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ANTONIO COLINAS ... Selección de poemas como la hoz por el trigo.

Allá arriba, en las ramas,

La Prueba no hay luces que te ciegan, si es de día.

Y si fuese de noche,

Mira: a punto estás de penetrar en el bosque. la negrura más honda la siembran faros ciertos.

Vas a dejar la casa blanca de la cima, Todo lo que está arriba guía siempre.

tan plácida, tan llena de música y sosiego,

y ahí te espera el bosque impenetrable. Mira: te espera el bosque impenetrable.

Recuerda que la senda que lo cruza

Irremediablemente deberás cruzarlo: –la senda como río que te lleva–,

el bosque que desciende por ladera escabrosa, debe ser dulce cauce y no boa untuosa

el bosque en que no hay nadie que repta y extravía en la maraña.

y el bosque en el que puede haber de todo, Que te guíe la música que dejas

el bosque de humedades venenosas, –la música que es número y medida–

morada de lo negro, y que más alta música te saque

y de una luz que enturbia la mirada. al fin, tras dura prueba, a mar de luz.

Entra en él con cuidado y sal sin prisas, (De Los silencios de fuego)

mas nunca se te ocurra abandonar la senda

que desciende y desciende y desciende.

Mira mucho hacia arriba y no te olvides

de que este tiempo nuestro va pasando


Fe de vida que se adormecen entre narcisos y faros.

Dejadme, no con la luz del conocimiento

Esperar junto a este mar en el que nacieron las ideas (que nació y se alzó de este mar),

sin ninguna idea. (Y así tenerlas todas.) sino simplemente con la luz de este mar.

Ser sólo la brisa en la copa del pino grande, O con su muchas luces:

el aroma del azahar, la noche de las orquídeas las de oro encendido y las de frío verdor.

en las calas olvidadas. O con la luz de todos los azules.

Sólo permanecer viendo el ave que pasa Pero, sobre todo, dejadme con la luz blanca,

y no regresa; quedar que es la que abrasa y derrota a los hombres heridos,

esperando a que el cielo amarillo a los días tensos, a las ideas como cuchillos.

arda y se limpie con los relámpagos Ser como olivo o estanque.

que llegarán saltando de una isla a otra isla. Que alguien me tenga en su mano

O contemplar la nube blanca como a puñado de sal.

que, no siendo nada, parece ser feliz. O de luz.

Quedar flotando y transcurriendo de aquí para allá,

sobre las olas que pasan, Cerrar los ojos en el silencio del aroma

como remo perdido. para que el corazón –¡al fin!– pueda ver.

O seguir, como los delfines, Cerrar los ojos para que el amor crezca en mí.

la dirección de un tiempo sentenciado. Dejadme compartiendo el silencio

y la soledad de los porches,

Ser como la hora de las barcas en las noches de enero, la hospitalidad de las puertas abiertas; dejadme
con el plenilunio de los ruiseñores de junio, No la muerte tuya ni la muerte mía,

que guardan el temblor del agua en las últimas fuentes. sino la de aquellos que nos dieron la vida.

Dejadme con la libertad que se pierde Y éstos, ¿a quiénes pasarán,

en los labios de una mujer. cuando mueran, sus muertes?

Tú y yo esperando el final,

el vacío del límite,

(De Libro de la mansedumbre) mientras la vida brilla y tiembla entre nosotros

como un cuchillo inocente.

Zamira ama los lobos Y es que, esperando la muerte de los otros,

esperamos un poco la muerte nuestra.

Zamira ama los lobos.

Yo quisiera ir con ella a buscarlos Quizá, por ello, Zamira ama los lobos.

a las tierras más altas, Quizá, por ello, yo deseo también

donde los robledales rojos de Sotillo salir a buscarlos con ella este mes de diciembre

han perdido sus hojas en las fuentes, a los páramos altos, a los prados remotos.

allá donde los caballos Y podríamos ver los espinos,

beben el agua helada de las cascadas y las brasas de sangre del sol

y se espera la nieve en mimbrales morados.

como una bendición. Puesta ya en nuestros ojos

la venda de la nieve,

Tú y yo estamos en este hospital que no pensemos más, que ya no nos deslumbre

esperando a la muerte. el acre resplandor de los quirófanos.


Zamira ama los lobos, de la fuente serena.

quiere escapar del laberinto de piedra y cristal Que si la vida es un acabar,

del dolor. cual veleta, chirriando en lo más alto,

Zamira: partamos y no regresemos. allá arriba me calme para siempre,

se disuelva mi hierro en el azul.

(De Tiempo y abismo) Que si alguien, de repente, vino para arrancarme

cuanto sembré y planté llorando por las nubes,

Letanía del ciego que ve me torne en nube yo, me torne en planta,

que sean aún semilla mis dos ojos

Que este celeste pan del firmamento en los ojos sin lágrimas del perro.

me alimente hasta el último suspiro.

Que estos campos tan fieros y tan puros Que si hay enfermedad sirva para curarme,

me sean buenos, cada día más buenos. sea sólo el inicio de mi renacimiento.

Que si en tiempo de estío se me encienden las manos Que si beso y parece que el labio sabe a muerte,

con cardos, con ortigas, que al llegar el invierno amor venza a la muerte en ese beso.

los sienta como escarcha en mi tejado. Que si rindo mi mente y detengo mis pasos,

que si cierro la boca para decirte todo,

Que cuando me parezca que he caído, y dejo de rozar tu carne ya sembrada,

porque me han derribado, que si cierro los ojos y venzo sin luchar

sólo esté arrodillándome en mi centro. (victoria en la que nada soy ni obtengo),

Que si alguien me golpea muy fuerte te tenga a ti, silencio de la cumbre,

sólo sienta la brisa del pinar, el murmullo o a ese sol abatido que es la nieve,
donde la nada es todo. PARA OLVIDAR EL ODIO

(11 de marzo de 2004)

Que respirar en paz la música no oída

sea mi último deseo, pues sabed

que, para quien respira Acaso lo más duro y lo más cruel

en paz, ya todo el mundo no sea el abrir violentamente

está dentro de él y en él respira. lo negro en lo blanco:

Que si insiste la muerte, en la armonía el caos,

que si avanza la edad y todo y todos en ojos inocentes un cuchillo de ira,

a mi alrededor parecen ir marchándose deprisa, en los labios más tiernos de juventud

me venza el mundo al fin en esa luz la muerte.

que restalla. Acaso lo más duro sea el odio:

Y su fuego ese odio que establece diferencias,

me vaya deshaciendo como llama ese odio que se mama en pecho de odio,

de vela: con dulzura, despacio, muy despacio, ese odio que se enseña y que se aprende,

como giran arriba extasiados los planetas. que enarbola banderas como pústulas

y que niega brutalmente el amor.

(De Tiempo y abismo) ¿Hasta cuándo en el mundo la dualidad más cruel,

la ausencia de armonía?

Nuestra patria es el mundo

y, en él, nuestros pulmones


inspiran armonía y espiran honda paz, que el odio que se mama y que se escupe,

inspiran honda paz y espiran armonía. que la sangre violada.

Por eso, hoy sabemos ya muy bien

que, como primavera temprana, Muchacha muerta que en la fotografía

como ojo inocente, como labio muy tierno, levantas dulcemente tu rostro hacia el cielo,

nunca cesa esperanza de germinar: lo hace muchacho muerto que pones tu oído en la tierra

con mayor rapidez que las mareas de sangre. como para escuchar sólo música:

estáis, en realidad, durmiendo, durmiendo, durmiendo.

Este jueves de marzo no llovía No turbéis más su sueño.

lluvia de odio: No turbéis más sus sueños.

llovían manos mansas,

que a todo y hacia todos se tendían, (De Desiertos de la luz, 2008)

suavemente,
¿Conocéis el lugar?
como marea de música,

sólo para sanar, para sanarnos.


¿Conocéis el lugar donde van a morir

las arias de Händel?


Por nada cambiaremos esa lluvia de manos bondadosas.
Creo que es aquí, en este espacio
Son las manos de un fuego que es amor,
donde se inventa la infinitud de los amarillos;
un fuego que no quema.
un espacio en el centro del centro de Castilla
Son esas manos que siempre se entregan
en el que nuestros cuerpos podrían sanar para siempre
y que nunca reniegan de palabras, ideas, sentimientos.
si tus ojos y mis ojos
Marea del amor, más poderosa
mirasen estos páramos
con piedad absoluta y el pueblo amurallado y muerto

y en donde hasta el espíritu suele arrodillarse asciende vivo sobre un horizonte de lágrimas,

para hacernos su ofrenda no sé si como un salmo

en rosales de sangre. o como una corona de piedras inciertas.

En este espacio hay un fuego blanco

en el que viene a expirar esa música ¿Conocéis el lugar donde van a morir

que nos llega de lejos, ¡de tan lejos! las arias de Händel?

Está aquí, en el centro del centro de Castilla,

¿Conocéis el lugar donde van a morir donde por los linderos morados

las arias de Händel? se tensa, como un arco, la luz;

Está aquí, en una tierra con más cielo que tierra, es un espacio en que la nada es todo

donde los ruiseñores serenan la alameda y el todo es la nada,

y la alameda serena a los ruiseñores, y en el que junio joven viene por los montes

y con la emanación vertiendo de su copa oro líquido.

húmeda del tomillo más nocturno, Es un lugar en el que el espacio y el tiempo

acude un enjambre de estrellas sólo son una hoguera

a venerar la última espina de Cristo. que arde y que mantiene su combustión

Es el lugar donde la luz gracias a nuestras vidas (quiero decir:

llora luz, gracias a nuestras muertes).

y la catedral de los cardos

alza su grito de silencio, La música que más amáis

y están solas, muy solas, las vírgenes anunciadas, aquí tiene su tumba.
encima de tus ojos.
Es la música que, a través de la respiración de las espigas,

viene a morir en la luz que respiran nuestros pechos.


Quédate aquí, no partas en la noche,

(De Desiertos de la luz) pues hay en la ciudad sagrada una morada

en la que, siendo noche, luce el día

Quédate aquí, no partas en la noche. a la hora en que tiemblan en círculo sereno

las llamas de las lámparas,

Quédate aquí, no partas en la noche. los ángeles de fuego.

La ciudad de David ya está a oscuras Habrá llegado al fin ese momento

y en el valle maldito de la Gehenna, de que sea el silencio y no la sangre

se despiertan abismos, espíritus de muertos. lo que discurra por las venas ciegas,

Sé una de las jóvenes que tornan, lo que aún hará más dulce

ascendiendo en fila por la escala de piedra, el canto o el concierto de los cuerpos.

con aceite en su lámpara,

con su lámpara ardiendo brotando de lo oscuro. Quédate aquí, no partas en la noche

porque detrás de estos sombríos muros

Allá abajo la noche tiene que haber una morada tierna

ya rueda por los montes morados, donde, callando en la quietud suave,

pero en esta ciudad tiene que haber se nos entregue todo

una morada en paz y que dé paz. en el momento de cerrar los párpados,

Verás que en esa casa hasta lo que es más duro en el instante de apagar las lámparas.

(las piedras), llegará a dormirse dulcemente Dentro de esa morada puede haber
una estancia que quedará en penumbra Será esa morada que te espera

y que, aun siendo de piedra, se pondrá a girar la que desvelará el último misterio

como música en torno de los cuerpos que de tan lejos viniste a buscar.

ebrios de plenitud.

Deja que vuelvan a su mudo origen

Quédate aquí, no partas en la noche, los sentidos, los gestos que no salvan de la herida

no te pierdas deprisa por senderos rocosos, de vivir en los límites, de un vivir sin vivir.

pues si sigues bajando llegarás Que retorne a sí mismo el corazón

al campo de la sangre del ahorcado. para acallarse y para acallarnos.

Todo lo que buscaste inútilmente No bajes hacia el valle de los muertos

a lo largo del día por este laberinto que dicen estar vivos: allí está –en el lugar

de signos y de símbolos de la ciudad antigua, de los estercoleros– la traición,

lo encontrarás seguro si te quedas el territorio del poder malsano

a oír en el silencio una música de las tinieblas.

que no se oye, la marea silente

que se lleva a los cuerpos, Quédate aquí, no partas en la noche:

que los va extraviando en su ebriedad, se encenderán las lámparas, lucernas

y luego los retorna a su centro. del olvido, y se irán deshaciendo las penumbras

del vano pensamiento.

Escúchame: espera que te diga las palabras No busques en la noche lo que tienes

que mereces, sin que abra la boca, en tu interior, posado en la palma

sin que mueva los labios. tendida y abierta de tu mano,


con la que ya me estás diciendo adiós. Cada mínima estancia es azotea.

Floto en su soledad, bebo en su sombra;

Quédate aquí, no partas en la noche: oirás si asciendo a los desvanes de la luz

cómo dentro de ti y de la piedra desciendo hasta un saber que ya no sabe.

brama la luz. La casa, en quietud, está girando

(De Desiertos de la luz) –planetario de amor–

en torno del remanso de los cuerpos.

Morada de la luz En ella voy, sin ir, a cada sitio

y a sus goces regreso sin marcharme.

El hosco cielo va rodando arriba Todo cuanto busqué, aquí lo encuentro.

y amenaza sobre los montes negros.

Esta morada es mundo sin el mundo.

Al fin será esta casa mi morada En ella suena música que arrastra hacia el sin fin,

y hasta lo que es más duro en ella (el muro marea en la que voy

de piedra tan rotundo), y vengo (¡mas tan quieto!)

dormirá sosegado en mi pupila. recibiendo respuestas sin palabras

En esta casa el tiempo es la ternura a preguntas que no mueven mis labios.

y siempre callo hasta que sea el silencio Y siento que tú estás aquí, aunque no estés,

lo que discurra dentro de mis venas. y que yo estoy en ti, aunque no estoy.

Centro donde te veo al fin ¡tan cierta!;

En mi morada no hay días ni noches. centro donde, por fin, no estando tú,

Mi morada es mi día y es mi noche. en plenitud estás para salvarme.


Epitafio para nuestra amiga Hsiu-Hsian Wu

Al fin el corazón ya ha retornado

a escucharse a sí mismo. Desde tu isla grande de Taipei

¡Qué dulzura este ir cerrándose a todo llegabas hasta este noroeste

para poder abrirse y comprenderlo todo: de todos los olvidos

nada hermosa que llega acariciando en busca de más luz,

mi piel para acallarme, sin saber que es aquí

para acallarme aún más, y serenarme! donde muere la luz.

Morada del amor, con sus anillos

de silencio que silban, mas no ahogan, Ahora, de repente, es muy negra la luz

porque la sangre de los nuestros ya y tu cabeza, como la de Orfeo,

no está para dolernos. viene rodando, entre las piedras de oro

(La sangre de los nuestros ahora es sólo de esta ciudad que amaste,

la luz de cobre que está ardiendo lenta como un turbulento fuego negro.

en torno de la copa del ciprés).

Regresarás un día siendo luz

¡Morada en la marea de la vida, que ni duele ni muere.

marea en la morada de la luz! Esa luz que nosotros no vemos,

esa luz que tú ves


(De Desiertos de la luz)
y que ya eres.

(Inédito)
Cuatro retratos de mujer de luna amarilla,

en el silencio de los rebaños como muertos,

I en el secreto negro del pozo blanco,

en el secreto blanco del alma verde

Casi cuarenta años llevaba sin saber de la isla.

dónde empezaba y dónde terminaba

el sueño de humo azul

de este valle de Atzaró, II

el que me perturbara entonces para siempre

una tarde cobriza de invierno. Reconozco muy bien esa tristeza

de que hablas en tu carta.

Tuviste que llegar tú, Mary Wu, Sientes que, de repente, te has quedado

una noche de agosto sin las raíces de tus sueños hondos,

con tu piano, con tus manos, con aquellos que viniste a comprobar

aquella melodía, que eran ciertos,

(“La canción de la luz cristalina”, de Joyce Tang), que realidad se hicieron

para que desvelases el secreto en la ciudad de las piedras de oro.

que estaba muy oculto

en el verde más verde Ahora has regresado

de los árboles opulentos, a tu isla de Kalymnos,

en el abismo de las dos fuentes, a tus costas de Jonia,

en la calma del estanque rebosante y te has dado cuenta


de que tú misma eres ya una isla. las manos y las alas

Mas tienes que pensar que esas raíces al espíritu,

que aquí echaste, que crees ya perdidas, a quienes, como tú, nos han traído

aún están arraigadas profundamente en ti. hasta aquí una ofrenda.

Te tocará ahora rescatarlas Tu ahora estás en esa Grecia extrema

a través de esos símbolos tan bellos donde, adormecidas, aún descansan

que tú muy bien conoces: las semillas fecundas

la mar, la nave, el ciprés, las ruinas, de lo que fuimos, somos y seremos.

y Homero, tu Homero; De ellas germinarán nuevas raíces.

o de esas ermitas tan azules, tan blancas,

donde lo griego y lo cristiano un día No debes estar triste.

se fundieron Tú ahora estás donde nace la luz.

para alcanzar el conocer más alto. Nosotros nos quedamos

Quizá porque debías propagar en este occidente

el saber y el sentir de tus antepasados donde una noche avanza

(razón y amor) –sobre la escarcha de los páramos,

te has visto obligada a retornar sobre un desierto de mieses cansadas–,

a tu tierra. hacia los montes más negros,

los que preludian un océano

No debes estar triste de olvidos.

porque en este continente nuestro

le estén cortando cada día más


III y llorabas.

(Clara en los Uffizi)

A la Verdad y a la Belleza sólo

Ibas despreocupada paseando le faltaban el gozo tus lágrimas.

por las salas del museo de los Uffizi,

sin saber hacia dónde dirigir tus dos ojos;

avanzabas quizá con el cansancio IV

del que ha recorrido Florencia todo el día.

No sabías que, de repente, allí No sé si esa muchacha

te iba a asaltar un poderoso símbolo: amamantada de temor, de dolor, de terror,

el de la inesperada Belleza, puede ser a la vez otras muchachas,

el ideal sublime de Belleza y Verdad, pues creo haberla visto en otras ocasiones.

ese que (todavía) nos hace a los humanos Por ejemplo, quemada por el sol,

más humanos. con su ardorosa tez,

como de barro cocido,

Botticelli fue el nombre del artista. y sus ojos abiertos

“La Primavera” el cuadro. a una lluvia de agujas de arena,

No supiste qué hacer allá en los desiertos de Tinduf.

y te quedaste muda.

Simplemente dejaste que hablase el corazón. Pero antes creí haberla visto,

Y te pusiste a llorar. escapando de una negra borrasca de espinos,

Y llorabas, corriendo desnuda,


crucificada en un aire de napalm. ¿O quizá ella estaba muy lejos,

¿O acaso estaba ella muy serena, con esas mismas piernas

de rodillas, aprisionadas en un pozo, con

abriendo la esperanza en este mundo, el agua-fango, con el agua-muerte

a la luz de una vela, acariciándole la boca,

con sus manos plegadas lamiéndole

como alas de paloma, el borde de los labios?

allí donde un día estuvo el cráter, ¿O estaba apedreada en un terreno áspero,

la furia en llamas de Hiroshima? cercada por impávidas miradas masculinas?

(A veces me parece que esa calma sublime ¿O exánime y exangüe, rescatada

de unas manos unidas, para su tumba de olvido,

de unos ojos cerrados, muerta,

la vi en otra muchacha, también de Extremo Oriente, colgada entre los brazos de su hermano?

que tenía su nuca a la sombra

de un enjambre de bayonetas.) El temor, el dolor, el terror

no pueden evitar que esa muchacha

Mas no creo que debamos ir tan lejos –que sí es y que no es otras muchachas–

para encontrarnos con esa muchacha. nos traiga paz, piedad

Aquí, muy cerca, la podemos ver y un poco de esperanza a este mundo.

sin una gota de odio, Con sus manos cerradas o sus manos abiertas,

con la sonrisa más clara y más dulce, con sus ojos abiertos, o cerrados, o sajados,

a pesar de sus piernas amputadas. con su sola presencia, esa muchacha


Ya dentro, en la penumbra,
aún le devuelve al mundo
verás un muro
la infamia que de él ha recibido.
y, en él, unas palabras muy borrosas
Viva o muerta devuelve con su rostro
de cuya sencillez brota una luz
el abismo
que, lenta, pasa a ti y te devuelve
al abismo.
al fin la libertad,

la plenitud de ser:

El laberinto invisible “Sean siempre alabadas

las palabras dulcísimas

Para el que sabe ver que sanan: paz y bien”.

siempre habrá al final del laberinto

de la vida Después, ya en soledad profunda,

una puerta de oro. verás que te hallas frente a otra puerta

que aún no puedes abrir,

Si la atraviesas hallarás un patio porque no es el momento:

con musgo, empedrado, la que quizá te lleve a otro laberinto,

y en él dos cedros opulentos con al laberinto último, invisible.

sus pájaros dormidos. ¿De él habrá salida?

(No encontrarás ya aquí la música de Orfeo,

sino sólo silencio.) (Sólo queda esperar,

Cruza el patio, verás luego otra puerta. esperar al amparo seguro

Ábrela. de esas letras borrosas


que sanan.) que se aquieten tus manos como palomas,

que echen raíces

Signos en la piedra en el silencio helado de la piedra.

Verás en ella señales muy leves,

Sigue la senda de las piedras musgosas, signos dictados por el firmamento,

la que conduce a la gran roca, los símbolos de un tiempo infinito

a la raíz del ara, que va huyendo de ti,

a la raíz eterna mas que a la vez está en tu interior:

del tiempo. revelación del alma que no muere.

Mira la nieve humilde de la cima

tutelar, No podrás ir más allá.

donde se cierra el círculo No debes ir más allá.

que se abriera en tu infancia,

donde se abre la noche del ser

en la luz que es más luz, Tarde del 31 de diciembre de 1936

donde ya no hay preguntas

ni respuestas. Piensa el sentimiento, siente el pensamiento.

(Miguel de Unamuno)

En esa nieve posa tus dos ojos.

Luego, pósalos en el ara

y respira profundo. En esta última hora, debo pensar el sentimiento

Posa también tus manos: para neutralizar el combate atroz de mi carne con el más allá,
el combate de la que pronto habrá de ser mi tumba el oro y la sabiduría de estos muros;

con el más allá. mi razón poderosa no me pudo salvar del laberinto

de esta ciudad que –siempre, siempre,

Debo pensar el sentimiento a través de las agujas con nieve de sus torres–

para llevar mi razón y mi libertad me llevaba a un más allá

al límite extremado del fuego y del hielo. de angustiosos vacíos

Pero también, en este desamparo y a un más acá de palabras airadas.

–como quien juega su última carta–

debo sentir, sentir mi pensamiento, Y, sin embargo, cómo se apaciguaba mi razón

enternecerlo, acunarlo como a niño, si me asomaba a lo hondo del pozo del claustro,

llorarlo, compadecerlo, perdonarlo, cuando oía murmullo de agua de fuente,

para que emoción, dulzura y piedad cuando sacaba a apacentar mi espíritu

neutralicen en mí definitivamente por las ásperas cumbres,

la inutilidad de la razón furiosa. por senderos ateridos y amoratados,

bajo los cementerios en llamas del cielo.

¿Dónde el término medio de los filósofos,

el hueco, o nido, o el regazo Siempre quise, pero en realidad no pude,

de la madre-esposa, de la esposa-madre, pensar mi sentimiento, sentir mi pensamiento.

para que pudiera al fin adormecerse Mas ahora lo que siento es la derrota de mi cabeza

el niño que yo fui, el niño que (acaso) aún yo soy? sobre el abismo de esta mesa camilla

Se estrelló mi palabra con la piedra del mundo. y cómo se desorbitan mis ojos

Mis razón ya no puede ordenar sedientos de verdad, sedientos


del infinito afán de conocer. (ni tampoco la lepra de la envidia).

Los “Hunos y los Hotros” desgarraron mis labios.

¿Hacia dónde irá ahora mi alma?

Cristo: ¿qué hay detrás del agua negra En este terrible límite del año que termina,

de la catarata de tu cabellera? del tiempo que se escapa,

Retírala un momento con tu mano sangrante. ya no sé si pensar o sentir,

(Si quieres, lo podrías hacer arrancando tu mano ya no sé si sentir o pensar.

del clavo del madero.) Después de tanta ardua batalla, sólo sé

Desvélame que, si pienso mi muerte,

qué puede haber detrás la siento ascender por las venas

de tu dolor y el mío, como una paz perpetua.

de tu noche y mi noche.

¡Desvélame el Misterio!

Hay frío cainita este mes de diciembre por las calles.


La Madre de Todas las Fosas
Arde el brasero a los pies

de mi soledad, Dicen que la Madre de Todas las Fosas

pero se está extinguiendo por minutos se encuentra al otro lado del océano,

la brasa de mi vida. cerca de una frontera y de un muro metálico,

Mis manos ya no pueden sostener mi cabeza. aunque pudiera hallarse en otros sitios,

Mis nervios y mis huesos ya no sienten (acaso en la sima de un mar muy cercano).

sed de inmortalidad,
Junto a ella duerme un sueño de esperanza con su televisor, bajo un cielo gris

la desesperación de muchos hombres plagado de antenas!

y mujeres que huyen

de la ciudad-infierno: Aún no sabemos que la solución

del acoso, el disparo, el hambre y la sed. puede hallarse en la raíz del ser,

A veces éstas llevan, con la bala allí donde el hombre acarició la tierra

que les quitó la vida, que daba frutos,

un hijo en su vientre; besó la leña que le daba el fuego,

o, cruzando el desierto por la noche, la piedra que fue ara,

tienen al hijo vivo abrazado y respiró la paz

al miedo de sus rostros. en la luz.

La muerte no es la vida que soñaron. Por ello, acabad

con la mercadería humana consentida,

¡Son ya tantas las quejas, tantas llevad el agua a sus pozos secos,

esas declaraciones que a nada comprometen, devolvedle el agua a cada manantial

tantas las fotos, tantas las palabras de sus aldeas,

sobre la integración y las riquezas que regrese el verdor a sus cultivos

del ilusorio paraíso, donde y al monte sus rebaños.

los cuerpos pueden ser Ofrecedles el pan de su maíz o de su trigo,

materia de mercado, el vino de su viña,

o perder lo más grave la sombra de aquel árbol de su puerta,

(el alma) habitando una chabola su mesa de madera y el descanso


de su cama con sábanas de estrellas.
ni era un poeta.

Sólo era un niño


Dejad que el ser que huye
muy pequeño y enfermo
pueda seguir sembrando en su tierra,
que intuía otros mundos
que en ella reencuentre el verdadero
cuando veía temblar
paraíso de su sangre.
de noche, en las cortinas,
Dejad a esa mujer
sombras negras.
(que hasta el nombre ha perdido)

que pueda llevar flores a la tumba


Pero llegó la luz
sin flores de su madre
a mi vida, pues olvidar no puedo
y no que ella duerma para siempre
el placer que sentí al recibir
en el olvido
el libro entre mis manos.
de la Madre de Todas las Fosas.
Y no era porque fuese un regalo,

no era por el don, feliz, de recibirlo.

Un libro de infancia Era quizás porque en el libro aquel

tú pusiste un mundo

Padre: tú me trajiste un día con tus manos

de un viaje en mis manos.

un libro de cuentos de Andersen. Y se llenó de luz la habitación,

Yo era entonces un niño y ya no había seres misteriosos

enfermo en su lecho; que me atemorizaran al temblar

yo no era un lector de noche las cortinas.


y con aquel concierto para oboe

de Marcello.
Y recuerdo muy bien

que, antes de abrir las páginas del libro,


Creo que, desde entonces, ya no he sido el mismo.
ya sentí en mi interior un sublime placer
Pocos días después se reafirmó
que describir no puedo.
aquella especie de metamorfosis
Luego, salí a los campos y sané,
en el Teatro Lírico: I Musici
pero perdí el libro,
escribieron el júbilo encendido
y con él se perdió
de Vivaldi en mis ojos.
mi infancia
¿O fui otro al seguir cada paso, cada gesto
y aquel placer incluso de sentir
de la pequeña-grande Carla Fracci
que hay otra realidad:
en el Preludio a la siesta de un fauno?
ésa en la que aún yo creeré

por siempre,
Sí, sentí que era otro en la Scala,
aunque jamás la vea.
al escuchar las sinfonías de Mahler

(cincuenta años después de que él muriera)

¿Qué fue de aquellas músicas? como una mar serena que ascendiera,

como una tormenta que llegó,

¿Qué fue de aquellas músicas de un tiempo conducida por las manos

en Europa, las de mi juventud? de Claudio Abbado.

Me recibió Milán ¿O la transformación del que fui en el que soy

con las nieves de enero se dio aquella noche en que llovía mansa-
mente sobre la estatua de Leonardo ¿Y aquel concierto en el Conservatorio de

da Vinci? Ginebra, que dieron los alumnos de Nikita

Pasaban relumbrando Magaloff?

los coches mientras dentro del teatro Un año antes yo había escuchado

la voz de ángel de Mirella Freni a Nikita Magaloff.

nos iba ofrendando cada aria Me asaltó su piano en el Teatro

de La Bohème. Donizetti de Bérgamo

(Durante el entreacto, me asomé mientras fuera arreciaba una borrasca

a la terraza. que tronchaba las ramas de los árboles.

La lluvia

había cesado. El Arte de la Fuga,

La plaza y sus palacios aquella matemática celeste

eran de plata.) de las notas de Bach

me serenó una noche en la catedral

¿Qué fue de aquellas músicas de entonces? de Berna.

¡Fueron tantas y tan Más tarde, escucharía a Bach interpretado

turbadoras, casi como un veneno que embriagara! por Ritcher, tras la puerta cerrada

Músicas en países y en anocheceres de un palacio de Bonn,

inesperados, mientras fuera mientras fuera el otoño discurría

cada estación del año con sus llamas

tejía tramas de oro, de niebla, o de escarcha por las aguas del Rin.

en mis pestañas. (A Bach lo interpretaba aquella noche


Sviatoslav Ritcher, no Karl Ritcher, hasta que, ya en la cima, me tumbaba

el que nos entregó acaso las mejores versiones sobre la nieve, bajo un sol

de los Conciertos de Brandenburgo. de hielo azul.

En el 5º y el 6º conciertos, Bach y Karl Acaso lo que hacía era huir

Ritcher nos demostraron de aquellas músicas

que el hombre y su Arte que me enloquecían dulcemente al privarme

pueden ser en la vida algo más que ceniza de la razón común.

para la muerte.

¿Y las inesperadas melodías

Y yo acababa siempre escapando de Praga en cada esquina, aquel Mozart

hacia la otra orilla que volvía a sonar en la capilla

de los lagos alpinos. donde él había actuado siglos antes?

Llevaba en el bolsillo de mi abrigo ¿Y aquella melopea del incienso

un libro de Rousseau que no leía: combinada con cantos ortodoxos

Las ensoñaciones del paseante solitario. en iglesias con frescos desconchados

Y cuando anochecía, en el monasterio

regresaba yo solo de Nauzí?

en el último barco Fueron tiempos muy duros aquellos, parecidos

hacia las temblorosas a heridas que sangraban sólo música

luces de la otra orilla. para a la vez sanarme y enfermarme,

O, de día, ascendía a las montañas. para enfermarme y para sanarme.

Seguía los senderos por los bosques


¿Qué fue de aquellas músicas de un tiempo

en Europa, las de mi juventud?


La mujer que guía a los caballos
Me extraviaron, me hicieron perder
viene de bañarse en las aguas de la noche
la razón.
y con agua salpica sus cabezas para atraer el alba.
Mas, perdiéndola,
Ella lo hace como una ofrenda.
encontré otra razón más poderosa
Ellos lo aceptan como una bendición
para mi vida.
y vuelven sus grandes ojos
Desde entonces,
para saludar a la primera luz de azufre,
creí en algo más que en la ceniza
la que quema los labios del monte;
y mi razón no es ya
luz que pasa a sus ojos
razón para la muerte.
y de ellos a los de la mujer,

que sonríe callando.


21-XII-2014

La mujer que guía a los caballos

Bajo las alas negras de los abetos ha venido por una senda

de limones y de naranjas caídos

He visto a la mujer que guía a los caballos que nadie recoge.

de los ojos dorados Pequeños soles abatidos son los frutos

que se ha detenido al anochecer que manchan de oro rojo sus pies

en el cruce de los caminos, y los cascos de los caballos.

bajo las alas negras de los abetos.

Parece no saber a dónde ir. No sé por qué, ante esta aparición,


allá en el noroeste
recordé mi infancia y, con dificultad,
con los lobos vagando
unos versos de Puskin:
por la nieve, entre robles y castaños;
“Acaso se deba al silbo del ruiseñor
un pueblo no muy lejos de un lago
el temblor de la hierba de los prados.
donde acaso nacieron, o vivieron, o murieron
Los bosques oscuros se inclinan hacia la tierra,
mis ancestros, ¡quién lo sabe!
pero debajo cuánta muerte yace”.
¿Por qué asoma hoy ese paisaje

a los dos lagos ciegos de mis ojos?

Últimas preguntas de Miguel de Cervantes Cervantes: el origen

que mi vida errabunda ignoró.

Malhadado, ¿de dónde vine y hacia dónde irá Cuando acaba la vida

ahora mi vida ya todo es un sueño para el hombre.

tras las puertas cerradas,

tras los caminos muertos? ¿Y si yo hubiese muerto en Italia?

Los caminos no van ya a ningún sitio: ¿Y si yo hubiese muerto en Lepanto?

son ellos los que vienen hacia mí. ¿Y si yo hubiese muerto en Argel?

Hoy yo soy el camino. ¿Y si hubiese muerto en las Indias,

Hoy ya soy el camino sin camino. como yo supliqué, en pago a mis servicios?

¿Y por qué viene ahora a mis ojos cerrados ¡Quizás hubiera sido otra gloria la mía!

un sueño de humedades muy verdes? Olvidar no he podido una frase

que aún sangra en mis ojos

Cervantes: una aldea, sólo un sueño cerrados: “Busque por acá


en que se le haga merced”. Nunca olvidé los versos

que en Italia leí:

¿Logra la libertad quien la persigue eran música

con desesperación que todavía arde

o está la libertad dormida en nuestros pechos, en mis labios morados.

esperando a que hagamos germinarla? Ludovico Ariosto: aquel ritmo

Y aquella otra frase, en dolor destilada, de tus versos

la que fue perla o gota lo murmullo aún

de oro, esencia de mi vida? para espantar a esa muerte cierta

¿Cómo era aquella frase que un día escribí? que ya veo a los pies de mi cama

“Porque la libertad, amigos, con su antifaz de niebla:

porque la libertad, Le donne, i cavalier, l`arme, gli amori…

porque…” ¿Era así el ritmo de aquel verso primero,

¿Y para qué tanto camino inútil el que yo traspasara hace sólo tres días

por tus huesos, malhadado? a mis palabras últimas,

¿Por qué el griterío de ventas y de cárceles, aquellas que dictara para el prólogo

tanta cansada barda de mi patria amada de mi Persiles:

bajo una lluvia de cenizas, bajo El tiempo es breve, las ansias

soles de cal? crecen, las esperanzas menguan…

¡Y pensar que yo vi los palacios ¡Cuán breve fue el tiempo

de Roma, de Florencia! y cuán largo este adiós!


Siento frío. las palabras exactas que escribí:

Hermanas: ¿por qué fuisteis La libertad es uno

como un desasosiego continuo para mí? de los más preciosos dones

Esposa: ¿por qué no estuve más que a los hombres dieron los cielos […]

a tu lado? por la libertad, así como por la honra,

Hija: ¿por qué no me bastaba y te bastó se puede y debe aventurar la vida.

mi amor y tu amor?

Madre: ¿en dónde estás ahora? Siempre hubo una vela encendida en mis noches,

¿Voy hacia ti o voy hacia un abismo? en la noche del ser y del no ser.

Y el nombre de su luz, de aquella llama

Busquen los que aquí quedan era sabiduría.

la gema que se esconde Sabiduría: ¿te encontré y te perdí,

debajo de gigantes y molinos, o te logré salvar con mis palabras?

de farsas, burlas y de trampantojos Yo también te llamaba humanismo,

de la vida diaria, engañosa. o a veces piedad.

La vida de un hombre es algo serio Te encontré en mis desvelos nocturnos,

cuando la rigen conciencia y consciencia. cuando a mi alrededor aullaban

los perros, las tormentas.

“Porque la libertad, amigos, ¿Y de qué me sirvió sabiduría

porque la libertad, si ahora, extraviado, no sé a dónde voy?

porque…”

Sí, ahora ya recuerdo Quítate el antifaz, Señora Muerte,


y dime a dónde vamos.

¿Florecerán un día mis cenizas?

¿Será posible el eternizarse

cuando llegue el silencio absoluto?

Malhadado: en mis pestañas tiemblan

aún esas amadas brasas de la sabiduría,

las que aventé en palabras,

en sílabas de luz.

Hoy mismo ofrendaré con humildad

mis libros

–el libro que es mi vida–

al Gran Lector de Vidas.

Malhadado, ¿a dónde voy?,

¿hacia qué luz o hacia qué abismo?

Sabed, los que quedáis aquí

que hoy mismo espero estar

en el paraíso

de los pobres.

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