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Coral Bracho (México, 1951)

Poemas de: El ser que va a morir (1981)

Una luciérnaga bajo la lengua

Te amo desde el sabor de la fermentació n:


en la pulpa festiva. Insectos frescos, azules.
En el zumo reciente, vidriado y dú ctil.
Grito que destila la luz:
por las grietas frutales;
bajo el agua musgosa que se adhiere a las sombras. Las papilas, las grutas.
En las tintas herbáceas, instilantes. Desde el tacto azorado.
Brillo
que rezuma, agridulce: de los goces feraces,
de los juegos hendidos por la palpitació n.
Gozne
(Envuelto por el aura nocturna, por los ruidos violá ceos,
acendrados, el niñ o, con la base mullida de su lengua expectante, toca,
desde esa tersa, insostenible, lubricidad –lirio sensitivo que se pliega a las rocas
si presiente el estigma, el ardor de la luz– la sustancia, la arista
vibrante y fina –en su pétalo absorto, distendido– [joya
que palpita entreabierta; ubres], el ácido
zumo blando [hielo], el marisma,
la savia tierna [cá bala], el néctar
de la luciérnaga.)

Sus brillos graves y apacibles

Vivo junto al hombre que amo;


en el lugar cambiante;
en el recinto que colman los siete vientos. A la orilla del mar.
Y su pasió n rebasa en espesor a las olas.
Y su ternura vuelve diá fanos y entrañ ables los días.
Alimento
de dioses son sus labios; sus brillos graves
y apacibles.

De: Tierra de entraña ardiente (1992)

La delicada flor del agua

Sobre la luz profunda


se eleva el humo
como un arbusto cristalino. Fluye en el alba
el metal ardiente:
son arroyos etéreos,
son los musgos que inflaman
y bordean sus recodos. Su dintel
mineral.
Son las planicies lá nguidas, los juncales
que adormece
y apacigua el vapor. Es un impulso que crece
y articula su danza.

Como una mirada cálida


y entrañ able,
como un recuerdo que cifra
su resplandor, se abre la delicada
flor del agua.

Atrás del agua

Atrá s del agua


hay aposentos, estancias,
jardines de áureos perfiles
y esplendor insondable.
Bajan
y se despliegan en delgados tamices,
en velá menes densos, en claridad.
Atrá s del agua se tiende el tiempo

de entonces,
ya humedecido,
ya derramado entre las mínimas grietas, entre los íntimos escollos. Allí
puede tocarse la luz. Puede tenerse entre las manos, latiendo
vibrante y límpida, como pez. Brota
entre los lienzos, se esconde:
con sus destellos aguzados recorre, borda y deshila
un oscuro tapiz. Se hunde en la noche
palpitante.

Son filamentos del espacio


sus rastros de oro. Son vellones de tiempo que se deslizan
para narrar la historia, una vez
y otra, y otra, siempre distinta. Sus tejidos fugaces
como un soplo. Como un fulgor.
Atrá s del agua,

sin ruido,
se desdobla la trama:
líneas aisladas, sensaciones,
á mbitos, cavilar
entre las huellas. Hebras, resacas, sendas
que se confunden; portales tibios y bulliciosos.
Viento

Vidas que se cifran, de pronto, en un gesto detenido,


en un impulso, un umbral; frá gil,
como una flor, es la materia en que convergen.
Diente de leó n.
Frá gil y suave como un pétalo.
Una gota las funde; las dispersa:

ternura, gozo, hacinado dolor.


Como un roce en el agua, entre el silencio,
se abre el almendro. Cada
primavera
su festiva irrupció n, su honda frescura
inusitada.

Los mismos brillos, los mismos trazos


vuelven y acechan bajo el cristal. Los mismos cauces
que lo estremecen. Voces
que recorren los patios, que despiertan en risas,
en dinteles. Recuerdos á vidos y embriagantes,
anegados de luz. Son espacio
sus reflejos. Son venero sus sombras.
Voces y sol entre los huertos
de una eterna y colmada
ciudad cambiante. Una ciudad profunda
y cristalina.

Son espejos: su centro


y su fluir continuo; su derramado transcurrir.
Son senderos sus ecos, su incantació n.

Entre la vida y la muerte,


entre sus filos,
gotea el silencio. Suben

los peldañ os al agua, cruzan, se encienden


por los delgados
laberintos. Son la ficció n de una secuencia,
el sentir de un trayecto. Unos en otros
miran,
se reflejan; son la misma sustancia,
el mismo instante en su acaecer ancestral; la misma imagen,
creciente, fresca,
detrá s del agua.

Ascua marina

Es una imagen
superpuesta
su estallido vital. Fuego. Medusa. Lava,
ascua marina. Brasas
matriciales; espacios
los cruces fluidos de realidad, sus entramadas
dimensiones.
Huellas festivas. Gotas
de negro puro sortean la luz, su delicada
hondura quieta. Huellas festivas y fecundantes;
astros breves. El á vido,
ardiente azar
y su henchida materia.

Un momento de la luz en la red de las cosas

Hacia adentro se ve el mar de cristal.


Su cuarzo líquido.
Es un momento
de la luz
en la red de las cosas. Un instante
que incide
en la inmensidad. Cruza el tigre
el estanque
bajo el tamiz de la mañ ana,
mojan su piel el agua y el resplandor.
Hacia adentro se ve su espectro entre la maleza,
su honda espesura

sigilosa,
su rastro breve, crepuscular.

Hebras de sal

Viento y piedra
se funden, agua y viento
en un reino fluido
y subterrá neo. Sus corrientes se cierran
en estanques profundos. Ecos que en ellos giran
y se reflejan. Voces
que se concentran. Sobre el lecho de un tiempo dú ctil
y primigenio
vuelcan un mineral de soles líquidos.
Dejan hebras
de sal.

Jaguar sobre muro de cuarzo

El jaguar luminoso
sobre el muro de cuarzo
es la noche en llamas;
es la trama del agua penetrada de sol, su movimiento cadencioso.
Sube al cenit de sus dominios,
entra en la claridad. En la abrupta
amplitud, su constelada piel es un destello,
la delicada y tibia floració n del cristal,
un trazo breve sobre el hielo.
Piedra y cielo se tocan;
oscuros astros e inmensidad.
Templo de la inalterada transparencia,
el día sostiene y ofrenda
el pleamar nocturno.

Tierra viva

Tierra viva,
tierra de entrañ a ardiente,
encendido panal bajo los sepias
de un manto espeso.
Materia de ebriedad y de dulzura
que a sí misma se engendra,
que en sí misma se vierte.
Tierra que funde
y que concentra, en su cieno solar,
las ternuras huidizas que amasa el tiempo. Tierra
de floració n. Tierra torneada en que cifra el goce
sus huellas íntimas, cera en que se abisma y palpa
su memoria:
cuenco; lugar oculto
donde el amor
es un fruto que pesa
y que madura. Es el huerto ceñ ido
que se extiende hacia adentro:
selva de nervaduras
en sus hojas;
redes de bronce contra el mar.
Destellos finos
que alarga el sueñ o sobre sus lascas azuladas. Sal,
huellas de sal sobre esta tierra. Rastros
de plenitud; y el tejido del otoñ o al trasluz
de sus frutos.

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