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Hace cinco siglos los Mayas, una de las civilizaciones más adelantadas de su época,
producían entre 50 y 100 kilos de maíz por hectárea. Hoy, un productor promedio
argentino obtiene entre 10.000 y 15.000 kilos en la misma superficie.
Sin embargo, a pesar de todos sus avances y del esplendor de su ciencia, quinientos
años no pasan en vano. Nuestra tecnología para la producción de alimentos ha
seguido el mismo camino que las ciencias y la cultura: un avance como no habíamos
conocido antes en la historia humana.
Volviendo al caso del maíz, los niveles de producción actuales equivaldrían, con las
viejas técnicas de producción, al cultivo de una superficie entre 150 y 200 veces
mayor. El progreso tecnológico ha generado el mismo efecto que si se hubiera
multiplicado por 200 el número de hectáreas cultivables. En términos productivos,
tenemos una tierra 200 veces más grande.
Este es, posiblemente, uno de los mayores desafíos del mundo contemporáneo y nos
toca muy de cerca: somos uno de los principales productores de proteínas vegetales
del mundo. Nuestro lugar en la economía global depende en buena medida de cuánto
multipliquemos nuestra eficiencia. ¿Qué empresas desarrollarán y proveerán esa
tecnología a los productores locales? Todo hace pensar que ciencia y alimentos
generarán negocios cada vez más importantes. Esta vez no nos puede tomar 500
años.