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COMER O NO COMER, HE AQUÍ EL DILEMA

GÉNESIS 2:4-17

Cuando Dios el Señor hizo el cielo y la tierra, 5 aún no había plantas ni había brotado la hierba, porque
Dios el Señor todavía no había hecho llover sobre la tierra, ni había nadie que la trabajara. 6 Sin
embargo, de la tierra salía agua que regaba todo el terreno. 7 Entonces Dios el Señor formó al hombre
de la tierra misma, y sopló en su nariz y le dio vida. Así el hombre se convirtió en un ser viviente.

8 Después Dios el Señor plantó un jardín en la región de Edén, en el oriente, y puso allí al hombre que
había formado. 9 Hizo crecer también toda clase de árboles hermosos que daban fruto bueno para
comer. En medio del jardín puso también el árbol de la vida y el árbol del conocimiento del bien y del
mal.

10 En Edén nacía un río que regaba el jardín, y que de allí se dividía en cuatro. 11 El primero se
llamaba Pisón, que es el que da vuelta por toda la región de Havilá, donde hay oro. 12 El oro de esa
región es fino, y también hay resina fina y piedra de ónice.13 El segundo río se llamaba Guihón, y es el
que da vuelta por toda la región de Cus. 14 El tercero era el río Tigris, que es el que pasa al oriente de
Asiria. Y el cuarto era el río Éufrates.

15 Cuando Dios el Señor puso al hombre en el jardín de Edén para que lo cultivara y lo cuidara, 16 le
dio esta orden: «Puedes comer del fruto de todos los árboles del jardín, 17 menos del árbol del bien y
del mal. No comas del fruto de ese árbol, porque si lo comes, ciertamente morirás.»

En este estudio quiero centrarme en la orden que el Señor dio a Adán y siempre en el contexto de la
cosmogonía bíblica, es decir, la explicación del porqué de como somos nosotros y nuestro mundo.

Pienso que lo más importante es la esencia de la orden -obedecer- que no los detalles de la misma
-comer-. El Señor podría haber dicho que podía tirar al río todas las piedras a excepción de una
determinada. O podría haber visitado todos los lugares menos uno específico. El punto central es la
obediencia a la voluntad de Dios y, por tanto, la posibilidad de decirle ¡NO!, algo que, como ya vimos,
es esencial para que una relación pueda ser significativa.

Este pasaje nos muestra también que Dios hizo al ser humano libre y no hay libertad a menos que haya
la posibilidad de escoger. El ser humano podía comer o no comer y con ello estaba ejerciendo su
libertad. Podíamos haber sido creados de tal manera que estuviéramos programados para hacer su
voluntad y obedecer sin tener que tomar decisiones morales. Programados para siempre escoger el bien.
Sin embargo, esa programación mataría nuestra libertad al negarnos la posibilidad de escoger, de
decidir, de tomar decisiones morales libres.

Libertad y responsabilidad es un binomio que siempre va de la mano aunque no nos guste que sea así.
La libertad implica la posibilidad de escoger pero
también implica la responsabilidad por las consecuencias de nuestras decisiones,
Porque toda decisión, nos guste o no, lleva implícita consecuencias por las que hemos de asumir plena
responsabilidad. Lo ideal, lo que nos gustaría, lo que en más de una ocasión hemos reclamado, es poder
tomar las decisiones que quisiéramos pero sin tener que asumir las consecuencias que se pudieran
derivar. Nos gustaría que alguien lo hiciera por nosotros. Es en este contexto -en mi opinión- que debe
enmarcarse la advertencia del Señor con respecto a la desobediencia. Dicho de otro modo sería algo así
como, eres libre de comer de cualquier árbol, incluyendo el árbol del conocimiento del bien y del mal.
Ahora bien, sepas que la consecuencia de hacerlo será la muerte. Tú mismo.

UN PRINCIPIO

LIBERTAD Y RESPONSABILIDAD ES UN BINOMIO INSEPARABLE

UNA PREGUNTA

¿QUÉ CONSECUENCIAS ESTÁS EXPERIMENTANDO O PODRÍAS EXPERIMENTAR COMO


CONSECUENCIA DEL EJERCICIO DE TU LIBERTAD?

NO MORIRÁS

GÉNESIS 3: 1-6

La serpiente era más astuta que todos los animales salvajes que Dios el Señor había creado, y le
preguntó a la mujer:

—¿Así que Dios les ha dicho que no coman del fruto de ningún árbol del jardín?

2 Y la mujer le contestó:

—Podemos comer del fruto de cualquier árbol, 3 menos del árbol que está en medio del jardín. Dios
nos ha dicho que no debemos comer ni tocar el fruto de ese árbol, porque si lo hacemos, moriremos.

4 Pero la serpiente le dijo a la mujer:

—No es cierto. No morirán. 5 Dios sabe muy bien que cuando ustedes coman del fruto de ese árbol
podrán saber lo que es bueno y lo que es malo, y que entonces serán como Dios.

Este pasaje tiene dos cosas importantes que vale la pena reseñar.
La primera, es la aparición de la serpiente en la escena de la cosmogonía y su papel como inductora de
la humanidad a enfrentarse a Dios por medio de una rebelión abierta a su autoridad. ¿Qué podemos
decir acerca de la personalidad o identidad de la serpiente? En el próximo oriente este animal
representaba la sabiduría, la astucia y los poderes mágicos. Era considerada como el prototipo o la
encarnación de la astucia. La Biblia Interconfesional, en sus comentarios a este pasaje, afirma lo
siguiente: La serpiente sirve aquí, en cierta forma, de disfraz a un ser hostil a Dios y enemigo del
genero humano, y en el cual primero el Nuevo Testamento y luego toda la tradición cristiana reconocen
al diablo. La serpiente pasó a ser en el mundo cristiano símbolo de la tentación externa al ser humano
(Juan 8:44; Apocalipsis 12:9; 20:2)

La segunda cosa que llama la atención es la tentación. La serpiente se acerca a Eva cuestionando las
motivaciones de Dios al pedir que no comieran del fruto del árbol prohibido. En mi opinión, al decretar
semejante prohibición el Señor estaba concediéndole al ser humano la libertad de escoger algo, que
como ya expresé, es necesario para poder tener esa relación significativa que Dios buscaba. Al mismo
tiempo, el decreto del Señor tiene como propósito determinar de forma clara las responsabilidades que
se derivarían de un acto de desobediencia. Ya hemos hablado que libertad y responsabilidad son
binomios inseparables. Además, explicando las consecuencias que traería consigo el quebrantamiento
del mandato de Dios, Él estaba protegiendo al ser humano de repercusiones indeseadas -la muerte-
derivadas de su conducta.

Pero la serpiente cuestiona todas estas motivaciones. Coloca la duda en la mente de Eva acerca de la
bondad que Dios haya podido tener a la hora de hacer semejante prohibición y, a la vez, miente de
forma descarada acerca de las consecuencias del acto de desobediencia. Afirma que no solamente no
morirán, sino que serán como Dios, conocedores del bien y del mal.

La gran tentación del ser humano es ser igual a Dios. Eso implica sustraerse de su autoridad y su
jurisdicción, convertirse el mismo en el centro de su propio universo desplazando al Señor de esa
posición central. El ser humano recibe la tentación de ser autónomo, independiente, su propio dio y rey.
Este ser igual a Dios se plasma en el conocimiento del bien y del mal por ellos mismos. Pero miremos
bien el contexto. Ambos sabían lo que era el bien y era el mal ya que el Señor lo había decretado y
explicado. Sin embargo, no lo habían experimentado en su propia realidad.

Ser iguales a Dios significa que ellos mismos determinarán qué es el bien y qué es el mal. Ya no será el
Señor quien lo determine sino ellos mismos. Ya no habrá una autoridad externa que tome esas
decisiones sino ellos mismos. Ahora bien, cuando no existe esa autoridad externa ¿Cómo puede el ser
humano determinar el bien y el mal? Parece fácil, el bien es aquello que me favorece, gratifica o
interesa. El mal es lo contrario. ¿Cómo puede ser bueno algo que va contra mis intereses, deseos,
impulsos o beneficio? ¿Cómo puede ser malo lo contrario? El libro de Jueces en 21:25 lo define con
total claridad, Porque era un tiempo en que no había rey en Israel y cada uno hacía lo que le venía en
gana. Cuando no hay autoridad externa cada uno determina su propio bien. Eso se llama relativismo.

UN PRINCIPIO

LA TENTACIÓN DEL SER HUMANO ES SER IGUAL A DIOS

UNA PREGUNTA

¿QUÉ RASGOS DE ESA TENTACIÓN PUEDES IDENTIFICAR EN TU VIDA?

La invitación de Jesús

La invitación que Jesús lanza a toda persona es a seguirlo. Una y otra vez vemos esta invitación
ofertada por Jesús, aceptada por unos y rechazada por otros (Mateo 4:19 y 20; 8:22; 9:9; 10:38, entre
muchos otros)
Esta invitación la podemos encontrar en todos los evangelios. En el de Marcos, Jesús habla acerca de
los requisitos necesarios para ser su discípulo y lo hace esta manera:
El que quiera ser mi discípulo, olvídese de sí mismo, cargue con su cruz y sígame. Porque el que quiera
salvar su vida, la perderá; en cambio, el que pierda su vida por causa mía y del mensaje de salvación la
salvará. ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde la vida? Pues si alguien se
avergüenza de mí y de mi mensaje delante de esta gente infiel y pecadora, también el Hijo del hombre
se avergonzará de él cuando venga con la gloria de su Padre y con sus santos ángeles. (Marcos 8:34-38)

¿Qué quiere decir seguir a Jesús? Cuando alguien nos invita a seguirlo hay unas preguntas que de
forma natural vienen a nuestra mente. Seguirlo ¿A dónde? ¿Para hacer qué? ¿Con qué propósito? No
tiene demasiado sentido comenzar un peregrinaje sin saber a dónde vamos y con qué propósito.

Jesús nos invita a seguirlo con un doble propósito: En primer lugar, el quiere restaurar en nosotros las
cuatro grandes rupturas provocadas por el pecado. ¿Recuerdas? La ruptura en nuestra relación con
Dios, la ruptura interna, la ruptura en nuestra relación con otros y, finalmente, la ruptura en nuestra
relación con la creación.

Es un proceso dinámico. Mientras le seguimos Él va trabajando en nosotros. El proceso de restaurar


esas cuatro rupturas durará toda nuestra vida, nunca se acaba, de hecho, parece que cuanto más
restauradas están estas áreas más conscientes somos de lo mucho que todavía queda. Pero, ahí vamos.
Del mismo modo que un escultor va moldeando la estatua que tiene en mente y que saldrá del bloque
de mármol y el tallista pule el diamante, de ese modo Jesús va trabajando día a día en nosotros ese
proceso de restauración.

Seamos realistas. En ocasiones ese proceso será doloroso. Muchos cambios acostumbran a serlo. En
ocasiones, colaboraremos gustosos con Jesús y su trabajo, en otras ofreceremos resistencia. Un amigo
mío, corredor de fondo como yo, afirmaba que sólo cambiamos cuando el dolor de cambiar es menor
que el dolor de permanecer como estamos.

En segundo lugar, Jesús nos invita a seguirle y colaborar con Él en el proceso de restaurar el mundo.
Ayurdarle para que el mundo sea lo que debió de ser y nuestro pecado, nuestra rebelión contra Él
impidió que fuera. Como ya hemos visto en ocasiones anteriores, este fue el motivo por el cual Jesús
vino. Juan, uno de sus seguidores, lo afirmó cuando en una de sus cartas dirigida a las comunidades
cristianas escribió:

Precisamente para esto ha venido el Hijo de Dios; para deshacer lo hecho para el diablo. (1 Juan 3:8)
El mismo Juan, en su evangelio afirma:

Tanto amó Dios a la creación (la palabra en griego es cosmos, que tiene el significado de todo lo
creado) que no dudó en entregarle a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que
tenga vida eterna. (Juan 3:16)
El gran triunfo del diablo consistió en incitar al hombre a revelarse contra Dios. El resultado, las cuatro
grandes rupturas o fracturas que aún a día de hoy siguen afectando a todos los seres humanos. El
pecado produjo una catástrofe de dimensiones cósmicos, que afectó a todo el universo, por eso, el plan
de Dios es un plan para restaurar todo lo creado.

En esta tarea ingente de ayudar a restaurar el universo Jesús nos invita a ser colaboradores suyos. El
seguimiento de Jesús, por tanto, no es en absoluto pasivo. Mientras le seguimos, nos va restaurando.
Mientras nos restaura, le ayudamos a restaurar a otros. Pablo, otro de los seguidores de Jesús lo afirma
cuando escribe a los cristianos que se reunían en la ciudad de Corinto, en la antigua Grecia:
Nosotros somos colaboradores de Dios; vosotros, campo que Dios cultiva, edificio que Dios construye.
(1 Corintios 3:9)
Quiero llamar tu atención sobre la naturaleza del verbo seguir. Es dinámico, no estático. Seguir implica
movimiento, proactividad, cambio, proceso y transformación. El verbo seguir te da pistas para
comprender la naturaleza de la vida cristiana y de la invitación de Jesús.

Una de las metáforas que puede ayudarnos a un mejor entendimiento de la vida cristiana es la del
peregrinaje. Somos peregrinos siguiendo a Jesús. El peregrino es definido por el diccionario de la Real
Academia de la Lengua Española como alguien que camina por tierras extrañas. Así es, somos
seguidores del Dios hecho hombre que nos invita a la apasionante, costosa y desafiante aventura de
seguirle para ser restaurados y ayudar a restaurar a otros.

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