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Los bacteriólogos Kitasato y Yersin descubrieron, que el origen de la peste era la

bacteria yersinia pestis, que afectaba a las ratas negras y a otros roedores y se


transmitía a través de los parásitos que vivían en esos animales, en especial las
pulgas, las cuales inoculaban el bacilo a los humanos con su picadura.

La peste era pues una zoonosis, una enfermedad que pasa de los animales a los
seres humanos. El contagio era fácil, porque ratas y humanos estaban presentes
en graneros, molinos y casas, lugares en donde se almacenaba o se transformaba
el grano del que se alimentan estos roedores, circulaban por los mismos caminos
y se trasladaban con los mismos medios, como los barcos.

La bacteria rondaba los hogares durante un período de entre 16 y 23 días antes


de que se manifestaran los primeros síntomas de la enfermedad. Transcurrían
entre tres y cinco días más, hasta que se produjeran las primeras muertes, y tal
vez una semana más hasta que la población no adquiría conciencia plena del
problema en toda su dimensión.

La forma de la enfermedad más corriente era la peste bubónica primaria, pero


había otras variantes:

a. La peste septicémica, en la cual el contagio pasaba a la sangre, lo que se


manifestaba en forma de visibles manchas oscuras en la piel de ahí el nombre
de “muerte negra” que recibió la epidemia.

b. La peste neumónica, que afectaba el aparato respiratorio y provocaba una tos


expectorante que podía dar lugar al contagio a través del aire. La peste
septicémica y la neumónica no dejaban supervivientes.
Las autoridades de distintas ciudades
llegaron a la conclusión, de que la enfermedad tardaba no más de 39 días en
aparecer y, los que lograban sobrevivir no volvían a contagiarse nuevamente. Esto
provocaba la conocida cuarentena, que pasaban viajeros y navegantes confinados
a la llegada de algunas ciudades italianas.

Científicos del siglo XXI indican, que la enfermedad podría tener un periodo de
incubación no contagioso de unos diez o doce días. A éste seguiría un periodo de
latencia asintomático, pero contagioso, de unos veinte o veintidós días.

Posteriormente, aparecerían los síntomas y la enfermedad mataba en cuatro o


cinco días más. De ser así, este periodo de incubación y latencia tan largo sería
una de las causas que permitió su rápida propagación.

Los documentos más fiables son censos con fines recaudatorios, que no tienen en
cuenta la población exenta de impuestos por distintos motivos. Pese a todo, indica
que la peste negra pudo presentar una mortalidad del 80 %, extrapolando datos de
la epidemia padecida en la ciudad china de Cantón hacia el año 1894.

El principal medio de contagio de la peste eran las picaduras de las pulgas, que
campaban a sus anchas en una sociedad con tan poca higiene como la medieval.
Pese a que es difícil constatarlo con una enfermedad que afectó a tantas personas
de todo tipo y condición, sí que parece, que determinadas ocupaciones estaban
más expuestas a padecer peste que otras, siendo las más peligrosas ser
comerciante de paños, las pulgas se esconden entre los tejidos que, por ejemplo,
ser herrero.

De hecho, pronto se dieron cuenta del peligro de las vestiduras y entre las
primeras medidas, que se emplearon en Europa para evitar el contagio, fue el de
quemar la ropa de los infectados o prohibir la entrada de cargamentos de tejidos
en las ciudades. Incluso en algunas ciudades se permitía la entrada al viajero solo
después de haberse deshecho de las ropas, que se traía puestas, cambiadas por
otras seguras prestadas por la propia ciudad.

LA EXTENSIÓN DE LA ENFERMEDAD

Se inicia en Europa en la ciudad de Caffa (la actual Feodosia) en la península


de Crimea a orillas del mar Negro. En el año 1346, Caffa estaba asediada por el
ejército mongol, en cuyas filas se manifestó la enfermedad. Se dijo, que fueron los
mongoles quienes extendieron el contagio a los sitiados. Según el cronista
genovés Gabriele de Mussis, los rudos guerreros de las estepas asiáticas
cargaron sus catapultas con los cadáveres de sus muertos y los lanzaron a la
ciudad. Algo así como el primer ataque bacteriológico de la historia. Se tiene
constancia, de que la enfermedad salió en barco de esta ciudad, en octubre del
año 1347.

Cuando tuvieron conocimiento de la epidemia, los mercaderes genoveses que


mantenían allí una importante colonia comercial huyeron despavoridos, llevando
consigo los bacilos y llegó a Mesina (sur de Italia) a finales de dicho año, desde
donde se difundió por el resto del continente.

Hubo una guerra entre el Reino húngaro y el napolitano en el año 1347, puesto
que el rey Luis I de Hungría reclamaba el trono después del asesinato de su
hermano Andrés, quien murió asesinado por su propia esposa, la reina Juana I de
Nápoles. De esta manera, Luis condujo una campaña militar que coincidió con el
estallido de la Peste Negra.

Ante tanta muerte por la enfermedad, la campaña pronto tuvo que ser suspendida
y los húngaros regresaron a casa, extendiendo la pandemia por todo el centro de
Europa.

La peste se extendió desde Italia por toda Europa afectando territorios de las
actuales Francia, España, Inglaterra, Bretaña, Alemania, Hungría la
península Escandinava y Rusia.
Se estima, que entre el 30 % y el 60 % de la población de Europa murió desde el
comienzo del brote a la mitad del siglo XIV. Aproximadamente 25 millones de
muertes tuvieron lugar sólo en Europa junto a otros 40 a 60 millones en África y
Asia. Algunas localidades fueron totalmente despobladas y los pocos
supervivientes huyeron y extendieron la enfermedad aún más lejos.

La gran pérdida de población trajo cambios económicos basados en el incremento


de la movilidad social, porque la despoblación erosionaba las obligaciones de los
campesinos a permanecer en sus tierras. La peste provocó una contracción del
área cultivada en Europa, lo que hizo descender profundamente la producción
agraria. Esta caída llegó a ser de un 40 % en la zona norte de Italia, en el periodo
comprendido entre los años 1340 y 1370.

La repentina escasez de mano de obra barata proporcionó un gran incentivo para


la innovación, que ayudó a traer el fin de la Edad Media. La peste negra acabó
con un tercio de la población de Europa y se repitió en sucesivas oleadas hasta el
año 1490. Ninguno de los brotes posteriores alcanzó la gravedad de la epidemia
del año 1348.

Si seguimos la explicación de la medievalista Ana Luisa Haindl, fueron los pueblos


de las estepas quienes se habrían contagiado fuertemente, porque usaban pieles
de animales sin curtir para vestirse Entonces, la transmisión de pulgas, agente
transmisor de la peste, era inevitable. De hecho, hoy los científicos no culpan tanto
a las ratas del contagio de la peste, sino más a las pulgas, presentes no sólo en
los roedores, sino también en otros mamíferos.

En todo caso, una de las grandes cuestiones que se plantean es la velocidad de


propagación de la peste negra. Algunos historiadores nos dicen que la modalidad
mayoritaria fue la peste neumónica o pulmonar, y que su transmisión a través del
aire hizo que el contagio fuera muy rápido.

Como dice Ana Luisa Haindl, las costumbres de las sociedades tampoco


ayudaron mucho para contener la peste. Las ciudades europeas solían ser de
aproximadamente 40.000 habitantes. Las ciudades más grandes de la época eran
orientales: Damasco o Constantinopla, con un millón de habitantes. Sin embargo,
la forma en la que vivía la gran mayoría de la población, era de unas condiciones
de hacinamiento e higiene bastante precarias para nuestros parámetros actuales.

San Sebastián sacando un bubo de peste. Detalle de los murales de la Capilla de San Sebastián, Lanslevillard,
Francia. Anónimo francés del siglo XV

La gente en esos días no tenía la costumbre de lavarse las manos, tampoco el


baño era a diario. La ropa se usaba varios días seguidos, la gente vivía en casas
pequeñas, a veces con una sola habitación, albergando un grupo familiar
completo, muchas veces conviviendo con animales domésticos y ratas. Hay que
pensar en ciudades sin alcantarillado y casas sin baño. Todo eso crea condiciones
muy adversas para evitar la propagación de una peste.
Cuando la peste llegó a la ciudad de Florencia, en el año 1348, rápidamente se
propagó. Algunos se encerraron en sus casas, otros paseaban por la ciudad con
flores aromáticas para inhalar debido al fuerte olor a podredumbre.

La cantidad de muertos fue tal, que como cuenta el escritor florentino Giovanni


Boccaccio en su libro “El Decamerón”, las iglesias no contaban con espacio
suficiente para recibir los cuerpos, por lo que hubo que excavar grandes fosas
comunes. Y eso que eran los más afortunados de la sociedad. En los barrios
populares, a los muertos simplemente los arrojaban a la calle.

Por otro lado, cuando se afectaban los pulmones y la sangre, la muerte se


producía de forma segura y en un plazo de horas, de un día como máximo, a
menudo antes de que se desarrollara la tos expectorante, que era el vehículo de
transmisión. Por tanto, dada la rápida muerte de los portadores de la enfermedad,
el contagio por esta vía sólo podía producirse en un tiempo muy breve, y su
expansión sería más lenta.

Como estamos viendo, la transmisión se produjo a través de barcos y personas


que transportaban los fatídicos agentes, las ratas y las pulgas infectadas, entre las
mercancías o en sus propios cuerpos, y de este modo propagaban la peste, sin
darse cuenta, allí donde llegaban. Las grandes ciudades comerciales eran los
principales focos de recepción.
Desde ellas, la plaga se transmitía a los burgos y las villas cercanas, que a su vez
irradiaban el mal hacia otros núcleos de población próximos y hacia el campo
circundante.

Estas ciudades, a su vez, se convertían en nuevos epicentros de propagación a


escala regional e internacional. La propagación por vía marítima podía alcanzar
unos 40 kilómetros diarios, mientras que por vía terrestre oscilaba entre 0,5 y 2
kilómetros, con tendencia a aminorar la marcha en estaciones más frías o latitudes
con temperaturas e índices de humedad más bajos. Ello explica que muy pocas
regiones se libraran de la plaga, tal vez, sólo Islandia y Finlandia.

A pesar de que muchos huían al campo cuando se detectaba la peste en las


ciudades y se decía que lo mejor era huir pronto y volver tarde. En cierto modo, las
ciudades eran más seguras, dado que el contagio era más lento porque las pulgas
tenían más víctimas a las que atacar.

En efecto, se ha constatado que la progresión de las enfermedades infecciosas es


más lenta cuanto mayor es la densidad de población, y que la fuga contribuía a
propagar el mal, sin apenas dejar zonas a salvo y el campo no escapó de las
garras de la epidemia. En cuanto al número de muertes causadas por la peste
negra, los estudios recientes arrojan cifras espeluznantes.

El índice de mortalidad pudo alcanzar el


60% en el conjunto de Europa, ya como consecuencia directa de la infección, ya
por los efectos indirectos de la desorganización social provocada por la
enfermedad, desde las muertes por hambre hasta el fallecimiento de niños y
ancianos por abandono o falta de cuidados.

La península Ibérica, por ejemplo, pudo haber pasado de seis millones de


habitantes a dos o bien dos y medio, con lo que habría perecido entre el 60 y el 65
% de la población. Se ha calculado que ésta fue la mortalidad en Navarra,
mientras que en Cataluña se situó entre el 50 y el 70 %.
Más allá de los Pirineos, los datos abundan en la idea de una catástrofe
demográfica. En Perpiñán fallecieron del 58 al 68 % de notarios y jurisperitos.
Tasas parecidas afectaron al clero de Inglaterra.

La Toscana, una región italiana caracterizada por su dinamismo económico,


perdió entre el 50 y el 60 % de la población. Siena y San Gimignano, alrededor
del 60 %, Prato y Bolonia algo menos, sobre el 45 %, y Florencia vio como de sus
92.000 habitantes quedaban poco más de 37.000. En términos absolutos, los 80
millones de europeos quedaron reducidos a tan sólo 30 millones de personas
entre los años 1347 y 1353.

Los brotes posteriores de la epidemia cortaron de raíz la recuperación


demográfica de Europa, que no se consolidó hasta casi una centuria más tarde, a
mediados del siglo XV.

Durante los decenios, que siguieron a la gran epidemia de 1347-1353, se produjo


un notorio incremento de los salarios, a causa de la escasez de trabajadores.
Hubo, también, una fuerte emigración del campo a las ciudades, que recuperaron
su dinamismo.

En el campo, una parte de los campesinos pobres pudieron acceder a tierras


abandonadas, por lo que creció el número de campesinos con propiedades
medianas, lo que dio un nuevo impulso a la economía rural. Así, algunos autores
sostienen que la mortandad provocada por la peste pudo haber acelerado el
arranque del Renacimiento y el inicio de la modernización de Europa.
Las malas condiciones de higiene, una medicina precaria y alimentación deficitaria
fueron factores clave en su incidencia. La enfermedad golpeó las estructuras
sociales, como a la Iglesia, y fue un antecedente para los cambios que vendrán
en el siglo siguiente con la formación de los Estados nacionales y el Renacimiento.

LA MEDICINA MEDIEVAL

La medicina era impartida en las universidades, pero era más empírica que
científica y seguía influida en buena medida por los conocimientos aportados
por Galeno de Pérgamo y otros autores griegos y latinos. La práctica médica se
realizaba de una forma reflexiva, partiendo de los textos clásicos, y no científica,
basada en la experimentación metodológica.

La medicina medieval, como vemos, era muy precaria. No sabían qué provocaba
la enfermedad y mucho menos, cómo curarla o prevenirla. Se usan brebajes de
hierbas y piedras preciosas, a veces metales pesados, sangrías para bajar la
fiebre, pomadas para neutralizar el veneno de los bubones. Eran prácticas más
perjudiciales que sanadoras. Algunos médicos acertaron con algunas medidas
como el uso de mascarillas o los medios para purificar el aire. Por ejemplo, se
cuenta que el Papa Clemente VI se salvó, porque se mantuvo aislado y rodeado
de fogatas con hierbas aromáticas.

EL FIN DEL MUNDO

Si seguimos al gran historiador Le Goff nos dice, que la gente de la Europa


medieval, vivía en el temor. “Las matanzas de las invasiones bárbaras, la gran
peste del siglo VI, las terribles hambrunas que se repiten de vez en cuando
mantienen la angustiosa espera: mezcla de temor y de esperanza pero,
principalmente y cada vez más, miedo, pánico, terror colectivo. El Occidente
medieval, en esa espera de la salvación, es el mundo del miedo ineludible”.
Por ello, se extiende la idea de un
inminente fin del mundo y la llegada de un anticristo, que eran comunes en la
época. Ello permitió el surgimiento de varias corrientes de pensamiento como el
milenarismo, que aspiraba a la realización de la dicha eterna, en la tierra. También
surgieron movimientos alternativos como los cátaros, quienes propugnaban la idea
de la salvación a partir de la vida ascética lejos del mundo material, y
cuestionaban a la Iglesia Católica, quien los combatió con todo su poder al
considerarlos herejes.

Ya en el siglo XII, se habían desarrollado con fuerza las ideas milenaristas y con
ello, el Fin del Mundo está cerca y la Segunda Venida de Cristo era inminente.
Las calamidades que se sufrían, como guerras y las pestes, se interpretan como
indicios apocalípticos y algunos líderes son vistos como encarnaciones del
Anticristo. La idea, que se desarrolla es que la pestes, es un castigo por los
pecados está muy difundida.

El mismo Giovanni Boccaccio en su obra “El Decamerón “deja entrever la idea


de la aparición de la plaga en Florencia como un designio divino. En dicha obra
Boccacio decía: “Llegó la mortífera peste que o por obra de los cuerpos superiores
o por nuestras acciones inicuas fue enviada sobre los mortales por la justa ira de
Dios para nuestra corrección que había comenzado algunos años antes en las
partes orientales privándolas de gran cantidad de vivientes”.

Como dice la medievalista Ana Luisa Haindl, desde el punto de vista espiritual,


surgen varias reacciones ante la Peste: algunos aumentan su fe y rezan más que
nunca. Pero, este aumento de la fe, cuando no es bien encauzado, puede caer en
prácticas fanáticas e incluso heterodoxas, como los famosos flagelantes que
recorren Europa, predicando el fin del mundo, ayunando y protagonizando
autoflagelaciones públicas.

La iglesia católica vivía en aquellos tiempos históricos, cismas internos y el


cuestionamiento a la autoridad papal, debido a la ostentación y el vínculo con el
poder político de reyes y señores feudales. Algunas personas irán desarrollando
un pensamiento crítico mayor, que los llevará, más adelante, a cuestionar los
dogmas y autoridades religiosas, que llevará a la Reforma Protestante, pero
también al Humanismo del siglo XV y XVI y a la Contrarreforma del siglo XVII.

Sin embargo, la religión seguía unificando a Europa bajo la Iglesia Católica. En


aquel momento histórico existía una gran desafección debido al traslado de la
corte papal a la ciudad francesa de Avignón. Por otra parte, muchos clérigos,
obispos e incluso los propios Papas eran dados a los placeres mundanos, poseer
y pasearse con concubinas o aceptar la simonía.

EL CAMBIO CLIMÁTICO

La peste negra se desarrolla en una época conocida como Pequeña Edad de


Hielo, que debió comenzar hacia el año 1300, produciendo una disminución en las
cosechas, con el consiguiente incremento de hambrunas o malnutrición. Por tanto,
la epidemia encontró a dos o más generaciones debilitadas desde la infancia por
estos sucesos.

Esto fue causado por pequeños cambios climáticos en Asia. Ciclos de primaveras
húmedas y veranos cálidos, seguidos de repentinos periodos secos y fríos en Asia
Central, que acabaron con la mayoría de los jerbos portadores de las pulgas y que
forzaron a las pulgas a buscar otros animales alternativos, como fueron los
humanos, los camellos o ratas.

Estos cambios climáticos no sólo afectan a los animales y las


plantas sino también a los microbios que aunque no los veamos,
forman parte de ese ecosistema tan complejo que es la Tierra
Cada vez existen más ejemplos de cómo las fluctuaciones en el clima, como ya
vimos en la pandemia de Justiniano, pueden afectar a la población de roedores y
como consecuencia causar un brote infeccioso. Esto también sucede en los
tiempos contemporáneos que nos toca vivir y así por ejemplo, a inicios de la
década de los noventa del siglo pasado, debido a una época de intensas lluvias, la
densidad de la población de ratones silvestres aumentó en algunas zonas de los
Estados Unidos.

Estos ratones son portadores de un tipo de virus, que en humanos causan un


síndrome pulmonar grave, que puede ocasionar la muerte de forma rápida. Se
pudo constatar la muerte de varias personas y al inicio se denominó a este grupo
de virus Hantavirus, que están distribuidos por todo el mundo y que fueron
responsables de varios miles de casos de fiebres hemorrágicas, que ocurrieron en
los soldados norteamericanos durante la guerra de Corea.

Nuestro planeta Tierra está formado por un ecosistema vivo y todo pequeño
cambio puede afectar a las poblaciones de seres vivos, que habitan en él. Los
cambios climáticos que se están produciendo en nuestro tiempo también tendrán
consecuencias en el desarrollo de pandemias por eso debemos de ser
conscientes de nuestras debilidades y tomarnos en serio el cambio climático.
Como hemos visto tanto en la pandemia de Justiniano como en la peste negra,
hubo cambios climáticos que están en el origen de estos desastres sanitarios.

Estos cambios climáticos no sólo afectan a los animales y las plantas sino también
a los microbios que aunque no los veamos, forman parte de ese ecosistema tan
complejo que es la Tierra.

BIBLIOGRAFIA

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