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A mediados del siglo XIV, entre 1346 y 1347, estalló la mayor epidemia de peste de la
historia de Europa, tan sólo comparable con la que asoló el continente en tiempos del
emperador Justiniano (siglos VI‐VII). Desde entonces la peste negra se convirtió en una
inseparable compañera de viaje de la población europea, hasta su último brote a
principios del siglo XVIII. Sin embargo, el mal jamás se volvió a manifestar con la
virulencia de 1346‐1353, cuando impregnó la conciencia y la conducta de las gentes, lo
que no es de extrañar. Por entonces había otras enfermedades endémicas que azotaban
constantemente a la población, como la disentería, la gripe, el sarampión y la lepra, la
más temida. Pero la peste tuvo un impacto pavoroso: por un lado, era un huésped
inesperado, desconocido y fatal, del cual se ignoraba tanto su origen como su terapia;
por otro lado, afectaba a todos, sin distinguir apenas entre pobres y ricos. Quizá por
esto último, porque afectaba a los mendigos, pero no se detenía ante los reyes, tuvo
tanto eco en las fuentes escritas, en las que encontramos descripciones tan exageradas
como apocalípticas.
Sobre el origen de las enfermedades contagiosas circulaban en la Edad Media
explicaciones muy diversas. Algunas, heredadas de la medicina clásica griega,
atribuían el mal a los miasmas, es decir, a la corrupción del aire provocada por la
emanación de materia orgánica en descomposición, la cual se transmitía al cuerpo
humano a través de la respiración o por contacto con la piel. Hubo quienes imaginaron
que la peste podía tener un origen astrológico –ya fuese la conjunción de determinados
planetas, los eclipses o bien el paso de cometas– o bien geológico, como producto de
erupciones volcánicas y movimientos sísmicos que liberaban gases y efluvios tóxicos.
Todos estos hechos se consideraban fenómenos sobrenaturales achacables a la cólera
divina por los pecados de la humanidad.
De las ratas al hombre
Únicamente en el siglo XIX se superó la idea de un origen sobrenatural de la peste. El
temor a un posible contagio a escala planetaria de la epidemia, que entonces se había
extendido por amplias regiones de Asia, dio un fuerte impulso a la investigación
científica, y fue así como los bacteriólogos Kitasato y Yersin, de forma independiente
pero casi al unísono, descubrieron que el origen de la peste era la bacteria yersinia
pestis, que afectaba a las ratas negras y a otros roedores y se transmitía a través de los
parásitos que vivían en esos animales, en especial las pulgas (chenopsylla cheopis), las
cuales inoculaban el bacilo a los humanos con su picadura. La peste era, pues, una
zoonosis, una enfermedad que pasa de los animales a los seres humanos. El contagio
era fácil porque ratas y humanos estaban presentes en graneros, molinos y casas –
lugares en donde se almacenaba o se transformaba el grano del que se alimentan estos
roedores–, circulaban por los mismos caminos y se trasladaban con los mismos medios,
como los barcos.
La bacteria rondaba los hogares durante un período de entre 16 y 23 días antes de que
se manifestaran los primeros síntomas de la enfermedad. Transcurrían entre tres y
cinco días más hasta que se produjeran las primeras muertes, y tal vez una semana más
hasta que la población no adquiría conciencia plena del problema en toda su
dimensión. La enfermedad se manifestaba en las ingles, axilas o cuello, con la
inflamación de alguno de los nódulos del sistema linfático acompañada de
supuraciones y fiebres altas que provocaban en los enfermos escalofríos, rampas y
delirio; el ganglio linfático inflamado recibía el nombre de bubón o carbunco, de donde
proviene el término «peste bubónica». La forma de la enfermedad más corriente era la
peste bubónica primaria, pero había otras variantes: la peste septicémica, en la cual el
contagio pasaba a la sangre, lo que se manifestaba en forma de visibles manchas
oscuras en la piel –de ahí el nombre de «muerte negra» que recibió la epidemia–, y la
peste neumónica, que afectaba el aparato respiratorio y provocaba una tos
expectorante que podía dar lugar al contagio a través del aire. La peste septicémica y la
neumónica no dejaban supervivientes.
Origen y propagación
La peste negra de mediados del siglo XIV se extendió rápidamente por las regiones de
la cuenca mediterránea y el resto de Europa en pocos años. El punto de partida se situó
en la ciudad comercial de Caffa (actual Feodosia), en la península de Crimea, a orillas
del mar Negro. En 1346, Caffa estaba asediada por el ejército mongol, en cuyas filas se
manifestó la enfermedad. Se dijo que fueron los mongoles quienes extendieron el
contagio a los sitiados arrojando sus muertos mediante catapultas al interior de los
muros, pero es más probable que la bacteria penetrara a través de ratas infectadas con
las pulgas a cuestas. En todo caso, cuando tuvieron conocimiento de la epidemia, los
mercaderes genoveses que mantenían allí una colonia comercial huyeron despavoridos,
llevando consigo los bacilos hacia los puntos de destino, en Italia, desde donde se
difundió por el resto del continente.
Una de las grandes cuestiones que se plantean es la velocidad de propagación de la
peste negra. Algunos historiadores proponen que la modalidad mayoritaria fue la
peste neumónica o pulmonar, y que su transmisión a través del aire hizo que el
contagio fuera muy rápido. Sin embargo, cuando se afectaban los pulmones y la sangre
la muerte se producía de forma segura y en un plazo de horas, de un día como máximo,
y a menudo antes de que se desarrollara la tos expectorante, que era el vehículo de
transmisión. Por tanto, dada la rápida muerte de los portadores de la enfermedad, el
contagio por esta vía sólo podía producirse en un tiempo muy breve, y su expansión
sería más lenta.
Los indicios sugieren que la plaga fue, ante todo, de peste bubónica primaria. La
transmisión se produjo a través de barcos y personas que transportaban los fatídicos
agentes, las ratas y las pulgas infectadas, entre las mercancías o en sus propios cuerpos,
y de este modo propagaban la peste, sin darse cuenta, allí donde llegaban. Las grandes
ciudades comerciales eran los principales focos de recepción. Desde ellas, la plaga se
transmitía a los burgos y las villas cercanas, que, a su vez, irradiaban el mal hacia otros
núcleos de población próximos y hacia el campo circundante. Al mismo tiempo, desde
las grandes ciudades la epidemia se proyectaba hacia otros centros mercantiles y
manufactureros situados a gran distancia en lo que se conoce como «saltos
metastásicos», por los que la peste se propagaba a través de las rutas marítimas,
fluviales y terrestres del comercio internacional, así como por los caminos de
peregrinación. Estas ciudades, a su vez, se convertían en nuevos epicentros de
propagación a escala regional e internacional. La propagación por vía marítima podía
alcanzar unos 40 kilómetros diarios, mientras que por vía terrestre oscilaba entre 0,5 y 2
kilómetros, con tendencia a aminorar la marcha en estaciones más frías o latitudes con
temperaturas e índices de humedad más bajos. Ello explica que muy pocas regiones se
libraran de la plaga; tal vez, sólo Islandia y Finlandia.
A pesar de que muchos contemporáneos huían al campo cuando se detectaba la peste
en las ciudades (lo mejor, se decía, era huir pronto y volver tarde), en cierto modo las
ciudades eran más seguras, dado que el contagio era más lento porque las pulgas
tenían más víctimas a las que atacar. En efecto, se ha constatado que la progresión de
las enfermedades infecciosas es más lenta cuanto mayor es la densidad de población, y
que la fuga contribuía a propagar el mal sin apenas dejar zonas a salvo; y el campo no
escapó de las garras de la epidemia. En cuanto al número de muertes causadas por la
peste negra, los estudios recientes arrojan cifras espeluznantes. El índice de mortalidad
pudo alcanzar el 60 por ciento en el conjunto de Europa, ya como consecuencia directa
de la infección, ya por los efectos indirectos de la desorganización social provocada por
la enfermedad, desde las muertes por hambre hasta el fallecimiento de niños y
ancianos por abandono o falta de cuidados.
Las cifras del horror
La península Ibérica, por ejemplo, pudo haber pasado de seis millones de habitantes a
dos o bien dos y medio, con lo que habría perecido entre el 60 y el 65 por ciento de la
población. Se ha calculado que ésta fue la mortalidad en Navarra, mientras que en
Cataluña se situó entre el 50 y el 70 por ciento. Más allá de los Pirineos, los datos
abundan en la idea de una catástrofe demográfica. En Perpiñán fallecieron del 58 al 68
por ciento de notarios y jurisperitos; tasas parecidas afectaron al clero de Inglaterra. La
Toscana, una región italiana caracterizada por su dinamismo económico, perdió entre
el 50 y el 60 por ciento de la población: Siena y San Gimignano, alrededor del 60 por
ciento; Prato y Bolonia algo menos, sobre el 45 por ciento, y Florencia vio como de sus
92.000 habitantes quedaban poco más de 37.000. En términos absolutos, los 80 millones
de europeos quedaron reducidos a tan sólo 30 entre 1347 y 1353.
Los brotes posteriores de la epidemia cortaron de raíz la recuperación demográfica de
Europa, que no se consolidó hasta casi una centuria más tarde, a mediados del siglo XV.
Para entonces eran perceptibles los efectos indirectos de aquella catástrofe. Durante los
decenios que siguieron a la gran epidemia de 1347‐1353 se produjo un notorio
incremento de los salarios, a causa de la escasez de trabajadores. Hubo, también, una
fuerte emigración del campo a las ciudades, que recuperaron su dinamismo. En el
campo, un parte de los campesinos pobres pudieron acceder a tierras abandonadas,
por lo que creció el número de campesinos con propiedades medianas, lo que dio un
nuevo impulso a la economía rural. Así, algunos autores sostienen que la mortandad
provocada por la peste pudo haber acelerado el arranque del Renacimiento y el inicio
de la «modernización» de Europa.
ACTIVIDADES COMPLEMENTARIAS
5. Tal y como sucede con la pintura de Pieter Brueghel el Viejo, intenta localizar en
Internet alguna manifestación cultural de la época (pintura, literatura...) o
contemporánea (cine, literatura...) que haga referencia directa a la peste.
6. Intenta averiguar por qué la ciudad de Milán registró muchas menos muertes
que en el resto de Italia y de Europa occidental en general (escapó mucho mejor).
Fue la gripe española
La actual pandemia [de gripe aviar, 2009] tiene poco que ver con la epidemia de 1918. Lo
cuenta John Withington: la falta de higiene y de sanidad provocaron más víctimas en el
planeta que la I Guerra Mundial
JOHN WITHINGTON 4 JUL 2009
http://sociedad.elpais.com/sociedad/2009/07/04/actualidad/1246658402_850215.html
Es posible que la primera pandemia de gripe fuera la de 1580, cuando el virus atravesó
Asia y África, causando muchas víctimas en Italia, España y Alemania. Fue entonces
cuando adquirió su nombre, que en inglés es influenza, palabra italiana que se le asignó
porque se creía que era debida a una mala influencia astrológica.
El peor brote fue el que empezó en los últimos meses de la Primera Guerra Mundial, y
que finalmente se cobraría más víctimas que el propio conflicto. En febrero de 1918, la
ʺfiebre de los tres díasʺ afligía a ocho millones de españoles; entre ellos, el rey Alfonso
XIII. En Madrid llegó a atacar a un tercio de la población. Los pacientes sufrían una
fiebre de cuarenta grados y un dolor en la cuenca de los ojos, en los oídos y en la zona
lumbar, que luego parecía sentirse en todo el cuerpo. Al cabo de tres días, la mayor
parte se recuperaba. La dolencia llegó a conocerse como ʺla gripe españolaʺ, aunque
son muchos quienes creen que ya había aparecido antes entre las tropas desplazadas,
posiblemente en los campamentos norteamericanos, donde se reunían los soldados
antes de salir rumbo a Europa, pero que no se había comunicado porque le hubiera
resultado muy favorable al enemigo. En España, que fue neutral durante la guerra, no
se mantuvo en secreto.
Es cierto que, en la primavera de 1918, una epidemia de gripe en Fort Riley mató a
cuarenta y seis hombres y afectó a otros mil, para extenderse enseguida a una escala
tan significativa como para no poder ocultarla. En mayo, la Gran Flota británica tuvo
durante doce días a diez mil hombres enfermos, y no pudo hacerse a la mar. (...)
La cepa de esta enfermedad era bastante benigna: atacaba a muchos, pero mataba a
relativamente pocos. Sin embargo, al llegar el otoño, ya se había vuelto más letal, y a
menudo derivaba en neumonía, con resultados fatales. (...) En total, fueron once mil los
soldados norteamericanos que murieron de gripe en el Frente Occidental, y otros
veintidós mil fallecerían sin llegar a salir de Norteamérica. En un momento dado, el
doctor Victor Heiser, gurú de la sanidad pública, comentó: ʺResulta más peligroso ser
soldado en los Estados Unidos, que están en paz, que hallarse en primera línea de
fuego en Franciaʺ.
Este brote tuvo una peculiaridad: al revés que la mayor parte de las epidemias de gripe,
en las que corren más riesgos los de menor edad o los ancianos, éste parecía llevarse
antes a quienes se hallaban en la flor de la vida. En Washington DC, una mujer llamó
muy alterada a la compañía telefónica para decir que dos de sus compañeras de piso
habían muerto y la tercera estaba muy enferma; pero cuando llegó la policía, encontró
cuatro cadáveres. Se estima que una persona de cada diez se contagió de la gripe en
Boston, y que dos terceras partes de los afectados murieron. El New York Times advertía
a los hombres de que, si querían besar a una chica, debían hacerlo a través de un
pañuelo. En Ciudad del Cabo murieron seis personas durante un corto trayecto en
tranvía. En la otra punta del país, en la cordillera del Witwatersrand, cuarenta mineros
estaban subidos en el montacargas de una mina de carbón cuando el operario
encargado de manejar el mecanismo sintió todo el cuerpo empapado en sudor frío y los
brazos muertos; fue incapaz de activar el freno y la caja ascendió a toda velocidad
hasta chocar con el techo; murieron veinticuatro hombres. En la investigación se eximió
al operario de toda culpa. En Bombay murieron setecientas personas en un solo día; la
tasa de mortalidad más baja se dio entre los ʺintocablesʺ, ya que nadie se acercaba a
ellos.
En ocasiones, la respuesta de la sanidad pública no fue la más apropiada. La gripe
llegó a Ciudad del Cabo a bordo de un barco procedente de Sierra Leona, donde
quinientos estibadores la habían padecido. A pesar de que durante la travesía habían
muerto noventa personas, el Gobierno surafricano no obligó a mantener las
precauciones de cuarentena hasta un mes después de que hubiera llegado la nave, y
para entonces la enfermedad ya había prendido en tierra. En muchos lugares, las
víctimas quedaron tan aisladas como aquellos que, siglos atrás, habían padecido la
peste bubónica; ponían una señal en la ventana, y los comerciantes les dejaban víveres
en la puerta. Tampoco dejaron de aplicarse los prejuicios que antes eran normales. La
política antigripe en Varsovia se concentró en el gueto judío, porque, según una
proclama, la raza judía es ʺenemiga destacada del orden y la limpiezaʺ. En el suroeste
de África, los hospitales no admitían a los negros, y el diario Montreal Gazette publicó
en portada este titular: ʺNo hay razón para el pánico, excepto entre los orientalesʺ.
(...) En la ciudad de Quebec, la situación se hizo tan insostenible que al menos diez mil
víctimas se quedaron sin recibir atención médica. En Adelaide, los pacientes tenían que
compartir cama. Pero incluso cuando el médico llegaba a atender al paciente,
generalmente no sabía qué hacer. Un profesional norteamericano admitía que ʺno
sabemos más sobre la gripe de lo que sabían sobre la peste negra en la Florencia del
sigl[o XIV. Si un ciudadano estornu]daba o tosía en una calle de Nueva York, podía ser
multado con quinientos dólares o encarcelado durante un año; a los pocos días de que
se promulgara esta ley ya se habían visto ante el juez cientos de ciudadanos. Bastaba
un estornudo para que ocho millones de bacterias quedaran suspendidas en el aire
durante media hora, así que se extendió el uso de las mascarillas hospitalarias como
prevención. (...) El alcalde de San Francisco decía a sus ciudadanos: ʺ¡Póngase una
mascarilla y salve su vida! Una mascarilla protege al noventa y nueve por ciento contra
la gripeʺ. (...) A finales de 1918 había pasado lo peor de la pandemia, aunque todavía
en mayo del año siguiente murieron quince mil personas en Mauricio. Sumando todos
los países del mundo, fueron más de mil millones de personas las que padecieron la
enfermedad, y posiblemente unos setenta millones los muertos, en comparación con
los diez millones de vidas que se cobró la guerra mundial. El país con más víctimas fue
la India: casi diecisiete millones, una de cada veinte personas. Las Indias Orientales
Neerlandesas, la actual Indonesia, perdieron a ochocientos mil ciudadanos; Estados
Unidos, a quinientos cuarenta mil; Rusia e Italia, a trescientos setenta y cinco mil cada
uno; Gran Bretaña y Alemania, a más de doscientos veinte mil cada uno, y España, a
ciento setenta mil.
La enfermedad golpeó mucho más allá de los campos de batalla, y fueron muchos los
médicos que veían por primera vez en qué condiciones de falta de higiene vivía gran
parte de la humanidad: en Melbourne, diez mil viviendas carecían de servicio alguno
de alcantarillado, y en Ciudad del Cabo había un establo donde residían veinte
familias. Un periódico de Copenhague proclamaba: ʺLa lección que tenemos que
extraer de esta pandemia es que hay que combatir la pobrezaʺ, y de hecho sirvió para
que se realizaran rápidamente ciertas mejoras en la sanidad pública. En Italia
empezaron a hacerse exámenes médicos obligatorios a los niños en edad escolar;
Ciudad del Cabo y Berlín emprendieron ambiciosos programas para el saneamiento de
los barrios bajos; y en Norteamérica se impuso a las tiendas, hoteles y restaurantes
unas condiciones más estrictas de higiene.
Historia mundial de los desastres, de John Withington. Ediciones Turner.
ACTIVIDADES COMPLEMENTARIAS
El viento que sopla de madrugada en el Sáhara que separa Camerún de Chad. Estaba solo y no
argelino hiela las entrañas. Unos 40 jóvenes tiritan sabía hacia dónde ir.
de frío a las afueras de Tamanrasset, una ciudad de
casi 100.000 habitantes que se levanta a la orilla de Como la mayoría de los chicos que se lanzan a
un oasis y sirve de punto de encuentro a quienes cruzar África, Cissé había dejado su casa sin un
navegan por el desierto. Los viajeros, entre los que destino claro ni dinero. Para continuar quemando
hay nigerianos, cameruneses y congoleños, están en kilómetros necesitaba trabajar. El primer empleo
mitad de una de las etapas más peligrosas de su que encontró fue de peón de obra en Chad durante
travesía a través del continente africano, la que les seis semanas. Allí conoció a un grupo de
lleva desde la pobreza conocida a la incertidumbre cameruneses que, como él, habían abandonado sus
europea. casas, aunque con un poco más de información.
Fueron los primeros que le hablaron de una isla
Han tardado cinco días en recorrer los 600 italiana muy próxima a la costa de Túnez,
kilómetros de arena que separan Tamanrasset de la Lampedusa. Pero sus compatriotas le enumeraron
ciudad minera de Arlit, la puerta sur del desierto, en los peligros de la ruta: había que temer al mar,
Níger. Están exhaustos. Han viajado apiñados en donde se ahogan tantos sueños, y mucho antes
un vehículo de 20 plazas a más de 50 grados de necesitaba preocuparse por los bandoleros que
temperatura. En las horas sin luz, la oscuridad era campan a sus anchas por el desierto de Libia.
tan espesa que solo veían el blanco de los ojos de
sus compañeros. Ahora esperan casi desnudos a Intimidado por las advertencias, Cissé buscó una
que alguien acuda a su encuentro. ruta más segura y decidió desviarse hacia Nigeria.
Llegó en autobús a Maiduguri, una sofocante
Loumkoua Cissé recuerda bien aquella noche en ciudad en el norte del país. Allí trabajó como chico
mitad del desierto. Era marzo de 2009 y él llevaba de los recados en el mercado aprovechando que,
un año de camino. Ahora la rememora sentado en pese a ser casi un niño, sus brazos eran largos y
el salón de la ONG Acoge, en Madrid, donde medía 1,80. El problema surgió al descubrir que no
estudia electricidad tras un periplo de tres años que siempre iban a pagarle sus esfuerzos. Demasiadas
le llevó a través del mismo Sáhara en el que 92 noches se encontró acostado con el estómago vacío
inmigrantes murieron deshidratados en octubre del tras un trabajo agotador, así que decidió que
año pasado. Maiduguri no era un buen sitio y emigró de nuevo.
Cissé había nacido en Duala, la mayor ciudad de Tomó otro autobús con destino a la populosa Kano,
Camerún. Su padre vendía calzado para a 700 kilómetros al oeste. Cuando faltaba poco para
mantenerlos a él y a sus ocho hermanos. Cuando el llegar a la ciudad el vehículo se detuvo. Una
hombre perdió el trabajo, la estabilidad de la patrulla de la policía subió e hizo bajar a varios
familia se fue al traste. Cissé, aún un estudiante de pasajeros. Entre ellos, a Cissé. “No parece que
15 años, sintió que no había más salida que huir, y tengas cara de nigeriano”, le dijeron. El joven se
en marzo de 2008 se lanzó a la aventura con una vio a 1.400 kilómetros de su casa y sin saber una
mochila y dos mudas. La oportunidad llegó en palabra de inglés, el idioma en el que se dirigían a
forma de camión de cebollas. Esperó en el mercado él los agentes de la excolonia británica. Pero tiró de
a que se pusiera en marcha. Sin que nadie lo viera, ingenio. “Mi madre es camerunesa, pero mi padre
saltó y se agazapó entre la mercancía. Cubierto de es de Nigeria y vengo a verle”, respondió. Los
capas de hediondez completó las cinco horas de agentes, que buscaban terroristas de la milicia
ruta hasta Yaundé, la capital de Camerún. Allí, con islamista de Boko Haram, lo dejaron ir.
el poco dinero que tenía, compró un billete de tren
hacia el norte. En apenas 48 horas cruzó la frontera En Kano, Cissé aguantó seis meses en el mercado
de la ciudad. Varios conocidos le aconsejaron que
cruzara la frontera con Níger y desde allí se buscara Tamanrasset es un gran cruce de caminos para los
un futuro en el norte de África. Pero para eso había emigrantes africanos, muchos de los cuales no
que atravesar el desierto. Sin arredrarse, Cissé se aspiran a alcanzar Europa. De hecho, el 80% de
presentó a los hombres que organizaban los viajes ellos no sale del continente. A Tamanrasset llegan
para cruzar los 600 kilómetros de arena y sed hasta los que proceden del sur, como Cissé, y los que
Argelia. Ellos lo metieron en un atestado jeep vienen del este, de Etiopía, Eritrea o de Sudán del
militar en Arlit para afrontar el trayecto. Tras 12 Norte. Este último es el caso de Sylvester, hoy un
horas de viaje entre dunas, el vehículo se estropeó y joven de 28 años, de 1,95 de estatura y facciones
dejó al grupo tirado. “En un par de días en el finas, que alterna una sonrisa infantil con una
Sáhara una persona gorda se queda así”, explica expresión de pesadumbre cuando rememora los
Cissé alzando el dedo meñique de su mano derecha. días de su viaje mientras toma un té también en
El conductor y los viajeros intentaron arrancar una Madrid.
y otra vez, pero el sonido del contacto se ahogaba
antes de encender el motor. “Las primeras horas te Hoy Sylvester vive en un piso de acogida en Parla
preocupas de que se arregle la avería; a partir del y estudia español. Han pasado cinco años, pero sus
segundo día ya solo piensas en que vas a morir”, enormes manos continúan marcadas por el trabajo
recuerda el chico. en la granja de su familia y su labor de mecánico.
Ese era su oficio en Tamanrasset, donde llevaba
Efectivamente, a las 48 horas apenas quedaban meses viviendo con su amigo Musa cuando Cissé y
comida ni agua. El calor era tan intenso que incluso su grupo llegaron a la ciudad en la primavera de
a la sombra del coche costaba respirar. En la 2009. En su camino hasta allí había tardado seis
mañana del tercer día, dos congoleños de 20 años meses. Primero atravesó Libia en moto, hasta que
lograron ajustar las piezas del motor. El conductor, la máquina dijo basta, y luego viajó en autobuses
un nigeriano reservado y con los ojos enrojecidos atestados.
por el sol, encendió el motor y los gritos de alivio
resonaron en el desierto. En Argelia, que al igual que Marruecos ha llegado
a acuerdos con la UE para reforzar sus fronteras,
El viaje del grupo continuó. Durante dos días los subsaharianos deben vivir ocultos. “Cuando la
serpentearon para evitar los controles de la policía policía ve a un negro es como si viese dinero: sale
argelina. “Cuando subíamos una duna muy corriendo a por nosotros”, explica Cissé. Él y
empinada, unos caíamos sobre otros; estábamos tan Sylvester nunca llegaron a encontrarse, pero sus
apretados que se nos hinchaban las piernas”, caminos discurrieron paralelos durante muchos
recuerda Cissé. “Pero nadie se quejaba porque meses, hermanados por las penurias. Ninguno de
estábamos en marcha”. Solo a veces, cuando la los dos podía pasear ni trabajar en los mercados. Se
angustia se hacía insoportable, alguien golpeaba la arriesgaban a ser capturados, deportados y
cabina del conductor para que se detuviera y los abandonados a su suerte en el desierto.
chicos pudieran desentumecer las piernas. Tras
cinco días alcanzaron las afueras de Tamanrasset. Para devolver su deuda con la mafia, el adolescente
camerunés tomó cada día diferentes caminos para
La memoria de Cissé regresa a ese día. Llevan siete llegar a la zona de viviendas en construcción en la
horas esperando donde el conductor del todoterreno que trabajaba, en el extrarradio de Tamanrasset. No
les había ordenado. Aparece entonces una caravana tenía arnés ni casco. Su capataz argelino tan solo le
de taxis. Desconcertados ven cómo un grupo de extendía unos guantes desgastados que apenas le
subsaharianos y árabes baja de los vehículos. “Nos protegían las manos. Todos sus compañeros eran
dijeron que para llevarnos a la ciudad les debíamos veinteañeros que cargaban carretillas de cemento,
pagar más, pero no teníamos dinero, así que ladrillo y grandes tablones de madera que subían a
teníamos que trabajar para ellos”. El único modo de estructuras de 20 metros de altura a cambio de
seguir el viaje pasa por aceptar el chantaje de esa comida y la promesa de saldar su deuda “pronto”.
mafia que trafica con las esperanzas de muchas de Así pasaron meses, hasta septiembre de 2009. “Un
las 80.000 personas que, según la Agencia de día iba con dos compañeros. Estábamos cerca del
Naciones Unidas para la coordinación de Asuntos trabajo, teníamos que subir una cuesta muy
Humanitarios, atraviesan el Sáhara a través de empinada cuando vimos a la policía corriendo hacia
Níger cada año. nosotros. No teníamos escapatoria”. Tres horas
después Cissé estaba esposado, en el desierto, en un
camión del Ejército argelino, camino de la frontera tras la máquina de un convoy en desuso. Sonó el
con Malí, deportado. primer pitido. Los jóvenes se acuclillaron como en
posición de salida para una carrera de 100 metros
Allí, en los primeros poblados tras la frontera se libres. Sonó el segundo pitido y flexionaron sus
hizo con un preciado pasaporte falso maliense, que piernas para lograr la mayor explosividad. El tren
es aceptado en Argelia. “Gasté todo el dinero que se puso en marcha. Alcanzó los 10, 20, 30…
tenía en conseguirlo. El hombre que me lo vendió kilómetros por hora. Sonó el tercer pitido y salieron
estuvo un rato mirando muchos hasta que encontró disparados al encuentro de la máquina. La
el de alguien que se parecía a mí”. Con su nueva penumbra y la fuerza de las zancadas nublaban la
identidad regresó a Tamanrasset, otra vez el punto vista y distorsionaban las formas del vagón justo
de partida, pero con el objetivo de recoger sus antes del salto para asirse a las puertas metálicas.
pertenencias y viajar hacia el norte de Argelia.
Todos lograron abrazarse al tren. A 80 kilómetros
Mientras, Sylvester también pensaba en el por hora el frío era intensísimo. Quedaban por
Mediterráneo, en Orán. Emprendió con Musa 2.000 delante 535 kilómetros y 10 horas hasta llegar a
kilómetros de viaje por carretera, en autobuses Tánger. “Te tienes que agarrar bien, y aguantar.
“más o menos como los españoles”. Sus pasaportes Aguantar muchas horas. Y no te puedes dormir,
sudaneses les garantizaban un trayecto tranquilo; el porque entonces lo pierdes todo”.
maliense de Cissé, también. Pero cada control de
carretera abría una incógnita. “A los subsaharianos Sylvester y Musa optaron por desviarse hacia
siempre nos pedían la documentación, siempre”, Marraquech, donde tenían amigos que les podían
explica. El adolescente, que acababa de cumplir 17 facilitar alojamiento. En la ciudad el joven
años, ya había mecanizado el proceso. Bajaba del mecánico volvió a probar suerte en su oficio.
autobús con su bolsa, su único equipaje, sacaba el Encontró un taller en el que trabajar, pero tras
pasaporte falso, ponía una mueca de sumisión y apenas unas semanas el dueño le acusó de robar y
esperaba a que el agente de turno asintiera. lo despidió. La salida a Tánger se presentó como
una huida hacia adelante. “Desde Tánger se puede
Tras dos días de viaje, llegó a Orán, pero allí no ver España”, recuerda. Y esa visión precipitó la
había nada para él. “En Argelia no podía trabajar. decisión final: lanzarse al mar para entrar en las
Solo pedir en la calle y escapar de la policía”. Libre aguas jurisdiccionales españolas alrededor de Ceuta
del peso de ser explotado por una mafia, durante y ser rescatados por la Guardia Civil.
cuatro meses “muy duros” vivió en la calle. Así
recibió el año nuevo de 2010. Fue entonces cuando Los dos amigos se hicieron con una balsa de
empezó a pensar en Europa. plástico. La empujaron mar adentro hasta perder
pie. Sylvester subió a la embarcación, se giró y
La rampa de salida hacia la Península comienza en extendió su mano para encontrar la de Musa, pero
la frontera entre Argelia y Marruecos. En los 27 no la veía. Se llevó las manos a los ojos para
kilómetros que separan Maghnia de Oujda. “No aclarar la vista y encontrar la mano, pero no veía
hay señales, solo tienes que caminar y caminar con nada. Ni los dedos, ni los brazos, ni el pelo, ni la
mucho calor”, recuerda Cissé. Un recorrido en el cara de Musa. Siguió buscando, gritó su nombre,
que la picardía tiene su papel. Conocedores de las pero no encontró nada. El pulso acelerado, la
tensiones diplomáticas entre los dos países respiración entrecortada y los gritos de la guardia
magrebíes, en caso de ser interceptados por la marroquí le empujaron a continuar mar adentro
guardia argelina los chicos del desierto les cuentan hasta que la Guardia Civil salió a su encuentro y lo
que ha sido el Ejército marroquí el que los ha condujo a Ceuta. Era la primavera de 2010. Habían
trasladado a ese lugar. “Así ellos nos envían a pasado dos años desde que Sylvester salió de
Marruecos”, explica Cissé. Darfur.
A partir de este punto entra en juego el tren. Los Acercándose a los montes que rodean la ciudad ya
controles en las estaciones ferroviarias son fuertes y estaba también Cissé. Tras cinco meses trabajando
no pueden colarse. Cissé y un grupo de chicos a los en el mercado de Tánger, tres años de odisea desde
que se había unido en la frontera dormían en su salida de Camerún y a punto de convertirse en
vagones abandonados en la estación de Oujda. Su mayor de edad, decidió que el mar era el mejor
tren salía al amanecer. Antes de que se levantara el modo de conquistar la ciudad. Sin saber nadar,
sol, seis adolescentes se escondieron entre las vías, abrazado a un neumático, logró entrar en aguas
internacionales y ser llevado a Ceuta. Era la
primavera de 2011. Quedaba muy lejos el día en el
que dejó Duala envuelto en cebollas.
RECOMENDACIONES DE LECTURA
Lee el texto una primera vez, para entender el argumento general del artículo. Luego vuelve a
leerlo, pero esta vez con más detenimiento, señalando con un círculo aquellos países (o
nacionalidades) que se mencionan, y con un subrayado las ciudades. A su vez, ve repasando el
itinerario de ambos jóvenes en una cartografía digital (p. ej. Google Maps) para familiarizarte
con el continente africano.
ACTIVIDADES COMPLEMENTARIAS
1. Al igual que en el mapa anterior, que muestra la travesía de dos años de Sylvester, elabora
un mapa que muestre la travesía de Cissé por el continente africano. Detalla, además del
itinerario, las principales ciudades donde se estableció, los episodios que sufrió y el tiempo
transcurrido en cada etapa.
2. En el texto se menciona una milicia, Boko Haram. ¿Qué es en realidad esta organización?