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Yamazaki Sokan (1465-1553)

Una mancha
a la luna.
¡Qué hermoso abanico!

Matsuo Bashó (1644-1694)

A cada ráfaga
se desplaza en el sauce,
la mariposa.

Del este o del oeste


sobre los campos de arroz,
el sonido del viento.

Ebrio, me duermo,
y en la piedra florecen
las clavellinas.

Cae del árbol


y derrama su agua
una camelia.

Sólo viajero
quisiera ser llamado:
primer chubasco.

La libélula
intenta en vano posarse
sobre una brizna de hierba.
Lluvia de mayo.
Corre velozmente
el río Mogami.

En medio del campo,


sin apego de ningún tipo,
canta la alondra.

Un mar revuelto:
sobre la isla de Sado,
la Vía Láctea.

Crudo invierno:
el mundo de un solo color
y el sonido del viento.

Canta el cuclillo,
un bosque de bambú
filtra la luna.

Llega el otoño;
el mar y el campo tienen
el mismo verde.

Primera nieve:
las hojas del narciso
casi curvadas.

Un sauce verde
goteando en el barro:
marea baja.
En los claros de nieve,
el leve violeta de los brotes
de la flor de Udo.

Cuando miro con cuidado


veo florecer la Nazuna
junto al seto.

Con el rocío de la mañana,


sucio, fresco...
el barro del melón.

Me llamarán por el nombre


de caminante.
Tempranas lluvias de invierno.

Piernas enclenques
tendré, pero está en flor
el monte Yoshino.

Hoy el rocío
borrará lo escrito
en mi sombrero.

Una mujer lavando patatas;


si Saigyó estuviera
compondría un waka.

Bajo un mismo techo


durmieron las cortesanas,
la luna y el trébol.
En la bahía
también la primavera:
flores de olas.

A una amapola
deja sus alas una mariposa
como recuerdo.

Olor a crisantemos.
Y en Nara, viejas
imágenes de Buda.

Yendo hacia Kioto


cubrían medio cielo
nubes de nieve.

Yo me pregunto,
avanzado el otoño,
qué hará el vecino.

Los crisantemos
se incorporan etéreos
tras el chubasco.

¡Qué santidad
la del hombre que ante un relámpago
no comprende la Realidad!

¡Ha llegado la primavera!


Monte anónimo
entre fina hierba.
Las montañas y el jardín
se van adentrando
hasta mi habitación en verano.

Luna de agosto.
Hasta el portón irrumpe
la marejada.

Aroma del ciruelo,


de repente el sol sale.
Senda del monte.

La primavera pasa;
lloran las aves
y son lágrimas los ojos de los peces.

Quietud:
los cantos de la cigarra
penetran en las rocas.

Un viejo estanque;
se zambulle una rana,
ruido de agua.

Sobre la rama seca


un cuervo se ha posado;
tarde de otoño.

Yo soy un hombre
que come su arroz
ante la flor de Asagao.
A la intemperie,
se va infiltrando el viento
hasta mi alma.

Por esta senda


no hay nadie que camine:
fines de otoño.

¡Vaya, no me ha pasado nada!


Pasó el día de ayer.
Y hoy, orbe y sopa.

Viento de otoño.
Y malezas y campos.
Paso de Fuja.

Como la almeja,
en dos valvas nos separamos
con el otoño.

En el platanal, ráfagas,
y en la bañera, lluvia
se oye de noche.

Besugo en sal,
con las encías frías:
pescadería.

Chubasqueaba.
Los rastrojos de arroz
se ennegrecieron.
¿Por qué será
que envejezco este otoño?
Van aves por las nubes.

Fiesta del Nirvana.


Oran manos rugosas,
suenan rosarios.

La luna mengua,
la tierra palidece,
florece el alforfón.

Un largo día
no les basta cantar
a las alondras.

Miré y había
pan y quesillo en flor
cerca del seto.

Sale una abeja


del hondo cáliz de una peonía:
¡qué despedida!

Junto al camino
se comió mi caballo
la gumamela.

Un ruiseñor
llora en el bambudal
su senectud.
No te comas la avispa
que juega entre las flores,
gorrión amigo.

Donde el cuclillo
va a desaparecer,
sólo una isla.

Un halcón solo
hallé para mi gozo
en cabo Irako.

Visión en sombras.
Llora una anciana sola,
la luna como amiga.

Hasta una choza,


en mundo de mudanzas,
es casa de muñecas.

No suena la campana
en la aldea. ¿Por qué?
Tarde vernal.

Ni aves ni mariposas
conocen esta flor.
Cielo de otoño.

Ha sido un capricho:
en una hierba sin aroma
se detuvo la mariposa.
Sólo al caerse
de la hoja de hierba,
echó a volar la luciérnaga.

El otoño avanza
y la oruga no consigue convertirse
en una mariposa cualquiera.

¡Vainas de pimienta!
Añádeles alas
y serán libélulas.

Vistiéndose de nuevo al día siguiente


¡Qué fina!
¡Qué elegante!

La copa quisiera
con polvo de oro decorar.
Fases de la luna.

En el puente colgante
la vida pende de un sarmiento
de viña loca.

La neblina se eleva,
en el puente colgante los ojos
no me atrevo a cerrar.

El monte Obasuté:
su forma evoca una vieja que llora
acompañada de la luna.
Ah Sarashina,
tres noches he contemplado la luna
sin una nube.

Mi cuerpo lo penetran
la amargura del rábano
y el viento del otoño.

Castañas de Kiso,
las gentes de este bajo mundo
les tienen aprecio.

Ramas de lirio
aferradas a mis pies.
¡Cordones para sandalias!

Poesía,
entrando a Oku
plantan arroz cantando.

Los botones del sauce se abren,


el maestro y yo
escuchamos la campana.

Devuelve al sauce
todo el fastidio,
todo lo que desea tu corazón.

¿Es primavera?
La colina sin nombre
se perdió en la neblina.
Una noche de primavera.
En la sombra del templo
un misterioso hombre suplicando.

Una noche en el templo


La luna
En lo más claro de mi rostro.

El sol se levanta
sobre el sendero a la montaña
al perfume de los ciruelos.

Bajo las flores de un mundo efímero.


Con mi arroz entero
y mi sake blanco.

La gente de ahora no se interesa


por las flores del castaño
que están en el techo.

La campana para de sonar.


El eco de las flores
perfuma la noche.

En las flores silvestres de verano


se estremece aún
el sueño de gloria de los guerreros.

Hierba de estío:
combates de los héroes,
menos que un sueño.
En néctar de orquídeas
la mariposa
perfuma sus alas.

Ante la enredadera en flor


comimos nosotros
que somos simples hombres.

Al frescor
me acomodo
y duermo.

Las noches de verano,


el ruido de mis zoclos
hacen vibrar el silencio.

Antes de tragarla
el agua de la vertiente
hizo crujir mis dientes.

De la escarcha
no olvides jamás
el gusto a soledad.

Completamente mojadas,
inclinadas,
las peonías bajo la lluvia.

En el agua y la lluvia.
El nenúfar
con sus dos flores erguidas.
Suave brisa.
La sombra de la glicina
apenas tiembla.

Albergue pobre.
Los gemidos del perro
en la lluvia nocturna.

A los que contemplan la luna,


las nubes
a veces ofrecen una pausa.

Antes que corten los juncos


del río
contempla la luna.

Cuando anochece en el mar


el graznido de los patos
se aclara.

Salpicados de barro
por el rocío,
los melones parecen frescos.

Las cigarras van a la muerte


y su canto
nada nos dice.

Pegándose a un champiñón,
la hoja
del árbol desconocido.
Esta puesta del sol otoñal
pareciera ser
el País de las sombras.

La luna llena de otoño.


Deambulé toda la noche
alrededor de la laguna.

Corazón
blanqueado por la lluvia.
Carcasa golpeada por el viento.

Un día de tranquila alegría.


El Monte Fuji
empañado por la llovizna.

Más blanco que las piedras


de la montaña rocosa,
el viento otoñal.

La tempestad
sopla el rostro
de alguien empapado.

La jarra quebrada
por el hielo de la noche.
¡Me levanto a saltos!

¡Qué bello!
El despreciado cuervo común
esta mañana nevada.
En este jardín
¡Un siglo
de hojas muertas!

Esta mañana nevada,


incluso el caballo
es digno de mirar.

Retiro de invierno,
sobre el biombo dorado
envejecen los pinos.

A caballo en el campo,
y de pronto, detente:
¡el ruiseñor!

Abriendo de par en par


la puerta norte del palacio:
¡la primavera!

Últimamente,
las noches amanecen blancas
como la flor de un ciruelo.

Luna naciente
la tierra se convierte en niebla.
Flores de colza.

En el agua
hay un reflejo.
Es alguien que va de viaje.
Sandalias santas:
me inclino, a mí me aguardan
verano y montes.

Mirar, admirar
hojas verdes, hojas nacientes
entre la luz solar.

Un relámpago
Y el grito de la garza,
hondo en lo oscuro.

Bahía Kisa:
Seishi duerme en la lluvia.
Mimosas húmedas.

Tendido fluye
del mar bravo a la isla:
río de estrellas.

¡Qué irrisión!
Bajo el yelmo
canta un grillo.

¿Luna de otoño?
Promesas y perjurios,
norte cambiante.

Tomando prestada
mi casa, de los insectos,
me dormí.
Perdido en el bambú
pero cuando sale la luna,
mi hogar.

El crisantemo blanco,
el ojo no encuentra
la menor impureza.

Los ruiseñores
detrás de los sauces,
delante de las zarzas.

Secretamente por la noche,


los gusanos en las castañas
bajo la luna.

Templo de Suma.
Oigo las flautas antiguas
desde la sombra de un árbol.

Un cangrejito
escalando mi pierna.
Aguas de manantial.

Más alto que las alondras


descanso en pleno cielo
en la garganta de la montaña.

Caza de luciérnagas,
el barquero está borracho.
¡Qué catástrofe!

Qué fresco este muro


contra las plantas de mis pies
durante la siesta.

El sonido de la campana
se expande en la bruma
del alba.

Choza pobre.
Los llantos de un perro
bajo la lluvia nocturna.

Sopa de arroz,
oigo tocar el laúd.
Granizos sobre el tejado.

Sobre los arrozales,


alboroto de ocas salvajes.
Lluvias frías de invierno.

Brasas bajo la ceniza.


Sobre el muro,
la sombra del invitado.

De viaje enfermo,
mis sueños por eriales
van divagando.

(Poema final.)
Hawai Sora (1649-1710)

Camino y no me detengo,
si caigo que sea
entre tréboles.

La noche entera
oí el viento de otoño
en pleno monte.

Ikenishi Gonsui (1650-1722)

Por un día sin viento,


las campanillas que suenan con la brisa
sirven de refugio a las abejas.

Mukai Kyorai (1651-1704)

Tanto calor,
que los melones rodaron
fuera de su escondite de hojas.

Konishi Raizan (1653-1716)

Levantando la cabeza,
miro mi forma alargada.
Frío amargo.

Hattori Ransetsu (1654-1707)


Espejo
de rosas amarillas.
El manantial dorado.

En los escenarios de las almas


también queman
las lágrimas y el rocío.

Luna llena de otoño.


Los vapores suben
a la superficie del agua.

¡Año Nuevo!
Relato de gorrión
en el cielo despejado.

Anoche nevó.
Amanece.
Cómo reluce la arboleda!

Morikawa Kyoroku (1656-1715)

La vestimenta del muerto,


ventilan en verano
en la cuerda.

Viento frío
sobre los arrozales en otoño.
Nubes negras.

Entre las papas,


al centro de la cacerola,
el claro de luna.

Cerca de la vela,
una peonía
en silencio.

Ochi Etsujin (1656-1730 Mujer)

El año se va,
y escondo a mi padre
los cabellos grises.

Uejima Onitsura (1661-1738)

Una trucha salta,


y las nubes se agitan
en el cauce del torrente.

El cerezo perdió sus flores


y vuelve la calma
en el Templo Enjoji.

Los esqueletos,
vestidos de seda,
contemplamos las flores.

El ruiseñor,
en lo alto del ciruelo
hace su caca.
Los juncos secos:
el suave ondular de las olas
de la ensenada de Naniwa

En el jardín
blancamente florece
la camelia.

Obedecer:
aun las flores silenciosas
al oído interior.

Sueños sin rumbo;


en páramos quemados,
la voz del viento.

el ruiseñor
posado en el ciruelo
desde hace siglos

Día de primavera,
gorriones en el jardín
bañándose en arena.

Un viento fresco.
Llenando el firmamento,
voces de pinos.

flor de ciruelo:
corazón y nariz
para sentirla
Takarai Kikaku (1661-1707)

Durante la noche de quinta luna,


cada cierto tiempo escuchamos
como se quiebra un bambú.

La luna llena.
La silueta de un pino
en el tapiz

Picado por pulgas.


¿Era verdad
ese sueño de sables?

Fiesta de las flores.


Acompañado de su madre,
un niño ciego.

¿Qué pasa con Enjo?


Vivió y ahora está
como mar en verano.

Termina el viento
y corre el agua por el bosque.
Canta el cuclillo.

El mendigo
carga el cielo y la tierra
como vestimenta de verano.

Lluvia de verano.
Una mujer solitaria
sueña en la ventana

La primera nieve.
Nadie quiere
quedarse en la casa

Despierto de noche,
el faisán dorado grazna
la luna se congela.

Chiyo-Ni (Kaga No Chiyo, 1703-1775)

Si por las mañanas se cierran


las campanillas en flor,
¡es por el odio de los hombres!

Del violeta de las nubes


al morado de los iris,
se dirige mi pensamiento.

¡Luciérnagas!
Por el río
las tinieblas pasan.

El agua se cristaliza,
las luciérnagas se apagan.
Nada existe.

Todo lo que recogemos


en la playa de marea baja.
Se mueve
Sin niño que se acerque
Las paredes de papel
Están frías

En las lluvias de primavera,


todas las cosas
son más bellas.

La rama en flor del ciruelo


otorga perfume
al que la corta.

Tan Taigi (1709-1771)

Los días tranquilos


en rápidos años
olvidados.

Es el viento de primavera.
Dicen amo y criado
caminando juntos.

Neblina de río.
empujando el caballo al agua.
El ruido del agua.

Yosa Buson (1715,16-1783)

Noche de primavera.
De vela en vela
transita la llama.

No hay puente.
El sol se acuesta
en aguas primaverales.

El barco coreano
continúa su ruta
sin detenerse por la neblina.

La tranquilidad del día.


El faisán
se posa en el puente.

Al trabajo de la tierra.
El hombre que preguntó por el camino
desapareció.

Noche fugaz:
las perlas del rocío
sobre la oruga.

Desde el fondo
de las noches breves
surge el río Ôi.

Noche corta.
En las afuera de un villorrio,
un comercio está abierto.

El bosque en verano,
ninguna hoja se mueve.
Así asusta.

Aguacero de verano.
Los gorriones de la aldea
se agarran de las hierbas.

Ese vivo frío:


bajo mi pie en la alcoba,
la peineta de mi esposa muerta.

En las hierbas nueva,


el sauce
olvida sus raíces.

Bajo la lluvia otoñal,


caminar por plantaciones
sumergidas.

Al agua arrasa,
y es como de noche
en cada terreno cultivado.

La pesada carreta retumba,


cuando pasa,
la peonía se estremece.

Después de cortar la peonía,


me sentí disminuido
esa noche.

Ella cae,
la flor de la camelia,
a lo más negro del viejo pozo.

Un ave grita,
y el ruido del agua oscurece
alrededor de la trampa.

Rocío blanco en la zarza.


Una gota
sobre cada espina.

Las tijeras
ante el crisantemo blanco
dudan un instante.

Por el río en invierno


flotan a la deriva
las ofrendas florales del Buda.

Aún más conmovedoras


a la luz de linternas,
las oraciones en noches frías.

Esta noche oscura,


la cubierta del calendario
llega a su fin.

Posada, dormida
sobre la campana del templo:
una mariposa.

¡Flor de colza!
Luna naciente
y sol en poniente.

¡Ciruelos por todas partes!


¿Debería ir al sur
o debería ir al norte?

Un delicado pie,
vadea el agua primaveral,
nublándola.

Un ciervo brama
tres veces, en la lluvia;
después, silencio.

Te marchas tú:
verdes son los sauces,
largo el camino.

Me lavo los pies,


el agua sale de la cubeta
¡Cómo la primavera!

La puesta del sol


en primavera camina sobre la cola
del faisán dorado.

Sobre el mar,
el atardecer
en la red de la neblina.

La pradera esta nublada


y las aguas guardan silencio.
Es atardecer.

Trabajar en el campo,
la nube que nunca se movía
también se fue.

Al claro de luna,
el ciruelo blanco parece
un árbol en invierno.

El halo de la luna.
¿No es el perfume de la flor
del ciruelo que subió hasta allá?

Iba yo a los cerezos en flor,


dormía bajo ellos,
ese era mi pasatiempo.

Parece indefensa
cuando nada
la rana.

Un volantín
en el mismo lugar,
en el mismo cielo.

Las ocas emigran.


Delante de la casa
el campo de arroz parece volar.

Esta mañana,
vemos la brisa soplar
los bellos en la oruga.

En noches breves,
la baba de los cangrejos
espuma entre las cañas.

La borrasca.
Los papeles en blanco del escritorio
volaron todos.

En la niebla del verano,


el vuelo blanco de un insecto
de nombre desconocido.

Con las lluvias del verano,


el agua estancada y el río
se juntan.

¡Un relámpago por la mañana!


El ruido del rocío
corre entre los bambúes.

En las orejas de mi avanzada edad,


las lluvias del verano
desaguan por las canaletas.

Es un placer
atravesar el río en verano
con las sandalias en la mano.
La más lejana luna.
Atravieso
un barrio pobre.

Es otoño en los senderos.


Alguien viene por el páramo
detrás de mí.

Qué hermoso
después de la tormenta otoñal
el pimiento rojo.

Atardecer otoñal.
La soledad también
es bienestar.

Pasando el portal,
soy el hombre que camina
por el atardecer del otoño.

Para el que parte,


para el que se queda,
dos otoños.

Bajo la brisa del atardecer,


el agua chapotea
en las patas de la garza.

En el viejo pozo
un pez traga un mosquito.
El agua hace un ruido negro.
Cae la luna
sobre cuatro o cinco personas
bailando.

Recogiendo champiñones.
Levanto la cabeza
y la luna ya está en la cúspide.

El criado
abandona un cachorro
bajo la luna llena.

En la profundidad del bosque,


el pájaro carpintero
y el golpe del hacha.

La montaña oscurece
y asume la púrpura magnificencia
de las hojas en otoño.

Las noches de los hombres de antes


fueron iguales a las mías.
Noches de lluvia fría.

Paro la borrasca.
Un ratón
atraviesa la corriente.

Encuentro de un monje
sobre el puente.
La lluvia de invierno.
Un fuego moribundo,
pero súbitamente la cacerola
se pone a hervir.

Con un palo,
golpeo el pincel congelado
por la noche.

Shida Yaha (1662-1740)

Las voces de la gente,


pasando a medianoche;
el frío.

Yo barrí el jardín,
y después cayeron
las camelias.

Zumbido de mosquitos
al desprenderse la flor
de la hiedra.

De aquí para allá,


y no ve la capital
el caracolero.

Sufriendo estaba
y al subir a una loma,
zarzas en flor.

Cuando nada,
la rana está en un estado
de completa entrega.

Tarde de otoño;
también hay alegría
en estar solo.

En la flor blanca
del ciruelo amanece
suavemente.

Mondos los sauces,


secas las aguas claras,
acá y allá piedras.

Cuando yo muera,
¡que haya junto a mi tumba
miscantos secos!

Se ha deshojado
la peonía: los pétalos,
uno sobre otro.

La lluvia de primavera:
todavía no se ha mojado
la barriga de la rana.

Sin alojamiento.
la hilera de casas
brilla en la nieve.

Empapándose en el tejado
con la lluvia de primavera,
¡una pelota de mano!

Ráfaga de invierno
tropieza la muía
camino de regreso.

Viento del atardecer,


se ondula el agua
alrededor de la garza.

El riachuelo
va al este, va al oeste
entre retoños.

Sólo el monte Fuji


dejásteis por cubrir,
jóvenes hojas...

Mañana de otoño
detrás del visillo
renuevo mis propósitos.

Desoladamente
se oculta el sol en las rocas
del campo yermo.

Lluvia de primavera;
¡pobre de aquel
que nada escribe!

Frescor matinal
de la campana se aleja
el tañido de la campana.

Canto lejano de ruiseñor.


El día de hoy también
llega a su ocaso.

Flores rojas de ciruelo;


el sol poniente ataca
pinos y robles.

Oscureciéndose,
el monte le arrebata
su rojo al arce.

Cada mañana
¿dónde va pensativa
la primavera?

Preparando sushi,
un instante de nostalgia...
¡El corazón!

Primera escarcha:
miro de lejos
a la grulla enferma.

Tarde de otoño
sentado en la penumbra
pienso en mis padres.

Sopla el poniente,
y al oriente se apilan
las hojas secas.

Habiendo pasado Bashó,


todavía el año
no ha atardecido tras él.

Los días lentos


se apilan, evocando
un viejo antaño.

En el amarillo blancuzco
de la bufanda
queda el frío.

Blanco rocío.
Cada púa en la zarza
tiene una gota.

De vez en cuando
se escucha la cascada
entre hojas jóvenes.

En la alameda
se acelera el deshoje
hasta de noche.

Matsumoto Koyu-Ni (Siglo XVIII)

Las flores caídas,


ahora nuestras mentes
están en paz.
Oshima Ryota (1718-1787)

Perseguida,
la luciérnaga se esconde
en los rayos de la luna.

¿Quién desvela allá


con la lámpara encendida?
Lluvia fría de medianoche.

Lluvias de mayo
y de pronto, ¡la luna,
entre los pinos!

Sin palabras la anfitriona,


el invitado
y el crisantemo blanco.

En los escollos del agua


la brisa azul
desparrama la luna.

Mi sombra se pega a la muralla.


Esta noche de otoño
un grillo hace ruido.

Una jaula de luciérnagas


para el niño enfermo.
¡Qué soledad!
La luna de esta noche,
imposible
que sea única.

Kuroyanagi Shosha (1727-1771)

La flor de la camelia
que iba a caer,
está presa en las hojas.

En los confines del templo,


se oye cortar bambú:
lluvia fina en la noche.

A la medusa,
el cohombro de mar
confía su amargura.

El niño
pasea su perro
bajo la luna del verano.

La lluvia nocturna
multiplicó los caracoles
bajo las bellas hojas de las aspidistras.

A la puesta del sol


La sombra del espantajo
Alcanza el camino.

Miura Chora (1729-1780)


Luna en verano
¿Del otro lado del río
qué es?

Amaneceres con luna.


Los chorlitos de la orilla del río,
se dispersan a lo lejos.

Del corazón de las prostitutas


surge
el amo del lugar.

Crisantemos blancos.
Ahora alrededor de ellos
todo es gracia y belleza.

Alimento de otoño.
Por la puerta abierta
entra el sol del atardecer.

Contemplando la luna,
la miramos y se cubre,
la olvidamos y se muestra.

Seducida por las flores,


fascina a la luna
la mariposa.

El uguisu canta.
Fue ayer
a la misma hora.
Llega el otoño,
pasan las nubes
y se ve el viento.

Luna fría.
El viento del río
afila las rocas.

En atuendo de viajante,
una grulla en las lluvias tardías de otoño:
el venerable maestro Bashó.

Kato Gyodai (1732-1792)

Las montañas del otoño.


Aquí y allá,
humaredas se levantan.

Las hojas que caen


sobre otras hojas, se unen.
La lluvia arrasa sobre otra lluvia.

A punto de oscurecerse el día,


otra vez
comienza a nevar.

Está el murciélago
rondándole a la luna,
y no se va.

Al alba,
soplan las ballenas
entre la espuma escarchada.

Recogiendo una violeta.


El débil corazón
en primavera.

El gorrión furioso
salta entre las flores
de la enredadera.

Apagado el altar del Buda,


el cuarto pertenece
a las muñecas.

Una noche de primavera.


Pareciera que a nadie pertenece
esa carreta abandonada.

Takai Kito (1741-1789)

En la densa neblina.
¿Quién grita de la colina
a la barca?

Sobre el bambú que indica


la tumba del difunto,
una libélula.

Niebla nocturna.
Pensando en cosas del pasado
y cómo están lejos.
El pequeño pez
arrastrado a reculón
al agua clara.

A veces no viene
y otras canta dos al día.
El cuclillo.

Kobayashi Issa (1763-1827)

Los gorriones
juegan a la escondida
entre las plantas de té.

Mariposa que revoloteas,


como tú siento
que soy una criatura de polvo.

Canto de insectos.
Un hoyo en la muralla,
ayer desapercibido.

Bajo las flores del cerezo,


pulula y hormiguea
la humanidad.

Lluvia de pétalos.
Agua de neblinas lejanas
quisiera beber.
Que nada me pertenezca.
Sólo la paz del corazón
y el frescor del aire.

Un ser humano,
una mosca
en la gran sala.

Matando una mosca,


herí
una flor.

Una puerta de ramas,


y como cerradura,
un caracol.

Sube lentamente,
lentamente pequeño caracol.
Escalas el Monte Fuji.

Después de la gran limpieza


del Templo de Zenkoji,
la brillante luna otoñal.

En cada perla de rocío,


tiembla
mi región natal.

En la punta de la nariz
del Buda del páramo,
cuelga un hilo de hielo.
En invierno,
una joven prostituta
raspa el hollín de la cacerola.

El gatito
que pesamos en la balanza,
continúa con sus juegos.

Primera luna:
el grillo ha resistido
la inundación.

Muu muu muu,


sale la vaca mugiendo
de entre la niebla.

Muere el rocío:
en este sucio mundo,
¿qué puedo hacer?

Ante cada puerta,


desde el barro en los zuecos,
comienza la primavera.

En una pequeña grieta


florece el musgo...
Estatua de Jizô.

La mariposa revolotea
como si desesperara
en este mundo.
Cazan jabatos,
corren por los miscantos
voces nocturnas.

Luna montañesa:
también iluminas
al ladrón de flores.

Miro en tus ojos,


caballito del diablo,
montes lejanos.

Para el mosquito
también la noche es larga,
larga y sola.

El agricultor
señaló con un nabo
el camino a seguir.

Viento de otoño:
un mendigo me mira
y se compara.

Cayó bocarriba
la cigarra de otoño,
y sigue cantando.

Trigo maduro.
Lleva a cuestas un niño
la vendedora de sardinas.
Fuji en el crepúsculo
entre los traseros alineados
de las ranas croantes.

Termina un día de primavera;


el crepúsculo está suspendido
en un charco de agua.

Acá estoy,
simplemente.
La nieve cae.

Ondulante, cimbreante,
pasa ya la primavera.
¡Hierbas silvestres!

Con el deshielo
está toda la aldea
llena de niños.

Kakis silvestres,
la madre se reserva
los más amargos.

Yendo y viniendo,
el olor de la orina:
los crisantemos.

Poniendo al niño
a dormir, ella lava:
luna de estío.
El trino matinal
del ruiseñor, calado
por esta lluvia.

Gracias sean dadas a lo alto;


la nieve sobre mi manta
también viene de la Tierra Pura.

Camina la luciérnaga
evitando
el viento de otoño.

Donde haya hombres,


habrá moscas, y habrá
Budas también.

Caen flores de pampas;


salta a los ojos
el frío creciente.

Pegajosamente
se adhiere a las cosas
la nieve en primavera.

Vente a jugar conmigo,


gorrión sin padres.

El crisantemo
y el montón de estiércol
forman un solo cuadro.
¡Qué pena!
A mí vienes siguiéndome,
pequeña mariposa.

Pulgas, tendréis
también larga la noche
¡y soledad...!

Ya que me voy,
jugad al amor, moscas
de mi ermita.

Una techumbre
de flores del ruiponce
tiene mi choza.

Amamantando al niño en la cama,


la madre cuenta
las mordeduras de las pulgas.

Tú, caracol,
mira bien, mira bien,
tu propia sombra.

Se presenta
ante el respetable público
el sapo de este matorral.

En las tinieblas
lo que ronda mis ojos
es su sonrisa.
De no estar tú,
demasiado enorme
sería el bosque.

Ese sapo mira


como si estuviera montado
en la niebla.

Las distantes montañas


se reflejan en las pupilas
de la libélula.

Crepúsculo de cerezas.
También hoy se ha convertido
en pasado.

¿Fui yo tu primo
en mi vida anterior,
pájaro cuco?

Sólo rocío
es el mundo, rocío,
y sin embargo...

Abriendo los picos,


los pajaritos esperan a su madre:
la lluvia del otoño.

El ciruelo florece,
el ruiseñor canta;
pero yo estoy solo.
No lloréis, bichos,
que sufren desengaños
hasta los astros.

En este primer amanecer de primavera


incluso mi sombra
está repleta de vigor.

En el mismo lugar se obstina


el pájaro carpintero
al atardecer.

En día de primavera
una sola poza
detiene la puesta de sol.

Lluvia de primavera
el pato renquea
en el pórtico.

Un gorrión cansado
en medio
de un grupo de niños.

Mirándome
se camufla
la rana.

La vejez,
también al cortar un ramo de flor
una mueca en la boca
Cuando envejecemos
La larga presencia del día
Es también motivo de llanto

Cubierto de mariposas,
el árbol muerto
Florece.

Esas flores de cerezo


que tanto me embelesaron
desaparecieron de la tierra.

Entre las flores del ciruelo


el uguisu
limpia sus patas.

Es mediodía.
Las oropéndolas cantan
y el río pasa en silencio.

¡Porque así debe ser!


Estrenémonos a morir
a la sombra de las flores.

La primavera se anuncia
tengo cuarenta y tres años
aún frente a un arroz blanco.

Pobre,
la más pobre de las regiones
¡Pero sientan este frescor!
Aldea perdida,
acostumbrados a su miseria
ellos toman el fresco por la noche.

La siesta
dejo al agua de las montañas
pelar el arroz.

Pulgas.
Para ustedes también
la noche es soledad y larga

Picado por pulgas.


¿Entonces fue verdad
ese sueño de arena?

No mates la mosca.
Mira como reza
manos juntas y pies juntos

¿A dónde puede ir
bajo la lluvia
este caracol?

¿Cuándo vino
tan cerca de mí
este caracol?

De prostitutas
la joven virgen
se hace un pañuelo.
Amanecer.
La bruma del Monte Asama
sube a la mesa.

Oca salvaje
¿A qué edad hiciste
el primer viaje?

Luna llena,
mi aldea deteriorada
es como usted la ve.

Qué bella y enorme


era esa castaña
fuera de alcance.

No quiero continuar
en este mísero mundo.
Y se descuelga la gota de rocío.

Mundo de rocío,
rocío de mundo
¡Ah! Sin embargo .

Saltamontes
No aplastes las perlas
En el blanco rocío.

Noche tras noche,


mi sopa de legumbres
acompaña la nieve.
De un salto,
el cervato caza la mariposa
y vuelve a dormirse.

Un bello volantín
se levanta
de la choza del mendigo.

Murakami Kijo (1865-1938)

En el espejo,
esta mañana el otoño,
el rostro de mi padre.

Natsume Soseki (1867-1916)

Los hombres mueren


y las grúas nacen,
translúcidas y heladas.

Cuando la lámpara se apaga,


las primeras estrellas
entran por la ventana.

Bajo el velo de luna


¡Sombra de flor!
¡Sombra de mujer!

Cae lánguidamente
en el césped
la humedad del calor.
Sin saber porqué
amo este mundo
donde venimos a morir.

Masaoka Shiki (1867-1902)

Dulzor de brisa.
En el verde de mil colinas,
un templo aislado.

Un canasto de flores abandonado


y nadie
en las montañas en primavera.

Un pueblo de pescadores
bailando bajo la luna;
el olor a pescado fresco.

Con mucho esfuerzo,


pude colgar
la lámpara entre tantas flores.

En el Gran Buda,
la ausencia de entrañas.
Ah que frescor.

Al encender la luz,
las sombras de las muñecas
una para cada una.

Una alondra se vuela,


respiro la niebla.
¡Yo camino sobre nubes!

La barca y la orilla,
dialogan
a lo largo del día,

Ni siquiera un mosquito
después de la inundación.
¡Qué soledad!

Bosque en verano,
del que penetra
ni la más mínima huella.

Veinte mil personas


sin abrigo.
La luna de verano.

¡Las flores silvestres del verano!


En Saga las bellas mujeres
de muchas tumbas.

En el dormitorio vecino
su luz también se apaga.
Ah qué la noche es fría.

Un viejo estanque.
Nieva sobre los patos,
cae la tarde.

La linterna se apaga
atravesando el platanal.
El ruido del viento.

Débiles
esta noche de nieve,
las luces del palacio.

Medita el mono
a lo largo de la noche
¿Cómo atrapar la luna?

Noche infinita.
¡Pienso
en cómo será en 10.000 años!

Bajo el mosquitero,
ella duerme
rodeada de luciérnagas.

Aguas termales.
La Vía láctea
en los cuerpos desnudos.

Salgo del Templo Zen,


entro
a una noche estrellada.

Un niño de diez años


acaba de heredar un Templo.
Frío amargo.

Al espejo se mira
la mujer pública.
El otoño cerca.

Azada en pie,
nadie a su alrededor
sólo calor.

Campana vespertina.
Y los kakis del templo
al caer suenan.

¡Qué fría la luz


de la luciérnaga
dentro de mi mano!

Las henchidas nubes


cruzan sobre
un río seco.

¿Venís a picotearme los ojos


aún vivo,
revuelo de moscas?

Qué distinto el otoño


para mí que voy,
para ti que quedas.

Último otoño
en que comeré caquis:
presentimiento.

Robar melones
lo olvidé por completo
con el frescor.

El retoño de la peonía
con la helada
retiembla.

Acá y allá
arrastrada del viento,
la mariposa.

El caracol
levanta su cabeza:
se me parece.

Entre un grupo
de sólo hombres
¡qué calor el de la mujer!

Caen frutos de almezos.


Ya los niños vecinos
no me visitan.

Lluvia de estío,
cómo azota la cabeza
de la carpa!

Con sus patitas mojadas


brinca el gorrión
por el corredorcillo.

La mosca de caballo
no deja la sombrilla,
¡cuánto calor!

La escuela de la alondra
y la de la rana
discuten sobre el canto.

Pisa las nubes


y bebe de la niebla
la alondra en vuelo.

Al pedregal
van cayendo pachuchas
las camomilas.

Danzan y bailan
y el torbellino absorbe
esa hojarasca.

Muchas veces
he preguntado
por el espesor de la nieve.

Para oídos
impuros por sermones,
el cuco.

Campo de escarcha.
A la loca del pueblo
le ladra un perro.

En todo el monte
yerbas nuevas reflejan
el sol naciente.

El buque holandés
de enorme vela;
monte de nubes.

El repentino chubasco
se va secando sobre la flor
del hirugao.

Corté una rama


y clareó mejor
por la ventana.

Viento de otoño:
no hay dioses para mí,
no hay budas.

Cada año nuevo


cielo y tierra en armonía
el primer día.

¡Qué soledad!
Después de los juegos artificiales
una estrella fugaz.

Ola de calor
Las flores del ciruelo se dispersan
por el pedregal.

Cuando miré hacia atrás


el hombre que me cruzó
se había perdido en la neblina.

El Gran Buda soñoliento


adormecido
por este día primaveral.

Ellos contemplan
el océano en junio.
Los Budas al fondo del templo.

Las ondas del chapoteo


derriten poco a poco
el hielo del estanque.

Sitio ilustre.
Desyerba la tierra
y lo ignora el campesino.

Durmiendo sobre la piedra,


mariposa
¿Sueñas tú de mí el infortunio?

La campana del templo


para de sonar y brilla.
Ah la luciérnaga.

Como compañero
solicito a la mariposa
partir de viaje.

A lo largo del río


no encontré ningún puente.
Ese día sin fin.

El río en el verano
y un puente.
Pero el caballo pasa por el agua.

A gran velocidad
se lleva el verano
el río Mogami.

El puente colgante,
en lo alto y en todas direcciones
balancea la lluvia fresca.

¡Peral en flor!
La casa en ruina,
única huella de la batalla.

Cerezos en flor
y recuerdos de seres queridos.
Todos tan lejos de aquí.

Al chirrido de los insectos.


Sale la luna,
el jardín oscurece.

¡Qué frescor!
La vela que se apaga
y el ruido del agua.

Nuestro canario escapó,


un día de primavera
llega a su fin.

La playa.
¿Porqué hacer una fogata
con esta luna de verano?

Un azadón abandonado
en el campo vacío.
¡Qué calor!

Sale la luna entre la hierba


y sopla el viento
el canto del cuclillo.

Sólo en un árbol
de la inmensa llanura
las cigarras se agrupan.

Una cigarra canta


frente a la casa vacía
al último sol.

Al borde de la muerte,
más sonora que antes
las cigarras en otoño.

La blanca peonía
una noche de clara luna
perdía sus pétalos.

La amapola florece
y por la brisa del día
desparramada.

Lluvia de otoño.
Las hortensias
se deciden por el azul.

Mi voz
se hace viento
en la cosecha de champiñones.

En el Templo de Taga,
cerezas en el suelo.
No hay nadie.

Bajando del caballo,


en el viento de otoño
pregunté por el nombre del río.

Torbellino de hojas muertas,


vienen de lejos.
El otoño llega a su fin.

Los insectos de verano


caen muertos
sobre mis libros.

Ningún insecto
se acerca a la lámpara.
Aún más frío.

No puedo comer
los caquis que me gustan.
Ah la enfermedad.

Pelando una pera,


azucaradas gotas brillan
a lo largo del cuchillo.

Tres mil haikus


a revisar.
Dos caquis.

Las manzanas robadas


que comí.
Me produjeron dolor de estómago.

El ave canta
y cae al suelo
una baya roja.

Una baya roja


rodó
por la escarcha del jardín.

Fría mañana.
Alegremente
el acólito entona el Sutra.

El río en invierno.
El agua no es suficiente
para cuatro o cinco patos.

La gran limpieza.
Todos los dioses y Budas
amontonados en la hierba.

El que detesta esta vida,


debe amar
la flor del cardo.

En este mundo efímero,


también los espantapájaros
tiene ojos y nariz.

Una extremidad.
Apoyado sobre la montaña,
el Río Celeste.

Pasada la media noche,


la Vía Láctea
descansa en un bambú.

Pánico.
La escalera se derrumba
sobre los amores de los gatos.

Diez años de trabajo


para pagar mis estudios.
¡El techo gastado!

En esta agua pura


los ricos se refrescan
y también los osos.

Kawahigashi Hekigoto (1873-1937)


El caballo regresa,
repentinamente
rodeado de luciérnagas.

Sin que nadie sepa,


un polluelo nació.
Rosa de invierno.

Arranco una planta,


su profundidad y su blancura
me duele.

En la cima nublada
florece una cebolla.
Porfía.

Takahama Kyoshi (1874-1959)

De cada objeto que depositamos,


nace algo
que se asemeja al otoño.

Corté
las peonías,
y el jardín está vacío.

Primera primavera.
La lluvia perla
sobre las ramas aún desnudas.

Lancé
la cetonia
a lo más profundo de la sombra.

Bajo la luna otoñal


ahora
no hay enemigos.

Cae y cae
la hoja de la paulonia
a los rayos del sol.

El grito del primer cuervo


sorprende al amanecer
sobre los burdeles

Otami Kubutsu (1875-1943)

Con la boca abierta,


el niño contempla caer las flores.
¡Es un Buda!

Maeda Fura (1884-1954)

La calma discreta de los caquis,


absorbe el sol
en su profundidad.

Ozaki Hosai (1885-1926)

El ruido de las tijeras


del jardinero.
Yo me levanto tarde.

Silbando sin parar,


esta mañana,
mientras el bosque azulaba.

En la punta de una hierba,


ante el infinito del cielo,
una hormiga.

Al fondo de la neblina,
el ruido del agua,
y voy a su encuentro.

¡Dos senos
magníficos
y un mosquito!

A mi espalda pasa un tren.


Yo arranco la mala hierba
sin levantar la cabeza.

Por todas partes la muerte,


y sin embargo el agua
corre por la noche.

Hayashibara Raisei (1887-1975)

En secreto,
la camelia advierte
la presencia del ciruelo.

Nakatsuka Ippekiro (1890-1946)

Más profunda la noche,


más visibles,
las venas del carbón.

Akutagawa Ryunosuke (1892-1927)

En el pequeño bosque,
un laberinto de ramas.
Medio día oscuro.

Maizuhara Shuoshi (1892-1981)

Los días lejanos,


bajo un cielo radiante,
más distantes.

En la cascada,
las profundidades del mundo azul
vibraron.

Ante los crisantemos


mi vida
guarda silencio.

Takano Suju (1893-1976)


Por la estela de agua,
flota dormido
un pato a la deriva.

Doy vuelta
la leña gruesa
de la que el otro lado se quema.

Mitsuhashi Takajo (1899-1983)

Adiós.
Más allá de la neblina,
una niebla más profunda.

Sobre un trineo sin luz,


a la caída del día
en la llanura nevada.

Yokoyama Hakko (1899-1983)

Danzan las mariposas.


Yo converso,
con los muertos.

Îda Dakotsu (1885-1962)

El primer sol de la mañana,


viene sigilosamente
a la escarcha del bosque.

Ozaki Hôsai (1885-1926)


Ni tosiendo
dejo de estar solo.

En la penumbra de un pozo,
reconozco mi cara.

A medianoche
han cerrado a lo lejos
una mampara.

Saito Sanki (1900-1962)

El río en su ojo derecho,


en su ojo izquierdo
el ve un jinete.

Tres viejas
bajo la sombra del árbol.
En verano ellas ríen

Yamagushi Seishi (1901-1994)

La luz de la luna,
congelada en el aire
queda.

Ninguna huella en la corriente


donde nadé
con aquella mujer.
Una libélula solitaria
en el reverso de una hoja.
La lluvia de otoño.

De pie en un cruce,
y en todas direcciones
la tarde de otoño.

A cada chillido
del grillo,
la casa envejece.

Salió a la mar,
y el vendaval no tiene
dónde volverse.

Marea de primavera.
En todo mi cuerpo
la sirena del barco.

El punto final
del caracol
al centro de la concha.

Nakamura Kusatao (1901-1983)

Mi hijo
en mi esposa,
como una media luna.

En la inmensidad verde,
aparece
el diente del bebe.

Agitada bajo la carreta,


en paz en los días de reposo.
La tierra.

Tomisawa kakio (1902-1962)

Pronto sobre la lámpara


se lanzarán
las tinieblas del campo de batalla.

Jaula de leopardo.
Ni una sola gota de agua
en el cielo.

Watanabe Hakusen (1913-1969)

Repentinamente la guerra,
de pie
al fondo del corredor.

Anoche cubrí
mis hijos dormidos
y el ruido del mar.

Yotsuya Ryu (1958 - )

Reímos.
En el campamento
se acumulaba la ceniza.

Crepúsculo de primavera.
Las sombras se reúnen
sobre la cola de un palomo blanco.

Sumitaku Kenshin (1961-1987)

Suspendida en la noche,
la bolsa de suero
y la blanca luna.

Más y aún más frío,


el teléfono negro
de la noche.

Morse por la noche.


El viento
envía un SOS.

Quitando la cáscara
del huevo duro
mis dedos de enfermo.

Mi rostro deformado
lo hundo
en la cubeta.

Ransetsu (1654-1707)
El Año Nuevo:
clarea y los gorriones
cuentan sus cuentos.

Nishiyama Soin (1603–1867)

Lluvia de mayo:
Es hoja de papel
el mundo entero.

Nozawa Bonchô (?-1714)

Barrio de Shimogyô:
cae la lluvia nocturna
sobre los montones de nieve.

Kaga no Chiyo (1703-1775)

Por el arroyo
corre tras su reflejo.
Una libélula.

Simplemente un río:
oscuridad que fluye
entre luciérnagas.

El cazador de libélulas,
¿hasta qué región
se me habrá ido hoy?

En la montaña
y en el llano, quietud:
día de nieve.

Incapaz de aguantar más


la noche se rompió
para la peonía.

Las mariposas
escoltando a las niñas,
detrás, delante.

Al que la corta
le otorga su perfume:
flor del ciruelo.

Sin niño que me rompa


las paredes de papel,
¡son tan frías...!

El ruiseñor
vuelve y vuelve a decirlo
y no se cansa.

Capturado mi pozo
por la flor de asagao,
salgo a pedir agua.

Kaya Shirao (1738-1791)

Se va el otoño,
y escondido en la hierba,
un arroyuelo.

Haciendo un fuego
bajo un nido de vencejos
¡La lluvia nocturna!

La libélula roja
comienza
la estación otoñal.

El jardín está oscuro


y tranquila en la noche
la peonía.

Insensible
a los rayos de la puesta del sol,
el espantapájaros.

Daigu Ryôkan (1758-1831)

Ya revela su cara oculta,


ya la otra; así cae
una hoja de otoño.

Lavo el puchero
y se mezclan mi ruido
y el de las ranas.

Cogiendo kakis
le hiela los testículos
viento de otoño.

El viento trae
las hojas suficientes
para hacer fuego.
Al ladrón
se le olvidó la luna
en la ventana.

Llega jadeante
cuando sube hasta aquí
el sardinero.

Surcos de seda
en la superficie del agua.
Lluvia primaveral.

En el santuario,
sobre los pétalos de las magnolias,
las flores del cerezo.

Viento azul,
en mi caldo claro
Peonías blancas.

Sin inquietarme
en almohada de hierbas,
me ausenté.

Día tras día


cae la garúa.
La vejez me atrapa.

Tayojo (1772-1865)
La flor de Dafne
ni de noche está oculta:
por su perfume.

Naitô Meisetsu (1847-1926)

Una mujer
y un monje en la barcaza.
Cae la nieve.

Linterna en mano,
alguien cruza de noche
por los ciruelos.

Mi propia voz
es devuelta hacia mí
por la tormenta.

Murakami Kijô (1865-1938)

Cesó el granizo:
reposan desplegados
ríos y montes.

Sobre la nieve
de aquel monte lejano
vuelan dos cuervos.

Ozaki Kôyô (1867-1903)

Caí de bruces,
con hojas de sombrera,
limpié mis manos.

Matsuse Seisei (1869-1937)

Fría lluvia invernal;


nadie habla
en el bote anclado.

Taneda Santôka (1882-1940)

Por más que las cruzo,


por más que las cruzo,
montañas verdes.

Con la llovizna,
todavía más hermosas
las hojas del kaki.

¿Qué pretendo encontrar


internándome en el viento?

Hay un pájaro que ha venido


Y que no canta.

Desecándose por completo


se están convirtiendo en habas.

Así, tal cual,


como hierbas que son,
los brotes se abren.
Ante la muerte,
el frescor del viento.

No tengo dinero, no tengo cosas,


no tengo dientes...
Completamente solo.

Sobre la nieve cae la nieve.


Estoy en paz.

Buenas nuevas, malas noticias,


los pétalos cayendo como nieve.

Cruzar
el lecho seco de un río.

Un cuervo grazna.
Yo también estoy solo.

Mi cuenco de mendigar
acepta hojas caídas.

Al pie de la montaña
bajo un sol generoso.
Una hilera de tumbas.

La luna.
Cae lentamente
una hoja de caqui.
Tan lejos
del país natal.
Los árboles florecen.

Sobre mi sombrero de junco


Toc!
Era una camelia.

Profundo,
aún más profundo
en las montañas azules.

A cántaro la lluvia de otoño.


Cocino algunos granos de arroz
durante largo tiempo.

Otoño.
La desgracia y nada más
Yo continúo mi viaje.

Un graznido de cuervo.
También
estoy solo.

Sobre una piedra


la libélula
sueña en pleno día.

Sobre mi solitario escritorio,


la libélula
concede posarse.
A la mitad de la vida,
a la mitad de la muerte,
la nieve sin cesar.

El arroz es delicioso
y el cielo azul.
Muy azul.

Mi país natal
empapado por la lluvia
lo recorro descalzo.

Muy pronto la muerte.


Sobre las flores silvestres
cae la lluvia. *

* Poema escrito poco antes de morir.

Kawabata Bôsha (1900-1941)

Magnolia caída.
¡Nadie sabe
tu destino!

Desde algún cielo,


el grito de un milano:
leve nevada.

¿Cayeron todas
las gotas de rocío?
¡No, queda una!
Luna de nieve
matizando de azul
la noche oscura.

Ishida Hakyô (1913-1969)

Triste cola
para la vacuna de viruela
sobre las ruinas.

Blancas manos,
todas de enfermos,
sobre el fuego de hojas caídas.

El águila en la jaula
cuando está solitaria
bate las alas.

Tachibana Hokushi (1685-1718)

Pretil del puente.


y mientras brilla el sol,
bruma en la tarde.

Sensación de tristeza:
por espacio de un palmo
una luciérnaga desapareció.

Los ruiponces
florecen a la vez
y se ajan juntos.
Vendí mi campo
y no puedo dormir;
croar de ranas.

Takarai Kikaku (1661–1707)

Las libélulas
tranquilizan su locura.
Luna en cuarto creciente.

Chubasco súbito;
una mujer sentada,
mirando afuera.

El mensajero
le da una rama en flor,
después, la carta.

¡Ah, el mendigo!
El verano lo viste
de tierra y cielo.

Tan Taigi (1709-1771)

Luciérnaga en vuelo;
mira! Iba a decir, pero
estoy solo.

Takahama Kyoshi (1874-1959)


El sonido que hace la mariposa
cuando come,
¡es el puro silencio!

Ciudad de Oguni,
por su arrabal del sur,
molinos de agua.

Huye la serpiente
y esos ojos que me han mirado
se quedan entre la hierba.

Está el haiku
en el viento de otoño,
pero está en todo.

Luces de otoño.
La mujer y el marido
son como ausentes.

Río abajo se precipita


la hoja del rábano.
¡Qué rapidez!

El gorjear
crece y después declina
hasta el silencio.

Junto a la raíz
del seco crisantemo, diversas
hojas secas.
En el monte estival
el tejado de un templo
obstruye el valle.

La camelia,
plenamente florecida,
es ya fea.

Sombras espesas
arrastran los lagartos
al retozar.

Viento otoñal;
¡cuántos montes, cuántos ríos,
en lo más íntimo de mí!

Viento de primavera:
con todo mi coraje,
erguido en la colina.

En el borde del camino


la tumba del peregrino de Awa.
Lo siento.

Crece inclinándose
al cielo inmenso,
árbol de invierno.

Mizuta Masahide (1656-1723)


Cuando parta,
déjame ser como la luna,
amigo del agua.

Se incendió mi casa:
ahora nada me obstruye
la visión de la luna.

Abe Midoríjo (1886-1980)

Mariposa de otoño
que me ha dejado sola
entre los montes.

Usuda Aró (1879-1951)

Partiendo en barca,
un corazón que se aleja...
El canto de los insectos...

Leve es la primavera:
sólo un viento que va
de árbol en árbol.

Un ave canta
y calla
la nieve en el crepúsculo.

Hino Sôjô (1901-1956)

Primavera
junto a la almohada.
Mi esposa apaga la luz.

Quietud
y un carbón haciéndose fuego.
Nada más.

Ôsuga Otsuji (1881-1920)

Lluvia temprana:
un camino hacia el mar
entre los árboles.

Con la hojarasca
se cuelan en la red
tencas de invierno.

Matsuoka Seira (1740-1791)

En el borde de la canoa,
me saco los zapatos.
La luna en el agua.

Está la llama
inmóvil, congelada:
noche de escarcha.

Ochi Etsujin (1656-1702)

Tarde de otoño:
"¿No es hora ya", pregunta ella,
"de encender el fanal?"

Shiba Fukio (1903 -1930)

El carro de cebada
se retrasa.
Luego brinca tras el caballo.

Tomiyasu Füse (1885-1979)

Cerezos en la noche:
si más me alejo, más
vuelvo a mirarlos.

Kawahigashi Hekigodó (1873 -1937)

Yedra y glicinas
aprisionando al pino:
su queja al viento.

Rodilla con rodilla...


la luna brillaba;
¡qué frescor!

Muerta hace poco su esposa,


el verdulero y su hija cargan las verduras,
cargan las cebollas.

Sugita Hisajo (1890-1946)


La luna cala
por mi ropa ligera
hasta mi piel.

Montaraz cuco,
vas provocando ecos
según tu antojo.

Ritsurin Ssekiró (1894-1961)

Mientras lo corto
veo que el árbol tiene
serenidad.

Naito Jósó (1662-1704)

Bajo las aguas


descansan en la roca
las hojas muertas.

Sopla la nevisca
atravesando el fondo
de la tristeza.

Voces de lobos
que aúllan aunadas.
Tarde de nieve.

Sato Kóroku (1874-1949)

El ciervo en la hierba
al incorporarse se sacudió
el rocío.

Nakamura Kusatao (1901-1983)

Cae la nieve
¡qué lejana parece
la era de Meiji!

Emparejadas
van dos flores del boj
en la corriente.

Sobre su lomo
el caballo transporta
el sol de invierno.

En la aldehuela
sólo las golondrinas
parecen nuevas.

Mukai Kyorai (1651-1704)

Temporal verde:
cuando amaina...,¡el color
de esos brotes de arroz!

Es ya mi aldea
un sueño en un viaje.
Ave de paso.
Costa bravía,
acostumbradas vuelan
las avefrías.

Morikawa Kyoroku (1655-1715)

Un viento frío.
Sobre arrozales verdes,
sombras de nubes.

Arakida Moritake (1472 -1549)

¿Una flor caída


volviendo a la rama?
Era una mariposa.

Al ruiponce
hoy se me ha parecido
mi vida entera.

Konishi Raízan (1654-1716)

Verde, qué verde...!


Verde brota la hierba.
Campo de nieve.

Takakuwa Rankó (1726-1798)

Noche de luna.
Subiéndose a una piedra,
croa la rana.

Yasomura Rotsü (1649 -1738)

¿Qué le hará
este viento otoñal
al hojoso bananero?

¿Hasta las aves


se han quedado dormidas?
Lago de logo.

Shínomoto Saimaro (1656 -1737)

Siguiendo al agua
se va, fluyendo acaso,
la golondrina.

Sugiyama Sanpü (1647 -1732)

Paseo los campos


ribereños del río;
noche de luna.

Natsume Seibi (1748-1826)

Barre la luz
de la luna creciente,
el vendaval.
Awano Seiho (1899-1992)

Ruta de hormigas:
mismamente parece
andar torciéndose.

Ogiwara Seisensui (1884-1976)

Cuando canta la cigarra,


cuando canta,
canta en coro y el sol muere.

Hara Sekite (1886-1951)

Nubes nocturnas:
cae un rayo; después,
¡ah, qué frescor!

Takeshita Shizunojo (1887-1951)

La corta noche;
si el bebé pide leche,
le doy la espalda?

Mizuhara Shüóshi (1892-1981)

Cuando mi vida
atiende al crisantemo
se tranquiliza.
Yamaguchi Sodó (1642-1716)

No tiene nada
mi choza en primavera.
Lo tiene todo.

Sonojo (1649-1723)

¡Con qué cuidado


voy cogiendo violetas,
ensimismada!

El niño en hombros
me acariciaba el pelo.
Sentí calor.

Natsume Sóseki (1867-1916)

Las nubes vienen


y van por la cascada.
¡Los arces rojos!

Watanabe Suija (1882-1946)

La brisa otoñal
sopla desde atrás,
entre los pastos.

Watanabe Suija (1882-1946)

Arracimadas,
una pálida luz:
esas violetas.
Matsue Shigeyoni (Ishu) (1596-1670)

En las altas hierbas del verano,


solos avanzan
los bastones de los peregrinos.

Samboku (Siglo XVII)

Como la mano derecha


de la partera,
las hojas del arce en otoño.

Ihara Saikaku (1642-1693)

Sobre la llanura ahora árida,


un cepillo de mujer
del tiempo de hierbas en flor.

Cambio de vestimenta.
La primavera desapareció
en el gran baúl.

Yamaguchi Sodo (1642-1716)

Contemplado la luna
mi sombra me acompaña
de regreso a la casa.

¿Quién se preocupa
de la flor de la zanahoria
en el tiempo del cerezo?

Sugiyama Sampu (1647-1732)

Rudamente cae
sobre los claveles,
el chaparrón de verano.

Puse la mano sobre él


pero no la recoge y pasa.
La ketmia

Tus pequeños van a esperar


la alondra
perdida arriba en el cielo.

Yamamoto Kakei (1648-1716)

Sin excepción tiemblan


las hojas de la hiedra
por el viento otoñal.

La tormenta invernal
se apacigua
en el ruido del mar.

Mukai Kyorai (1651-1704)

El hombre
que está labrando la tierra
parece inmóvil.

La ventisca no deja
la fría lluvia invernal
tocar el suelo.

Sólo peregrinos
pasan por el camino
esta mañana de nevada.

Sin fuerza
en la lluvia del mar,
las altas velas infladas de viento.

Kosugi Issho (1652-1688)

Mis ojos,
cansados de tanto mirar,
regresan al crisantemo blanco.

Konishi Raizan (1653-1716)

Mil pequeños peces blancos,


como si hirviera
el color del agua.

Los pececitos blancos.


Cómo si fuera el espíritu
del agua que corre.

Completamente sucias
las mujeres que siembran arroz.
Excepto su canto.

Hattori Ransetsu (1654-1707)

Media noche profunda.


El Río del Cielo
cambió de lugar.

Un poco de calor
para que en el cerezo
una a una se abran las flores.

Las mujeres sin hijos


son tiernas
con las muñecas.

Uejima Onitsura (1661-1738)

Aquí agua
y allá agua.
Las aguas de primavera.

Una trucha salta


y las nubes se agitan
en el cause del torrente.

Cuando los cerezos florecen,


las aves tienen dos patas
y los caballos cuatro

Este otoño
no tengo niños en mis rodillas
para contemplar la luna.

Esa montaña lejana


a donde el calor del día
se fue.

La brisa fresca
llena el cielo vacío
del rumor de los pinos.

Este día de invierno


hace calor al sol.
Pero frío.

Aguacero.
Los patos gritan
alrededor de la casa.

Noche de invierno.
Sin motivo
escucho a mi vecino.

El cuclillo canta
y en la pequeña canasta
dos o tres berenjenas.

El murciélago
volando de sauce en sauce
en lo rojizo de la noche.

Naito Sojo (1661-1704)


Una cigarra en otoño
yace muerta
al lado de su cáscara vacía.

Entre tantos cerezos en flor,


el pájaro carpintero buscando
un árbol muerto.

Tachibana Hokushi (1665-1718)

Las peonías marchitaron


y partimos
sin pesar.

Los paraguas.
Cuántos pasaron
por esta noche de nieve.

Ogawa Shushiki (1669-1725)

Despierta
de este sueño,
veré el violeta de los iris.

Yokoi Yayu (1702-1783)

Cambio de doméstica.
La escoba
esta colgada en otro lugar
A sus pies
le roban sus granos
¡Qué espantajo!

Tan Taigi (1709-1771)

En un montón de basuras,
una centidonia floreció
tardía en otoño.

Solo atravieso
un frío claro de luna
por el puente colgante.

Desolación invernal.
En una poza de lluvia
los gorriones se distraen.

Otomo Oemaru (1719-1805)

Me dejo rodear
como el Buda
por los mosquitos del equinoccio.

Yakakuga Ranko (1726-1798)

Al claro de luna,
sólo un ruido
y la caída de las camelias blancas.
Seifu-Ni (1732-1814)

Fin de la primavera.
Entre las medicinales artemisas
las osamentas humanas.

Imaizumi Sogetsu-ni ( -1804)

Luego del baile.


El viento en los pinos
y el canto de los insectos.

Koda Rohan (1867-1947)

En el claro de luna,
dejo mi barca
para entrar al cielo.

Kubota Kuhonta (1881-1926)

Voces.
Entre las nubes blancas,
las alondras

Watanabe Suiha (1882-1946)

El gran día blanco


me desnuda el alma.
Hojas muertas.
Iida Dakotsu (1885-1962)

Corté orquídeas en primavera


y las lancé
a las nubes.

Dulzor de primavera.
Al final de las cosas
el color del cielo.

¡Desaparecer
al fondo de esos barrancos
donde las nubes amontonan!

Una noche al claro de luna.


Aparece la enorme silueta del Monte Fuji.
¡Qué frío!

El cazador
tiende la oreja
y escucha los murmullos del deshielo.

Hojas de la Fiesta de los muertos.


Tallando la vida
a lo largo del acantilado.

Cuando lo siegan,
sopla un viento montano:
arroz tardío.

El primer sol
de la mañana viene sigilosamente
a la escarcha del bosque.

Monte otoñal:
cinco o seis caquis sobre
la rama grávida.

Hara Sekitei (1886-1951)

Después del trueno,


las nubes de la noche
tienen la tez fresca.

Suguita Hisajo (1890-1946)

Indómito cuclillo.
Pasas haciendo ecos
a tu antojo.

Yoshida Toyo (1892-1956)

A la nocturna luna
el grito de la nutria
ofrece peces.

¿De qué se asusta


el cervato
bajo la luna?

Kuriba Yashiissekiro (1894-1961)


Que tranquilo se ve
en la cuadra
el caballo que mató a su jinete.

Tomita Moppo (1897-1923)

El niño que toma el fresco


me observa que envejezco.
Mi hermana en el ataúd.

Aiogaki Kajin (1898-1986)

El viento muere.
Las flores silvestres
se visten de duelo.

Hashimoto Takako (1899-1963)

Bajo la viva luna


duermo
con un moribundo.

Después de mis lágrimas,


la plenitud
de mi soplo blanco.

Seiko Awano (1899-1992)

En secreto
me falta la primavera.
Envejezco.

Nagata Koi

Vuela en lo más alto


la gran mariposa
de alas lentas

Viene la muerte.
Ríen en los ciruelos
a carcajadas.

Koshino Tatsuko

Generoso verdor,
en el plato en verano,
mucha verdura.

¡Tan blancos
los rostros
que observan el arco iris!

Kato Shuson

Aplasto una hormiga


y mis tres hijos
a mí observan.

Pasa
sin techo ni tumba.
La gaviota en invierno
Matsuo Takahashi

Día de año nuevo.


El escritorio y los papeles
están como el año pasado.

Playa de Ichiburi.
Las crestas de las olas
se pegan a la nieve.

Nakadai Shunrei

Silencio de mediodía.
Solamente una tierra calcinada
que trabajan las hormigas.

Furusawa Tahio

Cielo de noche infinita.


Rosas, estrellas y camaradas
esperan el mañana.

Kinoshita Yuji

En la escarcha
de las flores del cerezo
el cuchillo se empaña de grasa.

Mori Sumio
En el movimiento
de las carpas grandes
flamean las alturas del otoño.

Kaneko Tota

Amanece
y desaparece una gaviota
que se lanza en picada al océano.

En los dibujos de los niños,


un sol radiante.
Al exterior la nieve en borrasca.

Veinte televisores.
En la línea de partida
sólo hay negros.

Es mi lago interior.
En la sombra merodea
un tigre negro.

Nozawa Setsuko

Otoño en las montañas.


Tantas estrellas
y tantos lejanos antepasados.

Takashima Shigeru
Sentada en un columpio,
víctima de la bomba atómica,
la niña muerta.

Ishida Tosei

Grullas en los campos


durante la cosecha.
Otoño en el pueblo.

Uemura Sengyo

La soledad,
el frío primaveral.
Nada más.

Hatano Soha

De regreso del peregrinaje


a las tumbas,
cada cual retorna a su pieza.

Abe Kan’ichi

Todos ahí
sobre esa llanura
maquillados de blanco.

Abriendo un cajón
toco
el corazón de una gaviota.

Kakimoto Tae

Un ruido,
cavan una fosa
detrás de las camelias.

Una bandera roja


en un callejón de Nara
y la luna del día.

Levantando la cortina
del verano que termina.
No veo nada.

Kawahara Biwao

La noche cruje.
Ella se adapta
a la manera de los insectos.

Hirose Naoto

Enamorados del cielo del verano


los Budas
se reúnen.

Hara Yutaka
A la sombra de las montañas
suben hacia los hielos
los peces color del viento.

Nagashima Yasuko

En el plato de vidrio
el tintineo de las espinas del pescado.
Una familia común.

Hiramatsu Yoshiko

Cortando la paja
bajo estrellas marchitas
mi guadaña golpea una tumba

Hoshigana Fumio

En los barrios de los bancos


los navíos de guerra
irradian.

Suzuki Akira

Flores de verano.
Un soldado
derretido y caramelizado.

Fuyuno Niji
Fiesta de primavera.
Desde el fondo del agua
las plantas me llaman.

Aún sin nombre


entonces esta hamaca
es lisa y resbalosa.

Ante el mar agitado


la cuerda a saltar
abre un vacío.

Kimura Toshio

En los ojos de hadas


bajaron a la ciudad
el vacío.

Hironobu Takematsu

Una libélula-diablo
sin que me diera cuenta
me estaba mirando fijamente

Johaku

Su silueta al atardecer:
La libélula moja la cola
en el agua que fluye

Seishi

Una libélula solitaria


en el reverso de una hoja
La lluvia de otoño

Kóhyó

La libélula...
¡Se posa en el bastón
que la golpea!

Yayü

Los sombreros de los recolectores


de algodón, cada uno
con su libélula posada

Kitó

La libélula se posó
en el bambú que señalaba
la tumba del difunto

Seibi

Un gallo a la puesta de sol


En su mirada, una sola cosa:
atrapar a la libélula

Senkei

Todo va fluyendo:
los sueños de las libélulas
en las burbujas del agua

Bashó
La libélula,
incapaz de posarse en la punta
de la hoja de hierba

Anónimo

De libélula
es la sombra que el sol
proyecta sobre las olas

Hanao

La fina sombra de las alas


de la libélula
con la luz del ocaso

Nikyú

Cuando se encuentran
el sol poniente y la luna,
las rojas libélulas

Anónimo

Rojo sobre rojo:


en el vapor que emana de la tierra
¡cómo corren las libélulas!

Yoriquku

La red que teje el vuelo


de las libélulas en el mundo
del sol poniente
Issa

La primera luciérnaga:
El zigzag con que esquivó mi mano
Leve soplo de aire

Shiki

¡Qué fría la luz


de la luciérnaga
dentro de mi mano!

Utóshi

Se inclinó la hierba
al separarse de ella
la luz de la luciérnaga

Bashó

Sólo al caerse
de la hoja de hierba...
¡echó a volar la luciérnaga!

Ryota

Tan insistentemente perseguida


que la luciérnaga se ocultó
en la luz de la luna

Chiyo'jo

Simplemente un río:
oscuridad que fluye
entre luciérnagas

Bósha

¡Cómo se va engarzando
un collar de luces de luciérnagas
a la orilla del río!

Anónimo

Una cosa espeluznante:


¡se trasparenta en la mano
una luciérnaga!

Seishi

La luz de una luciérnaga


prendida de una tela de araña,
súbitamente devorada

Hokushi

Sensación de tristeza:
por espacio de un palmo
una luciérnaga desapareció

Bósha

Esas luces parpadeantes...


¡Se aproxima el triste final
de las luciérnagas!

Anónimo
La noche cede al alba...
Las luces de las luciérnagas
descansan en la hierba

Aon

Con el amanecer
la luciérnaga pasó a ser
¡un simple insecto!

Bashó

El otoño avanza
y la oruga no consigue convertirse
en una mariposa cualquiera

Anónimo

Vienen como bailando


dos en armonía:
Las mariposas

Anónimo

Tenía toda la pinta


de ser su «esposa de un día»
Dos mariposas

Anónimo

Una mariposa midiéndose


con un pétalo que cae:
«A ver quién es más leve»
Bashó

A cada soplo de viento


un nuevo lugar donde posarse,
la mariposa en el sauce

Joyo

Dos mariposas:
Una de ellas da vueltas
alrededor mío

Bashó

Ha sido un capricho:
en una hierba sin aroma
se detuvo la mariposa

Buson

Un guerrero agazapado.
En el cuello de su armadura...
¡se detiene una mariposa!

Anónimo

Al final, la mariposa
desistió de posarse en la espuma
de la ola que creyó flor

Issa

La mariposa vuela
com o si nada am bicionase
en este mundo
Qaraku

Incluso perseguida,
su apariencia de no tener prisa-..
¡U na mariposa!

Buson

Como si no fuera de este mundo,


cogida con el corazón,
la mariposa

Mídori'jo

La mariposa de otoño
en medio de la montaña
me abandona

Issa

En el baño público
de una cabeza a otra
vuela una pequeña mariposa

Issa

Al borde del río,


mariposas dormidas
en el culo de las ollas

Hósai

Todo el día
sin hablar
La sombra de la mariposa

Wafú

Desapareció la mariposa
y mi alma
volvió a mí

Yendo hacia Kioto


cubrían medio cielo
nubes de nieve.

A la intemperie,
se va infiltrando el viento
hasta mi alma.

Todo en calma.
Penetra en las rocas
la voz de la cigarra.

Se oscurece el mar.
Las voces de los patos
son vagamente blancas.

Luna de agosto.
Hasta el portón irrumpe
la marejada.

A una amapola
deja sus alas la mariposa
como recuerdo.

Luna de agosto.
Hasta el portón irrumpe
la marejada.
Expuesto a la intemperie y resignado,
¡cómo corta
mi cuerpo el frío!

Fin de año.
¡Siempre el mismo sombrero
y las mismas sandalias de paja!

¿Es primavera?
La colina sin nombre
se perdió en la neblina.

Los pétalos de la rosa amarilla


¿Tiemblan y caen
al ruido de los torrentes de agua?

Bajo las flores de un mundo efímero.


Con mi arroz entero
y mi sake blanco

Una noche en el templo


La luna
En lo más claro de mi rostro

Sobre este puente colgante


nuestras vidas se enroscan
en las ramas de la yedra

La gente de ahora
no se interesa por las flores del castaño
que están en el techo

¿De qué árbol en flor?


No sé
¡Pero qué perfume!

Los botones del sauce se abren


El maestro y yo
Escuchamos la campana
Una noche de primavera.
En la sombra del templo
un misterioso hombre suplicando

Devuelve al sauce
Todo el fastidio
y todo lo que desea tu corazón

A la primavera que pasa


las aves cantan
y son lágrimas los ojos de los peces

En las flores silvestres de verano


Se estremece aún
El sueño de gloria de los guerreros

Ruido de alguien
sonándose con los dedos.
Los ciruelos en su estallido

En néctar de orquídeas
la mariposa
perfuma sus alas

¿Es primavera?
La colina sin nombre
se perdió en la neblina

Ante la enredadera en flor


Comimos nosotros
Que somos simples hombres

La campana para de sonar.


El eco de las flores
perfuma la noche

El sol se levanta
Sobre el sendero a la montaña
Al perfume de los ciruelos
Ramas de lirio
aferradas a mis pies.
¡Cordones para mis sandalias!

A cada soplo del viento


La mariposa
Cambia de lugar en el sauce

Este día tan largo.


Aún muy corto
para el canto de la alondra

Ante un florero lleno de azaleas


Una mujer
Desmenuzando bacalao seco

En medio del llano


Canta la alondra
Libre de todo

En la rama descascarada
Los atardeceres del otoño
Un cuervo se posa

En la lluvia de verano
se acortan
las patas de la garza

Antes de tragarla
El agua de la vertiente
Hizo crujir mis dientes

¡Crueldad animal!
Bajo la pezuña
un saltamontes

Las noches de verano.


El ruido de mis zoclos
hacen vibrar el silencio
Al frescor
me acomodo
y duermo

En el agua y la lluvia
El nenúfar
Y sus dos flores erguidas

En la primera nieve.
Las flores de los narcisos
casi no se doblan

Suave brisa.
La sombra de la glicina
apenas tiembla

Completamente mojadas
Inclinadas
Las peonías bajo la lluvia

Albergue pobre.
Los gemidos del perro
en la lluvia nocturna

A los que contemplan la luna


Las nubes
A veces ofrecen una pausa

De la escarcha
No olvides jamás
El gusto a soledad

Ah hototogisu
¡Agranda aún más
mi soledad!

Cuando desaparece
el hototogisu.
Una Isla
Helando mi vientre
los remos golpean las olas.
Noche de lágrimas.

Estoy en Kioto
Pero al canto del hototogisu
Soñando de Kioto

Antes que corten los juncos


del río
contempla la luna

Al ardiente sol
El río Mogami
Arrastró al mar

Cuando anochece en el mar


el graznido de los patos
se aclara

Salpicados de barro
Por el rocío
Los melones parecen frescos

¡Silencio!
El canto de las cigarras
tala las rocas

Las cigarras van a la muerte


y su canto
nada nos dice

El mismo paisaje
Escucha el canto
Y ve la muerte de la cigarra

Ese camino
Sólo lo toma
El crepúsculo en otoño
Pegándose a un champiñón
La hoja
Del árbol desconocido

En pleno otoño
Mi vecino
¿Cómo vive?

La luna llena de otoño.


Deambulé toda la noche
alrededor de la laguna

¿Con qué tono cantarías


y qué eufórico canto arácnido
en la brisa otoñal?

Sueño con abrirme un camino


que no siempre será fácil
entre los viejos campos.

Corazón
blanqueado por la lluvia.
Carcaza golpeada por el viento

Media noche de escarcha.


Para dormir me cubro
con la manga del espantapájaros

Un día de tranquila alegría.


El Monte Fuji empañado
por la llovizna

El sonido de la campana
Remolinea en la neblina
Al amanecer

Esta puesta del sol otoñal


Pareciera ser
El País de las sombras
En el picante gusto del rábano
Siento
El viento otoñal

Más blanco que las piedras


De la montaña rocosa
El viento de otoño

Después del crisantemo


A parte el largo nabo
Nada

El crisantemo blanco.
La pureza
al encuentro del ojo

Enfermo en el viaje.
Mi sueño corta
El páramo

La jarra quebrada
por el hielo de la noche.
¡Me levanto a saltos!

Desolación invernal
En un mundo de tono uniforme
El ruido del viento

Dios ausente
Las hojas se amontonan
Todo es abandono.

Esta mañana nevada


Incluso el caballo
Es digno de mirar.

La tempestad sopla
El rostro de alguien
empapado
Mis lágrimas
Chisporrotean
Apagando las brazas

Ahora.
Vamos contemplar la nieve
hasta caer de cansancio!

La nieve que vimos caer


¿Es otra
este año?

Sol de invierno
sobre un caballo
la silueta helada.

En este jardín
¡Un siglo
de hojas muertas!

Doradas saladas
sus frías encias
en casa del pescadero.

En casa del cantero


florecen los crisantemos
entre las piedras.

Con ser verde


le bastaría ya
al pimiento.

En mi choza
todo cuanto puedo ofreceros
es que los mosquitos son pequeños.

Tres hombres se encuentran


para celebrar el año nuevo
y se pelean.
Chilla la grulla
con voz que desgarra
el banano.

Me arranco las canas


bajo mi almohada
canta un grillo.

La luna a todo correr


las cimas de los árboles
detienen la lluvia.

Del extremo de la hierba


en cuanto cae
alza el vuelo la luciérnaga.

El cuco
un gran bosque de bambúes
filtra la luna.

Jardín de invierno
la luna como un hilo
una voz de insecto.

Las voces de gente


regresan al camino
atardecer de otoño.

Hierbajos en el campo de arroz


cortados y abandonados
¡Fertilizantes!

Día de calma gracia,


El monte Fuji velado
En tenue llovizna.

Torpe ya el ojo
del Halcón al ocaso
Gorjean las codornices.
En el dia de año nuevo
tan solo
como un atardecer de otoño.

Pa ra el hombre que se dice


cansado de su hijo
no hay flores.

Cansado y maltrecho
buscando posada
¡Glisinas en flor!.

Mariposas que nunca serán


llevados por el viento otoñal
los tristes gusanos de la mostaza.

A la luz de la luna
había flores
y solo era un campo de algodon.

Un cuco llama
y entre los densos bambúes
veo la luna.

Observando los botes de pesca con cormoranes


en un tiempo
me llene de aflicción.

En la nasa del pulpo


un efimero sueño
bajo la luna estival.

El mar, bravío
y hasta la isla de Sado
El rio del cielo.

La dulce noche primaveral


contemplando los cerezos en flor
ha llegado a su fin.
Sueño a caballo,
la luna lejana en un sueño persevera,
vapor del té en ebullición.

Zashiki del verano.


Hacer un movimiento y entran
la montaña y el jardín.

¡Qué suerte!
El valle meridional
hace la nieve fragante.

Un viento del otoño


más blanco
que las rocas en la montaña rocosa.

De todas las direcciones


los vientos traen los pétalos de la cereza
en el lago del cisne.

Incluso un verraco salvaje


con el resto de las cosas
sopló en esta tormenta.

Las luces de la aurora.


La tierra mística.
Flores del alforfón.

Trébol de Buda en ondas de la flor


sin derramarse
una gota del rocío.

A una amapola
deja sus alas una mariposa
como recuerdo.

Sobre la rama seca


un cuervo se ha posado;
tarde de otoño.
Sora

Crían gusanos de seda


Pero en sus ropas:
Aroma de antigua inocencia.

Matsuo Takahashi

Día de año nuevo.


El escritorio y los papeles
Están como el año pasado.

Takaya Soshu

En las manos de la madre


Tiemblan las cenizas del héroe.
La línea férrea.

Kaneko Tota

Amanece
Y desaparece una gaviota
Que se lanza en picada al océano.

Es mi lago interior.
En la sombra merodea
Un tigre negro.

Takashima Shigeru

Sentada en un columpio
Víctima de la bomba atómica
La niña muerta.
Wada Goro

Dejo mi nombre
Escrito tembloroso
En el templo en invierno.

Abe Kan’Ichi

Todos ahí
Sobre esa llanura
Maquillados de blanco.

Abriendo un cajón
Toco
El corazón de una gaviota.

Kakimoto Tae

Un ruido
Cavan una fosa
Detrás de las camelias

Levantando la cortina
Del verano que termina.
No veo nada

Kawahara Biwao

Lleno
De tinieblas
Atrapo luciérnagas.

La noche cruje.
Ella se adapta
A la manera de los insectos.

Hoshunaga Fumio

En los barrios de los bancos


Los navíos de guerra
Irradian.

Onitsura

Para conocer la flor del ciruelo,


Tanto el propio corazón
Como la propia nariz.

Sueños sin rumbo;


En páramos quemados,
La voz del viento.

Kyoroku

Un viento frío.
Sobre arrozales verdes,
Sombras de nubes.

Rotsuu

¿Hasta las aves


Se han quedado dormidas?
Lago de Iogo.

Sodoo

No tiene nada
Mi choza en primavera.
Lo tiene todo.

Shirao

Se va el otoño,
Y escondido en la hierba
Un arroyuelo.

Meisetsu

Con un farol
Camina alguien de noche
Por los ciruelos.

Kyoshi

No pise nadie
Esa nieve preciosa
Que aún permanece.

Viento otoñal;
¡Cuántos montes, cuántos ríos,
En lo más íntimo de mí!

Kawabata Bôsha

¿Cayeron todas
Las gotas de rocío?
¡No, queda una!

Kaga no Chiyo

Por el arroyo
Corre tras su reflejo
Una libélula.

Simplemente un rio:
Oscuridad que fluye
Entre luciérnagas.

El cazador de libélulas,
¿Hasta qué región
Se me habrá ido hoy?

Capturado mi pozo
Por la flor de asagao,
Salgo a pedir agua.

Matsuse Seisei

Fría lluvia invernal;


Nadie habla
En el bote anclado.

Tayojo

La flor del Dafne


Ni de noche está oculta:
Por su perfume.

Haijin

Aunque tengas frio,


No te arrimes al fuego.
¡Oh Buda de nieve!

Li Bo
Colinas secas:
Las nubes no traen agua,
Sino fantasmas.

Masumi Kato

No es que atardezca
Es que la lluvia es noche:
Otoño en la ventana.

El sendero del paraíso


Está pavimentado con brillantes
Pétalos de ciruelo.

Soloku

De camino al Oeste,
Las tempranas hojas del cerezo
Me permiten orientarme.

Utsu

El dueño de las flores del cerezo


Se vuelve abono
Para los árboles.

Yaohiko

Una noche corta


Me despierta de un sueño
Que parecía largo.

Kaikai
Alrededor de una llama
Dos mariposas tigres
Compiten hasta morir.

Kanga

Escalofrío:
Mi alma se transforma
En icono.

Teika:

Va persiguiendo
pétalos de cerezo
la tempestad.

Senyun:

Montes lejanos
donde nievan las nubes
con trozos claros.

Su gui:

En las nubes, ocas,


y en el valle parpan patos:
senda del monte.

Cae tan pronto,


y se hace esperar tanto:
corazón del cerezo.

Lirios, pensad
que se halla de viaje
el que os mira.

Cae la luna
y es rauda la marea:
mar de verano.

No es que atardezca,
es que la lluvia es noche
otoño en la ventana.

Teñid las ramas


clara o intensamente,
rocíos de otoño.

Noche glacial:
los patos en las ramas
plácidos duermen.

Lluvia de anoche,
cubierta esta mañana
por la hojarasca.

Sokan:

El año cierra,
la gente se me cierra.
nochecer.

Aunque haga frío,


no te arrimes al fuego,
Buda de nieve.

Mo Ritake:

¿Es que a la rama


vuelve la flor caída?
¡Si es mariposa!

No ya en su cáliz
sino en nuestra nariz
está el aroma.
A la alborada
un chubasco otoñal.
Emocionante.

Kiguin:

Sórdidas aguas.
Y va el río Ioshino
bajo las flores.

Saimu:

Despunta el día.
Suena el eco en las flores.
Portón de Yodo.

Saikaku:

Lluvia de mayo.
Y en el puente del Iodo,
una linterna.

Yo vi la luna
de este efímero mundo
dos años extra. (Poema final.)

Gonsui:

La tempestad
tiene siempre un final:
el mar rugiente.

Primera luna
como un arco sin cuerda.
Graznar de gansos.
Onitsura:

Un viento fresco.
Llenando el firmamento,
voces de pinos.

Sobre el ciruelo
sabe mi corazón
y mi nariz.

Obedecemos.
Mudas hablan las flores
al fondo del oído.

El ruiseñor.
Se posa en el ciruelo
ya desde antaño.

Salta una trucha,


nubes cruzan el fondo
de la corriente.

Este otoño
sin niño en mi rodilla
veo la luna.

Del mundo vano


no estoy desnudo aún.
Cambio de ropa.

¡Qué extraviada,
un solsticio al ocaso,
la muchedumbre!

Cuando flora el cerezo,


tiene dos pies el ave,
cuatro el caballo.
Verdes trigales.
Se remonta una alondra,
de pronto baja.

Sus esqueletos
adornan por encima,
¡y a ver las flores!

Van divagando
mis sueños, y en barbechos
resuena el viento*.

Kikaku:

Queman mosquitos:
en la alcoba de Pao-Su,
entre deliquios.

Como esta puerta


tiene roto el candado:
luna de invierno.

Voso:

En la calima
yo, fuera de la tumba,
viviendo apenas.

Se entenebrece
la zona de la costa
donde llovizna.

Kio Ro Ku:

Un viento frío.
Sobre arrozales verdes,
sombras de nubes.

Etsuyin:

Está el candil
lleno de hollín y frío.
Tarde de nieve.

Brotan mosquetas
al borde peligroso
del precipicio.

Jokushi:

Estrellas en la alberca.
Luego chapalatea
un aguacero.

Pretil del puente.


Y mientras brilla el sol,
bruma en la tarde.

Rotsu:

¿Hasta las aves


se han quedado dormidas
Lago de logo.

Un alto dique
donde cantan hoy gayas.
Nubes en cirro.

Masajide:

Me voy cual ave,


y soy como la luna
del agua amigo. (Poema final.)

Sute:

¡Ah, qué caliente


la piel de una mujer,
la piel que esconde!

Sono:

El niño en hombros
me acariciaba el pelo.
Sentí calor.

Chio:

Al que la corta
le otorga su perfume:
flor del ciruelo.

Vine y noté
que el bosque tiene dentro
calor de bosque.

El cazador de libélulas
hoy, ¿hasta dónde
se me habrá ido?

Hay mariposas
por donde van las niñas:
detrás, delante.

Si no graznaran,
no encontraría garzas:
alba con nieve.
Iaiu:

Son dos o tres


las estrellas que veo.
Croan las ranas.

Riuo:

Flor de la colza,
toda resplandeciente;
y un solo templo.

Chosui:

El horizonte,
con gente en bajamar
cogiendo almejas.

Buson:

Acá y allá
escuchan la cascada
jóvenes yerbas.

El cabecilla
bandido le hace versos
hoy a la luna.

Peroles y ollas,
delicias de mi casa.
Rocío al alba.

Pasó el ayer,
pasó también el hoy:
se va la primavera.

Los días lentos


se apilan, evocando
un viejo antaño.

Cien leguas de escarcha,


y en el barco yo solo
poseo la luna.

Gnomos del río


en su casa de amor.
Luna estival.

Luna de agosto.
Corretean conejos
el lago Suwa.

Aguas profundas.
Suenan hoces agudas
segando fleos.

Aguas profundas.
Suenan hoces agudas
segando fleos.

Sopla el poniente,
y al oriente se apilan
las hojas secas.

Relampaguea.
Cercadas por las olas
«islas de otoño».

Patos chinescos
por culmen de belleza:
bosque invernal.

La flor del níspero


ni a las aves fascina.
Se pone el sol.

Quedé abatido
la noche que corté
la peonía

¡Qué firme está


el castillo en la cumbre
con yerbas jóvenes!

Tan sólo al Fuyi


no logran enterrar
las yerbas jóvenes.

Una serpiente
maté y cruzé en el valle
por yerbas jóvenes.

Lluvias de mayo.
Y enfrente del gran río
un par de casas.

Un aguacero.
Se agarran a las yerbas
los gorriones.

Parpar de patos.
Sobre las corregüelas,
un carro con sal.

Con un farol
pasea en el jardín:
sufriendo al ver morir la primavera.

El riachuelo
va al este, va al oeste
entre retoños.

Noche muy corta.


Con perlas de rocío
sobre la oruga.

Un mar vernal
siempre en ondulaciones
y ondulaciones.

Con la tormenta
la capa del balsero,
traje de flores.

Pisa la cola
del faisán el poniente
primaveral.

Canta lejano
un ruiseñor, y el sol
cae a su ocaso.

Ya te vas tú.
Serán verdes los sauces,
largo el camino.

Nevada grande
cayó cuando en el paso
cerraban puertas.

Todo frescor.
Huye de la campana
la campanada.

Sufriendo estaba
y al subir a una loma,
zarzas en flor.

Blanco rocío.
Cada púa en la zarza
tiene una gota.

La primavera
¿adonde se habrá ido?
¿Y el barco anclado?
Taigui:

Con un ladrón
un zorro se ha topado.
Un melonar.

Se cayó el puente,
y hay gente en la ribera.
Luna estival.

Noche de otoño.
Me pregunto y respondo,
débil de alma.

Relampaguea.
Los fantasmas del barco
llaman a voces.

Barco del Iodo:


debajo del brasero
rumor del agua.

Volcán Asama:
hasta cerca del humo
llega el sembrado.

Grandes y chicas,
aparecen estrellas
dentro del frío.

Se ve de noche
la fogata de un templo.
Bosque invernal.

Niebla del monte.


Guardas del templo tocan
sus caracolas.

Blancas pandorgas.
Serena en demasía,
tarde nublada.

Prim er amor.
Se arriman al farol
cara con cara.

Kito:

«¡Todo estupendo!»
y al decirlo se fue
la primavera.

El ruiseñor
unos días no viene,
otros dos veces.

Tienda con pesos


sobre libros de láminas.
Viento vernal.

Guio Dai:

Se oscurecen las flores,


pero absorbe a la luna
la peonía.

Rumor marino,
lejano todo el día
de veranillo.

Acaba el año:
con el viento retumba
el cielo inmenso.

Alborear.
Y las ballenas braman
dentro del mar.
Shirao:

Se va el otoño,
y escondido en la yerba
un arroyuelo.

Riota:

Del interior
del azul de la aurora,
una hoja de paulonia.

Arranca al águila
del filo del peñasco
el vendaval.

Arranca al águila
del filo del peñasco
el vendaval.

Jiakushi:

Vendí mi vaca,
y se fue de la aldea
entre la bruma.

Oemaru:

La luna en el poniente
y el sol naciente absorbe
la peonía.

Seira:

Está la llama
inmóvil, congelada:
noche de escarcha.

Issa:

Cazan jabatos.
Corren por los miscantos
voces nocturnas.

Día vernal.
Doquiera que haya agua,
queda el crepúsculo.

Viento de otoño.
Un mendigo me mira,
comparativo.

Estoy aquí
por estar, y la nieve
sigue cayendo.

Una vez más


me ganan la partida.
Tarde de otoño.

Huye el rocío.
Cantan a la Otra Vida
los gorriones.

En el rocío
de un mundo de rocío,
¡qué de querellas!

Flora el cerezo.
De este mundo egoísta
en un rincón.

Le sobrevive,
le sobrevive a todo
la frialdad.

En este mundo,
encima del infierno
viendo las flores.

Una techumbre
de flores del ruiponce
tiene mi choza.

Ay, en Kamákura,
¿de quién fuisteis antaño,
viejas camelias?

Templo Mokubo.
Aunque las llama un perro,
vienen luciérnagas.

Hasta el portón
llega todo marchito
el campo llano.

No te diriges
sino al campo otoñal,
peregrinito.

Un caracol.
A la flor colorada
nunca la mira.

Viento otoñal.
Y tirita la sombra
de la montaña.

Tú, caracol,
mira bien, mira bien,
tu propia sombra.

¡Cantos de siembra!
Todos los sufrimientos
los llevan dentro.

Flora el ciruelo.
Descansan las calderas
en el infierno.

Hasta en la islita
laborean el campo,
canta la alondra.

Desde la flor
de la lenteja de agua
iré a las nubes.

Breve la noche.
Y brotó una flor roja
sobre la parra.

Sin un talento,
y también sin pecado;
hibernación.

Montes lejanos
refleja la pupila
de la libélula.

Al paraíso
yo me voy acercando,
y tengo frío.

Muchas chicharras.
También muchas goteras.
Gran santuario.

Mientras chirrían
van los bichos flotando
sobre un madero.

Por divertirse
coge un gato las moscas
de la ventana.

Donde haya hombres,


habrá moscas, y habrá
Budas también.

Promiscuamente
moscas y pulgas flacas,
y niños flacos.

En las tinieblas
lo que ronda mis ojos
es su sonrisa.

Moscas y bichos,
oíd bien la campana
de lo fugaz.

En soledad
me tomo mi comida.
Viento de otoño.

En un columpio,
con flores del cerezo
en una mano.

Agua de musgo.
Vamos, venid, palomas,
venid, gorriones.

Ven, gorrión
que has perdido a tus padres,
juega conmigo.

Con un frufrú
roe un pastel de arroz
una belleza.

Tampoco yo
he encontrado un hogar.
Tarde de otoño.

De una bañera
vamos a otra bañera:
un disparate.

Huye el rocío.
En este mundo sucio
no hago yo nada.

Con tratamiento
de señor son criados
los gusanos de seda.

Se presenta en escena
nada menos que el sapo
de este sotillo.

Hasta mis pies


¿cuándo y cómo has llegado,
caracolillo?

Entre flores del té


juegan al escondite
los gorriones.

Lluvia vernal.
A su gato a bailar
le enseña un niño.

Con el deshielo
está toda la aldea
llena de niños.

Por una turba


de niños queda exhausto
el gorrión.

La mariposa,
si el niño repta, vuela;
si repta, vuela.

Shiro:

El sol naciente
y no hay nada además.
El mar con niebla.

Socho:

Se esparcen los ciruelos.


La noche que hay en Namba
feria de muebles.

Soguetsu Ni:

Honda belleza:
la hojarasca cubriendo
a varios Budas.

Taio:

La flor del dafne


ni de noche está oculta:
por su perfume.

Shiki:

Llenas las manos


de conchas, y gozoso
llama a su amigo.

Esperando tormentas,
paisaje en lespedezas.
Flores tardías.
Tras la cosecha
se quedan más torpones
los saltamontes.

Robar melones
lo olvidé por completo
con el frescor.

En la olvidada
maceta brotan flores
en primavera.

Acá y allá
arrastrada del viento,
la mariposa.

Como danzando,
chupada al torbellino
va la hojarasca.

Cumbre de nubes,
cuando yo atravesé
un río seco.

Lluvia de mayo.
Alcanza hasta las rejas
la enredadera.

Acá y allá
entre las verdes huertas
arrozales segados.

Yo que me voy,
y tú que aquí te quedas
son dos otoños.

En la campana
se posa y resplandece
una luciérnaga.
Velas enormes
tiene el barco holandés.
Cumbre de nubes.

Luna en la tarde.
Se esparcen los ciruelos
sobre su koto.

En las islitas
han encendido luces:
un mar vernal.

Todo frescor.
Hay linternas de piedra,
y por sus huecos, mar.

Los otros cuartos


apagaron la luz:
frío nocturno.

Al escuchar
atento la tormenta,
miles de ecos.

Meisetsu:

Mi propia voz
es devuelta hacia mí
por la tormenta.

Un sol vernal
con luz en el plumaje
del pavo real.

Con un farol
camina alguien de noche
por los ciruelos.

El arriero
le dice algo al caballo.
Frío nocturno.

Shimei:

Primer arco iris.


Por calle Shirakawa
va una florista.

Soseki:

Eco de estacas
que clavan en otoño
en la caleta.

Kuio:

El pordiosero
no sale del portón.
Se deshojan los sauces.

En demasía
floraron los cerezos
del inquilino.

Caí de bruces.
Con hojas de sombrera
limpié mis manos.

Seisei:

Chubasqueaba:
nadie dijo palabra,
anclado el barco.
Suija:

El día blanco
se me ha vuelto alma mía.
Viento de otoño.

Alba con nubes


sin rastros de la luna.
Viento de otoño.

Con lluvia en mayo


destellos en las ondas,
pinos en flor.

Ro Seki:

Cerca del mar,


un campo de maíz.
Luna de estío.

Kioshi:

Quedan nostálgicos
escalones de tierra.
Zarzas en flor.

Al primer trueno
canta «ku-ku» en la jaula
la codorniz.

Por el oriente
el sol aún hundido,
y en flor los campos.

En el jardín,
piedras por todo un día,
y así por siempre.
Viento otoñal.
Dentro del corazón,
montes y ríos.

Cuando en el fango
la camelia cayó
se formó un hueco.

Sombras espesas
arrastran los lagartos
al retozar.

Con salpicones,
por un rato el goteo
de la glicina.

A las tinieblas
no tiré el escarabajo:
eran profundas.

Por las alcobas


ya repartiendo candiles.
Bramar de ciervos.

Cantos de baile:
cosas de nuestro mundo
están cantando.

Senda del monte:


hay de pronto en invierno
sitios templados.

Otsuyi:

Cesa la lluvia,
cesa el viento y en calma
queda la noche.

Las golondrinas
y cajas de pescado
llegan a una estación del monte.

Santoka:

Hoy he comido,
y satisfecho, solo,
depongo los palillos.

Por más que las cruzo,


por más que las cruzo,
montañas verdes.

Con el rumor
que lleva el arroyuelo,
bajo a mi aldea.

Al pie del monte


y en línea al sol caliente,
varios sepulcros.

Sin hablar todo el día,


y al dirigirm e al mar,
subía la marea.

Orondos y boyantes
saboreamos agua.

Cae un chubasco.
No estoy yo muerto aún.

Josai:

Todos los clavos


de la caja de clavos
están torcidos.
Dakotsu:

De hierro negro,
la campana de viento
suena en otoño.

Kakis del monte,


cinco o seis en la punta
de una rama pesada.

Cuando lo siegan,
sopla un viento montano:
arroz tardío.

Fusei:

Todas las cosas


se ve que sabe el gato
en el fogón.

Sekitei:

Yo me imagino
que sobre mi cadáver
caen celliscas.

Jekigodo:

Con lluvia me alojé


y la lluvia escampó.
¡Ah, las libélulas!

Sei Sensui;

Vuela una mariposa


que robó la mariposa
de otra mariposa.

Canta la alondra en el cielo,


canta en la tierra,
sube cantando.

Noche de invierno.
Con la sombra mía
escribo cosas mías.

Un cielo azul
con una línea de humo
del que vive en el monte.

Si las chicharras cantan,


si cantan, las chicharras
forman coro y oscurece.

Josha:

Se muere la serpiente,
y a su lado los niños
están hablando.

Ippekiro:

Quiero correr lo más que pueda,


y entrar en las tinieblas
de las jóvenes yerbas.

Kiyu:

Viviendo unos tras otros,


muriendo unos tras otros,
labran la tierra.

Las avecillas
vienen últimamente
sin un ruido.

Aro:

Leve es la primavera:
sólo un viento que va
de árbol en árbol.

Yerbas de ribera
de la talla del niño
que llama las luciérnagas.

Desde lo oscuro
acometen las olas
la fresca playa.

Shizu Noyo:

Fría la noche,
alguien se ve al espejo,
su falda inmóvil.

Mokkoku:

Viento marino
fuerte, monte estival
magnifícente.

Abro la puerta:
cruza campos nevados
la luna sola.

Jisa Yo:

Sutil vestido
que la luna atraviesa
hasta mi piel.

Ecos levanta
el cuclillo del monte
a su placer.

Utoshi:

Nadan los renacuajos,


nadan los pétalos del cerezo,
nadan los renacuajos.

Shuoshi:

Rosas silvestres
empapadas de lluvia.
Esparavel.

Cuando mi vida
atiende al crisantemo
se tranquiliza.

Suyu:

Traza una estela


y se separa un pato
que flota-duerme.

La telaraña
tiende un hilo delante
de la azucena.

Otro también
empieza a cortar cañas
en lontananza.
Takeyi:

Junto al poniente,
cruzando por el cielo,
libélulas, libélulas.

Seijo:

En línea recta,
mirando al infinito,
logra el nirvana.

Takako:

Blancura helada;
y yo, sin luz, de noche,
en un trineo.

Bosha:

Sale del bosque,


viene la desposada
Senda de luna.

Las perlas del rocío


cayeron, pero queda
una gotita.

Desde unos cielos


donde nieva suave
el silbo de un milano.

Kusatao:

Nubes en cirro.
Y todo lo demás
aquí en la tierra.

Gira la chola,
se lame y acicala:
gato de luna.

Soyo:

Verde persiana,
medio rota y torcida,
crepuscular.

Alba vernal.
E ignorada del hombre
lluvia en los árboles.

Seishi:

Verde persiana,
medio rota y torcida,
crepuscular.

Alba vernal.
E ignorada del hombre
lluvia en los árboles.

Salió a la mar,
y el vendaval no tiene
dónde volverse.

Luz de la luna,
congelada en el aire,
donde se queda.

De pie en un cruce.
Y en todas direcciones,
tarde de otoño.
Chirría un grillo.
Más y más va esta casa
envejeciendo.

Conforme paso,
la masa de cangrejos
huye a las cañas.

Una gran cumbre.


La bordea una senda
y un carro de cisco.

Takashi:

Sobre la nieve
se ve correr la sombra
de la cometa.

Tomoyi:

Pendencias nocturnas
y un retornar tranquilo
bajo la Vía Láctea.

Jakio:

Huevos de invierno
relumbrando rosados
una mañana.

Fogata de hojarasca
donde sólo hay enfermos
de blancas manos.

Shikunro:
Pasa un mendigo,
haya una fuerte sombra
haya solana.

Muyin:

Cantan aves acuáticas.


Y hay en el agua luna.
Y hay en el agua estrellas.

Jatsutaro:

La senda de hojarasca
va a las tumbas del monte
y allí termina.

Jàyime:

Primera calma.
Avefrías mezcladas
con motacilas.

Rinka:

Un buque blanco
ha venido: se acerca
la primavera.

Seijo:

¡Qué animación
goteando el deshielo
en la Basílica!

Kenyi:

La mariposa,
posada, cimbreando
recibe el viento.

Seisei:

Un barco lejos
que apenas se le ve:
¡el mar vernal!

Kusatao:

A abrazar a su esposa
vuelve pisando guijas
en primavera.

Takako:

Al lavar esmeriles,
fluye la tinta china
azul azul.

Toshiko:

Triste es la cara
del que durmió primero.
Candil de noche larga.

Takako:

Un ramo de glicinas
pesa en la mano enferma
demasiado.

Sanki:

A oscuras, con calor,


la multitud espera
la pirotecnia.

Soyo:
Fuego de cisco,
que contenta a mi alma
cuando lo miro.

Anónimo:

Una libélula-diablo
sin que me diera cuenta
me estaba mirando fijamente

La noche cede al alba...


Las luces de las luciérnagas
descansan en la hierba

Vienen como bailando


dos en armonía:
Las mariposas

Johaku:

Su silueta al atardecer:
La libélula moja la cola
en el agua que fluye

Seishi:

Una libélula solitaria


en el reverso de una hoja
La lluvia de otoño

Kohyo:

La libélula...
¡Se posa en el bastón
que la golpea!
Kitó:

La libélula se posó
en el bambú que señalaba
la tumba del difunto

Senkei:

Todo va fluyendo:
los sueños de las libélulas
en las burbujas del agua

N ikyú:

Cuando se encuentran
el sol poniente y la luna,
las rojas libélulas

Yoriquku:

La red que teje el vuelo


de las libélulas en el mundo
del sol poniente

Ryota:

Tan insistentemente perseguida


que la luciérnaga se ocultó
en la luz de la luna

Chiyojo:

Simplemente un río:
oscuridad que fluye
entre luciérnagas

Bosha:

¡Cómo se va engarzando
un collar de luces de luciérnagas
a la orilla del río!

Seishi:

La luz de una luciérnaga


prendida de una tela de araña,
súbitamente devorada

Bósha:

Esas luces parpadeantes...


¡Se aproxima el triste final
de las luciérnagas!

Aon:

Con el amanecer
la luciérnaga pasó a ser
¡un simple insecto!

J oyo:

Dos mariposas:
Una de ellas da vueltas
alrededor mío
Buson:

Un guerrero agazapado.
En el cuello de su armadura...
¡se detiene una mariposa!

Issa:

La mariposa vuela
com o si nada am bicionase
en este mundo

En el baño público
de una cabeza a otra
vuela una pequeña mariposa

Wafu:

Desapareció la mariposa
y mi alma
volvió a mí

Yayü:

Los sombreros de los recolectores


de algodón, cada uno
con su libélula posada

Seibi:

Un gallo a la puesta de sol


En su mirada, una sola cosa:
atrapar a la libélula
Hanao:

La fina sombra de las alas


de la libélula
con la luz del ocaso

Shiki:

¡Qué fría la luz


de la luciérnaga
dentro de mi mano!

Midorijo:

La mariposa de otoño
en medio de la montaña
me abandona

Issa:

Al borde del río,


mariposas dormidas
en el culo de las ollas

Kyoshi:

Las barreras
hasta aquí la arena
las ha enterrado

Onitsura:
Cuando las flores del cerezo se abren,
los pájaros tienen dos patas,
los caballos cuatro

Issa:

¡Ah! ¡Qué belleza!


¡Por un hueco del Shôgi —
la vía láctea!

En Zenkô-ji:

Al claro de luna
cuatro puertas cuatro doctrinas
son todo uno en el fondo

A caballo por el campo,


de pronto, detente
¡El ruiseñor!

Habiendo enfermado en el camino,


mis sueños merodean
por páramos yermos

Hasta mi propia choza


otros a esta hora habitan
casa de muñecas

Al plantar el arroz
cantan: primer encuentro
con la poesía

En esta Kisa
¿Qué guisos comerán,
el día del Festival?
Frente a su choza,
sobre la tabla echado:
sobre el frescor

Nido del águila:


amores que no alcanzan
los oleajes

Deben blanquear mis huesos


hasta que en mi corazón el viento
penetre mi cuerpo

Primera lluvia de invierno


incluso un mono disfrutaría
de una pequeña capa de lluvia

Kikaku:

Se escucha allá
en la noche cuando viene la lluvia
la voz de la campana

A la hora del reposo


una carta de Kakei
traída por un ganso

¿Quién ha dejado
en el pilar suspendidas
unas ropas de verano?

Tres noches hemos visto la luna


sin la menor nube

“Es mía”, pienso


y la nieve me parece ligera
en mi sombrero de paja

He aquí la primera nieve.


¿Quién podría querer
Permanecer en casa?

¡Mira los gorriones!


en el papel de las puertas corredizas,
sombras en las ramas de bambú

Los vagabundos:
cielo y tierra en verano
son su ropaje

Lluvia de verano
mirando fijo al exterior
una mujer sola

¡Ah, la luna llena!—


se dibuja en el piso de paja
la sombra de un pino

Llovizna de niebla:
se pasea por el platanal,
balancea con el viento

A la puesta del sol


revoloteando en un farol
una mariposa

¿En una semilla de té


quisieras buscar al hombre?
Montaña de cerezos en flor

El niño ciego
guiado por su madre
frente al cerezo en flor

Noche sagrada,
a través de las máscaras
el aliento de los danzantes

Del ruiseñor
quiero aprender el remedio
que esclarece la voz

Antorcha en mano
ha venido a buscarme.
Lo que queda de saké

Esta copa
quisiera admirarla cerca
de la flor del crisantemo

Saké bajo las flores,


incluso un monje puede disfrutarlo
con un poco de sal

¡Ah, esta noche!


Esas, vuestras preciosas almas,
se desvanecen para no retornar

Kyoshi:

Vienen a picar los ojos


del viejo bonzo
mosquitos del forraje

Issa:

El ruiseñor
limpia sus patas enfangadas
en las flores del ciruelo

Onitsura:

Verde cebada
la alondra sube...
¡Ah! desciende

Desde lejos
llega la campana
en la niebla de primavera

Por aquí, por allí,


se ven aguas
de primavera.

También en la tumba del ladrón


crecen exuberantes
hierbas del verano

El ruiseñor
posado en el ciruelo
desde tan antiguo

Cuando las flores del cerezo se abren,


los pájaros tienen dos patas,
los caballos cuatro

Este otoño
no tengo un niño en mis rodillas
para contemplar la luna

Llega el otoño,
¡No te vayas sin mí!
Las hojas caen una a una sobre el bote

Para conocer la flor del ciruelo,


tanto el propio corazón
como la propia nariz

Si somos obedientes,
las silenciosas flores
nos hablarán al oído

Buson:

Te vas...
¡Qué largo el camino!
¡Qué verdes los sauces!

Atravesando la nevada nocturna


un guerrero
penetra en una vinería

En la noche iluminada por la luna


la cigarra chilla,
de repente, una sola vez

Una camelia
demorando florecer
llovizna helada

En forma de marea
las malezas muertas

mientras cae la noche


asoma en la posada
la luna entre las hojas del bosque

Completamente aun, una gran roca


cubierta de rocío

Frío penetrante
al pisar en la alcoba
el peine de mi esposa muerta

De mi vara de incienso
las cenizas se están esparciendo
flores del pino

Retirado el invierno
pero en el corazón aún
el Monte Yoshino

Ruiseñor de invierno
sobre el seto
como en los tiempos de Wang Wei
Ruiseñor,
¡qué ruido hace
la escarcha sobre el seto!

Flores blancas del ciruelo


y la noche que deviene
resplandor al alba

Entre relámpagos
una gota de rocío resbala
a lo largo del bambú

Golpeada por un rayo


una choza quemada,
flores de un melón

Compartiendo la pesca de trucha,


sin entrar, deja la
casa a media noche

Quedándose en la casa de té,


entre las peonías florecidas,
una sospechosa pareja

Lluvia de primavera
pasan charlando
capa de paja y sombrilla

Ha perdido su sombrero
el espantapájaros,
ha perdido la cara

La luna de la cosecha
doy vueltas alrededor del estanque
hasta el final de la noche

Ante los crisantemos blancos


las tijeras vacilan
un instante
Puedes sentir la brisa matutina
soplando los pelos
de la oruga

Un cuervo volando
en el mismo cielo
donde estaba ayer

En la campana del templo


posada, dormida
la mariposa

¡Qué felicidad!
yo cruzar este río en verano,
las sandalias en la mano

Issa:

Cruzando el río pedregoso,


kuwarari inazuma el relámpago
safari kana deslumbrante

Este mundo de rocío


no es más que un mundo de rocío
y sin embargo… y sin embargo…

¡No lloren, insectos!


igual que las estrellas
los amantes se separan.

¿Es este entonces


mi paso por la vida?
Cinco pies de nieve”

He visto la luna
de este transitorio mundo
dos años de más.

Un hombre solo
y sola también una mosca
en la gran sala

Bajo la lluvia incesante


¿a dónde podrá ir
ese pobre caracol?

Desordenadamente
la nieve sobre la ermita
se funde gota a gota

A la madrugada
la bruma del monte Asama
recubre mi mesa

Mi casa en ruinas,
sólo tiene por techo,
la enredadera

Mi cabaña es tan pequeña,


Pero por favor, ¡practicad vuestros saltos,
pulgas mías!

¿Hacia dónde sube


este bello escarabajo
en la choza del mendigo?

Saliendo del sueño,


después de grandes bostezos,
los amores del gato

En las flores del té


se divierten escondiéndose
los pequeños gorriones

A la sombra de los cerezos en flor


todos los hombres
son hermanos en resumidas cuentas

Sin ti, en verdad,


el bosque es demasiado
ancho y profundo

¡No la mates!, implora,


la mosca frota sus manos,
frota sus patas

¡Se han quedado solos!


Los gritos de los niños
exorcizando a los demonios

Brisa de otoño,
según mi brújula
mi choza está detrás del monte

Escucha esa flauta


destemplada.
Bramidos del ciervo

Arranca una gruesa raíz,


cae de culos
el muchachuelo

Ryôkan:

El ladrón escapó
no olvidó más que una cosa—
la luna en la ventana

Para hacer fuego


el viento que sopla me trae
las hojas del otoño

En días de lluvia
la melancolía invade
al monje Ryôkan

¡Ah! ¡Si todo el día


me sintiera tan bien
como al salir del baño!

¡Qué placer! ¡Dormir


no a orillas del Suma,
las olas como almohada!

¡Tan preciosa
como la espada de Gankai
mi calabaza!

La primera llovizna
una montaña sin nombre
¡qué agradable!

El nuevo estanque
salta una rana
¡Ni el menor ruido!

La nieve se derrite
deja aparecer el viejo campo
donde crecen los juncos

Un solo deseo:
dormir una noche
bajo los ciruelos en flor

Debo ir hoy
mañana ya no veré
los ciruelos en flor

Hojas de maple
en un momento se esparcen brillantes
y en otro momento oscuras

Shiki:

En la oscuridad
de la alcoba las peonías,
canto del cocú
Templo en la montaña,
los ronquidos se mezclan
con el canto del cocú

¿Cúanto más larga


es mi vida?
una breve noche…

El sacerdote de flacas caderas


inconscientemente se pone
a danzar, ¡ah!

En el fondo del agua caliente


contemplo mis piernas,
mañana de otoño

Muerdo un kaki
y una campana resuena,
templo de Hôryûji

Sobre la campana del templo,


posada, brillando,
¡Una luciérnaga…!

Entre las copas de los árboles


los fuegos artificiales a lo lejos
se alcanzan a ver

La esponja de la China se abre


las flemas la ahogan
deviene Buda

Buson:

Noche que quiere amanecer


A la costa rocosa se acerca…
¡Una medusa!
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Ozaki Hosai (1885-1926)

Silbando sin parar


Esta mañana
Mientras el bosque azulaba.

Yamagushi Seishi (1901-1994)

La luz de la luna
Congelada en el aire
Queda.

Ninguna huella en la corriente


Donde nadé
Con aquella mujer.

Nozawa Boncho (?-1714)

Barrio de Shimogyo:
Cae la lluvia nocturna
Sobre los montones de nieve.

Kaga no Chiyo (1703-1775)

Por el arroyo
Corre tras su reflejo
Una libélula

Simplemente un río:
Oscuridad que fluye
Entre luciérnagas.

El cazador de libélulas,
¿Hasta qué región
Se me habrá ido hoy?
Kuroyanagi Shoha (1727-1771)

En los confines del templo,


Se oye cortar bambú:

Matsuoka Seira (1740-1791)

En el borde de la canoa
Me saco los zapatos.
La luna en el agua.

Usuda Aro (1879-1951)

Partiendo en barca,
Un corazón que se aleja...
El canto de los insectos.

Leve es la primavera:
Solo un viento
Que va de árbol en árbol.

Sora

Crían gusanos de seda


Pero en sus ropas:
Aroma de antigua inocencia.

Takaya Soshu

En las manos de la madre


Tiemblan las cenizas del héroe.
La línea férrea.

Wada Goro

Dejo mi nombre
Escrito tembloroso
En el templo en invierno.
Abe Kan'Ichi

Todos ahí
Sobre esa llanura
Maquillados de blanco.

Kakimoto Tae

Un ruido
Cavan una fosa
Detrás de las camelias

Levantando la cortina
Del verano que termina.
No veo nada

Kawahara Biwao

Lleno
De tinieblas
Atrapo luciérnagas.

La noche cruje.
Ella se adapta
A la manera de los insectos.

Hoshunaga Fumio

En los barrios de los bancos


Los navíos de guerra
Irradian.

Onitsura

Para conocer la flor del ciruelo,


Tanto el propio corazón
Como la propia nariz.
Sueños sin rumbo;
En páramos quemados,
La voz del viento.

Kyoroku

Un viento frío.
Sobre arrozales verdes,
Sombras de nubes.

Rotsuu

¿Hasta las aves


Se han quedado dormidas?
Lago de Iogo.

Sodoo

No tiene nada
Mi choza en primavera.
Lo tiene todo.

Shirao

Se va el otoño,
Y escondido en la hierba
Un arroyuelo.

Meisetsu

Con un farol
Camina alguien de noche
Por los ciruelos.

Kyoshi

No pise nadie
Esa nieve preciosa
Que aún permanece.
Viento otoñal;
¡Cuántos montes, cuántos ríos,
En lo más íntimo de mí!

Kawabata Bosha

¿Cayeron todas
Las gotas de rocío?
¡No, queda una!

Kaga no Chiyo

Por el arroyo
Corre tras su reflejo
Una libélula.

Simplemente un rio:
Oscuridad que fluye
Entre luciérnagas.

El cazador de libélulas,
¿Hasta qué región
Se me habrá ido hoy?

Capturado mi pozo
Por la flor de asagao,
Salgo a pedir agua.

Matsuse Seisei

Fría lluvia invernal;


Nadie habla
En el bote anclado.

Tayojo

La flor del Dafne


Ni de noche está oculta:
Por su perfume.
Haijin

Aunque tengas frio,


No te arrimes al fuego.
¡Oh Buda de nieve!

Li Bo

Colinas secas:
Las nubes no traen agua,
Sino fantasmas.

Masumi Kato

No es que atardezca
Es que la lluvia es noche:
Otoño en la ventana.

El sendero del paraíso


Está pavimentado con brillantes
Pétalos de ciruelo.

Soloku

De camino al Oeste,
Las tempranas hojas del cerezo
Me permiten orientarme.

Utsu

El dueño de las flores del cerezo


Se vuelve abono
Para los árboles.

Yaohiko

Una noche corta


Me despierta de un sueño
Que parecía largo.
Kaikai

Alrededor de una llama


Dos mariposas tigres
Compiten hasta morir.

Kanga

Escalofrío:
Mi alma se transforma
En icono.

Hawai Chigetsu (1632-1718)

Sola en la cama
Escucho un mosquito
Revoloteando una triste melodía

Vienen los niños


me sacan de la cama
y los años se van.

Para mi trabajo
En el fregadero
El canto del uguisu

Visité su tumba en Kiso.


De abrir la puerta mostraría al Buda
Brote de flores

Señalan con la mano


En puntillas los niños
la luna admiran.

Den Sute-jo (1633-1698)

En el agua
teme a su reflejo
la luciérnaga.

Mañana nevada.
Por todas partes
huellas de zuecos.

Verano.
A través de la nubes
hay un atajo a la luna.

Ni una sola hoja


No duerme ni la luna
En este sauce

Sono-jo (Shiba Sonome. 1664-1726)

Violeta salvaje.
Incluso antes de florecer
se distingue.

Descontentas
Las violetas han muerto
También las colinas

El niño que cargo


en la espalda juega con mi cabello.
¡Qué calidez!

Tropezando
En una roca
El canto del hototogisu

Ogawa Shushiki (1669-1725)

Cuidado.
La contemplación del cerezo
embriaga.
Despierta
de este sueño
veré el violeta de los iris

Chiyo-Ni (Kaga No Chiyo. 1703-1775)

Los caballos al galope


Huelen sus cuartillas
Un perfume de violetas

Roza
El hilo de la caña de pescar
La luna en verano

Como la nieve
mi pálido reflejo
en el agua.

Todo lo que recogemos


en la playa de marea baja-
se mueve

Sin niño que se acerque


Las paredes de papel
Están frías

En el llano y la montaña
Todo parece inmóvil
Esta mañana nevada

Si por las mañanas se cierran


las campanillas en flor.
¡Es por el odio de los hombres!

En las lluvias de primavera


Todas las cosas
Son más bellas
La rama en flor del ciruelo
otorga perfume
al que la corta.

Del violeta de las nubes


Al morado de los iris
Se dirige mi pensamiento

¡Luciérnagas. Luciérnagas!
Por el río
las tinieblas pasan.

Muchas veces
¡Hototogisu, hototogisu!
y amanece.

Habiendo observado la luna


Parto de esta vida
Con una bendición

El agua se cristaliza
Las luciérnagas se apagan
Nada existe

Matsumoto Koyu-Ni (Haijina del siglo XVIII)

Las flores caídas


Ahora nuestras mentes
Están en paz

Seifu-Ni (Enomoto Seifujo) (1732-1814)

Quietud.
Una mariposa fuera de la lluvia
vaga en mi alcoba.

El bebe
mostrando una flor
abre su boca.
Fin de la primavera.
Entre las medicinales artemisas
las osamentas humanas.

La mariposa es vieja.
Pero mi alma
en los crisantemos juguetea.

Todos duermen.
No queda nada
entre la luna y yo.

El camino estrecho
termina en un campo
de porros.

Tagami Kikusha-Ni (1753-1826)

Deseo partir
Peinada de luna
Bajo el cielo errante

Todo mi cuerpo
En este otoño se siente
Crepúsculo en la lluvia

Tomando el fresco sobre el puente


La luna y yo
Quedamos solas

En mi sombrero
En lejanas montañas
Sonido de hojas

Oku Michihiko (1755-1818)

La luna y la nieve.
A través de la llovizna
la luz de la mañana.

Dos casas
con las puertas abiertas.
Montañas en otoño.

Imaizumi Sogetsu-Ni ( -1804)

Luego del baile


El viento en los pinos
El canto de los insectos

Amanece
la luna y la nieve
de un color.

Akiko Yanakiwara (1878-1942)

El bote se aleja
y forma un camino blanco
mi dolor y su huella.

Más rápido que granizo


y más liviano que pluma
un pensamiento cruzó mi mente.

Vivo el espejismo de estar contigo


y así camino
bajo la luna por un bosque en flor

Abe Mirodijo (1886-1980)

Por el cañaveral marchito


Oscurecidas por las nubes
El agua duerme

El insecto
Luego de invernar
Como infante trabaja sus patas

Mariposa de otoño.
Me dejaste sola
entre los montes.

Sugita Hisajo (1890-1946)

De pureza blanca
arquean sus pétalos
los crisantemos de luna.

La luna cala
entre mi ropa
hasta mi piel.

Indómito hototogisu.
Pasas haciendo ecos
a tu antojo.

Huyemaruko Shizuku (1898-1992)

Soledad.
Las nubes en el pico de la montaña
Y el saltamontes salta en el valle.

Hashimoto Takako (1899-1963)

Bajo la viva luna


duermo
con un moribundo.

Después de mis lágrimas


La plenitud
De mi soplo blanco
Hortensia.
La carta de ayer
se volvió noticia vieja.

Ráfaga de nieve.
En sus brazos
sofoco.

Huyemaruko Shizuku (1898-1992)

Soledad.
Las nubes en el pico de la montaña
Y el saltamontes salta en el valle.

Mitsuhashi Takajo (1899-1972)

Adiós.
Más allá de la neblina
una niebla más profunda

Sobre un trineo sin luz


A la caída del día
En la llanura nevada

El granizo.
Un pájaro de fuego
en su boca.

NAKAMURA TEIJO

La flor de loto
Su hojas y las marchitas
Flotando en el agua

Este hombre
Bajo un cerezo en flor
Estaba al fresco

Al arrozal en primavera
La mujer afuera
Mirando serenamente

Noche fría.
Si cubro mi hija
se me arrima.

HOSHINO TATSUKO

Blancos los rostros


Que observan
El arco iris.

Generoso verdor
El plato en verano.
Tanta verdura.

SUZUKI MASAJO

Noche de escarcha.
¿Cómo dormir
si el mar no duerme?

El color de fuego
Incendia nuestra casa
El crepúsculo

He robado un hombre
Nada de valor
Enrolló la persiana

Consolándome una vez más


En la nieve primaveral
Hablando conmigo misma
TAKAGI HARUKO

¡Ser un oso
invernando
al fondo de su cueva!

NOZAWA SETSUKO

Otoño en las montañas.


Tantas estrellas
y tantos lejanos antepasados.

La primera nevada
Comienza en la oscuridad
Termina en la oscuridad

IIJIMA HARUKO

El lirio de la montaña.
Su polen sube
y empapa mis senos.

KAKIMOTO TAE

Una mariposa de invierno cerca de mí


La gran campana del templo
Se mueve lentamente

Un ruido
Cavan una fosa
Detrás de las camelias

Una bandera roja


en un callejón de Nara
y la luna del día.
Levantando la cortina
del verano que termina.
No veo nada

Rodeada de crisantemos
Paso la mano por mis mejillas
Que son ásperas

KUBOTA KEIKO

Cielo nevado.
Yo no conocí mi padre
en su cincuentena.

NOZAWA SETSUKO

La primera nevada
Comienza en la oscuridad
Termina en la oscuridad

SAITO UMEKO

En mi palma
no hay nada.
Relámpagos en la noche

FUYUNO NIJI

Fiesta de primavera.
Desde el fondo del agua
las plantas me llaman.

Aún sin nombre


Entonces esta hamaca
Es lisa y resbalosa

Pavo blanco
Fiebre
Cuando me levanto al amanecer

La primavera reflexiona.
Los brazos cruzados
en la velocidad de raíces amargas.

En el cuarto oscuro de las fotos


dejo una postal
con un ciruelo en flor.

De paso
tomo para mí
la luz del narciso.

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