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Muchos de los conflictos que se dan en el plano internacional en la actualidad tienen un origen
remoto en la historia cuyo estudio ayuda a entender y a reflexionar sobre el presente. El proceso
de desintegración del Imperio Otomano, bautizado como el Enfermo de Europa, con respecto a
los Balcanes durante el siglo XIX estuvo marcado por varios factores externos e internos.
Mientras que las potencias europeas, como Rusia o el Imperio Dual, ganaban poder e influencia
y los nacionalismos se propagaban por la península de los Balcanes, el Imperio Otomano perdía
el control sobre sus posesiones europeas y se sumía en una crisis irreversible.
Introducción
Este artículo trata de analizar y exponer los hechos sobre un caso concreto, el proceso de
decadencia del Imperio Otomano, también conocido como el Enfermo de Europa, con respecto a
sus dominios europeos en los Balcanes y a los actores externos que condicionaron e
influenciaron severamente en el proceso de desintegración.
Con ese fin, realizaremos un trayecto histórico que abarca desde el Congreso de Viena hasta el
final de la I Guerra Mundial. Este período es relevante ya que permite reconocer los indicios de
decadencia y la trayectoria que vivió el imperio hasta su disolución final. El Imperio Otomano,
debido a su complejidad y configuración es un hecho que ofrece diferentes ámbitos de estudio,
en este artículo hemos decidido focalizar el trabajo a la península de los Balcanes. Esta región,
ocupada durante largo tiempo por el Imperio Otomano, es importante ya que ha constituido una
de las regiones más conflictivas de Europa y es que en este período se asentaron y consolidaron
muchos de los conflictos a los que posteriormente se enfrentaron las naciones balcánicas. La
compleja composición actual de los Balcanes y los conflictos que se han dado en la región
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recientemente exigen un entendimiento y estudio de los orígenes y raíces del problema, y para
ello este estudio pretende ser un acercamiento a la cuestión.
A su vez, para entender mejor las dinámicas que se llevaron a cabo desde el Imperio Otomano en
los Balcanes resulta indispensable conocer un elemento clave, los actores externos europeos que
ejercieron un papel muy relevante y decisivo en esta región. Estos dos elementos, Balcanes y
actores externos, junto al principal, el Imperio Otomano, son el centro principal del estudio.
Para llevar a cabo el artículo hemos recurrido a través de Internet a artículos científicos, artículos
de prensa y libros historiográficos disponibles en la web. El artículo se lleva a cabo en el ámbito
universitario, más concretamente en la Universidad Pablo de Olavide. Dirigido para aquellos que
tengan interés en conocer procesos históricos escondidos detrás de las dinámicas del presente.
En el siguiente apartado realizaremos un breve recorrido histórico sobre la situación del Imperio
Otomano y de los Balcanes previa al Congreso de Viena. Seguidamente, revisaremos los hechos
más destacables y significativos para los Otomanos y aquellos que tuvieron lugar en su mayoría
en la península de los Balcanes desde el Congreso de Viena hasta la I Guerra Mundial. La lista
de hechos remarcables es muy extensa por lo que nos ceñiremos a unos acontecimientos
limitados: el auge de los nacionalismos y sus consecuencias en el marco de los Balcanes, la
Guerra Griega, Guerra de Crimea, las Guerras Balcánicas y la Primera Guerra Mundial.
Los Balcanes se encontraban ocupados por el Imperio Bizantino, el cual fue destruido y
conquistado por los otomanos en 1453, que en plena fase de expansión llegaron hasta las puertas
de Viena en 1519, sin llegar a conquistarla. Previamente, los otomanos comenzaron los ataques
sobre territorio húngaro y en el siglo XV conquistaron Budapest, la cual estuvo bajo custodia
turca durante 150 años. El territorio húngaro quedó dividido en tres regiones, de las cuales la
región norte y oeste estaban en manos de los Habsburgo, la región de Budapest, ocupada por los
otomanos y el Principado de Transilvania (Arana, 2006).
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En la segunda mitad del siglo XVII, los otomanos alcanzaron la máxima amplitud en los
dominios europeos. En este periodo de extensión máxima europea, anexionaron la isla de Creta
rendida ante las fuerzas turcas y el rey de Polonia cedió Podolia al sultán (Miller, 2012). Cabe
destacar el segundo asedio de Viena por parte de los otomanos, que en 1683 se dirigieron por
segunda vez a las puertas del corazón austríaco. Los austriacos que contaban con el apoyo de
fuerzas aliadas, entre ellos Polonia y el Papado, consiguieron frenar el ataque otomano. El
resultado supuso un giro terminante, que concluyó el periodo de expansión turca en Europa y
comenzó uno nuevo, el de la conquista de los territorios otomanos en Europa (Arana, 2006).
El fin de este siglo supuso la disminución de las fronteras turcas con la Paz de Karlowitz en
1699. La paz de Karlowitz fue un tratado que concluyó el conflicto entre la Liga Santa y el
Imperio Otomano, conflicto que transcurrió desde 1683 a 1697. El tratado puso fin al dominio
otomano en Hungría y su anexión a Austria, configurando un nuevo imperio, el Imperio
Austrohúngaro. Dicho tratado fue muy significativo ya que supuso un cambio en las relaciones
de poder y el primer indicio de decadencia por parte de la Sublime Puerta, dando paso a un
proceso histórico de decadencia que no se detuvo desde entonces hasta el fin de la primera
Guerra Mundial (Miller, 2012). Poco después, se celebró la Paz de Passaravitz a través de la cual
la Sublime Puerta obtuvo la provincia de Herzegovina con dos salidas al mar, muy importantes
para la posterior insurrección de 1875. El tratado también supuso la pérdida de numerosos
territorios ante Rusia y Austria, Crimea fue declarada independiente, previamente a su anexión a
Rusia. En este momento Rusia, que comenzaba su dominación en el Mar Negro, ya se
consideraba como una potencia y amenaza para los otomanos.
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rusos. El tratado permitió que Rusia fuera el protector de aquellos ortodoxos que habitaban los
territorios otomanos y de esta forma, Rusia justificó el intervencionismo que llevó a cabo en los
dominios otomanos (Miller, 2012). Por otro lado, como consecuencia de la revolución francesa
en 1789, el imperio otomano cambió temporalmente de aliados. A pesar de la tradicional alianza
con Francia, el sultán anula la alianza a raíz de la expedición de Napoleón en Egipto (Arana,
2006).
Al principio del siglo XIX, se localizan cuatro potencias europeas significativas en la cuestión de
oriente que además poseen intereses en el este europeo: Francia, Gran Bretaña, Rusia y Austria.
Francia era el aliado y protector tradicional del Sultán otomano, debido a sus intereses y la
necesidad ante la pugna con Austria. La alianza franco-otomana oscilaba entre la rivalidad y
amistad y en el siglo XVIII retomaron las relaciones, cuando la Sublime Puerta se encontraba
bajo la amenaza de Austria y Rusia. Francia también era el protector de los católicos del Imperio.
Rusia, preparaba un proyecto de restauración del Imperio Bizantino y en aquel momento ya
había comenzado los esfuerzos por obtener la protección de los ortodoxos que vivían en territorio
otomano (Miller, 2012) . Tras la derrota de Napoleón en Rusia, los rusos se habían consolidado
como potencia, eran un poder real con mucha ambición de conquistar territorios. Austria
paralizada ante una Rusia cada vez más poderosa, oscilaba entre el miedo a Rusia y el deseo de
obtener territorios otomanos. Por último, Gran Bretaña, que durante este periodo favoreció las
relaciones con Rusia. A su vez, las potencias mencionadas eran conscientes del estado de
decadencia del imperio Otomano y aprovechaban la situación de debilidad según sus intereses.
Aun así, durante el comienzo del siglo XIX, el sultán poseía bastantes territorios en el continente
europeo. Sus posesiones directas incluían la isla de Creta, Grecia, Bulgaria, Serbia, Albania,
Bosnia-Herzegovina y más de la mitad del Reino de Montenegro. Más allá del Danubio, los
principados de Moldavia y Wallachia, incluyendo Besarabia, eran estados tributarios del sultán,
gobernados por príncipes seleccionados por la administración otomana. En 1801, los dominios
del sultán en Europa incluían 8.000.000 habitantes mientras que la actual Turquía alberga a
2.000.000 habitantes. Los territorios europeos del Imperio Otomano se encontraban divididos en
5 gobiernos: Roumelia, Bosnia, Solistria (incluía Belgrado), Djezair (Peloponeso e islas griegas)
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y Creta. Además, cabe destacar que en los dominios europeos el peso de la religión cristiana era
mucho mayor a la musulmána (Miller, 2012).
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activo de los otomanos, que defiende sobre todo los intereses eslavos en los Balcanes. (De la
Peña, 2012).
En general, a lo largo del siglo XIX comienza a extenderse el afan nacionalista por Europa. El
movimiento nacionalista de la época gira entorno a una comunidad que reune todas las
características para formar una nación y se dispone hasta entregar su vida para lograr la
emancipación nacional. Un claro ejemplo en el seno europeo, son los nacionalismos alemanes e
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italianos, que a lo largo del siglo XIX unificaron los respectivos territorios. En los Balcanes el
auge de los nacionalismos transformó las relaciones sociales y políticas en la región. La primera
nación que lleva a cabo un levantamiento a favor de la independencia es Serbia. Sin embargo, la
insurrección serbia de 1807 no cumplió sus objetivos, ya que en 1813 los otomanos reocuparon
el territorio serbio (Girón, 2002).
Grecia llevó a cabo una de las primeras guerras de independencia. En grecia habia surgido un
movimiento nacionalista a raíz de su desarrollo cultural y sus ansias de libertad e indepdencia del
Imperio Otomano. Ya en 1797 se originó un movimiento liberador en Grecia que en 1821
desembocó en una insurrección nacionalista cuyo objetivo era la independencia total. Esta
insurrección fue apoyada directamente por el zar ruso Nicolas II y aunque más moderada, por
Gran Bretaña (De Cabo, 2005). Para poner fin al conflicto se celebró el tratado de Adrianópolis y
la Conferencia de Londres en una situación de debilidad otomana. El tratado proclamaba la
independencia griega y a su vez cedía los territorios de Podolia a los rusos. Aun así la unidad
nacional griega estaba lejos de consolidarse, debido a los conflictos entre los peninsulares e
isleños (Rogan, 2015).
En este momento las potencias impusieron al Imperio Otomano el libre paso por los estrechos
estratégicos que comunicaban el Mar Negro, el Mar de Marmara y el Mar Mediterraneo. El libre
paso permitió que el comercio occidental gozará de una gran libertad.
Cabe destacar que la derrota otomana en Grecia impulsó una serie de reformas en la
administración otomana. El descontento infundado a partir de la independencia griega caló en las
instituciones internas del Imperio y se procuraron unas series de reformas internas, sobre todo
militares, que abogaban por la modernización del Imperio. Sin embargo, los sectores
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tradicionalistas y conservadores no favorecían ni apoyaban dichas reformas. Esta premisa, que se
repitió a lo largo del siglo XIX fue una de los factores que imposibilitaron que los otomanos se
adaptaran a los nuevos tiempos. Por otro lado, un grupo de intelectuales desarrollaron una teoría
sobre la identidad cultural del oriente mediterráneo. Esta teoría trataba de justificar la necesidad
de mantener la unión de las naciones del territorio, ya que compartían una identidad cultural y
pasado histórico común (De la Peña, 2012).
Ya en 1850 se estaban gestando los primeros indicios de una nueva crisis entre las potencias
europeas por los santos lugares. Francia, que representaba a los católicos del Imperio Otomano,
reclamó ventajas para los católicos súbditos del sultán. Este acto enfureció a los rusos, los cuales
exigieron la capacidad de intervención ilimitada en defensa de los súbditos ortodoxos. Esta
disputa desemboco en el conflicto de Crimea, el cual tenía un transfondo de intereses políticos,
como sería la reconfiguración de la hegemonía francesa estancada desde 1815 y la ocasión que
se le presentaba a Reino Unido de enfrentarse a Rusia con el objetivo de paralizar su expansión
comercial en el Mar Negro y Meditteráneo (Miller, 2012).
En 1853 estalló la guerra, que enfrentaba a rusos contra otomanos, franceses e ingleses. Rusia
había amenazado con ocupar Constantinopla, mientras que Inglaterra no estaba dispuesta a la
derrota del sultán ya que si Rusia obtenía poder e influencia en la zona el equilibrio entre las
potencias se rompería. A su vez, no quería que Rusia estuviera tan cerca de la India o tuviera
territorios de influencias en el Mediterráneo oriental, debido a que esta situación pondría en
peligro los territorios estratégicos británicos y las relaciones comerciales que Inglaterra mantenía
con los turcos. Los otomanos y rusos se enfrentaron en Bulgaria, mientras que ingleses y
franceses tenían como objetivo la toma del puerto de Sebastopol donde se encontraba la base de
la flota rusa en el Mar Negro (Soriano, 2018).
Rusia contaba con un gran ejército, formado por casi dos millones de soldados, sin embargo el
territorio que debía defender era demasiado extenso y no contaba con los medios necesarios para
trasladar al ejército. La guerra fue un conflicto muy sangriento en el que se dieron numerosas
bajas en ambos bandos. Rusia, a pesar del ejército con el que contaba, perdió el conflicto. El
Imperio Otomano, gracias al apoyo de Francia e Inglaterra, consiguió anular la amenaza rusa por
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primera vez desde 1699 y permitió a los otomanos sobrevivir durante unas décadas más
(Soriano, 2018). El Tratado de París, firmado en 1856 puso fin al conflicto. Los resultados de la
guerra y del tratado fueron la pérdida de un tercio de la frontera moldava, de modo que el Zar
perdía el acceso al Danubio, y la desmilitarización rusa del Mar Negro. Austria también se vio
afectada por los resultados de la guerra ya que perdió a uno de sus principales aliados y comenzó
una etapa de aislamiento. Los franceses e ingleses obtuvieron el ansiado triunfo mientras que
Rusia permaneció gravemente afectada hasta 1877, fecha en la que resurge y se enfrenta a los
otomanos (Soriano, 2018).
Tras la Guerra de Crimea, los Balcanes y el Imperio Otomano gozaron de cierta tranquilidad
hasta que en 1875 comienza una nueva crisis en Bosnia-Herzegovina. Cabe destacar, que el
último cuarto del siglo XIX, la Cuestión de Oriente fue una articulación compleja de equilibrios
entre principalmente Francia e Inglaterra, que buscaban resguardar como fuera posible la
integridad y el mantenimiento del Imperio Otomano, ya que la idea de un vacío político en un
territorio geoestratégico tan relevante asustaba a las potencias europeas (De la Peña, 2012).
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que consideraba como su enemigo principal en esta zona. Esto supuso que Austria y Rusia se
considerarán enemigos indirectos ya que Rusia era el protector de Serbia. Por ello, el Imperio
Austro-Húngaro consideraba oportuna la presencia y hegemonía del Imperio Otomano en los
Balcanes, para así contener las aspiraciones nacionales de los pueblos eslavos y del gigante ruso
(Girón, 2002).
Mientras tanto en Gran Bretaña, conservadores y liberadores discuten sobre cómo abordar la
presente crisis en los Balcanes. Los conservadores se oponen a cualquier modificación territorial
que afectara a la integridad del Imperio Otomano con el fin de frenar las aspiraciones rusas y los
liberales consideraban necesario apoyar a los pueblos que habían sufrido la opresión de los
otomanos.
Los alemanes y rusos, tras reunirse para tratar la cuestión de los Balcanes, ven necesaria la
disolución del Imperio Otomano y la partición de las tierras balcánicas en beneficio de Austria y
Rusia. Los británicos rechazan tajantemente las intenciones de los alemanes y rusos, ya que estas
romperían con el equilibrio de poder e influencia entre las potencias (Girón, 2002).
Sin embargo, el Zar Alejandro III, no permitía la continuación de la represión turca en los
territorios cristianos ortodoxos de los Balcanes. Inglaterra, ante las intenciones rusas, organizó
una conferencia en Constantinopla para obligar al sultán a realizar reformas que suavizaran la
política interior, pero al fin y al cabo no presenta resultados prácticos y Rusia permanece
descontenta con la gestión del Imperio Otomano en los Balcanes (Girón, 2002).
Posteriormente Rusia firma un acuerdo secreto con Viena, a través del cual se garantiza su
neutralidad a cambio de Bosnia-Herzegovina y para mantener la calma de Inglaterra, Rusia se
compromete a llevar a cabo unas conquistas limitadas dejando al margen la toma de
Constantinopla y a contar con la consentimiento de las grandes potencias para la revisión del
status quo de los estrechos. Rusia declara entonces la guerra en 1877 al Imperio Otomano y Gran
Bretaña, que no estaba dispuesta a que el sultán fuera derrocado, envió tropas y ante la postura
británica las tropas rusas se detuvieron frente a Constantinopla y se iniciaron una serie de
conversaciones por la paz que desembocaron en el tratado de San Stefano de 1878. El tratado
reorganizó las posesiones balcánicas del Imperio Otomano, permitiendo que Rusia se hiciera con
los territorios otomanos en Asia, Serbia y Montenegro obtuvieron aumentos territoriales y la
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independecia, Bosnia-Herzegovina se proclamó autónoma, Rumania de independizó y se creó la
Gran Bulgaria, a la cual se le anexionó la mayor parte de Macedonia permitiendo así la salida al
mar Egeo y al mar Negro. Bulgaria permaneció como estado vasallo del sultán pero fue
gobernado por un príncipe cristiano ortodoxoo elegido por Rusia. El tratado de San Stefano
supuso un completo triunfo para las aspiraciones rusas mientras que el Imperio Otomano se vio
con menos poder e influencia en la zona. El Tratado tampoco favoreció las aspiraciones
británicas, ya que estos temían que la penetración rusa hacia el sur pusiera en peligro los
intereses geoestratégicos británicos en el Mediterraneo oriental. El descontento provocado por el
Tratado desembocó en el Congreso de Berlín, organizado por Bismarck, el cual actuó como
mediador entre las potencias interesadas (Girón, 2002).
El Congreso de Berlín se celebra en 1878, cuyo objetivo es la revisión de las disposiciones del
tratado de San Stéfano. De este modo, se llega a un acuerdo que trata de establecer el reequilibrio
de fuerzas de las grandes potencias en los Balcanes. La Gran Bulgaria queda dividida en tres
partes, el Norte es un principado autónomo, al sur Rumelia Oriental como provincia otomana con
un gobernador cristiano y Macedonia es
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devuelta a Turquía por lo que el territorio
adjudicado en el Tratado de San Stefano se
reduce drásticamente. Austria ocupa y
administra a título provisional
Bosnia-Herzegovina. La independencia de
Rumania, Serbia y Montenegro se hace
definitiva. Gran Bretaña recibe en arriendo
Chipre para consolidar su presencia en el
Mediterráneo Oriental. El resultado final fue
un importante aumento de la presencia
austriaca en los Balcanes junto a la
disminución de la hegemonía rusa, el
mantenimiento del Imperio Otomano y la
independencia de los tres Estados citados.
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Aunque el problema central se queda sin solución. Las aspiraciones nacionalistas oprimidas
junto con la rivalidad entre Austria-Hungría y Rusia por el control definitivo de los Balcanes son
los principales problemas que quedan lejos de estar solucionados.
En este momento, la presencia otomana en la Península Balcánica había quedado disminuida a
un territorio que se extendía de Oeste a Este y estaba formado por Albania, Macedonia y la
Tracia (Basciani, 2014).
A partir del sistema bismarckiano, la Entente de los Tres Emperadores (1881) y la Triple Alianza
(1882), consolidan una cadena de compromisos internacionales que defienden por un tiempo la
paz en Europa. La firma del primero, supone el inicio de una política común en relación al
Imperio Otomano por parte del Imperio Austrohúngaro y Rusia, los cuales se comprometen a no
alterar unilateralmente las fronteras de los Balcanes. El pacto acabó siendo una simple intención
ya que 4 años más tarde la crisis volvió a resurgir entre Bulgaria y Serbia (Girón, 2002).
Por aquel entonces, las grandes potencias de Europa que habían tenido interés y presencia activa
en los Balcanes focalizaron su atención en el imperialismo africano y asiático, por lo que la
atención dedicada a los balcanes disminuyó. Durante este período el Imperio Austrohúngaro
aumentó su influencia económica y política en los Balcanes. En 1880 Bosnia se incorpora a la
Unión Aduanera austrohúngara en 1883, el Imperio Dual firma un acuerdo antiruso con
Rumania y con el consentimiento del rey serbio aumenta su influencia en la economía y política
del reino. En 1888 la principal línea ferroviaria de los Balcanes, la cual cruzaba Serbia y
Bulgaria, permite que los productos de origen austríaco tengan una mayor penetración en los
Balcanes, que aunque no tenían la misma calidad que los productos ingleses se acabaron
imponiendo a los británicos debido a los precios más competitivos (Girón, 2002).
Mientras tanto, el ‘’Enfermo de Europa’’, seguía sumido en un proceso de decadencia sin
ninguna esperanza de mejora. Junto a los problemas estructurales internos los otomanos se
enfrentaban a la creciente inestabilidad en Macedonia, donde las ambiciones nacionalistas de
griegos, búlgaros y serbios hacían tambalear el estado de los Balcanes. En 1885, explota una
insurrección en Rumelia Occidental, por lo que los otomanos pierden el control de la provincia y
es anexionada a Bulgaria (Basciani, 2014).
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Al final del siglo XIX, las poblaciones cristianas de Macedonia, Creta y Armenia se sublevan
contra la opresión del sultán. Como es costumbre otomana, reprimen brutalmente las
sublevaciones. En Macedonia, una organización revolucionaria (ORIM) lucha desde 1893 contra
la presencia otomana a partir de actos terroristas, cuya actividad terrorista se prolonga durante 20
años. En 1903, los emperadores Francisco José y Nicolás II, crean una serie de reformas en un
plan denominado Programa de Murzteg. El programa seguía el esquema intervencionista de las
potencias, a través del cual las administraciones austriacas y rusas procuraban que el Imperio
Otomano siguiera una serie de reformas dictadas por ambos países (Basciani, 2014).
Al comienzo del siglo XX el Imperio Otomano se ve inmerso en un proceso de reformas
internas, el Tanzimat, que tratan dentro de lo posible de modernizar las estructuras políticas
frente a las modernas potencias europeas, las cuales prosiguen la tarea de acaparar lo queda del
Imperio Otomano. A su vez, el Sultan Abdulhamid II, se enfrentaba a la presión de Gran Bretaña
y Francia, que desde hacía 20 años manejaban el aparato burocrático otomano a partir de la
deuda pública. Al mismo tiempo, el Imperio Otomano hace frente a una serie de crisis que se
desarrollan en los Balcanes y a la presión de países europeos occidentales para conseguir
dominios que estaban bajo la tutela otomana.
La primera crisis del siglo XX se desencadena en Bosnia, en la cual se enfrentan los musulmanes
bosnios y serbios contra croatas católicos, que defendían la ocupación austríaca. Una vez
reprimidos los levantamientos, Viena incorpora la administración de Bosnia-Herzegovina al
sistema del Imperio Dual. Los otomanos constatan el fin de su soberanía sobre
Bosnia-Herzegovina y Bulgaria (Girón, 2002).
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Otro suceso que empeoró la soberanía del Imperio Otomano fue la conquista de Libia en 1911 a
manos de los italianos. La facilidad con la que llevaron a cabo la intervención militar en Libia
puso de relieve la debilidad del Imperio Otomano. A su vez este suceso incitó a que las demás
potencias europeas siguieran con las ambiciones de conseguir territorios otomanos (De la Peña,
2012).
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ocupan Novi Pazar. Tres semanas más tarde, el Imperio Otomano solicitó un armisticio y
comenzó una conferencia diplomática en Londres. La conferencia se ve interrumpida por un
golpe militar en Constantinopla y el nuevo gobernante, Enver Bey, decide continuar la guerra.
Sin embargo, la decisión de continuar en el conflicto no resulta beneficiosa para el Imperio
Otomano ya que acaban más perjudicados. En 1913, se firma un tratado de paz en Londres, el
cual implica una completa derrota para los otomanos, los cuales han perdido todos los territorios
europeos, a excepción de una parte de la Tracia. Grecia se anexiona Salónica, el sur de
Macedonia y Creta, Serbia, el norte de Macedonia y Bulgaria, la otra parte de la Tracia y una
pequeña zona de la costa sur del Mar Negro. Durante el conflicto las potencias habían interferido
con el fin de interponer sus intereses geoestratégicos. Austria-Hungría evitó que Serbia alcanzara
la anhelada salida al mar Adriático mediante la creación de un estado intermedio e
independiente, Albania. En cuanto a Rusia, está recuperó el control moral sobre los países
eslavos balcánicos en detrimento de Austria y sostuvo las esperanzas de encontrar una solución
a sus ambiciones históricas de obtener el control de un estrecho (Girón, 2002).
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Imperio Austro-Húngaro había disminuido en los Balcanes y había aumentando, a pesar de los
austríacos, el ruso. Serbia y el Imperio Dual mantenían sus relaciones de enemistad, ya que para
el Imperio Dual, Serbia era una amenaza y un elemento perturbador en los Balcanes. Los pueblos
eslovenos, croatas y serbios que permanecían bajo el yugo del Imperio Dual, mantienen sus
esperanzas en que el estado serbio articulará un levantamiento que concluyerá con las
aspiraciones nacionales en la creación de un gran estado (Girón, 2002).
Por otro lado, otro factor se abría paso en el cuadro de intereses europeos. El Imperio Alemán
estaba forjando relaciones con el Imperio Turco y su influencia política y económica sobre el
sultán tenía cada vez más peso. El ejército alemán colaboró y formó al ejército del sultán. Por el
otro lado, Alemania obtuvo la concesión de un ferrocarril desde Ismdit hasta Bagdad. Las
pretensiones alemanas alarmaron a los ingleses, ya que veían posible la amenaza de sus intereses
en la zona. La alianza entre Viena y Berlín con respecto a los Balcanes se restablece pronto a
partir de un incidente fronterizo entre Serbia y Albania. Al mismo tiempo, Francia y Rusia, a
causa del aislamiento político de ambos y los intereses de cada uno, forjaron las relaciones. Gran
Bretaña, ante la amenaza que le inspiraba la flota alemana, decide establecer un pacto naval con
Francia. De esta manera, se re-configuró el tablero de alianzas europeo dividiendo a las potencias
en dos bandos: Francia, Gran Bretaña y Rusia formaron una alianza y Alemania, el Imperio
Otomano y el Imperio Austrohúngaro (De la Peña, 2012).
Tras el asesinado del heredero al trono austríaco en una visita a Sarajevo a manos de estudiantes
serbios, ambos bandos se declaran la guerra. Viena responsabiliza al Estado Serbio del acto y
con el objetivo de suprimir la amenaza que representaba Serbia, le declara la guerra. Este paso
supone a su vez una amenaza para Rusia, ya que la invasión de Serbia significaba la alteración de
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la influencia rusa en la región de los Balcanes. De este modo, se enfrentan por un lado alemanes
y austrohúngaros contra rusos, británicos, franceses, belgas y serbios. Montenegro se alía con
Serbia, Bulgaria se alinea con las potencias centrales con el objetivo de conquistar Serbia,
Rumania declara la guerra a Austria-Hungría con la promesa de obtención de ciertos territorios y
Grecia, finalmente, entra en la guerra en el bando de la Triple Entente y comienza una ofensiva
en el frente macedonio en 1918 (De la Peña, 2012).
Las tropas aliadas entraron en Estambul y establecieron una administración militar. El tratado de
paz que establecieron los vencedores del conflicto con respecto al Imperio Otomano supuso el
control de los puntos estratégicos que habían pertenecido a los otomanos, la inmovilización del
ejército otomano y la rendición de las tropas otomanas que quedaban aún por el antiguo territorio
imperial. Las condiciones impuestas generan rechazo y se calificaron como un trato humillante
por parte de los turcos. A su vez, la situación en el seno del imperio era muy difícil ya que habían
conquistado gran parte de los territorios y el reparto de territorios había generado una
desorganización total (Camps, 2019).
En 1919, comenzaron las conferencias de paz en París, en las cuales los vencedores impusieron
sus condiciones a los vencidos. En 1920, se firmaba el Tratado de Sevres, a través del cual se
confirmaba que las viejas provincias otomanas pasarían a formar parte del Imperio Francés e
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Inglés, de manera que cuatro quintos del Imperio pasaban a estar bajo el control de las potencias
(De la Peña, 2012).
Las consecuencias de la guerra en Turquía supuso un debilitamiento aún mayor del Imperio ya
que las infraestructuras estaban destruidas, el sultán era una figura de poder casi simbólico,
vinculado a los intereses británicos y a la legitimidad religiosa.
La situación en los Balcanes es la siguiente, la Paz de París supone un cambio enorme en la zona,
ya que los intereses que normalmente ejercen su poder en la región han desaparecido:
Austria-Hungría y el Imperio Otomano. Las
fronteras cambian y aparecen nuevos
estados. Austria pierde numerosos
territorios y Hungría se independiza.
Rumania, Bulgaria, Grecia y Albania se
consolidan como estados independientes.
Serbia, aprovechando el estado de
desconcierto general tras el conflicto e
invade pacíficamente y anexiona el reino de
Montenegro. A su vez, al reino de
Serbia-Montenegro se le anexionaron
territorios pertenecientes al imperio
Austrohúngaro, como Croacia, la mayor
parte de Dalmacia y la provincia imperial de
Bosnia-Herzegovina, consolidando en 1918
el nuevo Estado Yugoslavo. En cuanto al
Imperio Otomano, los militares llevaron a
cabo la formación del nuevo estado turco en
1923, fundando así la República de Turquía, un estado laico de corte occidental. Francia y Reino
Unido se distribuyeron respectivamente las antiguas posesiones otomanas que quedaban en
Oriente Medio y África.
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Conclusiones
El declive del Imperio Otomano comenzó mucho antes del Congreso de Viena, reunión a la que
los otomanos no asistieron remarcando así su poca relevancia en el plano internacional. A partir
de este momento se hace patente que existen dos desarrollos divergentes, por un lado las
potencias europeas, inmersas en la revolución industrial, lo que les brindó un gran crecimiento
económico, y por otro la crisis y el estancamiento en el que se encontraba el Imperio Otomano.
Durante el siglo XIX, se hace patente que el Imperio Otomano ya no es una amenaza para las
potencias. Rusia y Austria-Hungría son sus enemigos directos en la zona de los Balcanes,
principalmente debido a su cercanía en la zona, y estos ambicionaban obtener territorios nuevos
a costa del Imperio Otomano y lo hacían normalmente por medio de un conflicto directo o
indirecto. En cuanto a Francia y Gran Bretaña tenían intereses sobre todo en los dominios
africanos y asiáticos del Imperio, por lo que manejaban a la Sublime Puerta con el fin de obtener
algún territorio. Gran Bretaña, principalmente, tenía un especial interés en el mantenimiento del
Imperio Otomano, lo que le salvó en ciertas ocasiones como en la Guerra de Crimea, debido a
que un vacío geopolítico en la zona era demasiado peligroso para los británicos. Los diferentes
intereses de las potencias fueron los factores que condicionaron el tablero de alianzas y pactos
entre las potencias, el cual cambiaba con mucha frecuencia.
Los crecientes nacionalismos que se propagaron por la península de los Balcanes fueron otro
factor que empujó a la decadencia del Imperio Otomano. Desde el primer levantamiento
encabezado por Serbia, la posterior independencia Griega y los demás procesos de
independencia hasta el final del siglo XIX, dejaron al Imperio Otomano sin los siguientes
territorios europeos: Serbia, Grecia, Rumania, Bulgaria, Bosnia-Herzegovina, Montenegro,
Hungría. Los levantamientos y sublevaciones que estas naciones llevaron a cabo en pro de la
independencia eran normalmente duramente reprimidas por el ejército otomano. Por otro lado, la
distribución o anexión que las potencias occidentales hacían del territorio, no tenían
normalmente en cuenta las necesidades de las naciones o de las etnias que habitaban los
territorios. A su vez, los mismos estados que habían alcanzado la independencia seguían la
dinámica de las potencias, ya que ambicionaban expandir sus territorios, como es el ejemplo de
Serbia y de Bulgaria. De este modo, el problema que causaba la convivencia de la multitud de
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etnias y religiones no se llegó a resolver y se consolidaron algunos de los problemas y conflictos
a los que años más tarde se enfrentaron las naciones balcánicas. El papel sumamente
intervencionista que llevaron a cabo las potencias con respecto a los Balcanes y al Imperio
Otomano es uno de los factores al que se pueden atribuir las causas de los residuos conflictivos
que afloraron años después.
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