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Los vínculos del complejo de castración con la expresión Nombre del Padre, que Lacan acuñó en
los años ’50 para dar consistencia lógica al complejo de Edipo, son diversos. Una exploración
minuciosa haría ver que el complejo de castración tiene una consistencia estructural de la que, en
cierta forma carece el Nombre del Padre. Sobre todo si consideramos los desarrollos efectuados
por Lacan en su Seminario RSI, donde el Padre aparece equiparado al Síntoma, como cuarto
elemento capaz de anudar lógicamente los tres registros del nudo borromeo.
Esta singularidad ya había sido advertida por Oscar Masotta en términos freudianos cuando en
1975 afirmaba “todo lo que es analizable en psicoanálisis tiene que ver con la castración y por eso
mismo con el falo” indicando así la primacía estructural de la castración.
Recorreremos brevemente lo que consideramos dos etapas fundamentales en la reflexión
lacaniana sobre el Nombre del Padre. Una, ubicada en los Seminarios 4 y 5, donde el padre es
situado como un elemento fundamental en la estructura del Complejo de Edipo. Y otra, a partir de
ciertas consideraciones efectuadas por Lacan en el Seminario XVII para culminar en RSI, donde la
castración, concebida como relación del sujeto con el lenguaje, se convierte en el operador
estructural necesario para dar cuenta de las contingencias del sujeto.
Sin duda una de las construcciones mas importantes de J.Lacan fue -de alguna manera- depurar el
Complejo de Edipo freudiano de una serie de interpretaciones que, poniendo el acento en lo
imaginario de las personas, terminaban por confundir el complejo con una variante de la
estructura familiar.
En Lacan, por el contrario, el complejo se reduce a elementos de una combinatoria muy simple:
deseo de la madre, Nombre del Padre, significante fálico unidos por una operación de
combinatoria que denomina la metáfora paterna. Pero todo estos elementos están regidos por la
lógica de la castración. Como se afirma en el Seminario V : “Les hablo de la metáfora paterna.
Espero que se hayan dado cuenta que les estoy hablando del complejo de castración. No porque
les hable de la metáfora paterna les estoy hablando del Edipo”
Entonces, es el complejo de castración el que se constituye en fundamental en la operación de
subjetivación, para la producción de un significante privilegiado, llamado falo, que ordenará la
posición sexual del sujeto.
Ahora bien, ese complejo, necesita de un agente que realice la operación de la castración y esta en
especial sobre el deseo materno, afectándolo de una carencia que no sea la del niño. El agente de
esa operación es el Nombre del Padre.
Todos sabemos que este no es ni el padre imaginario, ni el padre real, sino el padre simbólico, así
que la presencia de ese significante es independiente de la presencia del padre imaginario. Pero lo
novedoso quizás, en esta concepción es pensar la necesariedad de ese significante, en tanto
elemento exigido por la lógica del sistema.
En efecto, como afirma Lacan en el tercer tiempo del Edipo, el padre tiene aquí la característica del
don. Esto es que hace posible al “encarnarse “ autorizar al niño a subir “un nivel mas en el
esquema” y de este modo el sujeto recibe del mensaje del padre “lo que había tratado de recibir
del mensaje de la madre”[3] . De modo que el nombre del padre se establece con una necesidad
lógica en el sistema de la subjetivaciòn.
Lo que debemos también subrayar es que el padre, no basta con que sea una premisa lógica, sino
que debe estar “encarnado” en alguien, para poder operar significativamente.
Por otra parte, el falo surge como un significante que brota de la castración del Otro, es situado
por esa misma castración, principalmente la de la madre. “En el lugar donde se manifiesta la
castración en el Otro, donde el deseo del Otro es lo que está marcado por la barra significante,
aquí, por esta vía esencialmente, es como tanto en el caso del hombre como en el de la mujer se
introduce eso especifico que funciona como complejo de castración”- escribe Lacan , para agregar,
más adelante “que la primera persona en estar castrada en la dialéctica intrasubjetiva es la madre.
Ahí es donde se encuentra en primer lugar la posición de castración. Si los destinos de la niña y el
niño son distintos, es porque la castración se encuentra primero en el Otro”[4]
Entonces, si el Nombre del Padre viene para dar un sentido a esa castración, a proponer una
identificación filiatoria, allí donde se abre la falta del Otro, en cierto modo el Nombre del Padre es
un semblante, no constituye de por sí una solución única al problema, sino la más frecuente desde
el punto de vista del ordenamiento subjetivo.
Esto es lo que articula su carácter necesario en estos años de la enseñanza de Lacan, intentar dar
una razón del deseo y la castración materna, en el sistema estructural que se elabora de manera
casi definitiva en este periodo.
Lo que J.C.Milner ha llamado el “primer clasicismo lacaniano” está fundado en el minimalismo del
objeto, esto es comprender el inconsciente considerando el funcionamiento de un sistema al que
se le supone el mínimo de propiedades posibles. Por lo tanto, el nombre del Padre, aparece aquí
como una de las propiedades del sistema, definida por la estructura. Si el sistema está basado en
la pura diferencia entre los significantes, se comprende que el significante llamado deseo de la
madre, debe articularse con un significante privilegiado, considerado nombre del Padre para
poder ejercer sus efectos de manera ordenada en la estructura.
Sin embargo, el producto de esa metáfora que el nombre del Padre efectúa sobre el deseo de la
madre, a saber el significante fàlico, se instituye en una cierta condición absoluta y, al mismo,
tiempo externa a la estructura, dando razón de ella.
Se trata del carácter sexual de la subjetividad, que la estructura- ajena a ella- no puede sin
embargo dejar de considerar, descompletándose en el significante fàlico, que como anota Lacan,
permanecerá siempre velado y, a la vez profundamente activo, en la estructura del lenguaje
mismo.
El nombre del padre, en esta época aparece entonces otorgando la necesidad de la estructura,
mientras que el significante fàlico, por el contrario, la vuelve incompleta.
Semejante esfuerzo de clarificación que aleja el complejo de castración de todas sus peripecias
imaginarias que lo tornaban a veces discutible en Freud, tiene como resultado una elegante
construcción, que, sin embargo no se sostendrá absolutamente en los años posteriores.
En la concepción final, en Lacan, la castración es efecto de esa lengua que atrapa al cuerpo, de ese
simbólico que cae sobre lo real del organismo para someterlo a un ordenamiento imaginario, que
deja, al falo fuera de ese campo.
La necesariedad del padre, es reemplazada por su contingencia como agente del lenguaje.
Pero la castración no deja de ser una operación inevitable : aun cuando se la recuse ella ejercerá
sus efectos de manera mas temible, aun cuando se la acepte estaremos destinados al no-todo de
nuestro goce.