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Es hielo abrasador, es fuego helado, Quisiera que tu nombre pronunciara

es herida que duele y no se siente, todo lo que en la vida me rodea,


es un soñado bien, un mal presente, que lo diga la cal de la azotea,
es un breve descanso muy cansado. que la ropa que escurre lo cantara.

Es un descuido que nos da cuidado, Que la maceta, el sol, el agua clara,


un cobarde con nombre de valiente, El tejado, el jabón, la chimenea,
un andar solitario entre la gente, la sábana y el aire que la orea,
un amar solamente ser amado. y todo en torno a mí lo salpicara.

Es una libertad encarcelada Quisiera que tu nombre fuera escrito


por el humo y la espuma, al
que dura hasta el postrero parasismo,
mediodía,
enfermedad que crece si es curada.
poniendo en cada sílaba un exceso.
Este es el niño amor, este es su abismo:
Y recibiera yo todo su peso
¡mirad cuál amistad tendrá con nada y la explosión de vida que me envía
el que en todo es contrario de sí mismo! con el mismo fervor con que hoy lo
evito.
Francisco de Quevedo

Lo que dejé por ti. Rafael Alberti Dos rojas lenguas de fuego
que a un mismo tronco enlazadas
Dejé por ti mis bosques, mi perdida se aproximan y, al besarse,
arboleda, mis perros desvelados, forman una sola llama.
mis capitales años desterrados
hasta casi el invierno de la vida. Dos notas que del laúd
a un tiempo la mano arranca,
Dejé un temblor, dejé una sacudida, y en el espacio se encuentran
un resplandor de fuegos no apagados, y armoniosas se abrazan.
dejé mi sombra en los desesperados
ojos sangrantes de la despedida. Dos olas que vienen juntas
a morir sobre una playa
Dejé palomas tristes junto a un río, y que al romper se coronan
caballos sobre el sol de las arenas, con un penacho de plata.
dejé de oler la mar, dejé de verte.
Dos jirones de vapor
Dejé por ti todo lo que era mío. que del lago se levantan
Dame tú, Roma, a cambio de mis penas, y, al juntarse allá en el cielo,
tanto como dejé para tenerte. forman una nube blanca.

Dos ideas que al par brotan;


dos besos que a un tiempo estallan,
dos ecos que se confunden;
eso son nuestras dos almas.

Rima XXIV. Gustavo Adolfo Bécquer.


Recuerde el alma dormida, Ojos claros, serenos,
avive el seso y despierte, si de un dulce mirar sois alabados,
contemplando ¿por qué, si me miráis, miráis airados?
cómo se pasa la vida, Si cuanto más piadosos,
cómo se viene la muerte más bellos parecéis a aquel que os mira,
tan callando: no me miréis con ira,
porque no parezcáis menos hermosos.
cuán presto se va el placer,
cómo, después de acordado, ¡Ay tormentos rabiosos!
da dolor; Ojos claros, serenos,
cómo a nuestro parecer ya que así me miráis, miradme al menos.
cualquier tiempo pasado
fue mejor... Gutierre de Cetina

Nuestras vidas son los ríos


que van a dar en la mar
que es el morir EL ZAGAL Y LAS OVEJAS
allí van los señoríos
derechos a se acabar Apacentando un joven su ganado,
y consumir; Gritó desde una cima de un collado:
‘¡Favor! Que viene el lobo, labradores.’
allí los ríos caudales, Estos, abandonando sus labores,
allí los ríos medianos Acuden prontamente,
y más chicos; Y hallan que es una chanza solamente.
allegados son iguales Vuelve a clamar, y temen la desgracia;
los que viven por sus manos Segunda vez los burla. ¡Linda gracia!
y los ricos. Pero ¿qué sucedió la vez tercera?
Que vino en realidad la hambrienta fiera.
JORGE MANRIQUE Entonces el zagal se desgañita,
Y por más que patea, llora y grita,
No se mueve la gente escarmentada,
ES VERDAD Y el lobo le devora la manada.

¡Ay qué trabajo me cuesta ¡Cuántas veces resulta de un engaño,


quererte como te quiero! contra el engañador el mayor daño!

Por tu amor me duele el aire, Félix María de Samaniego.


el corazón
y el sombrero.

¿Quién me compraría a mí
este cintillo que tengo
y esta tristeza de hilo
blanco, para hacer pañuelos?

¡Ay qué trabajo me cuesta


quererte como te quiero!

Federico García Lorca

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