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PRIMERA EVALUACIÓN
Desarrolle tres (3) en total de las cuestiones abajo en base a las problematizaciones planteadas en
cada una. En la elaboración de las respuestas – mínimo 700 palabras, máximo 1500 cada una –
deberá incluir ejemplos estrictamente en base a la bibliografía del curso. El trabajo deberá ser
confeccionado en formato estándar de tesis de antropología: Times New Roman fuente 12; espacio
1,5 justificado; papel A4, márgenes 2,5 cm los cuatro. Las citaciones de más de tres líneas deberán
ser hechas en fuente 11, espaciamiento 1,0 (simple), con sangría izquierda de 1,25 cm. Las notas
deberán ser en fuente 10 con espaciamiento 1,0 (simple) justificado. Las citaciones deberán ser
“entrecomillas”, en caso contrario es plagio y la prueba será anulada; la fuente de referencia debe ser
indicada a continuación de la cita y entre paréntesis, por ej.: (Asch, 1996:121). Dos pruebas muy
parecidas se considerarán plagio y ambas serán anuladas. Incluir al final las referencias
bibliográficas.
El discurso académico sobre identidad, no solo tuvo difusión por la producción masiva sobre
el tema, sino que también la difusión llegó a los medios, la gestión pública, etc. La
consecuencia de esto según los autores es que en muchos escenarios, las personas hablen de
identidad, oscureciendo procesos más complejos y profundos que los que “identidad” puede
dar cuenta. De esta manera, la línea divisoria entre “identidad” como categoría práctica y
como categoría analítica, se ve borroneada, por lo que los autores proponen una serie de
conceptos para llenar ese vacío metodológico.
Identificación y categorización
El término identificación, es un término que denota procesos y acción, asimismo nos permite
explicitar quiénes llevan a cabo esa acción. Otra cuestión que hace más fructífero el uso de
este concepto y no el de identidad, es que si hablamos de identificar, no estamos
presuponiendo igualdad interna. Uno/a puede identificarse a sí mismo o a otro/a. Ahora bien,
los autores dicen que se pueden establecer dos tipos de identificaciones: las relacionales y las
categoriales. En cuanto al primer modo, se trata de las posiciones sociales de los actores con
respecto a una red de relaciones. A diferencia de este, el segundo, está vinculado a la
adscripción de los actores según algún atributo categorial –género, raza, nacionalidad, etc.-.
Otra distinción analítica que hacen los autores, es entre la identificación del “yo” –interna- y
la identificación de otros hacen de uno/a –externa-, son dos operaciones que mantienen un
juego dialéctico permanente, lo que no quiere decir que converjan, en realidad suelen no tener
mucho correlato. Y esto es porque la clasificación externa suele estar influenciada por
instituciones con mucho poder y autoridad en la sociedad (Estado, mercado, religión, etc.),
estas van construyendo sistemas de categorización. Es común pero no es necesario, la
identificación no requiere un identificador específico, y en estos casos es donde entran en
juego los discursos o narraciones que desprenden modos de pensar, significaciones, a los que
algunos actores adscriben.
Existe otra dimensión del concepto, y es la psicodinámica. Si hasta aquí, los autores
desarrollaron sobre cómo las personas se identifican o identifican a otros/as según como se
inscriban en determinadas categorías, ahora la cuestión en foco es la emocionalidad.
Entonces, este aspecto intenta dar cuenta, nuevamente, de procesos complejos que implican la
identificación emocional de uno/a con una colectividad.
A este concepto le corresponden tres limitaciones que los autores desarrollan. La primera es
que, en tanto termino subjetivo y autorreferencial, su límite es la concepción propia, dejando
por fuera las concepciones de otros, que son relevantes para un análisis ya que la relación
entre ellas suele ser influyente, sino coercitivas. En segundo lugar, la autocomprensión al
ahondar en el terreno de lo cognitivo, parece no darle lugar a las dinámicas afectivas que si
atiende el concepto de identificación. Por último, es dificultoso la correlación entre la
autocomprensión y las visiones fuertes de identidad. En contraste con una visión fuerte que
narra una identidad verdadera, de base, la autocomprensión puede ser algo momentáneo, que
no dé cuenta de la identidad “más profunda” y subyacente.
Finalmente, el último concepto que traen los autores se compone por tres términos. Uno de
ellos es el de comunidad, este implica que los miembros de un grupo tengan algún atributo en
común. “Conexionismo” por otro lado, da cuenta de los lazos que unen a los miembros.
Ambos elementos puestos en juego, generan grupalidad, ya que este término remite al
sentimiento de pertenencia hacia un grupo unido. Este conjunto de términos, es una de las
herramientas analíticas necesarias para dar cuenta de las diversas formas de asociación
comunitaria y que los miembros atribuyen sentidos.
2- Briones en su trabajo, retoma la idea de Segato sobre “matrices de diversidad”, en este
sentido, acuerda con ella en que cada nación construye un esquema el cual ordena y
esquematiza las alteridades. Pero, a diferencia del argumento de Segato, para Briones la
variable para organizar las alteridades en el territorio y en la sociedad, no se agota solo en la
categoría racial. Es decir, la fundamentación de la clasificación no se agota en marcas
específicas que identifican a “criollos”, “afro-descendientes”, “indígenas”, etc. Por esta razón
al eje racial, la autora le suma la cuestión político-económica, en resonancia con su marco
materialista.
Entonces, la autora llama la atención sobre una re-producción material, pero también
ideológica, de estos grupos racializados/etnicizados, producto de la matriz de Segato. Para
abordar esta cuestión más compleja, la dimensión que incorpora Briones al aporte de la otra
autora, es la de la economía política de la producción cultural. Esta perspectiva le permite dar
cuenta de la manera en que las clasificaciones raciales o étnicas implican determinados
medios y/o recursos que habilitan ciertos modos de explotación y de adscripción a una fuerza
de trabajo que es y se mantiene diferenciada. Es decir, el foco desde esta línea de análisis es
ver cómo los rótulos racializados o etnicizados permiten que se re-produzcan desigualdades
dentro de esa gran división de la “aboriginalidad”. La autora destaca dos operaciones de las
fuerzas sociales, políticas y económicas: por un lado moldean categorías y criterios de
identificación – administran jerarquías socioculturales-, y a su vez regulan condiciones de
existencia particulares para estas alteridades determinadas, que los reposiciona en ese mismo
lugar.
Hay otra lógica que le interesa retomar a la autora, y es la territorial, ya que es mediante la
distribución espacial que según ella el Estado actualiza las formaciones de alteridad y sigue
regulando la jerarquía entre ellas. En efecto, Briones destaca que habría una suerte de
geografía de la inclusión y exclusión, que se construye en base a las relaciones asimétricas
históricamente situadas que regulan y reactualizan la ubicación de la diversidad con respecto a
cierta población nacional imaginada. En este punto, se hace imprescindible pensar en las
distintas formaciones de alteridad que tienen lugar en las distintas provincias, en donde los
niveles estatales provinciales también crean representaciones localizadas de los ideales
nacionales. En este interjuego más local es donde las fronteras internas aportan su
materialidad, siendo el marco de reclamos particulares de los distintos pueblos indígenas que
habitan en el territorio.
Entonces, hasta acá la autora explica que si bien hay formaciones de alteridades nacionales,
estas también adoptan formas locales en las provincias, y ambas distribuyen a estos otros
internos en el espacio, determinando su acceso a recursos específicos que condicionan su
modo de existencia. A estas representaciones y economías regionales, van a articularse con
maquinarias estratificadoras, diferenciadoras y territorializadoras, que habilitan, o no,
experiencias y conocimientos sobre el mundo y uno/a mismo, es decir que se corresponden
con cierta subjetividad – estratificadoras-. Asimismo construyen un sistema clasificatorio de
identidades (grupos racializados/etnicizados) – diferenciadoras, pero también ubican y anclan
a estas comunidades afectivamente a lugares, circunscribiendo su circulación, fomentando
también cierto sentido de pertenencia.
Ahora bien, el mito fundante de que los y las argentinas bajamos del barco se nutre de una
operación de expulsión de personas indeseables que se asocian a categorías marcadas, a las
cuales se les atribuye carácter de extranjeros. Esta atribución de argentinización o
extranjerización componen al grupo deseado de ciudadanos/as argentinos, serán integrados
con agrado todos aquellos inmigrantes que contribuyan potencialmente al blanquecimiento de
la población. Por otro lado, ser eyectados y circunscriptos a condiciones de existencia
desfavorables, en las fronteras, quienes posean marcas no blancas. Simultáneamente, se da
una lógica de negación de racismo en la Argentina, que tiene su base en la idea de que en
nuestro territorio “no hay negros/as”. Esta idea implica la interiorización de las líneas de
color, en este sentido concebimos cotidianamente que todo rasgo adquirido en la “mezcla de
razas” tiende a emblanquecer a la población, integrando el color a la idea del “no negro”, por
lo tanto blanco. De esta manera se puede “parecer” indígena pero no serlo, la idea del color
como marcador de membresía de la nación se abandona.
Sin embargo, no todas las trayectorias eran aptas para la integración al ser nacional, mientras
que el mestizaje quedó asociado a la idea de hipogamia, en donde las personas seguían
teniendo rasgos extranjerizados, el criollo fue integrado a la idea del ser nacional, ocupando el
lugar intermedio entre los blancos de la capital y los indígenas del interior. Esta formación de
alteridades argentinas inscribe, entonces, dos melting pot. Mientras que uno circunscribe
alteridades portantes de marcas racializadas con potencialidad hipogámicas, el otro enfatiza la
potencialidad del blanquecimiento con el tiempo. Del primero el producto serán los cabecitas
negras con falta de recursos y de cultura, y del segundo los argentinos tipo, mayormente
blancos, de clase media. Aquí la articulación entre raza y clase se vuelven evidentemente
ordenadores. Hay un eje racial, regulador de la clasificación del cabecita negra como producto
fallado, todavía no muy cercano a la idea del ciudadano argentino tipo. Este eje permite, la
estructuración de clase con la fundamentación de falta de recursos materiales y simbólicos,
oscureciendo con su discurso practicas racistas debido a que la marcación no está en su color,
sino en su posición social.
Por un lado, desde la prensa y los sectores políticos se intentaba impulsar mediante el
emblema del gaucho, la idea de una era posterior al conflicto de razas, una población
blanquecina producto del crisol, la noción de una raza argentina europeizada. En paralelo los
intelectuales argentinos acogían una perspectiva hispana que sesgaba la indigenista. De esta
manera la figura del gaucho se pretendía producto español. La elite gobernante veía el riesgo
de difundir la figura del gaucho, ya que no era concordante pensar una argentina blanca con
un emblema portante de rasgos no blancos. Por ello, los esfuerzos de la prensa se orientaban a
asociar a este personaje al espíritu nacional, omitiendo cual tipo de herencia biológica de
líneas indígenas o afro.
En contraposición, el autor trae fuentes visuales en donde se muestra al criollo con distintos
colores de piel no blancos, con rasgos afro o indígenas. Según el autor, el uso de un lenguaje
no verbal como es el arte, o el teatro, no es casual, si en el discurso la intención era integrar
borrando las diferencias, las imágenes eran una buena manera de ilustrar la realidad sobre
cómo se veían realmente las personas. En este sentido, el gaucho aglomeró las variedades
etno-raciales prevalentes en la sociedad argentina, adoptando rasgos afrodescendientes y/o
indígenas. Esta producción visual de figuras no blancas tuvo como resultado que en el
sentido común las personas asociaran pieles con distintos tonos de marrón o negro a la
imagen de gaucho.
Estas tensiones eran parte de una época signada por un proceso de consolidación de la
nacionalidad Argentina, con gobernantes publicitaban una comunidad imaginada que no se
correspondía con las autopercepciones de la comunidad que habitaba. La puja de los sectores
poderosos por incorporar el “progreso” europeo, importando la cultura moderna europea.
Mientras tanto, la resistencia de un pueblo con memorias indígenas y afrodescendientes que
no se veían reflejados en esa narrativa legítima. Por ello aprovecharon, el origen mestizo, para
apropiarse y plasmar el reflejo real de los cuerpos que componían la sociedad argentina.
Referencias
ADAMOVSKY, E. (2016). ‘La cultura visual del criollismo: etnicidad, 'color' y nación en las
representaciones visuales del criollo en Argentina. Corpus, Archivos virtuales de la alteridad
americana, Vol 6, N°2.
BRUBAKER, Roger; COOPER, Frederick. (2001). Más allá de "identidad" . En Apuntes de investigación
(págs. 30-67). Buenos Aires : Siglo XXI.