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LA CULTURA PRE-DELINCUENCIAL

HERIBERTO VALDEZ BONILLA


PSICÓLOGO PENITENCIARIO
RESUMEN

Se analizan los elementos del perfil criminógeno que se promueve en la cotidianeidad sin tener
conciencia de ello, así como la consecuente creación de espacios conceptuales del sentido común
que van dando validez al acto delictivo en la mentalidad del ciudadano común.

INTRODUCCION

¿De donde surge la delincuencia, quién la deja crecer en sus primeros estadios antes de que emerja
con su capacidad destructiva desbordada? ¿Existen medios de reconocer con efectividad esos brotes
de delincuencia sin caer en una “cacería de brujas” o la paranoia?

Existe un “punto ciego” en la búsqueda de los primeros brotes de la criminalidad. Las explicaciones
están llenas de “Perfiles”, “Zonificaciones” y otros datos que saltan a la vista después de cometido el
delito, no antes. El delito es un fenómeno social que no puede concebirse estático, y mucho menos
estático es el proceso por el cual surge en el ciudadano común el delinquir como algo que tiene más
validez que los valores y normas que la sociedad le propone como directrices para la convivencia, o
las sanciones que se le estipulan como consecuencia.

Este trabajo trata de describir que existe antes del delito, que lo nutre, cómo se abre el espacio
conceptual para considerarlo primero, posible y después válido. Para ello se tiene que superar una
cantidad considerable de Representaciones Sociales que median entre nosotros, el delincuente y sus
motivaciones, esas que comienza a introyectar desde la cotidianeidad que compartimos todos.

Actualmente, estamos viviendo una época en que la inseguridad está a la orden del día, según los
medios de comunicación y, obviamente las víctimas. Los actores de la procuración de justicia y
rehabilitación social están rebasados por la gran cantidad de casos y la falta de control de los mismos.
Los discursos institucionales se van caracterizando por una diversificación de las responsabilidades
entre instituciones y programas que pretenden dar con la causa de este panorama muchas veces
desalentador sin dar con los responsables. La sociedad hace otro tanto desligándose cada vez más
de responsabilidades al respecto y demandando seguridad y depositando su expectativa de solución
en los aparatos gubernamentales… y consumiendo ávidamente historias de delincuencia,
reproduciéndolas en la conversación cotidiana y con ello dándoles un espacio sin precedentes en el
lenguaje cotidiano, regodeándose en la creación de nuevos términos para delitos viejos y generando
reconocimiento para quien aporte más detalles sobre los actores del delito, describiendo
minuciosamente delitos lejanos y con ello acercándolos a su entorno social inmediato. Ajenos a ser
partícipes de ese proceso.

Entre otros rasgos observamos que la enajenación ya no es solamente un desfase del contacto con
la realidad social inmediata, sino que se convierte en un fenómeno generador de anti-valores y
autoconceptos que se aglomeran en una representación social que implica una impotencia aprendida.
Si la primera apreciación del fenómeno de alienación fue que la persona no era capaz de identificarse
con el producto de su trabajo, en esta etapa vemos que no es capaz de saber en que medida
contribuye en la creación de lo que lo amenaza y lo ataca.

La magnificación de los fenómenos sociales y la involucración afectiva que se busca generar para
enganchar al ciudadano común, no solo adulto sino de cualquier edad, sexo y clase social en temas
para los que no cuenta usualmente con herramientas de análisis e incorporación cognitivos, provoca
que el universo de amenazas factibles a la conciencia del individuo parezca ensancharse constante
e irremediablemente, mientras su capacidad de incidir en ellos se reduce a un anonimato resignado
y regularmente pesimista.
El surgimiento de lo “alternativo” da cabida en muchas ocasiones a una contradicción: En lugar de
ampliar la perspectiva del individuo, la reduce hasta no dejarle más en perspectiva que lo oscuro, que
la negación, y una actitud de defensa ante todo y ante todos que se trata de romper violentamente
ante la inminencia de un aniquilamiento o el ser absorbido por la masa.

La iconografía

Las manifestaciones artísticas que rodean a este fenómeno afirman ser realistas, destacan este punto
al referirse que reproducen aquello negativo que si bien, es parte de la realidad, no lo es todo. Sin
embargo, el enfrentarse a este tipo de expresiones artísticas, en la gran parte de quienes las aprecian
queda el comentario de “así es la realidad”. Es preciso subrayar que el argumento de “la realidad” es
impersonal y suple a esa confrontación necesaria con “mi realidad” que permite asimilar los
contenidos desechando aquellos que resultan inoperantes para explicar nuestra experiencia. No
hacer este deslinde conceptual provoca una sobreinclusión del individuo en realidades con las que
no tiene un contacto directo.

Manifiestan una imagen de realidad oscura, impactante a los sentidos y altamente directiva, pues
provoca una sobreestimulación que inhibe la sensibilidad hacia vivencias más inmediatas pero menos
estimulantes.

Para distinguir en la vida las vivencias agradables se han creado auxiliares que “sazonan” nuestra
cotidianeidad: Modas, estereotipos, objetos de consumo, íconos, doctrinas “Light” de las que
solamente se asimilan las apariencias, acondicionamientos físicos, dietas. Aparentemente se toma
en cuenta los dos aspectos de la realidad, lo negativo, por supuesto, pero lo positivo lleno de
necesidades creadas para vender desde objetos hasta ideas. La posibilidad de autoaceptación y
autorrealización es planteada solamente a través del tener o el de pagar por aprender a no tener y
recuperarse a sí mismo, haciendo del bienestar y la paz interior una mercancía más.

La consecuencia de todo ello es la sistemática creación de una sensación de inconformidad del


individuo con su realidad sin proporcionarle los medios para superarla concretamente, sino
ofertándole elementos que le den la ilusión de haberla superado. Se direcciona la ilusión hacia un
bienestar estándar, como parte de la ilusión misma y se crean niveles para aquellos que quieren tener
la ilusión de no ser engañados por una ilusión.

El punto medular está en los medios para llegar a vivenciar esa superación de la realidad que el
individuo muchas veces persigue sin considerar si en realidad le es tan apremiante. Como hemos
dicho, esos medios no se generan a la par que la necesidad creada. Se da validez a modelos de vida
para sociedades enteras que carecen de los medios para reproducir esos modelos, y hablamos no
solamente de medios económicos, sino también intelectuales, culturales e históricos.

En ese espacio se genera una serie de sustitutivos de los cuales se hecha mano indiferenciadamente
porque “el fin justifica los medios”. Muchos de esos sustitutivos pueden ir generando, cada uno de
ellos un punto residual que en conjunto pueden dar validez a conductas que minen la seguridad del
grupo social.

Pongamos por ejemplo el fenómeno de la piratería. Muchas actitudes, conceptos y argumentos que
originalmente no perseguían afectar intereses de terceros, se conjuntaron para que fuera válido que
se pasara sobre el derecho de autor en aras de hacer accesible a una gran mayoría un producto que
da la ilusión de poseer el producto original para el cual ya había una necesidad creada. El impacto de
las campañas publicitarias refuerza, sin ser ni remotamente su intención, el que el grado de necesidad
que se crea alrededor de un producto sea tal que mucha gente no repare en cometer un delito con tal
de tener la ilusión de que se posee aquello que se consideró necesario. Dos cosas suceden, ni el
que crea el producto lo vende, ni el que quiere tenerlo lo obtiene. El problema es que ya se generó
un delito que aparece como justificado y se establece como pauta de comportamiento en un número
impresionante de personas.

La agresividad como necesidad creada

No solamente se crean necesidades de productos de consumo, sino también de ideas, actitudes,


productos culturales, religiones e ideologías, bajo la ilusión de proporcionar una identidad propia.

La conducta delincuencial se desprende de este fenómeno, especialmente en la promoción de la


agresividad como forma de autoafirmación y estrategia de sobrevivencia. Existen amenazas que se
promocionan cotidianamente y que en conjunto con otros elementos, algunos reales y otros
representacionales, dan a la actitud agresiva y expectante una categoría de condición necesaria para
hacer frente a lo que todavía no aparece pero que no tardará en aparecer. Ya sea que aparezca como
abuso de autoridad, o como delito incluso, el escudo de la agresividad siempre presente se hace
indispensable en las personas.

Por otro lado, el aparente lado positivo de la agresividad es también ofertado como diversión extrema,
audacia, autoafirmación, poder… cosas que no tiene un “perdedor” según el discurso de quienes la
promueven.

La libertad como escape

Se presenta también la promoción del cambio, de la ruptura de esquemas como si eso no se diera en
el desarrollo natural de las personas. Resulta paradójico ver como dentro de ese discurso “cambio”
también puede llegar a significar negarse a cambiar y dar la apariencia de inamovilidad ante cambios
naturales como el envejecimiento. “Ya me hacía falta un cambio” es una frase que si fuéramos
ortodoxamente analíticos, nos llevaría a decir a quien lo afirma que, cambios son los que le sobran
en su naturaleza humana y mortal.

Dentro de esta ambigüedad la libertad es asociada con un drástico cambio en la condición del
individuo en oposición a su situación actual, no se trata de llegar a otra etapa, sino de escapar de la
que se vive actualmente, y antes de que lo piense, la persona tendrá frente a sí múltiples ofertas de
imágenes de la libertad, (no de su libertad), que van desde la oposición a las normas sin argumentos
propios, hasta la libertad de autoaniquilarse.
Lo antijurídico

Cuando el delito emerge lo hace a través de la figura de lo antijurídico. Esto quiere decir que existen
muchas conductas que son toleradas por la sencilla razón de que no se ha establecido una sanción
jurídica, pero pueden tener un impacto dañino aún mayor que aquellas conductas tipificadas como
delito. Caso reciente de la violencia intrafamiliar.

Esto revela que muchas veces nos esperamos a que nuestra evaluación de lo que se promueve al
interior de nuestras familias, comunidades, colonias, ciudades y sociedades sea mediatizada a través
de la apreciación de “expertos”, por lo que pierde objetividad, ya que vivimos situaciones de daño
físico, psicológico y patrimonial, entre otros, muchísimo tiempo antes de que emerjan como delitos.
Incluso podemos aportar elementos desde nuestro participar inconscientemente en la colectividad
que dan permanencia a esas conductas que muchas veces pueden llegar a adquirir características
idiosincrásicas: En el caso citado, el machismo

De ahí que el delito nace, crece y se reproduce a través de elementos que se arraigan no
necesariamente en los grupos para y antisociales, sino en otros sistemas de ideas y representaciones
que son considerados como aceptables. Por ejemplo el uso de armas en Estados Unidos, costumbre
aceptable pero que emerge en la forma de francotiradores suicidas. O el aniquilamiento de enemigos
y amenazas virtuales que justifica que los menores convivan con la violencia.
La violencia como espectáculo

Ser observador de actos violentos es un aprendizaje desensibilizador más que intimidatorio en


nuestros días. La ilustración de los hechos violentos se vuelve paradigma y la reiteración hace a la
violencia omnipresente en la mentalidad y el discurso de la mayoría de la gente. Existen casos en
que la satisfacción del sentido de pertenencia hace que en el discurso personal sea necesario incluir
el relato de algún hecho violento del cual al menos se ha sido espectador, y si se es protagonista,
mejor, porque ya se genera un sentido de pertenencia a un fenómeno de actualidad. Algo pasa en
nuestras vidas que puede causar una resonancia afectiva en los demás que son cada vez más
resistentes a reaccionar ante el discurso de la violencia. No queremos decir que toda víctima de un
hecho violento sienta placer al rememorar y dar a conocer su experiencia de por sí traumática, pero
en el discurso hay quien se atreva a magnificar vivencias personales que se asemejen buscando
inconscientemente pertenecer a ese grupo del que la mayoría habla en el momento e incluso
verdaderas víctimas que encuentran una ganancia secundaria de las actitudes que suscita al
distinguirse como elemento pasivo de un hecho violento o un delito.

Todo lo anterior conforma lo que yo llamo un perfil criminógeno que se genera en la cotidianidad,
inconscientemente, pero que crea un espacio conceptual en donde el delito es posible y válido para
más de una persona. Una cultura predelincuencial.

Creando un espacio para el delito

Si se crea un foro para la víctima, al mismo tiempo se genera un espacio para el victimario. La
meticulosidad del relato de los hechos, las motivaciones del delincuente, sus argumentos y su
desarrollo como persona crean un espacio conceptual en el que solamente falta quién ocupe su lugar,
sobre todo en aquellas sesudas deliberaciones acerca de los elementos, privaciones o carencias de
su historia personal que se puedan asociar a su perfil delincuencial. Pocas veces se remarca el hecho
de que su historia de vida puede ser la de un grupo social determinado que encuentra en esos
análisis, no las justificaciones para el delito de aquel, sino las del propio. Esto lo afirmamos en base
a los argumentos que la gran mayoría de los delincuentes que hemos entrevistado han expresado
como explicación de los eventos que lo llevaron a cometer su delito. En algunos llega a aparecer
como algo inevitable e inherente a su historia personal de maltrato, abuso, abandono, como si ese
pasado no tuviera otra forma posible de resolución.

Por otra parte, el que las vertientes de evolución de la actividad delictiva sean sobredivulgadas, sin
aportar elementos de análisis es también una forma de plantear el delito como posible, la desigualdad
social y las necesidades creadas se encargan de hacerlo válido.

El atuendo, el caló, la actitud retadora, confrontativa, la Representación Social del delincuente visto
románticamente como producto de sus desafortunadas circunstancias, no de sus decisiones, son
elementos asimilados en la cultura popular y la moda dando a la persona la oportunidad de
comprometerse más con ello que con las normas y valores porque su presencia en la cotidianeidad
del individuo es mayor en el caso de lo parasocial disfrazado de “look”.

De este lado tenemos un delito, de este otro las ganancias, sabemos el cómo y generamos un porqué,
se han divulgado las características de la persona que es capaz de llevarlo a cabo y existe una gran
coincidencia de esas características con la idea generalizada que se tiene de lo obsoleto de las
normas y leyes, la libertad más allá de los límites puestos “arbitrariamente” por un sistema social
impersonal que favorece a intereses de “otros”, hay que romper esquemas… quién quiere ser
protagonista quien quiere ser un “anti-héroe”?.

La oferta está ahí y se contrasta con la falta de promoción de los valores y el pesimismo hacia las
instituciones muchas veces sustentado en la corrupción que toleramos y favorecemos o que al menos
promocionamos al darla siempre por hecho.
El espacio está creado entre nosotros y por nosotros, aunque no en igual medida y ese espacio
puede ser atractivo al ser manejado como un “atreverse”, un “ser travieso extremo”, un
reivindicador “ladrón que roba a ladrón”.

A manera de conclusión: Alternativas

Ante ese panorama de costumbres, actitudes y modas tan difícil de categorizar, surge como punto
directivo el apego a los valores, la promoción de los valores, hacer de los valores el discurso
cotidiano.

En la práctica con las personas privadas de su libertad, remarcamos mucho que los valores no son
“pensamientos bonitos”, sino que se concretizan al guiar las decisiones de muchas personas que
favorecen o no la aparición de espacios físicos y conceptuales en los que se pueden replantear las
necesidades reales y los valores intrínsecos de la persona favoreciendo la autoaceptación. Esto
puede ser una forma de contrarrestar la promoción del delito que se lleva a cabo conciente o
inconscientemente.

Uno de los puntos más difíciles de abordar en el ámbito penitenciario y, suponemos que no solamente
ahí, es el de comprometerse a ser modelos de esos valores y demostrar que el apego a ellos nos
satisface en los variados planos de nuestro desarrollo humano. Ahí no topamos con un
cuestionamiento muy fuerte, porque no se trata de forzarnos, sino de dejarnos llevar con la convicción
de que nos permitirán llegar a lograr nuestros objetivos personales.

Si no podemos por el momento asumir la responsabilidad de ser esos modelos, otra alternativa es
darles foro a quienes si lo sean, más que a los que delinquen. Esto tanto en los medios masivos de
comunicación como en nuestro discurso cotidiano.

La religión es un punto estratégico de influencia y transmisión de valores. En casos en los que el


individuo ha tocado fondo, la religión ha servido de punto de apoyo para reintentar, revalorar y
resignificar muchas cosas hacia las que la persona era indiferente en su búsqueda de vivencias
extremas.

Promover el perdón evitaría muchos casos de lesiones y homicidio

Promover la gratitud, facilitaría a las personas valorar sus limitaciones económicas y el modesto
empleo que se tenga

Promover el apego a la verdad quitaría de las personas muchos fantasmas que los atemorizan y los
llevan a buscar escapar mediante drogas

Promover la fé salva vidas

Promover la humildad nos haría ocuparnos solamente de lo que necesitamos

Solo hace falta quien perdone, agradezca, valore la verdad más que la “astucia” de la mentira, quien
tenga fé y conserve su dimensión humana por medio de la humildad en lugar de ocuparse en crear o
recrear un personaje de moda.

Finalmente creo que es preciso revisar nuestras actitudes, prejuicios, falta de compromiso y falta de
fé, que es la que finalmente nos lleva a creer más en lo inmediato que en lo que con paciencia y
firmeza se consolida en nuestras vidas, esa falta de fé que nos hace creer que el rumor que
desacredita es más verdadero que el relato de la honestidad y que nos hace creer que no podemos
hacer absolutamente nada por evitar la delincuencia porque nos da miedo enfrentarnos a nuestras
“pequeñas debilidades” (como abuso de autoridad, soborno, mentira, resentimiento) que impactan en
el otro como un modelo que justifica la violencia, agresión, delitos y su propia falta de fé.

Tengamos en cuenta que el asumir nuestra parte en la reproducción de elementos que hacen válido
un delito no es una propuesta que pretende inculpar. Desde un punto de vista positivo, implica que
tenemos una mínima parte de la responsabilidad pero con ello una parte de la solución aún antes de
que emerja el delincuente. No lo busquemos, evitemos generarlo y pongamos en perspectiva con
mayor énfasis la contraparte.

BIBLIOGRAFIA

Conquérir la liberté d’etre soi même. Larivey, Michelle


Magazine électronique “La lettre du psy” Volumen 3, No. 4: Abril 1999

Apuntes personales sobre la resistencia al cambio en los Internos y sus familiares. Valdez Bonilla,
Heriberto.
Puente Grande, Jal. 2001

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