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Cuando las mujeres no podían tocar el violonchelo para

evitar el “impúdico” despatarre
By Cultura NP 12 de julio de 2017

Hasta el siglo XIX el violonchelo fue un instrumento vetado a las

mujeres por culpa de la postura que debe adoptar el ejecutante: las
piernas abiertas de par en par para dejar espacio a los 45 centímetros que
tiene, de media, el instrumento en su parte más
ancha. Womanspreading del libro, para escándalo de puritanos.

Vía: blogs.publico.es | Por Iñaki Berazaluce

“El violonchelo es una evolución de

la viola de gamba, un instrumento
casi desaparecido pero muy popular
en el barroco. Las pocas mujeres que
tocaban la viola lo hacían con las
piernas cerradas y el instrumento
apoyado en las rodillas, porque aún
no había incorporado la pica, la larga
aguja sobre la que se apoya el
violonchelo”, me cuenta Susanna

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× Rozsa, violonchelista húngara

afincada en Ibiza.
(En honor a la verdad, hay que apuntar que no sólo el chelo sino también todos los instrumentos de viento
estaban prácticamente vetados para las mujeres, por aquello de que soplar una flauta traía a los hombres
imágenes libidinosas incompatibles con el noble arte de la interpretación musical. Realmente, el único
instrumento que las mujeres podían tocar antes del siglo XX era el piano y sus derivados -clave y clavecín- en
tanto la postura y la ejecución eran consideradas “apropiadas” para la “gracia” femenina. E inmóvil, evitando
cualquier tentación de tocar en público).

Aunque ya se sabe de alguna violonchelista femenina en orquestas del siglo XVIII, la postura que adoptaban era
necesariamente distinta a la que conocemos hoy. Según el manual ‘The Technics of Violoncello Playing’, escrito
en 1898 por E.S.J. Van der Straeten,

“Hay dos alternativas para toquen el

instrumento que son más elegantes
y, por tanto, más frecuentes. La
primera y la mejor es girar ambas
piernas a la izquierda, doblando la
rodilla derecha y situándola bajo la
izquierda. El lado izquierdo de la
parte trasera del instrumento debe
recostarse sobre la rodilla izquierda,
y el instrumento sobre la barbilla, en
una postura inclinada. La segunda
consiste en descansar la rodilla
derecha en un cojín sujeto en la
parte trasera del instrumento,
mientras éste se apoya en la rodilla
izquierda”.
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Por si no se hacen una idea de la postura según la descripción pueden recurrir a una imagen más conocida: la
amazona montada a horcajadas en su caballo o, más cerca aún en el tiempo, la donna italiana haciendo lo
propio en la Vespa (de paquete, se entiende). Ya saben, las piernas cerradas, que entran íncubos.

No se sabe con certeza quién fue la primera violonchelista en romper con el rancio código de postura al
violonchelo, pero se barajan varios nombres: la francesa Lisa Cristiani, que dejó impresionado al mismísimo
Mendelssohn cuando actuaba en Leipzig con sólo 18 años, o casi un siglo después la portuguesa Guilhermina
Suggia, legendaria violonchelista que vendió su violonchelo Stradivarius para financiar una beca que aún hoy
promueve a los jóvenes intérpretes de este instrumento -ellas y ellos- en Portugal.

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