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INSTITUTO

MANUEL BELGRANO

LITERATURA
4° “A”

La figura del héroe en la Literatura

Prof.: Marianela Beade Harbin

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El héroe de las mil caras
El héroe de las mil caras (en original en inglés The Hero with a Thousand Faces) es una obra
publicada en 1949 por el mitólogo, escritor y profesor estadounidense Joseph Campbell e incluida en
su Obra completa.
El autor analiza desde la mitología comparada su teoría de la estructura mitológica del viaje del
héroe arquetípico hallada en los mitos del mundo.
Desde su publicación, su marco de referencia ha sido aplicado conscientemente por una amplia
variedad de escritores y artistas modernos. El cineasta George Lucas reconoció la teoría de Campbell en la
mitología y su influencia en las películas de Star Wars.
Joseph Campbell Foundation y New World Library publicaron una nueva edición de El héroe de las
mil caras en julio de 2008 como parte de la serie de libros, grabaciones de audio y video de la Obra

completa de Joseph Campbell. En 2011, Time incluyó la obra en su lista de los 100 mejores y más
influyentes libros escritos en inglés desde que se fundó la revista en 1923.

Campbell explora la teoría de que las narraciones mitológicas comparten con frecuencia una
estructura fundamental. Las similitudes de estos mitos le llevaron a escribir su libro, en el que detalla la
estructura del monomito. Denomina al motivo de la narrativa arquetípica, "la aventura del héroe". En una
cita bien conocida de la introducción de El héroe de las mil caras, Campbell resume el monomito:
El héroe inicia su aventura desde el mundo de todos los días hacia una región de prodigios
sobrenaturales, se enfrenta con fuerzas fabulosas y gana una victoria decisiva; el héroe regresa de su
misteriosa aventura con la fuerza de otorgar dones a sus hermanos.7

Al diseñar el monomito, Campbell describe una serie de etapas o pasos a lo largo de este viaje. "La
aventura del héroe" comienza en el mundo ordinario. Debe partir de él cuando recibe una llamada a la
aventura. Con la ayuda de un mentor, el héroe cruzará un umbral vigilado, llevándolo a un mundo
sobrenatural donde las leyes y el orden familiares no se aplican. Allí, se embarcará en un camino de
pruebas, donde será probado. El héroe arquetípico es ayudado a veces por aliados. Cuando se enfrenta a
la ordalía o prueba suprema, se encuentra con el mayor desafío del viaje. Al hacerlo, recibirá una
recompensa, don o bendición. La teoría de Campbell del monomito continúa con la inclusión de
una muerte y resurrección metafóricas. El héroe debe decidir regresar con este don al mundo ordinario,
enfrentando más pruebas en el camino de regreso. Al llegar, la bendición o el don pueden usarse para
mejorar el mundo ordinario, a lo que Campbell llama la aplicación del don.

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Gráfico que describe el monomito.
Si bien muchos mitos parecen seguir el esquema del monomito de Campbell, hay alguna variación en
la inclusión y secuencia de algunas de las etapas. Aun así, hay una abundancia de literatura y folklore que
sigue el motivo de la narrativa arquetípica, paralela a los pasos más generales de "Partida" (a veces
llamada Separación), "Iniciación" y "Regreso". "Partida" trata del héroe que se aventura en la búsqueda,
incluida la llamada a la aventura. "Iniciación" se refiere a las aventuras del héroe que lo pondrán a prueba
en el camino. La última parte del monomito es el "Retorno", que sigue el viaje del héroe a casa.
Campbell estudió clásicos religiosos, espirituales, mitológicos y literarios, incluidas las historias
de Osiris, Prometeo, Buda, Moisés, Mahoma y Jesús. El libro cita las similitudes de las historias y hace
referencia a ellas mientras analiza la estructura del monomito.
La obra incluye una discusión sobre "el viaje del héroe" utilizando los
conceptos freudianos populares en las décadas de 1940 y 1950. La teoría de Campbell incorpora una mezcla
de arquetipos junguianos, fuerzas inconscientes y la estructuración de rituales de ritos de paso de Arnold van
Gennep para proporcionar algo de iluminación. "El viaje del héroe" continúa influyendo en artistas e
intelectuales de las artes y la cultura contemporáneas, lo que sugiere una utilidad básica para las ideas de
Campbell más allá de las formas de análisis de mediados del siglo XX.
Antecedentes

Campbell utilizó el trabajo de autores de principios del siglo XX para desarrollar su modelo del
héroe, incluidos Sigmund Freud (particularmente el complejo de Edipo), Carl Gustav Jung (figuras
arquetípicas y lo inconsciente colectivo) y Arnold van Gennep.8 Van Gennep contribuyó desde su obra Los
ritos de paso al concepto de triple estratificación. Campbell lo tradujo
como Separación, Iniciación y Retorno. También se aproximó al trabajo del psicoanalista Otto Rank y
los etnógrafos James George Frazer y Franz Boas.

Artistas influenciados por la obra

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En Pathways to Bliss: Mythology and Personal Transformation (En busca de la felicidad. Mitología
y transformación personal), un libro extraído de las últimas conferencias y talleres de Campbell, dice sobre
los artistas y el monomito:
Los artistas son ayudantes mágicos. Evocando símbolos y motivos que nos conectan con nuestro ser
más profundo, pueden ayudarnos en el viaje heroico de nuestras propias vidas. [...]
El artista está destinado a unir los objetos de este mundo de tal manera que a través de ellos
experimentes esa luz, ese resplandor que es la luz de nuestra consciencia y que todas las cosas ocultan y,
cuando se miran adecuadamente, revelan. El viaje del héroe es uno de los patrones universales a través del
cual ese resplandor se muestra brillantemente. Lo que creo es que una buena vida es un viaje de héroe tras
otro. Una y otra vez, eres llamado al reino de la aventura, eres llamado a nuevos horizontes. Cada vez, hay el
mismo problema: ¿me atrevo? Y luego, si te atreves, los peligros están ahí, y la ayuda también, y el
cumplimiento o el fracaso. Siempre existe la posibilidad de un fracaso.
Pero también existe la posibilidad de felicidad.
Joseph Campbell
El héroe de las mil caras ha influido en varios artistas, cineastas, músicos, productores y poetas.
Algunas de estas figuras incluyen a Bob Dylan, George Lucas, Mark Burnett y Jim Morrison.
En películas
Stanley Kubrick introdujo a Arthur C. Clarke al libro durante la elaboración de 2001: Una odisea del
espacio.
En juegos
Jenova Chen, diseñador principal de thatgamecompany, también cita El viaje del héroe como la
inspiración principal para el juego de PlayStation 3 Journey (2012).
Mark Rosewater, diseñador jefe del juego de cartas coleccionables Magic: The Gathering, cita El
viaje del héroe como una gran inspiración para "The Weatherlight Saga", un arco de historia épica que se
desarrolló entre 1997 y 2001, y abarcó varios juegos de cartas, cómics, y novelas.
En literatura
Christopher Vogler, un productor y escritor de películas de Hollywood, escribió
un memorándum para Disney Studios sobre el uso de El héroe de las mil caras como guía para guionistas;
este memorándum influyó en la creación de películas como Aladdín (1992), El rey león (1994) y La bella y
la bestia (1991). Posteriormente, Vogler amplió el manuscrito y lo publicó como libro con el título The
Writer's Journey: Mythic Structure For Writers (El viaje del escritor. Las estructuras míticas para
escritores), que se convirtió en la inspiración para varias películas exitosas de Hollywood y se cree que se
utilizó en el desarrollo de la serie Matrix.
Muchos estudiosos y revisores han notado cuán estrechamente se ajustaban al esquema monomítico
los populares libros de Harry Potter de J. K. Rowling.
En televisión
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Dan Harmon, el creador del programa de televisión Community, ha declarado que ha utilizado el
monomito como inspiración para su trabajo.
La sexta y última temporada de Lost reconoce las teorías de Campbell sobre el héroe. Durante una de
las características adicionales, los creadores de la serie discuten el viaje de los personajes principales y cómo
cada uno es un héroe a su manera. Antes de cada pequeño segmento de esta característica en particular, citan
a Campbell y luego exponen esa cita en particular al discutir los diversos personajes.

Actividad:
A partir de la lectura de los 12 pasos del héroe señalados por Joseph Campbell, describir el recorrido
(12 pasos) que realiza el héroe o heroína de las películas Intensamente, Coco, Enredados o Buscando a
Nemo, según cuál haya preferido ver el alumno.

Las doce etapas del viaje del héroe


ACTO I (Inicio)

1.     El mundo ordinario: El héroe comienza en su vida cotidiana en su mundo conocido. Todo le
resulta familiar y estable. Se siente cómodo. Concibe la vida de una manera determinada. Es el mundo
normal del héroe antes de que la historia comience.

2.     La llamada de la aventura: En un momento dado, al héroe se le presenta un problema, un


desafío o aventura, y es entonces cuando debe decidir si responde a la llamada o no. El héroe es desafiado a
llevar a cabo una búsqueda que cambia su rutina.

3.     Reticencia del héroe o rechazo de la llamada: Por miedo al cambio o a lo desconocido, o por
apego a lo conocido, el héroe rechaza la llamada. Prefiere seguir en su mundo cotidiano, en la comodidad y
en la familiaridad. Aquí el héroe duda o expresa temor. Teme perder su estabilidad.

4.     Encuentro con el mentor o la ayuda sobrenatural: El héroe encuentra alguien o algo que le
lleva a aceptar finalmente la llamada. Recibe más información sobre la aventura o realiza algún importante
aprendizaje que le anima a responder al desafío. Con este encuentro, el héroe hace contacto con una fuente
de apoyo, experiencia o sabiduría. Puede ser una persona o ayuda sobrenatural. Gracias a su apoyo, el héroe
gana seguridad y convicción, lo que lo hace aceptar el llamado y se informa y entrena para su aventura o
desafío.

ACTO II (Nudo)

5.     El Cruce del primer umbral: A través del primer umbral, el héroe abandona su mundo
ordinario para entrar en un mundo diferente, especial o mágico. Se adentra en lo desconocido y deja atrás lo
familiar. Este es el punto en el que la persona en verdad se compromete con el campo de la aventura,
dejando los límites conocidos de su mundo y aventurándose hacia el reino desconocido y peligroso, donde
las reglas y los límites no están aún bien definidos.

6.     Pruebas, aliados y adversarios: Mientras recorre su camino, el héroe se enfrenta a una serie de


pruebas, encuentra aliados en su aventura y se topa con sus adversarios. Mientras lo hace, aprende las reglas
de ese nuevo mundo.

7.     Acercamiento a la Cueva Profunda: El héroe avanza en el camino cosechando sus primeros


éxitos. Supera las pruebas que se le van presentando, hace nuevos aprendizajes y establece nuevas creencias.
Esta es la fase en la que e l héroe se prepara para la batalla central de la confrontación con las fuerzas de
fracaso, la derrota o la muerte. El héroe tiene éxitos durante las pruebas.

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8.     Prueba difícil o traumática: El héroe se enfrenta a su primera crisis en una prueba a vida o
muerte. Es la prueba más difícil, la crisis central de la historia en la que el héroe enfrenta su o sus temores
más grandes y prueba la muerte, ya sea literal o metafóricamente. Es la crisis más grande de la aventura,
pues lo enfrenta a una opción de vida o muerte.

ACTO III (Desenlace)

9. Recompensa (Apoderarse de la espada o del cáliz): Tras su encuentro con la muerte, el héroe se


sobrepone a sus miedos y obtiene a cambio una recompensa. Es el momento en el cual el héroe disfruta los
primeros beneficios de haber confrontado el miedo y la muerte. ¿Qué conoce o experimenta esta persona
ahora que está más allá del bien y del mal, de lo masculino y femenino, de la vida y la muerte? Esto es por lo
que el héroe inició su viaje. Todos los pasos previos sirven para preparar y purificar para este paso, ya que
en muchos mitos la recompensa es algo trascendente como el elixir o la vida misma. Un regalo o bendición
es dado al héroe basado en sus habilidades y conciencia.

10. El camino de vuelta: Superada la gran prueba y ya con el botín, el héroe emprende el camino de
regreso al que fue su mundo ordinario. Aquí es donde el héroe se compromete, ya sea voluntariamente o no,
a finalizar la aventura y deja (o es echado de) el "Mundo Especial". Alguna s veces el héroe no quiere volver
a su existencia previa y debe ser convencido de hacerlo. Algunas veces el héroe debe escapar con la
recompensa, si es algo que los Dioses han estado guardando celosamente. Volver del Viaje puede ser tan
lleno de aventura y peligroso como fue ir en él. Así como el héroe puede necesitar guías y asistentes para
emprender la aventura, muchas veces debe tener guía poderosos y rescatadores para traerlo de vuelta a la
vida de todos los días, especialmente si la persona está herida o debilitada por le experiencia. O quizá el
héroe no se da cuenta de que es tiempo de regresar, que puede regresar, o que otros necesitan la recompensa
que el héroe ha descubierto. La mayoría de las veces el héroe debe volver al mundo ordinario.

11. Resurrección del héroe: El héroe se enfrenta de nuevo a una segunda prueba a vida o muerte en
la que debe utilizar todos los recursos y aprendizajes que recogió por el camino. La persona se vuelve
competente y cómoda con ambos mundos, el interior y el exterior. Es otra prueba donde el héroe enfrenta la
muerte y debe usar todo lo aprendido.

12.  Regreso con el elixir: El héroe regresa a casa con la recompensa y la utiliza para ayudar a todos
en su mundo ordinario, que ahora se ha transformado como resultado de su propia transformación durante el
viaje y comparte lo que ha ganado en su búsqueda, lo que beneficia a amigos, familiares, a la comunidad y a
su mundo.

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EL MITO Y LA LEYENDA

MITO LEYENDA

TEXTO EXPLICATIVO De carácter universal De carácter particular (se


especifica tiempo o
espacio).

PERSONAJES Dioses, semidioses, héroes Dioses, semidioses, héroes


civilizadores, hombres. civilizadores, hombres.

AUTOR Anónimo Anónimo

EXPLICACIÓN DE Vestimenta, sexualidad,


ACTITUDES O alimentación, ley, trabajo,
ACTIVIDADES lenguaje, agricultura, etc.
HUMANAS

A diferencia de los cuentos populares, las leyendas cuentan historias con personajes determinados, en
una época precisa de la historia y en lugares geográficos factibles de ser ubicados en los mapas. Comparten
con los mitos la presencia de los dioses en el relato como seres sobrenaturales, aunque en las leyendas, la
proyección cosmogónica es menos profunda y ambiciosa y no detalla el porqué y origen de las cosas.

Los mitos conforman el sistema de creencias o cosmovisión de un pueblo o cultura, pues en ellos


son vertidas las creencias con las cuales tradicionalmente éste se ha explicado a sí mismo el origen y razón
de todas las cosas. Por esta razón están ubicados fuera del tiempo histórico.
Considerados en su conjunto, los mitos configuran mitologías. De allí que existan distintas
mitologías para cada cultura. Está la mitología grecorromana, la nórdica, la azteca, la maya, la inca o la
china, entre muchas otras.
En la mitología griega, por ejemplo, el mundo comenzó con un vacío profundo llamado Caos. La
Tierra (Gea) emergió espontáneamente del Caos y dio a luz al cielo (Urano). A partir de allí comenzó la
llamada "era de los dioses", en la que son creadas las primeras deidades que son las que inician la
civilización.
Por su parte, en la mitología maya existe una serie de relatos y mitos recopilados en el Popol Vuh, un
libro que es considerado sagrado en dicha cultura. Allí se describe el surgimiento de los primeros dioses, la
creación de los primeros hombres de madera, luego de barro y finalmente de maíz, que son los que
comienzan a reproducirse y poblar el mundo.
Características de los mitos
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Los mitos tienen unas características propias que los diferencian de otro tipo de relatos:
 Es un relato de origen tradicional: se transmiten de forma oral de una generación a otra.
 Tienen un contexto fundacional: las historias y relatos que componen un mito se ubican en un
tiempo anterior a la presencia de la humanidad.
 Tienen una carga religiosa o espiritual.
 Abordan temas universales: la creación del universo y de la humanidad, los conflictos
humanos, el amor, la violencia, el duelo, las guerras, etc.
Tipos de mitos

Los mitos pueden ser clasificados según sus ejes temáticos:


 Mitos cosmogónicos: son aquellos que explican el origen del universo, como el origen de Gea,
la Tierra, en la mitología griega.
 Mitos teogónicos: explican el origen de los dioses. En la Teogonía de Hesíodo se relata el
origen de la primera generación de dioses griegos,
 Mitos antropogónicos: explican el origen de la humanidad, como los relatos de los primeros
hombres y mujeres de maíz, en el Popol Vuh.
 Mitos fundacionales: describen la creación de pueblos o ciudades a manos de un ente superior.
En la mitología romana, Roma fue fundada por Rómulo y Remo, dos hermanos gemelos hijos de un dios
(Marte) y una princesa (Rea).
 Mitos morales: en ellos se representa la lucha del bien y el mal, o de conceptos contrarios.
 Mitos etiológicos: explican el origen de plantas y animales.
 Mitos escatológicos: anuncian el fin del mundo, generalmente a través de catástrofes naturales
que acabarán con la civilización, como el Apocalipsis, en la Biblia.
¿Qué son leyendas?
Las leyendas, por su parte, son también relatos que pueden incluir elementos fantásticos o
maravillosos, pero suelen tener cierta base histórica más o menos reconocible, lo que, a diferencia del mito,
le aporta cierta verosimilitud. Un ejemplo clásico de leyenda son las historias de Robin Hood.
Hoy en día, además, existe la leyenda urbana, que se basa en temas de conocimiento popular sobre
cuyas razones o motivos se especula. Leyendas urbanas serían la de la congelación de Walt Disney o la
investigación sobre vidas extraterrestres en el Área 51, en Estados Unidos.
Características de las leyendas

 Ayudan a explicar aquello que es de difícil compresión  para un grupo social, pero tiene al menos
un rasgo o elemento real.
 Tienen lugar en un contexto, espacio o tiempo fácilmente reconocibles.

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 Pueden estar compuestas por una serie de relatos que giran alrededor de un mismo personaje o
evento, como es el caso de todas las historias sobre el Cid Campeador o Robin Hood.

Tipos de leyendas

Leyendas históricas
Explican hechos ocurridos durante conflictos bélicos, como guerras o procesos de conquista. En
España, existe la leyenda de un noble al que llamaban Guzmán el Bueno, quien dejó que los invasores
marroquíes asesinaran a su hijo con tal de no entregar el castillo que le habían encomendado defender. Esto
lo hizo merecedor del señorío de Sanlúcar por parte del rey Sancho IV, como muestra de lealtad.

Leyendas urbanas
Forman parte del folklore contemporáneo y generalmente se desarrollan en un contexto citadino. Las
redes sociales han contribuido a alimentar o crear nuevas leyendas de este tipo, ya que son medios en los que
la información se comparte muy rápidamente.
En Estados Unidos existe una leyenda urbana sobre un juego de arcade llamado Polybius, que
supuestamente existió en la década de los ochenta y que dejaba secuelas físicas en quienes lo jugaban. Con
la masificación de internet y la cultura de los videojuegos, la leyenda volvió a tomar fuerza en los últimos
años y se han hecho intentos por recrear un juego similar.

Leyendas locales
Son las que tratan de explicar acontecimientos de un lugar muy específico, como el origen del
nombre de una calle.
En Caracas, Venezuela, existe una esquina llamada "El muerto", que según la leyenda debe su
nombre a una curiosa anécdota: durante la Guerra Federal (1859-1863), los soldados mal heridos y muertos
en combate se amontonaban en las calles. Un día, pasó una cuadrilla encargada de llevarse los cadáveres y
uno de los soldados, a quien se creía muerto, se levantó gritando que estaba vivo.
Esto hizo que la cuadrilla saliera corriendo horrorizada. Desde entonces, la esquina pasó a llamarse
"El muerto".

Leyendas rurales
Son narraciones que tienen lugar en un contexto rural, y al ser tan específicas no pueden ser
trasladadas a un contexto urbano. En muchas partes de Latinoamérica existen leyendas sobre duendes,
animales fantásticos o entes que aterrorizan a los pobladores, se comen o roban el ganado o se llevan a los
niños.

Leyendas etiológicas
Son relatos sobre el origen de elementos de la naturaleza, como animales, plantas, ríos, etc.
En México, existe una leyenda sobre una hechicera que vivía en lo que hoy en día es Baja California
y que había matado a casi todos los indígenas de la zona. Uno de los miembros de la última familia que
quedada con vida logró ingresar a la cueva y matar a la hechicera. Luego, incendiaron el lugar, y de las
cenizas se formó el volcán de Cerro Prieto.

Leyendas religiosas
Explican anécdotas vinculadas a santos o personajes religiosos, o historias sobre justos y pecadores.
La leyenda sobre la aparición de la virgen de Guadalupe en México o la virgen de Chiquinquirá en
Venezuela, forman parte de las leyendas religiosas.

Leyendas escatológicas
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Son historias catastróficas sobre el fin del mundo o sobre eventos paranormales.
En Latinoamérica hay muchos relatos sobre encuentros fortuitos con personas que resultaron estar
muertas. Incluso, relatos tradicionalmente rurales como La llorona, se han trasladado a un contexto urbano.

Actividad: Luego de leer las leyendas propuestas, completar el siguiente cuadro:

Título de la Pueblo Ubicación Personajes Objeto que se En qué se


leyenda geográfica o crea o se transforma. ¿Por
temporal transforma qué?

LAS METAMORFOSIS. Ovidio Edición y traducción de Vicente López Soto Editorial Bruguera.
Barcelona, 1972.
Dafne se transforma en laurel
El primer amor de Febo fue Dafne, la hija del Peneo, hecho que no fue infundido por un pequeño
azar, sino por la cruel ira de Cupido. El dios de Delos, engreído por su reciente victoria sobre la serpiente,
había visto hacía poco que, tirando de la cuerda, doblaba las extremidades del arco y le había dicho: "¿Qué
intentas hacer, desenfrenado niño, con estas armas? Estas armas son propias de mis espaldas; con ellas yo
puedo lanzar golpes inevitables contra una bestia salvaje o contra un enemigo, ya que hace poco que he
abatido con innumerables saetas a la descomunal Pitón que cubría con su repugnante e hinchado vientre
tantas yugadas. Tú conténtate con encender con tu antorcha unos amores que no conozco y no iguales tus
victorias con las mías". El hijo de Venus le contestó: "Tu arco lo traspasa todo, Febo, pero el mío te
traspasará a ti; cuanto más vayan cediendo ante ti todos los animales, tanto más superará mi gloria a la tuya".
Y hendiendo el aire con el batir de sus alas y sin pérdida de tiempo, se posó sobre la cima umbrosa del
Parnaso; saca dos flechas de su carcaj repleto, que tiene diversos fines: una ahuyenta el amor, y otra hace
que nazca. La que hace brotar el amor es de oro y está provista de una punta aguda y brillante; la que lo
ahuyenta es obtusa y tiene plomo bajo la caña. Con esta hiere el dios a la ninfa, hija del Peneo; con la
primera atraviesa los huesos de Apolo hasta la médula. El uno ama enseguida; la otra rehuye incluso el
nombre del amante; y émula de la virginal Febe, deleitándose en las soledades de las selvas y con los
despojos de las bestias salvajes que capturaba, sujetaba con una cinta sus cabellos en desorden. Muchos la
pretendían, pero ella, alejando a sus pretendientes, no pudiendo soportar el yugo del hombre y, libre, recorre
los bosques sin caminos y no se preocupa del himeneo, ni del amor, ni del matrimonio. Su padre le decía a
menudo: "Hija, me debes un yerno". A menudo también le decía: "Hija, me debes unos nietos". Ella,
temiendo a las antorchas conyugales como si fuera un crimen, cubría su hermoso rostro con un tímido rubor

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y, con sus brazos cariñosos rodeando el cuello de su padre, le dijo: "Permíteme, queridísimo padre, gozar
por siempre de mi virginidad; lo mismo le había concedido a Diana su padre". El consiente; pero estos
encantos que posees, Dafne, son un obstáculo para lo que anhelas y tu hermosura se opone a tu deseo. Febo
ama y luego de ver a Dafne desea ardientemente unirse a ella; espera lo que desea y sus oráculos le engañan.
A la manera como arde la ligera paja, sacada ya la espiga, o como arde un vallado por el fuego de una
antorcha que un caminante por casualidad la ha acercado demasiado o la ha dejado allí al clarear el día, de
ese modo el dios se consume en las llamas, así se le abrasa todo su corazón y alimenta con la espera un amor
imposible. Conserva su cabellera en desorden que flota sobre su cuello y dice: "¿Qué sería, si se los
arreglara?" Ve sus ojos semejantes en su brillo a los astros; ve su boca y no le basta con haberla visto;
admira sus dedos, sus manos y sus brazos, aunque no tiene desnuda más de la mitad. Si algo queda oculto, lo
cree más hermoso todavía. Ella huye más rápida que la ligera brisa y no se detiene ante estas palabras del
que la llama:

"¡Oh, ninfa, hija de Peneo, detente, te lo suplico!, no te persigo como enemigo; ¡ninfa, párate! El
corderillo huye así del lobo, el cervatillo del león, las palomas con sus trémulas alas huyen del águila y cada
uno de sus enemigos; yo te persigo a causa de mi amor hacia ti. ¡Hay desdichado de mí! Temo que caigas de
bruces o que tus piernas, que no merecen herirse, se vean arañadas por las zarzas, y yo sea causa de tu dolor.
Escabrosos son los lugares donde te apresuras; corre más despacio, te ruego, retén la huída; yo te perseguiré
más despacio. Sin embargo, pregunta a quién has gustado; no soy un habitante de la montaña, no soy un
pastor; no soy un hombre inculto que vigila las vacadas y rebaños. Tú no sabes, imprudente, de quién huyes
y por eso huyes. A mí me obedecen el país de Delfos, Claros, Ténedos y la regia Patara; yo tengo por padre
a Júpiter, yo soy quien revela el porvenir, el pasado y el presente; por mí los cantos se ajustan al son de las
cuerdas. Mi flecha es segura, pero hay una flecha más segura que la mía, la cual ha hecho en mi corazón,
antes vacío, esta herida. La medicina es invención mía y por todo el orbe se me llama "el auxiliador" y el
poder de las hierbas está sometido a mí. ¡Ay de mí!, que el amor no puede curarse con ninguna hierba y no
aprovechan a su dueño las artes que son útiles para todos."

La hija del Peneo, con tímida carrera, huyó de él cuando estaba a punto de decir más cosas y le dejó
con sus palabras inacabadas, siempre bella a sus ojos; los vientos desvelaban sus carnes, sus soplos, llegando
sobre ella en sentido contrario, agitaba sus vestidos y la ligera brisa echaba hacia atrás sus cabellos
levantados; su huída realzaba más su belleza. Pero el joven dios no puede soportar perder ya más tiempo con
dulces palabras y, como el mismo amor le incitaba, sigue sus pasos con redoblada rapidez. Como cuando un
perro de la Galia ve una liebre en la llanura al descubierto, se lanzan, el uno para coger la presa, la otra para
salvar la vida; el uno parece estar a punto de atraparla y espera conseguirlo y con el hocico alargado le
estrecha los pasos, la otra está en la duda de si ha sido cogida y se escapa de esas mordeduras y deja la boca
que la tocaba; de ese modo están el dios y la doncella; aquel se apresura por la esperanza, ésta por el temor.
Sin embargo, el que persigue, ayudado por las alas del Amor, es más veloz y no necesita descanso; ya se
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inclina sobre la espalda de la fugitiva y lanza su aliento sobre la cabellera esparcida sobre la nuca. Ella,
perdidas las fuerzas, palidece y, vencida por la fatiga de tan vertiginosa fuga, contemplando las aguas del
Peneo, dijo: "Auxíliame, padre mío, si los ríos tenéis poder divino; transfórmame y haz que yo pierda la
figura por la que he agradado excesivamente".

Apenas terminada la súplica, una pesada torpeza se apodera de sus miembros, sus delicados senos se
ciñen con una tierna corteza, sus cabellos se alargan y se transforman en follaje y sus brazos en ramas; los
pies, antes tan rápidos, se adhieren al suelo con raíces hondas y su rostro es rematado por la copa; solamente
permanece en ella el brillo. Febo también así la ama y apoyada su diestra en el tronco, todavía siente que su
corazón palpita bajo la corteza nueva y, estrechando con sus manos las ramas que reemplazan a sus
miembros, da besos a la madera; sin embargo, la madera rehúsa sus besos. Y el dios le dijo: "Ya que no
puedes ser mi esposa, serás en verdad mi árbol; siempre mi cabellera, mis cítaras y mi carcaj se adornarán
contigo. ¡Oh, laurel!, tú acompañarás a los capitanes del Lacio cuando los alegres cantos celebren el triunfo
y el Capitolio vea los largos cortejos. Como fidelísima guardiana, tú misma te encontrás ante las puertas del
Augusto y protegerás la corona de encina situada en el centro; así como mi cabeza, cuyos cabellos jamás han
sido cortados, permanece joven, de la misma manera la tuya conservará siempre su follaje inalterable". Peán
había acabado de hablar; el laurel se inclinó con sus ramas nuevas y pareció que inclinaba la copa como una
cabeza.

La flor del ceibo

Por entre los árboles de la selva nativa corría Anahí. Conocía todos los rincones de la espesura, todos
los pájaros que la poblaban, todas las flores. Amaba con pasión aquel suelo silvestre que bañaba las aguas
oscuras del río Barroso. Y Anahí cantaba feliz en sus bosques, con una voz dulcísima, en tanto callaban los
pájaros para escucharla.
Pero un día resonó en la selva un rumor más violento que el del río, más poderoso que el de las
cataratas que allá hacia el norte estremecían el aire. Retumbó en la espesura el ruido de las armas y hombres
extraños de piel blanca remontaron las aguas y se internaron en la selva. La tribu de Anahí se defendió
contra los invasores. Vio caer a sus seres queridos y esto le dio fuerzas para seguir luchando, para tratar de
impedir que aquellos extranjeros se adueñaran de su selva, de sus pájaros, de su río.
Un día, en el momento en que Anahí se disponía a volver a su refugio, fue apresada por dos soldados
enemigos. La llevaron al campamento y la ataron a un poste, para impedir que huyera. Pero Anahí, con
maña natural, rompió sus ligaduras, y valiéndose de la oscuridad de la noche, logró dar muerte al centinela.
Después intentó buscar un escondite entre sus árboles amados, pero no pudo llegar muy lejos, la apresaron
nuevamente.
La juzgaron con severidad: Anahí, culpable de haber matado a un soldado, debía morir en la hoguera.
La indiecita fue atada a un árbol de anchas hojas y a sus pies apilaron leña, a la que dieron fuego. Las llamas
subieron rápidamente envolviendo el tronco del árbol y su cuerpo.
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Ante el asombro de los que contemplaban la escena, Anahí comenzó de pronto a cantar. Era como
una invocación a su selva, a su tierra, a la que entregaba su corazón antes de morir. Su voz dulcísima
estremeció a la noche, y la luz del nuevo día pareció responder a su llamada.
Con los primeros rayos del sol, se apagaron las llamas que envolvían Anahí. Entonces, los rudos
soldados que la habían sentenciado quedaron mudos y paralizados. El cuerpo moreno de la indiecita se había
transformado en un manojo de flores rojas como las llamas que la envolvieron, maravillosas como su
corazón apasionadamente enamorado de su tierra, adornando el árbol que la había sostenido.

LEYENDA DE LA YERBA MATE


Cuenta una vieja leyenda guaraní que Yasí, la diosa luna, hace muchísimo tiempo quiso conocer la
tierra y ver con sus propios ojos todas las maravillas que apenas podía ver entre la espesura de la selva, allá
abajo. Un día con su amiga, Araí, la diosa nube, bajaron a la tierra en la forma de dos jóvenes hermosas.
Cansadas de recorrer todo y maravillarse, buscaron un lugar donde descansar. Vieron una cabaña entre los
árboles. Cuando se dirigían hacia ella para pedir donde dormir, descubren, agazapado, un yaguareté
acechándolas en una roca cercana. Súbitamente, salta sobre ellas con las zarpas listas. Al momento, se oye
un silbido. El yaguareté cae atravesado por una flecha, herido de muerte. El salvador era un cazador que al
ver a las jovencitas indefensas, se compadece y también les ofrece la hospitalidad de su casa. Las muchachas
aceptan y lo siguen, hasta la cabaña que habían visto antes. Al entrar el hombre les presenta a su esposa y a
su joven hija, la que, sin pensarlo dos veces, les ofrece, una rica tortita de maíz, su único y último alimento.
Cuando las mujeres se van a buscar el mejor sitio para las visitas, el cazador les cuenta que decidieron vivir
solos en el monte, alejados de su tribu, para salvar y conservar las virtudes, regalo de Tupá, que tenía su
bonita y bondadosa hija, un tesoro para ellos. Pasan la noche y a la mañana siguiente, Yasí y Araí agradecen
sinceramente a la familia su hospitalidad y se alejan.
Una vez en el cielo, Yasí, no pudo olvidar su aventura en la tierra. Cada noche que ve al cazador y a
su familia, recuerda su valentía y generosidad. Sabiendo de su sacrificio filial, decide premiar a su salvador
con un valioso regalo para él, y para el tesoro que tanto cuidaban: la hija. Cierta noche, Yasí recorre los
alrededores sembrando unas semillas mágicas. A la mañana, ya han nacido y crecido unos árboles de hojas
color verde oscuro con pequeñas flores blancas. El hombre y su familia, al levantarse, contemplan
asombrados estas plantas desconocidas que aparecieron durante la noche. De repente, un punto brillante del
cielo desciende hacia ellos con suavidad. Reconocen a la doncella que durmió en su casa.
—Soy Yasí, la diosa Luna —les dice—. He venido a traerles un presente como recompensa de
vuestra generosidad. Esta planta, que llamarán “caá”, nunca permitirá que se sientan solos y será para todos
los hombres, un especial símbolo de amistad. También he determinado que sea vuestra hija la dueña de la
planta, por lo que, a partir de ahora, ella vivirá por siempre y nunca perderá su bondad, inocencia y belleza-.
Después de mostrarles la manera correcta de secar las hojas, Yasí prepara el primer mate y se los ofrece.
Luego, regresa satisfecha a su puesto en el cielo.
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Pasan muchos años y luego de la muerte de sus padres, la hija se convierte en la deidad cuidadora de
la yerba mate, la Caá Yarí, esa hermosa joven que pasea entre las plantas, susurrándoles y velando su
crecimiento. A ella, también confían su alma los trabajadores de los yerbales…

EL BESO -Gustavo Adolfo Becquer-


I
Cuando una parte del ejército francés se apoderó a principios de este siglo de la histórica Toledo, sus
jefes, que no ignoraban el peligro a que se exponían en las poblaciones españolas diseminándose en
alojamientos separados, comenzaron por habilitar para cuarteles los más grandes y mejores edificios de la
ciudad.
Después de ocupado el suntuoso alcázar de Carlos V, echose mano de la casa de Consejos; y cuando
ésta no pudo contener más gente comenzaron a invadir el asilo de las comunidades religiosas, acabando a la
postre por transformar en cuadras hasta las iglesias consagradas al culto. En esta conformidad se
encontraban las cosas en la población donde tuvo lugar el suceso que voy a referir, cuando una noche, ya a
hora bastante avanzada, envueltos en sus oscuros capotes de guerra y ensordeciendo las estrechas y solitarias
calles que conducen desde la Puerta del Sol a Zocodover, con el choque de sus armas y el ruidoso golpear de
los cascos de sus corceles, que sacaban chispas de los pedernales, entraron en la ciudad hasta unos cien
dragones de aquellos altos, arrogantes y fornidos, de que todavía nos hablan con admiración nuestras
abuelas.
Mandaba la fuerza un oficial bastante joven, el cual iba como a distancia de unos treinta pasos de su
gente hablando a media voz con otro, también militar a lo que podía colegirse por su traje. éste, que
caminaba a pie delante de su interlocutor, llevando en la mano un farolillo, parecía seguirle de guía por entre
aquel laberinto de calles oscuras, enmarañadas y revueltas.
-Con verdad -decía el jinete a su acompañante-, que si el alojamiento que se nos prepara es tal y
como me lo pintas, casi, casi sería preferible arrancharnos en el campo o en medio de una plaza.
-¿Y qué queréis, mi capitán -contestole el guía, que efectivamente era un sargento aposentador-; en el
alcázar no cabe ya un grano de trigo, cuanto más un hombre; de San Juan de los Reyes no digamos, porque
hay celda de fraile en la que duermen quince húsares. El convento adonde voy a conduciros no era mal local,
pero hará cosa de tres o cuatro días nos cayó aquí como de las nubes una de las columnas volantes que
recorren la provincia, y gracias que hemos podido conseguir que se amontonen por los claustros y dejen
libre la iglesia.
-En fin -exclamó el oficial después de un corto silencio y como resignándose con el extraño
alojamiento que la casualidad le deparaba-, más vale incómodo que ninguno. De todas maneras, si llueve,
que no será difícil según se agrupan las nubes, estamos a cubierto, y algo es algo.

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Interrumpida la conversación en este punto, los jinetes precedidos del guía, siguieron en silencio el
camino adelante hasta llegar a una plazuela, en cuyo fondo se destacaba la negra silueta del convento con su
torre morisca, su campanario de espadaña, su cúpula ojival y sus tejados de crestas desiguales y oscuras.
-He aquí vuestro alojamiento -exclamó el aposentador al divisarle y dirigiéndose al capitán, que,
después que hubo mandado hacer alto a la tropa, echó pie a tierra, tomó el farolillo de manos del guía y se
dirigió hacia el punto que éste le señalaba.
Como quiera que la iglesia del convento estaba completamente desmantelada, los soldados que
ocupaban el resto del edificio habían creído que las puertas le eran ya poco menos que inútiles, y un tablero
hoy, otro mañana, habían ido arrancándolas pedazo a pedazo para hacer hogueras con que calentarse por las
noches.
Nuestro joven oficial no tuvo, pues, que torcer llaves ni descorrer cerrojos para penetrar en el interior
del templo.
A la luz del farolillo, cuya dudosa claridad se perdía entre las espesas sombras de las naves y
dibujaba con gigantescas proporciones sobre el muro la fantástica sombra del sargento aposentador que iba
precediéndole, recorrió la iglesia de arriba abajo y escudriñó una por una todas sus desiertas capillas, hasta
que una vez hecho cargo del local, mandó echar pie a tierra a su gente, y, hombres y caballos revueltos, fue
acomodándola como mejor pudo.
Según dejamos dicho, la iglesia estaba completamente desmantelada, en el altar mayor pendían aún
de las altas cornisas los rotos girones del velo con que lo habían cubierto los religiosos al abandonar aquel
recinto; diseminados por las naves veíanse algunos retablos adosados al muro, sin imágenes en las
hornacinas; en el coro se dibujaban con un ribete de luz los extraños perfiles de la oscura sillería de alerce;
en el pavimento, destrozado en varios puntos, distinguíanse aún anchas losas sepulcrales llenas de timbres;
escudos y largas inscripciones góticas; y allá a lo lejos, en el fondo de las silenciosas capillas y a la largo del
crucero, se destacaban confusamente entre la oscuridad, semejantes a blancos e inmóviles fantasmas, las
estatuas de piedra que, unas tendidas, otras de hinojos sobre el mármol de sus tumbas, parecían ser los
únicos habitantes del ruinoso edificio.
A cualquiera otro menos molido que el oficial de dragones; el cual traía una jornada de catorce
leguas en el cuerpo, o menos acostumbrado a ver estos sacrilegios como la cosa más natural del mundo,
hubiéranle bastado dos adarmes de imaginación para no pegar los ojos en toda la noche en aquel oscuro e
imponente recinto, donde las blasfemias de los soldados que se quejaban en alta voz del improvisado cuartel,
el metálico golpe de sus espuelas que resonaban sobre las anchas losas sepulcrales del pavimento, el ruido
de los caballos que piafaban impacientes, cabeceando y haciendo sonar las cadenas con que estaban sujetos
a los pilares, formaban un rumor extraño y temeroso que se dilataba por todo el ámbito de la iglesia y se
reproducía cada vez más confuso, repetido de eco en eco en sus altas bóvedas.
Pero nuestro héroe, aunque joven, estaba ya tan familiarizado con estas peripecias de la vida de
campaña, que apenas hubo acomodado a su gente, mandó colocar un saco de forraje al pie de la grada del
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presbiterio, y arrebujándose como mejor pudo en su capote y echando la cabeza en el escalón, a los cinco
minutos roncaba con más tranquilidad que el mismo rey José en su palacio de Madrid.
Los soldados, haciéndose almohadas de las monturas, imitaron su ejemplo, y poca a poco fue
apagándose el murmullo de sus voces.
A la media hora sólo se oían los ahogados gemidos del aire que entraba por las rotas vidrieras de las
ojivas del templo, el atolondrado revolotear de las aves nocturnas que tenían sus nidos en el dosel de piedra
de las esculturas de los muros, y el alternado rumor de los pasos del vigilante que se paseaba, envuelto en los
anchos pliegues de su capote a lo largo del pórtico.
II
En la época a que se remonta la relación de esta historia, tan verídica como extraordinaria, lo mismo
que al presente, para los que no sabían apreciar los tesoros del arte que encierran sus muros, la ciudad de
Toledo no era más que un poblachón destartalado, antiguo, ruinoso e insufrible.
Los oficiales del ejército francés, que, a juzgar por los actos de vandalismo con que dejaron en ella
triste y perdurable memoria de su ocupación, de todo tenían menos de artistas o arqueólogos, no hay para
que decir que se fastidiaban soberanamente en la vetusta ciudad de los Césares.
En esta situación de ánimo, la más insignificante novedad que viniese a romper la monótona quietud
de aquellos días eternos e iguales, era acogida con avidez entre los ociosos: así es que la promoción al grado
inmediato de uno de sus camaradas; la noticia del movimiento estratégico de una columna volante, la salida
de un correo de gabinete o la llegada de una fuerza cualquiera a la ciudad, convertíanse en tema fecundo de
conversación y objeto de toda clase de comentarios, hasta tanto que otro incidente venía a sustituirlo,
sirviendo de base a nuevas quejas, críticas y suposiciones.
Como era de esperar, entre los oficiales que; según tenían de costumbre, acudieron al día siguiente a
tomar el sol y a charlar un rato en el Zocodover, no se hizo platillo de otra cosa que la llegada de los
dragones, cuyo jefe dejamos en el anterior capítulo durmiendo a pierna suelta y descansando de las fatigas
de su viaje. Cerca de una hora hacía que la conversación giraba alrededor de este asunto, y ya comenzaba a
interpretarse de diversos modos la ausencia del recién venido, a quien uno de los presentes, antiguo
compañero suyo de colegio, había citado para el Zocodover, cuando en una de las bocacalles de la plaza
apareció al fin nuestro bizarro capitán despojado de su ancho capotón de guerra, luciendo un gran casco de
metal con penacho de plumas blancas, una casaca azul turquí con vueltas rojas y un magnífico mandoble con
vaina de acero, que resonaba arrastrándose al compás de sus marciales pasos y del golpe seco y agudo de sus
espuelas de oro.
Apenas le vio su camarada, salió a su encuentro para saludarle, y con él se adelantaron casi todos los
que a la sazón se encontraban en el corrillo, en quienes habían despertado la curiosidad y la gana de
conocerle los pormenores que ya habían oído referir acerca de su carácter original y extraño.
Después de los estrechos abrazos de costumbre y de las exclamaciones, plácemes y preguntas de
rigor en estas entrevistas; después de hablar largo y tendido sobre las novedades que andaban por Madrid, la
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varia fortuna de la guerra y los amigotes muertos o ausentes rodando de uno en otro asunto la conversación,
vino a parar al tema obligado, esto es, las penalidades del servicio, la falta de distracciones de la ciudad y el
inconveniente de los alojamientos.
Al llegar a este punto, uno de los de la reunión que, por lo visto, tenía noticias del mal talante con
que el joven oficial se había resignado a acomodar su gente en la abandonada iglesia, le dijo con aire de
zumba:
-Y a propósito de alojamiento, ¿qué tal se ha pasado la noche en el que ocupáis?
-Ha habido de todo -contestó el interpelado-; pues si bien es verdad que no he dormido gran cosa, el
origen de mi vigilia merece la pena de la velada. El insomnio junto a una mujer bonita no es seguramente el
peor de los males.
-¡Una mujer! -repitió su interlocutor como admirándose de la buena fortuna del recién venido; eso es
lo que se llama llegar y besar el santo.
-Será tal vez algún antiguo amor de la corte que le sigue a Toledo para hacerle más soportable el
ostracismo -añadió otro de los del grupo.
-¡Oh!, no -dijo entonces el capitán-; nada menos que eso. Juro, a fe de quien soy, que no la conocía y
que nunca creí hallar tan bella patrona en tan incómodo alojamiento. Es todo lo que se llama una verdadera
aventura.
-¡Contadla!, ¡contadla! -exclamaron en coro los oficiales que rodeaban al capitán; y como éste se
dispusiera a hacerlo así, todos prestaron la mayor atención a sus palabras mientras él comenzó la historia en
estos términos:
-Dormía esta noche pasada como duerme un hombre que trae en el cuerpo trece leguas de camino,
cuando he aquí que en lo mejor del sueño me hizo despertar sobresaltado e incorporarme sobre el codo un
estruendo, horrible, un estruendo tal, que me ensordeció un instante para dejarme después los oídos
zumbando cerca de un minuto, como si un moscardón me cantase a la oreja.
Como os habréis figurado, la causa de mi susto era el primer golpe que oía de esa endiablada
campana gorda, especie de sochantre de bronce, que los canónigos de Toledo han colgado en su catedral con
el laudable propósito de matar a disgustos a los necesitados de reposo.
Renegando entre dientes de la campana y del campanero que la toca, disponíame, una vez apagado
aquel insólito y temeroso rumor, a coger nuevamente el hilo del interrumpido sueño, cuando vino a herir mi
imaginación y a ofrecerse ante mis ojos una cosa extraordinaria. A la dudosa luz de la luna que entraba en el
templo por el estrecho ajimez del muro de la capilla mayor, vi a una mujer arrodillada junto al altar.
Los oficiales se miraron entre sí con expresión entre asombrada e incrédula; el capitán sin atender al
efecto que su narración producía, continuó de este modo:
-No podéis figuraros nada semejante, aquella nocturna y fantástica visión que se dibujaba
confusamente en la penumbra de la capilla, como esas vírgenes pintadas en los vidrios de colores que
habréis visto alguna vez destacarse a lo lejos, blancas y luminosas, sobre el oscuro fondo de las catedrales.
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Su rostro ovalado, en donde se veía impreso el sello de una leve y espiritual demacración, sus
armoniosas facciones llenas de una suave y melancólica dulzura, su intensa palidez, las purísimas líneas de
su contorno esbelto, su ademán reposado y noble, su traje blanco flotante, me traían a la memoria esas
mujeres que yo soñaba cuando casi era un niño. ¡Castas y celestes imágenes, quimérico objeto del vago
amor de la adolescencia!
Yo me creía juguete de una alucinación, y sin quitarle un punto los ojos, ni aun osaba respirar,
temiendo que un soplo desvaneciese el encanto. Ella permanecía inmóvil.
Antojábaseme, al verla tan diáfana y luminosa que no era una criatura terrenal, sino un espíritu que,
revistiendo por un instante la forma humana, había descendido en el rayo de la luna, dejando en el aire y en
pos de sí la azulada estela que desde el alto ajimez bajaba verticalmente hasta el pie del opuesto muro,
rompiendo la oscura sombra de aquel recinto lóbrego y misterioso.
-Pero...-exclamó interrumpiéndole su camarada de colegio, que comenzando por echar a broma la
historia, había concluido interesándose con su relato -¿cómo estaba allí aquella mujer? ¿No le dijiste nada?
¿No te explicó su presencia en aquel sitio?
-No me determiné a hablarle, porque estaba seguro de que no había de contestarme, ni verme, ni
oírme.
-¿Era sorda?
-¿Era ciega?
-¿Era muda? -exclamaron a un tiempo tres o cuatro de los que escuchaban la relación.
-Lo era todo a la vez -exclamó al fin el capitán después de un momento de pausa-, porque era... de
mármol.
Al oír el estupendo desenlace de tan extraña aventura, cuantos había en el corro prorrumpieron en
una ruidosa carcajada, mientras uno de ellos dijo al narrador de la peregrina historia, que era el único que
permanecía callado y en una grave actitud:
-¡Acabáramos de una vez! Lo que es de ese género, tengo yo más de un millar, un verdadero serrallo,
en San Juan de los Reyes; serrallo que desde ahora pongo a vuestra disposición, ya que, a lo que parece,
tanto os da de una mujer de carne como de piedra.
-¡Oh!, no... -continuó el capitán, sin alterarse en lo más mínimo por las carcajadas de sus
compañeros-: estoy seguro de que no pueden ser como la mía. La mía es una verdadera dama castellana que
por un milagro de la escultura parece que no la han enterrado en su sepulcro, sino que aún permanece en
cuerpo y alma de hinojos sobre la losa que lo cubre, inmóvil, con las manos juntas en ademán suplicante,
sumergida en un éxtasis de místico amor.
-De tal modo te explicas, que acabarás por probarnos la verosimilitud de la fábula de Galatea.
-Por mi parte, puedo deciros que siempre la creí una locura; mas desde anoche comienzo a
comprender la pasión del escultor griego.

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-Dadas las especiales condiciones de tu nueva dama, creo que no tendrás inconveniente en
presentarnos a ella. De mí sé decir que ya no vivo hasta ver esa maravilla. Pero... ¿qué diantres te pasa?...
diríase que esquivas la presentación. ¡Ja!, ¡ja!, ¡ja! Bonito fuera que ya te tuviéramos hasta celoso.
-Celoso -se apresuró a decir el capitán-, celoso... de los hombres, no...; mas ved, sin embargo, hasta
dónde llega mi extravagancia. Junto a la imagen de esa mujer, también de mármol, grave y al parecer con
vida como ella, hay un guerrero... su marido sin duda... Pues bien...: lo voy a decir todo, aunque os moféis
de mi necesidad... Si no hubiera temido que me tratasen de loco, creo que ya lo habría hecho cien veces
pedazos.
Una nueva y aún más ruidosa carcajada de los oficiales saludó esta original revelación del
estrambótico enamorado de la dama de piedra.
-Nada, nada; es preciso que la veamos -decían los unos.
-Sí, sí; es preciso saber si el objeto corresponde a tan alta pasión -añadían los otros.
-¿Cuándo nos reunimos a echar un trago en la iglesia en que os alojáis? -exclamaron los demás.
-Cuando mejor os parezca: esta misma noche si queréis -respondió el joven capitán, recobrando su
habitual sonrisa, disipada un instante por aquel relámpago de celos-. A propósito. Con los bagajes he traído
hasta un par de docenas de botellas de Champagne, verdadero Champagne, restos de un regalo hecho a
nuestro general de brigada, que, como sabéis, es algo pariente.
-¡Bravo!, ¡bravo! -exclamaron los oficiales a una voz, prorrumpiendo en alegres exclamaciones.
-¡Se beberá vino del país!
-¡Y cantaremos una canción de Ronsard!
-Y hablaremos de mujeres, a propósito de la dama del anfitrión.
-Conque... ¡hasta la noche!
¡Hasta la noche!
III
Ya hacía largo rato que los pacíficos habitantes de Toledo habían cerrado con llave y cerrojo las
pesadas puertas de sus antiguos caserones; la campana gorda de la catedral anunciaba la hora de la queda, y
en lo alto del alcázar, convertido en cuartel, se oía el último toque de silencio de los clarines, cuando diez o
doce oficiales que poco a poco habían ido reuniéndose en el Zocodover tomaron el camino que conduce
desde aquel punto al convento en que se alojaba el capitán, animados más con la esperanza de apurar las
prometidas botellas, que con el deseo de conocer la maravillosa escultura.
La noche había cerrado sombría y amenazadora; el cielo estaba cubierto de nubes de color de plomo;
el aire, que zumbaba encarcelado en las estrechas y retorcidas calles, agitaba la moribunda luz del farolillo
de los retablos o hacía girar con un chirrido agudo las veletas de hierro de las torres.
Apenas los oficiales dieron vista a la plaza en que se hallaba situado el alojamiento de su nuevo
amigo, éste, que les aguardaba impaciente, salió a encontrarles; y después de cambiar algunas palabras a

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media voz, todos penetraron juntos en la iglesia, en cuyo lóbrego recinto la escasa claridad de una linterna
luchaba trabajosamente con las oscuras y espesísimas sombras.
-¡Por quién soy! -exclamó uno de los convidados tendiendo a su alrededor la vista-, que el local es de
los menos a propósito del mundo para una fiesta.
-Efectivamente -dijo otro-; nos traes a conocer a una dama, y apenas si con mucha dificultad se ven
los dedos de la mano.
-Y, sobre todo, hace un frío, que no parece sino que estamos en la Siberia -añadió un tercero
arrebujándose en el capote.
-Calma, señores, calma -interrumpió el anfitrión-; calma, que a todo se proveerá. ¡Eh, muchacho! -
prosiguió dirigiéndose a uno de sus asistentes-: busca por ahí un poco de leña, y enciéndenos una buena
fogata en la capilla mayor.
El asistente, obedeciendo las órdenes de su capitán, comenzó a descargar golpes en la sillería del
coro, y después que hubo reunido una gran cantidad de leña que fue apilando al pie de las gradas del
presbiterio, tornó la linterna y se dispuso a hacer un auto de fe con aquellos fragmentos tallados de
riquísimas labores, entre los que se veían, por aquí, parte de una columnilla salomónica; por allá, la imagen
de un santo abad, el torso de una mujer o la disforme cabeza de un grifo asomado entre hojarascas.
A los pocos minutos, una gran claridad que de improviso se derramó por todo el ámbito de la iglesia
anunció a los oficiales que había llegado la hora de comenzar el festín.
El capitán, que hacía los honores de su alojamiento con la misma ceremonia que hubiera hecho los de
su casa, exclamó dirigiéndose a los convidados:
Si gustáis, pasaremos al buffet.
Sus camaradas, afectando la mayor gravedad, respondieron a la invitación con un cómico saludo, y
se encaminaron a la capilla mayor precedidos del héroe de la fiesta, que al llegar a la escalinata se detuvo un
instante, y extendiendo la mano en dirección al sitio que ocupaba la tumba, les dijo con la finura más
exquisita.
-Tengo el placer de presentaros a la dama de mis pensamientos. Creo que convendréis conmigo en
que no he exagerado su belleza.
Los oficiales volvieron los ojos al punto que les señalaba su amigo, y una exclamación de asombro se
escapó involuntariamente de todos los labios.
En el fondo de un arco sepulcral revestido de mármoles negros, arrodillada delante de un
reclinatorio, con las manos juntas y la cara vuelta hacia el altar, vieron, en efecto, la imagen de una mujer
tan bella, que jamás salió otra igual de manos de un escultor, ni el deseo pudo pintarla en la fantasía más
soberanamente hermosa.
-En verdad que es un ángel -exclamó uno de ellos.
-¡Lástima que sea de mármol! -añadió otro.

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-No hay duda que, aunque no sea más que la ilusión de hallarse junto a una mujer de este calibre, es
lo suficiente para no pegar los ojos en toda la noche.
-¿Y no sabéis quién es ella? -preguntaron algunos de los que contemplaban la estatua al capitán, que
sonreía satisfecho de su triunfo.
-Recordando un poco del latín que en mi niñez supe, he conseguido a duras penas, descifrar la
inscripción de la tumba -contestó el interpelado-; y, a lo que he podido colegir, pertenece a un título de
Castilla; famoso guerrero que hizo la campaña con el Gran Capitán. Su nombre lo he olvidado; mas su
esposa, que es la que veis, se llama Doña Elvira de Castañeda, y por mi fe que, si la copia se parece al
original, debió ser la mujer más notable de su siglo.
Después de estas breves explicaciones, los convidados, que no perdían de vista el principal objeto de
la reunión, procedieron a destapar algunas de las botellas y, sentándose alrededor de la lumbre, empezó a
andar el vino a la ronda.
A medida que las libaciones se hacían más numerosas y frecuentes, y el vapor del espumoso
Champagne comenzaba a trastornar las cabezas, crecían la animación, el ruido y la algazara de los jóvenes,
de los cuales éstos arrojaban a los monjes de granito adosados a los pilares los cascos de las botellas vacías,
y aquellos cantaban a toda voz canciones báquicas y escandalosas, mientras los de más allá prorrumpían en
carcajadas, batían las palmas en señal de aplauso o disputaban entre sí con blasfemias y juramentos.
El capitán bebía en silencio como un desesperado y sin apartar los ojos de la estatua de doña Elvira.
Iluminada por el rojizo resplandor de la hoguera, y a través del confuso velo que la embriaguez había
puesto delante de su vista, parecíale que la marmórea imagen se transformaba a veces en una mujer real,
parecíale que entreabría los labios como murmurando una oración; que se alzaba su pecho como oprimido y
sollozante; que cruzaba las manos con más fuerza que sus mejillas se coloreaban, en fin, como si se
ruborizase ante aquel sacrílego y repugnante espectáculo.
Los oficiales, que advirtieron la taciturna tristeza de su camarada, le sacaron del éxtasis en que se
encontraba sumergido y, presentándole una copa, exclamaron en coro:
-¡Vamos, brindad vos, que sois el único que no lo ha hecho en toda la noche!
El joven tomó la copa y, poniéndose de pie y alzándola en alto, dijo encarándose con la estatua del
guerrero arrodillado junto a doña Elvira:
-¡Brindo por el emperador, y brindo por la fortuna de sus armas, merced a las cuales hemos podido
venir hasta el fondo de Castilla a cortejarle su mujer en su misma tumba a un vencedor de Ceriñola!
Los militares acogieron el brindis con una salva de aplausos, y el capitán, balanceándose, dio algunos
pasos hacia el sepulcro.
-No... -prosiguió dirigiéndose siempre a la estatua del guerrero, y con esa sonrisa estúpida propia de
la embriaguez-, no creas que te tengo rencor alguno porque veo en ti un rival...; al contrario, te admiro como
un marido paciente, ejemplo de longanimidad y mansedumbre, y a mi vez quiero también ser generoso. Tú

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serías bebedor a fuer de soldado..., no se ha de decir que te he dejado morir de sed, viéndonos vaciar veinte
botellas...: ¡toma!
Y esto diciendo llevose la copa a los labios, y después de humedecérselos con el licor que contenía,
le arrojó el resto a la cara prorrumpiendo en una carcajada estrepitosa al ver cómo caía el vino sobre la
tumba goteando de las barbas de piedra del inmóvil guerrero.
-¡Capitán! -exclamó en aquel punto uno de sus camaradas en tono de zumba- cuidado con lo que
hacéis... Mirad que esas bromas con la gente de piedra suelen costar caras... Acordaos de lo que aconteció a
los húsares del 5.° en el monasterio de Poblet... Los guerreros del claustro dicen que pusieron mano una
noche a sus espadas de granito, y dieron que hacer a los que se entretenían en pintarles bigotes con carbón.
Los jóvenes acogieron con grandes carcajadas esta ocurrencia; pero el capitán, sin hacer caso de sus
risas, continuó siempre fijo en la misma idea:
-¿Creéis que yo le hubiera dado el vino a no saber que se tragaba al menos el que le cayese en la
boca?... ¡Oh!... ¡no!.... yo no creo, como vosotros, que esas estatuas son un pedazo de mármol tan inerte hoy
como el día en que lo arrancaron de la cantera. Indudablemente el artista, que es casi un dios, da a su obra un
soplo de vida que no logra hacer que ande y se mueva, pero que le infunde una vida incomprensible y
extraña; vida que yo no me explico bien, pero que la siento, sobre todo cuando bebo un poco.
-¡Magnífico! -exclamaron sus camaradas-, bebe y prosigue.
El oficial bebió, y, fijando los ojos en la imagen de doña Elvira, prosiguió con una exaltación
creciente:
-¡Miradla!... ¡miradla!... ¿No veis esos cambiantes rojos de sus carnes mórbidas y transparentes?...
¿No parece que por debajo de esa ligera epidermis azulada y suave de alabastro circula un fluido de luz
color de rosa?... ¿Queréis más vida?... ¿Queréis más realidad?...
-¡Oh!, sí, seguramente -dijo uno de los que le escuchaban-; quisiéramos que fuese de carne y hueso.
-¡Carne y hueso!... ¡Miseria, podredumbre!... -exclamó el capitán-. Yo he sentido en una orgía arder
mis labios y mi cabeza; yo he sentido este fuego que corre por las venas hirviente como la lava de un volcán,
cuyos vapores caliginosos turban y trastornan el cerebro y hacen ver visiones extrañas. Entonces el beso de
esas mujeres materiales me quemaba como un hierro candente, y las apartaba de mí con disgusto, con
horror, hasta con asco; porque entonces, como ahora, necesitaba un soplo de brisa del mar para mi frente
calurosa, beber hielo y besar nieve... nieve teñida de suave luz, nieve coloreada por un dorado rayo de sol....
una mujer blanca, hermosa y fría, como esa mujer de piedra que parece incitarme con su fantástica
hermosura, que parece que oscila al compás de la llama, y me provoca entreabriendo sus labios y
ofreciéndome un tesoro de amor... ¡Oh!... sí... un beso... sólo un beso tuyo podrá calmar el ardor que me
consume.
-¡Capitán! -exclamaron algunos de los oficiales al verle dirigirse hacia la estatua como fuera de sí,
extraviada la vista y con pasos inseguros-, ¿qué locura vais a hacer? ¡Basta de broma y dejad en paz a los
muertos!
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El joven ni oyó siquiera las palabras de sus amigos y tambaleando y como pudo llegó a la tumba y
aproximose a la estatua; pero al tenderle los brazos resonó un grito de horror en el templo. Arrojando sangre
por ojos, boca y nariz, había caído desplomado y con la cara deshecha al pie del sepulcro.
Los oficiales, mudos y espantados, ni se atrevían a dar un paso para prestarle socorro.
En el momento en que su camarada intentó acercar sus labios ardientes a los de doña Elvira, habían
visto al inmóvil guerrero levantar la mano y derribarle con una espantosa bofetada de su guantelete de
piedra.

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Mircea Eliade: Mito y realidad. Editorial Labor, Barcelona, 1991

ENSAYO DE UNA DEFINICIÓN DEL MITO


Sería difícil encontrar una definición de mito que fuera aceptada por todos los eruditos y que al mismo tiempo
fuera accesible a los no especialistas. Por lo demás, ¿acaso es posible encontrar una definición única capaz de abarcar
todos los tipos y funciones de los mitos en todas las sociedades, arcaicas y tradicionales? El mito es una realidad
cultural extremadamente compleja, que puede abordarse e interpretarse en perspectivas múltiples y complementarias.
Personalmente, la definición que me parece menos imperfecta, por ser la más amplia, es la siguiente: el mito
cuenta una historia sagrada; relata un acontecimiento que ha tenido lugar en el tiempo primordial, el tiempo fabuloso
de los «comienzos». Dicho de otro modo: el mito cuenta cómo, gracias a las hazañas de los Seres Sobrenaturales, una
realidad ha venido a la existencia, sea ésta la realidad total, el Cosmos, o solamente un fragmento: una isla, una
especie vegetal, un comportamiento humano, una institución. Es, pues, siempre el relato de una «creación»: se narra
cómo algo ha sido producido, ha comenzado a ser. El mito no habla sino de lo que ha sucedido realmente, de lo que se
ha manifestado plenamente. Los personajes de los mitos son Seres Sobrenaturales. Se les conoce sobre todo por lo que
han hecho en el tiempo primordial de los «comienzos». Los mitos revelan, pues, la actividad creadora y desvelan la
sacralidad (o simplemente la «sobre-naturalidad») de sus obras. En suma, los mitos describen las diversas, y a veces
dramáticas, irrupciones de lo sagrado (o de lo «sobrenatural») en el Mundo. Es esta irrupción de lo sagrado la que
fundamenta realmente el Mundo y la que lo hace tal como es hoy día. Más aún: el hombre es lo que es hoy, un ser
mortal, sexuado y cultural, a consecuencia de las intervenciones de los seres sobrenaturales.
Importa subrayar un hecho que nos parece esencial: el mito se considera como una historia sagrada y, por
tanto, una «historia verdadera», puesto que se refiere siempre a realidades. El mito cosmogónico es «verdadero»,
porque la existencia del Mundo está ahí para probarlo; el mito del origen de la muerte es igualmente «verdadero»,
puesto que la mortalidad del hombre lo prueba, y así sucesivamente.
Por el mismo hecho de relatar el mito las gestas de los seres sobrenaturales y la manifestación de sus poderes
sagrados, se convierte en el modelo ejemplar de todas las actividades humanas significativas. Cuando el misionero y
etnólogo C Strehlow preguntaba a los australianos Arunta por qué celebraban ciertas ceremonias, le respondían
invariablemente: «Porque los antepasados lo han prescrito así». Los Kai de Nueva Guinea se negaban a modificar su
manera de vivir y de trabajar, y daban como explicación: «Así lo hicieron los Nemu (los Antepasados míticos) y
nosotros lo hacemos de igual manera». Interrogado sobre la razón de tal o cual detalle de cierta ceremonia, el cantor
Navaho contestaba: «Porque el Pueblo santo lo hizo de esta manera la primera vez». Encontramos exactamente la
misma justificación en la plegaria que acompaña un ritual tibetano primitivo: «Como ha sido transmitido desde el
principio de la creación de la tierra, así nosotros debemos sacrificar (...). Como nuestros antepasados hicieron en los
tiempos antiguos, así hacemos hoy». Tal es también la justificación invocada por los teólogos y ritualistas hindúes:
«Debemos hacer lo que los dioses han hecho en un principio» (Satapatha Brâhmana, VII, 2, 1, 4). «Así hicieron los
dioses; así hacen los hombres» (Taittiriya Brâhmana, 1, 5, 9, 4).
Como se ha señalado, incluso los modos de conducta y las actividades profanas del hombre encuentran sus
modelos en las gestas de los Seres Sobrenaturales. Entre los Navaho, «las mujeres han de sentarse con las piernas
debajo de sí y de lado; los hombres, con las piernas cruzadas delante de ellos, porque se dijo que en un principio la
Mujer cambiante y el Matador de monstruos se sentaron en estas posturas». Según las tradiciones míticas de una tribu

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australiana, los Karadjeri, todas sus costumbres, todos sus comportamientos se fundaron en el «tiempo del Ensueño»
por dos Seres Sobrenaturales, Bagadjimbiri (por ejemplo, la manera de cocer tal o cual grano o de cazar tal animal con
ayuda de un palo, la posición especial que debe adoptarse para orinar, etc.).
Sería inútil multiplicar ejemplos. Como lo hemos demostrado en El mito del eterno retorno, y como se verá
aún mejor por lo que sigue, la función principal del mito es revelar los modelos ejemplares de todos los ritos y
actividades humanas significativas: tanto la alimentación o el matrimonio como el trabajo, la educación, el arte o la
sabiduría. Esta concepción no carece de importancia para la comprensión del hombre de las sociedades arcaicas y
tradicionales, y de ellas nos ocuparemos más adelante.

«HISTORIA SAGRADA» - «HISTORIA PROFANA»


Debemos añadir que en las sociedades en que el mito está aún vivo, los indígenas distinguen cuidadosamente
los mitos —«historias verdaderas»— de las fábulas o cuentos, que llaman «historias falsas».
Los Pawnee «hacen una distinción entre las ‘historias verdaderas’ y las ‘historias falsas’, y colocan entre las
historias ‘verdaderas’, en primer lugar, todas aquellas que tratan de los orígenes del mundo; sus protagonistas son
seres divinos, sobrenaturales, celestes o astrales. A continuación, vienen los cuentos que narran las aventuras
maravillosas del héroe nacional, un joven de humilde cuna que llegó a ser el salvador de su pueblo, al liberarle de
monstruos, al librarle del hambre o de otras calamidades, o al llevar a cabo otras hazañas nobles y beneficiosas.
Vienen, por último, las historias que se relacionan con los medicine-men, y explican cómo tal o cual mago adquirió
sus poderes sobrehumanos o cómo nació tal o cual asociación de chamanes. Las historias ‘falsas’ son aquellas que
cuentan las aventuras y hazañas en modo alguno edificantes del coyote, el lobo de la pradera. En una palabra: en las
historias ‘verdaderas’ nos hallamos frente a frente de lo sagrado o de lo sobrenatural; en las ‘falsas’, por el contrario,
con un contenido profano, pues el coyote es sumamente popular en esta mitología como en otras mitologías
norteamericanas, donde aparece con los rasgos del astuto, del pícaro, del prestidigitador y del perfecto bribón.
Igualmente, los Cherokees distinguen entre mitos sagrados (cosmogonía, creación de astros, origen de la
muerte) e historias profanas que explican, por ejemplo, ciertas curiosidades anatómicas o fisiológicas de los animales.
Reaparece la misma distinción en África; los Herero estiman que las historias que narran los principios de los
diferentes grupos de la tribu son verdaderas, porque se refieren a hechos que han tenido lugar realmente, mientras que
los cuentos más o menos cómicos no tienen ninguna base. En cuanto a los indígenas de Togo, consideran sus mitos de
origen «absolutamente reales».
Por esta razón no se pueden contar indiferentemente los mitos. En muchas tribus no se recitan delante de las
mujeres o de los niños, es decir, de los no iniciados. Generalmente, los viejos instructores comunican los mitos a los
neófitos durante su período de aislamiento en la espesura, y esto forma parte de su iniciación. R. Piddington hace notar
a propósito de los Karadjeri: «Los mitos sagrados que no pueden ser conocidos de las mujeres se refieren
principalmente a la cosmogonía y, sobre todo, a la institución de las ceremonias de iniciación».
Mientras que las «historias falsas» pueden contarse en cualquier momento y en cualquier sitio, los mitos no
deben recitarse más que durante un lapso de tiempo sagrado (generalmente durante el otoño o el invierno, y
únicamente de noche). Esta costumbre se conserva incluso en pueblos que han sobrepasado el estadio arcaico de
cultura. Entre los turco-mongoles y los tibetanos, la recitación de cantos épicos del ciclo Gesor no puede tener lugar
más que de noche y en invierno. «La recitación se asimila a un poderoso encanto. Ayuda a obtener ventajas de toda

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índole, especialmente éxito en la caza y en la guerra (...). Antes de recitar se prepara un área espolvoreada con harina
de cebada tostada. El auditorio se sienta alrededor. El bardo recita la epopeya durante varios días. En otro tiempo, se
dice, se veían entonces las huellas de los cascos del caballo de César sobre esta área. La recitación provocaba, pues, la
presencia real del héroe».

LO QUE REVELAN LOS MITOS


La distinción hecha por los indígenas entre «historias verdaderas» e «historias falsas» es significativa. Las dos
categorías de narraciones presentan «historias», es decir, relatan una serie de acontecimientos que tuvieron lugar en un
pasado lejano y fabuloso. A pesar de que los personajes de los mitos son en general Dioses y Seres Sobrenaturales, y
los de los cuentos héroes o animales maravillosos, todos estos personajes tienen en común esto: no pertenecen al
mundo cotidiano. Y, sin embargo, los indígenas se dieron cuenta de que se trataba de «historias» radicalmente
diferentes. Pues todo lo que se relata en los mitos les concierne directamente, mientras que los cuentos y las fábulas se
refieren a acontecimientos que, incluso cuando han aportado cambios en el Mundo (cf. las particularidades anatómicas
o fisiológicas de ciertos animales), no han modificado la condición humana en cuanto tal.
En efecto, los mitos relatan no sólo el origen del Mundo, de los animales, de las plantas y del hombre, sino
también todos los acontecimientos primordiales a consecuencia de los cuales el hombre ha llegado a ser lo que es hoy,
es decir, un ser mortal, sexuado, organizado en sociedad, obligado a trabajar para vivir, y que trabaja según ciertas
reglas. Si el Mundo existe, si el hombre existe, es porque los Seres Sobrenaturales han desplegado una actividad
creadora en los «comienzos». Pero otros acontecimientos han tenido lugar después de la cosmogonía y la
antropogonía, y el hombre, tal como es hoy, es el resultado directo de estos acontecimientos míticos, está constituido
por estos acontecimientos. Es mortal, porque algo ha pasado in illo tempore. Si eso no hubiera sucedido, el hombre no
sería mortal: habría podido existir indefinidamente como las piedras, o habría podido cambiar periódicamente de piel
como las serpientes y, por ende, hubiera sido capaz de renovar su vida, es decir, de recomenzarla indefinidamente.
Pero el mito del origen de la muerte cuenta lo que sucedió in illo tempore, y al relatar este incidente explica por qué el
hombre es mortal.
Del mismo modo, determinada tribu vive de la pesca, y esto porque en los tiempos míticos un Ser
Sobrenatural enseñó a sus antepasados cómo capturar y cocer los pescados. El mito cuenta la historia de la primera
pesca efectuada por el Ser Sobrenatural, y al hacer esto revela a la vez un acto sobrehumano, enseña a los humanos
cómo efectuarlo a su vez y, finalmente, explica por qué esta tribu debe alimentarse de esta manera.
Se podrían multiplicar fácilmente los ejemplos. Pero los que preceden muestran ya por qué el mito es, para el
hombre arcaico, un asunto de la mayor importancia, mientras que los cuentos y las fábulas no lo son. El mito le enseña
las «historias» primordiales que le han constituido esencialmente, y todo lo que tiene relación con su existencia y con
su propio modo de existir en el Cosmos le concierne directamente.
Inmediatamente se verán las consecuencias que esta concepción singular ha tenido para la conducta del
hombre arcaico. Hagamos notar que, así como el hombre moderno se estima constituido por la Historia, el hombre de
las sociedades arcaicas se declara como el resultado de cierto número de acontecimientos míticos. Ni uno ni otro se
consideran «dados», «hechos» de una vez para siempre, como, por ejemplo, se hace un utensilio, de una manera
definitiva. Un moderno podría razonar de la manera siguiente: soy tal como soy hoy día porque un cierto número de
acontecimientos me han sucedido, pero estos acontecimientos no han sido posibles más que porque la agricultura fue

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descubierta hace ocho o nueve mil años y porque las civilizaciones urbanas se desarrollaron en el Oriente Próximo
antiguo, porque Alejandro Magno conquistó Asia y Augusto fundó el Imperio romano, porque Galileo y Newton
revolucionaron la concepción del Universo, abriendo el camino para los descubrimientos científicos y preparando el
florecimiento de la civilización industrial, porque tuvo lugar la Revolución francesa y porque las ideas de libertad,
democracia y justicia social trastocaron el mundo occidental después de las guerras napoleónicas, y así sucesivamente.
De igual modo, un «primitivo» podría decirse: soy tal como soy hoy porque una serie de acontecimientos
tuvieron lugar antes de mí. Tan sólo debería añadir, acto seguido: esos acontecimientos sucedieron en los tiempos
míticos, y, por consiguiente, constituyen una historia sagrada, porque los personajes del drama no son humanos, sino
Seres Sobrenaturales. Y aún más: mientras que un hombre moderno, a pesar de considerarse el resultado del curso de
la Historia universal, no se siente obligado a conocerla en su totalidad, el hombre de las sociedades arcaicas no sólo
está obligado a rememorar la historia mítica de su tribu, sino que reactualiza periódicamente una gran parte de ella. Es
aquí donde se nota la diferencia más importante entre el hombre de las sociedades arcaicas y el hombre moderno: la
irreversibilidad de los acontecimientos, que, para este último, es la nota característica de la Historia, no constituye una
evidencia para el primero.
Constantinopla fue conquistada por los turcos en 1453 y la Bastilla cayó el 14 de julio de 1789. Estos
acontecimientos son irreversibles. Sin duda, al haberse convertido el 14 de julio en la fiesta nacional de la República
francesa, se conmemora anualmente la toma de la Bastilla, pero no se reactualiza el acontecimiento histórico
propiamente dicho. Para el hombre de las sociedades arcaicas, por el contrario, lo que pasó ab origine es susceptible
de repetirse por la fuerza de los ritos. Lo esencial para él es, pues, conocer los mitos. No sólo porque los mitos le
ofrecen una explicación del Mundo y de su propio modo de existir en el mundo, sino, sobre todo, porque al
rememorarlos, al reactualizarlos, es capaz de repetir lo que los Dioses, los Héroes o los Antepasados hicieron ab
origine. Conocer los mitos es aprender el secreto del origen de las cosas. En otros términos: se aprende no sólo cómo
las cosas han llegado a la existencia, sino también dónde encontrarlas y cómo hacerlas reaparecer cuando desaparecen.

LO QUE QUIERE DECIR «CONOCER LOS MITOS»


Los mitos totémicos australianos consisten la mayoría de las veces en la narración bastante monótona de las
peregrinaciones de los antepasados míticos o de los animales totémicos. Se cuenta cómo, en el «tiempo del sueño»
(alcheringa) —es decir, en el tiempo mítico— estos Seres Sobrenaturales hicieron su aparición sobre la Tierra y
emprendieron largos viajes, parándose a veces para modificar el paisaje o producir ciertos animales y plantas, y
finalmente desaparecieron bajo tierra. Pero el conocimiento de estos mitos es esencial para la vida de los australianos.
Los mitos les enseñan cómo repetir los gestos creadores de los Seres Sobrenaturales y, por consiguiente, cómo
asegurar la multiplicación de tal animal o de tal planta.
Estos mitos se comunican a los neófitos durante su iniciación. O, más bien, se «celebran», es decir, se les
reactualiza. «Cuando los jóvenes pasan por las diversas ceremonias de iniciación, se celebran ante ellos una serie de
ceremonias que, a pesar de representarse exactamente como las del culto propiamente dicho —salvo ciertas
particularidades características—, no tienen, sin embargo, por meta la multiplicación y crecimiento del tótem de que
se trate, sino que van encaminadas a mostrar la manera de celebrar estos cultos a quienes se va a elevar, o que acaban
de ser elevados, al rango de hombres».

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Se ve, pues, que la «historia» narrada por el mito constituye un «conocimiento» de orden esotérico no sólo
porque es secreta y se transmite en el curso de una iniciación, sino también porque este «conocimiento» va
acompañado de un poder mágico-religioso. En efecto, conocer el origen de un objeto, de un animal, de una planta,
etc., equivale a adquirir sobre ellos un poder mágico, gracias al cual se logra dominarlos, multiplicarlos o
reproducirlos a voluntad. Erland Nordenskiöld ha referido algunos ejemplos particularmente sugestivos de los indios
Cuna. Según sus creencias, el cazador afortunado es el que conoce el origen de la caza. Y si se llega a domesticar a
ciertos animales, es porque los magos conocen el secreto de su creación. Igualmente se es capaz de tener en la mano
un hierro al rojo o de coger serpientes venenosas a condición de conocer el origen del fuego y de las serpientes.
Nordenskiöld cuenta que «en un pueblo Cuna, Tientiki, hay un muchacho de catorce años que entra impunemente en
el fuego tan sólo porque conoce el encanto de la creación del fuego. Pérez vio frecuentemente a personas coger un
hierro al rojo y a otras domesticar serpientes».
Se trata de una creencia muy extendida y que no es propia de un cierto tipo de cultura. En Timor, por ejemplo,
cuando un arrozal no medra, alguien que conoce las tradiciones míticas relativas al arroz se traslada al campo. «Allí
pasa la noche en la cabaña de la plantación recitando las leyendas que explican cómo se llegó a poseer el arroz (mito
de origen)... Los que hacen esto no son sacerdotes»18 . Al recitar el mito de origen, se obliga al arroz a mostrarse
hermoso, vigoroso y tupido, como era cuando apareció por primera vez. No se le recuerda cómo ha sido creado, a fin
de «instruirle», de enseñarle cómo debe comportarse. Se le fuerza mágicamente a retornar al origen, es decir, a
reiterar su creación ejemplar.
En la mayoría de los casos, no basta conocer el mito de origen, hay que recitarlo; se proclama de alguna
manera su conocimiento, se muestra. Pero esto no es todo; al recitar o al celebrar el mito del origen, se deja uno
impregnar de la atmósfera sagrada en la que se desarrollaron esos acontecimientos milagrosos. El tiempo mítico de los
orígenes es un tiempo «fuerte», porque ha sido transfigurado por la presencia activa, creadora, de los Seres
Sobrenaturales. Al recitar los mitos se reintegra este tiempo fabuloso y, por consiguiente, se hace uno de alguna
manera «contemporáneo» de los acontecimientos evocados, se comparte la presencia de los Dioses o de los Héroes.
En una fórmula sumaria, se podría decir que, al «vivir» los mitos, se sale del tiempo profano, cronológico, y se
desemboca en un tiempo cualitativamente diferente, un tiempo «sagrado», a la vez primordial e indefinidamente
recuperable. Esta función del mito, sobre la cual hemos insistido en Le Mythe de l'Éternel Retour (especialmente en
las páginas 35 ss), se destacará mejor aún en el curso de los análisis que seguirán.

ESTRUCTURA Y FUNCIÓN DE LOS MITOS


Estas observaciones preliminares bastan para precisar ciertas notas características del mito. De una manera
general se puede decir que el mito, tal como es vivido por las sociedades arcaicas, 1.°, constituye la historia de los
actos de los Seres Sobrenaturales; 2.°, que esta Historia se considera absolutamente verdadera (porque se refiere a
realidades) y sagrada (porque es obra de los Seres Sobrenaturales); 3.°, que el mito se refiere siempre a una
«creación», cuenta Cómo algo ha llegado a la existencia o cómo un comportamiento, una institución, una manera de
trabajar, se han fundado; es ésta la razón de que los mitos constituyan los paradigmas de todo acto humano
significativo; 4.°, que al conocer el mito, se conoce el «origen» de las cosas y, por consiguiente, se llega a dominarlas
y manipularlas a voluntad; no se trata de un conocimiento «exterior», «abstracto», sino de un conocimiento que se
«vive» ritualmente, ya al narrar ceremonialmente el mito, ya al efectuar el ritual para el que sirve de justificación; 5.°,

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que, de una manera o de otra, se «vive» el mito, en el sentido de que se está dominado por la potencia sagrada, que
exalta los acontecimientos que se rememoran y se reactualizan.
«Vivir» los mitos implica, pues, una experiencia verdaderamente «religiosa», puesto que se distingue de la
experiencia ordinaria, de la vida cotidiana. La «religiosidad» de esta experiencia se debe al hecho de que se
reactualizan acontecimientos fabulosos, exaltantes, significativos; se asiste de nuevo a las obras creadoras de los Seres
Sobrenaturales; se deja de existir en el mundo de todos los días y se penetra en un mundo transfigurado, auroral,
impregnado de la presencia de los Seres Sobrenaturales. No se trata de una conmemoración de los acontecimientos
míticos, sino de su reiteración. Las personas del mito se hacen presentes, uno se hace su contemporáneo. Esto implica
también que no se vive ya en el tiempo cronológico, sino en el Tiempo primordial, el Tiempo en el que el
acontecimiento tuvo lugar por primera vez. Por esta razón se puede hablar de «tiempo fuerte» del mito: es el Tiempo
prodigioso, «sagrado», en el que algo nuevo, fuerte y significativo se manifestó plenamente. Revivir aquel tiempo,
reintegrarlo lo más a menudo posible, asistir de nuevo al espectáculo de las obras divinas, reencontrar los seres
sobrenaturales y volver a aprender su lección creadora es el deseo que puede leerse como en filigrana en todas las
reiteraciones rituales de los mitos. En suma, los mitos revelan que el mundo, el hombre y la vida tienen un origen y
una historia sobrenatural, y que esta historia es significativa, preciosa y ejemplar.
No podría concluirse de modo mejor que citando los pasajes clásicos en los que Bronislav Malinowski trató de
desentrañar la naturaleza y función del mito en las sociedades primitivas: «Enfocado en lo que tiene de vivo, el mito
no es una explicación destinada a satisfacer una curiosidad científica, sino un relato que hace revivir una realidad
original y que responde a una profunda necesidad religiosa, a aspiraciones morales, a coacciones e imperativos de
orden social, e incluso a exigencias prácticas. En las civilizaciones primitivas el mito desempeña una función
indispensable: expresa, realza y codifica las creencias; salvaguarda los principios morales y los impone; garantiza la
eficacia de las ceremonias rituales y ofrece reglas prácticas para el uso del hombre. El mito es, pues, un elemento
esencial de la civilización humana; lejos de ser una vana fábula, es, por el contrario, una realidad viviente a la que no
se deja de recurrir; no es en modo alguno una teoría abstracta o un desfile de imágenes, sino una verdadera
codificación de la religión primitiva y de la sabiduría práctica (...). Todos estos relatos son para los indígenas la
expresión de una realidad original, mayor y más llena de sentido que la actual, y que determina la vida inmediata, las
actividades y los destinos de la humanidad. El conocimiento que el hombre tiene de esta realidad le revela el sentido
de los ritos y de los preceptos de orden moral, al mismo tiempo que el modo de cumplirlos».

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MITOS
Génesis (Cultura Judeo-cristiana)
La creación
1  En el principio creó Dios los cielos y la tierra.
2 Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu
de Dios se movía sobre la faz de las aguas.
3 Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz.
4 Y vio Dios que la luz era buena; y separó Dios la luz de las tinieblas.
5 Y llamó Dios a la luz Día, y a las tinieblas llamó Noche. Y fue la tarde y la mañana un día.
6 Luego dijo Dios: Haya expansión en medio de las aguas, y separe las aguas de las aguas.
7 E hizo Dios la expansión, y separó las aguas que estaban debajo de la expansión, de las aguas que
estaban sobre la expansión. Y fue así.
8 Y llamó Dios a la expansión Cielos. Y fue la tarde y la mañana el día segundo.
9 Dijo también Dios: Júntense las aguas que están debajo de los cielos en un lugar, y descúbrase lo
seco. Y fue así.
10 Y llamó Dios a lo seco Tierra, y a la reunión de las aguas llamó Mares. Y vio Dios que era bueno.
11 Después dijo Dios: Produzca la tierra hierba verde, hierba que dé semilla; árbol de fruto que dé
fruto según su género, que su semilla esté en él, sobre la tierra. Y fue así.
12 Produjo, pues, la tierra hierba verde, hierba que da semilla según su naturaleza, y árbol que da
fruto, cuya semilla está en él, según su género. Y vio Dios que era bueno.
13 Y fue la tarde y la mañana el día tercero.
14 Dijo luego Dios: Haya lumbreras en la expansión de los cielos para separar el día de la noche; y
sirvan de señales para las estaciones, para días y años,
15 y sean por lumbreras en la expansión de los cielos para alumbrar sobre la tierra. Y fue así.
16 E hizo Dios las dos grandes lumbreras; la lumbrera mayor para que señorease en el día, y la
lumbrera menor para que señorease en la noche; hizo también las estrellas.
17 Y las puso Dios en la expansión de los cielos para alumbrar sobre la tierra,
18 y para señorear en el día y en la noche, y para separar la luz de las tinieblas. Y vio Dios que era
bueno.
19 Y fue la tarde y la mañana el día cuarto.
20 Dijo Dios: Produzcan las aguas seres vivientes, y aves que vuelen sobre la tierra, en la abierta
expansión de los cielos.
21 Y creó Dios los grandes monstruos marinos, y todo ser viviente que se mueve, que las aguas
produjeron según su género, y toda ave alada según su especie. Y vio Dios que era bueno.
22 Y Dios los bendijo, diciendo: Fructificad y multiplicaos, y llenad las aguas en los mares, y
multiplíquense las aves en la tierra.
23 Y fue la tarde y la mañana el día quinto.
24 Luego dijo Dios: Produzca la tierra seres vivientes según su género, bestias y serpientes y
animales de la tierra según su especie. Y fue así.
25 E hizo Dios animales de la tierra según su género, y ganado según su género, y todo animal que se
arrastra sobre la tierra según su especie. Y vio Dios que era bueno.
26 Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y
señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que
se arrastra sobre la tierra.
27 Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó.
28 Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread
en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra.
29 Y dijo Dios: He aquí que os he dado toda planta que da semilla, que está sobre toda la tierra, y
todo árbol en que hay fruto y que da semilla; os serán para comer.
30 Y a toda bestia de la tierra, y a todas las aves de los cielos, y a todo lo que se arrastra sobre la
tierra, en que hay vida, toda planta verde les será para comer. Y fue así.

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31 Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera. Y fue la tarde y la
mañana el día sexto.
2  Fueron, pues, acabados los cielos y la tierra, y todo el ejército de ellos.
2 Y acabó Dios en el día séptimo la obra que hizo; y reposó el día séptimo de toda la obra que hizo.
3 Y bendijo Dios al día séptimo, y lo santificó, porque en él reposó de toda la obra que había hecho
en la creación.
El hombre en el huerto del Edén
4 Estos son los orígenes de los cielos y de la tierra cuando fueron creados, el día que Jehová Dios
hizo la tierra y los cielos,
5 y toda planta del campo antes que fuese en la tierra, y toda hierba del campo antes que naciese;
porque Jehová Dios aún no había hecho llover sobre la tierra, ni había hombre para que labrase la tierra,
6 sino que subía de la tierra un vapor, el cual regaba toda la faz de la tierra.
7 Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y
fue el hombre un ser viviente.
8 Y Jehová Dios plantó un huerto en Edén, al oriente; y puso allí al hombre que había formado.
9 Y Jehová Dios hizo nacer de la tierra todo árbol delicioso a la vista, y bueno para comer; también
el árbol de vida en medio del huerto, y el árbol de la ciencia del bien y del mal.
10 Y salía de Edén un río para regar el huerto, y de allí se repartía en cuatro brazos.
11 El nombre del uno era Pisón; éste es el que rodea toda la tierra de Havila, donde hay oro;
12 y el oro de aquella tierra es bueno; hay allí también bedelio y ónice.
13 El nombre del segundo río es Gihón; éste es el que rodea toda la tierra de Cus.
14 Y el nombre del tercer río es Hidekel; éste es el que va al oriente de Asiria. Y el cuarto río es el
Eufrates.
15 Tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo
guardase.
16 Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer;
17 mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres,
ciertamente morirás.
18 Y dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él.
19 Jehová Dios formó, pues, de la tierra toda bestia del campo, y toda ave de los cielos, y las trajo a
Adán para que viese cómo las había de llamar; y todo lo que Adán llamó a los animales vivientes, ese es su
nombre.
20 Y puso Adán nombre a toda bestia y ave de los cielos y a todo ganado del campo; mas para Adán
no se halló ayuda idónea para él.
21 Entonces Jehová Dios hizo caer sueño profundo sobre Adán, y mientras éste dormía, tomó una de
sus costillas, y cerró la carne en su lugar.
22 Y de la costilla que Jehová Dios tomó del hombre, hizo una mujer, y la trajo al hombre.
23 Dijo entonces Adán: Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne; ésta será llamada
Varona,[a] porque del varón[b] fue tomada.
24 Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne.
25 Y estaban ambos desnudos, Adán y su mujer, y no se avergonzaban.
Desobediencia del hombre
3  Pero la serpiente era astuta, más que todos los animales del campo que Jehová Dios había hecho;
la cual dijo a la mujer: ¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto?
2 Y la mujer respondió a la serpiente: Del fruto de los árboles del huerto podemos comer;
3 pero del fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios: No comeréis de él, ni le tocaréis,
para que no muráis.
4 Entonces la serpiente dijo a la mujer: No moriréis;
5 sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios,
sabiendo el bien y el mal.
6 Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable
para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como
ella.

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7 Entonces fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos; entonces cosieron
hojas de higuera, y se hicieron delantales.
8 Y oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto, al aire del día; y el hombre y su mujer
se escondieron de la presencia de Jehová Dios entre los árboles del huerto.
9 Mas Jehová Dios llamó al hombre, y le dijo: ¿Dónde estás tú?
10 Y él respondió: Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo, porque estaba desnudo; y me escondí.
11 Y Dios le dijo: ¿Quién te enseñó que estabas desnudo? ¿Has comido del árbol de que yo te mandé
no comieses?
12 Y el hombre respondió: La mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí.
13 Entonces Jehová Dios dijo a la mujer: ¿Qué es lo que has hecho? Y dijo la mujer: La serpiente me
engañó, y comí.
14 Y Jehová Dios dijo a la serpiente: Por cuanto esto hiciste, maldita serás entre todas las bestias y
entre todos los animales del campo; sobre tu pecho andarás, y polvo comerás todos los días de tu vida.
15 Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la
cabeza, y tú le herirás en el calcañar.
16 A la mujer dijo: Multiplicaré en gran manera los dolores en tus preñeces; con dolor darás a luz los
hijos; y tu deseo será para tu marido,[a] y él se enseñoreará de ti.
17 Y al hombre dijo: Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer, y comiste del árbol de que te mandé
diciendo: No comerás de él; maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu
vida.
18 Espinos y cardos te producirá, y comerás plantas del campo.
19 Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste
tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás.
20 Y llamó Adán el nombre de su mujer, Eva,[b] por cuanto ella era madre de todos los vivientes.
21 Y Jehová Dios hizo al hombre y a su mujer túnicas de pieles, y los vistió.
22 Y dijo Jehová Dios: He aquí el hombre es como uno de nosotros, sabiendo el bien y el mal; ahora,
pues, que no alargue su mano, y tome también del árbol de la vida, y coma, y viva para siempre.
23 Y lo sacó Jehová del huerto del Edén, para que labrase la tierra de que fue tomado.
24 Echó, pues, fuera al hombre, y puso al oriente del huerto de Edén querubines, y una espada
encendida que se revolvía por todos lados, para guardar el camino del árbol de la vida.
La maldad de los hombres
6  Aconteció que cuando comenzaron los hombres a multiplicarse sobre la faz de la tierra, y les
nacieron hijas,
2 que viendo los hijos de Dios que las hijas de los hombres eran hermosas, tomaron para sí mujeres,
escogiendo entre todas.
3 Y dijo Jehová: No contenderá mi espíritu con el hombre para siempre, porque ciertamente él es
carne; mas serán sus días ciento veinte años.
4 Había gigantes en la tierra en aquellos días, y también después que se llegaron los hijos de Dios a
las hijas de los hombres, y les engendraron hijos. Estos fueron los valientes que desde la antigüedad fueron
varones de renombre.
5 Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los
pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal.
6 Y se arrepintió Jehová de haber hecho hombre en la tierra, y le dolió en su corazón.
7 Y dijo Jehová: Raeré de sobre la faz de la tierra a los hombres que he creado, desde el hombre
hasta la bestia, y hasta el reptil y las aves del cielo; pues me arrepiento de haberlos hecho.
8 Pero Noé halló gracia ante los ojos de Jehová.
Noé construye el arca
9 Estas son las generaciones de Noé: Noé, varón justo, era perfecto en sus generaciones; con Dios
caminó Noé.
10 Y engendró Noé tres hijos: a Sem, a Cam y a Jafet.
11 Y se corrompió la tierra delante de Dios, y estaba la tierra llena de violencia.
12 Y miró Dios la tierra, y he aquí que estaba corrompida; porque toda carne había corrompido su
camino sobre la tierra.

32
13 Dijo, pues, Dios a Noé: He decidido el fin de todo ser, porque la tierra está llena de violencia a
causa de ellos; y he aquí que yo los destruiré con la tierra.
14 Hazte un arca de madera de gofer; harás aposentos en el arca, y la calafatearás con brea por dentro
y por fuera.
15 Y de esta manera la harás: de trescientos codos la longitud del arca, de cincuenta codos su
anchura, y de treinta codos su altura.
16 Una ventana harás al arca, y la acabarás a un codo de elevación por la parte de arriba; y pondrás la
puerta del arca a su lado; y le harás piso bajo, segundo y tercero.
17 Y he aquí que yo traigo un diluvio de aguas sobre la tierra, para destruir toda carne en que haya
espíritu de vida debajo del cielo; todo lo que hay en la tierra morirá.
18 Mas estableceré mi pacto contigo, y entrarás en el arca tú, tus hijos, tu mujer, y las mujeres de tus
hijos contigo.
19 Y de todo lo que vive, de toda carne, dos de cada especie meterás en el arca, para que tengan vida
contigo; macho y hembra serán.
20 De las aves según su especie, y de las bestias según su especie, de todo reptil de la tierra según su
especie, dos de cada especie entrarán contigo, para que tengan vida.
21 Y toma contigo de todo alimento que se come, y almacénalo, y servirá de sustento para ti y para
ellos.
22 Y lo hizo así Noé; hizo conforme a todo lo que Dios le mandó.
El diluvio
7  Dijo luego Jehová a Noé: Entra tú y toda tu casa en el arca; porque a ti he visto justo delante de mí
en esta generación.
2 De todo animal limpio tomarás siete parejas, macho y su hembra; mas de los animales que no son
limpios, una pareja, el macho y su hembra.
3 También de las aves de los cielos, siete parejas, macho y hembra, para conservar viva la especie
sobre la faz de la tierra.
4 Porque pasados aún siete días, yo haré llover sobre la tierra cuarenta días y cuarenta noches; y raeré
de sobre la faz de la tierra a todo ser viviente que hice.
5 E hizo Noé conforme a todo lo que le mandó Jehová.
6 Era Noé de seiscientos años cuando el diluvio de las aguas vino sobre la tierra.
7 Y por causa de las aguas del diluvio entró Noé al arca, y con él sus hijos, su mujer, y las mujeres de
sus hijos.
8 De los animales limpios, y de los animales que no eran limpios, y de las aves, y de todo lo que se
arrastra sobre la tierra,
9 de dos en dos entraron con Noé en el arca; macho y hembra, como mandó Dios a Noé.
10 Y sucedió que al séptimo día las aguas del diluvio vinieron sobre la tierra.
11 El año seiscientos de la vida de Noé, en el mes segundo, a los diecisiete días del mes, aquel día
fueron rotas todas las fuentes del grande abismo, y las cataratas de los cielos fueron abiertas,
12 y hubo lluvia sobre la tierra cuarenta días y cuarenta noches.
13 En este mismo día entraron Noé, y Sem, Cam y Jafet hijos de Noé, la mujer de Noé, y las tres
mujeres de sus hijos, con él en el arca;
14 ellos, y todos los animales silvestres según sus especies, y todos los animales domesticados según
sus especies, y todo reptil que se arrastra sobre la tierra según su especie, y toda ave según su especie, y todo
pájaro de toda especie.
15 Vinieron, pues, con Noé al arca, de dos en dos de toda carne en que había espíritu de vida.
16 Y los que vinieron, macho y hembra de toda carne vinieron, como le había mandado Dios; y
Jehová le cerró la puerta.
17 Y fue el diluvio cuarenta días sobre la tierra; y las aguas crecieron, y alzaron el arca, y se elevó
sobre la tierra.
18 Y subieron las aguas y crecieron en gran manera sobre la tierra; y flotaba el arca sobre la
superficie de las aguas.
19 Y las aguas subieron mucho sobre la tierra; y todos los montes altos que había debajo de todos los
cielos, fueron cubiertos.

33
20 Quince codos más alto subieron las aguas, después que fueron cubiertos los montes.
21 Y murió toda carne que se mueve sobre la tierra, así de aves como de ganado y de bestias, y de
todo reptil que se arrastra sobre la tierra, y todo hombre.
22 Todo lo que tenía aliento de espíritu de vida en sus narices, todo lo que había en la tierra, murió.
23 Así fue destruido todo ser que vivía sobre la faz de la tierra, desde el hombre hasta la bestia, los
reptiles, y las aves del cielo; y fueron raídos de la tierra, y quedó solamente Noé, y los que con él estaban en
el arca.
24 Y prevalecieron las aguas sobre la tierra ciento cincuenta días.
8  Y se acordó Dios de Noé, y de todos los animales, y de todas las bestias que estaban con él en el
arca; e hizo pasar Dios un viento sobre la tierra, y disminuyeron las aguas.
2 Y se cerraron las fuentes del abismo y las cataratas de los cielos; y la lluvia de los cielos fue
detenida.
3 Y las aguas decrecían gradualmente de sobre la tierra; y se retiraron las aguas al cabo de ciento
cincuenta días.
4 Y reposó el arca en el mes séptimo, a los diecisiete días del mes, sobre los montes de Ararat.
5 Y las aguas fueron decreciendo hasta el mes décimo; en el décimo, al primero del mes, se
descubrieron las cimas de los montes.
6 Sucedió que al cabo de cuarenta días abrió Noé la ventana del arca que había hecho,
7 y envió un cuervo, el cual salió, y estuvo yendo y volviendo hasta que las aguas se secaron sobre la
tierra.
8 Envió también de sí una paloma, para ver si las aguas se habían retirado de sobre la faz de la tierra.
9 Y no halló la paloma donde sentar la planta de su pie, y volvió a él al arca, porque las aguas
estaban aún sobre la faz de toda la tierra. Entonces él extendió su mano, y tomándola, la hizo entrar consigo
en el arca.
10 Esperó aún otros siete días, y volvió a enviar la paloma fuera del arca.
11 Y la paloma volvió a él a la hora de la tarde; y he aquí que traía una hoja de olivo en el pico; y
entendió Noé que las aguas se habían retirado de sobre la tierra.
12 Y esperó aún otros siete días, y envió la paloma, la cual no volvió ya más a él.
13 Y sucedió que en el año seiscientos uno de Noé, en el mes primero, el día primero del mes, las
aguas se secaron sobre la tierra; y quitó Noé la cubierta del arca, y miró, y he aquí que la faz de la tierra
estaba seca.
14 Y en el mes segundo, a los veintisiete días del mes, se secó la tierra.
15 Entonces habló Dios a Noé, diciendo:
16 Sal del arca tú, y tu mujer, y tus hijos, y las mujeres de tus hijos contigo.
17 Todos los animales que están contigo de toda carne, de aves y de bestias y de todo reptil que se
arrastra sobre la tierra, sacarás contigo; y vayan por la tierra, y fructifiquen y multiplíquense sobre la tierra.
18 Entonces salió Noé, y sus hijos, su mujer, y las mujeres de sus hijos con él.
19 Todos los animales, y todo reptil y toda ave, todo lo que se mueve sobre la tierra según sus
especies, salieron del arca.
20 Y edificó Noé un altar a Jehová, y tomó de todo animal limpio y de toda ave limpia, y ofreció
holocausto en el altar.
21 Y percibió Jehová olor grato; y dijo Jehová en su corazón: No volveré más a maldecir la tierra por
causa del hombre; porque el intento del corazón del hombre es malo desde su juventud; ni volveré más a
destruir todo ser viviente, como he hecho.
22 Mientras la tierra permanezca, no cesarán la sementera y la siega, el frío y el calor, el verano y el
invierno, y el día y la noche.

34
EL MITO OLÍMPICO DE LA CREACIÓN. (CULTURA GRECO-LATINA)

Según la Teogonía de Hesíodo, en el principio de todos los tiempos y todas las cosas sólo existía el
Caos, y de las profundidades del Tártaro tenebroso emergió Gea (Gaia, la Madre Tierra; Tellus para los
romanos) y el más bello de los dioses, Eros (el Amor).
Eros fue el principio vital del que surgió Érebo (las tinieblas), que extendía sus dominios en una
extensa zona por debajo de Gea; y Nix (la oscuridad o la Noche). Érebo y Nix se unieron originando el Éter
(un fluido que ocupaba los espacios vacíos) y Hemera (el Día), ambos personificados en la luz celeste y
terrestre, respectivamente.
Al hacerse la luz Gea cobró personalidad pero, al no poder unirse al vacío Caos, comenzó a
engendrar por sí misma en soledad mientras dormía. De esta forma surgió su hijo Urano (el Firmamento
estrellado), un ser destinado a crear una morada celestial, eterna y segura para los dioses. Y así,
contemplando tiernamente a su madre desde lo alto de las cumbres, él la cubrió con un manto de lluvia fértil
que se introdujo por todas sus hendiduras, haciendo aparecer las hierbas, flores, árboles, aves y otros
animales; también emergieron las montañas, cuyos bosques frondosos acogerían gratamente más tarde a las
Ninfas. Esa lluvia también hizo que corrieran los ríos y que los espacios huecos se llenaran creando así los
lagos y mares. Las vastas extensiones del fondo marino quedaron personificados en otro hijo directo de Gea
hermano de Urano, llamado Ponto.
Todas las creaciones fruto de la unión de Gea con su hijo Urano (doce), quedaron deificados con el
nombre de Titanes (seres de sexo masculino) y Titánides (seres de sexo femenino). Los Titanes eran:
Océano, Ceo, Crío, Hiperión, Jápeto, Cronos; y las Titánides: Temis, Rea, Tetis, Tea, Mnemósine y Febe.
Apolodoro, en su Biblioteca mitológica añade un decimotercero a la Teogonía de Hesíodo: Dione, que es
una doble de Tea.
De todos estos dioses descendieron los demás dioses, semidioses y hombres. Pero no fueron sólo
éstos los hijos de Urano y Gea, pues engendraron además otros de aspecto horrible: los tres feroces Cíclopes
primitivos e inmortales en un principio, llamados Arges, Estéropes y Brontes, que poseían un único ojo en
medio de la frente, y que representaban respectivamente el rayo, el relámpago y el trueno; y los
Hecatónquiros o Centimanos, que eran tres hermanos con cincuenta cabezas y cien brazos, llamados Coto,
Briareo y Giges.

Por su parte, Nix (la Noche) engendró por sí sola a otras divinidades, tales como: Tánatos (la
Muerte), Hipno (el Sueño), las Hespérides (fieles guardianas del atardecer cuando las tinieblas van ganando
la batalla a la luz del día), las Moiras o Parcas en la mitología romana (defensoras del orden cósmico, y que
se representan como hilanderas que rigen con sus hilos los destinos de la vida), y Némesis (la justicia divina,
que protege el equilibrio y persigue la desmesura).

35
Los horribles Cíclopes y Hecatónquiros fueron encerrados por Urano en el vientre de Gea, en un
abismo profundo y oscuro del Tártaro. Por los fuertes dolores que sufría se formó el adamantio (un mineral
mitológico e indestructible) con el que Gea talló una hoz para vengarse de Urano. Para ello, pidió ayuda a
sus hijos y Cronos, el menor de ellos, se dispuso a obedecer.
Así, cuando Urano iba a yacer con su madre, Cronos tomó la hoz cortándole los testículos y
liberando a los hijos del interior de Gea a los que exigió obediencia, proclamándose rey de los titanes con
Rea como su esposa y reina.

De los fluidos de sangre y semen al derramarse sobre Gea nacieron las vengadoras Erinias, las
Melias (ninfas de los fresnos) y los Gigantes con armadura. Después, Cronos arrojó al mar los testículos de
su padre formándose una espuma de la que nació la hermosa Afrodita/Venus, diosa del amor, la belleza y la
lujuria.
Urano, al ser derrocado, advirtió que los titanes tendrían un justo castigo, vaticinando que Cronos
sería derrotado por uno de sus hijos.
Gea engendró con Cronos una nueva generación de dioses, pero temeroso ante el vaticinio de su
padre, los fue tragando uno a uno conforme su esposa Rea los iba pariendo.
La madre Gea prometió a Rea que salvaría al último de ellos, y así ante el sexto que nació de noche y
en secreto Gea le indicó que entregase a Cronos por la mañana una piedra envuelta en pañales. Cronos la
devoró creyendo que era un niño. Entretanto Gea ocultaría y criaría al nacido en Creta (o Arcadia, según las
fuentes). Este hijo era Zeus (Saturno para los romanos), el cual fue criado con la miel de las abejas del
monte Ida, y amamantado por la ninfa Amaltea (una cabra que le entregaba su leche). Según la tradición, al
morir la ninfa, Zeus tomó su piel y la utilizó como armadura (la égida).
Después de la castración de Cronos, Gea daría a luz a Equidna y a Tifón, engendrados por Tártaro.
También tuvo a Nereo, Taumante, Forcis, Ceto y Euribia. Y con Éter tuvo a Ergía, la diosa de la pereza y la
holgazanería.
Zeus salvaría astutamente más tarde a los hermanos engullidos por Cronos, dando a su padre un
emético preparado con ayuda de su abuela Gea que él tomó confiado, vomitando así a sus hermanos que
quedaron liberados. Comenzó entonces una guerra entre los dioses más jóvenes y los mayores, con Zeus a la
cabeza y ayudado por los Cíclopes, hecatónguiros y Gigantes, que una vez más fueron liberados. Finalmente
pudieron vencer a los Titanes, los cuales fueron encerrados en el Tártaro.
Los dioses mayores dejarían no obstante su huella en el mundo, y así Océano seguiría circundándolo;
la "brillante" Febe se añadiría como epíteto a Apolo como "Apolo Febo", y de hecho según cuenta Ovidio,
Febo era el propio Apolo cuando se personificaba en el Sol. Otros dioses que no lucharon contra Zeus se
convertirían además en elementos clave del nuevo gobierno, como Mnemósine, Rea, Hiperión, Temis y
Metis.
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Los dioses residentes en el monte Olimpo, o Dioses Olímpicos, liderados por Zeus, llegaron a ser
catorce en diferentes épocas, aunque nunca fueron más de doce a la vez, por eso suele hacerse referencia a
ellos como los "doce olímpicos".
Los catorce dioses olímpicos fueron Zeus/Júpiter, Poseidón/Neptuno, Hera/Juno, Atenea/Minerva,
Hestia/Vesta, Apolo/Febo, Artemisa/Diana, Hefesto/Vulcano, Ares/Marte, Afrodita/Venus,
Hermes/Mercurio, Dionisio/Baco, Hades/Plutón, Deméter/Ceres.

Mito de Prometeo: la creación del hombre


Prometeo era hijo de Japeto y Clímena. Prometeo fue el creador del hombre. Cuando él y Epimeteo,
su hermano, empezaron a hacer criaturas para poblar la tierra por orden de Zeus, Epimeteo prefirió la
cantidad e hizo muchas criaturas, dotándolas con muchos dones que les había asignado para tal fin (piel,
garras, alas y aletas, entre otros). Mientras su hermano hacía esto, Prometeo trabajaba cuidadosamente una
criatura a semejanza de los dioses: un humano. Sin embargo, Prometeo tardó tanto en hacer su obra maestra
que, cuando terminó, Epimeteo había usado ya todos los dones que Zeus les diera. Prometeo con barro creó
al hombre y lo dotó vida.
Pero el hombre vivía en la tierra y sufría muchas penurias por tener sólamente una fina piel que lo
protegiera(pasaba frío, se mojaba). Eran débiles y mortales así que un día cuando los dioses que protegían el
fuego sagrado no estaban o estaban despistados, cogió el fuego y se lo entregó a los hombres para que así
pudieran vivir bien. Prometeo también robó las artes de Hefesto y Atenea, llevándose también el fuego
porque sin él no servían para nada, y proporcionando de esta forma al hombre los medios con los que
ganarse la vida.
Pero nada ocurre en el cielo o en la tierra sin que el dios más poderoso de todos, Zeus, se entere. Éste
estaba furioso porque Prometeo lo había desobedecido, decidió destruir a la raza humana.
Para aplacar a Zeus, Prometeo dijo a los humanos que quemasen ofrendas a los dioses. Con este fin
sacrificó un gran toro. Cuando los dioses olieron las ofrendas, Prometeo urdió un engaño: escondió la carne
bajo una capa de huesos y tendones, cubriendo el resto de huesos con apetitosa grasa. Dejó entonces elegir a
Zeus la «carne» que comerían los dioses. Zeus eligió el plato de huesos, y Prometeo se quedó con el plato de
carne para sí mismo y los mortales. Para castigar a Prometeo por su hibris, Zeus se llevó el fuego de la tierra.
Para vengarse de Prometeo por esta segunda ofensa, Zeus ordenó a Hefesto que hiciese una mujer de
arcilla llamada Pandora. Zeus le infundió vida y la envió a Prometeo, junto la caja que le había regalado
Hermes como dote, y que contenía todas las desgracias (plagas, dolor, pobreza, crimen, etcétera) con las que
Zeus quería castigar a la humanidad. Prometeo sospechó y no quiso tener nada que ver con Pandora,
alegando que era estúpida (al carecer de previsión), por lo que ésta fue enviada a Epimeteo, quien se casó
con ella a pesar de las advertencias de su hermano para que no aceptase ningún regalo de los dioses. Pandora
terminaría abriendo la caja, a pesar de las indicaciones en contra de Epimeteo.
Zeus se enfureció aún más al ver cómo Prometeo se libraba de Pandora, e hizo que le llevaran al monte
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Cáucaso, donde fue encadenado por Hefesto. Allí ancadenado, todos los días venía un águila que le
devoraba el hígado, que, al ser Prometeo inmortal, volvía a regenerrarse durante las noches; por lo que el
águila tenía para comer todos los días. Treinta años pasaron, hasta que un día, Hércules liberó a Prometeo
(aunque éste tuvo que cargar con la roca a la que fue atado).

38
LA FÁBULA
La fábula es una composición literaria narrativa breve, generalmente en prosa o en verso, en la que
los personajes principales suelen ser animales o cosas inanimadas que hablan y actúan como seres humanos.
Cada fábula cuenta, en estilo llano, una sola y breve historia o anécdota que alberga una consecuencia
aleccionadora. Posee "una intención y redacción didáctica de carácter ético y universal" que casi siempre
aparece al final y más raramente al principio, llamada generalmente moraleja. Se trata de un género
didáctico mediante el cual suele hacerse crítica de las costumbres y de los vicios locales o nacionales, pero
también de las características universales de la naturaleza humana en general.
Además, debe contener estas propiedades:
-Generalmente existe un narrador que relata los hechos acontecidos en tercera persona, en orden
cronológico, en un tiempo y lugar indeterminados.
-Suelen estar escritas en prosa o en verso además de que suelen ser historias breves y didácticas. La
mayoría de estas comienzan con la presentación de una situación inicial en la cual, generalmente se plantea
una problemática o dilema moral que puede tener solución o no. Finalmente, esta termina con una enseñanza
o moraleja que puede ser útil para el lector. Más raramente aparece al principio o no aparece de forma
explícita.
-En su mayoría, los personajes suelen ser animales u objetos inanimados a los que se les dota con
pasiones humanas como la codicia, la soberbia o la envidia. Estos suelen estar envueltos en situaciones
problemáticas que deberán resolver. Estos personajes animales suelen ser prototipos: la nobleza y la fuerza
son representados por el león; la astucia por el zorro, etcétera.
-Los temas que se abordan en las fábulas son vicios humanos como la arrogancia, la mentira,
etcétera; ya que detrás de cada una de estas se muestra una intención de criticar los comportamientos y
actitudes que se van desarrollando dentro de la historia.
Su exposición de vicios y virtudes es maliciosa, irónica. Es frecuente la contraposición entre la
fuerza y la astucia y la idea, propia del mundo pagano, de que es imposible cambiar la naturaleza propia de
cada cual.
----- ------ ------ ------ -------
La fábula clásica reposa sobre una doble estructura; desde el título mismo se encuentra una oposición
entre dos personajes de posiciones subjetivas encontradas. Pero estos dos personajes se encuentran siempre
en desigualdad social: uno en posición alta y otro en posición baja y desfavorable. Gracias a un evento
narrativo imprevisto, el que estaba en posición alta se encuentra en posición inferior y viceversa.
No debe confundirse con la parábola o relato simbólico ni con el discurso o sermón parenético, cuya
intención es exhortar a seguir una conducta ética y por ello recurre con frecuencia a este tipo de
procedimientos.
A pesar de ser un género literario sujeto a la transmisión oral de generación en generación, la fábula
aún conserva estas características que la diferencian de otros géneros narrativos más mutables como
el cuento, el relato o la novela, a los cuales el tiempo ha traído numerosos cambios, nuevos subgéneros y
tendencias.
Un ejemplo de fábula en prosa es el "Gato y el Ratón" en donde se pueden identificar las
características de ésta.
El Gato y el Ratón
Había una vez un pequeño ratón que vivía en la casa de una mujer vieja. La señora, que temía de
estas criaturas, colocó muchas trampas para matarlo. El ratón, asustado, le pide ayuda al gato de la mujer.
-¿Podrías ayudarme, lindo gatito? -le dijo al gato.
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-Sí, ¿en qué? -respondió este.
-Solo quita las trampas de la casa -dijo el ratón.
-Hmmm... Y, ¿qué me das a cambio? -dijo el gato.
-Finjo ante la señora que estoy muerto, ya que tú me has matado; ella creerá que eres un héroe -
respondió el ratón.
-Me has convencido -dijo el gato.
El gato sacó las trampas de la casa, pero el ratón nunca cumplió su parte del trato. Un día, la
señora descubrió que fue el gato quien sacó las trampas. Ella, muy enfadada, decide dejar al gato en la
calle.

La siguiente es un ejemplo de fábula en verso, es un texto de Tomás de Iriarte:


La rana y la gallina
Al que trabaja algo, puede disimulársele que lo pregone; el que nada hace, debe callar.
Desde su charco, una parlera rana
oyó cacarear a una gallina.
«¡Vaya! -le dijo-; no creyera, hermana,
que fueras tan incómoda vecina.
Y con toda esa bulla, ¿qué hay de nuevo?»
«Nada, sino anunciar que pongo un huevo».
«¿Un huevo sólo? ¡Y alborotas tanto!»
«Un huevo sólo, sí, señora mía.
¿Te espantas de eso, cuando no me espanto
de oírte cómo graznas noche y día?
Yo, porque sirvo de algo, lo publico;
tú, que de nada sirves, calla el pico».

La fábula es uno de los géneros más antiguos de la literatura; ya era cultivada en Mesopotamia, dos
mil años antes de nuestra era. Unas tablas de arcilla que provienen de bibliotecas escolares de la época
cuentan brevemente historias de zorros astutos, perros desgraciados y elefantes presuntuosos. Muchos de
estos textos muestran una gran afinidad con los proverbios por su construcción antitética, pero no poseen
una moral explícita.
Las fábulas y los apólogos se utilizaron desde la Antigüedad grecorromana por los esclavos
pedagogos para enseñar conducta ética a los niños que educaban. La moral deducida de estos ejemplos era la
del paganismo: es imposible cambiar la condición natural de las cosas, incluida la condición humana y el
carácter de las personas.
Esopo y Babrio, entre los autores de expresión griega, y Fedro y Aviano entre los romanos, han sido
los autores más célebres de fábulas y han servido de ejemplo a los demás. Con la revitalización de la
Antigüedad clásica en el siglo XVIII y su afán didáctico y educador comenzaron a escribirse fábulas; en el
siglo XIX, la fábula fue uno de los géneros más populares, pero empezaron a ampliarse sus temas y se
realizaron colecciones especializadas. En el siglo XX el género se cultivó ya muy poco.
A lo largo de la historia, la fábula ha sido considerada más que un elemento lúdico o un género
literario. Diferentes pensadores le han dado a la fábula un tinte de elemento ejemplarizante que a lo largo de
la historia ha perdurado como más que relatos fantásticos con animales.

40
EL TEATRO GRIEGO Orígenes y características
El origen del teatro griego está relacionado, según señala Aristóteles en su Poética, con las fiestas en
honor de Dioniso, concretamente en las improvisaciones sobre el ditirambo (el canto ritual dedicado a
Dioniso), hechas por “sátiros”, personas disfrazadas de macho cabrío. Ese grupo de “sátiros”, que constituye
el germen del coro, representaba un mito mediante danzas y cantos de poemas populares; en algún momento
uno de esos actores/sátiros se separa el coro e interpela o responde al resto produciéndose así el diálogo. Sin
embargo, esta primitiva fase ritual nos resulta poco conocida, pues lo que poseemos son ya “auténticas obras
literarias” desligadas de los antiguos rituales, y corresponden al s. V a. C.
Tradicionalmente suele atribuirse a Tespis la creación del teatro griego, a finales del s. VI a. C., bajo
el mandato de Pisístrato, en Atenas, aunque su obra no se ha conservado. Las representaciones dramáticas en
Atenas eran acontecimientos de gran importancia social. Se llevaban a cabo en el transcurso de las fiestas de
Dioniso, especialmente en las “Grandes Dionisias”, y eran organizadas a modo de concurso con premios
para los mejores poetas (autor y director), corega (ciudadano rico que sufragaba los gastos de la obra), y
protagonista, tanto en tragedia como en comedia. El premio, solía ser una corona de hiedra.
Cada día se escenificaban cuatro o cinco obras. Dada la importancia social y educativa del teatro, el
Estado sufragaba la entrada de los ciudadanos pobres.
Los actores, siempre hombres, se servían de máscaras y vestuario apropiados al personaje
representado. En la tragedia se usaban largas y lujosas vestiduras y una bota alta, llamada cothurno; en la
comedia la ropa se acercaba más a la cotidiana, aunque también había rasgos caricaturescos.
El teatro griego tiene una función política, educadora de los ciudadanos, ya que representa la
conducta y el destino de los héroes en situaciones críticas, poniendo de manifiesto las consecuencias de la
ὕβρις (la soberbia y el orgullo), que genera fracaso o muerte. El público se emociona y conmueve ante esos
sufrimientos extremos, siente compasión y temor de modo que sale limpio y elevado, purificado, con una
profunda comprensión de los caminos y pasiones humanas. A eso se le llama “catarsis”, o sea, la
purificación de las pasiones y defectos como hombres y como ciudadanos de la polis a través de la
compasión por el héroe y temor ante su destino.
La tragedia, que aparece antes que la comedia, alcanzó su máximo esplendor en la Atenas del s. V.
Es poesía dramática, es decir, una obra en verso, de métrica variada. Tiene una estructura rigurosa, donde no
hay actos, sino que se alternan las partes habladas por los actores con las partes cantadas por el coro, a
menudo acompañadas de una danza rígida. El lenguaje es solemne y elevado.
Todas las tragedias griegas conservadas son de tema mitológico, salvo Los Persas, de Esquilo, que es
de temática histórica. Todas presentan un problema angustioso de la comunidad (problema político)
representada por el coro, que queda solucionado al final, pero trae consigo la ruina y muerte del héroe. Los
tres grandes trágicos atenienses del s. V. son Esquilo, Sófocles y Eurípides, y representan la evolución del
género varios aspectos: hacia una progresiva reducción del papel del coro en favor de los actores y hacia una
progresiva racionalización del mito. En efecto, en Esquilo el coro tiene un papel fundamental y solo
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intervienen simultáneamente en escena dos actores; con Sófocles el coro pierde protagonismo en introduce
un tercer actor, lo que aporta tensión dramática; con Eurípides el coro se desliga casi por completo de la
acción.
Por otra parte, se percibe una evolución en concepción del mito y del ser humano: Eurípides tiene
una perspectiva religiosa pues en sus tragedias el héroe alcanza el perdón de Zeus, dios justo y superior, a
través del sufrimiento. Sófocles se aleja de la interpretación religiosa y presenta al héroe como a un ser débil
e inferior a los dioses que se enfrenta a su destino y pierde. Eurípides es el menos religioso, el que presenta a
dioses y héroes más humanizados, con dudas y temores, que son arrastrados a la ruina por pasiones humanas
como el amor. Esquilo compuso sus obras en forma de trilogías (tres tragedias que versan sobre un asunto
único), pero Sófocles y Eurípides escribieron piezas independientes. Se han conservado pocas obras de las
muchas que escribieron (solo 7 obras de Esquilo, 7 de Sófocles y 16 de Eurípides): Los Persas, Los 7 contra
Tebas o Las Suplicantes de Esquilo, Antígona, Edipo Rey o Edipo en Colono de Sófocles, y Medea,
Hipólito o Las bacantes de Eurípides.
La comedia aparece en Atenas un poco más tarde que la tragedia, y lo mismo que esta se
representaba en las fiestas de Dionisos. Las comedias más antiguas que conservamos datan del final del
siglo V a. C.
La comedia, escrita también en verso, busca provocar la risa a través de recursos auditivos o visuales.
La estructura es similar a la de la tragedia, aunque se introduce un elemento nuevo, la parábasis, que es una
interpelación directa al público por parte del coro que, rompiendo la ficción escénica, se dirige al público
para pedir su favor. También en este género teatral hay una importante evolución: cabe distinguir entre
Comedia Antigua, Media y Nueva. La Comedia Antigua es la que se escribió y representó en s. V a. C. Se
trata de comedias de tema político: la acción gira en torno a un problema de la polis (guerra, educación,
gobierno...) que el héroe cómico resolverá felizmente con un plan a menudo inverosímil o descabellado. En
ella caben personajes y coros realistas y fantásticos. El máximo representante es Aristófanes con obras como
Lisístrata o Las nubes, Las aves, La paz. La Comedia Media y Nueva se desarrolla en el s. IV a. C. En ella
desaparece el coro y todo interés por los asuntos políticos o filosóficos. Se escriben comedias de costumbres
y mitológicas, generalmente con intriga amorosa, que terminan bien a pesar de los obstáculos
protagonizadas por personajes-tipos como el soldado fanfarrón, la prostituta, el parásito, la doncella... Su
máximo representante es Menandro, autor que influyó mucho en la comedia latina de Plauto y Terencio.
Partes y elementos del teatro griego
Conozcamos cómo era el teatro griego y sus partes. Estas construcciones se dividían en tres secciones
distintas y que marcaban el lugar en el que debía ir el público, el lugar de los actores y la zona en la que
actuaba el coro. A continuación, una lista con los nombres y las funciones que cada uno cumplía.
Orchestra
En griego, la palabra orchestra significa bailar y esta zona del teatro se conocía así porque era la que estaba
destinada a a que los miembros del coro bailaran y cantaran. Por tanto, la orchestra solía ser una zona
circular o semicircular situada al aire libre y en la que el coro permanecía durante toda la representación de
las obras teatrales.
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La orchestra solía estar conectada con unos pasillos que eran los que permitían a los artistas del coro poder
acceder a esta zona del teatro.
Skené
Otra de las partes del teatro griego es la que se conocía como skené. Actualmente esta zona la conocemos
como el escenario y es donde los actores representaban las obras orientados de cara al público. En los
teatros griegos estos espacios solían cumplir una serie de características como, por ejemplo, eran de tamaño
rectangular y un tanto estrecha. Se elevaban tres metros por encima de la orchestra puesto que estaba
situada detrás, de esta forma, permitía al público una mejor visibilidad.
En la zona trasera de la skené se encontraba una construcción de madera que se solía usar como decorado, de
esta forma, las representaciones se veían más realistas y verosímiles. La zona delantera de la skené se
conocía con el nombre de proskenion y era donde los actores llevaban a cabo las representaciones.
Para conseguir obras más impactantes y llamativas, en algunos teatros la skené estaba decorada con
columnas o con estatuas. Estos elementos, además de decorar, también permitían colocar mejor los
decorados y conseguir que el público conectara totalmente con la obra.
Koilon
Otra de las partes del teatro griego es la que se conoce como koilon y que en castellano, significa "el lugar
donde se contempla". Por tanto, el koilon es la zona de las gradas o el espacio destinado al público. Este
espacio solía estar diseñado de una forma semicircular y se solía ataviar con elementos que pudieran
servir como asientos (por ejemplo, maderas, piedras, etcétera).
Pero en la Antigua Grecia la sociedad estaba muy bien segmentada y, por eso, el koilon estaba dividido
en diferentes sectores. Por ejemplo, la proedia eran los asientos que estaban en la primera fila y, por tanto,
los más próximos a la orchestra. Estos asientos estaban pensados para ser ocupados por las más grandes
personalidades de la sociedad como eran los sacerdotes y las autoridades.

Características del teatro griego


Los teatros de la Antigua Grecia cumplían con una serie de características comunes que, a continuación, te
resumiremos:

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1. Al aire libre: los primeros teatros de la historia se construyeron al aire libre y, por tanto, no eran edificios
cerrados sino construcciones abiertas
2. Sacrificios: al principio, en la zona de la orchestra se solía colocar un altar en el que se realizaba un
sacrificio divino de un cordero para homenajear al dios Dionisio
3. Laderas de colinas: los teatros se solían construir en las laderas de las colinas para, así, poder crear gradas
y mejorar la visibilidad del público asistente.
4. Coro: la importancia del coro es vital en las obras de teatro griegas ya que era un grupo de personas que
encarnaban a un personaje que cumplía una función vital durante el transcurso de la obra. Los miembros
del coro cantaban y bailaban y, al inicio, podían llegar a ser hasta de 50 personas
5. El público teatral: las personas de cualquier estamento social podía acceder al teatro y, por eso, la
afluencia era masiva y muy popular en la época. Eso sí, existían zonas reservadas para las personas más
importantes de la sociedad, tal y como ya hemos comentado
6. Uso de máscaras: debemos recordar que en Grecia tan solo actuaban hombres y, por tanto, para poder
encarnar personajes femeninos se ataviaban con peluca, máscara y vestimenta. Todos los actores llevaban
máscaras que permitían enfatizar el carácter de su personaje y conseguir una mayor expresividad.

Los actores del teatro griego


El origen del actor está en la figura del coro ya que, en las primeras épocas, los espectáculos se realizaban en
honor al dios Dioniso donde un grupo de coristas cantaban y narraban las aventuras escritas por los autores.
Con el paso del tiempo, algunos miembros de los coros se desmarcaban ya que, no solo cantaban y bailaban,
sino que también actuaba para narrar la acción de una forma emocionante y que calara bien hondo. Y así
fue cómo nació el primer actor.
Con el paso del tiempo, los actores comenzaron a protagonizar las obras de teatro que se exhibían en los
teatros de Grecia y podían encarnar personajes de todo tipo: con tintes más cómicos, personajes mitológicos,
históricos o burlescos. Estas obras se representaban al principio por solamente un actor, pero, con el paso del
tiempo, empezaron a aumentar el número de actores sobre el escenario. Sin embargo, era común que los
personajes fueran superiores a los actores que trabajaban y, por eso, un solo actor solía encarnar a más de
un personaje en la obra.

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Por este motivo, el vestuario y las máscaras en las obras teatrales de la Antigua Grecia eran tan
importantes. Permitían a los actores transformarse realmente en personajes muy dispares entre síes y,
además, conseguían transmitir mejor la esencia y las virtudes de cada personaje. De hecho, el ropaje que
llevaban los personajes no era individual sino que estaba pensado para identificar a personajes concretos de
la sociedad (reyes, trabajadores, guerreros....).

Guía de análisis: Antígona de Sófocles (Trabajo Grupal)


Todas las culturas del mundo tienen normas sociales o religiosas que establecen ritos o ceremonias fúnebres
y la sepultura de los restos humanos. De esta manera, los familiares honran a la persona fallecida y se
aseguran de que su alma descanse en paz.
1- Describir las (diversas) ceremonias fúnebres que conozcan.
2-¿Qué situaciones históricas conocés en las que los familiares de personas fallecidas no han tenido el
derecho/la posibilidad de sepultar a sus muertos? ¿Cómo percibe la sociedad esta imposibilidad?
3-¿Qué conflictos/debates existen en la actualidad relacionados con los derechos sobre el cuerpo de las
personas? ¿Son conflictos políticos, religiosas o culturales?
Lectura Durante el prólogo (escena que precede a la entrada del coro), Antígona dialoga con su hermana
Ismene.
4-¿Qué le pide Antígona? ¿Cuál es la respuesta de Ismene? ¿Qué diferencia de opinión hay entre ellas?
Realiza citas del texto que justifiquen tu respuesta.
5-¿Cuál era el castigo que había impuesto Creonte para quien sepultara el cadáver de Polinices?

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6-La lucha por el poder entre los hermanos Eteocles y Polinices está contada en Los siete contra Tebas de
Esquilo. En Antígona, durante el párodos (canto de entrada del coro) hay algunas referencias a esa guerra
por el dominio de Tebas. ¿Cuál fue el desenlace de esa guerra? ¿De qué factores había dependido ese
desenlace?
7-¿Quiénes conforman el coro? ¿Cuál es su actitud frente al conflicto que se plantea por la sepultura del
cuerpo de Polinices?
8-Ante el coro, Creonte pronuncia un parlamento en el que justifica su postura. ¿Cuáles son sus argumentos?
9-Durante su segunda intervención, el coro reflexiona sobre la historia de la humanidad. ¿Qué ideas expone?
10-¿Quién delata a Antígona? ¿Por qué lo hace?
11-Analizá el diálogo entre Creonte y Antígona. Hacé un cuadro (tres columnas) comparando los
argumentos de ambos y las intervenciones del coro.
12-Ismene interviene en el enfrentamiento entre Creonte y su hermana. ¿qué dice? ¿Ha cambiado su actitud?
13-¿Qué le dice Hemón a su padre sobre el poder del pueblo? ¿Por qué Hemón se retira enfurecido? ¿Qué le
advierte Creonte a su hijo sobre las mujeres? Ante su hijo, ¿Creonte habla como gobernante o como padre?
Justificar.
14-¿Quién es Tiresias? ¿Qué le aconseja a Creonte?
15-¿Qué sucede finalmente con Hemón? Describe la escena. ¿Qué dice Eurídice antes de morir?
16- ¿Cuál es el conflicto principal que plantea esta obra del siglo V a.C.? ¿Crees que este conflicto sigue
teniendo vigencia?
17- Los antiguos griegos creían en el destino. Las tragedias que azotan a Edipo y sus descendientes son
vistas como consecuencia de la maldición de Lábdaco, su antecesor. ¿Crees que la tragedia de las muertes en
la obra Antígona podrían ser solo el cumplimiento de un destino? ¿O las personas involucradas (Antígona,
Creonte, Hemón, Eurídice) son responsables de las consecuencias de sus actitudes y acciones?
18- ¿Los personajes actúan libremente o están condicionados por ciertas circunstancias?
19- Antígona es uno de los personajes femeninos de la cultura griega antigua que se rebela contra el orden
establecido y lucha por sus derechos. Ella se enfrenta a Creonte no solo como ciudadana de Tebas sino
también como mujer. Analizá esta idea y señalá pasajes de la obra que ilustren su postura como mujer
insurrecta.

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ÉPICA ESPAÑOLA. CANTARES DE GESTA. CANTAR DEL MIO CID

La épica española se refiere a un género narrativo que se ocupa de la historia nacional de España durante
la Edad Media. Héroes, gestas, batallas, etc., son narrados con un estilo sencillo y cargado de tradición, religiosidad y
realismo.
Hay consenso entre los estudiosos al afirmar que las historias inscritas en este movimiento poseen abundante
contenido histórico.
Por otra parte, en este tipo de narrativa se destaca el carácter humano (no sobrenatural) de los héroes y el
papel de la mujer como un personaje activo. En estas historias aparecen los héroes españoles que participan en la
conquista de América.
Contexto de la épica española
La poesía épica aparece en las edades heroicas de los pueblos, ese momento histórico en el que se forja una
identidad nacional.
Al tratarse de una sociedad liderada por guerreros que buscan fama con sus proezas militares, esta narrativa
surge para avivar el espíritu guerrero y heroico, para exaltar las victorias militares y crear un modelo de conducta
ideal.
Los poemas épicos solían cantarse antes de una batalla para levantar la moral y animar a los combatientes.
Una reminiscencia de esta tradición se puede observar en los lemas que suelen recitarse en cuarteles durante el
entrenamiento físico o antes de algún combate.
La trama que encierra la venganza es un tema que aparece en las epopeyas españolas. Asimismo, el viaje es un
telón de fondo para el desarrollo de la trama.
Para ubicar esta narrativa en un período de tiempo, habría que referirse a la Edad Media y a la época de la
Reconquista Española, un largo período (7 siglos, aproximadamente), en el que España lucha por terminar con la
invasión árabe y que va desde 718 hasta 1492.
Fue ese el mismo tiempo en el que se considera que nació la lengua española, cuando se le consideraba
sinónimo del castellano (español hablado en Castilla).
En los textos épicos subyace algún rasgo oral por la tradición heredada de los clásicos latinos como la Ilíada y
la Odisea de Homero.
Las personas que se dedicaban a relatar estas gestas al público se denominaban juglares, y solían ir refinando
el lenguaje utilizado para facilitar la memorización de los versos y para “pulir” la versión de la historia que relataban.
Algunas obras épicas escritas en diferentes partes del mundo son: Eneida de Virgilio en latín; La Chanson de
Roland en francés medieval, Orlando furioso de Ludovico Ariosto y Gerusalemme liberata de Torquato Tasso en
italiano; Cantar de Mio Cid en español y Paradise Lost de John Milton y Faerie de Edmund Spenser Queene en
inglés.
Otros aspectos destacables y comunes a los poemas épicos serían:
Algunas de sus líneas son preservadas por crónicas y baladas del siglo XIII al siglo XVI.
Un grupo de poemas se refiere al acontecer en torno a los condes de Castilla y otro grupo sobre los hechos del
Cid.
No hay evidencia comprobada de que existan poemas sobre acontecimientos anteriores a la mitad del siglo X.

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Características
La épica española de la Edad Media contiene o refleja:
- Nacionalismo.
- Realismo.
- Verosimilitud de hechos y personajes / Carácter histórico.
- Tradición.
- Sentido religioso.
- Versificación.
- Humanización de los héroes.
- Personajes femeninos vengativos y dominantes.
- Acciones durante un viaje.
- Raíces en la tradición oral.
- Para entender un poco mejor de qué se trata la épica, conviene describir a grandes rasgos una de sus obras
más representativas: El poema Mío Cid

Es el poema que describe a la épica española por antonomasia y, aunque se conoce como el Poema del Mío
Cid, su título original es un misterio porque al manuscrito que lo refleja (copia transcrita en 1307), le falta la primera
página.
El protagonista de esta historia anónima simboliza al caballero cristiano medieval. La mayoría de los demás
personajes carecen de rasgos odiosos o desagradables.
Fue escrito en el español de los inicios de la lengua (siglo XIV) y, aunque no hay consenso definitivo sobre su
métrica, algunos opinan que responde a la fórmula 7+7, debido a la influencia francesa.

CANTARES DE GESTA: ORIGEN, CARACTERÍSTICAS, AUTORES Y OBRAS


Los cantares de gesta son las expresiones literarias de gran envergadura, propias del género épico. En ellos se
exaltan los ardidos esfuerzos de un héroe para sobreponerse a las pruebas que la vida y el destino le anteponen. Las
virtudes de esta figura, de este ídolo, dan vigor a la imagen de su pueblo, enalteciendo su gentilicio.
También se les consideran cantares de gesta a las epopeyas elaboradas durante la Edad Media. Todas estas
manifestaciones literarias eran divulgadas de manera oral y escrita entre las distintas poblaciones del Medioevo,
siendo la forma oral la más predominante, producto del analfabetismo existente en la época.
Le correspondía, pues, mayormente a los juglares la responsabilidad de difundirlos. Estos trovadores iban
caminando de pueblo en pueblo ubicándose en las plazas y vociferando las hazañas de las distintas personalidades de
las que habían leído o escuchado, o aquellas que ellos mismos habían visto.
Es importante acotar las cualidades memorísticas de estos juglares, quienes debían repetir entre dos mil y
veinte mil versos ante el público que les observaba. Los versos aprendidos, tras el arduo estudio, se acompañaban,
comúnmente, con armonías de laúdes, lo cual facilitaba en algo el aprendizaje y la difusión.
Orígenes
Las primeras datas de cantares de gesta se tienen entre los siglos XI y XII. En Francia, España, Alemania e
Italia se difundían por las calles las hazañas de los grandes guerreros de cada pueblo. Asia no se quedó atrás, en Rusia
también se tuvo por costumbre.
Ninguna población humana escapó de esta conducta de idealización de un personaje para crear arraigo hacia
una tierra, una creencia o una doctrina. La cantidad de versos que poseían estas composiciones —sugerida con
antelación— ameritaba el uso de variados recursos mnemotécnicos para su memorización.
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Los cantares se organizaban en estrofas variables en lo que a cantidad de versos se refiere, los cuales eran
relacionados entre sí por medio de la rima.
Normalmente la rima era asonante, aunque en ciertos casos se presentaba consonancia. Este nexo, producto de
las rimas, daba gran fortaleza al discurso y facilitaba su entendimiento.
Así como la historia surge por medio de la escritura, se tiene la certeza de la fidelidad del origen de los
cantares de gesta por las fechas colocadas en los manuscritos elaborados por los copistas.
Normalmente quienes transcribían no eran los juglares, sino escribas experimentados que se apostaban
alrededor de los trovadores durante la narración. Entre los más renombrados copistas y compiladores de España se
encuentra Per Abbat, a quien se le adjudica la compilación y transcripción de los versos del Cantar del mío Cid.
Características
Tal y como presentan las diversas manifestaciones poéticas desarrolladas por el hombre, el cantar de gesta
tiene particularidades que le hacen único. A continuación, se mostrarán parte de esas singularidades:
Su lenguaje es sencillo. Esta es una de las particularidades que más permitió su propagación y que le hizo
formar, aún en la actualidad, parte del acervo cultural de muchos pueblos. La simpleza lingüística de su mensaje les
permitió calar hondamente en la población, quienes, a su vez, además de aprender de ellos, les difundían y les
enriquecían.
Este es un aspecto pedagógico y andragógico de gran valor, necesario de realzar. Los juglares eran los
docentes del Medievo. Estos personajes seguían las buenas costumbres de las escuelas atenienses, prácticamente
llevaban el teatro a la calle para educar de forma popular y pintoresca.
Una misma historia, varios cantares
Por su carácter oral es muy común encontrar variantes líricas sobre un mismo cantar, producto de los cambios
que cada juglar añadía, ajustados, por supuesto, a las vivencias y aprendizajes de cada individuo.
Esto, más que tender a confundir o generar dualidades respecto a una temática o una línea histórica sobre
algún héroe en particular, le enriquece.
El poseer varias visiones sobre un mismo relato permite ver aspectos que pudieron pasar desapercibidos para
otros cantores de gesta; y, por ende, las perspectivas del escucha y del transcriptor se ensanchan.
Son tomados como referentes históricos
Los cantares de gesta, pese a ser tocados por las exageraciones propias de la imaginería popular, son tomados
como referentes históricos cuando se estudia el quehacer de alguno de los personajes idealizados por ellos.
Su estudio resulta muy enriquecedor para los historiadores, y no es una práctica reciente. De hecho, los datos
que incluyó Homero en sus dos grandes épicas, la Ilíada y la Odisea, son muy fidedignos.
Requerían de varios días para su declamación. En vista de la magnitud de estas composiciones, cuya medida
mínima solía ser de dos mil versos, rara era la vez que eran recitadas en un solo día. La media total de estas
composiciones era de 4.000 versos, pero había algunas que llegaban a los 20.000 versos.
Se hacía costumbre que los juglares llegaran a las zonas más concurridas del pueblo y comenzaran su
declamación, acompañados de su laúd o a capela. Dependiendo del interés del pueblo presente, el espectáculo se iba
extendiendo.
Cuando estaba muy entrada la noche, y los primeros comensales empezaban a retirarse, el juglar se disponía a
hacer versos de cierre e invitar a la continuación de la historia al día siguiente.

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Según fuese el desempeño del cantor, era el grueso de la gente que le acompañaba en cada entrega. Lo más
interesante de este tipo de presentaciones diarias era que los juglares preparaban una especie de estrofa de entre 60 y
90 versos donde hacía un recuento de lo hablado el día anterior.
Este genial recurso permitía refrescar la memoria de los asistentes y poner al tanto de todo a quienes estaban
acabando de llegar. Aparte de lo antes explicado, el juglar demostraba con esto una estupenda capacidad en el manejo
métrico y poético.
Son anónimos. Si hay algo que caracteriza a estas composiciones poéticas es el hecho de que no se les conoce
un autor específico, salvo ciertas excepciones en la épica reciente.
De hecho, entre los cantares más antiguos, se considera que no hay un solo cantar de gesta compuesto por un
solo individuo, sino que nos encontramos con híbridos producto de la creatividad de varios poetas.
Correspondía a los juglares tomar las estrofas y versos que más se ajustaran a sus gustos y capacidades y
armar así la historia a ser contada. De vez en cuando el mismo juglar agregaba detalles a las piezas para enriquecerlas,
bien sea poéticamente o temáticamente.

La literatura en la Edad media tiene unas características peculiares. Aparecen los primeros textos escritos en
un español todavía algo indeciso y que, poco a poco, va tomando forma. La literatura española nos ofrece grandes
obras que servirán de antesala a los gloriosos autores del Siglo de Oro español.
Conviene que sepas las peculiaridades de esta época literaria:
Los cantares de gesta son obras del género épico que narran, en verso, hazañas de héroes. Se difundían
oralmente y eran los juglares quienes “cantaban” (es decir, recitaban y representaban) estos cantares, en plazas y en
castillos, por toda España. Este oficio se llama “mester de juglaría” (trabajo de juglares) y era una tarea ardua ya que,
para atraer y mantener la atención del público (de quien dependían para subsistir) actuaban, recitaba, hacían juegos
malabares, mímica, tocaban algún instrumento, cantaban… Después, claro está, esperaban una buena «soldada», en
recompensa a su buen hacer.
Recursos artísticos de los juglares
-Llamadas de atención al público.
-“Captatio benevolentiae”, un tópico literario típico de la Edad Media, es decir, conseguir la benevolencia del
público mostrando, por ejemplo, una falsa modestia.
-Gesticulación e imitación de voces.
-Adverbios de presencia (“Aquí veis al héroe”) y referencias visuales (“Veréis moros y cristianos”).
-Repeticiones que facilitan la memorización y la recitación, tanto del juglar como del público presente.
-Predominan las oraciones simples y coordinadas, porque son más fáciles de recordar y permitan improvisar
mientras se recita.
-Se usa el presente de indicativo para hacer más cercana la historia a los presentes.
-Al final, se pide la soldada, es decir, un dinero por la actuación.
EXPRESIÓN LITERARIA DEL MESTER DE JUGLARÍA. Poemas, medida y rima
Las obras del mester de juglaría se expresan en TIRADAS ÉPICAS, es decir, series indeterminadas de versos
de arte mayor isosilábicos (de unas 16 sílabas, con una cesura interna) y rima asonante continua.
Unos versos del Mío Cid (versión modernizada) de ejemplo:
50
A los que conmigo vengan // que Dios les dé muy buen pago;
también a los que se quedan // contentos quiero dejarlos.
Habló entonces Álvar Fáñez, // del Cid era primo hermano:
«Con vos nos iremos, Cid, // por yermos y por poblados;
no os hemos de faltar // mientras que salud tengamos,
y gastaremos con vos // nuestras mulas y caballos
y todos nuestros dineros // y los vestidos de paño,
siempre querremos serviros // como leales vasallos».

POEMA DE MÍO CID

EL MESTER DE JUGLARÍA MEDIEVAL

El Poema de Mío Cid es un cantar de gesta que nos cuenta las hazañas de Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador.
Es el más antiguo de los cantares conservados y el único que tenemos casi completo (se perdió la primera hoja del
original y otras dos del interior). En total se conservan 3.730 versos.

PRESENTACIÓN DEL CANTAR DE MÍO CID. Biblioteca Virtual Cervantes

El Cantar de Mio Cid constituye la primera gran obra de la literatura española escrita en una lengua romance.
Compuesto por versos anisosilábicos de asonancia monorrima, este cantar de gesta relata las hazañas heroicas
inspiradas libremente en los últimos años de la vida del caballero castellano Rodrigo Díaz, el Campeador. Se trata
de una obra anónima, aunque los especialistas creen que fue escrita por Per Abbat en torno al año 1207. Del Cantar
de Mio Cid se ha dicho que es el bello pórtico de nuestra literatura medieval.
TEMA

El tema de la obra es el honor, eje central del Poema, desde dos puntos de vista, político y familiar. El Cid pierde su
honra ante el rey por lo que es desterrado (deshonra militar); después debe recuperarla con victorias y riquezas que
ofrece al rey. Lo consigue tras la conquista de Valencia, pero después, con la afrenta de sus hijas en Corpes, vuelve a
perder el honor (esta vez es una deshonra familiar) y debe recuperarlo de nuevo.

La recuperación del honor se logra, en el Poema de Mío Cid, por medios inauditos si comparamos esta obra con las
escritas hasta ahora; esto lo convierte en una obra muy original.

El Cid, un héroe sereno y mesurado

Para desarrollar este tema el autor parte de un personaje (Rodrigo Díaz de Vivar) y de unos hechos reales; sobre ellos
añade los elementos inventados necesarios para crear una obra literaria entretenida y hecha para ser leída en público.

A los héroes medievales se le pedían gestas casi imposibles; eran héroes desmesurados dispuestos a acometer
cualquier hazaña, por bárbara que fuera. El Cid se separa de dicho modelo para ofrecer uno opuesto: un héroe que
controla sus sentimientos, que ama a su familia y que actúa con precaución.

FECHA

51
La obra nos llega en una copia del siglo XIV, manuscrito que es a la vez una copia de otro de 1207, hecho por
un copista llamado Per Abbat.

Quien escrivió este libro de Dios paraíso, amen


Per Abbat le escrivió en el mes de mayo en era de mil e. CC XLV años
Los críticos no se ponen de acuerdo sobre si el libro es anterior a esa fecha. Por ejemplo, Menéndez Pidal
defiende que ya estaba escrito en 1140, pero otros defienden 1207 como la fecha de su composición.

AUTOR

El Poema es anónimo y hay diferentes hipótesis sobre su autor.


-Según Menéndez Pidal. Dos juglares fueron los escritores del Poema de Mío Cid; un primer juglar que
escribió el cantar 1 y 2 (en 1120) y un segundo juglar que añadió el tercer cantar unos años más tarde (en 1140); este
segundo juglar también retocó los dos primeros cantares y los dotó de elementos más novelescos.
-Otros hablan de un autor experto en leyes, por las referencias legales que se encuentran en la obra.
-Otros piensan que el autor era un clérigo cercano al monasterio de Cardeña, por las alusiones que se hacen a
este lugar.
-También se habla del copista Per Abbat como autor.
ESTRUCTURA

El Poema empieza “in media res”, es decir, no explica una serie de hechos que supone conocidos por el
público (o quizá estuvieran resumidos en la página que falta).
Los tres cantares

Se divide en tres partes o cantares: Cantar del Destierro, Cantar de las bodas y Cantar de la afrenta de Corpes.
Cantar I. Cantar del Destierro

El Cid es desterrado; pierde su honra (no sabemos la causa). Abandona a su familia (a doña Jimena, su esposa
y a sus hijas, doña Elvira y doña Sol) y todas sus posesiones. Participa en una serie de batallas, todas destinadas a
recuperar el honor perdido.
Allí vierais tantas lanzas, todas subir y bajar,
allí vierais tanta adarga romper y agujerear,
las mallas de las lorigas allí vierais quebrantar
y tantos pendones blancos que rojos de sangre están
y tantos buenos caballos que sin sus jinetes van.
Cantar II. Cantar de las Bodas

Cuenta la conquista de Valencia. Desde allí envía presentes al rey Alfonso VI, lo que permite el reencuentro
del Cid con su familia. Se conciertan las bodas de sus hijas con los infantes de Carrión. Así el Cid recupera su honor
militar y familiar.
Por esas tierras de moros, apresando y conquistando,
durante el día durmiendo, por las noches a caballo,
en ganar aquellas villas pasa Mío Cid tres años.
(…)
«Mi mujer, doña Jimena, sea lo que quiera Dios.
A vos os digo, hijas mías, doña Elvira y doña Sol,
que con este casamiento ganaremos en honor,

52
pero sabed que estas bodas no las he arreglado yo:
os ha pedido y rogado don Alfonso, mi señor.
Cantar III. Cantar de la afrenta de Corpes

Los infantes de Carrión quedan en ridículo ante los cortesanos del Cid por su cobardía en el campo de batalla.
Deciden vengarse por las burlas de que han sido objeto; para ello parten de Valencia con sus mujeres y, al llegar al
robledal de Corpes, las maltratan y abandonan. El Cid pide justicia al rey. Convocadas las cortes en Toledo, los
guerreros del Campeador desafían y vencen a los infantes, que son declarados traidores. El Poema acaba con las bodas
de las hijas del Cid, doña Elvira y doña Sol, con los infantes de Navarra y Aragón.
«Llegarán las nuevas al Cid Campeador,
«así nos vengaremos por lo del león».
Los mantos y las pieles les quitan los de Carrión,
con sólo las camisas desnudas quedan las dos,
los malos traidores llevan zapatos con espolón,
las cinchas de sus caballos ásperas y fuertes son.
(…)
Comienzan a golpearlas los infantes de Carrión;
con las cinchas de cuero las golpean sin compasión;
así el dolor es mayor, los infantes de Carrión:
de las crueles heridas limpia la sangre brotó.
Si el cuerpo mucho les duele, más les duele el corazón
(…)
Grandes son los gozos en Valencia la mayor,
por la honra que han tenido los del Campeador.
Hicieron sus tratos los de Navarra y Aragón,
tuvieron junta con Alfonso el de León.
Hicieron sus casamientos doña Elvira y doña Sol.
Así crece la honra del que en buen hora nació,
cuando señoras son sus hijas de Navarra y de Aragón.
Hoy los reyes de España sus parientes son.
A todos alcanza honra por el que en buena nació.
ESTILO

El autor tenía la intención de hacer una obra literaria, es decir, hay “intención de estilo”. El estilo es una
muestra típica del cantar de gesta típico del mester de jugaría medieval (las características que hemos comentado al
principio del artículo).
Características estilísticas:

-El poeta dota a los personajes de cualidades excelentes mediante el epíteto épico: «el que en buen hora nació», «el
bueno de Vivar»

53
-También usa adjetivos caracterizadores, ponderativos o afectivos para referirse al Cid, a su esposa a su caballo. Por
ejemplo, el Cid “el de la crecida barba”.
-Usa expresiones deícticas (como “heos aquí”, “veriedes”) porque es consciente de dirigirse a un público.
-Hay un amplio vocabulario sobre prácticas legales lo que puede hacer pensar en un autor relacionado con el mundo
de las leyes.

-El realismo. Abunda el vocabulario sobre costumbres feudales, la guerra, ropas, lugares, comida; así podemos
conocer costumbres y modos de vida.

-Hay pleonasmos (como «llorando de los sus ojos«) que dan emotividad al texto.
De los sus ojos tan fuertemente llorando,
tornaba la cabeza y estábalos catando.
Vio puertas abiertas y postigos sin candados,
alcándaras vacías, sin pieles y sin mantos,
y sin halcones y sin azores mudados.
(Cantar I)
-Anteposición del artículo al adjetivo para darle la cualidad en exclusiva; por ejemplo «Castilla la gentil», «Valencia
la clara».
-Narración rápida, clara y viva; esto le da dinamismo. Poca decoración y escasa adjetivación.

MÉTRICA

Versos de extensión variable. Predominan los de 14-16 sílabas, divididos en dos hemistiquios separados por
una cesura.
Los versos se agrupan en tiradas (series de versos sin número determinado) con una única rima
siempre asonante.
IMPORTANCIA

Se mezclan en el Poema dos valores, el histórico y el literario. El Poema de Mío Cid tiene un gran valor
histórico porque gran parte de los personajes y hechos que nos muestra están atestiguados históricamente.
Literariamente, es una bella muestra del mester de juglaría y de los comienzos de la literatura española.

CANTAR PRIMERO
Destierro del Cid

Falta la primera hoja del códice del Cantar, que se suple con el siguiente relato tomado de la Crónica de los veinte
reyes:

Envió el rey don Alfonso a Ruy Díaz mío Cid por las parias que le tenían que dar los reyes de Córdoba y de Sevilla
cada año. Almutamiz, rey de Sevilla, y Almudafar, rey de Granada, eran en aquella sazón muy enemigos y se odiaban
a muerte. Y estaban entonces con Almudafar, rey de Granada, unos ricos hombres que le ayudaban: el conde García
Ordóñez y Fortún Sánchez, el yerno del rey don García de Navarra, y Lope Sánchez, y cada uno de estos ricos
hombres con su poder ayudaban a Almudafar, y luego fueron contra Almutamiz, rey de Sevilla.

Ruy Díaz el Cid, cuando supo que así venían contra el rey de Sevilla, que era vasallo y pechero del rey don Alfonso,
su señor, lo tomó muy a mal y le pesó mucho; y envió a todos cartas de ruego para que no viniesen contra el rey de
Sevilla ni le destruyeran su tierra, por la obligación que tenían con el rey don Alfonso (y les decía que si, a pesar de
todo, querían hacerlo, supiesen que no podría estarse el rey Alfonso sin ayudar a su vasallo, puesto que era pechero

54
suyo). El rey de Granada y los ricos hombres no atendieron en nada a las cartas del Cid, y fueron todos con mucha
fuerza y destruyeron al rey de Sevilla toda la tierra hasta el castillo de Cabra.

Cuando aquello vio Ruy Díaz reunió todas las fuerzas que pudo de cristianos y de moros, y fue contra el rey de
Granada para echarlo de la tierra del rey de Sevilla. Y el rey de Granada y los ricos hombres que estaban con él,
cuando supieron que iba con ese ánimo, le mandaron a decir que no se marcharían de la tierra porque él lo quisiera.
Ruy Díaz, cuando aquello oyó, pensó que no estaría bien el no acometerlos y fue contra ellos y luchó con ellos en el
campo, y duró la batalla campal desde la hora de tercia hasta la de mediodía, y fue grande la mortandad que allí hubo
de moros y de cristianos en la parte del rey de Granada, y vencióles el Cid y les hizo huir del campo. Y cogió
prisionero el Cid en esta batalla al conde García Ordóñez y le arranchó un mechón de la barba y a otros muchos
caballeros y a innumerables guerreros de a pie. Y los tuvo el Cid presos tres días, y luego los soltó a todos. Después de
haberlos cogido prisioneros mandó a los suyos recoger los bienes y las riquezas que quedaron en el campo, y luego se
volvió con toda su compaña y con todas sus riquezas adonde estaba Almutamiz, rey de Sevilla, y dio a él y a todos sus
moros todas las riquezas que reconocieron como suyas y aún de las demás que quisieron tomar. Y de allí en adelante
llamaron moros y cristianos a este Ruy Díaz de Vivar el Cid Campeador, que quiere decir batallador.

Almutamiz le dio entonces muchos buenos regalos y las parias que había ido a cobrar. Y tornóse el Cid con todas sus
parias hacia el rey don Alfonso, su señor. El rey le recibió muy bien, se puso muy contento y se declaró satisfecho de
cuanto el Cid hiciera allá. Por esto le tuvieron muchos envidia y le buscaron mucho daño y le enemistaron con el rey.

El rey, como estaba muy sañudo y entrado en ira contra él, dio crédito a lo que hablaban contra el Cid y le mandó
decir por su carta que saliese del reino. El Cid, después que hubo leído la carta real, aunque le causó gran pesar, no
quiso hacer otra cosa, porque sólo le quedaban de plazo nueve días para salir de todo el reino.

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La siguiente es la versión en castellano antiguo de la primera parte del Cantar de mío Cid.  Leela y contestá las
siguientes consignas

1)      Compará las dos versiones: la original y la que está en Castellano actual. ¿Qué diferencias notás entre
una y otra versión? ¿Hay vocablos que difieran o letras? ¿Se parece a alguna lengua que conozcas? ¿A cuál?
Detectá al menos 10 diferencias entre el castellano actual y el utilizado en el texto original.

2)      ¿Cuáles son las pruebas que debe enfrentar el Cid en su destierro?

3)      ¿De qué maneras se lo denomina al personaje principal a lo largo del fragmento? Anotá estas
denominaciones, también llamadas ‘epítetos épicos’ y explicá en cada caso qué aspecto caracterizan del
personaje mencionado.

4)      Averiguá por qué otras ciudades, aparte de Burgos estuvo el Cid. Investigá en un mapa de España con la
ruta del Cid. Fijate qué recorrido tuvo que hacer el personaje histórico con su ejército.

5)      Realizá una breve síntesis de los cantos siguientes y explicá, una vez que lo tengas hecho, la siguiente
idea: ‘El Cid, a lo largo de la obra, debe recuperar el honor en dos oportunidades.’

TEXTO TRADUCIDO AL CASTELLANO ACTUAL:

1.

Los ojos de Mío Cid mucho llanto van llorando;


hacia atrás vuelve la vista y se quedaba mirándolos.
Vio como estaban las puertas abiertas y sin candados,
vacías quedan las perchas ni con pieles ni con mantos,
sin halcones de cazar y sin azores mudados.
Y habló, como siempre habla, tan justo tan mesurado:
55
"¡Bendito seas, Dios mío, Padre que estás en lo alto!
Contra mí tramaron esto mis enemigos malvados".

2
Agüeros en el camino de Burgos

Ya aguijan a los caballos, ya les soltaron las riendas.


Cuando salen de Vivar ven la corneja a la diestra,
pero al ir a entrar en Burgos la llevaban a su izquierda.
Movió Mío Cid los hombros y sacudió la cabeza:
"¡Ánimo, Álvar Fáñez, ánimo, de nuestra tierra nos echan,
pero cargados de honra hemos de volver a ella! "

3
El Cid entra en Burgos

Ya por la ciudad de Burgos el Cid Ruy Díaz entró.


Sesenta pendones lleva detrás el Campeador.
Todos salían a verle, niño, mujer y varón,
a las ventanas de Burgos mucha gente se asomó.
¡Cuántos ojos que lloraban de grande que era el dolor!
Y de los labios de todos sale la misma razón:
"¡Qué buen vasallo sería si tuviese buen señor!"

4
Nadie hospeda al Cid.
Sólo una niña le dirige la palabra para mandarle alejarse.
El Cid se ve obligado a acampar fuera de la población, en la glera.

De grado le albergarían, pero ninguno lo osaba,


que a Ruy Díaz de Vivar le tiene el rey mucha saña.
La noche pasada a Burgos llevaron una real carta
con severas prevenciones y fuertemente sellada
mandando que a Mío Cid nadie le diese posada,
que si alguno se la da sepa lo que le esperaba:
sus haberes perdería, más los ojos de la cara,
y además se perdería salvación de cuerpo y alma.
Gran dolor tienen en Burgos todas las gentes cristianas
de Mío Cid se escondían: no pueden decirle nada.
Se dirige Mío Cid adonde siempre paraba;
cuando a la puerta llegó se la encuentra bien cerrada.
Por miedo del rey Alfonso acordaron los de casa
que como el Cid no la rompa no se la abrirán por nada.
La gente de Mío Cid a grandes voces llamaba,
los de dentro no querían contestar una palabra.
Mío Cid picó el caballo, a la puerta se acercaba,
el pie sacó del estribo, y con él gran golpe daba,
pero no se abrió la puerta, que estaba muy bien cerrada.
La niña de nueve años muy cerca del Cid se para:
"Campeador que en bendita hora ceñiste la espada,
el rey lo ha vedado, anoche a Burgos llegó su carta,
con severas prevenciones y fuertemente sellada.
No nos atrevemos, Cid, a darte asilo por nada,
porque si no perderíamos los haberes y las casas,
perderíamos también los ojos de nuestras caras.
Cid, en el mal de nosotros vos no vais ganando nada.
Seguid y que os proteja Dios con sus virtudes santas."
Esto le dijo la niña y se volvió hacia su casa.

56
Bien claro ha visto Ruy Díaz que del rey no espere gracia.
De allí se aparta, por Burgos a buen paso atravesaba,
a Santa María llega, del caballo descabalga,
las rodillas hinca en tierra y de corazón rogaba.
Cuando acabó su oración el Cid otra vez cabalga,
de las murallas salió, el río Arlanzón cruzaba.
Junto a Burgos, esa villa, en el arenal posaba,
las tiendas mandó plantar y del caballo se baja.
Mío Cid el de Vivar que en buen hora ciñó espada
en un arenal posó, que nadie le abre su casa.
Pero en torno suyo hay guerreros que le acompañan.
Así acampó Mío Cid cual si anduviera en montaña.
Prohibido tiene el rey que en Burgos le vendan nada
de todas aquellas cosas que le sirvan de vianda.
No se atreven a venderle ni la ración más menguada.

TEXTO ORIGINAL (Fragmento)

ADIÓS DEL CID A BIVAR

De los sos ojos tan fuertemientre llorando,

tornava la cabeça e estávalos catando.

Vío puertas abiertas e uços sin cañados,

alcándaras vazías, sin pieles e sin mantos,

e sin falcones e sin adtores mudados.

Sospiró mio Cid, ca mucho avié grandes cuidados;

fabló mio Cid bien e tan mesurado:

—£Grado a ti, Señor, Padre que estás en alto!

£Esto me an buelto mios enemigos malos!—

AGÜEROS

Allí piensan de aguijar, allí sueltan las riendas.

A la exida de Bivar ovieron la corneja diestra

e entrando a Burgos oviéronla siniestra.

Meció mio Cid los ombros e engrameó la tiesta:

—£Albricia, Álbar Fáñez, ca echados somos de tierra!—

57
3

EL CID ENTRA EN BURGOS

Mio Cid Ruy Díaz por Burgos entró,

en su compaña sessaenta pendones.

Exienlo ver mugieres e varones,

burgeses e burgesas por las finiestras son,

plorando de los ojos, tanto avién el dolor,

de las sus bocas todos dizían una razón:

—£Dios, qué buen vassallo, si oviesse buen señor!—4

NADIE LE HOSPEDA

Combidarle ien de grado, mas ninguno non osava:

el rey don Alfonso tanto avié la grand saña.

Antes de la noche, en Burgos d’él entró su carta

con grand recabdo e fuertemientre sellada:

que a mio Cid Ruy Díaz que nadi no l’ diessen posada

e aquel que ge la diesse sopiesse vera palabra,

que perderié los averes e más los ojos de la cara,

e aun demás los cuerpos e las almas.

Grande duelo avién las yentes cristianas,

ascóndense de mio Cid, ca no l’osan dezir nada.

El Campeador adeliñó a su posada,

así commo llegó a la puerta, fallola bien cerrada,

por miedo del rey Alfonso que assí la avién parada,

que si non la quebrantás por fuerça,

que non ge la abriese nadi.

Los de mio Cid a altas vozes llaman,

los de dentro non les querién tornar palabra.

Aguijó mio Cid, a la puerta se llegava,

58
sacó el pie del estribera, una ferida l’ dava;

non se abre la puerta, ca bien era cerrada.

UNA NIÑA SE ATREVE A HABLAR AL CID

Una niña de nuef años a ojo se parava:

—£Ya Campeador, en buen ora cinxiestes espada!

El rey lo ha vedado, anoch d’él entró su carta

con grant recabdo e fuertemientre sellada.

Non vos osariemos abrir nin coger por nada;

si non, perderiemos los averes e las casas,

e demás los ojos de las caras.

Cid, en el nuestro mal vós non ganades nada,

mas el Criador vos vala con todas sus vertudes santas.—

Esto la niña dixo e tornós’ pora su casa.

Ya lo vee el Cid, que del rey non avié gracia;partiós’ de la puerta, por Burgos aguijava,

llegó a Santa María, luego descavalga,

fincó los inojos, de coraçón rogava.

La oración fecha, luego cavalgava,

salió por la puerta e Arlançón passava;

El poema de Mio Cid (compuesto a mitad del siglo XII, aproximadamente). Si bien fue un texto de transmisión oral
durante mucho tiempo, en 1307 Per Abbat, un monje dedicado a la transcripción de textos, también llamado copista,
toma de las versiones de dos juglares diferentes los versos de este extenso poema. En total, el poema tiene 3730
versos. Lo divide en tres partes: Cantar del destierro, Cantar de las Bodas (las bodas de sus hijas) y Afrenta de Corpes.

Mio Cid, en castellano antiguo, que es la lengua original del cantar, quiere decir “Mi señor”; el personaje tuvo en la
historia de España una existencia real como caballero de la corte del rey Alfonso VI, su nombre era Rodrigo Díaz de
Vivar. Sus hazañas tienen que ver, como las de Rolando en la saga épica francesa, con el destierro de los infieles, en el
contexto en el que España estaba intentando la reconquista de sus territorios ocupados por los moros durante muchos
siglos.

Resumen de los tres cantares

Cantar primero, El destierro del Cid

Esta obra comienza cuando el Cid es desterrado por parte de Alfonso VI, soberano del reino de
Castilla, quien ha dejado que García Ordóñez lo contraponga con el caballero Rodrigo Díaz El Campeador.
59
Debido a esto, el Cid decide marcharse de su casa, en compañía de sus parientes y vasallos que fielmente le
siguen. No obstante, al marcharse llora de tristeza. En dos ocasiones logran ver una corneja, la cual le brinda
augurios distintos, primero buenos, lo que los hace seguir camino esperanzados hacia Burgos, pero cuando
llegan a este poblado la ven por la izquierda, por lo que su arribo a esta región está bajo la sombra de un mal
augurio.
Tal parece que la visión de la corneja estaba en lo cierto, pues apenas entrado en el pueblo, sus
habitantes salen a su encuentro, pero nadie le brinda hospedaje. Gracias al testimonio de una niña, el Cid se
entera que el Rey se le ha adelantado, enviando una comunicación a los pobladores para advertirles que
aquel que lo hospedara recibiría un gran castigo. Cansado, el Cid decide entrar a la catedral a rezar un rato, y
luego busca un lugar en el campo dónde descansar.
Sin embargo, y a pesar de la advertencia, Martín Antolínez se compadece del Cid y sus
acompañantes, dándoles comida. A conciencia de que será castigado por tal afrenta al rey, decide pedirle al
Cid que lo acepte como parte de sus vasallos. El Cid acepta complacido por la valentía que ha mostrado este
hombre. Así, lo invita también a participar en el engaño que él y su comitiva pretende realizar, para hacer
dinero falso y engañar a los judíos.
De esta manera, Antolínez toma parte activa del engaño planeado por el Cid, por lo que va donde los
judíos a contarles cómo el Cid ha sido enviado al destierro por robar gran cantidad de oro. También les dice
que el Cid quiere dejar la fortuna a resguardo por al menos un año, pero a cambio exige una garantía de 600
marcos. Maravillados, los judíos deciden aceptar el trato. Con la plata, el Cid va a despedirse de su familia,
la cual se queda en un monasterio, donde paga 150 marcos para que se encarguen de su mujer, hijas y
vasallos. El Cid parte con la promesa de que regresará para casar a sus hijas.
Con la fiel decisión de recuperar su nombre y posición, el Cid marcha sobre Alcocer, venciendo al
rey moro que manda sobre Valencia. Como muestra de su lealtad, el Cid le envía treinta caballos al Rey. El
soberano los acepta, pero decide continuar molesto con el Cid. Luego, el Cid derrota y vuelve prisionero al
Conde de Barcelona, al cual libera, quedándose con todas sus pertenencias.

Cantar segundo, Bodas de las Hijas del Cid

El Cid decide seguir su camino contra Valencia, en donde resulta vencedor nuevamente, atacando
este territorio en manos moras. Igualmente, el Cid llena de regalos al Rey de Castilla, lo que da inicio a un
camino hacia la reconciliación entre este soberano y el Cid. Así mismo, como premio a su valentía, el Rey le
permite al Cid que su familia se traslade hasta Valencia a reunirse con este nuevo héroe de Castilla.
También designa que las dos hijas del Cid contraigan matrimonio con los infantes de Carrión. No
obstante, para el Cid esto es un revés en sus planes, pues no está del todo tranquilo con el linaje y
comportamientos de estos soberanos. De todas formas acepta, no sin antes manifestar su descontento y
depositar el peso de esta decisión sobre el Rey Alfonso VI.

Cantar tercero, El Cantar de la afrenta de Corpes

La primera parte de este cantar versa sobre las fechorías y actos de avaricia practicados por los
infantes de Carrión. Incluso, el narrador refiere a la inmensa cobardía que presentan estos individuos como
guerreros, quienes inventan la excusa de tener que irse de Valencia rumbo a sus tierras, a las que deben
supervisar, sólo para no entrar en batalla. Parten en viaje, pero en el bosque deciden vengarse del Cid, por lo
que vierten su odio en sus hijas, a quienes azotan, torturan y violan.
Totalmente fuera de sí, y recordando el pacto anterior, el Cid pide Justicia para él y su familia. El
Rey le responde justamente, y convoca a las cortes que hacen vida en Toledo. El fallo es sorprendente pues
la condena es el derecho del Cid a batirse en duelo con los infantes de Carrión. El Cid sale victoriosos,
ajusticiando a aquellos que han deshonrado a su familia. Finalmente, este cantar épico termina con un pasaje
donde se anuncia el matrimonio de cada una de las dos hijas del Cid con el rey de Navarra y el rey de
Aragón. Bodas estas que llenan de orgullo al Cid, puesto que los nuevos consortes son monarcas, por lo que
sus hijas lograron convertirse a su vez en reinas.

Los cantares están divididos en distintas tiradas de versos, numeradas y con un breve resumen de cada fragmento.
60
Fragmentos Que deben leerse del Primer Cantar “Destierro del Cid”:

1 a 16 / 19 a 32 /47 y 48 / 58 a 63

Fragmentos que deben leerse del Segundo Cantar: “Bodas de las hijas del Cid”

75 a 83 / 99 a 104 / 111

Fragmentos que deben leerse del Tercer Cantar: “La afrenta de Corpes”

112-115 / 118 y 119 / 123 a 128 / 131 / 133 / 137 / 150 a 152

61
EL GAUCHO MARTÍN FIERRO
Desde que fue publicado, el “Martín Fierro” fue un éxito de ventas. Algo rarísimo en el siglo XIX argentino.
Pero ese público masivo no incluía a la clase letrada. Nadie culto, poderoso y rico valoraba el Martín Fierro. El libro
vendía miles y miles de ejemplares entre los pobres, incluso lo conocían los analfabetos porque se lo leía en grupo.
Leopoldo Lugones fue un escritor, periodista y político argentino que, en 1913 dio una serie de conferencias
en el teatro Odeón en donde postuló que Martín Fierro era el poema épico nacional, es decir, la obra que narraba los
orígenes de la fundación de nuestro país, por lo tanto, todos debían sentirse identificados con dicha obra. Estas
conferencias fueron recopiladas en un extenso libro titulado El payador, publicado en 1916. En esas charlas Lugones
analiza el Martín Fierro como el más importante libro argentino y, además, lo considera el más grande que dio el
castellano desde el siglo de oro español. Para Lugones, el libro de Hernández es una epopeya, como el Cantar de Mío
Cid, La Eneida o La Illíada. Es un libro que funda una nación, la argentina.

Lugones opone el gaucho al inmigrante, al que considera el peligro que debe enfrentar la patria.
Debemos tener en cuenta que Lugones perteneció a la política de la derecha liberal de aquellos años, por lo
cual debemos advertir qué intenciones tenía al calificar a la obra Martín Fierro de ese modo. En 1910, se cumplía el
centenario de la Revolución de Mayo. La época estaba signada por una euforia ligada a la realización de la Argentina;
un optimismo nacional por el futuro progreso que sucedería a ese presente y por una exaltación de lo local.
La Argentina se definía oficialmente como un pacífico “crisol de razas” en el que se diluían diferencias y
tensiones, culturales y sociales. La percepción de que las diferencias podían ser amenazantes para el poder liberal
tradicional que tenía gobernado el país hacía lindar la exaltación nacionalista en xenofobia social.
En ese contexto, la obra de Hernández ya no circuló como folleto sino como libro, adquiriendo otra
importancia y otro reconocimiento. En 1913, Lugones propone la obra Martín Fierro como poema épico nacional.
Para él, la épica expresa la vida heroica de una raza, en nuestro caso, la de los gauchos que lucharon por la libertad y
por la reivindicación de los derechos que le fueron arrebatados. En sus esfuerzos por exaltar un tipo de personaje y
una obra que habían sido despreciados por la elite dirigente, Lugones señaló que ese personaje representaba un tipo
social que ya no existía, no a causa de determinadas políticas económico sociales, sino por su inferioridad racial,
pues, según su concepción, por el hecho de ser mestizo estaba destinado a desaparecer. Escribió Lugones en las
páginas de El payador:
“El gaucho influyó de manera decisiva en la formación de la nacionalidad por ser elemento
conciliador y a la vez diferencial entre el indio y el español. Todo cuanto es origen nacional tiene
de él: la guerra de la independencia, la guerra civil, la guerra con los indios. No lamentemos, sin
embargo, con exceso su desaparición que fue un bien para el país, porque el gaucho contenía un
elemento inferior en su parte de sangre indígena”.
El gaucho es utilizado por Lugones como un ícono nacional.
En principio, los gauchos y las obras que contenían a estos personajes eran despreciados, el gaucho
literariamente y como individuo social, eran una amenaza para la conformación de un estado nacional. Era un
elemento que debía extirparse, esto puede leerse en la obra de Sarmiento, Facundo, civilización y barbarie. Luego,
con el aluvión inmigratorio de europeos, el ser nacional se veía amenazado, pero en este caso por el elemento
extranjero. Entonces, la clase dirigente buscó en el acervo cultural, y en la lengua autóctona, obras que pudieran
representar y unificar al gran conglomerado de culturas que habían llegado.
Para los dirigentes de la época esta decisión fue favorable, puesto que ya casi habían exterminado a la mayoría
de los gauchos en la guerra contra el Paraguay y exaltaron el poema de Hernández. Edificaron la sociedad dirigente y
criolla de la época, toda una tradición nacional, basada en un personaje literario que antes como ser social había
despreciado, pero que ahora, en vista de sus intereses y su xenofobia, les servía para anunciar lo autóctono frente al
otro, el extranjero, que ahora se había transformado en un elemento que amenazada el establecimiento del estado
nacional que ellos estaban pugnando por establecer con todos sus componentes: lengua, cultura, tradición, etc.

62
Principalmente por estas razones es considerado un poema épico nacional, porque desde esa obra los criollos
fundaron la tradición nacional de un pueblo, que no tenía una o que se veía amenazada por el extranjero. La
exaltación del poema fue más que nada una maniobra ideológica.

1- Investigar y luego describir al gaucho. ¿Cómo eran estos personajes?, ¿dónde vivían?, ¿qué actividades
realizaban? Agregar a esta descripción una imagen de un gaucho y señalar las partes de su vestimenta.
2- Explicar los pasos del camino del héroe, propuesto por Campbell teniendo en cuenta la historia de Martín
Fierro narrada por Hernández en su poema gauchesco. Determinar también cuáles son las dos luchas que debe
atravesar este héroe (lucha interna y lucha externa) y si finalmente, lo logra.
3- Teniendo como referencia el texto anterior, fundamentar por qué la misma clase política que despreciaba al
gaucho, un siglo después lo reivindica. ¿En qué sentido podemos decir que se “usa” la figura del gaucho?
4- Pensar y determinar si existe algo así como la argentinidad ¿desde La Quiaca a Ushuaia, ¿hay algo que nos
une?). Y si existe, qué situaciones, personajes, elementos o hechos la definen. Elaborar en forma de texto de
opinión.
5- Buscar ejemplos de religiosidad del gaucho, imitación de la voz del gaucho (expresiones propias),
comparaciones y metáforas, en los Cantos V y VI.
6- Ver la película animada “Martín Fierro” y determinar cuáles son las diferencias narrativas con el libro de José
Hernández. (https://youtu.be/om_wrWchxoI)

63
“El fin” Jorge Luis Borges

Recabarren, tendido, entreabrió los ojos y vio el oblicuo cielo raso de junco. De la otra pieza le llegaba un
rasgueo de guitarra, una suerte de pobrísimo laberinto que se enredaba y desataba infinitamente… Recobró poco a
poco la realidad, las cosas cotidianas que ya no cambiaría nunca por otras. Miró sin lástima su gran cuerpo inútil, el
poncho de lana ordinaria que le envolvía las piernas. Afuera, más allá de los barrotes de la ventana, se dilataban la
llanura y la tarde; había dormido, pero aun quedaba mucha luz en el cielo. Con el brazo izquierdo tanteó dar con un
cencerro de bronce que había al pie del catre. Una o dos veces lo agitó; del otro lado de la puerta seguían llegándole
los modestos acordes. El ejecutor era un negro que había aparecido una noche con pretensiones de cantor y que había
desafiado a otro forastero a una larga payada de contrapunto. Vencido, seguía frecuentando la pulpería, como a la
espera de alguien. Se pasaba las horas con la guitarra, pero no había vuelto a cantar; acaso la derrota lo había
amargado. La gente ya se había acostumbrado a ese hombre inofensivo. Recabarren, patrón de la pulpería, no
olvidaría ese contrapunto; al día siguiente, al acomodar unos tercio de yerba, se le había muerto bruscamente el lado
derecho y había perdido el habla. A fuerza de apiadarnos de las desdichas de los héroes de la novelas concluímos
apiadándonos con exceso de las desdichas propias; no así el sufrido Recabarren, que aceptó la parálisis como antes
había aceptado el rigor y las soledades de América. Habituado a vivir en el presente, como los animales, ahora miraba
el cielo y pensaba que el cerco rojo de la luna era señal de lluvia.
Un chico de rasgos aindiados (hijo suyo, tal vez) entreabrió la puerta. Recabarren le preguntó con los ojos si
había algún parroquiano. El chico, taciturno, le dijo por señas que no; el negro no cantaba. El hombre postrado se
quedó solo; su mano izquierda jugó un rato con el cencerro, como si ejerciera un poder.
La llanura, bajo el último sol, era casi abstracta, como vista en un sueño. Un punto se agitó en el horizonte y
creció hasta ser un jinete, que venía, o parecía venir, a la casa. Recabarren vio el chambergo, el largo poncho oscuro,
el caballo moro, pero no la cara del hombre, que, por fin, sujetó el galope y vino acercándose al trotecito. A unas
doscientas varas dobló. Recabarren no lo vio más, pero lo oyó chistar, apearse, atar el caballo al palenque y entrar con
paso firme en la pulpería.
Sin alzar los ojos del instrumento, donde parecía buscar algo, el negro dijo con dulzura:
—Ya sabía yo, señor, que podía contar con usted.
El otro, con voz áspera, replicó:
—Y yo con vos, moreno. Una porción de días te hice esperar, pero aquí he venido.
Hubo un silencio. Al fin, el negro respondió:
—Me estoy acostumbrando a esperar. He esperado siete años.
El otro explicó sin apuro:
—Más de siete años pasé yo sin ver a mis hijos. Los encontré ese día y no quise mostrarme como un hombre
que anda a las puñaladas.
—Ya me hice cargo —dijo el negro—. Espero que los dejó con salud.
El forastero, que se había sentado en el mostrador, se rió de buena gana. Pidió una caña y la paladeó sin
concluirla.
—Les di buenos consejos —declaró—, que nunca están de más y no cuestan nada. Les dije, entre otras cosas,
que el hombre no debe derramar la sangre del hombre.
Un lento acorde precedió la respuesta de negro:
—Hizo bien. Así no se parecerán a nosotros.
—Por lo menos a mí —dijo el forastero y añadió como si pensara en voz alta—: Mi destino ha querido que yo
matara y ahora, otra vez, me pone el cuchillo en la mano.
El negro, como si no lo oyera, observó:
—Con el otoño se van acortando los días.
—Con la luz que queda me basta —replicó el otro, poniéndose de pie.
Se cuadró ante el negro y le dijo como cansado:
—Dejá en paz la guitarra, que hoy te espera otra clase de contrapunto.
Los dos se encaminaron a la puerta. El negro, al salir, murmuró:
—Tal vez en este me vaya tan mal como en el primero.
El otro contestó con seriedad:
—En el primero no te fue mal. Lo que pasó es que andabas ganoso de llegar al segundo.
Se alejaron un trecho de las casas, caminando a la par. Un lugar de la llanura era igual a otro y la luna
resplandecía. De pronto se miraron, se detuvieron y el forastero se quitó las espuelas. Ya estaban con el poncho en el
antebrazo, cuando el negro dijo:
—Una cosa quiero pedirle antes que nos trabemos. Que en este encuentro ponga todo su coraje y toda su
maña, como en aquel otro de hace siete años, cuando mató a mi hermano.

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Acaso por primera vez en su diálogo, Martín Fierro oyó el odio. Su sangre lo sintió como un acicate. Se
entreveraron y el acero filoso rayó y marcó la cara del negro.
Hay una hora de la tarde en que la llanura está por decir algo; nunca lo dice o tal vez lo dice infinitamente y no
lo entendemos, o lo entendemos pero es intraducible como una música… Desde su catre, Recabarren vio el fin. Una
embestida y el negro reculó, perdió pie, amagó un hachazo a la cara y se tendió en una puñalada profunda, que penetró
en el vientre. Después vino otra que el pulpero no alcanzó a precisar y Fierro no se levantó. Inmóvil, el negro parecía
vigilar su agonía laboriosa. Limpió el facón ensangrentado en el pasto y volvió a las casas con lentitud, sin mirar para
atrás. Cumplida su tarea de justiciero, ahora era nadie. Mejor dicho era el otro: no tenía destino sobre la tierra y había
matado a un hombre.

“Biografía de Tadeo Isidoro Cruz” Jorge Luis Borges

I'm looking for the face I had


Before the world was made.

-Yeats: The Winding Stair

El seis de febrero de 1829, los montoneros que, hostigados ya por Lavalle, marchaban desde el Sur para
incorporarse a las divisiones de López, hicieron alto en una estancia cuyo nombre ignoraban, a tres o cuatro leguas del
Pergamino; hacia el alba, uno de los hombres tuvo una pesadilla tenaz: en la penumbra del galpón, el confuso grito
despertó a la mujer que dormía con él. Nadie sabe lo que soñó, pues al otro día, a las cuatro, los montoneros fueron
desbaratados por la caballería de Suárez y la persecución duró nueve leguas, hasta los pajonales ya lóbregos, y el
hombre pereció en una zanja, partido el cráneo por un sable de las guerras del Perú y del Brasil. La mujer se llamaba
Isidora Cruz; el hijo que tuvo recibió el nombre de Tadeo Isidoro.
Mi propósito no es repetir su historia. De los días y noches que la componen, solo me interesa una noche; del
resto no referiré sino lo indispensable para que esa noche se entienda. La aventura consta en un libro insigne; es decir,
en un libro cuya materia puede ser todo para todos (1 Corintios 9:22), pues es capaz de casi inagotables repeticiones,
versiones, perversiones. Quienes han comentado, y son muchos, la historia de Tadeo Isidoro, destacan el influjo de la
llanura sobre su formación, pero gauchos idénticos a él nacieron y murieron en las selváticas riberas del Paraná y en
las cuchillas orientales. Vivió, eso sí, en un mundo de barbarie monótona. Cuando, en 1874, murió de una viruela
negra, no había visto jamás una montaña ni un pico de gas ni un molino. Tampoco una ciudad. En 1849, fue a Buenos
Aires con una tropa del establecimiento de Francisco Xavier Acevedo; los troperos entraron en la ciudad para vaciar el
cinto: Cruz, receloso, no salió de una fonda en el vecindario de los corrales. Pasó ahí muchos días, taciturno,
durmiendo en la tierra, mateando, levantándose al alba y recogiéndose a la oración. Comprendió (más allá de las
palabras y aun del entendimiento) que nada tenía que ver con él la ciudad. Uno de los peones, borracho, se burló de él.
Cruz no le replicó, pero en las noches del regreso, junto al fogón, el otro menudeaba las burlas, y entonces Cruz (que
antes no había demostrado rencor, ni siquiera disgusto) lo tendió de una puñalada. Prófugo, hubo de guarecerse en un
fachinal: noches después, el grito de un chajá le advirtió que lo había cercado la policía. Probó el cuchillo en una
mata: para que no le estorbaran en la de a pie, se quitó las espuelas. Prefirió pelear a entregarse. Fue herido en el
antebrazo, en el hombro, en la mano izquierda; malhirió a los más bravos de la partida; cuando la sangre le corrió
entre los dedos, peleó con más coraje que nunca; hacia el alba, mareado por la pérdida de sangre, lo desarmaron. El
ejército, entonces, desempeñaba una función penal; Cruz fue destinado a un fortín de la frontera Norte. Como soldado
raso, participó en las guerras civiles; a veces combatió por su provincia natal, a veces en contra. El veintitrés de enero
de 1856, en las Lagunas de Cardoso, fue uno de los treinta cristianos que, al mando del sargento mayor Eusebio
Laprida, pelearon contra doscientos indios. En esa acción recibió una herida de lanza.
En su oscura y valerosa historia abundan los hiatos. Hacia 1868 lo sabemos de nuevo en el Pergamino: casado
o amancebado, padre de un hijo, dueño de una fracción de campo. En 1869 fue nombrado sargento de la policía rural.
Había corregido el pasado; en aquel tiempo debió de considerarse feliz, aunque profundamente no lo era. (Lo
esperaba, secreta en el porvenir, una lúcida noche fundamental: la noche en que por fin vio su propia cara, la noche
que por fin oyó su nombre. Bien entendida, esa noche agota su historia; mejor dicho, un instante de esa noche, un acto
de esa noche, porque los actos son nuestro símbolo.) Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en
realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es. Cuéntase que Alejandro de
Macedonia vio reflejado su futuro de hierro en la fabulosa historia de Aquiles; Carlos XII de Suecia, en la de
Alejandro. A Tadeo Isidoro Cruz, que no sabía leer, ese conocimiento no le fue revelado en un libro; se vio a sí mismo
en un entrevero y un hombre. Los hechos ocurrieron así:
En los últimos días del mes de junio de 1870, recibió la orden de apresar a un malevo, que debía dos muertes a
la justicia. Era este un desertor de las fuerzas que en la frontera Sur mandaba el coronel Benito Machado; en una
borrachera, había asesinado a un moreno en un lupanar; en otra, a un vecino del partido de Rojas; el informe agregaba

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que procedía de la Laguna Colorada. En este lugar, hacía cuarenta años, habíanse congregado los montoneros para la
desventura que dio sus carnes a los pájaros y a los perros; de ahí salió Manuel Mesa, que fue ejecutado en la plaza de
la Victoria, mientras los tambores sonaban para que no se oyera su ira; de ahí, el desconocido que engendró a Cruz y
que pereció en una zanja, partido el cráneo por un sable de las batallas del Perú y del Brasil. Cruz había olvidado el
nombre del lugar; con leve pero inexplicable inquietud lo reconoció… El criminal, acosado por los soldados, urdió a
caballo un largo laberinto de idas y de venidas; estos, sin embargo lo acorralaron la noche del doce de julio. Se había
guarecido en un pajonal. La tiniebla era casi indescifrable; Cruz y los suyos, cautelosos y a pie, avanzaron hacia las
matas en cuya hondura trémula acechaba o dormía el hombre secreto. Gritó un chajá; Tadeo Isidoro Cruz tuvo la
impresión de haber vivido ya ese momento. El criminal salió de la guarida para pelearlos. Cruz lo entrevió, terrible; la
crecida melena y la barba gris parecían comerle la cara. Un motivo notorio me veda referir la pelea. Básteme recordar
que el desertor malhirió o mató a varios de los hombres de Cruz. Este, mientras combatía en la oscuridad (mientras su
cuerpo combatía en la oscuridad), empezó a comprender. Comprendió que un destino no es mejor que otro, pero que
todo hombre debe acatar el que lleva adentro. Comprendió que las jinetas y el uniforme ya lo estorbaban. Comprendió
su íntimo destino de lobo, no de perro gregario; comprendió que el otro era él. Amanecía en la desaforada llanura;
Cruz arrojó por tierra el quepis, gritó que no iba a consentir el delito de que se matara a un valiente y se puso a pelear
contra los soldados junto al desertor Martín Fierro.

“Aballay” Antonio di Benedetto

En el sermón de la tarde, el fraile ha dicho una palabra bien difícil, que Aballay no supo conservar, sobre los santos
que se montaban a una pilastra. Le ha motivado preguntas y las guarda para cuando le dé ocasión, puede que en los
fogones.
Son visitantes, los dos, el cura y él, con la diferencia que el otro, cuando termine la novena, tendrá a dónde volver.
La capilla, que se levanta sola encima del peladal en medio del monte bajo, sin viviendas ni otra construcción
permanente que se le arrime, se abre para las fiestas de la Virgen, únicamente entonces tiene servicio el sacerdote, que
llega de la ciudad, allá por la lejanía, de una parroquia de igual devoción.
Los peregrinos – y los mercaderes – arman campamento. Se van pasando los nueve días entre rezos y procesiones;
las noches, atemperadas con costillares dorados, con guitarra, mate y carlón.
Aballay presenció un casorio, de laguneros, muchos bautizos de forasteros. Más bien deambuló de curioso y
también necesitado de probarse entre la gente, pero alerta y sin darse con nadie. Contó cuatro milicos.
Mientras tanto en el altar declina la llama de los cirios, afuera se reanima y alimenta el fuego de las brasas, en las
enramadas de vida corta, de esas fechas no más.
El cura recorre el sendero de vivaques echando las bendiciones y las buenas noches. Solicitado al pasar por cada
grupo, hace honor a una familia venida de Jáchal. Se asa un chivito, la abuela fríe pasteles, un hombre sirve vino,
todos en sosiego y discretos. De las quinchas vecinas brotan cantos, tempranamente entonados.
Se nombra a Facundo, por una acción reciente. ( "¿Qué no es que lo habían muerto, hace ya una pila de años? ...
" ).
Aballay ha sido una persona en la andanza de la sotana, ahora es un bulto quieto, que no se esconde. Espera.
Uno de los jachalleros lo invita a acercarse. Con una seña dice no. Otro es su apetito.
Pero media el cura y Aballay obedece. Nada agrega a la conversación, tampoco propicia su intervención el fraile,
tal vez acostumbrado a esos silencios de los humildes y los ariscos.
Pero a cierta altura, cuando ya las estrellas remontan el horizonte, Aballay lo sorprende con un toque en la manga y
la consulta que le desliza en voz baja:
- Padre, ¿podrá oírme?...
- ¿En confesión?
Aballay medita y al cabo dice:
- No todavía, padre. Pero ahora hablemos, le pido. Usted y yo.
Más tarde se apartan de la animación de los fogones, eluden a los achispados de la cantina y se pierden entre
carretas dormidas donde reposan los niños.
Entonces hablan y, al calar el asunto que el desconocido le trae, el religioso se regocija de su eficacia como orador
sagrado. He aquí quien le muestra que su verbo penetra y es capaz de causar inquietudes. Trata de corresponder a ellas
agregando claridad y simplifica el lenguaje, la expresión, lo más que puede.
- No, hijo: no dije que fueran santos, sino que vivían en santidad. Era propio de anacoretas o ermitaños.
- Dispense, no fueron sus palabras.
- ¿Qué no?...
- No, padre. Los nombró de otra manera.
- A ver... estilitas. ¿Puede ser?
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- Puede.
- Ah, bien. Significa más o menos lo mismo. Solo que los estilitas eran una clase especial de anacoretas... ¿conoces
qué quiere decir esta palabra?
- Pongámosle que no y te explicaré. Los anacoretas eran solitarios, por su propia voluntad se habían retirado de los
seres humanos. A lo más, mantenían la compañía de un animal fiel. Recorrían los desiertos o habitaban una cueva o la
cumbre de una montaña.
- ¿Para qué?
- Para servir a Dios, a su manera.
- No lo entiendo. En el sermón usted dijo que estaban arriba de un pilar.
- Si ... pilar o columna. Esos precisamente son los estilitas. Su rara costumbre sólo era posible en aquellos países
del mundo antiguo, donde, antes de Cristo, fueron levantados templos monumentales, que apoyaban su techo en
pilastras. Al desaparecer sus religiones y ser abandonados por los hombres, durante siglos y siglos, se fueron
destruyendo. En algunos casos, solamente quedaron en pie las columnas. Los estilitas subían a ellas para tratarse con
rigor y alejarse de las tentaciones. Permanecían allí con viento o lluvia, enfermos o hambrientos.
- ¿Cuántos días?
- ¿Días?... ¡Eternidades! Se dice que Simón el Mayor vivió así 37 años y Simón el Menor 69.
Aballay entra en un denso silencio. El sacerdote lo estimula:
- ¿Y?... ¿Qué piensas ahora que sabes el tamaño de su sacrificio? ¿Podías imaginarlo?
Aballay no recoge sus preguntas. Tiene otras, muchas más, minuciosas: que si en tan estrecho sitio podían sentarse
o debían estar de pie, en cuclillas o arrodillados; que por qué no morían de sed; que si nunca jamás bajaban, por
ningún motivo, ni por sus necesidades naturales; que si puede creerse que no los tumbara, al suelo, el sueño...
El sacerdote está contestando, más no omite sospechar que esa inquisitoria sea la de un descreído rústico, que lo
esté incitando a perder fe en lo que ha predicado desde el púlpito. No obstante, se dice, hay respuesta para todo.
- ¿Cómo se alimentaban? Lo hacían moderadamente, aunque algunos, según el lugar donde se estableciesen, se
veían favorecidos por la naturaleza. Estos tal vez disponían de miel silvestre y del fruto de los árboles. De otros,
especialmente de los caminantes del desierto, se cuenta que comieron arañas, insectos, hasta serpientes.
El tipo repulsivo de animales que evoca ahonda la naciente preocupación del cura. Por un sentido de seguridad,
está observando a donde han llegado. "Al fondo de la noche", se dice, considerando la espesura del matorral
inmediato. Se han apartado del aduar, la concentración de carretas y animales de tiro. Se analiza junto a ese
emponchado nunca visto previamente, que parece ansioso y díscolo, y de quien desconoce si debe temer el mal. Se
sobrepone; hace por tranquilizarse y piensa que tiene que complacerse de esta provocación, tal vez ingenua, que lo ha
llevado a la memoria de sus lecturas, aunque sea para transmitirlas a un solo feligrés y en tan irregulares
circunstancias.
El religioso está explicando que así mismo podrían sostenerse por obra de la caridad ajena, pero Aballay le
cuestiona. "¿No era que estaban solos y les escapaban a los demás?"
- Desdichados y creyentes hacían peregrinaciones para rogarles su ayuda ante Dios y a esas personas de tanta fe les
aceptaban algunos alimentos muy puros.
- ¿Eran santos, entonces? ¿Podían pedir a Dios?
- Todos podemos.
Aballay se interna de nuevo en los callejones del espíritu y se distrae del cura. Este ya lo deja estar, hasta que
reaccione solo.
Después:
- Usted dijo, en el sermón, que se retiraban para hacer penitencia.
- Dije más; penitencia y contemplación.
- Contemplación... ¿Acaso veían a Dios?
- Quién sabe. Pero la contemplación no consiste sólo en tratar de conocer el rostro de Jesús o su resplandor divino,
sino en entregar el alma al pensamiento de Cristo y los misterios de la religión.
Aballay ha asimilado, pero su empeño consiste en despejar específicamente el primer punto:
- Usted dijo: penitencia. ¿Por qué hacían penitencia?
- Por sus faltas, o porque asumían los yerros de sus semejantes. Concretamente en el caso de los estilitas: montaban
una columna para acercarse al cielo y despegarse de la tierra, porque en ella habían pecado.
Aballay sabe qué grande pecado es matar. Aballay ha matado.
Esta noche, Aballay ha decidido despegarse de la tierra.
Bien es real que el llano, que es lo único que él conoce, no tiene columnas, ni nunca ha visto más que las de un
pórtico, en la iglesia de San Luis de los Venados.
Recuerda que para escabullirse de las disciplinas de su madre, se trepaba a un árbol. Acepta que al presente está
intentando lo mismo: huirse de su culpa, y busca a dónde subir.

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No le valdría, actualmente. Ni un ombú, si probara el refugio de su altura y follaje. Sería descubierto, sería
apedreado, aunque no supieran la verdadera causa, solamente por portarse de una manera extraña. Tampoco nadie le
alcanzaría un mendrugo.
Está firme, a conciencia, en el trato consigo mismo de separarse del suelo y llevar su vida en penitencia. Mató, y de
un modo fiero. No se le perderá la mirada del gurí, que lo vio matar a su padre, uno de los escasos recuerdos que le
han quedado de aquella noche de alcohol.
Pero él podría quedarse quieto en su remordimiento. En tiene que andar. Salirse (de un sitio en otro).
¿Cómo, si quiere copiar a los de antes, lo que contó el cura?
El fraile dijo que montaban a la columna. El, Aballay, es un hombre de a caballo. Tempranito, a los primeros
colores del día, Aballay monta en su alazán.
Le palmea con cariño el cuello y consulta: "¿Me aguantarás?". Supone que su compañero acepta y, mientras
avanzan al trote suave, lo prepara: "Mirá que no es por un día... Es por siempre".
La primera jornada ha sido de voluntario ayuno, la segunda de atormentarse pensando en comer y no amañarse
para hacerlo.
Gozó de aquélla. Privarse un día da pureza a la sangre, se argumentó como consuelo.
Después vino el hambre tan grande y con tal reclamo que entró a desesperar de conseguir ayuda, y por
consecuencia de no ser capaz de cumplir su intención.
Lo orientó el humo. Se ganó al rancho. Habían carneado y asaban las achuras en el mismo patio. No hizo falta que
pidiera. Solo que llamó la atención con su resistencia a ponerse a gusto, junto al puestero y los suyos. De todos modos,
le alcanzaron una generosa porción ensartada en su propio cuchillo.
Supo que esta vez era diferente a otras. Había recibido el bocado hospitalario que, sin preguntas, nunca se niega al
que hace camino. Antes también lo tuvo, en distintos sitios. Sin embargo, desde esta ocasión podría volvérsele
necesidad de todos los días, y se le nubló el orgullo de su nueva condición.
Ya estaba cercado por los apuros que no pudo prever y los que la penuria comenzaba a mostrarle.
En adelante debió socorrerse con imaginación y ahí donde la astucia fallaba o vislumbraba riesgo de quebrantar su
designio, tomaba enseñanza del relato del cura.
No menudeaban los ranchos, por esas soledades, ni él se figuraba de entenado. Se haría de avíos o provista, algún
recurso guardaba como para poder pagarla. ¿Cazar? Sí, pero ¿cómo cocer la carne? ¿Fruta? La naturaleza de esa
región la negaba.
Habilidoso fue siempre para las suertes sobre el estribo o colgado de las cinchas, con lo que le vino a resultar
sencillo recoger agua en el jarro o, por probarse destreza, beberla aplicando directamente los labios a la superficie de
los arroyos.
De dormir sobre el caballo tenía experiencia y éste de soportarlo. Pero, si no lo aliviaba de su carga, no le
concedería descanso y sobrevendría la muerte del animal. Enlazó su cimarrón, lo convirtió en su parejero y se pasaba
de una cabalgadura a otra, para darles respiro. El segundo no hizo resistencia ni al jinete ni a la rutina; seguramente
había tenido dueño.
Pudieron someterlo a las prácticas menos ilustres sus necesidades naturales, de haber tomado con absoluto rigor de
la ley vivir montado. Tuvo el tino, aquella noche, de consultárselo al cura, que nunca supo a qué tanta averiguación
sobre los hábitos y vedas de los encimados a las columnas. Dijo el fraile que no concebía penitentes a tal punto
severos que se prohibieran descender a tierra por tan justificada razón, aunque no dudaba que algunos cometieron esos
excesos de mortificación.
De todos modos, Aballay se proponía ser limpio. ¿Acaso no penaba por limpiarse el alma?
Aballay remueve las ramas de un arbusto, buscando vainas comestibles. Sorprende a un pájaro atolondrado que
demoraba en volarse. Lo manotea en el aire. Lo retiene con cuidado para no dañarlo. Nota su agitación desesperada y
lo dispensa del pavor.
Ya se proyecta el ave hacia arriba y al hombre le da contento su libertad.
Pero se le atraviesa una memoria empecinada: la mirada del gurí, cuando le mató al padre.
También terca, porfiada en volver, es su imaginación de los empilados. Suele como esta noche, estremezclársele
con las impresiones del día.
Él, Aballay, es un penitente y está parado en un pilar. No una columna de las de iglesia, tampoco pilón de portal de
cementerio: pilar de puente, de piedra, sólo que más fino y encumbrado, él arriba.
No está solo. Hay otros pilares y otros que penan. Son los antiguos, los santos, y para él resultan extranjeros. No se
hablan, porque así tiene que ser, y si hablaran él no entendería su lengua. Se cubren, como él, con ponchos.
En una parte del sueño hay paz, después cambia en pesadilla: llegan los pájaros.
Le caminan por la cabeza y los hombros. Le picotean las orejas, los ojos y la nariz, o quieren alimentarlo en la
boca. Hacen nidos, ponen huevos... y él, en todo momento, está muerto de miedo al vacío, donde caerá si se mueve.
Aballay despierta a medias. Le ordena a su alazán: "¡Quieto..."
Encuentra una pulpería. Pasa de largo, no le sirve: no tiene reja empotrada al muro del frente para hacer su compra

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desde el caballo.
Al tiempo halla otra. El pulpero antes de entregarle el charque pone la condición: "Platita en mano". Aballay
descuelga de su sitio algunos de los cobres que, con otras monedas de diferente ley, hacen el esplendor de su rastra.
Desemboca en el patio de una posta. Se juega. Baraja, taba. En el redondel, los gallos se dan la muerte a primera
vista, o a ciegas, si se revientan los ojos a puazos. Se apuesta.
Se come y se bebe.
Aballay, ha atado el cimarrón al palenque, con su alazán circula entre los grupos, por ver. Lo mismo ante el asador.
Pero alguien lo provoca: "el que no se pone, no come". Aballay comprende. El provocador está por tirar la taba.
Aballay desune de la rastra una moneda. El hueso que hace su vuelo e hinca el borde en la tierra decide que gane
Aballay. El perdedor paga: con desprecio arroja dos monedas al suelo, entre las patas del alazán.
Aballay observa los dineritos que podrían ser suyos, si se humillara a solicitar a alguien los recoja del polvo y se
los ponga más al alcance. Podría tomarlos él mismo, corriéndose por la barriga del animal, asido de la cincha, pero
daría risa, y tendría que pelear. Considera con vaga tristeza el doble relumbrón que lo espera, enfila hacia el palenque
a desatar al parejero, y parte.
Desde entonces, por ese gesto, para los testigos nada fáciles descifrar y que tendría relación con el
desprendimiento, a Aballay le nacen famas.
Él no se entera. Si fuera más avisado, las habría visto dar lumbre a los ojos admirativos de la moza que una
mañanita le tendió unos mates con azúcar.
Amargos son los que él se ceba, de madrugada y a todo requerimiento de las tripas cuando de vuelven quejosas. No
abusa de la licencia por causa de extrema necesidad o fuerza mayor – aunque para él lo sea la yerba – que creyó
sobreentender de los ejemplos del cura. No pone pie a tierra ni para encender leña.
Dispone de los cacharros debidos. Elige un desnivel del terreno que le sirve de mesa en tanto él pueda arrimarle el
caballo de manera que, aproximadamente, se recueste en el borde. Sobre esa prominencia, no más alta que donde va la
montura, hace un fueguito y caldea el agua. Cuando la llanura exagera de chata, se interna en las rajaduras profundas y
anchas de la tierra que abrieron olvidadas correntadas. De esta manera, busca un nivel desde abajo.
Para sus pausadas mateadas del ocaso, se entiende que coopere el cimarrón, tan sosegado como es. Sin incomodar
al amo, ramonea toda planta que halle a tiro. Mientras, el compañero libre de tareas explora a su gusto la terneza de
los brotes y los pastos. Aballay tiene las piernas cruzadas sobre el dorso del cuadrúpedo, que es su asiento. Entrelaza
los dedos para abarcar en el hueco de las manos el volumen de la liviana calabaza. Sorbe, con dilatadas pausas, de la
labrada bombilla de metal plateado. Se absorbe, Aballay, no en sus pensamientos quizás, sino simplemente en su
parsimoniosa mística del zumo verde y cálido. No obstante, él, que no suele hablar solo, una vez, en voz alta, exclama:
"¡Dios es testigo!".
Extrañado del clamor, entre un silencio tan tendido, el cimarrón reacciona con un relincho y se sacude. Por el
remezón, Aballay se despeja.
En una trocha tropieza con cuatro indios mansos. Desprendidamente, le ofertan pescado, que a poco hiede. Está
crudo, lo transportan en canastas de totora expuestas al sol, a campo traviesa, para feriar en poblado. Aballay no
acepta, pero retribuye la intención: de sus alforjas les provee dos puñados de sal.
De inmediato los indios acampan, encienden un fuego, destripan y asan los bichos de escamas nacaradas.
Ahora huelen pasablemente, para el hambre sin curar de Aballay. Aguarda, se horqueta en su potro.
Los cuatro pescadores se han puesto efusivos y pretenden forzarlo a bajas con ellos. El no accede pero recibe su
porción.
Los indígenas mascan en cuclillas. Uno lo observa de reojo, prolijamente en todos los instantes. Deduce que no es
que el blanco no quiera, sino que no puede despegarse de los lomos del animal, y traslada a su clan esta preocupada
conclusión: "hombre – caballo".
Bultos duermen en la noche. Forman uno Aballay y su cabalgadura; hace el segundo la otra bestia buena. Anidan
en un malezal, nada mejor han hallado en lo que la vista podía alcanzar. No hay luz lunar, la impide una cubierta de
nubes.
Aballay está encaramado en un pilar. El sol le hace arder la boca que guarda resabios de pescado echado a perder.
Hay otro anciano. La columna de éste es más espléndida, pero la sed los iguala. No tiene aguante. Se abre el escote
del poncho, para ventilarse. Todo transcurre en silencio, hasta que el santo antiguo clama: "¡Agua!". No le parece a
Aballay que dijera agua, aunque ése es el sentido que le encuentra a lo que hizo el otro; más bien se le figuró un
trueno, casi encimado a un relámpago.
Cae, Aballay, cree que volteado por el relámpago o el rayo, al golpearse despierta y ya lo empapa la lluvia. Un
instante disfruta del agua que le contenta la boca ardida. Hasta que descubre que ha tocado tierra con el cuerpo.
Batidos los ojos por el chaparrón, intenta no obstante elevar la mirada, al menos la frente, en un confuso acto que
no sabría desentrañar él mismo: ¿Está pidiendo perdón, haciendo valer que no fue a propósito?...
Embarrado y trastornado, salta sobre el pingo y a su juicio y riesgo, aunque temeroso, decide que esta bajada no
hay que ponerla en la cuenta. Admite que lo tiene agarrado un yugo que él mismo se echó. Lo acata con la obediencia

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más sumisa.
Los días de la polvareda grande lo tienen exigido y del apremio saca listeza para mejorar su sustento.
Por los indicios entiende que no es polvo del viento, sino de caballada, y no montaraz, si no caballada de tropa
armada. Malo eso para Aballay: puede ser reclutado o lanceado, sin causa; puede perder los pingos, por requisa o por
codicia.
Se ampara en las lejanías y yendo a ellas se aparta de las últimas huellas de la gente, cae en la bruta pampa.
Toma referencia de las ilustraciones del cura, cuando le contó de aquellos arrepentidos de los tiempos de antes que,
si iban a dar al desierto, no todo era miel para ellos: de comer arañas y hasta víboras le habló.
Sopesa la alforja del charque y se le pinta, no muy distante, el hambre. Esta le encadena ideas: serpiente – lagartija
– piche. Posiblemente en el desierto de los santos antiguos no correteaban los armadillos.
Precisamente de sus mareadoras corridas en varias direcciones, de sus zambullidas en las cuevas, del ahínco con
que ellas se prenden de las raíces, depende la dificultad para que Aballay logre cazarlos desde el caballo. No obstante,
arriesga rodadas (suyas, al colgarse del potro lanzado a la carrera; del animal, si hunde la pata en los agujeros que cava
el piche para vivir).
Fracasa y fracasa. Persevera y aprende.
Después, cocerlos es como caldear agua para matear. Sólo que hay que sacrificar los bichos. Puestos boca arriba, a
punta de cuchillo los despensa y los abre en cruz. En su propia cáscara, que sirve de olla, y en su misma grasa, que tiene
abundante, se fríe el almuerzo.
De esta suerte, sobra comida. Pero falta el agua, carencia que obliga al regreso.
Harto astroso ha vuelto. No se ve a sí mismo, hace tiempo. Pero los ojos de los demás le controlan la presencia, no
porque salga de lo común la aparición de un menesteroso, sino por resistencia a los malentretenidos, que pueden
cometer iniquidades cuando caen en la miseria extrema.
Halla conocimiento en un rancho. No lo reconocen a él, nunca lo vieron; le reconocen sus famas, que le han
crecido, sin él saberlo, que son diversas y contradictorias, aunque lo realzan, dentro de una concepción reverente.
"Lleva su cruz", se susurran, con actitud reverente.
Aballay, que afina el oído para pillar el secreto, considera que la verdad es justamente lo contrario: él no tiene ni
una cruz, ni una medallita, ni una estampita siquiera.
Acepta unas pilchas, que le son propuestas con comedimiento.
Es un día cálido.
Busca el arroyo y se sumerge en prolijas abluciones.
No tiene peine y se fija como primera meta un boliche o pulpería donde adquirirlo y reponer la provista de sal,
yerba mate y tasajo.
En camino, al tranquito corto, una tarde a eso de la oración, con el cuchillo descorteza y pule un trozo de rama
seca, luego uno segundo y más corto. Los une en cruz con un tiento. Con otro se la enlaza al cuello y la echa por fuera
de la camisa o blusa que ahora posee por dádiva de los puesteros.
Del paraje donde conviven unas cinco casas le salen al encuentro unos estampidos que no han de ser de guerra,
como lo distingue al poco por exclamaciones que son de entusiasmo y muestran alegría. Al pasar hacia la pulpería
observa al costado la causa: entre tablones y con un tope de tronco, circulan, por mano de hombre, pelotas macizas y
duras, de quebracho pueden ser, que ora buscan su senda con independencia y ligereza, ora se dan golpazos de
matasiete. Lo tientan las bochas. Seguro que se podrá apostar. Lo ataja un recuerdo deprimente. ¿Y hacer un tiro?
¡Lindo sería!... ¿Desde el caballo?...
El peine, el charque, sal y yerba le consumen los valores de la rastra. Solamente retiene una moneda, la más
valiosa, el patacón de plata, que era el centro del vistoso ornamento. Lo guarda en un pliegue, como bolsillo, que lleva
por dentro de ese cuero curtido que le faja la cintura con donaire y solidez.
Se incorpora no al juego sino al espectáculo de las bochas, sin meterse entre la hombrada. Como permanece, lo
toman en cuenta, a la hora del asado:
- Hágale, con confianza.
Como está indeciso, le insisten:
- ¿Y?... ¿Gusta?
Aballay asiente, apenas con una inclinación de cabeza, sin comprometerse del todo, ya adivinan lo que sucederá a
continuación: pretenderán que para arrimarse al asador descienda y se entablará el repetido duelo con sus resistencias.
Así ocurre hasta que alguien toma razón del crucifijo y pide parecer a un vecino: "¿Será ese que...?". Hay acuerdo
en que puede ser. Van ellos, entonces, a rendir su ofrenda – pan y vino, como principio - a ese peregrino extraño que,
según decires, no descabalga nunca.
Así terminó la primavera y pasó el verano, Aballay.
El invierno le hizo pensar que el estío había sido una gloria, para su vida al raso.
Por el fondo de los campos estaba subiendo el sol, pero Aballay no terminaba de despertarse. Helaba, y él estaba
helando. Lo poseían vagas sensaciones de vivir un asombro, y que se había vuelto quebradizo. No intentaba

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movimiento y lo ganaba una benigna modorra.
Mucho rato duró el letargo, ese orillar una muerte dulce, mas atinó a reaccionar su sangre a las primeras tibiezas de
la atmósfera.
Al tomar conciencia del riesgo que había vadeado, se santiguó, besó la cruz de palo y controló sus apoyos, sobre
los que discurrió.
"Si muriera encima de un caballo... ¿Quién me despegaría de él? ¿Podría, la muerte?..."
Desde su carretón ambulante, el mercachifle lo convocó con una voz: "¡Gaucho!", que Aballay no reconoció para
sí o lo predispuso contra la intención de quien lo nombraba de esa manera, por unos cuantos aplicada con menoscabo.
Iba a desentenderse de él; no obstante, el otro, a gritos para hacerse oír, sólo quiso preguntarle si tenía plumas.
Aballay se contuvo.
- ¿Plumas?...
- De avestruz. Las compro, o cambio por mercadería, buena mercadería.
Por este encuentro y la tal propuesta, Aballay creyó hallar oficio que no lo hiciera renegar de su voto.
Tuvo que correrse a la llanura central, menos árida, más solitaria, y rumbear al sur, hasta confines odiosos por sus
peligros, los de tener encimados los territorios de tribus no avenidas con el blanco.
Acechó al ñandú. No para faenar sus carnes (empresa imposible sin echar pie a tierra). No que quedara sin vida,
quería Aballay: que quedara sin plumas.
Supo de pacientes vigilias, aplicó el ojo avisor, se sometió a la inmovilidad (por no delatarse al zancudo).
Ensayó carrerearlos y sobre la marcha, al emparejarse, arrancarles los alerones o parte de la cola. Demasiado
resistentes le resultaron; si el alazán por un trecho alcanzaba al ñandú y él se le aferraba a las plumas, los enviones del
patas largas amenazaban arrastrarlo o le dejaban como recompensa un manojo escaso o maltrecho.
Lamentó su ineficacia con las boleadoras, de las que de todos modos, carecía.
Ensayó el lazo. Aprendió que voltear de un tirón al avestruz no es dominarlo. El ave grande pateaba con una
energía temible y le espantaba el caballo.
Comprobó, por último, ante la reja del pulpero, lo engañoso de las ilusiones del trueque.
Que fuera oficio para mujeres, nunca se le avisó; lo daba por hecho como menester de varones. Sin embargo, ahí,
al comando de la carreta, estaba una.
Por el momento en aprietos considerables.
Aballay no fue tenido en cuenta, ni él se postuló, ni adelantó palabra. Meramente se detuvo a un costado a apreciar
la situación y tomó nota que en el interior de carruaje estaban atrapados: otra mujer, de apariencia más delicada; un
civil, quizás el marido, y hasta tres niñas.
Resaltaba que para la mujer carretera sacar del agua fangosa esa mole con ruedas era obligación de los bueyes y se
lo exigía con voces de mucho imperio y el duro estímulo de una picana bien manejada.
Aballay entró al pantano, a probar honduras. A continuación, desenrolló el trenzado y enlazó el pértigo. Se paso a
la vanguardia y con el de montar y el parejero comenzó a cinchar, cuidadosa pero firmemente. Todo ello, sin perder su
posición sobre el alazán, lo cual motivó primero la atención, luego la estimación de la mayorala. Esta entro a colaborar
con él.
No sirvió el esfuerzo inicial por el mucho peso del carro y la carga entera. Menguó: Aballay desembarcó, uno a
uno, a los cinco transportados y sin dar tregua a sus caballitos los reimplantó a la cuarteada.
Hacia el crepúsculo, liberados de la prisión del cieno, aunque abundaran las injurias de éste sobre botas, ropa y
rostros, los confortaban a un fuego animoso sobre piso seco. La olla de mazamorra se confiaba al influjo de las llamas
quedas.
Aballay pudo comprobar su destino – que no pretendía – de provocar desconcierto, teñido de admiración.
Con este estado de ánimo, la carretera acató sin insistencia ni comentarios que rehusara desensillar para tomar una
comida caliente y más tarde su descanso en forma natural. Ejerció una prudencia elemental y confió en hallar ocasión
para retribuir mejor la ayuda.
Aballay durmió sobre el cimarrón.
Al despertar, sabedor del apego que le profesaba el alazán, que como de costumbre había quedado suelto, no le
preocupó su falta; lo supuso vadeando largamente en resarcimiento del desgaste que tuvo el día anterior.
Saboreó él, Aballay, su propio verde amoroso, en sucesivas rondas que el postillón adolescente le sirvió con tortitas
de maíz. Luego salió en procura del demorado.
Cuando lo encontró, estaba tumbado, sin inquietud, sin violencia, sin resuello.
Aballay entró a pensar y hubo de inquirirse si bajar por su potro le sería dispensado. Rumiada la duda, no lo hizo.
Colgado del cimarrón, retiró el cabezal del alazán y dejo que su mano se demorara tiernamente asentando el pelaje
sano y parejo.
Se le instaló el desamparo en la voluntad, una desolación que lo puso inservible, hasta el punto de no atinar qué
hacer para no matar con su peso al cimarrón. Estaba igual que al principio; para no asentar la bota en tierra precisaba
un caballo más con que alternar.

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Sin decisión, siguió la carreta.
Más adelante, en una parada, hubo ocasión:
- Concédame...
Con esta sola palabra, la mayorala le hizo don de la mulita, la de servicio, la que llevaba de rabo del carro para un
rodeo o avanzada del postillón mozo.
Se sumó a la travesía, sin resistirse a la ojeriza que le dedicaba el hombre que mudaba destino, de un costado a otro
del país, con sus bártulos y su familia de cuatro polleras entre los cueros del galerudo y lerdo transporte de bueyes.
Para Aballay estaba bien con que la mayorala tolerara sus hábitos. Si no se hacía mella de éstos, conllevaba tareas.
De tal modo resultó que pudo darle a ella algunos desahogos, de media jornada más, conduciendo él la carreta. Le
bastaba pegar un salto de su cimarrón al pescante: no pecaba de posarse en tierra.
En la noche, el resguardo de la caja del carretón le aligeraba el trámite hacia un sueño con menos escalofríos. El
yantar se había vuelto seguro.
Aballay se incomodó a sí mismo con dos preguntas ¿Por qué ella me ampara? Lo que yo hago, ¿es penitencia?
De la primera pidió respuesta a la bienhechora:
- ¿Por qué?
- Porque me ayudás. (Ella lo voseaba, no él a ella.)
No lo convenció y se fue al silencio.
Entonces, la mujer se allanó a confesarle:
- Porque me recordás a un hijo que supe tener.
Conversaban en igualdad (a igual altura), en la noche. Para hacerlo real, él se arrimaba en la mulita y ella se
sentaba en el piso del pescante de la carreta quieta.
Cuando la mayorala le alcanzaba un tazón o un cacharro, vale decir, alimento de tomar con cuchara, a Aballay le
asomaba la inquietud. La cuchara, en su mano, le representaba el bienestar, y era cuando se preguntaba si de verdad
hacía penitencia.
La llamaba "vida de balde" y sabía que eso era como "vivir de regalo", pero también sospechaba que fuera vivir en
vano.
Pensó, una vez, ir al encuentro del cura o de otro hombre mayor e instruido con quien aconsejarse.
A sus dudas, como de una tiniebla, le venía la réplica, casi parecida a una justificación: vivir para pagar una culpa
no era vivir en vano.
Podrían haberlo tranquilizado, esos pensamientos, si no se hubiera interpuesto en cada caso, la cara del chico. ¡No
había arreglos, con el gurí!
Aballay desaparece dos días.
De vuelta, se distingue sobre la mulita un fardo. Esa diferencia podría no tener significado; no obstante, la mujer de
la carta le atribuye alguno, aunque todavía incierto.
Que Aballay se lo confíe, como está haciendo, podría creerle contribución de su parte a los consumos del viaje. No
es lo que la mujer considera, menos cuando deslía el bulto y encuentra: tocino, ginebra, sal, galleta... sí; pero además
una pieza de percal, agua de olor, un pañuelo...
Algo, en la mayorala, se pone muy flojo.
Ahora ya casi comprende... Quizá, que no es un presente común. Que Aballay se va y paga. No, no paga: retribuye.
Casi lo puede entender de esa manera, pese a que Aballay aún nada explica, ni cuenta nada.
Ni dirá que entregó el patacón de plata, aquel guardado en el pliegue de la rastra para la ocasión especial. O para
una gran necesidad (como la de hacer lo que ha hecho)
Como se perdió la carreta con su mayorala, se perdió el invierno y se pierden los años.
Murió el alazán, murieron el cimarrón y la mulita. Siempre pudo sustituirlos, nunca con ventaja. Lo más, orejanos;
los menos, dóciles. Por hallar sumisos, cuando enlazaba perdidos sin marca, los elegía viejos, reputados de mansos.
Precisaba uno preferido para montar, y el ladero. Un tiempo se avino a llevar, de parejero, un burro. Precisaba,
propiamente, un sillero. Ni silla, ni montura, ni bastos llegó a tener.
Sospechoso de abigeato, y en reincidencia, un policía le cargó la mirada.
Aballay y su yunta fueron arreados al destacamento.
El milico le mandó el "Bajate, que el comisario te quiere ver".
Soportó el tono, soportó el enojo y las palabras puercas. Calculaba para enseguida unos guascazos y unos tirones,
pero el milico decidió darle una oportunidad.
- Tenés que entrar, por las buenas
- No me niego, si es montado.
- ¡Ah, vos, con tu manía!... – lo reconocía y lo despreció, el uniformado, sin atreverse a más.
Fue a poner el litigio al arbitrio del comisario. Salió de vuelta no por contrariado menos altanero, e hizo las cosas
como si se dirigiera a un tercero.
- De orden de mi superior, que el citado Aballay tiene que comparecer no más.

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Si bien debió agregar, de distinta manera: "Andá adentro, te las tendrás que ver con el jefe. Pero pasa derecho al
patio, podés entrar con tu flete".
El comisario, para no ser menos que el indagado, fingió que estaba por salir con apuro y subió a su caballo. Sólo
entonces, como condescendiendo a no dejar desatendida la cuestión, planteó el reclamo: "¡Despachemos pronto! Me
va a decir, Aballay, en qué asuntos se ha metido... ".
Pero fue indulgente. Sabía (o creía saber) ante quién se hallaba.
Al tiempo de vida errante, le había salido al cruce una partida de jinetes.
Eran tres y pensó en malandanza. De él quisieron sondear una suposición semejante (el crucifijo al cuello podía
usarlo como un despiste) y, al parecer, con unos datos creíbles se les pasó tal idea.
- ¿Querés trabajar?
- Según...
Enganchaban peones. Dos de ellos lo eran y el otro su capataz. Estaban formando una hacienda, para un patrón.
Reclutaban hombres para el desmonte.
Aballay dijo no, que él no.
- Pretencioso el gaucho – soltó uno. Con agresividad.
"¿Otra vez?", se consultó Aballay, y no pudo impedir que se le embravaran los ojos. Se los controló el retador y
para acentuar la provocación le caracoleó el caballo por delante.
No le gustó el lance inútil, al capataz. Lo llamó al orden: "¡Pereira!", e increpó a Aballay
- ¿Quién sos?
A Aballay le salió la respuesta: "Un pobre", como un tenue desprendimiento. Lo miraba de frente y ya no tenía
cólera ni soberbia en el rostro.
Entonces, para el principal de la partida cobraron sentido la cruz de palo y las trazas, ya de mucho oídas, del
montado errante. Con respeto llevó la mano al sombrero y se descubrió la cabeza.
Y Aballay supo que, al cabo de tanto, había regresado a la comarca acogedora de donde lo apartó la carreta.
Otras veces se encontró con gente de a pie: "Más pobrecitos que yo...", comprobaba.
Podía transcurrir un día sin que distinguiera persona, y quizás lo mismo le ocurría al otro; sin embargo, al coincidir
raramente se excedían de estas manifestaciones
- Buenas...
- Y santas, amigo.
Y cada cual proseguía, con el nudo de lo suyo, cerrado, dentro de un mundo tan abierto (y solo).
Podía dar testimonio de éxodo - vaya a saberse hacia dónde que imaginaban el pan – de familias que nada poseían,
salvo los hijos. Tropitas polvorientas, en las que el padre hacía punta, y luego los chicos; uno, puede que de leche,
bajo el cobijo del amplio chal de la madre, negras por lo común las vestiduras de ésta. El más animado, cuando no
extenuado por la hambruna, era el perro.
- Buenas...
- ... y santas, señor.
Resaltaba la respetuosidad, no sólo por darle a Aballay el trato de señor. Al ver de cerca al montado, se había
recuperado del borde de donde descansaba. Sombero en mano, lo sacudía del polvo contra la pierna.
- ¿Me conocés?
- De mentas, señor.
Aballay lo dejó parado y meditó. El caminante era el tipo del venido a menos hasta lo muy mínimo donde ya ni fe
en sí mismo le queda. Aballay consideró que podían hacer juntos el camino y se dio cuenta de lo provechoso de la
cooperación entre un hombre privado de la tierra y un hombre que puede desenvolverse al ras del suelo. Aballay se
dijo que andar con otro demandaba plática y él no era de mucho hablar. Tan bien lo probó que al rato se fue sin
revelarle que lo estuvo pensando de acompañante.
En una cuesta descollaba a distancia uno como ensotanado, por el poncho negro y caído hasta los pies. Gesticulaba,
llamándolo a llegar a él más de prisa, lo que no obligó a Aballay.
Sostenía un largo palo, más alto que él, y el personaje se parecía al palo.
Desplegó méritos para acreditarse, vivísimamente interesado en conquistar el uso del caballo que consideraba
vacante.
Aballay toleró el discurso, notó codicia, midió la potencia del palo. Sencillamente le notició que se inclinaba a no
tener socio alguno, lo cual exasperó al figura y ante este resultado Aballay se decidió a partir sin agregar palabra.
El taimado zumbó un varazo propio para hacer volar la cabeza del jinete, que con agacharse la salvó, mientras
ponía distancia con la ligereza de sus caballos.
- ¡Anda, ve con Dios! – le vociferaba, muy castizamente, el salteador fallido - . ¡Anda, ve con Dios!...
"En eso estoy", se consoló Aballay.
En una época siguiente, padece deterioro de salud. No lo esconde, tampoco lo pregona.
Las puesteras hacen lo que pueden por él: un té de yuyos, un caldo de ave, una tibia leche de cabra... No se atreven

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a medicar: piensan que a un hombre en ese estado hay que mandarlo a la cama, pero no a ese hombre.
Menos osaría ninguna propiciarle un rezo. Por descontado que Aballay llena sus retiros con la oración.
No es tanto así, como creen las mujeres. Sin embargo, Aballay reza, a su manera, y no para implorar por su salud.
De siempre lo ha hecho igual.. su rezo es como un pensamiento, que continúa después que ha dicho las frases de la
doctrina. Nunca hizo de la plegaria una queja.
Hoy, que se ha arrinconado con su fiebre en un barranco y tiene mucho frío, nota, con la vecindad de la noche, las
majestuosas pinturas del cielo. Le llenan el espíritu y se le antoja de hacer lo que nunca se le ocurrió: rezar de rodillas,
sin que tenga que quebrar su voto, sin hincarse en la tierra: doblado sobre su potro.
Prueba, con unción, con vehemencia, con tenacidad, pero no puede: arriesga una ruidosa caída.
Ciñe desesperadamente sus piernas al cuerpo del animal, dispuesto a no derrumbarse, a afrontar la infinitud de las
sombras que se lo están tragando.
Sueña con hojas de flor de durazno.
Sueña que interpreta: ha de ser mi remedio, el tiempo soleado, ya que la flor se abre en primavera.
Un día, a la vista de un duraznero que estalla en flores por todas las ramas, recuerda con benevolencia aquel sueño
y se enseña del acierto de su presagio.
Una mujer le pide que salve a su hijo.
Aballay no entiende. ¿Que le ayude a llevarlo a donde se pueda dar con un médico? ...
No. Que él lo bendiga y el niño se pondrá sano.
Aballay se espanta de esa atribución: lo están confundiendo con un santón.
Después se duele: "De haber podido, yo..."
El antiguo, que se cubre con poncho blanco, le impacienta el ánimo.
Entre tantos pilares de los templos descabezados, vino a subirse a la columna quebrada más cercana a la suya.
Tenía un silencio odioso, muy diferente al que cumplía Aballay, porque en Aballay era como una costumbre de
estar callado sin ostentación.
Aballay se sintió vigilado y aunque no pretendía ser más que nadie, no cedió, y vigilaba al vecino.
Se daba cuenta si el antiguo bajaba más de lo perdonable y tomaba nota igual que si nutriera un encono.
Al padecer la lluvia o el frío, resistía y comparaba, por verlo aflojar.
Si granizaba, menos calculaba los coscorrones en su cabeza que los que machucaban al otro.
Su comportamiento era mezquino, tenía que reconocerlo; pero, alegaba, por causa del control malintencionado que
le aplicaba al intruso.
De todos modos, uno y otro lo pasaban pendientes de quien cayera primero.
Permanecían al acecho de los indicios: si se ladeaba a dormir, si lo marea el sol, si lo zamarrea el chucho...
"Puede que el poncho blanco le éste dando apariencia que lo favorezca de bendito..." – Aballay juntaba argumentos
por menospreciar la ventaja que le llevaba el antiguo en recibir ofrendas: se acumulaban, éstas, en la base de la
columna.
Después de unos cien años de rivalizarse, ninguno ganó en morirse. Los dos quedaron sin gestos justito en el
mismo instante, y se secaron de a poco. Después se desmenuzaron como un par de panes viejos.
No pasó sin huella para el montado esta fantasía de la noche: le marcó ondas graves de desabrimiento y melancolía.
Siempre piensa en el gurí que le hincó la mirada.
Pasan años. Un día se encuentra con esa mirada.
Sabe que el niño, hecho hombre, viene a cobrarse.
Lo ha seguido el mozo. Lo topa en el cañaveral.
Podría parecer un santón de poca edad, en digno caballo. Trae templados los ojos, pero decididos. Igual que
Aballay, está en harapos.
Le comunica:
- Lo he buscado.
- ¿Mucho tiempo?
- Toda mi vida, desde que crecí.
No pregunta, afirma:
- Conoció a mi padre. Sería ocioso preguntarle quién es él y quién era su padre.
Le pide:
- Señor, eche pie a tierra.
Aballay decide que tampoco por este motivo puede. Además, está rumiando que no debe revelar el porqué:
parecería un disimulo del miedo.
Como demora en su cavilación, padece que el otro lo apure.
- Señor, he venido a pelearlo.
Aballay hace un gesto sereno, que muestra conformidad, y el joven resume:
-Sé que tiene fama de que no se abaja nunca del caballo. Tendré que abajarlo. Le ofrecía, no más, la ocasión de un

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frente en que los dos pisemos firme. Si usted no la quiere, me acomodaré a su modo.
Lentamente, del dorso desenvaina el facón cruzado, que es largo como la búsqueda que ha terminado.
Ágil y rápido, Aballay se inclina pronunciadamente y con incisión certera y enérgico forcejeo corta una caña
gruesa y poderosa como de más de un metro. Toma posición, con ella en ristre igual que lanza y ya ha guardado en la
faja la hoja triangular del cuchillito.
El desafiante se asombra:
- ¿No tiene cuchillo que valga?... ¿Ni ese cortón piensa usar?
Pero ni más palabras usa Aballay, aguarda.
No quiere matar, pero opondrá defensa.
Luchan. Con la caña hostiga y lastima superficialmente. Busca herirle la mano que empuña el arma, para que la
suelte. El contendor lo pasa a la carrera, por el costado, bajando planazos que aciertan y escuecen. Vuelve y suelta un
mandoble de partir la cara. Aballay esquiva y lo que corta el facón es la caña, formándole un chanfle perfecto.
Aballay, por instinto, la mantiene rígida y no afloja. Con el extremo por ese azar afilado, la caña se incrusta en la boca
del retador que atropella, y se la destroza. Resbala, manoteando inútilmente el pretendido sostén de las riendas.
Desde arriba, Aballay lo estudia, un segundo. No ha cometido lo que no quería: matar otra vez. Compasión y
náusea le causa la efusión de sangre que ahoga los ayes y enturbia el bramido.
Desmonta a dar socorro y llega hasta el vencido, pero lo bloquea su ley: no bajar al suelo, y lo ha hecho.
Angustiado, levanta la mirada, para consultar, y por su cuenta resuelve que en esta ocasión será justo que
permanezca todo lo que haga falta.
El instante de vacilación basta para que el vengador, de abajo, alce la punta del cuchillo y le abra el vientre.
Aballay cae, perdiendo aceleradamente las energías, y lo que se embota primero es el sufrimiento de la cortadura.
Alcanza a saber que su cuerpo, ya siempre, quedará unido a la tierra. Con el pensamiento velado, borronea
disculpas: "Por causa de fuerza mayor, ha sido...".
Aballay, tendido en el polvo, se está muriendo, con una dolorosa sonrisa en los labios.

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