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© ANTOLOGATOS 2023

V.V.A.A.
2023, EDITORIAL LETRAS EN ROJO
De distribución y descarga gratuita.

Selección: Eliana Soza Martínez.


Luis Ignacio Muñoz.
Jorge J.Barriga Sapiencia.

Ilustraciones de portada e interiores: Ian Carlo Velasco Barajas.


Diseño portada: Eliana Soza Martinez.
Diseño y diagramación: Jorge J Barriga Sapiencia.

Primera edición: Sucre-Bolivia.

Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier


medio, sin el permiso por escrito de los autores y/o la editorial.
Todos los derechos reservados.
ÍNDICE

PRÓLOGO 11
KARLA BARAJAS 17
GATOS ENDEMONIADOS 19
LOS OJOS DEL GATO 20
JUSTICIA 22
EL ÚTIMO GATO DE LA TIERRA 23
JORGE J. BARRIGA SAPIENCIA 25
¿DÓNDE ESTÁS CAROLA? 27
EL DISPARO 28
LA GATA NEGRA 29
ADRIANA BROZOVIC VILLA 33
CARNADA 34
FABRICIO CALLAPA RAMIREZ 43
LOS GATOS DEL MATRIMONIO 45
DANIEL CANALS FLORES 53
CAZA FRUSTRADA 55
EL JARDÍN DEL EDÉN 58
AMOR GATUNO 59
PASIÓN DESENFRENADA 60
TRES SON MULTITUD 61
HOMERO CARVALHO OLIVA 63
EL PARAÍSO DE LOS GATOS 64
GUSTAVO F ESPADA V. 69
EL REEMPLAZO 71
TANIA HUERTA 77
LA PROCESIÓN DE LOS GATOS 80
RAMIRO ANTONIO
JORDÁN VERCELLONE 85
DESCUIDO 87
MARÍA LARRALDE 89
EL GATO 92
LA SILLA 95
RUTH ANA LÓPEZ CALDERÓ 99
MAGIA FELINA 101
NOSTALGIA DE LA SUAVIDAD 102
SARAH CECILIA
MOSCOSO BARRIGA 107
NOCHE DE LUNA 110
SABIDURÍA GATUNA 111
LUIS IGNACIO MUÑOZ 113
LLAGAS EN SU ROSTRO 115
UN GATO EN LA LAVADORA 117
LLUEVE 118
EL GATO EMBRUJADO 119
VIENTO DE PRESAGIO 121
ILDIKO NASSR 123
GATOS 124
LA REINA 125
SOLITARIOS 126
LA VECINA 127
INDIFERENCIA 128
ÁNGEL OLGOSO 129
HÁBITAT 130
ÁRBOLES AL PIE DE LA CAMA 131
MÁS QUE HUMANO 133
NORMA YURIE ORDÓÑEZ 135
INMORTALIDAD 137
EL ACOMPAÑANTE 138
LA ESPERA 142
CLAUDIA MARIANÉ DEL ROSARIO
PALACIOS QUINTANA 145
REVELACIÓN DE BRUJA A UN GATO 146
PURGATORIO FELINO 148
FABIOLA RIVERA 151
VIDA DE GATOS 153
EL IMPOSTOR 154
ELIANA SOZA MARTÍNEZ 157
NECESIDAD IMPERANTE 159
AMOR SIN PALABRAS 160
PRIVILEGIOS DE UNA GATA 162
TERESA CONSTANZA
RODRIGUEZ ROCA 165
KARELA, MI GATA 167
8
EXTERMINIO 168
ELMER RUDDENSKJRIK 171
UNA HISTORIA DE POLVO Y ACERO 173
ANA SERRANO 181
¡MIAU! 182
¿CON QUÉ SUEÑAN LOS GATOS? 183
ISSI - DORA 184
MARIA DEL PILAR
TORRES GONZALEZ 185
BOLITA DE PELOS 188

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PRÓLOGO

Millones de personas en todo el mundo aman a


los gatos, sin importar el tamaño, color o raza, ¿por qué
esta devoción? Las opiniones de algunos amantes de
los gatos, plasmadas en las redes sociales, indican que
se debe al misterio que envuelve su figura; la admirable
elegancia en sus movimientos; las poses de esfinge; los
hábitos de aseo obsesivos; esos ojos insondables que
pueden expresar desde la ira profunda hasta el amor
más grande.
Nada más misterioso que la mirada de un gato
cuando nos encara con esos ojos grandes abiertos que
parecen traspasar los cuerpos y los pensamientos. En
esa mirada impenetrable están inmersos los secretos
de la noche y de un más allá que solo a ellos les es
dado conocer, por eso en sus ojos redondos donde está
contenido el mar y el universo y la vasta profundidad
del cosmos hay una especie de códices que acaso cada
día seguimos olvidando más. En Colombia algunas

10
mujeres campesinas sabían leer las fases de la luna en
esos ojos amarillo verdosos con gran facilidad. Hay
quienes dicen que son los únicos que pueden ver los
fantasmas, otros, que alejan las malas energías.
Un punto aparte merece el hablar del amor de
un minino, hay que decir que no es el mismo de su
némesis, el perro, porque solo se consigue si eres digno
de ese sentimiento, es decir no por comida. También
enamora cómo puede amarte al punto de no separarse
de ti, aunque tengas que hacer cosas importantes o solo
ir al baño, el peludo está ahí admirándote. Ni hablar
de su ronroneo, que alguien dijo que era la verdadera
melodía del amor.
Será por estas u otras razones que muchos
escritores en la historia del mundo se ocuparon de
escribir sobre estos seres maravillosos que llenan
de magia donde habitan. En El Sur Borges habla del
contacto irreal entre un hombre y un gato que como una
divinidad desdeñosa se deja acariciar por la gente. Es
un momento especial en que la eternidad y el instante
están allí. Muchos nos identificamos con ese personaje
y el gato que ha estado inmerso en tantas culturas como
una deidad entre los egipcios de la época bíblica y como

11
un símbolo del mal en la Europa medieval.
Por eso la relación tan cercana entre los gatos y
la literatura es tan amplia y a la vez tan cercana como
el ronroneo del gato negro de Poe y la enorme tragedia
que vendrá luego. Flanele en fotografías de Cortázar;
Topaz, el gato de Tenesse Williams; Tiger, el que
acompañó a Emily Bronte mientras escribía Cumbres
Borrascosas o Chopin, el gato de Scott Fitzgerald. La
lista es amplia y memorable, en especial en los dos
últimos siglos de los que más se encuentran referencias.
No es la primera vez que se piensa en una antología
sobre el tema ni será la definitiva, sin embargo,
hemos pretendido enaltecer la memoria de estos fieles
compañeros de los escritores y la Literatura, cuyas
páginas no serían las mismas sin su presencia asomada
por una ventana, mientras dibuja con sus ojos redondos
un signo de interrogación ante la escritura humana
y ronronea con un ritmo parejo mientras las horas
transcurren. Esto y mucho más son ellos, los compañeros
de horas de redacción incansable, los protagonistas de
alguna historia que se deja narrar una noche lluviosa o
en último caso, están ahí, dentro o fuera de la hoja que
se escribió.

12
Como escritores y amantes de los gatos, era
cuestión de tiempo para compilar este libro, invitando
autoras y autores de habla hispana de Argentina, Bolivia,
Colombia, España, Guatemala, México y Perú para que
nos presenten el significado que tiene para ellas y ellos
estos animales, cómo los ven, no en su vida, sino en sus
letras, son héroes o villanos, víctimas o victimarios.
Resulta que en las siguientes páginas el lector
encontrará una inmensa variedad en las voces de las
y los escribientes, de la misma forma géneros: drama,
humor, terror, pero siempre habrá un gato rondando
por ahí, sigiloso y elegante, ronroneando o gruñendo,
siendo el objeto del deseo o la maldición de la que hay
que deshacerse.
Por eso la importancia de una nueva antología
dispuesta a contar de ellos en historias breves y en
narraciones más extensas fragmentos de sus vidas,
sus momentos y sus hazañas y en algunos casos, sus
tragedias que hacen parte también de estar en el mundo
y su convivencia con los humanos.
Al igual que un felino, este compendio es para
los conocedores, esos que disfrutan buenas historias,
profundos poemas. Estimado lector, pase a acariciar

13
las páginas, a escuchar el ronroneo de sus palabras, a
perderse en sus hojas insondables. Pero no se moleste
si luego lo muerde, lo rasguña, así es el amor felino.

Eliana Soza Martínez.


Luis Ignacio Muñoz.
Jorge J.Barriga Sapiencia.

14
15
16
Karla
BARAJAS
Nació en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas;
en 1982. Ha sido publicada en
las antologías (2020). Microbios.
Compiladores: Natalia Madrueño,
Patricia Rivas, Camilo F. Cacho &
Camilo Montecinos. Editado por Dendro
Ediciones. Perú, (2020) Mosaico.
Sobre la discapacidad. Coordinadores
Adriana Rodríguez y Homero Carvalho,
Parafernalia Ediciones Digitales, (2020)
Campanadas. Microrrelatos navideños.
Selección: Rony Vásquez Guevara y
Lorena Escudero. Quarks Ediciones
Digitales; (2020) Ficción Atómica.
Selección prólogo Juan Carlos Gallegos.
Editorial Palíndroma, (2021) Mínimas
Máximas. Muestra Antológica de
Mircocuentos REM. Pía Barros, Sandra
Bianchi, Lorena Díaz Meza, Dina
17
Grijalva y María Elena Lorenzín
(REM), (2021). No somos invisibles,
Luvina Editorial, Compiladora
Claudia Cortalezzi Ilustradora Ama
Pola (Mariana González).
Publicó Valentina y su amigo
pegacuandopuedes y La noche de
los muertitos malvivientes (Editorial
Imaginoteca, 2016), así como
Neurosis de los bichos (Colección
Minitauro, La Tinta del Silencio,
2017), Esta es mi naturaleza (Editorial
Surdavoz, 2018), Cuentos desde la
Ceiba (Colección Bocanada, La Tinta
del Silencio, 2019), Donde habitan
las muñecas (Colección Ciudadano
mínimo Nro. 16, Quarks Ediciones
Digitales, 2021).

18
GATOS ENDEMONIADOS
Le advirtieron que debían castrar al gato para
que no lo atropellara un tráiler en la carretera por
buscar hembras, no lo hizo y Church falleció. Por más
postes de piedras con las señales talladas por las tribus
micmac y otros hitos que los pueblos algonquinos
dejaron para marcar el límite del territorio en que
habitan los wendigo, el necio hombre blanco enterró a
Church en el “sementerio” donde los muertos caminan
al día siguiente de su sepulcro. Cuando el gatito del
inframundo regresó apestoso, desgraciado y agresivo,
el infame individuo le arrancó otra de sus vidas, sin
sospechar que Church había dejado una estirpe de gatos
diabólicos para vengarlo.

19
LOS OJOS DEL GATO
I

Desde que vi Los ojos del gato, película de


Stephen King, desarrollé un respeto a los felinos y
temor a los duendes. Imaginaba a uno apretando mi
nariz, aspirando mi espíritu y a Yakún, mi gato gris
atigrado, salvándome. Cuando mi hermana me dijo que
su teoría era que el gato se comió al duende no para
proteger a la niña, sino para robar su alma, abandoné a
mi gato y lo adoptó la vecina.
“Idiota”, me expresó el gato, cuando el duende
de la habitación comenzó a acosarme.

II

Yakún me mira a los ojos sin desviar la mirada,


se acurruca en mi pecho y ronronea. Mientras estuve
enferma me trajo regalos como: ratones insectos
y serpientes. Mi gato es tan independiente que cuando
olvidaba darle de comer, él buscaba su comida y la

20
mía. Por eso le perdono que se devorara parte de mi
cuerpo en descomposición, mientras ve a mis ojos de
ectoplasma.

III

La vecina ha muerto a sus 74 años, Yakún retornó


a mi habitación, durmió sobre mi pecho, ronroneó. “Mi
Yakún me perdonó por abandonarlo”, pensé justo antes
de que depositara el alma de la anciana en mi cuerpo y
succionara la mía.

21
JUSTICIA*
Envenené a un gato en Ulthar, desobedecí la
ley de mi pueblo. Por eso me persiguen los herederos
de Menes, sospecho que esos niños son brujos y sus
gatos me comerán. Los escucho revolcarse en mi
tejado, detrás de la puerta y debajo de las tablas. Veo
sus manitas entre la puerta y el piso intentando abrir
la madera. Se pararon frente a la casa y me vigilan con
ojos que por las noches parecen de color neón. Son
como felinos capturando a un ratón, jugando con la
presa.
Este día amaneció nublado, la niebla oscura que
entra a casa se materializa en gatos y en los niños de
ojos gatunos y colmillos afilados. Tengo perros que me
protegen de los gatos, no de los niños con ojos de color
neón. Abrieron la puerta… ¡Me comerán!

* Publicado en el especial Cuentos a la Carta, de la Revista Rigor


Mortis. 2019.
22
EL ÚTIMO GATO DE LA TIERRA
La máquina evalúa mediante una
electromiografía al gato lesionado, realiza el registro
gráfico de la actividad eléctrica producida en los
músculos, tiene la aguja electrodo implantada a través
de la piel hasta el tejido muscular del animal. El felino
emite vibraciones desde los bronquios, su ronroneo no
es señal de amor, es una amenaza para Ángela.
Ángela no quiso dañar al gato, pero éste la
rasguñó y le abrió el brazo, le dañó la articulación de
la muñeca y de la rodilla. Estaba como frenético dando
saltos e intentando lastimarla con garras y colmillos.
Ella le advirtió: “Me dañas Church”.
En el decálogo de Ángela, en el de su estirpe y
colectividad, la tercera regla es que nadie debe dañarla
o ponerla en peligro. Cuando elevó el brazo y empujó
al gato que salió en línea recta hasta aporrearse el
cráneo con el muro de la habitación, no cayó de pie
como lo haría cualquier felino, quizás porque el golpe
en la cabeza dañó su sistema vestibular, fue un sonido
sórdido, como si el metal hubiera pegado con algo que
tuviera un recubrimiento duro y estuviera hueco.

23
Church sacaba espuma por la boca, tenía la
lengua morada y comenzó a sacudirse. Fue entonces
cuando Ángela replegó sus cables, electrodos y el resto
de la máquina hasta su cuerpo y dejó morir a la última
de sus mascotas.
—¿Church, puedes ver a los muertos? —le
pregunta la autómata quien no entiende por qué se le
han muerto, perros, pájaros y ahora hasta los gatos con
siete vidas, según sus conocimientos enciclopédicos.

24
Jorge J.
BARRIGA SAPIENCIA
Su primer libro Suerte, muerte y
microficciones salió a la luz el 2020,
editado por Editorial Velatacú, y es parte
de la colección Serendipia de poesía
y minificción en Bolivia. Participó
en antologías como: Macabro Festín
(2018) editorial Soy Livre, Bolivia,
Paradojas y Onomatopeyas (2019),
editorial Historias Pulp, España, Los
Gatos (2019) Editorial Aeternum, Perú,
Caspa de Ángel (2020) editorial Kipus,
Bolivia. Campanadas (2020) Quarks
ediciones digitales, Perú, Brevirus
(2020) Ediciones Brevilla, Chile y
Mosaico (2020), Parafernalia ediciones,
Nicaragua. También en las revistas:
Espejo Humeante año 2 número 3
junio del 2019. Tlacuache N°4 Cyber
Punky la N°5 Lucha Libre en octubre
25
de 2019. Así como en el blog: Letras
Itinerantes de Colombia, Alquimia
Literaria de España y Fóbica Fest de
México

26
¿DÓNDE ESTÁS CAROLA?
Los dos ancianos la buscaban en los alrededores.
—Sofía, yo voy a entrar, estoy cansado.
—Por favor, revisa una vez más, si no está en el
auto abandonado al lado del camino.
—¡Vieja tonta! —repetía Gustavo, mientras
se acercaba al auto— me voy a perder las noticias por
buscar a esa maldita gata.
Sofía, acongojada soportaba el maltrato de su
marido con tal de comprobar que Carola no estaba en
los terrenos baldíos que rodeaban su casa.
Las luces del circo, al otro lado de la quebrada, ponían
color a la noche.
«¿Estará en la canasta de las lanas?» pensaba
Sofía. La televisión anunciaba de urgencia que uno de
los tigres del circo se había escapado. Carola dormía
plácida en medio de las lanas.
El tigre cerraba sus fauces en la yugular de
Gustavo.

27
EL DISPARO

Carlos saca su resortera y apunta al gatito que se
baña en una cornisa, Raúl, su primo se asusta.
—Por favor, no lo mates.
Carlos dispara, Raúl se tapa los ojos, el tiro
falla, pero el gatito se lleva un buen susto.
—Raúl, eres un maricón.
—No lo soy.
—Entonces dispárale a ese otro gato que está en
el techo.
Raúl coge la resortera y dispara sin dudar.
Carlos llora mientras su mamá le cura la herida en la
cabeza. Raúl mira al gatito bañarse, sintiéndose bien y
mal al mismo tiempo.

28
LA GATA NEGRA
Sentada, miraba al vacío, mientras su desabrido
café se enfriaba, de nuevo esa gata maullaba poniéndola
aún de peor humor. Se aproximó a la pequeña ventana,
desde donde se veían los techos de la ciudad, pegó la
cara tanto como pudo, quería descubrir dónde estaba la
maldita felina, pero no alcanzaba a verla. La ventana no
se abría, solo la sección superior daba esa posibilidad
y servía apenas para ventilar, por allí no podía sacar su
cabeza.
Los maullidos insistentes continuaban, habían
estado allí por semanas. En un arranque de furia empezó
a botar varias cosas de la mesa y estuvo a punto de
romper la ventana, para salir a buscarla y convencerse
que era una gata de verdad y no Jólakötturinn. Cayó al
suelo y rompió en llanto.
Hace dos años su marido había muerto y la
dejó sola, sin dinero y con cinco hijos pequeños. Se
mudaron al altillo de dos cuartos en un viejo edificio de
seis pisos, vivían hacinados, pero el alquiler era barato.
No podía mantener el nivel de vida que les daba su
esposo y se acentuaba ese diciembre por las fiestas, ya

29
que ella apenas ganaba para alimentarlos.
Los niños estaban tristes porque sabían que
mamá no podía comprarles nada, que ni siquiera tendrían
dulces, ni una rica cena; sin embargo, esperaban que
Santa Klaus les trajera los regalos que le habían pedido
en sus cartitas.
Faltando dos días para la Navidad, al mayor
le asaltó una preocupación. Como no tenían dinero
no estrenarían ropa, entonces era muy probable que
Jólakötturinn, el enorme gato, fuera a por ellos en
Nochebuena, este temor cundió entre sus hermanos,
quienes empezaron a atosigar a su madre. Ella tenía
suficiente con la sarta de problemas que apenas
sobrellevaba, para preocuparse por los tontos miedos
de los niños.
Sin embargo, vio en esa preocupación la solución
a sus problemas. Esa víspera de Navidad abrigó a los
niños y los llevó al bosque, les dijo que conocía un
escondite donde Jólakötturinn no podría encontrarlos.
Una vez allí, los dejó dentro de una cueva, les prometió
traer dulces antes que la nieve cayera.
Lloró semanas, pero nunca más volvió por
los niños, si algún conocido preguntaba por ellos les
decía que estaban con su abuela y a su madre le mentía
30
diciéndole que se encontraban bien junto a ella.
Ahora, casi un año después, esa maldita
gata maullaba para torturarla, quería saber si era
Jólakötturinn que venía a cobrarle su maldad o solo
era una casualidad. No lo pensó más y rompió la
ventana con lo primero que encontró, sacó medio
cuerpo buscando al animal, pero no veía nada a pesar
de escuchar sus maullidos. La teja en la que se apoyaba
su mano izquierda cedió cayendo a la calle, ella perdió
el equilibrio y su peso impidió que pudiera devolverse,
precipitándose al suelo.
Escondida en una cornisa, cubierta por el alero
del techo, estaba la gata negra, dando de mamar a cinco
pequeños gatitos.

31
32
Adriana
BROZOVIC VILLA
Nació en Roboré-Santa Cruz de la
Sierra, pero radicó casi toda su vida
en Sucre-Chuquisaca. Desde pequeña
mostró ser algo melancólica, lo que
tarde o temprano la empujó a la lectura, y
más tarde, al dibujo; sin embargo, como
sus dotes ilustrando eran limitados,
terminó por inclinarse a la escritura
y a la creación de cuentos, logró
publicar algunos de ellos en la Revista
Independiente de Narrativa Sucrense
Lluvia Inversa y en el Suplemento Puño
y Letra del Diario Correo del Sur

33
CARNADA
En una de tantas ciudades tecnológicas,
finalmente se había inaugurado una nueva atracción
turística, eran las figuras doradas y colosales de dos
gatos, cuyos mecanismos resultaban novedosos debido
a la magnífica transformación de su apariencia inicial,
ya que al principio figuraban como esferas metálicas
brillantes, pegadas a una placa oscura de un metal
resistente, pero a medida que se elevaban en el cielo,
girando sobre su propio eje, formaban las figuras de dos
felinos, que mediante una serie de consolas en un cuarto
de control, podían realizar movimientos, simulando
estar vivos.
Dentro de esta estructura existía una cápsula
alargada, en la que podían entrar las personas que
quisieran observar el horizonte o el cielo desde gran
altura, los asientos lucían como los de cualquier juego
mecánico.
Los propios del lugar podían ser parte de la
experiencia, con un descuento especial, usando el chip
de su muñeca izquierda en un panel de entrada, pero
únicamente de ocho de la mañana a cuatro de la tarde,

34
salvo ocasiones especiales. Se reservaba el turno de la
noche para los vacacionistas de pequeños poblados.
La atracción de la ciudad Río Verde llevaba
un par de meses funcionando con éxito, elevando su
número de visitantes al doble con respecto al porcentaje
de gestiones anteriores, esto incluía visitas de los
reticentes pobladores de las ciudadelas.
Desde hace una década, la brecha entre ciertas
poblaciones y las grandes ciudades se había ahondado
más, estas últimas eran autómatas en varios procesos,
incluyendo los burocráticos y educativos, por otro
lado las llamadas ciudadelas, eran lugares donde
se conservaban las viejas formas de interacción y
comunicación, es decir, aún existían escuelas a las que
acudían los niños o trabajos donde debían presentarse
a firmar día a día. Los gobiernos consideraban a estas
ciudadelas como fomentadoras del oscurantismo
tecnológico, ya que solo se hacía uso del Internet para
lo ligado al conocimiento, pero no para actividades
recreativas, por ejemplo, estaban bloqueadas las redes
sociales y muchas páginas que ofrecían entretenimiento,
casi no se usaba la televisión, los habitantes de las
ciudadelas preferían viejos medios de información
como libros, periódicos o radio.
35
El gobierno había tratado de convencer a los
habitantes de las pocas ciudadelas que quedaban a
unirse a la tecnología, proponiendo incentivos, pero la
insistencia de las autoridades no había tenido éxito.
Así, el, mediante su vocero, comunicó en un
par de ocasiones que hallarían la forma de regular e
igualar las circunstancias para todos, sospecharon que
se referían a mayor propaganda o incluso formas de
comunicación “idiotizantes”, otros creyeron que se
trataría de hipnosis, alteración de medicamentos, o la
implantación de chips.
Cuando Moira empacó su mochila para ir a la
gran ciudad a vacacionar con sus amigos, su madre
le repitió en varias ocasiones que se cuidara, que las
grandes ciudades eran una trampa con la carnada de un
meme de gato, que en los últimos días todos los que
decidían ir allí, abandonaban a sus familias con tal de
quedarse, o caso contrario, regresaban atontados, sólo
por unos días, para marcharse definitivamente.
Esa mañana, con su equipaje al hombro,
salieron en una camioneta roja, la misma que contrastó
con la entrada a Rio Verde. Se sintieron asombrados al
internarse en esa especie de domo brillante que era la
gran ciudad.
36
El paisaje era tan futurista que resultaba
indescriptible, simplemente adoraban a los gatos,
usaban su imagen en todo lo existente, negocios, ropa,
diseño arquitectónico y de transporte, la forma en la
que se gestionaba la política también era influida por
esto; presenciaron campañas electorales, el Gobernador
era uno de los candidatos, el mismo que se encontraba
en un holograma en medio de la plaza, con un gato en
brazos, la imagen estaba enganchada a sonidos de la
naturaleza, seguramente para denotar la idea de que sus
medidas no eran terroríficamente extractivistas e iban
en contra de áreas protegidas y reservas forestales.
Tanto Moira y sus amigos, como cualquier
otro que vivía allí aprovechaban el tiempo sacándose
fotografías con el holograma, muy fuera de las
propuestas departamentales, su forma de hacer
propaganda era nueva y la simulación se veía más que
realista.
Para los amigos de Moira aquel lugar tenía
muchos peros, sin embargo, ella veía todo desde otra
perspectiva, siendo la alienada del grupo, se sentía
mucho más identificada con las personas de aquella
ciudad, quienes vivían ajetreados de noche pero muy
tranquilos de día gracias a la variación de turnos en los
37
trabajos, le encantaba la idea de instruirse en un sistema
educativo más abierto y que limitaba las interacciones
a breves videoconferencias, investigaciones en casa y
asignación de deberes por medio de plataformas, así no
tenía que tolerar a quien no le agradara o caminar a la
universidad. Además, la gente era entretenida y amable
porque raras veces se comunicaban con otros de forma
directa, el método de moda para conseguir pareja o
amigos era el de las aplicaciones de citas, corregidas y
actualizadas a menudo para mayor precisión al dictar
compatibilidades. Los edificios eran enormes y aunque
existiera poca presencia de naturaleza, todo lucía mucho
más limpio, no como en la ciudadela, donde la tierra
ensuciaba la ropa o sábanas recién lavadas existiera
viento o no, además otra desventaja de vivir aislado era
tener que caminar kilómetros para llegar a una escuela
u hospital.
Al tercer día de las vacaciones, decidieron
que cerrarían su rol de actividades en Río Verde con
la visita al mirador de Los Dos Gatos. Era el último
día de su estancia, Moira no se resignaba a regresar,
se sintió triste llenando el formulario turístico previo a
su entrada al mirador, un cuestionario donde figuraban
preguntas como edad, observaciones al servicio
38
hotelero, la calidad del Internet, o un par de consultas
acerca de si había aprovechado su visita para adquirir
algún artefacto electrónico.
Llenada la encuesta, les pidieron que pasaran
por encima de una placa negra, según los encargados,
servía para establecer mayor control de seguridad,
aunque no faltó el turista que se las dio de erudito
diciendo que aquella placa ayudaba a descubrir ciertas
funciones cerebrales de los visitantes. Moira puso los
ojos en blanco en señal de hastío y tuvo la impresión de
que todos replicaron su gesto.
Dejó su gorro de orejas de gato sobre la mesa y
pasó a la revisión, los encargados tuvieron una notoria
diferencia en el trato con ella, incluso podría decirse
que fueron muy groseros con sus amigos.
Los dividieron en dos grupos antes de brindar
algunas indicaciones.
Sus amigos irían en el gato más pequeño, Moira
sintió una vez más que no encajaba en el grupo, pero
no expresó su molestia, de todas formas, sería una
gran anécdota, ella entraría en el gato más grande,
además, ambas estructuras funcionaban a la vez, así
que probablemente se encontrarían a la salida.

39
El interior de la esfera, olía a metal y plástico, Moira se
quedó parada mirando hacia afuera, se puso el casco en
la cabeza y los cinturones de seguridad. El mecanismo
empezó girando lentamente, otorgando una visión
mucho más amplia de la ciudad, oyó el asombro de un
par de personas que estaban junto a ella en la cápsula,
reconoció a su compañero de escuela, Josué, el raro
solitario de su clase de literatura, la miró ladeando la
cabeza y la saludó agitando su mano con camaradería.
Algo en ese gesto la hizo pensar que estaban en el
mismo equipo, o tal vez era la rotación la que provocaba
que viera bello lo que antes consideraba intrascendente
y vano, lo que había sido importante… Una luz
azul iluminó el interior, mareándola un poco… Sus
amigos… Sus “amigos” – Sí, con comillas – estarían
en la esfera de enfrente, riendo mucho y charlando…
Sacudió su cabeza. Se iban formando las patas del gato,
su pecho, su cara, incluso creyó verlo parpadear, quizá
era la altura, un mareo lleno de adrenalina recorrió su
cabeza haciéndola sentir extasiada.
“Carnada de meme de gato” susurró entre
dientes mientras reía, burlándose de su madre, pero en
cuanto el gato de enfrente que alojaba a sus amigos,
se formó por completo, la cara de este se deshizo
40
como arena, Moira contempló con los ojos dilatados,
ese espectáculo en definitiva no lo había visto en los
folletos, ni en la TV del hotel… Temió que el mecanismo
se hubiera estropeado con sus amigos dentro, llamó a
uno de los hombres de seguridad, pero este musitó algo
inentendible mientras sonreía.
Josué la tomó de la mano para tratar de calmarla,
dijo que todo estaría bien, o eso quería creer porque
su abuela se encontraba allí, pero apenas terminó de
expresarlo, notaron a un montón de personas en el aire,
cayendo, pensaron que el gato se quedaría sin rostro
y totalmente estático, pero su rostro volvió a armarse,
con una especie de aspa al interior de su hocico… Con
viveza felina dio un manotazo al aire y se tragó a todos
como si fueran moscas… o ratas.
Aquellos que estaban en el gato más grande, no
vieron un espectáculo sangriento, todo fue tan rápido
que no alcanzaron a gritar, se encontraron en shock, o
quizá era aquel ruido hipnótico que los adormecía.
Moira cerró los ojos, esperando que su destino
fuera el mismo que el de sus amigos, pero una voz
calmada, parecida a la de una operadora, reverberó en
la cápsula: “INICIA EVOLUCIÓN FORZADA”

41
Las luces se apagaron, contempló el cielo
estrellado por un segundo, y contrariamente a la
tristeza que debía sentir, Río Verde le pareció el lugar
más hermoso del planeta Tierra, tuvo la loca idea de
abandonar todo para quedarse allí para siempre, fue
un tren de pensamiento, antes de que todo se volviera
borroso. 

42
Fabricio
CALLAPA RAMIREZ
(Sucre – Bolivia, 1987). Miembro del
extinto Taller de Literatura Creativa de
la Universidad de San Francisco Xavier
de Chuquisaca. Publicó los libros de
cuentos: Ahora que el espejo ya no
recuerda mi forma (2008) y El fin de los
días que conocimos (2018), y de manera
conjunta con Japhet Rivas Lavadenz el
poemario Next-Gen (2016), que trata
sobre Iinternet, videojuegos y vida
cotidiana.

Participó en el Festival Internacional


“Días de Poesía”, la antología de cuentos
bolivianos de terror Gritos Demenciales
(2010), Sed y Sangre: Antología de
Relatos de la Guerra del Chaco (2017)
y Caspa de Ángel: cuentos, crónicas
43
y testimonios sobre el narcotráfico
(2020). Algunos de sus textos se
han publicado en páginas y blogs de
Bolivia y el exterior.

44
LOS GATOS DEL MATRIMONIO
El matrimonio Calizaya y Hernández llevaba
su tercer mes de casados. Tras el romance de cuatro
años se comprometieron. Aquí no cabe la historia de
los amores pasados, la intensidad de la memoria, el
recuerdo del sexo, el desengaño, las frases bucólicas
del duelo o la persistencia de la figura de una relación
pasada. No, nada de eso. Tampoco la historia del
compromiso forzado por la llegada de algún miembro
nuevo, fruto de la desbordante pasión. Son solamente
dos personas bastante normales y simétricas que,
mientras paseaban, se dijeron: ¿nos casamos? Y ambas
asintieron al unísono.
En aquel tercer mes decidieron adoptar una
pareja de gatos. Al joven Calizaya un compañero de
trabajo le comentó que su mascota había dado a luz.
¿No quieres una? Y así, en unas semanas, recogió
una gatita angora de rayas grises y pecho blanco, de
ojillos verdosos y un carácter escurridizo. En cuanto a
la joven Hernández, ella observaba los muestrarios de
las veterinarias o hablaba con las brigadas animalistas,
aunque ninguna mascota le convenció hasta que

45
encontró en Facebook a una chica que ofrecía gatos. El
anuncio incluía una sesión de fotos.
—Mira —dijo mientras sostenía un sobre con las
fotos y un gatito negro, de pelo corto, manchas blancas
y ojos café-amarillentos—, hasta sus guantecitos tiene.
¿No está guapo?
El joven Calizaya también mostró su gata.
Ambos felinos al verse se erizaron. Apenas los habían
dejado en el suelo, caminaron con sigilo y se estudiaron
manteniendo distancia, en los extremos de la casa.
Pese al aspecto tierno de ambos, estos actuaban como
si ya se hubiesen conocido, con temor a cualquier
movimiento del otro. Los alimentaban con croquetas en
platos separados, mientras ellos se miraban y acababan
la comida con voracidad, aunque no tuviesen hambre.
—¿Crees que sea normal? —dijeron los dos a la
vez, se miraron y rieron por la coincidencia.
La pareja Calizaya y Hernández vivía en un
departamento que sus familias les regalaron durante la
boda. El joven Calizaya había concluido su tesis sobre
economía local y una empresa le ofreció un trabajo
de medio tiempo. La joven Hernández, gracias a sus
suegros, había conseguido un cargo de maestra en un
kindergarten privado. Asistían a fiestas y compromisos
46
sociales con la frescura de una flamante pareja, pocos
habrían creído que se trataba de un matrimonio y menos
que se llevaran tan bien.
Una mañana, mientras se levantaban a desayunar,
vieron a los gatos casi sincronizados, caminaban al
mismo tiempo, sus cabezas apuntaban al mismo lugar y
batían la cola como guiados por la misma melodía del
silencio. Ese día, el joven Calizaya había preparado el
té del desayuno con más azúcar de lo común. La joven
Hernández lo probó, pero no quiso decir nada, sino más
bien aguardó que su marido abandone la cocina y echó
el té al lavaplatos.
Ese fue el comienzo de una serie de sucesos
que ellos vieron como normales, pese a que sus gatos
actuaran a la par y se entendieran cada vez mejor.
Cuando iban a jugar voleibol mixto ya no coincidían
en el servicio y el mate. Ella elevaba el balón un poco
más de lo acostumbrado y él, con la carrera y el salto,
no alcanzaba el balón y se limitaba a digitar hacia el
área contraria. Hasta cierto punto, se podría decir que
sus vidas se habían escindido, que un ligero desajuste
de sus relojes compartidos se había librado, en la mesa,
en la calle, en la cama, y ello se ajustaba al progresivo
entendimiento de los gatos.
47
Durante la cena de su primer aniversario —el
joven Calizaya había decidido preparar pastas para una
noche romántica— ella quiso comentarle al respecto,
pero, al ver su afán por la comida y la charla sobre el
trabajo y los planes para las vacaciones, ella optó por
solamente escucharlo. Quizás él hubiese percibido el
gesto de impaciencia de su esposa o también la mirada
fija que siempre usó para pedirle hablar. Fue inútil. La
joven Hernández tampoco se negó al resto de la velada.
Una noche no lograron dormir, los gatos
gritoneaban y maullaban con escándalo. La pareja se
movió con cuidado para encontrarlos. Él, con pijama
y en la oscuridad, dijo que sería interesante verlos.
Nunca antes había visto a los gatos haciendo sus
cositas. Aunque los felinos percibieran la presencia
de sus amos, estos seguían con los ruidos y maullaban
concentrados en su privacidad nocturna. Entonces,
la joven Hernández fue rápidamente por agua y a
encender la luz. Con la sala iluminada, alcanzó a verlos
estáticos y alejados, uno al lado de otro, conscientes de
la interrupción, dirigiéndole una mirada intrigante. Ella
los vio y creyó haber encontrado su expresión y la de su
esposo en sus miradas. Tras un segundo de silencio, la
mujer bebió el vaso y los reprendió en un parloteo que
48
los felinos escucharon con las orejas muy levantadas.
—Sus caras, ¿no te recuerdan a nosotros?
—¿A qué...?
“Tal vez sea yo —pensó la joven Hernández, ya
en la cama— y en realidad estoy exagerando. Míralo.
Durmiendo como un idiota que no entiende nada. No
puedo creer que él no se dé cuenta. ¿En qué momento
dejamos de entendernos? ¿En qué momento todo
cambió? ¿O será cierto que el matrimonio destruye
relaciones?” Con esas ideas sobrevolando su cabeza
apenas descansó en la noche.
En el kindergarten sintió por primera vez el
cansino trabajo con los niños, el griterío que competía
por el volumen más alto y ella sentada, cabeceando y
con ojeras. Una colega lo notó y le recomendó una taza
de café. El aroma y el calor de la bebida la reconfortaron.
Tuvo la sensación de que algo resquebrajaba su
matrimonio ideal.
Desde ese día, ella empezó a guardar rencor a
los gatos. Ya no les servía comida y también, desde la
reprimenda, ellos se habían distanciado y se arrimaban
más al joven Calizaya, a quien ronroneaban y
maullaban en tonos melodiosos, dormían en sus faldas
y siempre salían a recibirlo. Ella los miraba de reojo.
49
El desprecio crecía en silencio y se cultivó como un
tumor putrefacto que tejía una red en su interior. Su
esposo la notó cambiada. El semblante que, durante el
noviazgo, parecía risueño e indiferente, cambió a uno
agrio y de aire cansado. “¿De qué está molesta? —
pensó él, mientras ella dormía de espaldas—, trata de
fingir que está todo bien conmigo, pero en realidad hay
algo extraño en ella, ¿será que se cansó de mí?, ¿será
eso?”
Y lo habló con sus compañeros de trabajo
durante el desayuno de las diez de la mañana. Uno
de ellos le dijo: Viejo, te están metiendo los cuernos
entonces, segurito es eso. ¿Están bien en lo que... ya
sabes?, ¿es distinta contigo?, ¿ha mirado su celular
y ha sonreído al recibir un mensaje? Él no recordaba
cuadros así y tampoco había estado al pendiente de su
pareja. No sé. Fíjate eso, si es así segurito que alguien
te la está queriendo serruchar.
Con las advertencias de su compañero, él regresó
temprano a casa; la sorpresa no se hizo esperar pues,
tras abrir la puerta, encontró a su esposa estrangulando
a uno de los gatos. Quizás ella no sintió cómo él abría
la puerta y la hallaba agachada con el felino haciendo
lo posible por escapar. Ella se detuvo y se vieron, el
50
rostro de la joven Hernández lucía calmado como aquel
día del compromiso. El joven Calizaya pasó recto sin
hablar y buscó al otro animal, al que también agarró
del pescuezo. Se agachó, casi en paralelo a su esposa, y
dijo:
—¿Así?
Y ambos parecieron entenderse de nuevo.

51
52
Daniel
CANALS FLORES
Mi nombre es Daniel Canals Flores,
de origen español, me gusta escribir
microrrelatos y relatos, inspirado por
lecturas de Charles Bukowski, Fante,
Steinbeck o los grandes maestros rusos.
He autopublicado varios libros dentro de
los géneros de Terror y Ciencia Ficción,
aunque también escribo prosa poética.
Sus títulos son: “Divorcio Diferido”,
“Divorcio Diferido II El sueño de
Berenice”, “Divorcio Diferido III El
aquelarre”, “Microrrelatos”, “Asesinato
Comprimido”, “Ténebrum”, “Tú, robot”
y “Akirestexia La crisálida”.

Links autor:
https://literaturacincopuntocero.

53
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DivorcioDiferido/
Instagram: danielcanalsflores1 /
Twitter: @DanielCanalsFl

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CAZA FRUSTRADA
Basado en una leyenda irlandesa...

Era tarde cuando, Hank y Tom, salieron del


tabernucho con una tremenda borrachera. La Navidad
justificaba su estado y no eran los únicos. Mike, el
tabernero, iba igual de ebrio que ellos y, unos instantes
antes, les había aconsejado:
—Teeeeened cuidao con el gaaato
navideeeeñoooo, ¡hips! Saale esta noooche a comeeer,
¡hips!
¿Qué les importaba aquella maldita tradición
infantil? Eran rudos cazadores y aquellas patrañas no
iban con ellos. Según la leyenda, el gigantesco felino
salía a comer una vez al año y solía devorar a los
niños perezosos que no llevaran una prenda de ropa
nueva regalada por su buen comportamiento, así que
la advertencia de Mike les pareció ridícula y fuera de
lugar. Fue Tom el que tuvo la culpa, al sugerir burlón:
—¿Qué te parece si vamos a por ese maldito gato
y le damos un poco de esta? —dijo, mientras acariciaba
la escopeta de dos cañones colgada en su hombro—.

55
Quizás podemos vender la piel a buen precio.
Hank escupió en la nieve antes de responder;
como buen irlandés solía hablar poco y pensar menos,
era un puro témpano empapado en whisky:
—Sí —respondió lacónico—. Vamos.
Declinaba el crepúsculo justo cuando llegaron
a la linde del bosque. Encendieron las linternas,
internándose en la negritud. Los haces de luz mostraban
los pequeños árboles retorcidos por las crueles ventiscas,
la nieve crujía bajo sus pies y un búho ululaba, de
hambre, en algún lugar indefinido entre las ramas.
Aquel paraje causaba respeto incluso al más lanzado.
—¿No habrá trampas? —preguntó Hank,
precavido, en un momento de lucidez.
—Así es más emocionante —respondió Tom,
aún envalentonado.
—Necesito mear, Tom.
—¡Ja, ja, ja! Ten cuidado a ver si vas a ser tú el
que se quede sin cola con el frío, —riendo satisfecho
con su chiste, añadió—: igual te la arranca el gato de un
zarpazo...
Pinchado en su orgullo etílico, Hank no
respondió. Apoyó la escopeta en un árbol y dejó la
pesada linterna en el suelo, liberando así sus manos para
56
desabrocharse el botón. Tom, burlándose, emulaba el
ronroneo del gato mientras jugueteaba enfocando hacia
su amigo. De repente, un maullido se amplificó por
mil convirtiéndose en un poderoso rugido. El sonido
salvaje retumbó, en medio de la oscuridad, inoculando
un miedo cerval en su espina dorsal. Sin tiempo a
reaccionar, una inmensa masa de pelo negro cayó sobre
él, como un alud inesperado; Hank, de espalda, no se
había percatado de nada.
Lo último que pudieron contemplar los ojos
vidriosos de Tom, incrustados aún en su decapitada
cabeza, fue el cuerpo de su amigo volteado por los aires,
como una madeja de lana, entre las patas de un gato
gigantesco. Aquellas navidades ningún niño se había
portado mal, los cazadores no llevaban ninguna ropa
nueva y el felino tenía hambre, tras un año sin comer,
mucha hambre...

57
EL JARDÍN DEL EDÉN
El vetusto gato yacía en el alféizar de la ventana,
con una de sus patas sobresaliendo del poyo. Curtido en
cien batallas y asesino de mil ratones, soñaba tranquilo,
sin prisa. Estaba en el cielo de los gatos, rodeado de
gatas en celo, borlas de lana y jugosa comida enlatada.
Había hasta un cagadero de arena personalizado con su
nombre. Los niños no tuvieron compasión; ataron un
petardo a su cola, lo encendieron y corrieron a ocultarse
entre los matorrales. ¡Boom! El gato ni se inmutó,
llevaba ya varias horas muerto…

58
AMOR GATUNO
Ainhoa tenía dos grandes pasiones, si podemos
llamarlas así, íntimamente relacionadas. Pasear por la
antigua estación del tren y recoger gatos abandonados.
Eran su perdición y le gustaban todos. Su increíble
instinto protector le hacía preferir los más desvalidos
y enfermos. Si encontraba uno de estos, no dudaba en
llevárselo al orfanato para cuidarlo y curarlo hasta que
se reponía, todo eso siempre a escondidas de las monjas.
Algunas veces se le morían también, los más malitos.
En esas ocasiones, practicaba una pequeña fosa en el
inmenso jardín y los enterraba.
Años más tarde, cuando ya Ainhoa vivía con su
familia adoptiva, el ayuntamiento de la ciudad decidió
cerrar el orfanato para construir un supermercado en
el solar. Al excavar encontraron miles de cadáveres de
gatos enterrados. Nadie pudo explicarse qué es lo que
había sucedido allí.

59
PASIÓN DESENFRENADA
A Misha, la gata de casa, le estorbaba tanto
revuelo. Cuando el infiel marido se enroscaba con su
voluptuosa amante en el lecho conyugal, solía echarla
de allí.
—Déjala, así mira —decía la mujer, mientras
deslizaba su ropa interior hacia sus tobillos. A Misha
le desagradaba su olor, no era el mismo aroma de su
verdadera y querida propietaria.
Una tarde, hacían más ruido que nunca por lo
que la gata decidió autoexcluirse con las bragas de la
dama enredadas en la cabeza. Al concluir su sesión de
amor, la pareja las buscó infructuosamente:
—¿Estás segura de que las traías? —preguntó
él, algo angustiado, a su veleidosa amante.
—¡Ay, no sé! Me haces dudar. Creo que sí, pero
como a veces no me las pongo...
Por la noche, tras la cena, el matrimonio
disfrutaba de un merecido descanso en el sofá. Ante la
atónita mirada del marido, Misha saltó sobre el regazo
de su ama con el preciado regalo que había cazado para
ella...

60
TRES SON MULTITUD
Se estaban arrancando los ojos. Una rata,
muerta y apestosa, rezumaba sus jugos interiores en
el ardiente asfalto. Valía la pena perder un ojo por tan
excelso bocado, debían estar pensando los felinos.
Una sombra los cubrió fugazmente. Un cuervo negro
había despegado el cadáver del suelo con un certero
tirón. Remontaba el vuelo despacio, debido al peso
adicional, cuando ambos gatos se abalanzaron sobre el
ave, matándola en el acto. Cada felino cogió una presa
y se alejó, prudencialmente, a lamerse las heridas bajo
el sol.

61
62
Homero
CARVALHO OLIVA
Bolivia, 1957, escritor y poeta, ha
obtenido varios premios de cuento,
poesía y novela a nivel nacional e
internacional. Su obra literaria ha
sido publicada en otros países por
prestigiosas editoriales y traducida
a varios idiomas; poemas, cuentos y
microficciones suyas están incluidos
en más de cincuenta antologías
internacionales, además de revistas
y suplementos literarios por todo el
mundo. Es autor de antologías de poesía
boliviana, de cuentos y microcuentos
internacionales publicadas en varios
países.

63
EL PARAÍSO DE LOS GATOS
Los primeros gatos llegaron al hangar del
aeropuerto de El Alto en jaulas hechas especialmente
para ellos, a las pocas horas siguieron llegando otros
en jaulas improvisadas y luego lo hicieron en cajones
de madera, cajas de cartón y hasta en grandes maletas
viejas a las que habían abierto agujeros para que los
felinos pudieran respirar. Había gatos callejeros, de
familia, de escuelas, de pensiones humildes y de
restaurantes lujosos. Pasaron las horas y algunos de
los animalitos que habían sido donados por sus dueños
empezaron a extrañar el calor de sus hogares y otros,
los sin dueños, estaban felices con la supuesta aventura.
El enorme tinglado se llenó de maullidos y de
especulaciones, los gatos, de todos los colores y de todas
las razas, murmuraban que estaban allí como producto
de una campaña de recolección de gatos para llevarlos a
algún lugar de Bolivia, a un lugar desconocido, hablaban
de muchos ratones para comer y algunos comentaban,
preocupados, haber escuchado sobre una aterradora
enfermedad que estaba diezmando a los habitantes de
una ciudad perdida en la selva amazónica.

64
Mientras los gatos discutían su futuro los
soldados del hangar militar alistaban un avión Hércules,
“es la nave más grande de todas”, afirmó un gato
siamés que se las daba de informado. De pronto, un
coronel, que hacía el inventario de las jaulas, tomó su
Walkie Talkie y dio la orden de que ya no llevaran más
gatos: “ya no entra ninguno más en el avión, tenemos
más de quinientos, creo que es suficiente”, aseguró el
uniformado.
Mientras los subían a la panza del avión los
gatos escucharon que el plan de vuelo era llegar a San
Joaquín, un pueblo en el departamento del Beni, donde
se había desatado una epidemia de fiebre hemorrágica
que mataba a los seres humanos en pocos días y que ellos,
los gatos, en el año del Señor de 1960, estaban yendo a
salvar a la desesperada población. El comandante de la
aeronave comentó, con su copiloto, que los gatos eran
la solución, entretanto los científicos del mundo entero
encontraban la cura. Sin saber muy bien cuál sería la
misión los felinos se sintieron orgullosos de que los
hayan elegido a ellos y no a los perros que, siempre son
elegidos por los humanos para ayudarlos en misiones
de rescate o de búsqueda, ahora podrían demostrar
su verdadero valor. Ya en pleno vuelo un cachorro
65
contó que a su pequeño amo lo habían convencido con
el argumento de que su gatito sería un héroe, que le
levantarían una estatua y todos lanzaron un murmullo
de aprobación.
Varias preguntas flotaban al interior de la nave:
¿Cómo iban a salvar a los habitantes de esa lejana
población?, a algunos de ellos los invadió el temor a
lo desconocido: ¿A qué se enfrentarían? ¿Cómo era el
enemigo? Volaron un par de horas y aterrizaron en una
pista de tierra. Cuando descargaron las jaulas quedaron
sorprendidos, ni en sueños habían imaginado que tanta
gente hubiera ido a esperarlos; mientras los vitoreaban,
abrían las jaulas, las cajas y las maletas. Los mininos
se sintieron amados, luego el coronel, al que los
felinos miraban con recelo, porque en el aeropuerto
había ordenado que no les dieran alimentos, miró a los
animales y, con voz marcial, ordenó que los suelten:
“¿Están con hambre? Vayan a cazar ratones, no dejen
ni uno, porque esos roedores son los que han traído la
peste a este pueblo. Mátenlos a todos”, los arengó como
si fuera su ejército privado, los soldados terminaron
de abrir las jaulas y una marea peluda inundó la pista
dirigiéndose al pueblo. Los niños los miraron pasar con
mucha admiración.
66
Los gatos invadieron el poblado, casa por
casa, había muchas viviendas vacías, los habitantes
que se habían quedado porque no tenían dónde irse,
les abrían las puertas de sus hogares y los bendecían.
Los gatos habían llegado al paraíso, habían vuelto al
antiguo Egipto donde sus antepasados eran venerados.
En pocas semanas los roedores, que contagiaban el
virus machupo, que producía el mortal tifus negro,
como también llamaban a la tristemente célebre fiebre
hemorrágica que se había apoderado de la población,
lograron exterminar a la mayor cantidad de ratones,
el resto huyó al monte y allí fueron devorados por
los pocos gatos monteses, pumas y jaguares, que
habían sobrevivido a la cacería de los hombres que
los aniquilaban para vender el cuero y los colmillos,
exterminio que había causado la proliferación de las
ratas portadoras del virus.
Meses después llegó la cura, pero ya quedaban
pocos enfermos, los gatos habían hecho su trabajo
prolijamente y erradicado el mal del pueblo y sus
alrededores. Nunca les levantaron un monumento a
los gatos, con el tiempo la mayoría de la gente que
escapó a otros pueblos volvió a su hogar a rehacer
sus vidas; algunos valientes legionarios peludos
67
fueron envenenados por los dueños de las casas que,
al retornar, se molestaron porque las vieron invadidas
por gatos que se habían apropiado de ellas; otros
huyeron al monte y allí fueron cazados por feroces
depredadores. El paraíso se volvió un infierno. Con los
años se fue olvidando la gesta gatuna, algunos ratones
sobrevivieron a la masacre, se reprodujeron y sus
descendientes esperan su momento, porque saben que
los virus siempre vuelven…

68
Gustavo F
ESPADA V.
Nació el 7 de marzo del 2000 en Sucre-
Bolivia. Fue premiado en el concurso de
escritura epistolar lanzado por el club
del libro «Jaime Mendoza». En 2018,
obtuvo el segundo lugar del concurso
municipal «Juana Azurduy de Padilla»
modalidad poesía. Ha sido publicado
en la antología internacional Medellín-
Cochabamba 2019 en la categoría
cuento. Colaboró con la revista literaria
Mundo de Escritores primera edición y
la Revista Literaria Pluma en su octava
edición.

A mediados del año 2020, fue


seleccionado en el concurso
Internacional COVID 19 por Almandino
Editores, la Antología los Múltiples
69
Rostros de la Muerte por Aeternum
Editorial, Antología «Brevirus» por
la revista Brevilla, Relatos en Micro
lanzado por la municipalidad de Sucre
y la convocatoria Miscelánea Literaria
«Violencia en las Redes Sociales».

70
EL REEMPLAZO
Claudia acariciaba a su gato, cuyo blanco pelaje
creaba la ilusión de ser una nube sobre su regazo.
El trayecto de sus dedos iba de la cabeza a la cola,
acabando en un ronroneo. En ese punto de su vida,
cuarenta y cuatro años, había conseguido grandes
logros, pero ninguno como pasar el tiempo con el felino
que se pavoneaba de ser el heredero del apartamento.
Adivinaba cuándo su mascota tenía hambre, sueño o
aburrimiento. Ese animal era su perfecta distracción,
en especial, los días expectantes a la respuesta que
cambiaría su vida.
Despertó a las siete, en bata y con sus pantuflas
a medio salir, fue directo a llenar su platito con alimento
balanceado. Estaba de vacaciones, así que se concentró
en resolver sus asuntos; necesitaba la aprobación de
ese hombre que siempre andaba impecable, con la
corbata anudada al estilo Windsor, los lentes de carey
y los zapatos puntiagudos. Un sí era por lo que rogaba.
Cuando parecía que le iba a dar una respuesta afirmativa,
aplazaba sus palabras. Ella continuaba pendiente del
teléfono; no sabía nada desde su última cita. Se sentó

71
junto al aparato con un buen libro de pediatría, siempre
al tanto de su llamada.
Mientras, el gato merodeaba por su habitación.
Aterrizó al cajón de su ropa, ahí encontró algo con qué
calmar la energía de sus garras. Arañó una blusa costosa
y los pantalones habituales de Claudia. Al descubrir
su ropa hecha guiñapos, contuvo su enfado, tampoco
sabía cómo tomarlo. Sin embargo, al ver los trozos
de una prenda miniatura que guardaba meses atrás,
retrocedió furiosa buscando al culpable, lo llamaba y
solo escuchaba su propia voz. Recogió los jirones de lo
que solía ser un trajecito.
Desesperada, abrió un baúl donde había
múltiples objetos de costura. Se pinchó con una aguja
que andaba suelta, un puntito rojo brotaba de su dedo;
se lo chupó, no quería manchar el trajecito. De cuclillas,
puso los restos en sus piernas como si armase un
rompecabezas. Uno por uno reunió los pedazos de tela.
Con habilidad, insertó el hilo en la aguja y comenzó
a parchar los huecos sin mucha suerte. No se rindió,
continuó con el saquito. No había que darle vueltas al
asunto, lo que tenía sobre sus piernas ya no le serviría a
nadie, y ella se negaba a aceptar que era inútil.
Luego de sufrir por su pérdida, se levantó, fue
72
a la cocina y desechó el trajecito. «Le he dado tanto,
y me paga destruyendo lo único que tiene valor para
mí», pensó Claudia. Retomó su lectura, ¡sorpresa! Las
páginas del libro estaban ajadas. «¡Piensa como los
demás!», susurró Claudia. Estaba decidida a dar una
lección al gato, expulsándolo de su hogar. Sostuvo la
escoba, fue debajo de su cama y la metió para ver si
el gato salía por algún lado. No pasó nada. Sacó los
cajones de la cómoda, luego la apartó: el caos era más
de lo que un gato podría ocasionar.
Levantó su colchón, agitándose en el esfuerzo.
Ya no pensaba en lo que hacía. Fue al excusado, dejó
escurrir el agua y metió la mano hasta el fondo como si
el gato hubiese escapado por la cañería. Revisó la tina
donde había una abertura diminuta y puso el ojo. En su
arrebato, descorrió las cortinas, quizás el gato estuviera
en el andén, aunque este nunca hubiese conocido el
mundo exterior. Pasó a la cocina, tuvo la sensación de
que se ocultaba en los anaqueles; los abrió haciendo
caer latas de conserva, paquetes de galletas, envases
de café, mermelada y aceitunas. «¡Muéstrate, maldito
gato!», repetía. Retornó a su habitación. Esta vez
empujó su mesita de noche, esparciéndose por el suelo:
cigarrillos, revistas, monedas, exámenes y facturas.
73
Deslizó la puerta que daba a su balcón y dio un vistazo
al parque a lado de su apartamento. «No creo que haya
escapado, le da miedo salir», pensó Claudia.
El rubor de su cara seguía encendido. Caminó
hacia su santuario: la sala. Leyó las páginas que
quedaron, eran la mitad del total del libro. Intentaba
tragarse su reacción de hace unos minutos, pero su
preocupación inicial se fortaleció. «¿Por qué no ha
llamado? Han pasado semanas y el teléfono no ha
sonado ni una sola vez. Sé que no soy la única, pero
confío que me dirá la verdad». Cuando sus cavilaciones
se detuvieron, ella notó que estaba deshojando el libro.
Al final, lanzó el libro con furia.
Se sentó de nuevo en su gran sillón, tocó los
brazos de madera palpando arañazos. «Ese gato va a
matarme de rabia» se dijo. Lloró. Estaba derrotada, su
impotencia le decía que abandone el lugar, dejando su
casa libre para que algún ratero intentase vivir con su
endemoniado gato.
Se secó las lágrimas con el dorso de la mano.
Miraba el desastre en que se había convertido. Llamar a
su madre no era una buena idea, se comunicaría con ella
al instante que le den la respuesta. Ambas compartían el
mismo anhelo. Incluso ella la acompañó a encontrarse
74
con varios hombres trajeados. La vez que Claudia se
exilió en la tristeza de su habitación, su madre sospechó
que le habían dado otra negativa, así que la reanimó
dando un paseo por la ciudad. «Vamos, no es para
tanto. Tú vales más, nadie puede juzgarte con que has
fallado». «Tú lo consideras algo sin importancia porque
no tuviste que sufrirlo, en cambio, para mí es mi mayor
aspiración», le respondió a su madre.
Había dormido por horas. Le dolía la espalda.
Todo seguía igual, el gato no aparecía. Como si sus
plegarias fuesen escuchadas, vio una cola debajo del
sillón. Dijo el nombre del gato, este solo bamboleó
su cola. «¡Ni tú me haces caso! Cuando esté él, todo
va a ser diferente. Voy a poder deshacerme de ti y mi
mundo será de pura felicidad. Porque tú destruyes mi
vida». De una patada hizo volar el mueble. Ahí estaba
el gato, asustado de la histeria de su dueña. Ella agarró
la escoba, pretendía expulsarlo a escobazos, hasta que
el teléfono sonó.
«Hola, sí, ella habla», contestó. El gato se
mantuvo quieto, entendía que debía ser castigado, y
afrontaba las consecuencias como un valiente. «¡No
creo!», dijo sin sorpresa. La postura del gato era la de
una estatua egipcia. «¡No puede decirme que no!»,
75
dijo entrecortando cada sílaba. Después de un breve
ataque de nervios, Claudia colgó el teléfono odiando
al médico con quien habló. Inclinó la cabeza hacia el
gato. «Infertilidad… me la diagnosticaron tres veces,
una cuarta ya no es un error. Olvidemos todo. Yo te
tengo a ti y tú me tienes a mí». El gato se echó para
que lo acariciara. Ella lo alzó y comenzó a ordenar su
apartamento, mientras las voces de los niños del parque
se colaban por el balcón.

76
Tania
HUERTA
(Lima, Perú) Editora y correctora de
estilo de Sakra Media Group SAC.
Publicó “El Pelado Jairo” en la
antología Horror Queer, “Aconitum”
en la antología Steampunk Terror,
ambas de Editorial Cthulhu (2018).
“Piedra Negra” en la antología Cuentos
Peruanos sobre Objetos Malditos de
Editorial El Gato Descalzo (2018).
“Esther” en la antología Pesadillas II
de Editorial Apogeo (2018). “Amor
Eterno” en la antología Cuentos sobre
Brujas de Editorial El Gato Descalzo
(2019). “Reina Ukucha” en la antología
Héroes peruanos de Ediciones Altazor
(2019). “Puno” en la antología Zomos
Zombis de Ediciones Altazor (2020).
“Polvillo Azul” en la antología El día
que Regresamos de Pandemonium
77
Editorial (2020). “Madre Féretro”
en la Revista Relatos Increíbles
N. 21 (2021). “Un nuevo hogar”
en la antología Proyecto Carrie
de la editorial Raíces Latinas
(2021). “Olimpia” en la antología
Ucrónica y “El Ferrocarril Central”
en la antología Hiztoria del Perú,
ambos de Pandemonium Editorial
(2021). “Expiación” en la antología
Presbítero Eternos residentes de
Ángeles del Papel Editores (2021).
“Claridad tranquila” en la antología
Cuentos del Bicentenario de
Pléyades Ediciones (2021). Participa
como autora invitada en la Antología
en honor a Stephen King de la revista
española El Círculo de Lovecraft con
su cuento “Querida Annie” (2020).
Compila los libros Dismórfica de
autores varios y Códice infame
del autor Carlos Carrillo, ambos
de Pandemonium Editorial
(2020) y es una de las editoras del
78
libro binacional Pacífica, crónicas
atemporales de guerra de Pandemonium
Editorial (2021). Cuentos de su autoría
han sido publicados en varias antologías
digitales nacionales y extranjeras. Es
dueña del Blog Pies Fríos en la Espalda.

79
LA PROCESIÓN DE LOS GATOS
Micky agonizaba, la grave herida causada por
Mateo había sido fatal, los intestinos se enroscaban
sobre él como pedazos gelatinosos de serpientes
sonrosadas cubiertas por una baba sanguinolenta. Sus
últimos gritos de dolor eran espeluznantes, salidos de lo
más profundo de su partido cuerpo y de su efímera alma,
que ya volaba hacía ese paraíso que dicen que existe al
final de aquel puente del que tanto he escuchado hablar.
El resto de nosotros también llorábamos,
gritábamos a todo lo que nos daban nuestras gargantas,
el escándalo no podía ser más grande, pero era lo que
merecía un compañero caído. Rodeamos el cuerpo del
difunto y con gran dignidad nos posamos a cada lado
de las extremidades de nuestro amigo y, tomando cada
una, lo levantamos para darle sepultura. Nos pusimos
en dos pies con esfuerzo, irguiendo nuestro cuerpo
como aquellos que abusaban muchas veces de nosotros
y como el que, aprovechando su tamaño y ventaja de
fuerza, había apuñalado a Micky por el solo hecho de
buscar comida.
Me puse al frente para dirigir la procesión,

80
mis pequeñas patas aguantaban mi peso y mi cola se
contoneaba en busca de equilibrio. Mi maullido más
grave dio inicio al desfile fúnebre que acostumbrábamos
hacer cuando alguno de nosotros perdía la vida en
cualquier circunstancia.
Avanzamos cubiertos por la benevolencia de la noche
que no permitía que los seres inferiores nos vieran, esos
que solo eran superiores en tamaño, pues en inteligencia,
valor, lealtad y bondad, distaban grandemente de
nosotros.
—¡Pandedios! —me llamó uno de mis
compañeros—. ¿Esto quedará así?
Negué con la cabeza recordando por un
momento, en su llamado, a la humana que me dio ese
nombre y que usaba por mi propio gusto anteponiéndolo
a mi nombre real.
Añoré por un segundo los tiempos en que era
una mascota, la comida diaria sin tener que pelear por
ella o buscar en los basurales con el peligro de cualquier
maltrato. Evoqué el mullido sillón de la sala y sus tibias
piernas donde podía dormir sin tiempo, ella no se movía
hasta que yo despertaba. Rascaba detrás de mis orejas,
yo era feliz y se lo hacía notar con mi suave ronroneo
mientras sobaba mi cabeza en su cuello. Pensé que esa
81
vida sería perpetua pues no conocía otra.
Mateo llegó y se acabó la paz de mi hogar, él
no le permitía tenerme en sus brazos ni dormir como
siempre lo habíamos hecho, uno al lado del otro. Me
fue relegando a la sala, luego a la cocina y finalmente al
patio. Yo miraba por la ventana todo lo que había sido
mío; ella salía por momentos a prodigarme su cariño y
darme lo que buenamente le sobraba de sus alimentos y
yo le correspondía con agradecidos maullidos.
Esa noche, acostumbrándome estaba al cruel
frío del patio, me enroscaba buscando un poco de calor
y mi frondosa cola cubría mi nariz y rostro del viento.
La puerta que daba a la casa se abrió violentamente
y ella corrió hacia afuera, Mateo la tomó del cabello
arrastrándola a la cocina entre los gritos de ayuda que
él calló con un golpe en su boca que tantos besos me
había regalado.
Salté poseído por una fuerza que mi pequeño
cuerpo no conocía, me prendí del pecho del desquiciado
hombre, con las uñas abrí delgados surcos en su piel, de un
manotazo me lanzó al piso entre insultos y maldiciones.
Volví a arremeter saltando sobre él, me prendí de su
cabeza abrazándola desde atrás, mis uñas se clavaron en
sus ojos haciéndolo gritar de dolor, desesperado jalaba
82
mi piel y mi cola casi arrancándomela; mis fuerzas
menguaban, él me sacudía violentamente junto con su
cuerpo. Tomé un último aliento y mi garra hizo presa
de uno de sus ojos donde la hundí lo más que pude,
aulló enloquecido de dolor, jaló mi pata que soltó su ojo
llevándose una parte de este. Lo último que sentí fue su
pie golpeándome, haciéndome volar por los aires para
luego caer inconsciente. Desperté con la mandíbula
quebrada, múltiples heridas y la pata delantera partida,
la perdí.
No volví a saber nunca de mi bondadosa
humana, creo que cruzó el puente de la leyenda.
Yo me quedé rondando, viviendo de la caridad
de la gente y sobreviviendo a su crueldad. Siempre
cerca de Mateo, pero lo suficientemente lejos para que
no supiera de mi existencia.
Hoy se ha llevado la vida de uno de los míos.
Esta vez no quedará así. Nunca más verán al tuerto
Mateo. Esta noche su nombre permutará, esta noche se
apagará su luz. Hoy iré tras el restante, hoy su ojo se
quedará para siempre en mi única garra.

83
84
RamiroAntonio
JORDÁN VERCELLONE
Escribir es reinventarse, transmitir
sentimientos y sueños.

Libros publicados: ¨ANOCHE


EL CIELO SE INCENDIÓ¨
¨UNICORNIO¨ Libros de poesía.
¨EL LATIDO DE MIS HUELLAS¨
Libro de cuentos y reflexiones.
¨Encuentros/Desencuentros¨, libro
escrito con Eliana Soza donde
ella con microficción de terror y
yo con poesía logramos un juego
interesante. ¨SOLO POR QUE SI¨
libro digital publicado con el grupo
SERENDIPIA.

En cartera tengo un libro de poesía


castellano-guaraní-castellano.

85
Participo con mis textos en varios
grupos del FB, y estoy incluido
en varias antologías de poesía,
microficción y cuentos breves.
Realicé un viaje a Chañaral, Chile, a
un encuentro de escritores.

Soy un escritor tardío pues recién me


inicié en este arte el año 2010, antes
mi vida iba por caminos distintos,
ni mejores ni peores, simplemente
distintos.

Mi proyecto es seguir en esta loca


aventura (poco entendida), pero estoy
muy feliz de ser parte de ella.

86
DESCUIDO
Chavelita era una niña de 12 años, hija de José
y María, una pareja de gente muy trabajadora que
amaban a su niña, además de los tres, tenían una gata
de color negro llamada Azabache que era la adoración
de Chavelita. Vivían en una casa muy limpia llena de
plantas. María tenía un cuarto que lo ocupaba para
trabajar en sus ratos de ocio y Chavelita lo usaba para
jugar con Azabache y hacer sus tareas, pues era una
niña muy aplicada y obediente.
Una tarde gris y por un descuido la madre
de Chavelita dejó la puerta de la calle abierta. En
un instante la niña salió corriendo y persiguiendo a
su gata. Fue en ese segundo que apareció un auto a
toda velocidad y atropelló a la niña quien sufrió varias
heridas y después de varios días falleció. Azabache
durante todos esos días no se separó de la niña y cuando
ella murió lanzó un maullido que se escuchó en todo
el hospital desapareciendo por varios días del hogar
huérfano de Chavelita.
Luego del velorio y entierro y después de unos
días, María se deshizo de todas las pertenencias que

87
le recordaban su hija: cuadros, ropa, juguetes, en fin,
todo lo que era de ella, menos de su gata, pues no
sabía por qué, la felina color negro azabache desde
el accidente, rondaba día y noche como si buscara a
Chavelita y observaba a María con ojos casi humanos.
Si María cocinaba, sus ojos la seguían, cuando regaba
las plantas la observaban, si María se bañaba, la mirada
la atravesaba. Ella y su marido sufrían mucho por
la muerte de la niña. María guardó un luto estricto
varios meses y el padre empezó a llegar más tarde cada
vez; con aliento a aguardiente y otras veces ebrio y
así, pasaron los meses. En la casa solo se escuchaba
el lastimero maullido de Azabache que observaba a
María con los ojos cada vez más brillantes, como si en
su interior algo le ardiera.
Un día María con varios ovillos de lana de
diferentes colores se puso a tejer una chompa para José.
Estuvo tejiendo durante tres días y cuando estaba por
terminar el tercer atardecer se durmió sentada rodeada
de lana. Por la noche llegó José y le resultó curioso
el silencio de la casa, cuando entró a la sala encontró
un gran ovillo de lana y a María en el centro muerta.
Azabache miraba la escena con ojos brillantes casi
humanos, relamía las uñas y ronroneaba satisfecha.
88
María
LARRALDE
María Larralde (Es
paña, 1970). Enfermera especialista
en Salud Mental y Psiquiatría por la
Universidad de Alicante.

Creadora de la página Web de Literatura


Historias Pulp 2016.

Enlaces de interés:
• Web Historias Pulp
• La Guarida de El Caníbal.
• MacReady
• Área Literaria de María Larralde

Publicaciones de novelas y relatos:


En el año 2014 comencé a publicar
por mi cuenta los relatos que por aquel
entonces comenzaba a escribir, así vio

89
la luz mi primera publicación de
relatos El purgatorio y otros relatos.
Editorial Tagus. Casa del Libro,
2014. Desde entonces he publicado
una gran cantidad de relatos y
novelas que he autopublicado con
el sello Historias pulp. La web
Historias Pulp fue creada en el año
2016 junto a Elmer Ruddenskjrik
y desde entonces realizamos un
trabajo editorial de las revistas
Historias Pulp basadas en concursos
sobre películas de culto. Además,
publicamos nuestros propios relatos
y novelas en diferentes líneas dentro
del sello. Mantenemos un blog activo
de literatura y desde el año 2019
llevamos el periódico de Ciencia
Ficción Fiction News este año
dedicado a sacar del olvido escritores
españoles de Ciencia Ficción
desconocidos o poco reivindicados.
Actualmente mantengo diversas
colaboraciones con editoriales tanto
90
de Hispanoamérica como españolas
siendo mis últimas colaboraciones con la
editorial PDB ediciones, Pandemonium
Editorial y 2Cabezas editorial además
de Espadas Salvajes y Arachne.

91
EL GATO
Me gustaba sentarme en el sofá y mirar la
televisión mientras él se paseaba parsimoniosamente
por delante, sobre la alfombra, entre la mesita de
sobremesa y el mullido sofá, como queriendo llamar
mi atención.
Yo, a veces, no sabía si requería mimos o
comida. Son animales caprichosos, siempre se dijo.
Independientes y con personalidad. Sus ojos se abrían
grandes y profundos por la noche, llamando mi atención
hasta el punto de sobrecogerme, haciendo que me
marchara para acostarme en otra habitación ya que su
absorta mirada vacía de sentimientos me inquietaba. A
veces hacía ruidos como de rascado mientras rebuscaba
detrás de algún mueble, no sé con qué intenciones.
Quizá había avistado alguna cucaracha o ratón y andaba
entretenido un buen rato en este menester cazador y
estratega.
Con sus patas traseras se aupaba para impulsarse
sobre mí y dormir tranquilamente en las tardes de
invierno, en un arrullo que a él le debía hacer sentir
reconfortado pero que, en ocasiones, me agobiaba de

92
calor.
Llevábamos mucho tiempo juntos hasta que un
día supe que debía abandonarlo o, peor aún, matarlo.
Estaba en juego mi vida.
Ese día, sin aparente motivo, cuando me
encontraba profundamente dormido, me despertó un
agudo dolor en mi abdomen. Desperté de un salto y
reaccioné a tiempo de librarme de su siguiente y grave
mordedura. Con cara enloquecida, mostrando sus
dientes con ferocidad, me había arreado tal mordisco
que mis carnes habían sido parcialmente arrancadas.
Mi primer impulso fue dar un salto hacia atrás
y correr para evitar el siguiente ataque, para el que de
nuevo estaba dispuesto. Su cara estaba casi desencajada.
Me parecía estar viendo al mismísimo diablo a cuatro
patas, bufando erizado, colérico, hambriento, quizá.
Yo no sabía qué le ocurría, no podía imaginar
cómo aquel animal, el más querido por mí, el único
realmente amado y cuidado por mí, podía agredirme de
aquella manera…
A no ser que... a no ser que… Sin saber cómo,
comprendí.
Miré la casa. Todo estaba cerrado a cal y canto.
Las paredes estaban arañadas, arrancada la pintura,
93
había grandes agujeros en los zócalos. Los espejos
estaban tapados con sábanas, quizá para no ver su
progresiva transformación. En mi casa no entraba el sol
desde hacía semanas y Manu no había salido a comprar
comida en todo ese tiempo. Quizá tenía hambre y fui lo
único que encontró para saciar su instinto animal.
Corrí, corrí como loco para librarme de su
persecución violenta. La trampilla para gatos de la
puerta de la cocina me libró de ser devorado. Jamás
volví a la casa de Manu.

94
LA SILLA
Tengo que confesar un crimen que no cometí,
pero que celebro cada día. Yo, andaba siempre jugando
a su alrededor. Jugueteaba bajo su sombra que,
proyectada contra el suelo, ocre y arenoso, me indicaba
la hora del día cual reloj solar. Nunca la miraba a la
cara. Una vez, solamente lo hice una vez, hace mucho
tiempo, y nunca más me atreví a mirar directamente
aquellos ojos.
No estaba seguro de quién era Ella. Siempre
estaba allí, sentada en aquella silla, en aquel patio
interior de aquella casa perdida en algún lugar en el
mundo. Mis recuerdos puede que estén distorsionados,
ocupados por fantasías, alterados por distorsiones, pero,
aun así, algo de realidad hay en ellos. No sabía nada de
lo que ocurría a mi alrededor, era como un espectador.
Sé que entraba y salía gente. Yo aguardaba
a su lado, o debajo de Ella, agazapado y escuchando
palabras sin sentido. Un lenguaje extraño y gutural salía
de aquellas bocas. Ella les hablaba, ellos contestaban.
Uno tras otro, aquellos visitantes se acomodaban frente
a la silla; uno tras otro, recibían aquellos mensajes que

95
arrancaban muecas en sus rostros. Los visitantes, a
ellos sí los miraba, pero nunca supe quiénes eran. No se
parecían entre ellos. Sus caras deformes producían un
miedo profundo en mí, pero yo, bajo su silla o detrás
de Ella, me escondía y soportaba sus presencias. Nunca
supe desde cuándo mi existencia estaba unida a la suya.
Un día, uno de aquellos visitantes hizo que Ella
se levantara de su silla. Yo, asustado, no supe dónde
esconderme. Detrás de ellos había más visitantes que
me observaban, parecían traspasarme con rayos que,
desde sus ojos, proyectaban como miradas. Aquello
me dolía. Parecía quemarme la piel. Quise encontrar
un hueco; cerca, en la pared de aquel solar había una
vieja caseta de perro abandonada, allí me metí. ¿Hubo
alguna vez algún perro? Olía a perro muerto, pero
muerto no había ningún perro. Desde ese escondrijo
observaba la silla vacía. La presencia que me cobijaba
había desaparecido.
Se hizo de noche y la silla seguía vacía. ¿Qué
era lo que estaba ocurriendo? ¿Por qué Ella había
desparecido? ¿Quiénes eran todos aquellos visitantes?
Nunca me había encontrado tan desamparado. Sentía
frío y hambre. Estaba casi extenuado. La necesitaba. Y
por eso, solo por eso, salí de mi escondrijo y, husmeando
96
el suelo, seguí su rastro. La casa estaba a oscuras. Entré
sin hacer ningún ruido. Había varias estancias donde
yo nunca había entrado. Cuando Ella se levantaba
unos momentos, yo aguardaba detrás de la silla hasta
que volvía, pero esta vez no había vuelto. Tenía que
encontrarla. Sin Ella no podía sobrevivir mucho más
tiempo.
En una de aquellas oscuras habitaciones había
una cama grande, muy grande, casi deforme, que
ocupaba el espacio como una gran masa planetaria.
Olía a Ella. Despacio, sigiloso, me acerqué; las sábanas
caían hacía el suelo lánguidamente, como la lengua
salida de la boca de un ahorcado. Cogido a ellas, escalé
como pude hasta la parte de arriba, donde dos cuerpos
yacían desnudos. Uno de aquellos cuerpos era el de Ella.
El otro era uno de los visitantes, un ser desconocido.
Me acurruqué entre sus cuerpos, buscaba su
calor, lo necesitaba para recuperar algo de vitalidad.
Aquel visitante respiraba profundamente y sobre su
boca acoplé la mía, y comencé a absorber: me cedió
toda la energía de su cuerpo. Entonces ella despertó.
Me miró. Yo, asustado, retrocedí, me escondí
debajo de aquella cama. Durante unos minutos
zarandeó fuertemente al visitante. Pero aquel ser intruso
97
no despertaba, y Ella se levantó apesadumbrada. Yo no
podía mirarla y me escondía bajo la cama para que
su penetrante mirada no me traspasara. Sus piernas
desnudas se movían con ligereza por la habitación; con
una fuerza descomunal arrastró el cuerpo del visitante
hasta el patio; yo la seguía, siempre a su alrededor,
bajo sus piernas, alrededor de ellas, feliz, comencé de
nuevo a juguetear, con mi vitalidad recuperada. La
silla permanecía en su sitio, clavada en el centro de
aquella estrella dibujada en la arena. A unos metros de
distancia, una zanja, cerca del huerto, donde Ella cavaba
incansablemente. En ese agujero enterró el cuerpo del
difunto.
Yo, escondido de nuevo tras la silla, la esperé.
Volvió enseguida y, como siempre, los visitantes
comenzaron a pasar en peregrinación. Sus extraños
idiomas, carentes de todo sentido para mí, parecían
obtener respuesta de Ella: le tendían la mano, Ella la
cogía entre las suyas, miraba largamente y pronunciaba
palabras que producían efectos extraños en sus
semblantes o modificaban sus gestos. Todo había vuelto
a nuestra normalidad.

98
RuthAna
LÓPEZ CALDERÓN
(Sucre, Bolivia, 1968). Secretaria
ejecutiva, empezó a escribir hacia finales
del año 2010. De formación autodidacta.
Está incluida en el directorio REMES
(Red mundial de escritores en español).
Su obra se halla reflejada en la web
ARTE POÉTICA (Antología de poesía
universal) y ha publicado sus textos en
diferentes revistas literarias del ámbito
Internet, tales como Letralia, Almiar
y otras muchas. Sus poemas han sido
leídos en varios programas de radio en
Buenos Aires-Argentina.
Obra publicada:
●Poemario Desde las profundidades
(Black Diamond Editions, 2013, EEUU)
●Poemario Sin óbolos para Caronte
(Editorial El País, Bolivia, 2014)
●Poemas incluidos en “Palabras
99
descalzas” - Santa Fe-Argentina,
2014.
●Poemas incluidos en Los tres cielos,
(Editorial 3600, 2014).
●Poemas incluidos en La mano en la
palabra (Mediaisla, 2015)
●Poemario Itinerario de una
metamorfosis (MediaIsla, 2016)
●Poemas incluidos en Voces de
América Latina (MediaIsla, 2017)
●Poemas incluidos en Poetas
bolivianos contemporáneos
(Amargord, 2018)
●Poemas incluidos en Escritoras
Bolivianas Contemporáneas (Kipus,
2019)
●Poemas incluidos en Fragua de pre-
ces (Abra cultural – España - 2020)
Ganó la primera mención de honor
con el poemario “Sin óbolos para
Caronte”, en el concurso literario na-
cional, de la Sociedad Dante Alighie-
ri, año 2015.

100
MAGIA FELINA
¿Quién piensa en la estirpe,
en la aristocracia del gato,
cuando cayó bajo el hechizo
de esa mirada, de la tibieza
de su pelo, indiferente a su linaje?

Es una suerte de amalgama


entre la naturaleza del hombre
y el carisma felino:

Esa cola levantada,


las vueltas alrededor de las piernas.
Un ritual desapercibido
y somos parte de su entorno;
como el agua lo es de los peces.

¡Ah!, dulce encanto y desencanto...


El enigma del amor permanece.

101
NOSTALGIA DE LA SUAVIDAD
Se llamaba Pirulo. Ahora soy consciente de
que no es un buen nombre para un gato, pero él nunca
manifestó su desagrado; por el contrario, parecía feliz
cada vez que me escuchaba decir esa palabra. Surgió en
mi vida como un regalo, uno que vino en una olla, una
tarde cualquiera; una de aquellas que rondaba mi niñez.
Hay pormenores que se perdieron en mi
memoria, igual que se perdía él cuando solía subirse a
los árboles y se quedaba ahí un buen rato, escondido,
hasta hacerme sufrir por la angustia de su posible
desaparición, pero recuerdo nítidamente la aspereza de
la lengua que, al pasar por mi mejilla, me despertaba.
Al abrir mis ojos, los suyos estaban tan cerca que, en
vez de dos, podía ver cuatro ojos amarillos. Y nunca
olvidé ese ronroneo que espantaba al sueño y me hacía
saltar de la cama para ir a la escuela.
A mi regreso, jugábamos un rato. Luego yo hacía
mis tareas y Pirulo se iba por ahí a hacer travesuras. Yo
tenía ocho años y no entendía por qué se ausentaba días
enteros. Eso me afligía, pero cuando volvía a casa, todo
se recolocaba de nuevo.

102
Una vez, cuando vi que salía, lo seguí: fue
hasta el monte que había frente a la casa. Correteaba,
subía a los árboles y bajaba de un salto. Me pareció
tan divertido que lo imité, y ciertamente me costaba
un poco hacerlo con la rapidez que él lo hacía, pero
después de varios intentos, lo logré. Por un momento,
yo también me sentí gato. Luego se detuvo en unos
matorrales y comió una especie de pepitas negras; yo
también las comí. Cuando vi que anochecía, lo llamé
para volver a casa, pero él siguió por ahí, sin hacerme
caso. Yo apenas distinguía el camino, así que retorné
de inmediato. Estaba agotada. Me recosté un rato en
la cama y a los pocos minutos comencé a sentirme
muy mal. Tuve vómitos y mucho dolor de estómago.
Cuando se dieron cuenta en casa, no quise comentar
nada acerca de esas cositas negras que había comido.
Al día siguiente no pude ir a la escuela, pero Pirulo
apareció y permaneció a mi lado mientras yo seguía en
cama, sintiéndome mal. Nunca supe qué era eso que me
enfermó, pero no me importó: era un secreto entre mi
gato y yo.
Con los años, me demostró que los gatos
realmente tienen siete vidas. Pude verlo salir como si
nada de un envenenamiento, causado por un vecino
103
con la excusa de que perseguía a sus gallinas. También
fui testigo de su milagrosa recuperación cuando un
vehículo le pisó la pata. Vomitó sangre cuando algún
ser perverso le dio vidrio molido, pero siguió con vida
y por muchos años fue mi compañero. Siempre me
pareció fabulosa la elasticidad de sus movimientos, lo
silencioso de su andar; la destreza para caminar por los
tejados y caer siempre de pie; ese afán de acicalarse y,
sobre todo, la peculiar forma del iris de sus ojos.
No me gustaba cuando llegaban las vacaciones,
porque eso significaba que me enviarían a algún sitio y
tendría que dejar a mi gato. Ya era adolescente cuando,
al regresar del veraneo, me dieron la noticia: Pirulo
había muerto maullando y arañando la puerta cerrada
de mi habitación. Lloré durante varios días, entendí que
se puede morir de pena.
Cuando tenía diecisiete años, una amiga me
regaló una gatita bebé, porque sabía que, en el fondo,
yo jamás había olvidado a Pirulo. La llamé Gypsy y la
consentía mucho. Dormía conmigo; su lugar favorito
era mi cabello, allí se enredaba y solía quedarse dormida.
Era tan diminuta que tenía miedo de aplastarla, así que
aprendí a dormir muy quieta (Fue algo que me sirvió
como entrenamiento para cuando, años después, me
104
convertí en madre). Recuerdo muy bien la mañana de
zozobra que pasé el día que me desperté y comprobé
que no estaba junto a mí. Gypsy no aparecía por
ningún lado, busqué por toda la casa y no había rastro
de ella. Ya pasaba de mediodía cuando me refugié
en mi habitación, tenía un nudo en la garganta por la
desaparición de mi gatita. No sé cómo, vi que se movía
unas de mis zapatillas deportivas, y del interior salía
la peluda gatita. Jamás olvidaré la sensación de alegría
que me produjo volver a verla. Desde entonces, ya no
me extrañó que algunas de mis cosas cobraran vida y
comenzaran a moverse. Mis experiencias con Gypsy
fueron pocas ya que salí bachiller y me enviaron a otra
ciudad. Tuve que dejar a mi gata aún pequeñita. No fue
fácil.
Cuando me llamaban de casa, me contaban que
era una traviesa, que siempre buscaba la larga cabellera
de mi madre para jugar con ella. En una de esas
conversaciones telefónicas, me dieron la noticia: Gypsy
había muerto. ¿Murió de pena? Imposible saberlo.
También lloré amargamente, pese a mis dieciocho años.
Desde entonces, por decisión propia, ya no quise tener
más gatos. Pero siempre me encariñé con los ajenos.

105
Pasaron los años, sucedieron muchas cosas en
el mundo. Apareció el SIDA, cayó el muro de Berlín,
surgió internet. Comenzaron a clonar animales, hubo
terribles atentados terroristas. Surgieron nuevas pestes,
hasta que llegamos a la terrible pandemia del Covid-19.
Infinidad de muertos en el mundo. La vida cambió
drásticamente. Hoy caminamos, tocamos y respiramos
con temor. Las mascarillas son una pieza más en nuestro
vestuario.
Cada día escucho maullar a los gatos de las
casas aledañas, parece como si hablaran en ese extraño
lenguaje que puede confundirse con el de los niños
cuando lloran. Y recuerdo con nostalgia a mis gatos: Mi
Pirulo negro y mi Gypsy blanca. Una noche me acosté
apesadumbrada, como cansada de dormir y despertar
de nuevo para sumergirme en la pesadilla que es hoy
el mundo. En algún momento de la madrugada, sentí
una lengua áspera recorriendo mi rostro, y la presión
de unas pequeñas patitas sobre mi torso. Abrí los ojos:
en medio de la oscuridad brillaban cuatro pupilas de
gato...

106
Sarah Cecilia
MOSCOSO BARRIGA
Abogada titulada por la Universidad
Mayor Real y Pontificia de San
Francisco Xavier de Chuquisaca.

Forma parte de LIBEROAMERICANAS


80 POETAS CONTEMPORÁNEAS,
antología de poesía internacional que
reúne las voces de ochenta poetas de
nuestro tiempo, de toda América Latina,
España y Portugal.

Ganadora del Concurso nacional de


poesía “Guitarroesías” convocado por
la editorial 4Nombres Cartonera en
el marco del Festival Internacional de
Cuerdas organizado por el Círculo de
Cuerdas RED en la gestión 2019

107
Su poemario “Cada palabra un
truco” fue seleccionado para ser
publicado por Ediciones Jota y para
formar parte de su Biblioteca del
Bicentenario en la gestión 2020.

Forma parte de la antología de


Microcuentos “Sucre en Micro:
Memorias de la tormenta”. Concurso
convocado y organizado por la
Secretaría de Turismo y Cultura del
Gobierno Autónomo Municipal de
Sucre en la gestión 2020.

Fue Jurado del Concurso Nacional


de Cuento “Violencia de género”
convocado y organizado por el Club
de Lectura de La Paz en la gestión
2020.

Fue invitada a formar parte de


Festivales Internacionales de Poesía
en Argentina y Chile.

108
Fundadora y Coordinadora del Club de
Lectura Sucre desde la gestión 2019.

Coordinadora de eventos de la
Asociación de Poetas, Ensayistas y
Narradores de Chuquisaca en la gestión
2019. Secretaria de la Asociación de
Poetas, Ensayistas y Narradores de
Bolivia desde la gestión 2020.

109
NOCHE DE LUNA
Sé que te escapas por las noches
solo para ver la luna
con ese sigiloso andar
Te escondes en la oscuridad
te gusta la grandeza
y perderte en ella
Levantar los ojos
y observar las estrellas
Te encuentro bajo esa luz blanca
levantando el mentón
el viento eriza tus siete vidas
Solo tú sabes que ninguna pintura
pudo igualar la belleza
que esconden las noches de luna.

110
SABIDURÍA GATUNA
De ti tendría que aprender
a como caer de pie
a ser más idéntica a la lluvia
porque te soltaron desde las nubes
y cuando chocaste el suelo
no te partiste en dos.
Yo escondo miedos en la punta de mi lengua,
puedo esconder dolores en todo mi cuerpo,
guardo secretos en los rincones de mi corazón,
cuando me caigo siempre me hago daño.
Tú eres un protegido de la noche
explícame el motivo de tu caminar
siempre seguro ante la oscuridad
Si quieres dímelo en resumido
guarda algunos secretos
para tu próxima vida
cuando revivas cerca al Nilo
donde no piensen que traes la mala suerte
y valoren tu saber.
Yo siempre tuve la sospecha
de que aquel humano

111
que no admira a los gatos
en otra vida fue un ratón.

112
Luis Ignacio
MUÑOZ
Colombia, Taller de escritores
Universidad Central, Bogotá. Dedicado
a dictar Talleres de creación literaria.
Ha publicado poemas y cuentos en
las revistas Maguaré, Universidad
Nacional, Revista Trans-Fugas de
Bogotá, Hojas Sueltas y 7LUNE de
Venecia, Italia, 2015. Es autor de los
libros Reloj de aire, 2006; Cuentos para
rato, 2014; Inocencia de la noche, 2015.
Varios de sus minificciones están en
revistas y publicaciones internacionales
como Brevilla, Peuco Dañe, Entre
Paréntesis, Chile, Piedra y nido, La
batidora literaria, En pequeño formato
y Un café y cinco microficciones,
Argentina, Letras de Chile, Ikaro,
Costa Rica, Alquimia Literaria, España,

113
Delatripa, Nocturnario, Fantastique
y Monolito de México, La Esquina
Delirante, El Espectador, Colombia,
Plesiosaurio, de Perú, MenteKupa,
de Venezuela. Algunos microcuentos
en las antologías Hokusai, Bestiarios,
Brevirus y Quarks ediciones: 1bit
de terror, Microficciones andinas,
Campanadas; Mosaico, Atmosferas
Insólitas, Brevestiario y Antología
Hispanoamericana de Microficción.
Y en la prestigiosa Revista Litoral,
de España, 2021. Administra el blog
Letras Itinerantes.

114
LLAGAS EN SU ROSTRO
Maldito animal con su poder mágico y todo
su misterio, quién iba a pensar, que me acecharía tras
la entrada, si ni siquiera esperaba a nadie a esa hora
tan alta de la noche, ¿quién iba a venir a buscarme?
Imagínense, abrir la puerta de la casa a medianoche.
No lo creía ni me imaginé, mucho menos que iba a
reaccionar así de un momento a otro. Abrí ante unos
leves toques, tan sutiles y ese extraño impulso que me
llevó a acercarme a la hoja de madera, correr la perilla
y con la confianza del que espera a alguien de hace rato,
voy abriendo con la normalidad de cualquier instante
del día y un leve crujido que dura apenas segundos
pareció anunciarme lo que venía: el gato emergiendo
de la oscuridad del pasillo, pegó ese horrible gruñido
que semeja un grito del demonio o de una de esas
brujas quemándose en la hoguera, dio un salto que no
pude evitar y me fue destrozando la cara hasta dejarme
como ustedes me ven ahora: un rostro monstruoso lleno
de llagas que ninguno cree que fue ese minino, más
grande que todos los gatos que vi antes y sus horribles
ojos amarillos inyectando un brillo rojizo mientras los

115
vecinos salieron de sus apartamentos, algunos gritaban,
huían y otros no sabían qué hacer con la boca abierta y
los pelos erizados. 

116
UN GATO EN LA LAVADORA
Todavía me parece oírlo ronronear y restregarme
su lomo. Después se reclinó en la comodidad del
recipiente mientras las aspas lo hacían girar. Me imagino
que dio vueltas como un trompo y cuando la lavadora se
detuvo, me acerqué para sacarlo con cuidado. Limpio,
oloroso a fragancia de detergente, mirándome con ojos
de complacencia.
No me gusta bañar gatos, pero fue por la
cochinada que hizo. Debo hacerle caso a mamá, cuando
ensucia la casa. Ahora me queda la segunda parte de mi
labor: Plancharlo para que vuelva a la normalidad. 

117
LLUEVE
Temblamos como hojas a la deriva mientras el
ruido de la tormenta arrecia en este refugio que no sirve
de nada. Caen goterones de lluvia que parecen piedras
y nos recogemos los cuatro pegando nuestros cuerpos.
Temblamos con el bramido de los truenos al tiempo
que los relámpagos iluminan en breves lamparazos el
campo inundado. Nuestra madre se acerca y da vueltas
alrededor del tronco en su desespero. Lanza fuertes
maullidos al momento de llegar una corriente de agua
que se aproxima a arrastrarnos sin piedad.
Es cuando aparece entre matorrales el hombre
con una linterna y su impermeable.

118
EL GATO EMBRUJADO
Los hombres llegaron sigilosos a la figura de
piedra. Se detuvieron unos instantes a menos de dos
metros de la barriga del gato y comprobaron con cierto
horror contenido que su posición podía variar de un día
a otro como lo comentaban algunos lugareños.
Ahora aparecía sentado firme en forma triangular
mirando hacía la distancia con sus ojos inexpresivos
como el resto de su cuerpo untado de una leve capa
de lama verdosa. Por un momento entendieron la
peligrosidad de su misión y se apresuraron entre señas
a cumplirla.
Instalaron la carga de dinamita en un punto
clave debajo de su estómago. Extendieron la mecha,
prendieron fuego y se alejaron a guarecerse detrás de
unas grandes rocas cercanas.
La llama fue consumiendo lenta la mecha hasta
llegar muy cerca del enorme gato. Faltaría un metro
para alcanzar el objetivo cuando la figura empezó a
moverse y lanzó un gruñido que se escuchó entre los
matorrales y la roca gigante donde se guarecían. Algo
parecido a un grito ahogado alcanzó a salir de una de

119
las gargantas, por el espanto y lo inevitable.
De un manotazo el gato había apartado la
dinamita lanzándola con furia hacía la roca donde
intentaban guarecerse de la explosión.

120
VIENTO DE PRESAGIO
Ese viento que se acerca silbando por entre las
ramas de los pinos y se estrella contra las ventanas
pareciera traer algún presagio mientras se acerca la
medianoche y el sueño no me permite un descanso que
me haga olvidar estos días. Se escucha el graznido de
muchas aves que parecen huir de algo que se aproxima
en esta oscuridad. Afuera amaga llover mientras me
detengo de pie a mirar a Cenizo y Tom, que duermen un
plácido sueño en el sofá, medio abrazados, semejantes
a dos niños. Nada perturba su noche; ni el viento que
aumenta su ruidosa furia, ni la muerte que recorre en su
coche silencioso el mundo. Quizás su aguda percepción
les haya hecho saber que no existe peligro que temer.
El covid 19 avanza con la furia del viento que no cesa
dispuesto a borrar solo a los humanos del planeta.

121
122
Ildiko
NASSR
(Argentina, 1976) ha publicado los
siguientes libros de microrrelatos
(Placeres cotidianos, 2007, 2011 y 2017
-colección “Breves y extraordinarios”
Ed. MACEDONIA), (Animales
feroces, 2011), (Ni en tus peores
pesadillas, 2016), (Hilos Dorados
en coautoría, 2017), (Los hermanos
mayores, 2017), (Urgencias, disimulos
y rutinas, 2019). Sus microrrelatos
han sido incluidos en las mejores
antologías del género.

123
GATOS
“Discretos y pudorosos, saben querernos”
Griselda Gambaro

Cuando llegaron, todo era algarabía. Los gatos


se apropiaron de los sillones y dormían en las camas de
los niños. La familia no notó nada raro.
Los niños cada día estaban más flacos y
despertaban agotados, como si toda la noche hubieran
tenido pesadillas. Los gatos florecían orondos por toda
la casa, siempre discretos y pudorosos.
A los pocos meses, los niños enfermaron y
murieron. Los gatos esclavizaron a los padres, que se
afeitaron las pestañas y se tatuaron las cabezas de los
gatos en el cuello.

124
LA REINA
Algunos la describen como una hermosa mujer
con cabeza de gato. Otros, como una diosa con cola de
gato. Todos le atribuyen características gatunas.
Su obsesión por los felinos era tan grande que los
hacía traer hasta su trono, los acariciaba y les mordía la
cabeza, arrancándosela de un tirón. Masticaba gustosa
esa carne pegada a los huesos y escupía discretamente
los pelos, con un ruido estremecedor. Limpiaba
la sangre con una servilleta en la que destacaba el
monograma real. Luego, enviaba a quitar la piel del
cuerpo desechado para coser elegantes abrigos.

125
SOLITARIOS
Luego de la explosión, todos abandonaron
el pueblo. Sólo permanecieron algunas estructuras
edilicias. Y los gatos, que pronto construyeron un
imperio propio. Se entretuvieron con los juguetes y los
restos del abandono. Adaptaron su alimentación a la
crisis y sus atributos físicos se fortalecieron acorde a
las necesidades de supervivencia.
Cuando los humanos quisieron repoblar el
lugar, era demasiado tarde. Los gatos eran dueños de
todo. Aislados, solitarios, eternos.

126
LA VECINA
Le llamaban la loca de los gatos porque vivía
sola en una casa enorme y daba comida a los gatos de
todo el barrio. La dejamos de ver un tiempo. Ayer la
encontré en el almacén y le pregunté por sus gatos.
Me dijo que ya no los tenía. Que habían peleado
furiosamente y se devoraron entre ellos hasta que sólo
quedaron sus colas. Me mostró un curioso collar antes
de irse.

127
INDIFERENCIA
La mirada de ambas se funde como en un
abrazo. Pareciera que quieren cambiar de cuerpos. La
gata y su ama se unen, con gatuna indiferencia.

128
Ángel
OLGOSO
(Granada, 1961) es uno de los autores
de referencia del relato en castellano.
Ha publicado los libros de relatos Los
días subterráneos, La hélice entre los
sargazos, Nubes de piedra, Granada año
2039 y otros relatos, Cuentos de otro
mundo, El vuelo del pájaro elefante,
Los demonios del lugar, Astrolabio, La
máquina de languidecer, Los líquenes
del sueño. Relatos 1980-1995, Cuando
fui jaguar, Racconti abissali, Las frutas
de la luna, Almanaque de asombros,
Las uñas de la luz y Breviario negro.
También el poemario Ukigumo, el libro
ilustrado.

129
HÁBITAT
A las doce y veinte de un sábado soleado de
octubre, contra un rincón de la cocina de su vivienda
en un pueblecito cercano a la industriosa capital de la
provincia, el hombre golpea a la mujer que castigará al
hijo que dará una patada al perro que morderá al gato
que perseguirá al ratón que abatirá a la cucaracha que
atrapará al gusano que devorará al hombre. 

130
ÁRBOLES AL PIE DE LA CAMA

Volvía del trabajo, al anochecer, cansado, casi


enfebrecido, cuando se me ocurrió que me gustaría
ser un animalillo silvestre, que sabría administrar
esa vida simple, limpia de la confusión y el alboroto
de las preocupaciones, que podría acomodar con
facilidad mi conciencia a ese estado ideal. Como una
bendición, alguien, lejos de escamotear mi deseo, me
dio la forma de una criatura peluda y diminuta y me
soltó en el bosque. Era, como vi después, una vida
descorazonadora: no sentía interés por otra cosa que no
fuera acarrear alimentos, avariciosa e infatigablemente,
hasta mi agujero al pie del tronco de un árbol podrido;
los límites de cada territorio desencadenaban continuos
litigios entre los habitantes de la fronda; las voces de los
pájaros me ensordecían; los parásitos habían invadido
mi pelambre; los apareamientos resultaban tan gravosos
como los espulgos; y mis ojos revolaban de pánico en
sus órbitas cada vez que presentía a los rapaces. Aquel
desconsuelo, por fortuna, no duró demasiado. Un día
se acercó con sigilo un trozo de oscuridad y, aunque
husmeé su hedor a distancia y oí luego las pisadas y los
131
furiosos ladridos, apenas tuve tiempo de entrever sus
dientes cerrándose sobre mí.

132
MÁS QUE HUMANO
Él nunca admitiría tener ojillos de rata, risa
de hiena, malas pulgas o hambre canina. En cambio,
reconocería con gusto ser más listo que un lince y hacer
vida de hormiga. Para hablar con exactitud, era un
animal de costumbres. Bien es verdad que en este caso,
bajo su rala piel de cordero, se escondía un tiburón de
las finanzas. Sin que él sospechara nada, sus enemigos
querían llevarse la piel del oso: lo mataron como a un
perro mientras él echaba por la boca sapos y culebras.
Pero, desgraciadamente, los asesinos inexpertos
siempre rehúsan comprobar si su víctima tiene más
vidas que un gato.

133
134
Norma Yurie
ORDÓÑEZ
(Guatemalteca) Diseñadora Gráfica
de profesión. Realizó estudios de
Cinematografía en 2009. Segundo
lugar, categoría cuento, “Don Simón”,
Primer Premio Nacional de Literatura
para Nuevos Escritores, Diario de
Centro América, 2013. Cuentos en
antologías: “Viaje a la oscuridad”,
Editorial Mexicana Lengua de Diablo,
2015, Antología Centroamericana
de minificción “Tierra Breve”
(El Salvador), 2018, “Brevirus”,
Revista Brevilla (Chile), 2020. Ha
publicado, además en revistas blogs
y páginas como Gazeta (Guatemala),
Microrrelatos (Honduras), Fantastique,
Ek Chapat, Teresa Magazine, Perro
Negro de la Calle e Ibídem (México),
Plesiousario (Perú), Piedra y nido
135
(Argentina), Brevilla (Chile), Letras
Itinerantes (Colombia) y en el
suplemento Cultural del diario la
Hora (Guatemala).

Ig: microcuentos_normayurie

136
INMORTALIDAD
Pocos gatos merodeaban en la ciudad. Por eso,
nadie notó cuando el pequeño felino se introdujo en
la puerta agrietada de aquel monasterio, ni lo vieron
trepar al atril del iluminador. Pasaría mucho tiempo,
y rigurosos estudios, antes de que alguien advirtiera
entre la maraña de flores y la letra capitular de la
apergaminada página, aquella miniatura que parecía
resguardarse de alguna temible persecución.

137
EL ACOMPAÑANTE
Recuerdo la exánime voz de don Tomás
ofreciéndome el empleo y los detalles del domicilio.
Al entrar en la penumbra solo se distinguía
una fuente de luz proveniente del pequeño patio. La
terraza tenía una pérgola con vista al cerro. Proliferaba
la vegetación y los comederos, pero los pájaros nunca
se acercaban pese a los extraños artilugios que don
Tomás colocaba para atraerlos, preferían guardar
considerable distancia de la casa. Esos detalles me
causaban una fuerte impresión, pero los atribuía a
meras supersticiones mías.
La pequeña estancia estaba atiborrada de
pinturas, miniaturas y recuerdos de viajes con figuras
de gatos. Debo admitir que algunas réplicas medievales
me causaban verdadera repulsión. Su insólita afición
era absurda en un vecindario con fama de haber
exterminado legiones de gatos. Aquello parecía una
extravagancia para alguien que había llegado solo para
cumplir una encomienda.
Además, en ese vecindario vivía don Benito, el
último de la familia sospechosa de la muerte de varias

138
generaciones de felinos desde tiempos inmemoriales.
Unos decían que lo habían desterrado por causas
desconocidas, otros denunciaban la misteriosa
desaparición del resto de sus parientes. Aunque
permanecía enclaustrado, esos días lo habían visto
merodeando por los alrededores.
Pese a que había casas deshabitadas, mi
presencia causó cierta expectación entre los vecinos,
hurgaban entre cortinas o en las rendijas de las puertas.
Quizá era comprensible debido a la desconfianza que el
anciano mostraba al resto del mundo.
Aquel encierro, el insomnio, y una cadena
de incidentes alteraron aún más mi enardecida
imaginación. Olvidándome del viejo, me limitaba a
cumplir mis tareas: ocuparme de la casa y comprar los
alimentos. Don Tomás tenía predilección por ciertos
mariscos, incluso los escondía en su cuarto.
Cierta madrugada distinguí una enorme sombra
acicalándose en la penumbra, al verme corrió con
inusitada destreza hasta la terraza. Busqué al anciano,
pero me percaté de que tenía la costumbre de salir sin
avisarme.
Al día siguiente evité contarle, pues en el
fondo me inspiraba aversión, además me incomodaba
139
su dificultad para articular palabras inteligibles. Solía
mostrarse taciturno acercándose como animal sigiloso
en la oscuridad. Tampoco le comenté los rumores sobre
la salud mental de don Benito. Lo habían visto rondar
de noche, colocando grandes trampas alrededor de su
casa.
Por la noche escuché un sonido agudo de tono
muy alto sobre la terraza, pero no me levanté, ni me
ocupé del viejo, sabía que a veces dormía por largos
periodos.
Con los nervios muy alterados aproveché su
ausencia para husmear la habitación. Al entrar un olor a
cosas viejas y rancias dominaba el ambiente. Después de
indagar documentos no encontré información sobre su
familia, quizá don Tomás era el último de sus ancestros.
Además, descubrí vísceras de animales esparcidas bajo
su cama. Estupefacto, imaginé que practicaba algún
tipo de santería asociada a la extraña iconografía que
colmaba la casa y a sus repentinas desapariciones.
Desorientado y respirando con dificultad salí en
medio de la tormenta. Entonces creí distinguir la silueta
de don Tomás alejándose con agilidad increíble en la
oscuridad.

140
Antes de abandonar para siempre aquel lugar,
el destello de un relámpago develó las siluetas de dos
enormes felinos preparados para una pelea encarnizada.
Sus ojos refulgentes me indagaron de manera familiar,
casi humana. 

141
LA ESPERA
Al descender al islote, Antonio seguía cavilando
sobre la identidad de su acompañante. El desconocido
lo abordó en el puerto cuando no había nadie más, era
un marinero de apariencia famélica y estaba vestido a
la antigua usanza. Antonio, ahora abuelo, había sido
capitán y sus ancestros eran gente de mar, y planeaba
retirarse el próximo invierno a un poblado agrícola para
llevar vida más sedentaria.
El viejo quería conversar con el extraño, pero
este se adelantaba silencioso con gran destreza tierra
adentro. Solo volteaba de vez en cuando con una sonrisa
sombría para asegurarse que Antonio lo seguía.
Pese a su experiencia, Antonio apenas sabía
de aquel lugar. Mientras avanzaba, imaginaba la
desaprobación de su familia por haber aceptado viajar
con un desconocido.
Oscurecía. Al tiempo que se adentraban en el
islote advirtieron unas sombras acechando entre los
árboles. Pese al aparente peligro, el desconocido aceleró
el paso. Luego, volteó con aire inquisitivo disimulando
un fulgor en la mirada que el viejo Antonio reconoció.

142
En ese instante recordó que años atrás, basándose
en una antigua superstición había dirigido una comitiva
para exterminar a todos los gatos del poblado, pues
según los pescadores era de mal augurio que los felinos
se cruzaran en su camino. En el clímax de la matanza,
creyó advertir la silueta de un gato escabulléndose en
un barco que zarpaba, pero un escuálido marinero,
asomándose en la cubierta, le aseguró que no había
nada mientras le lanzaba aquella misma lúgubre sonrisa
que tardó tanto en reconocer.
Antonio no pudo detener la horda de fieras
que lo atacaron en aquel sitio apartado. Los enormes
gatos proliferaron desde su traslado a la isla, parecían
dominados por un hambre rezagada desde tiempos
remotos.

143
144
Claudia Marianné
del Rosario
PALACIOS QUINTANA
De nacionalidad boliviana, estudió
la carrera de Sociología y también es
Abogada. Comprometida con el arte
en las facetas de Música y Literatura.
Participó de varios festivales nacionales
e internacionales en ambas disciplinas,
cuenta con publicaciones en revistas
literarias. Publicó su primer
poemario “Sonata lúgubre en afonía”
el 2009, “Estaciones de éter” el 2011,
“elocuencias de espejo” el 2015, e
“Improntu al Alba” el 2019 además de
artículos de análisis jurídico.

145
REVELACIÓN DE BRUJA A UN GATO
Felina mirada de aventura en silencio
has tragado mi alma con tus ojos,
en secreto, en soledad,
es que acaso eres el reflejo del deseo embriagante
de no querer el mundo y poseerlo.

He conjurado las sombras de mi boca


y sólo tu sigilo acompaña el eco de mis historias,
de mis dudas, de mis mentiras, de mi agonía,

melódico nuestro lenguaje insonoro,


indescifrable y escondido
en la profundidad de tus maullidos y los míos,
en noches sin lunas y días sin reflejos,
cicatrices sin fin.

Tu dorso se ha colado entre mis dedos,


sensación de constelaciones
entre tus ojos de fuego
que de vez en cuando queman mi desierto,
en silencio, entre sueños,

146
sin límites, sin alas,

Te has bebido silente mis lágrimas de sal


y guardas en tu lomo todas las pócimas de olvido,
todas mis nostalgias de tejados
juntos mordemos el rocío
disfrazados de desconocidos
en un paraíso enhebrado y embrujado .

147
PURGATORIO FELINO
He muerto tantas veces, soy un minino sin eternidad
dueña de callejones que guardan maullidos y gritos,
en una vida de siete vidas e incontables muertes,
condena natural?
territorio?
amor?
poder?
dolor?
elegante contradicción
sufrimiento sobreviviente,
pardo y negro.
imperceptible…

diluida en la noche
aparentemente me gusta morir un poco,
he recorrido las calles entre lamentos
acantilados y abismos de inocencia
y después de todas mis muertes
me enamoro nuevamente.

y me pierdo

148
y me voy
y vuelvo…
cuando estrellas nacen de mi ombligo
y mis ojos nuevamente son neones
sigilosa, casi sin huellas,
debajo de una melódica lluvia
que anuncia muerte y renacimiento siete vidas y más
muertes,
sin culpables, sin penas, sin condenas,
en eternidad indiferente.

149
150
Fabiola
RIVERA
Nacida el 22 de febrero de 1975, en Sucre
Bolivia. Estudiante de declamación y
teatro en la Escuela de Música Simeón
Roncal, de 1986 a 1989. Cursó sus
estudios superiores en la Universidad
San Francisco Xavier de Chuquisaca,
obteniendo el título de Comunicadora
Social.

El año 1986, participó en el I concurso


de declamación organizado por el
colegio Santa Eufrasia, obteniendo el
tercer lugar. El año 1999 participó de
la II versión del concurso nacional de
cuento “Tristan Marof”, organizado
por la Galería Hache, obteniendo una
recomendación para su publicación.

151
El 2008, publicó el cuento “Un
fantasma en mi vientre” en el libro:
Letras de la Plata, una iniciativa
del Concejo Municipal de Sucre.
El 2020, participó en el concurso
de cuento corto, “Sucre en Micro”
, organizado por la Secretaría de
Turismo y Cultura del Gobierno
Autónomo Municipal de Sucre,
ganando uno de los 50 premios del
mismo.

152
VIDA DE GATOS
Ronroneo y de cuando en cuando me enrosco y
me froto en las patas del sillón.
No hay placer más grande que el sentir la
independencia en mis patas, cruzar del cuarto al tejado
sin ningún problema y correr tras la lujuria, digo detrás
de Perla, eso sí que es la gloria, aunque al final una de
mis siete vidas corra peligro en las patas de mi gata...
Todas las noches escucho el maullido de mi
especie, ese sonido mágico que me llama hacia la
libertad y siento que vivir como el cuadrúpedo que me
ladra desde el suelo, debe ser un castigo de otras vidas,
o quizás de otras muertes.

153
EL IMPOSTOR
Miau, miau, camina contoneando su figura un
felino angora, vanidoso, orgulloso de su especie, observa
una bolita de lana que rueda en medio de las piernas de
su dueña o de su mascota, como quiera que sea de su
compañera de vida. Salta hacia ella, la desenvuelve y
luego la envuelve, mientras la dama grita: “sal de aquí,
estás desarmando mi tejido” y el felino la mira y hace
caso omiso a la solicitud, su voz firme no le convence,
no le asusta, se ríe, se divierte al verla despotricar por
su fanfarronería.
“Tomás, vete de aquí”, le dice y él sigue
envolviéndose en el ovillo, cada vez se enreda más,
pareciera que pelea por salir de la maraña de hilos que
hizo.
Su testarudez saca a la dama de sus casillas, que
olvida sus modales y grita: !Pinché Tomás! y entonces
él sale sin novedad, orgulloso del enredo de hilos
que armó, la pobre dama, se levanta para perseguirlo
y arreglar su lisura y entonces ante su asombro lo ve
desvanecerse en el aire, su macabra sonrisa blanca, sube
y sube hacia el tejado y una caja de dientes perfectos,

154
le dice: !Hasta siempre querida Alicia! y solo entonces
aparece el verdadero Tomás, caminando sigilosamente
y contoneando su pequeña colita angora.
Alicia se deja caer, en medio de la maraña de
hilos del gatito de sus sueños y aún no sabe si es un
sueño o una pesadilla, lo único que tiene claro es que
debe desenredar el embrollo de hilos del impostor que se
hizo pasar por su dulce Tomás. 

155
156
Eliana
SOZA MARTÍNEZ
Potosí – Bolivia) Seres sin Sombra
(2018). 2da. Edición (2020) Ed.
Electrodependiente, Bolivia.
Encuentros/Desencuentros Bolivia
(2019). Monstruos del Abismo
(Microficción) (2020). Editorial
Velatacú, Bolivia. Pérdidas (2021)
Editora BGR, España.

Escritoras contemporáneas bolivianas


(2019), Ed. Kipus, Bolivia. Bestiarios
(2019), Ed. Sherezade, Chile. El día
que regresamos: Reportes futuros
después de la pandemia (2020), Ed.
Pandemonium, Perú. Pequeficciones
(2020) Parafernalia, Nicaragua.
Historias Mínimas (2020), Dendro
Editorial, Perú. Microbios, antología
157
de los Minificcionistas Pandémicos
(2020), Dendro Editorial, Perú.
Caspa de Ángel (2020), Ed. Kipus,
Bolivia. Umbrales, Antología de
ciencia ficción Latinoamericana
(2020), Ediciones FUNDAJAU,
Venezuela. Error 404: Vinculo no
encontrado. (2021). Editorial Libre e
Independiente, Perú. La minificción
en la voz de sus autoras y autores
I (2021), Nasello y Dagatti, Tusca
editoras, Argentina. Antología de
cuento Femenino Singular, Escritoras
bolivianas actuales (2021), Grupo
Editorial Sial Pigmalión, España.

158
NECESIDAD IMPERANTE
Las cosas han cambiado en casa estos últimos
días. Karen está diferente, la noto más cariñosa, menos
preocupada, se toma los asuntos con más calma; ya no
está viendo su reloj a cada momento, se da tiempo para
jugar conmigo y tomar deliciosas siestas, mientras me
acaricia. Lo más extraño es que ya no sale a la calle.
Por unos días estuvo bien, pero ya no la soporto más, si
mañana no se va a trabajar, voy a tener que escapar por
los tejados, a ver si así la saco, por fin, de mi casa.

159
AMOR SIN PALABRAS
Quince años de compañía inseparable. Días
de cariño traducidos en incansables ronroneos, que
calmaron mi llanto, migrañas y el dolor de la derrota que
me persigue a menudo. Las largas noches de insomnio
sin tus ojos grandes siendo testigos de mi infortunio
serían el infierno. En estos momentos, en los que estoy
a punto de perderte, no me arrepiento de haber salvado
esa pequeña bola negra de pelos que eras, de las fauces
de aquel perro cerca de un basural.
¿Cómo podré vivir sin ti? Desde hace años busco
la forma de saber lo que deseas. Mi idea es terminar
de construir un aparato que traduzca en palabras
tus pensamientos felinos. Ahora que la cuarentena
me regala tiempo valioso encerrado en mi taller lo
conseguiré.
Pronto, adorada Caro, ya no tendré que imitar
una voz delgada haciéndote hablar. Mi trabajo en
microinformática y electroencefalografía transformará
tus patrones de pensamiento en un enjambre de señales
eléctricas y la interface computarizada los convertirá en
palabras que saldrán por este pequeño altavoz.

160
El día de la prueba final ha llegado, tuve que
corregir muchos errores que con tu mirada inquisidora
me reprochaste. Hoy es el día.
—Tardaste tanto en terminar este invento.
—Lo sé, Caro, no fue fácil.
—Demasiado esfuerzo, horas que podías estar
mimándome, para oír lo que ya te dije de muchas
formas. Te amo a pesar de tus errores e imperfecciones.
—Me conmueves.
—Lo sé. Ahora, te toca vivir más, Daniel. Tu
vida es corta, no tanto como la mía. No estaré para
cuidarte. Vuelve a amar, haz feliz a otro gato, igual que
lo hiciste conmigo.


161
PRIVILEGIOS DE UNA GATA
No entendía el amor de mamá por Neni, su gata.
A veces pensaba que la quería más que a mí. Estaba
siempre con ella, la acariciaba, le hablaba y hasta le
cantaba. También jugaba y compartía tiempo conmigo,
pero sentía que no era lo mismo, que ellas tenían una
conexión especial. Por eso, prefería alejarme, me
daba miedo que me rasguñara o hiciera ese horrible
sonido, ¡shhh!, ¡shhh!, con las orejas hacia atrás porque
desconfiaba de los otros.
Es cierto que cuando mamá estaba triste, la
peluda la ponía de buen humor. Le gustaba sentarse
en su sofá favorito a leer un libro, mientras la gata se
acomodaba en posiciones cada vez más extrañas sobre
sus piernas y ronroneaba para ella, ¡qué felices se veían!
Incluso, sentía que este animal tenía más privilegios.
A ella no la regañaba si hacía alguna travesura como
ensuciar el pasillo o rasguñar sus zapatos. En cambio, a
cualquier fechoría mía daba el grito en el cielo. Estuve
a punto de pensar que yo era adoptada.
Un día entendí todo. Mi mamá la amaba tanto
porque sabía que eran sus últimos años. Esa noche Neni

162
murió, todos en la casa lloramos, yo al contemplar a mi
madre tan desolada. Nunca más la vi feliz como cuando
la gata dormía a su lado.
Cuando tuve mi propia casa, adopté una gatita,
le puse el nombre de Sole, pero no sé por qué siempre
le dije Neni.

163
164
Teresa Constanza
Rodríguez Roca
Escritora de cuento corto y minificción.
Sus relatos se encuentran en revistas y
antologías de Latinoamérica y Europa,
tanto en la red, como impresas. Cabe
citar: Antología del cuento boliviano,
comp. Manuel Vargas. Biblioteca del
Bicentenario de Bolivia, La Paz 2016.
Cuentos extraordinarios de Bolivia,
comp. Adolfo Cáceres, Homero
Carvalho. La Paz 2017. Narrativas,
Revista de narrativa contemporánea
en castellano. Barcelona – España
2018. Vivir lo breve, X Congreso
Internacional de Minificción San
Gallen-Suiza, comp. Ottmar Ette, Yvette
Sánchez. Madrid-España 2020. Tributo
a Monterroso, comp. Javier Perucho,
Rony Vásquez. México – Perú 2021.
165
Minificción Hispanoamericana,
comp. Henry Gonzáles Martínez.
Bogotá-Colombia 2021.

Premio Nacional de Cuento, Potosí


2004. Finalista en el Concurso
Nacional de Relato Adela Zamudio
2013. Isoglosa, uno de los seis
cuentos ganadores del Concurso
Nacional Cuéntame un Corto, fue
llevada a la pantalla grande, 2018.

Libros publicados: Función privada,


Ciudad de México 2006, Noche de
fragancias, La Paz-Bolivia 2016.

166
KARELA, MI GATA
Tuve que abandonarte cuando partí de
Finlandia. Hoy, escuchando a Jean Sibelius, te recuerdo
más que nunca en los primeros acordes de esta Suite:
Discreta, entras en mi habitación, vas inflando tu
pelambre azabache al acercarte, y tu ronroneo deviene
en remolino musical. Me envuelves con tus ojos azules,
me erizas con tus garras suaves, con tu dulce lengua
sedienta. Recibes una porción de caricias y te alejas
contoneando tu bruna silueta, para desaparecer por
detrás de las cortinas blancas. Y entrar de nuevo, a
seguir jugando con tu mirada celeste y tu roce sedoso. 

167
EXTERMINIO
No hace mucho, por la esquina rota de una
ventana, atisbé el depósito de la casa. Un olor ácido
inundó mi nariz. En la penumbra resaltaban trastos
viejos; maletas, bolsas, cajas semiabiertas, centenares
de libros apilados en estantes que cubrían dos
paredes hasta el cielo raso. Pequeños trozos de papel,
entreverados con unas bolitas negras alargadas, cubrían
por completo el piso.
Me di cuenta entonces del motivo por el que
la vecina le había hecho un regalo a doña Julia; era de
color grisáceo, de andar inseguro, maullaba débilmente
y tomaba leche con avidez, dormía de espaldas con
las patas extendidas. ¿Iba a cazar roedores aquel
montoncito de carne peluda? ¿Por qué la vecina no
trajo un gato crecido?
Al cabo de una semana el gatito desapareció. Lo
busqué por todas partes, hasta que perdí las esperanzas
de encontrarlo. ¿Qué destino le habría tocado? ¿Se lo
habrían comido las inmundas ratas?
Después de un buen tiempo se me ocurrió
observar de nuevo por la ventana: encima de una pila

168
de libros, en medio de los trastos, maletas y bolitas
negras, el minino de color ratón practicaba su aseo
gatuno, satisfecho y complacido.

169
170
Elmer
RUDDENSKJRIK
Gijón, Asturias, 24 de octubre de 1982.

Dedicado normalmente a absolutamente


nada que no sea disfrutar del ocio con
un estilo semiprofesional (por el tiempo
y dinero invertido en ello), los logros
académicos o laborales son irrelevantes,
y no por exiguos (que también), sino
por faltos de interés.

Como autor, empecé a crear historias


que nadie leía a partir de los 12 años. No
fue hasta que pude acceder a Internet en
mi casa que tomé la decisión de dar a
conocer mis creaciones.

171
-Enlaces de interés-

https://historiaspulp.com/

https://historiaspulp.com/
catalogoruddenskjrik/
Elangel Pulois: el detective y el
monstruo
McReady

Marciano Reyes y la Cruzada de


Venus
Deprimencia

Territorio Indómito (Unleashed


Version)

172
UNA HISTORIA DE POLVO Y ACERO
Hacía por lo menos veinte ciclos lunares que
el sitio bullía de caos, haciendo sofocante el aire de
las inmediaciones no solo con la actividad febril de
la carne arrojada a la lujuria más desenfrenada y a
la violencia sádica y depravada de los más débiles,
sino con el efecto asfixiante de los gases producidos
por combustibles consumidos sin reservas y el hedor
grasiento de alimañas huesudas y correosas quemadas
con descuido para servir de alimento. Había sido
tomado por una horda de indeseables provenientes de
las profundidades polvorientas del insondable desierto
que se extendía alrededor de aquel insólito reducto de
humanidad superviviente al holocausto de lo nuclear
y de lo económicamente fallido: una ciudad pequeña
pero autosuficiente, con capacidad para refinar su
propio petróleo y extraer su propia agua, con espacios
para cultivos precarios pero funcionales y la crianza de
algunas cabezas de ganado cuyo número a duras penas
conseguían mantener con el paso de los años. Pero todo
ello, todo, había sido arrebatado, masticado y escupido
en la cara de sus habitantes por una hueste de nómadas

173
parásitos, guerreros y saqueadores que, recorriendo
sobre sus máquinas de ruedas las cenizas del mundo,
mantenían vivo el fuego de la vileza y la corrupción
humanas. Habían hecho de la pequeña ciudad
superviviente su nido, y lo esquilmaban sin medida,
incapaces o resistentes al pensamiento preventivo,
a la idea de un futuro más allá del más salvaje y vil
placer inmediato. No eran heraldos del lema “vive el
momento”, sino más bien de uno nuevo que era “voy a
vivir tu momento”. Los gritos de horror y agonía eran
indistintos, los de personas y animal en frecuencia y
potencia. Y de un modo casi sobrenatural, de alguna
forma, en realidad, inexplicable por completo, el
sufrimiento despertó algo enterrado a no demasiada
profundidad bajo la tierra arenosa y compacta del
desierto.
Primero se alzó la mano. No era realmente una
auténtica mano, con sus cinco deditos y la suave y
carnosa piel rodeando los huesitos: no, era más bien una
suerte de pinza, tres dedos delgados y bien articulados,
uno de ellos opuesto a sus compañeros a modo de
pulgar, que se irguió hacia el cielo despejado al final
de un brazo igual de oscuro, moteado de óxido: una
extremidad metálica. Por un momento, como un amante
174
del Heavy Metal, la pinza cerró el pulgar, dejando
lucir dos cuernos; a continuación se cerraron también,
produciendo el puño más pequeño y contundente que
hubiera lucido jamás sobre aquellas tierras. El resto del
ingenio se irguió con parsimonia, pero con irrefrenable
ímpetu, desperdigando en gruesas losas apelmazadas la
arena que lo había cubierto hasta ese momento. El robot
era delgado, pero bien montado. Las juntas apenas se
distinguían en sus articulaciones, que imitaban a la
perfección las humanas, y su estructura negra, cubierta
a trazas de herrumbre, mantenía toda su robustez desde
los planos pies metálicos hasta la aplastada cabeza con
forma de pequeño platillo volante.
Por un momento, el disco rotó, agitando a su
alrededor las blancas luces que señalaban de manera
más o menos benigna la situación de las cámaras
que eran sus ojos. Mas, al centrar su atención en la
ciudad próxima, desde donde llegaban a sus receptores
acústicos los horribles chillidos, el robot vio sacudido
todo su chasis interno cuando los diminutos servos
que iniciaban sus movimientos trasladados a sus
articulaciones empezaron a actuar con frenesí. Las
cámaras de sus ojos se encendieron en luces rojas, gama
de color reservada para los anuncios de emergencia, y
175
mientras pasaba de estar sentado en la arena a ponerse
en pie, no parecía sino que el ingenio artificial temblaba
poseído de una furia apenas contenida por el material
metálico en que había sido fabricado. Echó a andar
hacia la ciudad invadida con zancadas largas y rápidas.
No fueron pocos los supervivientes de la
ciudad que, maniatados a postes o encerrados en jaulas
para animales, fueron testigos primeros de la llegada
del robot. Muchos miraban hacia la profundidad del
desierto vasto soñando con la vida perdida o anhelando
la oportunidad de aventurarse contra la insolación
y la deshidratación como mejor alternativa a seguir
presos de los carroñeros. No sabían qué ocurría, pero
no dijeron nada, más curiosos que otra cosa, algunos
incluso temerosos de que la llegada de la máquina
iniciara en sus captores una nueva jornada de exaltado
y violento jolgorio, y se cebaran en ellos. Así que, de
este modo, la llegada de la máquina pasó inadvertida
hasta que prácticamente, los saqueadores, la tenían
encima.
—¿Qué cojones es eso? —exclamó uno que
lo vio pasar el umbral que separaba la luz del sol de
la sombra de parte de las carpas que delimitaban

176
el techo de la ciudad. Divertido, se volvió a avisar a
unos compañeros, ocupados en violar por turnos a
un hombre gordito, cuyas tiernas carnes gustaban de
azotar y morder—. ¡Eh, mirad, tíos! ¡Un robot flaquito!
¡Tan flaquito que a lo mejor le cabe a ese por el…!
No pudo terminar la desagradable oración. El
robot había lanzado con la velocidad de un disparo su
brazo izquierdo para cruzar el cráneo del saqueador
desde la nuca hasta la mitad de su cara. Todo el interior
salió lanzado hacia la distraída orgía celebrada sobre
el gordito, incluyendo duros y lacerantes trozos de
hueso y mucha sangre. Alguno de los saqueadores,
acostumbrados a la violencia, no necesitaron
explicaciones, y salieron corriendo contra la máquina
armados con sus porras, tubos y cuchillos. El robot, con
una eficiencia y velocidad que no parecían sino rabia
justiciera centelleando desde sus ojos rojos, detenía los
golpes y devolvía terribles puñetazos que mataban o
mutilaban de forma irremediable a los carroñeros.
El jaleo se hizo monumental, y pronto
aparecieron varios saqueadores armados con pistolas y
rifles que reservaban para los peores momentos. Fue
un error. El fuego, aunque hendía en la máquina, no
la detuvo, y en su avance no tardó en eliminar a puño
177
metálico a los tiradores… Para luego hacerse con sus
armas.
Sus flacos dedos encajaban a la perfección en los
gatillos, y a tiro limpio, sin desperdiciar una sola bala,
y usando los rifles como improvisadas porras una vez
descargados, el robot avanzó por la ciudad destruyendo
a cada uno de los saqueadores.
Varios de los supervivientes, liberados de
los abusos de sus captores en la refriega, empezaron
a liberar a otros durante la lucha, y varios de ellos se
atrevieron a seguir lo más de cerca que podían al robot
durante su cruzada. Así, llegaron a descubrir qué era lo
que había desatado la irresistible ira de la máquina.
De entre buena parte de los animales domésticos
que los saqueadores tenían encerrados para devorar mal
cocinados, un gato, viejo y flaco, maullaba de dolor y
miedo, apretujado en una jaula para ratones. El robot lo
liberó usando un gran cuidado para asirlo y extraerlo de
la estrecha jaula, antes de acariciarlo un par de veces
para dejarlo, al fin, en el suelo, a su libre albedrío.
—¡No puede ser! —gritó un anciano, abriéndose
paso entre la multitud que seguía los extraños sucesos—.
¡Que me aspen si no es un viejo robot cuidador de gatos!
¡Ha venido a por el gato! ¡Lo ha oído maullar!
178
El robot se irguió tras contemplar cómo el
viejo minino, con una actitud temerosa, buscaba entre
aquellas innumerables piernas un resquicio por el que
escabullirse. Puso las luces rojas de nuevo en blanco
y, tras un largo zumbido que sugería el fin de alguna
fuente de energía, las apagó para siempre.

179
180
Ana
SERRANO
Nació en Sucre Bolivia en 1992.
Escritora y Arquitecta. Publicó el
microcuento ´´Miau´´ en la antología
literaria Gatos de la cartonera chilena,
algunos relatos cortos en la revista
digital Oxímoron y obtuvo el segundo
lugar del concurso Juana Azurduy en
la categoría de poesía del año 2019,
fue parte de la antología digital
´´Umbral de las palabras´´ publicado
por la revista Argentina Emergentes
del mar, participa en proyectos de
fomento a la lectura y es parte del
Colectivo Trueque Poético dirigido
por Valeria Sandi. Actualmente
trabaja escribiendo poemas, relatos y
artículos de investigación en el campo
de la arquitectura.

181
¡MIAU!
Está bien, voy a pasar.
Despacio y con mucha naturalidad guiaré mis
pasos hacia la salida. Muy bien, lo siguiente es ignorar
a los curiosos.
¡Por favor, señorita, no me mire con esa cara!
Es solo un espejo roto!
Yo no lo conozco, señor, se debe estar
confundiendo.
Sonreiré y disimularé mi nerviosismo. ¡Vamos
que voy presuroso!, la puerta está cerca. No dejaré que
los gritos de la señora de adelante me perturben en lo
absoluto. Ya casi llego.
Correré con la elegancia que me caracteriza y
me mezclaré con la multitud; pero antes debo dejar de
pensar en voz alta, después de todo los gatos no hablan,
dicen ¡MIAU!

182
¿CON QUÉ SUEÑAN LOS GATOS?
“Podría parecer que solo los hombres sueñan pero lo cierto es
que casi
todos los animales cultivan el hábito de soñar,
ya sean acuáticos, aéreos o terrestres”
Aristoteles.


Los artificios escasean en este dilema de tiempo
y espacio, aunque uno creería que abundan en esta
época del año en que los epitafios están más presentes
que las razones por las que fueron escritas. Me resulta
interesante señalar el estado onírico por el que acabo
de atravesar, sin embargo, dicha revelación oprime mi
mente, dejando apenas espacio a pequeños filamentos
de lucidez. No hay tiempo para el discernimiento o la
espera de olas extendidas de la memoria.
Esta noche arroja algo más que miedo, ahora
llueven gatos y garrotes, y relámpagos, pronto la santa
corte llegará al umbral de la puerta y la canción agónica
se entonará.
¡Necesitas despertar, Esther!

183
ISSI-dora
Eres puñal de la suerte
Cuando de ella depende
La caricia de la oscura noche en tu pelaje.

Eres estación de sol, cuando


de dulces analgésicos espumantes
se componen tus gorjeos felinos.

A ti, el Dios padre


esconde el misterio de la vigilia de ensueño.

A ti, el dios hijo


Oprime la orfandad del cielo
La necesidad del hombre
Las huestes del tiempo.

A ti, este poema contado


Compuesta de horas, y lunas y noches en el tejado. 

184
María del Pilar
TORRES GONZALEZ
Comencé escribiendo en el colegio
acompañada de una libreta gorda y
especial para mí y, cuando se perdió,
sentí tanto enojo que no quise seguir
escribiendo muy a pesar del amor por
escribir poema y cuento. Pasaron
muchos años antes de reconciliarme
con este tema que me apasiona
profundamente y hace unos 15 años
recomencé a escribir dejando todo
guardado y nunca me animé a publicar
ni a compartir en las redes, hasta que
en el 2020 alguien me cuestionó y
confrontó sobre mis sueños inconclusos
animándome a seguir escribiendo,
así como a participar activamente en
concursos. La primera vez que participé
fue en un concurso en Colombia.

185
He participado en:

Convocatoria Revista tema libre con


el poema DESDE MI VENTANA-
Cádiz-España. Concurso cuentos
infantiles- Cuento PATITO
MOJADO Y SU AMIGO CRICK-
Bolivia. Ganadora del concurso de
cuentos infantiles- cuento PATITO
MOJADO Y SU AMIGO CRICK.
Agradezco a la dirección de la
convocatoria por haberme elegido
entre los participantes para hacer
parte de la antología de cuentos
infantiles Pequeños Gigantes - Potosí
Bolivia.

h t t p s : / / m . f a c e b o o k . c o m / s t o r y.
php?story_id=10225970281588140
&id=1368169995

Concurso de poesía con el poema


ELLA- Editorial ITA SAS-
Colombia. Ganadora del concurso
186
en el mes de la mujer con el poema
ELLA. Agradezco a la dirección de
la convocatoria por haberme elegido
entre los participantes con mi trabajo,
pudiendo hacer parte de la antología
de poemas en el libro LA MUJER
QUE YO AMO - Editorial ITA SAS-
Colombia con publicación del libro
colectivo Internacional Standard Book

Convocatoria Concurso Nacional


de escritura Colombia Territorio
de historias en la categoría adulto,
modalidad cuento con la obra MOSCAS
EN LA BOCA. Bogotá Colombia.

187
BOLITA DE PELOS
Él apareció una tarde otoñal y lluviosa
procurando abrigo. Debió hacerlo por las escaleras
de incendio que conducían a mi pequeño hogar y al
verlo quedé perpleja por lo pequeño, flaco y lánguido.
Apenas si daba pasitos torcidos, maullando y dejando el
reguero de agua por dónde pasaba. Traje una camiseta
para secarlo y sus pelitos quedaron tan parados, que
más parecía un erizo. Desde su llegada no dejaba de
beber leche en un improvisado tazón. Aunque soy
indecisa, en pocos minutos resolví cuidarlo y hacerlo
mi pequeño compañerito.
Con el paso de los días nos hicimos amigos.
Ronroneaba restregando su cuerpo contra el mío:
algunas veces lo veía enfrente de la tele como si
estuviera entendiendo la peli y no se me despegaba para
nada. Me acompañaba mientras cocinaba, lavaba loza,
mientras leía y, cuando iba a dormir, se enroscaba a mis
pies mimoso ronroneando y pronto encontró diversión
saltando y trepando los muebles y en ocasiones se metía
entre las bolsas de las compras que llegaban a casa. Al
comienzo no se asomaba al balcón que había, pues la

188
ventana por el viento se estrellaba como explotando y
haciendo mucho frío. Entonces, resolví extenderle en
el piso un cobertor de lana y tímidamente se acercó,
olió y olió, realizó giros, emprendió idas y retornos
reconociendo el lugar, volviendo a oler y lo hizo su
pequeño nidito para descansar. Podía pasar largas
horas allí echado haciendo pereza o durmiendo.
Habían pasado algunos días desde su llegada y
aún no se me ocurría un nombre para mi amigo peludo
y dormilón. Hice un listado de posibles nombres, hablé
con mi madre y con mi almohada y, mirándolo fijamente
le pregunté si le gustaba este o aquel nombre y nada.
Él solo observaba, ronroneando y amasándome con
sus patas hasta quedar dormido, teniendo que llevarlo
delicadamente cuál bebé hasta su rinconcito. Muchas
veces me pregunté de dónde provenía, si estarían sus
padres vivos y cuántos hermanos gatunos tendría.
Una noche, al regresar del trabajo, encontré
la puerta entreabierta. El balcón de par en par con la
cortina de velo que se movía vigorosamente por el fuerte
viento. Grité - llegó mamá, ven gatito, miau, insistía yo
- ¿dónde estás? mamá te trajo unas deliciosas galletitas
del mercado. Ven minino, mamá te quiere abrazar-
Luego de un rato, el silencio era la única respuesta a
189
mis llamadas. A lo lejos se escuchaban bocinas de autos
y uno que otro transeúnte hablando. Quedé muda, triste
y confundida. Qué descuidada fui. ¿Dónde estará mi
amiguito peludo? La ventana se estrelló por el viento
y el ruido me hizo regresar de mis pensamientos. Cerré
ventana y puerta y además prendí la luz. Busqué bajo
cada mueble, en el baño, en la ducha, en el cuarto de
ropas, me asomé por la ventana que daba al balcón para
tratar de verlo en medio de la noche y nada. Busqué
entre las bolsas dónde solía esconderse a jugar y miré
con nostalgia su tazón y su cobertor. No tardaron en
mojarse mis ojos y arrugarse mi corazón de solo pensar
en él y que tal vez no lo volvería a ver.
De un salto prendí la compu, y comencé a
diseñar unos carteles con su foto para colocar en el
vecindario a la mañana siguiente. Seguramente le
pediría apoyo a mi vecino para repartirlos, pero por la
tormenta se fue la luz y en el fulgor de un relámpago,
se iluminó el mueble de la cocina en dónde guardaba
las velas. Ya a la luz de la vela, descubrí sombras y así,
me quedé un rato absorta mirándolas cuando pepitas de
granizo comenzaron a caer. Tirada en el piso al lado del
cobertor de lana, escuchando el fuerte aguacero la vela
se consumió y me fui quedando dormida. Me desperté
190
con los gritos de una pelea callejera. Me levanté, tomé
un poco de agua y me acosté con la idea de madrugar
pues debía levantarme para ir con mi vecino, Matías, a
repartir los carteles que habían quedado a medio hacer
cuando una descarga eléctrica me dejó a oscuras. Eso
significaría correr en la mañana, terminar el diseño del
cartel, imprimir varios y, emprender la maratónica labor
de distribución en el vecindario, cruzando los dedos y
deseando con locura que algún alma caritativa hubiese
encontrado a mi gatito.
Dormí como si hubiese recibido una descarga
fenomenal de somníferos y al abrir mis ojos, un sol
brillante se elevaba en el cielo azul infinito. Lo obvio
era suponer que, con ese cielo, ese sol brillante ...el frío
se hubiese ido a pasear muy pero muy lejos, pero no era
así. La temperatura era de 4 grados y corría un viento
polar dejando una sensación térmica aún menor. Puse
agua para preparar un café, prendí la compu, cuando
sentí chillidos agudos del gato de mi vecina: un gato gris,
gordo, patas cortas y cola gruesa. Se quedó parado tras
la puerta llamando a mi gatito. Nuevamente se congeló
mi corazón cuando tuve la sensación de escuchar a mi
compañerito a lo lejos mientras continuaba mi rutina.
Una y otra vez esa sensación aparecía.
191
Ya con muchos carteles cuidadosamente apilados
entre mis manos, mochila debidamente acomodada en
la espalda, botas, abrigo, guantes, gorro y bufanda,
salí de casa dejando ventana y puerta cerradas y con la
ilusión de encontrar a mi pequeño. Bajé y rápidamente
toqué el timbre en el apartamento de mi vecino: un
chico de cabello rojizo, pecas que adornaban su rostro,
grandes ojos verdes y una graciosa e impecable sonrisa.
Abrió la puerta, salió rápidamente dejando tras de sí,
un cúmulo de plantas muy bien cuidadas, un inmenso
acuario repleto de los más bellos y exóticos peces y una
jaula con una parejita de canarios cantores.
Antes del mediodía habíamos cubierto los
sitios más concurridos de la zona y algunos lugares
estratégicamente ubicados incluido un inmenso parque
de diversiones al que seguramente asistirían muchas
personas al “trigésimo noveno festival de la uva”, a
celebrarse este fin de semana, por lo que se respiraba un
aire de fiesta, optimismo que me hacían saltar y sonreír.
Regresando a casa, encontré su pelota roja
con un cascabel adentro. Evoqué nuestros juegos y la
apreté contra mi pecho, cuando de repente alguien tocó
a mi puerta, abrí sin pensarlo y un suave carraspeo me
hizo bajar la mirada tropezándome con las trenzas de
192
la pequeña Ana, ella cargaba un saco de lana de color
violeta enrollado. Me miró, sonrió, estiró sus brazos y
me entregó el bultito. La hice seguir al apartamento y
abrí cuidadosamente aquel saco y cuál sería mi sorpresa
al ver una bolita de pelos que me observaba con su par
de ojitos grises maullando como de costumbre. Había
salido corriendo despavorido la tarde anterior huyendo
de los truenos y relámpagos y regresando de la escuela,
Anita lo encontró asustado, mojado y claramente con
frío por lo que le pidió a su madre dejarlo quedar
con ella en aquella tarde gris y lluviosa. Gatito saltó
sobre los muebles, recorriendo cada rincón de nuestro
hogar haciendo un exhaustivo reconocimiento e
inspeccionó y olió todo como un experto detective. Se
encaramó descaradamente sobre la espalda de Anita
abrazándola en agradecimiento y ella feliz lo recibía
riendo complacida. Aquella pequeña niña rescató a mi
gatito y todo indicaba que también se hicieron amigos.
Comimos galletitas con Anita mientras una bolita de
pelos tomaba la leche en su tazón improvisado. Por
cierto, decidí llamarlo “bolita de pelos”. Y, colorín
colorado, esta historia ha terminado.

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