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¿Cuál es el origen y la historia del teatro?

El teatro, el género artístico en el que se dan cita la literatura (dramaturgia) y las artes
escénicas (la representación teatral), es una de las formas de expresión artística más
antiguas de la humanidad.
Aunque su origen comúnmente se remonta a la Antigüedad clásica de Occidente, lo
cierto es que casi todas las culturas antiguas tuvieron alguna forma de teatro o de
espectáculo muy parecido, con el que educaban a sus jóvenes, rezaban a sus dioses o
recordaban sus mitos fundacionales.
Sin embargo, los primeros en comprender el teatro como una forma de arte en sí
misma, es decir, como el “arte dramático”, fueron los antiguos griegos de los siglos VI
al IV a. C.

Los antiguos griegos celebraban ciertos rituales religiosos en honor a Dionisos, dios del


vino y la fertilidad, conocidos como las bacanales. En estos ritos la danza y los estados
de trance eran normales, pero también cierta narrativa y escenificación de los mitos
fundacionales, y esto último fue lo que dio origen al teatro.

El origen griego del teatro


Se originó en el siglo VI a. C. gracias a un sacerdote de Dionisos, llamado Thespis,
quien introdujo a los rituales una importante modificación: un diálogo que sostenía con
el coro durante cada festival.

Así, Thespis se convirtió en el primer actor de teatro. De hecho, según crónicas del
siglo III a. C. fue el propio Thespis quien ganó la primera competición teatral de Grecia,
celebrada en Atenas en el año 534 a. C.

A partir de entonces, las competencias teatrales se hicieron muy corrientes en los


festivales en honor a Dionisos, los cuales duraban cuatro días enteros y empleaban
estructuras de madera con divisiones para la orquesta, el público y el escenario,
alrededor de la estatua de Dionisos.

A lo largo del siglo V y IV a. C. el teatro griego floreció y se independizó


del culto religioso. Sin embargo, continuó siendo un mecanismo de la sociedad griega
para educar a sus jóvenes en la religión, la mitología y los valores cívicos clásicos.

En esa época surgieron los tres grandes dramaturgos griegos: Esquilo (525-456 a. C.),
Sófocles (496-406 a. C.) y Eurípides (484-406 a. C.), autores de un extenso conjunto
de piezas trágicas que abordaban los grandes mitos griegos. Junto a ellos, proliferaron
grandes comediantes griegos como Aristófanes (444-385 a. C.).
El teatro fue tan relevante en la cultura griega, que el propio filósofo Aristóteles (384-
322 a. C.) se inspiró en ellas para escribir el primer tratado sobre el arte dramático de la
historia de la humanidad: la Poética de 335 a. C.

Del mismo modo fue tan importante para la región mediterránea de la época, que la
cultura romana lo tomó como modelo e inspiración para desarrollar su propio teatro
entre los siglos II y III a. C. Así surgieron autores de tanto renombre como Plauto (254-
184 a. C.) y Terencio (185-159 a. C.), cuyas obras formaban parte de un evento mucho
más grande en la cultura romana: los Juegos Romanos en honor a los dioses.

Los romanos también incorporaron a su cultura el legado dramatúrgico griego,


preservándolo en latín para lectores muy posteriores.

El origen del teatro no occidental


Hubo también, en la antigüedad, ricas tradiciones teatrales en el Oriente del mundo,
especialmente en la cultura ancestral de la India. El teatro de la India surgió a partir
de las danzas religiosas y ceremoniales.

Este teatro adquirió un estudio formal hacia el siglo IV y II a. C., a juzgar por lo que
recoge el Natia-shastra, un antiguo tratado hinduista sobre la danza, el canto y el
teatro, atribuido al musicólogo Bharata Muni (de fechas inciertas). En esta obra se
estudia, especialmente, el teatro clásico indio, punto máximo de la literatura sánscrita.

En este tipo de drama aparecían figuras muy estereotípicas como el héroe (nayaka), la


heroína (nayika) o el payaso (vidusaka), en medio de relatos de corte mitológico y
religioso, sobre el origen de los dioses. La representación consistía más que nada
en la danza y diálogo de los actores, disfrazados y maquillados, pero sin escenario ni
decorados.

El teatro indio se practicó casi sin interrupciones ni cambios durante mucho tiempo,
y tuvo su apogeo entre los siglos III y V d. C. Dos de los grandes dramaturgos de
esta tradición fueron Sudraka (s. III d. C.) y Kalidasa (s. IV-V d. C.), este último autor de
grandes piezas amorosas.

Otra importante tradición no occidental, el teatro de la China, se originó hacia el


siglo VI a. C. Estaba compuesto mayormente por danzas, acrobacias, mimos y actos
rituales sin un género definido.
Los actores, varones en su totalidad, podían representar diferentes tipos de papeles
estereotípicos, ya fueran masculinos (sheng), femeninos (tan), cómicos (chou) o
guerreros (ching). En muchos casos se empleaban máscaras y maquillaje.

La tradición china inspiró versiones similares en Japón y en otras naciones del sudeste
asiático, que florecieron en siglos posteriores, y que no fueron conocidas en Occidente
hasta prácticamente el siglo XIX.
El drama litúrgico y el teatro medieval

Tras la caída del Imperio romano, el teatro en Occidente perdió su antigua relevancia


popular y religiosa: esto se debe a que el cristianismo rechazó el
legado pagano de Europa e hizo todo lo posible por distinguirse y desmarcarse de
dicha tradición. Sin embargo, hacia el siglo X, la liturgia cristiana y la celebración de la
Pascua eran eventos centrales en la cultura cristiana, y se realizaban con gran pompa
y escenografía.

Así, en la Edad Media surgió un teatro litúrgico, que reproducía las escenas más
importantes de la mitología cristiana, como la visita de María Magdalena a la tumba
de Jesucristo. Con ello nació una rica tradición de la dramaturgia cristiana posterior

Hacia los siglos XI y XII, muchos monasterios franceses comenzaron a escenificar los
relatos bíblicos en una plataforma por fuera del templo, abandonando además el culto
latín para usar lenguas vernáculas, más cercanas a la gente. Era común la
escenificación del Génesis o del Apocalipsis, o bien las vidas atormentadas de los
santos, como la de Santa Apolonia o Santa Dorotea.

A medida que estos actos teatrales ganaban complejidad, se las empezó a exhibir en
carrozas o escenarios móviles, para llevar la liturgia y el relato eclesiástico a los
distintos rincones del país. Esto fue particularmente popular en España, y se les dio a
conocer bajo el nombre de Autos sacramentales, es decir, dramas de la eucaristía.

Eventos similares se emprendieron en la Inglaterra de la época, especialmente durante


el Corpus Christi, y se convirtieron en formas populares de teatro, comunes en toda
Europa hasta el siglo XVI.

A partir de entonces, surgieron sus principales detractores: los puritanos protestantes


que condenaban el humor y el atrevimiento predominante en sus representaciones, y
los humanistas renacentistas que veían con malos ojos su frivolidad y su vínculo con
cierta tradición medieval de la cual buscaban desprenderse.

En consecuencia, muchas de estas obras se prohibieron en París y en los países de la


Europa protestante, mientras florecían en la Europa de la contrarreforma, en España
principalmente. Grandes autores del barroco español como Lope de Vega (1562-1635),
Tirso de Molina (1583-1648) y Calderón de la Barca (1600-1681) se consideran entre
los más grandes autores del acto sacramental.

El florecimiento del teatro japonés


Mientras tanto, en el Japón del siglo XIV, una cultura escénica se cristalizaba.
Heredero de las danzas sintoístas y los rituales budistas, tanto propias como copiadas
de China y otras naciones asiáticas, el teatro japonés daba sus pasos más importantes.

Tres grandes tendencias dieron a partir de entonces sus primeros pasos:

 El drama lírico refinado del teatro noh y kyogen.


 El teatro de marionetas literarias bunraku.
 Posteriormente, el teatro kabuki, el espectáculo dramático de la burguesía.

El teatro noh surgió en Kioto hacia 1374, bajo la tutela del shogun Yoshimitsu, dando
inicio a una importante tradición de mecenazgo teatral por parte de los señores
feudales japoneses.

La mayoría de las obras de este estilo, interpretadas con infinita gracia y refinamiento
por actores siempre masculinos acompañados de un pequeño coro, fue escrita en las
siguientes décadas por Kanami Motokiyo, su hijo Zeami Motokiyo y posteriormente el
yerno de este último, Zenchiku. Pocas obras nuevas se han escrito para el teatro Noh
desde el siglo XV.

Quizá por ello, hacia el siglo XVI, el panorama teatral japonés presentó cierto
decaimiento. A eso hay que sumar la prohibición de 1629 a todos los espectáculos
teatrales protagonizados por mujeres, luego de que las presentaciones de la
sacerdotisa sintoísta O-Kuni trajera revuelo entre el público en Kioto.

Es por ello que, a inicios del siglo XVII, un nuevo teatro japonés surgió para llenar
el vacío, reflejando las nuevas sensibilidades burguesas de la época: el Kabuki, un
exitoso teatro de café, que empleaba fastuosos escenarios y disfraces muy
elaborados, cuyas obras provenían de la tradición literaria y del teatro de marionetas.

El teatro renacentista y la comedia del arte


La ópera surgió en Italia en el siglo XVII y se extendió por toda Europa.
Como en muchas otras arte y saberes, el Renacimiento europeo marcó un antes y un
después en el teatro y la dramaturgia. Las obras ganaron en naturalidad, se
despojaron de su obligación religiosa y rescataron el legado teórico de
Aristóteles, así como los antiguos mitos y símbolos clásicos.

El triunfo de la burguesía como la nueva clase social dominante determinó un cambio


en las sensibilidades teatrales y pronto se presenció el nacimiento de nuevos géneros y
nuevos estilos, como el teatro barroco español y el teatro isabelino inglés, en cuya
tradición aparecieron grandes nombres como los de Miguel de Cervantes y William
Shakespeare.
Sin embargo, la más importante de las nuevas formas de teatro fue la Comedia del
Arte italiana, surgida hacia 1545 como una forma de teatro callejero y popular, pero
interpretado por actores profesionales. Muchas de las comitivas teatrales eran
itinerantes, desplazándose de pueblo en pueblo y armando escenarios improvisados.

Allí representaban piezas de comedia física, improvisaciones teatrales y piezas propias


cuyos personajes eran fácil y rápidamente reconocibles, dado que usaban siempre las
mismas máscaras. Por ejemplo, Pantalone era un anciano pomposo y malhumorado al
cual se le hacían bromas y jugarretas, mientras que Arlecchino era el sirviente bromista
y atrevido, y Pulcinelli era el barrigón y jorobado especialista en propinar palizas.

A partir de entonces nuevas formas de espectáculo teatral comenzaron a popularizarse


en una Europa que valoraba cada vez más la dramaturgia. La tragicomedia se convirtió
en un género popular, suerte de eslabón intermedio entre la comedia y la  tragedia. En
el siglo XVII surgió también la ópera, y el llamado “estilo italiano” de hacer teatro se
esparció por toda Europa.

En ese mismo contexto, el teatro francés tuvo un importante auge, de la mano de


dramaturgos renombrados como Pierre Corneille (1606-1684) y Jean Racine (1639-
1699), grandes autores de tragedias, y especialmente de Jean-Baptiste Poquelin, mejor
conocido como Molière (1622-1673), actor y autor de comedias, farsas, tragicomedias y
algunas de las obras más celebradas de la lengua francesa.

La entrada a la modernidad 
El siguiente gran cambio en la tradición teatral de Occidente sobrevino con
el Romanticismo alemán, especialmente el Sturm und Drang en la segunda mitad del
siglo XVIII.

Como en el resto de las artes, el Romanticismo teatral enfatizó el sentimentalismo


y el dramatismo en contra del racionalismo surgido con la Ilustración francesa. Prefirió
los temas sombríos, misteriosos, especialmente aquellos provenientes de la cultura
popular y el folklore.

El legado que dejaron autores como Wolfgang von Goethe (1749-1832) y Friedrich
Schiller (1759-1805), con grandes obras dramáticas como el Fausto o Guillermo Tell a
comienzos del siglo XIX, fue inspiración para el nacimiento de un nuevo género: el
melodrama, que incorporaba la música para enfatizar las emociones de los
personajes.

De la mano del nacionalismo europeo, este nuevo estilo cuajó en casi todos los países
y produjo obras y autores de renombre como Georg Büchner, Victor Hugo, José Zorrilla
y muchos otros.
Sin embargo, la fundación del teatro moderno, propiamente dicha, tuvo lugar ya
entrado el siglo XIX, con la fundación del teatro realista, triunfo del racionalismo por
sobre los románticos. El realismo enfatizó la necesidad de un teatro naturalista:
decorados similares a los reales, actuaciones verosímiles y despojadas de una dicción
o una gestualidad grandilocuentes.

Como era de esperarse, el realismo nació en Francia, la cuna de la Ilustración. Sin


embargo, alcanzó su cumbre expresiva en la pluma de autores nórdicos como el sueco
August Strindberg (1849-1912) y el noruego Henrik Ibsen (1828-1906), o incluso con el
también destacado cuentista ruso Antón Chéjov (1860-1904).

El siglo XX y la contemporaneidad
La llegada del turbulento siglo XX trajo consigo las vanguardias, una incesante fuente
de innovación formal y estética que dio nacimiento a muy numerosas escuelas teatrales
en Europa y América.

En general, las vanguardias buscaron en sus personajes una mayor intensidad y


profundidad psicológica, abandonaron las tres unidades clásicas aristotélicas y
abrazaron a menudo la denuncia y la militancia política. Además, gracias a ellas cobró
realce el rol del director teatral por encima de los actores; un papel comparable con el
director cinematográfico.

Los movimientos teatrales de vanguardia son muy numerosos como para enumerarlos
en su totalidad, pero conviene señalar el expresionismo, el “teatro épico” de Bertoldt
Brecht, el teatro del absurdo vinculado con la filosofía del existencialismo y las obras de
Antonin Artaud, Eugène Ionesco y Samuel Beckett.

Además, se destacaron el inconformismo y el sentimiento antiburgués de los Angry


Young Men: Harold Pinter, John Osbourne y Arnold Wesker. Otros grandes nombres de
la época fueron Luigi Pirandello, Alfred Jarry, Arthur Miller, Federico García Lorca,
Ramón de Valle Inclán, entre otros.

Desde 1960, el teatro contemporáneo ha intentado reconectar con las emociones


del espectador, alejándose del teatro épico y el mensaje político. Son numerosas las
vertientes teatrales que buscan romper con el escenario y llevar el teatro a la calle, o
incorporar el público al escenario, o que incluso recurren al happening o el teatro de
situación improvisado en la vida real.

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