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Introducción
Hoy nos enfocaremos en un evento muy especial en la historia de la humanidad: la promesa del
nacimiento del Salvador, que nos recuerda cuán grande es el amor de Dios, y que todo lo que el Señor
promete sin duda se cumplirá.
El nacimiento de Jesús fue profetizado en Isaías 9:2:
“El pueblo que andaba en tinieblas vio gran luz; los que moraban en tierra de sombra de muerte, luz
resplandeció sobre ellos”
El pueblo de Israel esperaba un rey como David, alguien fuerte políticamente que los liberara del
poder del Imperio Romano. Sin embargo, Jesús vino de la manera menos esperada, trajo salvación
para toda la humanidad desde un humilde pesebre.
Lo que verdaderamente necesitábamos era el perdón de nuestra alma. Fue por eso que el Hijo de
Dios vino a morir en la cruz del Calvario para tomar nuestro lugar y librarnos del peso del pecado.
El anuncio del nacimiento fue narrado en diferentes pasajes de los evangelios, como es el caso de
Lucas 1:
Gabriel se le apareció y dijo [a María]: “¡Saludos, mujer favorecida! ¡El Señor está contigo!”.
Confusa y perturbada, María trató de pensar lo que el ángel quería decir. —No tengas miedo, María
—le dijo el ángel—, ¡porque has hallado el favor de Dios! Concebirás y darás a luz un hijo, y le
pondrás por nombre Jesús. Él será muy grande y lo llamarán Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará
el trono de su antepasado David. Y reinará sobre Israel para siempre; ¡su reino no tendrá fin! —
¿Pero cómo podrá suceder esto?— le preguntó María al ángel—. Soy virgen. El ángel le contestó: —
El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por lo tanto, el
bebé que nacerá será santo y será llamado Hijo de Dios. […] Pues la palabra de Dios nunca dejará
de cumplirse. (Lucas 1:28-35,37 NTV)
¿Confías tú también en lo que Dios está por hacer en tu vida? ¿Estás preparado para ver lo nuevo de
Dios? No importa cuán extrañas e irreparables parezcan tus circunstancias: alábale con todo tu ser,
pues la Palabra del Señor vive y permanece para siempre; lo que está escrito se cumplirá. Como María,
que nuestro espíritu se alegre en Dios mientras esperamos que Él actúe.
Teniendo en cuenta estos pasajes bíblicos, veremos algunas verdades espirituales que nos enseñan
sobre las maneras en que Dios obra:
La disposición de esta joven mujer y la fe de aquellos que mantuvieron firmes las promesas
mesiánicas a pesar del tiempo, marcaron la diferencia.
Dios busca corazones expectantes, hambrientos, necesitados de Él. Por tanto, debemos esperar,
sedientos y deseosos de tener un toque de Dios, aún en un tiempo en donde encontremos a nuestro
alrededor indiferencia espiritual y poca fe. Hay mucho valor en la fe que persevera.
Hoy el Señor sigue actuando de la misma manera: Él elige personas comunes para hacer cosas
extraordinarias.
Dios nos tiene presentes para hacer algo especial en nuestras familias y nuestra nación. Él ve nuestro
corazón, hambre y clamor, y desea que continuemos avanzando hacia las cosas extraordinarias que
tiene planificadas. No pesa tanto tu origen, sino que lo verdaderamente valioso es tu corazón para
permitirle al Espíritu Santo que obre en tu vida.
Conclusión
Cuando Jesús ya había nacido, sus padres lo llevaron al templo para presentarlo. Allí había alguien
llamado Simeón, que anhelaba la llegada del Señor:
”En ese tiempo, había en Jerusalén un hombre llamado Simeón. Era justo y devoto, y esperaba con
anhelo que llegara el Mesías y rescatara a Israel. El Espíritu Santo estaba sobre él y le había revelado
que no moriría sin antes ver al Mesías del Señor. Ese día, el Espíritu lo guio al templo. De manera que,
cuando María y José llegaron para presentar al bebé Jesús ante el Señor como exigía la ley, Simeón
estaba allí. Tomó al niño en sus brazos y alabó a Dios diciendo: ‘Señor Soberano, permite ahora que tu
siervo muera en paz, como prometiste’” (Lucas 2:25-29).
Tengamos la misma pasión que Simeón: el mismo anhelo por Jesús y por el avivamiento que esta
nación necesita. Esperar en Dios cada día le dio a este hombre el privilegio de tener al Señor en sus
brazos. Hay evidentemente una gran recompensa para los que perseveran, por aquellos que como tú
y yo tenemos la expectativa de ver las promesas de Dios cumplirse.