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UNIVERSIDAD RAFAEL LANDIVAR

FACULTAD DE HUMANIDADES
DEPARTAMENTO DE PSICOLOGIA
CURSO ENTRENAMIENTO EN PSICOTERAPIA III
M.A. ALEJANDRO LAGO

TERAPIA CENTRADA EN EL CLIENTE

María Isabel Velásquez Berdúo


2084419
La Antigua Guatemala, junio 2022
ÍNDICE

1. Introducción 3
2. Contenido Teórico 4
2.1. La teoría centrada en la persona 4
2.2. Supuestos básicos 4
2.3. El sí mismo y la autorrealización 4
2.4. La conciencia 5
2.5. Convertirse en persona 5
2.6. Psicoterapia 5
2.7. Condiciones 6
2.8. Proceso 7
2.9. Explicación teórica del cambio terapéutico 9
2.10. Resultados de la psicoterapia 9
2.11. Modelo de la personalidad de Rogers 10
2.12. Aplicaciones de la terapia centrada en el cliente 10
2.12.1 Terapia lúdica 10
2.12.2 Psicoterapia centrada en el grupo 11
2.12.3 Liderazgo y dirección centrados en el grupo 12
2.12.4 La enseñanza centrada en el alumno 13
3. Conclusiones 14
4. Referencias 14
1. INTRODUCCIÓN
El teórico humanista más conocido fue Carl Rogers, quien utilizo su teoría sobre la
personalidad como punto de partida para elaborar una forma influyente de
psicoterapia. Siempre optimista, Rogers creía que todos podíamos alcanzar todo
nuestro potencial de realización emocional si la sociedad lo permitía. Como
pionero de la psicología humanista, defendía un enfoque optimista de la
naturaleza, aunque algunos críticos le acusaran de ser ingenuo al minimizar el
lado oscuro de la naturaleza humana.
Aunque se le conoce, sobre todo, por ser el fundador de la terapia centrada en el
cliente, Carl Rogers desarrollo una teoría humanista de la personalidad a partir de
sus experiencias con pacientes de psicoterapia. A diferencia de Freud, que era
ante todo teórico y secundariamente terapeuta, Rogers fue un terapeuta
consumado y un teórico reticente. Estaba más interesado en ayudar a las
personas que en descubrir porque se comportaban de una manera u otra. Como
muchos teóricos de la personalidad, Rogers construyo su teoría sobre los
andamios que le proporcionaron sus experiencias como terapeuta. Sin embargo,
en contraste con la mayoría de estos teóricos, necesitaba continuamente
investigación empírica para confirmar su teoría de la personalidad y su enfoque
terapéutico.
Tal vez mas que ningún otro teórico-terapeuta, Rogers abogo por un equilibrio
entre los datos terapéuticos y los empíricos, que permitirían ampliar los
conocimientos sobre el modo de sentir y pensar de los humanos. Aunque su teoría
de la personalidad es rigurosa y coherente, Rogers no estaba satisfecho con el
concepto de teoría. El prefería considerarse alguien que ayudaba a las personas y
no un teórico. Según el, las teorías son frías y distantes, y le preocupaba que su
teoría pudiera implicar un cierto objetivo.
En la década de 1950, a la mitad de su trayectoria profesional, Rogers fue invitado
a escribir lo que entonces se denominó teoría de la personalidad centrada en la
persona. Ya en aquel momento, Rogers se dio cuenta de que diez o veinte años
después sus teorías serian diferentes, pero lamentablemente, en el transcurso de
esos años, nunca llego a reformular de manera sistemática su teoría de la
personalidad. Aunque muchas de sus experiencias posteriores alteraron algunas
de aquellas primeras ideas, la versión definitiva de su teoría de la personalidad se
apoya en esa base inicial descrita en detalle en la obra de Koch.
2. CONTENIDO TEÓRICO
2.1 La teoría centrada en la persona
Aunque el concepto de humanidad de Rogers no sufrió modificaciones
importantes desde principios de la década de 1940 hasta su muerte en 1987, su
terapia y su teoría cambiaron de nombre varias veces. Los primeros años, el
enfoque de Rogers se conoció como “no directivo”, más adelante seria designado
con otros términos como “centrado en el cliente”, “centrado en la persona”,
“centrado en el estudiante”, “centrado en el grupo” y “de persona a persona”. En el
caso de la terapia centrada en el cliente si el terapeuta es congruente y comunica
al cliente una valoración positiva incondicional y la empatía adecuada, entonces se
producirá el cambio terapéutico; si se produce el cambio, entonces el cliente se
aceptará mejor a sí mismo (Feist, Feist, & Roberts, 2014).
2.2 Supuestos básicos
¿Cuáles son los supuestos básicos de la teoría centrada en la persona? Rogers
postulo dos grandes supuestos: la tendencia formativa y la tendencia realizadora.
Según Rogers, la tendencia formativa se refiere a que, en toda la materia,
orgánica e inorgánica, existe una tendencia a evolucionar desde formas más
simples hasta formas más complejas, en todo el universo se desarrolla un proceso
creativo, más que destructivo. Un supuesto relacionado con el anterior, pero más
importante es la tendencia realizadora, una inclinación que existe en todos los
humanos a desarrollar plenamente su potencial. La tendencia a la conservación y
mejora del organismo forma parte de la tendencia realizadora. Rogers sostenía
que, si en una relación están presentes las condiciones de congruencia, valoración
positiva incondicional y empatía, se producirá siempre un crecimiento psicológico;
por este motivo, considero que son condiciones necesarias y suficientes para la
autorrealización de las personas.
2.3 El sí mismo y la autorrealización
La autorrealización es una parte de la tendencia realizadora y, por tanto, no es
sinónimo de ella. La tendencia realizadora hace referencia a experiencias
organísmicas, es decir, afecta a la totalidad de la persona, a sus partes
conscientes e inconscientes, fisiológica y cognitiva, mientras que la
autorrealización es la tendencia a hacer realidad el si mismo tal y como lo
percibimos en nuestra consciencia. Rogers postulo la existencia de dos
subsistemas dentro del si mismo: el concepto del si mismo y el sí mismo ideal
(Feist, Feist, & Roberts, 2014).
El concepto del si mismo incluye todos los aspectos de la existencia y las
experiencias propias que el individuo percibe en su consciencia; no es idéntico al
sí mismo organísmico, ya que algunas partes de este si mismo organísmico
pueden estar fuera del alcance de la conciencia de la persona puede ser que la
persona simplemente no las admita.
2.4 La conciencia
Sin la conciencia, los conceptos del si mismo y del si mismo ideal no existirían.
Rogers definió la conciencia como la representación simbólica, no necesariamente
verbal, de una cierta parte de nuestra experiencia. Conciencia y simbolización son,
según Rogers, sinónimos. El reconoció tres niveles de conciencia. En primer lugar,
algunas experiencias se producen por debajo del umbral de la conciencia. En tal
caso las ignoramos o las negamos. En segundo lugar, Rogers planteo la hipótesis
de que ciertas experiencias se simbolizan fielmente y se admiten libremente en la
estructura del si mismo. Estas experiencias no suponen una amenaza y son
coherentes con el concepto del si mismo existente (Feist, Feist, & Roberts, 2014).
El tercer nivel de conciencia incluye las experiencias que se perciben de manera
distorsionada. Cuando una experiencia no es coherente con nuestro concepto de
si mismo, la remodelamos o distorsionamos de modo que podamos incorporarla a
este concepto de si mismo.
2.5 Convertirse en persona
Rogers analizo los procesos necesarios para convertirse en persona. Primero, un
individuo debe tener un contacto, positivo o negativo, con otra persona. Este
contacto es la experiencia mínima necesaria para convertirse en persona. La
valoración positiva es una condición previa para la autovaloración positiva, que se
define como la experiencia de apreciarse o valorarse a si mismo. Rogers afirmaba
que recibir muestras de valoración positiva por parte de los demás es necesario
para la autovaloración positiva, pero una vez que esta se ha consolidado, es
independiente de la necesidad permanente de sentirse querido.
2.6 Psicoterapia
En teoría, la terapia centrada en el cliente parece muy sencilla; pero en la practica
resulta muy difícil. En pocas palabras, el enfoque centrado en el cliente sostiene
que, para que las personas vulnerables o con problemas de ansiedad puedan
crecer psicológicamente, deben entrar en contacto con un terapeuta que sea
congruente y que les proporcione un entorno de aceptación incondicional y
empatía total. Si las condiciones de congruencia, valoración positiva incondicional
y empatía por parte del terapeuta están presentes en la relación entre el cliente y
el terapeuta, entonces se podrá realizar el proceso de la terapia. Si el proceso de
la terapia se realiza, entonces se pueden esperar ciertos resultados. La terapia
centrada en el cliente, por tanto, se puede formular en términos de condiciones,
proceso y resultados (Feist, Feist, & Roberts, 2014).
2.7 Condiciones
Rogers postulo que hay 3 condiciones necesarias y suficientes para que se
produzca el crecimiento terapéutico. Primero, el cliente debe entrar en contacto
con un terapeuta congruente que debe mostrar empatía y una valoración positiva
incondicional hacia el cliente. El cliente se acepta más a si mismo cuando siente
que el terapeuta lo valora positivamente. Tiene acceso a elementos del si mismo
real que previamente habían sido reprimidos por las condiciones de valía de la
niñez. El cliente empieza a confiar en la experiencia personal, el proceso interno
de valoración orgánica. Este aprecio por el cliente da como resultado el progreso
terapéutico (Feist, Feist, & Roberts, 2014).
La valoración positiva es la necesidad de ser querido, apreciado o aceptado por
otra persona. Cuando esta necesidad esta presente sin condiciones o reservas,
estamos ante una valoración positiva incondicional. Un terapeuta que tiene una
valoración positiva incondicional mostrara una actitud amable y no posesiva, sin
llegar a ser demasiado efusivo o jovial. Una actitud amable y no posesiva significa
mostrar interés por una persona sin asfixiarla o pretender poseerla.
Una segunda condición para el éxito de la psicoterapia es que el terapeuta se
comporte con congruencia en la interacción. Es decir, la conducta del terapeuta
debe igualar a su experiencia interna. El terapeuta debe ser genuino y en gran
medida transparente, de tal manera que el cliente pueda ver el interior de su
experiencia, en lugar de ver solo una fachada o mascara que oculta a la persona
real del terapeuta. La congruencia existe cuando las experiencias organísmicas de
una persona corresponden a una conciencia de esta, y a una capacidad y
disposición para expresar abiertamente los sentimientos. Ser congruente significa
ser real o autentico, formar un todo equilibrado, ser lo que uno verdaderamente es
(Feist, Feist, & Roberts, 2014).
Un terapeuta congruente, por tanto, no es simplemente una persona amable y
simpática, sino mas bien un ser humano con sentimientos de alegría, enfado,
frustración, confusión, etc. Cuando aparecen estos sentimientos, no se niegan ni
distorsionan, sino que fluyen de manera fácil en la conciencia y se expresan
libremente. Un terapeuta congruente, por tanto, no debe ser ni pasivo ni distante y,
sin duda, tampoco no carente de dirección. Los terapeutas congruentes no son
estáticos.
Aunque la congruencia es un elemento necesario para una terapia exitosa, Rogers
no afirmo que fuera necesario que el terapeuta actuara de manera congruente en
todas sus relaciones fuera del proceso terapéutico. Una persona puede ser
imperfecta y aun así llegar a ser un psicoterapeuta eficaz. Además, un terapeuta
no tiene que ser absolutamente congruente para favorecer el crecimiento interior
del cliente. Las condiciones de valoración positiva incondicional y empatía
permiten cierto grado de congruencia. Cuanto mas perciba el cliente estas
cualidades en el terapeuta, más satisfactorio será el proceso terapéutico (Feist,
Feist, & Roberts, 2014).
La tercera condición para la psicoterapia exitosa es la comprensión empática. Es
decir, el terapeuta debe ser capaz de comprender la experiencia del cliente.
Mientras que otros enfoques pretenden reducir el dolor del cliente, en enfoque
centrado en el cliente también busca compartir empáticamente esa experiencia.
Cuando la empatía esta presente, el terapeuta puede verbalizar sentimientos que
el cliente no ha logrado expresar o incluso experimentar plenamente. Se denomina
empatía inferencial a la capacidad del terapeuta para entender empáticamente
esos sentimientos no expresados.
La empatía existe cuando el terapeuta percibe correctamente los sentimientos de
sus clientes y es capaz de comunicar estas percepciones de tal modo que los
clientes sepan que otra persona ha entrado en su mundo emocional sin prejuicios,
proyecciones o evaluaciones. Para Rogers, la empatía significa vivir
temporalmente la vida de otros, moviéndose dentro de ella con delicadeza y sin
emitir juicios. La empatía no conlleva interpretar las intenciones de los clientes o
descubrir sus sentimientos inconscientes, la empatía sugiere que un terapeuta
percibe cosas desde el punto de vista del cliente y que el cliente se siente seguro
y no amenazado (Feist, Feist, & Roberts, 2014).
La empatía es una herramienta poderosa, que, junto con la sinceridad y el afecto,
facilita el crecimiento personal interior del cliente. La empatía es eficaz porque
permite a los clientes escucharse a si mismos y convertirse, en efecto, en sus
propios terapeutas. La empatía no debe confundirse con la compasión. El ultimo
termino sugiere un sentimiento por el cliente, mientras que la empatía connota un
sentimiento con el cliente. Además, la empatía no significa que el terapeuta tenga
los mismos sentimientos que el cliente. Un terapeuta no siente enfado, frustración,
confusión, resentimiento o atracción al mismo tiempo que el cliente, sino que
experimenta la intensidad del sentimiento del cliente, lo que permite a este ser una
persona independiente.
2.8 Proceso
Cuando las condiciones de congruencia, valoración positiva incondicional y
empatía están presentes, se activará el proceso de cambio terapéutico. Aunque
cada psicoterapia es única, según Rogers, existen ciertas constantes
características del proceso terapéutico. El proceso de cambio constructivo de la
personalidad puede considerarse un continuo de actitudes que abarca desde la
mas defensiva hasta la mas equilibrada. Rogers dividió este continuo en siete
etapas arbitrarias (Feist, Feist, & Roberts, 2014).
La etapa 1 se caracteriza por una falta de disposición para comunicar información
sobre uno mismo. Las personas en esta etapa no suelen buscar ayuda, pero si por
alguna razón inician una terapia, se muestran sumamente rígidos y reacios al
cambio. No reconocen tener ningún problema y rechazan todo tipo de
sentimientos o emociones personales.
En la etapa 2, los clientes se muestran algo menos rígidos. Hablan de hechos
externos y de otras personas, pero siguen negando o no consiguen reconocer sus
propios sentimientos. No obstante, pueden hablar de sentimientos personales
como si estos fueran fenómenos objetivos (Feist, Feist, & Roberts, 2014).
Cuando los clientes entran en la etapa 3 hablan con mas libertad de si mismos,
aunque siguen haciéndolo como si se tratara de un objeto. Los clientes hablan de
sentimientos y emociones en pasado o futuro y evitan los sentimientos presentes.
Se niegan a aceptar sus emociones, mantienen a distancia los sentimientos
personales, perciben solo vagamente que pueden tomar decisiones por si mismos
y niegan su responsabilidad en casi todas ellas.
Los clientes que entran en la etapa 4 empiezan a hablar de sentimientos
profundos, pero no de los que sienten en el presente. Cuando los clientes
expresan sentimientos del presente, se suelen sorprender de haberlos expresado.
Niegan o distorsionan las experiencias, aunque pueden reconocer vagamente que
son capaces de emociones en el momento actual. Empiezan a cuestionar ciertos
valores de otras personas que han interiorizado, y empiezan a ver la
incongruencia entre su experiencia organísmica y su si mismo percibido. Aceptan
mayores dosis de libertad y responsabilidad que en la etapa 3 y empiezan a
permitirse a sí mismos participar tímidamente en una relación con el terapeuta
(Feist, Feist, & Roberts, 2014).
Cuando los clientes llegan a la etapa 5, ya han empezado a producirse un cambio
y un crecimiento notables. Pueden expresar sentimientos del presente, aunque
aun no han conseguido simbolizarlos con exactitud. Están empezando a confiar en
un espacio interno para evaluar sus sentimientos y descubrir aspectos de si
mismos que desconocían. Asimismo, empiezan a diferenciar mejor sus
sentimientos y a comprender mejor los matices entre ellos. Además, empiezan a
tomar sus propias decisiones y a aceptar la responsabilidad derivada de estas.
Las personas que alcanzan la etapa 6 experimentan un crecimiento drástico y un
avance irreversible en el camino hacia la autorrealización. Permiten que entren
libremente en su conciencia experiencias que antes negaban o distorsionaban.
Son mas congruentes y capaces de armonizar sus experiencias del presente con
la conciencia y la expresión abierta de estas. Ya no juzgan su conducta desde una
perspectiva externa, sino que utilizan su sí mismo organísmico como criterio para
evaluar sus experiencias. Empiezan a desarrollar una autovaloración
incondicional, lo que significa que sienten cariño y afecto verdadero por la persona
que llegaran a ser (Feist, Feist, & Roberts, 2014).
La etapa 7 puede producirse fuera del encuentro terapéutico, porque el
crecimiento en la etapa 6 parece ser irreversible. Los clientes que llegan a la etapa
7 se convierten en individuos que funcionan plenamente. Son capaces de
extrapolar al mundo exterior las experiencias de la terapia. Tienen la seguridad de
ser ellos mismos en todo momento, de poseer y sentir en profundidad todas y
cada una de sus experiencias, y de vivir esas experiencias en el presente (Feist,
Feist, & Roberts, 2014).
Su sí mismo organísmico, ahora unificado con el concepto de si mismo, se
convierte en el lugar de evaluación de sus experiencias. Las personas que llegan
a la etapa 7 disfrutan sabiendo que estas valoraciones pueden variar y que el
cambio y el crecimiento continuaran. Además, logran ser congruentes, poseen una
autovaloración positiva incondicional, y son capaces de mostrar cariño y empatía
hacia los demás.
2.9 Explicación teórica del cambio terapéutico
Cuando las personas viven una experiencia de apreciación y aceptación
incondicional de si mismos, se dan cuenta, tal vez por primera vez, que son dignas
de recibir amor. El ejemplo del terapeuta les permite apreciarse y aceptarse a si
mismas, tener una autovaloración positiva incondicional. Cuando los clientes
perciben que alguien los comprende y se muestra empático con ellos, se sienten
libres para escucharse mejor a si mismos, para sentir empatía por sus propios
sentimientos. Como consecuencia de ello, cuando estas personas llegan a
valorarse y a entenderse bien, la percepción que tienen de si mismas se hace mas
congruente con sus experiencias organísmicas. Ahora poseen las 3 características
que debe poseer un buen terapeuta y, de hecho, llegan a convertirse en su propio
terapeuta (Feist, Feist, & Roberts, 2014).
2.10 Resultados de la psicoterapia
Rogers propuso que, cuando se crea un clima terapéutico que tiene las 3
características cruciales descritas anteriormente, se producirá un resultado
terapéutico positivo. En ese caso, el cliente lograra un mayor desarrollo de las
características sanas de la gente autorrealizada, incluidas la apertura a la
experiencia, la autoaceptación y la confianza en la experiencia orgánica. El
resultado principal de una terapia centrada en el cliente es que este sea
congruente y adopte una actitud menos defensiva y mas receptiva hacia las
experiencias.
La congruencia y la actitud menos defensiva hacen que los clientes tengan una
imagen mas clara de sí mismos y una visión mas realista del mundo: les resulta
más fácil incorporar experiencias al sí mismo en el nivel simbólico, son mas
eficaces en la resolución de problemas y tienen una valoración mas positiva de si
mismos. De igual forma, como su si mismo ideal y su si mismo real son mas
congruentes, los clientes sufren menos tensión fisiológica y psicológica, son
menos vulnerables a la amenaza, y sienten menos ansiedad (Feist, Feist, &
Roberts, 2014).
Sus relaciones con los demás también cambian. Están mas dispuestos a aceptar a
los otros, les exigen menos, y simplemente les permiten que sean ellos mismos.
Asimismo, los demás los perciben como personas mas maduras, mas agradables
y mas sociables. Su sinceridad, autovaloración positiva y comprensión empática
van más allá de la terapia y les resulta más fácil participar en otras relaciones que
faciliten el crecimiento.
2.11 Modelo de la personalidad de Rogers
De acuerdo con Carl Rogers, la personalidad está formada por 3 componentes
principales: el organismo, el yo (self) y las condiciones de valía: El organismo es el
patrón genético innato. En este aspecto es como el id freudiano, salvo que Rogers
consideraba al organismo inherentemente positivo y útil para los demás
(Lilienfield, Lynn, Namy, & Woolf, 2011).
El yo es el concepto de uno mismo, la serie de nociones sobre quien se es. Las
condiciones de valía son las expectativas que nos planteamos a nosotros mismos
sobre conductas adecuadas e inadecuadas. Emanan de padres, madres y la
sociedad y, a la larga, se interiorizan. Las condiciones de valía surgen cuando los
demás nos aceptan con la condición de determinadas conductas y no otras. Por
tanto, también nosotros únicamente nos aceptamos a nosotros mismos si
actuamos de determinadas maneras.
Para Rogers, las diferencias en la personalidad derivan principalmente de las
diferencias en las condiciones de valía que los demás imponen. Las condiciones
de valía ocasionan incongruencias entre el yo y el organismo. Incongruencia
significa que la personalidad no es coherente con las predisposiciones innatas: no
somos verdaderamente nosotros mismos (Lilienfield, Lynn, Namy, & Woolf, 2011).
2.12 Aplicaciones de la terapia centrada en el cliente
2.12.1 Terapia lúdica
La terapia centrada en el cliente, que reposa fundamentalmente en la capacidad
del cliente para hacer un uso constructivo de si mismo, parece ser aplicable a los
niños. Parece ser que los niños tienen mucha mas capacidad para manejarse a si
mismos y a sus relaciones interpersonales de las que generalmente se les
atribuye. Una relación en la que el niño pueda sentirse genuinamente aceptado y
respetado, a pesar de sus errores, parece ayudar a que esta capacidad latente se
haga manifiesta.
En el método de la terapia lúdica, se ofrece al niño la oportunidad de utilizar cierto
periodo de tiempo como quiera, sujeto a unos pocos y amplios límites. Se provee
al niño de los materiales de juego que se prestan como medio para que exprese
sus necesidades, pero puede rechazarlos si lo desea. El terapeuta cree que la
decisión del niño de hacer o no hacer algo es mas beneficiosa que la realización
real. Se elevan al máximo las oportunidades para una autodirección responsable
del niño, de acuerdo con la teoría de que la sesión terapéutica es un buen lugar
para comenzar a practicarla (Rogers, s.f.).
Como en la terapia de adultos, una hipótesis básica es que una relación de
aceptación, en contraposición a una evaluación positiva o negativa, reduce la
necesidad de defensividad, permitiendo así que el niño se atreva a explorar
nuevas maneras de sentir y de comportarse. En razón de esta hipótesis, el
terapeuta no intenta afectar el ritmo ni la dirección de la terapia; sigue al niño en
lugar de conducirlo. El objetivo del terapeuta es ver las cosas a través d ellos ojos
del niño, para esclarecer verbalmente los sentimientos que el niño expresa. Sin
embargo, cuando el niño impide el acceso a sus sentimientos privados, el
terapeuta acepta su rechazo y no trata de traspasarlo.
No se intenta modificar al niño, sino solo posibilitar su auto modificación, siempre y
cuando la desee. De este y otro modos el terapeuta trata de comunicar su respeto
subyacente hacia el niño tal y como es en ese momento. La percepción del niño
de esta actitud del terapeuta parece ayudarlo a utilizar la relación con menos
ansiedad. Parece ayudarlo a expresar abiertamente tanto los aspectos rechazados
como los aceptados de su personalidad, y establecer algún tipo de integración
entre ellos. Entre los resultados de la terapia exitosa se han encontrado
modificaciones en las relaciones con los pares y con los padres, mejoras en las
tareas escolares, reducción de la incapacidad para la lectura, desaparición de tics
y cese de robos o cualquier tipo de conducta socialmente inaceptable (Rogers,
s.f.).
2.12.2 Psicoterapia centrada en el grupo
En algunos aspectos significativos, la terapia grupal es similar a la terapia
individual. En otros es netamente diferente. Las similitudes emergen de un
propósito común y de una misma concepción de la naturaleza de la personalidad
humana y de las maneras en que cambia. Las diferencias surgen de un hecho
importante: en la terapia individual solamente dos personas están inmediatamente
comprometidas, en tanto que, en la terapia grupal, cinco, seis o siete personas
interactúan en el proceso terapéutico. Esta multiplicación del número de los
participantes implica mucho más que la extensión de la terapia individual a varias
personas simultáneamente; proporciona una experiencia cualitativamente
diferente con potencialidades terapéuticas únicas.
La experiencia con la terapia centrada en el cliente individual parece ser la mejor
preparación para hacer terapia centrada en el grupo. Las diferencias entre ambas
practicas se dan en gran medida en el nivel de la técnica, y entonces volvemos a
comprender la significación de las actitudes del terapeuta. La situación grupal
impone algunas nuevas demandas al terapeuta. Ahora debe responder
sensiblemente a seis personas en lugar de una; debe ser capaz de reconocer y
manejar objetivamente las corrientes de sentimientos que se desarrollan dentro
del grupo; debe esclarecer sus propios sentimientos hacia los diferentes miembros
del grupo, de manera que pueda responder a cada miembro con una comprensión
congruente (Rogers, s.f.).
El elemento nuevo más desafiante de la situación grupal es la posibilidad de
liberar el potencial terapéutico del grupo mismo. La meta es la terapia del grupo, y
no la terapia individual en un grupo. Si el terapeuta es hábil, el grupo mismo se
convierte en un agente terapéutico y adquiere un ímpetu propio, con
consecuencias terapéuticas claramente mayores que las que resultarían de los
esfuerzos del terapeuta solo.
2.12.3 Liderazgo y dirección centrados en el grupo
Probablemente nadie que haya intentado practicar la psicoterapia individual con
una orientación centrada en el cliente ha dejado de pensar en la posibilidad de
aplicar esta modalidad al liderazgo de grupos y la administración de
organizaciones. Generalmente se percibe el liderazgo como una función, o un
grupo de funciones, desempeñadas por algún miembro individual de un grupo. Sin
embargo, también es posible considerar el liderazgo de una manera diferente; es
decir, como la propiedad de la totalidad del grupo u organización. En estos
términos, el liderazgo se convierte en un conjunto de funciones que deben ser
llevadas a cabo por el grupo (Rogers, s.f.).
Luego, el liderazgo no es un papel que debe desempeñar un miembro, sino un
conjunto de funciones que se deben cumplir dentro del grupo para que este pueda
adaptarse, resolver problemas y desarrollar sus potencialidades. Asimismo, puede
ser considerado como un conjunto de funciones que corresponden al grupo y que,
en condiciones ideales, se distribuyen dentro del mismo.
El liderazgo centrado en el grupo ha sido denominado así debido a que este
termino parece acentuar que el interés primario del líder es el de facilitar el
desarrollo del grupo, ayudarlo a esclarecer y alcanzar sus objetivos, a realizarse.
Podríamos decir que el líder centrado en el grupo decide adoptar objetivos de
amplio alcance en lugar de objetivos inmediatos. Confía en que el grupo resolverá
sus problemas inmediatos y sin embargo lo ayuda a capacitarse para resolver
problemas futuros (Rogers, s.f.).
El liderazgo centrado en el grupo tiene sus orígenes en la aplicación de los
principios de la psicoterapia centrada en el cliente a grupos y organizaciones. En
consecuencia, podemos esperar que el líder centrado en el grupo sostenga
actitudes similares a las del terapeuta centrado en el cliente. El líder centrado en el
grupo percibe al grupo o a la organización en función de los individuos que lo
componen. Es el vehículo de la expresión de sus personalidades y de la
satisfacción de sus necesidades. Cree que el grupo como una totalidad puede
autoabastecerse mejor de lo que pudiera hacerlo cualquier miembro individual del
grupo. Cree en el derecho fundamental del grupo a autodirigirse y autorrealizarse
en sus propios términos.
Existen ciertas condiciones que el líder centrado en el grupo trata de propiciar para
facilitar el desarrollo de este, dentro de estas podemos mencionar: la oportunidad
de participar, libertad de comunicación y un clima psicológico carente de
amenazas. De igual forma, el líder centrado en el grupo desempeña ciertas
funciones como lo son la transmisión de calidez y empatía, atención a los otros,
comprensión de los significados e intenciones, la expresión de la aceptación y la
función de vinculo (Rogers, s.f.).
2.12.4 La enseñanza centrada en el alumno
Gran parte de la educación actual parece basarse operacionalmente en el
supuesto: “No se puede confiar en el estudiante”. Actuando de acuerdo con este
supuesto, el maestro debe proporcionar la motivación, la información, la
organización del material, y debe utilizar en todo momento exámenes, para forzar
al estudiante a realizar las actividades deseadas. El enfoque que hemos estado
analizando se basa en un supuesto totalmente opuesto: “Se puede confiar en el
estudiante”.
Se puede confiar en que deseara aprender en todas las formas que protejan o
desarrollen al si mismo; se puede confiar en que aprovechara los recursos que
puedan servir a tal fin; se puede confiar en que se evaluara a si mismo de manera
que ayude a su propio progreso; se puede confiar en que crecerá, siempre que
pueda disponer de una atmosfera adecuada para su crecimiento (Rogers, s.f.).
Si el instructor acepta este supuesto o desea adoptarlo como hipótesis, se siguen
ciertas modalidades de conducta. Crea un clima en la clase que respeta la
integridad del alumno, que acepta todos los objetivos, opiniones y actitudes como
expresiones legitimas del marco de referencia interno del estudiante en ese
momento. Acepta los sentimientos y actitudes emocionales que rodean a cualquier
experiencia educativa o grupal.
Se acepta a sí mismo como miembro de un grupo de aprendizaje, en lugar de una
autoridad. Pone a disposición los recursos para el aprendizaje, confiando en que,
si satisfacen las necesidades del grupo, serán utilizados. Confía en la capacidad
del individuo para diferenciar la verdad de la falsedad, sobre la base de la
experiencia continua (Rogers, s.f.).
Reconoce que su curso, si tiene éxito, será un comienzo en el aprendizaje, no el
fin del aprendizaje. Confía en la capacidad del alumno para evaluar sus progresos
en términos de los objetivos que tiene en ese momento. Tiene confianza en el
hecho de que, en esta atmosfera que ha contribuido a crear, se da un tipo de
aprendizaje que es significativo para la persona y que nutre el desarrollo total del
individuo, al mismo tiempo que incrementa su familiaridad con un campo dado del
conocimiento.
3. CONCLUSIONES
• La terapia centrada en el cliente se basa en la teoría de la personalidad
propuesta por Carl Rogers, esta hace referencia a que para que la persona
logre un verdadero cambio y desarrollo personal es necesario que entre en
contacto con un terapeuta que posea ciertas características específicas.
• La terapia centrada en el cliente es un proceso y como tal consta de ciertas
fases o etapas, en este caso 7, a través de las cuales la persona va
descubriéndose a si misma hasta acercarse lo mas posible a la
autorrealización.
• Si el terapeuta cumple las condiciones necesarias y el proceso se
desarrolla como corresponde la persona obtendrá ciertos resultados tales
como ser una persona mas congruente, mejores relaciones con los demás,
etc.
• Dentro de su teoría de la personalidad, Rogers presenta un modelo de
personalidad el cual esta compuesto principalmente de 3 elementos: el
organismo, el yo y las condiciones de valía.
• La terapia centrada en el cliente trasciende las barreras de la clínica y
presenta aplicaciones en otras áreas tales como lo son la educación,
liderazgo y terapia de grupo.

4. REFERENCIAS

Feist, J., Feist, G. J., & Roberts, T.-A. (2014). Teorías de la personalidad. México DF: McGraw-Hill.

Lilienfield, S. O., Lynn, S. J., Namy, L. L., & Woolf, N. J. (2011). Psicología: Una introducción. Madrid,
España: Person.

Rogers, C. R. (s.f.). Psicoterapia centrada en el cliente: Práctica, implicaciones y teoría. Buenos


Aires, Argentina: Editorial Paidós.

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