Está en la página 1de 8

Steven Levitsky: La construcción de partidos en América Latina en épocas de

incertidumbre, desafección política y actitudes autoritarias

Primero quisiera agradecer a la SAAP y a Martín D'Alessandro por la invitación. Me emociona estar de vuelta en
Argentina, donde comencé mi carrera como politólogo hace veinticinco años, comiendo choripanes con
punteros de La Matanza. El año y medio que estuve en la Argentina en los años '90 fue fundamental para mi
formación como politólogo. Muchas de mis ideas sobre la organización de los partidos, sobre las instituciones
informales. y sobre todo, sobre la debilidad institucional, nacieron aquí. Adicionalmente, es impagable la deuda
que tengo con cientos de politólogos, sociólogos, periodistas, sindicalistas y políticos que se tomaron el tiempo
para conversar conmigo, un yanqui desconocido que quería saber algo de, nada menos, el peronismo.

Los partidos políticos siguen siendo imprescindibles para la democracia. Cuesta encontrar una democracia que
funcione bien sin partidos fuertes o mínimamente sólidos. Ahora bien, en las últimas décadas, la construcción
de partidos ha sido sumamente difícil en América Latina. Con James Loxton examinamos todos los partidos que
nacieron en la región entre 1978 y 2005, y que obtuvieron al menos el 1 por ciento de los votos. Encontramos
307 partidos nuevos. Los clasificamos como exitosos cuando obtuvieron por lo menos el 10 por ciento de los
votos a nivel nacional en cinco elecciones consecutivas. Con este criterio, fracasaron 245. La mayoría de ellos se
diluyó sin llegar al 10 por ciento, otros llegaron en una o dos elecciones pero fracasaron después (como el
Frente País Solidario en Argentina), y algunos sobrevivieron sin llegar nunca al 10 por ciento (como el Partido
Obrero en Argentina, o el Partido Humanista en Chile). Así, 245 de 307 partidos nuevos ya se perdieron.
Tenemos otros 51 casos que son incompletos porque no han llegado todavía a las cinco elecciones.
Probablemente la mayoría de ellos tampoco vaya a tener éxito. De este modo, nos quedan únicamente 11
partidos que satisfacen las condiciones de éxito: el Partido de los Trabajadores (PT), el Partido de la Social
Democracia Brasileña (PSDB), el Partido del Frente Liberal (PFL), Alianza Republicana Nacionalista (ARENA), el
Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), el Frente Sandinista de la Liberación Nacional
(FSLN), la Unión Demócrata Independiente (UDI), Renovación Nacional (RN), el Partido por la Democracia (PPD),
el Partido de la Revolución Democrática (PRD) y el Partido Revolucionario Democrático (PRD).

Hay algunos partidos nuevos que probablemente vayan a entrar en el grupo de los exitosos cuando lleguen a las
cinco elecciones: el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), el Movimiento al Socialismo (MAS). quizás
Propuesta Republicana (PRO) en Argentina. Pero esto no cambiará el patrón general. La continuidad de los
partidos nuevos es una rareza en América Latina: los casos exitosos representan solo el 4 por ciento de los
partidos nacidos desde 1978. Esto tiene consecuencias muy serias: la tasa de mortalidad de los partidos
establecidos en la región ha sido muy alta en las últimas décadas. Varios partidos importantes quizás no
murieron aún, pero comenzaron a morir en las últimas décadas: la Alianza Popular Revolucionaria Americana
(APRA) y Acción Popular (AP) en Perú, Acción Democrática (AD) y el Comité de Organización Política Electoral
Inde pendiente (COPEI) en Venezuela, el Partido Demócrata Cristiano (PDC) en El Salvador, el Partido
Revolucionario Dominicano (PRD) en República Dominicana, la Unión Cívica Radical (UCR) en Argentina. El
problema es que estos partidos tradicionales, que comenzaron a morir, no han sido reemplazados por nuevos
partidos sólidos. De esta manera, estamos teniendo una descomposición de los sistemas de partidos en América
Latina.
Si en los 18 países latinoamericanos mínimamente democráticos comparamos el nivel de institucionalización de
los sistemas de partidos de hace treinta años con el actual, encontramos que 5 de los 18 casos tienen un nivel
de institucionalización más o menos igual (Uruguay, Paraguay, Nicaragua, El Salvador y Brasil) y los restantes 13
casos tienen un nivel de institucionalización inferior. Con la posible excepción de El Salvador, ningún sistema de
partidos en América Latina se encuentra hoy en día más fuerte que en el pasado. De este modo, la tendencia es
que después de 3 décadas de democracia los partidos son más débiles que nunca en la región. Este es un dato
importante porque la democracia no ha funcionado bien, hasta ahora, sin partidos.

He pasado mucho tiempo en Perú en los últimos veinticinco años. En varios aspectos, Perú ha mejorado mucho
en este período: el PBI se ha multiplicado por cuatro, el nivel de pobreza ha caído, y hasta en fútbol está
volviendo a las grandes ligas. En cambio, el sistema político peruano continúa siendo débil. En parte por la
inexistencia, desde hace más de una generación, de partidos políticos. Y sin ellos se ha vuelto muy difícil
mantener una carrera política. La clase política ha casi desaparecido, y el Perú está siendo gobernado en todos
los niveles por novatos.

Lo dicho hasta aquí demuestra que hay que entender mejor los orígenes de los partidos fuertes, así como cuáles
son las condiciones bajo las cuales se da su construcción. Gran parte de la bibliografía politológica en Estados
Unidos trata la formación de partidos como algo natural, algo más o menos inevitable de la democracia. Según
Jon Elster las instituciones democráticas generan fuertes incentivos para la construcción de partidos. Los
partidos ayudan a los políticos a lograr ciertos objetivos que son claves para su carrera política, como ganar
elecciones o formar mayorías en el congreso. Por otro lado, si existen instituciones legislativas, los políticos
ambiciosos, según la literatura, deberían invertir tiempo y recursos en la construcción de partidos. Según otra
perspectiva, es el votar en elecciones consecutivas lo que genera identidades partidarias compartidas, más o
menos de manera natural.

Pero en América Latina las teorías mencionadas enfrentan algunos problemas. Las últimas tres décadas fueron
un período de estabilidad democrática (por lo menos, electoral) sin precedentes. Nunca en la historia ha habido
tanta democracia y por tanto tiempo en la región. Sin embargo, los partidos no se han fortalecido sino que se
han debilitado. De hecho, solo 1 de nuestros 11 casos de éxito nació en plena democracia (el PSDB, en Brasil).
Los otros 10 surgieron bajo el autoritarismo o bajo una transición desde el autoritarismo. En otras palabras,
fuera de Brasil, no hubo ningún proceso de construcción de un partido exitoso en plena democracia en América
Latina entre 1978 y 2015. Esto demuestra que las elecciones y la democracia no son condiciones suficientes para
el surgimiento de partidos sólidos.

Para consolidarse, los partidos nuevos necesitan dos cosas. Primero, cierta identidad partidaria. Los partidos
fuertes requieren de adherentes con lealtades fuertes, es decir, gente que se siente identificada con el partido y
que siempre vote por él. La clave para la formación de una identidad es el desarrollo de una marca partidaria
clara, lo que significa que el partido representa o significa algo, que expresa un conjunto de ideas con el que pue
de identificarse un grupo social (peronismo, aprismo, sandinismo, chavismo). El segundo paso que los nuevos
partidos necesitarían dar es el de construir una organización. Las organizaciones, básicamente, implican redes
amplias de cuadros y militantes, conformadas por actores con un interés ideológico, profesional y/o material en
la continuidad del partido. Es decir, que necesitan que el partido siga vivo en el tiempo.
Una organización partidaria puede equivocarse, hacer una mala elección y sobrevivir. Por ejemplo el peronismo
después de 1983, el sandinismo en los años '90, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) mexicano en el año
2000. Estos partidos perdieron elecciones, cayeron en crisis tremendas, los periodistas decían que estaban
camino a la desaparición, pero se apoyaron en sus organizaciones y desde allí sobrevivieron, y algunos años
después volvieron a gobernar. Para un partido sin organización, un solo paso en falso puede ser la muerte,
puede ser fatal. Dos ejemplos: el Frente País Solidario (Frepaso) en Argentina y el Movimiento 19 de Abril (M19)
en Colombia.

Ahora bien, formar identidades partidarias fuertes y construir organizaciones han sido tareas
extraordinariamente difíciles en las últimas décadas. Esto ha sucedido con las marcas partidarias. Los años '80, y
sobre todo los '90, fueron períodos de severa crisis y también de reforma económica radical. Gracias al
Consenso de Washington, muchos partidos políticos tanto de izquierda como de centro, aun siendo estatistas
y/o populistas, abandonaron sus programas originales por políticas neoliberales, y así diluyeron sus identidades.
Según Noam Lupu, sostener una marca clara requiere un perfil programático corriente y diferenciado de los
demás partidos. Muchos partidos que no eran de derecha en los años '80 y '90-la mayoría de los partidos en
América Latina en aquel entonces-perdieron su identidad, su propio perfil y su diferenciación con los demás
partidos. Y la consecuencia fue su debilitamiento. Pero aún más importante que eso ha sido la falta de
incentivos para invertir en las organizaciones. Construir una organización implica mucho trabajo: lleva tiempo,
dinero, esfuerzo, infraestructura (con la necesidad de abrir oficinas en todo el país), hay que reclutar militantes
para cubrir las tareas de la organización y sostenerla en el tiempo, hay que definir candidatos para los diferentes
puestos representativos a nivel nacional y subnacional. La mayoría de los políticos, en todos los países, no
quiere invertir el tiempo, el esfuerzo y el dinero necesarios para construir una organización. Así, el político que
pueda alcanzar sus objetivos (es decir, ganar elecciones) sin hacer esa inversión, lo va a hacer

Hace sesenta o setenta años, los políticos tenían que invertir tiempo y recursos en la organización porque no
había otra alternativa. En la década del '30, del '40 y del '50, es decir, antes de la expansión de los medios
masivos de comunicación (y obviamente antes de la emergencia de las redes sociales), era imposible llegar al
electorado sin acudir a una organización. En cambio, hoy en día los candidatos pueden buscar votos a través de
la televisión, y sobre todo a través de Whatsapp y de Twitter. Si puede llegar a millones de votantes a través de
los medios, ¿para qué hacer entonces todo el trabajo necesario para construir una organización? ¿Por qué
invertir en un partido? Ya no es necesario. De este modo, en la actualidad los incentivos para construir
organizaciones de base son mucho más débiles que hace cincuenta o sesenta años. Es mucho más fácil seguir el
modelo de políticos como Fernando Collor, Alberto Fujimori, Rafael Correa, Jimmy Morales o Nayib Bukele, que
han aprovechado a los medios como un atajo político en su vínculo con el electorado. Eso nos lleva a una
conclusión un poco deprimente: bajo condiciones democráticas normales, en la actualidad los políticos carecen
de incentivos para invertir en la construcción de partidos.

Entonces, lo que fomenta la creación de partidos no son las características de la democracia normal sino
condiciones extraordinarias que pueden surgir. En mi opinión, estas últimas se relacionan con la conflictividad
intensa, muchas veces violenta, a partir de la cual se generan las identidades, y a partir de ellas, las
organizaciones necesarias para la formación de partidos. Las revoluciones, las contrarrevoluciones, una guerra
civil, los periodos de movilización populista y la represión autoritaria, son algunas de las condiciones
extraordinarias que pueden incentivar estos procesos.
El argumento presentado en el párrafo anterior retoma en cierto sentido el trabajo clásico de Seymour Lipset y
Stein Rokkan: la polarización y el conflicto fomentan la construcción de partidos de varias maneras. Querría
profundizar un poco en esto último. Primero, los conflictos intensos y prolongados generan fuertes identidades
políticas. Así sucedió con las guerras civiles en Colombia y en Uruguay en el siglo XIX, o en El Salvador en el siglo
XX. También revoluciones como en México, Nicaragua y en cierto sentido en Bolivia, han dividido a la sociedad y
muchas veces han ayudado a cristalizar las identidades partidarias. De esta manera, experiencias como las
mencionadas (aquellas que pasan por una guerra civil, una revolución, una contrarrevolución y/o un periodo de
opresión y caos) suelen unir a los participantes a sus respectivos partidos para toda la vida (vínculos identitarios
que muchas veces pasan a sus hijos y, a veces, a sus nietos). Los peronistas, por ejemplo, pasaron años en la
clandestinidad y por periodos en los cuales podían ser arrestados por tener una foto de Evita. Esto fue así
durante más de una generación. El ser peronista significaba asistir a misas secretas por Evita, pintar paredes a la
medianoche, ir al sindicato a escuchar los mensajes clandestinos que enviaba Perón. En los años '70, ser
peronista podía significar la cárcel o la muerte. Para la generación de los '50, los '60 y los '70, uno no decidía
votar a peronistas, uno era peronista, uno nacía peronista, es decir, el peronismo estaba en su sangre. Una vez
un peronista muy católico me dijo "yo amo al peronismo tanto como amo a Dios", pero después lo pensó un
segundo y agregó "o más". Gente como esta no puede siquiera imaginar el votar por otro partido. Ese tipo de
lealtad no es producto de haber participado en elecciones por períodos consecutivos, sino que es producto de
una etapa de intensa polarización y conflicto. Esa es la identidad partidaria del peronismo.

El conflicto también fomenta la construcción de organizaciones. Los políticos tienen muchos más incentivos para
invertir en organizaciones cuando sus objetivos van más allá de ganar elecciones. Cuando se busca una
revolución, los políticos valoran mucho más la organización. Esto se ve, por ejemplo, en el caso de movimientos
revolucionarios como el FSLN en Nicaragua o el FMLN en El Salvador. También en partidos
contrarrevolucionarios, como ARENA en El Salvador o la UDI en Chile.

El conflicto no solo genera incentivos para los políticos: también moviliza a los militantes y a los activistas. Las
organizaciones partidarias requieren sobre todo militantes, ya que no se puede mantener una organización
territorial nueva sin una gran base humana. Los partidos establecidos pueden utilizar el voluntarismo o acudir a
empleados asalariados para mantener su organización. Pero los partidos nuevos, los que no accedieron al
Estado, no cuentan con esa opción y por ende necesitan de voluntarios. Es muy difícil construir una organización
nacional, territorial, sin un ejército de activistas voluntarios. De nuevo, la construcción de organizaciones es un
trabajo duro, la gente normal no quiere sacrificar tiempo y recursos para hacerlo. Por eso muchas veces las
únicas personas dispuestas a realizar dicho esfuerzo son activistas comprometidos. Entonces, ¿cómo pueden
hacer los partidos para tener una militancia así, dispuesta a levantarse a las seis de la mañana un sábado para
dedicar horas y horas del fin de semana para trabajar por el partido, sin un salario? Los militantes necesitan un
motivo, una bandera, una causa superior. Necesitan creer y luchar por algo. Pueden ser movimientos
revolucionarios, guerras civiles, conflictos religiosos, luchas antiautoritarias. Son los motivos los que despierten
el interés en participar. Sin una causa superior, los partidos nuevos no van a poder atraer muchos militantes, y
sin ellos no se puede construir y mantener una organización.

Así que el conflicto es la fuente principal de la construcción de partidos en América Latina. Muchos de los
partidos más duraderos en la historia, de hecho, casi todos, nacieron durante periodos de intensos conflictos.
Los partidos tradicionales de Colombia y Uruguay han sido producto de guerras civiles; el PRI mexicano emergió
a partir de una revolución violenta; partidos como el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) en Bolivia,
los radicales y los peronistas en Argentina, Acción Democrática (AD) en Venezuela, el APRA en Perú, el Partido
Acción Nacional (PAN) mexicano, el PRD dominicano y el Frente Amplio (FA) en Uruguay, son partidos que
echaron raíces durante periodos de extrema movilización y/o represión. Este mismo patrón se ve en la época
contemporánea. Tres de nuestros once casos de éxito, el FMLN y ARENA en El Salvador, y el FSLN en Nicaragua,
surgieron en contextos de agresivas revoluciones sociales. Otros tres partidos, el PT en Brasil, el PPD chileno y el
PRD mexicano, nacieron en oposición al autoritarismo y sus periodos fundacionales fueron marcados por una
intensa polarización, protesta y represión. Podemos también mencionar a la UDI en Chile, la cual surgió en el
contexto de polarización bajo el régimen de Pinochet.

Vale la pena aclarar que el conflicto no es el único camino para la construcción de partidos, pero sí es el
principal. Algunos pueden encontrar un atajo en una especie de herencia organizacional. Si uno puede heredar
una marca ya establecida o una organización preexistente, el costo de construir un partido se reduce. ¿Cómo
heredar una marca de organización preexistente? La manera más fácil es la de ser un partido ex autoritario.
Como muestra James Loxton, los partidos construidos sobre los legados de un régimen autoritario tienen ciertas
ventajas fuertes. Primero, porque tienen una marca y una base electoral ya establecida. Los dictadores polarizan
a su sociedad. Sujetos como Pinochet son rechazados por mucha gente, pero casi siempre también gozan del
apoyo de un cierto sector de la población, que puede ser solo un 20 o 30 por ciento, pero para la construcción
de un partido un porcentaje así se transforma en un piso muy importante. Como resultado, ya se cuenta con
una marca y una cierta base electoral establecida. Segundo, porque muchos partidos ex autoritarios también
pueden aprovechar las redes clientelistas construidas bajo el viejo régimen y de este modo obtener una fuente
de financiamiento. De nuestros 11 casos de éxito, 6 son partidos ex autoritarios: UDI, ARENA, FSLN, PFL, PRD de
Panamá y RN.

Como ejemplo se puede mencionar al fujimorismo en Perú. Su fundador, Alberto Fujimori, rechazaba a los
partidos. Él creó y luego abandonó cuatro partidos (creo que es un récord mundial para un solo presidente).
Luego de destruir cuatro partidos, Fujimori terminó en la cárcel por corrupción y violación de derechos
humanos. Sin embargo, casi dos años después de su salida del poder, el fujimorismo siguió siendo el partido más
fuerte de Perú. Hace un par de años, el 16 por ciento del electorado se identificaba con el fujimorismo. Eso
supera por mucho hasta al APRA. En 2016, el fujimorismo obtuvo la mayoría absoluta en el Congreso y su líder,
Keiko Fujimori, casi gana la presidencia. Ese éxito tiene mucho que ver con los orígenes del fujimorismo.
Fujimori no construyó un partido, pero su régimen dejó varios legados que fueron útiles para la construcción
organizativa. Primero, gracias a la estabilización de la economía y a la derrota de Sendero Luminoso, Fujimori
mantuvo niveles de apoyo muy importantes, aún después de su caída. Una encuesta de 2006 muestra que el 48
por ciento de los peruanos tenía una imagen positiva de su presidencia. Esta parte de la población podía
transformarse en una base electoral a la que acudir. El gobierno de Fujimori también dejó redes clientelares que
habían sido construidas sobre programas sociales que canalizaban recursos estatales a través de comedores
populares en las zonas urbanas de Lima-muchos de estos últimos siguen siendo fujimoristas Todo esto le
significaba al fujimorismo una base movilizada en zonas pobres sobre las cuales podía reconstruirse el partido. Y
finalmente, el fujimorismo mantuvo el vínculo con varios de los empresarios que habían sido beneficiados con
Fujimori, algunos de los cuales se convirtieron en fuentes principales de financiamiento para el partido.

Otro camino posible para el legado organizacional se encuentra en los movimientos guerrilleros. Similarmente a
la situación de los ex autoritarios, los partidos devenidos de la ex guerrilla cuentan con bases de apoyo ya
establecidas y tienen redes de militantes comprometidos. Los movimientos revolucionarios polarizan, generan
oposición, pero también apoyo electoral. Los movimientos revolucionarios tienen todos los recursos para
consolidarse como partido político. Dos de nuestros once casos exitosos (el FSLN y el FMLN) nacieron como
guerrillas.

Como vemos, nuestra teoría de construcción partidaria se enfoca en el conflicto. El conflicto fortalece la lealtad
partidaria, la movilización de militantes y crea incentivos que los políticos no suelen tener para invertir en la
organización. Así, genera condiciones más favorables (sin ser una garantía) para la construcción de los partidos.
Una teoría conflicto-céntrica nos ayuda a entender por qué la construcción de partidos duraderos ha sido tan
difícil y tan rara a la vez en América Latina en los últimos treinta o cuarenta años. Desde los años '80, la región
ha sido mayoritariamente democrática con casi todos los conflictos armados finalizados. La paz y la democracia
obviamente son cosas muy positivas y para festejar, pero es posible que hayan dificultado la construcción de los
partidos. Los casos de Bolivia y Venezuela son excepciones que ayudan a confirmar la regla. A diferencia del
resto del continente, estos países atravesaron un periodo de intensa polarización y conflictividad en los últimos
años. Venezuela experimentó un populismo muy polarizante y cayó en un régimen autoritario marcado por
altos niveles de protesta y represión durante mucho tiempo. Bolivia atravesó altos niveles de movilización y
conflicto antes y después de la elección de Evo Morales. No sería casualidad, en mi opinión, que en Venezuela y
en Bolivia, el PSUV y el MAS vayan a durar en el tiempo gracias a las raíces que han echado en la sociedad.

Para comenzar a cerrar la presentación, podemos decir que nuestra investigación sugiere dos paradojas para
tener en cuenta a la hora de la construcción de los partidos actuales en América Latina. La primera es una
paradoja de la democracia. Los partidos fuertes siguen siendo necesarios para el éxito y el funcionamiento de la
democracia, pero una democracia estable no crea condiciones favorables para la construcción de partidos. De
hecho, casi todos los partidos más robustos en América Latina han surgido bajo el autoritarismo o en un
contexto de alta polarización y violencia que muchas veces destruye a la democracia. De nuevo, de nuestros
once casos de éxito solo uno (el PSDB de Brasil) nació bajo una democracia estable. Tres partidos exitosos
surgieron en el contexto de una guerra civil o insurgencia, y siete aparecieron bajo un régimen autoritario o
durante una transición. Entre estos últimos siete casos, cinco de ellos nacieron bajo un régimen de
autoritarismo burocrático, un tipo de régimen caracterizado por altos niveles de polarización y represión.

Entre 1978 y 2005, los países latinoamericanos, excluyendo Cuba, pasaron 318 años bajo una democracia
electoral, 90 años bajo autoritarismo -41 de los 90 fueron en un autoritarismo burocrático y 78 años bajo
insurgencia o guerra civil. En los 318 años de democracia electoral apareció un solo partido exitoso. En los 90
años bajo autoritarismo se generaron 7 partidos exitosos. En los 78 años de guerra civil o insurgencia se
produjeron 3 partidos exitosos. De nuevo, la paz y la democracia de los últimos treinta años son cosas para
festejar, son muy buenas, pero no parece que esas condiciones motiven la construcción de partidos fuertes. Y
temo que la debilidad de los partidos pueda terminar debilitando a la democracia.

La segunda paradoja es una paradoja vinculada al populismo. Solemos pensar a este último como un fenómeno
anti-partidos. Los populistas casi siempre utilizan un discurso de ese tipo, ya que se expresan contra los males
de la partidocracia. De hecho, los populistas suelen ser personalistas, crean do su propia organización partidaria.
En casi todos los casos, los populistas no permiten la institucionalización del partido y bloquean el surgimiento
de nuevos liderazgos en su interior. De hecho, muchos líderes populistas parecen ser mucho más destructores
que creadores de partidos. Como ya mencionamos, Fujimori creó cuatro partidos durante su presidencia, Perón
tuvo tres partidos durante la suya y Chávez tuvo dos. Cuando los populistas abandonan el poder, la mayoría de
las veces dejan sus partidos en un estado de caos total. Por ejemplo, el peronismo en 1955, o en 1974, o el
fujimorismo en la actualidad. Por eso los populistas casi siempre son vistos como una fuerza anti-partido. De
hecho, los militantes de un partido populista siempre van a estar de acuerdo con que son parte de un
movimiento y no de un partido político. Cuando vine por primera vez a Argentina y dije que quería investigar el
peronismo como partido, todo el mundo me dijo que no había nada que estudiar. Cada peronista que conocí me
dijo que el peronismo no es un partido sino un movimiento. Resulta que los fujimoristas dicen exactamente lo
mismo, y los chavistas también. No es tan así. Aunque el discurso populista sea anti-partido y rechace la
institucionalidad partidaria, muchas veces los gobiernos populistas exitosos generan las materias primas para la
construcción de un partido más o menos fuerte. A continuación, desarrollo este argumento.

Los populismos exitosos polarizan a la sociedad. Líderes como Perón o Chávez generan fuerte apoyo dentro de
los sectores populares y una oposición con la élite y la clase media. El resultado en muchos casos es una
polarización prolongada, y muchas veces violenta, entre fuerzas populistas y anti-populistas. Todo esto genera
identidades fuertes y moviliza a miles de militantes comprometidos. Como consecuencia de ello, la aparición de
una organización robusta es posible. No tiende a ser una organización institucional pero sí una organización
mínimamente burocrática, por lo cual suele ser bastante fluida, fragmentada e informal. Pero una organización
informal no deja de ser partidaria. Una Unidad Básica en la casa de una señora del barrio no deja de ser una
Unidad Básica partidaria. Y cuando un movimiento informal se dedica al proceso electoral, sobre todo como el
PJ a partir de 1983, se convierte en un partido. Aunque no le guste, se convierte en partido.

Pese a que a los líderes populistas no les importe el partido en el corto plazo, muchas veces terminan, por
accidente, sembrando las bases para la consolidación partidaria. La polarización entre fuerzas populistas y anti-
populistas genera marcas claras y fuertes identidades partidarias, y con ello, en muchos casos, la aparición de
militantes comprometidos que, aunque lo nieguen, se transforman en la base de una organización partidaria.
Eso sucedió con el chavismo, tal vez también con el fujimorismo y el MAS en Bolivia.

Quiero finalizar con una idea un poco diferente, pero que tiene que ver con el populismo y la crisis de los
partidos, y que no está en el libro que acabo de resumir.' En los últimos dos o tres años nos hemos preguntado
muchas veces, de una manera incesante ¿por qué surge el populismo en casi todo el mundo? ¿Por qué aparece
en países tan distintos como Gran Bretaña, Estados Unidos, Italia, Filipinas, Brasil y El Salvador? Creo que un
factor que no ha sido lo suficientemente atendido hasta el momento es el del debilitamiento de los
establishments políticos en todos lados. En democracia, el establishment político es el conjunto de actores y
organizaciones que manejan los recursos que los políticos necesitan para ser elegidos. Hay tres componentes
del establishment político en particular: los partidos, que controlan por lo menos en teoría- las candidaturas (el
recurso necesario para llegar al poder); los medios, que le ofrecen a los partidos y candidatos el acceso al
electorado; y los empresarios, sindicatos y otros grupos de interés que financian las candidaturas. Hace sesenta
o setenta años, en casi todas las democracias del mundo, estos actores mantenían un monopolio sobre los
recursos necesarios para ganar elecciones. Los líderes de los partidos tradicionales controlaban de forma plena
la conformación de las candidaturas (no había primarias). Los medios eran dominados por unos pocos
periódicos y canales de televisión. Y un puñado de grupos de interés coordinaba el financiamiento de las
organizaciones partidarias. Así que si en los años '50 o '60 un político no tenía una buena relación con los
actores del establishment, era casi imposible que fuera elegido. Salvo en los muy pocos casos de movilización
masiva, como con Perón, los políticos marginados del establishment no podían ganar porque no tenían acceso a
las candidaturas ya que no contaban con financiamiento y visibilidad mediática. Fue así en todas las
democracias: en Estados Unidos, en Europa occidental, y también en América Latina. En dicho contexto, los
políticos tenían que responder más al establishment que al electorado. Esa dinámica generaba cierta estabilidad
y ayudaba a que el sistema más o menos funcionara bien, pero con un costo democrático. La competencia
electoral era real, pero se encontraba seriamente constreñida por la dependencia de los políticos hacia una élite
partidaria, mediática y económica. Era una democracia schumpeteriana en el sentido más profundo del término:
estable, funcional y bastante elitista.

Poco a poco el poder de los establishments se ha ido debilitando en todo el mundo. Estos han ido perdiendo sus
monopolios. Por ejemplo, con las elecciones primarias los líderes partidarios han ido perdiendo el monopolio
sobre las candidaturas, sobre todo en Estados Unidos. Así llega Trump a la candidatura presidencial. Con las
redes sociales, los candidatos ya no necesitan de los periódicos o de los canales de televisión. Cuando estuve en
Brasil hace un año, la élite paulista me dijo que Bolsonaro no iba a ganar porque Alckmin tenía mil veces más
horas de tiempo en la televisión. Subestimaron el nuevo papel de Whatsapp. Con internet también se ha ido
democratizando el financiamiento de los partidos. Bernie Sanders obtuvo tanto financiamiento como Hillary
Clinton para las primarias de 2016, utilizando internet para obtener donaciones pequeñas (veinticinco dólares
cada una). Así que hoy los políticos no necesitan del establishment para ser elegidos. Gracias a la
democratización partidaria y al surgimiento de las redes sociales, es cada vez más fácil ganar elecciones sin la
ayuda de miembros del establishment.

Lo anterior significa dos cosas: primero, que los outsiders tienen más facilidades en la actualidad que en el
pasado. Los Trump, los Cinco Estrellas, los Correa, los Humala, los Lugo, los Martinelli, los Jimmy Morales, los
Bukele no enfrentan la misma resistencia que antes. No tienen que ser Perón. Segundo, los políticos
tradicionales, los insiders, ya no tienen que responder tanto al establishment, sino que pueden hacerlo más a la
gente, al electorado. Y como los niveles de descontento son altos en muchos países, los políticos que responden
naturalmente más al electorado están volviéndose más anti-establishment y, por ende, más populistas. En este
nuevo contexto, el populismo es una táctica cada vez más útil para ganar elecciones. Este nuevo escenario es
muy democrático, la política es mucho más abierta y menos elitista. Pero al eliminar o debilitar el control
schumpeteriano impuesto por el establishment, las democracias se están volviendo más volátiles, más
inestables y más vulnerables a la demagogia. O sea, va a haber más Brexit, va a haber más Trump, más Bukele y
más Bolsonaro.

También podría gustarte