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En primer lugar, haremos un recorrido por las transformaciones recientes en el campo del
control del delito y la justicia penal. Con ese objetivo, y siguiendo los aportes del criminólogo
David Garland (2005), indagaremos en los cambios que en la modernidad tardía han afectado
el funcionamiento de la penalidad.
Para el autor, las formas de pensar -ideologías- y las formas de actuar -las prácticas- con
relación al problema del delito y la inseguridad se han transformado como resultado de la
crisis del welfarismo penal produciendo un trastocamiento general en el funcionamiento del
campo del control del delito y de la justicia penal.
Con la crisis del estado de bienestar en la década de 1970 y la difusión de la retórica neoliberal
que la sustentó, podemos apreciar una serie de indicadores de cambio que en conjunto nos
conducen a identificar que las políticas públicas en materia de seguridad han mutado desde la
focalización en la rehabilitación de los transgresores en el welfarismo hacia el protagonismo
de las víctimas en la cultura del control.
Una cuestión importante derivada de la emergencia del tercer sector es que el delito ya no es
una competencia exclusiva de las agencias estatales tradicionalmente encargadas del tema, es
decir, el sistema penal, sino que por el contrario se asume que el control y la reducción del
delito involucra la multiplicación de actores intervinientes. Este sector, pequeño en cuanto a
sus dimensiones y presupuesto, ha comenzado a alterar el equilibrio general del campo: las
políticas públicas de seguridad tienden a alejarse de la retribución, disuasión y la reforma
para acercarse a la prevención, reducción del daño y gestión del riesgo.
En efecto, desde el modelo preventivo se trata de reducir los eventos delictivos (concebidos
como un elemento “normal” de la vida en las grandes ciudades) mediante la minimización de las
situaciones que favorezcan la comisión de delitos, a través de la intensificación de los controles y
la modificación de rutinas y entornos ambientales, a partir de una eficiente gestión del riesgo que
involucra a los actores de la sociedad civil.
Sin embargo, el cambio no es absoluto y es necesario reparar en los aspectos que marcan una
continuidad o expansión de las formas de penalidad más tradicionales. Por ello, el autor se
pregunta:
Muy lentamente, ya que las instituciones son resistentes al cambio, no obstante, podemos
apreciar que en lo estructural (es decir, analizando el campo del control del delito y la justicia
penal en su totalidad) se puede visualizar la orientación de esas transformaciones:
Cambiar la relación del campo con su entorno (su relación con el proceso político, con la
opinión pública y con las actividades de control del delito de la sociedad civil).
En Argentina, por ejemplo, se han creado cuerpos policiales especialmente destinados a tareas
preventivas y disuasorias, policías de proximidad, que responden a estas características: las
policías comunales en los municipios, o para el caso de las fuerzas federales, la Policía Federal
Argentina y la Gendarmería Nacional, cuerpos especiales, la Policía de Prevención Barrial.
Los invito a ampliar el tema en el siguiente
vínculo: http://www.minseg.gob.ar/policia-de-prevencion-
barrial
Veamos que ha pasado en nuestro país en cuanto a las políticas de ejecución penal en los
últimos años:
El gráfico anterior fue Elaborado por la Dirección Nacional de Política Criminal del Ministerio
de Justicia y Derechos Humanos de la Nación en el marco del Sistema Nacional de Estadísticas
sobre Ejecución de la Pena (SNEEP informe 2013), muestra claramente que, siguiendo
tendencias mundiales, la evolución de la población privada de la libertad en Argentina, ha
aumentado de manera sostenida pasando de poco más de 24.000 personas a principios de la
década del 70, a más de 62.000 para el año 2012. El informe 2014, señala un total de personas
privadas de la libertad en todo el país de 69.060. Es decir, que la tasa de encarcelamiento sigue
en aumento, alcanzando al 31 de diciembre del año 2014 la cifra de 161,85 cada 100.000
habitantes.
Evidentemente, como señala Garland, el campo del control del delito y la justicia penal se
configura actualmente de manera compleja y contradictoria, por ello, es necesario reparar en
cada uno de sus aspectose identificar sus tendencias centrales para advertir
el entrelazamiento entre lo establecido y lo emergente en materia de penalidad y no caer en
el error de suponer una simple y lineal sustitución de modelos.
Si reparamos en el perfil de la población carcelaria, notamos que el 93% son varones, el 92%
provienen de sectores urbanos y el 63 % tienen menos de 35 años. Jóvenes, varones, urbanos
y si profundizamos en datos vinculados a otras variables tenidas en cuenta: pobres.
Claramente la parte más dura del sistema penal, el encarcelamiento, recae sobre los sectores
más vulnerables dela estructura social argentina.
En segundo lugar, recordemos que, al declive del ideal rehabilitador de los infractores, lo
acompaña un nuevo protagonismo de las víctimas:
En nuestro país, asistimos a un proceso similar. Las masivas protestas del año 2004,
encabezadas por Juan Carlos Blumberg, han señalado un momento paradigmático de la
transformación de un familiar de víctima de un hecho delictivo -el secuestro seguido de
muerte de su hijo Axel- en un actor político individual, capaz de convocar multitudes y
presionar en la orientación de la política de persecución penal. Las llamadas “leyes Blumberg”
han sido el resultado palpable de esa trágica experiencia.
No obstante, esa situación puntual que podemos considerar paradigmática -aunque efímera-,
es importante reparar en que las víctimas o sus familiares no se han instalado en el reclamo
sobre un caso puntual, sino que han conformado asociaciones permanentes basadas en torno
a la denuncia, reclamo e interpelación al estado en torno a la problemática de la inseguridad.
El trabajo de Calzado (2015) nos permite conocer y reflexionar sobre el protagonismo que las
victimas organizadas -en asociaciones diversas- van adquiriendo en nuestro país y cómo influye
en las decisiones que en materia de seguridad toman las autoridades. Desde el paradigmático
caso Blumberg, en el 2004, hasta hoy, se van perfilando nuevas formas de expresión y presión
de las víctimas -o sus familiares- en la toma de decisiones de políticos y legisladores.
Para pensar estos procesos en nuestro país:
En síntesis, las transformaciones en el campo del control del delito y la justicia penal muestran
un escenario complejo, en el cual nuevos actores sociales emergen y se constituyen en
protagonistas. Asimismo, las instituciones tradicionales –la prisión y las policías- se reorientan
en su funcionamiento a fin de dar respuesta, muchas veces de manera contradictoria a la
problemática de la inseguridad en la actualidad y a su novedoso correlato la sensación de
inseguridad.