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¿Somos libres?

Nosotros, las personas, los seres humanos. ¿Somos libres? ¿Hasta qué punto somos libres?

A lo largo de la historia de la Iglesia cristiana se ha debatido este tema. Tres ejemplos bastante
conocidos me vienen a la mente: (1) Agustín de Hipona contra Pelagio (siglo 5); (2) Martín Lutero
contra Erasmo de Róterdam (siglo 16); y: (3) Los calvinistas contra los arminianos en el Sínodo de
Dordrecht (siglo 17).

En términos generales, el debate ha girado en torno a la cuestión de la relación entre la predestinación


divina y el libre albedrío humano, algo perfectamente comprensible. Pero en este artículo quiero darle al
tema un enfoque un poco diferente (aunque no nuevo, ni mucho menos), y que espero que contribuya a
un mayor consenso sobre este tema tan discutido.

En 1720 se publicó por primera vez una obra del puritano escocés Thomas Boston (1676-1732), Human
Nature in its Fourfold State (La Naturaleza Humana en su Cuádruple Estado). La tesis principal de esta
obra de Boston era que la Biblia enseñaba cuatro diferentes estados espirituales del ser humano: (1) la
naturaleza humana antes de la Caída; (2) la naturaleza humana después de la Caída y aparte de la
regeneración; (3) la naturaleza humana después de la obra regeneradora del Espíritu Santo; y: (4) La
naturaleza humana glorificada. Otra forma más concisa de decir lo mismo sería hablar de la naturaleza
humana: (1) inocente; (2) caída; (3) regenerada; y: (4) glorificada.

Creo que el esquema de Boston sería aceptable para la mayoría de los cristianos evangélicos,
independientemente de su postura con respecto a la libertad del ser humano. Antes de la Caída, Adán y
Eva eran totalmente libres; todavía no eran pecadores, pero eran libres para no pecar y para pecar, para
obedecer a Dios y para desobedecerle. Pero después de la Caída, siendo ya caídos y pecadores, y como
consecuencia de ello, eran menos libres que antes de caer. El pecado nos hace menos libres; nos
esclaviza. Y esa es la condición espiritual de todos los seres humanos por naturaleza, aparte de la obra
regeneradora del Espíritu Santo. Pero cuando alguien es regenerado por el Espíritu Santo, es más libre
que antes, ¿verdad? Los que somos creyentes seguimos siendo pecadores, pero ya no somos esclavos del
pecado como antes: hemos experimentado la libertad que trae la salvación en Cristo. Pero llegará el día
cuando seremos glorificados (sea cuando muramos o cuando venga el Señor), y ya no seremos pecadores
nunca más. ¡Gloria a Dios!

Si pensamos sobre estas cuatro etapas de la humanidad, el grado de libertad es diferente en cada una. La
etapa de más libertad es la de la glorificación: los creyentes glorificados ni pueden ni quieren pecar. La
segunda etapa de más libertad fue la de la inocencia de Adán y Eva antes de la Caída: no eran pecadores,
pero podían caer, y cayeron. La tercera etapa de más libertad es la etapa entre la regeneración y la
glorificación: seguimos siendo pecadores, pero ya no somos esclavos del pecado; y la cuarta etapa de
más libertad –o sea, la etapa de menos libertad– es la del ser humano pecador no regenerado.

Habremos oído decir muchas veces que Dios nos hizo libres. ¿Es verdad o no es verdad? Si nos
referimos a Adán y Eva, al principio, pues, efectivamente, Dios les hizo libres, totalmente libres. Pero si
nos referimos a nosotros en general, a todos los seres humanos que hemos nacido después de la Caída
(con la única excepción de Jesús, por supuesto), pecadores todos desde el momento de la concepción, no
nacimos tan libres, ¿verdad? De hecho, ¡nacimos en la etapa en la que menos libertad tiene el ser
humano: después de la Caída, pero antes de la regeneración!
Y cuando los que somos creyentes evangelizamos, cuando anunciamos la buena noticia acerca de Jesús a
la gente, cuando hablamos con alguien acerca del mensaje del evangelio, ¿hasta qué punto son libres las
personas con quienes compartimos el evangelio? Bueno, no son robots; no son máquinas; son seres
humanos que tienen el uso de sus facultades humanas. Y son totalmente responsables de su respuesta al
mensaje del evangelio. Pero ¿y espiritualmente? Pues, espiritualmente, no son tan libres porque, si aún
no son creyentes de verdad, se encuentran entre la Caída y la regeneración, ¡esclavos del pecado!

El problema del ser humano no es la predestinación; ¡el problema del ser humano es la Caída! La
predestinación no es el problema: ¡es la solución!)

Si es así, ¿qué efecto debería tener todo esto sobre nosotros, los creyentes? Sugiero cuatro efectos muy
importantes:

(1) Debemos ser realistas; ¡las personas a quienes evangelizamos son esclavos espirituales que no lo
saben y que no quieren ser libres!

(2) Debemos orar mucho más; ¡solo el Espíritu Santo puede romper las cadenas que tienen atada a la
gente y darles libertad y vida nueva!

(3) Debemos anunciar el evangelio puro y duro; es el poder que usa el Espíritu Santo para vivificar a los
muertos espirituales!

(4) Debemos confiar solo en el Señor; salvar es algo imposible para el hombre –para el hombre que
evangeliza y para el hombre que oye– pero ¡no es ningún problema para Dios!

Responsables ante un
Dios soberano.
Recuerdo, siendo aún adolescente, mi reunión antes de bautizarme. Para un joven como yo, era un
momento especial: iba a tener la oportunidad de sentarme uno a uno con el hombre que escuchaba los
domingos, y sabía que iba a tener un espacio para hacer mis preguntas. Entonces, cuando el pastor me
dijo: “¿Tienes alguna pregunta?”, no tuve que pensarlo mucho. “Pastor, si Dios es soberano, ¿cómo es
que yo soy responsable?”.

Lo que le respondí en aquel momento es algo con lo que creo que todos los que creemos en un Dios
grande, que hace lo que le place, luchamos en algún momento. ¿Cómo es que somos responsables ante
un Dios soberano?

Muchos años han pasado de aquella reunión, y la verdad es que este ya no es un tema que me quita el
sueño. Por supuesto, lo que más ha influido en mí ha sido el pasar tiempo en la Palabra de Dios y en
oración. Además, buenas conversaciones con otros creyentes y pastores han sido de bendición. Pero hay
un recurso, una enseñanza que de manera particular me ayudó a solventar esta aparente contradicción. Es
un artículo que escribió el pastor John Piper refutando una idea del Dr. Packer en su libro “Evangelismo
y la soberanía de Dios”. Si lees inglés, puedes encontrar todo el texto aquí. Más que traducir aquel
escritor, lo que quiero hacer aquí es usarlo como base, citando regularmente del mismo y comentando,
orando que te sea de bendición para entender este importante tema.
Es importante dejar claro que esta no es una discusión sobre el libre albedrío, una idea foránea a las
Escrituras. Lo que el Dr. Piper está haciendo es refutando una conclusión muy común entre reformados:
es imposible para la mente humana comprender cómo es que Dios es soberano y a la vez el hombre es
responsable de sus acciones. Usando a Jonathan Edwards, él nos lleva a lo que considero una
satisfactoria solución.

Entendiendo con Edwards


La manera en que Jonathan Edwards soluciona esta aparente contradicción ha sido fundamental en mi
vida. Una vez más, si entiendes bien el inglés, puedes ir al artículo original, o mejor todavía, leer a
Edwards mismo. Pero aquí mi traducción y adaptación de lo que Edwards y Piper nos dicen.

Edwards nos dice que el gobierno de Dios sobre la humanidad, al tratarlos como agentes morales,
someterlos a sus mandamientos y recompensarlos o castigarlos, no es inconsistente con que Él ordene
todos los eventos en el universo, ya sea porque Él los haga pasar o porque los permita. ¿Cómo lo puede
sostener?

Entonces llegamos al argumento. Edwards dice que “lo que determina lo que la voluntad elige no es la
voluntad misma sino las motivaciones, que vienen desde fuera de la voluntad”. No es tan simple como
que hacemos lo que nos dé la voluntad, sino que hacemos lo que más nos motive hacer. Aquello que más
mueva la voluntad va a ser lo que la voluntad elija.

Una motivación para Edwards es todo aquello que mueva o incite a la mente a la acción. La “motivación
más fuerte” es aquello que más nos incite, que más nos llame la atención, aquello que nos parezca mejor
en el momento. (Mejor en el sentido de más agradable, no de bueno o malo).

Si esto es así, lo que determina lo que hacemos no son nuestras ganas o nuestra voluntad, sino aquello
que más nos motive. Piper aquí nos recuerda a Romanos 6:16-23, que nos dice que somos esclavos, o del
pecado, o de la justicia; y a Juan 8:34, donde Cristo nos dice que todo el que comete pecado es esclavo
del pecado. Nosotros somos esclavos de aquello que más nos motive en un momento. Somos esclavos de
hacer lo que más nos guste hacer. Es imposible que hagamos otra cosa a menos que físicamente no se
nos permita.

Entonces caemos a la distinción que trajo claridad a mi vida:

Moral y natural
Aquí Edwards introduce los términos claves para esta discusión: obligación moral e incapacidad moral,
por un lado, y obligación natural e incapacidad natural por el otro. La obligación moral es la necesidad
que existe entre la motivación más fuerte y el acto volitivo (de la voluntad) que lo incita. Es por esto que
todas las decisiones son moralmente obligatorias: son determinadas por aquello que más nos motive. Son
obligatorias en el sentido de que, siempre que exista tal motivación, es inevitable la acción que motivan.
(No obligatorias porque nadie nos obligó, sino porque nos sentimos obligados a hacerlas. Son una
necesidad). La incapacidad moral es, entonces, la incapacidad de elegir contrario a aquello que
percibamos como la motivación más fuerte. Somos moralmente incapaces de actuar en contra de lo que
más queremos hacer. Si no tenemos una inclinación a estudiar, si estudiar no nos motiva, somos
moralmente incapaces de estudiar.

Veámoslo otra vez: en un momento dado, yo voy a elegir aquello que más me motive. Nunca voy a
hacer otra cosa. Aun cuando sienta que estoy haciendo algo que “no quiero hacer”, la motivación más
fuerte me lleva a hacer aquello que “no quiero hacer”. Algo me motiva que hace que yo quiera hacer eso
que “no quiero hacer”. “No quiero estudiar, pero quiero pasar la materia”. Entonces, la motivación de
pasar la materia es más grande que la motivación de quedarme sin estudiar, por lo que termino haciendo
algo que “no quiero hacer”. Sí, sé que no es tan fácil de entender, pero sigue leyendo.

La obligación natural es diferente. Edwards la define como aquella obligación causada por fuerzas
naturales. Algo es naturalmente obligatorio cuando la razón por la que ocurre no es moral, sino física. Si,
por ejemplo, alguien te encadenara a una silla para que no puedas ponerte de pie, es naturalmente
obligatorio que te quedes sentado. La incapacidad natural, entonces, es la incapacidad de hacer algo a
pesar de que queramos, de que nuestra motivación más fuerte y nuestra voluntad sea incapacitada por
medios físicos. Volviendo al tema de la silla y la cadena, si de pronto hay un incendio, tu motivación
más fuerte sería correr, pero la cadena te obliga a estar sentado. Eres naturalmente incapaz de hacer lo
contrario.

Esta distinción es clave, y nos sirve para entender por qué Dios puede hacer al hombre responsable
mientras Él es soberano. La capacidad moral no es un prerrequisito de la rendición de cuentas. La
capacidad natural sí lo es. Si alguien es naturalmente incapaz de hacer algo, podría ser excusado. Este no
es el caso con la incapacidad moral. De hecho, la incapacidad moral de hacer lo correcto nos hace más
culpables.

El hecho de que amemos más las tinieblas que la luz, y por tanto –debido a la incapacidad moral– no
podamos ir a la luz no nos exime de la responsabilidad de ir a la luz. Somos culpables por no ir. Esto es
verdad aun en la justicia humana. Mientras más deseo tenga alguien de hacer el mal, más maligno es. Y
mientras hacer el mal sea la motivación más grande de alguien, más imposible le será hacer el bien. Pero
la incapacidad moral no excusa a nadie del juicio. Si un asesino mata a un ser querido tuyo, y se excusa
diciendo “es que tenía un deseo incontrolable de hacerlo…¡no me pude contener!”, a ti no te daría más
pena: lo considerarías más culpable.

Entonces, ¿cómo Dios causa que los hombres lo elijan y sean salvos? Dios obra en el mundo, no
imponiendo obligaciones naturales y luego demandándoles por aquello que les era imposible,
físicamente, de hacer. No: Dios dispone todas las cosas para que, de acuerdo a la obligación moral, los
hombres elijan aquellas cosas ordenadas por Él desde toda la eternidad. Él arregla las motivaciones, y
los hombres elijen, lo que más los motive.

Entonces, ¿cómo alguien como yo, con una incapacidad moral de elegir a Dios, terminó creyendo en
Cristo? Fuera de la obra del Espíritu Santo, mis motivaciones más fuertes eran hacia el mal, hacia la
oscuridad. Pero el Espíritu Santo hace una obra de regeneración que llevó a que el evangelio pasara de
ser necedad a escucharse como la más dulce melodía. Dios se convirtió en la motivación más grande, y,
debido a la obligación moral, yo no pude hacer otra cosa más que seguirle. Era moralmente necesario
para mí el pedir perdón por mis pecados y aceptar ese perdón por la cruz de Cristo.

Cada cual obtiene lo que más quiere y hace lo que más le motive. El cristiano es motivado por Cristo y
procura hacer su voluntad. El pecador no regenerado es motivado por el pecado, y también tiene lo que
más quiere: las tinieblas. Y así, Dios es soberano, y el hombre es responsable.

“Pero gracias a Dios, que aunque ustedes eran esclavos del pecado, se hicieron obedientes de corazón a
aquella forma de doctrina a la que fueron entregados, y habiendo sido libertados del pecado, ustedes se
han hecho siervos de la justicia”, Romanos 6:17-18.
Jonathan Edwards sobre el libre
albedrío, habilidad natural y
habilidad moral
Artículos | Por Sugel Michelén

Jonathan Edwards es
ampliamente conocido por su famoso sermón “Pecadores en las Manos de un Dios Airado”,
así como por sus libros “Los Afectos Religiosos” (publicado en 1746) y “La Libertad de la
Voluntad” (1754). Pero él también escribió una obra menos conocida (publicada
póstumamente en 1758), y que lleva por título “La Gran Doctrina del Pecado Original
Defendida”.

1. La Doctrina del Pecado Original:

La doctrina del pecado original es tan evidente para Edwards que aún si la Biblia guardara
silencio con respecto a ella, está podría ser demostrada por la evidencia de la razón natural.
Basta con estudiar la historia de la humanidad o mirar a nuestro alrededor para darnos
cuenta que el pecado es una realidad universal. Esto debe movernos a preguntarnos: ¿Por
qué peca el hombre?
Algunos pretenden negar la doctrina del pecado original echándole la culpa a la sociedad
decadente en la que vivimos. Según ellos, el hombre nace como una criatura inocente que
luego es corrompida por la influencia de la sociedad. Pero en vez de resolver el problema
esto genera otra pregunta: ¿Por qué es corrupta la sociedad humana? ¿Cómo se corrompió?
Como bien señala Sproul: “Si todas las personas nacen inocentes o en un estado de
neutralidad moral, sin predisposición al pecado, ¿por qué no encontrar al menos un averaje
estadístico de 50 % de personas que permanecen inocentes? ¿Por qué no podemos
encontrar sociedades en las cuales la influencia prevaleciente sea la virtud en vez del
vicio?”[i]
Pero Edwards no se limita a dar razones naturales que evidencian la realidad del pecado
original en el hombre, sino que apoya la doctrina en la enseñanza de las Escrituras. Textos
como Rom. 5:12-21 , Ef. 2:1-3 claramente enseñan la imputación del pecado de Adán a
toda su descendencia. Aparte de eso, la enseñanza bíblica concerniente a la aplicación de la
redención presupone la doctrina del pecado original. De ahí la necesidad de la obra
regeneradora del Espíritu Santo para que el hombre pueda ser salvo. La regeneración es
necesaria porque el hombre ha sido profundamente afectado por la caída y necesita ser
transformado en el asiento mismo de su personalidad.
De manera, que en lo que respecta a la doctrina del pecado original, Edwards sigue los
pasos de Lutero y Calvino. Pero es probablemente en lo tocante a la capacidad volitiva del
hombre donde Edwards hizo su mayor contribución a la discusión antropológica.

2. La Voluntad Humana:

En su obra “La Libertad de la Voluntad” Edwards define la voluntad como “la mente
escogiendo”: “La facultad de la voluntad es esa facultad o poder o principio de la mente por
la cual ésta es capaz de escoger”[ii]. Aún en aquellos casos donde la persona decide no
escoger ninguna de las opciones disponibles, la mente está haciendo una elección. Por otro
lado, Edwards también afirma que el factor determinante de toda elección humana es la
motivación más fuerte del momento; en otras palabras, el hombre siempre actúa de acuerdo
a su deseo.
Para comprender lo que Edwards está tratando de señalar es vital reconocer el hecho de que
nuestros deseos a menudo son muy complejos, al punto de que podemos experimentar
deseos conflictivos, como Pablo reconoce en Rom. 7:14 ss. Sproul lo explica con el
siguiente ejemplo: “Cada cristiano posee algún deseo en su corazón de ser justo… Sin
embargo, hay una guerra librándose en nuestro interior porque continuamos teniendo malos
deseos. Cuando escogemos la maldad sobre el curso de acción justo, en ese momento
deseamos el pecado más que la obediencia a Dios”[iii].
Por otro lado, no sólo experimentamos deseos conflictivos sino también deseos fluctuantes;
no siempre deseamos las mismas cosas con la misma fuerza o intensidad. Después de
comer y saciarnos es más fácil para nosotros tener un deseo más intenso de perder peso que
de comer dulces; el problema es que en unas horas volvemos a tener hambre, y en ese
momento el deseo de comer (salado y dulce) puede llegar a ser más intenso que el de perder
peso. Es el deseo dominante del momento lo que determinará nuestra elección. El hecho de
que no siempre estemos conscientes del deseo dominante que nos mueve a tomar una
acción en vez de otra no elimina esa realidad.
Sproul pone el ejemplo del estudiante que al llegar al salón de clases donde hay varias sillas
vacantes decide sentarse en el centro en vez de la periferia. Rara vez nosotros hacemos una
lista de “pros” y “contras” para tomar una decisión en vez de otra, por lo que parecería que
la elección fue enteramente arbitraria, una decisión sin pensar. Pero si lo analizamos con
más detenimiento probablemente descubriremos alguna preferencia o motivación operando
sutilmente en nosotros (el deseo de estar cerca de otros, o en el ángulo visual del profesor).
Edwards está aplicando aquí la ley de la causalidad, la cual declara que todo efecto debe
tener una causa que lo antecede. Aunque David Hume es citado muchas veces como
alguien que destruyó la ley de la causalidad, lo que él hizo en realidad fue demostrar que
nosotros no tenemos un conocimiento omnisciente de las causas que están detrás de cada
efecto. Pero esta ley de la causalidad no puede ser negada sin caer en la irracionalidad (por
eso decimos que se trata de un principio formal, es decir, un principio que es veraz por
definición). “Un efecto, por definición, es aquello que tiene una causa antecedente… De
igual manera, una causa por definición es aquello que produce un efecto. Si ningún efecto
fue producido entonces tampoco hay causa”[iv].
El efecto es la elección, mientras que la causa es la motivación más fuerte o dominante del
momento, aquello que nos parece más bueno o agradable a la mente (Edwards no está
usando la palabra “bueno” aquí en un sentido moral, sino como equivalente a placentero).
Nada ocurre simplemente porque sí o por azar (el azar es en realidad un ente inexistente y,
por lo tanto, no puede obrar absolutamente nada). Una cosa es afirmar que nosotros no
conocemos las causas de un efecto y otra muy distinta decir que hay efectos que son sin
causa. John Gerstner, reconocido como el más grande experto en la teología de Jonathan
Edwards dice lo siguiente al respecto:
“Edwards concuerda con el puritano inglés John Preston, en cuanto a que la mente viene
primero y el corazón o la voluntad viene luego. ‘Tal es la naturaleza del hombre, que
ningún objeto puede llegar al corazón si no es a través de la puerta del entendimiento…’ En
el jardín, el hombre pudo haber rechazado la tentación de la mente de mover la voluntad a
desobedecer a Dios. Después de la caída ya no podía hacerlo, aunque los Arminianos y
Pelagianos piensen de otro modo. La noción que ellos tienen sobre ‘el libre albedrío’ hace
que siempre sea posible para la voluntad rechazar lo que la mente le presente… Para
Edwards, los actos de la voluntad no son libres en el sentido de ser sin causa”[v].
En este punto de la discusión tenemos que introducir otro elemento para comprender cómo
se aplica todo esto al papel que juega la voluntad humana en la salvación: la distinción que
hace Edwards entre la habilidad natural y la habilidad moral, así como entre la necesidad
natural y la necesidad moral. Como bien señala Sproul, al hablar de necesidad natural nos
referimos a aquellas cosas que ocurren debido a fuerzas naturales, mientras que la
necesidad moral hace referencia a aquellos efectos que resultan de causas morales, tales
como la fortaleza de la inclinación o motivación[vi]. Por ejemplo, nosotros no podemos
volar como las aves ni respirar bajo el agua como los peces (sin ningún aditamento
mecánico, claro está) porque tenemos una limitación natural que las aves y los peces no
tienen.
De igual manera, cuando hablamos de inhabilidad moral nos referimos a una carencia de
motivación o inclinación que son necesarias para tomar una decisión moral. Edwards cita
algunos ejemplos para probar su punto: una mujer honorable es moralmente incapaz de
escoger voluntariamente la prostitución, de la misma manera que un hijo que ama a sus
padres es moralmente incapaz de decidir matarlos. Por causa de esa inhabilidad moral el
pecador no posee una voluntad libre, en el sentido de ser capaz de escoger obedecer, amar y
servir a Dios. Para Edwards, la voluntad es libre en el sentido de que siempre actúa de
acuerdo a la motivación o la inclinación más fuerte del momento; pero no es libre en el
sentido de poder escoger en contra de esa inclinación o motivación más fuerte.
Decir que la voluntad es indiferente o neutral es completamente absurdo para Edwards. Si
la voluntad fuese neutral o indiferente de manera que al actuar no siga una motivación o
inclinación, ¿cómo podríamos catalogar sus elecciones como decisiones morales? Si el
hombre toma decisiones en una forma arbitraria, sin ninguna razón o motivo, ¿en qué
difieren estas acciones de los movimientos involuntarios del cuerpo, o de la mera respuesta
de las plantas y animales? Por otra parte, si la voluntad fuese totalmente indiferente, ¿en
qué sentido podemos decir que hizo alguna elección o decisión? Eso implica la posibilidad
de un efecto sin causa. La elección – dice Edwards – “no puede ser el fundamento de sí
misma, o el fruto o consecuencia de sí misma”[vii].
Dado que el hombre pecador es moralmente incapaz de escoger las cosas de Dios, se
requiere un cambio en la disposición dominante de su corazón para que pueda mover su
voluntad hacia Él. Dejado a sus propias expensas, el pecador nunca escogerá a Cristo a
menos que Dios lo regenere.

Pastor con piel curtida


Artículos | Por Tony Segar

El pastor fiel es de corazón tierno con las ovejas dóciles pero de piel curtida para las que
embaten al pastor con su propia agenda. Pues no faltan las ovejas que como Dalila, sienten
que el pastor no las ama si no atienden a sus caprichos. Tampoco faltan líderes en las
Escrituras que en vez de dirigir a las ovejas, fueron arrollados por ellas.
Así tenemos a Aarón que fue arrastrado por la idolatría del pueblo. O a Elí que no pudo
detener la inmoralidad de sus propios hijos, o a Moisés que empujado por las demandas del
pueblo perdió los cabitos.
Sorprendentemente en el NT se dió uno de los casos más serios. Las corriente de falsa
doctrina se elevó y arremolino al mismo Apóstol Pedro causando un tropiezo no pequeño a
la iglesia descrito en la epístola a los Gálatas.
Pablo arranca esta epístola con tono de alarma y ánimo de combate: Estoy Maravillado de
que tan pronto os hayáis alejado del que os llamó por la gracia de Cristo, para seguir
un evangelio diferente (Gal. 1:6 ); Pero si aun nosotros, o un ángel del cielo, les
anunciara otro evangelio contrario al que les hemos anunciado, sea anatema (Gal 1:8 )
Tan alarmante como el falso evangelio, fue la respuesta de los Gálatas ante la herejía:
seducción inmediata, cayeron como por un hechizo: Oh gálatas insensatos! ¿quién os
fascinó para no obedecer a la verdad. La palabra “ fascino” en el original, describe una
mirada mala: hechizadora.
Cabe subrayar que aunque Pedro se vio enredado, fue un extra en esta película, no el
villano principal. Los culpables fueron un grupo mixto: Fariseos convertidos (Hech. 15:1
), impostores cristianos (Gal. 2:4 ), hermanos judíos celosos de la ley (Gal 2:13 ; Hch.
21:21 ) y es posible que también otros gentiles que habían decidido circuncidarse (Gal.
6:13 ), pero principalmente, falsos maestros judíos que visitaban el brote de iglesias de
los gentiles y añadían a la predicación del evangelio de Cristo, la enseñanza de Moisés.
Eran dos evangelios opuestos. Los judaizantes alegaban que los gentiles debían ingresar a
través de Moisés con leyes y rituales, tal como en el OT los gentiles se unían a Israel para
llegar a Dios. Pablo, por su parte, que todos, tanto judíos como gentiles debían ingresar a
través de Cristo con una fe a solas. Es decir el evangelio no es Cristo encimado a Moisés,
sino Cristo sin Moisés, pues en Cristo tanto Moisés como Abraham encuentran su
consumación. Este evangelio no era un invento de Pablo, partía de una revelación de Dios
(Gal 1:11 ), y contaba con respaldo apostólico (Gal. 2:6-8 ).
Se antoja la obvia pregunta. Si el evangelio de Pablo tenía aprobación apostólica, ¿Cómo
pudo Pedro verse implicado en este escándalo? ¿Cómo pudo Pedro tropezar el mismo
evangelio que proclamaba? La respuesta es: “el miedo a verse mal”, traducido a términos
espirituales: “el temor al hombre”. Así lo tacho Pablo: Pues antes que viniesen algunos de
parte de Jacobo, comía con los gentiles; pero después que vinieron, se retraía y se
apartaba, porque tenía miedo de los de la circuncisión. Gálatas 2.12–13 . Pedro por
miedo, negó al Señor tres veces, y por pena a dañar su imagen de líder del evangelio de la
circuncisión permitió la desvirtuación del evangelio.
La susceptibilidad de Pedro fue inexcusable pues esto ocurrió después de recibir la visión
del cielo exhortándolo a no llamar inmundo lo que Dios había santificado; de experimentar,
un segundo mini-pentecostés en la casa del gentil Cornelio, por el acto sencillo de la fe
(Hech. 10 ); de escuchar por 15 días las maravillas que habían acompañado la predicación
de Pablo (Gal. 1:18 ) y darle a Pablo reconocimiento público de su mensaje junto con
Juan y Santiago (Gal. 2:9 ). Y si, como algunos suponen, este episodio ocurrió después
del concilio de Jerusalén (Hech. 15 ) en el que Pedro abogó por el evangelio sencillo y
participó en la redacción de cartas oficiales para las iglesias exentandolas de requisitos
judíos, sucumbir ante la influencia de los hermanos por parte de Jacobo era inexcusable, Y
Pablo le tuvo que resistir cara a cara: “porque era de condenar” (Gal 2:11 ).
Sirva de ejemplo a todo pastor el peligro de la susceptibilidad a la presión humana. Pues si
un un hombre de gracias apostólicas fue arrastrado, cuanto más lo serán los líderes de
menor rango. Todo líder tiene un talón de Aquiles que tiene que resguardar. Para algunos es
el miedo al rechazo, para otros el amor al aplauso, para otros un temperamento tímido o un
sin fin de inseguridades. Dice el refrán: un barco es tan fuerte como su punto más débil.
Aquel pastor que no desarrolla piel curtida en sus puntos vulnerables corre el riesgo de
dejar de ser un instrumento en manos de Dios y convertirse en una marioneta de las ovejas.
Para Pablo, esto no era una opción: Pues, ¿busco ahora el favor de los hombres, o el de
Dios? ¿O trato de agradar a los hombres? Pues si todavía agradara a los hombres, no
sería siervo de Cristo. Gal. 1:10 .

LAS GRANDE DOCTRINAS DE LA BIBLIA

por R. C. Sproul
Traductora: Marcela Robaína

63 EL LIBRE ALBEDRÍO

En este mismo momento usted está leyendo estas palabras porque ha elegido por su propia y
libre voluntad leerlas. Es posible protestar: "¡No! Yo no elegí leerlas. Me obligaron a leerlas. En
realidad no quisiera leerlas". Es posible que ese fuera el caso. Sin embargo, las está leyendo.
Es posible que haya otras cosas que prefiriera estar haciendo en este momento, pero ha optado
por leer este libro a pesar de ello. Ha decidido leerlo en lugar de no leerlo.

Ya no puedo saber por qué lo está leyendo. Pero sí sé que debe tener sus motivos para leerlo.
Si no tuviese ningún motivo para leerlo, simplemente no habría decidido leerlo.

Toda elección que hacemos en la vida, la hacemos por alguna razón. Nuestras decisiones se
basan en lo que en determinado momento, y considerando todos los factores, nos parece bien.
Algunas cosas las hacemos porque tenemos un deseo muy intensode realizarlas. Otras cosas
las hacemos sin tener ni siquiera la conciencia de desearlas. Sin embargo, el deseo está allí
presente; de otro modo, no habríamos elegido realizarlas. En esto consiste la esencia misma de
la libre voluntad, o el libre albedrío -el elegir de acuerdo a nuestros deseos.

Jonathan Edwards, en su obra The Freedom of the Will ("La Libertad de la Voluntad"), define a
la voluntad, o el albedrío, como "aquello con lo que la mente elige". No cabe ninguna duda de
que los seres humanos realmente hacen elecciones. Yo elegí escribir, usted eligió leer. Es mi
voluntad escribir, y la escritura se pone en acción. Cuando le agrego la idea de libertad, sin
embargo, el tema se torna terriblemente complicado. Debemos preguntarnos: ¿Libertad para
hacer qué? Hasta el calvinista más ardiente no negaría que la voluntad es libre de elegir
cualquier cosa que desee. Hasta el arminiano más ardiente estaría de acuerdo con que la
voluntad no es libre de elegir lo que no desea.

Con respecto a la salvación, la pregunta entonces se transforma en: ¿Qué es los que los seres
humanos desean? Los arminianos creen que algunas personas desean arrepentirse y ser
salvas. Otras desean huir de Dios y cosechar entonces la maldición eterna. Los arminianos
nunca dejan en claro por qué las distintas personas tienen deseos distintos. Los calvinistas
sostienen que todos los seres humanos desean huir de Dios hasta el momento en que el
Espíritu Santo realiza una obra de regeneración. Dicha regeneración cambia nuestros deseos
para que libremente nos arrepintamos y seamos salvos.

Es importante señalar que hasta los no regenerados nunca son forzados a ir en contra de su
voluntad. Sus voluntades cambian sin su permiso, pero siempre están libres para elegir según
su voluntad. Entonces, somos realmente libres para actuar según nuestra voluntad. No somos
libres, sin embargo, para elegir o seleccionar nuestra naturaleza. Uno no puede declarar: "De
ahora en más desearé solamente el bien" del mismo modo que Cristo no podría haber
declarado: "De ahora en más desearé solamente el mal". Aquí termina nuestra libertad.

La teología de la Reforma afirma que la caída dejó a la voluntad humana intacta en cuanto
todavía tenemos la facultad de elegir. Nuestras mentes han sido oscurecidas por el pecado y
nuestros deseos han sido atados por impulsos malvados. Pero todavía podemos pensar, elegir,
y actuar. Pero algo terrible nos ha sucedido. Hemos perdido cualquier deseo que pudiésemos
tener por Dios. Los pensamientos y los deseos de nuestro corazón son continuamente hacia el
mal. Nuestro libre albedrío es una maldición. Como todavía podemos elegir según nuestros
deseos, elegimos el pecado y quedamos sujetos al juicio de Dios.

Agustín dijo que aunque todavía tenemos una voluntad libre, hemos perdido nuestra libertad. La
libertad real de la que habla la Biblia es la libertad o el poder de elegir a Cristo como nuestro.
Pero hasta que el Espíritu Santo no transforme nuestros corazones, no tendremos ningún
deseo por Cristo. Sin ese deseo nunca lo elegiremos a Él. Dios debe despertar nuestras almas
y darnos el deseo por Cristo antes de que nos sintamos inclinados a elegirlo.

Edwards dijo que como seres humanos caídos retenemos nuestra libertad natural (el poder de
actuar de acuerdo con nuestros deseos) pero perdemos la libertad moral'', La libertad moral
incluye la predisposición, la inclinación y el deseo del alma hacia la justicia. Esta tendencia
hacia la justicia fue lo que se perdió en la caída.

Todas las decisiones que tomo están determinadas por algo. Hay una razón para ellas, un
deseo detrás de ellas. Esto puede sonar a determinismo. ¡De ningún modo! El determinismo
nos enseña que nuestras acciones están completamente controladas por algo que nos es
externo, que nos hace hacer lo que no queremos hacer. Esto es coerción y es lo opuesto a la
libertad.

¿Como es posible que nuestras decisiones sean determinadas pero que no hayan sido
controladas? Porque han sido determinadas por algo desde dentro? - por lo que somos y por lo
que deseamos. Han Sido determinadas por nosotros mismos. Esto es la autodeterminación,
que es la esencia propia de la libertad.

Para ser más precisos, para que podamos elegir a Cristo, Dios debe cambiar nuestros
corazones. Yeso es precisamente lo que hace. Cambia nuestro corazón. Nos da un deseo por
Él, deseo que de otro modo no tuviéramos. Luego lo elegimos a raíz del deseo que está dentro
de nosotros. Lo elegimos libremente a Él porque deseamos elegirlo a El. En esto consiste la
maravilla de su gracia.
Resumen

1. Cualquier elección que hagamos, la hacemos por alguna razón.

2. Siempre elegimos de acuerdo con nuestra inclinación más fuerte en el momento de la


decisión.

3. La voluntad es la facultad electiva.

4. Los seres humanos caídos tienen una voluntad libre pero carecen de libertad. Tenemos
libertad natural pero no tenemos libertad moral.

5. La libertad consiste en la autodeterminación.

6. En la regeneración, Dios cambia la predisposición de nuestros corazones y siembra en


nosotros un deseo hacia Él.

Pasajes bíblicos para la reflexión

Deut. 30: 19-20

Jn. 6:44, 65

Jn. 8:34-36

Jn. 15:5

Rom. 8:5-8

James 1:13-15

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