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El teatro, el género artístico en el que se dan cita la literatura (dramaturgia) y las artes
escénicas (la representación teatral), es una de las formas de expresión artística más
antiguas de la humanidad.
Aunque su origen comúnmente se remonta a la Antigüedad clásica de Occidente, lo
cierto es que casi todas las culturas antiguas tuvieron alguna forma de teatro o de
espectáculo muy parecido, con el que educaban a sus jóvenes, rezaban a sus dioses o
recordaban sus mitos fundacionales.
Sin embargo, los primeros en comprender el teatro como una forma de arte en sí
misma, es decir, como el “arte dramático”, fueron los antiguos griegos de los siglos VI
al IV a. C.
Así, Thespis se convirtió en el primer actor de teatro. De hecho, según crónicas del
siglo III a. C. fue el propio Thespis quien ganó la primera competición teatral de Grecia,
celebrada en Atenas en el año 534 a. C.
En esa época surgieron los tres grandes dramaturgos griegos: Esquilo (525-456 a. C.),
Sófocles (496-406 a. C.) y Eurípides (484-406 a. C.), autores de un extenso conjunto
de piezas trágicas que abordaban los grandes mitos griegos. Junto a ellos, proliferaron
grandes comediantes griegos como Aristófanes (444-385 a. C.).
El teatro fue tan relevante en la cultura griega, que el propio filósofo Aristóteles (384-
322 a. C.) se inspiró en ellas para escribir el primer tratado sobre el arte dramático de la
historia de la humanidad: la Poética de 335 a. C.
Del mismo modo fue tan importante para la región mediterránea de la época, que la
cultura romana lo tomó como modelo e inspiración para desarrollar su propio teatro
entre los siglos II y III a. C. Así surgieron autores de tanto renombre como Plauto (254-
184 a. C.) y Terencio (185-159 a. C.), cuyas obras formaban parte de un evento mucho
más grande en la cultura romana: los Juegos Romanos en honor a los dioses.
Este teatro adquirió un estudio formal hacia el siglo IV y II a. C., a juzgar por lo que
recoge el Natia-shastra, un antiguo tratado hinduista sobre la danza, el canto y el
teatro, atribuido al musicólogo Bharata Muni (de fechas inciertas). En esta obra se
estudia, especialmente, el teatro clásico indio, punto máximo de la literatura sánscrita.
El teatro indio se practicó casi sin interrupciones ni cambios durante mucho tiempo,
y tuvo su apogeo entre los siglos III y V d. C. Dos de los grandes dramaturgos de
esta tradición fueron Sudraka (s. III d. C.) y Kalidasa (s. IV-V d. C.), este último autor de
grandes piezas amorosas.
La tradición china inspiró versiones similares en Japón y en otras naciones del sudeste
asiático, que florecieron en siglos posteriores, y que no fueron conocidas en Occidente
hasta prácticamente el siglo XIX.
El drama litúrgico y el teatro medieval
Así, en la Edad Media surgió un teatro litúrgico, que reproducía las escenas más
importantes de la mitología cristiana, como la visita de María Magdalena a la tumba
de Jesucristo. Con ello nació una rica tradición de la dramaturgia cristiana posterior
Hacia los siglos XI y XII, muchos monasterios franceses comenzaron a escenificar los
relatos bíblicos en una plataforma por fuera del templo, abandonando además el culto
latín para usar lenguas vernáculas, más cercanas a la gente. Era común la
escenificación del Génesis o del Apocalipsis, o bien las vidas atormentadas de los
santos, como la de Santa Apolonia o Santa Dorotea.
A medida que estos actos teatrales ganaban complejidad, se las empezó a exhibir en
carrozas o escenarios móviles, para llevar la liturgia y el relato eclesiástico a los
distintos rincones del país. Esto fue particularmente popular en España, y se les dio a
conocer bajo el nombre de Autos sacramentales, es decir, dramas de la eucaristía.
El teatro noh surgió en Kioto hacia 1374, bajo la tutela del shogun Yoshimitsu, dando
inicio a una importante tradición de mecenazgo teatral por parte de los señores
feudales japoneses.
La mayoría de las obras de este estilo, interpretadas con infinita gracia y refinamiento
por actores siempre masculinos acompañados de un pequeño coro, fue escrita en las
siguientes décadas por Kanami Motokiyo, su hijo Zeami Motokiyo y posteriormente el
yerno de este último, Zenchiku. Pocas obras nuevas se han escrito para el teatro Noh
desde el siglo XV.
Quizá por ello, hacia el siglo XVI, el panorama teatral japonés presentó cierto
decaimiento. A eso hay que sumar la prohibición de 1629 a todos los espectáculos
teatrales protagonizados por mujeres, luego de que las presentaciones de la
sacerdotisa sintoísta O-Kuni trajera revuelo entre el público en Kioto.
Es por ello que, a inicios del siglo XVII, un nuevo teatro japonés surgió para llenar
el vacío, reflejando las nuevas sensibilidades burguesas de la época: el Kabuki, un
exitoso teatro de café, que empleaba fastuosos escenarios y disfraces muy
elaborados, cuyas obras provenían de la tradición literaria y del teatro de marionetas.
La entrada a la modernidad
El siguiente gran cambio en la tradición teatral de Occidente sobrevino con
el Romanticismo alemán, especialmente el Sturm und Drang en la segunda mitad del
siglo XVIII.
El legado que dejaron autores como Wolfgang von Goethe (1749-1832) y Friedrich
Schiller (1759-1805), con grandes obras dramáticas como el Fausto o Guillermo Tell a
comienzos del siglo XIX, fue inspiración para el nacimiento de un nuevo género: el
melodrama, que incorporaba la música para enfatizar las emociones de los
personajes.
De la mano del nacionalismo europeo, este nuevo estilo cuajó en casi todos los países
y produjo obras y autores de renombre como Georg Büchner, Victor Hugo, José Zorrilla
y muchos otros.
Sin embargo, la fundación del teatro moderno, propiamente dicha, tuvo lugar ya
entrado el siglo XIX, con la fundación del teatro realista, triunfo del racionalismo por
sobre los románticos. El realismo enfatizó la necesidad de un teatro naturalista:
decorados similares a los reales, actuaciones verosímiles y despojadas de una dicción
o una gestualidad grandilocuentes.
El siglo XX y la contemporaneidad
La llegada del turbulento siglo XX trajo consigo las vanguardias, una incesante fuente
de innovación formal y estética que dio nacimiento a muy numerosas escuelas teatrales
en Europa y América.
Los movimientos teatrales de vanguardia son muy numerosos como para enumerarlos
en su totalidad, pero conviene señalar el expresionismo, el “teatro épico” de Bertoldt
Brecht, el teatro del absurdo vinculado con la filosofía del existencialismo y las obras de
Antonin Artaud, Eugène Ionesco y Samuel Beckett.