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En Rusia, Halder y otros generales piensan que las pérdidas sufridas por el ejército alemán
durante el invierno le impiden reanudar operaciones ofensivas de gran envergadura.
Estiman que debe apretar su frente, reconstituir reservas, mejorar sus líneas de retaguardia,
provocar a los rusos a la ofensiva e infligirles derrotas sucesivas con réplicas poderosas.
Pero nadie se atreve a sostener esta tesis ante un Führer cuya autocracia, lejos de templarse,
se ha acentuado bajo el efecto de los reveses.
Según Hitler, hay que lanzarlo todo a la ofensiva para alcanzar en 1942 el objetivo que el
invierno ruso le arrebató en 1941, la aniquilación del ejército ruso. Sabe que, con la
intervención de América, ha desaparecido la esperanza de una guerra corta. No ignora que
en los estados mayores anglo-americanos maduran proyectos de invasión de Europa. La
destrucción del ejército soviético, el desplazamiento de los rusos tras los Urales permitirán
al III Reich recobrar las fuerzas necesarias para hacer frente de modo decisivo a ese peligro.
Cubierta al Oeste, Alemania conservará la iniciativa al Este lanzando desde los Balcanes y
el Cáucaso una poderosa ofensiva que, en conjunción con la acción secundaria llevada por
Rommel, se apoderará de todo el Oriente Medio. Hitler espera así establecer un mapa de
guerra política y económica tal, que la prolongación indefinida de las hostilidades perderá
toda importancia. Alemania estará en condiciones de esperar el agotamiento y la
resignación de las potencias marítimas. Pero es preciso que la última espada continental de
éstas, la URSS, quede rota.
El 5 de abril, Adolf Hitler firma su directiva nº 41. Largo documento, en que disertaciones
sobre el arte militar, e incluso redundancias de propaganda, interfieren con la sobriedad del
lenguaje estratégico.
Las ideas generales, sin embargo, se destacan. Hitler sigue fiel a Hitler.
Continúa desdeñando Moscú, cuyo frente alemán sigue sólo a 150 Km, e insiste en buscar
la decisión en las alas. En el Sur, en la ruta del Cáucaso, es donde la Wehrmacht aplicará su
primer esfuerzo. Dos operaciones preliminares repararán los dos fracasos del invierno,
proporcionando a la Wehrmacht bases de partida.
La debilidad fatal del esquema hitleriano reside en la desproporción de los objetivos y los
medios. Para su ofensiva de verano, el grupo «Süd» dispone de 60 divisiones alemanas, de
las cuales sólo 9 blindadas. Los rumanos, italianos y húngaros añaden 28 divisiones, pero el
O.K.H. es generoso al estimarlas como la mitad de una división alemana en la defensiva y
un tercio en la ofensiva. Harían falta fuerzas dobles, y sin embargo, Hitler ha tenido que
reducir por debajo del límite de seguridad, a 85 divisiones sólo, las fuerzas que mantienen
2000 km de frente defensivo entre Vorónezh y Karelia.
Esas desproporciones flagrantes, Hitler las combate, o mejor dicho, las exorciza, repitiendo
que el enemigo está agotado. El postulado va a la cabeza de la Weisung nº 41. como el
principio sobre el cual se encarna todo. «En su esfuerzo para provocar una decisión el
enemigo ha consumido este invierno las masas que le eran necesarias para operaciones
posteriores...» Los servicios de información no confirman este axioma, pero Hitler recusa a
los servicios de información por incompetencia y mal espíritu. «Estalló de furor —cuenta
Halder— cuando se le quiso decir que los rusos producían 1 200 tanques al mes...»
Así, hecho nuevo en la segunda guerra mundial, Sebastopol es una batalla de artillería.
Manstein pone en línea 208 baterías y hace preceder la salida de su infantería por un
Trommelfeuer de cinco días. El 8º cuerpo aéreo, von Richthofen, añade la artillería del
cielo. Las 4 divisiones del 54 cuerpo que atacan en el sector Norte tienen la impresión de
que no ha podido sobrevivir un ruso al huracán de fuego. Han de cambiar de tono: la
resistencia de los supervivientes es de un encarnizamiento épico. Cada una de las
fortificaciones, bautizadas por los alemanes Máximo Gorki 1, Stalin, Cheka, G.P.U., etc., es
objeto de una batalla. El calor, una temperatura de 50ºC, sobreviniendo con brutalidad
increíble, pesa sobre el combate. Las pérdidas son graves. Se cita una compañía alemana
reducida a 9 hombres, y Manstein tiene que llamar de Kerch a la infantería de la 46 división
para reemplazar a la de la 132, completamente desgastada. «La batalla —dice—— está en
el filo de la navaja.»
El 18 de junio, undécimo día de la ofensiva, la 22 I.D. alcanza por fin la bahía de Svernaia.
Cinco días más tarde, Petrov repliega su defensa a la orilla Sur. El 28, la 50 I.D. se apodera
de Inkerman y de su colina. Esta está horadada por cavas de champaña en que se han
almacenado enormes cantidades de municiones. Los rusos hacen saltar el depósito. La
explosión proyecta un trozo de la colina a 300 m de altura.
En la noche siguiente hay dos golpes de audacia alemanes. Manstein lanza a la bahía de
Svernaia canoas de asalto, que establecen una cabeza de puente para el 54 cuerpo. Más al
Sur, el 30 cuerpo, tras haber avanzado paso a paso, arrebata la arista de Sapún en un ataque
relámpago. La colina de Malakof está tomada. Ha terminado el segundo sitio de
Sebastopol. Los restos de la guarnición resisten aún cuatro días en el cabo Chersonesski,
mientras la marina roja embarca a todos los que puede bajo un intenso fuego de artillería.
90000 prisioneros quedan entre las manos de los alemanes. En Ucrania, los alemanes se han
visto superados. La segunda operación preliminar del plan Azul, Fridericus, o
restablecimiento de la línea del Donets, debía empezar el 17 de mayo. El ejercito rojo ataca
el 9. El primer objetivo que persiguen es el que no han logrado en invierno: la reconquista
de Járkov. Tomado Járkov, la ofensiva debe proseguir en dirección a Dniepropetrovsk para
la liberación general de Ucrania. Timoshenko, jefe del frente Sudoeste, lo anuncia a los
ucranianos en una proclama resonante de amenazas para los nacionalistas que pactan con el
invasor. «La guerra —dice—— toma un nuevo curso...» La ofensiva rusa cae sobre el VI
ejército alemán, mandado, desde el mes de enero, por el general de las tropas blindadas,
Friedrich Paulus. Su ala izquierda se pliega sin romperse, pero, al sur de Járkov, el centro
queda hundido. Los alemanes superan la crisis haciendo contraatacar al XVII ejército en el
flanco de la bolsa que ha distendido el avance enemigo. El IX ejército soviético, general
F.M. Sharítonov, se deshace. En pocas horas, Timoshenko ve transformarse un éxito lleno
de promesas en un peligro terrible. Propone a Stalin suspender el avance hacia
Járkov y sacar al grupo de ejércitos de la trampa en que está metido. Stalin
rehúsa y las cosas siguen su curso. El XVII ejército, Ruoff, toma Isjum, en el
Donets, a espaldas de los soviéticos. El ejército Paulus recobra la iniciativa, y, el
25 de mayo, enlaza con el ejército Ruoff. 270 000 prisioneros se añaden al
cuadro de la Wehrmacht. El mando soviético ha creído prematuramente en el
«nuevo curso de la guerra». «Nuestra ofensiva de mayo de 1942 —reconoce el
historiador militar Platónov— se acabó con un fracaso total.» Pero el vigor y el
éxito del choque inicial deberían probar a Hitler que los soviéticos están menos muertos de
lo que él dice. Con esta falsa premisa el 28 de junio empieza la operación Azul. Los
ejércitos del Eje se lanzan hacia Stalingrado. Dará a sí lugar a las más famosa de las
batallas, la batalla por Stalingrado, donde la URSS asestó el golpe definitivo al ejercito
alemán, marcando el inicio del triunfo del ejército rojo comandado por Stalin.
El arranque de la operación Azul, el 28 de junio parte del Norte, del subgrupo de ejércitos
von Weichs, reuniendo el II ejército, el IV ejército blindado y el II ejército húngaro. Dos
días después, la prolonga el VI ejército Paulus; überraschendes Entwicklung, «desarrollo
sorprendente», escribe Halder, que dudaba de la posibilidad de recuperar la iniciativa en el
frente oriental. El Don está franqueado, y Vorónezh tomado el 8 de junio por el IV
Panzerarmee. Dos días después y 200 Km más abajo, lo alcanza el VI ejército.
El 11 de julio, el O.K.W. traza un primer balance El frente ruso está roto en 300 Km, pero
el número de prisioneros es poco elevado: 88689 para el subgrupo de ejércitos Weichs y
para el ejército Paulus. El 15 de julio confirma esa observación. Habiendo tomado a su vez
la iniciativa, el I Panzerarmee, von Kleist, se reúne, en Millerovo, con el 40 cuerpo
blindado, procedente del Norte. La bolsa se ha cerrado, pero está vacía. Los soviéticos han
reemplazado con una táctica de defensa elástica la táctica de resistencia sobre el terreno que
procuró a la Wehrmacht sus colosales cosechas de hombres en Kiev y en Viazma.
Acosadas por la Luftwaffe, espesas columnas en retirada franquean el Don por los puentes
de Kasankaia y de Zhelanskaia.
Ese repliegue, el alto mando sabe ya que es voluntario. Ha tenido conocimiento del consejo
de guerra celebrado el 13 de julio en Moscú, en que Stalin ha aceptado el principio de la
defensa elástica. Pero Hitler se empeña en creer que los rusos están vencidos, y que,
desdeñando toda maniobra, el ejército alemán puede explotar su victoria empujando en
todas las direcciones a la vez.
Continúa el avance. La infantería hace 50 km por día. El país cambia, el suelo se eleva, los
valles se encajonan, una alta línea nevada emerge del horizonte. Desde el mar de Azov al
centro del Cáucaso, su frente de marcha mide 700 km en línea recta. Los gritos de apuro de
los jefes de las grandes unidades llegan al C.G. de Stalino, a centenares de kilómetros de la
batalla, donde el mariscal List, totalmente impotente, preside nominalmente una empresa
que no comprende. En todas partes, falta la gasolina y las dificultades de aprovisionamiento
entorpecen las operaciones. Lo cual no impide a Hitler añadir al plan Edelweis
modificaciones que aumentan su extravagancia. El grupo A debe seguir extendiendo su
acción, aumentar la apertura de sus alas, entrar en el mismo Cáucaso, dejar que montañas
gigantes y sin caminos se interpongan entre sus elementos dispersos...
El ejército soviético endurece su resistencia. Ruoff sufre ante las ciudades del mar Negro,
Anapa, Novorossíisk, Tuapsé, hábilmente defendidas por Chervischenko. Kleist obtiene
éxitos más espectaculares, abre pasos de montaña vertiginosos, y logra la aureola de
conquistar la cumbre del Elbrús (5630 m), cima del Cáucaso, que 21 cazadores alpinos de
las 1ª y 4ª Gebirgen divisionen escalan desde el 18 al 21 de agosto, al mando de los
capitanes Groth y Gámmeler. Toma Stávropol, y, después de atravesar la estepa de los
Nogai, se apodera de Piatigorsk, la ciudad de las Cinco Montañas, en medio de sus fuentes
sulfurosas y sus bosques. Más al este aún, la 13 Panzer y el 52 cuerpo alcanzan el Terek,
salido de la gran cadena por gargantas en que los soldados del zar abrieron la ruta militar de
Osetia para subyugar a los montañeses. Las vanguardias alemanas se acercan a Vladikavkás
(Puerta del Cáucaso), a la que los bolcheviques han nombrado Ordzhhonikidze. Junto al
Kazbek, la ruta baja luego hacia Tifus.
A la vez en todas partes, la ofensiva resbala. Ruoff no llega a tomar Novorossíisk. Kleist no
llega a franquear el Terek. El Führer no llega a comprender por qué sus ejércitos no
avanzan más. El 31 de agosto, convoca a List en Vínnitsa y le cubre de reproches. «La
guerra cumplirá tres años esta noche, y estoy cansado de estos
generales cuya incapacidad, blandura, falta de fe y falta de fuego la
hacen durar...»
Poco a poco, los alemanes y sus aliados se han alineado sobre el Don, cubriendo, cara al
Norte, la ofensiva contra Stalingrado. El II ejército alemán y el II ejército húngaro están
prolongados por el VIII ejército italiano, general Gariboldi, entrando en línea en la segunda
quincena de julio. La cobertura está lejos de ser ideal. Más que apacible, perezoso, el Don
no es un obstáculo de gran valor, y, además, los rusos mantienen en la orilla derecha varias
cabezas de puente, una de las cuales, la de Serafimóvich, mide 100 km de desarrollo.
Encargado de tomar Stalingrado, el general Paulus llama la atención del grupo de ejércitos
sobre la debilidad de su flanco izquierdo, pero la simultaneidad de la marcha contra el
Cáucaso y de la maniobra de Stalingrado quita al mando alemán toda disponibilidad.
Además, Hitler declara que presiente un desembarco inglés y ordenar retirar del frente
oriental dos divisiones rápidas para reforzar las guarniciones del Oeste.
Los últimos días de julio son críticos para el VI ejército. Se encuentra fraccionado en dos
masas, una al norte de Kalach, la otra al sur de un afluente del Don destinado a hacerse
célebre en los meses siguientes, el Chir. Una desorganización de las retaguardias, causada
por las improvisaciones de Hitler, la priva de carburante, dejándolo clavado en su sitio
durante toda una semana. Su jefe, Friedrich Paulus, hijo del cajero de un correccional, ha
llegado a los altos grados por su inflexible aplicación a las tareas de estado mayor, pero está
desprovisto del dinamismo deportivo y brutal, de las cualidades eminentes de entrenador de
hombres que tenía su predecesor Reichenau. Sin embargo, supera correctamente la crisis, y
el 11 de agosto, cierra sobre las fuerzas soviéticas del Don la pinza de sus 14 y 24 cuerpos
blindados. La Wehrmacht acaba de ganar una nueva Kesselschlaclit que le deja entre las
garras cerca de 100000 prisioneros. Ocho días después el VI ejército
lanza sobre el Don cuatro puentes de campaña y pone pie en el istmo
Don-Volga. Menos de 50 km la separan de Stalingrado.
Más que una ciudad, Stalingrado es una larga fábrica sobre el Volga. La aglomeración
empieza al Norte en el arrabal de Rinok. Acaba, 45 km al Sur, en el arrabal Kuperosnoie.
La clave de la ciudad es una pequeña cadena de colinas que el IV ejército blindado ataca
por el Sur y el VI ejército por el Norte. Como en el Terek, los rusos resisten con la energía
de la desesperación. La hora de la elasticidad ha pasado. Ha vuelto la hora de meter los pies
en el suelo y morir sobre el terreno. El 52 cuerpo alemán se ha apoderado de una orden del
día de Stalin que dice a su pueblo que Rusia ya no puede permitirse perder territorio ni
recursos industriales. Todo lo que queda ha de ser defendido con encarnizamiento.
El 19, viva agitación en Vinnitsa. ¡Los ingleses han desembarcado en Dieppe! Los primeros
informes del grupo de ejércitos West (confiado desde el 1 de marzo al mariscal von
Rundstedt) describen una operación de gran envergadura, la costa francesa invadida en 30
km, una participación masiva de la marina y la aviación. Hitler supone que los ingleses van
a tratar de tomar El Havre o hacer caer las defensas de Pas-de-Calais.
Pero el asunto se malogra. El general Kuntzen, jefe del 81 cuerpo, da cuenta de que hace
entrar en acción la división S.S. Adolf Hitler y la 10 Panzer. Espera que esa misma noche
ya no habrá en Dieppe un solo inglés en armas. Efectivamente el ataque fracasa por
completo. El desembarco no supera la estrecha playa de guijarros. 27 tanques llevados a
tierra por barcos especiales, L.C.T., son destruidos a 20 m del agua salada; uno solo ha
recorrido 100 m. Los atacantes —canadienses en sus dos tercios— son destrozados. La
orden de reembarcar precipitadamente se da ya a las 9 de la mañana, pero, de los 6000
hombres empeñados, 3000 quedan en el continente, muertos o prisioneros. El informe de
Rundstedt señala que a las 16 horas la vida de Dieppe ha vuelto a ser normal
y todas las tiendas se han vuelto a abrir. Añade que la actitud de la población
ha sido «no sólo irreprochable, sino absolutamente leal». Unos meses antes,
cuando un comando había hecho saltar el gran carenero de Saint-Nazaire,
algunos civiles habían luchado al lado de los ingleses; esta vez, según un
informe de la resistencia francesa, ciertos habitantes han ayudado a los alemanes a capturar
soldados británicos. El Führer, encantado, da orden de liberar a los prisioneros de guerra de
Dieppe y alrededores. También tiene unas palabras de agradecimiento para los ingleses. Es
la primera vez, dice, que se tiene la amabilidad de atravesar el mar para ofrecer al enemigo
un muestrario completo de sus armas nuevas.
Esa breve alarma, probando la impotencia inglesa, se olvida de prisa. La única realidad es
la batalla sin misericordia que se enfurece en las estepas tórridas del Don y del Volga. El 20
de agosto, los rusos lanzan, desde su cabeza de puente de Kremskaia, un furioso ataque, y
hace falta la intervención de los 11 y 8º cuerpos alemanes para destrozarlo. Tres días
después, el 14 Panzerkorps, mandado por uno de los ex lugartenientes de Guderian, von
Wietersheim, cruza en masa por el puente de Viertashi. El general manco Hube lleva a toda
velocidad su 16 Panzer, en formación cerrada, como un escuadrón de coraceros de las
viejas guerras. Nada se le resiste; 60 km quedan recorridos de un empujón. La silueta de
Stalingrado, sus chimeneas de fábricas, sus depósitos de agua, sus silos, surgen entre el
intenso polvo de la tarde. Un esfuerzo más: ¡ el Volga está ahí! Corre a los pies de una
orilla escarpada, con 2 km de anchura, cubierto de balsas de troncos, irisado de petróleo,
surcado de embarcaciones, bajo las alas de los bombarderos alemanes que machacan
Stalingrado. La otra orilla, baja, es un dédalo de islas cubiertas de juncos, con grandes
líneas de agua melancólicas marchando al infinito.
¡ El ejército alemán ha alcanzado el Volga! Pero todavía no es más que una pequeña
brecha, un corredor de 2 a 3 km de ancho. Durante una semana, la 16 Panzer, aferrada al
arrabal de Rinók, permanece en situación crítica. Las otras dos divisiones de Wietersheim,
3ª y 60 motorizadas, y luego el 51 cuerpo, mandado por el general von Seydlitz-Kurbach,
que acaba de desbloquear Demiansk, ensanchan el golpe de sierra trazado por Hube.
No. El plan hitleriano había de dar a Alemania los petróleos del Cáucaso. Eliminaba a los
soviéticos del mar Negro, haciendo desaparecer toda amenaza de contraofensiva contra
Crimea, Ucrania y Rumania. El Volga se convertía en el amplio y sólido pilar del edificio
alemán en la URSS. La prosecución de la campaña implicaba operaciones en un perímetro
de 4200 km, pero la victoria permitiría reducir el frente efectivo a un millar de kilómetros,
desde las bocas del Volga hasta el curso medio del Don. De hecho, ya no existía otra
probabilidad de victoria, una vez que había desaparecido la esperanza de un desplome
rápido y total del ejército rojo.
El absurdo flagrante y total residía en la desproporción del objetivo y los medios. Para
realizar el plan de Hitler, los ejércitos alemanes habrían debido disponer de efectivos
dobles, de una movilidad triple y de una aviación cuádruple. Las tropas habían debido
reposar y ser recompletadas. Combatían sin tregua desde el comienzo de la guerra con la
URSS, y las pérdidas que habían sufrido no se habían compensado ni en personal ni en
material. Las compañías raramente contaban más de 60 hombres, las Panzerdivisionen, de
80 tanques. Hitler, que no iba nunca al frente y no permitía ir a sus colaboradores próximos,
no tenía ninguna idea concreta del desgaste que acusaban sus ejércitos en medio de sus
victorias. Si no, habría sabido que le era imposible sacar de una Alemania
insuficientemente preparada para la prueba de una guerra mundial los recursos necesarios
para hacer frente a ella.
Pasó el verano. El otoño pasaba. Ayer tórrido, el viento de la estepa vuelve a ser glacial. La
nieve cae en la montaña y aparece en la llanura. Los jefes de cuerpo escriben informe tras
informe para pedir que se acelere el envío de los equipos de invierno. Según el calendario
del mando supremo, deberían estar alcanzados los objetivos de 1942. ¿ En
qué medida lo están o pueden estarlo aún antes de los verdaderos hielos?
El objetivo mismo de la campaña era Bakú. Ningún soldado alemán se acercará a menos de
600 km. «Si no tomo los petróleos de Bakú —había dicho Hitler— tengo obligación de
liquidar la guerra...»
Entre el Terek y el bajo Volga, en la estepa calmuca, una sola división, la 16 motorizada,
debería tapar el vacío de 400 km existente entre los grupos de ejércitos A y B. En realidad,
tampoco los mismos rusos llegan a saturar espacios tan desmesurados. La 16 motorizada
toma Elista, capital de nómadas, y una patrulla dirigida por un oberleutnant, Gottlieb,
avanza hasta a 25 km de Ástrajan. Corta el ferrocarril de Bakú, incendia un tren de petróleo
y vuelve sin haber visto un soldado enemigo. Un vacío prácticamente total se extiende entre
los ejércitos que combaten en el Cáucaso y los que se aprietan en el Volga.
Se entra en el sector del VI ejército en las afueras de Stalingrado. El oficial que lo manda,
general Friedrich Paulus, es el más reciente de los grandes jefes alemanes. Con sólo
cincuenta y dos años, ex primer cuartelmaestre general, ex jefe de estado mayor del
mariscal Reichenau, ha sido llamado, no sin provocar algunos celos, a la cabeza de una de
las piezas más importantes del tablero militar. Hitler, además, ha puesto los
ojos en él para otro papel, menos envidiable: cuando Paulus tome Stalingrado,
piensa confiarle las funciones de Jodl, y hacerle su estratega particular.
Las orillas caen en pendiente brusca, que complica las relaciones de la aglomeración y el
río, pero proporciona un ángulo muerto para las armas de tiro raso. Los barrancos de
erosión, las balkas de la estepa, se prolongan en la ciudad en una serie de depresiones, la
más profunda de las cuales está ocupada por el río Tsaritsa. La ciudad vieja está al Sur. La
ciudad central, cuyo corazón es la plaza Roja, desciende por tramos de escaleras hasta el
desembarcadero del transbordador que suple la ausencia de puentes. El alineamiento de
pequeñas ciudades industriales continúa hacia el Sur. La fábrica de productos químicos
Lazur ocupa el centro de una curva ferroviaria, extremadamente visible en las fotos aéreas,
de donde su nombre figurado de Raqueta de Tenis. Viene luego la planta de acero Octubre
Rojo, la fundición de cañones Barricada y la fábrica de tractores Djerjinski. Los arrabales
de Spartokovska y Rinok prolongan Stalingrado hasta la gran extensión de agua a partir de
la cual la ancha sangría del Achtuba empieza a desmembrar el Volga. La longitud total de
esa cadena urbana e industrial supera los 50 km. Su anchura rara vez excede los 3000
pasos.
La ciudad vieja fue la primera en caer. La conquista del gran silo por la 29
división fue el primero de los fantásticos combates que dan a la batalla de
Stalingrado su carácter único. Las detonaciones resonaban en el inmenso
caparazón de cemento haciendo saltar sus tímpanos como membranas
demasiado tensas. El edificio estaba aún lleno de trigo: rusos y alemanes se
mataban en medio de una inundación dorada. Llevaron ventaja los alemanes.
A mediados de octubre, habían conquistado, en el sector Sur, una decena de
kilómetros de orilla, desde Kuperovskoie hasta el pie de las escaleras de la plaza Roja. En
el sector Norte, ocupaban una fachada equivalente, a ambos lados de Rinok. Si los rusos
hubieran sido razonables, lo habrían dejado. De Stalingrado, ya no guardaban más que parte
de los barrios industriales del Norte, así como, en la ciudad central, el pie del declive, una
banda de unas decenas de metros de ancho, que terminaba en bisel en el embarcadero. Pero
la batalla había tomado un carácter irracional. Ya no enfrentaba a dos mandos sensibles a
las lógicas militares, sino que lanzaba uno contra otro a una batalla salvaje, ya no se
retrocedía, había llegado la hora de terminar con el ejercito alemán.
Por el lado alemán, el absurdo era aún más flagrante. Cuando se vio en octubre que el
grupo de ejércitos A ya no tenía ninguna probabilidad de conquistar en 1942 los petróleos
del Cáucaso, la punta de Stalingrado acabó de perder toda clase de interés estratégico. Su
última justificación económica, la intercepción del tráfico del Volga, estaba en vísperas de
desaparecer, ya que el hielo del río debía interrumpir la navegación con más eficacia que la
presencia de los soldados de Paulus en Rinok y los de Hoth en Kuperovskoie. La tarea
principal del jefe alemán consistía ahora en recibir al invierno ruso en mejores condiciones
que el primero, abreviando y consolidando un frente desmesurado. El avance hacia Tifus y
la punzada hacia el Volga estaban a la cabeza de los sacrificios a consentir.
Pero Hitler ya no era accesible a la realidad, y los que intentaban acercársela lo pagaban
caro.
A comienzos de setiembre, un general había sido destituido por haber sostenido que había
que limitar el avance, y otro general había caído de su favor por haberle defendido. El
primero era el mariscal List; el segundo era el capitán general Jodl. Al volver de una misión
en el C. G. del grupo de ejércitos A, Jodl osó lanzar a la cara de Hitler que las faltas
reprochadas a List eran la consecuencia de las órdenes que había dado él, Hitler. El Führer
salió del cuarto lívido como si se fuera a desvanecer, erró durante horas por los bosques de
Vínnitsa, y, acabando de cerrar a su alrededor el circulo de la soledad, no volvió a comer en
la mesa de los generales, hasta su muerte. List, relevado de su mando, desaparece de la
guerra.
Al decir que Stalingrado está casi enteramente conquistado, el Führer apenas fuerza la
verdad. El ejército rojo conservan el embarcadero, se aferra a la Raqueta de Tenis, tiene una
parte de Octubre Rojo, así como las salidas orientales de Barricada y Djerjinski. Todo lo
demás, los nueve décimos de Stalingrado, 50 km de ruinas, es del enemigo. Todos los
edificios del centro están desventrados. Todas las casas de madera han ardido, sin dejar más
vestigio que millares de chimeneas ennegrecidas. No pudiendo cruzar el Volga, la
población ha huido a la estepa, sin recursos, y millares de civiles soviéticos han muerto de
hambre.
Donde Hitler se burla de su público, es al hacer creer que los combates de Stalingrado ya no
son más que asunto de unos cuantos limpiadores de escombros. La totalidad del 51 cuerpo,
hinchado hasta nueve divisiones, está sumergida en la batalla de calles. Los mejores
elementos del grupo de ejércitos están aspirados por ella. Lejos de tomar el asunto como un
dilettante, el Führer tiene prisa de acabar. El 17 de noviembre, en Berchtesgaden, adonde se
ha trasladado desde el desembarco angloamericano en Africa del Norte, se dirige a todos
los coroneles con mando en Stalingrado. «Conozco las dificultades de vuestra tarea. Las de
los rusos no son menores, y los hielos flotantes las van a aumentar. Espero de vuestra
energía que aprovechéis esta circunstancia para acabar la conquista de la fábrica de cañones
y la planta de acero...»
El sitio toca a su término. Y entonces llega al jefe del VI ejército una orden
completamente inesperada: suspender todos los ataques en el frente de
Stalingrado...
Los tres ejércitos son idénticos por su debilidad. Un testigo italiano, que vio pasar en Viena
a sus compatriotas de camino hacia Rusia, anotó así su impresión: "Nuestros soldados no
tienen un aire muy marcial. Están sucios, mal equipados, y, sobre todo, muy mal
encuadrados y armados. Si realmente tienen que combatir contra el ejército ruso, en seguida
se encontrarán en mala situación. Nos oprime el corazón...". La motorización de los tres
ejércitos es prácticamente nula. El equipo, el vestuario, las transmisiones, el material
óptico, etc., son de último orden. La artillería es anticuada. La defensa antitanque no
dispone de ningún material superior al cañón de 37 mm hipomóvil. La moral es dudosa.
Como los contingentes extranjeros de la Grande Armée, los soldados tienen conciencia de
que esa guerra no es suya, y no pueden dejar de sentir las condiciones materiales y morales
de inferioridad en que combaten.
Esos débiles auxiliares, los generales alemanes siempre han pedido que estén
"encorsetados", es decir, diluidos en las tropas alemanas. Pero a ello se oponen
consideraciones de alta política. Los gobiernos satélites quieren ejércitos constituidos, bajo
mandos nacionales. A causa de su débil valor ofensivo, tales ejércitos reciben los frentes
pasivos. Tal es la razón por la que la protección de los dos flancos de la ofensiva hacia
Stalingrado está confiada casi exclusivamente a los aliados.
Platónov se engaña. El ataque era esperado. La fragilidad del flanco defensivo era desde
hacia mucho tiempo una causa de inquietud. Ya en agosto, Hitler había señalado la
debilidad de la línea del Don, recordando que el ejército blanco ruso había sido vencido, en
1920, cuando atacaba Tsaritsin, con una ofensiva que llegaba desde el río. Los movimientos
en las retaguardias, las concentraciones de tropas en las peligrosas cabezas de puente,
habían sido señaladas en múltiples ocasiones. No se discutía, en los estados mayores, más
que sobre la cuestión de saber si el golpe caería sobre los húngaros, italianos o los
rumanos. "Dormiría mejor -decía Hitler- si el Don estuviera defendido por alemanes."
Si la exposición es clara, a las conclusiones les falta firmeza. Paulus vacila. En Nizhni-
Chirkaia, se ha entablado una discusión. Ponerse en erizo, como quiere Hitler, implica un
aprovisionamiento aéreo hasta el momento en que el cerco sea roto por la intervención de
un nuevo ejército. El jefe de la IV Luftflotte. Wolfram von Richthofen, ha sido terminante:
mantener por vía aérea a 200000 ó 300000 hombres, empeñados en duros combates, supera
los medios de la aviación de transporte. El general de D.C.A. Martin Fiebig ha hablado en
el mismo sentido, diciendo a Paulus que sólo le queda una cosa que hacer: sacar su ejército
de la trampa sin perder una hora. Pero el jefe de estado mayor, Schmidt, ha sostenido una
opinión opuesta: una retirada, dice, sería "napoleónica", exigiría el abandono de un material
inmenso y 15000 heridos. Indeciso, Paulus se limita a pedir al Führer su libertad de acción
y el permiso de abandonar Stalingrado, "en el caso en que el VI ejército no cierre su flanco
sur".
Veinticuatro horas después, las ideas de Paulus han evolucionado. La situación le aparece a
una luz más sombría, y el nuevo mensaje que dirige al Führer propone una perforación
inmediata para salvar al menos "preciosos combatientes". Añade -a riesgo de hacerse
acusar de conjuración- que los jefes de sus cinco cuerpos de ejército, Heitz, von Seydlitz,
Strecker, Hube y Jaennicke, comparten su manera de ver.
Mientras, el jefe del grupo de ejércitos, von Weichs, ha hablado aún más enérgicamente. El
aprovisionamiento aéreo de veinte divisiones, comunica a Angerburg, no puede pretender
cubrir más de la décima parte de las necesidades. Cercado, el VI ejército está condenado a
perder en unos días la mayor parte de su valor combativo. Una tentativa de brecha
provocará la pérdida de una cantidad de material, pero no existe otro medio de evitar un
desastre total.
Durante el día, las noticias se ensombrecen. La cabeza de puente al oeste del Don se
mantiene penosamente. Volviendo a la carga, Zeitzler conmueve a Hitler. A las dos de la
madrugada, telefonea a von Sodenstern, jefe de estado mayor del grupo de ejércitos B, que
el Führer acepta reconsiderar la cuestión y que dará a conocer su decisión a las 8. "Parece
excluido-añade- que esa decisión no pueda ser otra cosa sino la orden de abrir brecha
inmediatamente. El VI ejército puede comenzar sus preparativos." Por una línea telefónica
que los rusos cortarán un momento después, Sodenstern comunica la noticia al puesto de
mando de Gumrak. Se difunde por la bolsa y causa la sensación de alivio que tendrían unos
emparedados que recibieran la primera bocanada de aire fresco.
Ante la palabra "crimen" -Verbrechen- Hitler se estremece. Pero sse contiene, llama al S.S.
de servicio y ordena introducir al mariscal Keitel y al general Jodl. Declara en
tono emocionado que está a punto de tomar una decisión grave y que no quiere
hacerlo sin que sus mejores colaboradores le den a conocer su opinión con toda
independencia.
- ¿Feldmarschall Keitel?
Keitel habló en posición de firmes, con voz teatral, los ojos llameantes, Jodl, al contrario,
pesa el pro y el contra, pero acaba por concluir que, al menos hasta nueva orden, hay que
seguir en Stalingrado.
"Observará, general, que no soy el único de esta opinión. La comparten dos jefes que le
son superiores en grado y en experiencia. Me atengo entonces a la decisión que he tomado.
Ordeno defender la fortaleza Stalingrado."
El nombre de Seydlitz forma parte de la más alta historia militar prusiana. El Seydlitz de la
guerra de los Siete Años, amigo íntimo del gran Federico, está considerado como uno de
los mejores generales de caballería de todos los tiempos. Sin embargo, estas líneas, el
desafío más atrevido que un jefe haya lanzado nunca a Hitler, son una sentencia de muerte.
Seydlitz espera que venga a buscarle un avión para ponerle ante un poste de ejecución. Pero
von Weichs ha interceptado el memorándum, y lo que le llega a Seydlitz es la orden de
tomar el mando sobre todo el frente Norte de la bolsa. "¿Qué va a hacer? -le pregunta
Paulus.- Puesto que usted no desobedece, no me queda sino obedecer."
Se cuentan en la bolsa los 4º, 8º, 11, 51 cuerpos de ejército, el 14 cuerpo blindado; las
divisiones de infantería núms. 44, 71, 76, 79, 94, 100, 113, 295, 297, 305, 371, 376, 384,
389; las divisiones motorizadas núms. 14, 16 y 24; el 8º cuerpo de D.C.A.; los regimientos
de lanzacohetes 243 y 245; 12 batallones de ingenieros del ejército; más 149 formaciones
independientes, que van desde la artillería pesada al correo militar; más dos
divisiones rumanas y un regimiento croata. Un ejército grande, poderoso y
valiente...
Para liberar a este ejército cautivo, Hitler llama a su mago militar, al estratega que le
disputa la gloria del plan de Sedán, al artillero que ha aplastado Sebastopol, al maniobrero
que ha impedido que se levantara el sitio de Leningrado, al feldmarschall Erich von
Manstein.
El 21 por la noche, en Vítebsk, Manstein recibe orden de tomar el mando del grupo de
ejércitos Don. El enunciado de su misión muestra a qué distancia de las realidades se
encuentra aún el mando supremo, y también en qué decadencia ha entrado el pensamiento
militar alemán. Manstein debe "detener la ofensiva enemiga y restablecer las posiciones
como estaban antes". El general "Taponar y Volver a Empezar", Gamelin, se ha convertido
en el maestro de su vencedor.
Manstein había empezado por preparar una maniobra sabia. En la curva del Don, Hollidt
debía atacar para recobrar Kalach. El 48 cuerpo blindado, reconstituido con la 2ª Panzer,
debía salir de la cabeza de puente que había conservado ante Nizhni-Chirkaia para apoyar
el ataque principal hecho por el 47 cuerpo blindado, partiendo de la región de Kotiélnikovo.
Pero la agrupación Hollidt está toda ella absorbida por la defensa del Chir, y, lejos de poder
participar en la ofensiva, el 48 cuerpo es expulsado de su cabeza de puente. En. vez de un
empujón concéntrico, el intento de desbloqueo se reduce a un esfuerzo único del 57 cuerpo.
Fijado para el 2 de diciembre, el ataque se aplaza hasta el 8, y luego hasta el 12, por la
lentitud desesperante de los transportes.
El mariscal quiere recuperar al VI ejército para reintegrarlo en las fuerzas móviles del
frente oriental. Lo ve saliendo por la brecha abierta, yendo a reconstituirse en la región de
Rostov. Análogamente, ve el grupo de ejércitos A retirándose del Cáucaso hasta el Don.
Con la masa de maniobra reconstituida por el acortamiento del teatro de operaciones,
Manstein cree posible romper la ofensiva soviética y quizás infligir al ejército rojo la
derrota decisiva tan esperada. Aspira a dirigir el conjunto de la batalla, y, cuando demuestra
la necesidad de un jefe supremo del frente oriental, no hay duda sobre quién piensa.
Ese papel, nadie discute que Manstein sea el más, y quizás el único capaz de desempeñarlo.
La hora militar de Hitler ha pasado. Si es cierto que, al comienzo de la guerra, tuvo
admirables inspiraciones; si es cierto que sin duda salvó a la Wehrmacht en el invierno
1941-1942; si también es cierto que el plan de su campaña de verano representaba su última
probabilidad de evitar a Alemania una derrota global, también es cierto que él es ya para
sus ejércitos el mayor peligro y el más cruel enemigo. Todo pensamiento estratégico se ha
borrado de su cerebro, sin dejar más que la voluntad feroz y ciega de guardar todo lo que ha
conquistado. Desbloquear Stalingrado no representa para él la recuperación de un ejército
para recobrar la iniciativa de las operaciones, sino sólo la posibilidad de conservar el pie
que ha puesto en el Volga.
La marcha hacia Stalingrado empieza brillantemente. De las dos divisiones blindadas del
47 cuerpo, la que viene del Cáucaso, la 23, se ha reducido a una cuarentena de tanques,
pero la que viene de Francia, la 6ª, está completa. El primer choque la lleva a la cortadura
del Aksaj, que franquea el 13. A su derecha, a pesar de su debilidad, la 23 avanza a lo largo
de la vía férrea, en que se ha logrado acumular 3000 t de víveres y de carburante para los
sitiados. El 19, se alcanza el Mishkova. 130 de los 180 km que separan al IV ejército
blindado del VI ejército están franqueados, y los liberadores ven en el cielo los proyectores
de los que defienden Stalingrado.
Manstein, sin embargo, no se hace ilusiones. Sabe que los acontecimientos que se
precipitan ante Rostov no le dejan más que un tiempo estrechamente limitado. La única
probabilidad del VI ejército es que se ayude a sí mismo, saliendo rápidamente al encuentro
de Hoth. Manstein se lo ordena, multiplica las conversaciones radiofónicas con Paulus, y
preocupado por las reticencias de éste, envía a la bolsa a un oficial de su estado mayor, el
comandante Eismann, que vuelve confirmando el singular estado de espíritu en que se
encuentran el jefe del VI ejército y su jefe de estado mayor. Su tesis es que ellos no tienen
nada que ver con el cerco, y por tanto que tienen derecho a esperar que les
liberen. Estiman que la movilidad del centenar de tanques que les quedan se
limita a una treintena de kilómetros, de modo que se quedarían parados por
falta de carburante, condenados a una destrucción total, si atacaran antes de
que Hoth hubiera llegado al menos a esa distancia. Eismann replica en vano
que el riesgo que rehúsan asumir no es nada al lado del riesgo de morir de
hambre o de pudrirse en el cautiverio. Paulus y Schmidt son inconmovibles, y
cuando Manstein invoca la autoridad del mariscal von Manstein, ellos
invocan una autoridad más alta, la del Führer.
Por lo demás, la cuestión está zanjada. Una nueva catástrofe hiere a las armas del Eje y
sella el destino del ejército sitiado en Stalingrado.
Tras la derrota rumana, el frente casi se ha estabilizado al oeste del Don. Sigue el curso del
río hasta Veshenskaia, vuelve hacia el Sur, se une al Chir, siguiéndolo hasta su confluencia,
y vuelve a encontrar el Don al norte de Potiómkinskaia. Muy helados, los cauces de agua
no tienen el menor valor de obstáculo.
Las posiciones defensivas son inexistentes y la estepa sólo opone su nieve al avance de los
tanques. El termómetro baja a -30º - -35º, con gran sorpresa de los italianos, a quienes sus
aliados habían asegurado que el frío no superaba los -6º en el sur de Rusia.
Insuficientementte vestidos, mal alimentados, los hombres se encogen. A veces, el sol crea
una magia de nieve pero el tiempo normal es una niebla helada, que sólo se levanta para
descubrir un cielo plomizo.
Desde el Este hacia el Oeste, el frente está sostenido por los restos del III ejército rumano,
el destacamento de ejército Hollidt, el VIII ejército italiano y el II ejército húngaro. Nadie
disimula que el eslabón más débil de esa larga cadena es el italiano. Hitler se inquieta por
ello, en el informe del 12 de diciembre, pero no existe ninguna fuerza alemana disponible
para «encorsetar» las divisiones del general Gariboldi. Estirados en 270 km de frente,
cuatro cuerpos de ejército italianos, 29, 35, 2º y cuerpo alpino, esperan un choque cuya
preparación leen ya con claridad los estados mayores.
Ya el 16 por la noche, los rusos han avanzado 25 km. Los días sucesivos, la ofensiva se
amplía. En la derecha rusa, el VI ejército soviético marcha hacia
Voroshilovgrado y Stalino. A la izquierda, el III ejército de la guardia y el V
ejército blindado extienden el ataque al frente del Chir. Envuelto, el grupo
Hollidt combate en condiciones difíciles. Están amenazados los pasos del
Donets inferior, Kámensk, Shatinsk y Forchstadt. Rostov está en peligro.
¡ Está a la vista un super Stalingrado de un millón de hombres!
Se ha dejado pasar Navidad, y luego la ración de pan se ha reducido de 200 a 100 gramos.
El 1 de enero, el servicio sanitario señala los primeros fallecimientos por inanición. Se ha
demostrado que el VI ejército no puede ser aprovisionado por vía aérea. Para mantener la
promesa de su culpable jefe, la Luftwaffe hace en vano un heroico esfuerzo, y acepta
pérdidas que, con 536 transportes, 149 cazas y 123 bombarderos, harán de Stalingrado una
batalla aérea tan costosa como la batalla de Inglaterra. Pero las condiciones meteorológica
son especialmente desfavorables: cuando el cielo está claro sobre Stalingrado, suele estar
cubierto en la región de Rostov, e inversamente, de tal modo que el funcionamiento del
puente aéreo se ve estorbado o a la salida o a la llegada. Al tomar los rusos Tazinskaia y
Morozovskaia, los aeródromos de salida se trasladan a Salsk, Novocherassk, y Cheretkovo,
lo que dobla la distancia y reduce el rendimiento de los aparatos. ¡ La media diaria de las
entregas, durante todo el sitio, no superará las 94 t, menos de la quinta parte de la promesa
de Göring!
Para entregarle las hojas de roble de su cruz de comendador, Hitler hace salir de la bolsa al
general Hube. «Mi Führer —le dice Hube—, usted ha hecho fusilar a generales del
ejército. ¿ Por qué no hace fusilar al general de aviación que le prometió aprovisionar
Stalingrado ?»
El 8 de enero, una bandera blanca flota ante las avanzadas. Tres parlamentarios soviéticos
vienen a ofrecer a Paulus una capitulación honorable. Por orden de Hitler, Paulus la rechaza
y ordena responder con el fuego a todo nuevo intento de conversaciones. Al día siguiente,
los rusos atacan. Los alemanes se defienden desesperadamente. La baza de la batalla es el
aeropuerto de Pitomnik, por donde pasa la mayor parte del tráfico aéreo. Los rusos se
apoderan de él el 16. El aprovisionamiento ya sólo es posible por el mal terreno de
aterrizaje de Gumrak, y luego, cuando también es tomado, mediante paracaídas. Los cuatro
quintos de la bolsa están perdidos. Los alemanes son rechazados hacia el Volga, encerrados
en su conquista fatal, las ruinas de Stalingrado. El 24 de enero, Paulus se dirige a Hitler. La
prolongación de la resistencia, dice, carece de sentido. 18000 heridos yacen sin cuidados en
los sótanos. Aumenta el tifus. Se han agotado las municiones y los víveres. El jefe del
ejército pide, en consecuencia, la autorización de capitular, y el jefe del grupo de ejércitos,
Manstein, apoya su petición en una conversación telefónica de tres cuartos de hora con
Hitler. Este permanece intratable. «Prohíbo toda capitulación. El ejército debe resistir
hasta el último cartucho. Su heroísmo es una contribución inolvidable a la salvación de
Occidente.»
El 25, se reanudan los ataques rusos. El 26, el LXII ejército se une con el XXI en la colina
Mamai. El VI ejército alemán queda cortado en dos. En el Norte, lo que queda del 51
cuerpo se hace fuerte en la fábrica de tractores. En el Sur, los restos de otros cuatro cuerpos
se amontonan en la parte central de la ciudad, con Paulus que instala su último cuartel
general en el sótano del Univermag de la plaza Roja. Con prisa de acabar, los rusos
bombardean furiosamente las ruinas de Stalingrado. No responde ningún cañón, pero
cuando los soldados intentan avanzar, los últimos cartuchos les cierran el camino. El 30,
Hitler nombra a Paulus Generalfeldmarschall.
«Nunca —dice a Keitel— se ha rendido un mariscal alemán.» Del jefe que ha elevado el
Führer a la más alta dignidad militar, en consecuencia, sólo espera una cosa: su suicidio.
Ignora que Paulus ha prohibido precisamente esa puerta de salida a los oficiales, diciendo
que deben compartir la suerte de sus soldados hasta el final.
La bandera Roja de la victoria ondea ya en la Stalingrado
El 31, la lucha ha terminado prácticamente. Uno de los últimos mensajes por radio del VI
ejército describe así la situación: «Los soldados vagabundean: pocos combaten todavía; el
mando ya no se ejerce...». Un momento después, a las 5 h 45: «Los rusos están ante el
bunker; destruimos la emisora...». Luego por tres veces, la señal «C.L.» que significa:
«Esta estación no emitirá más...». Los rusos, en efecto, alcanzan el Univermag, cuyo
sótano abriga al más reciente mariscal, el primer mariscal de la derrota, creado por Hitler.
Nadie tira. Un parlamentario soviético avanza y exige una capitulación. Le llevan al
bunker, de donde sale un Paulus esquelético, casi indiferente. Sí, capitula. No, no tiene nada
que añadir al grito de lealtad, al Heil Hitler! que lanzó todavía ayer. El modelo de los jefes
de estado mayor parte en silencio hacia el cautiverio.
Paulus no tuvo tiempo de incitar a rendirse a los «hombres de la bolsa»: los últimos
capitularon el 2 de febrero. Hitler se engañaba igualmente sobre la fecha en que Paulus
invitaría al ejército y al pueblo alemán a deponer las armas. El Nationalkomitee Freies
Deutschland sólo fue fundado el 13 de julio de 1943, bajo la presidencia del conde
Bismarck-Enkel y del general von Seydlitz. El plebeyo Paulus tardó más tiempo que esos
hombres históricos en unirse a la resistencia exterior alemana. No se decidió hasta después
del 20 de julio de 1944.
A comienzos de enero, cuando los sitiados de Stalingrado todavía no han perdido por
completo la esperanza de una liberación, la situación de los ejércitos alemanes en Rusia es
la siguiente:
1. El grupo de ejércitos A se sigue encontrando en el Cáucaso. Las
distancias que le separan del cuello de botella de Rostov alcanzan 400
km para el XVII ejército y 700 km para el 1 Panzerarmee.
5. En el resto del frente, los alemanes no encuentran tregua. Violentos ataques se suceden
alrededor de Rzhev, de Demiansk y de Leningrado. En consecuencia, es extremadamente
difícil retirar tropas del centro y el norte para enviarlas al sur.
Durante el invierno 1941-1942, la Wehrmacht había estado en peligro sobre todo por la
violencia del clima, que congelaba y paralizaba a un ejército hecho para la guerra móvil en
las regiones templadas de Europa. En 1942-1943, el clima sigue ahí, con los sufrimientos
que impone a las tropas y los obstáculos que opone al mando. Pero el clima ya no es más
que una consideración accesoria en el peligro mortal en que se encuentran los ejércitos
alemanes: la causa esencial es la situación estratégica creada por la desmesura y el
ilusionismo de Hitler.
guardar, desde el Cáucaso al Don, un «balcón» de 200 km de ancho, desde donde espera
poder lanzarse otra vez a las presas que debe abandonar momentáneamente.
Durante todo el mes de enero, la evacuación de las regiones precaucasianas continúa. Las
inmensidades que han atravesado en el horno de agosto, los soldados alemanes vuelven a
atravesarlas bajo los mordiscos del invierno. La orden de salvar todo el material, la
necesidad de evacuar a los heridos, la pobreza de las comunicaciones, frenan la retirada. El
1 ejército blindado pide un alto de veinticinco días junto al Kuma para cubrir la partida de
155 trenes. Felizmente para los alemanes, la persecución se lleva con una torpeza que
costará disgustos a los generales que la mandan. El XVII ejército escapa sin grandes
dificultades hacia Krasnodar, y el 1 Pz. A. puede privarse del 40 cuerpo blindado para
reforzar al ejército Hoth.
A éste le incumbe una tarea dificil: mantener abierto el pasillo de Rostov, vía de evasión
del grupo de ejércitos A. Los ejércitos soviéticos LI, II y XXVIII convergen hacia él. El 7
de enero, una avanzada blindada rusa llega a 40 km de Rostov y está a punto de capturar al
mariscal von Manstein en su C.G. de Novocherkask. Hoth hace frente a la situación con la
sangre fría sonriente que le da una fisonomía particular entre los generales alemanes. Se
repliega lentamente hasta el valle del Mánich, límite de Europa y Asia, cuyo franqueo fue
celebrado por la propaganda alemana el verano anterior.
La ofensiva soviética de enero es la reedición de las dos precedentes. Los soviéticos atacan
en dos sectores, en el centro y la derecha del ejército húngaro, cerca de Korotojak y de
Kalitva. Perforan sin dificultad, y luego lanzan en abanico sus unidades mecánicas y su
caballería. Los húngaros, prácticamente, no luchan. Por tercera vez, el flanco que protege
las comunicaciones vitales del ejército alemán, se rompe como vidrio al primer choque.
Se evita lo peor. Lanzadas precipitadamente hacia el oeste, las divisiones liberadas por el
abandono de Vorónezh vuelven a abrir el paso. Salmuth forma su ejército en una columna
espesa, que se abre paso en un solo bloque, acosada por los flancos, dejando un rastro de
armas, vehículos y cadáveres rápidamente petrificados. Nada tan parecido a la retirada
napoleónica como esta marcha forzada, en un frío de -25º, entre un viento estridente.
Junto al Oskol, a medio camino entre el Don y el Donets, los alemanes tratan de aferrarse
otra vez. Pero no se ha terminado la voluntad agresiva de los rusos. El resultado triunfal de
la batalla de Stalingrado exalta su moral. Ha desaparecido el complejo de inferioridad bajo
el cual habían combatido tanto tiempo el mando y la tropa. Rusia se siente segura de la
victoria. Los nuevos planes que traza para la liberación de su territorio muestran, en su
atrevimiento, esa maravillosa certidumbre. Tres grandes ciudades rusas han de ser
inmediatamente liberadas: Kursk, Járkov y Rostov. Hay un objetivo estratégico decisivo:
los pasos del Dniéper. Si las tropas soviéticas consiguen apoderarse de ellos, habrán
realizado el super Stalingrado que es la pesadilla de los generales alemanes.
Los alemanes, por su parte, se han apuntado un resultado: han salvado provisionalmente sus
I y IV ejércitos blindados. A costa de una doble lucha, contra el Ejército Rojo y contra
Hitler.
Esos dos ejércitos blindados, Manstein piensa transferirlos al ala norte de su grupo de
ejércitos para vencer a las fuerzas rusas que avanzan hacia el Dniéper. Hitler piensa
guardarlos al sur del Don, dispuestos a partir otra vez a la conquista del Cáucaso. Sólo el 22
de enero se resigna Hitler a modificar su plan. Sólo el XVII ejército se queda en el Kubán,
reaprovisionado por Crimea, a través del estrecho de Kerch. El 1 Panzerarmee vuelve a
pasar el Don, pero sigue aún en Armavir, a 300 km, y aún hace falta que el pasillo de
Rostov siga abierto bastante tiempo como para permitirle escapar. Ahora bien, el 20, los
soviéticos han alcanzado el aeropuerto. ¡ El paso está casi cerrado!
Manstein se juega el todo por el todo. Aunque el frente del Donets amenace derrumbarse,
hay que pasar al sur del Don a los 7 y 11 Panzer, cuyo contraataque breve y violento barre a
los soviéticos hasta el bajo valle del Mánich. El 31 de enero, los blindados de Mackensen
comienzan a franquear el puente de Rostov. Vuelven de la mayor distancia que hayan
alcanzado los soldados alemanes, y, sin haber sido vencidos, su larga marcha de retroceso
les ha infligido un grave desgaste. Muchas unidades, entre las cuales la 50 división entera,
se han quedado en la cabeza de puente del Kubán, donde se amontonan inútilmente 400000
hombres. El salvamento del ejército Mackensen sólo aporta a Manstein cuatro divisiones,
dos de ellas blindadas.
Una cuestión dolorosa se plantea ahora al mando alemán, la de la curva del Donets. Si los
alemanes quieren conservarla, deben emprender en ese saliente una batalla encarnizada,
mientras que, a 400 km al oeste, la amenaza hacia el Dniéper y el peligro de un cerco de
toda el ala derecha crecen de hora en hora.
El 2 de febrero, el empuje del Ejercito Rojo se reanuda con una ofensiva del LXIX ejército
y del III ejército blindado en torno a Stari Oskol. Se extiende hacia el norte, al día siguiente,
por la entrada en acción de los XL y LX ejércitos. El 8, Kursk queda liberado. El 9, se
alcanza el Donets y otra ciudad importante, Biélgorod, es reconquistada a su vez. El jefe del
XL ejército, general Moskaleko, explota atrevidamente su ventaja y se lanza sobre Járkov.
El 15, está a las puertas de la gran ciudad (900000 habitantes), segunda capital de Ucrania.
Hitler ha dado orden de defenderla hasta el último cartucho —como en Stalingrado—, pero
ocurre una cosa extraordinaria y providencial: el Oberstgruppenführer Hausser, jefe del
cuerpo blindado S.S., desobedece. Para salvar su cuerpo de ejército, abandona Járkov. El
Ejército Rojo entran el 16, casi sin combate.
La ofensiva continúa. El Dniéper está amenazado en 500 km. Los ejércitos victoriosos en
Járkov marchan hacia Kremenchug. Atacando sobre el Donets medio, el VI ejército
soviético no está más que a 200 km de Dniepropetrovsk: recorre las dos terceras partes en
ocho días. La toma del nudo de vías férreas de Losovaia corta una de las líneas de
aprovisionamiento del grupo Manstein. La toma de la estación de Sisitnikovo corta otra.
Queda una tercera, que cruza el Dniéper, en Zaporozhie: los soviéticos la tocan. La defensa
del río está confiada sólo a unidades de D.C.A., a la Feldgendarmerie y a formaciones de
circunstancias llamadas Alarmeinheiten, compuestas por hombres de los servicios. ¡ La
tragedia de Kalach amenaza reproducirse en el Dniéper!
En el este del grupo de ejércitos, el nuevo frente alemán también se agrieta. Un cuerpo
blindado soviético ha abierto brecha sobre el Mius, en Matvejev Kurgan. Un cuerpo de
caballería ha abierto brecha sobre el Donets. En lugar de emplear el 1 Panzerarmee para
despejar su ala izquierda amenazada, Manstein debe consagrarlo a consolidar su ala
derecha que se desmorona. Para salvar los pasos del Dniéper, no le queda más que el IV
Panzerarmee que viene del Don, y que se retarda por el comienzo del deshielo. ¿ Llegará a
tiempo?
La situación es tan crítica que Hitler hace lo que no se había dignado hacer en el momento
de las angustias de Stalingrado: se desplaza. Manstein le ve llegar el 17 de febrero a
Zaporozhie. Es un C.G. de grupo de ejércitos, o sea, un lugar que, en las condiciones
normales de la guerra, disfruta de una seguridad total. Pero las condiciones son anormales.
Una brigada blindada soviética merodea a 50 km y la única tropa que defiende Zaporozhie
es la compañía de guardia del C.G. Manstein sólo respira al cabo de cuarenta y ocho horas,
cuando el Condor que ha llevado a Hitler vuelve a partir entre un enjambre de
Messerschmitt.
Esa angustia tiene una ventaja: habiendo tenido miedo, Hitler comprende que la situación
es grave. Llegaba con la intención de recobrar en seguida Járkov, cuya pérdida le ha
alcanzado en la fibra dolorosa del prestigio. Accede a renunciar. En vez de volverse a
lanzar hacia el norte, el cuerpo blindado S.S. sé concentra en torno a Pávlograd para
participar en la contraofensiva de la IV Panzerarmee. Hoth ataca, pues, a ambos lados de la
profunda brecha rusa con cinco divisiones rápidas, las Panzer 48 y 57 y el S.S.
Leibstandarte, Das Reich y Totenkopf.
La situación evoluciona. El mando soviético, reconoce Platónov, había
cometido un error: había creído que los alemanes volvían a pasar el Dniéper,
y que su victoria había llegado a la fase de la persecución. La contraofensiva,
bien agrupada y bien dirigida, cae sobre fuerzas soviéticas dispersas y escasas de
municiones. El 1 de marzo, se ha evitado toda amenaza hacia el Dniéper, se cuentan 23000
cadáveres soviéticos en el campo de batalla, y se capturan 615 tanques y 354 cañones. En
cambio, los alemanes no hacen más que 6000 prisioneros. Los soviéticos mueren y ya no se
rinden.
Manstein habría querido quedarse ahí. Pero Hitler no olvida Járkov. Por orden suya, Hoth
cerca la ciudad, que es recuperada, el 14 de marzo, por la división Grossdeutschland. El
frente alemán vuelve a trasladarse al Donets, hasta las cercanías de Voroshilovgrado, y al
Mius, hasta Taganrog. Luego, la tregua bianual del barro separa a los combatientes.
Después de haber bordeado y requerido el desastre, el ejército alemán está salvado. Una
clara lección militar se desprende de la operación magistralmente llevada por Manstein: en
la guerra de movimiento, en la maniobra es donde los alemanes conservan aún una
superioridad. Con la gran ventaja de combatir en tierra soviética, las ciudades perdidas y el
terreno cedido no tienen la menor importancia. La ofensiva, tal como la han practicado en
1941 en su ofensiva hacia Moscú y en 1942 en su marcha hacia el Cáucaso, ya no está a su
alcance. La defensiva estática, en un frente imposible de guarnecer, les condena a sufrir la
superioridad material del enemigo. La única estrategia que responde a su fuerza es la
defensiva-ofensiva, basada en la réplica y en la maniobra de las reservas. Pero impone un
acortamiento draconiano del frente, un repliegue sobre la línea del Duna y del Dniéper, o
sea, el abandono de la parte industrial de Ucrania, de toda Rusia central y de las avanzadas
de Leningrado, y eso es algo a lo que Hitler y el mando nazi no están dispuestos a
consentir.