Está en la página 1de 33

El preludio: La toma de Sebastopol

En Rusia, Halder y otros generales piensan que las pérdidas sufridas por el ejército alemán
durante el invierno le impiden reanudar operaciones ofensivas de gran envergadura.
Estiman que debe apretar su frente, reconstituir reservas, mejorar sus líneas de retaguardia,
provocar a los rusos a la ofensiva e infligirles derrotas sucesivas con réplicas poderosas.
Pero nadie se atreve a sostener esta tesis ante un Führer cuya autocracia, lejos de templarse,
se ha acentuado bajo el efecto de los reveses.

Según Hitler, hay que lanzarlo todo a la ofensiva para alcanzar en 1942 el objetivo que el
invierno ruso le arrebató en 1941, la aniquilación del ejército ruso. Sabe que, con la
intervención de América, ha desaparecido la esperanza de una guerra corta. No ignora que
en los estados mayores anglo-americanos maduran proyectos de invasión de Europa. La
destrucción del ejército soviético, el desplazamiento de los rusos tras los Urales permitirán
al III Reich recobrar las fuerzas necesarias para hacer frente de modo decisivo a ese peligro.
Cubierta al Oeste, Alemania conservará la iniciativa al Este lanzando desde los Balcanes y
el Cáucaso una poderosa ofensiva que, en conjunción con la acción secundaria llevada por
Rommel, se apoderará de todo el Oriente Medio. Hitler espera así establecer un mapa de
guerra política y económica tal, que la prolongación indefinida de las hostilidades perderá
toda importancia. Alemania estará en condiciones de esperar el agotamiento y la
resignación de las potencias marítimas. Pero es preciso que la última espada continental de
éstas, la URSS, quede rota.

El 5 de abril, Adolf Hitler firma su directiva nº 41. Largo documento, en que disertaciones
sobre el arte militar, e incluso redundancias de propaganda, interfieren con la sobriedad del
lenguaje estratégico.

Las ideas generales, sin embargo, se destacan. Hitler sigue fiel a Hitler.

Continúa desdeñando Moscú, cuyo frente alemán sigue sólo a 150 Km, e insiste en buscar
la decisión en las alas. En el Sur, en la ruta del Cáucaso, es donde la Wehrmacht aplicará su
primer esfuerzo. Dos operaciones preliminares repararán los dos fracasos del invierno,
proporcionando a la Wehrmacht bases de partida.

En Crimea, la península de Kerch será reconquistada y el asedio a Sebastopol será llevado a


término. En Ucrania, se reparará el frente roto del Donets. La acción que se desencadenará
después, la operación Azul, se descompondrá en tres fases, seguidas de otra final. En la
primera, los ejércitos del grupo «Süd» atacarán por su izquierda y aniquilarán a los ejércitos
soviéticos de la región de Vorónezh. En la segunda, envolverán a los rusos entre Donets y
Don. En la tercera, el ala izquierda bajará y el ala derecha subirá por el curso del Don; se
enlazarán en la región de Kalach, y, franqueando los 50 km. que separan al Don del Volga,
tomarán Stalingrado. La marcha general hacia el Cáucaso será la coronación de la campaña
de verano.

El plan de la Directiva nº 41, pues, consiste en establecer un inmenso flanco defensivo


desde Stalingrado a Vorónezh, con intención de aislar el Cáucaso y permitir su conquista.
Hitler no ha corrido detrás de dos liebres a la vez, como se ha dicho, asignando dos
objetivos separados por 1000 km de montañas y de estepas. La incompatibilidad
de los objetivos sólo se echará de ver ulteriormente, cuando la eterna
impaciencia del Führer le lleve a querer marchar contra Bakú antes que haya
terminado la batalla de Stalingrado. Pero, en la arquitectura primitiva del plan,
Stalingrado es el mango de un cerrojo bajo cuya protección Hitler quiere
apoderarse de una zona cuya posesión, según cree, le permitirá mantener la
guerra indefinidamente.

La debilidad fatal del esquema hitleriano reside en la desproporción de los objetivos y los
medios. Para su ofensiva de verano, el grupo «Süd» dispone de 60 divisiones alemanas, de
las cuales sólo 9 blindadas. Los rumanos, italianos y húngaros añaden 28 divisiones, pero el
O.K.H. es generoso al estimarlas como la mitad de una división alemana en la defensiva y
un tercio en la ofensiva. Harían falta fuerzas dobles, y sin embargo, Hitler ha tenido que
reducir por debajo del límite de seguridad, a 85 divisiones sólo, las fuerzas que mantienen
2000 km de frente defensivo entre Vorónezh y Karelia.

Esas desproporciones flagrantes, Hitler las combate, o mejor dicho, las exorciza, repitiendo
que el enemigo está agotado. El postulado va a la cabeza de la Weisung nº 41. como el
principio sobre el cual se encarna todo. «En su esfuerzo para provocar una decisión el
enemigo ha consumido este invierno las masas que le eran necesarias para operaciones
posteriores...» Los servicios de información no confirman este axioma, pero Hitler recusa a
los servicios de información por incompetencia y mal espíritu. «Estalló de furor —cuenta
Halder— cuando se le quiso decir que los rusos producían 1 200 tanques al mes...»

El 8 de mayo empieza la primera de las ofensivas preliminares, la de Manstein, en Crimea.


Los XLIV y LI ejércitos soviéticos se han atrincherado en el pequeño istmo de Parpach,
cuya atracción fue fatal al infortunado conde Sponeck. Manstein les engaña con una
maniobra de diversión al Norte y les hunde al Sur. Diez días después, se ha acabado la
reconquista de Kerch. XI ejército ha hecho 170 000 prisioneros, a costa de menos de 8000
muertos, heridos y desaparecidos. Le queda la más dificil de las tareas: Tomar Sebastopol.
(ver mapa del sitio a Sebastopol).

Durante el invierno, la ciudad sitiada se ha reforzado, al seguir abiertas las comunicaciones


marítimas. El ejército, al mando del general I.J. Petrov, cuenta 9 divisiones de infantería,
varias unidades de tanques, una pequeña fuerza aérea, 1 600 bocas de fuego. La forma de la
orilla permite establecer una posición relativamente corta, yendo desde el valle de Belbeck
a la curva de Balaklava. Los nombres que evocan la expedición franco-británica de 1855 se
levantan en muchedumbre en el pequeño campo de batalla. Al Norte, el terreno está
relativamente libre, pero el ejercito rojo ha amontonado fortificaciones que van desde
viejos fuertes modernizados, armados con cañones de 305, hasta apoyos de infantería. Al
este, el relieve es caótico. Cortas colinas, cubiertas de maleza, cortadas de barrancos, hacen
difícil el avance de la infantería. La arista rocosa de Sapún se yergue rectilínea como un
bastión. Sebastopol está detrás, en la orilla meridional de la bahía de Svernaia, que le sirve
de foso contra un ataque procedente del Norte. A pesar de las fortificaciones y del
obstáculo de la bahía, Manstein decide aplicar su esfuerzo inicial en el sector Norte. El
brillante adepto de la guerra rápida se transforma en técnico de una batalla de material. Va
a buscar, en el arsenal alemán, los calibres más excepcionales. Del 305, del 350, del 420.
Más aún: dos supermorteros de 60 cm, Thor y Odín. Aún mejor, un
monstruo, Dora, que se realizó en secreto para perforar los fuertes de la
línea Maginot. Es el cañón más gigantesco que ha existido nunca:
calibre, 82 cm, peso del proyectil, 7 t, longitud del tubo, 30 m, altura
del fuste, la de una casa de dos pisos. 60 trenes han sido necesarios para
transportar la pieza. y sus accesorios, y 4000 hombres la sirven y la
protegen. No tira más que tres obuses por hora, pero aplastan un refugio
de 30 m de profundidad.

Así, hecho nuevo en la segunda guerra mundial, Sebastopol es una batalla de artillería.
Manstein pone en línea 208 baterías y hace preceder la salida de su infantería por un
Trommelfeuer de cinco días. El 8º cuerpo aéreo, von Richthofen, añade la artillería del
cielo. Las 4 divisiones del 54 cuerpo que atacan en el sector Norte tienen la impresión de
que no ha podido sobrevivir un ruso al huracán de fuego. Han de cambiar de tono: la
resistencia de los supervivientes es de un encarnizamiento épico. Cada una de las
fortificaciones, bautizadas por los alemanes Máximo Gorki 1, Stalin, Cheka, G.P.U., etc., es
objeto de una batalla. El calor, una temperatura de 50ºC, sobreviniendo con brutalidad
increíble, pesa sobre el combate. Las pérdidas son graves. Se cita una compañía alemana
reducida a 9 hombres, y Manstein tiene que llamar de Kerch a la infantería de la 46 división
para reemplazar a la de la 132, completamente desgastada. «La batalla —dice—— está en
el filo de la navaja.»

El 18 de junio, undécimo día de la ofensiva, la 22 I.D. alcanza por fin la bahía de Svernaia.
Cinco días más tarde, Petrov repliega su defensa a la orilla Sur. El 28, la 50 I.D. se apodera
de Inkerman y de su colina. Esta está horadada por cavas de champaña en que se han
almacenado enormes cantidades de municiones. Los rusos hacen saltar el depósito. La
explosión proyecta un trozo de la colina a 300 m de altura.

En la noche siguiente hay dos golpes de audacia alemanes. Manstein lanza a la bahía de
Svernaia canoas de asalto, que establecen una cabeza de puente para el 54 cuerpo. Más al
Sur, el 30 cuerpo, tras haber avanzado paso a paso, arrebata la arista de Sapún en un ataque
relámpago. La colina de Malakof está tomada. Ha terminado el segundo sitio de
Sebastopol. Los restos de la guarnición resisten aún cuatro días en el cabo Chersonesski,
mientras la marina roja embarca a todos los que puede bajo un intenso fuego de artillería.
90000 prisioneros quedan entre las manos de los alemanes. En Ucrania, los alemanes se han
visto superados. La segunda operación preliminar del plan Azul, Fridericus, o
restablecimiento de la línea del Donets, debía empezar el 17 de mayo. El ejercito rojo ataca
el 9. El primer objetivo que persiguen es el que no han logrado en invierno: la reconquista
de Járkov. Tomado Járkov, la ofensiva debe proseguir en dirección a Dniepropetrovsk para
la liberación general de Ucrania. Timoshenko, jefe del frente Sudoeste, lo anuncia a los
ucranianos en una proclama resonante de amenazas para los nacionalistas que pactan con el
invasor. «La guerra —dice—— toma un nuevo curso...» La ofensiva rusa cae sobre el VI
ejército alemán, mandado, desde el mes de enero, por el general de las tropas blindadas,
Friedrich Paulus. Su ala izquierda se pliega sin romperse, pero, al sur de Járkov, el centro
queda hundido. Los alemanes superan la crisis haciendo contraatacar al XVII ejército en el
flanco de la bolsa que ha distendido el avance enemigo. El IX ejército soviético, general
F.M. Sharítonov, se deshace. En pocas horas, Timoshenko ve transformarse un éxito lleno
de promesas en un peligro terrible. Propone a Stalin suspender el avance hacia
Járkov y sacar al grupo de ejércitos de la trampa en que está metido. Stalin
rehúsa y las cosas siguen su curso. El XVII ejército, Ruoff, toma Isjum, en el
Donets, a espaldas de los soviéticos. El ejército Paulus recobra la iniciativa, y, el
25 de mayo, enlaza con el ejército Ruoff. 270 000 prisioneros se añaden al
cuadro de la Wehrmacht. El mando soviético ha creído prematuramente en el
«nuevo curso de la guerra». «Nuestra ofensiva de mayo de 1942 —reconoce el
historiador militar Platónov— se acabó con un fracaso total.» Pero el vigor y el
éxito del choque inicial deberían probar a Hitler que los soviéticos están menos muertos de
lo que él dice. Con esta falsa premisa el 28 de junio empieza la operación Azul. Los
ejércitos del Eje se lanzan hacia Stalingrado. Dará a sí lugar a las más famosa de las
batallas, la batalla por Stalingrado, donde la URSS asestó el golpe definitivo al ejercito
alemán, marcando el inicio del triunfo del ejército rojo comandado por Stalin.

 Los primeros pasos de la operación azul

El arranque de la operación Azul, el 28 de junio parte del Norte, del subgrupo de ejércitos
von Weichs, reuniendo el II ejército, el IV ejército blindado y el II ejército húngaro. Dos
días después, la prolonga el VI ejército Paulus; überraschendes Entwicklung, «desarrollo
sorprendente», escribe Halder, que dudaba de la posibilidad de recuperar la iniciativa en el
frente oriental. El Don está franqueado, y Vorónezh tomado el 8 de junio por el IV
Panzerarmee. Dos días después y 200 Km más abajo, lo alcanza el VI ejército.

El 11 de julio, el O.K.W. traza un primer balance El frente ruso está roto en 300 Km, pero
el número de prisioneros es poco elevado: 88689 para el subgrupo de ejércitos Weichs y
para el ejército Paulus. El 15 de julio confirma esa observación. Habiendo tomado a su vez
la iniciativa, el I Panzerarmee, von Kleist, se reúne, en Millerovo, con el 40 cuerpo
blindado, procedente del Norte. La bolsa se ha cerrado, pero está vacía. Los soviéticos han
reemplazado con una táctica de defensa elástica la táctica de resistencia sobre el terreno que
procuró a la Wehrmacht sus colosales cosechas de hombres en Kiev y en Viazma.
Acosadas por la Luftwaffe, espesas columnas en retirada franquean el Don por los puentes
de Kasankaia y de Zhelanskaia.

La interpretación de Hitler es la siguiente: desangrada a muerte, Rusia busca el invierno


para refugiarse en él como un animal herido en su madriguera. La radio de Moscú le
confirma en esa convicción. Ha tomado un tono de angustia, afirma que Rusia combate sola
y que sus aliados desleales no le dan el segundo frente que le han prometido. La intuición
infalible del Führer le dice que la Wehrmacht llega al acoso. En consecuencia, hay que
precipitar y multiplicar los golpes; modificar, para el logro de la victoria, la articulación de
los ejércitos y el desarrollo del plan. El 9 de julio, Hitler desmembra el grupo «Süd».
Confía su ala derecha, bautizada «grupo A», al mariscal List, dejando el ala izquierda, o
«grupo B», al mando de von Bock. Diez días después, en una crisis de cólera, prescinde
definitivamente de los servicios de éste. El capitán general barón von und zu Weichs zur
Glon reemplaza a Bock a la cabeza del grupo B, cediendo su propio subgrupo de ejércitos
al general von Salmuth. Después de Rundstedt, Brauchitsch y Leeb, desaparece del frente
oriental el último de los grandes ejecutantes de mayo de 1940.
En realidad, Hitler ha decidido dirigir él mismo las operaciones contra el
Cáucaso asumiendo el mando de un grupo de ejércitos, después de haber tomado
sucesivamente el de la Wehrmacht y el del Reichsheer. Deja la Prusia oriental y se
instala en Ucrania, cerca de Vinnitsa. El clima le molesta, agriando aún más sus
relaciones con los generales. La temperatura es abrumadora, y la sombra de los pinares
no da ningún frescor. Hitler echa de menos Rastenburg, y sobre todo Brçhtesgaden,
hacia donde se evade periódicamente, por lo demás, dejando sueltas unas riendas que,
en su ausencia, nadie ni se atreve a tomar.

Golpe tras golpe, el 21 y 23 de julio, dos órdenes de operación particulares, Weisungen


Nr 44 y 45, trastornan la maniobra alemana. Queda destruido el equilibrio de la
operación Azul. Bajo el cielo tórrido de Ucrania, en el misterio de una sala de mapas, se ha
llegado al punto de culminación de la guerra. La batalla de Stalingrado empieza a gestarse.

La directiva 44 se refiere al XI ejército. Después de tomar Sebastopol y de recibir su bastón


de mariscal, Erich von Manstein había ido a pasar un permiso de descanso en Rumania. Al
regreso, pensaba franquear el estrecho de Kerch, invadir el Kubán y tomar Batumi pero las
órdenes que encuentra al volver a su cuartel general le mandan a conquistar Leningrado.
Deja en Crimea a sus tropas rumanas y dos divisiones alemanas. Enviará otra división
alemana a Creta y cederá una cuarta al grupo «Mitte», cuyas reservas, son nulas. El resto
del XI ejército, los 30 y 54 cuerpos, la inmensa impedimenta de artillería, los cañones
gigantes del sitio de Sebastopol, Thor, Odín y Dora, se embarcan en ferrocarril, en una red
sofocada por los sabotajes guerrilleros, para atravesar Rusia de abajo arriba. Hitler ha
juzgado que el giro de las operaciones le permite reanimar, sin esperar más, la ofensiva del
Norte.

Ya, en el curso de las semanas precedentes, la impaciencia hitleriana ha modificado el


desarrollo de la operación Azul. La maniobra en pinza de las dos alas del grupo «Süd» ha
sido abandonada. El esfuerzo alemán se traslada al curso inferior del Don, ruta directa del
Cáucaso. Rostov se convierte en el punto de convergencia del grupo Ruoff (XVII ejército
alemán y III ejército rumano) y del I ejército blindado, von Kleist. Perdida a comienzos del
lúgubre invierno precedente, la ciudad es recobrada el 23 de julio, Kleist franquea el Don al
día siguiente. El ejército soviético se retira en orden, perdiendo poco material.

Ese repliegue, el alto mando sabe ya que es voluntario. Ha tenido conocimiento del consejo
de guerra celebrado el 13 de julio en Moscú, en que Stalin ha aceptado el principio de la
defensa elástica. Pero Hitler se empeña en creer que los rusos están vencidos, y que,
desdeñando toda maniobra, el ejército alemán puede explotar su victoria empujando en
todas las direcciones a la vez.

La directiva Nr 45 procede de esta convicción terca. El grupo de ejércitos A se ha lanzado


al asalto del Cáucaso. Su ala derecha tiene orden de conquistar el Kubán, ocupar todo el
litoral del mar Negro, apoderarse de los pasos de la ruta occidental, tomar Batumi y
adueñarse del yacimiento petrolífero de Maikop. Su ala izquierda tiene orden de conquistar
Osetia, tomar el yacimiento petrolífero de Grozni, forzar la ruta de Tifus, y alcanzar el
Caspio urn Baku in Besitz zu nehme, «para tomar posesión de Bakú». El plan lleva el
nombre de una modesta flor, Edelweiss. El restablecimiento de la vía férrea no consigue
seguir el avance de las tropas, y, con el alargamiento de las líneas de etapa,
el transporte por convoyes automóviles tiende al absurdo, pues los camiones
devoran tanta gasolina como llevan. Los caballos conocen otra limitación: la
falta de agua para abrevarles. Estepa deslumbrante, estepa fértil, estepa
tórrida, el Kubán se seca en verano como un Sáhara. ¡ Se verán caravanas de
camellos llevando jerrycans para las Panzer!

En la inmesidad llameante, se hunden las tropas alemanas. El último día de


julio, la Wehrmacht entra en Asia, habiendo franqueado la depresión del Mánich limite de
Europa. Las fuerzas rusas se han reagrupado en un frente nortecaucasiano y puestas al
mando del mariscal Budienny, rehabilitado de su desgracia de Ucrania. Se despegan
librando combates de retaguardia en las confluencias de los ríos cuyo cauce mantiene en
pleno verano el deshielo de las nieves. El Kubán está atravesado y. Krasnodar está tomado
el 8 de agosto, por el grupo Ruoff. La noche siguiente, el 3er grupo blindado ve incendiarse
ante él el horizonte: los rusos incendian los pozos de Maikop que, desde el día siguiente, la
Mineralól Brigade tendrá la misión de apagar. Pero harían falta meses de trabajo para poder
reanudar una explotación efectiva. De esos petróleos que le hipnotizan, y sin los cuales,
según dice, «tendrá que liquidar esta guerra», Hitler sólo recibirá unas gotas, fracción
insignificante de las oleadas de gasolina que gasta para conquistarlos.

Continúa el avance. La infantería hace 50 km por día. El país cambia, el suelo se eleva, los
valles se encajonan, una alta línea nevada emerge del horizonte. Desde el mar de Azov al
centro del Cáucaso, su frente de marcha mide 700 km en línea recta. Los gritos de apuro de
los jefes de las grandes unidades llegan al C.G. de Stalino, a centenares de kilómetros de la
batalla, donde el mariscal List, totalmente impotente, preside nominalmente una empresa
que no comprende. En todas partes, falta la gasolina y las dificultades de aprovisionamiento
entorpecen las operaciones. Lo cual no impide a Hitler añadir al plan Edelweis
modificaciones que aumentan su extravagancia. El grupo A debe seguir extendiendo su
acción, aumentar la apertura de sus alas, entrar en el mismo Cáucaso, dejar que montañas
gigantes y sin caminos se interpongan entre sus elementos dispersos...

El ejército soviético endurece su resistencia. Ruoff sufre ante las ciudades del mar Negro,
Anapa, Novorossíisk, Tuapsé, hábilmente defendidas por Chervischenko. Kleist obtiene
éxitos más espectaculares, abre pasos de montaña vertiginosos, y logra la aureola de
conquistar la cumbre del Elbrús (5630 m), cima del Cáucaso, que 21 cazadores alpinos de
las 1ª y 4ª Gebirgen divisionen escalan desde el 18 al 21 de agosto, al mando de los
capitanes Groth y Gámmeler. Toma Stávropol, y, después de atravesar la estepa de los
Nogai, se apodera de Piatigorsk, la ciudad de las Cinco Montañas, en medio de sus fuentes
sulfurosas y sus bosques. Más al este aún, la 13 Panzer y el 52 cuerpo alcanzan el Terek,
salido de la gran cadena por gargantas en que los soldados del zar abrieron la ruta militar de
Osetia para subyugar a los montañeses. Las vanguardias alemanas se acercan a Vladikavkás
(Puerta del Cáucaso), a la que los bolcheviques han nombrado Ordzhhonikidze. Junto al
Kazbek, la ruta baja luego hacia Tifus.

A la vez en todas partes, la ofensiva resbala. Ruoff no llega a tomar Novorossíisk. Kleist no
llega a franquear el Terek. El Führer no llega a comprender por qué sus ejércitos no
avanzan más. El 31 de agosto, convoca a List en Vínnitsa y le cubre de reproches. «La
guerra cumplirá tres años esta noche, y estoy cansado de estos
generales cuya incapacidad, blandura, falta de fe y falta de fuego la
hacen durar...»

La guerra dura también ante Stalingrado.

En el plan alemán, Stalingrado no es un objetivo primordial. Incluso, Hitler admite que la


ciudad no sea tomada, a condición de que sus fábricas queden bajo el fuego de la artillería y
que se detenga la navegación en el Volga. En virtud de un hábito progresivo, y por razones
cada vez más alejadas de los imperativos militares, se verá llevado a dar a la batalla de
Stalingrado la significación de que se revestirá.

Para el mando soviético, por el contrario, conservar Stalingrado es de importancia


primordial. Su pérdida cortaría el último vínculo entre la URSS y el Cáucaso.

El 12 de julio, el alto mando soviético organizó la defensa de Stalingrado. Se creó un frente


con ese nombre bajo el mando del mariscal Timoshenko, teniendo como jefe de estado
mayor al general P.I. Bodin y como comisario político a N.S. Jruschov. Comprende los
ejércitos LXIII, LIII, LXIV, XXI, LXII, así como el VIII ejército aéreo, a las órdenes del
general T.T. Chriukin. Su sector comienza en Pávlovsk, sigue el curso del Don hasta
Klatskaia, y, corriendo de Norte a Sur, corta la curva del río, que vuelve a hallar en
Werchne-Kurmokaskaia, donde comienza el frente sudeste. Los soviéticos aceptan el
inconveniente de dar la batalla con la espalda a un río, para aumentar el espesor del
corredor territorial que protege Stalingrado.

Poco a poco, los alemanes y sus aliados se han alineado sobre el Don, cubriendo, cara al
Norte, la ofensiva contra Stalingrado. El II ejército alemán y el II ejército húngaro están
prolongados por el VIII ejército italiano, general Gariboldi, entrando en línea en la segunda
quincena de julio. La cobertura está lejos de ser ideal. Más que apacible, perezoso, el Don
no es un obstáculo de gran valor, y, además, los rusos mantienen en la orilla derecha varias
cabezas de puente, una de las cuales, la de Serafimóvich, mide 100 km de desarrollo.
Encargado de tomar Stalingrado, el general Paulus llama la atención del grupo de ejércitos
sobre la debilidad de su flanco izquierdo, pero la simultaneidad de la marcha contra el
Cáucaso y de la maniobra de Stalingrado quita al mando alemán toda disponibilidad.
Además, Hitler declara que presiente un desembarco inglés y ordenar retirar del frente
oriental dos divisiones rápidas para reforzar las guarniciones del Oeste.

Los últimos días de julio son críticos para el VI ejército. Se encuentra fraccionado en dos
masas, una al norte de Kalach, la otra al sur de un afluente del Don destinado a hacerse
célebre en los meses siguientes, el Chir. Una desorganización de las retaguardias, causada
por las improvisaciones de Hitler, la priva de carburante, dejándolo clavado en su sitio
durante toda una semana. Su jefe, Friedrich Paulus, hijo del cajero de un correccional, ha
llegado a los altos grados por su inflexible aplicación a las tareas de estado mayor, pero está
desprovisto del dinamismo deportivo y brutal, de las cualidades eminentes de entrenador de
hombres que tenía su predecesor Reichenau. Sin embargo, supera correctamente la crisis, y
el 11 de agosto, cierra sobre las fuerzas soviéticas del Don la pinza de sus 14 y 24 cuerpos
blindados. La Wehrmacht acaba de ganar una nueva Kesselschlaclit que le deja entre las
garras cerca de 100000 prisioneros. Ocho días después el VI ejército
lanza sobre el Don cuatro puentes de campaña y pone pie en el istmo
Don-Volga. Menos de 50 km la separan de Stalingrado.

Además, ya no está sola en el ataque a la gran ciudad. Llega de refuerzo el IV Panzerarmee,


llevado, en la tradición de los grandes jefes de blindados, por ese viejo soldado que es el
capitán general Hermann Hoth. Su odisea terrestre, desde el 28 de junio, es sintomática del
torbellino en que ha caído el pensamiento militar de Adolf Hitler. Ante todo, Hoth ha
tomado Vorónezh, en el límite Norte del grupo de ejércitos, luego, hostigado por la
dirección suprema, ha bajado a toda velocidad hacia el Sur para participar en una batalla de
envolvimiento, a que, de repente, ha renunciado Hitler. Entonces el IV Panzerarmee ha
forzado el curso inferior del Don, junto con el 1 Panzerarmee, que no tenía necesidad de su
apoyo, y a la que no ha hecho más que embotellarle las retaguardias. Se lanzaba a la
conquista del Cáucaso cuando Hitler lo ha retenido, lo ha devuelto al grupo B y lo ha
enviado a participar en la toma de Stalingrado, mediante una larga marcha de flanco.
Avanza por un país extraordinario, en los límites de Europa y de Asia. Manadas de caballos
salvajes huyen ante sus motoristas. Aguilas planean sobre sus columnas. Calmucos de pelo
enredado miran pasar la invasión ante sus tiendas pintadas de amarillo. El termómetro
marca 55º a la sombra, pero no hay una sombra en la estepa, sobre la que se cierne un mar
de polvo. El material ha sufrido mucho, y, por añadidura, el IV Panzerarmee ha sido
desmembrado en beneficio de otras grandes unidades. Hoth, en realidad, no lleva más que
una división motorizada y una división blindada, que, de los 200 tanques de su dotación
reglamentaria, no tiene más de unos 50. Los términos militares pierden su sentido.

Más que una ciudad, Stalingrado es una larga fábrica sobre el Volga. La aglomeración
empieza al Norte en el arrabal de Rinok. Acaba, 45 km al Sur, en el arrabal Kuperosnoie.
La clave de la ciudad es una pequeña cadena de colinas que el IV ejército blindado ataca
por el Sur y el VI ejército por el Norte. Como en el Terek, los rusos resisten con la energía
de la desesperación. La hora de la elasticidad ha pasado. Ha vuelto la hora de meter los pies
en el suelo y morir sobre el terreno. El 52 cuerpo alemán se ha apoderado de una orden del
día de Stalin que dice a su pueblo que Rusia ya no puede permitirse perder territorio ni
recursos industriales. Todo lo que queda ha de ser defendido con encarnizamiento.

El 19, viva agitación en Vinnitsa. ¡Los ingleses han desembarcado en Dieppe! Los primeros
informes del grupo de ejércitos West (confiado desde el 1 de marzo al mariscal von
Rundstedt) describen una operación de gran envergadura, la costa francesa invadida en 30
km, una participación masiva de la marina y la aviación. Hitler supone que los ingleses van
a tratar de tomar El Havre o hacer caer las defensas de Pas-de-Calais.

Pero el asunto se malogra. El general Kuntzen, jefe del 81 cuerpo, da cuenta de que hace
entrar en acción la división S.S. Adolf Hitler y la 10 Panzer. Espera que esa misma noche
ya no habrá en Dieppe un solo inglés en armas. Efectivamente el ataque fracasa por
completo. El desembarco no supera la estrecha playa de guijarros. 27 tanques llevados a
tierra por barcos especiales, L.C.T., son destruidos a 20 m del agua salada; uno solo ha
recorrido 100 m. Los atacantes —canadienses en sus dos tercios— son destrozados. La
orden de reembarcar precipitadamente se da ya a las 9 de la mañana, pero, de los 6000
hombres empeñados, 3000 quedan en el continente, muertos o prisioneros. El informe de
Rundstedt señala que a las 16 horas la vida de Dieppe ha vuelto a ser normal
y todas las tiendas se han vuelto a abrir. Añade que la actitud de la población
ha sido «no sólo irreprochable, sino absolutamente leal». Unos meses antes,
cuando un comando había hecho saltar el gran carenero de Saint-Nazaire,
algunos civiles habían luchado al lado de los ingleses; esta vez, según un
informe de la resistencia francesa, ciertos habitantes han ayudado a los alemanes a capturar
soldados británicos. El Führer, encantado, da orden de liberar a los prisioneros de guerra de
Dieppe y alrededores. También tiene unas palabras de agradecimiento para los ingleses. Es
la primera vez, dice, que se tiene la amabilidad de atravesar el mar para ofrecer al enemigo
un muestrario completo de sus armas nuevas.

Esa breve alarma, probando la impotencia inglesa, se olvida de prisa. La única realidad es
la batalla sin misericordia que se enfurece en las estepas tórridas del Don y del Volga. El 20
de agosto, los rusos lanzan, desde su cabeza de puente de Kremskaia, un furioso ataque, y
hace falta la intervención de los 11 y 8º cuerpos alemanes para destrozarlo. Tres días
después, el 14 Panzerkorps, mandado por uno de los ex lugartenientes de Guderian, von
Wietersheim, cruza en masa por el puente de Viertashi. El general manco Hube lleva a toda
velocidad su 16 Panzer, en formación cerrada, como un escuadrón de coraceros de las
viejas guerras. Nada se le resiste; 60 km quedan recorridos de un empujón. La silueta de
Stalingrado, sus chimeneas de fábricas, sus depósitos de agua, sus silos, surgen entre el
intenso polvo de la tarde. Un esfuerzo más: ¡ el Volga está ahí! Corre a los pies de una
orilla escarpada, con 2 km de anchura, cubierto de balsas de troncos, irisado de petróleo,
surcado de embarcaciones, bajo las alas de los bombarderos alemanes que machacan
Stalingrado. La otra orilla, baja, es un dédalo de islas cubiertas de juncos, con grandes
líneas de agua melancólicas marchando al infinito.

¡ El ejército alemán ha alcanzado el Volga! Pero todavía no es más que una pequeña
brecha, un corredor de 2 a 3 km de ancho. Durante una semana, la 16 Panzer, aferrada al
arrabal de Rinók, permanece en situación crítica. Las otras dos divisiones de Wietersheim,
3ª y 60 motorizadas, y luego el 51 cuerpo, mandado por el general von Seydlitz-Kurbach,
que acaba de desbloquear Demiansk, ensanchan el golpe de sierra trazado por Hube.

El 31 de agosto, se ha constituido un Schwerpunkt al norte de Stalingrado. Otro se forma al


sur por el IV ejército blindado, cuyo 48 Pz.K. ha conquistado las alturas de Gabrilovka. La
ciudad de Stalin está encerrada en unas tenazas. La guerra acaba su tercer año y se espera
de hora en hora la caída de Stalingrado.

Operación Azul: a las puertas de Stalingrado

Desde Vorónezh al Cáucaso, la extensión y la distorsión de las líneas alemanas han


alcanzado un grado extravagante. El grupo de ejércitos Süd ha comenzado su campaña de
verano en un frente de 800 km. Se ha fraccionado en dos grupos de ejércitos, A y B, cuyos
frentes sumados no representan menos de 2600 km. Los combatientes sólo están unidos a
sus bases de aprovisionamiento por rutas que se vuelven impracticables a la menor lluvia, y
por ferrocarriles, generalmente de dirección única, cuyos raíles están puestos en el suelo sin
balasto. Extremadamente lenta, la rotación del insuficiente material rodante es estorbada
además por los sabotajes de los guerrilleros soviéticos, que alcanzan una
media de 700 al mes, sin que ninguna represión consiga frenar su aumento.

El objetivo de la ofensiva era la conquista de Transcaucasia. Esta tarea


correspondía al grupo de ejércitos A, mandado por el feldmarschal von Kleist.
El grupo de ejércitos B, confiado sucesivamente al mariscal von Bock, y
luego al capitán general von Weichs, no tenía más que una misión de
cobertura, pero grandiosa. Debía prolongar la barrera del Don, obstruyendo el istmo de
unos sesenta kilómetros que separa el Don del Volga, y luego alinearse de cerca a lo largo
de este río hasta Astrajan. Al final de la campaña, o sea, antes de la llegada del mal tiempo,
las posiciones alemanas en el Sur de la URSS debían estar delimitadas por el litoral del mar
Negro, la depresión transcaucásica de Batumi a Bakú por Tifus, el litoral del Caspio, y
finalmente el Volga y el Don.

¿ Era absurda tal ambición? Sí y no.

No. El plan hitleriano había de dar a Alemania los petróleos del Cáucaso. Eliminaba a los
soviéticos del mar Negro, haciendo desaparecer toda amenaza de contraofensiva contra
Crimea, Ucrania y Rumania. El Volga se convertía en el amplio y sólido pilar del edificio
alemán en la URSS. La prosecución de la campaña implicaba operaciones en un perímetro
de 4200 km, pero la victoria permitiría reducir el frente efectivo a un millar de kilómetros,
desde las bocas del Volga hasta el curso medio del Don. De hecho, ya no existía otra
probabilidad de victoria, una vez que había desaparecido la esperanza de un desplome
rápido y total del ejército rojo.

El absurdo flagrante y total residía en la desproporción del objetivo y los medios. Para
realizar el plan de Hitler, los ejércitos alemanes habrían debido disponer de efectivos
dobles, de una movilidad triple y de una aviación cuádruple. Las tropas habían debido
reposar y ser recompletadas. Combatían sin tregua desde el comienzo de la guerra con la
URSS, y las pérdidas que habían sufrido no se habían compensado ni en personal ni en
material. Las compañías raramente contaban más de 60 hombres, las Panzerdivisionen, de
80 tanques. Hitler, que no iba nunca al frente y no permitía ir a sus colaboradores próximos,
no tenía ninguna idea concreta del desgaste que acusaban sus ejércitos en medio de sus
victorias. Si no, habría sabido que le era imposible sacar de una Alemania
insuficientemente preparada para la prueba de una guerra mundial los recursos necesarios
para hacer frente a ella.

A las inquietudes que se elevaban a su alrededor, el Führer respondía insistiendo en la idea


de que los ejércitos soviéticos estaban agotándose. Con fervor acogía todos los indicios que
probaban el agotamiento del ejercito rojo y rechazaba con furor todos los indicios
contrarios. Las audacias de su estrategia, sostenía él, estaban justificadas por la proximidad
del último cuarto de hora. Toda guerra se gana con restos: frente a las ruinas soviéticas, los
restos alemanes conservaban su poder de decisión.

Pasó el verano. El otoño pasaba. Ayer tórrido, el viento de la estepa vuelve a ser glacial. La
nieve cae en la montaña y aparece en la llanura. Los jefes de cuerpo escriben informe tras
informe para pedir que se acelere el envío de los equipos de invierno. Según el calendario
del mando supremo, deberían estar alcanzados los objetivos de 1942. ¿ En
qué medida lo están o pueden estarlo aún antes de los verdaderos hielos?

En el mar Negro, Batumi debería estar tomado: faltan 500 km. No se ha


realizado ningún avance serio desde la toma de Novorossíisk, y, en el interior,
la subida al Elbrús (5800 m) parece haber marcado con una hazaña deportiva
el límite del esfuerzo alemán. Compuesto del XVII alemán y del III rumano,
el subgrupo de ejércitos Ruoff combate en paisajes sublimes: bosques
vírgenes, gargantas salvajes, puntas rocosas desde donde se ve la llanura costera verdeante
y la gran mancha sombría del mar. Pero fracasan todos los intentos de bajar hacia esa
«costa azul».

En el Cáucaso central, Tifus debería ser alemán. Su vestíbulo, Ordzhonikidze, todavía no lo


es. El I Panzerarmee ha juntado en el recodo del Terek todas las fuerzas que ha podido
reunir en sus 700 km de frente, y la 13 Panzerdivision ha intentado subir por las gargantas
por las que se desliza la ruta militar de la Osetia: la dificultad del terreno, la penuria de
carburante, la resistencia soviética se han conjugado para detenerla. Más al Este, la división
Viking, formada de voluntarios nórdicos, ha intentado apoderarse de la importante zona
petrolífera de Grozni. Se ha hecho una cabeza de puente sobre el Terek, a costa de
esfuerzos salvajes, pero faltaban totalmente los refuerzos necesarios para explotar esa
ventaja. El 12 de noviembre, en medio de una tempestad helada, los Vikingos volvían a
pasar el río. En ningún sitio habrá ido más lejos la Wehrmacht.

El objetivo mismo de la campaña era Bakú. Ningún soldado alemán se acercará a menos de
600 km. «Si no tomo los petróleos de Bakú —había dicho Hitler— tengo obligación de
liquidar la guerra...»

Entre el Terek y el bajo Volga, en la estepa calmuca, una sola división, la 16 motorizada,
debería tapar el vacío de 400 km existente entre los grupos de ejércitos A y B. En realidad,
tampoco los mismos rusos llegan a saturar espacios tan desmesurados. La 16 motorizada
toma Elista, capital de nómadas, y una patrulla dirigida por un oberleutnant, Gottlieb,
avanza hasta a 25 km de Ástrajan. Corta el ferrocarril de Bakú, incendia un tren de petróleo
y vuelve sin haber visto un soldado enemigo. Un vacío prácticamente total se extiende entre
los ejércitos que combaten en el Cáucaso y los que se aprietan en el Volga.

Al norte de Elista, el IV ejército rumano, compuesto de dos débiles cuerpos de ejército,


esboza un frente defensivo alineándose a lo largo de una cadena de lagos que materializan
un antiguo cauce del Volga. A su izquierda, el IV Panzerarmee, capitán general Hoth,
alcanza el gran río cerca del recodo que traza para abandonar la dirección del mar Negro y
tomar la del Caspio. Hasta el 16 de setiembre ha participado en la lucha por Stalingrado, y
luego ha cedido una parte de sus unidades al VI ejército, encargado de acabar la conquista
de la ciudad. Reducida al 4º cuerpo y a la 29 división motorizada, no ha sido capaz de
tomar las alturas de Krasnoarmeisk, desde donde los soviéticos dominan sus lineas.

Se entra en el sector del VI ejército en las afueras de Stalingrado. El oficial que lo manda,
general Friedrich Paulus, es el más reciente de los grandes jefes alemanes. Con sólo
cincuenta y dos años, ex primer cuartelmaestre general, ex jefe de estado mayor del
mariscal Reichenau, ha sido llamado, no sin provocar algunos celos, a la cabeza de una de
las piezas más importantes del tablero militar. Hitler, además, ha puesto los
ojos en él para otro papel, menos envidiable: cuando Paulus tome Stalingrado,
piensa confiarle las funciones de Jodl, y hacerle su estratega particular.

El favor político no ha desempeñado ningún papel en la brillante carrera de


Paulus. Salido de un medio de funcionarios modestos, realzado socialmente
por su alianza con una buena familia rumana, es tan neutro en política como
mate en su personalidad. La obediencia hace la fuerza principal de los
ejércitos, pero la desobediencia suele hacer la gloria de los grandes jefes. Paulus es incapaz
de desobedecer.

El papel que se le ha confiado para la campaña de 1942, no ha dejado de ir haciéndose cada


vez más pesado. Las operaciones del VI ejército, al principio, se habían pensado sólo en la
curva del Don, siendo Stalingrado un objetivo accesorio, un botín más que una finalidad.
Luego lo accesorio se ha vuelto lo principal. Hitler había empezado por declarar que no
exigía la ocupación de la ciudad, que se contentaría con la destrucción de su potencial
industrial. Ahora ve en la feroz batalla que provoca, la prueba capital y decisiva de su lucha
contra la URSS.

El sitío empezó el 2 de setiembre, al reunirse, en las colinas que dominan la ciudad, el VI


ejército y el IV ejército blindado. Para los soviéticos, la causa parece sin esperanza. Todas
las comunicaciones terrestres de Stalingrado están cortadas y el aprovisionamiento de la
guarnición sólo es posible por el Volga. El general Lopatin, jefe del LXII ejército,
considera la ciudad indefendible y pide autorización para volver a pasar el río. Pero Stalin,
abandonando el sistema de defensa elástica adoptado a comienzos del verano, acaba de
proclamar que Rusia ya no tiene más territorios que ceder. El jefe del grupo de ejércitos,
Eriómenko, y su nuevo comisario político, Jruschov, reemplazan a Lopatin con un general,
Chuikov, recién llegado de Extremo Oriente. Sus consignas se resumen en una frase:
conservar Stalingrado o morir.

Stalingrado es un muelle sobre el Volga. Vuelve la espalda a la estepa y se aprieta a lo


largo del río.

Las orillas caen en pendiente brusca, que complica las relaciones de la aglomeración y el
río, pero proporciona un ángulo muerto para las armas de tiro raso. Los barrancos de
erosión, las balkas de la estepa, se prolongan en la ciudad en una serie de depresiones, la
más profunda de las cuales está ocupada por el río Tsaritsa. La ciudad vieja está al Sur. La
ciudad central, cuyo corazón es la plaza Roja, desciende por tramos de escaleras hasta el
desembarcadero del transbordador que suple la ausencia de puentes. El alineamiento de
pequeñas ciudades industriales continúa hacia el Sur. La fábrica de productos químicos
Lazur ocupa el centro de una curva ferroviaria, extremadamente visible en las fotos aéreas,
de donde su nombre figurado de Raqueta de Tenis. Viene luego la planta de acero Octubre
Rojo, la fundición de cañones Barricada y la fábrica de tractores Djerjinski. Los arrabales
de Spartokovska y Rinok prolongan Stalingrado hasta la gran extensión de agua a partir de
la cual la ancha sangría del Achtuba empieza a desmembrar el Volga. La longitud total de
esa cadena urbana e industrial supera los 50 km. Su anchura rara vez excede los 3000
pasos.

La ciudad vieja fue la primera en caer. La conquista del gran silo por la 29
división fue el primero de los fantásticos combates que dan a la batalla de
Stalingrado su carácter único. Las detonaciones resonaban en el inmenso
caparazón de cemento haciendo saltar sus tímpanos como membranas
demasiado tensas. El edificio estaba aún lleno de trigo: rusos y alemanes se
mataban en medio de una inundación dorada. Llevaron ventaja los alemanes.
A mediados de octubre, habían conquistado, en el sector Sur, una decena de
kilómetros de orilla, desde Kuperovskoie hasta el pie de las escaleras de la plaza Roja. En
el sector Norte, ocupaban una fachada equivalente, a ambos lados de Rinok. Si los rusos
hubieran sido razonables, lo habrían dejado. De Stalingrado, ya no guardaban más que parte
de los barrios industriales del Norte, así como, en la ciudad central, el pie del declive, una
banda de unas decenas de metros de ancho, que terminaba en bisel en el embarcadero. Pero
la batalla había tomado un carácter irracional. Ya no enfrentaba a dos mandos sensibles a
las lógicas militares, sino que lanzaba uno contra otro a una batalla salvaje, ya no se
retrocedía, había llegado la hora de terminar con el ejercito alemán.

Por el lado alemán, el absurdo era aún más flagrante. Cuando se vio en octubre que el
grupo de ejércitos A ya no tenía ninguna probabilidad de conquistar en 1942 los petróleos
del Cáucaso, la punta de Stalingrado acabó de perder toda clase de interés estratégico. Su
última justificación económica, la intercepción del tráfico del Volga, estaba en vísperas de
desaparecer, ya que el hielo del río debía interrumpir la navegación con más eficacia que la
presencia de los soldados de Paulus en Rinok y los de Hoth en Kuperovskoie. La tarea
principal del jefe alemán consistía ahora en recibir al invierno ruso en mejores condiciones
que el primero, abreviando y consolidando un frente desmesurado. El avance hacia Tifus y
la punzada hacia el Volga estaban a la cabeza de los sacrificios a consentir.

Pero Hitler ya no era accesible a la realidad, y los que intentaban acercársela lo pagaban
caro.

A comienzos de setiembre, un general había sido destituido por haber sostenido que había
que limitar el avance, y otro general había caído de su favor por haberle defendido. El
primero era el mariscal List; el segundo era el capitán general Jodl. Al volver de una misión
en el C. G. del grupo de ejércitos A, Jodl osó lanzar a la cara de Hitler que las faltas
reprochadas a List eran la consecuencia de las órdenes que había dado él, Hitler. El Führer
salió del cuarto lívido como si se fuera a desvanecer, erró durante horas por los bosques de
Vínnitsa, y, acabando de cerrar a su alrededor el circulo de la soledad, no volvió a comer en
la mesa de los generales, hasta su muerte. List, relevado de su mando, desaparece de la
guerra.

A fines de setiembre, también desaparece Haldér. Se mantenía en su puesto de jefe de


estado mayor, general del ejército desde la crisis de Munich. Pero su espíritu crítico, su
monóculo y su buena pronunciación, sus protestas y sus advertencias, e incluso su
catolicismo, sentaban mal a un dictador que se dejaba proclamar por sus cortesanos «el
mayor genio militar de todos los tiempos». La copa se desbordó el 24 de setiembre. «Sus
nervios y los míos —declaró Hitler— están agotados. Lo que yo necesito ya no es un
maestro de escuela, sino un hombre penetrado de fanatismo nacionalsocialista, para hacer
mi guerra en Rusia...» El que reemplaza a Halder, Kurt Zeitzler, es un simple comandante
general. Su O.K.H. sólo tiene como atribuciones el frente oriental, ya que todos los demás
teatros de operaciones están puestos directamente bajo la autoridad del
O.K.W., o sea, de Keitel. En realidad, todo está confundido bajo la
omnipotencia caprichosa y palabrera de Adolf Hitler. Desde su algarada con
Jodl, unos estenógrafos registran todas las conversaciones,
Lagebesprechungen, que tienen lugar en su cuartel general. Entregarán a la
historia un fantástico galimatías en que se ve a Hitler pasar de las
consideraciones más sublimes a los detalles más pequeños, cabalgando el
mundo, y, en la relación siguiente, desplazar una compañía; sin sentir ni una
vez la tentación de ir a ver a qué se parece la guerra ni rozarse con otros
feldgrauen que los héroes condecorados, enguantados y despiojados que sé hace presentar
de vez en cuando.

Lejos de renunciar a Stalingrado, el ejército alemán se encarniza. Todos los batallones de


ingenieros del ejército son llevados en aviones y formados como grupos de asalto para abrir
paso a la infantería en los grandes bastiones industriales. Los combates se desarrollan en
medio de un enredo de máquinas-herramientas rotas, de puentes-grúas volcados, de
armazones metálicos desplomados. La resistencia soviética es soberbia. Los alemanes
saben que no se les cederá nada, que la última piedra de Stalingrado tendrá que ser regada
con su sangre.

El 9 de noviembre, en la 19 celebración del putsch de Munich, Hitler presume: «He querido


alcanzar el Volga en la misma ciudad que lleva el nombre de Stalin. Esa ciudad, la hemos
tomado, salvo dos o tres islotes insignificantes. Me preguntan: "¿ Por qué no acaba más de
prisa ?". Respondo: “Porque no quiero un segundo Verdún. Dejo a pequeños elementos de
asalto el cuidado de acabar la conquista de Stalingrado...".

Al decir que Stalingrado está casi enteramente conquistado, el Führer apenas fuerza la
verdad. El ejército rojo conservan el embarcadero, se aferra a la Raqueta de Tenis, tiene una
parte de Octubre Rojo, así como las salidas orientales de Barricada y Djerjinski. Todo lo
demás, los nueve décimos de Stalingrado, 50 km de ruinas, es del enemigo. Todos los
edificios del centro están desventrados. Todas las casas de madera han ardido, sin dejar más
vestigio que millares de chimeneas ennegrecidas. No pudiendo cruzar el Volga, la
población ha huido a la estepa, sin recursos, y millares de civiles soviéticos han muerto de
hambre.

Donde Hitler se burla de su público, es al hacer creer que los combates de Stalingrado ya no
son más que asunto de unos cuantos limpiadores de escombros. La totalidad del 51 cuerpo,
hinchado hasta nueve divisiones, está sumergida en la batalla de calles. Los mejores
elementos del grupo de ejércitos están aspirados por ella. Lejos de tomar el asunto como un
dilettante, el Führer tiene prisa de acabar. El 17 de noviembre, en Berchtesgaden, adonde se
ha trasladado desde el desembarco angloamericano en Africa del Norte, se dirige a todos
los coroneles con mando en Stalingrado. «Conozco las dificultades de vuestra tarea. Las de
los rusos no son menores, y los hielos flotantes las van a aumentar. Espero de vuestra
energía que aprovechéis esta circunstancia para acabar la conquista de la fábrica de cañones
y la planta de acero...»

Los regimientos alemanes responden a esa llamada. El 19 de noviembre, Djerjinski y


Barricada están enteramente entre sus manos. Se han conquistado varios centenares de
metros de orilla. Los hielos que pasan por el Volga, efectivamente, interrumpen el aprovi-
sionamiento de los defensores. Chuikov hace saber que se le están acabando las
municiones, los víveres y la sangre...

El sitio toca a su término. Y entonces llega al jefe del VI ejército una orden
completamente inesperada: suspender todos los ataques en el frente de
Stalingrado...

Operación Urano: atrapados en Stalingrado

El ejército Paulus no combate sólo en Stalingrado. Curvándose como un brazo protector,


cierra el istmo que separa el Volga del Don. Franquea este último río, y, volviendo a cortar
la curva de Kremenskaia, que sigue siendo de los rusos, se extiende hasta Klietskaia. Dos
cuerpos de ejército, 8º y 11, guarnecen este frente defensivo. Más allá de Klietskaia y hasta
las cercanías de Vorónezh, en un desarrollo de 400 km, se alinean los sectores de los
aliados de Alemania: rumanos, italianos, húngaros.

Los tres ejércitos son idénticos por su debilidad. Un testigo italiano, que vio pasar en Viena
a sus compatriotas de camino hacia Rusia, anotó así su impresión: "Nuestros soldados no
tienen un aire muy marcial. Están sucios, mal equipados, y, sobre todo, muy mal
encuadrados y armados. Si realmente tienen que combatir contra el ejército ruso, en seguida
se encontrarán en mala situación. Nos oprime el corazón...". La motorización de los tres
ejércitos es prácticamente nula. El equipo, el vestuario, las transmisiones, el material
óptico, etc., son de último orden. La artillería es anticuada. La defensa antitanque no
dispone de ningún material superior al cañón de 37 mm hipomóvil. La moral es dudosa.
Como los contingentes extranjeros de la Grande Armée, los soldados tienen conciencia de
que esa guerra no es suya, y no pueden dejar de sentir las condiciones materiales y morales
de inferioridad en que combaten.

Numéricamente, la contribución húngaro-italo-rumana a la guerra es considerable. El II


ejército húngaro, el más cercano a Vorónezh, cuenta tres cuerpos de ejército, y el IV
ejército rumano, el más cercano a Stalingrado, cuenta cuatro, añadiéndose a los dos cuerpos
del III ejército en línea en la estepa calmuca, y a las siete divisiones que combaten con el
XVII ejército alemán. Como húngaros y rumanos son enemigos tradicionales, ha habido
que intercalar entre ellos al VIII ejército italiano, con cuatro cuerpos, entre ellos el alpino.
32 divisiones, de las cuales 24 en línea en el Don, hinchan así el orden de batalla de la
Wehrmacht, pero es una estimación generosa reducir su número a los dos tercios para
valorar su capacidad combativa por la norma alemana.

Esos débiles auxiliares, los generales alemanes siempre han pedido que estén
"encorsetados", es decir, diluidos en las tropas alemanas. Pero a ello se oponen
consideraciones de alta política. Los gobiernos satélites quieren ejércitos constituidos, bajo
mandos nacionales. A causa de su débil valor ofensivo, tales ejércitos reciben los frentes
pasivos. Tal es la razón por la que la protección de los dos flancos de la ofensiva hacia
Stalingrado está confiada casi exclusivamente a los aliados.

Tres frentes, o grupos de ejércitos, rodeaban el saliente de Stalingrado: frente Sudoeste,


mandado por Vatutin; frente del Don, mandado por Rokossovski; frente de Stalingrado,
mandado por Eriómenko. La idea de la maniobra consistió en atacar
simultáneamente en el Norte y en el Sur para cerrar la tenaza sobre la extremidad
oriental de la curva del Don. Una concepción más vasta, que hubiera sellado la
suerte de toda la derecha alemana, hubiera consistido en apuntar directamente a
Rostov, o incluso a Stalino, nudo vital de las comunicaciones enemigas.
Ignoramos si se pensó en ella.

"La estepa -dice Platónov- no favorecía la concentración soviética. Sin embargo,


conseguimos camuflarla. Todos los movimientos tuvieron lugar de noche. Al primer
resplandor del amanecer, las tropas se detenían, se escondían en las aldeas o se escondían
en las balkas. Nuestra ofensiva fue una sorpresa total para el mando enemigo."

Platónov se engaña. El ataque era esperado. La fragilidad del flanco defensivo era desde
hacia mucho tiempo una causa de inquietud. Ya en agosto, Hitler había señalado la
debilidad de la línea del Don, recordando que el ejército blanco ruso había sido vencido, en
1920, cuando atacaba Tsaritsin, con una ofensiva que llegaba desde el río. Los movimientos
en las retaguardias, las concentraciones de tropas en las peligrosas cabezas de puente,
habían sido señaladas en múltiples ocasiones. No se discutía, en los estados mayores, más
que sobre la cuestión de saber si el golpe caería sobre los húngaros,  italianos o los
rumanos. "Dormiría mejor -decía Hitler- si el Don estuviera defendido por alemanes."

El 7 de noviembre, en la conferencia del Führer, el nuevo jefe de estado mayor, Zeitzler,


dio a conocer un informe de espionaje según el cual cuatro días antes, en el Kremlin, se
había puesto a punto una gran ofensiva soviética contra el Don. La única reserva
mecanizada, el 48 cuerpo blindado, que se encontraba detrás del VIII ejército italiano,
recibió orden de ir a ponerse tras el III ejército rumano. Mandado por el general von Heim,
el cuerpo de ejército se componía de la 22 Panzer y de la 1ª división blindada rumana. Esta
última, de formación reciente, sólo poseía una cuarentena de tanques checos, débilmente
armados con un cañón del 37. La 22, por su parte, estaba lejos de encontrarse en
condiciones satisfactorias. Su regimiento de tanques había sido cortado en dos para formar
el núcleo de una 27 Panzer, y la mayor parte de los artefactos de reemplazo que había
recibido eran Pz. Kw. 2 y 3, incapaces de medirse con el T-34. Además, una sorpresa
burlesca esperaba a von Heim. No teniendo reserva de carburante, había dejado los tanques
de la 22 Panzer camuflados debajo de paja. Cuando los destaparon, se vio que las ratas, de
que hervía la paja, habían devorado los revestimientos de gutapercha y habían dejado fuera
de servicio la instalación eléctrica. De los 104 tanques de la división, unos sesenta se
deshicieron en un recorrido de 250 km por una ruta cubierta de hielo. Sólo 32 llegaron al
nuevo estacionamiento; otros 12 lo alcanzaron en los días siguientes. El 19 de noviembre,
el 48 cuerpo blindado, única fuerza de contraataque en la curva del Don, se componía de un
puñado de tanques rumanos desparejados y de 44 tanques alemanes.
La noche del 18 al 19 fue fantasmal. La niebla, dicen los testigos, era "como leche". A
medianoche, empezó a nevar. A las 4, la artillería rusa empezó un tiro de aniquilación
concentrado en dos estrechos sectores uno en la cabeza de puente de Serafimóvich, el otro
en la cabeza de puente de Kremskaia. A las 8, surgieron los tanques, llevando grupos de
infantes agarrados a sus superestructuras. El ataque del Oeste, V ejército blindado, cayó
sobre el 2º cuerpo rumano. El ataque del Este, III ejército de choque, cayó sobre el 4º
cuerpo rumano. No eran los rumanos los peores de los aliados. Muchas de sus unidades
eran aguerridas; algunos de sus generales eran excelentes; los soldados eran
más resistentes, más endurecidos al clima, ideológicamente mejor preparados a
una guerra contra la Unión Soviética que los húngaros, y sobre todo que los
italianos. Sin embargo, la derrota fue fulminante. La irrupción de los tanques
rusos produjo el mismo efecto que la irrupción de los tanques alemanes en
Sedán. La desbandada se extendió poco a poco, arrastrando a unidades que ni
siquiera eran atacadas. Entre las dos perforaciones, una agrupación al mando del general
Lascar se apoyó en el Don, defendiéndose con feroz energía, pero, en conjunto, el III
ejército rumano se disgregó. Por los caminos nevados, masas de hombres azotados por la
ventisca huyeron locamente. La única defensa era el contraataque. Pero las pérdidas y la
dispersión habían debilitado a la Wehrmacht en una medida difícil de concebir. Una
intervención espontánea de la 14 Panzer, a la izquierda del ejército Paulus, logró despejar al
11 cuerpo alemán, pero el 48 cuerpo blindado, sacudido entre órdenes contradictorias, se
arremolinó en el helado campo de batalla, sumergido por hordas de fugitivos, tropezando
en todas partes con fuerzas superiores y acabando por huir para no ser cercado. Von Heim,
la mitad de cuyos blindados había quedado fuera de combate por unas ratas, fue hecho
responsable del desastre y permaneció encarcelado en la prisión militar de Moabit hasta
1945.

El 20 de noviembre, mientras Vatutin y Rokossovski galopaban al Oeste del Don,


Eriómenko atacaba a su vez al Sur de Stalingrado. El 4º cuerpo de ejército alemán sostuvo
el choque, pero, como el III el día anterior, el IV ejército rumano se deshizo. El LI ejército
soviético corrió hacia Kalach, paso principal del Don, "cuello de botella" vital de las
comunicaciones de Paulus. Cuando lo alcanzó, el 22 el puente ya estaba tomado por los
soldados de Rokossovski. El elemento de D.C.A. que lo guardaba, y la batería de 155 que
lo cubría, estaban tan lejos de esperar una perforación rusa que tomaron a los T-34 que se
acercaban al Don por los tanques enemigos capturados que utilizaba la compañía de
instrucción de Kalach. Unos minutos después, el puente, intacto, era de los rusos. ¡ El VI
ejército estaba copado!

El mismo Paulus había estado a punto de ser capturado: se encontraba en su puesto de


mando de Globulínskaia, a 15 km al norte de Kalach, en la orilla occidental del Don,
cuando, a las 14 horas, surgieron los rusos. El estado mayor huyó por el Don helado,
abandonando el material de la compañía de propaganda y la vajilla de la cantina. Paulus y
su jefe de estado mayor, el general Arthur Schmidt, remontaron el vuelo en dos Fieseler
Storch y fueron a posarse en el C.G. de invierno del ejército, en Nizhri-Chirkaia, en la
confluencia del Don y del Chir, es decir, fuera de la bolsa lograda por el enemigo. Pocos
vuelcos de fortuna han sido tan bruscos. Dos días antes, Paulus podía considerar que la
toma de Stalingrado y la victoria que iba a glorificar su nombre ya no eran más que
cuestión de horas. La víspera, había recibido del jefe del grupo de ejércitos, capitán general
von Weichs, la orden inesperada de volver hacia el Oeste sus unidades móviles. Por la
mañana, trataba de comprender qué había podido pasar con tal brusquedad al ejército
vecino. Por la tarde, sin haber sido vencido, se encontraba en la situación ridícula de un
general separado de su ejército, por haber huido antes que el primero de sus soldados.
Salido de la trampa, Paulus creyó por un momento que podría dirigir desde el exterior las
operaciones de salvamento de su ejército. Hitler le telegrafió: "El Oberbefehlshaber del VI
ejército volverá a Stalingrado. El ejército se establecerá en un frente cerrado y esperará
nuevas órdenes". La situación era de las que requieren reacciones instantáneas, iniciativas
atrevidas. Las primeras instrucciones de Hitler -dictadas desde Berchtesgaden- imponían
esperar y no moverse.

Dispuesto a volar para Stalingrado, Paulus ve aparecer un compañero de desgracia,


Hoth, jefe del IV ejército blindado. Lo ha perdido todo, sus unidades alemanas, cercadas
en la bolsa de Stalingrado, y sus unidades rumanas, dispersadas por la estepa calmuca.
Entre los dos jefes, uno de los cuales representa un ejército aniquilado y el otro va a
reunirse con un ejército condenado, los adioses son rígidos, pero cargados de emoción.
El pequeño avión de Paulus vuela luego a ras de la llanura blanca, y se posa cerca de la
estación de Gumrak, a 15 km de Stalingrado, donde ya funciona el nuevo puesto de
mando del ejército.

Paulus es un jefe de estado mayor ejemplar: rapidez de análisis, facilidad de exposición. A


las 16 horas, dirige al O.K.H. un lúcido informe sobre su situación. Cercado, el VI ejército
conserva una cabeza de puente al oeste del Don, pero su flanco sur está abierto, le falta el
carburante y sólo tiene víveres para seis días.

Si la exposición es clara, a las conclusiones les falta firmeza. Paulus vacila. En Nizhni-
Chirkaia, se ha entablado una discusión. Ponerse en erizo, como quiere Hitler, implica un
aprovisionamiento aéreo hasta el momento en que el cerco sea roto por la intervención de
un nuevo ejército. El jefe de la IV Luftflotte. Wolfram von Richthofen, ha sido terminante:
mantener por vía aérea a 200000 ó 300000 hombres, empeñados en duros combates, supera
los medios de la aviación de transporte. El general de D.C.A. Martin Fiebig ha hablado en
el mismo sentido, diciendo a Paulus que sólo le queda una cosa que hacer: sacar su ejército
de la trampa sin perder una hora. Pero el jefe de estado mayor, Schmidt, ha sostenido una
opinión opuesta: una retirada, dice, sería "napoleónica", exigiría el abandono de un material
inmenso y 15000 heridos. Indeciso, Paulus se limita a pedir al Führer su libertad de acción
y el permiso de abandonar Stalingrado, "en el caso en que el VI ejército no cierre su flanco
sur".

Veinticuatro horas después, las ideas de Paulus han evolucionado. La situación le aparece a
una luz más sombría, y el nuevo mensaje que dirige al Führer propone una perforación
inmediata para salvar al menos "preciosos combatientes". Añade -a riesgo de hacerse
acusar de conjuración- que los jefes de sus cinco cuerpos de ejército, Heitz, von Seydlitz,
Strecker, Hube y Jaennicke, comparten su manera de ver.

Mientras, el jefe del grupo de ejércitos, von Weichs, ha hablado aún más enérgicamente. El
aprovisionamiento aéreo de veinte divisiones, comunica a Angerburg, no puede pretender
cubrir más de la décima parte de las necesidades. Cercado, el VI ejército está condenado a
perder en unos días la mayor parte de su valor combativo. Una tentativa de brecha
provocará la pérdida de una cantidad de material, pero no existe otro medio de evitar un
desastre total.

Hitler llega a Rastenburg el 23 a la una de la madrugada. Zeitzler, que le esperaba


devorando su impaciencia, oye que le dicen que el Führer está fatigado por su viaje y que
sólo le dará audiencia a mediodía. Protesta, invoca la urgencia, consigue hacerse recibir, y,
con gran sorpresa, encuentra a un hombre sereno. Trabajando con Jodl,
en su tren, Hitler ha hallado un medio de conjurar la crisis de
Stalingrado: llamar del Cáucaso a una o quizá dos divisiones blindadas,
que volverán a abrir las comunicaciones del VI ejército. Zeitzler replica
que hacen falta quince días para transportar una división y que el VI
ejército se agotará por completo antes. Pero cuando propone una brecha
inmediata, Hitler le pregunta con aire amenazador si piensa entonces en
abandonar Stalingrado. Ante la respuesta afirmativa, golpea con el puño y grita varias
veces: "¡ No abandonaré nunca el Volga! ¡ No abandonaré nunca el Volga ! ".

Durante el día, las noticias se ensombrecen. La cabeza de puente al oeste del Don se
mantiene penosamente. Volviendo a la carga, Zeitzler conmueve a Hitler. A las dos de la
madrugada, telefonea a von Sodenstern, jefe de estado mayor del grupo de ejércitos B, que
el Führer acepta reconsiderar la cuestión y que dará a conocer su decisión a las 8. "Parece
excluido-añade- que esa decisión no pueda ser otra cosa sino la orden de abrir brecha
inmediatamente. El VI ejército puede comenzar sus preparativos." Por una línea telefónica
que los rusos cortarán un momento después, Sodenstern comunica la noticia al puesto de
mando de Gumrak. Se difunde por la bolsa y causa la sensación de alivio que tendrían unos
emparedados que recibieran la primera bocanada de aire fresco.

A las 10, no ha llegado nada al grupo de ejércitos. Inquieto, Sodenstern telefonea a


Rastenburg, pero sólo obtiene una invitación inquieta a tener paciencia. Unos minutos más
tarde, el escucha de radio capta una orden enviada directamente por Hitler a Paulus. El VI
ejército es invitado a organizarse en el frente siguiente: Stalingrado-Norte, Cota 137,
Marinovka, Zibenko, Stalingrado-Sur. Eso traza en el mapa una especie de ameba de una
sesentena de kilómetros de largo y de una cuarentena de ancho. La cabeza de puente sobre
el Don, poterna de evasión, debe ser abandonada. El Führer termina su mensaje diciendo
que el VI ejército puede contar con él para su aprovisionamiento suficiente y su desbloqueo
a tiempo.

¡ Así, Hitler no ha podido resignarse a abandonar Stalingrado! Cuando Zeitzler se presentó


ante él, a las 8, Hitler tenía en la boca una palabra nueva: die Festung Stalingrad,
Stalingrado es una fortaleza. El VI ejército es su guarnición. Una guarnición no abandona la
fortaleza que se le ha confiado. "Si es necesario, la guarnición de Stalingrado sostendrá un
sitio todo el invierno, y la liberaré en mi ofensiva de primavera." Cuando Zeitzler intentó
demostrar que Stalingrado no tenía nada de fortaleza, Hitler empezó otra vez a golpear con
el puño. "¡ No abandonaré el Volga ..." Primera y última palabra, ilustración de la
servidumbre en que el jefe de guerra está sometido al conductor de masas; del estratega al
demagogo. El 9 de noviembre, en Munich, Adolf Hitler pronunció las palabras siguientes:
"Lo que tiene el soldado alemán, no hay fuerza en el mundo capaz de arrancárselo...".
¿ Cómo aceptaría verse desmentido tan pronto?

Zeitzler se indigna y grita también:

-¡Mi Führer! Abandonar al VI ejército sería un crimen. Significaría la muerte o la captura


de un cuarto de millón de buenos soldados. ¡Más aún! La pérdida de un gran ejército
rompería la columna vertebral del frente oriental.

Ante la palabra "crimen" -Verbrechen- Hitler se estremece. Pero sse contiene, llama al S.S.
de servicio y ordena introducir al mariscal Keitel y al general Jodl. Declara en
tono emocionado que está a punto de tomar una decisión grave y que no quiere
hacerlo sin que sus mejores colaboradores le den a conocer su opinión con toda
independencia.

- ¿Feldmarschall Keitel?

-¡Mi Führer, no abandone Stalingrado!

Keitel habló en posición de firmes, con voz teatral, los ojos llameantes, Jodl, al contrario,
pesa el pro y el contra, pero acaba por concluir que, al menos hasta nueva orden, hay que
seguir en Stalingrado.

Interrogado a su vez, Zeitzler mantiene su conclusión: brecha inmediata. Hitler escucha


tranquilamente, y luego, con cortesía glacial habla:

"Observará, general, que no soy el único de esta opinión. La comparten dos jefes que le
son superiores en grado y en experiencia. Me atengo entonces a la decisión que he tomado.
Ordeno defender la fortaleza Stalingrado."

Sin embargo, hay un punto que lo condiciona todo: la posibilidad de aprovisionar al VI


ejército con ayuda de un puente aéreo. Se hizo el invierno anterior para la bolsa de
Demiansk, pero ésta contenía menos de 100000 hombres, y Stalingrado contiene el triple.

Interrogado, el VI ejército da a conocer que 750 t al día de municiones, de carburante, de


forraje y de víveres (40 t únicamente para el pan) representan el mínimo de sus
necesidades. Interrogado, el jefe de la aviación de transporte ha respondido que 350 t
representan el máximo de sus posibilidades. Según la tradición militar, se considera que la
primera cifra es una sobreestimación deliberada y la segunda una subestimación prudente.
El eterno ausente, Göring, está en Paris, que encuentra una residencia más refinada que
Rastenburg. Consultado telefónicamente, declara que la verdad está en el justo medio. in
dem goldenen Mittelweg. Su Luftwaffe está en condiciones de depositar en la fortaleza
Stalingrado 500 t por día. Por tanto, puede garantizar la satisfacción de las necesidades
esenciales del VI ejército. Su jefe de estado mayor, Jeschonnek, lleva su seguridad a Hitler.
Omite tener en cuenta una comunicación de von Richtofen pidiendo que se dé a conocer a
Hitler su opinión sobre la imposibilidad del puente aéreo.
Para los cercados, la decisión de Hitler es un golpe terrible. La palabra "fortaleza" puede
engañar a un público ignorante, pero la "guarnición" sabe a qué atenerse. Stalingrado está
enteramente en ruinas. Las pocas localidades del perímetro cercano están quemadas hasta el
suelo. La estepa está rigurosamente desnuda. En el frente norte, se han hecho algunos
trabajos de organización del terreno durante el verano, pero los frentes oeste y sur no están
marcados ni por una zafia. El suelo helado no se deja excavar. Falta por completo la madera
necesaria para la construcción de los refugios. Los soldados no tendrán más que la tela de
su tienda como bastión contra el fuego del enemigo y contra ventiscas de -40º. Entre los
generales, la primera reacción es un movimiento de rebeldía. El jefe del IV cuerpo,
Jeannicke, lanza a Paulus: "-¡Reichenau no obedecería!". Paulus baja la cabeza: "-Ich hin
kein Reichenau; no soy ningún Reichenau". Sofoca las protestas de sus subordinados con
un argumento sin réplica: un soldado no puede más que obedecer.

Un solo general no se resigna, von Seydlitz-Kurbach, jefe del 51 cuerpo. Estaba


tan convencido de la brecha, que había evacuado sus puestos avanzados y
destruido todo lo intransportable y lo superfluo, incluidos sus calzoncillos de
repuesto y su segundo capote. Redacta para Paulus una nota, exigiendo que se
transmita a los escalones superiores. Incluso, sostiene, ni 500 aviones
transportando 1 000 t diarias proveerían a las necesidades del VI ejército. Lo
que hay que hacer es aprovechar el breve momento en que el enemigo es
todavía débil al sudoeste de Stalingrado para perforar en dirección a Kotiélnikovo. "Si el
O.K.H. mantiene su orden de resistir sobre el terreno, vuestro deber de conciencia hacia el
ejército y el pueblo alemanes os dicta imperiosamente tomar la iniciativa en vuestras
manos para evitar una gran catástrofe, la aniquilación de 200000 combatientes y la
pérdida de su material. ¡ No hay otra alternativa!"

El nombre de Seydlitz forma parte de la más alta historia militar prusiana. El Seydlitz de la
guerra de los Siete Años, amigo íntimo del gran Federico, está considerado como uno de
los mejores generales de caballería de todos los tiempos. Sin embargo, estas líneas, el
desafío más atrevido que un jefe haya lanzado nunca a Hitler, son una sentencia de muerte.
Seydlitz espera que venga a buscarle un avión para ponerle ante un poste de ejecución. Pero
von Weichs ha interceptado el memorándum, y lo que le llega a Seydlitz es la orden de
tomar el mando sobre todo el frente Norte de la bolsa. "¿Qué va a hacer? -le pregunta
Paulus.- Puesto que usted no desobedece, no me queda sino obedecer."

El puente aéreo comienza a funcionar. Un centenar de trimotores Junkers despegan de los


aeródromos de Tazinskaia y Morozovskaia, en la curva del Don, y tras haber recorrido 200
km, va a posarse en Pitomnik o en Gumrak. Vuelven a salir cargados de heridos. Las
pérdidas debidas al enemigo no son al principio muy elevadas, pero las derivadas de las
malas condiciones atmosféricas y de la fatiga del material son en seguida muy graves. El
rendimiento diario comienza en una cincuentena de toneladas y sólo lentamente se eleva
hacia el centenar. La Luftwaffe pide paciencia a los sitiados.

Se cuentan en la bolsa los 4º, 8º, 11, 51 cuerpos de ejército, el 14 cuerpo blindado; las
divisiones de infantería núms. 44, 71, 76, 79, 94, 100, 113, 295, 297, 305, 371, 376, 384,
389; las divisiones motorizadas núms. 14, 16 y 24; el 8º cuerpo de D.C.A.; los regimientos
de lanzacohetes 243 y 245; 12 batallones de ingenieros del ejército; más 149 formaciones
independientes, que van desde la artillería pesada al correo militar; más dos
divisiones rumanas y un regimiento croata. Un ejército grande, poderoso y
valiente...

La agonía del IV ejército

Para liberar a este ejército cautivo, Hitler llama a su mago militar, al estratega que le
disputa la gloria del plan de Sedán, al artillero que ha aplastado Sebastopol, al maniobrero
que ha impedido que se levantara el sitio de Leningrado, al feldmarschall Erich von
Manstein.

El 21 por la noche, en Vítebsk, Manstein recibe orden de tomar el mando del grupo de
ejércitos Don. El enunciado de su misión muestra a qué distancia de las realidades se
encuentra aún el mando supremo, y también en qué decadencia ha entrado el pensamiento
militar alemán. Manstein debe "detener la ofensiva enemiga y restablecer las posiciones
como estaban antes". El general "Taponar y Volver a Empezar", Gamelin, se ha convertido
en el maestro de su vencedor.

Manstein no se apresura. Mejor que entregarse al azar de un vuelo en medio de tormentas


de nieve, viaja en su tren de mando y llega sólo el 24 a Starobelsk, C.G. del grupo B, que él
debe desmembrar para formar el suyo. Allí, mide la gravedad de la situación, la dificultad
de su tarea y la pobreza de medios que se le dan para cumplirla.

A las órdenes de Manstein se ha puesto el VI ejército (encerrado en Stalingrado y clavado


al suelo por la orden de Hitler), el III ejército rumano (que sólo tiene intacta el ala
izquierda) y el IV ejército rumano (más destruido aún que el III). Dispone todavía de los
restos del 48 cuerpo blindado y del destacamento de ejército Hollidt, formado por una
amalgama de tropas alemanas y rumanas. Finalmente, varias divisiones blindadas están en
camino. Dos, la 23 procedente del Cáucaso, y la 6ª que llega de Francia, van a reconstituir
al sur de Stalingrado el IV Panzerarmee, encargado de desbloquear a Paulus, Otra, la 17, se
unirá después.

Concentradas y reposadas, tales fuerzas ya serían insuficientes para la doble tarea


consistente en detener la ofensiva soviética y salvar al VI ejército. Pero están fatigadas,
incompletas y dispersas. Los refuerzos procedentes de Francia y del Cáucaso se arrastran
por vías férreas dislocadas, con los hombres sufriendo el infierno del frío en vagones
abiertos a todos los vientos. Las demás unidades están diseminadas en un campo de batalla
de 800 km, que va desde el Don, en el que Hollidt apoya su ala izquierda, hasta la estepa
calmuca, donde la 16 división motorizada prosigue en el vacío su misión de enlace entre el
Cáucaso y el Volga. Es una pena que el Ejército Rojo se detenga en el Chir, ante un residuo
de ejército formado por fugitivos interceptados en su huida, soldados de la Luftwaffe,
hombres con permiso del ejército Paulus, etcétera, en vez de correr hasta Rostov, donde
cortaríán las líneas de retirada del grupo de ejércitos A. Pero la estrategia soviética,
metódica, no trata de quemar las etapas, no se precipita sobre las ocasiones demasiado
brillantes, y tampoco valora con exactitud el desgaste de su formidable adversario del año
anterior. El mando soviético podría imponer a Manstein una batalla desesperada por
Rostov. Le deja respiro para una tentativa suprema por Stalingrado.
Esa tentativa suprema, el mariscal Eriómenko declara que habría tenido
éxito si se hubiera llevado con audacia. «Hasta el 24 de diciembre —
dice— no tuvimos en el sector de Kotiélnikovo más que fuerzas poco importantes. El LI
ejército era muy débil y el 4º cuerpo de caballería representaba una densidad de menos de
un pelotón por kilómetro... Ya el 4 de diciembre, la 6ª Panzer, completa y fresca, puesto
que llegaba de Francia, habría podido abrirse camino hasta los cercados... Una vez más,
los hitlerianos fueron víctimas de su rutina. Manstein nos regaló diez días.»

Manstein había empezado por preparar una maniobra sabia. En la curva del Don, Hollidt
debía atacar para recobrar Kalach. El 48 cuerpo blindado, reconstituido con la 2ª Panzer,
debía salir de la cabeza de puente que había conservado ante Nizhni-Chirkaia para apoyar
el ataque principal hecho por el 47 cuerpo blindado, partiendo de la región de Kotiélnikovo.
Pero la agrupación Hollidt está toda ella absorbida por la defensa del Chir, y, lejos de poder
participar en la ofensiva, el 48 cuerpo es expulsado de su cabeza de puente. En. vez de un
empujón concéntrico, el intento de desbloqueo se reduce a un esfuerzo único del 57 cuerpo.
Fijado para el 2 de diciembre, el ataque se aplaza hasta el 8, y luego hasta el 12, por la
lentitud desesperante de los transportes.

Además, existe un conflicto de concepciones entre Manstein y Hitler. El desbloqueo de


Stalingrado se considera por los dos diferentemente.

El mariscal quiere recuperar al VI ejército para reintegrarlo en las fuerzas móviles del
frente oriental. Lo ve saliendo por la brecha abierta, yendo a reconstituirse en la región de
Rostov. Análogamente, ve el grupo de ejércitos A retirándose del Cáucaso hasta el Don.
Con la masa de maniobra reconstituida por el acortamiento del teatro de operaciones,
Manstein cree posible romper la ofensiva soviética y quizás infligir al ejército rojo la
derrota decisiva tan esperada. Aspira a dirigir el conjunto de la batalla, y, cuando demuestra
la necesidad de un jefe supremo del frente oriental, no hay duda sobre quién piensa.

Ese papel, nadie discute que Manstein sea el más, y quizás el único capaz de desempeñarlo.
La hora militar de Hitler ha pasado. Si es cierto que, al comienzo de la guerra, tuvo
admirables inspiraciones; si es cierto que sin duda salvó a la Wehrmacht en el invierno
1941-1942; si también es cierto que el plan de su campaña de verano representaba su última
probabilidad de evitar a Alemania una derrota global, también es cierto que él es ya para
sus ejércitos el mayor peligro y el más cruel enemigo. Todo pensamiento estratégico se ha
borrado de su cerebro, sin dejar más que la voluntad feroz y ciega de guardar todo lo que ha
conquistado. Desbloquear Stalingrado no representa para él la recuperación de un ejército
para recobrar la iniciativa de las operaciones, sino sólo la posibilidad de conservar el pie
que ha puesto en el Volga.

La marcha hacia Stalingrado empieza brillantemente. De las dos divisiones blindadas del
47 cuerpo, la que viene del Cáucaso, la 23, se ha reducido a una cuarentena de tanques,
pero la que viene de Francia, la 6ª, está completa. El primer choque la lleva a la cortadura
del Aksaj, que franquea el 13. A su derecha, a pesar de su debilidad, la 23 avanza a lo largo
de la vía férrea, en que se ha logrado acumular 3000 t de víveres y de carburante para los
sitiados. El 19, se alcanza el Mishkova. 130 de los 180 km que separan al IV ejército
blindado del VI ejército están franqueados, y los liberadores ven en el cielo los proyectores
de los que defienden Stalingrado.

Manstein, sin embargo, no se hace ilusiones. Sabe que los acontecimientos que se
precipitan ante Rostov no le dejan más que un tiempo estrechamente limitado. La única
probabilidad del VI ejército es que se ayude a sí mismo, saliendo rápidamente al encuentro
de Hoth. Manstein se lo ordena, multiplica las conversaciones radiofónicas con Paulus, y
preocupado por las reticencias de éste, envía a la bolsa a un oficial de su estado mayor, el
comandante Eismann, que vuelve confirmando el singular estado de espíritu en que se
encuentran el jefe del VI ejército y su jefe de estado mayor. Su tesis es que ellos no tienen
nada que ver con el cerco, y por tanto que tienen derecho a esperar que les
liberen. Estiman que la movilidad del centenar de tanques que les quedan se
limita a una treintena de kilómetros, de modo que se quedarían parados por
falta de carburante, condenados a una destrucción total, si atacaran antes de
que Hoth hubiera llegado al menos a esa distancia. Eismann replica en vano
que el riesgo que rehúsan asumir no es nada al lado del riesgo de morir de
hambre o de pudrirse en el cautiverio. Paulus y Schmidt son inconmovibles, y
cuando Manstein invoca la autoridad del mariscal von Manstein, ellos
invocan una autoridad más alta, la del Führer.

En efecto, la salida de la guarnición de Stalingrado, es Adolf Hitler quien la prohíbe. A


Zeitzler, que se la pide mañana y noche, le responde que considera que el VI ejército ha
salido de la dificultad, y que, lejos de admitir el abandono de Stalingrado, piensa extender
sus conquistas sobre el Volga. Un día, creyendo haberle convencido, Zeitzler le pone a la
firma la orden de abrir brecha. Hitler firma y luego añade con su propia mano esta
condición que lo destruye todo: «bajo la reserva expresa de que el ejército continuará
manteniendo la línea del Volga...».

Por lo demás, la cuestión está zanjada. Una nueva catástrofe hiere a las armas del Eje y
sella el destino del ejército sitiado en Stalingrado.

Tras la derrota rumana, el frente casi se ha estabilizado al oeste del Don. Sigue el curso del
río hasta Veshenskaia, vuelve hacia el Sur, se une al Chir, siguiéndolo hasta su confluencia,
y vuelve a encontrar el Don al norte de Potiómkinskaia. Muy helados, los cauces de agua
no tienen el menor valor de obstáculo.

Las posiciones defensivas son inexistentes y la estepa sólo opone su nieve al avance de los
tanques. El termómetro baja a -30º - -35º, con gran sorpresa de los italianos, a quienes sus
aliados habían asegurado que el frío no superaba los -6º en el sur de Rusia.
Insuficientementte vestidos, mal alimentados, los hombres se encogen. A veces, el sol crea
una magia de nieve pero el tiempo normal es una niebla helada, que sólo se levanta para
descubrir un cielo plomizo.

Desde el Este hacia el Oeste, el frente está sostenido por los restos del III ejército rumano,
el destacamento de ejército Hollidt, el VIII ejército italiano y el II ejército húngaro. Nadie
disimula que el eslabón más débil de esa larga cadena es el italiano. Hitler se inquieta por
ello, en el informe del 12 de diciembre, pero no existe ninguna fuerza alemana disponible
para «encorsetar» las divisiones del general Gariboldi. Estirados en 270 km de frente,
cuatro cuerpos de ejército italianos, 29, 35, 2º y cuerpo alpino, esperan un choque cuya
preparación leen ya con claridad los estados mayores.

Se produce el 16 de diciembre. El 1 ejército soviético de la guardia cruza el Don en la


niebla y cae sobre el centro del frente italiano. De nuevo, la estepa se llena de masas en
dispersión. Un testigo, el general alemán Fretter-Pico, describe el efecto surrealista que
producen bandas de soldados «sin más armas que una guitarra», que van al Oeste
cantando, a pesar del rigor del frío. Hitler telegrafía a Mussolini pidiéndole que lance un
llamamiento a sus soldados para que dejen de huir. El Duce, irritado, no contesta.

Ya el 16 por la noche, los rusos han avanzado 25 km. Los días sucesivos, la ofensiva se
amplía. En la derecha rusa, el VI ejército soviético marcha hacia
Voroshilovgrado y Stalino. A la izquierda, el III ejército de la guardia y el V
ejército blindado extienden el ataque al frente del Chir. Envuelto, el grupo
Hollidt combate en condiciones difíciles. Están amenazados los pasos del
Donets inferior, Kámensk, Shatinsk y Forchstadt. Rostov está en peligro.
¡ Está a la vista un super Stalingrado de un millón de hombres!

La situación del IV Panzerarmee es especialmente aventurada. Mientras se


desploma el frente alemán, mientras el avance ruso amenaza Rostov, se aferra
a la hondonada del Mishkova, esperando que el ejército Paulus se decida a salir de
Stalingrado. El carácter sagrado de una misión consistente en salvar a 200000 camaradas
mantiene la moral, pero Hoth no deja de advertir que se sostiene por un pelo, y que su
retirada es sólo cuestión de horas si el VI ejército no sale a su encuentro. Dos días antes de
Navidad, un llamamiento del grupo de ejércitos precipita esa retirada: Manstein, al informar
a Hoth de la situación al oeste del Don, le pide que se prive de una de sus divisiones
blindadas para tratar de restablecer el combate en la región de Morozovskaia. Hoth,,
consciente del peligro, designa la más fuerte, la 6ª. Esta se pone en camino en dirección a
Potiómkinskaia, en medio de una tormenta de nieve, llevándose la última probabilidad de
salvar a los sitiados de Stalingrado.

Se ha dejado pasar Navidad, y luego la ración de pan se ha reducido de 200 a 100 gramos.
El 1 de enero, el servicio sanitario señala los primeros fallecimientos por inanición. Se ha
demostrado que el VI ejército no puede ser aprovisionado por vía aérea. Para mantener la
promesa de su culpable jefe, la Luftwaffe hace en vano un heroico esfuerzo, y acepta
pérdidas que, con 536 transportes, 149 cazas y 123 bombarderos, harán de Stalingrado una
batalla aérea tan costosa como la batalla de Inglaterra. Pero las condiciones meteorológica
son especialmente desfavorables: cuando el cielo está claro sobre Stalingrado, suele estar
cubierto en la región de Rostov, e inversamente, de tal modo que el funcionamiento del
puente aéreo se ve estorbado o a la salida o a la llegada. Al tomar los rusos Tazinskaia y
Morozovskaia, los aeródromos de salida se trasladan a Salsk, Novocherassk, y Cheretkovo,
lo que dobla la distancia y reduce el rendimiento de los aparatos. ¡ La media diaria de las
entregas, durante todo el sitio, no superará las 94 t, menos de la quinta parte de la promesa
de Göring!
Para entregarle las hojas de roble de su cruz de comendador, Hitler hace salir de la bolsa al
general Hube. «Mi Führer —le dice Hube—, usted ha hecho fusilar a generales del
ejército. ¿ Por qué no hace fusilar al general de aviación que le prometió aprovisionar
Stalingrado ?»

Se ha desvanecido toda esperanza de liberación. Hoth se ha batido en retirada, al principio


paso a paso, con la cólera en el alma, y luego precipitadamente. El comienzo de 1943
encuentra al IV ejército blindado en el Kuberle, a 200 km de Stalingrado.

En la bolsa, la situación es indecible. La ración de pan se ha reducido a 50 gramos. El


carburante es tan raro que los únicos vehículos autorizados son los sidecars. Los únicos
heridos evacuados son los que tienen fuerzas para arrastrarse hasta los aeródromos. La
nieve está salpicada de montículos, que son los cadáveres de hombres muertos de hambre y
de frío.

El 8 de enero, una bandera blanca flota ante las avanzadas. Tres parlamentarios soviéticos
vienen a ofrecer a Paulus una capitulación honorable. Por orden de Hitler, Paulus la rechaza
y ordena responder con el fuego a todo nuevo intento de conversaciones. Al día siguiente,
los rusos atacan. Los alemanes se defienden desesperadamente. La baza de la batalla es el
aeropuerto de Pitomnik, por donde pasa la mayor parte del tráfico aéreo. Los rusos se
apoderan de él el 16. El aprovisionamiento ya sólo es posible por el mal terreno de
aterrizaje de Gumrak, y luego, cuando también es tomado, mediante paracaídas. Los cuatro
quintos de la bolsa están perdidos. Los alemanes son rechazados hacia el Volga, encerrados
en su conquista fatal, las ruinas de Stalingrado. El 24 de enero, Paulus se dirige a Hitler. La
prolongación de la resistencia, dice, carece de sentido. 18000 heridos yacen sin cuidados en
los sótanos. Aumenta el tifus. Se han agotado las municiones y los víveres. El jefe del
ejército pide, en consecuencia, la autorización de capitular, y el jefe del grupo de ejércitos,
Manstein, apoya su petición en una conversación telefónica de tres cuartos de hora con
Hitler. Este permanece intratable. «Prohíbo toda capitulación. El ejército debe resistir
hasta el último cartucho. Su heroísmo es una contribución inolvidable a la salvación de
Occidente.»

El 25, se reanudan los ataques rusos. El 26, el LXII ejército se une con el XXI en la colina
Mamai. El VI ejército alemán queda cortado en dos. En el Norte, lo que queda del 51
cuerpo se hace fuerte en la fábrica de tractores. En el Sur, los restos de otros cuatro cuerpos
se amontonan en la parte central de la ciudad, con Paulus que instala su último cuartel
general en el sótano del Univermag de la plaza Roja. Con prisa de acabar, los rusos
bombardean furiosamente las ruinas de Stalingrado. No responde ningún cañón, pero
cuando los soldados intentan avanzar, los últimos cartuchos les cierran el camino. El 30,
Hitler nombra a Paulus Generalfeldmarschall.

«Nunca —dice a Keitel— se ha rendido un mariscal alemán.» Del jefe que ha elevado el
Führer a la más alta dignidad militar, en consecuencia, sólo espera una cosa: su suicidio.
Ignora que Paulus ha prohibido precisamente esa puerta de salida a los oficiales, diciendo
que deben compartir la suerte de sus soldados hasta el final.
La bandera Roja de la victoria ondea ya en la Stalingrado

El 31, la lucha ha terminado prácticamente. Uno de los últimos mensajes por radio del VI
ejército describe así la situación: «Los soldados vagabundean: pocos combaten todavía; el
mando ya no se ejerce...». Un momento después, a las 5 h 45: «Los rusos están ante el
bunker; destruimos la emisora...». Luego por tres veces, la señal «C.L.» que significa:
«Esta estación no emitirá más...». Los rusos, en efecto, alcanzan el Univermag, cuyo
sótano abriga al más reciente mariscal, el primer mariscal de la derrota, creado por Hitler.
Nadie tira. Un parlamentario soviético avanza y exige una capitulación. Le llevan al
bunker, de donde sale un Paulus esquelético, casi indiferente. Sí, capitula. No, no tiene nada
que añadir al grito de lealtad, al Heil Hitler! que lanzó todavía ayer. El modelo de los jefes
de estado mayor parte en silencio hacia el cautiverio.

Conocemos, en su texto estenográfico, las imprecaciones de Hitler: «Uno se mata con el


último cartucho... Desprecio a un soldado que se rinde, como Giraud... 20000 personas se
suicidan al año en Alemania, y es absurdo que un general no sea capaz de hacer lo que
hace una mujer ultrajada... Ya no haré más mariscales... El heroísmo de decenas de
millares de soldados queda empañado por la cobardía de uno solo... Veréis que antes de
ocho días los rusos harán hablar por la radio al Paulus y al Seydlitz. Incitarán a los
hombres de la bolsa, incitarán a toda la Wehrmacht a rendirse».

Paulus no tuvo tiempo de incitar a rendirse a los «hombres de la bolsa»: los últimos
capitularon el 2 de febrero. Hitler se engañaba igualmente sobre la fecha en que Paulus
invitaría al ejército y al pueblo alemán a deponer las armas. El Nationalkomitee Freies
Deutschland sólo fue fundado el 13 de julio de 1943, bajo la presidencia del conde
Bismarck-Enkel y del general von Seydlitz. El plebeyo Paulus tardó más tiempo que esos
hombres históricos en unirse a la resistencia exterior alemana. No se decidió hasta después
del 20 de julio de 1944.

Stalingrado: El viraje inevitable hacia la victoria soviética

A comienzos de enero, cuando los sitiados de Stalingrado todavía no han perdido por
completo la esperanza de una liberación, la situación de los ejércitos alemanes en Rusia es
la siguiente:
1. El grupo de ejércitos A se sigue encontrando en el Cáucaso. Las
distancias que le separan del cuello de botella de Rostov alcanzan 400
km para el XVII ejército y 700 km para el 1 Panzerarmee.

2. Después de haber fracasado en su intento de desbloquear Stalingrado,


el IV Panzerarmee desarrolla una batalla defensiva al sur del Don.
Todavía se encuentra a 400 km al este de Rostov.

3. Sus victorias de diciembre en el Don y en el Chir han llevado a los


soviéticos al curso inferior del Donets. Se encuentran, pues, a 70 km de
Rostov; seis veces más cerca que los soldados de Hoth y diez veces más
cerca que los soldados de von Mackensen, nuevo jefe del 1
Panzerarmee.

4. Existe, al oeste de Rostov, otro cuello de botella: los pasos del


Dniéper en Dniepropetrovsk y en Zaporozhie. Desde sus posiciones de la región de
Vorónezh, los soviéticos están a 350 km solamente, contra 700 y 1000 km para los IV y 1
Panzer.

5. En el resto del frente, los alemanes no encuentran tregua. Violentos ataques se suceden
alrededor de Rzhev, de Demiansk y de Leningrado. En consecuencia, es extremadamente
difícil retirar tropas del centro y el norte para enviarlas al sur.

Durante el invierno 1941-1942, la Wehrmacht había estado en peligro sobre todo por la
violencia del clima, que congelaba y paralizaba a un ejército hecho para la guerra móvil en
las regiones templadas de Europa. En 1942-1943, el clima sigue ahí, con los sufrimientos
que impone a las tropas y los obstáculos que opone al mando. Pero el clima ya no es más
que una consideración accesoria en el peligro mortal en que se encuentran los ejércitos
alemanes: la causa esencial es la situación estratégica creada por la desmesura y el
ilusionismo de Hitler.

Su terquedad le ha hecho perder un ejército. Frente a un adversario valiente, maniobrero,


superior en número, exaltado por sus éxitos, ¿ logrará salvar a los demás, o asistirá al
derrumbe total de la Wehrmacht?

El 28 de diciembre, Hitler se ha decidido al fin a replegar el grupo de ejércitos A. Sin


embargo, en su ánimo, no se trata de renunciar al Cáucaso y volver a llevar lo más
rápidamente posible todas las fuerzas de von Kleist a la región de Rostov, como pedían
Zeitzler y Manstein. La orden precisa que el movimiento tendrá lugar paso a paso,
schrittweise, y fija sus límites: Mortovskoia, Armavir, Salsk. Hitler piensa

guardar, desde el Cáucaso al Don, un «balcón» de 200 km de ancho, desde donde espera
poder lanzarse otra vez a las presas que debe abandonar momentáneamente.

Durante todo el mes de enero, la evacuación de las regiones precaucasianas continúa. Las
inmensidades que han atravesado en el horno de agosto, los soldados alemanes vuelven a
atravesarlas bajo los mordiscos del invierno. La orden de salvar todo el material, la
necesidad de evacuar a los heridos, la pobreza de las comunicaciones, frenan la retirada. El
1 ejército blindado pide un alto de veinticinco días junto al Kuma para cubrir la partida de
155 trenes. Felizmente para los alemanes, la persecución se lleva con una torpeza que
costará disgustos a los generales que la mandan. El XVII ejército escapa sin grandes
dificultades hacia Krasnodar, y el 1 Pz. A. puede privarse del 40 cuerpo blindado para
reforzar al ejército Hoth.

A éste le incumbe una tarea dificil: mantener abierto el pasillo de Rostov, vía de evasión
del grupo de ejércitos A. Los ejércitos soviéticos LI, II y XXVIII convergen hacia él. El 7
de enero, una avanzada blindada rusa llega a 40 km de Rostov y está a punto de capturar al
mariscal von Manstein en su C.G. de Novocherkask. Hoth hace frente a la situación con la
sangre fría sonriente que le da una fisonomía particular entre los generales alemanes. Se
repliega lentamente hasta el valle del Mánich, límite de Europa y Asia, cuyo franqueo fue
celebrado por la propaganda alemana el verano anterior.

Al norte de Rostov, los destacamentos de ejército Hollidt y Fretter-Pico se consolidan sobre


el Donets. El VIII ejército italiano cubre luego 200 km, entre el Donets
y el Don, pero los dos cuerpos de ejército, vencidos en diciembre, son
casi ficticios, y un tercero, aunque lleve el nombre de 24 Panzer Korps,
compuesto de una amalgama de restos alemanes e italianos, no tiene una
sola unidad blindada. El cuerpo alpino, que no fue atacado, guarda el
Don desde Kalitva a Balka, donde comienza el II ejército húngaro. Este,
con una fuerza de tres cuerpos, al mando del general Jany, se estira hasta
las cercanías de Vorónezh, donde enlaza con el II ejército alemán del
general von Salmuth. El frente se curva luego hacia el oeste, para ir a
soldarse, cerca de Kursk, con el ala derecha del grupo Mitte.

En peor, la situación es parecida a la de noviembre. Un frente desmesurado, 600 km en


línea recta, está a cargo de una cuarentena de grandes unidades, menos de un tercio de ellas
alemanas. Cuando no han desaparecido por completo, las divisiones que han sufrido el
choque ruso ya no son más que fantasmas; dos o tres batallones reconstituidos con fugitivos
y desprovistos de material. En ninguna parte existe segunda posición, y los refuerzos
enviados por el O.K.H. se reducen a media docena de divisiones, entre las cuales el cuerpo
blindado y la división Grossdeutschland.

La ofensiva soviética de enero es la reedición de las dos precedentes. Los soviéticos atacan
en dos sectores, en el centro y la derecha del ejército húngaro, cerca de Korotojak y de
Kalitva. Perforan sin dificultad, y luego lanzan en abanico sus unidades mecánicas y su
caballería. Los húngaros, prácticamente, no luchan. Por tercera vez, el flanco que protege
las comunicaciones vitales del ejército alemán, se rompe como vidrio al primer choque.

Descubierto por la desbandada húngara, el cuerpo alpino queda envuelto. Se desprende,


escapa al cerco, y, al cabo de quince días de lucha, logra recobrar contacto, sobre el Donets,
con fuerzas blindadas alemanas. Esta retirada, en un frío severo, en medio por completo de
las masas enemigas, acaba con una hazaña de valentía y de resistencia la desgraciada
participación de Italia en la guerra en el frente oriental. El gobierno italiano pide la
repatriación de sus tropas para defender la metrópoli amenazada. Keitel
rehúsa los medios de transporte ferroviarios: será a pie, 1000 km por rutas agotadoras,
como los supervivientes del VIII ejército —110000 hombres de 230000— tendrán que salir
de Rusia.

En el sector de Vorónezh, la situación no es menos grave. El XL ejército soviético invade


las retaguardias del II ejército alemán. El 26 de enero, los rusos se apoderan del nudo de
comunicaciones de Gortschetschnoie, a 80 km a espaldas de los alemanes. Un nuevo ataque
procedente del norte corta en Kastornoie el único enlace ferroviario de von Salmuth. Hitler
ha esperado hasta el último momento para renunciar a la absurda idea de una Festung
Vorónezh, que, con una guarnición de tres divisiones, no habría podido ser otra cosa que un
segundo Stalingrado en pequeño. En la ciudad en ruinas, se cargan trenes con la masa de
provisiones y municiones acumuladas para un asedio. ¡ Pero las vías ya están cortadas por
el enemigo!

Se evita lo peor. Lanzadas precipitadamente hacia el oeste, las divisiones liberadas por el
abandono de Vorónezh vuelven a abrir el paso. Salmuth forma su ejército en una columna
espesa, que se abre paso en un solo bloque, acosada por los flancos, dejando un rastro de
armas, vehículos y cadáveres rápidamente petrificados. Nada tan parecido a la retirada
napoleónica como esta marcha forzada, en un frío de -25º, entre un viento estridente.

Junto al Oskol, a medio camino entre el Don y el Donets, los alemanes tratan de aferrarse
otra vez. Pero no se ha terminado la voluntad agresiva de los rusos. El resultado triunfal de
la batalla de Stalingrado exalta su moral. Ha desaparecido el complejo de inferioridad bajo
el cual habían combatido tanto tiempo el mando y la tropa. Rusia se siente segura de la
victoria. Los nuevos planes que traza para la liberación de su territorio muestran, en su
atrevimiento, esa maravillosa certidumbre. Tres grandes ciudades rusas han de ser
inmediatamente liberadas: Kursk, Járkov y Rostov. Hay un objetivo estratégico decisivo:
los pasos del Dniéper. Si las tropas soviéticas consiguen apoderarse de ellos, habrán
realizado el super Stalingrado que es la pesadilla de los generales alemanes.

Los alemanes, por su parte, se han apuntado un resultado: han salvado provisionalmente sus
I y IV ejércitos blindados. A costa de una doble lucha, contra el Ejército Rojo y contra
Hitler.

Esos dos ejércitos blindados, Manstein piensa transferirlos al ala norte de su grupo de
ejércitos para vencer a las fuerzas rusas que avanzan hacia el Dniéper. Hitler piensa
guardarlos al sur del Don, dispuestos a partir otra vez a la conquista del Cáucaso. Sólo el 22
de enero se resigna Hitler a modificar su plan. Sólo el XVII ejército se queda en el Kubán,
reaprovisionado por Crimea, a través del estrecho de Kerch. El 1 Panzerarmee vuelve a
pasar el Don, pero sigue aún en Armavir, a 300 km, y aún hace falta que el pasillo de
Rostov siga abierto bastante tiempo como para permitirle escapar. Ahora bien, el 20, los
soviéticos han alcanzado el aeropuerto. ¡ El paso está casi cerrado!

Manstein se juega el todo por el todo. Aunque el frente del Donets amenace derrumbarse,
hay que pasar al sur del Don a los 7 y 11 Panzer, cuyo contraataque breve y violento barre a
los soviéticos hasta el bajo valle del Mánich. El 31 de enero, los blindados de Mackensen
comienzan a franquear el puente de Rostov. Vuelven de la mayor distancia que hayan
alcanzado los soldados alemanes, y, sin haber sido vencidos, su larga marcha de retroceso
les ha infligido un grave desgaste. Muchas unidades, entre las cuales la 50 división entera,
se han quedado en la cabeza de puente del Kubán, donde se amontonan inútilmente 400000
hombres. El salvamento del ejército Mackensen sólo aporta a Manstein cuatro divisiones,
dos de ellas blindadas.

Una cuestión dolorosa se plantea ahora al mando alemán, la de la curva del Donets. Si los
alemanes quieren conservarla, deben emprender en ese saliente una batalla encarnizada,
mientras que, a 400 km al oeste, la amenaza hacia el Dniéper y el peligro de un cerco de
toda el ala derecha crecen de hora en hora.

Convocado el 6 de febrero a Rastenburg, Manstein sostiene una discusión agotadora. Los


territorios que propone sacrificar para recuperar sus fuerzas móviles y desprender su
derecha, forman parte de la gran zona minera y metalúrgica que Hitler sostiene que le es
indispensable para proseguir la guerra. Técnicos alemanes han vuelto a abrir las minas y a
encender los altos hornos. Para no abandonar su conquista, Hitler lucha contra su mejor
general con una energía apasionada. ¿ No puede esperar un poco Manstein antes de
consumar el sacrificio? Los soviéticos, que han sufrido pérdidas terribles, ¿ no están esta
vez en el límite de sus fuerzas? La situación en el Dniéper, ¿ realmente es tan
dramática, y el cuerpo blindado S.S. enviado a esa región no basta para
equilibrarla? El deshielo precoz, el ablandamiento de los caminos, el comienzo
del deshielo, ¿ no anuncian la llegada del Schlammperiod y la próxima detención
de las operaciones activas? Manstein responde que no cree posible jugar la suerte
del ejército sobre esperanzas tan frágiles, y Stalingrado todavía está demasiado
cerca para que Hitler se atreva a dar la orden de encerrarse en Rostov. Manstein
vuelve a partir con una extensión de su mando hasta el oeste de Járkov, habiendo
sido suprimido el grupo B, y el II ejército unido al grupo Mitte. El grupo Don,
que ya no toca el Don en ninguna parte, se llamará ahora el grupo Süd.

El 14 de febrero, los soviéticos recobran Rostov por segunda vez. El 17, el


destacamento Hollidt vuelve a pasar al Mius. Los ejércitos alemanes han vuelto a
sus posiciones de primavera. En siete meses, han avanzado y retrocedido 800 km,
lo cual es comparable, en tiempo como en distancia, al viaje de ida y vuelta de la Grande
Armée a Moscú. Como ocurrió con la Grande Armée, como ocurrió con la Francia
napoleónica, la Wehrmacht y Alemania se han dejado los músculos en esa marcha y
contramarcha prodigiosas. Veinte divisiones alemanas han perecido en Stalingrado, otras
están desgastadas hasta el fondo y cuatro ejércitos aliados se han volatilizado. El material
humano que llega de Alemania y de los países ocupados está lejos de valer por las tropas
sacrificadas. Por lo demás, la batalla de invierno no ha terminado. Veinte divisiones se han
perdido en Stalingrado, pero el doble están amenazadas por un segundo cerco en el
triángulo delimitado por Níkopol, Járkpv y Taganrog.

El 2 de febrero, el empuje del Ejercito Rojo se reanuda con una ofensiva del LXIX ejército
y del III ejército blindado en torno a Stari Oskol. Se extiende hacia el norte, al día siguiente,
por la entrada en acción de los XL y LX ejércitos. El 8, Kursk queda liberado. El 9, se
alcanza el Donets y otra ciudad importante, Biélgorod, es reconquistada a su vez. El jefe del
XL ejército, general Moskaleko, explota atrevidamente su ventaja y se lanza sobre Járkov.
El 15, está a las puertas de la gran ciudad (900000 habitantes), segunda capital de Ucrania.
Hitler ha dado orden de defenderla hasta el último cartucho —como en Stalingrado—, pero
ocurre una cosa extraordinaria y providencial: el Oberstgruppenführer Hausser, jefe del
cuerpo blindado S.S., desobedece. Para salvar su cuerpo de ejército, abandona Járkov. El
Ejército Rojo entran el 16, casi sin combate.

Viniendo inmediatamente después de la pérdida de Rostov, en coincidencia con la


evacuación de Demiansk, y quince días después de la capitulación de Stalingrado, la noticia
produce en Alemania un efecto de consternación. ¡ El frente oriental se derrumba! Después
de los rumanos, los italianos y los húngaros, son los invencibles alemanes quienes se
descomponen a su vez.

La ofensiva continúa. El Dniéper está amenazado en 500 km. Los ejércitos victoriosos en
Járkov marchan hacia Kremenchug. Atacando sobre el Donets medio, el VI ejército
soviético no está más que a 200 km de Dniepropetrovsk: recorre las dos terceras partes en
ocho días. La toma del nudo de vías férreas de Losovaia corta una de las líneas de
aprovisionamiento del grupo Manstein. La toma de la estación de Sisitnikovo corta otra.
Queda una tercera, que cruza el Dniéper, en Zaporozhie: los soviéticos la tocan. La defensa
del río está confiada sólo a unidades de D.C.A., a la Feldgendarmerie y a formaciones de
circunstancias llamadas Alarmeinheiten, compuestas por hombres de los servicios. ¡ La
tragedia de Kalach amenaza reproducirse en el Dniéper!

En el este del grupo de ejércitos, el nuevo frente alemán también se agrieta. Un cuerpo
blindado soviético ha abierto brecha sobre el Mius, en Matvejev Kurgan. Un cuerpo de
caballería ha abierto brecha sobre el Donets. En lugar de emplear el 1 Panzerarmee para
despejar su ala izquierda amenazada, Manstein debe consagrarlo a consolidar su ala
derecha que se desmorona. Para salvar los pasos del Dniéper, no le queda más que el IV
Panzerarmee que viene del Don, y que se retarda por el comienzo del deshielo. ¿ Llegará a
tiempo?

La situación es tan crítica que Hitler hace lo que no se había dignado hacer en el momento
de las angustias de Stalingrado: se desplaza. Manstein le ve llegar el 17 de febrero a
Zaporozhie. Es un C.G. de grupo de ejércitos, o sea, un lugar que, en las condiciones
normales de la guerra, disfruta de una seguridad total. Pero las condiciones son anormales.
Una brigada blindada soviética merodea a 50 km y la única tropa que defiende Zaporozhie
es la compañía de guardia del C.G. Manstein sólo respira al cabo de cuarenta y ocho horas,
cuando el Condor que ha llevado a Hitler vuelve a partir entre un enjambre de
Messerschmitt.

Esa angustia tiene una ventaja: habiendo tenido miedo, Hitler comprende que la situación
es grave. Llegaba con la intención de recobrar en seguida Járkov, cuya pérdida le ha
alcanzado en la fibra dolorosa del prestigio. Accede a renunciar. En vez de volverse a
lanzar hacia el norte, el cuerpo blindado S.S. sé concentra en torno a Pávlograd para
participar en la contraofensiva de la IV Panzerarmee. Hoth ataca, pues, a ambos lados de la
profunda brecha rusa con cinco divisiones rápidas, las Panzer 48 y 57 y el S.S.
Leibstandarte, Das Reich y Totenkopf.
La situación evoluciona. El mando soviético, reconoce Platónov, había
cometido un error: había creído que los alemanes volvían a pasar el Dniéper,
y que su victoria había llegado a la fase de la persecución. La contraofensiva,
bien agrupada y bien dirigida, cae sobre fuerzas soviéticas dispersas y escasas de
municiones. El 1 de marzo, se ha evitado toda amenaza hacia el Dniéper, se cuentan 23000
cadáveres soviéticos en el campo de batalla, y se capturan 615 tanques y 354 cañones. En
cambio, los alemanes no hacen más que 6000 prisioneros. Los soviéticos mueren y ya no se
rinden.

Manstein habría querido quedarse ahí. Pero Hitler no olvida Járkov. Por orden suya, Hoth
cerca la ciudad, que es recuperada, el 14 de marzo, por la división Grossdeutschland. El
frente alemán vuelve a trasladarse al Donets, hasta las cercanías de Voroshilovgrado, y al
Mius, hasta Taganrog. Luego, la tregua bianual del barro separa a los combatientes.

Después de haber bordeado y requerido el desastre, el ejército alemán está salvado. Una
clara lección militar se desprende de la operación magistralmente llevada por Manstein: en
la guerra de movimiento, en la maniobra es donde los alemanes conservan aún una
superioridad. Con la gran ventaja de combatir en tierra soviética, las ciudades perdidas y el
terreno cedido no tienen la menor importancia. La ofensiva, tal como la han practicado en
1941 en su ofensiva hacia Moscú y en 1942 en su marcha hacia el Cáucaso, ya no está a su
alcance. La defensiva estática, en un frente imposible de guarnecer, les condena a sufrir la
superioridad material del enemigo. La única estrategia que responde a su fuerza es la
defensiva-ofensiva, basada en la réplica y en la maniobra de las reservas. Pero impone un
acortamiento draconiano del frente, un repliegue sobre la línea del Duna y del Dniéper, o
sea, el abandono de la parte industrial de Ucrania, de toda Rusia central y de las avanzadas
de Leningrado, y eso es algo a lo que Hitler y el mando nazi no están dispuestos a
consentir.

También podría gustarte