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La modernidad y la crisis de lo humano

Hannah Arendt en 1924

1. El fin de la modernidad

“La crisis del mundo actual es en primer término política” (EPF, p. 151).

La filósofa norteamericana de origen alemán sostiene la tesis de que la modernidad termina


con el surgimiento de los sistemas totalitarios en la Unión Soviética (1929) y en la
Alemania Nazi (1933). Según Arendt, esto ocurrió como resultado de procesos de
transformación económicos, políticos e históricos que condujeron a lo que llamó
metafóricamente “el triunfo del animal laborans”, en el que cristaliza la modernidad y que
conduce a la ruina del espacio público (la política).

2. Historia de los hombres superfluos

Según Arendt lo que diferencia lo moderno de cualquier otra época es concebir la


naturaleza y la historia como proceso. Pero la idea de proceso está asociada con la labor,
que se caracteriza por ser la actividad humana que responde a la necesidad biológica y
corporal; en su carácter cíclico, está destinada a recomenzar siempre, sin fin, en el proceso
de la vida que se reproduce a sí misma. Pero el único sentido que tiene el proceso de la vida
es el consumo de lo necesario que simplemente la sostiene y reproduce.

Este proceso que parecía pertenecer a la estructura interna de la naturaleza según la


moderna ciencia físico-matemática o de la historia, según las filosofías de la historia,
pertenece en realidad, según Arendt, a un tipo humano, el animal laborans, que en un
último giro de la historia universal europea se ha convertido en su sujeto único.

Arendt nombra “animal laborans” (animal de trabajo), al tipo humano que surge desde la
segunda mitad del siglo XIX en la Europa industrializada. Como se sabe, el industrialismo
comenzó a producir mercancías superfluas, restándole al objeto fabricado el carácter de
firmeza y duración que había sido capaz de poner, entre el hombre contingente y la
naturaleza en devenir, la solidez de un mundo. Y con las mercancías destinadas a ser
consumidas en un proceso sin fin, surgieron, según Arendt, los hombres superfluos que
hicieron posible el fenómeno del imperialismo y su consecuencia: la destrucción de la
moralidad burguesa y el sistema político que la modernidad había inventado para organizar
la convivencia: el estado-nación.

Ahora bien, el “animal de trabajo” lleva una forma de vida no-humana, pues su existencia
se reduce a consumir para satisfacer necesidades vitales, lo cual compartimos con los
animales. El problema, según Arendt, es que este tipo de ser humano, con su demanda de
felicidad y placer mediante el consumo y la búsqueda de equilibrio entre los procesos de
agotamiento y regeneración de vida, del dolor y de la liberación de él ha ocupado la esfera
pública, lo que para Arendt significa la destrucción de la misma.

Esto sentó las bases para que pudieran surgir las masas, esto es individuos atomizados y
empujados unos contra otros hasta ignorar sus propios intereses y ser incapaces de luchar
por los mismos (Cf., EPF, 99-100). Según la filósofa, fue este tipo de ser humano el que
posibilitó el surgimiento de los sistemas totalitarios. En efecto, “los movimientos
totalitarios son posibles allí donde existen masas que, por una u otra razón han adquirido el
apetito de la organización política” (OT, 392)

3. Acción política y libertad

Según Arendt, algo tiene que romper el ciclo del animal laborans para que surja un mundo
estable y con él las preguntas que los hombres se hacen acerca de la razón de ser de su
estancia sobre la tierra. Ese algo fue la libertad estructurada en espacio público.

Así, para Arendt libertad y acción son lo mismo o dos aspectos de lo mismo: se es libre en
tanto en cuanto se actúa, ni antes ni después. El grado de libertad política de los hombres se
mide por la participación de los mismos en el espacio público, por su actuación conjunta,
mediante la cual se muestran mutuamente y llevan a cabo acuerdos que establecen reglas
del juego que limitan la acción pero, a cambio, otorgan a la comunidad política una
estabilidad relativa sin la que no puede mantenerse el espacio de aparición. Como se ve,
para Arendt, la política es correlato de la acción, del mismo modo que la vida lo es de la
labor y el mundo de artefactos duraderos (cosas e ingenios) lo es del trabajo.

De este modo, lo que, según Arendt, da sentido a la vida humana, más allá de su realidad
biológica, es, por un lado, el trabajo, pero sobre todo la experiencia de libertad espontánea
y creación que tiene lugar en el espacio de lo público. La acción es la actividad política por
excelencia y corresponde a la condición humana de la pluralidad. Sólo en la acción política
se genera sentido, de modo que el mundo como tal y las claves para su comprensión
dependen de las acciones humanas en el espacio de aparición de lo público y de las
subsecuentes narraciones que dan cuenta de ellas.

Ahora bien, según Arendt, el homo faber y el animal laborans aun cuando no entienden la
acción política y argumentan que lo más decisivo son los valores que dominan sus
respectivas esferas de existencia, lo cierto es que no pueden “prescindir por completo de la
esfera pública, ya que sin un espacio de aparición y sin confiar en la acción y el discurso
como modo de estar juntos, ni la realidad del yo de uno ni la realidad del mundo
circundante pueden establecerse fuera de toda duda” (La Condición Humana, 274).

En síntesis, para Arendt, la pérdida –en el sentido de enajenación, incluso de perversión–


del espacio público, ese ámbito al que, en algunas ocasiones históricas, los hombres
concurren en condiciones de igualdad para tomar decisiones, es la grieta que arruina la
Modernidad. Al final de esta estamos en el mismo punto del que surgió la historia europea:
en la barbarie previa a la fundación de la polis.

“Todo es posible” es el principio que articula la esencia del totalitarismo que, en última
instancia, no es sino el salto desde el nihilismo moral del “todo está permitido” –porque
Dios ha muerto–, al “todo es posible” porque la realidad mundana, bajo las formas de
Naturaleza e Historia, ha desaparecido transmutada en un proceso sin fin carente de
sentido.

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