto a no-
man a la historia, enquistados quizá en una razón vieja de
sotros, no piensan como nosotros. Si así fuera, la denun-
decenios y capaces de no comprender los signos de los
cia deja de serlo para convertirse en una desgraciada y
tiempos. Aunque, es verdad, nada depende de nosotros,
falsa herramienta de un discurso-contra que sólo busca
todo pende de nosotros. El futuro está en nuestras
acercarse al poder que disputa con el otro, al que por eso
manos, está en nuestra capacidad de imaginación, de pro-
se ataca. De ser así en Rimini, todo el Meeting no hubiera
puesta, de vida, de acción, de una adaptación sin chaque-
sido más que un astuto y sutil meeting de la política
teo ni viejoverdismo. Por decir breve y bonito, la genera-
italiana.
ción del 68 se encuentra hoy en la obligación de ser
Pero no, Rimini no fue eso; ahora bien los sustos cada
propositiva y no integrista, novedosa y no anquilosada en
uno los tiene por suelto, pues cada uno lleva sus propios
lo que fue, que mira a un futuro cargado de orígenes y no
demonios familiares a cuestas. Aunque, de existir esto a
a un pasado nuevo de antes de ayer.
lo que me acabo de referir, mucho de todo lo que llevo
Hay otro aspecto, sin embargo, al que no quiero dejar
dicho, si no todo, quedaría invalidado, porque el discurso
de aludir. Me refiero al malestar que en mí, y en varios de
cristiano, el discurso cultural de gentes cristianas, jamás
los invitados que conozco, produjeron algunos ecos de
puede ser un discurso «anti», un discurso político que
las reacciones masivas de la gente, sobre todo en algunas
busca el poder —siquiera sea el de la cultura—, para lo
ponencias, como la de Zichichi y la del escritor exiliado
cual debe desalojar a quienes lo ocupan. Un discurso pro-
rumano Paul Goma. N o me importa tanto que en algu-
positivo —¡y de qué propuestas!— sí lo entiendo como
nas ocasiones palabras pronunciadas en Rimini tuvieran
cristiano. Un discurso que se camufla bajo la denuncia
resonancias anti-marxistas, anti-comunistas o anti-socia-
—aunque ésta sea verdad, claro— para ganar sus propias
listas; eran palabras de sus autores y allí hubo muchos
batallas, no lo es.
discursos diferentes. Comprendo, además, que la situa-
Un discurso propositivo, creador de espacios nuevos
ción política italiana es muy peculiar. Lo que sí me preo-
de vida y de acción, eso sí que es interesante, y esto fue el
cupó es el eco que levantaron algunos eslóganes de ese
Meeting. Capaz también de liberarse del ahogo de una
estilo en la masa, lo que subrayaba aún más el «anti-».
cultura dominante en la que se procura que no quede es-
Luego, hablando en particular, se vio con prontitud
pacio para propuestas como las que en Rimini se hacían,
que quienes pronunciaban esas palabras no eran ni mu-
de un mundo dominante en que a demasiados imperialis-
cho menos los que representaban mejor el espíritu que
mos se les ve el rabo —¡quién dijo que sólo había un im-
anima a los organizadores ni a los muchos que tuve oca-
perialismo!— en el que ya es hora que una denuncia clara,
sión de encontrar aquí y allá. Con todo, ese eco me asusta
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nítida, simple, pobre, se proclame a todos los vientos en
contra de los que son poderosos de este mundo. 8. EL DIOS DE LOS FILÓSOFOS
Rimini este verano fue una fiesta, un maravilloso en-
cuentro, una gracia, una nueva posibilidad, un desvela-
miento, también un susto. Algo que mereció la pena
hasta el final. Unos días de vacación de intensísimo tra-
bajo, divertido trabajo. Preludio de nuevos trabajos. Un
gozo grande.

Acabo de terminar la lectura de una novela antigua


—pero nueva para mí—, La Impostura de George Berna-
nos, que se publicó en 1927. Mientras daba vueltas a mis
páginas recorría las suyas. Su final se me ha interpuesto y
he tenido que terminarla antes de comenzar. La larga
agonía del pobre sacerdote Chevance, asistido por Chan-
tal, es la aproximación a Dios más simple, trágica en su
negrura y hermosa que pueda concebirse. Cabría decir
que si no hubiera espacio para Dios en nuestra vida, si no
hubiera Dios, tendríamos que pintarlo en las paredes,
abriendo hueco, con la certeza absoluta de que esa pin-
tura resultaría por fin realidad, y de cierto que Dios en-
traría así en nuestra casa.
Parece ser que los filósofos ya no hablan de Dios, peor
aún, que, cuando se preocupan de él, es simplemente para
decir que ni lo hay ni cabe en ningún lugar. Por otro
lado, se diría que los teólogos se limitan a sacar su mucha
ciencia de la Biblia, de la comunidad y de la acción, sin
plantearse algo que, por más que pueda extrañar, parece-

98 99
ría labor fundamental: ¿hay Dios?, ¿quién es Dios?, ¿qué «Dios» es el nombre y el anhelo de nuestros deseos y an-
relación tenemos con él? Quizá los teólogos han creído sias de absoluto, y en cuanto tal tiene realidad, pero
demasiado a Lutero y piensan que Dios es conocido sólo realidad-en-nosotros, no realidad objetiva y fuera de no-
en la cruz de Jesús, y aceptan con prisa la tentación kan- sotros. En una palabra, si Dios existe, dice el positivista,
tiana de que no hay pruebas prácticas, que de Dios sólo se es meramente como creación absolutizada por nosotros
puede hablar desde la moral. Esa doble actitud, en cu- en una «realidad» que no puede ser más que realidad ficti-
riosa alianza, ha hecho que ya no parezca haber «pro- cia, es decir, no realidad, irrealidad. Y ésto, nótese bien, si
blema de Dios». hemos sido benévolos en nuestra consideración, porque
¿Deberemos cruzarnos de brazos ante una realidad tan si somos estricros y nos atuviésemos al positivismo cien-
chocante? ¿Será posible que nos hayamos desentendido tífico, sólo podríamos decir ésto: no hay Dios.
de tal manera del «problema de Dios», que todos parezca- Hemos dejado de lado, además, continúan los positi-
mos estar de acuerdo en que se suscita en los ámbitos me- vistas, algo de importancia, que ese «Dios» que hemos ab-
ramente subjetivos —individuales o colectivos— de la sinra- solutizado desde nuestra propia subjetividad, es fuente
zón? ¿Dios será así meramente un asunto del sentimiento de neurosis personales y colectivas; es fuente de insidiosa
sólo? dominación en los oprimidos por los opresores, es ador-
Estas páginas quieren apuntar —y apostar— que no es midera y opio.
así, que si miramos de cerca al problema, con mirada filo- N o hay, pues, lugar para Dios en un mundo positivista
sófica, no sólo no es así, sino que no puede ser así, que ni que es un mundo cerrado —y malo sería que pudiéramos
siquiera en todas partes es de esta manera, que segura- asegurar con verdad que no hay unicornios, que son pe-
mente sufrimos de un cruel espejismo cuando dejamos el queños, y no pudiéramos hacer lo mismo con verdad de
«problema de Dios» al pasto de los meros subjetivismos. ese «Dios»—, ni estamos dispuestos en nuestro recorrido
En los últimos años se nos ha dicho que no hay Dios, que racional a dejar huecos incognoscibles e inconmensura-
no puede haberlo. El positivismo dominante en buena parte bles en la propia racionalidad que nos hemos impuesto,
de la filosofía nos ha dicho que sólo tiene sentido aquello por donde nos pueda caber algo tan insólito como
que es verificable, y ciertamente todos tenemos que con- «Dios».
venir en que Dios es inverificable hasta el extremo. Lo En los bravos y gloriosos tiempos de los Sartre, decir
verificable es de manera extraordinariamente singular la «no hay Dios» era una lucha a muerte con el ángel de Ja-
ciencia y la técnica; ellas son el punto nodal que debe dar cob, que duraba el decurso entero de la vida. Ahora, en
el tono de toda reflexión filosófica. Nada tiene de ex- cambio, esa afirmación viene dada como de sí misma: sale
traño, pues, que hayamos terminado por decir que, si de unos limpios y asépticos postulados que la gente bien
queremos hablar racionalmente, con la racionalidad apun- acepta sin discusión, pues parece una grave desconsidera-
tada por este positivismo científico, tenemos que decir ción no tener en cuenta su cientificidad, cuando la «cien-
que, en el terreno de las objetividades, no hay lugar para tificidad» es el motor mismo de nuestra tranquila pose-
Dios. A lo máximo que desde ahí, dicen, podemos llegar sión del mundo. Sí, queden siempre abiertos los hermosos
—los que estamos quizá dispuestos a conceder—, es que campos de la irrealidad para quienes quieran jugar con el

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magnífico juguete que llaman «Dios», y hagámoslo así ciencia de hoy es la única labor de conocimiento que me-
porque uno de nuestros postulados es el de la libertad rece ese nombre, es la única aproximación válida al
que cada uno tiene para montarse la fiesta como le ape- mundo para descubrirlo en su estructura, en su funciona-
tezca, pero sabiendo con certeza serenamente adquirida miento, en su manipulación. Hay que reservar, pues, el
que en el universo positivista no hay Dios. nombre de conocimiento al conocimiento que nos apor-
Por tanto, según la filosofía de la ciencia positivista, el tan las ciencias. Y una ciencia sólo se constituye en tal
mundo es un mundo cerrado y el conocimiento racional cuando cierra sus categorías y su campo de conocimiento
de la realidad también es epistemológicamente cerrado, a lo que, si no conocido, sí es cognoscible mediante los
por lo que no hay resquicio alguno a eso que llaman métodos y las maneras que la ciencia se da a sí misma. Si
«Dios», como no se trate, quizá, de algunos diosecillos pe- vale decirlo así, no sabemos el resultado de nuestros es-
queños y rientes, gnómones y divinidades de perros y ga- fuerzos presentes y futuros, evidentemente, pero sí lo
tos, amén —todo hay que decirlo— de esos placenteros «imaginamos», sí conocemos los caminos por los que se
duentes del alto y bajo vientre. Pero, sigamos con lo «se- puede prever que los alcanzaremos; se conoce sobre todo
rio», el mundo es cerrado, lo que significa que, si acepta la manera en que hemos de hacer las maniobras de apro-
el segundo de los axiomas, del que vendremos enseguida ximación. Y ahí no cabe ningún Dios. De cierto que es
a hablar, todo él es cognoscible —si no hoy, sí por cierto imposible que se cuele por las rendijas de esa ciencia —o
mañana—; la luz del descubrimiento ha de venir necesa- mejor filosofía científica— que es la ciencia de la episte-
riamente a alumbrar —a iluminar, vivimos un segundo mología. Pero, quien no está «ahí», no está en ningún lu-
iluminismo— todas las parcelas del mundo, sin que quede gar epistemológico, su conocimiento es simplemente «co-
así lugar alguno en donde se escondan los unicornios o nocimiento», es decir, un nombre vano, sin contenido de
donde se esconda «Dios». No hay lugar para incognosci- verdad, una pura falsedad.
bles, inexplicables, no hay posibilidad alguna de misterios Es interesante, pues, que seamos conscientes de las
que seamos incapaces de desvelar, así como tampoco hay pretensiones de esta filosofía «científica»: hay un punto
lugar para que existan cosas o seres que no pueden existir. de partida —el único «científico»— según el cual no hay
No hay sitio en el mundo de hoy, y menos aún en el ningún lugar para Dios. Y ese punto de partida es el
mundo de mañana, en donde quepa Dios. Lo que sí habrá único que puede hoy aceptar alguien que esté al corriente
que hacer es integrar las funciones que él ocupaba en pa- de las corrientes por donde va el mundo de la moderni-
sados tiempos dentro de nuestro mundo conocido o por dad. Cualquier otro punto de partida sería llegar antes de
conocer. Todo vacilaría si olvidáramos —prosiguen nues- haber salido. El es el punto de apoyo que conoce y mueve
trosfilósofos—este último punto, por lo que hay que ac- el mundo. Y, quede claro de una vez por todas, instalados
tualizar, en consonancia con lo que hoy sabemos y lo que en él es obvia la respuesta al «problema de Dios»: no hay
hoy pensamos, una filosofía materialista. tal problema, porque no habría Dios para el positivismo.
El segundo axioma positivista que más arriba he ex- He ahí el reto al que nos confrontamos hoy.
presado es también clave, y es el que suscita y asegura la Una primera labor de desbroce es el de «verificar» el
estabilidad del primero. La labor de conocimiento de la punto de partida al que acabo de hacer alusión. Yo

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mismo lo he hecho largamente en un libro grueso 1 . Sim-
van sobre sí un conocimiento detallado de esto que de-
plemente quiero evocar aquí el punto clave al que creo
cían ser su aspecto más incitante: la ciencia de hoy.
puede llegarse: ese «punto de partida» es ya una interpreta-
Al revés de lo que ellos opinan, puede defenderse con
ción; no se puede decir con verdad que nos venga im-
buenas razones que el mundo es un «mundo abierto», que
puesto por la ciencia de hoy como actividad global de
en su complicación es tan desmesuradamente grande que
pensamiento. Es, más bien, una opción posible, un lugar.
en el conjunto se nos escapa más y más esa simple razón
que es elegido por algunos como el más adecuado para si-
que quiere dar cuenta de todo. Curiosamente, si algo hay
tuarse filosóficamente y entender el farragoso conjunto
que decir hoy es que los unicornios abundan por cada
que sobre nosotros se avalanza. Pero, miradas las cosas de
renglón del conocimiento científico. N o hay valor, pues,
cerca, en su extraordinaria complejidad, no parece que
en el argumento de la inexistencia de los unicornios, por-
ese punto de partida sea hoy por hoy el más adecuado, el
que hay legión. Aunque, por supuesto, eso no es ni puede
que está más en consonancia con los datos completos de
ser argumento positivo para probar nada sobre Dios. Sí
la cuestión. Al contrario, se diría que sus defensores tie-
que lo es, en cambio, como desbrozador de una imposibi-
nen que estar en vigilante y extenuadora defensiva, aga-
lidad; valdría para decir esto como mínimo: quizá no
rrotados en una concepción materialista del mundo cuya
haya Dios, pero (por las razones invocadas) no puedo
racionalidad se les escapa continuamente de las manos, si
afirmar que no lo haya porque no hay sitio para él, sitio
no es que quieren anclarse en viejísimas maneras de ver
con realidad mundana y epistemológica.
que corresponden a los conocimientos de las ciencias de
Comprendo que al punto puede saltar uno al ruedo
hace muchísimos años.
para decir que parecería que se busca a Dios en donde no
N o deje de notarse que los defensores del punto de
puede estar, que, de encontrarse a Dios por ahí por
partida al que me estoy refiriendo, invocan para sí a las
donde se le busca, a lo más que llegaríamos es a algún ex-
ciencias. Por eso hay que confrontarles con las ciencias de
traño «Dios» que no es ni nunca podrá ser Dios. Sí, pero
hoy; no vale que hagan su defensa, evidentemente, con las
no deje de notarse que estamos de lleno en el antiguo ar-
ciencias de ayer (así como tampoco vale que lo hagan con
gumento cosmológico, aunque ahora sea más bien un
unas ciencias de mañana, que ellos desconocen, como no
anti-argumento. Para Newton su física era la prueba más
sea que crean tener un hilo directo con Dios mismo). Y,
segura de la existencia de Dios. Para los partidarios de la
sin duda, esa confrontación la llevan de manera bronca,
«filosofía científica» la ciencia es la prueba más segura de
llena de complicaciones, con muchos actos volitivos.
la inexistencia de Dios. El primero no tenía razón. Los
Hasta el punto que puede decirse con seguridad que lo
segundos tampoco tienen razón.
suyo es una interpretación, su interpretación, pero nada
Decía en el segundo párrafo que los teólogos han des-
es que tenga el sello de la seguridad científica. Es una op-
cuidado la pregunta sobre Dios. La verdad es que no en
ción, y como tal discutible con razones, y razones que lle-
todas partes. Los teólogos anglosajones y norteamerica-
1
nos nunca han abandonado esa pregunta, entre ellos
ALFONSO PÉREZ DE LABORDA, ¿Salvar lo real? Materiales para una fi- siempre ha estado de moda, porque siempre se han dado
losofía de la ciencia, Madrid, Ediciones Encuentro, 1984, 489 páginas.
cuenta que en ella nos jugamos mucho, cierto que no
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105
todo, pero sí que mucho: la misma posibilidad de que pregunta2. Hace dos semanas, en la primera de septiem-
todo lo demás tenga sentido, pueda llegar. El discurso so- bre, se ha visto en los kioskos un libro insólito, el Proslo-
bre la fe y la razón no puede de ningún modo ser un dis- gion de San Anselmo, en donde se encuentra la prueba
curso que no esté en nuestros labios, excepto si nos nega- más inteligente y sibilina de todas las propuestas hasta
mos a dar razón de nuestra fe, pues nuestra fe no es un hoy, por la que todavía siguen corriendo ríos de tinta.
grito, ¿qué mejor manera de decir que no hay Dios? Nó- Puede sorprender la cantidad casi infinita de proble-
tese bien, para no entender mal las cosas, que ni estoy ha- mas filosóficos que vienen ligados con la pregunta sobre
blando ahora de la fe personal de cada uno o de la comu- Dios. Con el argumento ontológico nos tenemos que
nidad, ni de la revelación, sino simplemente de que tiene adentrar de lleno en lo que desde hace mucho se ha lla-
que haber una aproximación a Dios —una cierta vía de mado la metafísica —algunos dijeron que había muerto y
acceso a él— por el camino de la razón y por el camino de está hoy tan joven como en ocasiones pretéritas—, en la
las obras de la creación. No es ninguna novedad lo que relación que existe entre el pensamiento y la realidad ex-
digo, por supuesto, pero sí que es un camino poco transi- terior a él, cuestión de extraordinaria importancia por-
tado, incluso que ha sido demasiado preterido entre no- 2
Creo que es interesante recoger aquí la estructura de tres de las
sotros, quizá porque hemos tenido bajo nosotros la sos- más clásicas pruebas. El argumento ontológico de San Anselmo se estruc-
pecha de que «no hay Dios», que no había acceso turaría así: 1) Dios es aquello más grande que lo cual nada puede pen-
racional a él, que era una hipótesis incapaz de ser sos- sarse; 2) se puede concebir un ser que tenga las propiedades de Dios,
tenida con argumentos racionales, y por ello lo mejor, más la existencia en la realidad; 3) la existencia en la realidad es más
que la sola existencia en el pensamiento; 4) se puede, por tanto, con-
para seguir sosteniéndolo, era lanzarse al grito, al farfulle, cebir un ser más grande que Dios y es falso, por lo tanto, que Dios
al imperio, a la tenaz resistencia soterrada. Quizá haya exista sólo en el entendimiento. El argumento cosmológico tendría la si-
sido en un momento una buena estrategia para pasar ma- guiente estructura: 1) lo que puede dejar de existir no existe en algún
los tiempos en que todo parecía estar en contra de los momento, luego si todos los seres son contingentes —y en este mo-
mento observamos seres contingentes— en algún momento no existe
que en Dios creen, pero, démonos cuenta, debemos y po- nada; 2) lo que comienza a existir es causado por algo que existe ya y
demos entablar hoy un diálogo racional con nosotros que hace comenzar a existir lo causado, luego si en algún momento no
mismos y con todos sobre «la existencia de Dios». Más existiese nada, entonces no existiría nada en algún tiempo posterior;
aún, para nosotros mismos es una grave necesidad, una 3) por lo tanto, si nada existiese en tiempo alguno, entonces en este mo-
mento nada existiría; de ahí que si todos los seres son contingentes, no
grave obligación. existiría nada ahora; 4) por lo tanto, no todos los seres son contingen-
tes, sino que hay al menos un ser necesario. Por fin, el argumento ideológico:
Por ello, en lo que queda, nos hemos de plantear la si- 1) los «productos humanos que tienen una finalidad» son productos
guiente pregunta: ¿se puede hablar de pruebas de la existencia planeados inteligentemente; 2) el Universo se parece a los productos
humanos que tienen una finalidad; 3) luego, probablemente, el Uni-
de Dios? verso es el producto de un plan inteligente y, en consecuencia, el autor
del Universo es un ser inteligente. Las he tomado de ALVIN PLAN-
Sí. Sin duda ninguna. Decía antes que en los medios an- TINGA en su libro God and the other minds, según la versión que nos da
glosajones nunca han dejado de hacerse con nitidez dicha JAVIER SÁDABA en su artículo «Dios» en el Diccionario defilosofíacontemporá-
neo dirigido por MIGUEL A. QUINTANEXA (Salamanca, Sigúeme, 1976).
pregunta. Hoy por muchos lugares surge además, esa

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que, con lo que ahí se diga, luego tiene que irse uno a bien en su afán de dominio; el gravísimo dilema de saber
contemplar de cerca el mundo de las matemáticas, por qué es la racionalidad, si es algo previo y por encima, más
ejemplo, por lo que no es válido decir cualquier cosa. abarcante, de esa construcción que nos hemos hecho con
Tendremos que estudiar, además, lo que nos han dicho la ciencia y la técnica, o se anquilosa en esa manera objeti-
los filósofos, Descartes y Leibniz, Kant y los estudiosos vante y reductora de contemplar al mundo y al hombre,
de hoy. Y han dicho cosas de extraordinario valor, que porque ¿quién nos ha dicho que sólo somos razonables,
todavía gravitan sobre nosotros en la coherencia global utilizamos con provecho nuestra razón, construimos co-
de lo que nosotros mismos decimos. Esto es lo malo de nocimiento y mundo con ella, cuando nos comportamos
meterse en problemas filosóficos, cuando uno hace en un como entomólogos que objetivizan y recortan lo que
punto una cierta afirmación, luego le salen consecuencias ven, mirándolo desde fuera con afán clasificatorio y re-
en los lugares más inesperados. Cuando uno niega el ar- ductor de este culmen de cosas que quedan fuera de su
gumento ontológico, luego seguramente sudará tinta mirada?, ¿no será esa, por el contrario, una manera muy
para no decir que continentes enteros de las matemáticas poco razonable de ser racional, una manera empobrece -
no tendrían validez —¡y menudos son los matemáticos!—, dora y mentirosa en última instancia?
pues el tipo de argumento es el mismo y el paralelismo de Falta todavía aclararse sobre lo que es la materia y
sus contenidos es demasiado evidente. Un argumento cómo sea la estructura «última» de la realidad, que se nos
como éste, se encuentra en el centro mismo de toda una está escapando de las manos, justo en el momento en que
coherencia filosófica, que no es fácil destruir, como no parecía que la tocábamos ya con los dedos. Está todavía
sea con otra interpretación global del conjunto entero por ver el papel que nosotros mismos, los observadores
del saber, que a su vez tendrá que ser coherente con del mundo, jugamos en lo que sobre él decimos, sea por-
todo. Este argumento ha sido estudiado últimamente con que no está claro lo que sobre esto dice la mecánica cuán-
seriedad y realzado; no es sencillo olvidarse de él. Mien- tica, sea porque, con algunos, tomamos en consideración
tras los trabajos filosóficos son sectoriales, puede dejarse el llamado «principio antrópico» (la evolución que nos
de lado, pero en cuanto entra en juego la globalidad y co- lleva desde el momento de la explosión inicial hasta hoy,
herencia de un proyecto filosófico, hete aquí que el hom- ¿está guiada solamente por el puro azar, en donde lo pos-
brecillo al que san Anselmo se refería aparece de nuevo. terior nada dice sobre los caminos de la evolución cuando
También son infinitos los debates que se tejen en ésta continuamente llega a encrucijadas decisivas?, ¿todo
torno a los argumentos cosmológico y teleológico. Algo es fruto de la mera casualidad o, por el contrario, el
hemos visto ya en la primera parte de este artículo. Toda punto al que la evolución ha llegado, es decir, nosotros,
una manera de entender qué es la ciencia y cómo fun- seres humanos que somos capaces de observarla, com-
ciona el conocimiento científico; la sospecha que se nos prenderla e incluso jugar con ella, es determinante de la
está haciendo cada vez más aguda de que la ciencia tiene elección de los caminos que llevan hasta nosotros?). La fi-
límites internos y necesita que le pongamos límites exter- nalidad misma es algo que causa problemas; muchos qui-
nos si no queremos que nos devore, mejor dicho, que nos sieran arrinconarla, pero no es nada fácil hacerlo así en la
devoren con ella los que de ella saben aprovecharse tan biología. Para decirlo de forma chocante y sencilla, ¿los

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ojos ven por casualidad? ¿Nos encontramos de pronto Pero hay otros portillos atravesados por vías que seña-
viendo —aunque se tarde en ello millones de años—, o lan la existencia de Dios desde puntos de partida filosófi-
todo lleva en la evolución a un fin, que tengamos ojos cos. El portillo de lo bueno y el de lo bello. Pero antes
que vean? hay que comenzar por mencionar ese otro portillo, tan
Basta con este pequeño elenco de cuestiones que se in- fecundo, que nos abrió San Agustín, entreverado con una
terfieren con los argumentos a los que nos referimos insaciable sed de búsqueda y de interioridad, cercano en
aquí. Un planteamiento correcto y serio de la validez o algunos aspectos al de la verdad y hasta un punto base del
invalidez de los argumentos que quieren probar la exis- argumento ontológico: «Reconoce, pues, cuál es la su-
tencia (o la inexistencia) de Dios, es de una extraordina- prema congruencia. No quieras derramarte fuera; entra
ria complejidad filosófica. Tanta que pueden darse dos dentro de ti mismo, porque en el hombre interior reside
reacciones distintas: no creo en Dios o no me interesa la verdad; y si hallares que tu naturaleza es mudable, tras-
plantearme esa pregunta, pero en todo caso el adentrarse ciéndete a ti mismo, más no olvides que, al remontar so-
en la cuestión de los «argumentos» es un avispero sin sa- bre las cimas de tu ser, te elevas sobre tu alma dotada de
lida; creo en Dios, pero no vale la pena tamaños esfuer- razón. Encamina, pues, tus pasos allí donde la luz de la ra-
zos que a nada importante llevan. Ambas posturas son, en zón se enciende»5. Con él se abre una línea de pensa-
mi opinión, demasiado cómodas, el «problema de Dios» miento de extraordinaria lucidez y de una importancia
está ahí para toda inteligencia filosófica, y constituye uno que todavía se nota entre nosotros.
de los nudos cruciales de cualquier coherencia filosófica,
pues es el problema de la infinidad, de lo absoluto, de la Otro de los portillos es el que toca al bien. Porque, evi-
sustentación de todo, del comienzo, del fin, etc. A su vez, dentemente, no somos sólo animales de razón, ni nuestra ra-
implica multitud de problemas filosóficos como el de zón se emplea únicamente en labores técnicas, de conoci-
nuestro acceso a la realidad, el de la definitividad de una miento abstracto, puro. Queda toda una vertiente de
mirada reductora y objetivadora, el de la esencia simbó- riqueza insondable en la que nuestra razón se hace prác-
lica de lo humano, etc. tica. Y aquí, sin duda, como muy bien viera Kant (quizá
él negara lo primero con demasiada prisa, aunque con ex-
Hemos visto largamente algunos de los lugares y de las
traordinaria coherencia), se plantea también el paso de las
implicaciones del «argumento» sobre Dios. Es lo que toca
vías que conduzcan a la patencia de Dios. Mucho hay que
a las vías que conducen a la afirmación racional de la exis-
decir en este respecto, mucha tela hay que cortar. En las
tencia de Dios desde el portillo de la verdad (Santo To-
páginas que llevo escritas he hecho poca mención de este
más las llama «vías» y no «pruebas», lo que me parece muy
portillo que atañe al bien. Sólo por una razón, porque es
razonable), en su doble versión de acceso a la verdad y de
un camino muy practicado (y cuya insistencia ha llevado,
contenidos de la verdad. Y, como ya he dicho en alguna
desgraciadamente, en mi opinión, a desatender al ante-
ocasión, no es razonable la opción de quienes se lavan las
rior, que es previo y básico), y las páginas son pocas, ade-
manos en la jofaina de Poncio Pilatos con sucesivos mo-
vimientos ondulatorios de sus hombros y de todo su
ser. 3
SAN AGUSTÍN, Ot vtra religione, 72, traducción de Victoriano Capánaga, Obras, IV,
pag. 159, (Madrid, BAC, 1956).

110
111
más de que la necesidad de insistir en aquél es primordial, sea que todo lo que llevo escrito quede cortado por la
si es que queremos proseguir buscando vías más cercanas, fuerza de sus razones. Sí es verdad que «no conocemos a
más empeñativas incluso. ¿El «no matarás» es fruto exclu- Dios más que por Jesucristo»4, con «conocimiento de ple-
sivamente del consenso? Si así fuera, ¿qué ocurriría cuando nitud, con conocimiento de amor», empleando lenguaje
el consenso fuese (como tantas veces ha sido y sigue de San Juan. ¿Quién, que tenga a Dios como Padre, lo
siendo) «mata»?, ¿en dónde se apoyaría la «racionalidad» pone en duda? Cierto que «el corazón tiene su orden, el
del disenso? Este y otros muchos temas que atañen a esa espíritu tiene el suyo, que es por principio y demostra-
pregunta por lo que es bueno, lo que está bien, que se ción»5. ¿Cómo vamos a negárselo al matemático y al físico
adentra por todo el tejido de nuestra vida y de nuestra que fue Pascal? Cierto también, si hablamos de aquel co-
acción, es, qué duda cabe, otro de los portillos por donde nocimiento en plenitud y en amor, que «es el corazón el
se escapan vías que plantean la existencia de un absoluto que siente (huele podríamos decir) a Dios y no la razón
en la vida moral que funde en bases firmes algunos de los (la razón matemática y física)»6. Eso es una maravillosa
pilares de ese mundo terriblemente complejo y cam- certeza de fe de un hombre que «sentía» a Dios en su vida
biante que es el mundo de la razón práctica. Vías que se- y en la creación. Cierto también que «los que vemos cris-
ñalarán la existencia o quizá la inexistencia de Dios, eso tianos sin el conocimiento de las profecías y las pruebas
es otro cantar; causa dificultad no admitir que ahí hay no dejan de juzgar (en el conocimiento de Dios) tan bien
un portillo. como los que tienen este conocimiento; juzgan por el co-
Hay un tercer portillo del que me gustaría poder decir razón de la misma manera que los otros juzgan por el es-
mucho y del que s,in embargo, sabría decir poco, es el de píritu»7. ¿Quién pondrá en duda que esto es así? Claro,
lo bello. Los humanos somos seres simbólicos, con una ca- porque con Pascal también nosotros podemos decir —y
pacidad imaginativa que nos ha descubierto un mundo queremos decir— que «conocemos la verdad no sola-
mucho más rico que el mundo de la mera realidad mun- mente por la razón, sino también por el corazón»8, si es
dana; hay otra realidad, la del arte. Creación de quien es que (como sospecho) «razón» no se opone a «corazón»,
artista y recreación de quien accede a ella desde sí, para sino que hay «razones» de dos órdenes, el orden de la «ra-
adentrarse en una recreación que es renovada creación. zón científica» y el orden de la «razón simbólica». Pascal
La obra de arte, lo bello en donde esté, es mucho más que gritaba —y nosotros debemos gritar con él— contra quie-
ese soporte material (sin el que no existe obra de arte); nes sólo aceptan el orden de la primera y abandonan
es recreación de nuevos mundos, es apertura simbólica a —para perdición suya y de todos— el orden de la segunda.
novedad, es realidad nueva, es apertura a una nueva crea- Y, no se olvide tampoco, que también Pascal buscaba su
ción. ¿En este acceso a la simbólica de lo bello encontra-
4
mos otro portillo (quizá el más decisivo, quizá el que ter- 5
Pensamientos, 189 (edición Lafuma); 547 (edición Brunschvicg).
mina dando coherencia a todas las demás «vías» de acceso Pensamientos, 298 (Lafuma); 283 (Brunschvicg).
6
Pensamientos, 424 (Lafuma); 278 (Brunschvicg).
a Dios)? Estoy llegando al límite de las páginas; vale con 7
Pensamientos, 382 (Lafuma); 287 (Brunschvicg).
esta indicación. 8
Pensamientos, 110 (Lafuma); 282 (Brunschvicg). Léase todo el
Para terminar nos debemos enfrentar con Pascal, no texto.

112 113
primorosa prueba de la existencia de Dios con su «argu-
mento de la apuesta»9. Con él podríamos decir igual-
9. MEMORIA, TIEMPO, TRADICIÓN
mente nosotros: «Si se somete todo a la razón, nuestra re-
ligión nada tendrá de misterioso y de sobrenatural. Si se
choca con los principios de la razón, nuestra religión será
absurda y ridicula»10.
Si estas páginas sirvieran para que alguien llegue al
convencimiento de que es razonable y merece la pena
preocuparse por el «problema de la existencia de Dios»
desde la filosofía, desde la pura fuerza de razones y pen-
samientos, desde lo que aparenta divagación y es discu-
sión en diálogo con los que, quizá, piensen con razones
de otra manera a la aquí expresada, me daría por más que
satisfecho; me dejaría con la amplia satisfacción de haber «Pero a la hojarasca la habían enseñado a ser
gastado bien el tiempo. impaciente; a no creer en el pasado ni en el fu-
turo. Le habían enseñado a creer en el mo-
mento actual y a saciar en él la voracidad de
sus apetitos.»
(GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ)

Un espectro camina por el desierto. Lleva chaqueta y


corbata, también una visera roja. Sucio, alucinado, per-
dido. Sigue caminos al azar: líneas férreas —porque en ese
mundo el desierto es primero de arena, luego de asfalto,
luego de sentimientos—, carreteras, va en coche conti-
nuamente. Está perdido en el tiempo. Busca sus orígenes,
su génesis: París, en Texas. Es una búsqueda por el re-
cuerdo, un hacer memoria. El suyo es un presente que se
vacía en cada instante, lleno de inconexos instantes, sin
9 continuidad —sin futuro, por tanto—, y es así porque su
Pensamientos, 418 (Lafuma); 273 (Brunschvicg).
10
Pensamientos, 418 (Lafuma); 233 (Brunschvicg). presente está vacío de pasado.

114 115
Es un espectro esquelético con una sola obsesión: ca- ciñas, luces de moteles, crepúsculos y amaneceres, rasca-
minar hacia adelante, sin sentido; con un único sentido, cielos, sonido de la guitarra. Presencia maravillosa de los
seguir líneas geométricas que marquen una dirección actores, la primera del alucinado protagonista, perdida la
—vías férreas, carreteras, caminos, líneas eléctricas de alta mirada siempre en una lejanía opaca, y la del prodigioso
tensión— como búsqueda de lo imposible, porque se final, lleno de ternura, con su mujer reencontrada para,
busca en donde no está. Se ha cerrado la memoria para él. entonces, recobrada ya la memoria, asumida la vida en un
Por eso es casi un muerto viviente, porque somos carne presente preñado del pasado y alumbrador de futuro, ele-
enmemoriada. gir una soledad, un alejamiento de la mujer y del hijo, que
En la película de Wim Wenders titulada París, Texas, da su espesor de memoria a la carne, que nos hace
porque a ella me estoy refiriendo, vamos recreando la carne enmemoriada.
memoria perdida del protagonista, por ello más animal Es la gran epopeya del reencuentro con la profundidad
alucinado que hombre. Lo genial en esta película es que de sentimientos que constituyen al ser humano, que se
esa memoria no va viniendo como recuerdo, una mirada constituyen en historia, pero que lo hace en esa compleja
hacia el pasado en el que vemos lo que «aconteció» in illo realidad que llamamos tiempo. Es una historia de la hu-
tempore, causa inexistente del presente. Lo decisivo aquí es manidad lo que en esa película se nos ofrece. Y digo una
que el recuerdo del pasado se hace con la presencia —pre- historia de la humanidad, porque es la historia de la hu-
sencia del hermano del alucinado, quien lo recoge, larga y manidad desde un único punto de vista, pero que, como
cálida presencia del hermano, presencia de la cuñada, de las melodías orquestadas por Ravel o tocadas del órgano,
su propio hijo, todavía niño, que ha sido prohijado por arrastran consigo los ecos que se pierden en la lejanía del
sus tíos años antes—, y con la acongojante construcción espacio y del tiempo.
de presente que descubre, en lo que va siendo futuro, pa- ¥ me alegro que me haya salido también la palabra «es-
sado encarnado. pacio», porque el espacio —largo, ancho, cerrado, pe-
El pasado, casi desaparecido como delgadez del pre- queño, interminable, que nunca se para— es personaje
sente —sólo queda de él la foto de un lugar polvoriento y clave de París, Texas1.
un nombre, París, en Texas—, va apareciendo en la histo-
ria porque se está haciendo futuro en el protagonista, a la
vez que en nosotros. Futuro del reencuentro con el hijo. II
Futuro encadenado a ese futuro decisivo que se va ha-
ciendo presente en la maravillosa conversación a través Pasó 1984- No está ahí, seguramente, nuestro futuro,
del espejo con la que ha sido su mujer. Ahí se nos refleja aunque sí esté uno de los peligros que nos acechan y que
cómo nace la libertad de una vida que se asume. carcomen ya nuestros pies. Si hubiera que definir al hom-
En esta historia vemos cómo van engranando tantos y bre de 1985 podría decirse muy bien así: un espectro ca-
tantos detalles visuales y auditivos que en la cronología
de lo narrativo se nos presentan. Desierto, carreteras, co- 1
La mayor parte del parágrafo reproduce la Caria sobre cine apare-
ches, grandes camiones, trenes que se cruzan, ruidos, bo- cida en la revista Nueva Tierra, mayo 1985. Aquí en p. 184.

lló 117
mina por el desierto. Sobre todo si nos referimos al hom-
bre de nuestra Europa. Un espectro camina por el desierto, que ha convertido en sus necesidades. El entorno se ha
sin rumbo, desaliñadamente, aunque en su vestido y en su roto. Quizá en nuestra Europa no somos todavía cons-
porte se nota todavía que en otro tiempo iba bien com- cientes de esta desertización, porque generamos desierto
puesto; se adivina que entonces conocía sus caminos. en otros lugares, en el tercer mundo, en el sur. Pero cual-
Ahora, sin embargo, aunque camina con idéntica convic- quier ojo atento puede ver que también aquí la esquilma-
ción, al punto se nota que sólo es aparente esa convic- ción inconsiderada de la naturaleza es el uso de todos los
ción, que es costumbre mecánica, que no es más que po- días. Los movimientos ecologistas lo han visto con agu-
ner un paso delante de otro. No va ya a ninguna parte. El deza y lo denuncian violentamente. Desierto de arena.
traje y la corbata se le ensuciaron con los polvos de los ca- Desierto de asfalto. La ciudad nos pone de nuevo en el
minos, y ni siquiera es ya consciente de ello. No es más desierto. Un desierto poblado, hormigueante de seres
que un espectro. Sigue y sigue, con voluntad incesante a que no me son semejantes —excepto en la figura ex-
grandes pasos, sin parar un solo instante. Si tropieza y terna—, pues nunca miro a los ojos, jamás me miran a los
cae, al punto se incorpora y continúa, aunque sea en otra ojos. Rostros que a fuer de ser anónimos, ya pierden su
dirección de la que traía. No va ya a ninguna parte. Mar- textura de rostros. Se me convierten en obstáculos, en
cha y marcha, pero ha dejado atrás todo lo que le era cer- impedimento, en multitud de enemigos, pues siempre los
cano, lo que constituía su entorno, su casa. Se aleja y se encuentro ahí, en todas partes, quitándome el espacio,
aleja, también a grandes pasos. Porque su incesante mar- sofocándome, pero sin ofrecerme calor alguno; enemigos
cha es, evidentemente, huida. Cae, se levanta y continúa. que sólo me ofrecen falta de trabajo o trabajo seco y abu-
Siempre arriba y siempre adelante. Pero ha perdido el rrido, qup en poco toma mi gusto y mi interés. Desierto
sentido de su marcha. Ni siquiera es consciente de que de asfai to.
camina. Le toman, le acuestan, pero en unos instantes se Desierto de sentimientos. Todo me lleva a mí mismo.
incorpora y prosigue su incesante andar. Siempre a gran- No hay rostros, a no ser los más próximos. Sentimientos
des pasos. Sin mirar siquie/a en donde pone su pie, sin in- que, para subsistir, deben particularizarse cada vez más,
tegración ninguna con el paisaje que le rodea. El ya no es hasta desaparecer. Falta asombrosa de esas relaciones de
figura en un paisaje. Es únicamente excrecencia, espectro. cercanía, de amistad y de cariño que establecen un ámbito
Los que encuentra en su andar no los toma siquiera por favorable para los sentimientos humanos. Porque somos
semejantes. Apenas los ve. Son quizá un obstáculo en su un animal de sentimientos, pero todo lleva a que éstos se
camino hacia ninguna parte. Su único anhelo es seguir y cohiban, se empequeñezcan, a que se hagan parcos y
seguir, huir y huir. egoístas. Nuestro pequeño yo es lo único que, al final,
cuenta. Todo nos empuja a que así sea. La pequenez
Su mundo es desierto. Desierto de arena, polvoriento, egoísta. Pareja por un rato, mientras subsista, mientras
sin vegetación. Paisaje sin cercanía, esquilmado. Se ha se- me llene, mientras no me cueste, mientras no me aburra,
parado de la naturaleza, la ha puesto a sus pies, no para mientras así lo quiera: porque el centro es mi pequeño
marchar por ella, sino para aprovecharse de ella, para que yo. Todo nos lleva a ello, no se puede echar las culpas
le ofrezca todos sus gustos, sus caprichos, todo aquello personalmente a cada uno. Y, sin embargo, somos así el
118
119
fruto último de lo que entre todos nos hemos construido III
como mundo. Personalmente, pues, no somos culpables;
colectivamente, socialmente, sólo nosotros somos culpa- En el mundo que es el nuestro se ha cerrado la memo-
bles. Desierto de sentimientos. ria. Como nunca en la historia de las generaciones tene-
Caminar hacia adelante, obsesivamente, sin sentido. El mos hoy asegurada la multiplicidad infinita de la reminis-
caminar es siempre direccional, nunca puede dejar de ca- cencia de lo que nos ha precedido. Conocemos, más y
minar el ser humano en una dirección. Hay que buscar mejor que en cualquier momento anterior, los hechos
carteles, eslóganes. Hay que seguir líneas que marquen —conexos e inconexos— de la humanidad. La historia hu-
dirección. No se viene de ninguna parte, no se va hacia mana es para nosotros como un libro abierto que nos
ningún lugar, pero hay líneas geométricas que marcan di- ofrece sus arcanos secretos; la historia de la evolución
rección. Las seguimos. Sin más, compulsivamente, de ma- que nos ha hecho posibles es igualmente un conjunto de
nera abstracta, como es abstracta su señalización. Son ciencias que reconstruyen con exactitud el pasado de la
imposiciones de fuera —aunque, no lo olvidemos, cons- vida; más aún, la historia entera del universo comienza a
trucción de los hombres—, artificiales; no son señal de sernos ofrecida no ya por la ficción, sino por la cosmolo-
nada, sino puros sistemas utilitarios. Y, sin embargo, se gía, por la más contemporánea a nosotros de todas las
han convertido para nosotros —hombres y mujeres de nuevas ciencias. Y, sin embargo, en el mundo que es el
1985— en nuestro sistema interno de señalización, en la nuestro se ha cerrado la memoria.
brújula que nos marca el camino. Sistema, por tanto, abs- El pasado, pues, se ha hecho para nosotros mera remi-
tracto, falso, en cuanto que substituyen a lo que falta, a lo niscencia, recolección de lo que ha sido, con toda la com-
que hemos perdido por el camino. plejidad inmensa que lleva consigo la historia, toda histo-
Caminar y caminar, en busca de lo imposible. Vacío ria, cualquier historia. Recuerdo, científico además, de lo
buscar lo que no sabemos, pues es un seguir abstracciones que ha sido, pero no espesor de nuestra propia carne. Es
que terminan por imponérsenos, por llegar a ser el capa- el recuerdo así reminiscencia de lo que fue, que consegui-
razón que nos sostiene, pues por el camino hemos per- mos a través de un conocimiento que quiere ser cientí-
dido los mismos huesos, y nos caemos, sin punto de fico. Es un mero saber racional, inteligible —manipulable
apoyo interno que nos constituya en nosotros mismos. también todos lo sabemos y tenemos ejemplos cerca-
Caminar, caminar hacia adelante sin sentido, siguiendo nos—, científico, que, evidentemente, tiene vocación de
líneas abstractas que no nos señalan otra cosa que a sí configurar desde ese pasado este presente. Así, nuestra
mismas, es decir, imposición externa; busca incesante, vida entera se ha convertido en algo mediatizado casi por
búsqueda de lo imposible, porque se busca en donde no completo por un saber cientificado, por una racionaliza-
está. Por eso nuestro hombre —nosotros mismos, quizá— ción científica abstraída de nuestra propia carne. Es un
es casi un muerto viviente, porque somos carne enme- proceso de objetivización en el que cualquier traza de
moriada. memoria queda fuera, es alejada de lo que se constituye en
centro de nuestra vida social primero y personal después.
Lo que nos hace no es ya una memoria que se va convir-

120
121
tiendo en carne de nuestra carne, sino una objetividad
tantes, siempre renovados, siempre precarios, siempre in-
que se nos pone desde fuera, que, por tanto, se nos
conexos. Rota la memoria, son instantes sueltos, sin nin-
impone.
guna ligazón continuada con el pasado. Se ha hecho de
¿Qué de extraño, pues, que asistamos con nuestros
nosotros sujetos maquinales que deben vivir su vida
propios ojos a la reconstrucción manipulada de trozos de
como un ininterrumpido conjunto de instantes de consu-
historia que conocemos bien? Porque la reconstrucción
mición. Se ha logrado de nosotros que seamos consumi-
histórica es tarea objetiva y objetivadora, capaz de ser
dores de todo lo que se nos ofrece en los escaparates a
manipulada a voluntad por quienes detentan el poder o
que el mundo ha quedado reducido. Una y otra vez debe-
aspiran a él. La historia, esa historia, es así un instru-
mos recomenzar el proceso: se crea en nosotros la necesi-
mento de combate, político y visceral. De ella se quiere
dad, buscamos nosotros la satisfacción de la necesidad.
limpiar cuidadosamente cualquier rastro de memoria.
Una necesidad que cada vez debe tomarnos de nuevo
Objetividad científica —como se le llama— contra memo-
como engranajes del consumo. Un instante bivalente que
ria. Y, sin embargo, lo que constituye nuestro mismo
es siempre idéntico a sí mismo en su abstracción: se nos
centro como personas, como hombres, es que somos
crea la necesidad, satisfacemos la necesidad. Se ha parado
carne enmemoriada.
el tiempo, ya sólo hay unos instantes que suceden a otros
Al hombre de hoy parece que le ha sido robada la me- instantes, ininterrumpidamente, engafiadoramente. Unos
moria. Dispone de la historia, historia objetivada y obje- instantes cuya esencia es ser siempre el mismo instante
tivadora —quizá también historia manipulada y manipula- ambivalente. No hay tiempo —como no sea el tiempo de
dora—; lo conoce todo y todo está unido por ese fino hilo la producción—, no hay espacio —como no sea el espacio
que es una filosofía de la historia: todo lo sabe y todo lo de la producción—, no hay pasado —como no sea el pa-
da interpretado desde la imposición de quien tiene el po- sado de la publicidad—, no hay presente —como no sea el
der. Todo se nos ofrece y todo se nos da ya interpretado. instante bivalente del consumo—, no hay futuro —como
Algo que es creación nuestra, de los hombres, se con- no sea el vacío producido por la imposibilidad de satis-
vierte así en imposición para los hombres. Se nos vacía de facción de la necesidad—. Aquí no tiene cabida la
nuestra misma centralidad carnal, conmemorativa, para memoria.
llenársenos con objetivación científica de la historia. Se
nos llena, pues, de vacío porque se nos vacía con lo que se
IV
nos impone desde los centros de poder, exteriores a
nuestra centralidad de hombres. Se nos quita un corazón
El mundo de la memoria es fascinante. Se nos han olvi-
de carne y se nos pone en su lugar una razón que es la que
dado ya las artes de la mnemotecnia, porque ahora deja-
se nos da, ni siquiera es la nuestra; una razón objetiva-
mos cada vez más el uso de la memoria, hasta el punto
dora que llega a nosotros con la marca de la manipulación
que es casi un fenómeno de circo quien haga gala de me-
desde el centro.
moria portentosa. Incluso se teoriza en la contraposición
Todo nos incita a vivir en el instante. Para nosotros ya de la memoria con la cultura, y sobre el carácter deletéreo
no hay tiempo, sino una sucesión ininterrumpida de ins- y causante de múltiples daños, represivo para colmo, de
122 123
todo aprendizaje que ponga énfasis en la memoria2. Antes ten en uno de los temas más fascinantes que hoy se en-
no fue así. Una simple ojeada al siglo XVII nos convence cuentran en el estudio del hombre y también de ia socie-
de ello. Hemos perdido ya casi todo vestigio de literatura dad. Vasto campo en el que no nos detendremos.
oral, confiada a la memoria mucho antes de quedar es- La memoria es memoria del pasado, pero es facultad
crita. Hoy quedan vestigios de esta cultural oral sólo en- del presente.
tre los pueblos al margen de nuestra cultura y, quizá, en
el complejo mundo de los niños.
Es fascinante el mundo de la memoria y del recuerdo V
tal como nos lo muestra el psicoanálisis. No somos, sim-
plemente, un cuerpo con existencia de presente y con Para los griegos la memoria va viniendo como re-
una extraordinaria facultad, la de recordar, como si ésta cuerdo. Es una mirada hacia el pasado en el que vemos lo
fuera un gran cajón en la que quedan a la mano las cosas que «aconteció» in tilo ternpore; allí es en donde se en-
aprendidas antaño, las sensaciones pasadas, los recuerdos. cuentra la causa del presente. Heródoto concibe de esta
El pasado nos constituye personalmente de una manera manera la historia: como memoria de los hechos pasados
mucho más fuerte. El pasado social gravita también sobre para el futuro, «para evitar que, con el tiempo, los hechos
el presente como algo constitutivo de presente. humanos queden en el olvido -y que las notables y singu-
La memoria es hoy uno de los temas más candentes en lares empresas realizadas, respectivamente, por griegos y
la psicología cognitiva. Sabemos muy poco de su función, bárbaros —y, en especial, el motivo de su mutuo enfren-
sospechamos de su gran importancia en la estructura glo- tamiento— queden sin realce»3.
bal de la psique. Desconocemos casi todo de la facultad La vida es una carrera contra el olvido, pues el tiempo
de la memoria desde el punto de vista del sistema ner- es el gran olvidador. Antiguamente hubo notables y sin-
vioso. La memoria no sólo es un almacén cerebral de gulares hazañas que merecen nuestro recuerdo, pero el
donde salen los recuerdos a voluntad, sino que se trata de tiempo las echa continuamente hacia atrás, las hace pasto
una función estructurada complejísimamente con el fun- de nuestro olvido, con lo cual llegamos a perder los moti-
cionamiento entero del cerebro. Lo que sea nuestra me-
vos de las cosas que hoy acontecen. Hay que rescatarlas
moria es todavía para la psicología algo que desconoce
del olvido, hacernos presentes a ellas, de esta manera po-
casi por entero de manera singular.
dremos encontrar las razones de lo que ahora ocurre, y
He ahí algunos aspectos de la memoria que la convier- así conoceremos sus causas a ciencia cierta.
2
En la introducción del Turneo se hace mención de una
«Va anche aggiunto che fra la fine degli anni Sessanta e la meta de- antigua conversación que tuvo lugar en Egipto entre So-
gli anni Settanta del nostro secólo si giunse addirittura a teorizzare la
necessaria contrapposizione fra memoria e cultura e il carattere delete- lón y un sacerdote de aquel país. Este reprocha al griego
rio, dannoso, repressivo di ogni e qualsiasi forma di apprendimento que los suyos nada saben de las cosas antiguas ni de los
mnemonico», PAOLO ROSSI, Clavis universalis. Arti della memoria e hgica antiguos comienzos, porque los griegos son jóvenes de
combinatoria da Lullo a Leibniz, Bolonia, Muüno, 2a edición, 1983,
p.7. 3
HERÓDOTO, Historia, libro I, proemio (Madrid, Gredos, 1977).
124
125
alma y por ello no tienen opinión formada de las cosas miniscencia, es ahí en donde está el principio mismo del
antiguas ni tienen saber alguno que sea saber-de-tiempo. saber y del actuar.
Se explica que fuera así, pues antaño se produjo una des- Los griegos sacralizaron la memoria introduciendo en-
viación en los cuerpos que circulan por el cielo en torno a tre sus dioses a la diosa Mnemosyne, es decir, memoria,
la tierra y todo, con excepción del Nilo, se sumergió bajo quien preside sobre todo la función poética. Es primor-
el agua. Por eso, sólo en Egipto se ha conservado re- dialmente el poeta, transido por el entusiasmo que le
cuerdo de las antigüedades, mientras que los griegos pone en trance divino, poseído por la diosa, quien Llega a
todo lo han olvidado, y nada saben, con saber-de-ver, con ver lo que para los demás es invisible. Poetas y adivinos
saber de certezas; las pasadas generaciones nada les deja- (o profetas) tienen en común el don de ser videntes, pri-
ron siquiera por escrito. Pero Atenas, continúa el sacer- vilegio que deben pagar muchas veces con la ceguera de
dote egipcio en su diálogo con Solón, es más antigua que sus ojos: «ciegos a la luz, ellos ven lo invisible»5. Ellos tie-
Egipto, cuyas leyes son copia de las que aquella ciudad te- nen la revelación de lo que se escapa a la mirada de los
nía hace nueve mil años, y en las que se daba exacto para- demás hombres, sobre todo aquello que es inaccesible a
lelismo con las del Estado ideal4. El mito de la Atlántida los mortales: lo que' ha tenido lugar en otro tiempo y lo
es lo que explica el olvido en que hoy estamos respecto a que todavía no ha sucedido. Es el poeta el vidente del
lo que aconteció antiguamente, ya que explica la desapa- tiempo antiguo, sea la edad heóica, sea sobre todo la edad
rición del recuerdo. En donde se guardó el recuerdo, en primordial en la que se inició el tiempo.
donde no se olvidó lo que eran las leyes de la antigua ciu- El poeta tiene experiencia inmediata de aquellas épo-
dad, ahí es en donde debemos buscar las leyes de la socie- cas, ocultas a los demás mortales. Sólo él pasea por el
dad ideal que ahora queremos encontrar. tiempo hasta los principios y los orígenes, pues sólo él —y
Estamos ante una búsqueda por el recuerdo, ante una más tarde el filósofo— tiene acceso a ese conocimiento;
lucha contra el olvido. Quien sea capaz de recordar, será sólo él puede saber lo que aconteció en aquellos tiempos.
el que posea el modo de acceso a lo que hoy, en el pre- El poeta «conoce el pasado porque tiene el poder de estar
sente, necesitamos. Por eso, en el diálogo platónico, será presente en el pasado». El es quien puede acordarse,
Timeo, calificado como el mejor astrónomo de entre los quien puede saber, quien puede ver; él tiene memoria. Es
griegos y el que más trabajo ha puesto para penetrar la la memoria la que traslada al poeta al corazón de los
naturaleza de todo, quien hable a lo largo del diálogo acontecimientos antiguos, trayendo así a éstos a su pro-
—precioso, sorprendente texto, de una belleza y capaci- pio tiempo 6
dad de sugestión singulares—, comenzando por la génesis
del cosmos, hasta llegar a la naturaleza del hombre.
El principio, el origen, el ser eterno y que no nace, en
contraposición del ser que nace siempre y nunca es, al 5
JEAN-PIERM VERNANT, Mito y pensamiento en la Grecia antigua, 2".
que accedemos por la intelección y el recuerdo de la re- edición (Barcelona, Ariel, 1983), pp.91-95.
6
Cfr. PLATÓN, Ion, 333 be; citado por VERNANT, Mito y pensa-
4 miento,.., p. S>2.
PLATÓN, Timeo, 20d-24e.

126 127
El relato del poeta —la Teogonia de Hesíodo, por ejem- que no hay verdadero tiempo sin la memoria. No hay
plo—, reproduce en su tiempo interno propio lo que memoria del instante presente, pues la memoria lo es de
aconteció en el tiempo de los orígenes, haciéndonos sus lo que ya ha acontecido. Toda memoria se hace a través
contemporáneos. Se comienza por los principios, en donde del tiempo, pues sólo quien percibe el tiempo tiene
están los orígenes de todo lo que es nuestro mundo, pues memoria.
el pasado es la fuente del presente. El poeta y el filósofo La memoria no es una mera sensación, tampoco una
se remontan así hasta «la realidad primordial de la que ha conceptualización, sino lo que se sedimenta formándonos
salido el cosmos y que permite comprender el devenir en en lo que vamos siendo, cuando el tiempo pasa. La me-
su conjunto». No se trata de olvidar el presente y revivir moria es de lo que ya ha pasado, pero que, habiendo pa-
el pasado haciéndolo realidad de nuevo, pues sería una sado, es generación de lo que es al presente. Como señala
realidad ilusoria, sino de descubrir aquello que está por Aristóteles, todo recuerdo, toda memoria, se hace a tra-
debajo de la realidad visible. El pasado no es algo que ya vés del tiempo, viene siempre acompañada del tiempo7.
no está; al contrario, está ahí, por debajo, disimulado en Hasta el punto que debe afirmarse que no hay memo-
la profundidad del ser. Ya hemos visto antes que el prin- ria allí donde no hay tiempo. Más aún, no hay tiempo
cipio del saber y del actuar está en llegar al principio, al —tiempo aristotélico— si no hubiere quien lo perciba, es
origen, al ser eterno, y que no nace —en lenguaje plató- decir, no hay tiempo sin memoria8.
nico—, sin quedarnos en el ser que nace y que nunca es.
Este es visible para todos los mortales; aquél, por el con-
trario, es accesible sólo por la intelección y la reminiscen- VI
cia, el recuerdo, anamnesis, para utilizar la palabra
griega. El historicismo a que nos ha habituado una manera de
Así, el acceso al tiempo primordial, al tiempo origina- ver la historia como ciencia nos priva de la memoria, ha-
rio, hace posible desembarazarse de este nuestro tiempo ciéndonos vivir el mero instante del presente. Desvincula
irreal que nos oprime. La memoria permite una experien- la memoria —la historia que la ha suplantado— del tiempo,
cia temporal plena de la realidad última y verdadera, pu- para vincularla al simple instante. Pero, lo mismo que el
diendo.de esta manera echar en olvido el tiempo presente punto no forma parte de la continuidad de la recta, el
cargado de sufrimientos y desdichas. La reminiscencia, el instante no forma parte de la continuidad del tiempo.
recuerdo de los videntes nos abre las puetas de la profun- Reducido todo al mero y simple instante presente, ya no
didad del ser, dando su verdadero espesor a la realidad hay pasado que dé espesor al presente, ya no hay futuro
invisible que quedaría cerrada a cualquier otro que no lo- como proyecto, empeño y dirección. Todo es posible:
gre el acceso a ella por la memoria. todo está a punto para la manipulación desde los que de-
Olvido es agua de muerte. Memoria es fuente de tentan el poder; poder cultural, pero sobre todo poder
inmortalidad.
Memoria y tiempo están estrechamente unidas. La me- 7
ARISTÓTELES, De la memoria y de la reminiscencia, 449b.
moria recupera el tiempo originario, hasta el punto de 8
La concepción aristotélica del tiempo se lee en la Física.

128 129
económico, pues la cultura del instante es negocio cultu- instantes, sino como un fluir continuo, orientado y li-
ral a corto plazo, es empeño en la constitución de redes gado a un ser que lo percibe. Tiempo y percepción de
reproductoras de ese negocio. El futuro, así, no es más una memoria se entremezclan de manera definivamente
que reproducción del instante presente, hasta el infinito, indisoluble.
porque el instante tiene su esencia en la obra mediante la
cual el poder asegura su duración y su reproducción.
Lo cual en ningún caso significa —ni puede significar— VII
que rechacemos la historia. Quizá sí que debamos esfor-
zarnos en construirla sobre otras bases, una historia libre En el libro décimo de las Confesiones de san Agustín en-
de concomitancias de poder, una historia de verdad cien- contramos observaciones muy atinadas sobre la memoria.
tífica, una historia que no crea constituirse al romper con ¿Dónde y cómo conocer a Dios?, porque «heriste mi co-
la memoria. razón con tu palabra y te amé» (X, 6, 8). Pero ¿quién es,
Una mirada al pasado en el que vemos lo que «aconte- en dónde está? Pregunta a la tierra y al cielo, a todo lo
ció» in tilo tempore, tampoco recoge el espesor carnal que que en ellos hay: no soy yo, le responden. «Entonces me
es la memoria, no hace posible lo que somos: carne dirigí a mí mismo y me dije: "¿Tú quién eres?", y res-
enmemoriada. pondí: "Un hombre". He aquí, pues, que tengo en mí
Lo importante está en el origen, hay un tiempo pri- prestos un cuerpo y un alma; la una, interior; el otro, ex-
mordial. La memoria no es sino recuerdo, reminiscencia terior. ¿Por cuál de éstos es por donde debí yo buscar a
de lo que allí está dado de una vez por todas. Nuestro pa- mi Dios, a quien ya había buscado por los cuerpos desde
pel se reduce a la descarnación, al desencarnamiento, la tierra al cielo, hasta donde pude enviar los mensajeros
puesto que, pasando por encima de todo lo que es nues- rayos de mis ojos?» (X, 6, 9). Es «el hombre interior
tro, de todo lo que es nuestra vida, debemos referirnos a quien conoce estas cosas por ministerio del exterior; yo
una normativa esencial que está dada previamente a no- interior conozco estas cosas». Ahí está el camino por el
sotros, para la que nosotros en nuestro vivir somos som- que debemos ascender hacia aquél que nos hizo.
bra, mera imagen. El ser real no somos nosotros, es otro, Al iniciar el camino, debemos exclamar con san Agus-
ya dado de antemano en el origen. El principio que nos tín: «mas heme ante los campos y anchos senos de la
da su forma es aquello que ya aconteció en el origen de memoria donde están los tesoros de innumerables imá-
una vez por todas, que nos informa. genes de toda clase de cosas acarreadas por los sentidos»
" Es como si todo se redujera también a un instante, un (X, 8, 12). Nos encontramos con el juego interior de la
instante original y originante, que subsume todos los de- memoria, del recuerdo y del olvido: «todo esto lo hago
más instantes, los cuales no tienen ya consistencia por sí, yo interiormente en el aula inmensa de mi memoria (in
sino en cuanto que hacen visible el principio. aula ingenti memoriae meae)» (X, 8, 14). Grande es la pro-
Es verdad que es de enorme interés, en cambio, el es- fundidad y la anchura de la memoria. Siendo mi propio
trecho contacto entre memoria y tiempo, así como la interior, ¿puedo llegar a su fondo? «Mas, con ser esta vir-
consideración de éste, no como un conjunto inconexo de tud propia de mi alma y pertenecer a mi naturaleza, no

130 131
soy yo capaz de abarcar totalmente lo que soy» (X, 8, 15). nuestras actividades todas, que de ella en ultimidad bro-
Mi propio interior es estrecho para contenerse a sí mismo: tan y a ella retornan. "Mansión de la vida", la ha definido
«¿dónde puede estar lo que de sí misma no cabe en San Buenaventura. Todo pensar nace de ella y a ella
ella?». vuelve. La memoria es la percepción actual, captación
Lo exterior es fuera de mí; por el contrario, «soy yo el ininterrumpida de Dios. Solar divino en el hombre, base
que recuerdo, yo el alma (ego sum, qui memini ego animus)» de toda la divinización posterior, que de algún modo está
(X, 16, 25). Ese «mí» no es otra cosa que mi memoria. ya por ella exigida y entrañada»10.
«Grande es la virtud de la memoria y algo que me causa La memoria ocupa así un lugar central en lo que nos
horror, Dios mío: multiplicidad infinita y profunda» constituye en persona a cada uno. Indica ese «mí» al que
(X, 17, 26). ¿Qué haré? ¿Dónde te hallaré?, se pregunta se refiere todo, sea porque es exterior a mí, sea porque es
Agustín, «porque si te hallo fuera de mi memoria, olvi- parte de mí mismo al ser interior a mí. Es la fuente de la
dado me he de tí, y si no me acuerdo de tí, ¿cómo ya te que todo mana, es el tejido en el que se borda. Es quien
podré hallar?» (X, 17, 26). nos da la anchura y la profundidad que nos hace ser lo
La memoria es centralizad, el pasado en ella se me hace que somos. Por eso podemos afirmar con verdad que so-
presente, y en el presente se proyecta y edifica la espe- mos carne enmemoriada. Carne que se trasciende a sí
ranza del futuro9: «allí (en la memoria) están todas las co- misma, que actualiza lo ya pasado, pues lo encierra cabe
sas que yo recuerdo haber experimentado o creído. De sí, que proyecta como actualidad real el proyecto de fu-
este mismo tesoro salen las semejanzas tan diversas unas turo que es su propio ser, su propia dinámina, su propia
de otras, bien experimentadas, bien creídas en virtud de fuerza. Y lo somos transcendiéndonos, sin salir de sí, pero
las experimentadas, las cuales, cotejándolas con las pasadas, aventando vientos de infinito.
infiero de ellas acciones futuras, acontecimientos y espe-
ranzas, todo lo cual lo pienso como presente» (X, 8, 14).
Vemos, pues, cómo san Agustín nos abre perspectivas VIII
nuevas en su consideración de la memoria, perspectivas
que ampliaremos ahora con la visión relampagueante de Queda aún un aspecto decisivo de la memoria, el que
san Buenaventura. nos va a ofrecer su espesor carnal último: haced esto en
. «Ella (la memoria) es la facultad más misteriosa del ser memoria mía.
humano. Es ese suelo desconocido en que el hombre co- En la primera carta de san Pablo a los Corintios encon-
mulga ónticamente a Dios, del que brota como de fuente tramos el siguiente relato: «Porque lo mismo que yo re-
todo el resto de actividades humanas. Es 'lo divino en el cibí y que venía del Señor os lo transmití a vosotros: que
hombre: presencia, recuerdo seral de Dios. Punto de
convergencia entre nuestro ser, que mana de Dios, y 10
OLEGARJO GONZÁLEZ DE CARDENAL, Misterio trinitario y existencia
humana. Estudio histórico teológico en torno a San Buenaventura (Madrid,
9
Cfr. PEDRO LAÍN ENTRALGO, La espera y la esperanza, 2.' edición Rialp, 1966), página 588. «Et ibi est vitae mansio, quia omnis cogitatus
(Madrid, Manía, 1984), p. 61. in memoria manet», Collationes in Hexaemeron, 11, 24.

132 133
el Señor Jesús, la noche en que iban a entregarlo, cogió aconteció y .que es para nosotros ejemplo; que repetimos
un pan, dio gracias, lo partió y dijo: "Esto es mi cuerpo, ejemplificadoramente con objeto de lograr o anhelar un
que se entrega por vosotros; haced lo mismo en memoria comportamiento imitativo por nuestra parte. El memo-
mía". Después de cenar, hizo igual con la copa, diciendo: rial es una presencia, una presencia real, una actualización
"Esta copa es la nueva alianza sellada con mi sangre; cada de algo que viene desde el pasado, pero que hoy, ante no-
vez que bebáis, haced lo mismo en memoria mía". Y de sotros, entre nosotros, vuelve a tener la realidad que en-
hecho, cada vez que coméis de ese pan y bebéis de esa tonces tuvo, porque en realidad no fue sólo la de un ins-
copa, proclamáis la muerte del Señor, hasta que él vuelva» tante originario que ahora nos viene de nuevo en el
(1 Cor, 11, 23-26)". recuerdo. El memorial es una presencia real de algo que
En la tradición cristiana, pues, la memoria se transfi- fue y que sigue siendo, que se realizó en un instante del
gura al quedar engarzada en un texto eucarístico, es de- tiempo y que, a la vez, llena el tiempo mismo; que fue ac-
cir, sacramental. Una y otra vez en la plegaria eucarística tual en un instante del tiempo, y que mantiene toda su
se dicen las palabras: «Haced esto en conmemoración actualidad en el tiempo, por tanto, también en el instante
mía», al terminar la narración de la institución de la euca- presente en que se vuelve a actualizar. Nada hay de una
ristía. Justo a continuación, continúa así la plegaria: «Por vuelta al pasado, sino que hay presencia real, viva, reno-
eso, Señor, nosotros, ... al celebrar este memorial de la vada, de aquella misma presencia que se dio en aquel mo-
pasión gloriosa..., de su santa resurrección... y de su admi- mento del pasado. Hay recuerdo, pues, pero no es mera
rable ascensión..., te ofrecemos... el sacrificio...»12. reminiscencia, sino memoria que se vuelve a hacer entre
Haced esto en memoria mía. No significa primordial- nosotros carne y sangre.
mente una reminiscencia de un hecho que tuvo lugar en Por supuesto que tampoco significa una mirada objeti-
el tiempo, un tiempo originario y primordial, y que vadora que busca investigar la realidad histórica de lo que
ahora, muchos años después, frente a las dificultades de la entonces aconteció. Es presencia sacramental de algo que,
vida, hemos de recordar alguna tarde remota. Tampoco es verdad, ya fue, pero que, también, es verdad, sigue
significa que venga a nosotros un recuerdo de algo que siendo. La memoria es así presencia real, es encarna-
miento.
De esta manera el memorial da a nuestra vida su espe-
11
En griego: etq TTIV ¿\")V í\i&\ívr\a\.v . En Lucas 22, 19, encontra- sor de carnalidad, de profundidad abisal, de misterio.
mos —una sola vez— idéntica expresión.
12
Así dice la plegaria eucarística I o canon romano. Las otras plega-
Aquello, que fue pasado, sigue siendo presencia entre no-
rias son, en este punto, muy similares. La palabra «cqnmemoración», en sotros, hasta el punto que es alimento y bebida en el
lugar de «memoria», proviene de la traducción latina de la Vulgata de mismo instante de hoy, con absoluta y real realidad de
Corintios y Lucas: «hoc facite in meam commemorationem». A «con- ahora, que cada día se nos ofrece como posibilidad del
memoración», pues, hay que darle el sentido fuerte de «memoria». presente, como salvación para el futuro.
Véase lo que escribe PASCASIO RADBERTO en Expositio in Matthaeum,
XII, 26 (P.L., CXX, 892-894) y en el Líber de corpore et sanguine Domini Porque el memorial no es, simplemente, hacer pre-
(P.L., CXX, 1275 ss.); en traducción francesa se leen en O. CASEL, Fai- sente lo que aconteció en el pasado. Es aún más. Es posi-
tes ceci en mémoire de moi (París, Cerf, 1962), pp. 127-139. bilidad para el futuro, es apertura hacia él. No es, ni mu-

134 135
cho menos, carnalidad que nos sirve de engorde. Por el
sor carnal de la memoria, al que me estoy refiriendo todo
contrario, es esencialmente ruptura del instante presente,
el tiempo. El naufrago de Golding es, en su desencarnada
apertura hacia un futuro que se hace posible. Es donación
realidad de muerte, carne enmemoriada.
que pierde todo su ser si queda en nosotros, porque es
Memoria y tiempo. Es aquí en donde tiene su lugar la
rompimiento de límites, de barreras y de muros; es dona-
tercera palabra: tradición. Porque tradición significa me-
ción gratuita.
moria de la comunidad, vida comunitaria que viene desde
El memorial es alimento, es espesor de carnalidad, antiguo, que llega a nosotros para contribuir con lo que
pero es también constitución de comunicación, de comu- nos trae en lo que somos, que nosotros hacemos parte de
nidad; es comensalidad. N o se queda ahí, sin embargo, nosotros mismos, con lo que construimos el presente, en
pues es don gratuito que debe ofrecerse gratuitamente; donde se concibe el futuro, y que transmitimos a los que
es así apertura al rostro del otro, que implora en su po- vienen detrás como preciado tesoro. Tradición en la que
breza y en su sufrimiento. En el memorial, en el hacer nos sumergimos, que hacemos nuestra, a la que contri-
memoria, pudiera buscarse, quizá, engorde egoísta, peto buimos y cambiamos, y que ofrecemos con nuestras pro-
entonces ni es absoluta y real realidad de ahora, ni posibi- pias manos a los que nos siguen.
lidad del presente ni, sobre todo, salvación ofrecida para
Tradición no es el talento escondido bajo tierra para
el futuro.
que no se estropee, sino el grano de trigo que se pudre
Haced esto en memoria mía. Significa referencia a
para producir novedad, riqueza, diversidad. Es herencia
unos gestos, que fueron vida, que fueron grito, que son
aceptada, gestionada, vivida, transmitida.
ahora también vida y que son ahora también grito de sal-
Tradición nada tiene que ver con tradicionalismo. Es
vación. Nuestra vida se hace así ofertorio, es decir,
asimilación de la memoria comunitaria y es novedad de lo
ofrenda. Alimento, pues, que se constituye en nuestra
presente. N o es repetición, reminiscencia, mirar a los orí-
propia carne y nuestra propia sangre, ofrecimiento y rea-
genes del tiempo. Es transmisión a través de nosotros de
lidad de nueva creacción, de futuro que ya se ha iniciado
lo que recibimos y de lo nuestro; constitución de riqueza
entre nosotros.
que nos viene por herencia y que nosotros agrandamos.
Si no entendemos así la memoria, no hemos llegado a
Tradición es, sin más, memoria comunitaria.
ver en toda su profundidad lo que ella significa.

IX
t

Una novela impresionante del inglés William Golding,


Martín el atormentado, muestra la fuerza inmensa del ins-
tante, cuando es un instante cargado de la memoria del
tiempo, que busca además la supervivencia del proyecto,
de la vida, del futuro. Se muestra en dicha novela el espe-

136
137
Quien ora es la persona y, decía, la persona culta asume
10. LA ORACIÓN EN EL MUNDO una postura crítica apoyada en el principio de objetivi-
DE LA CULTURA dad. Miramos al mundo de forma que no es ningún «yo»
quien lo mira, sino que, simplemente, por nuestro es-
fuerzo científico y técnico vemos lo que es en su realidad
objetiva, sabemos que todo lo llegaremos a ver —aunque
sea, todavía, en lo que es para nosotros futuro— y que te-
nemos la capacidad maravillosa de poderlo manipular
todo. Hemos construido los hombres un mundo regado
por el poder de la racionalidad —racionalidad científica y
técnica—, en donde sólo caben realidades y explicación de
realidades. Hay oscuridades todavía, claro está, pero no
son otra cosa que provisionalidades, en las que nada con
futuro puede esconderse que desmorone los principios
en los que se asienta nuestra cultura. Son provisionalida-
des residuales en las que nadie con sentido debería apoyar
Pero ¿es que las personas cultas pueden orar?, ¿cómo una actitud de oración, y si lo hiciera no sería otra cosa
será esto posible? Entendemos que la persona inmersa en que una actitud caduca que no alcanzará a ver el futuro
la cultura tiene como actitud primaria la crítica, que se que viene.
basa en el principio de objetividad. Quien está plantado Sin embargo, ni siquiera nuestro culto mundo se ha li-
ahí, ¿cómo podría orar? Más bien habrá que considerar brado de una liturgia suplicante, aunque llena de razona-
que el espíritu de oración aparece como una sumisión biüdad, que nos defienda de los ataques del azar, del des-
personal a las zonas más oscuras de nosotros mismos, a tino y de los que no son nuestros amigos. Es una liturgia
las menos racionales. Y quien quiere instalarse en la ra- que nos exorciza de los dominios más oscuros de noso-
cionalidad, ¿cómo es que habría de orar? La lucidez men- tros mismos —y, sobre todo, de los demás, nuestros ene-
tal de quienes buscan la claridad de lo razonable no deja migos— y del peligroso mundo en el que vivimos. Será
espacio para efusiones orantes. Quien está ahí puede, a lo esta, quizá, una oración dirigida en común a los poderes
máximo, mirar cara a cara a la divinidad (si es que per- del abismo que pende sobre nosotros; puede que busque,
mite su existencia) y hablarle de tú a tú, aunque lo hará, simplemente, los favores de los poderosos de este mundo,
evidentemente, con reverencia educada. Incluso, quizá, poder sagrado del que se obtiene complacencia mediante
en momentos de particular tensión de su vida —porque a los sacrificios prescritos dentro de una acción litúrgica
veces en la vida nos tropezamos con el sufrimiento, el su- aprendida a conveniencia. Oración que suplica, obscena-
frimiento propio y el de los demás—, pueda llegar a aña- mente, el favor de las divinidades en alza, aupados ya en
dir un cierto costado suplicante. Pero ¿eso es, verdadera- el altar del poder, y que busca que algo nos cedan gracio-
mente, orar? samente de las migajas que caen de él.

138 139
En el mundo culto en el que vivimos seguro que no por tanto, es aquí palabra mayor. Racionalidad que es
hay facilidad para la oración personal. La hay extremada, científica, pero no sólo científica; racionalidad técnica,
por el contrario, para esa liturgia comunitaria a la que racionalidad crítica, racionalidad que busca criterios mo-
acabo de referirme. rales para ir por la vida. Racionalidad contemplativa tam-
¿Cabe la oración, pues, en el mundo de la cultura? bién cuando nuestra mirada es una mirada de amor y de
Desde la postura que termino de reflejar —sin duda la do- deseo de belleza. He ahí una pluralidad de niveles que se
minante— parecería que no. Sin embargo, dicha postura estructuran de forma compleja y que piden ojos para
es de una cortedad de miras que, en el mejor de los casos, verlo todo (al menos para entreverlo todo), luz de la ra-
linda con la ceguera, cuando no con la pura y simple deja- zón y de la acción que ilumine, pero a la vez algo más,
ción y venta ante los poderes constituidos —los de hoy, contemplación de lo visto.
claro está, no los de añejos tiempos—; sería así, pues, Contemplación de la querencia y de la belleza de lo
nuestra manera de glosar la disyuntiva de Jesús: o el Dios que se ve, contemplación de los seres tal como ellos son,
o el Dinero. en su limitación y en su cortedad, en su grandeza y en su
Porque el mundo es demasiado complejo para que lo ínfima pequenez, en su alegría y en su sufrimiento y en su
entienda alguien que no sea complejo, cuya mirada no tristeza, en su obra y en su corrupción, cuando no en su
esté llena de perfiles, cuyo espíritu no tenga un sin fin de acción destructiva. Contemplación de los seres y de las
matices y de niveles distintos. La racionalidad es muy am- estructuras y leyes del mundo. Contemplación de nuestra
t plia, el misterio también. Cierto que hay que racionalizar singular posición, al unísono tan lateral y tan central.
el misterio, pero no menos cierto que hay que misterifi- Contemplación, en una plabra, de un mundo que es
car la razón. Son muchas las estancias que caben en esa creación. N o se trata, simplemente, de un mirar al hon-
mirada, sin que por eso ella deje de ser una, con una com- dón de sí mismo o de algo como el espíritu del mundo.
pleja estructura que se hace unitaria. Dichas las cosas Quien en su mirada descubre que el mundo es creación,
desde aquí —¿desde dónde, si no, podrían mirarse?—, la comienza ya un camino de oración; su mirada entrevé al-
oración en el mundo de la cultura es algo que se nos plan- guien que le trasciende a él y que también trasciende al
tea de muy distinta manera. mundo. No es un movimiento circular de quien, en úl-
Hay, en primer lugar, una mirada, que necesita una ilu- tima instancia, se mira a sí mismo, por más que ese sí
minación. Es este el oficio de la vista. La cultura se mismo se disuelva en la unidad del todo. Es la mirada de
asienta en el sentido de la vista, que pide ojos para vet, quien descubre en lo visible a quien es invisible, que ve al
luz que ilumine, algo que se vea, contemplación de lo Creador como transparentándose en la creación. Llega-
visto. dos aquí, sólo una mirada compleja que haya sido capaz
La vista es razón teórica y razón manipuladora o ins- de captar la enorme complejidad de la creación, pero que
trumental. Ambas están sometidas a la vista, a la explica- a la vez haya descubierto también su unidad precisamente
ción del razonamiento, a la comprensión de las interiori- como eso, como creación, sólo esa mirada compleja y uni-
dades y de las estructuras funcionales, a la adivinación de taria está ya en el umbral de una actitud orante. Quien no
los comportamientos. La luz de la razón, la racionalidad, haya atisbado siquiera esa complejidad o no haya logrado

140 141
descubrir su entera unidad, éste estará lejos de dicha acti- Pero, hay, en segundo lugar, algo que va más allá de la
tud, no podrá ser un hombre o una mujer de oración en vista, se trata del sentido del oído, cuya misión principal
el mundo de la cultura que es el nuestro. es la de la escucha. Por importante que sea, la vista es de-
Nótese, pues, que la oración tiene su origen en una ac- masiado poco para la actitud orante. Tras ella —este «tras»
titud ante el mundo como creación, que pone sus cimien- es, seguramente, decisivo en el mundo de nuestra cul-
tos sobre una mirada. Quien ha plantado su vida aquí, no tura—, viene la escucha del oído, la escucha de la
sólo no ha debido renunciar al mundo de la cultura, sino palabra.
que, al contrario, está inmerso en su centro mismo, La apertura última del ser humano no es la que pro-
abierto a todo y, sin embargo, crítico con todo. Compo- viene de la vista, sino la del oído. La palabra que viene de
nente decisivo de su mirada es la racionalidad, pero no fuera penetra en nuestro interior y se hace vida por la es-
una racionalidad pazguata y alicorta, cerrada, mejor ence- cucha. Se atiende a los signos, con lo que la vida entera se
rrada en su propia cortedad, sino abarcante y abierta al significa. Tal es el ámbito del oído, ultimidad decisiva en
conjunto entero de las alegrías y de las penas del mundo; la actitud orante del hombre.
abierta también a la novedad que de continuo aparece en La vista es actividad de quien tiene la capacidad de
él, como fruto de sus más íntimas interioridades, de su comprender y de dar. Ilumina una explicación, una previ-
constitución y de sus leyes, en una palabra de su realidad. sión, una manipulación. La vista es guía de la acción. La
Contemplación como mirada al Creador. La vista, por vista es apertura a la realidad, es capacidad de entreverlo
tanto, nos deja en el umbral de una actitud orante, con- todo, cuando no de verlo por entero. La vista es actividad
templativa. Para ella, el mundo y todo lo que en él hay, de lo interno que sale hacia afuera para aprehender la rea-
las personas y rodo lo que Íes acontece, son iconos en los lidad, para conremplar la creación, para ver al Invisible y
que Dios se transparenta. La realidad en su extremada y luego sacar las consecuencias de una actitud orante. Pero,
simple complejidad, que nuestra cultura señala, nos deja todavía, falta el oído, la escucha del signo que es esa
en el umbral de una interrogación, y sólo podemos tras- misma creación, de la palabra que nos viene del otro, pa-
pasarlo en actitud orante. Cierto es que caben otras posi- labra suplicante, menesterosa, que nos saca de nuestros
bilidades: alejarse de ese umbral, negarlo, quedarse en la quicios y nos lleva a transformar la vida entera por esa es-
tinta del signo de interrogación, pasar por él sin darse cucha. Sólo la escucha que entra por el oído cambia la
cuenta o con suprema irreverencia, pero la actitud orante vida, la pone a disposición de quien la pide; sólo el ruego
es, quizá, la única que considera a la realidad en lo que del otro pone en peligro el egoísmo de mi vida. Sólo la
es verdaderamente. ' Palabra que viene de Dios, escuchada por mí, escuchada
La realidad que la cultura de nuestro tiempo investiga por nosotros, cambia mi vida, cambia nuestra vida, ha-
y manipula es vista así con unos ojos contemplativos, con ciendo posible la actualidad de un «cielo nuevo» y de una
una luz que ilumina; luz que es luz de la razón abierta «tierra nueva».
desde su complejidad a lo complejo de la misma realidad. La contemplación de la vista es poco, si no se une a ella
La vista, pues, que nos hace contemplar a quien es —y después de ella— la contemplación del oído. La acti-
invisible. tud orante debe tener ambas vertientes, si quiere ser ora-

142 143
ción en el mundo de nuestra cultura; pero debe tenerlas vida entera se transforme al recibir lo que ve y lo que
como lo que son, es decir, magnitudes vectoriales y no oye, porque lo toma como lo que en verdad es: creación
escalares. Magnitudes orientadas y en el que el orden de de Dios, palabra de Dios.
los factores sí que altera el producto. Porque sólo el oído ¿De qué sería dejación? ¿De la racionalidad? ¿Del en-
puede llevarnos a la plenitud de la vista. Porque sólo la frentamiento con la realidad? ¿De la actividad en nuestro
escucha de la Palabra es la ultimidad para nuestra vida. mundo? N o , nada de esto es la oración. Por el contrario,
Porque sólo la acogida (pasiva, según puede parecer) de todo ello debe estar en la actitud de quien ora, es incluso
quien escucha, y escucha en la oración, convierte la vida a motor de esa actitud, con tal que sea racionalidad abierta
una acción significativa y transformadora. y realidad que no se cierra sobre sí (aunque para ello se
La oración así no es pasividad, mera receptividad, aun- necesiten no pocos empellones).
que fuera contemplativa. Tampoco es, menos aún, dar La oración se hace así, además, creativa. Creación de
por definitivamente buena a esa acción que procede del realidad nueva, creación de belleza, creación de moralida-
sentido de la vista, que-sale dentro aunque termine en el des, creación de utopías, creación de vida nueva. La ora-
umbral mismo de una actitud orante. La oración es aco- ción se convierte en el centro. ¿Irracionalidad?, ¿mera
gida de la realidad y escucha de la palabra, que cambia por efusión de un corazón proclive a los enternecimientos?,
entero la interioridad, que empuja a una acción que se ¿alejamiento hacia espacios no contaminados, llenados
nos ofrece como utopía realizable, como reto a hacer rea- por la irrealidad? Centro de gravedad de la interioridad y
lidad. La vista comprende, contempla y manipula la reali- de la exterioridad de lo que el hombre es, motor de su
dad. El oído construye realidad nueva, al hacer posible lo creatividad, manantial de su acción. La pregunta es más
imposible, una vez que la vista haya hecho visible lo bien ésta: pero ¿es que cabe la cultura si no se construye
invisible. en una actitud orante?, ¿es de cierto cultura la que no
La oración, la actitud orante, está así en el centro nazca plantada ahí?
mismo de la cultura de nuestro mundo. Nadie está ex-
cluido de ella, ni por estar demasiado alto, ni por creerse
demasiado bajo. En el corazón de nuestra cultura puede
estar la oración, debe estar la oración. Y sólo estará en
verdad cuando haya ahí hombres y mujeres cuya actitud
vital sea una actitud orante, cuya vida por entero esté
centrada en ella. N o es necesario salirse de nuestra cul-
tura para irse a orar. Al contrario, quizá sólo estará en el
centro de su corazón quien, perteneciendo a ella de hoz y
coz, esté en ella con esa actitud de apertura de la vista y
del oído; quien tenga la realidad del mundo como icono
de lo escondido (del escondido) y apreste su oído para la
escucha de su palabra, y quien plantado ahí deje que su

144 145
¿Qué es la verdad? La posesión de la realidad en el co-
11. ¿HAY UNA SOLA VERDAD? nocimiento y en la acción. Depende, pues, de la idea que
VERDAD Y PLURALISMO nos hagamos de la realidad del mundo; si pensamos que
éste es abarcable, sea en el presente, sea en el futuro, o si
creeemos que no lo es, que en él cabe eso que denomina-
mos con una extraña palabra: misterio. En el caso que
consideremos a la realidad del mundo en su extremada
complejidad como inabarcable, puesto que creemos po-
der decir que en ella hay algo de misterioso, todavía po-
demos pensar que esa inabarcabilidad no es global, sino
que levantaremos, aunque sea en parte, el velo del miste-
rio; pero también podemos caer en el escepticismo de
pensar que, al fin y al cabo, lo que lleguemos a saber no
será nunca sino ligeras huellas de lo que se nos hace
opaco en su conjunto, por lo que podemos desentender-
P o n d o Pilato tuvo que habérselas con Jesús el naza- nos de cualquier «posesión». Aun cuando creamos que, al
reno. Parece que contaba con todas sus simpatías. Pero menos en parte, podemos alcanzar la realidad, todavía
no pudo ser: venció la razón de estado. Sin embargo, se queda una bifurcación, pues nuestra creencia puede con-
lavó las manos en la jofaina. El evangelio de san Juan nos siderar que todas nuestras aproximaciones a la realidad
dice estas hermosas palabras de Pilato: «¿Qué es eso áe son «aproximaciones desunidas», como si fuera un rom-
"verdad"?». Es el dulce escéptico ilustrado que piensa pecabeza del que sólo podemos lograr parcialidades des-
mucho, con nostalgia siempre de algún día encontrar centradas, o que esas aproximaciones toman su sentido
«la verdad». en una única aproximación que centra.
Edith Stein, por el contrario, que dedicaba su vida de He citado antes una «extraña palabra»: misterio. Desde
profesora de filosofía en la universidad a buscar también los primeros años del siglo XVIII el intrépido irlandés
la verdad, una noche del año 1921, cuando lee de un ti- John Toland nos hizo ver que ni siquiera el cristianismo
rón la autobiografía de santa Teresa, se atreve a decir: tiene nada de misterioso. N o es que deba rechazarse, al
«esto es la verdad»; se convierte al catolicismo, entra en el contrario, debe buscarse su exacta racionalidad, que la
Carmelo y, luego, pues era judía de raza, muere anónima- tiene, aclarando todo eso que, falto de entendimiento,
mente en la cámara de gas del campo de exterminio de fue denominado misterio y misterioso. ¡No hay misterio
Auschwitz. Es la dulce locura de quien se deja guiar por alguno! Lo que él decía refiriéndose al cristianismo pasó a
las palabras de Jesús, el Cristo: «Yo soy la verdad». ser postura común englobando la realidad entera, sobre
todo cuando la afirmación era parte de un proceso en que
la ciencia tomaba la mejor parte en el conocimiento de la
* * * realidad. N o hay misterio, se dijo desde esta perspectiva,

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y si algo parece serlo, la ciencia lo disolverá, sin duda. queremos hablar de la realidad podemos, quizá, repito,
Al disolver el misterio, el cientificismo —pues de eso se introducir esa palabra, «misterio». Veamos cómo y por
trata— cree estar ya en posesión de la verdad, pues do- qué.
mina la realidad en el conocimiento y en la acción. Esa La realidad no es lo que vemos desde la torre de la
«posesión» es globalmente definitiva, aunque queden to- iglesia del pueblo, por muy cuidadosamente que mire-
davía flecos por peinar, se piensa. Pero, todos estamos en mos, por muy alta que sea esa torre, por muy llano que
el secreto, esta postura ha quedado tan vieja como inser- sea el terreno. Parece casi mentira: la realidad es angus-
vible. ¿Podremos, por tanto, reintroducir en nuestro dis- tiosamente compleja. De eso es de lo que queremos ha-
curso la palabra «misterio»? Sí y no. Veámoslo. blar, ahí es donde cabe hablar de misterio. No me estoy
No si con ello queremos dar nombre a lo que, en el es- refiriendo sólo, ni primordialmente, a esa infinita com-
fuerzo científico, todavía desconocemos o lo que se nos plejidad que nos va apareciendo en todas y cada una de
muestra como pozo de oscuridad o agujero negro. En ese las ciencias que se hacen problema de algunos puntos,
esfuerzo, evidentemente, no puede haber misterios, sino elementos o extremos de esa realidad, lo cual es obvio
problemas. La tendencia aquí debe ser la de desenredar, para todo el que esté al tanto: conforme se van «resol-
disolver, aclarar y resolver problemas, siempre que esto viendo» los problemas científicos surgen más y más pro-
sea posible. Tenemos ya suficiente perspectiva histórica blemas, a borbotones, como salen las cerezas enredadas
para saber que no todo problema es planteable en todo unas en otras al sacarlas de la canasta. No sé si la realidad
momento y que ninguno queda resuelto de un modo de- es una «realidad velada», como dicen algunos científicos,
finitivo, al menos en la maraña que forma con otros pro- pero sí sé que es de una fecundidad prodigiosa, desconcer-
blemas. De aquí que pueda decirse que no todo problema tante,' ilimitada, infinita.
es «problema» para la ciencia, si es que por ciencia enten- Somos parte de esa realidad, y no precisamente la más
demos eso que hacen los científicos, pero no lo que ima- sencilla; vivimos inmersos en ella, pero tenemos herra-
ginaron algunos ilusos filósofos que se decían «filósofos mientas para entrar, aunque sea de manera parcial, en po-
de la ciencia o filósofos científicos». sesión de ella. Somos figuras en un paisaje, pero podemos
Lo que designa la palabra «misterio» no puede ser, hacernos con él en parte. Esas herramientas son dos: el
como lo ha sido en ocasiones, un «concepto-tapa-huecos» conocimiento y la acción.
que da nombre falso a problemas que la ciencia va a de- Lo más coherente con lo que sabemos hoy es esta afir-
sentrañar pronto, tarde o nunca. No es por ahí por mación: la realidad no es abarcable y no parece nada se-
donde cabe hablar de misterio otra vez. ' guro que lo sea en un futuro ni siquiera lejano. Es la cien-
Podremos hablar de misterio, quizá, si queremos ha- cia, como herramienta de conocimiento y de acción, la
blar de la realidad en su plena globalidad. Y nótese bien que hubiera podido abarcarlo, mas estamos ya desengaña-
que digo «queremos», porque no es nada evidente que se dos. Si algún día lo llega a hacer, a quienes les toque
deba querer tal cosa: puedo decidir dedicar mis limitados verlo, que se replanteen las cosas que en estas páginas te-
esfuerzos a resolver los problemas de la ciencia o que- nemos entre manos. No se considere que esto es un des-
darme modestamente bien instalado en la finitud. Sólo si precio para nadie, ni pasado ni futuro. Al comienzo de

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este párrafo he dicho algo que me parece decisivo: lo más sario que lo sea también del propio conocimienteo—, ha-
coherente. Y la coherencia no es algo que se adquiere de ciendo suya, aunque quizá desde otro lugar, la pregunta
una vez por todas. La coherencia es un esfuerzo tenaz y de Poncio Pilato.
siempre comenzante, pues es ajustamiento lógico de mu- En el camino hacia la verdad no se debe seguir por la
chos saberes cambiantes, saberes teóricos y saberes prác- bifurcación de poner en duda la potencia del conoci-
ticos. No hay aquí foto fija ni movióla que valga. miento, su racionalidad, para caer en el irracionalismo.
Una vez asumida la inabarcabilidad de la realidad, por- Esa es una muy grave tentación, por la que hemos pa-
que pensamos que jamás las figuras lograrán poseer al sado, pero que, en quienes se dedican a la filosofía, parece
paisaje, y sin por eso desentendernos desoladamente de alejarse. El escepticismo que nos hace hoy la corte es el
ella, si es que la pretendimos, o gozosamente, si es que segundo: se valora en mucho el conocimiento, pero se
nos instalamos en unos de sus rincones, nos ronda el es- pone en duda que sea conocimiento de realidad, por
cepticismo como máximo escollo en nuestro camino. cuanto que éste debe lograr relación coherente con ella;
Si el escepticismo se refiere a las pretensiones infunda- no con alguna de sus partes o con muchas de sus partes,
das del cientificismo, seamos escépticos. Pero a aquel al sino con ella, sin más. Podríamos calificar este escepti-
que me refiero no es éste. Es el de quien pone en duda cismo con el cuidado de ir «más allá de la física»; es el cui-
nuestro conocimiento y nuestra acción, es decir, el escép- dado de no «caer» en la metafísica.
tico que piensa que su conocimiento no llega a ser mucho Nótese bien que el buscador de coherencia, si es rea-
más que algunos islotes flotantes en el mar océano de la lista, no tiene miedo a la metafísica. Digo que «si es rea-
realidad, sin que por ello sea siquiera planteable la cues- lista», porque, siendo escéptico en el valor del conoci-
tión de la coherencia, pues lo que hay son huellas de miento-de-realidad, busca la coherencia de su propio
nada, desconexión de unos saberes con otros o, si es que discurso, evidentemente.
este escéptico busca al menos la coherencia interna y cen- Si somos realistas; pues, siguiendo el ejemplo de Pierre
trada sobre sí de lo que sabe y dice, desconexión, en todo Duhem, podría reducirse todo el conocimiento científico
caso, con la realidad. Este escéptico no se planteará ya la a un mero convencionalismo, a una ordenación de los da-
cuestión de la realidad, impotente ante la mole de su ina- tos empíricos que hacemos con el apoyo de las matemáti-
barcabilidad. Nuestro conocimiento ni de lejos posee la cas, dejando el resto a la «revelación de la verdad». Hoy
realidad, ni una parte. Bastante hace con sostenerse a sí tenemos razones, creo, para ser realistas. Y esas razones,
mismo en medio de la galerna. El escéptico se ve imposi- evidentemente, son razones de coherencia.
bilitado teóricamente en el ejercicio de ese conocimiento Pero el escepticismo tiene una segunda vertiente. La
que es conocimiento-de-realidad. Nótese bien que no es de quien es escéptico frente a los criterios que delimitan
necesario que se considere poco válido el propio conoci- la otra parte de la posesión de la realidad en la que con-
miento, basta con que pensemos en que nuestro (mucho) siste la verdad, su posesión por la acción. Cualquier ob-
conocimiento no valga para esa posesión de la realidad servador lúcido se dará cuenta de que aquí la «posesión»,
por él, que en una parte he considerado como verdad. aunque parcial siempre, claro está, no se pone en duda. Sí
Este escéptico es así escéptico de la verdad —no es nece- se pone en duda que haya criterios de esta posesión por la

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acción. Este mismo lúcido observador se da también Llegados aquí, la perspectiva cambia con brusquedad.
cuenta de que gozan de esa posesión o aspiran ansiosa- Si alguien me dice que «posee» la verdad, debo tenerle
mente a ella, sin ninguna preocupación por las demás fi- por un iluso peligroso; muy alejado de ella, por cierto.
guras ni por el paisaje, quienes niegan que haya criterios, ¿«Tengo» la verdad? ¿No será, más bien, «espero» la ver-
como no sean sus propios criterios con fiebre posesiva. dad? Más aún, ¿no habrá que terminar diciendo que sólo
Este segundo escepticismo es insidioso, decisivo. No quien tiene un corazón puro busca la verdad?
vale que nos desentendamos de él al quedarnos reco- Si osamos llamar a las cosas por su nombre, me pre-
giendo los higos de la «filosofía de la ciencia». En el ca- gunto si no es ahora cuando podemos considerar que
mino hacia la verdad no se puede seguir la bifurcación nuestras aproximaciones a la realidad —por la vía del co-
que pone en duda la existencia de criterios para la acción nocimiento y por la vía de la acción, tan íntimamente li-
que nos hace poseer, al menos en parte, la realidad. El gadas— no serán ya «aproximaciones des-unidas» como si
enemigo de esos criterios es siempre, no lo olvidemos, el de un gigantesco rompecabezas desconexo en sus partes
«super-hombre»; pero, al mirarlo de cerca, resulta ser el se tratara, sino que habrán de poder ser aproximaciones
hombre que se ha encaramado al poder y al disfrute pose- que toman un sentido global y coherente en una única
sivo de realidad. aproximación que centra.
Pero quizá haya adelantado camino yéndome dema-
siado rápido hasta el final. Si lo que intuyo o descubro es
una «aproximación que centra», esa vía es una vía de afir-
* * *
mación del Creador, y entonces la verdad es la Palabra
En el punto en que estamos, podemos ya hacernos esta que él pronuncia y nos ofrece.
pregunta: ¿hay una sola verdad? Efectivamente, sólo hay En la perspectiva realista en la que me he colocado, de-
una verdad. Una verdad que es, por supuesto, lo hemos jando de lado cualquier escepticismo del conocimiento
entrevisto antes, multiforme y pluriforme, sinfónica; como conocimiento de realidad y de los criterios de la ac-
pero sólo una. Es una melodía orquestada por Ravel. ción, hemos encontrado camino para entrar en posesión
Ninguno de nosotros la posee como propia; ni siquiera de la realidad, es decir, tenemos una vía de acceso a la
todos juntos, contando todos los que han existido, los verdad. Es un camino difícil, por supuesto, en el que la
que existen y los que existirán, la poseen como propia. Es coherencia entre lo que sabemos y lo que somos, lo que
posesión de la realidad. Posesión única de una única reali- buscamos y lo que hacemos, en sus muchas parcelas del
dad. Por eso, única verdad. Pero ¿quién posee en pleni- conocimiento y de la acción, es algo decisivo. La coheren-
tud esa «posesión de la realidad en el conocimiento y en cia, pues, es punto clave. Y la coherencia, ya lo he dicho,
la acción»? ¿Nosotros? ¿Quién, si no? Sólo el Creador de se rehace de continuo. Entrando por esta vía es como nos
esa única realidad (que nada tiene que ver con alguna encontramos con una aproximación a la realidad que cen-
cosa así como el «alma del mundo» o el alma o mente de tra, que nos la hace percibir en su unidad, como una, con
la realidad) posee con propia posesión eso que nos define sentido. Pero, sin que esa posesión sea apropiación, sino
la verdad. De ahí que sólo él nos pueda decir la verdad. centramiento. Lo que había parecido desenfocado, se

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centra, se enfoca. Lo que parecía no tener eje, adquiere su de quien lo quiera coger para sí, sino un ser real y de ver-
centro en torno a lo que todo se unifica, sin por ello per- dad. La acción no busca el engorde, sino la transfigura-
der ni un ápice de su complejidad, por supuesto. ción de la realidad en busca de su sentido más propio.
Desde una ardiente sed de coherencia que busca una La realidad, dentro de lo que he dicho, se posee. Pero
vía de acceso al sentido de la realidad, un sentido que no ¿se posee también la verdad? Es obvio que la verdad no
le añade otra cosa que el centramiento, nos encontramos se posee, sino que se espera, pues la verdad es en defini-
con una aproximación a la realidad que ya no es parcial ni tiva la palabra ofrecida por el Creador sobre la realidad;
un cúmulo de aproximaciones des-unidas, sino que la Palabra que se nos da en la transfiguración. El acto de
centra. la creación —en el que todavía estamos— por la Palabra
Si esto es así, si no son vanas ilusiones, ilusiones de las de Dios es quien constituye la realidad. Por tanto, esa pa-
que habría que defenderse por todos los medios que nos labra es quien la centra.
concede la razón, pero también realidades que habrá que
defender (con razones) a toda costa, nos encontramos en
el inicio de una vía —una sexta vía, quizá— que nos per- * * *
mite decir: hay una aproximación que centra, porque la
realidad es creación de Dios, que es quien centra con su
palabra ofrecida.
La verdad que es una y multiforme, en su simple pluri- Pondo Pilato, el político de la razón de estado, se las
formidad tiene varios aspectos que se conjuntan. Por un daba de filósofo buscador de la verdad. No tenía crite-
lado está esa posesión de la realidad en el conocimiento y rios, fuera del de «amigo del César», y pudo condenar al
en la acción, que viene apuntada, sólo apuntada, en el es- inocente a la vez que ilustradamente buscaba lo que jamás
fuerzo de la coherencia global. Es la verdad como apun- pudo encontrar: la verdad. La verdad era para él una
tamiento, como centramiento, como salida de sí para abstracción.
abarcar la realidad entera en una aproximación que cen- Edith Stein, la filósofa buscadora de la verdad, pudo
tra; pero que jamás deja de saber que se trata nada más decir «esto es la verdad» y allí en ese encuentro dejó la
que de una «aproximación». De esta manera ni la realidad vida, pues había encontrado el criterio que le abría el
ni la verdad es predio de nadie. No cabe, pues, prepoten- portillo que le hizo comprender y vivir esta palabra: Yo
cia. Sólo quien busca esa posesión desde un corazón puro, soy la verdad. La verdad para ella ya no era abstracta.
puede alcanzarla, si no a ella, sí la vía que a ella lleva. Poncio Pilato, el ilustrado buscador escéptico, es el
Un corazón puro que quiere conocer y quiere actuar. dueño de la jofaina y de la llave del patíbulo. Es, en defi-
Conocer sin engaño. Actuar sin prepotencia. El conoci- nitiva, señor de la muerte. Edith Stein, encontrando el
miento es así humilde conocimiento de lo que es, no de sentido profundo de la realidad en una aproximación que
lo que me interesaría. La acción es respetuosa de lo que centra, retoma en la muerte la verdad de la vida.
significa la realidad entera, no arramblamiento del ave de El esfuerzo racional por el conocimiento y la acción no
presa. Pero lo que es no es un simple estar ahí a la mano evacúa el misterio, como quería Toland. Al contrario,

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nos deja, quizá, inmersos dentro de él, en una vida trans-
figurada. En él es donde tenemos la certeza de esa pose- 12. CONDICIONES PARA LA VUELTA
sión de la realidad. Es una posesión en la humilde espe- A UNA RELACIÓN VIVA
ranza de quien sabe que ha encontrado a la verdad y vive
de acuerdo con esa sabiduría. Es la posesión de lo creado ENTRE CONOCIMIENTO
por quien sabe que es criatura y vive en adoración, raíz y CIENTÍFICO Y VERDAD
fuente de la transfiguración. En el centro del misterio es- REVELADA EN EL UMBRAL
tán las bienaventuranzas, pues el misterio al que me re-
fiero tiene nombre de cruz. DEL TERCER MILENIO

La ciencia y la filosofía han nacido en Europa. En Gre-


cia, concretamente. Su desarrollo a lo largo del final del
período clásico y de toda la Edad Media se ha ido ha-
ciendo mezclado de manera muy íntima con el cristia-
nismo. Y esto ha sido así hasta el punto de que, sin duda
alguna, hay que establecer una relación cerrada entre el
cristianismo y el desarrollo de la ciencia y de la filosofía.
Esta certidumbre se acrecienta aún más si queremos mi-
rar a la vez ese asombroso fenómeno que es la técnica, aun-
que de esto último es de lo que, precisamente, el profe-
sor Leo Moulin tiene el encargo de hablar ante ustedes.
Serán tres los puntos que quiero exponerles. Hablare-
mos, en primer lugar, de «paradigmas», utilizando la vieja
palabra que puso de moda hace unos años el filósofo de la
ciencia Thomas S. Kuhn. Luego, en segundo lugar, quiero
plantear con brevedad la existencia de dos principios que
tienen que ver con el conocimiento científico, son éstos
el «principio de objetividad» y el «principio antrópico».
Por fin, les expondré, en tercer lugar, la importancia que,
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desde el punto de vista de los creyentes en Cristo Jesús y, su misma realidad es inducida por la única realidad que es
seguramente, también de los científicos, tiene la «teología tal, la realidad de lo que hay. Sabores olores son los nom-
de la creación». Reflexionando en torno a dichos tres bres que daremos a una parte del juego de átomos y va-
puntos, nos hemos de topar, quizá, con aquellas condicio- do. Almas y cuerpos son, idénticamente, los nombres
nes necesarias para retomar una relación que sea viva y que daremos a otra parte de ese mismo juego. Las cuali-
fecunda entre el conocimiento científico y la verdad re- dades primarias son las que tienen existencia como tales,
velada, ahora que estamos a punto de entrar en el tercer no como meros nombres o convenciones. Son éstas: es-
milenio de nuestra era. tructura, orden, figura. Los átomos se entrecruzan y se
Haciendo valer las frases del comienzo, voy a exponer- entrelazan, chocan, se combinan con mayor o menor por-
les los dos paradigmas más decisivos de toda la historia de ción de vacío. Son angulosos y bastos o esféricos y Usos,
la ciencia, valiéndome, por sencillez y comodidad, de la grandes o pequeños. Lo que cada uno de ellos es por den-
filosofía de la ciencia que inventaron los griegos. Hablar tro es idéntico a lo de todos los demás. El vacío tiene la
sólo de estos dos paradigmas va a ser, evidentemente, una existencia de lo que nada es por no tener átomos en su
esquematización indebida de una vida muy rica, pero de interior, siendo cualquier porción idéntica a cualquier
esa manera podremos lograr un dibujo de las líneas de otra. Todo ello en movimiento engendra torbellinos que
fuerza cuyo entrecruzamiento, enredamiento y violenta dan origen a mundos, al nuestro y a otros parecidos y di-
separación nos construye la urdimbre sobre la que se versos a él. ¿Será un movimiento que venga de «fuera»?
borda toda la historia de la filosofía de la ciencia. En pri- No sólo es innecesario, sino que, suponerlo, constituiría
mer lugar, tenemos el paradigma de los atomistas, que la negación de lo que el paradigma atomista tiene de más
son, sin embargo, los segundos en la cronología. Para valioso en la explicación de lo que hay. Se introducirá el
ellos, el mundo es algo ya dado, que está ahí, puesto, a la peso de los átomos como cualidad primaria: el peso hace
mano. De él sólo hay nuda afirmación con sentido: «todo caer y la caída es ya movimiento.
son átomos y vacío». Por otro lado, está el paradigma de Todo lo que hay, pues, es, desde ahí, fruto del azar y de
quienes tienen a ésta como una afirmación fundante: «hay la necesidad. Del azar de los arremolinamientos turbillo-
el lógos (la razón)», y es el lógos quien construye mundo narios, del hacerse y deshacerse de los choques, sin que
como producción suya, quien hace además que nuestra nada de fuera de ello mismo venga a intervenir: ¿qué se-
propia razón humana sea también lógos. ría ese «fuera»? De la necesidad de las leyes del choque, de
Para los atomistas por debajo de todo lo que hay se la geometría, de la mecánica, de la reproducción de lo
debe buscar eso que es lo único que verdaderamente hay: mismo por lo mismo; de la innecesidad de lo otro: ¿qué
átomos y vacío, cuyo juego sutil da razón de todo lo que sería ese «otro»?
hay. Cierto es que tenemos sensaciones sensoriales y pro- Cierto es que, luego, todo podrá trastocarse en el para-
ductos mentales, pero todo ello no es más que una com- digma de los atomistas. Pero no importan, pues se con-
plejización de aquel juego sutil. Son, a lo máximo, cuali- servará siempre su búsqueda decidida de dar explicación
dades secundarias, juegos convencionales de aquellos dos de lo que hay desde lo que hay. Las cualidades primarias
principios que todo lo explican: átomos y vacío. Más aún, podrán convertirse en extensión, considerada como masa, y
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fuerza; podrá considerarse que el ser de los átomos, ade- dual, una razón del sujeto individual que busca. El mundo
más de su figura y de su tendencia a estructurarse junto a es cosmos y hay una lógica que lo constituye. No sólo es
otros, es distinto porque hay distintos elementos. La me- posible decir el mundo, aunque sea parcial y provisional-
cánica se ampliará con la química y la electricidad. De las mente, sino que él mismo ha sido producido por el lógos
leyes del choque que ponen orden en el mundo, el orden común, como decía Heráclito. Lógos o razón común
existente, se irá pasando a la consideración de que esa or- frente a razón propia de quien busca hacerla particular.
denación se produce a través de campos de fuerzas. Las Nuestra razón en cuanto se quiere apropiar de lo que
transformaciones serán infinitas, pero algo esencial se produce, se separa de la comprensión de lo que la razón
guardará siempre en el paradigma: «todo son átomos y común ha producido como mundo.
vacío».
Pero, en la consideración del paradigma que he lla- Para Heráclito lógos «produce» mundo. ¿Quién se ex-
mado atomista, aunque somos, evidentemente, «noso- trañará de que san Hipólito sea quien más se interesó en
tros» quienes decimos cómo es el mundo y lo explicamos, el filósofo tenebroso, como se le llamó? Porque también
no hay orra cosa que lo que hay, azar y necesidad sin sen- para él, siguiendo a san Juan, el Lógos del Padre produce
tido, pues la cuestión del sentido aquí no tiene lugar. El al mundo; es la Palabra de Dios la que creó al mundo. La
único sentido de lo que hay, si es que alguien quiere producción es ya creacción de la nada. El lógos no puede
preocuparse de ello, es ser lo que es; pero no cabe una ser ya como el alma del mundo, pues éste es creatura de
preocupación del sentido de lo que es ni de la vida, ni del Dios, ha sido creado por la Palabra de Dios. Y la Palabra
hombre ni de la cultura. La punta última del paradigma se hizo carne. He ahí el interés de san Hipólito de que no
que ahora considero sería bífida: desentrañamiento de lo se malentendiera el Lógos cristiano. Hay que «cristianizar»
que es junto a la certeza del sinsentido de la búsqueda del a Heráclito y no «heracletizar» al cristiano naciente.
sentido. Este segundo paradigma pone en evidencia que hay un
El segundo de los paradigmas hace mención del lógos. punto de vista en todo decir sobre el ser, y por ende so-
Para los que se asientan en él, quien mira a lo que hay, bre el mundo. Habla de las dificultades que el lenguaje
sabe bien que es su razón la que capta eso que hay; que es tiene para aprehender el ser, y por tanto el mundo. Des-
él mismo el sujeto que habla para decir eso que ha cap- vela la fuerza de la palabra, con tal de que sea como sólo
tado. No sólo, pues, es su propio lógos, su razón, su razo- la palabra puede ser: fuerza de razón. Porque, claro es,
namiento, su lógica, su experiencia, quien tiene los ojos también el discurso, la palabra, puede ser mera sofística
para ver eso que es invisible para los sentidos, sino que para captar no la verdad del ser, sino la complacencia de
además se expresa verbalmente, mediante la palabra, el los que escuchan, sobre todo si son poderosos; puede ser
discurso riguroso. Ser y verbo: de ahí los dos polos de también instrumento de poder. La palabra, el discurso,
una tensión que aparecerá para siempre en este segundo debe ser lógico; debe ser construido en el ámbito del ló-
paradigma. Pero no todo queda ahí, falta aún lo más im- gos, si es que quiere decir verdad, esto es, aprehender el
portante: el mundo existe como tal porque ha sido pro- ser del mundo —aunque sólo sea en parte, dislocada^
ducido por el lógos. No hay solamente una lógica indivi- mente, con regaño, con temblor—. El discurso lógico

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puede así hacerse principio del pensamiento y ley del tedes el «principio de objetividad» y el «principio antró-
mundo. pico».
No sería justo, evidentemente, decir que el primero de Debemos preguntarnos, en primer lugar, por el papel
los paradigmas es, más o menos, el de las ciencias, y el se- que en el pensamiento y en las construcciones de la cien-
gundo el de eso que venimos en llamar filosofía. Aunque cia juegan los principios. No son leyes del pensamiento;
pudiera parecerlo a primera vista, olvidaría algo que es tampoco son leyes de la naturaleza. Sería falso conside-
decisivo: hay una historia de la filosofía de la ciencia que rarlos como meros presupuestos que se escogen al buen
pone las bases de toda la historia de la ciencia. Si en otros albur de la ocasión o de la preferencia subjetiva. Son nor-
tiempos esto pudo estar un tanto oscuro, hoy no. He- mas, desiderata, plataformas que principian un punto de
mos visto hasta la saciedad en estos últimos años que vista sobre la realidad entera. En el lenguaje de los pop-
toda demarcación entre «ciencia» y «filosofía», es decir, perianos y de los lakatianos se diría que se trata de «pro-
todo empeño en separar en el conocimiento aquello que gramas (metafísicos) de investigación»; mejor dicho, que
por ser conocimiento ciehtífico es verdadero conoci- estos principios a los que ahora me voy a referir son
miento de mundo, y el resto, del que no se sabe muy bien como directrices con las que se urden esos programas.
si es que lo que dicen ser conocimiento es conocimiento Serían, pues, como programas en un sentido muy amplio;
de verdad, es un empeño filosófico. estaría bien considerar que principian una manera de
Son dos maneras de enfrentarse al conjunto entero de programar los programas, pues de eÜos pueden surgir va-
la realidad. La una —en el esquematismo que aquí he pro- rios caminos filosóficos y científicos distintos.
puesto—, se queja de la otra, insistiendo en que todo lo Volvamos a la palabra «principiar». Cuando alguien
que pase de átomos y vacío es imaginación, aunque la tiene una preocupación filosófica y/o científica, necesita
misma imaginación es un cierto compuesto de átomos y una plataforma desde la que iniciar su aventura, desde
vacío. La segunda manera no rechaza la preocupación y donde otear el horizonte, a donde poderse retirar en mo-
las adquisiciones de la primera, simplemente, quiere mentos de zozobra y confusión. Ün lugar desde donde
acentuar el hecho de que, si es que se busca hablar de la extender los tentáculos del pensamiento y de la acción
realidad que existe en realidad, y no de una abstracción que nos desvele realidad, que nos ayude a manipularla y
paralizadora, debe construirse un pensamiento del legos y poseerla. Esta preocupación no es de todos, por su-
en el legos. puesto; la humana aventura es muy variada. Sin embargo,
la visión científico-técnica es preponderante en nuestras
sociedades, ocupa un lugar central en el contexto social
* * * que es el nuestro. De ahí que, además del interés personal
que estos «principiares» tengan para los que quieran
El segundo punto que quiero exponerles, aunque de aventurarse por los caminos a los que aquí me refiero,
manera distinta, toca el mismo meollo de nuestra cues- existe un interés decisivo por parte de todo el que sepa
tión, como terminaremos por ver. Mi pretensión, como que está, precisamente, en la sociedad en la que vivimos.
ya he anunciado al comienzo, es la de caracterizar ante us- Creo que aquí nadie puede llamarse a engaño. El filósofo,

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pues, no puede dejar de mirar preocupadamente los las alegrías de quien conoce (como no sea que, en un ul-
«principiares» a que dan lugar los dos principios a los que terior proceso de objetivación, se hayan reducido de ma-
me voy en seguida a referir; sus consecuencias son am- nera tal que quepa en ellas la medición y, por tanto, su
plias, mas importantes que en ninguna otra cosa, quizá. matematización). El principio de objetividad sostiene a lo
Son muchas las cosas que llevan a elegir un principio. objetivo contra lo subjetivo, para que sea el conoci-
Y son también muchas las consecuencias que se derivan miento objetivo —y sólo él— el que se ponga en la base de
de la elección de un principio. Aunque el principio está, todo el edificio de las ciencias. No se buscan opiniones,
evidentemente, en el principar de todo lo que despueá va sino ciencia. Se sabe que es el dedo el que señala la luna,
a construirse, no es un presupuesto, sin más. El principio pero no se tiene interés alguno en mirar al dedo (como
es un lugar que se elige, «se está en él», y se está en él en no sea que, en un segundo momento, el dedo sea exami-
coherencia con lo que se sabe, se es y se quiere. La palabra nado de la misma manera que antes utilizábamos para mi-
«coherencia» creo que es importante en lo que quiero de- rar a la luna).
cir, porque es ella la que nos pone en pista de la impor- Las relaciones que busca encontrar el que trabaja bajo
tancia del principio, a la vez que nos hace ver a plena luz el principio de objetividad son relaciones externas a él,
su fragilidad, que no es otra que la fragilidad de todo meramente objetivas; por tanto, capaces de ser medidas
pensamiento y de toda obra hecha por los hombres. —aunque, por supuesto, la teoría de la medida pueda ser
No es que el principio sea una elección irracional sobre lo complicada que se quiera—, y toda medición conlleva
la que luego pueda montarse, quizá, un camino de racio- en sus entrañas la teoría de los números, las matemáticas.
nalidad exigente. La elección del principio es también No son cualidades lo que se quiere encontrar, sino «men-
racional, la racionalidad que viene enmarcada por la co- surables». Las «cualidades» pueden también ser objeto de
herencia. Nótese, además, que esa coherencia no es úni- tratamiento científico, en cuanto seamos capaces de en-
camente «de lo que se sabe», es decir, de lo que se mueva contrar un punto de entrada que las haga mensurables,
en un plano de la mera teoría, sino que lo es también «de que puedan ser comparadas con relaciones numéricas,
lo que es y se quiere». Es, por tanto, coherencia en el ám- que se las pueda asignar públicamente algún número que
bito complejo de la teoría y de la práctica. Se pide que sea marque diferencias. Mientras no sea así, estaríamos ante
coherencia de pensamiento y de acción, de la raza teórica un ámbito de la realidad que todavía no ha sido explo-
y de la razón práctica, dándose por exigido que no son rado bajo la mirada atenta del «principio de objetividad».
dos ámbitos descoordinados, sino entrelazados, estructu- Los que sostienen este principio son conscientes, evi-
rados entre sí. dentemente, de que es el dedo quien señala la luna, es de-
El «principio de objetividad» toma en serio que aquello cir, que es un sujeto el que habla de la objetividad de
con lo que se construye conocimiento científico son, aquellas cualidades primarias; pero «sabe» que su hablar
como hubiera dicho Galileo Galilei, las cualidades prima- es un hablar objetivo, objetivamente razonado, que no es
rias: lo mensurable, lo matematizable; todo eso de lo que un decir caprichoso, sino público, intercambiable. Lo im-
se ha quitado cuidadosamente las cualidades secundarias, portante no es el sujeto que dice, sino el propio dicho;
es decir, los gustos, las apetencias, los deseos, las penas, cualquier otro sujeto dice lo mismo, por eso se insiste en

164 165
que bajo el principio de objetividad lo importante es lo conocer no es serio, y no es tampoco seno tomar en con-
dicho; quién diga no interesa, pues el decir lo dicho es un sideración como reai cualquier otro ámbito que no esté
dato objetivamente público, capaz de publicación inter- dentro de esas unidades seriamente estudiadas.
personal. La consciencia a la que me refiero es, pues, una El «principio antrópico» está siendo reenunciado estos
labor ascética: el sujeto didente se borra a sí mismo, años por cosmólogos. La historia del cosmos tiene, por
toma la decisión de desaparecer del discurso de lo dicho, ahora, un final —quizá uno entre indefinidos finales posi-
de no interferirse en el proceso mismo del conocimiento, bles—, y éste es el que pone al hombre como estudioso
para lograr un conocimiento objetivo de la realidad, so- del cosmos. En esta historia del cosmos, tenemos cons-
bre el que se basa la ciencia. El principio de objetividad, tantemente bifurcaciones de caminos que nos podrían
por tanto, como lo vio Jacques Monod en su celebrado li- llevar por derroteros muy distintos. Al final, cada uno de
bro El azar y la necesidad, publicado en el ya lejano 1970, esos caminos posibles es, por cuanto que son infinitos, de
supone una ascesis, es un principio ético de desprendi- una probabilidad infinitamente pequeña. ¿La existencia
miento de sí, que posibilita y soporta a la ciencia. del hombre en este intrincado proceso que es la historia
El «cosmocentrismo» es obligado en los sostenedores del cosmos, nada dice sobre el camino real que ido si-
de este principio. En el centro no está el hombre, como guiendo en verdad esa historia? ¿La existencia del hom-
suponían los antiguos, sobre todo los aristotélicos, sino el bre no es también un «dato científico» —y un dato cientí-
cosmos. N o sólo cuando nos referimos a la propia reali- fico de singular importancia— que nos ha de alumbrar
dad debemos hablar desde un cosmocentrismo actuante, sobre los caminos de esa evolución —de ese proceso—,
sino incluso cuando tratamos del conocimiento del que nos haga ver, posiblemente, cuáles han sido las leyes
mismo cosmos. La ascesis a la que me acabo de referir es de esa evolución que es la historia del cosmos?
el esfuerzo por ser también cosmocentrista en el ámbito El principio antrópico se apoya en una convicción do-
del conocimiento: lo que está en el centro de este es un ble. Por un lado, la consciencia de que es el hombre quien
modo del cosmos. El conocimiento desde aquí es una mi- elabora un discurso sobre el cosmos, que es él quien dice
rada «desombligante»: el centro del mundo jamás es el lo que ha sido el proceso de la evolución del universo,
ombligo propio, sino el mismo mundo. quien enuncia el lugar que él mismo ocupa en el cosmos.
Pero el principio de objetividad se enreda en su propia Por otro lado, el convencimiento operativo de que la
, seriedad, hasta el punto de que se le podría dar el nombre existencia final del hombre en el cosmos es un principio
de «principio de seriedad». Se quiere conocer seriamente de explicación para el estudio científico de la evolución
lo que sea la realidad. Se demarcan campos, pequeñas del universo desde sus orígenes; que los caminos por los
unidades en las que sí que se debe hablar en serio, con ri- que ha progresado ese proceso que ha ido siguiendo «con
gor y precisión. Se añade que sólo este esfuerzo es serio. el objeto de que» el hombre apareciese sobre la tierra y,
Se quiere conseguir aumentar esas pequeñas unidades so- luego, fuera capaz de elaborar la historia de ese proceso.
bre las que, de cierto, tenemos algo serio que decir. Pero, He dicho «convencimiento operativo», porque el enun-
luego, tomándose demasiado en serio, quizá, aún hace ciado del principio se debe hoy a cosmólogos, es decir, a
dos afirmaciones más: cualquier otro procedimiento de científicos interesados en el desarrollo de la ciencia, preo-

166 167
cupados por el conocimiento científico. Dichos cosmólo- demás, como si lo atrayera hacia sí afectuosamente. En el
gos sospechan, quizá con razón, en todo caso con razo- primer modelo, el tiempo es simplemente una variable
nes, que el principio de objetividad se niega a aceptar un matemática; en el segundo, el tiempo es entraña misma
dato científico revelador y de primerísima magnitud: la del cosmos. Aquél es el de la eterna juventud, pues el
existencia (innecesaria desde el azafy la objetividad o con tiempo indistintamente se recorre de izquierda a derecha
mera necesidad de lo que hay; necesaria, por el contrario, o de derecha a izquierda; éste es el cosmos temporal en el
desde una «teleología» que a él nos conduce) del hombre que el paso del tiempo tiene consecuencias decisivas, es el
como resultado último de la evolución del cosmos. Para hilo con el que se teje el proceso que lleva al final.
los defensores del principio de la objetividad esto es algo El principio antrópico sabe, pues, de la «centralidad»
de simple evidencia, pero que nada dice de serio para la del puesto que ocupa el hombre en el cosmos, se atreve a
ciencia, como no sea esta constatación simple: hasta aquí, destacar algo muy antiguo, la «finalidad» como base y exi-
hasta el hombre, ha llegado la evolución, sin más, sin más gencia del pensamiento. La novedad, si es que la hay, está
misterio. Para los defensores del principio cosmológico an- en el que este resurgir del antropocentrismo no viene de
trópico, por el contrario, el proceso evolutivo del cosmos la mano de gentes preocupadas, en primera instancia, por
sólo terminará por explicarse cuando se mire «desde» el la filosofía, sino por la cosmología, por científicos, como
hombre existente. Y el que así sea, además de «explicar», decía antes, que dedican sus esfuerzos al desarrollo de la
induce a pensar que sí se trata de un gran misterio el que ciencia, de una de las ciencias en punto (o de moda) de
así sea. hoy en día.
Estamos, de nuevo, en un «antropocentrismo», que no
desconoce, evidentemente la existencia de Nicolás Co-
pérnico, es decir, que sabe muy bien que no tiene sentido * * *
alguno el decir que el hombre ocupa el «centro» físico del
universo, como pensaron los antiguos aristotélicos. Pero Decía al comienzo que, en tercer lugar, hablaría de la
que sabe también muy bien de la «centralidad» del puesro importancia que, desde el punto de vista de los creyentes,
que ocupa el hombre en el cosmos. tiene la «teología de la creación».
Utilizando un nuevo símil que procede de los antiguos, Quienes creemos en el Señor Jesús, afirmamos que el
por mor de la sencillez, el modelo en el que se mueven mundo es creación de Dios y que la creación ha sido he-
los defensores del principio de objerividad es el modelo cha por su Verbo, por la Palabra de Dios. Esta afirmación
«platónico», es decir, el que hace del mundo un receptá- es básica en nuestra fe, aunque no la única, evidente-
culo espacio-temporal homogéneo, abstracto y matema- mente. Durante mucho tiempo pareció que ella nada te-
tizado, en el que nada de lo que se pone dentro de él lo nía que ver con todo aquél hablar sobre el mundo de eso
afecta para nada. El modelo en el que se asientan los sos- que llamamos ciencia. Parecía obvio, demasiado obvio,
tenedores del principio antrópico es «aristotélico»: todo que todo hablar sobre el mundo era un mero hablar de la
forma una unidad estructurada, ligada con lazos de afecto ciencia. Con ello, posiblemente, Dios quedó perdido en
y finahdad, en donde hay un final desde el que se causa lo el camino —como no podía ser de otra manera—, al me-
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nos para quienes piensan que Dios es el Creador del se da, sobre el «antropocentrismo» que estamos obligados
mundo, el cual ha sido hecho en un acto de creación a a admitir en él, si es que no nos queremos salir (con el
partir de la nada, y que es también un Dios providente, es pensamiento) de «este» mundo que es el existente, en
decir, que todavía hoy, en continuidad con el acto de la nuestros decires sobre él.
creación, sostiene la existencia del mundo y el proceso de Por fin, para terminar ya, tendremos que pensar no
su desarrollo evolutivo. poco en el segundo de los «paradigmas», que decía: «hay
Esas son afirmaciones fundantes de quien, como decía, el lagos». Sí que nos jugamos ahí mucho en nuestro hablar
se proclama hoy creyente en el Dios de Jesucristo. ¿Po- sobre Dios, como todos habrán comprendido desde el
dremos encontrar un punto de engarce con los «paradig- principio. Quien, desde el punto de vista de la «teología
mas» y con los «principios» a los que antes me he refe- de la creación», acepte acríticamente el paradigma que
rido? afirma: «todo son átomos y vacío», ha puesto ya las bases
Durante un tiempo el «hablar» sobre Dios 'se refugió para tener que decir inexorablemente al final (un final
en la razón práctica. Quizá porque pareció seguro que la presupuesto desde el comienzo): «no hay Dios».
razón teórica quedaba en manos del solo «conocimiento ¿Cuál es, pues, la labor del filósofo desde el punto de
científico». Hoy es importante no reducir el «hablar» de vista de la «teología de la creación»? Sencilla en su> in-
Dios a ese único hablar. La situación anterior era más fá- mensa complejidad, siempre renovada: buscar las «vuel-
cil, puesto que ahora hay que hablar de Dios en ese dis- tas» (si es que las encuentra) a todo pensamiento que
curso que es el de los «paradigmas» y el de los «princi- elude la consideración del mundo como creación, es de-
pios». cir, visto desde otro punto de vista, que elude la «finali-
Si el mundo es «creación» de Dios, de cierto que hay en dad» en el cosmos. Encontrar las razones que nos empu-
él finalidad. Hasta el punto que quien se ampare en el jan a pensar que sólo considerando que el mundo es
«principio de objetividad», como no lo haga con razones creado, damos cuenta coherentemente de lo que sobre el
que nos convenzan (y abandonemos nuestra fe en Jesu- mundo sabemos en cada momento, si es que es verdad
cristo como fruto de dicho convencimiento), nos ha de que así sea.
parecer que es un principiar cuyo «fin» es el de escamo- No es cuestión de «pasar» uno de otro el conocimiento
tear la consideración necesaria del mundo como creación científico y la verdad revelada. Al contrario, hay que pe-
de la nada, es decir, que busca ponernos de principio en dirse cuentas el uno al otro, pero hacerlo «con razones», y
una postura de pensamiento que ha de llevar con necesi- para ello se ha de contar con los criterios de coherencia y
dad a decir: «no hay Dios». realidad. Algo se ha podido adivinar ya del primero: es la
Deberemos hacer plausible que el mundo es, efectiva- coherencia entre los distintos saberes de los ámbitos teó-
mente, creación. Es este un juego que deberán hacer los ricos y prácticos en los que se da conocimiento y acción.
filósofos, pero filósofos que conozcan el decir de la cien- Toca decir algo, con la máxima rapidez, sobre el se-
cia de hoy. Digo que los «filósofos» (y no únicamente los gundo criterio, el de realidad. Nuestro decir no es mera-
filósofos), porque hay todavía mucho que decir sobre el mente imaginativo, ni siquiera convencional, para apañar
mundo como «globalidad», sobre la «finalidad» que en él extrínsecamente (desde el mero pensamiento) los datos

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170
que se nos ofrecen sobre el mundo. Hablamos sobre «lo
real», nos referimos a él. Por ello, no podemos decir en APÉNDICE
cada momento lo que bien nos venga en gana, sino que
tenemos que decir «lo que es». Y ¿quién pone en duda
que esta labor es extraordinariamente ardua? Más aún, se
necesita la humildad de estar abierto al murmullo de lo
real, pues tampoco lo real va por el mundo dando gran-
des voces, sino que hay que estar atento a lo que de él nos
llega en la levedad del susurro, en muchas ocasiones tan
sutil que necesita de nuestra interpretación, y en toda in-
terpretación caben las divergencias.
Desde aquí, entendiendo todo lo que llevo dicho como
condiciones, es desde donde, en mi opinión, pueden esta- SIETE CARTAS SOBRE CINE
blecerse relaciones vivas entre el conocimiento científico
y la verdad revelada, ahora que estamos ya en el umbral
del tercer milenio.
i

Querido Raúl:
Fuiste tú quien primero me propuso escribir sobre
cine para vuestra revista. Luego la propuesta prosperó, y
me he encontrado desde entonces como atemorizado.
Son muchas, cientos, las páginas que he escrito, pero es
tanto lo que me gusta esto de lo que voy a escribir, que
tiemblo. Puede ser un comienzo que ya no tenga fin.
Quiero decirte —quiero deciros— que el cine me apa-
siona, que es aquello de lo que más me he preocupado, de
lo que más sé, de lo que sólo hablo en ocasiones contadas
—en clase cuando me encuentro a gusto—, que lo llevo
entero por dentro.
Cuando digo cine, me refiero a lo que veo en la ne-
grura de la sala, enfrentado a una pantalla grande —en-
tonces como el centro de mi vida—, en un aliento de sole-
dad, de sutil adentramiento en el mundo de lo bello, de la
creación de realidad, de mi propia recreación, porque no

172 173
hay entonces lugar en mí para la dejación y la pasividad. auditiva, en donde se me transmite el movimiento —mo-
Receptivo y vigilante; adentrado en lo que ante mí acon- vimiento de la luz, de la historia, del sentir, movimiento
tece —siempre me pongo muy cerca—, pero con la sen- que va dejando estelas de simple belleza— para que goce
sibilidad, la visualidad, la inteligencia alerta, en guardia. de él y lo recree, deje que se apodere de mí y lo haga mío,
Admirado, saliéndome al mundo imaginario —lleno de parte de mi propio ser; para que también yo, sentado ahí
realidad— que se me ofrece; velando, gozando, llorando en mi butaca, cree nueva realidad.
en él, pero siempre desde mi butaca, dueño de mí mismo, El cine es así una visión moral del mundo. No se
de mi propia recreación. Artista en diálogo con el artista. mueve en lo bello como simple formalidad, sino que es
Sentado ahí, pero en un mundo nuevo, en todas partes. movimiento de lo bello en lo concreto, que genera reali-
En la memoria, pero en el presente; en el presente, y ya dad en la luminosa soledad de la pantalla y en mi soledad
proyectado al futuro. que se abre y se empapa de luz, de sonido, de senti-
Belleza moviente, dinámica, compleja la def cine, fruto miento, de memoria y deseo, de proyecto y futuro. Me
de un débil saber hacer, en donde la luz y el color, el so- pone así ante el movimiento de lo bello, pero lo bello
nido, la armonía, se hacen historia. El blanco y negro de real, lo bello creado, lo bello reencontrado, quizá divino,
los buenos cineastas es color; el color de los malos cineas- quizá satánico, quizá siniestro.
tas es grisura. Belleza que se va haciendo con el encuadre, Desde que estas páginas me rondan por la cabeza he
con el movimiento de construcción de la escena en los ac- vuelto a ver una película muy grande, Vértigo, de Alfred
tores, en sus gestos, en sus palabras, en el discurso sobrio Hitchcock, de una perfección tal, de una tan gran pro-
o barroco de la cámara. Belleza de un sentimiento, de una fundidad en la negra belleza de lo siniestro, que casi nos
presencia —la presencia de un actor, de una música, de un arrastra. He apreciado también a un personaje, el capitán
objeto, de un color—, que se compone en historia —por de la Bounty, que debe arrostrar con entereza un deber
lineal o quebrada que ésta sea—. Belleza suprema de que impida la disolución del comportamiento civilizado,
cómo todo ello se va articulando en el apunte de una rea- mientras se hace patente la ambigüedad de la raíz misma
lidad que nace ahí frente a mí, junto a mí, suscitando un de esa civilización que defiende; un personaje que se crea
mundo nuevo cuyos componentes son la pura belleza por la conjunción de un actor (Anthony Hopkins), un fo-
multiforme que se despliega ante mis ojos. tógrafo (Arthur Ibbetson), una música (Vangelis) y un
El cine no es mera forma, belleza abstracta, estática, realizador (Roger Donaldson). La película se llama Motín
belleza de luna, como la que nos ofrecen la arquitectura o a bordo. Algunas escenas de sencilla simplicidad en Tú so-
la pintura; tampoco es la pura soledad abstracta de la es- lo, de Teo Escantilla, como la del toreo nocturno. ¿Cómo
critura que leemos. En ambos casos, también nosotros re- terminar no diciendo que no he podido escapar todavía al
creamos con nuestro propio movimiento, pero lo que embrujo de la belleza divina de El sur y El espíritu de la col-
nos ofrece tiene un algo de fijeza. Tampoco es la vida fi- mena de Víctor Erice?.
gurada del teatro, un trozo ardoroso de la propia vida
que se nos pone delante. El cine es belleza de sol, es luz,
es juego, es ficción, es forma, es soledad concreta, visual,

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2 pero —repito que en mi opinión— lo hacen en lo que ésta
tiene de más'superficial, de menos empeñado, de más aé-
Querido Raúl: reo, gaseoso, irreal.
He visto con agrado Tasio de Montxo Armendáriz. No pude dejar de pensar al comienzo en el impacto
Acontece en un pueblecito de las estribaciones de la sie- que todavía perdura en mí de Los cuatrocientos golpes de
rra de Urbasa, en su lado sur, no demasiado lejos de Francpis Truffaut, que vi entonces y que luego he vuelto
donde yo pasaba las vacaciones de mi niñez. El productor a ver una vez. Aquí todo mi ser —mi corazón, mi sensibi-
es Elias Querejeta, preocupado desde siempre por el lidad, mi imaginación creadora, mi inteligencia— corre
buen cine. por la vida con Antoine; aquí se me ofrece la visión del
Lo pasé muy bien viéndola, pero quiero escribirte las mundo desde un punto de vista. El juego, pues, va mu-
razones por las que no puedo decirte que me «guste», que cho más allá del mero juego, para convertirse sin más en
la considere importante. Lo tiene de principio casi todo. una obra de arte que transfigura el mundo ante mí y con-
Una labor soberbia en fotografía (José Luis Alcaine) y en migo (aunque no siempre sea necesario el acuerdo, la
música (Ángel Illarramendi), de lo mejor que pueda simpatía, pues entre creador y recreador puede darse la
verse en el cine español. Unos actores de gran eficacia, mirada recelosa, la guerra frontal). Esto no lo puedo de-
con esa eficacia de la sencillez. Entre todos logran algunas cir de Tasio, pues en él encuentro sólo «utilización» de la
escenas de gran belleza, sobre todo lasjdel comienzo, luz, del sonido, del movimiento, del sentir, para construir
cuando Tasio es aún niño y adolescente. La bajada de los junto a mí una mirada «ideológica», y no un movimiento
niños corriendo el aro, el primer baile bajo el árbol, el se- de creación en lo bello que me dé un punto de vista en-
gundo baile en el «rebote» —¡que no frontón!— por su tero del mundo, porque ahí haya una expresión del con-
luz, su sonrisa, por el movimiento del conjunto, son una junto de la vida, del pensar, del hacer, del mirar, del sen-
preciosidad. Muchos de los momentos en que nos pasea- tir, del amar.
mos por la sierra, están bien logrados. En lo que ahora te voy a decir, es evidente que todo
Y, sin embargo, todo ello queda, en mi opinión, ali- estará repleto de subjetividad mía, pero la delicia de la
corto. Voy a intentar explicarte por qué lo pienso y lo primera escena del baile me lleva sólo a decir: qué bien,
siento así. En el conjunto lo que se transmite son «seña- qué bonito, sin mayor finalidad, sin contexto, sin profun-
les» vagamente ideológicas, en primer lugar para que re- didad. La extraordinaria calidad de la escena en las falsas
cuerde mi propia niñez veraniega; luego, para que en de la casa, cuando Tasio vende unas pieles que allí tiene
todo el tiempo sienta una neblinosa nostalgia de un colgadas, no señala nada más que eso: nada, en vez de sig-
tiempo pasado ya, pero que sigue siendo presente en la nificar la profunda estructura reticular de un carácter, de
ilusión de lo que a la postre no configura mi vida, nuestra una vida, de un pensamiento. Y, sobre todo, la presencia
vida: vida noble, vida sencilla, amar sinceramente en un visual y musical de la carbonera humeante —insólita, ame-
contexto primario, de nobleza campesina, de amor al nazante (y no porque un niño caiga dentro), recursiva,
monte, de caza que no es saqueo sino lucha entre casi pues vuelve una y otra vez, domeñada, presencia miste-
iguales. Señales que, ciertamente, tocan mi sensibilidad, riosa de lo de dentro— está ahí casi para nada; no llena

176 177
nada, no dice nada, no ocupa nada, excepto unos minutos 3
de tiempo; sólo visualmente ocupa lugar, pero no lo
ocupa en lo más importante, en la historia que es la Querido Raúl:
película. Aquí me tienes por tercera vez. He pasado varios días en
Quiero volver a la calidad de la fotografía, aunque París y he tenido la suerte de ver varias películas, algunas de
también ella quede fuera de la historia, del punto de vista sumo interés. Una de ellas es Amadeus de Milos Forman.
al que antes me refería. ¿Recuerdas aquella escena casi fi- Aprovecho, pues, para hablar de este aspecto musical
nal de La muerte de Mikel, imagen alucinadora en su fijeza, que, al menos para mí, es tan importante en el cine.
con la blancura del mantel y del servicio del desayuno, Amadeus es Mozart. Es decir, en esa insoportable pelí-
con la negrura de la madre, con el hermano mayor que cula suena continuamente música que me encanta; Nevi-
abre una puerta tras otra, en donde va apareciendo una lle Marriner tiene mucho que ver con lo que en ella oí-
luz dorada, cálida, enfrentada a la blancura llena de pre- mos. Y, sin embargo, me fui en medio del tedio más
sentimientos del primer plano, mientras allá en el fondo, insoportable, bostezando, aburrido, con ganas inconteni-
en esa luz adivinamos la tragedia última de Mikel? Todo bles de salir a la calle par escuchar la música de la puesta
esto, que de manera continuada hace una obra de arte, un de sol en una friísima ciudad (entonces).
gran film, falta a mi parecer, según mi gusto, en- Tasio. La música a la que me refiero no es la de esa película,
Lo siento. * en donde la música es extrínseca al cine, es simplemente
Como ya te he dicho, no soy capaz de ver cine en tele- cuestión de banda sonora adornada con historietas, malas
visión, lo encuentro aquí tan restringido de cosas tan luces y tontas sombras. Todo ello, para colmo, a lo
esenciales, que termina p o r nada decirme. Por eso no he «grande», fuera de cualquier imaginación creadora. La
seguido el ciclo de Jean Renoir, del que guardo un ex- música a la que me quiero referir en esta carta es la mú-
traordinario recuerdo por lo poco que de él conozco. En sica interna que encierra una película. Luz y sonido que se
cuanto pueda ver sus películas en un cine, me abalanzaré nos presentan al espectador como juego de estructuras
a él. melódicas, de contrastes entre graves y agudos, cumpli-
Para gran diversión mía, anuncian la reposición de Los dores cada uno de ellos de algo que consigue efectos so-
pájaros, de uno de los más grandes. ¡Qué ilusión! noros (entendiendo esta palabra como una metáfora que
. Un abrazo. va más allá del puro oído), de contrapuntos y resonancias
que producen sentimientos evocadores, placeres recóndi-
tos, que se llevan lejos al espíritu.
Hablar de música es, pues, una imagen, pero una metá-
fora preciosa, pues nos ayuda a adentrarnos en algo que
toca la esencia misma de lo que, en mi opinión, es pro-
ducción de belleza. Digo música porque no es sólo un
mensaje racional lo que quiero que se me ofrezca —aun-
que, por supuesto, tanto mejor si también lo hay—, sino

178 179
un juego sutil de sentidos y sentimientos, una transmi- por luces, sombras y el coro de los monjes que llevan los
sión de un universo evocador de todo un mundo —no ne- féretros descubiertos, es de una fuerza alucinadora —re-
cesariamente fuera de la realidad del mundo de todos los sumen además de toda la película, porque toda ella es
días—, una palpitación que me alcanza de algo viviente, así— que todavía ahora son para mí la garantía más fuerte
creador, organizador de novedad. En resumen, una visión de la belleza del cine. Digo esto porque cuando vi esta
entera del mundo desde un punto de vista, como querría película con tal entrada —estaba todavía en el colegio-
mi viejo amigo Leibniz. amé al cine para siempre. Todavía resuena dentro de mí
Bueno, pues de todo esto, en Amadeus no encontré ese grito armonioso, que el otro día se repitió con más
nada, sino mortal vacuidad ambientada con preciosa mú- fuerza ante mí, y sobre todo, en mí. Ya no es Mozart
sica. Nada de aquello se sostenía en pie; quizá porque —como Dreyer—, sino quizá Bela Bartok. Sublime, ge-
nada de quello es una creación «musical». nial. Otra expresión, infinitamente distinta, del mismo
Por el contrario, La pasión de Juana de Arco de Cari infinito mundo.
Theodor Dreyer, de la época muda como es, es un verda- Me acerqué también a alguien que conozco poco: Ro-
dero poema musical^Musicalidad construida sobre la vi- bert Bresson. Al final de los sesenta vi Mouchette, según la
sión de un rostro, bello, limpio, sensible, expresivo de novela de Bernanos. No pude resistirla (quizá porque era
mil expresividades, candoroso, sufriente, gozoso, dramá- otra belleza, belleza diabólica, negra), y me salí. Luego, al
tico, enfrentado a los rostros de sus jueces, cargados de final de los setenta, vi El diablo, probablemente, que me en-
odio, de despecho, a veces de secreta simpatía, de impie- cantó especialmente y me abrió para siempre a Bresson.
dad, de maldad, rostros complejos, varios, en sucesiva Ahora me ha extasiado con Lancelot del lago (1974). Color
aparición por movimientos de cámara paralelos. Un juego oscuro, sangriento, belleza de los sentimientos finos en
sutil y contrapuntístico en el que la poesía bella o bronca de la brutalidad del tiempo, amor-amistad en un complejo
los rostros —enteros, que llenan la pantalla— construyen juego de patas de caballos, de armaduras sonantes siem-
una sinfonía expresiva, nos cuentan, sin palabras, una his- pre tomadas en las piernas y en los pies, siempre en la du-
toria; mucho más que una historia, un poema dramático reza del golpear y del batallar, que en pocas ocasiones se
de sencillez y de muerte. Qué inteligencia musical y ex- eleva a la pureza de los rostros.
presiva la de Dreyer. Perdona que siga leibniziano, pero
esta película es como una de esas mónadas que en su or-
denada y extraordinaria complejidad expresan la infini-
dad del universo desde un punto de vista.
Vi también Othello (1952) de Orson Wells. El co-
mienzo de esta película —que es la escenafinal—,el entie-
rro de Ótelo y Desdémona, mientras Yago es ajusticiado
de esa cruelísima manera de ser izado a las alturas ence-
rrado en una caja de barrotes de hierro, en su compleja
ideación llena de extraños puntos de vista encadenados

180 181
4 presente que se vacía en cada instante, lleno de inconexos
instantes, sin continuidad —sin futuro, por tanto—, y es
Querido Raúl: así porque su presente está vacío de pasado.
Sabes los grandes amores que tengo con El sur, de Víc- Es un espectro esquelético con una sola obsesión: ca-
tor Erice. Pues hoy voy a hablarte de otros nuevos amo- minar hacia adelante, siempre hacia adelante, sin sentido;
res. Hace unos años, sin especial previo aviso por mi no, con un único sentido, seguir líneas geométricas que
parte, vi El amigo americano de Wim Wenders. Me en- marquen una dirección —vías férreas, carreteras, caminos,
cantó y me dejó abierto a este autor alemán universal. líneas de alta tensión—, como búsqueda de lo imposible,
Luego vi Hammet, preciosa en su rigor. Hace/meses que porque se busca en donde no está. Se ha cerrado la me-
esperaba París, Texas. Por fin ha llegado ese día. Desgra- moria para él. Por eso es casi un muerto viviente, porque
ciadamente en una versión (mal) doblada. somos carne enmemoriada.
Pero antes de hablar de ella, tengo que decirte que La En cuento es verdad lo que digo, al ver La luna por
luna de Bernardo Bertolucci me ha servido, viéndola por primera vez, me quedó la marca del escándalo. Porque el
segunda vez, para echar un velo de niebla en sus películas cine es historia, historia que lo es también del espectador.
anteriores: la mentira de hoy, desvela mentira en la «ver- Dejé pasar tiempo, mucho, con las mayores aprehensio-
dad» de ayer. En lo que viene, encontrarás la razón. nes. Le he vuelto a ver, y me he ido. Es demasiado claro
El cine, ya te lo he dicho, es primariamente acción vi- que todo en ella se me aparece mentiroso, falso, ópera-
sual y auditiva, al menos en mi manera de verlo. Pero hay de-cartón-piedra. En el cine es demasiado importante esa
algo que es decisivo: el tiempo, que en él aparece como textura de la historia, del relato, para que podamos men-
tiempo cronológico y ordenado de lo que dura su pro- tir con ella. La historia puede ser de infamias y mentiras,
yección, pero que es también —y sobre todo— tiempo pero no puede ser una historia infame.
que se convierte en historia. No hay cine sin tiempo, es En París, Texas vamos recreando la memoria perdida
decir, sin historia, sin que nos cuente una historia, y a la del protagonista, por ello más animal alucinado que hom-
vez sin que nosotros —espectadores— la hagamos tam- bre. Lo genial en esta película es que esa memoria no
bién historia nuestra. Una historia que es además relato. viene como recuerdo —aunque recuerda tú la magnífica
No hay cine sin relato. Recuerda de Hitchcok—, una mirada hacia el pasado en la
Un espectro camina por el desierto. Lleva chaqueta y que vemos lo que «aconteció» in ¿lio tempore, causa inexis-
corbata, también una visera roja. Sucio, alucinado, per- tente del presente. Lo decisivo aquí es que el recuerdo se
dido. Sigue caminos al azar: líneas férreas —porque en hace con la presencia —presencia del hermano, larga y cá-
este mundo el desierto es primero de arena, luego de as- lida presencia, de la cuñada, del hijo prohijado por sus
falto, luego de sentimientos—, va en coche continua- tíos años antes— y con la acongojante construcción de
mente. Está perdido en el tiempo. Busca sus orígenes, su presente que descubre en lo que va siendo futuro lo que
génesis: París, en Texas. Es una búsqueda por el re- es pasado encarnado. El pasado, casi desaparecido como
cuerdo, un hacer memoria. No tiene presente, es como delgadez del presente, una foto y un nombre, el que da
un fantasma, porque no tiene memoria. El suyo es un nombre a la película, va apareciendo en la historia porque

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se está haciendo futuro en el protagonista, a la vez que 5
nosotros. Futuro del reencuentro con el hijo. Futuro en'
cadenado a ese futuro decisivo que se hace ya presente en
la maravillosa conversación con la mujer a través del es' Querido Raúl:
pejo. Ahí vemos cómo nace la libertad de una vida que Quiero proseguir en esta quinta entrega con eso que lla-
se asume. mo la musicalidad, que, como te apuntaba en otras cartas, es
un aspecto para mí muy importante del cine. Ya te deda a
En esta historia vemos cómo van engranando tantos y propósito de Amadeus que eso a lo que me refiero no es
tantos detalles visuales y auditivos que errla cronología sólo primordialmente cuestión de una buena banda so-
de lo narrado se nos presentan. Desierto, carreteras, co- nora con preciosa música de Mozart, sino algo mucho
ches, grandes camiones, trenes que cruzan, ruidos, boci- más interno y estructurante del cine mismo. Es una musi-
nas, luces de moteles, crepúsculos y amaneceres, rascacie- calidad visual y auditiva, pero sobre todo es una musicali-
los, sonido de la guitarra, presencia maravillosa de los dad en la «formalidad» en la que el espectador recrea la
actores, quizá de manera especial la primera —perdida la obra que contempla ante sí. Como si dijéramos, es la mu-
mirada siempre en una lejanía opaca— de Harry Dean Sta- sicalidad que recibimos como sugerencias del creador de
non y la del final prodigioso con la mujer reencontrada, la película (sujeto complejo ese al que llamamos creador),
Natassja Kinski. que él nos regala como partitura visual y auditiva, sensi-
Es la gran epopeya del reencuentro con la profundidad ble y luminosa, y que nosotros recreamos —en el mismo
de sentimientos que constituyen al ser humano, que se instante en que vemos lo que se nos ofrece dotándola de
constituyen en historia, pero que lo hace en esa compleja una forma unitaria, que nos hace posible el acceso a un
realidad que llamamos tiempo. Es una historia de la hu- mundo distinto, el de una experiencia novedosa, abierta,
manidad lo que en esta película se nos ofrece.Y digo una dirigida a la creación de futuro, mundo de la belleza. (Al-
historia de la humanidad, porque es la historia de la hu- gún día —pronto— te escribiré sobre algo que es todavía
manidad desde un único punto de vista, pero que, como muy importante y a lo que nunca me he referido explíci-
las melodías orquestadas de Ravel o tocadas al órgano, tamente —digo todavía no por referencia a los tiempos
arrastran consigo los ecos que se pierden en la lejanía del que vivimos, sino a que es uno de los puntos cardinales y
espacio y del tiempo. todavía no me he referido a él—, el aspecto transforma-
Y me alegro que me haya salido también la palabra «es- dor, en lo individual y en lo colectivo, de la belleza).
pacio», porque, como recordarás, el espacio —largo, an- Una espantosa película, por casi todos sus conceptos
cho, cerrado, pequeño, interminable, que nunca se para- —falsa, aburrida, cartón-piedra, justificatoria, sin ritmo,
es personaje clave de París, Texas. mal hecha, etc.— tiene, milagrosamente, una escena de
fuerza, sobre todo de esa fuerza musical a la que quiero
referirme. Es ella Los gritos del silencio (The Killing Fields,
¿por qué cambiarán los títulos?), de Roland Joffré. La es-
cena que digo es la de la evacuación de la embajada USA.

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Es un juego en el tiempo de la inminencia del fracaso, la capaz de ofrecer. El fracaso de esta película es que no está
cercanía del peligro, la inexorabilidad de la tardanza, con en ella Pepe Isbert. Y de cierto que, como desgraciada-
el ensordecedor ruido —ruido para la vista en el eterno mente ya ha muerto, era necesario resucitarlo o sumirse
girar de los rotores de los helicópteros, negros pájaros de en el silencio expresivo de lo que nos falta. Pero, espero
la guerra, ahora de una episódica salvación, y ruido para que estés de acuerdo conmigo porque es evidente, a Ber-
el oído, casi imposible de aguantar, de sus motores, de la langa le tocaba buscar sus instrumentos de escritura, por-
música maravillosa de Mike Oldfield. Todo ello es como que el mundo está lleno de Pepes Isbert.
la partitura que el espectador recrea y da forma musical Por fin, dentro de esta carta sobre la musicalidad en el
en el instante de su cuerpo y de su alma, instante que así cine, quiero referirme a una película de Francis Coppola
comienza ya a integrarse en el continuo del tiempo. que, conforme pasa el tiempo, cada vez me gusta más: La
Falta casi absoluta de esa musicalidad de la que quiero ley de la calle (Rumble Fish, ¿por qué cambiarán los títu-
hablar en La vaquilla, soporífera película de^Berlanga, los?). Es una partitura truncada, que yo, espectador, no
cuando parecería que se coaligaban todos los elementos puedo recrear con gozo, como hubiera sido mi deseo.
para lograr algo acertado. Ha faltado en ella el instru- Blanco y negro lleno de infinito colorido, brillante, es-
mento musicaf: el actor. Es necesaria la presencia del plendoroso, como hacía tiempo no veía, al menos causán-
viejo Pepe Isbert en las películas de Berlanga para que se dome tanto placer. Vago recuerdo nostálgico de los se-
nos ofrezca eso que sin' él parece imposible. Y el punto senta y del cine de los cincuenta (Elia Kazan, Nicholas
clave está dicho en una palabra: presencia. Mensajes tam- Ray); una cámara con la insidiosa y fascinante movilidad
bién nos los quieren hacer llegar los José Sacristán, los de ésta nos lleva derechos a Samuel Fuller. La presencia
Alfredo Landa y los Adolfo Marsillach; soporíferos bal- neblinosa de un actor (Matt Dillon), porque pocas veces
buceos que transmiten y rezuman provisional mentira y un blanco y un negro tan nítidos han dado un resultado
—de nuevo— cartón-piedra, con guiños a todos los ban- tan lleno de grises de una esperanza que no llega, que se
dos de la guerra civil. Pero falta una presencia que haga ahoga en el grito sin reflejo de una muerte cruel
verdad todo eso que allí simplemente se nos dice. La pre- (¡mundo cruel, sociedad perdida y sin futuro!), pero sin
sencia de un actor, tan atípico en este caso como José Is- necesidad interna, porque Coppola no domina el relato.
bert (junto a Fernando Fernán Gómez, uno de los pocos La razón se me aparece muy sencilla: nada tiene que de-
actores con «presencia» que ha producido nuestro país), cirnos, precisamente cuando nos hace patente que dis-
que con su aspecto cochambroso, sus gestos y cara res- pone de las herramientas creativas más fascinantes del
plandecientes, y su voz, sobre todo su voz, sean instru- cine de ahora. Es una pena, pero no hay melodía; al me-
mento de una creación, frases en las que se escribe; por- nos están casi todas las demás cosas.
que el creador necesita formalizar su creación en un Un abrazo.
soporte (múltiple y complejísimo en el cine), y conseguir
la forma adecuada en que eso se realiza. No valen los sue-
ños, no valen las buenas intenciones, no valen las palabras
y los guiños al margen que «dicen» lo que no se ha sido

186 187
6 dejan entrever un paisaje rechazado por la diferencia (la
Querido Raúl: madre, el coronel que se casa con ella) o vulgares entro-
En la carta anterior te decía que todavía me queda algo metidos como ese profesor que «mete la pata (provo-
por tratar. Algo, además, de gran importancia: el aspecto cando el suicidio de un alumno "diferente") pues un pro-
transformador, en lo individual y colectivo, de la belleza. fesor no va a los vestuarios: se nota que no fue antiguo
Hoy comienza a ser ese día, pues he visto una película in- alumno». Y, sin embargo, son ellos, los mayores, dueños y
glesa, Otro país, de Marek Kanievska, primerizo cineasta señores de la reproducción educacional, con una pasmosa
de origen polaco, con guión de Julián Mitchell (autor de habilidad para, sin estar, hacerse presentes en producir lo
la pieza teatral que sirve de trama a la película), que me que esperan que se produzca, lo que debe ser; para to-
invita a ello. mar en sus manos también situaciones que deben endere-
Fui ese día al cine casi desprevenido —¡ventajas del vi- zarse cuando quieren sobrepasarse e ir más allá del juego
vir en provincias!—, pero con un contexto global sufi- o del ardor juvenil, convirtiéndose en signos inequívocos
ciente para ver al punto la referencia al grupo de exquisi- de la «diferencia», sea diferencia sexual, sea diferencia
tos ingleses de élite que se convirtieron en espías de la política.
URSS hasta que se descubrió la «traición» a mediados de Porque la diferencia provoca rompimiento absoluto en
los años cincuenta. ese mundo que apunta, mostrando un comportamiento
Es una historia singular. Estamos en un microcosmos que busca un mundo distinto; quizá mejor, quizá más li-
como sólo un «colegio público» inglés (privado y reser- bre, en todo caso menos convencional y centrado en el
vado al máximo) puede serlo. Estamos en 1932. Se educa férreo poder social. Momento gravísimo, pues es cuando
allí de una manera extrañamente particular a lo que va a la educación ya no es reproducción.
ser la crema misma del país. Ahora los vemos en su niñez Mirada crítica incluso de la diferencia. El final de la
y adolescencia; luego irán a las universidades de Cam- historia nos muestra que nada ha producido en verdad de
bridge y Oxford. El mejor microcosmos en donde se re- diferente, como no sea la soledad de una vejez sin espe-
fleja el macrocosmos de la élite y el poder. ranza ni añoranza («no añoro nada, excepto el cricket»).
En este contexto es una reflexión perfectamente ati- Y, sin embargo, la rebelión de las diferencias fue una bo-
nada desde un punto de vista particular, desde la perspec- canada de autenticidad en un mundo inauténtico.
tiva de un «ser diferente», que pone en evidencia las es- Y lo que me encanta de esta película es que sólo hay
tructuras de un poder que se perpetúa, y que desde el una historia que se va relatando y nos señala imaginativa-
mismo comienzo de la vida prepara a los suyos. Libera- mente todo lo que lleva en su seno. N o lo hace con dis-
lismo de esa educación (en una encuademación lujosa, cursos, con ideologías, con convicciones que se repiten
pero que produce un más que férreo encuadre. Repro- para que captemos el mensaje. Todo está encerrado en
ducción en cachorros que se preparan ya a ser leones una historia que vemos ante nuestros ojos. Historia que,
como los otros). como siempre, tiene palabras, pero sobre todo tiene lu-
Microcosmos en el que los «mayores», sin embargo, es- ces, músicas, colores, movimientos de cámara, que son
tán extrañamente ausentes. Aparecen como figuras que junto a la presencia de los actores, sus movimientos, los

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edificios, canales y jardines, las letras y las reglas sintácti- 7
cas con las que se nos cuenta un cuento que va mucho
más allá del mero cuento. No hay «mensaje», porque todo Querido Raúl:
lo que tenemos delante es mensaje que se recrea en noso- Ha pasado un año. Sigo con tanto gusto como el pri-
tros, activos espectadores. Microcosmos que es, nueva- mer día, pero con más susto. Es claro que estas cartas so-
mente, una manera de mirar el macrocosmos entero, bre cine no quieren ser «pedagógicas», sino una reflexión
desde un singular punto de vista. sobre el cine, inmersa en la belleza; porque de lo bello
Capacidad maravillosa de sugerir por alusiones que sólo se debe escribir desde lo bello. Se puede, por su-
proceden de'la imaginación y de la sensibilidad. El ahor- puesto, hablar de cine desde mil perspectivas, pero quien
camiento no se enseña con lenguas salientes, carnes tu- —como es mi caso— quiere en estas cartas transitar por el
mefactas y gestos de muerte, sino con una túnica que cae, cine hacia la gloria de lo bello, no lo puede hacer explica-
unas zapatillas que se descalzan y un cuerpo bello (el de la tivamente, sino intentando abrir puertecillas que hagan
princesa) que es retirado, como en Mizoguchi. Desde ahí transparentar idéntica gloria.
es desde donde comienza a entenderse el efecto transfor- He visto este verano dos películas impresionantes: Or-
mador de la belleza. Sin ella no cabe lugar para la trans- det (1954), de Cari Dreyer, y Mixed Blood (Sangre y salsa),
formación. de Paul Morrissey, realizada en 1984. La primera la cono-
No es, pues, esta película una reflexión sobre el comu- cía ya; la volví a ver por la televisión —¡no pude resistir la
nismo y la homosexualidad —aunque ahí están—, sino una tentación!—, en donde recordé su belleza extraordinaria.
bella reflexión cinematográfica sobre la educación repro- Dreyer ha hecho algunas de las películas más bonitas que
ductora, sobre la apertura a la diferencia, una reflexión he visto. Siempre de una simplicidad soberana. Pero sim-
preciosa sobre la sociedad y sobre la historia. plicidad como resultado, pues la construcción y el movi-
Un abrazo. miento de cada una de las escenas, y el juego global de és-
tas, tienen una medida rigurosa y una gran complejidad.
La de Morrissey es un poema de sangre, limpio y sencillo;
una mirada pura a una flor roja y de una violencia descar-
nada, hasta sensual, que nace en el más sórdido de los lu-
gares que ha sido capaz de construir nuestra sociedad, en
un barrio abandonado de Nueva York.
De Dreyer te escribí ya con ocasión de La pasión de
Juana de Arco. Algún día me gustaría hacerlo también so-
bre Dies trae. Paul Morrissey lo tengo en la memoria por
aquél trío de Flesh (1968), Trash (1970) y Heat (1971),
reflejo también de una flor sensual en un sórdido lugar,
en una sociedad de deshecho. Junto con El diablo probable-
mente de Bresson, la mejor entrada cinematográfica a lo
190 191
que fueron aquellos años de finales de los sesenta. Belleza las palabras, para que llenen el oído vado, para que lle-
de la podredumbre, de lo siniestro; tragedia de los pétalos guen a los niños que nunca han tenido la oportunidad de
de una flor en el barro de la inmundicia. descubrir la vida, como no sea en el agujero de las
La mirada de Morrissey es limpia; mirada de pintor ratas.
lleno de luz. Sordidez de ese mundo de la venta de droga Inmensa y entrañable mirada de Morrisey, cargada de
dura por una banda de niños latinos en el deshecho de la hálito fresco, de esperanza. Pocas veces en el cine me ha
gran ciudad, al mando de la prodigiosa actriz brasileña llegado tan adentro un poema sobre la inmensa profundi-
Marilia Pera. Pérdida de la moral en un barrio que ha dad del hombre. Y precisamente cuando lo que veo son
perdido su habitáculo para convertirse en morada de bes- las consecuencias de su radical limitación. Pero quedan
tias. Allí es donde vive la «madre» con sus niños. Allí ven- esas miradas mudas, contenidas, perdidas en el mundo
den su mercancía, allí son ricos hasta la exasperación, allí que se les ha dado, constante grito silencioso a nuestra
están dejados de todos, «permitidos» por todos. Allí ma- propia profundidad. Y queda también ese torrente de pa-
tan y allí mueren. Sin rencor, sin miedo, sin hosquedad. labras a las que se les ha negado la capacidad de expresar,
Mundo vaciado de toda interioridad. Sólo quedan algu- pero que nosotros entendemos en nuestra propia pro-
nos gestos vacíos, descarnados. Sin embargo, se oye el fundidad.
ruido de la inmensa tragedia que grita en nuestro cora- En Dreyer, en cambio, eso mismo se hace explícito en
zón. Poema de sangre. Tragedia del mundo que nos esta- la mirada. Curiosamente, el título se traduce así: la pala-
mos construyendo. Mundo de bestias, apenas hombres, bra. Es palabra explícita. No pienses que sólo en frases
sólo niños sin esperanza, abocados a la rr&erte prematura dichas por los personajes. También, y quizá sobre todo,
en la guerra de bandas —ellos, precisamente ellos que no en las figuras inmensas, en los sentimientos, en esa conti-
se drogan, porque su «madre» no se lo permite—, mundo nua llamada al hijo y al hermano que ha venido en creerse
cerrado, sin horizonte, sin amor, sin ternura, sin cielo, sin el mismo Jesucristo; llamadas en un paisaje de viento, de
estrellas. dunas, de nubes, de gritos. En lo cálido del cariño, del
Limpieza de una mirada que se transforma en luz, en sentimiento y del amor; en el discurso cargado de sentido
colores transparentes, contrastados, violentos en su con- que ante nuestros ojos se hace palabra creadora de reali-
tradicción, en largas caminatas por calles putrefactas, por dad. Es un poema sobre la potencialidad de creación de
pasadizos entre ruinas. Por allí se mueven los niños a los una palabra que sea verdadera, un comentario cinemato-
que no les hemos permitido soñar y les hemos convertido gráfico a «en el principio estaba la palabra». Su final, la
en matadores. Prodigiosa figura de la «madre», que tiene resurrección.
memoria cargada de nostalgias, pero que proceden de las En una y en otra película encontramos, se nos da, se
favelas de Río, que ya entonces habían perdido sus pro- nos transmite, una visión del mundo. Son como una re-
pias raíces. Sólo le queda el discurso, el hablar continuo flexión en profundidad de la condición humana, en sus
para reconstruir bajo el engaño de las palabras lo que en- riquezas y en sus pobrezas, en su capacidad creativa y
tonces y ahora es falsedad, porque se pertenece a un condenatoria. Pero, y ahí está su enorme grandeza, nos lo
mundo que ha roto las entrañas y sólo deja la nostalgia de dan como fruto de su propia encarnación en historia, en

192 193
imágenes, en tiempo narrativo, en luz, en música (casi si-
lencio en Ordet, pero con la musicalidad extrema de las índice
palabras, si se escuchan en la bronquedad de su danés ori-
ginal). Una visión del mundo que es participación en la
belleza de la creación, de la creación artística, que ya es
gloria.
Todo esto también hubiera podido estar en Cotton Club
de Francis Coppola, pero, desgraciadamente, disponién-
dolo de todo, sólo le faltaba una cosa: no tiene nada que
decirnos, lo que no acontece, evidentemente, ni a Paul
Morrissey ni a Cari Theodor Dreyer, dos grandes cineas-
tas, artistas creadores de belleza.

1. Introducción; discernimiento y humildad 7


2. Credo con fe, fe con Credo 32
3. La contemplación, vivencia sacerdotal 40
4. ¿La vida consagrada, un sinsentido? 51
5. ¿Qué condiciones se requieren para evangelizar? 63
6. Juan Pablo II: la ciencia en nuestra cultura y
la fe 75
7. El encuentro de Rimini 1981 91
8. El Dios de los filósofos 99
9. Memoria, tiempo, tradición 115
10. La oración en el mundo de la cultura 138
11. ¿Hay una sola verdad? Verdad y pluralismo 146
12. Condiciones para la vuelta a una relación viva
entre conocimiento científico y verdad reve-
lada en el umbral del tercer milenio 157
Apéndice: Siete cartas sobre cine 173

194 195
Fotocomposidón c impresión
Notigraf - San Dalmacio, 8 - Madrid
Encuademación:
Sanfer - Hnos. Gome/., 32 Madrid
ISBN: 84-7490 189-8
D. L.: M-8999 1988

Printed in S|uin

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