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Este libro es publicado como producto final del taller de escritura creativa imparti-

do en 2020 por Jaime Garba en el Centro Regional de las Artes de Michoacán.

Coordinador:
Jaime Garba

Edición, diseño y formación:


Ingrid García Franco
José Simón Menchaca

Corrección de estilo:
Joemi Joeline Tafolla Martínez
José Simón Menchaca

Portada: Nayeli Simón Menchaca.


Primera edición: marzo de 2022.

Zamora, Michoacán.

Esta publicación se hizo sin fines de lucro.


Para uso del contenido, parcial o total contactar:
cramacademico.zam@gmail.com
PARVADAS DE PALABRAS

América Guerrero Villafranca


Berta Murillo Hernández
Mayra Guadalupe Ortiz Garibay
Max Valencia
Ana Guerrero
Alejandro Valdivia Reyes
Abril Castro Méndez
Isis Lizeth González González
Abraham Anaya Olvera
Emma Mendoza
Jennifer Sánchez
Holesther Angel Peña
Cesar Calderón
Irene Magdaleno Pérez
Índice
Prólogo 6
América Guerrero Villafranca 8
El poder del amor 9
Berta Murillo Hernández 27
La deseada 28
21 días 33
Polvo en el tiempo 35
Ricardo o el consejero 36
El rincón 37
Mayra Guadalupe Ortíz 38
La pieza 39
El kraken y la estrella de mar 40
El pinche rentero 42
La llave del camerino C 48
Max Valencia 49
Enero 13 50
P. O. V. 55
Vacío (por las cosas que nunca te dije) 57
Ana Guerrero 63
Mugre 64
Oda a la mugre 65
El paquete 67
Chapulín en el manicomio 69
Alejandro Valdivia Reyes 73
Diario de un violador 74
Solo mueres las veces necesarias 84
Nariz 88
Abril Castro Méndez 89
Sueños espectrales 90
Heredera sideral 98
Íconos de libertad 100
Gigante 102
Isis Lizeth González 104
Uno 105
El interior 110
Abraham Anaya Olvera 111
Sagrada tentación 112
Emma Mendoza 129
Materia 130
Mi boca en tu nombre 131
Ítaca y su otra vida 133
Porfiriato coviciano 19 137
Jennifer Sánchez 141
La foto antes del desastre 142
Holesther Ángel Peña 149
Morelia 150
Hijos del mismo sol 151
Anatomía de un crimen (los estudiantes) 152
César Calderón 162
Todos somos nada 163
Pequeñas almohadas 165
Irene Magdaleno Pérez 174
Deconstruyendo colores 175
Contagio maligno 176
El chaka 177
Prólogo

Águila, calandria, clarín, cardenal, carpintero, colibrí, conguita, co-


dorniz, zanate, cuitlacoche, chachalaca, gavilán, golondrina, gorrión,
jilguero, lechuza, mulato, paloma, pato, saltapared, tecolote, tordo,
zopilote, garza. Esas son las especies de aves avistadas en Zamora.
Algunas tienen a Zamora por hogar permanente. Otras solamente lle-
nan el aire con su canto por las temporadas primaverales.
Sal a la calzada, a la plaza principal, a una calle aledaña a tu
casa y podrás verlas volar. O, si te es más cómodo, recargarte en este
tronco. Quédate aquí y mira arriba. Ahí, entre las ramas están unas
palomas, unas golondrinas, unas calandrias. Juntas van a mostrarte
qué es volar con ellas y mirar.

Atraviesan vibrantes buganvilias y jacarandas.

Se posan en viejos y marchitos cedros rojos.

Cruzan nogales, fresnos, ahuehuetes.


Ven otras aves en su recorrido. Veloces colibrís, elegantes gar-
zas, imponentes águilas y gavilanes. Cada una tiene su dirección y
aunque no podrás saber a dónde van los pájaros cuando se pierden en
el horizonte, si puedes intentar imaginar su viaje.
Este libro es la historia de un conjunto de ellas. 39 aves zamo-
ranas que planean juntas por medio del cuento, la novela y la poesía.
Los temas y géneros de esta antología son diversos. Desde el terror
hasta el romance, la ciencia ficción, la fantasía; la crítica social, la di-
versidad sexual, la violencia de género, entre otros. Cada ave tiene
una historia particular, distintos colores, distintas plumas y cantos.
Juntas vuelan en un mismo cielo, juntas en una misma par-
vada y desde el primer momento en que pases esta página, podrás
sentirte dentro de la parvada literaria que formó el CRAM en 2020,
porque gracias a ti las historias que aquí viven volverán a volar hasta
tocar las estrellas o quizá llegar a hacer un nido en tu corazón.

José Simón Menchaca


América
Guerrero
Villafranca

8 | Marzo 2022 | América Guerrero


El poder del amor
I

Soboku realmente apreciaba las flores, en su camino a casa reinaban


los pétalos coloridos y las dulzonas fragancias. Le gustaba detenerse
a un costado del camino, a tan sólo diez minutos de su hogar para
recostarse sobre la hierba, abrazado por cientos de flores, algunas ex-
travagantes y pomposas, otras muchas tímidas y ruborizadas en el
borde de sus pétalos. Él sabía, ya sabía que no debería. Uno no debía
hablarles a las flores, no debía entrelazar su vida con ellas, ¿pero podía
culparlo alguien por querer estar cerca, incluso sin nunca dirigirles
palabra? Tan bonitas como solo ellas, ¿estaba mal quererlas tanto?
Aun si por ello tuviera que obligarse a no mirarlas demasia-
do, conformándose con sentir su perfume rodeándolo. No se podía
privar de aquellos minutos robados cuando sabía que en la vida de
las flores no existe la permanencia. Las flores mueren cada jornada,
aunque se engañará a sí mismo, sabe la verdad del porqué desvía los
ojos; al día siguiente, uno, dos, tres días después de eso, jamás verá los
mismos pétalos ni le cosquilleará en la nariz el mismo aroma. Uno no
les habla a las flores porque duele, te atormenta a ti y a ellas, pues son
vidas que no se comparten.
Y el dolor puede taladrarle el corazón, se le pueden acabar las
lágrimas, pero jamás debe salir palabra de su boca cuando esté en su
presencia. Su corazón debe vivir del latido lento que sólo surge a 10
minutos de casa, incluso si este se vuelve roto y difícil cuando observa
los pétalos marchitos sobre el lecho verde. Él está bien con eso, lo es-
tará el resto de su vida, o al menos eso pensó.
Realmente lo pensó.

9 | Marzo 2022 | América Guerrero


Mas tuvo una pesadilla. Se despertó en medio de la noche. Soñó que
todas las flores se morían ¡¿Y si se morían?! ¡Dios! ¡Podían morirse
todas!, nacían día a día, ¿pero qué tal si ya no lo hacían? ¿Quién se
lo aseguraba? Podrían desaparecer el mes que viene, ¡o mañana! ¿En
este momento aún estaban? Tenía, necesitaba irse; los ojos le quema-
ban y la oscuridad espesa parecía apagar todo color en el mundo, in-
cluido el de las flores. Se arrancó las mantas con desesperación cruda,
un ruido blanco en su mente, en frenesí, necesitaba ver, ¡verlas!, se
sentía tan solo; con sollozos acumulándose en el pecho, rivales del
miedo abrumador que ya lo embargaba totalmente, quería balbucear
y lloriquear, pero primero quería sus flores.
Corrió todo el camino al campo, si sentía la tierra bajo sus pies
descalzos no sabría, podría jurar que ya no sentía nada. Y cuando al
fin llegó no pudo contenerse, en la luz de luna las flores resplandecían
pálidas, plateadas, pero ahí estaban. Si no había rayo de sol, si era me-
dia noche o el final de los tiempos, allí estaban.
Cayó de rodillas, se llevó las manos a la cara en un intento
inútil de limpiar lágrimas derramadas, pero eran muchas, nublaban
la vista. Mirando al suelo trató de enfocar y cuando al fin lo logró se
quedó paralizado, debajo de él había un retoño, apenas un peque-
ño brote y su capullo. Su interior se estrujó dolorosamente y su labio
tembló. Sí, ahí estaba, ¿y qué? ¿De qué servía si se iba tan fácil como
venía? Tan pequeña... le quedaba una vida por delante y aun así horas
faltaban para que dejara de existir. Se había sentado en el mismo lu-
gar, en medio del campo, por más de 10 años siendo un extraño. No
tenía sentido ser tan solo un observador que ni siquiera podía ver con
ambos ojos. Se sentía ajeno, un intruso.
Sin embargo, el viento sopló y trajo consigo la voz de la flor.
Nada coherente, apenas una presencia dulzona e inocente, y en aquel
lugar, a aquella hora, con tal soledad sobre sus hombros fue demasia-
do para él. Pensó que nunca rompería su distante cariño, creyó impo-
sible alguna vez enamorarse de una flor.

10 | Marzo 2022 | América Guerrero


—Hola —fue su inicio y se vio recompensado por un gorgoteo
de felicidad curiosa, transportado por la brisa.
Se recostó al lado del capullo y por esa noche se abandonó
a sus anhelos más profundos. Si se había encariñado, ¿quién podría
culparlo? Si en las tinieblas el murmullo de su flor lo arrulló hasta que
sus párpados fueron demasiado pesados, si durmió por primera vez
bajo las estrellas, si con su mano sostuvo la única hoja de su nueva
amiga hasta el amanecer; si fue su noche más feliz. Será su secreto, su
recuerdo más dichoso que guardará con cuidado en una cajita dentro
de su corazón.
A la mañana siguiente se dijo que ya no había vuelta atrás: le
otorgó un nombre, Chisai, y con ello también le entregó un pedacito
de su vida que le pertenecería siempre, convirtiéndola así en deidad.
Fue entonces a visitarla cada día. Aunque es cierto que se ena-
moró bajo aquella luna llena no pensó que fuera posible atesorarla
aún más. Chisai era embriagadora para los sentidos, su alegría y en-
tusiasmo eran chispeantes, así como su asombro ante este mundo por
conocer resultaba adictivo. Con el pasar de los días la pequeña adqui-
ría un aspecto cada vez más humano, podía sentir cómo se desataba
de la tierra a la vez que se vinculaba más con él. El lazo que compar-
tían era palpable, un peso cálido y reconfortante que se asentaba en
cada fibra de su ser, llenándolo y anclándolo a alguien en este mundo.
Ese lazo también se fortalecía con cada nuevo minuto que se
descubrían juntos, prosperando cuando Chisai tuvo tal tamaño y for-
ma de niña pequeña que era posible abrazarla. En cuanto la cargó por
primera vez y escuchó esa risa, real y cantarina, la dicha estalló en su
pecho, hormigueando en cada extremidad; llegó a creer que no había
nombre para la forma en que su corazón se hinchaba por ella. Cuando
le enseñó a caminar, cuando sus leves emociones dejaron de trasmi-
tirse por el viento y le llegaron directo por el vínculo, pensó que era
mucho, mucho más que amor.

11 | Marzo 2022 | América Guerrero


II

Chisai crecía un poquito cada que el tiempo corría. Era sutil, se nota-
ba en su pelo más largo o con sus pasos que ya recorrían más distan-
cia. Resultó ser la primera deidad después de un largo periodo. En la
aldea los ojos seguían a Soboku con su tesoro en brazos a todas partes.
No eran miradas fieras, sería más exacto decir resignadas, su flor era
bella, brillante: divina. Las personas la acogían, la querían, mas no le
dedicaban abrazos ni emociones fuertes, así como sus sonrisas pare-
cían manchadas de presagio.
Soboku flotaba en cristal rosa a su lado, estaba seguro de que
al verla sólo había corazones en sus ojos. Su convivencia diaria y cons-
tante lo volvía todo risueño y cómodo. Se convirtió en rutina el trans-
formar diez minutos en diez horas sobre la hierba, a pleno rayos de
sol. Después de todo, su tiempo era muy limitado. El día era su domi-
nio, Soboku podía llevarla y traerla, estar acurrucado sobre su pecho
y fundirse con el campo, pero por las noches Chisai siempre debía
volver con las demás flores, ese era su lugar. Ya bastantes reglas habían
roto al convertirla en deidad. Soboku ya no podía permanecer hasta
el amanecer. La luna le pertenecía exclusivamente a las rosas, lirios y
claveles, otro desliz sería perjudicial.
No obstante, cada hora acumulada separado de su retoño era
desesperante, sus ojos la buscaban constantemente, había una inquie-
tud que no se podía rascar de la piel, se sentía solo. Mientras com-
praba en el mercado, preparaba su almuerzo, conversaba con unos u
otros, no importaba, estaba tan solo.
Y Chisai no solo lo quería, sino que era ambiciosa e insacia-
ble. Anhelaba más y más. Demandaba más tiempo, más esfuerzo, más
amor. La despedida siempre era un momento difícil para él y, aunque
reacia, Chisai aceptaba.
Mas ella crecía y un día ya no fue suficiente.
Junto a las últimas luces anaranjadas del claro, se disponía a

12 | Marzo 2022 | América Guerrero


levantarse hasta que sintió el peso en su brazo. Chisai se aferraba fer-
vientemente, sabía que debían tener esta discusión en cualquier mo-
mento y aun así no se percibió preparado. La veía a los ojos, ella sabía
que era lo de siempre, una negativa, ¡se rehusaba! Y él presentía, esta
vez no aceptaría un no.
Jaló su brazo y ella lo asió aún más, lo intentó con renovado
ímpetu y ella le clavó las uñas con tal fuerza que le hizo sangrar, la
miró sorprendido: “¡¿mi pequeña sólo…?!”. Ella también lo entendió,
al momento lo soltó cual hierro al rojo vivo, se le llenaron los ojos de
lágrimas, tan instantáneas y abundantes que la aferró en un apretado
abrazo antes de que se pudiera alejar más. Le dijo que estaba bien,
que la amaba, la perdonó una y otra y otra vez, sin embargo, ella no
escuchaba, sólo mandaba una cosa por el vínculo “casa, casa, casa”.
—Pero corazón, esta es tu casa —dijo con aflicción lacerante,
casi suplicando.
Chisai sacudía frenéticamente la cabeza de un lado a otro, con
cada rechazo ella empezó a teñirse azul y ocre en los bordes, su cons-
tante rosáceo se tornaba opaco y marchito. La angustia en su pecho
aumentaba al verla, aun así, su control, tambaleante, se mantenía.
De repente la brisa sopló furiosamente y las flores le cantaron
incomprensiblemente para él, era una melodía compuesta únicamen-
te para su retoño. El ocre se volvió un rojo oscuro, opaco. Como con
un nuevo entendimiento su mirada de tristeza adquirió una enojada
decisión. Pronunció así sus primeras palabras, reales, con voz firme,
pausada, grave:
—Llévame a casa.
Desconcertado por un destello que pronto desapareció, re-
pentinamente para Soboku todo estaba claro, su torre de control se
derrumbó. Incapaz de recordar por qué alguna vez estuvo en des-
acuerdo, por esa voz, por su Diosa, lo haría. Accedió. No lo supo, y tal
vez nunca lo haga, pero en ese momento Chisai adquirió su poder.

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III

Chisai nota que las sonrisas tímidas se hacen un poco más exten-
sas dentro del manto nocturno. Bajo la luna, cuando los lugareños
la observan con cuencas que se vuelven vidriosas, si la evitan o se
contienen a la noche ya cualquier recato queda en el olvido. La Diosa
escucha las historias más tristes en la oscuridad, mojan su piel lá-
grimas amargas, o tal vez le susurran los secretos más celosamente
guardados, ansiosos por las décadas de encierro.
También le cuentan sobre aventuras en tierras lejanas, besos
robados, sueños en la resignación de lo perdido. Y a veces, cuando
la luna ya está muy alta y los lugareños se encuentran solos, profun-
damente solos, le hablan sobre amor. Chisai no lo comprende, ella
anhela estar con Soboku, quiere su tacto, su atención, quiere su mi-
rada brillante sobre ella todo el tiempo. Lo quiere, pero ¿amor? Sus
mariposas no son dulces y cálidas, sino ambiciosas.
La miran por un largo tiempo, le toman la mano y le susurran
que la aman, pero sus mariposas parecen indiferentes. Le prometen
el sol, el cielo y las estrellas. Chisai no los necesita, no necesita nada
que le puedan ofrecer, pero ellos se lo pueden dar y ella lo codicia. Le
traen alimentos y vestidos, perfumes y joyas siempre más preciosas
que la anteriores. Ella pide más, más bello, más grande. Ellos lo cum-
plirán. Entonces, ella pide que bailen, que le canten y está hecho ¿todo
para ella? Debe ser porque la aman, sí, la aman y la tienen que amar
adecuadamente, ella no aceptará menos que amor incondicional.
Incluso cuando Soboku se resiste, Chisai sabe que la ama. No
necesita ver sus ojos brillantes o su tono meloso como en los cam-
pesinos. Ella siente el vínculo grueso y vital en su interior. Siente su
lazo hincharse cada que Soboku, con las articulaciones cansadas y los
ojos cerrándose de sueño, cede a cargarla sobre su espalda. Cuando
le cede su último pedazo de alimento después de una temporada de
sequía, cuando hace meses que ha abandonado sus diez minutos en el

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campo por una flor caprichosa que impide su paso. El aprendizaje se
le arraiga en el alma, sabe que puede obtener absolutamente todo.
Al principio no era muy fuerte, pero poco a poco el latido del
vínculo se volvía más entero; se tensaba y una ligera opresión reinaba
en Soboku antes de que su resignación se opacará por la luz de su lazo,
eclipsando su propia persona. Chisai sabe que le duele, ve esa sombra
de ojos tristes, turbios ante su control, mas no le importa mucho. So-
boku la ama y debe amarla apropiadamente.
Las mariposas divinas zumban agresivas. Chisai se tiñe ro-
jiza, cual amor y sangre. Escucha paciente, bajo el escudriño de las
estrellas, a los corazones humanos; con un abrazo cálido y sonrisa
consoladora los toma. Siendo de su propiedad harán su voluntad; los
alimenta de vez en vez con pestañas juguetonas y caricias dulces, rete-
niéndolos, pero no hay bondad alguna en su trato, eres su pertenencia
y te cuidará como tal, no obstante, no habrá más que eso.

IV

A veces acariciaba la ventana, añorando tardes pasadas, y escuchaba el


llamado de Chisai. El lazo vibraba, me traía de vuelta y me aferraba;
ya no importaba más nada que mi preciosa niña. Era pequeña, se había
quedado como un retoño y yo la cuidaría, nada le faltaría, lo que qui-
siera lo tendría pues ya tenía mi corazón.
Hoy se habían quedado en casa, su tesoro no quería arruinar-
se con el sol, a palabra suyas. Viendo el cielo violeta había acontecido
un día precioso, probablemente, supone; se desinfló, nunca lo sabrá
realmente.
Se han quedado interminables semanas en casa, ahora su dio-
sa anhela sólo la vida donde reinan las constelaciones. Al principio la
llevaba por aquí y allá durante el día, más poco a poco su flor prefería
quedarse dentro, resultándole imposible en cierto punto abandonar

15 | Marzo 2022 | América Guerrero


también el hogar. Él debía y ansiaba salir, pero entonces aniñadas ma-
nos tomaban la suya suplicando “no, quédate” y toda su resistencia se
desmoronaba.
El vínculo latía fuerte y entonces todo era más claro, ¡¿cómo
podría alguna vez dejar a su niña sola?! Tan pequeña como era, Chi-
sai aparentaba tan sólo unos 6 años y parecía haber dejado de crecer.
Cuando estiraba sus brazos en su dirección después de tantas tareas
¿qué importaba el dolor? ¿Qué importaba el cielo afuera? ¿Qué más
daba si extrañaba los atardeceres, el prado a diez minutos de casa o
la vida en el pueblo? ¡¿Que importaba su vacío cuando el vínculo se
extendía hasta llenarlo todo?! Su preciosa, hermosa niña, no sabría
sobre sus heridas sangrantes, para él valía la pena mientras Chisai le
permitiera tomar su mano.
Así, el tiempo aceleró sus pasos. Chisai pasaba más y más ho-
ras dedicada únicamente al fervor de la aldea, a los regalos y alaban-
zas ofrecidas. Las manos de Soboku temblaban, entre ojos rojos y tics
nerviosos, se negaba a apartarse de su lado. Era obsesivo, destructivo;
maravilloso para Chisai que se deleitaba y proliferaba con la atención
y el poder. Le preocupaba que la pequeña se quedara estancada, tan
enajenada ante la idolatría vacía, más sería mentira negar la presencia
de sentimientos, motivos más visceralmente egoístas.
Soboku lo sabía. Sentía la presencia viscosa de los celos retor-
cerse entre sus entrañas. La envidia punzando corrosiva desde aden-
tro, subiendo por su garganta, desbordando de sus ojos. Le quemaba,
se sentía sucio y morboso al dejar que subiera. Sentado al lado de
Chisai sus ojos filosos, agresivos e hirientes se encontraban con aque-
llos que se atrevían a pensar que eran suficiente para ella, que podrían
alguna vez formar un vínculo con su retoño, que podrían ser amados,
siendo tales escorias. El vínculo vibraba cuál ronroneo, agradable y
adictivo, la satisfacción depredadora en las pupilas de su niña quema-
ría cualquier arrepentimiento, cualquier culpa. Él se aferraría a eso
que habían construido juntos, a eso que les pertenecía a ambos.
Pero el descuido personal cobró factura y en cierto ocaso se encontró

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enfermo, débil como nunca había experimentado antes. El dolor cru-
do en cada nervio de su sudoroso cuerpo.
Deplorable. Mientras yacía en el piso de casa quería acurru-
carse en una bola hasta que la vida doliera menos. Entonces, con el sol
casi ausente, apareció Chisai en la puerta de la habitación.
Oh, su tesoro, era todo lo que había anhelado durante el día,
con ella desaparecida siempre que estaba el sol presente, había sido
un infierno la espera hasta el anochecer, se había mantenido cuerdo
de pura esperanza. Las lágrimas que se le habían acabado hace rato,
brotaron en su rostro agradecido, al fin estaba aquí su adoración y con
ella cuidándolo, tomando su mano, podría sobrevivir. Con todo, ella
no hizo ningún amago de aproximarse. La sonrisa de Soboku flaqueó
un poquito.
—Chisai, corazón, acércate.
Ella lo miraba fijamente, no pronunció palabra.
—Vamos dulce, ven aquí —dijo un poco más ansioso.
La atención femenina se desvió brevemente hacia la puerta
detrás, para después regresar a él. Los temblores se volvieron un poco
más fuertes y su voz se rompió por un momento, ya casi llegaban los
aldeanos, podía verlo durante el anhelo de la diosa.
—Chisai, por favor, ven —o había rastro de su sonrisa an-
terior, estaba balbuceando con desgarrada desesperación. Hubo un
parpadeo, nada más.
—Por favor, abrázame, duerme esta noche conmigo ¿sí? —la
esperanza desbordando en su tono.
La mirada de Chisai se desvió de nuevo a la puerta, donde
esperaban las joyas más brillantes, cantos más bellos, alabanzas más
entregadas. Empezó a escucharse el murmullo excitado desde fuera,
pies que vacilan hasta moverse firmemente, pasando por su lado. Sus
ojos se abrieron con horror.
—No, no, no, corazón, por favor, quédate, quédate, Chisai,
¡quédate! Logró tomar su muñeca y la aferró.

17 | Marzo 2022 | América Guerrero


—¡Tesoro, por favor!, te lo rue... AAAAGHHHH.
Soboku se retorció en el suelo entre gritos chirriantes, el vín-
culo quemando, calcinando todo su interior. Hubo arcadas, se derra-
mó bilis espesa, su cuerpo en violentas convulsiones. Él sabía que el
lazo podía transmitir más que emociones, aun cuando Chisai era más
pequeña él empezó a ayudarla con el dolor. Si se raspaban sus rodi-
llas al empezar a correr, él tomaba el sufrimiento. Si un aldeano la
enojaba, él tomaba un poco de la furia y Chisai entonces se relajaba y
disfrutaba. Soboku deseaba que ella viviera feliz, que floreciera en el
confort y la alegría, sin turbulencias en sus claros iris, creciendo sana
y deslumbrante.
Mas nunca imaginó que el dolor no solo se pudiera retirar
sino infligir, por su Chisai, por su niña. Con los ojos volteados a su
cráneo, la agonía subió con los alaridos desgarrando su garganta; su
mano dejó ir la de la deidad. Entonces su sufrimiento se detuvo re-
pentino, mientras Chisai se retiraba con una mueca de desdén.
Logró escuchar la puerta abriéndose, los murmullos de ado-
ración más ruidosos, la satisfacción de la deidad hiriente en su lazo
maltratado hasta que lo reclamó la inconsciencia.
Aun así, soñó.
En su sueño estaba frente a ella de nuevo en el piso, herido,
pero está vez sangrando y donde esperaba ver preocupación o tristeza
había disgusto. Chisai exigía que la llevara en su espalda, que le pre-
parará la cena, que la arrullara, que la mimara. Pero cada pedazo de
piel en su cuerpo se desprendía grotesco. Le imploraba a la pequeña
más tiempo, más oportunidades; comprensión. Ella lo vio con la de-
cepción que se ve a un juguete roto. Él se sintió culpable de romperse.
Y lloró la culpa, lloró derrota, lloró amargo.
Pero, ¿porque suplicaba por retazos, por sobras, cuando él
quería amor?
¿No lo amaba Chisai?
¿Era incluso posible?

18 | Marzo 2022 | América Guerrero


Buscó en su conexión el calor, el consuelo, el confort, pero lo
encontró frío como la muerte.
Al despertar seguía en el suelo, luz ardiente sobre su rostro, su
corazón se hundió cuando aún fuera de la ilusión. Su vínculo seguía
pesado cual cadáver. Despacio se irguió hasta sentarse y ahí permane-
ció, insensible. Se quedó observando la luz en la pared, a las sombras
jugando con el pasar del día, hasta que la oscuridad lo refugió.
Chisai apareció al último segundo del ocaso, en su camino a
la puerta pareció no notarlo. Sin embargo, cuando lo divisó se acercó
alegremente, por un momento la esperanza quiso florecer en su pe-
cho, pero entonces la diosa extendió sus brazos exigiendo ser cargada,
lo que había quedado se hizo trizas.
Negó con la cabeza, ella se vio sorprendida por un momento
antes de que la furia le oscureciera la cara, pisoteó un poco y movió
los brazos reforzando su gesto, no obstante, la respuesta fue la misma.
La mirada de Soboku estaba vacía, pero sentía que veía por
primera vez. Chisai frente a él, tan petulante, engreída, enojada con
su juguete inútil y él, reflejado en sus pupilas, reducido, despojado de
lo que alguna vez fue y quiso ser.
—Chisai, quería decir adiós antes de irme.

—¿Irte?
Su rostro exhibe una mueca confundida.
—Irme, Chisai.
—¿A dónde?
—No creo tener una idea.
—No podemos irnos, me gusta aquí, quiero aquí.
—No vamos Chisai, me voy.
—No puedes irte, ¡no puedes!

19 | Marzo 2022 | América Guerrero


—¿Por qué?
—Yo digo.
—¿Por qué?
—No quiero, no vas, mi respuesta es ¡no! —exigió.
Hubo un silencio, Soboku le acarició un momento el pelo, ya
opaco y rojizo de cólera. Se dio la vuelta y únicamente con lo que lle-
vaba encima salió por la puerta.
Chisai, congelada por la sorpresa finalmente fue apoyada por
sus extremidades y corrió a la puerta. Desesperada gritó el nombre
del humano, gritó amenazas, gritó obscenidades, hasta que la rabia
hirvió en su piel.
—¡Bien!, ¡vete!, ¡lárgate! Camina más rápido, pero cuando re-
greses será mejor que te arrastres, ¡que me ruegues! Después de decir
que me amas me abandonas.
Entonces Soboku se volteó.
—No voy a volver.
Al ver esos ojos, cariñosos y dulzones, cuyo amor eterno y
constante ahora brillaba por su ausencia, algo se quebró. Chisai se
quedó petrificada. Aun horas después de que Soboku se fue en su
cabeza había ruido blanco, nada la alcanzaba.
El momento se repetía cual bucle en su memoria. Soboku le
dijo que no, le dijo que no, ¡a ella! Y su rostro, endurecido en la indife-
rencia, en la nada, fue una bofetada directa y ardiente; el corazón que
hasta aquel momento jamás había notado se le convirtió en piedra
pesada y se hundió.
Se sentía traicionada, herida. Su ceño fruncido profundamen-
te ¡Soboku la descartó!, viéndola a la cara como si nunca lo hubiera
hecho, ¡Como si su lazo, su vínculo, no importara!
¡Oh! Su vínculo, Chisai estalló en sollozos, se encontraba en
una tranquilidad inquietante. Mientras que ella era explosiva, Soboku
era taciturno como un ronroneo uniforme avisando de su constante
compañía. Como risas de fondo en un parque o el canto de las aves

20 | Marzo 2022 | América Guerrero


que llega por la ventana. Siempre a su espalda, resguardándola, es-
perando por ella; una mano de soporte, un hogar al cual volver, el
consuelo de un amigo amoroso o un padre orgulloso.
Y ahora estaba desamparada, repentinamente desahuciada.
Cerró todas las puertas, se aisló del mundo. Las voces que lla-
man por ella fueron bloqueadas cada noche hasta que desaparecie-
ron, el tiempo se difuminó.
En días de ira se vio desgarrado cada mueble y cada prenda
desafortunada.
En noches de pena la embargó por primera vez la soledad. A
ella, a la flor nacida de un amor que sostuvo su mano en cada instante
de su existencia. A ella, por cuya atención y tiempo se arrastraban; a
ella, bajo la luna, como aquellos ahogados en la melancolía, le corrie-
ron por las mejillas ríos de pérdida.
Emociones humanas que jamás había experimentado la em-
bargaron desde entonces.
Joyas sin brillo, canciones que no vale la pena escuchar.
Sola, para lidiar con su corazón, perdida al recorrer el camino
de todo humano en el sentir, en el vivir sintiendo. Apareció el arre-
pentimiento verdadero. Un sentimiento de presagio desalentador,
algo sin remedio.
Tus palabras han perdido su poder, poder otorgado por la
confianza que te tenía, privilegio que has pisoteado. No sabías que era
una puerta hasta que se cerró. Toda felicidad desterrada. ¿Te impor-
taba siquiera que fuera feliz?
Te regodeabas de verlo sufrir por ti, te gustaba que le doliera
tu exclusión, tu desinterés. Gozando cuando te amaban y con el poder
de elegir a quien amar
Te gustaba no ser él, sabías que tú podías ser él y te regocijabas
de no serlo.
Pero es una persona, no un objeto para tu placer y posesión.
Con decisiones propias, puede no decidirse por ti.

21 | Marzo 2022 | América Guerrero


Las estaciones cambiaron al son de la flor que descubría la
verdad de lo que había perdido. Hasta que en determinada velada,
Chisai soñó recuerdos.
Se observó a sí misma aún con sus pétalos, en su primer en-
cuentro con Soboku.
Resonó fuerte el “Hola”.
La euforia del vínculo, vívida como si fuera la prima vez,
¿cómo pudo en algún momento enterrar tal sensación en el fondo de
su mente?
Y luego…
Estaba Soboku escuchando sus primeras palabras, con los
ojos derretidos de amor, arrullándola, atrapándola antes de caer, acu-
rrucándola en su pecho, alimentándola.
A cada paso, en cada pedacito de memoria, podría voltear
atrás y ahí estaba Soboku, a la luz del alba, del ocaso o de la luna, en el
fin de tiempos, ahí estaba.
La palabra que sonó como un eco distante, cobró fuerza con
cada recuerdo, con cada caricia a su cabello, hasta que al abrir los ojos
escuchó su último “te amo”.
Amor.
Cual besos robados y héroes intrépidos en las historias de los
aldeanos. Cual mariposas en el estómago, cuales cosquillas y anhelo.
Cual padre e hija, cual hermanos, cual almas gemelas.
Amor.
Como tardes compartidas y sonrisas robadas. Como Soboku
a su espalda, afianzando su mano, llevándola en brazos, escuchando
sus gorjeos incoherentes convertirse en risa, sus pasos apresurarse, su
cabello crecer.
Amor.
Como la melodía que ahora entonaba su alma, por el lazo
construido, por su tiempo en esta tierra, por la luna y noches intermi-
nables, por Soboku.

22 | Marzo 2022 | América Guerrero


Ante su realización, finalmente se sintió determinada. Ella
amaba ¡amaba! ¡Podía amar! Y amaba a Soboku. Tal emoción burbu-
jeaba alegremente, tenía que decirlo ¿Soboku lo sabría?
¡Tenía que saberlo!
Finalmente, después del interminable encierro, salió por la
puerta principal, ella sabía que había solo un lugar para que estuviera
su humano. Él le decía corazón, ¿podía también llamarlo así? Cora-
zón, su corazón.
Diez minutos de carrera desde casa al campo de flores, quizás
menos. Y como la primera vez, entre lilas y margaritas, se hallaba re-
costado Soboku.
Su sonrisa creció hasta alcanzar sus ojos, ¿arrugas nuevas en
su rostro? ¿Habrá sido alguien testigo de tal destello en su mirada?
Saltó, un saltito, corrió hasta el chico, pero entonces este se
irguió en su dirección, deteniéndola en seco. Esquinas de su boca ca-
yendo. Lo que tenía en frente era un extraño. Mas apretó su coraje y
esta vez empezó ella.
—Hola.
—Hola, Chisai.
Muros que no sabía podían construirse se erguían imponen-
tes en toda la persona de Soboku. Cualquier ternura olvidada, todo
eran esquinas picudas y bordes ásperos. Aunque dudosa, Chisai se
acercó cautelosamente y se entrelazó con él.
—¿Sabías que te amo? —preguntó radiante.
Sin embargo, su victoria le fue arrebatada cuando Soboku se
retiró firmemente de su tacto.
La niña se encontró entonces con brutal nudo en su garganta.
—¿Me odias? —preguntó.
—Chisai, Chisai, apenas gateas en el amor ¿y quieres hablar
corriendo sobre el odio? —respondió.
—Pero ¿me odias?
—Chisai, calma, cálmate —ella se desesperó más.

23 | Marzo 2022 | América Guerrero


—¿Me odias? Me odias ¿verdad? —acusó dolida.
—No, no lo hago, no te odio, he creído odiarte, pero hoy, fren-
te a mí, no te odio.
Su expresión se abrió en ilusión como solo pueden las flores
—¿Entonces me amas? —preguntó esperanzada. La expresión
masculina se suavizó, se veía rendido.
—No puedo decirlo así, ya no.

VI

¿Cómo dejaría de quererte, Chisai? Si te he amado incluso antes del


primer día, si tu voz ya era música antes de conocerla, si en mi corazón
sigue fresco el recuerdo de un embriagante entusiasmo infantil.
Sin embargo, siente el vínculo, mi diosa, que es ya nada, solo
el peso de los restos. Una cáscara vacía. De lo que fue alguna vez, de lo
mucho que significó… queda el recuerdo.
Y es que te veo y te envidio, te veo y me carcomen los celos, me
fluye la codicia. Tú lo celebras. Me pides más amor, más tiempo, joyas
más grandes, más hermosas. Me pides competir y amarte con más fuer-
za, pero no hay fuerza más grande que el amor que me ha nacido a la
par con tu sonrisa.
Ahora te veo, sin bordes rosas, sin mejillas sonrosadas. Te veo y
me veo. Y me odio.
En lo que me has convertido, lo que me he hecho. Ese rinconcito
de mí que he permitido crecer contigo, alimentado por cada onda a
través de nuestra conexión. Sé que no te puedo echar toda la culpa. Esto
que soy es sólo lo que antes yacía guardado tan dentro de mí, pero tú, tú
lo has adorado y lo has alimentado, lo has premiado y apreciado y me
he dado rienda suelta para despreciar.
Quiero echarte toda la culpa a ti, quiero culparme enteramente
a mí mismo.

24 | Marzo 2022 | América Guerrero


No hay nada que quiera. No quiero ver mi reflejo en tu pupila
porque me da asco. A ti, Chisai, que te he dedicado todas mis auroras y
la luz de mis estrellas, que he cargado en mi espalda y estrechado entre
mis brazos, a ti, a quien le entregué mi corazón cuando los astros chis-
peaban. Con quien escuché los secretos de todo el pueblo.
Quizás me utilizaste, tesoro, me has sacado cada lágrima y cada
carcajada que alguna vez seré capaz de dar. Mas no te quedaste fuera.
Este lazo que se mantenía vivo sólo por mí, al principio también fue
construido con tu propia esencia y ha palpitado en mi cada inocente
sorpresa, cada júbilo, confusión, ceño fruncido y noche en vela, cuando
las lágrimas de los campesinos te pusieron incómoda sin tú compren-
der el motivo exacto. Te he conocido en lo más profundo, te he amado
desde lo más cercano, día a día, constantemente, te he acompañado en
el vivir, en el crecer. Y hoy, más que verme destruido, me desgarra verte
destrozada, atascada, incompleta; encontrar el resultado de en qué te
has convertido. Verte desgarrándote a voluntad no es algo con lo que
pueda vivir.
Alguna vez pensé, Chisai, ingenuamente... soñé una noche en
este mismo campo, que despertaba y al mirarte a los ojos me amabas.
Que al entrelazar tu mano con la mía yo era entonces tan invaluable
para ti como tú lo eras para mí.
Queriendo que me apretaras tan fuerte como si me quisieras.
Y entonces, con el sueño roto, me di cuenta de que tus mariposas
no aprendieron jamás sobre el querer. Quizás mi error, quizás el tuyo.
Nunca fui para ti más de lo que pudo haber sido cualquier humano,
cualquier joya, cualquier amanecer dispensable. Y para mí, quien siem-
pre pensó que nos mirábamos a los corazones, se me destrozó el mío.
¿A dónde se fueron aquellas tardes que vivían en un campo a
diez mitos de mi hogar?
¿A dónde se fueron los atardeceres, Chisai?
¿A dónde se fue todo lo que hubiéramos podido ser?

25 | Marzo 2022 | América Guerrero


Estás amando algo que ya no soy. Se ha ido junto con todo lo
que nunca quise abandonar. Ya no está.
Estás tú. Estoy yo.
Está este lazo exánime.

—El vínculo está roto y no existe en el mundo reparo para


ello. Es muy tarde para lo que hemos hecho.
Chisai no hubiera encontrado jamás respuesta para aquello.
Soboku le ofreció una última mirada desolada, antes de irse.
—Que encentres tu camino, pequeña flor, búscate un nuevo
nombre.
Solo entonces la diosa experimentó en carne viva la carga de
lo despojado.
Una nueva estación nacía para cuando Soboku llegó a casa.
Había terminado de aferrarse a un amor unilateral que inevitable-
mente se tornó amargo. No sería obligado a amar, ni hoy, ni por cien
años de dolor. Hizo su elección y no eligió a Chisai.
Cuando cayó dormido no hubo más sueños.
Para una deidad que nació del anhelo, de la emoción humana,
no se pudo encontrar peor castigo que la más cortante indiferencia,
sin poderse anclar más a esta tierra, la solitaria flor se disolvió, inca-
paz de llevarse ni una mota de un amor que ya no le pertenecía.
Soboku se despertó con el primer albor, llorando, supo enton-
ces que Chisai ya no volvería nunca.

26 | Marzo 2022 | América Guerrero


Berta
Murillo
Hernández

27 | Marzo 2022 | Berta Murillo


La deseada

No imaginabas al verla que tendría manos perfectas, las líneas de sus


dedos hablaban de la finura de su esencia, la mirabas, no cabía en ti el
saber que era tuya. La larga espera valía la pena, lo pensabas al sentir
la suavidad de sus dedos tiernos. La angustia que cargaste por cinco
años de deseos de tenerla empezó a concluir apenas seis meses atrás,
sonreíste al mirar su cara angelical, ya estaba entre tus brazos.
Sentiste que se movió inquieta, sus manos se crisparon y co-
menzó a llorar. Ella necesitaba mamar su alimento, tus pechos no
contenían nada, esa sequedad la sentiste hasta la garganta, la dejaste
suavemente en la cama, entraste al baño a lavarte las manos. Dejaste
correr el agua ensangrentada.
Vuelves hacia donde tu pequeño tesoro, piensas en el nom-
bre con la que le vas a llamar, Angelita, ese será su nombre. Tomas-
te la ropa que estaba junto a ella, estaba guardada desde hacía tanto
tiempo y ahora estaba lista para arroparla. Tu amado esposo Manuel
la había enviado. Lleno de sueños y alegría recibió la noticia de que
sería padre y tú la afortunada madre, él llegaría pronto, la noticia de
la llegada anticipada de Angelita lo hizo regresar de allá, del “Norte”,
donde trabajaba. Las presiones de él y su familia hacia ti terminarían
¡Al fin! Lo amas tanto que todo vale la pena por él.
Conociste a Sonia el día que ella se enteró que sería madre, la
miraste llena de vida, se sentó junto a ti, era como si brillara, segura-
mente era una señal de Dios que tomara el mismo camión que tú. Iba
al mercado a surtir la despensa de la semana igual como tú lo hacías,
tantas coincidencias. Pusiste mayor atención que en algún momento
sentiste cómo palpitaban tus sienes provocando un dolor de cabeza.

28 | Marzo 2022 | Berta Murillo


No le preguntaste nada, ella estaba tan feliz que comenzó a
hablar contigo y dijo tanto, hasta supiste que era un año mayor que tú.
El trayecto fue suficiente para enterarte que tenía poco de vivir en tu
misma colonia, en la misma calle. Era tu vecina. La casa esa que creías
abandonada a un lado de la tuya y que le habían dado su arreglada los
últimos días ¡Era ahí donde vivía Sonia!
Desde ese día pensabas en ella, noche y día: Sonia. No podías
dejar de imaginar que podrías ser madre también, que era posible, te-
nías la necesidad de tenerla cerca. Ibas a visitarla a cada momento con
cualquier excusa, ser dos mujeres solas en esos momentos ayudaba.
Ella nueva en la ciudad buscaba tu amistad, tu presencia, su esposo no
estaba en la ciudad, lo cambiaron de lugar de trabajo, los tomó des-
prevenidos, él se reuniría con ella después de arreglar los pendientes
que habían dejado.
Te gustaba verla, mirabas su vientre turgente llenándose de
vida, el tuyo a la par que el de ella crecía. La llenabas de regalos, co-
mían juntas, todos los días brincabas la barda que dividía las casas,
era una de esas cercas de piedra. Vivir en una colonia alejada de la
ciudad les daba esa ventaja, un gran solar estaba detrás de cada una,
desde ahí se saludaban en cuanto amanecía. Ella te miraba, sonreía
tan dulcemente y le correspondías pensando en lo especial que era.
La veías moverse de aquí para allá en el quehacer; lavaba, ten-
día la ropa cerca de ese gran árbol que parecía vigilar la casa. La coci-
na estaba en la parte trasera, había una mesa larga, trastes en repisas,
el techo de lámina que hacia un gran ruido cuando llovía, el lavadero
servía de fregadero. No paraba de aquí para allá, de allá para acá, la
sentías moverse también por las noches, salía a hacer de las aguas
porque el baño también estaba fuera, estaba en el solar cerca del ár-
bol. Tenías la sensación de que orinaba más seguido, sentías miedo
de pensar que se podía tropezar en medio de la oscuridad y le pasara
algo a su preciosa carga y eso te molestaba, cómo no se quedaba quie-
ta, en paz.

29 | Marzo 2022 | Berta Murillo


El gran día llegó, te lo dijo ¡Se puso tan nerviosa! Le habían
dicho que sería programada para cesárea porque ya estaba en tiempo
de que naciera la nena, ¡era una niña! Tenías que adelantarte, antes de
que fuera al médico.
Tocaste la puerta, estabas nerviosa, Sonia abrió.
—¿Cómo te sientes?
—Pesada, no tengo ganas de caminar como dijo el doctor,
hasta tengo sueño.
—Descansa un poco, tenemos la barriga igual de grande, sién-
tate, me siento igual que tú.
Le decías mientras le ofrecías la taza de té que llevabas ya pre-
parada, a la que le quitaste el sabor amargo a base de cucharadas de
azúcar, para que se lo tomara. Querías que sirviera, que hiciera efecto
pronto, Sonia lo tomó.
—Me está dando sueño. —Bostezó.
—Salgamos al corral —dijiste.
—Me tengo que ir, se hace tarde.
—¡Ven, ven! No te vayas a caer… —decías mientras la jalabas
hacia el corral.
Tantos meses de espera estaban por terminar. Todos los días
la mirabas, todos los días desde el momento que supiste que estaba
embarazada, tu primer pensamiento al abrir los ojos era ella, al ir a
dormir era ella, su vientre lleno de vida.
Apenas se recostó sobre la mesa larga se quedó dormida, el té
era suave, pero sabías que Sonia no durmió bien las últimas noches,
sus últimas noches. Cómo pudiste la subiste a la mesa, sí que pesaba
la canija, pero claro que valía todo el esfuerzo que hacías. Te daba
igual el dolor de la rodilla lastimada que tenías por saltar la barda, te
habías caído hacía una semana, la rodilla tenía puntadas para cerrar
la herida que te hiciste.
Sacaste el trapo, ya sin prisa, al ver que Sonia respiraba re-
lajada, acostada sobre la mesa. Te temblaban las manos, no podías

30 | Marzo 2022 | Berta Murillo


sostener la botella que llevabas, sentías que te palpitaban las sienes
más fuerte que el corazón, Sonia se movió, mojaste el trapo con el
contenido de la botella. La botella se cayó rompiéndose, te asustaste,
pensaste que alguien podría oír, te relajó el sonido de la lluvia que caía
y que amortiguaba los sonidos de alrededor.
Con fuerza pusiste sobre la boca y la nariz de Sonia el trapo
empapado, te le echaste encima a horcajadas. Comenzó a sacudirse
con fuerza, manoteaba, abrió los ojos desorbitados, ella no entendía
que pasaba, quería que terminaras. Seguías presionando más y más, el
trapo se fue dentro de su boca, la sensación de sus dientes deslizándo-
se por tus dedos, tu cabeza decía que debías seguir apretando, no dejó
de verte hasta que sus ojos se cerraron y su cuerpo se relajó.
Jadeabas, mirabas tus manos, todo el cuerpo se cimbraba, aun
así, seguiste. Buscaste con prisa dentro de la bolsa que quedo tirada,
mirabas su vientre brincar, en un arrebato de amor, bajaste la malla
que traía Sonia, dejaste su vientre desnudo y abrazaste esa redondez
llena de vida, le diste un beso. Volviste a la bolsa, sacaste los paquetes
de navajas de afeitar compradas con anterioridad. Todo estaba prepa-
rado, la niña ya venía. Volviste a horcajadas sobre Sonia, te persignas-
te, le diste un segundo beso. Comenzante a deslizar la navaja sobre
la piel, siguiendo la línea alba de vellos, se abría tan fácil, brincaba
la piel al enterrar la navaja, capa a capa. La sangre brotaba, manaba
como si fuera una llave de agua. Sacaste los trapos que traías debajo
de tu ropa, sirvieron para ese embarazo ficticio el cual pregonaste con
todos y en ese momento los usaste para contener la sangre que no
paraba. No importaba nada. Tu tesoro se movía. Las navajas parecían
no ser suficientes para seguir cortando, se gastaron todas, tus poros se
dilataban queriendo aspirar más aire en esa noche helada.
Entre la viscosidad de la sangre, a medialuna y frio, batallando
para mirar, tomaste el pequeño bulto, se oyó un grito amortiguado
por la furiosa lluvia que caía. Angelita estaba contigo, la abrazaste,
te apuraste a cubrirla, sus piernitas y brazos se estremecían. El rostro
sonriente de Sonia como dormida te bendecía con su hija.

31 | Marzo 2022 | Berta Murillo


Limpiaste cómo pudiste. El gran árbol fue testigo de tu ale-
gría, de tus esfuerzos. Nadie sabría nada. Casi al amanecer volviste a
brincar la barda, tan fácil. Abrazabas a tu hija con fuerza, tu hija al fin
estaba contigo, sentías que el viento te hablaba, se reía, te acompaña-
ba.
La llegada de Manuel a los días de tener a tu hija en brazos fue
increíble. La felicidad no cabía en su rostro al verla, hasta le encontró
parecido a su madre, tan bella era Angelita. Él se encargó de enterar a
la familia, al mismo tiempo los vecinos y parientes de Sonia comen-
zaron a preguntar por ella.
No, no, no sabías nada, no querías saber nada, cada vez que
preguntaban por ella negabas conocer algo. Pocos días pasaron para
que el olor a carne podrida invadiera la calle y la casa donde vivías, los
perros hambreados del barrio se encargaron de descubrir el cuerpo
que estaba sepultado al pie del gran árbol.
Fueron directamente por mí. La policía nada pudo encontrar.
Mi ropa ensangrentada, escondida y enterrada junto al cuerpo, abier-
to en tajo su vientre, el sonido de patrullas y movimiento fuera de
casa me alertaron y asustaron a la pequeña Angelita.
Todo el miedo quedo atrás, los acordes de un vals que se apa-
gaban lentamente cesaron. Amorosa miraste a Angelita vestida de
rosa, su vestido de quinceañera la hacía ver hermosa y junto a su pa-
dre, escuchabas las palabras románticas que tu marido decía por ha-
ber sido siempre una buena madre.

32 | Marzo 2022 | Berta Murillo


21 días

Julieta no soportaba la sensación que el asco le provocaba, estaba en


ese baño blanco inmaculado sentada en el retrete y acodada en las
piernas con unas grandes marcas rojizas, las manos entrelazadas. Era
insoportable recordar la noche anterior y no creía posible lo que pasó,
la imagen clavada en la cabeza no se iba, cerraba sus ojos con tanta
fuerza creando un rictus que no minaba la belleza de su rostro.
No recordaba cuándo fue la última vez que durmió en su
cama, es más, no sabía ya cuál era su cama, las cosas pasaban tan rá-
pido, eso la hizo estremecer, por el doloroso recuerdo que explotaba
su cabeza. Además, la cruda estaba cobrando cuota. Temblaba, las
lágrimas escurrían, miró cómo se estrellaban en el piso dejando man-
chas de acuosa oscuridad.
—¡Maldita sea! ¡Maldita sea! ¿Cuánto tiempo más seguirá
esto? ¡Estoy harta de todos! —entre gritos y sollozos vociferaba.

II

Julieta, alta, con un cuerpo de olímpica diosa, curvas finas enmarca-


ban su cadera, senos frondosos, pero lo justo para no ser llamados
vulgares. La genética la dotó de una dulce cara que la adornaba con
una esplendorosa sonrisa que regalaba prodiga a quien la mirara y
en sus ojos nadie sabría que un demonio columpiaba en sus pesta-
ñas, presto a saltar cuando menos se imaginaba. Veintiún años tiene
¿Quién podría pensar que se puede vivir tanto con tan pocos años?

33 | Marzo 2022 | Berta Murillo


El atractivo cuerpo llamaba la atención al caminar y ahora al trote
de sus largas piernas para alcanzar el camión que estaba a punto de
perder. Los varones no podían dejar de verla con lascivia y la respira-
ción entrecortada que paraba de golpe al que le dedicara una mirada
acompañada de una carcajada, de mirar que estaban bobos mirando
su cintura, sus pechos o sus nalgas.
Apenas alcanzó el autobús, tenía que reunirse con Aldo, italia-
no, su nueva presa, lo conquistó en la última salida a la playa. No era
guapo, ni muy joven, con treinta y cinco años se mantenía bien para
el gusto de Julieta, él trabajaba en una financiera, tenía un auto de lujo
y además era bastante mano suelta para cumplirle sus caprichos. Ella
pensó que valía la pena pasar unos días con él y soportar la manaza
suelta que era para regodearse en sus curvas firmes, ahí sentada en el
camión pensó cuál sería el siguiente capricho que le pediría, la había
invitado a Guadalajara.
La larga travesía del camión en carretera la arrulló. Además,
el sopor del calor la durmió. Llegaron imágenes más de lo que hubie-
ra querido, sintió que se encontraba en una vorágine de oscuridad
y música, sentía que el olor a sudor, alcohol y droga la impregnaba.
Recordó ver a su amiga, esa que quería ser como ella, deseaba lla-
mar la atención. Siempre se reía más alto, bebía más, ahora estaba
cogiendo en el segundo piso del antro a plena vista de quienes estaban
ahí. Drogada se sostenía del barandal que daba hacia la pista, la falda
levantada. La embestía por detrás uno de sus nuevos amigos, se mi-
raron una a la otra, ridículas carcajadas surgieron de su boca entre la
neblina del cristal y la coca, de esa noche dos meses después se darían
cuenta que su amiga había quedado embarazada, hija de nadie sería
esa criatura…

34 | Marzo 2022 | Berta Murillo


Polvo en el tiempo

Y si se mueren los viejos


¿Quién nos enseñará a contar las estrellas?
A decir con cautela, pero sin miedo
las palabras de amor a la moza más bella.
Si se mueren las viejas
¿Cómo haremos para acunar a los bebos?
Que sientan el amor que la abuela le cuenta de su madre.
Y si se mueren los viejos
¿Con quién irá papá a llorar en silencio?
¿En dónde encontrará el valor de seguir, aunque ya no pueda?
Y si se mueren las viejas
¿A dónde irán las mamis a pedir consejos?
¿A dónde irán los nietos?
¿Las nietas a pedir caramelos?
Se mueren de a poco las raíces de mi pueblo.

35 | Marzo 2022 | Berta Murillo


Ricardo o el consejero

Ricardo funcionaba así, después de escucharse orinar, sacudía el


miembro del que se sentía orgulloso, lo miraba pensativo. Parecía que
entre sus manos más que solo orinar, fluía por ese corto canal en li-
gera cascada cada una de las respuestas a los conflictos del momento.
En ese momento no podía dejar de pensar en Clara “¡Clara,
Clara, Clara! ¡Condenada mujer! ¡Aquí te traigo entre ojos! ¿Qué me
diste? Ay, Clarita, pero será hoy, ni un día más”.
Ricardo, deportista, con un doctorado en comercio inter-
nacional, de buenas formas, atractivo con un moreno cálido al que
daban ganas de abrazarse, por eso Mara no podía dejar de mirarlo
cuando él se dirigía hacía a ella. Se plantó de frente, la miro fijo, ella
correspondió aguantando la respiración. Algo pasaba, lo intuía.
—Mara he decidido que terminemos.
—¿Por qué?
—No preguntes, solo quiero olvidar este tiempo contigo y re-
cuperarlo. Te deseo lo mejor Mara ¡Se feliz!
Con los ojos desorbitados Mara suspiró hondo.
Él salió dejando el aroma de Acqua di Selva que penetró hasta
el fondo de los pulmones de Mara. Ricardo con un paso firme cruzó la
puerta, metió la mano derecha al pantalón, dio un generoso apretón a
su consejero fiel y sonrío.

36 | Marzo 2022 | Berta Murillo


El rincón

Salta hasta dos


rumias hechizos
oscuro rincón de sombras lleno
que te abrazan.
Miras con el ojo bueno
los garfios al mandil
aromas a recuerdo.
Inhalas lejos
un minuto arrugado se escurre frente a ti.
Entre nubes
mi silueta
sonríe,
abuela…

37 | Marzo 2022 | Berta Murillo


Mayra
Guadalupe
Ortíz
Garibay

38 | Marzo 2022 | Mayra Ortíz


La pieza

Me arrebataron la pieza más valiosa.


De color rojo de la mitad para arriba,
y de azul mezclilla por debajo.
Era la más brillosa,
la de los colores vibrantes,
la de las historias ocurrentes…

Tal vez no sabré donde quedó.


Si debajo de mi cama
en medio del sofá,
o en el bote de la basura.
Y aunque volteé la casa al revés y al derecho.
No habrá garantía de que regrese a mí.

Mientras pasan los días,


mi esperanza se consume como la cera caliente.
Las noticias escasean
y las pistas se vuelven irrelevantes.
Me entero de más personas que pierden sus piezas…

¿Y qué hago con el agujero que dejó?


Le pongo un pedazo de cinta.
Sigo con mi vida…
O con lo que queda de ella,
porque cada que paso cerca de la mesa,
veo a mi rompecabezas parchado.
Y a la espina que me atraviesa,
gritando a campo abierto
que algo hace falta ahí…

39 | Marzo 2022 | Mayra Ortíz


El kraken y la
estrella de mar
I

Me hace falta comprender


estos sentimientos que llevo dentro,
revueltos, extremos y al parecer eternos.
Un día, un huracán desordena mi interior,
y al otro un volcán me expulsa más allá del cielo.

Me es increíble
que ayer era la criatura más temible del océano,
la que por su fuerza eliminaba toda competencia,
la que reinaba en el mar.

Pero ahora,
me encuentro arreglando un cuarto,
para ver si ella aquí se queda.

II

Ver aquella estampa de colores claroscuros me da asombro


y temor a la vez.

Por un lado,
me admira la fuerza con la que aquella bestia alzaba
un barco del agua.

40 | Marzo 2022 | Mayra Ortíz


Pero también, me da pavor el pensar
en todo lo que haría con alguien como yo.

Aunque me pregunté todos los días


sí aquel monstruo tendrá corazón.
Tal vez, el tratar de averiguarlo
sería una misión suicida y sin sentido.
No… definitivamente lo es.

III

Y así se dibujan dos líneas paralelas


en el mapa marítimo.
Ambas esperan silenciosamente
para volverse tangentes.
Sin embargo, tienen que cumplir su destino:
extenderse hasta perderse en el infinito.

No se sabe quién tirará los dados primero,


si el pentágono óseo
o la gran masa de carne,
si las brújulas apuntarán a la misma dirección
o si se tendrá que cerrar la puerta.
Pero mientras,
tendrán que encontrarse en lo remoto del sueño…
algún día, quizás, estén de suerte…

41 | Marzo 2022 | Mayra Ortíz


El pinche rentero

I
El mal ex inquilino

—Deme chance señor Rafa, le juro que para el próximo mes le pago
lo de la renta —decía un tipo guandajón al verse acorralado por no
pagar a tiempo.
—¡No! ¡Ya fue suficiente! Me he cansado de todos sus pre-
textos, además ¡ya me debe como seis meses de renta! No lo puedo
seguir dejando aquí, así que o en la semana me paga o lo meto al bote
—exclama don Rafa de impotencia al saber que se iría con las manos
vacías un mes más.
Por la noche todo estaba tranquilo, hasta que apareció una
sombra que volaba desde el tercer piso, cayó al contenedor de basura
y se escabulló cual gato por las calles de vecindario, iba tan a prisa que
daba la impresión de que corría por su vida.
—Vecino, abra la puerta, vengo a cobrarle las rentas. —Llegó
el rentero el día final del plazo—. Vecino, ¡abra esa puerta o si no la
tiro! —Pero al no ver respuesta alguna se fue por un hacha y procedió
a destruir la entrada para poder pasar; sin embargo, cuando por fin
pudo abrir un hueco se percató de que ya no había nadie. El tipo se
había escapado para así evitar el cobro, cosa que puso muy furioso al
señor y terminó pateando todo lo que se encontraba a su paso.
—¡Maldito idiota! ¡Se fue sin pagarme ni un estúpido peso!
Pero ya verá. De ahora en adelante no me vuelve a pasar, lo juro por
mi madre. —Y así quedó sellada la promesa de que pasara lo que pa-
sara, ya nadie se escaparía de la vigilancia de don Rafa, todo sea por el
bien de la lana.

42 | Marzo 2022 | Mayra Ortíz


II
Buscando un nuevo hogar

Amanecía un nuevo día, pero tenía una sensación distinta, delante de


la foto de una pareja feliz estaban un sobre junto con un dispositivo
esperando a ser vistos. Cuando por fin llegó el momento…
—Luisa… ¿Vamos a ser papás? —preguntaba Jaime estupefacto
al abrir el sobre y ver el positivo de la prueba de embarazo.
—Ay, ¿tú qué crees tontito? Si la última vez que lo hicimos esta-
bas tan salvaje que hasta el condón se rompió.
—¡¿Y por qué no me dijiste nada?! Me hubiera quitado.
—Bueno, no te dije nada porque para cuando caí en cuenta ya
era demasiado tarde, pero al fin y al cabo querías un bebé, ¿no, cariño?
—¡Pero no en este momento, mujer! ¡Ve cómo estamos! ¡Tú
madre ya nos quitó la casa porque puso en el testamento al mamón de
su noviecito en lugar de a nosotros! Y si no nos vamos de aquí… ¡va
a venir la policía a sacarnos! —gritaba Jaime mientras se ponía pálido
por no saber qué hacer ante un bebé inesperado.
—Pero mira, entre lo que gano por poner uñas y tú en lo que
andas de repartidor de pizzas juntamos mil pesos para pagar una renta
en lo que salimos de esta, ¿no es así?
—A ver si es cierto. —Inmediatamente el esposo saca el celular
y se ponen juntos a ver las casas que hay en renta.
Encontraban casas que por lo general no bajaban de tres mil
pesos al mes, poniéndolos más tristes porque con el poco dinero que
ganaban no les alcanzaría para una renta… hasta que vieron un anun-
cio en la parte de abajo donde se mostraba un cuarto de vecindad.
—Mira Jaime, aquí está un cuartito de vecindad por setecientos
al mes, está bien barato, deberíamos preguntar ya.
—Ay cielo, como que el señor de la renta se ve bien mala leche...
—No seas coyote, a lo mejor sólo se ve así en la foto, pero ha de
ser un señor muy amable que hasta nos la puede dejar más barata si le
sabemos mover.

43 | Marzo 2022 | Mayra Ortíz


—Pues a ver qué, a mí como que no me convence mucho la
idea, pero vamos a ver qué pasa —dijo el marido sin gustarle tanto la
idea.
—Sí, deja levanto mis tiliches para irnos con ese señor a hacer
negocios.
Y así, la pareja próxima a ser papás se apresuró a irse con el se-
ñor Rafa para ver si podía rentarles el cuarto, sin saber lo que estaban
a punto de encontrar, o, mejor dicho, a punto de pasar.

III
El contrato

El gran día había llegado, estaban las tres personas sentadas en la sala
de don Rafa negociando las partes del contrato. Se podía sentir un
ambiente de tensión: por un lado, está la pareja que intenta llevar a
cabo el plan de “hacer buenos negocios” (o lo que les conviene a ellos)
y del otro está el señor rentero que pierde los hilos de su paciencia
cada vez más al ver que la única oferta que les apetece es una en donde
pierda él… en fin.
Después de alrededor de veinte regateadas, venía el momento
más importante: la firma del contrato.
—Bueno señores —decía don Rafa— aquí les traje unas copias
de su contrato, en cuanto firmen les doy las llaves y les enseño el cuar-
to en donde se pueden hospedar de aquí en adelante.
—Señor, no quiero molestarlo —dijo Jaime— pero estoy en
desacuerdo con usted en la parte de los pagos, creo que si podemos
reducir la mensualidad le pagaríamos sin atrasos.
—¡No hay ningún inconveniente don Rafa, ahorita le firma-
mos! —interrumpía Luisa al comentario de su esposo, ya que veía el
creciente enojo del señor y no quería problemas—. Y tú, ¡cállate y
firma, Jaime!

44 | Marzo 2022 | Mayra Ortíz


Y como los perritos regañados, el esposo procedió a firmar
el contrato. El sentir dos miradas pesadas y retadoras lo hizo sentir
incómodo, por lo que se apresuró para entregarle la hoja a su mujer,
logrando así quitarse un peso de encima.
Luego de que los dos firmaron, entregaron las credenciales
porque era un requisito indispensable para el señor rentero, pensando
en que no podía pasar de nuevo lo del último inquilino…
—¡No puedo entregarles el cuarto —exclamó don Rafa— ya
comprobé que ustedes son unos rateros, falsificadores de firmas y su-
plantadores de identidades!
—¡Pero ¿por qué?! —preguntaba la pareja, confundida ante
las palabras del señor.
—¿No están viendo? ¡Los caché en la mera movida! ¡Vean
nada más esta firma!
—¡Jaime! ¡Que horrible firmaste! —recriminaba la señora a su
esposo.
—¡Pero si yo así siempre firmo! —intentó defenderse Jaime.
—¡Si ustedes creían que me iban a ver la cara de pendejo, pues
fíjense que no! —acto seguido el señor se levanta y rompe el contrato,
para luego tirarlo a la basura— ¡Largo de mi casa, ratas!

IV
A como dé lugar

Después de haber sido corridos casi a escobazos del lugar, la pelea


variaba entre lo delicado que era don Rafa y el cómo Jaime la había
regado, como siempre, según Luisa.
—Maldito viejo, de todas formas, nos vamos a quedar con la
casa, ¡ni crea que voy a tener a mi bebé en la calle! —gritaba Luisa a
media calle.
—Pero ¿cómo? No hay ningún papel que nos respalde, ni con
quién acudir, ni un amigo que nos ampare, ¿y si mejor nos consegui-

45 | Marzo 2022 | Mayra Ortíz


mos otra casa más barata?
—¡Tonterías! ¡No voy a dejar que un pinche viejo me humille
y me aviente a la calle! ¡Me voy a quedar con ese cuarto sí o sí!
—¿Pero qué planes tienes?
—¡Ninguno!... bueno ahora que lo pienso, creo que ya sé cuál
—al decir esto, Luisa camina hacia atrás de la vecindad, en donde hay
una ventana con tablas, la misma del tercer piso en donde se escabulló
el ex inquilino la otra vez.
— Ay no… —se quedó pensando el esposo, no auguraba nada
bueno aquel asunto.

V
El plan

Si combinamos el hecho de que el señor Rafa se iría de vacaciones


durante dos semanas y que la pareja ya había localizado los puntos
débiles de la vecindad para llevar a cabo su plan, estamos ante el ma-
yor acto de atrevimiento posible en la historia de las rentas.
Después de ver despejada el área, la pareja logró escabullir-
se ágilmente por la vecindad sin ser notados, llegaron a la puerta y
con gran sigilo lograron quitarle el cerrojo. Ya si alguien empezaba a
sospechar, les dirían que habían olvidado las llaves allá adentro, pero
como a todos les caía mal el señor, realmente no les importaba si al-
guien intentaba robarle algo de su renta o relacionado a él.
Una vez adentro, comenzaron a instalarse, poniendo sus cosas
en su lugar, algo nerviosos porque sabían que algo podría salir mal,
pero resignados a lo que pasara.
Pero a la semana de estar ahí tuvieron una mala noticia: el
señor Rafa había regresado antes de lo previsto, lo cual encendió las
alamas en la pareja.

46 | Marzo 2022 | Mayra Ortíz


—¡No manches! ¡Ya llegó! —exclamó Luisa, transformándo-
sele el rostro al ver que su plan se tendría que deshacer antes de lo
previsto.
—¡Nos va a meter a la cárcel si nos ve! ¿Qué hacemos? —con-
testó el otro, todo paniqueado.
—Hay que activar el plan de emergencia ¡Pero ya! —dijo deci-
dida Luisa.
Así que, dejando las cosas, la pareja corrió hacia la ventana
parchada con tablas, sintiendo cada vez más cerca los pasos de don
Rafa, quitaron la madera, Jaime fue el primero en caer al contene-
dor. Luego sirvió de salvavidas a Luisa debido a lo de su embarazo; se
montaron en la moto del trabajo que previamente habían dejado ahí
y se fueron a toda velocidad.
Definitivamente lo mejor era haber seguido la idea de Jaime,
pero Luisa iba feliz de la vida porque tuvo lo que quería: que el cuarto
fuese suyo y que nadie la humillara dejándola en la calle… aunque
fuera por un rato.
En lo que respecta al señor Rafa la historia de nuevo le juega
una mala pasada, porque cuando llegó se enteró de todas las fechorías
que cometieron aquellos, desencadenando una furia incontrolable,
que terminó rompiendo todos los objetos que ahí se encontraban…
al final, aunque se había prometido que no le verían la cara, dos per-
sonas muy astutas se encargaron de salirse con la suya.

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La llave del camerino C

(Fragmento de novela)
I

—Permítame ayudarla a incorporarse señorita —me decía un señor


canoso amablemente, sin embargo, su rostro no se me hacía familiar.
—Ah, sí, gracias —le respondí totalmente confundida— dis-
culpe, ¿en dónde estoy?
—Está en el camerino C, el que está hasta el fondo bajando las
escaleras.
—Pero ¿cómo es que llegué aquí?
—Yo no sé de eso, solo vi que de repente se escuchó un ruido
y corrí a revisar, encontrándola a usted inconsciente. De hecho, casi
nadie viene para acá, dicen que aquí espantan, no sé si sea verdad,
pero lo que sí puedo afirmarte es que sea lo que sea que esté adentro,
apesta a rayos…
Escuchaba a medias lo que decía el señor, realmente estaba
desubicada y solo quería sentarme un rato y tomar un vaso de agua,
tenía demasiada sed.
Después el señor me dirigió hacia una banca que estaba a po-
cos metros de ahí, todavía tenía ese olor extraño en la nariz y empecé
a sentir náuseas. Luego me llegó un recuerdo de golpe: tenía conmigo
las llaves de esa puerta y me las encargaron que las cuidara casi como
si fuera mi vida.
—¡Las llaves! ¿Señor ha visto mis llaves? Las tenía en mi pan-
talón y ahora ya no están ¡Me van a matar si no las encuentro!
—No señorita, acuérdese que yo no supe de esto ni me enredé
en asuntos que no me competen, luego salgo con problemas —para
esto, ya se notaba un poco molesto con tantas preguntas, no sé si lo
incomodé en algo…

48 | Marzo 2022 | Mayra Ortíz


Max
Valencia

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Enero 13

(Fragmento de cuento)
I

Estoy cogiéndome a otra puta para olvidar a mi ex. Mi pene está entre
sus manos, sus ojos clavados en los míos, masajeando y lamiendo mi
carne. Una descarga eléctrica recorrió mi espina dorsal, hundí mis
dedos en su larga y negra melena, y la jalé con fuerza.
Terminamos “para siempre” unas dos veces al mes desde hace
3 años, otras veces más, otras menos, dependía también del humor y
de sus ganas de discutir por todo, pero siempre nos las arreglábamos
para volver. Era muy terca y sensible, sobre todo, cuando bebía de
más, que era habitualmente varias veces por semana. Miriam sentía
celos de cada mujer que me saludaba o se me acercaba, incluso si nada
más me sonreían o me volteaban a ver. Solía inventar historias en su
cabeza donde yo me iba hoteles con alguna de estas chicas. Debo ad-
mitir que un par de veces si lo hice. De cualquier manera, ella tenía
34 años y yo 27, ya no era la joven maestra de inglés que tuve en la
universidad, ambos lo sabíamos.
El orgasmo se descargó desde mi pelvis y recorrió todo mi
cuerpo, subió por mi pecho, se atoró un instante y salió por mi boca
en forma de gemido, sentía que el corazón se me podía salir del pecho
hasta que se me calmó la respiración. Cogimos hasta la madrugada.
Ruidos en el baño me despertaron, manoteé para buscar mi
celular y ver la hora «12:24 p. m.» Ni un mensaje, ni una llamada pér-
dida. No he sabido nada de Miriam en 3 días, me imagino que se
encerró en su casa a tratar de olvidarme junto a litros de alcohol y
nuevamente no lo conseguiría, en su resaca me amaría otra vez y vol-
vería a ser de quien me enamoré.

50 | Marzo 2022 | Max Valencia


Poco después me despedí de esta chica y tomé un taxi a casa
de Miriam. Vivía en una “zona cara”, muchos de los que vivían ahí
eran señores mayores, maestros retirados la mayoría. Su casa era
muy grande, tanto que el ruido de las fiestas constantes o de nuestras
discusiones no molestaban a sus estirados vecinos. Como ya había
pensado, la encontré dormida, rodeada de latas y botellas vacías por
todos lados, me tumbé a su lado, ella me daba la espalda.
—Estuviste con otras mujeres ¿verdad? —dijo con una voz re-
sacosa y soñolienta.
—Yo no diría “otras” —contesté.
—Te extrañé...
No dije nada. Se dio vuelta y me abrazó, pegó muy fuerte su
cuerpo al mío, la besé un poco. Empezó a acariciarme y rápidamente
bajó su mano hasta mi entrepierna, apretó firmemente y empezó a
masajear.
—Parece que estabas ansioso por verme. —Río excitada y
complacida.
...

Un par de semanas pasaron, cuando recibí la llamada del dueño de


una especie de librería que al mismo tiempo era un bar o quizá ta-
berna; un local amplio, de dos plantas, con grandes estanterías en las
paredes llenas de libros de cualquier tema que puedas imaginar, me-
sitas de café, sillas, sofás, una cocina pequeña donde preparaban las
bebidas y alimentos. Me dijo que habría una exposición de artistas
plásticos de la zona, otros escritores leerán lo suyo y quería que me
uniera para recitar. Ya conocía el lugar y la verdad no es completa-
mente de mi agrado, pero pensé que sería interesante, así que acepté,
la paga no sería mucha, sin embargo, podría beber todo lo que yo
quisiera y eso estaba bien.
El sitio estaba lleno, no sabría decir un número, 80 o 100 asis-
tentes que eran más salvajes de lo que esperaba, un ambiente más

51 | Marzo 2022 | Max Valencia


rebelde, cuando yo recuerdo a los clientes habituales como esnobs.
Necesitaba un trago, no era pánico escénico, he hecho esto multitud
de veces, pero mis poemas suenan mejor cuando estoy borracho, y
quería entrar en sintonía con ellos. Tomé una cerveza, dos o tres. Mi-
riam solamente llevaba una copa de vino y se veía muy indiferente
con todo aquello, nunca le había interesado el arte, solo le gustaba la
fiesta, beber y coger. Es, lo que se dice, “una persona del montón”.
Era mi turno. Subí a mi lugar en el banquillo frente al micró-
fono. Me presenté, todos aplaudieron y me dieron una ovación. Leí
dos poemas, empezaban a sonar bien, pedí otra cerveza por el micró-
fono, leí otros tres, tomé otra cerveza, dos poemas más, luego otro y
otro, apenas una botella se vaciaba alguien ya me estaba pasando otra
o una lata aparecía en el piso al lado de mis pies. En algún momento
vi a Miriam entre la multitud, estaba coqueteando con un mesero, un
joven fornido y bastante bien parecido, miré con repulsión, pero me
olvidé rápidamente de ello, este era mi momento.
Bajé del escenario entre aplausos y ovaciones, muchos se me
acercaron para felicitarme o pedirme fotos. Entre ellos destacaba una
chica, bajita, 1.50 o 1.55 de altura, delgada, cabello negro, piel more-
na, usaba converse negros, falda a cuadros, blusa negra, chaqueta de
mezclilla, podía verle algunos tatuajes. Caminó hacia mí y me saludó,
y fue como si en ese momento el resto de las personas a nuestro alre-
dedor se hubieran esfumado.
Empezamos a hablar y elogió mi obra, “rebelde y sincera”;
también le gustaba mi manera de vestir, mis skinny negros, mi playe-
ra talla grande, mis tenis rotos y mi chaqueta de mezclilla. Me contó
que es artista plástica y estaba presentando pequeñas esculturas. Nos
apartamos al fondo del bar, había poco ruido y nos servían los tragos
rápidamente. Platicamos largo rato, me gustaba su charla, era agrada-
ble e inteligente, se estaba muy tranquilo en su compañía.
Buscó en su bolso y sacó de su cartera un par de pastillas,
puso una bajo mi lengua y colocó una bajo la suya. Luego se llenó la

52 | Marzo 2022 | Max Valencia


boca con su trago, me agarró fuerte de la barbilla mientras se ponía
de puntillas, aun así, tuve que inclinarme, y nos hundimos en un beso
profundo y largo. Mi lengua jugaba con la suya, el licor paseaba de
un lado al otro, bañando las encías, los dientes, mezclándose con la
saliva. Se sentía muy bien; la química, la física, el alcohol, las pastillas
o lo que putas fuese.
Nos despegamos. Su cara frente a la mía. Sus grandes ojos
negros viéndome fijamente. Estábamos agitados. Sentía su pecho in-
flarse contra el mío y me nació abrazarla. Pude sentir como metió la
mano en el bolsillo de mi chaqueta y dejó algo.
—Tengo que irme —me sonrió y se alejó de mí.
Un grupo de amigas parecía estar esperándola. No sé desde
hace cuánto estaban ahí. Era gente normal, sin autenticidad, no pare-
cían muy brillantes y ninguna era particularmente bonita.
Se hacía tarde y no había visto a Miriam hacia un rato, qui-
zá se había marchado. Caminé hacia la salida y ahí la encontré, aún
estaba platicando con el joven mesero. Se estaba tambaleando de lo
borracha que estaba, se sostenía carnalmente del brazo del tipo. Ca-
miné por su lado, sin decir nada, ni voltearlos a ver. Ya estaba afuera
del lugar cuando escuché sus torpes pasos tratando de alcanzarme en
la salida.
—¡Milo! —gritó y perdió el equilibrio. Miriam cayó sobre sus
rodillas.
—Chingada madre, Miriam, apenas puedes mantenerte en pie
—reproché mientras le ayudaba a levantarse.
—Te vi platicando con esa zorra ¡Tú nada más vienes aquí a ver a cuál
de todas estas putas te vas a coger! —dijo mientras se ponía de pie.
—¿Y tú qué dices? Si fuera por ti, ya te estarías cogiendo a ese
pendejo...
—¡Me dejaste sola y él se ofreció a hacerme compañía!
—No mames ¿Y por eso lo estabas acariciando?
—Tú no lo entiendes… —Agachó la cabeza.

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—¿Entender qué? —dije con un tono de voz enojado.
—¡Él no me hace sentir como una pendeja! —Se soltó a llorar
y volvió corriendo al bar.
No entendí muy bien a qué se refería, me quedé ahí parado en
medio de la banqueta frente al bar, eran casi las tres de la mañana. Mi
madre vivía a unas seis cuadras de ahí en la casa donde crecí. Hacia
muchas semanas que no la visitaba, pensé en ir a pasar la noche con
ella, mi cama y algunos otros muebles aún seguían en mi cuarto.
Me gusta andar por estas calles de noche, sobre todo, borra-
cho y drogado, tambaleándome. No me importaba mi entorno, me
sentía seguro rodeado de toda esta gente, los vagabundos hurgando
en la basura, perros callejeros, borrachos de ojos amarillos chupan-
do de una botella de alcohol etílico, los pandilleros en las esquinas
compartiendo porros y cervezas. Podía sentir el dolor de todas esas
personas con cada torpe paso que daba.
Mi madre estaba dormida, era de esperarse. Fui directamente
al cuarto y recordé que aquella chica puso algo en mi bolsillo. Era
marihuana y algunos papeles para fumar, uno de ellos tenía escrito
“Sara” y un número de teléfono. Hice un porro, le di 3 caladas, estaba
más que bueno. Una calada más profunda. Ya empezaba a sentir los
efectos en mi cabeza.
—Sara… —Exhalé mientras el humo empezaba a llenar de
bruma el cuarto.
Metí la mano en el hueco entre mi cama y la pared, encontré
una caja que escondí no sé si meses o semanas atrás. Guardé el resto
de la marihuana y los papeles. Seguí fumando y en algún momento
me quedé dormido.

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P. O. V.

Ella sabe cómo me gusta.


Ojos de tabú discreto,
donde encuentro el paraíso,
aunque, siempre tras un gran muro.

Juega a seducirme
y sabe que no puedo ganar.
Tiene su arsenal de sonrisas lascivas
y el baile de sus caderas carnosas.

Ella tiene una Little Boy


para mi talón de Aquiles.
Es un vampiro con lengua como de espada.
Toda piernas, nudillos y rodillas.

Me mira, fijo me mira,


con una sonrisa enorme y la boca húmeda.
Reconozco el cielo y las montañas,
también la playa y el océano.

Entonces cierro los ojos


y me acicalo.
En la mente llevo bien grabada
aquella mirada fija de paraíso.

55 | Marzo 2022 | Max Valencia


Silencio.
La pared pagó el precio.
He tenido muchas noches solitarias.

56 | Marzo 2022 | Max Valencia


Vacío
(por las cosas que nunca te dije)

(Fragmento de novela)
I

Me dijo que le gusta el frío y los días nublados, pero solo cuando es-
toy con ella. El petricor le hizo levantar bien alto la barbilla, la nariz
apuntando fija al cielo, inhaló largamente y su pecho se infló lleno de
la fragancia de la lluvia y la tierra, se paró de puntillas, parecía que
iba a empezar a mecerse en el aire y salir volando, como un globo que
llenas de helio. Me abrazó fuerte y me dijo también que mi fragancia
combina muy bien con el clima, aroma a humo de marihuana, vainilla
tal vez, espuma para afeitar y ese algo que es mío. La envolví por la
cintura firmemente y sentí el calor que guardaba dentro de su suéter
negro de manchas amarillas, la abracé más fuerte y sentí que estaba en
casa, aunque sólo estuviéramos parados el uno frente al otro en una
calle de una ciudad que apenas conocíamos.
En el medio, una calzadita empedrada con árboles como tre-
mendas torres vigía, con robustos cuerpos y raíces que se asoman
bruscamente entre el concreto reclamando lo que les pertenece. Autos
iban y venían indiferentes a nosotros. Uno blanco, uno rojo, una ca-
mioneta, taxi vacío, auto azul, otro blanco. Quien sabe que cosas po-
drían estar pasando ahí dentro, qué historias, qué viajes, qué emocio-
nes. Familias urdían sus vidas en un restaurante chino en la banqueta
al frente nuestra. Una madre y un padre, una pareja joven, quizá un
poco menos que nosotros. Movían torpemente los hashi, picoteaban
dumplings de una bandejita de madera, reían después de verse fallar
así que prefirieron usar las manos para llevarse la comida a la boca.

57 | Marzo 2022 | Max Valencia


Se miraban a los ojos y se podía ver la fe dentro de ellos, diciéndose
telepáticamente que “dios no cierra una puerta sin abrir una ventana”,
mientras su primogénito babeaba los fideos, los tiraba fuera del pla-
to y hacia un desastre en la silla alta, aplastaba las papas fritas en su
mano y molestaba con ruidosos intentos de comunicarse a comensa-
les cercanos.
Sara apoyó gentilmente su cabeza en mi pecho como escu-
chando mi corazón, recargué mi barbilla en su cabeza y cerré los ojos
confiando. Respiré el perfume de su cabello y me alegró la nariz, viajó
dentro de mí como un viento fresco y liviano, me llenó los pulmones
y me hizo sentir paz. Después un cosquilleo en la boca me hace sali-
var, un nudo en el estómago, luego el cosquilleo sigue bajando y ter-
mina en mi entrepierna, me acelera el corazón ergo el hambre. Creo
que así es como se siente el amor.
Qué clima de octubre más impaciente, un viento resopló fuer-
temente, agitó y levanto las hojas amarillas, marrones, verdes y otras
secas. El cielo gris rugía con lo que puedo describir como gentile-
za, como no queriendo asustarnos. Algunas gotas empezaban a caer.
Cruzamos la calle para caminar por el empedrado y cubrirnos un
poco de la lluvia, ya que ella no se había abrigado como para resistir la
tormenta que parecía avecinarse. Caminamos quizá dos cuadras, muy
largas, había casas grandes con coches de lujo de colores brillantes y
llamativos. Llegamos a lo que parecía ser una avenida principal, y que
panorama más gris con matices amarillos, gente como hormigas de
aquí para allá, coches que se movían como cucarachas en la cocina.
Vimos un hospital público y una parada del bus donde los obreros de
una construcción vecina esperan el transporte.
“La mejor moda para toda la familia” replica una lona impresa
amarrada torpemente frente al lugar de la obra, “Próximamente…”.
La lluvia comenzó a arreciar. Seguíamos nuestra aventura sin
rumbo cuando vimos un puente peatonal, decidimos que el ¿a dónde
nos podría llevar? sería interesante. Subimos por la escalera en espi-

58 | Marzo 2022 | Max Valencia


ral, atravesamos aquella plancha de concreto con torpes tubos ama-
rillos como barandal de seguridad, el tráfico corría debajo de noso-
tros como un gran banco de peces siguiendo la corriente oceánica. El
tiempo empeoró aún más. Un ventarrón nos golpeó por la izquierda
seguido del repentino aumento de la lluvia y Sara que ama los días
soleados, pobrecita, se pegó a mí queriendo cubrirse. Me levanté la
capucha de la sudadera, me quité la chaqueta de mezclilla que traía
encima de esta y se la coloqué sobre los hombros a Sara. Ella me miró
a los ojos y me sonrió, y yo sabía que eso significaba “yo también te
amo”. Corrimos hasta la otra orilla del puente y bajamos las escaleras
cuidadosamente.
Caminamos por la calle paralela al puente, haciendo nuestro
propio camino. Pasamos una escuela, una tienda de abarrotes y un
poco más adelante había unos edificios altos, cinco o seis pisos por lo
menos, caminamos en su dirección y encontramos un parque. Estaba
rodeado por estos edificios igualmente anchos, que supongo son de-
partamentos. El lugar se veía abandonado, se sentía el vacío, e incluso,
podías escucharlo. Había áreas de juegos, dos o tres, muy separadas la
una de la otra. Tenían pasamanos, resbaladillas, subeibajas, se notaba
la implacable huella del tiempo en ellos, la pintura estaba ya muy car-
comida, eran más metal oxidado con manchitas de pintura reluciente;
amarillo, rojo, azul.
Un camino de adoquines nos conducía por el lugar, también
se dividía y te llevaba a otras áreas, rodeadas de arbustos, con tie-
rra anaranjada, ahora lodosa, y mesas de picnic hechas de madera.
Cuando menos acordamos la lluvia ya había cesado. Nos quedamos
un rato explorando el lugar, viendo sus árboles, los arbustos mojados,
el pasto brillante y el silencio del despoblado me resultaba inquietan-
te. La poca luz natural ya casi se había ido cuando descubrimos que
el camino del parque te conducía por detrás de los departamentos y
encontramos que había un arroyo. En la orilla frente a nosotros, al
otro lado del río, una barrera de sauces, que cual narciso cuelgan y se

59 | Marzo 2022 | Max Valencia


reflejan sobre el agua, una rama es mecida por el aire, rebota de arriba
abajo, de atrás para adelante, roza apenas con las puntas de las hojas la
superficie del agua, como quien mete, apenas, los dedos a la corriente.
La vegetación, el musgo pegado a las piedras, el lodo al fondo,
la poca luz ambiental, tintaban de un color verde profundo al río, y
yo hipnotizado tratando de imaginar la profundidad, qué cosas no
podrían vivir ahí debajo, el ruido del viento golpeando las hojas de los
árboles, el sonido de la corriente, el canto de los grillos. Había algo en
esas aguas que me hacían sentir incómodo. Creo que esta eso es de lo
que habla Lovecraft, una sensación de intranquilidad que no se puede
describir, solo sentir “La emoción más antigua y más intensa de la
humanidad es el miedo…”.
Miro a mi alrededor, se hizo de noche, y no hay nada más que
los inhabitados edificios, lodo, una muralla de árboles y el aire helado.
El ruido de la corriente se hacía más fuerte, como si una locomotora
pasará ferozmente a mi lado. El pecho se me empieza a sacudir con
fuerza y la respiración se me dificulta cada vez más, caigo arrodillado
y la desesperación me invade. Busco tu mano para sentirme un poco
a salvo y no la encuentro, no estás, de pronto te has ido y no hay más
camino que aquella ribera. La sangre se descarga de golpe en mis pier-
nas y empiezo a correr sin saber a dónde. Desesperadamente intento
gritar tu nombre, pero no me salé la voz y de pronto ya no puedo mo-
verme, el ruido ensordecedor del curso como turbinas de avión.

II

El ruido de la secadora de cabello despertó a Milo que tenía el corazón


agitado, abrió los ojos un poco, deslumbrado por la claridad del día,
suspiró profundamente y se cubrió la cara con las sábanas. Un pálido
sol de primera hora, que recién había empezado a salir, se arrastraba
lentamente sobre las álgidas montañas, acariciaba los árboles, al igual

60 | Marzo 2022 | Max Valencia


que el profundo manto blanco del paisaje y lo hacía resplandecer con
intensidad. La luz golpeó amablemente la ventana, traspasó las delga-
das cortinas y se empezó a embarrar en el piso y las paredes.
—Oh… désolé, mon amour1 —dijo la chica de manera tierna.
Aún con el cabello húmedo, la chica dio unos pasos conto-
neando con gracia su cuerpo de piel rosada, llevaba un conjunto de
encaje blanco, y con la sutileza que caracteriza a los felinos, subió a la
cama y gateó hasta el lado de Milo, que le daba la espalda. Lo abrazó y
le besó delicadamente el cuello, una o dos veces, y se acercó a su oído.
—Désolé de te réveiller mon amour,2 continue de dormir.2
—Ne t’inquiete pas, mon amour3 —respondió Milo.
—Me encanta tu voz cuando estás recién despierto —dijo an-
tes de besarlo y de levantarse de la cama.
Ella siguió con su rutina. Se puso los jeans, las botas, un pullo-
ver blanco, terminó de secarse el cabello, se maquilló ligeramente y se
puso un abrigo negro. Se acercó de nuevo a Milo, se arrodilló frente
a él y lo besó en la boca para despedirse. Hoy estaría ocupada todo el
día y no volverían a verse hasta en la noche. Milo escuchó la puerta
cerrarse y luego el motor de la camioneta, Rosée pisaba el acelerador
mientras esperaba a que se calentara el motor. Puso las velocidades y
arrancó.
Milo escuchó al Jeep alejarse. Al mismo tiempo, trataba de
recordar que había pasado en su sueño, que fue esa pesadilla que le
dejó tan mal cuerpo. Había una sensación, un lugar, una persona, una
emoción, pero no hay imágenes para rememorar, solo sensaciones;
vacío, duda, tristeza, miedo. Lo intentó un rato y nada. Se repitió a si
mismo que los sueños, o mejor dicho las pesadillas nos preparan para
situaciones a las que les tememos, como un entrenamiento para esa
situación que nos estresa, por si llegase a pasar. A veces olvidamos lo

1 Oh... lo siento, mi amor.


2 Perdón por despertarte, mi amor. Sigue durmiendo.
3 No te preocupes, mi amor.

61 | Marzo 2022 | Max Valencia


que soñamos por selectísimo, nuestro cerebro considera que la infor-
mación es irrelevante y la desecha ¿Qué significado puede tener un
sueño?
Era un día calmado, una nevada había caído durante la noche.
Rosée había dejado la cafetera llena como todas las mañanas, Milo se
sirvió, estaba amargo y sabía mucho a café como le gustaba. Se quedó
un rato de pie en la cocina, con los codos apoyados en la encimera,
viendo humear a la taza.

62 | Marzo 2022 | Max Valencia


Ana
Guerrero

63 | Marzo 2022 | Ana Guerrero


Mugre

Miasmas pululan
en ambientes sórdidos,
ahí eres reina.

Ungen pócimas
para limpiar espacios
llenos de asco.

Gangrenan mentes
contra pobreza sucia,
inclementes son.

Revuelcan ratas
basura, desperdicios
fiesta colosal.

Eliminarla
mentira política.
Sobrevivirá.

64 | Marzo 2022 | Ana Guerrero


Carretón de la basura:
Llévame temprano,
no muy terde, no nunca.

Jaime Sabines

Oda a la mugre

Ana Guerrero Sánchez.


La vi, por vez primera
en la grasienta estufa.
La abuela preparaba
delicioso atole de naranja.

Irrumpió en el cuerpo
uñas sucias, cabello piojoso,
muelas con caries
fuerte olor de axilas, pies.

Con el tiempo le vi en el polvo


acumulado de las ventanas
que guarda la memoria
de sueños adolescentes.

La vi, en trastes ahumados,


cochambrosos, impregnados
de alegrías y tristezas
de las comilitonas familiares.

65 | Marzo 2022 | Ana Guerrero


La vi, en las calles mugrientas
donde puestos callejeros
más de una vez
mataron mi hambre.

La vi, en los pasos hediondos


de indigentes que recuerdan
olores a humano,
sin prejuicios higiénicos.

Siempre ahí
fiel compañera
hasta en la muerte
perfumando la carne podrida.

66 | Marzo 2022 | Ana Guerrero


El paquete

Abrí la dirección de internet para monitorear el itinerario del paque-


te, otra vez, nada. Debió llegar hace 10 días, tengo un mal presenti-
miento, es una pintura original, no se puede extraviar. Maldita in-
certidumbre, nunca se han retrasado tanto los envíos. Le enviaré un
mensaje a Noelia para ver si puede averiguar algo.
—Hola Noe, fíjate que no ha llegado la pintura, estoy preo-
cupada. Disculpa, ni siquiera te he preguntado ¿cómo te encuentras?
Espero estés bien. Ya rastreé el paquete y señala que está en tránsito,
pero no me dicen más, abrazo.
—Hola Diana. Estoy bien, encerrada pues la pandemia está en
su pico más alto aquí en Canarias. También rastreé la pintura, averi-
güé que se quedó en Madrid, parece que hubo una equivocación y fue
a dar a una galería cuyo dueño es un tal Federico Benítez.
“…Investigué y pude hablar con él a través de una videocon-
ferencia, te cuento: resulta que su galería se cerró por lo de la cuaren-
tena del coronavirus, él está en su casa, por cierto, muy deprimido,
saliendo de la enfermedad, se infectó con el virus, no solo eso, resulta
que no sabía que estaba contagiado y fue a cenar con su mujer e hija
a casa de sus papás, llevaron para compartir un budín. Contagió a
todos, lo peor, se murieron todos menos su hija y él.
Comprenderás que después del budín de la muerte no tiene
cabeza para nada, así es que tenemos que esperar para ver dónde está
la pintura…”
—Oye Noe, es terrible lo que me cuentas, pobre hombre, la
culpa lo ha de estar matando. Todo por no creer que el virus es real.
En México pasa lo mismo, hay mucha gente que no cree y otra que no

67 | Marzo 2022 | Ana Guerrero


puede creer debido a su condición económica, es increíble cómo una
pandemia discrimina a la gente pobre.
“…En fin, tendremos que esperar mi querida Noe, aunque
pensaba que a lo mejor este señor tiene una secretaria o un asistente
que nos pueda dar información, ¿podrías averiguarlo?
Saludos con mucho cariño…”

68 | Marzo 2022 | Ana Guerrero


Chapulín en el manicomio
Con cariño a mi hermano “el perico”

Aquel domingo en la mañana mi madre Aurora y yo nos prepará-


bamos para ir a “La Castañeda”, conocido manicomio de la ciudad
donde ella vendía carpetas tejidas a mano. Era día de visita. El tiem-
po volaba y yo había tardado en ponerme el pantalón, se me atoraba
siempre la pierna izquierda debido a una secuela de polio a los tres
años. Ahora a los siete todavía no podía moverla bien.
Entusiasmados nos dirigimos al lugar, sin imaginar lo que me
esperaba. Apresurados llegamos a las diez de la mañana, exactamente
la hora en que abrían para dejar pasar a familiares de los locos. “La
Castañeda” fue construida en el porfiriato exprofeso para albergar en-
fermos mentales. Tenía una escalinata amplia, jardines inmensos y un
patio grande donde convivían ese día.
Mamá se sentó en la escalinata y sacó sus carpetas, me senté a
su lado. En un rato más empezaba la matinée. Cada domingo pedía a
Aurora me dejará entrar.
—Es gratis y tú nunca me llevas al cine.
—Los locos son peligrosos, te pueden hacer algo —ella siem-
pre decía, pero me encontraba muy aburrido, supliqué, lloré… hasta
que cedió.
—Mira Juanito vas a ir con dos condiciones, vas a estar muy
tranquilo sin moverte de tu lugar y no imites a los loquitos, ni te bur-
les de ellos. —Me puse loco de contento y juré que cumpliría.
Subí la escalinata cojeando lo más rápido que pude. Esperé cerca de
la entrada, se acercaban una señora y un niño loquito juntos, les pedí
me dejarán pasar con ellos. Expliqué a la señora que mi mamá era la

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que vendía las carpetas y no podía acompañarme, me miró con ojos
de “pobrecito” y aceptó.
A la entrada se encontraba un señor alto, moreno con el pelo
corto, era el vigilante, pidió a la señora su nombre y número de perso-
nas que entraríamos. Ella aclaró que yo no era un interno, finalmente
nos dejó pasar, era una sala de cine improvisada en un cuarto gran-
de con paredes despintadas, piso de tierra, vigas mal acondicionadas
como bancas, nos sentamos hasta adelante, junto a mí el niño.
Nunca había estado tan cerca de los internos, siempre los ob-
servaba de lejos. Me impresionaron sus caras con miradas perdidas,
gestos toscos, unos babeaban, otros hacían guiños, algunos no de-
jaban de moverse como si tuvieran el “Mal de San Vito”. De pron-
to cerraron las ventanas y empezó la proyección, era una película de
Chaplin, “El Circo”.
Aplaudimos, ¡con lo que me fascinaba el circo! Aurora me lle-
vó una vez, pero ahora verlo tan cerquita era un sueño, para colmo la
película parecía desarrollada en un manicomio, donde Chaplin repre-
sentaba un loco muy divertido.
Completamente absorto yo reía sin parar.
De repente un interno habló en voz alta, los enfermos men-
tales empezaron a inquietarse, siguieron unos “shhhht”. La gente pe-
día silencio. Poco a poco él gritaba, otros se unieron, el niño que se
encontraba a mi lado movía inquieto sus piernas, manoteaba, quise
calmarlo, no pude, entonces desesperado empecé a imitarlo.
La sala se hallaba en completo desorden. El vigilante sonó su
silbato, llegaron más enfermeros a sacar a los locos, los aventaban y
golpeaban si se resistían, había mucha confusión, yo corrí hacia don-
de estaba Aurora, pero otro celador me levantó en vilo y llevó al patio
con los demás internos.
Nos metieron a un patio grande, con miedo observé a mi al-
rededor. Había viejos, jóvenes, niños, mujeres, vestidos de diferente
manera. Unos traían una bata blanca o gris amarrada a la cintura,

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otros traían ropa normal limpia y los demás ropa sucia. Todos tenían
un corte de pelo mal hecho, cómo si los hubiera mordido un burro.
No sé cuánto tiempo estuvimos ahí. Empecé a inquietarme,
tenía hambre y quería irme. Ver a Aurora. La calma impuesta inco-
modaba, sentía dolor de panza, como si algo malo fuera a pasar. Por
fin llegó un cuidador, dijo que íbamos a pasar a nuestro respectivo
pabellón, no entendía, así que me acerqué y le susurré
—No estoy loco, sólo entré a ver la matinée, mi madre está
afuera esperándome, es la que vende carpetas.
El guardián me vio con ojos de lástima, sonrió burlonamente y dijo
—Claro, no te preocupes, ahorita que ya estés en tu lugar tran-
quilo, vendrá mamá por ti.
—Esas palabras me calmaron, sumisamente entre al pabellón
de niños loquitos. Al poco rato nos trajeron de comer agua y pan, por
fin entendí porque llevaban un bote colgado en el cuello.
Hambriento comí pan y tomé agua, vi que un vigilante se aso-
mó a la puerta. Corrí y me aferré a su pantalón.
—Señor, quiero ver a mi mamá, es la señora de las carpetas.
Él, indiferente, me tomó del brazo y dijo:
—Cálmate, la veras en la próxima visita.
—¡Nooooo, no estoy loco, no estoy loco, quiero ver a mi
mamá! —grité.
—Si no dejas de gritar te pondré una camisa de fuerza y te encerraré
en el cuarto de castigo—con voz de mando señaló.
Dejé de gritar, sollozando volví al lugar asignado. Sentí una
terrible angustia al pensar que me quedaría en ese horrible lugar, em-
pecé a rezar y pedirle a Dios ayuda. Prometí que si me sacaba no vol-
vería a desobedecer a mi mamá, ni a robarle dinero de su monedero.
Con ese pensamiento me quedé dormido. El ruido y movi-
miento en el pabellón me despertó, sin embargo, no me movía, tenía
miedo, estaba triste, a lo lejos oí una voz que gritaba “a bañarse loqui-
tos mugrosos o les doy de palos”. Me levanté rápido y cuál sería mi

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sorpresa, era el mismo vigilante de la entrada del cine, me reconoció,
lloré de alegría, le platiqué lo sucedido. Tomó mi mano y caminamos
por pasillos que parecían infinitos.
Cruzamos por muchas puertas, casi para llegar a la entrada
de la explanada, oí los gritos de una mujer, se parecía a la voz de mi
madre Aurora, gritaba: “¡no estoy loca, mi hijo tampoco, devuélvan-
melo!”. Quise pararme, pero el enfermero me jaló con fuerza y me
aventó hacia afuera del manicomio
—Vete, corre, ¡corre!…
Sin pensarlo y aturdido por el golpe corrí sin voltear, aunque
no dejaba de oír los gritos de aquella mujer.

72 | Marzo 2022 | Ana Guerrero


Alejandro
Valdivia
Reyes

73 | Marzo 2022 | Alejandro Valdivia


Diario de un violador

I
Por tu sonrisa todo vale la pena

Al joven Orlando se le hizo tarde para llegar a su trabajo. El tráfi-


co impedía el paso rápido de los vehículos. Una chica de hermosos
muslos, amplias caderas y prominente busto esperaba a unos cuantos
metros un taxi, al ver la ausencia de estos debido al mar de coches,
camiones de carga y de trasporte público decidió tomar el primer ca-
mión que pasara para llegar a una zona con menor tráfico.
Orlando se desesperó y tomó el primer camión para trans-
bordar. Al subir Orlando barrió con la mirada a los pasajeros y entre
ellos Paola, esta se sintió observada. Orlando solo pudo pensar (todo
bien), al no alcanzar asiento se situó en la parte trasera, desesperado.
No esperó a que se parara por completo el camión en la parada, saltó y
corrió hacia la calle siguiente. Paola bajó por la puerta delantera. Casi
chocaron. Ella lo miró asustada. Él le sonrío. Impactada queda inerte,
por unos breves segundos se miran. Él nota la incomodidad de ella y
la deja atrás siguiendo su camino con una gran sonrisa, nada bueno
tendría quedarse. El resto del camino se la pasó reflexionando sobre
lo ocurrido (es extraño ser visto como quien puede hacer daño, pero
soy un extraño y en estos tiempos no se puede pensar que un desco-
nocido sea bueno).
Con una sonrisa llegó a su trabajo donde su jefe molesto lo
esperaba.
—Raúl… ¡Lo siento!

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—Nada de lo siento, Recursos Humanos. En especial Sara
quiere ya tu acta, ya no puedo seguirte defendiendo.
—Lo siento, trato de no llegar tarde, pero sigo teniendo im-
previstos —volvió a sonreír.
—Es difícil creerte cuando sonríes, en fin, ya vete a tu cubícu-
lo. —Orlando es un buen empleado cuyo único defecto es su puntua-
lidad.
Soledad, una joven secretaria de veinticinco años llegó co-
rriendo, disculpándose por el retardo. Sus retardos se debían a Abi-
dan un pequeño de cinco años, ella podía llegar veinte minutos tarde
y casi siempre llegaba media hora después de la hora de checada. Ni
el jefe de piso o su jefe directo decían algo, pero las demás secretarias
murmuraban, si la veían susurraban y reían, en el tiempo de café ella
llegó por su habitual cafecito con pan.
—¿Chicas a dónde van?
—A donde sea, donde no esté una dejada.
—Ja, ja, ja. Habla la del esposo gay.
—¿Perdón, Orlando?
—Claro, te perdono por dejar abierto el café y el azúcar.
—Vámonos, dejemos a los dejados.
Orlando sonrío. Soledad lo veía admirando su valentía. Se
prepararon su café, platicaron un rato y regresaron a sus labores hasta
la hora de la comida. En esas dos horas la mayoría se dirigía a comer,
excepto Orlando y Soledad. Ambos iban por sus respectivos hijos,
soportando el calor infernal de la dos de la tarde, los incesantes gol-
peteos a los cláxones de los adictos a la desesperación y cafeína. En la
travesía mal comían lo que se les atravesara, pero para Orlando nada
importaba si lograba ver a su amado Mani, su hijo de 5 años. Siempre
al verse padre e hijo sonreían y saltaban eufóricos.
Después de ir a un parque a ejercitar Orlando llevaba a Mani
con su exesposa, Kalmia, hermosa y tóxica a partes iguales. Su matri-
monio se terminó hace poco y ella ya tenía un novio el cual maltrata-

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ba a Mani. Kalmia no estaba en la casa y Orlando la esperó por mucho
tiempo. Observó su celular una y otra vez. Antes de desesperarse es-
cuchó el sonido clásico del carro del noviecillo.
—¡Llegas tarde!
—Se me hizo tarde, fuimos a comer y la verdad no vi el cel.
—Bueno, debo irme, ya voy tarde.
El malnacido del noviecillo empujaba a Mani para hacerlo
irritar. Orlando lo vio molesto. Kalmia notó la situación y solo se río,
dando a entender solo ser un juego. Luego miró con desprecio a Or-
lando al notar que su molestia persistía.
—Ellos son mi novio e hijo y solo es un juego.
—Bueno —sonrió.
—Ya vete, si te corren no podrás pasarme la manutención y no
te dejare ver a Mani.
Orlando con el corazón pulverizado se despidió de su amado
hijo, hizo una seña amistosa con la mano al parásito y le sonrío a su ex
para despedirse, pensó (quise protegerte, mas solo es un juego, aun-
que no puedo evitar pensar en el fuego cuando veo a ese infeliz). De
nuevo corrió para alcanzar el camión.

II
Un encuentro cambia vidas

Ve irse a su última oportunidad de llegar a tiempo, con su dinero limi-


tado solo podía pagar camiones, un taxi completo era inconcebible.
Sin embargo, hasta en la rutina puede ocurrir lo increíble.
—¿Orlando?
—¡Soledad! ¿Qué haces por aquí?
—Vengo de dejar a mi hijo en casa de mi madre.
—Yo vengo de dejar al mío en casa de su madre, pero ya voy
tarde a la oficina.

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—Yo igual ¿Tomamos un taxi?
—Solo si pagamos mitad y mitad.
No solo compartieron un taxi, también pasaron un agradable
instante. Plática, risa y magia. Hablando se percataron de lo similar de
su actualidad. Una necesidad de abrazarse los invadió, ya era tarde, el
suceso se repitió por las próximas semanas.
Al final de cada sábado Orlando se quedaba compensado sus
retardos diarios. Ahora bien, los largos horarios de oficina no logra-
ban borrar la sonrisa de ambos, ni los comentarios de las brujas po-
dían ya inquietar a Soledad. Un sábado tranquilo el edificio se vació
temprano, dejando a pocos adictos al trabajo o desafortunados como
el querido Orlando solos. Todo su piso incluida Soledad se habían
marchado, únicamente quedaba el sonido de los dispensadores y del
tecleo de un solo teclado. Casi por terminar Orlando decidió ir por un
café. A un par de metros de la cocina de su piso algo le decía que no
siguiera (intuir el peligro es una habilidad del héroe) pensó, mas no
se detuvo, logró oler un agradable perfume.
—¡Hola!, disculpen, en mi piso ya no hay azúcar, bajé para
robarles un poco.
—Está bien.
—Te conozco… ya recuerdo, eres el del camión… el acosador.
—No soy un acosador —sonrió incómodo.
—Claro que sí, esa sonrisa es inconfundible, una sonrisa gran-
de y la verdad te queda, a cualquier otro le vendría mal —se acercó
haciendo alarde de su prominente busto— soy Paola.
—Orlando, y no te acosé, solo corría para alcanzar mi camión.
—Está bien, aunque lo hubieras hecho no te culpo por verme,
sé lo que tengo ¿Eres el único en tu piso?
—Sí, me quedé a terminar unos reportes.
—¡Que trabajador! —se acercó mucho a Orlando—. Me pre-
gunto si tu sonrisa es lo único grande que tienes —se mordió los la-
bios y deslizó su mano en el abdomen de Orlando hasta que él la

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detuvo en seco, le quitó su mano y pretendió irse. Ella lo sujetó.
—No puedes rechazarme, vamos, no digas que tienes una no-
viecita o esposa, estoy segura de que no están tan bien como yo.
—¡Por favor, suéltame!
—Te lo pierdes.
Orlando abandonó la cocina no sin antes pensar (jamás po-
dría caer en las tentaciones carnales teniendo el amor a pie de puerta).
Al darse las cuatro de la tarde Orlando tomó sus cosas. A unas cuantas
calles del edificio en un parque pequeño lo esperaba Soledad. Se abra-
zaron y por primera vez se besaron. Sonrieron. Después Orlando dejó
a Soledad en su casa y cuando se dirigía a la suya un sujeto lo alcanzó
con deseos de asaltarlo. Antes de poder acercarse el asaltante terminó
en el suelo, al levantarse su víctima ya no se encontraba cerca, no se
inquietó, culpó a las drogas y se desvaneció en la oscura ciudad.
El lunes Orlando llegó temprano y su sonrisa brillaba con sin-
gularidad ¿la razón? haber encontrado paz en Soledad. En su fantasía
no se percató del asecho de sus compañeros, solo escuchó a un pasan-
te gritar su nombre.
—Señor Orlando, ¿puede ir a RH?, la jefa Sara lo llama.
Orlando asintió con la cabeza y algo nervioso se dirigió a la oficina de
Sara. Su sonrisa se desvaneció al abrirse la puerta, estaba Paola sen-
tada llorando desconsolada. El golpe de la puerta al cerrarse retumbo
en el pecho de Orlando.
—Orlando, me imagino que sabes la razón del que estés aquí
—dijo Sara con un tono firme y tajante.
—No, ¿qué ocurre? —miró a Raúl con cara de confundido
—Orlando, ¡yo te di trabajo! ¡te defendí en la universidad!
¡creí en tu inocencia! ¡y mira esto ¿Así me pagas?! —gritaba con mu-
cha frustración en sus palabras—¿Universidad? —comprendió la si-
tuación y sin poder decir más miró al piso.
—Veo que lo sabes. ¿Qué tienes que decir? —preguntó Sara.

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Una sonrisa nerviosa se dibujó en el rostro de Orlando, empezó
a carcajearse, sujetó sus hombros, sus latidos aceleraron y de golpe se
detuvieron junto con el tiempo. Se calmó, sonrío tranquilo y de su pan-
talón saco su celular. Calmadamente buscó un audio. Había grabado el
encuentro con Paola. Esta al verse descubierta empezó a gritar y lanzar
cosas.
—¡Me sentía sola! Y no podía creerlo, un don nadie me rechazó.
—¡Estás despedida!
—No, por favor, debo muchísimo dinero. Justo ahora no puedo
perder mi trabajo.
—Esperen, entiendo su dolor, creo que ya aprendió la lección,
no deberían despedirla.
—Está bien, si a ti no te molesta.
—Gracias, prometo ser mejor.
Todo parecía haberse resuelto, sin embargo...
—¡Orlando! —gritó Raúl, empuñando con fuerza.
—Nada —Orlando estaba al borde de las lágrimas.
La realidad puede llegar a ser devastadora. Ya no tenía escapato-
ria de la trampa puesta astutamente por Paola. Orlando fue suspendido
hasta aclarar todo. Salió destrozado de la oficina, se dirigió a su cubí-
culo, tomó sus cosas y se marchó. Oía los murmullos a cada paso que
daba. Aún con todo él nunca dejó de sonreír.

III
Un bello atardecer

Orlando decidió irse caminando a su casa, debía reflexionar sobre todo


lo ocurrido. Lo asechaban, una camioneta detuvo su camino. Se trataba
de unos compañeros de la oficina. Orlando sabía lo que se avecinaba, le
pidieron subir a la camioneta para ir a un lugar más tranquilo para ha-

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blar sobre lo ocurrido. Se sentía el hambre de sangre en el ambiente,
mas no le importó y se subió a la camioneta, no se dijo palabra alguna
hasta llegar a un callejón donde bajaron a la fuerza a Orlando. El chó-
fer se quedó para obstruir la salida con la camioneta.
—Eres un maldito enfermo, y nosotros somos la cura —dijo
uno de ellos mientras los demás rodeaban a Orlando.
—Por favor ataquen con cuidado, no quiero que se lastimen
—Orlando sonrió mientras veía a la nada.
—Eres escoria.
—Comencemos, no tengo ganas de seguir afuera. —Miró fija-
mente al que se burló.
Nadie atacaba, todos permanecían a la expectativa. Nada in-
quietaba a Orlando, quienes lograban verlo de frente empezaron a
temblar, de repente hubo un valiente que lo golpeó con un palo, el
cual se quebró en el hombro de Orlando. Todos comenzaron a atacar
una y otra vez. Él seguía sin quitar su sonrisa. Todos terminaron en
el piso cansados. Él seguía de pie con una sonrisa tétrica, empezó a
caminar y nadie se atrevió a detenerlo. El chofer movió la camioneta,
sin despegar su mirada del ensangrentado Orlando.
Al llegar a su casa se metió a bañar. La sangre era llevada por
el agua entre los pequeños barrotes de la alcantarilla. Tomó una caja
guardada debajo de su cama, ingresó el código al candado, tomó una
jeringa y un frasco verde. Al inyectarse sus pupilas se dilataron, es-
peró unos minutos a que pasara el efecto y atendió sus heridas. De
un compartimiento secreto de los gabinetes de la cocina sacó unas
bolsas selladas, las puso en una mochila junto con jeringas y un par
de frascos verdes, con un par naranjas. También tomó tres garrafo-
nes. Los cargaba como si estuvieran vacíos. Bajó al primer piso donde
solo había un pequeño cuarto de bomba y de sistema eléctrico, dentro
había una pared falsa. Al quitarla se reveló una puerta con un letrero
de “prohibido sonreír”, la segunda puerta no tenía perillas, solo un
pequeño teclado. Ingresó un código de seguridad, se escucharon qui-

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tar varios candados y seguros. Sin embargo, la puerta no abrió, aún
se debía emplear una fuerza absurda para poder empujarla, entró al
cuarto con la mochila y los garrafones. Cerró la puerta y puso en el
teclado de cerrado: quince días.
Al pasar esos quince días la puerta se abrió, un denso vapor
salió de la habitación, solo se distinguía una silueta, luego una sonrisa
demoniaca.
Encendió su celular, había un mensaje de Raúl: “ven tan pron-
to como puedas”.
Al día siguiente Orlando se presentó en la empresa. Raúl, Sara
y Orlando esperaron la llegada de Paola. Agitado entró el pasante con
cara de haber visto un fantasma, se acercó al escritorio.
—Ella está muerta —dijo con un tono de miedo, sin creer lo
sucedido.
—¿Quién? —preguntó Sara asustada.
—Toqué por un rato y no abrió así que entré y la vi. Estaba
sentada con sus manos dentro de cubetas llenas de su sangre y agua,
frente a ella una nota suicida, llamé a la policía y corrí — lo dijo sin
dejar de sujetarse la cabeza— ella me dijo que pasara por ella, se sen-
tía asustada. Paola no se suicidó.
—¡No puede ser!
—¡Tú! Ella te reportó y arruinó tu vida, por eso te vengaste…
¡la mataste!
—¿Qué? —confundido preguntó Raúl.
—Yo la amaba, a pesar de saber cómo era —sollozando tomó
del cuello a Orlando— no puedo —cayó de rodillas al piso.
Orlando salió corriendo. En cuestión de horas llegaron los policías al
edificio. Estaban afuera de su casa esperándolo, también fuera de la
casa de su ex.

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En el parque de costumbre Orlando se encontró con Kalmia y
Mani.
—Prometiste que ya no se repetiría esto —dijo Kalmia entre
lágrimas.
—Yo no hice nada —intentó acercarse.
—¡Por favor! Aléjate —respiró profundo— Te creo, pero na-
die más lo hará y no puedo soportar eso de nuevo, nos marcharemos.
—Permíteme pasar un último instante con él —sonrió y lloró.
—Está bien.
—Gracias por creer en mí.
—Eres muchas cosas, pero no eres malo y me encargaré de
que Mani lo sepa.
—¡Gracias!
Pasaron un día padre e hijo, Mani hizo varias preguntas a Or-
lando, con respecto a la vida, a la práctica de todos los días. Orlando
contestó todo y le enseñó unos últimos ejercicios.
—Papá ¿Por qué sonríes siempre? —Volteó a ver a su padre,
mientras el sol se ocultaba frente suyo.
—¿Por qué? Sencillo, un héroe siempre sonríe —dijo Orlando
con una sonrisa sincera y llena de orgullo, mientras el atardecer se
hizo a su espalda.
Las sirenas sonaron, provocando voltear a Mani, cuando re-
gresó la mirada su padre se había esfumado, ya no estaba, como un
sueño al despertar.

82 | Marzo 2022 | Alejandro Valdivia


IV
Un golpe de amor

—Tú casa está rodeada.


—Lo sé.
—¿Podemos caminar?
Soledad guío a Orlando a un callejón decorado con cadáve-
res, se trataba del callejón donde lo habían golpeado y las decoracio-
nes eran los mismos compañeros implicados en la golpiza.
—Nadie va a lastimarte y salirse con la suya —dijo con una
mirada llena de amor.
—Estos inútiles se atrevieron a golpearte —sonreía, y decía
con un tono completamente diferente al habitual.
Orlando se aproximó a ella, al estar a unos pocos metros le preguntó.
—¿Fuiste tú? —con una pequeña sonrisa.
—¡Sí…! —cae al instante de responder—. ¿Quién pinches
demonios eres?
—Soy One —dijo Orlando con una inmensa sonrisa demo-
niaca— me sorprende que sigas viva ¿Serán mis sentimientos por ti?
—Para ellos solo eres un violador... ¡juntos podremos hacer
lo que sea! —gritó con todas sus fuerzas.
—No importa cómo me vean o digan, ya que ni la Soledad
me quitará la sonrisa y mientras sonría seré un héroe —dijo con una
sonrisa heroica.
—¡Te amo! —fue lo último que dijo antes de desmayarse.
—Te dejare intentar sobrevivir —se despidió con su caracte-
rística sonrisa. Ya no se supo más de Orlando y su Soledad.

83 | Marzo 2022 | Alejandro Valdivia


Solo mueres las veces necesarias

En la orilla de una laguna subterránea se encuentra un moribundo


hombre. Se sumerge poco a poco. La única luz parpadea a punto de
apagarse. El agua se tiñe rojiza. Una luz surge de lo profundo. Emerge
una criatura semejante a un dragón, sus dos largos cabellos de la ca-
beza lucen como trenzas llevadas por la corriente, sus escamas como
plumas de quetzal brillan moviéndose como olas de mar.
Sin si quiera gesticular su grande boca logra comunicarse con el mo-
ribundo hombre.
—Pequeño ser, yo puedo concederte un deseo.
—Deseo morir y quienes amo no sufran por mi partida.
—Es posible.
—Si uno de ellos sufre o llora por mi muerte…
—Mi palabra es absoluta, si alguno sufre o llora por tu muerte
simplemente volverías a este lugar, justo antes de pedir tu deseo.
—Bien, hazlo.
Una muerte es algo fácil para un ser mítico, pero erradicar un
vínculo entre almas es algo más complejo.

Erick despierta en su cuarto, la alarma del celular suena, apenas son


las 5:10 am. Como puede se levanta intentando no hacer ruido
—¿Dónde deje mis lentes? —se rasca la cabeza tratando de
recordar.
—En el segundo cajón —dice Laura apuntando hacia la cajo-
nera a lado de la cama.

84 | Marzo 2022 | Alejandro Valdivia


—Gracias amor. —Toma los lentes, sale de la habitación, va
al baño a tomar una ducha y a hacer su mañanera visita al retrete. Se
viste en el baño, deja su pijama sucia en el piso, se prepara un café,
cocina su desayuno y almuerzo. Sale disparado al trabajo, antes de
abrir la salida, regresa corriendo a la habitación dejando su tupper en
la mesa.
—Te amo. —Besa a Laura, pone su pijama en el cesto y le da
un beso a Sebs, su pequeño de 3 años, el cual estaba a sus anchas en
la cama. Se gira para darle un beso a Victoria, una bebita de 1 año.
Finalmente se va dejando su comida.
Son las 6:20 am, Erick va dormido en el autobús, como pro-
gramado se despierta en su parada, de milagro llega puntual a su tra-
bajo en “Dulce sueño” una empresa de colchones. Él trabaja en uno de
sus almacenes, se encarga de llevar el control del inventario existente,
entradas y salidas. Solo es un empleado más.
Víctor, su jefe directo, es un buen hombre que siempre tiene
café y pan para los trabajadores a su cargo, su padre Raúl es panade-
ro. Erick estudió contabilidad en la universidad, no pudo terminar
su carrera, con la llegada de Victoria tomó un segundo trabajo. Sin
embargo, era muy capaz, una tarde hablando con Víctor, este le contó
sobre los problemas económicos de la panadería de Don Raúl, Erick
se ofreció a ayudar a llevar la contabilidad. Hace unos meses ese se
convirtió en su tercer empleo, después de terminar su turno en “Dul-
ce sueño” se dirigía a la panadería de Don Raúl, él lo recibía con un
guisado hecho por su amada esposa. A veces por su avanzada edad
Don Raúl se retiraba temprano y dejaba a Sofía su hermosa hija de la
misma edad de Erick. Ambos se trataban con formalidad. Le tomaba
un par de horas poner las cosas en orden. Solo iba dos veces a la se-
mana, eso basto para salvar a la panadería de la ruina, generando una
gran admiración, respeto y aprecio por la familia Reyes.
—Con eso las cosas se estabilizarán, ya solo será necesario ve-
nir una vez a la semana.

85 | Marzo 2022 | Alejandro Valdivia


—¿En serio? —dice Sofía con un tono de desanimo.
—Sí, ya las cosas están bien —Erick guarda sus cosas en su
mochila—. ¿Ocurre algo?
—Nada ¿Qué día vendrías?
—Los jueves, a la misma hora. —Toma su mochila.
—Espera ¿no comerás? —Sofía sostiene una bolsa con trastes
llenos de comida.
—Sí tengo hambre, pero debo irme o no alcanzare el camión…
¿podría llevarme la comida?
—Podrías —sonríe pícaramente— o podrías comer aquí y yo
te llevo en el carro.
—No podría pedir tanto —se rasca la cabeza y lo piensa un
instante, sus tripas rugen—. Está bien, gracias.
Comen, sonríen y conversan un poco sobre si mismos. Al ter-
minar Sofía lleva a Erick a su otro trabajo.
—Tres trabajos, vives una vida muy pesada.
—Lo sé, ya que la panadería se encuentre fuera de peligro,
tendré más tranquilidad.
—Gracias. —Lo besa en los labios.
Erick desconcertado se baja del auto, no dice palabra alguna y
cierra torpemente la puerta. Sofía se queda mirando cómo se aleja, se
muerde sus labios y acelera. Erick continua su día normal. Su trabajo
en la fábrica de ensamblaje de muñecos consiste en revisar el proceso
de producción, si se produjo la cantidad esperada y cuantos fueron
defectuosos. Su entrada es a las 8:00 pm y sale a las 11:00 pm. Hay
una línea de autobuses para los empleados de la zona industrial, su
autobús sale a las 11:15 pm. El recorrido de la fábrica a la parada más
cercana dura 35 minutos. Habitualmente tardaba de la parada a su
casa 10 minutos. A más tardar a las 12:05 am llegaba a su casa.
Ya son las 1:30 am y Laura no sabe de Erick, preocupada toma
su teléfono para llamar a su madre. Erick abre la puerta.
—¿Qué paso? Estaba preocupada por ti.

86 | Marzo 2022 | Alejandro Valdivia


—Lo siento, hubo un problema en la fábrica, solo quiero ba-
ñarme y dormir.
—Está bien, luego me cuentas que paso.
—Sí.
Laura nota la cara de cansancio de Erick, siente un poco de
pena por no ayudarlo con los gastos, pero no tendría con quien dejar
a sus hijos. Sus padres son viejos conservadores, ven mal si su hija
siendo madre de niños pequeños trabajara, su madre no deja de de-
cir: “¿Qué dirían tus tías?”. Harta de pensar en eso se va a dormir, está
decidida a encontrar empleo o alguna manera de poder ayudar a su
fatigado marido.

87 | Marzo 2022 | Alejandro Valdivia


Nariz

Meato externo, cubierta para la parte inicial del sistema respiratorio.


Centro de la trampa, es el punto de referencia para el trazo
de un rostro proporcional. Es quizá el punto ciego notorio por ex-
celencia, cuantos poemas de ojos oscuros, cálidos y bellos; de labios
exquisitos, carnosos provocadores de deseos. Son tantos los poemas y
pocos sabemos de la nariz, si se nombra en poesía no es estrella sino
una luna, pues no brilla por si sola.
De diversos tamaños, de formas ligeramente diferentes, son
un rasgo notorio de nacionalidad, herencia genética, centro de la be-
lleza facial, punto perfecto para mostrar afecto tierno.
Recuerdo mi primer beso al supuesto amor verdadero, fue
torpe, un choque de narices, de dientes. Fue peor mi primer real beso,
me vi preso del pánico y de los nervios, sin embargo, quedé fascinado.
Por primera vez noté la belleza de una nariz. Fue lo primero en ser
notado por mis ojos después de la muestra de mi torpeza. Era peque-
ña, lindo detalle en un hermoso y sonrojado rostro.
Quedé cautivado por su aroma, sutil fragancia, su rostro des-
prendía un olor distinto al resto de su cuerpo. Fui sometido por pri-
mera vez por algo no visual, no necesitaba de mi vista o de mi tacto
para reconocerle en la oscuridad, mi olfato me doblegaba a su cerca-
nía, me volví adicto a su fragancia.

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Abril
Castro
Méndez

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Sueños espectrales

I
Sueño nuevo, nueva estancia

Caía a un precipicio, pero el tiempo parecía lento, carcajadas reso-


naban en mis oídos, todo era negro, me estaba ahogando, destellos
de sombras abrumaban mis reflejos y después; me vi envuelta en un
puñado de ropa de mi noche anterior.
—¡Odio tener estos sueños! —Llevaba una racha de casi una
semana sin tener sueños de esta índole. Volví a despertar agitada y un
poco mareada. En los estudios de la revisión de cada día aparecieron
altas mis palpitaciones y mi cerebro estaba roto. De nuevo.
Dijeron: un sueño más, y aquí ya no podrás estar. Mis padres
parecían estar en un trance, no dijeron nada rumbo al nuevo psiquiá-
trico. Me dejaron o más bien abandonaron al pie de la puerta de un
edificio que parecía tener muchos años, era de un color blanco casi
grisáceo, como cuando se están descarapelando los muros. Al entrar
sentí una extraña, pero vaga sensación, ese lugar me recordaba a uno
de mis sueños; con el que ingresé a mi antiguo hospital. Seguí cami-
nando, por un instante creí ver un lugar en ruinas o algo parecido, al
girar hacia las escaleras de fondo, una chica detrás de un mostrador
me dijo.
—Bienvenida al psiquiátrico Autumn, que tu nueva estancia
sea de tu agrado. Por favor, aléjate de las ventanas.
Juraría que, a pesar de mi estado mental, cuando entre jamás
vi a alguien en alguna parte. Antes de cuestionar a la chica de cuánto
tiempo llevaba ahí un señor alto y regordete con larga barba, de tez

90 | Marzo 2022 | Abril Castro


pálida, cabello desaliñado (parecía tener una mirada como si su últi-
ma comida del día no lo hubiera hecho sentir satisfecho) se interpuso
entre la chica y yo diciendo:
—Bienvenida, Lisa. Te llevare a conocer a los demás.
Estaba atónita, ¿cómo sabía mi nombre? Al pronunciarlo pa-
recía saborearlo. Pero estaba aún más absorta en las imágenes que
veían mis ojos: una habitación con una tenue luz de fondo y seis sillas
que formaban un círculo con un metro de distancia de separación
entre ellas.
Un tipo cabizbajo pelirrojo, con la mirada perdida sentado
con sus rodillas al pecho en la esquina izquierda, descalzo. Una se-
ñora canosa con mirada fúrica, de brazos cruzados, sentada en una
de las sillas del círculo, en el medio. Una chica que parecía llevar el
mismísimo carnaval en todo su cuerpo; vestía una falda esponjosa de
tul de un rosado fosforescente, con el cabello rosado también, traía
puestos unos lentes de sol algo llamativos y tacones de 10 o 15 cm.,
que mostraban unas largas piernas cubiertas por unas medias rayadas
de un azul turquesa. Parecía estar haciendo una pasarela dentro de la
habitación, pero cada 10 pasos (después de contarlos) gritaba eufóri-
camente: “I’m the party queen”.1
Mis ojos apartaron la vista de esa chica para enfocarse en dos
niñas que estaban mirando una ventana que tenía una gruesa cadena
y un gran candado, evitando así poder abrirla. Eran gemelas de esta-
tura promedio o tal vez algo pequeñas de algunos 17 años, una tenía
el pelo trenzado algo despeinado mientras que la otra lo llevaba suel-
to. Tenían un semblante sombrío y su tez era muy, muy, pálida, como
si jamás se hubieran expuesto al sol.
Por último, parado en la esquina derecha entre la luz y la som-
bra que creaba el ángulo del rincón estaba un joven flacucho, con la
mirada vaga, que repetía cosas que no eran entendibles y parecían de
otro idioma; me miraba fijamente. Eso me dio un escalofrió. Por un
1 Soy la reina de la fiesta

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momento tambaleé, un deja vu saltó a mi mente; un chico casi idén-
tico a él, solo que a simple vista no dejaba ver si llevaba tatuajes como
él de mi sueño, el cual me dijo una frase que alertaba mi muerte.
Me tranquilicé y estabilicé al ver que ese chico de las penum-
bras no estaba rayado, hasta que el Dr. Herbert se sentó en una de las
sillas y usó un silbato algo estridente para llamar nuestra atención y
dijo.
—Mis desquiciados, acérquense, tenemos comida fresca.
No supe como tomar esa frase que sinceramente me dieron
ganas de salir corriendo tras el auto de mis padres, que quizá con
suerte, irían más lento de lo que hicimos de camino aquí. Todos los
desquiciados tomaron su lugar, no había silla para mí, pero no la ne-
cesitaría, yo sería el experimento de hoy.
Eso me dio la oportunidad de poder ver la cara de los desqui-
ciados desde arriba, y más aún darme cuenta de que el chico de las
sombras era en verdad él de mis sueños. Todo comenzó a dar vueltas,
la luz comenzaba a parpadear antes mis ojos, me sentía pesada y so-
ñolienta, antes de poder llegar al centro del círculo de las sillas solo
escuché un estruendo.
Mi visión cambió, estaba en casa, leyendo uno de mis libros
favoritos sobre seres mitológicos, al pie de mi cama con la ventana
abierta de par en par, con los rayos de sol calentando mis pequeños
pies descalzos. Fue ese día el último de mi vida normal. Hubiera pre-
ferido haber muerto en un accidente de auto, o jugando en el parque
al caerme de lo alto de una resbaladilla o simplemente morir, en vez
de estar viviendo con sueños y pesadillas que solo vuelven una y otra
vez alterando mi estado mental. Loca sería la palabra adecuada, pero
¿realmente estaba loca?, ¿acaso unos sueños relativamente perturba-
dores podían hacer que las personas terminaran en el estado en el que
yo estoy ahora? Así como existen las personas psicóticas, bipolares,
que tienen demencia, que ven muertos; ¿existen también los que su-
fren por sueño? Vaya que buena enfermedad mental para terminar
con una persona.

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Al abrir mis ojos, vi algo espelúznate frente a mí, pegué un
grito aturdidor y la chica del carnaval andante dijo de fondo:
—Bienvenida querida, todos los desquiciados inauguramos
así este lugar.
Al incorporarme no tenía sentido del equilibrio alguno, la vi-
sión que tuve hace unos minutos, la causa de mi grito no sabía cómo
describirla. Vi un rostro tenuemente rojizo, sus ojos incrustaban te-
rror, eran oscuros. Pero dentro de la habitación no había nada que se
igualara a eso, no había formas, ni dibujos, ni siquiera alguno de los
desquiciados tenía ese aspecto. Excepto una persona. El Dr. Herbert
lucía la misma mirada, esa mirada que te infunde el peor terror que
alguna vez hubieras sentido.

II
Aquí todos estamos locos

Al mantenerme en pie, completamente establecida, todos me veían


raro, pero esas miradas jamás las había visto; las miradas de los des-
quiciados emitían un horror, como si con sus ojos gritaran: “ayúda-
nos”. La mayoría de ellos tenían la tez pálida, y sus cuerpos estaban
demasiado delgados. Todo me parecía extraño, pero más extraño aun
ver que el Dr. Herbert ni siquiera se había inmutado a mi pequeña
caída, seguía excluido en su silla al fondo de la habitación.
El chico de los tatuajes me seguía observando, me parecía fa-
miliar debido a mis sueños, pero me incomodaba su mirada. Al pa-
recer era el único un poco más cuerdo o vivo a comparación de los
demás en la habitación. Desde el fondo sonó la voz ronca del doctor
diciendo:
—Bien, Lisa. Cuéntanos porque estás aquí, que te hace una
desquiciada más. —No sabía porque me autonombró desquiciada,
si ni siquiera conocía mi caso, o eso pensaba yo. Así que proseguí a

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presentarme, como lo hacen cada vez que alguien nuevo ingresa a su
nuevo “hogar”.
—Me llamo Lisa, tengo 21 años. Ingresé esta mañana aquí,
porque en mi anterior psiquiátrico ya no pudieron seguir manejando
mi caso; sufro de sueños y pesadillas las cuales siempre alertan de
algo que va a pasar, las dejo de soñar cierto tiempo, pero vuelven a
aparecer con un gran ímpetu, dejando mi cerebro cada vez más frac-
turado. Me dijeron que, si volvía a aparecer en los estudios palpita-
ciones extremas o rupturas de lapsos pequeños en mi cerebro, no me
seguirían hospedando ahí. Y bueno, por eso estoy aquí —dije apática-
mente mirando al suelo.
—Sorprendente —dijo el doctor— ¿ven? ¡una desquiciada
más! Niña toma asiento, entenderás porque te digo así.
Me senté en la silla en la que él estaba. El doctor estaba ron-
dando alrededor de nuestro círculo de personas. A figuraba ser como
un sabueso en plena caza, olfateando las cabezas de los desquiciados
cuando pasaba por su lado, decidiendo quien sería la siguiente presa.
Se paró en seco con los ojos entornados al costado del pelirrojo des-
calzo, posó su mano sobre el hombro de él y le dijo:
—Cuéntanos, Jules, ¿volvió la zanahoria gigante en la noche?
El circulo río un poco, pero solo fueron unos instantes de esa
armoniosa risa, terminamos en un silencio al unísono en milisegun-
dos. Jules, el chico pelirrojo, se veía afligido y cansado, no dejaba de
mirar sus manos. Cuando comenzó a narrar su sueño, se veía desorbi-
tado, como si estuviera recitando el sueño que vivía en ese momento.
Contó que estaba a la mitad de la noche al borde de la azotea del edi-
ficio del psiquiátrico Autumn. Mirando hacia abajo entre la borrosa
niebla, ahí vislumbraba una zanahoria gigante, la cual adoptó el tama-
ño del edificio y se acercó a él diciendo:
—Quae est in via, nisi ad vitam.
Un escalofrió recorrió mi nuca y el Dr. Herbert parecía ofen-
dido al escuchar eso. Con la poca luz que se divisaba en la habitación

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vi como un resplandor rojo comenzaba a asomarse alrededor de él.
Cinco minutos después ya no estaba y el chico Jules parecía querer
vomitar.
El Dr. siguió avanzando alrededor del circulo y repetía el mis-
mo ademan que había hecho con aquel pobre pelirrojo, solo que aho-
ra con alguien más. Avanzaron las horas y los sueños de cada uno de
los de la habitación fueron revelándose. Unos parecían encajar con
los sueños de otros, mientras más iban encajando, el Dr. parecía verse
más satisfecho. No me parecía que fuera por escuchar los relatos, sino
de que aspiraba esos sueños por sus fosas nasales. Con la tenue luz
que existía en la habitación, resaltaba un brillo de malicia en sus ojos.
Cayeron en la cuenta de que a tres de ellos se les presentó la
misma frase, en diferente idioma, pero el mismo significado; el cual
tradujo el doctor con cierta repulsión: “Ella viene en camino, para
salvar la vida”.
La habitación se quedó en silencio y por un momento creí
que todos me miraban, pero no quería sentirme alguien prejuiciosa.
Después de escuchar todas las historias estas parecían cada vez más
verdaderas, incluso la habitación parecía resentirlo. En el fondo de
la habitación casi a oscuras se encontraba el Dr. Herbert observando
con cautela.
De la nada la anciana de pelo canoso azotó la silla en el suelo
y dijo
—Lo vez querida, aquí todos estamos locos. Locos como tú,
somos los desquiciados por dos razones: nadie nos cree y soñamos
cosas alucinantes que tienen una verdad escondida y que suelen jugar
con el futuro nuestro.
Eso sí que me dejo pasmada, porque los desquiciados tenían
sueños similares o que encajaban unos con los otros. Pero lo que más
sorprendió fue aquella frase, ¿Quién era esa ella?, ¿quién iba a llegar?,
¿a salvar la vida?, ¿qué vida?
De pronto las gemelas rieron con gran vigor, y una de ellas, la
de pelo suelto, se acercó a mí y me tendió la mano.

95 | Marzo 2022 | Abril Castro


—Hola Lisa, soy Lia. No te preocupes, aquí todos estamos lo-
cos, pero somos buenas personas. Aquí será un buen hogar para ti,
nos cuidamos entre nosotros. Así que ahora eres una hermana más,
para mí.
Solo le sonreí, y vi cómo se alejaba atravesando el umbral de
la puerta para reencontrarse con su hermana gemela. Poco tiempo
después les perdí la silueta.
No me percaté de que el Dr. Herbert había dado la orden de
dejar la habitación hasta que una voz un poco ronca sonó a mis espal-
das. Al girarme encontré al chico de los tatuajes diciéndome:
—Nadie quiere quedarse en este cuarto el primer día, y menos
después de notar que somos un complemento de locos desvariados.
—¡Oh, no! lo que menos quiero es quedarme aquí, pero no
tengo otra opción, no se hacia dónde ir —le contesté un poco nervio-
sa, no esperaba que él me hablara y menos que apareciera de la nada
a mis espaldas.
—Te llevare a los dormitorios, sígueme —dijo con tono au-
toritario, y salió a través de la puerta hacia un pasillo que giraba a la
izquierda a tres metros. Miré hacia al fondo de la habitación donde
se encontraba el Dr. Herbert mirando peculiarmente el lugar en el
que estaba sentada. Eso fue algo extraño, pero decidí no quedarme a
mirar.
Desde que había llegado a ese lugar me parecía un poco fan-
tasmal y familiar. Después de todo caí en la noción de que me veía co-
rriendo por el mismo pasillo por el cual el chico de los tatuajes había
desaparecido. Sentí una brisa fresca, fue curioso, pues las ventanas se
encontraban cerradas y no existía alguna entrada hacia la intemperie
que permitiera entrar corriente alguna. Comencé a avanzar por aquel
pasillo hasta encontrarme con aquel chico. Estaba ahí, con la cara de
enfado y mirando un reloj imaginario en su muñeca derecha, cuando
me vio dijo:
—Al fin, creí que el Dr. Herbert ya te había hecho su prisione-
ra en esa maldita habitación.

96 | Marzo 2022 | Abril Castro


—¿Cómo porque lo haría?, suficiente tenemos con estar ya
encerrados en este horrible edificio, ¿no? —dije un poco sarcástica al
ver que ni siquiera podía acercarme a las ventanas para poder ver la
luz de la luna por las noches.
—Me agrada lo que dices. Por cierto, me llamo Lucas, o chico
rayas como me dice la anciana loca —lo dijo en tono de resignación
con un pequeño humor y una sonrisa a medias escondida.
Caminamos a lo largo del siguiente pasillo y subimos unas
escaleras en forma de caracol. Dos metros arriba se encontraban una
serie de cuartos y puertas, unas enfrente de otras. Algo así como las
que salían en Scooby-doo cuando hacían las persecuciones de puerta
en puerta dónde jamás lograban atrapar a los monstruos. No me di
cuenta de que ese recuerdo de mi niñez me había hecho sonreír y que
aquel chico me miraba con cara de admiración.
—Vaya que alegría la tuya al ver las habitaciones eh.
Volví a reír mientras movía mi cabeza de un lado a otro como
diciendo un no. Y solo me limité a decirle:
—Bueno y… ¿cuál es mi puerta?
—Esta es. Estarás frente a la de las gemelas, la última es la mía.
Dijo señalando hacia el fondo. Observé el interior de la habi-
tación, era pequeña y fría, con una cama pegada al lado derecho de la
puerta, una ventana en el fondo, con cadenas gruesas y un candado.
Parecía acogedor ese espacio, pero nada se compararía con lo cómo-
da que era mi cama. Entré a la habitación sin siquiera despedirme
de aquel chico, solo me tumbé sobre la cama y me quedé mirando el
techo. Poco tiempo después me sumergí en un sueño.
Estaba en la habitación de las sillas, la ventana del fondo esta-
ba abierta, traté de acercarme a ella, pero algo me lo impedía. Cambié
la mirada hacia el suelo y había un dibujo de una casa con un perro.
Era un dibujo muy colorido, demasiado, a decir verdad. Tenía un rojo
muy vivo en el techo de la casa. Observé con más atención y omití un
grito. No era un color vivo, no lo era, era sangre.

97 | Marzo 2022 | Abril Castro


Heredera sideral

(Fragmento de novela)

Caigo de vuelta en la noción de mis grandes fantasmas del recuerdo.


Están aquí de nuevo, susurran a mis oídos, explotan en mi cabeza y
confunden a mi razón. Ojalá fueran mudos y no emitieran sonido
alguno.
Despierto empapada en sudor, con la respiración entrecorta-
da y la visión algo distorsionada. Eran las 3:25 de la madrugada, de
nuevo esos sueños; sentir la sensación de que me ahogo en llamas
de intenso calor y mi juicio se nubla. Intento volver a dormir, pero
cuando se tienen este tipo de pesadillas no puedes dormir en paz, no
sin que tu mente se quede perpleja por unos minutos recordando el
último chispazo de tu sueño.
Supuestos dicen que lo que soñamos, sentimientos o deseos
profundos, son cosas estancadas en el inconsciente, buscando la ma-
nera de ser manifestadas. La manera: soñar; esa es su mejor opción.
Existen traumas que no se conoce su origen, y otros tan pro-
fundamente arraizados que es difícil extraerlos. Tiemblan mis brazos.
Siento las molestias de hace años nuevamente que recorren mi piel.
Ojalá estar loca fuera la mejor opción. Divagar entre historias sobre lo
que sueño. No puedo. Todos me dicen: tranquila, es solo tu imagina-
ción, pero ellos no experimentan esa sensación tan real como la vivo
yo, o quizá sí, son tan vívidos, tan explícitos.
Me encuentro en la posición de hace tiempo; asustada, in-
quieta, nerviosa.

98 | Marzo 2022 | Abril Castro


Para mí: “pesadillas cataclísmicas”. No es bueno darle nombre a las
cosas que no conocemos, pero, aunque parezca sencillo así decidí
identificarlas. Comenzaron a presentarse desde los 11 años, nunca
eran la misma, pero todas tenía el mismo final. Para una niña que no
contaba lo que le sucedía, era traumático.
Ha pasado tiempo, pero tengo que admitir que siguen siendo
para mis adentros la base de mis mayores temores, aunque los sepulté
en las profundidades del mar, incluso dentro del tártaro; sé que siguen
ahí, esperando el momento indicado para atormentarme de por vida.
Lo único que me queda es continuar como si jamás las hubiera soña-
do, aunque eso es una estupidez.
¿Cómo puedes ignorar algo que está tan presente?

99 | Marzo 2022 | Abril Castro


Íconos de libertad

Sucios holgazanes,
revoltosos sin más que hacer.
Apodados así,
por no acatar, al régimen social.

Protestantes sin armas,


liberales y pacifistas.
Sin agresión alguna,
sus voces hicieron sonar.

Alucinantes vivientes,
jodidos por la sociedad.
Rebeldes ecologistas,
clasificados como algo más.

Incitadores de las masas.


Oponentes a luchar.
Paz y amor,
como lema principal.

Enorme conjunto floral,


huellas andantes,
como ejemplo territorial.
Festejando la diversidad.

100 | Marzo 2022 | Abril Castro


Anunciando la llegada,
con tan singular fragancia.
Derribando al sistema.

Ignorados, no se pudieron quedar.


Despreciables para algunos,
sujetos a cambiar.
Armoniosas almas, para otros
íconos de libertad.

101 | Marzo 2022 | Abril Castro


Gigante

He desterrado de mi pensamiento
al mal augurio,
he luchado contra mis demonios
y he vencido.
Tú, mismo ser, de piel brillante
y cerebro sabio.
Conoces las palabras
y conoces el dolor.
Ruge como un tigre, hazle saber al viento;
que tu corazón aún late.
Bajo las mil tormentas
y la gran sequía, aún late.
Dame 5 minutos, volveré a ser el astuto gigante,
gran rito que debemos hacer,
cumple contigo.
Vencer el miedo;
abre las alas mi querido amigo;
que hoy somos titanes.
Titanes al asecho,
sedientos de poder y conocimiento.
Que todo te regocije y llene de calor,
que pinte en tus mejillas,
gran rojo abrazador.

102 | Marzo 2022 | Abril Castro


Que tiemblen las manos
y la voz se enmudezca,
anda y baila por el mundo ennegrecido,
que cuando este se quede
estupefacto y atónito,
liberes al gran gigante dormido.

103 | Marzo 2022 | Abril Castro


Isis
Lizeth
González

104 | Marzo 2022 | Isis González


Uno

(Fragmento de novela)

En el año de 3120 después de la terrible Guerra Robótica en aquella


época llamada Androépoca. Aquella guerra fue la más sanguinaria de
la historia, causó cientos de millones de muertes en todo el mundo.
Todas las calles estaban repletas de ríos gigantes color carmesí y pe-
dazos de metal con forma humanoide destrozados casi por completo.
Después de finalizar la Guerra Robótica los gobiernos de to-
dos los países ordenaron destruir todos los androides existentes, estén
defectuosos o no, incluidos los creados por los gobiernos, sin excep-
ciones. Durante años no ha habido existencia de estos seres, solo esta-
ban escritos en los libros de historia como un recordatorio constante
de las millones de vidas humanas que murieron. Temibles imágenes
de criaturas metálicas, casi parecidos a los humanos, con pedazos de
níquel destrozados. En todo el mundo se prohibieron la creación de
estos permanentemente.
Durante mucho tiempo se desconocieron los motivos por los
cuales los androides atacaron de aquella manera, y lo más atemori-
zante es que lo sucedido fue mundial. Como si todos los robots del
mundo se hubieran unido para acabar con la especie humana.
Exactamente 76 años después, un trabajador del gobierno
francés, Austin Peters, crea un androide con el objetivo de acabar con
la humanidad por motivos oscuros. Después de varios intentos falli-
dos por fin logra crear el androide G29I213175A. Su arma más letal.

105 | Marzo 2022 | Isis González


I
Actualmente 3196

Por fin después de varios años de intentos por crear esa monstruosi-
dad de metal, había logrado su objetivo, el arma androica más pode-
rosa que había existido en la tierra. Con un acero muy fuerte y dura-
dero, incluso más fuerte que el de los viejos pedazos de chatarra que
se hacían llamar robots en el pasado, el androide G29I213175A.
—Por fin… mi creación más poderosa de cientos que ven-
drán… —dijo contemplando aquella figura aún sin vida—. Compu-
tador, programa la iniciación del software.
—Entendido doctor —dijo una voz robotizada.
Varios segundos pasaron hasta que el computador mostró un
anuncio en su gran pantalla.
—Computador, ¿qué sucede? —dijo él, mirando con curiosi-
dad ese gran anuncio de letras rojas.

ERRORERRORERRORERRORERROR

—Temo decirle que hay un error en el software, doctor.


—¿Eso detendrá nuestros planes?
—No del todo —contestó la voz.
—¿Y de qué se trata ese “pequeño problema”? —contestó ha-
ciendo comillas con sus dedos como si el computador pudiera verlo.
—Un pequeño fallo en el sistema, o a menos que usted lo haya
programado así... ese fallo es realmente indescriptible doctor, lo po-
dría ver usted mismo en cualquier momento.
—¿A qué te refieres?
—Bueno, si inicia el sistema del androide podrá verlo.
—Está bien… —respondió dudoso—. Computadora has el
proceso de iniciación de sistema…

106 | Marzo 2022 | Isis González


INICIANDO
3
2
1

“Desperté de repente en una habitación blanca, sin saber porque es-


taba en ese sitio, lo que primero me llamo la atención fue una gran
pantalla del tamaño de una de las paredes de la habitación con una
sola palabra repetida varias veces”.

ERRORERRORERRORERRORERROR

“De pronto estaba inspeccionando toda la habitación blanca, miles


de máquinas esparcidas sin sentido, sin ventanas por ningún sitio, mi
vista cayó en un hombre. Lucía de una edad avanzada, tenía el cabello
canoso, con un atuendo bastante desarreglado. Su mirada oscura se
clavó en mí, como si de un alfiler se tratara”.

—Bienvenido al mundo… a este asqueroso mundo —dijo con


tono de arrogancia.
—¿Quién… eres?
—Ehmmm… ¿Computador que no se supone que está pro-
gramado para saber cuál es el motivo de su existencia, y para recono-
cerme? —dijo clavando una mirada de enojo a la gigantesca pantalla.
—Ese es el pequeño problema doctor —contestó de repente
una voz de mujer robótica.
—¿Y cómo rayos eso sería un pequeño problema? —dijo el
doctor subiendo un poco su tono de voz.
—Uuuy florecita… —contestó la pantalla.
El doctor miró furioso a la pantalla y luego volvió al androide.
—Ejem… bueno, comenzaré presentándome. Soy Austin Pe-
ters, tu creador…

107 | Marzo 2022 | Isis González


—¿Eres Dios? ¿Acaso morí? —dijo el robot entrando en pánico.
—¿Qué?... ¡No! soy… en fin… soy tu padre…
—Ese es el otro problema que tiene, doctor —contestó la mujer.
—¿Qué? ¡¿son dos problemas?!
—Es indescriptible… pero para resumirlo mejor… es como si
tuviera emociones humanas por si no se dio cuenta.
—Bueno… eso puede hacer que se mezcle entre los humanos
más fácilmente.
—¿Humanos? ¿Por qué usas ese término así?… padre —contes-
tó finalmente el androide.
—Pues… hijo… es difícil de explicar, ya te lo explicaré en cual-
quier momento.
—¿Y cuál es mi nombre? No puedo recordar nada…
—¿Tu nombre?... tú eres… te llamas… ¡Rob!
—¿Rob? —contestaron él y la computadora al mismo tiempo.
—¡Sí! Te llamas Rob Peters.
—¿Por qué no puedo recordar nada?
—Tu… tuviste una conmoción cerebral, hace un tiempo… pero
me alegra que estés bien, hijo —hizo la sonrisa más genuina que pudo.
—Ajá… ¿y dónde estamos? ¿y porque estoy atado a cables? —
dijo mirando a sus piernas y brazos atados.
—¡¿Quieres dejar de hacer tantas preguntas?! —contestó con
arrogancia subiendo su tono de voz más de lo esperado—. Computador
desata a Rob e inicia todo el demás programa funcional.
—Entendido doctor —contestó otra vez la voz de mujer.
De pronto esos cables soltaron a Rob y dio varios pasos adelante
desconcertado de su forma de caminar. Se sentía extraño. De repente en
su ojo izquierdo empezaron a aparecer muchas coordenadas sin senti-
do, hasta que miró al Doctor.

108 | Marzo 2022 | Isis González


Tipo de sangre: desconocido.
Edad: desconocida.
Nacionalidad: estadounidense.
Género: masculino.
Grupo étnico: desconocido.
Raza: americana.
Ocupación: trabaja para el gobierno francés.

—Padre… ¿Qué me está pasando?


—Eso… no sé cómo explicártelo… bueno … alejémonos de
las bromas —dijo tomando un tono serio— tú no eres un humano…
al menos lo aparentas, pero no lo eres… eres un androide, robot o
como quieras llamarte.
—¿Qué? —contestó Rob confundido.
—Tú eres un arma letal, y acabaras con la existencia humana,
por ese motivo te he creado.
—Pero… ¿Por qué?
—¡Porque esas escorias han destrozado el mundo, y todo lo
hermoso que haya existido…
llenando de su basura cada rincón del planeta!
—Pero… tú también eres un humano…
El doctor comenzó a reírse a carcajadas.
—Eso no importa… —contestó con una sonrisa burlona—
aniquilaras a cada humano que haya pisado o pisara la tierra, ya sea
hombre o mujer, niño o niña ¡no me importa!

109 | Marzo 2022 | Isis González


El interior

Había una vez un bandido el cual fue transformado en bestia por es-
tar ciegamente enamorado, esta pobre bestia vagaba en un bosque
desconocido lleno de criaturas misteriosas y tenebrosas, un día mien-
tras deambulaba en este bosque se encontró a una joven bruja, él te-
mía acercarse y ser rechazado por su apariencia, pero algo dentro de
él sabía que esa bruja podría ayudarlo a volver a ser como era antes,
así que temeroso se acercó a ella, ella se sorprendió de ver a esta cria-
tura tan curiosa, pero no le tenía miedo, ella podía ver su interior,
ese monstruo que tenía en frente solo era un inocente muchacho con
miedo, ella aunque no podía entender lo que la criatura le estaba di-
ciendo sabía que suplicaba por ayuda, entonces esta amable bruja lo
intentó ayudar usando muchos hechizos para que el joven volviera a
ser ese chico de antes, pasaron los días, las semanas y algunos meses,
hasta que por fin pudo realizar un hechizo que lo volvió a su forma
humana, este joven estaba muy agradecido con la moza bruja, él quiso
devolverle el favor ofreciéndole una gran cantidad de joyas, pero ella
no quería nada de vuelta, ella le dijo “vi la pureza de tu alma, vi el mie-
do y entendí que eras una buena persona, no me importó tu exterior,
lo que importa es tu interior”.

110 | Marzo 2022 | Isis González


Abraham
Anaya
Olvera

111 | Marzo 2022 | Abraham Anaya


Sagrada tentación

I
Noticias

El padre Emilio se encontraba rezando cuando el sonido del teléfono


lo sacó de la quietud en la que se hallaba.
—¿Padre Emilio? Buenos días, habla Inés de la diócesis, mon-
señor quiere hablar con usted, se lo comunico.
—Emilio, te llamo tan temprano por un par de asuntos que
me urge tratar, te espero en mi oficina lo más pronto posible.
Después de colgar el teléfono, el padre se alistó de prisa y se
dirigió con preocupación a la sede de la diócesis, no tenía idea del
motivo de la reunión puesto que todo iba en orden en la iglesia de la
cual era encargado.
—Pasa y toma asiento —le ordenó el obispo—, la razón por la
que te cité con urgencia es para darte una mala noticia —se aclaró la
garganta y continuó—: ayer por la tarde me avisaron que nuestro que-
rido hermano Adolfo sufrió un infarto y desafortunadamente murió.
—Monseñor, no puedo creer lo que me dice —manifestó con
pesar—, esperaba otro tipo de noticia, ¿cuál fue la causa del infarto?
—No se supo Emilio. El sacristán, al ver que ya era muy tarde
y no había salido a correr ni a desayunar, entró a su recámara y lo
vio en la cama ya sin vida. A mí también me sorprendió por su edad,
pero al menos tuvo una muerte pacífica. Me da pena porque era una
excelente persona y un sacerdote ejemplar, espero que el Señor ya lo
tenga en su gloria.

112 | Marzo 2022 | Abraham Anaya


El obispo hizo una pausa, esperó a que Emilio lo asimilara.
Prosiguió:
—Esto nos lleva al otro asunto. Con su muerte, la parroquia
de Fátima en Nuevo Estoril se quedó sin responsable, esa iglesia es la
que más feligreses tiene después de la catedral y de las que aporta más
recursos a la diócesis. Por estos motivos no puede quedarse desaten-
dida por mucho tiempo y considero que tú eres el mejor candidato
para ocupar su lugar, ya que al igual que Adolfo eres joven y me agra-
da lo bien que te has hecho cargo del expiatorio. Sé que el pueblo está
lejos de aquí y que el lugar no cuenta con las mismas comodidades de
la ciudad, pero estoy seguro de que te adaptarás pronto. Seguramente
tu presencia también ayudará a reconfortar a los feligreses por la pér-
dida de su guía.
—Entiendo su preocupación y prometo que sabré estar a la
altura de las circunstancias, si Dios quiere esto para mí, lo acepto de
la mejor manera.
Adolfo había sido su compañero en el seminario y aunque no
eran amigos, le tenía afecto, pero sobre todo admiración. Lo del infar-
to se le hizo extraño ya que Fito (como le decían de cariño) siempre
ganaba las competencias de atletismo. Era un hombre fuerte y tenía
una voz muy grave y profunda, por lo que se ganó el apodo de “el
locutor”, todos se llevaban bien con él, se podría decir que era el más
popular entre sus compañeros. Siempre le gustaba hablar de temas
controvertidos en las clases, incluso recordó que una vez lo repren-
dieron duramente por poner en tela de juicio el tema del celibato.
—¡Fito, te me adelantaste canijo y vaya encargo me dejaste!
El cambio de iglesia no le emocionó, porque su vida era muy
agradable en la ciudad, su familia vivía en las afueras y estaba a gusto
en la iglesia actual. En ese momento recordó la frase que dice: “miste-
riosos son los caminos del Señor”.

113 | Marzo 2022 | Abraham Anaya


II
La llegada

Nuevo Estoril estaba a cinco horas de la capital. Se llegaba por una


carretera secundaria en muy malas condiciones. Durante el trayecto,
Emilio se dio cuenta que solo había un pueblo pequeño a mitad del
camino y el resto era un paisaje boscoso bastante denso, sintió que
hacía más calor a medida que se alejaban de la ciudad. Por alguna
plática entre colegas, sabía que el pueblo era famoso por las fiestas de
la Virgen de Fátima, el resto lo ignoraba.
Después de varias horas de incómodo recorrido, llegó en el
crepúsculo a la pequeña terminal y ya que en ese momento no había
transporte disponible, decidió caminar al convento de las Siervas del
Sagrado Corazón, puesto que el obispo le había indicado que la di-
rectora le daría la llave de la casa parroquial. Su maleta era pequeña
y la caminata le serviría para estirar las piernas, fue entonces cuando
vio por primera vez la alta y bella torre de la iglesia desde las afueras
del pueblo, también notó que, a diferencia de la carretera, las calles
de Nuevo Estoril se encontraban en perfecto estado, todas las casas
estaban pintadas en los mismos tonos, parecía un lugar próspero y
pintoresco, muy diferente a otros pueblos que conocía.
Al llegar al convento tocó el timbre y un momento después
abrieron la puerta. Una novicia lo condujo a una estancia donde ya lo
esperaba Teresita del Niño Jesús.
—Bienvenido padre, llega mucho más tarde de lo planeado
—dijo en tono de reprimenda—, ¿tuvo algún contratiempo?
—Sor Teresita, me sorprende haber llegado con bien estando
la carretera en esas condiciones. Me retrasé porque decidí caminar
desde la terminal hasta acá para moverme un poco.
—Esa carretera es peligrosa, son frecuentes los accidentes,
pero los del pueblo prefieren que se mantenga así, no les agradan los

114 | Marzo 2022 | Abraham Anaya


turistas. Monseñor me llamó hace una semana para avisarme que ve-
nía y las hermanas han rezado desde entonces por usted. La iglesia y
la casa parroquial han estado cerradas desde la muerte del padre. To-
dos en el pueblo están consternados por su muerte repentina —infor-
mó sin mostrar señales de pena—. El padre es, mejor dicho, era muy
querido en el pueblo, bastante moderno en mi opinión, pero aparte
de eso nadie tenía quejas de su forma de llevar la parroquia, espero
que usted sea más conservador. La iglesia tiene mucha afluencia, así
que pronto tendrá que ponerse manos a la obra.
En ese momento entró la novicia con pan y una taza que olía
a chocolate, esperó un poco por si necesitaban algo, pero la madre le
lanzó una mirada glacial que hizo que se disculpara y se retirara de
inmediato.
—A Nuevo Estoril —continuó—, llegaron muchas familias de
Portugal después de la segunda guerra mundial. Escogieron este lugar
por lo alejado de las demás ciudades y por la vegetación que lo rodea.
Lo primero que hicieron fue construir la iglesia y luego le cambiaron
el nombre al pueblo, ya que la mayoría provenían de la región de Es-
toril. Los que ya vivían aquí no se opusieron ya que los nuevos venían
con las maletas cargadas de dinero y ayudaron a reactivar la econo-
mía. Hablando de asuntos de la parroquia, además de las hermanas
de la congregación, obviamente bajo mi supervisión, hay un grupo de
cuatro mujeres conocidas como las voluntarias, en quienes se puede
apoyar. Ellas se encargan de organizar todas las obras de caridad y lo
más importante, recaudan los fondos para las fiestas de la Virgen, que
duran seis días, como seis fueron las apariciones —puntualizó dando
a entender que él lo ignoraba—. La coordinadora es la señora Selene,
que era muy cercana al padre Adolfo —hizo una mueca de desagrado
al decirlo—, lo más seguro es que en los próximos días se presente con
usted, le sugiero que la mantenga a raya porque se toma atribuciones
que no le corresponden. Y el resto de las cuestiones lo podemos tratar
otro día, ya que no son horas para que un sacerdote esté dentro del

115 | Marzo 2022 | Abraham Anaya


convento—manifestó en cuanto el padre dio el último bocado al pan.
—Es cierto, no me había dado cuenta de la hora, le agradezco
por la cena, nos vemos pronto hermana.
El padre salió y caminó unos pasos hasta la casa parroquial
que se encontraba a un par de calles. Pensó que la abadesa de dulce
sólo tenía el nombre. Por su forma de hablar y conducirse parecía
más un capataz y por la manera en que se disculpó la novicia, le dio la
impresión de que, en lugar de respeto, le tenía miedo.
La casa se encontraba anexa a la iglesia. Al entrar, notó un
aroma dulzón a canela e incienso, encendió la luz y sintió escalofrío al
recordar que unos días atrás en ese lugar había muerto Fito. Pensó en
asomarse a la parroquia, pero como no sabía dónde prender las luces
decidió esperar al día siguiente, ya que todo se encontraba oscuro.
Al subir, vio que en una de las puertas había un papel con su
nombre, era una habitación muy amplia, limpia y agradable. Estaba
cansado del viaje por lo que sin quitarse la ropa se tiró en la cama,
rezó un poco y mientras lo hacía se quedó profundamente dormido.

III
La nota

Lo despertó un ruido proveniente de la calle, las manecillas del reloj


señalaban las 7 de la mañana. Como ya había luz, se animó a entrar
en la parroquia. La iglesia tenía tres naves y varias capillas a los lados,
unos vitrales altos y hermosos decoraban e iluminaban las paredes
laterales, en el crucero se elevaba una cúpula hexagonal con óleos que
representaban cada una de las apariciones. El retablo resguardaba
bajo cristal una réplica de la Virgen de Fátima rodeada de tres colum-
nas de estilo corintio chapadas en oro a cada lado. El piso era de már-
mol gris y al igual que las bancas estaba impecable, se dio cuenta que
su nueva iglesia distaba mucho de ser austera, incluso podía afirmar
que era más bonita que el expiatorio.

116 | Marzo 2022 | Abraham Anaya


Regresó a la casa, rezó las oraciones matutinas y después de
unos minutos llegó la persona encargada de las labores domésticas.
—Buenos días, padre, soy Romina, mucho gusto en conocer-
lo, me lo imaginaba mayor, pero está igual de joven que el padrecito
Adolfo, que Dios lo tenga en su gloria. Yo vengo entre semana a hacer
el aseo y traigo la comida del convento. Ponciano el sacristán no debe
tardar en llegar.
—Encantado Romina, no sabía que aún se acostumbraba eso
de la comida. El día de hoy tengo pensado salir a desayunar a algún
lugar tranquilo, necesito aire fresco, ¿me puedes recomendar alguno?
—Sí padre, vaya al Lusitano, está entre la calle 6 y la 8, ahí le
gustaba ir al padre Adolfo y se llevaba muy bien con el dueño.
Salió de la casa y caminó siguiendo las indicaciones de Romina, en
menos de cinco minutos llegó a un lugar con fachada de piedras y
madera, le daba un aire a las trattorias italianas que conoció cuando
viajó al Vaticano años atrás.
Se acercó el único mesero que había, un joven alto y desga-
nado, aunque bien parecido, le dijo que el menú lo podía ver en el
pizarrón. Pidió el desayuno del día para no complicarse y mientras
esperaba, notó un intenso aroma a nata y mantequilla que salía de la
cocina. El olor le recordó a su infancia cuando iba a visitar a su abue-
la, que siempre horneaba pan de nata con piloncillo. Interrumpió sus
pensamientos un señor obeso con cara de bonachón que se le plantó
enfrente, llevaba un mandil negro y pulcro.
—Usted es el nuevo padre, ¿verdad? —más que pregunta dijo
en tono de afirmación—. Me da mucho gusto que lo hayan enviado
tan pronto. Mi hijo Edmundo —dijo señalando al joven mesero—,
me avisó que había llegado un cliente nuevo y lo primero que pensé
fue que podría ser usted, ya que aquí no vienen turistas. Seguramente
va a conocer a mi esposa muy pronto en la parroquia —dijo con or-
gullo. Se despidió afectuosamente y regresó a la cocina.

117 | Marzo 2022 | Abraham Anaya


Dedujo que Danilo era un hombre amable y sincero, le borró
un poco la desazón que tuvo la noche anterior en el convento. A los
pocos minutos volvió Edmundo con el desayuno y se disculpó por
no haberlo reconocido antes. Comió con calma, la comida estaba de-
liciosa. Después de pagar se levantó de la mesa y procedía a retirarse
cuando lo alcanzó Danilo con una bolsa de papel, le dijo que era pan
hecho con la receta de su madre. Emilio le agradeció y regresó muy
contento a la casa, donde encontró a Romina terminando las labores.
—Padre no me gusta meterme donde no me llaman, pero la
verdad sigo sorprendida por la muerte del padre, era tan joven —ex-
presó en medio de un suspiro—. Nos dijeron que le dio un infarto,
pero yo sé que los infartos les dan a los viejos o a los gordos y el padre
todos los días antes de que yo llegara ya le había dado dos vueltas co-
rriendo a todo el pueblo. Pero, en fin, quien soy yo para contradecir al
doctor.
—¿De qué doctor estás hablando Romina?
—El único que hay en el pueblo, don Teodoro. Él y su esposa
tienen mucho dinero y como diosito no los bendijo con hijos, ayudan
a mantener la casa hogar que está aquí atrás. La esposa organiza las
obras de caridad, las malas lenguas decían que ella y el padre eran más
que amigos, pero yo creo que no hay que hablar mal de los difuntos.
El doctor nunca viene a misa, solo se acerca para atender a las niñas
que viven en la casa hogar, cada viernes viene a revisarlas.
—Tienes razón, no hay que hablar mal de las personas. Me da
gusto que aún haya gente que ayude a los demás desinteresadamente.
Quiero que sepas que se puede ser buen católico no solo yendo a la
iglesia.
—Usted sí habla como padre —opinó mientras sonreía con
coquetería y se retiró a terminar el trabajo.
Emilio fue a su oficina y al sacar el pan de la bolsa se cayó un
papel doblado a la mitad.
Vio que era una nota escrita a mano:

118 | Marzo 2022 | Abraham Anaya


“El padre Adolfo era un buen amigo, me dijo que lo iban a
cambiar a otro lugar y creía que había sido por un chisme que inven-
taron, por eso se me hace raro que a los pocos días lo encontraran
muerto. Si usted sabe algo más, por favor, le ruego que me diga”.
Al terminar de leer se sintió en una película de suspenso. Las
condiciones de la muerte también a él le parecían extrañas, sentía que
había algo que no encajaba. Con más razón ahora tenía que investigar
lo que había pasado en realidad. Se sacudió estas ideas de la cabeza ya
que tenía que ir a la casa hogar para presentarse con la encargada, una
hermana anciana llamada Lucía.

—Padre Emilio, que Dios lo guíe en su nuevo camino, bienvenido al


pueblo ¿Tuvo la fortuna de conocer al padre Adolfo?
—Sí, estuvimos juntos en el seminario, Fito era un gran ser
humano, aún no asimilo que se haya ido y que yo sea quien ocupe su
lugar —suspiró.
—Lo entiendo padre, a mí también me cayó como balde de
agua fría, a veces no es fácil aceptar su voluntad —dijo apretando el
crucifijo que colgaba en su hábito—, pero hay que resignarnos. En
fin, espero que se adapte pronto al pueblo, aunque las personas de
aquí tienen fama de que no aceptan a los de fuera ya verá que todos
son muy amables, y dejando de lado el calor que hace estos meses, se
vive muy tranquilo. El catecismo se imparte a las niñas cada jueves,
así que pronto lo esperamos por aquí para que nos diga si le parece
correcto como lo hacemos o si quiere que hagamos cambios. Vi que
llegó por la puerta principal, porque seguramente no sabe que su pa-
tio comunica con nuestra enfermería, puede con confianza entrar por
ahí cuando venga.
—Le agradezco madre —hizo una pausa y luego continuó—
disculpe si mi pregunta se le hace extraña, pero ¿sabe si Adolfo había
tenido algún malentendido con alguien últimamente?

119 | Marzo 2022 | Abraham Anaya


—Explíquese padre.
—Lo que pasa es que es raro que alguien joven y sano como él,
se muera así de repente.
—Siendo honesta yo pienso lo mismo, pero al padre lo esti-
maban mucho todos en el pueblo como para que alguien le tuviera
mala fe, la única que reprobaba su forma tan moderna de predicar
era sor Teresita, con ella tuvo algunas diferencias cuando recién llegó,
pero al final se dio por vencida y terminó tolerándolo.
Sin obtener más información, se despidió y salió por donde le
había indicado la hermana Lucía, cruzó la enfermería y pasando una
puerta, encontró un pasillo que conducía por un lado a la calle y por
el otro a la casa parroquial.
El resto de la tarde no pudo concentrarse para preparar el ser-
món que daría al día siguiente en la primera misa que oficiaría como
párroco, culpó de ello al mensaje de Danilo. Después de meditarlo, le
dio la razón a la madre Lucía, era poco probable que alguien le quisie-
ra hacer daño a Fito, pero la duda ya había germinado en su mente.

IV
Selene

Al finalizar la eucaristía, un grupo de mujeres vestidas muy elegantes


se le acercaron al padre. La que iba adelante era la más joven y fue
quien habló primero:
—Buen día, soy Selene y ellas son Catalina, Adriana y Sofía,
queremos darle la bienvenida a Nuevo Estoril, nosotras somos las en-
cargadas de organizar los eventos parroquiales, nos reuníamos en la
sacristía con el padre Adolfo, en paz descanse —susurró mientras se
santiguaba—, cada miércoles para dar seguimiento a las obras de ca-
ridad. Estamos muy tristes y hablo por todas —indicó mientras seña-
laba a las otras mujeres—, por la muerte del padre, pero nuestra gente
nos necesita y debemos trabajar aunque sigamos de luto.

120 | Marzo 2022 | Abraham Anaya


—Queremos que nos diga —continuó Catalina— si le parece
bien que la reunión siga siendo los miércoles y si la próxima semana
podemos tener la primera. Por cierto, soy la esposa de Danilo, me dijo
que se conocieron hace poco —exclamó sonriente.
—Ya me han hablado varias personas de su buena labor, por
mi parte no hay ningún inconveniente, al contrario, me agrada que
contemos con personas como ustedes en la parroquia.
Las mujeres se despidieron, menos Selene, quien le pidió unos
minutos para hablar en privado.
—Padre, no sé cómo empezar, apenas lo conozco, pero no
tengo a quién acudir sin que me juzguen de loca. El padre Adolfo y yo
nos llevábamos muy bien, cada miércoles al terminar la reunión, me
quedaba con él hablando de muchas cosas, era una excelente persona.
Hace unas semanas mientras le platicaba que a mi madre le habían
diagnosticado una enfermedad en los pulmones y él me tomaba de las
manos para expresarme su apoyo, entró sin tocar la madre Teresita.
Nos asustamos y por lo mismo nos soltamos rápido de las manos,
siento que eso provocó una impresión equivocada en ella, porque nos
vio con ojos que echaban chispas, dio la vuelta y cerró de un portazo.
Yo me quedé muda por la escena, pero él me dijo que no me preocu-
para, que la madre era así de severa. Me confesó que las hermanas en
el convento le tenían miedo por ser tan estricta.
—¿Qué tipo de relación tenía con el padre para que ella pen-
sara eso? —interrumpió Emilio.
—Era una relación de amigos muy respetuosa, pero ya sabe lo
que se dice de los pueblos chicos. Gracias a su apoyo y al trabajo que
hago dentro de la parroquia, pude superar una pena que tuve hace
tiempo, pero bueno no estoy aquí para hablar de eso —puntualizó—.
Unos días después del incidente me dijo que lo iban a cambiar a la
capital, los dos pensamos que lo que recién había pasado con la madre
tenía algo que ver. Tal vez sea un disparate, pero ya se enteró que la
comida de la casa parroquial llega del convento y he estado pensando

121 | Marzo 2022 | Abraham Anaya


que tal vez ella le puso algo a su comida, que lo envenenó, y si fuera
así no me podría perdonar que yo tuve la culpa ¡Padre, yo le juro que
solo éramos amigos! —exclamó llevándose las manos a su cara.
Comenzó a llorar y no pudo continuar. Emilio le ofreció un
vaso de agua y esperó a que se tranquilizara.
—Los miércoles que tenemos la reunión, las madres del con-
vento nos traen el desayuno y si lo que pienso es verdad, me da miedo
que me pase lo mismo que a él.
—Selene, no sé qué contestar, sus palabras me dejaron helado.
Si no hubiera conocido a Adolfo le diría que lo que me acaba de decir
no tiene sentido, pero cuando llegué aquí y conocí a la abadesa me
di cuenta de que es muy estricta en su forma de conducirse, aunque
dudo que haya querido hacerle daño a Fito sólo por lo que vio ¿Sabe
si alguien más tenía problemas con él?
—No padre, todos lo queríamos mucho. Discúlpeme, es el
duelo lo que me hace tener estas ideas, pero si ha perdido a alguien
sabrá que es muy duro, gracias por escucharme, me voy a quitar esas
ideas de la cabeza.
—Es el proceso normal de la pérdida, no tiene por qué discul-
parse, espero que la resignación llegue pronto para todos. Si me doy
cuenta de algo más se lo haré saber, no es la única que piensa eso de
su muerte, pero tampoco podemos dar falso testimonio del prójimo
— concluyó mientras la despedía.
Después de la plática se dio cuenta que la situación era más
compleja, ya eran varias personas que sospechaban algo, aunque al
parecer ahora había una posible culpable. Lo que le había dicho Sele-
ne no le sonaba tan descabellado, sin embargo, no podía ponerse de
su lado y acusar a alguien de la iglesia. Pero ¿y si tenía razón?

122 | Marzo 2022 | Abraham Anaya


V
Dudas sin respuestas

Al día siguiente a primera hora decidió llamar a la diócesis y contarle


todo al obispo, tal vez él pudiera darle claridad a tanto misterio.
—Monseñor lo molesto porque quiero hablarle de un tema
delicado. Desde que llegué al pueblo, varias personas que conocían a
Fito me han dicho que creen que su muerte fue provocada. También
me sorprendió enterarme de que lo iban a transferir, ¿por qué no me
dijo nada de eso?
—Si no te lo dije fue porque no lo consideré relevante mi buen
Emilio, ahora dime, esas personas ¿te han dicho por qué sospechan?
—Una mujer cercana a Fito me dijo que hace un par de sema-
nas estaba platicando con él sobre la enfermedad de un ser querido
cuando entró la madre Teresita y los encontró tomados de la mano.
Dijo que salió bastante enojada de ahí, por eso ella cree que lo enve-
nenó con la comida que viene del convento. Otra persona me dijo que
el padre le había dicho que alguien en el pueblo lo había acusado de
algo y que por eso lo iban a transferir y una más me dijo que cuando
recién llegó, él y la madre Teresita tuvieron diferencias.
—Mira, el arzobispo me ordenó cambiar a Adolfo a la capital
unos días antes de su muerte, la razón que me dio fue que necesitaba
apoyo en una iglesia donde el padre estaba próximo al retiro, no men-
cionó nada más. Teresita es prima del arzobispo, y ahora que me dices
esto, podría ser que sí haya tenido algo que ver con su transferencia,
ya que es bastante celosa de las reglas de la iglesia. No sé mucho de
medicina, pero tal vez el cambio de parroquia le provocó estrés y por
eso le dio el infarto. No creo que ella ande por la vida envenenando
personas —dijo en tono de burla— además, Emilio, a ninguno de los
dos nos conviene tener problemas con los superiores por unos sim-
ples rumores de pueblo ¿Me prometes que dejarás el tema por la paz?

123 | Marzo 2022 | Abraham Anaya


—Sí monseñor, de todas formas, consideré pertinente infor-
marle.
—Hazme un favor, habla con esas personas y asegúrate de con-
vencerlas que su muerte no tuvo nada de extraordinario, de otra mane-
ra lo habrían puesto en el acta de defunción, ¿no crees?, te agradezco
que me hayas puesto al tanto de la situación, ¿algo más que necesites?
—No, le prometo que así lo haré.
—No me decepciones —replicó con dureza y colgó el teléfono.
La llamada no alivió su preocupación y ahora que sabía que la
abadesa era cercana al arzobispo concluyó que no le convenía seguir
investigando porque podría darse cuenta. Sintió miedo, pero como le
aconsejó el obispo, tal vez era mejor dejar todo así. Las fiestas de la
Virgen se celebraban pronto y ese era el momento de cortar de tajo los
rumores.

VI
La confesión

La homilía del primer día de las fiestas de Fátima fue como cualquier
otra, excepto que al final el padre invitó a todos a quedarse unos minu-
tos para darles un mensaje:
—Adolfo fue mi compañero en el seminario. Pude ver de cerca
que era un ser humano extraordinario, por lo que para mí y supongo
que para ustedes también, fue una noticia muy triste e inesperada saber
que ya no estaba con nosotros. Algunas personas me han externado su
preocupación por el motivo de su muerte. Es lógico pensar que alguien
tan joven es invencible y no puede enfermarse o morir, pero Dios tiene
planes para cada uno de nosotros que no siempre comprendemos y la
misión de Adolfo había llegado a su fin. Se determinó la causa de su
muerte, por lo que debemos evitar especulaciones, ya que sólo así po-
drá descansar en paz. Les ruego que ofrezcan sus oraciones por él. Que
la bendición del Padre descienda sobre ustedes.

124 | Marzo 2022 | Abraham Anaya


—Amén —exclamaron todos al unísono.
Cuando el padre Emilio se dirigía a la sacristía notó que al-
guien lo seguía. Al detenerse vio a un hombre joven con cara de pre-
ocupación.
—Buenos días, padre. Soy Teodoro, el doctor del pueblo, quie-
ro saber si tiene unos minutos para hablar.
—Pasa hijo, toma asiento. Dime, en qué te puedo ayudar.
El doctor se sonrojó y comenzaron a salir lágrimas de sus ojos,
el padre se levantó entonces para cerrar la puerta de la sacristía y le
indicó a Ponciano que nadie lo molestara.
—Fue mi culpa —dijo mientras se enjugaba la cara.
—¿De qué habla, doctor?
—Selene y yo tratamos de tener hijos por mucho tiempo,
recurrimos a varios colegas en la capital, sin tener éxito. Pero hace
cuatro años, cuando ya no teníamos esperanzas, supimos que estaba
embarazada. La felicidad no nos duró, porque a los cinco meses lo
perdimos. Yo le eché la culpa por no darse cuenta de que el bebé cada
día se movía menos y ella no lo soportó—suspiró e hizo una pausa—.
El desasosiego en el que vivíamos desde antes por no poder tener hi-
jos nos había absorbido. El aborto fue el golpe final para nuestra rela-
ción que ya estaba desgastada desde tiempo atrás. Seguimos viviendo
juntos tal vez porque es lo que requiere menos valor y la pérdida de
nuestro hijo nos había quitado las fuerzas, en esa cuestión ambos es-
tábamos en el mismo bando.
“…Desde entonces comenzamos a distanciarnos, yo dejé de ir
a misa, pues con la muerte de mi hijo también se había muerto mi fe.
Ella se dedicó a organizar las reuniones con sus amigas para las obras
de caridad, fue su terapia para olvidar. En cambio, yo me refundí en el
consultorio, trabajando día y noche para no pensar en lo desgraciada
que era mi vida…”
Teodoro dio un suspiro y se quedó viendo a la nada, Emilio
notó que tenía un rostro hermoso, aun descompuesto por el llanto.

125 | Marzo 2022 | Abraham Anaya


—Entiendo que se sienta culpable, hijo, pero… —no alcanzó
a terminar la frase ya que Teodoro lo interrumpió.
—El padre Adolfo llegó por ese tiempo a la parroquia. La pri-
mera vez que lo vi, recuerdo que me pareció muy diferente a otros
sacerdotes, noté que tenía una mirada muy cálida y una sonrisa sin-
cera, en poco tiempo se ganó a todos los del pueblo. Pero ni eso me
devolvió las ganas de volver a la iglesia.
“…Todo cambió unas semanas después cuando me llamaron
para decirme que una de las niñas de la casa hogar se sentía muy mal.
Cuando fui a revisarla me di cuenta de que necesitaba que la operaran
pronto, por lo que me ofrecí a llevarla a la ciudad. Me acompañaron
tanto él como la madre Lucía. Dejamos a la niña en el hospital con
un colega cirujano y regresamos por la tarde el padre y yo a Nuevo
Estoril, ya que tardarían varios días en darla de alta y la madre se
ofreció a quedarse con ella. En el viaje de regreso una llanta se ponchó
y tuvimos que parar en el único pueblo que hay a medio camino. Se
nos hizo tarde buscando un taller por lo que decidimos pasar la noche
ahí, pero solo encontramos una posada donde había una habitación
disponible. Él fue a comprar algo de tomar a la tienda y nos pusimos
a platicar en la única cama del cuarto.
Hablamos horas de muchas cosas, reímos bastante, me di
cuenta de que era una persona muy agradable. Cuando le conté lo de
mi hijo y la situación con mi esposa comencé a llorar y él me abrazó.
Desde el aborto, no había tenido a alguien que me diera consuelo y no
sé si fue por la falta de contacto durante tanto tiempo, que no quise
soltarlo y al mismo tiempo sentí que él tampoco quería que lo hiciera,
cuando al fin nos separamos nos quedamos viendo a los ojos y ambos
sentimos una conexión muy especial. Lo que pasó después en ese lu-
gar hizo que mi vida cambiara por completo.
Ahí inició todo. Desde ese día, cada viernes al terminar la
consulta en la casa hogar, me escapaba a la casa parroquial por el
pasillo que las conecta para estar con él. Mi estado de ánimo mejoró

126 | Marzo 2022 | Abraham Anaya


bastante, su amor fue el mejor antidepresivo. Antes de conocerlo sen-
tía que estaba a la deriva y por unos meses todo fluyó bien hasta que
él y Selene se volvieron cercanos, entonces quiso terminar todo, pero
yo insistí en continuar, le aseguré que no le hacíamos daño a nadie y
que mi matrimonio ya estaba arruinado desde antes de que él llegara,
a lo que afortunadamente accedió.
Unos días antes de su muerte me dijo que lo iban a transferir
a una iglesia de la capital y eso significaba que iba a ser muy difícil
continuar lo que teníamos. Nos fuimos a la ciudad a pasar el fin de
semana, él quería que las últimas veces que nos viéramos fueran inol-
vidables y me llevó a una sex shop, donde compramos varias cosas.
El siguiente viernes al regresar de la ciudad inhaló de un fras-
quito que era para intensificar las sensaciones, y así fue, solo que unos
minutos después dejó de respirar, lo intenté resucitar durante varios
minutos que parecieron horas, pero no respondió, pensé en llevarlo a
la ciudad, pero ya iba a ser muy tarde. Estuve toda la noche a su lado,
tomado de su mano, sintiendo cómo el calor se le iba de a poco…” —
hizo una pausa y de nuevo se quedó viendo a la pared.
Emilio le acercó un papel para que se secara las lágrimas que
comenzaron a salir de nuevo.
—Por unos ruidos en la calle me di cuenta de que estaba a
punto de amanecer y en cualquier momento llegaría Ponciano. En-
tonces lo acomodé de forma que pareciera que estaba dormido y me
llevé el maldito frasco. Salir por la puerta de atrás, cual cobarde, fue
una de las cosas más dolorosas que he hecho en mi vida, pero no iba
a ser la última, porque sabía que cuando lo encontraran me llamarían
para certificar su muerte.
“…Desde entonces no he podido dormir una sola noche, sien-
to que dentro de mi pecho se volvió a formar el vacío que él poco a
poco había llenado, la culpa me está consumiendo por haber dejado
que inhalara esa sustancia…”

127 | Marzo 2022 | Abraham Anaya


Comenzó a llorar de nuevo, se tiró al suelo y como un niño,
abrazó al padre por las piernas.
—Nada de lo que pasó es tu culpa, Teodoro —dijo Emilio des-
pués de procesar lo que le acababa de confesar—. Por lo que me dices
su muerte fue un lamentable accidente. Todo lo que pasa es porque
Dios lo tiene así planeado, aunque sea doloroso y nos cueste aceptar-
lo, como les dije en la misa. Llora todo lo que necesites, desahógate,
solo así vas a empezar a sanar. Tu secreto está a salvo conmigo, entre
los dos vamos a superar esto, ya verás —le aseguró mientras le daba
palmadas en la espalda.
Teodoro, aún abrazado a las piernas del padre, levantó la cara
y viéndolo a los ojos, no supo la razón, pero sintió que a partir de ese
momento todo volvería a estar bien.

128 | Marzo 2022 | Abraham Anaya


Emma
Mendoza

129 | Marzo 2022 | Emma Mendoza


Materia

Dureza, destilada de aliento,


no te corroes a la primera.
La alta temperatura, no arruina tu aspecto.
Mejoraste el entorno,
cambiaste el concepto de estética.
Poco mantenimiento ha intervenido en tu vida.
Arrojas desechos de fuerte metal,
atraes el imán.
Eres naturaleza,
combinas con otros elementos,
te reciclas, para convertirte en algo nuevo.
Tu valor en el mercado es alto porcentaje.

130 | Marzo 2022 | Emma Mendoza


Mi boca en tu nombre

Pronuncio tu nombre
y mi boca se quema,
se seca.
Presencio la tarde,
las calles susurran,
el polvo de mi boca.

Mi suspiro, se vuelve canto


y canto en la tarde
debajo del árbol.
La noche respira y
me llama al olvido.
Cierro los ojos y estás.

Mi boca es otra boca


cuando toco tus labios.
Mi boca es una flor.
Mi boca es una rosa.
Mi boca es todo y nada
cuando existe el encuentro de los dos.

Mi mirada te llama y te pronuncia.


Solo tiene memoria, en tus besos.
En tus besos, comienza la vida.
Cuando toco tus labios.

131 | Marzo 2022 | Emma Mendoza


Cómo podría andar por la vida sin ellos.
La vitamina hecha carne toca mi esencia.
La noche me grita y caigo en tus brazos.
Todo por unos labios con sabor a ti.

132 | Marzo 2022 | Emma Mendoza


Ítaca y su otra vida

—Debo partir a la guerra de Troya, querida, es mi deber pelear por


nuestro reino, me acabo de enterar que el príncipe Paris ha reptado a
Helena por lo que debo de ir con ellos para rescatarla.
—Ulises, por favor, no puedes hacernos esto. Nuestro hijo Te-
lémaco tiene un año, aún no es momento para quedarse sin su padre.
Los dos te necesitamos.
Ulises, partió con catorce barcos y sus soldados a la cuidad de
Troya donde se enfrentaría a troyanos, allá lo esperaban los griegos
que ya estaban tomando la ciudad.
Penélope se encerró en su habitación a llorar, una gran tristeza
la consumía, no quería saber nada de nadie ni siquiera de su hijo. Te-
lémaco era cuidado por una esclava del reino que lo atendía para que
sobreviviera, la cual comenzaba a sentir a Telémaco como su propio
hijo. Penélope no salía de su cuarto. Tampoco quería comer. Mucho
menos se le podía acercar alguien que no fuera la esclava, ya que ella
era su única persona de confianza, la dejaba entrar por la necesidad
de hablar de ella y su historia con Ulises, de lo feliz que fue y cuán
desdichada era ahora porque él no estaba; no podía apreciar la vida,
tampoco leer, escribir, tomar el sol, era como si su alma hubiera par-
tido junto a su esposo.
Habían pasado cinco meses. Telémaco perdía peso, no paraba
de llorar, necesitaba a su madre, y ella no quería saber nada de él, al
verlo recordaba a Ulises y el dolor de no tenerlo era peor, se desvane-
cía entra la vida y la muerte. Su cuerpo era una vara. Sin embargo, si

133 | Marzo 2022 | Emma Mendoza


por algo era famosa era por ser una mujer hermosa, al tocar su cabello
parecía que se tocaba una seda. Podríamos pasar horas contemplando
la caída de su cabello obscuro, aquella piel tersa, esos ojos que eran
dos rosas floreciendo. La nariz en perfecta simetría con su rostro cau-
tivaba a cualquier hombre que la conocía. Ahora era otra. Poseía una
piel de lija, no podía disimular los círculos color barro que tenían sus
ojos, sus cabellos parecían cerdas de metal, su postura corporal era de
un árbol que creció fuera de centro.
La esclava lloraba desconsoladamente, tenía un poco más de
un año y medio de tener contacto con ella y ahora le dolía el saber que
podía perder su vida por la ausencia de su esposo. Algo debía hacer
para poder ayudarla a salir del estado en el que se encontraba, pero
no sabía qué, casi todo parecía un fracaso al momento de regresarle la
alegría. Tampoco podía continuar con el dolor de ver en ese estado de
salud a Telémaco, parecía que le dolía más él que su ama, por lo que
fue al oráculo de Delfos a pedirle alguna respuesta al dios Zeus para
poder ayudarla.
Escapó para poder llegar al oráculo, estando ahí, dijo:
—Dios Zeus, vengo a comunicarme contigo, necesito una res-
puesta para ayudar a mi ama. Ítaca no tiene rey ni reina porque ella ya
no puede seguir viviendo, está consumida por el dolor de no tener a
su amado. Ítaca necesita alguien capaz de poder servir a su pueblo.
En ese momento Zeus envío las siguientes palabras.
—Penélope se levantará junto con su reino de forma diferente.
La esclava volvió corriendo al reino, Telémaco debía estar llo-
rando, por fin podía tener alivio en su vida y un poco de esperanza.
—La reina de Ítaca volverá —dijo mientras corría y sonreía.

134 | Marzo 2022 | Emma Mendoza


II

La esclava llegó al reino. Sin embargo, su ausencia se notó, su ama


comenzó a cuestionarla porque la había estado buscando sin éxito.
Penélope estaba como loca, descontrolada, tenía la necesidad de ver a
su esclava para poderse tranquilizar, por ello había enviado a un gran
número de esclavos por toda Ítaca a que la encontraran.
—¿Qué me estaba buscando?
—¿Dónde te habías metido? Te necesito aquí conmigo, no me
gusta que estés perdiendo el tiempo pensando en banalidades y ha-
ciendo otros quehaceres. Tu deber es atenderme.
—Perdón, no volverá a pasar, salí a tomar un poco de aire,
mientras usted dormía —en ese momento Penélope comenzó a llorar
descontroladamente.
—¡Ya no puedo más!
La esclava tenía las pupilas dilatadas, las manos atrás, sus ojos
parecía que querían salírsele mientras crecían.
Penélope se encontraba en su balcón contemplando las estre-
llas. Sus ojos parecían dos rosas marchitas, apagadas, la piel estaba
sucia, era como un pañuelo lleno de tinta, tenía un mal olor, aquel
cabello que parecía seda, desapareció, puesto que, en un arranque de
dolor, tomó un cuchillo y lo cortó.
—Escuché a la pitonisa y sus palabras no me dan aliento. Pa-
reciera que los dioses me han castigado por algo que aun no com-
prendo, llevo cinco años pagando con mi infelicidad. Este cuarto lle-
no de telas finas, la mesa con abundante comida, mis clases de tejido
tomadas con los mejores maestros, el arte que he mandado hacer para
Ulises, nada de eso ha podido quitarme estos sentires. El mundo te-
rrenal no me da tranquilidad.
Cuando dijo este discurso no se le quebró la voz como le su-
cedió días atrás, aun cuando seguía insistiendo en lo malaventurada
que era su vida.

135 | Marzo 2022 | Emma Mendoza


Continuó hablándole a su esclava mientras se dirigía al balcón
de la habitación, se situó en el filo del balcón para disponerse a saltar.
—¡No, mi reina, no!
La esclava la jala para salvarle la vida, pero Penélope la avienta
queriendo que la deje morir. La que cae es la esclava en las rosas del
jardín, ahí quedó desangrada, con los ojos y la boca abierta. Pareciera
que Zeus le ha puesto una corona de rosas por todo el cuerpo.
—¡Qué he hecho!
Telémaco al escuchar los gritos desgarradores de su madre co-
rre a su habitación, su madre baja la vista y ve al pequeño abrazándole
la pierna mientras llora. No podía creer lo que estaba viendo, la pre-
sencia de su hijo la hizo tranquilizarse, lo abrazó.
Cuatro esclavos entraron corriendo para saber qué sucedió.
—Ha caído por el balcón, por favor encárguense de su cuerpo.
—Sí, mi reina— respondieron todos.
Se retiró con su hijo a otro cuarto para tranquilizarlo. Teléma-
co tenía el ritmo cardiaco muy acelerado, no dejaba de llorar, ella se
encontraba pensativa respecto a lo que su hijo la hizo sentir.

136 | Marzo 2022 | Emma Mendoza


Porfiriato coviciano 19

La hacienda “Huequera” acaba de anunciar el cierre de las celdas en


las que duermen sus esclavos. “Prohibida la entrada a este lugar” dice
el cartel que se encuentra en el pasillo anterior a la celda. Un perió-
dico tapa la mitad del anuncio con la fecha 15 de julio del 2020. Un
campesino denunció las condiciones inhumanas en las que se en-
cuentran quinientas personas. Duermen en un cuarto de 25 metros
x 12 metros, el piso es de tierra, con un baño insalubre, en el mismo
cuarto se encuentran refugiados, mujeres, hombres y niños.
—Hay muchos hombre y mujeres que dicen quesque les duele
la cabeza, que sienten como que les falta el aire al respirar, se sienten
atacados, sin hambre, no pueden oler los olores. Empezaron con los
dolores unos cuantos, pero ahorita ya casi todos los tienen. Patrón,
¿qué vamos a hacer? —preguntó el capataz al administrador.
—El presidente Porfirio Díaz ha dado la orden de comenzar a
construir pozos para enterrar a la gente que está agonizando. Hay que
enterrar a los que quepan en la parte trasera de la hacienda, los demás
cuerpos, pídele a un peón que los lleve a tirar al rio que está saliendo
del pueblo. Necesitamos tener cuidado de hacerlo a medianoche, no
quiero ninguna noticia o foto circulando de lo que está pasando.
—Pierda cuidado, patrón. Nadie se enterará.

...

137 | Marzo 2022 | Emma Mendoza


—¡¿Qué fue lo que pasó?! ¡Lo primero que te dije fue que no
quería noticias circulando en la red! Han subido una nota hablando
de las condiciones en las que se encuentran los peones de la hacienda,
el presidente Díaz está demasiado enojado, tendrás que pagar por ello,
tú y los que la subieron —seguía hablando el administrador mientras
azotaba al capataz con un pedazo de cuerda mojada.
Alrededor de las cuatro de la tarde, con un sol quemante, el
polvo suelto y las calles vacías llegaron cuatro reporteros a tomar fo-
tografías del paisaje de la hacienda, fueron enviados por el presidente
para cubrir nuevas notas con el objetivo de desmentir la anterior.
—Respecto a la propagación del COVID 19 entre los peones,
la campaña electoral numero 6 está por comenzar y nada puede sa-
lir mal, una pandemia no atendida en México no puede ser noticia
mundial —fue lo último que dijo el presidente Díaz antes de colgarle
el teléfono al presidente municipal.

“Buenos días a hombres, mujeres y niños que conforman el pueblo


de México, quiero que sepan que estamos atendiendo la pandemia,
trabajamos día y noche para traer los respiradores de otros países,
no es tarea fácil, pero vamos a salir de esta situación, les pido que
solo salgan a lo indispensable y les hago saber que las elecciones no
se pospondrán, estamos en la final y es importante para el país que
la gente vote para que continúe el progreso, tomaremos las medidas
necesarias al momento de estar en las casillas, haremos un acomodo
en cada estado para que no todos salgan al mismo tiempo a ejercer
su derecho al voto, por lo que les pido estén atentos a las noticias
que surgirán para saber cómo será la dinámica de la elección de este
año” discurso del presidente Porfirio Díaz en su noticiero diario”.

138 | Marzo 2022 | Emma Mendoza


II

Se han contabilizado 30, 000 muertes en México desde el comienzo de


la pandemia, aun así, México sigue siendo un país en el que no se han
tomado las medidas necesarias para poder prevenir y atender el su-
ceso mundial que aqueja día con día. El presidente Díaz, continua en
campaña para volver a ocupar la presidencia, pero él no contaba con
que Madero se lanzará como candidato. Este tras dos años de haber
recorrido el territorio mexicano, viendo los problemas que aquejan a
los mexicanos, teniendo contacto con la realidad inmediata, ha deci-
do oponerse al presidente Díaz y jugar con todo por la presidencia,
la diferencia la marcará el hecho de tener al pueblo de su lado, aun
cuando Reyes se lanzó y no ganó, Madero tiene la esperanza de que
ahora si haya un cambio verdadero.
—Necesito que vigilen a Madero, no puede seguir como si
nada por el país haciendo campaña para oponerse a que yo siga ocu-
pando la silla presidencial. Vean con quién platica, dónde y cuándo.
A esa gente asústenla diciéndole que Madero solo quiere ganar dinero
a costillas de ellos y que no hará nada por el pueblo mexicano, que
no podrá haber cambio mejor porque lo mejor es conmigo, ahora se
pueden retirar de mi espacio, necesito descansar.
—Sí, señor —contestó el encargado de la seguridad personal
del presidente.

...

—Buenos días, señores, el motivo de mi llamada es por lo siguiente,


como sabrán Madero ha trabajado por poder ocupar la presidencia
y esto no lo podemos permitir, ni ustedes ni yo, por la situación que
ese hombre quiere lo peor para el pueblo mexicano y como nosotros
somos el pueblo mexicano no podemos permitir que nos dañé de esta
manera. Debemos cerrarle las puertas a él y a sus achichincles, debe-

139 | Marzo 2022 | Emma Mendoza


mos dejarlo hablando, tenemos que hacernos de oídos sordos con la
gente que lo apoya, porque solo quieren desestabilizar el país, quieren
que a todos nos vaya mal, ahora que estamos progresando.
—¡Sí, mi señor, el pueblo está con usted! —esto era lo que
gritaba la gente en la plaza del Morelia, Michoacán, en la visita que
hizo para checar los hospitales y comenzar a implementar un plan
de trabajo y ataque contra la pandemia. México había resistido a
otros eventos históricos más devastadores por lo cual podría hacerlo
también con el COVID 19, eso fue lo que pensó el presidente antes
de darse cuenta de que parecía que estaba en un callejón sin salida,
puesto que la prensa extranjera comenzaba a comentar la situación
tan lamentable y deshumana ante las nulas estrategias de prevención.
Estaba más enfocado en el periodo electoral, el cual no fue recomen-
dado realizar este año según la OMS.
Los ríos, los pueblos, las fosas, los cementerios están llenos,
la gente se encuentra con cadáveres por dónde camina. El virus ha
afectado a un gran número de personas de la tercera edad y niños.
Además, los hombres han padecido del dengue, por lo cual la econo-
mía mexicana está tirada.
—Buenos días, secretario de salud, lo cité aquí con el afán de
poder controlar la situación por la que estamos pasando, el experto
en la materia acá es usted. Como sabrá el país está en una recesión
económica muy lamentable, hemos perdido bastante gente de trabajo,
ancianos y niños. No podemos seguir con esta situación, estoy tenien-
do presión por parte de los medios de comunicación de otros países,
puesto que ya se dieron cuenta que no he tomado ninguna medida
ante la pandemia, debemos elaborar un plan que se ponga en marcha
mañana mismo, porque si no nos cancelaran las elecciones de este
año y eso no lo puedo permitir.

140 | Marzo 2022 | Emma Mendoza


Jennifer
Sánchez

141 | Marzo 2022 | Jennifer Sánchez


La foto antes del desastre

Son las 3:00 am y mis manos no dejan de temblar. No sé si serán los


dos grados bajo cero de la ciudad o el miedo de perderlo todo. Tengo
un par de cosas inservibles guardadas en mis maletas, un nudo en la
garganta que ya no me deja respirar y un corazón decepcionado.
Estoy segura de que hago lo correcto. Casi segura. En reali-
dad, no sé ni lo que estoy haciendo, ¡pero al carajo todo! Nunca me he
caracterizado por tomar las mejores decisiones, probablemente ésta
se sume a mi lista de “¿Qué pensabas cuando creíste que esa era tu
mejor opción?”. Pero está tomada, y ya.
Nunca he creído que una nota de despedida sea un lindo de-
talle. Es como decirle a alguien “Perdón por arruinarte la vida, pero
al menos te estoy avisando que lo voy a hacer”. Qué considerada. Pero
creo que no estaría de más hacerlo. Tal vez Cris lo apreciaría o termi-
naría odiándome más. Tal vez la segunda. Pero aquí voy:
“Cris, perdón por arruinarte la vida. Te ama por siempre, Ma-
ría” … muy dramática.
“Cris, soy lo peor que te pasó en la vida y lo siento tanto. Tuya
por siempre, María”… ya, en serio.
“Cris, lamento irme así. Pero ya sabíamos qué esperar de esto.
Siempre te amaré. María”… Al menos me queda la satisfacción de que
pude ser un tanto honesta, al final.
Me pregunto si Cris se molestará si me llevo la hermosa pri-
mera edición de Gatsby que me regaló de aniversario. Pero el daño ya
está hecho. Además, segura estoy que después de esto quemará todas
mis cosas, y Fitzgerald no merece tal final. Estreno mi nueva libreta
con mi primera lista y escribo:

142 | Marzo 2022 | Jennifer Sánchez


1. No seas tan cínica. Puedes hacerlo mejor.
Desde niña me gustó escribir. No sé si soy buena. Pero es lo
que hago. Cris solía decirme que un día iba a ser tan grande como
Hemingway. Yo quería que me dijera que podía ser tan grande como
Austen o Victoria Wolf, pero ambos sabíamos mis limitantes, “Tú
nunca podrás escribir sobre amor nena. Pero eso está bien. Podrás ser
tan testaruda y cruda como Papa” — me decía.
Me gustaba escribir listas. Creía que eso le daba control a mi
vida. Todo lo documentaba. Mis listas variaban de “10 cosas que debo
hacer antes de empezar a escribir”, “Las calles que más detesto de Cle-
veland”, “escritores que podrían criticar mi trabajo cuando muera” y
mi favorita: “Reclamos a Dios”. Ésta última está en constante edición,
puesto que mi vida cambia y mi curiosidad hacia él evoluciona.
El taxi que me lleva al aeropuerto me provoca una nostalgia
rara. Cada que viajo, es un alivio llegar al taxi, pues sé que voy de re-
greso a casa por fin después de un largo viaje. Pero ahora es diferente.
Este me está llevando lejos de casa, lejos de todo lo que había cons-
truido con tantos años de esfuerzo. Me lleva a un recuerdo que pensé
había superado, me lleva diez años atrás donde comenzó todo. Ya en
el avión, mando un mensaje a mamá: “Ma, ya estoy en el avión cami-
no a San Francisco. Todo se jodió, ya me conoces. Te amo, María”.
Cuando más pequeña mamá solía regalarme un montón de
libretas y lapiceros. Y no porque confiara en mi prominente carrera
de escritora, si no para quitarme de encima mientras ella trabajaba.
Verán, mamá estaba muy sola cuando yo era una niña. Trabajaba en
un laboratorio que probaba los efectos secundarios de algunos medi-
camentos a prueba, antes de ser autorizados. Mamá era jefa del turno
de la mañana, tenía un equipo que coordinaba de 3 personas. Siempre
ha sido una mujer muy inteligente y decidida, bien diferente a mí.
Trabajaba mucho para poder pagar la renta y mis libretas, yo a cam-
bio, respondía siendo una buena hija, me dejaba trenzar el cabello y
tendía mi cama todos los días.

143 | Marzo 2022 | Jennifer Sánchez


Recuerdo esos días con mucha melancolía: éramos ma y yo
contra todo el mundo.
Sólo una vez pregunté a ma por mi papá: “Él ya no está con
nosotros María, escríbele a Dios y pídele que donde quiera que esté tu
papá, esté en paz consigo mismo”.
Nunca entendí si ese “ya no está con nosotros” significaba que
había muerto, o había escapado porque hablo mucho, o se había ido
con otra familia. Igual nunca me importó averiguarlo.
Solía ser una niña muy curiosa. Me preguntaba por qué mi
cabello no era tan lindo como el de las otras niñas, por qué no podía
tener una casa con piscina o por qué no podía correr tan rápido como
los demás niños que siempre me ganaban en el recreo. ¿Por qué las
hojas de los árboles no pueden ser iguales mamá?, ¿por qué el cielo es
color azul?, ¿por qué las personas deben vivir en un solo lugar toda
su vida? ¿por qué nos tocó vivir en este país y no en otro? ¿por qué las
personas tienen la piel de diferentes tonos? ¿por qué fui mujer y no
hombre, ma?
“Nena, no lo sé. Eso tendrás que preguntárselo a Dios. Escribe
todas tus preguntas y
reclamos en tus libretas, que él un día te contestará”.
“Ma, pero ¿quién es Dios, y por qué él tiene todas las respues-
tas a mis preguntas? Yo quiero que me conteste ahora, no algún día”.
Ese día nunca ha llegado. Pero yo sigo escribiendo. Por un
tiempo logré olvidarme de él. Pero entonces pasó esa noche, y todo
cambió. El mundo como lo conocía se fue a la mierda. Y entonces,
mis notas hacia Dios se hicieron cada vez más frecuentes.
La última libreta que me regaló mamá fue justo en mi cum-
pleaños 26, el primer cumpleaños que pasé con Erick. “Esta es para
ti, no para tus reclamos ni preguntas. Esta te la debes a ti. Promete
que llenarás esta con deseos para ti misma, con promesas hechas de ti
para ti.” “Lo prometo ma”.

144 | Marzo 2022 | Jennifer Sánchez


Solía ser una niña muy curiosa. Me preguntaba a qué edad
se me daría la oportunidad de comenzar a ser feliz. No porque no
haya disfrutado mi infancia. Quería ser feliz a mi modo, con quien yo
quisiera y como yo pudiera. Quería dejar de preguntarme tantas co-
sas y por primera vez comenzar a disfrutar mi vida, sin preocuparme
por dejar una buena impresión en el mundo. Podía parecerles egoísta,
pero quería intentarlo. Quería saber qué se sentía ser egoísta y preo-
cuparse por uno de vez en cuando. Dedicar tiempo a conocerse uno
mismo, a consentirse y dejarse llevar por lo que la vida le ofrece. Yo
quería sentir la aventura de vivir en otros lados, con otras personas y
con otros pensamientos. Pero lo que me pasó fue muy diferente.
Lo que me pasó fue conocer a Erick... y perderlo.
Pero volvamos al inicio.
La azafata se detiene en mi lugar: “¿Algo de beber señorita?
¿Agua, jugo de manzana, refresco o algo más fuerte?”. “¿Tendrá algo
que me haga dormir y despertar estilo Kafka?”. La azafata me ve con
horror y asco “Agua está bien, gracias”. Ella no tiene la culpa de no ha-
ber conocido a Kafka y su metamorfosis en sus años mozos, lástima.
Me recuerdo a mí misma y anoto:
1. Esfuérzate más en encajar en el mundo fuera de los libros.
Tú puedes.
El vuelo a San Francisco duró 3 horas, las cuales pasaron des-
apercibidas y sin complicaciones, excepto por ese abrupto golpe que
sentí en el pecho cuando desperté de una pesadilla que, para mi des-
gracia era más real que nada. Miré mi mano izquierda y en mi dedo
anular vi que seguía trayendo puesto el anillo de compromiso que
debí dejar junto con mi nota de despedida a Cris.
La muerte siempre nos trae recuerdos que creímos haber enterrado.
Lo siento tanto Cris, pero Erik sigue aquí conmigo. Lo siento
en cada respirar, su recuerdo no me deja en paz, o tal vez soy yo quien
no quiere dejarlo irse en paz, al fin. Lo siento Cris, lamento tanto no
haberte podido amar como lo mereces.

145 | Marzo 2022 | Jennifer Sánchez


La muerte siempre nos trae lo peor de nosotros mismos. Nos
hace revivir lo que no queremos sentir de nuevo. Y extrañarte a ti
Cris, me hace extrañarme con Erik.
Aquí sigues. Entre cada página que leo y escribo. Y sin la mi-
tad de mi vida, yo trato también de seguir aquí. Durmiendo con lá-
grimas en los ojos, soñando que aún puedo olerte. Despertando con
unas ganas de ya no despertar más. De encontrarme donde quiera
que estés. Aquí sigo, después de 5 años, pidiendo respuestas. Exigien-
do que alguien me dé una explicación. Cuánto hubiera deseado sentir
tu último latir, tu último suspiro, calmar tu miedo y tu dolor. ¿Tenías
miedo amor? Porque desde ese día, yo no dejo de tener miedo. Aquí
sigues, llevándote cada uno de mis sueños, inspirando cada página.
Los fantasmas de mis muertos me persiguen y no me dejan
levantarme Cris. No quiero intoxicarte con el aroma de la soledad que
es ya parte de mí.
Y así como Erik, los recuerdos de mamá rondan por la casa.
Esperando que un día me decida a tomar el teléfono y hablarle.
Lo que más dolía de mamá era su silencio. Era casi como el de
Dios. Yo quería que me escuchara, que escuchara mis lágrimas por
la noche y me abrazara. Yo quería que me dijera que todo iba a estar
bien. Pero mamá siempre calló.
“¿No quieres saber qué es lo que me pasa?” —dije.
“Tienes que dejar de ser una víctima y convertirte en una mu-
jer más fuerte, una que no le teme a la vida, que la mira de frente y le
dice: ¿‘Eso es todo lo que tienes?’” —decía mamá.
Mamá me convirtió en lo que hoy soy. Es un alivio poder cul-
par a nuestros padres de nuestro carácter. Por ella, aprendí a ser fuer-
te e implacable. Gracias a ella entendí que, si quería sobrevivir unos
años más, debía enterrar mis recuerdos por siempre. A ella también le
debo mi pasión por escribir. Así que, si un día llego a ser una escritora
famosa, es de ella el logro, no mío.

146 | Marzo 2022 | Jennifer Sánchez


Siempre quise ser como ella. La veía lejana y despreocupada,
con todo el peso de los años difíciles reflejado en su mirada. Era her-
mosa como nadie, con su piel tersa que siempre envidié, y sus lunares
que te invitaban a contar su historia. Siempre ha sido brillante. In-
dependiente, perseverante, jamás la vi darse por vencida. O quizá es
que siempre la quise ver así. Tal vez mamá también lloraba en silencio
como yo. Tal vez todos escondemos lo que más nos duele debajo de
la cama, ahí donde nadie lo vea, donde nadie haga preguntas y pueda
ver los vestigios de ese recuerdo en el alma.
Tal vez mamá sufrió tanto en silencio que creyó que yo tam-
bién podría lograrlo. Qué equivocada estabas ma. Yo no soy tan fuerte
como tú, yo no me parezco en nada a ti.
Me haces tanta falta. Extraño nuestras pláticas en la cocina,
tus miradas cómplices y tu risa que contagiaba a todos. Extraño las
promesas que te hice y detesto ésta en la que me convertí. Ya ves que
no soy lo que esperabas.
Lamento tanto haberte decepcionado. Hoy me pesan esos
abrazos que me faltó darte. Hoy deseo con tanta desesperación que
regresen esos días de dulces frente al televisor, cuando nos quedába-
mos dormidas en el sillón y no necesitábamos nada para soñar. Todo
estaba bien.
Pero las cosas cambiaron. Dios se encargó de terminar con lo
que teníamos. Me volví una mujer egoísta, dejé de ser la hija que tanto
había querido ser. Sin saberlo, ese día comenzó a morir dentro de mi
todo. Erick se había ido, y con él se iba la nena que tanto adorabas.
Mi orgullo jamás me permitió pedirte perdón. Pedirte que me
ayudaras, decirte que sin ti no lo lograría.
Siempre quise ser como tú, ma. Pero ya eras inalcanzable.
Extraño que me digas princesa. Que me dejes notas por las
mañanas y me cobijes por las noches.
Te extraño cuando veo nevar. Añoro ver tu carita de emoción
cuando vimos nevar por primera vez. Extraño lo que éramos antes de
Erick. Dios… ¿por qué no me dejaste ser la hija que ella merecía?

147 | Marzo 2022 | Jennifer Sánchez


Lo siento ma. Tu alma y la mía son casi igual, y no hay nada
que me llene de tanto orgullo.
Voy a sanar. Lo siento tanto, pero ya casi me siento bien, ya
casi estoy lista para levantarme.
Voy a estar bien y voy a regresar a ti. ¿Me esperas?

148 | Marzo 2022 | Jennifer Sánchez


Holesther
Ángel
Peña

149 | Marzo 2022 | Holesther Ángel Peña


Morelia

Morelia; eres orgullo de Michoacán,


fina joya rosada mexicana.
¡Bella de noche!, ¡hermosa en la mañana!
Tu acueducto es un firme guardián.

Sus arcos, cual soldados de roca


están brazo con brazo, vigilan cercana
las tarascas, fuente michoacana
emblema purépecha de un gran clan.

Tu iglesia, de imponente arquitectura,


por eso eres patrimonio cultural,
la humanidad alaba tu hermosura.

Morelia, cuna del siervo clerical;


fiel caudillo a la patria prematura.
Te dio su vida y hasta un nombre sinigual.

150 | Marzo 2022 | Holesther Ángel Peña


Hijos del mismo sol

Los seres del planeta azul no son tan raros, los imaginábamos bajitos,
de piel áspera y azulada, de ojos saltones, con pequeñas antenas so-
bre la cabeza, todo lo opuesto a nosotros los marteanos. Hoy vi, por
fin, uno de cerca, admito que al principio me saltó el corazón. Él, en
cambio, debió pensar que me lo comería, estaba aterrado, no pude
evitar una risilla burlona, ¿cómo explicarle que los hijos de un mis-
mo sol no pueden dañarse? Nuestro Monarca dijo que llegaron para
quedarse, no podrán volver a su hogar, no volverán a ver a sus amigos
tierranos, así que nosotros seremos sus nuevos cófrades. Ambos so-
beranos se reunieron en privado, así fue grabado por los ancestros en
la roca sagrada. Después, todos se congregaron en la fortaleza, el sol
rasgando el horizonte anunció la retirada, ellos adentro observando a
través de los muros traslúcidos, nosotros afuera en cuclillas, orando
por nuestros hermanos, luego la atalaya poco a poco se hundió bajo
sus cimientos para pasar la noche glacial bajo tierra, la arenisca fue
sepultando las paredes y el gran domo hasta cubrirlo con una densa
nube de polvo rojo. ¿Para siempre?

151 | Marzo 2022 | Holesther Ángel Peña


Anatomía de un crimen
(los estudiantes)

1. Regresando de vacaciones

La polea mohosa empezó a girar muy despacio, chirriando en cada-


movimiento, enseguida el manojo de cadenas surgió de aquel fluido
hediondo. La “piscina” forrada de pequeños azulejos blancos, pero
percudidos por el líquido turbio y rancio, medía dos metros de ancho
por tres y medio de largo, el caldo fermentado resbalaba por los esla-
bones y caía como lluvia alborotando la superficie espumosa.
De inmediato el olor a formaldehído y otros compuestos quí-
micos inundaron hasta el último rincón del anfiteatro, ese olor tan
penetrante, que irrita los ojos y quema la nariz, remonta a José An-
tonio y Geraldine a su primer día en aquel lugar. Ahora unos meses
después, todavía no se explican cómo pueden permanecer varias ho-
ras dentro sin usar cubrebocas o algún equipo de protección que les
ayude a respirar aquel aire tóxico, porque a pesar de llegar a su casa
y bañarse con abundante agua y jabón, el olor sigue impregnado en
su piel, y así tienen que saborear sin olfato la comida por la irritación
de las fosas nasales y continuar con la rutina de su vida con los ojos
rojos y llorosos. ¿Cómo olvidar la primera vez que entraron al anfi-
teatro? El instructor explicaba a los estudiantes como enganchar el
cuerpo a las cadenas que cuelgan de la polea para sacar el cuerpo de
la pileta, subirlo a la camilla rodante para trasladarlo hasta la plancha
de cemento donde cada equipo de cinco alumnos trabajaría con el ca-
dáver. De pronto, una compañera del grupo se desplomó al suelo, sin
que nadie alcanzara a reaccionar para sostenerla, tuvieron que sacarla

152 | Marzo 2022 | Holesther Ángel Peña


cargándola entre varios hombres, esa alumna jamás volvió a la escuela
de medicina.
Los dedos rígidos de la mano derecha emergieron poco a
poco de aquella tumba acuosa, cuando quedo al descubierto el codo,
la garrucha se atascó.
—Geraldine empuja el cuerpo con el palo, otra vez se atoró
esta porquería.
—Yo empujo y tu jalas al mismo tiempo para desatascarla. —
Geraldine de inmediato se coordina con José Antonio, esa maniobra
la tenían que hacer casi siempre que sacaban un cuerpo, así que, ya
estaban acostumbrados.
Ambos estudiantes llegaban una hora antes de que iniciara la
clase. Su obstinado interés por formar parte del equipo de instructores
de anatomía descriptiva para el próximo semestre. les exigía dedicarle
más tiempo y esfuerzo a la materia que, para muchos alumnos, era la
más difícil del primer año. Así que tres veces a la semana se adelan-
taban a sus compañeros para preparar el instrumental quirúrgico y el
cadáver que había sido asignado a su equipo, con el que practicarían
durante todo el año. Casi siempre eran fallecidos en vía pública por
accidentes de tránsito o relacionados con actos de violencia, luego de
permanecer cierto tiempo en la morgue de la ciudad o de algún esta-
do vecino y no ser reclamados por un familiar o amigo, el ministerio
público los entregaba a la facultad de medicina de la Universidad Mi-
choacana.
Después de permanecer un año en el anfiteatro y “servir” a
una generación de estudiantes, exhibiendo sin pudor cada uno de sus
huesos, músculos, arterias, venas y nervios diseccionados, los cuer-
pos terminaban en una fosa común, no sin antes, despedirlos con una
breve y modesta ceremonia, a modo de funeral improvisado, según el
ánimo e imaginación de cada grupo.

153 | Marzo 2022 | Holesther Ángel Peña


2. Antes de salir de vacaciones

A esa hora de la tarde el edificio H de la facultad de medicina se en-


cuentra casi vacío, la mayoría de las clases ya terminaron. A mitad del
pasillo en el tercer piso, cerca de los sanitarios, Jerónimo y Fabiana
discuten, ella saca de su bolsa un artefacto blanco, parecido a un lapi-
cero, y se lo muestra a su novio, sosteniéndolo a la altura de sus ojos.
—¿Qué es esto?
—Míralo tú mismo. —Jerónimo revisa con impaciencia el dis-
positivo.
—No puede ser, maldita sea, pensé que te estabas cuidando.
—No maldigas, tener un hijo siempre es una bendición.
—No, eso no puede ser. No puedes tenerlo. Arruinará nues-
tras carreras.
Jerónimo furioso arroja el nefasto aparato al piso, justo en ese
momento va pasando el profesor de histología y casi pisa el objeto de
plástico.
—¿Todo bien jóvenes?
Ambos esbozan una forzada sonrisa y permanecen, el tiempo
suficiente en silencio, mientras el catedrático se aleja indiferente sin
esperar una respuesta.
—¿Qué te pasa? ¿estás loco? Claro que lo voy a tener.
Inesperadamente Adrián, un integrante más del equipo de
anatomía, sale del baño y se acerca cauteloso a la pareja, en su expre-
sión se puede adivinar que escuchó toda la conversación.
—Tienes razón Fabiana, tener un bebe es una bendición de
Dios.
Los tres se miran sin pronunciar palabra alguna, intercalando
las miradas entre uno y otro, en un instante el momento se torna in-
cómodo. Jerónimo ya sospechaba que su novia siempre le había gus-
tado a Adrián, desde el momento que se conocieron. Los tres hicieron
el examen de admisión el mismo día y en la misma cede, hasta llega-

154 | Marzo 2022 | Holesther Ángel Peña


ron a bromear de quien sería capaz de conquistarla primero, con el
tiempo Fabiana se interesó más por Jerónimo, así que, Adrián jamás
volvió a tocar el asunto con ninguno de los dos. Sin embargo, ahora
una duda peor asaltaba la mente de Jerónimo. ¿Habría pasado algo
entre ellos? Entonces ¿Él bebe podría ser de Adrián y no de él?
—No te preocupes Fabiana —continúa Adrián— no estás
sola, yo puedo hacerme cargo de tu hijo.
La reacción inmediata de Jerónimo fue lanzar un golpe recto
con el puño derecho sobre la mandíbula de Adrián, provocando que
éste cayera en una rodilla al piso, al instante le corre un hilo de sangre
por el labio inferior. Fabiana se inclina para ayudarlo a incorporar-
se mientras le limpia la sangre de la boca con una toallita de papel,
en ese momento las sombras de aquel largo pasadizo, como nubes
negras, consumían la poca luz que le quedaba al día, las tres siluetas
semi borrosas parecían fantasmas errantes vagando en su pequeño
universo de mentiras, celos y desamor.
Adrián, en un arranque de cólera, se lanza contra Jerónimo
y lo somete contra la pared, Fabiana trata de separarlos, pero ambos
cegados de rabia, siguen forcejeando cada vez con mayor fuerza y ru-
deza, ella grita para pedir ayuda, pero es inútil. En ese instante nadie
se asoma por ahí. Ese corredor ancho y solitario representa perfec-
to el papel de cuadrilátero sin público, después de unos minutos los
dos continúan enredados tirando golpes forzados como boxeadores
cuando se abrazan para reponer un poco del aire y de la energía que
van perdiendo en cada round.
Un movimiento inesperado coloca ahora a Adrián contra la
pared, Jerónimo saca una navaja de la bolsa del pantalón, con el pul-
gar derecho activa el mecanismo para abrirla, mientras con la mano
izquierda presiona con fuerza el cuello de Adrián para mantenerlo
sujeto contra el muro, el brillo del metal relampaguea en la oscuridad.
Fabiana hace el último esfuerzo para separarlos, sabe que en el fondo
son buenos amigos, sin embargo, termina enredada en aquella mara-

155 | Marzo 2022 | Holesther Ángel Peña


ña de emociones incontrolables protagonizada por su novio y su fiel
pretendiente.
El violento forcejeo provoca que la hoja rígida termine incrus-
tada en el cuerpo de alguien, un gemido lastimoso da por terminada
la pelea, los tres se quedan petrificados con la boca abierta y los ojos
desorbitados. Poco a poco el cuerpo de Fabiana pierde fuerza, sus
piernas ya no pueden sostenerla en pie, de su abdomen brota un cho-
rro de sangre que intenta, en vano, mitigar con sus manos. Sin reme-
dio, resbala entre los cuerpos de sus dos mudos testigos hasta reposar
en el suelo, ellos se miran fijo, en segundos, su absurda contienda
se convierte en una especie de complicidad secreta, sin necesidad de
hablar, los dos saben que, en cualquier versión de los hechos, ambos
podrían salir perjudicados.
La última clase del día está a pocos minutos de terminar,
pronto el pasillo será invadido por un ejército blanco de estudiantes.
Están en el tercer piso, así que, no hay mucho que hacer ni a donde ir,
de inmediato uno sujeta los brazos de Fabiana y el otro la toma por
los pies, casi arrastras llevan el cuerpo flácido al baño de hombres,
con dificultad la posan sobre el retrete. Afuera se empieza a oír cada
vez más cerca el bullicio de los alumnos, risas, gritos, tacones, pisadas
entrando al baño, los dos se miran con angustia preguntándose, sin
mover los labios, ¿ahora que hacemos? Retienen el aire dentro de los
pulmones. Adrián se encorva en una esquina del cubículo y cierra los
ojos, Jerónimo desliza el seguro de la portezuela, intentando hacer el
menor ruido posible. Los tres están atrapados, inmersos hasta el fon-
do del océano fangoso de sus perturbadas vidas, ella en las paredes de
su cuerpo estático, ellos por las cadenas de su egoísmo y mezquindad.
Alguien empuja la puerta del baño fúnebre para entrar y usar el ex-
cusado.
—¡Está ocupado! —de inmediato exclama Jerónimo.

156 | Marzo 2022 | Holesther Ángel Peña


Nadie más insiste, por suerte el inodoro de al lado está vacío,
transcurren minutos interminables hasta que por fin se escucha el
ruido del agua descargando el retrete, aprovechan ese breve instante
para jalar aire y llenar por completo sus pulmones, con los oídos si-
guen el movimiento del intruso, escuchan cuando se lava las manos.
Al parecer permanece unos segundos frente al espejo, luego, los pasos
se alejan del lugar.
En ese momento hubieran deseado que sus ojos tuvieran len-
gua para poder comunicarse con la mirada. Si no había ruido a fuera
era imposible saber si aún permanecía alguien dentro del baño, por
las muecas en sus caras, ambos entienden que deben esperar algunos
minutos antes de abrir la puerta. Tienen que asegurarse que todos;
alumnos, maestros y empleados se han marchado de la escuela, luego,
esperaran por lo menos hasta la media noche, para burlar al vigilante
el único espectro que rondara la escuela toda la noche, así que, solo
disponen de unas cuantas horas para decidir qué hacer con el cuerpo
de su querida novia y amiga Fabiana.
Después, salen de la facultad trepando uno de los viejos eu-
caliptos para poder saltar la barda trasera que da a la callejuela más
oscura y solitaria que rodea el complejo escolar. Un amargo alivio
animaba sus actos, ese día era el último del semestre, sabían que nadie
volvería a clases en un par de semanas, por la mente de Jerónimo pasó
la idea de no regresar jamás a la universidad, tenía tiempo suficiente
para desaparecer sin dejar rastro alguno, pero estaba consciente que
al hacerlo él mismo se delataría, entonces tendría que vivir escondido
toda la vida.
Fabiana era originaria de un pueblito ubicado a 2 horas de la
capital del estado, sus padres la esperaban en casa todos los viernes
por la tarde. Cuando vieron que se hacía de noche y ella no llegaba
empezaron a preocuparse. La madre llamó a la casa donde vivía, pero
la dueña no le dio mucha información, solo que la había visto salir
por la mañana con su mochila y luego de eso ya no la volvió a ver

157 | Marzo 2022 | Holesther Ángel Peña


en todo el día, alcanzó a llamar a tres o cuatro de sus amigas más
cercanas. Sin embargo, las respuestas fueron muy parecidas, algunas
la vieron en clases como cualquier otro día, otras le comentaron que
no la habían visto desde el día anterior. Nadie de la familia sabía que
Fabiana tenía novio.
El sábado por la mañana, al no saber nada de ella, decidieron
viajar a Morelia, les tomó casi todo el día tratar de averiguar el para-
dero de su hija. Acudieron primero a aquella casa antigua de abona-
dos donde le rentaban un cuarto, pero ninguna de sus compañeras
estaba en la ciudad. La dueña solo les dio los nombres y teléfonos de
ellas, después fueron a la facultad de medicina, aunque estaba cerrada
tenían la esperanza que algún empleado o profesor se encontraran
ahí y pudieran darles alguna información o por lo menos contactar
al director para ponerlo al tanto de lo que estaba pasando con su hija.
Después de llamar a varios compañeros de aula y no obtener ningún
resultado, tomaron la decisión de acudir a la policía.
En pocos días toda la comunidad estudiantil, a pesar de estar
en periodo vacacional, se había enterado de la inesperada desapari-
ción de Fabiana. Aunque tenía pocos meses en la facultad su simpatía
y su forma de ser la habían vuelto muy popular no solo entre sus ami-
gos del primer año sino en toda la escuela, ninguno de ellos se atrevía
a especular lo peor, pero el presentimiento de que algo muy malo le
había ocurrido no los dejaba estar tranquilos. Los medios de comu-
nicación locales, televisora, radio y periódicos propagaron la noticia
por toda la ciudad y el estado, la sociedad en general se hallaba cons-
ternada.
Los agentes de la fiscalía general del estado interrogaron minu-
ciosamente a los alumnos que eran más cercanos a Fabiana, así como
a todos sus profesores y al personal administrativo, de intendencia y
vigilancia de la universidad. Nadie supo dar información precisa o al
menos una pista que ayudara a encontrar a la alumna, mientras unos
decían que la habían visto en la última clase, otros aseguraban que ese

158 | Marzo 2022 | Holesther Ángel Peña


día no se había parado ni un minuto en la escuela, algunos incluso
afirmaban que la vieron en la taquilla de la central camionera com-
prando un boleto de autobús como lo hacía cada viernes por la tarde.
Así transcurrieron varios días, a pesar de los esfuerzos de la fiscalía y
de los padres y amigos que se unieron a la familia para ayudar a en-
contrarla. Fabiana seguía desaparecida.

3. Regresando de vacaciones

Terminó el periodo vacacional y las clases se reanudan de manera


regular. En pocas horas el complejo escolar se inundó de gente deam-
bulando en todas direcciones. La algarabía por volver a la facultad
después de un merecido descanso es general, sin embargo, los alum-
nos y maestros más allegados a Fabiana perciben un ambiente triste,
melancólico, la sensación de un enorme hueco, como si un árbol o un
edificio ya no estuvieran ahí, la impresión de que algo había cambiado
para siempre.
Geraldine trepada en un banco de madera introduce, a cie-
gas, un palo largo con la punta aplanada, parecido a la pala con la
que se mueven las carnitas en los enormes casos de cobre, en aquella
sopa efervescente donde navegan libremente los cuerpos, igual que
un astronauta durante una caminata espacial. Después de tres puya-
zos logra desatorar el cadáver. José Antonio sigue deslizando la soga
sobre la polea, en segundos queda al descubierto el rostro. Ambos es-
tudiantes quedan impactados, Geraldine resbala y cae del taburete, a
José Antonio se le escurre la soga entre las manos provocando la caída
estrepitosa del cuerpo al líquido pútrido el cual se derrama sobre las
orillas del contenedor. El cuerpo inerte y rígido que intentan sacar
pertenece a su amiga Fabiana.
La facultad, de inmediato, se convierte en una gran escena del
crimen, la fiscalía invade cada rincón con cintas amarillas. Gracias al
sagaz olfato de dos perros pastor belga, lograron determinar el lugar

159 | Marzo 2022 | Holesther Ángel Peña


donde Fabiana fue asesinada, aunque no había ninguna mancha visi-
ble de sangre en el piso, los perros, entrenados para eso, pudieron ol-
fatear y seguir el rastro hasta el baño de hombres en el tercer piso del
edificio H. Los agentes dibujaron mentalmente el recorrido que tuvo
que hacer él o los homicidas, cargando el cuerpo y llevándolo a través
del largo pasillo, bajarlo tres pisos por las escaleras de concreto, luego
cruzar por el corredor de diez metros de ancho por veinticinco de
largo, pasar entre los edificios F y G para llegar al anfiteatro y todavía
recorrer los treinta metros desde la entrada hasta el fondo del recinto
donde se encontraba el recipiente fúnebre.
El jefe de los policías interroga con libreta en mano al profesor
de histología, mientras Jerónimo los observa con nerviosismo desde
la entrada.
—Maldita sea, que no abra la boca —masculla para sí mismo.
El profesor hace aspavientos y señala en dirección al complejo
H, Jerónimo se retuerce en un manojo de nervios, ese maestro lo vio
arrojar la prueba de embarazo al piso y además estaba casi seguro
de que lo había oído discutir con Fabiana aquel día en el pasillo. De
inmediato se dirige a su casa, por instinto o por ansiedad empieza a
llenar una mochila con ropa, piensa en huir de la ciudad y sabe que
tiene el tiempo justo antes de que la policía valla a interrogarlo, sin
embargo, se sienta en la cama y se lleva las manos a la cabeza, lo mejor
es tranquilizarse para pensar, con la cabeza fría, cuál será su siguiente
paso. Apenas unos minutos después dos agentes llegan a su casa.
El proceso del interrogatorio es escrupuloso e intermitente,
sus próximas horas en la fiscalía se vuelven largas y tediosas, su casa
y sus pertenencias personales son revisadas a detalle, sin embargo, es
liberado a las veinticuatro horas por falta de pruebas, el arma homici-
da nunca fue encontrada. Jerónimo nunca mencionó a Adrián como
un tercero en la disputa, así que, su interrogatorio solo fue de rutina.

160 | Marzo 2022 | Holesther Ángel Peña


Luego de varios días de investigaciones el crimen seguía sien-
do un misterio y el resultado de la autopsia no revelo ninguna pista
adicional. Los padres de Fabiana, después de enfrentarse a un proceso
doloroso y desgarrador, encontraron, lo que a ellos les pareció, la me-
jor manera de honrar la memoria de su hija, con todo el sufrimiento
de sus corazones, tomaron la decisión de “prestar” su cuerpo a la fa-
cultad de medicina para que, de algún modo pudiera contribuir a la
formación de nuevos médicos, la profesión que su hija Fabiana amaba
con toda el alma.
El tema de la semana en la materia de anatomía es, útero:
irrigación, inervación y sus relaciones, tres clases de teoría dentro
del aula y dos clases prácticas en el anfiteatro. El cuerpo acartona-
do y rígido de Fabiana está dispuesto sobre la plancha de concreto,
ya con suturas grotescas en cara, cuello, tórax, brazos y antebrazos,
unas como resultado de la autopsia y otras por las prácticas realizadas
varias semanas atrás. Geraldine, con bisturí en mano, procede a rea-
lizar un corte vertical desde el ombligo hasta el borde del pubis, con
gran delicadeza va diseccionando capa tras capa, piel, tejido celular
subcutáneo, fascias, y fibras musculares, hasta llegar al útero; los tres
alumnos, José Antonio, Adrián y Jerónimo rodean la abertura con sus
manos para ayudar a su compañera y así visualizar mejor la cavidad
pélvica.
Todos los estudiantes se dispersan a su área de trabajo, José
Antonio y Geraldine se preparan para regresar el cuerpo de Fabiana a
la fosa líquida, el recorrido lo hacen mecánicamente, sin pronunciar
palabra ni cruzar una mirada entre ellos, algo raro flota en el am-
biente, algo que no habían percibido jamás. El cuerpo de Fabiana se
sumerge lento en aquel caldo condimentado con mentiras y dudas,
con la bilis y el humor de otros cuerpos.

161 | Marzo 2022 | Holesther Ángel Peña


César
Calderón

162 | Marzo 2022 | César Calderón


Todos somos nada

El pasillo es tan largo como un túnel que conduce a las entrañas de la


tierra. Nadie ha viajado nunca a las entrañas de la tierra, pero imagi-
no que debe ser así, con la misma profundidad interminable, las pa-
redes húmedas y oscuras, ese olor rancio y amargo del fenol raspando
las narices y metiéndose en las cavidades del cerebro. Voy rumbo a la
habitación donde se encuentra internado mi padre. Metros y metros
de camillas y enfermeras y doctores caminando entre luces indecisas
desplomándose del techo. Venir al hospital es como entrar en una
tumba. Mi papá ha tenido su tercer colapso en lo que va del mes.
—Es el potasio —dice el doctor Cisneros.
Ahora el potasio. Somos como el polvo en el desierto. ¿Cómo
es posible que un diminuto elemento sea capaz de derribar al más
fuerte de los hombres? Nada, somos nada. La extraña conferencia
del doctor Cisneros termina con el desolado “gracias” de mamá. Ella
siempre tan amable, dice gracias a todo, aunque las noticias sean de-
vastadoras. Yo, por el contrario, pienso que el doctor debe irse a la
chingada, “a chingar su madre, doc., a mi jefe le queda todavía mucho
de vida”; una leve inclinación de la cabeza para mitigar mis pensa-
mientos mientras abro la puerta y le dedico un remedo de sonrisa. Mi
madre y yo nos miramos por un instante, luego yo esquivo su mirada.
Estoy seguro de que ella también debió sentir este sobresalto de taqui-
cardia que me acogió cuando vi el rostro de mi padre, un rostro seco,
deslucido, con una palidez de cementerio; el primer matiz de muerto.
De pronto siento ganas de llorar. Hace mucho tiempo que no siento
esta congestión en la garganta, este gorgoreo de agua que sube y baja
por el tracto intestinal. Y es que un hombre no debe llorar. Por nin-

163 | Marzo 2022 | César Calderón


gún motivo. Ni siquiera cuando pica cebolla. Crecí con esa creencia
arraigada en mi conciencia. No lloré cuando el autobús me trituró la
pierna derecha (yo tendría 9 años y desde entonces me desplazo con
muletas), tampoco lo hice cuando enyerbaron a Max (la única mas-
cota que vivió más de doce años con nosotros), ni cuando mataron a
Esteban, el hijo de mi tío Joaquín, en aquella riña en la que yo alcancé
mi buena dosis de paliza.
Esta es la historia de mi padre, una historia que narra su lucha
interminable contra esa enfermedad que lo desgajó por dentro y le
desnudó el alma. No sé cuál es el inicio, pero conozco plenamente el
desenlace. El final sólo ustedes lo sabrán. Fui el sexto de una decena
de hijos que él y mi madre llevaron a pleno crecimiento hasta conver-
tirnos en profesionistas. Diez profesionistas en torno al cadáver de
mi padre. Nueve profesionales y un imbécil que pretende convertirse
escritor. Soy consciente de que ya no estaré aquí para cuando ustedes
lean este libro, así que no sabré cuál será su veredicto. No me importa.
Me da igual.

164 | Marzo 2022 | César Calderón


Pequeñas almohadas

Sabía que no debía aceptar… ¿Qué necesidad tenía yo de todo aque-


llo? El Mirto me dijo que era algo de rutina, que se trataba de nego-
cios, sólo eso, negocios. Por esos días estaba por concluir el juicio de
divorcio y mis bolsillos estaban tan secos como la arena en el desierto.
Lo único que me dejó Eloísa fue una maleta con la ropa más andra-
josa y maloliente que yo tenía abandonada en el cuarto de tiliches.
Estaba, pues, en una de esas situaciones en que el hombre quiere ser
succionado por la tierra. Quizá por eso, y por la insistencia del Mirto,
fue que acepté.
—Anda, Richard, hazme el paro —me dijo el Mirto—, necesi-
to a alguien de confianza.
El Mirto era policía. El negocio, según él, no era más que una impor-
tante misión de encubierto.
—Todo es cuestión de una transacción, Richard. No mames,
no me dejes solo.
Llegamos a la cantina donde se originó aquel embrollo. Dos
tipos estaban sentados al pie de la barra. Frente a ellos había un ceni-
cero repleto de colillas. Todas las mesas estaban vacías. Un tipo calvo
y barrigón pasaba un trapo viejo y percudido sobre la barra.
—Qué hay, mi poli —dijo el tipo más joven de los dos. Era
un hombre alto y corpulento, tan robusto y grande como un roble.
El otro hombre, flaco y nervudo, evidentemente mayor que Robusto,
hizo una reverencia apenas perceptible.

165 | Marzo 2022 | César Calderón


A pesar de la oscuridad en el recinto, ambos hombres traían
Ray —Ban tipo gota. Había una televisión empotrada en la pared
donde transcurría una película de Mario Almada, el Clint Eastwood
mexicano. Yo soy muy nervioso. Aquellos hombres de lente oscuro,
camisa de vaquero y tejana oscura, como el actor de la película, acen-
tuaron mi nerviosismo. El Mirto y Robusto hablaban de cosas que yo
no alcanzaba a distinguir. Con las ristras de balas que salían del re-
vólver de Mario Almada apenas me llegaba una que otra frase. Mejor
para mí. El otro hombre, el mayor, no hablaba, se limitaba a mover
la cabeza hacia arriba y hacia abajo, o hacia un lado y hacia el otro,
según fuera el caso. Aferraba su cigarro con la mano derecha. En un
inicio lo ignoraba, al cigarro; ni siquiera una calada esporádica o re-
pentina. Nada. Humo, sólo el humo gris y opaco surgiendo de ese
manojo de alquitrán y nicotina. Él mismo era tan flaco y arrugado
como el legendario actor de la película; quizá debía tener la misma
edad que él. Era, en todo caso, un Almada de a mentiras.
El Mirto les dijo que yo era su amigo de la infancia, que había
ido al pueblo a arreglar unos asuntos de herencia y que a pesar de vi-
vir lejos no habíamos perdido comunicación (cosa falsa, desde luego).
—Como podrán darse cuenta, jefes —concluyó el Mirto al
mismo tiempo que me daba una palmada en la espalda—, aquí, mi
compa Richard, es gente de confianza; nada de qué preocuparse, así
que podemos hablar a nuestras anchas.
Los hombres me miraron de arriba abajo, después de abajo a
arriba, de la misma manera como se observa una simple mercancía.
Luego de dos o tres tragos, Robusto levantó la mano izquierda y tro-
nó los dedos en el aire. Como perro amaestrado, el camarero bajó el
volumen de la televisión.
—Cuántos kilos le calcula, jefe —preguntó el Mirto.
—Como doscientos, mi poli —dijo Robusto—. Es de la buena,
directa de Tierra Caliente. Pura calidad.

166 | Marzo 2022 | César Calderón


El Mirto asintió, encendió un cigarro y miró hacia mi sitio.
Lo miré de reojo y aparté la vista de inmediato. Me sentía aturdido,
temeroso por las consecuencias de escuchar lo que no debía escuchar,
por eso fingí estar atento a la película, aunque a final de cuentas, por
increíble que parezca, mi interés fue tan genuino que me olvidé de
la plática. En esos momentos se libraba una de esas persecuciones
legendarias: Almada y sus maniobras prodigiosas en la destartalada
Ford del 58; una mano al volante y la otra al revólver. Los disparos
certeros, letales y, como siempre, casi infinitos. Al fin, después de la
segunda o tercera persecución, el Almada de a mentiras comenzó a
fumar a medida que el actor esquivaba los proyectiles de sus enemi-
gos. Golpeteaba en la barra con sus dedos tubulares, casi al son de los
balazos. Al igual que yo, estaba más atento al desenlace de la escena
que en la conversación entre sus socios.
—Es una camioneta de redilas, mi poli —escuché decir a Ro-
busto—, y amarilla. No hay pierde. Es vieja y rechina un chingo. Ape-
nas para el jale.
—Entiendo, entiendo jefe —replicó el Mirto.
Como en todas sus películas, Mario Almada había logrado sa-
lir ileso de la refriega, si acaso dos o tres raspones apenas visibles en-
tre los pliegues de su rostro. La camioneta hecha pedazos. Los rivales
un montón de carne para el cementerio. El Almada de a mentiras dio
la última calada y dejó la colilla en el cenicero. Parecía menos tenso,
como aliviado porque su homólogo había salido ileso en la pantalla.
Como si alguna vez lo hubieran derrotado. Con movimientos parsi-
moniosos, tan parecidos a los del actor de la película, el Almada de
mentiras sacó un sobre amarillo que traía en el chaleco.
—Su parte, poli —dijo sin voltear, mirando siempre a la pan-
talla. Tenía una voz pausada y enigmática, como si hablara desde las
profundidades de una sepultura.
El Mirto cogió el paquete, echó un vistazo y lo guardó en la
bolsa del chaleco.

167 | Marzo 2022 | César Calderón


—Bien, jefe, en eso quedamos…, en eso quedamos, como
siempre —dio un trago a su cerveza y me miró por un instante—. Sólo
que… me gustaría, eh… como ustedes vean, ¿eh?, pero yo dijera que…
—¡Qué! —dijo el Almada. Se había quitado los lentes. Sus ojos
eran oscuros y abismales, como incrustados en ese par de hoyos ne-
gros rodeado por arrugas. De no ser porque el actor había muerto
hacía poco tiempo, podría jurar que me encontraba frente al mismo
Mario Almada. No exagero, su semejanza era tal que estoy seguro de
que en más de una vez fue hostigado en las calles.
El Mirto argumentó que no era suficiente con utilizar una car-
cacha para transportar la mercancía, que además era necesario con-
tratar a un chofer que tuviera la apariencia de gente de pueblo.
—Que tenga la facha de rancho, jefes. El de la otra vez tenía
una cara de malacate que no podía con ella. De no ser por mí, no sé
qué hubiera pasado. Los de la Guardia Nacional estuvieron a punto de
bajarlo en Tres Caminos, ¿recuerdan?
Robusto y el Almada asintieron. El Mirto encendió un ciga-
rro, dio una calada y prosiguió:
—Aquí, mi compita podrá hacer el jale sin ningún pedo, ¿o
qué, mi Richard?
Como ya lo he dicho, yo estaba quebrado por los trámites del
divorcio y por los litros de licor que una situación así conlleva. Aparte
de la casa y de los niños, Eloísa se quedó con el ochenta por ciento de
mi cheque, así que me urgía una entrada extra de dinero. Contrario a
mi costumbre, acepté el cigarro que me ofreció el Mirto. Ya he dicho
que soy muy nervioso. Aquello era demasiado para mí. Me sentía in-
capaz de asumir semejante riesgo y así se lo dije al Mirto. El Mirto me
dio dos, quizá tres palmadas en la espalda. Me dijo que aquello no era
peligroso, que sólo tenía que manejar unas cuantas horas desde Co-
fradía a Guadalajara. Los otros dos me miraban muy atentos, como
esperando mi respuesta afirmativa.

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—¿Y… si me agarran? —sentía como si el humo del cigarro se
me hiciera bolas en la boca
—¿Sigues igual de fundillón, mi Richard? —dijo el Mirto—.
No se te ha quitado, ¿eh?
Robusto sonrió. El Mirto también se carcajeó. La sonrisa del
Almada fue más discreta, aunque con la misma sobredosis de ironía.
Para ese momento yo apenas había tomado uno o dos tragos de cer-
veza. Robusto me dijo que nunca habían agarrado a uno de los suyos,
que lo más que me podría pasar era que se me ponchara una llanta o,
a lo mucho, se amolara el motor en una de las tantas pendientes que
hay en el camino.
—Pero no se apure, don Richard —dijo Robusto—, delante
de usted, como a un kilómetro, irá uno de los nuestros. Por cualquier
cosa. Además —miró hacia el Mirto—, aquí mi poli nos da garantía,
¿o no, mi poli? Dígale a su amiguito que esto es pan comido.
El Mirto asintió. Me temblaban las piernas; mis cejas y meji-
llas encharcadas de sudor. Tomé de un solo trago lo que me quedaba
en la botella. Miré hacia la televisión. Mario Almada parecía mirarme
desde la pantalla; sus ojos parcos perdidos en la nada, con su habitual
sonrisa a medias que le enardecían las miles y miles de arrugas en su
rostro. Podría asegurar que era a mí a quien veía; directo hacia mis
ojos, como diciendo: “no seas collón, Ricardo…, éntrale”. Miré al Mir-
to, luego vi al robusto y al Almada y, por último, no sé por qué, se me
figuró ver a Clint Eastwood junto a Mario Almada. Todos asentían
con la cabeza, como infundiéndome los ánimos necesarios para acep-
tar lo que no debí aceptar. Di una calada profunda y contuve el humo,
como queriendo que mis pulmones reventaran. Entonces acepté.
La camioneta era del siglo pasado, de a mediados de los seten-
ta, quizá. Jamás había manejado una cosa así de vieja. Era amarilla, de
redilas, tal como la había dicho Robusto, parecida a esas camionetas
donde cargan a los puercos. No tenía dirección hidráulica, así que
maniobrarla resultó un martirio para mis brazos. Al peso de la camio-

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neta (tres toneladas), habría que añadirle las montones de estiércol
que le habían puesto, supongo que para camuflar olores indebidos.
No me detuvieron en ningún retén. Incluso los militares se tapaban
las narices y me hacían señas para que apresurara el paso. El aroma
era insoportable.
Eran poco más de veinte mil pesos los que me pagarían. Las
instrucciones fueron nebulosas. Sólo debía llevar la camioneta hasta
Guadalajara y ahí darían conmigo. Por absurdo que parezca, eso fue
todo lo que me dijeron:
—Usted, mi Richard —dijo Robusto—, sólo diga que se llama
Ricardo Almada. Eso es todo. Ricardo Almada. Ellos darán con usted.
Nomás acuérdese: Ricardo, Al-ma-da, ¿okey?
La camioneta era sumamente achacosa. Las llantas rodaban
como si estuvieran a punto de desmoronarse en el asfalto. Producía
lástima nomás de verla. Para las once de la mañana, después de casi
once horas de viaje, llegué a las afueras de Guadalajara. Estoy seguro
de que la densa nube de humo gris detrás de mí era visible a kilóme-
tros. No exagero. Del vehículo escolta ni sus luces. Me detuve en la
primera gasolinera.
—Tanque lleno, por favor.
El despachador hizo una mueca y accionó la bomba. Entré al
Oxxo y pedí un par de aspirinas. Mi cráneo apenas podía contener la
hinchazón de mi cerebro. Había dos policías bebiendo café en una de
las bancas que dan hacia afuera. Uno de ellos se acercó.
—Qué lleva en esa troca, amigo —dijo el policía.
—Abono, jefe.
—Pues… apesta a mierda.
—Así es, jefe —dije—. Es lo mismo. La mierda y el abono son
lo mismo. A la mierda se le dice abono, pero al abono jamás se le dice
mierda y…

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—Está bien, amigo —dijo el policía—, entiendo… entiendo.
El otro policía, un poco menos regordete que el primero, también se
acercó. Por los lentes oscuros tipo gota recordé al Almada y a Robusto.
—¿Cómo se llama? —me dijo.
—Abono, jefe —respondí—. Se llama abono, aunque también
le pueden llamar fertilizante natural.
Ambos polizontes se miraron. Uno de ellos, el más desparra-
mado, formuló nuevamente la pregunta:
—Usted, amigo, cuál es su nombre.
—¿Cómo se llama? —repitió el otro.
—¿Mi nombre?
—Sí.
—Ah —repliqué—. Almada, Ricardo Almada.
Quizá por la forma de decir mi nombre, muy a lo gabacho (el
nombre de pila posterior al apellido), o por mi facha de perro trasi-
jado, se echaron a reír. Se dijeron algo, luego me miraron de arriba
abajo (haciéndome sentir nuevamente mercancía) y finalmente me
pidieron una identificación.
Los miré en silencio. Ellos paseaban su mirada de mí a la iden-
tificación y de mi identificación nuevamente hacia mí.
—¿Almada?
—¿Cómo el de las películas?
Les dije que sí, desde luego que sí, aunque casi de inmediato
les aclaré que no es que ese fuera mi nombre.
—Así me dicen allá, en mi pueblo, Ricardo Almada, y pues de
tanto que me lo dicen a veces pienso que ése es mi verdadero nombre.
Soy admirador de Mario Almada, ya saben, el actor.
—Desde luego —dijo el que traía mi identificación.
El otro me dijo que también ellos lo admiraban, a Mario Al-
mada.
—Hacía puras películas perronas.
—Lástima que ya se haya muerto.

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—¿Y de dónde mero viene, amigo?
—De Cofradía.
—¿Cofradía?
—Ajá.
Se miraron nuevamente.
—No nos diga que trabaja para la Empresa.
—¿La Empresa?
—Sí, la Empresa, ya sabe...
Les dije que no, que yo no tenía qué ver con esas gentes. De
lo que se entera uno hasta después. Platicamos durante un buen rato.
Me dijeron que ya se había terminado su turno, pero que con mucho
gusto me escoltarían, que quizá ellos sabían mi destino.
—Todos los de Cofradía van para donde mismo, así que nos
sigue, amigo.
—Le vamos a hacer el paro nomás porque tiene buenos gustos.
Me hicieron saber, además, que de no ser por su ofrecimiento
me las vería muy duras para atravesar la ciudad.
—Aquí está muy de moda toda esa cosa ambientalista, ya
sabe, así que se lo pueden chingar por andar soltando esas apesturas
en el aire.
Le dimos por toda la avenida. Yo iba detrás de la patrulla,
como a cincuenta metros de distancia. Llegamos a un terreno baldío
donde estaban un montón de camionetas, todas nuevecitas. Supongo
que eran de la Empresa pues no traían placas y los vidrios eran oscu-
ros, casi negros, tal como las que traen por Cofradía. Unos hombres
comenzaron a descargar el estiércol que yo traía en la camioneta.
En el fondo había un montón de paquetes envueltos en cinta
canela, del tamaño de una almohada pequeña. Serían unos cincuenta,
quizá más.
—Qué guardadito se lo tenía, mi Almada —dijo el polizonte.
—Tan seriecito que se ve.
—Lástima que no podamos ayudarle.

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—Tan buenos gustos…
Me esposaron. Diez años sin derecho a fianza. Qué desastre.
Del Mirto, ni sus luces. El par de policías me vinieron a visitar pocos
meses después de mi arresto. Venían acompañados por el Robusto y
el Almada.
—¿Cómo le va, don Richard? —dijo el Robusto.
—Venimos a visitarlo nomás para que no diga que nos olvida-
mos de los cuates —intervino el Almada. Traía el mismo atuendo que
el día que lo conocí, en la cantina—, y a traerle esto…
Me tendió el periódico de ese día. En la primera plana estaba
el Mirto. También esposado. Fuerte golpe al narcotráfico; la Empresa
se tambalea, decía el titular. Junto a él, con sus uniformes de policías
federales, estaba el Robusto y el Almada. “Una operación de encu-
bierto que rindió frutos después de muchos años”. Sonreí. Compren-
dí, al fin, cuál fue el motivo por el cual el Mirto nunca hizo nada por
sacarme de prisión.

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Irene
Magdaleno
Pérez

174 | Marzo 2022 | Irene Magdaleno Pérez


Deconstruyendo colores

Juegas a vestirte de colores de la madre tierra, algunas ocasiones te


vistes de rojo, te enjuagas las manos con sangre de inocentes cercena-
dos, votantes masacrados.
A veces te disfrazas de verde aparentando vida naturaleza, fer-
tilidad cuando sólo eres un carroñero vestido de color.
En realidad, representan el azote de una nación.
Seas verde o sea rojo vapuleas a tu pueblo entre chasquidos de
violencia.
Sólo te importa la medida del hueso por eso emerges entre
hambrunas, como hiedra llena de plagas comienzas a escalar sin ética,
en aras de esperanza.
Cada sexenio te revistes de promesas ilusorias desbordando
pasiones que te incita el poder, ruegas por minutos al obrero al cam-
pesino al comerciante al empresario y hasta donde tu ambición al-
cance para perpetuar el triunfo, después los dejarás empobrecidos,
lacerados, desaparecidos, olvidados.
A sí seas rojo, verde, azul, naranja, blanco o marrón eso es lo
de menos, sigue siendo un partido carroñero, disfrazado de color.

175 | Marzo 2022 | Irene Magdaleno Pérez


Contagio maligno

Virus, ofrendas a la muerte palpitando a la par del tiempo que nos


hace añorar la vida.
Virus, provocas luchas de supervivencia mientras te vanaglo-
rias lleno de poder, es tu reino el miedo.
Virus, aniquilas sueños entre enfermedades tempestad y
premoniciones, no hay modernidad que te detenga ahora nos haces
avanzar más lento.
Virus, células infectadas que evolucionan transmutando de-
bajo de las cenizas de la piel, y por las noches vuelas entre baldíos
llenos de podredumbre.
Virus, veneno que decrece las ciudades mientras masacres cora-
zones que suplican desolados en techados donde un día descanso la fe.
Virus, siembras caos para recordar, nuestras debilidades entre-
tanto transmutar nuestras fortalezas evaporadas por la incertidumbre.

176 | Marzo 2022 | Irene Magdaleno Pérez


El chaka

Podría correr y correr, pero, en realidad, Alberto sabía que mientras


más rápido ocurriera no podría escapar de esa sombra que se con-
vertiría en su pasado, sería casi una misión imposible. Tal vez sólo
estando muy lejos de ese lugar podría darle vuelta a esa realidad que
lo estaba asfixiando. Parece casi una misión imposible, pero vale la
pena intentarlo, pensó, hay poco que perder y mucho que ganar. A
pesar de su corta edad al Teto, como le decían en la colonia, su altu-
ra le ayudaba a aparentar más de 14 años. Aproximadamente media
1.68, de ojos tan negros como la oscuridad, con su mirada extraviada
volteaba paranoico a todas partes. Sí, es verdad que era delgado, pero
ahora lucía más lánguido, con el rostro más demacrado de lo normal.
Después de esa ardua carrera se detuvo para abrir la puerta de su casa,
se metió velozmente cuando por fin se sintió un tanto a salvó.
Su madre que estaba esperándolo en la sala con una cara más
angustiada y atemorizada que la del propio Alberto. “Todo está bien
hijo, si se hará todo como lo acordamos, Alberto”, susurró en voz baja.
“Sí jefa, es el momento, a las 8:00 de la noche en casa de los abue-
los”. Estela no pudo evitar que unas lágrimas brotaran de sus ojos,
no dudó en limpiarlas. Rápidamente pasaban como destellos miles
de pensamientos de todo tipo por su cabeza, pero sabía que no era
momento para distraerse con eso, ya habría tiempo para lacerarse y
cuestionarse, ahora lo más importante era tratar de ganarle al tiempo.
Aparentando que no pasaba mayor cosa ordenó a Nancy y Lizeth, las
hermanas más chicas que Alberto. Una de doce y la otra de diez años,
que se miraban un tanto atónitas, “¡Hey, chiquillas! Vayan a ordenar
sus cosas pronto que hoy en un rato más nos vamos. Lleven sólo lo

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indispensable, unos cuantos cambios de ropa”. Aunque parecía que no
comprendían bien lo que sucedía algo les hacía sentir que las cosas no
andaban bien, así que decidieron mejor irse a su habitación rápida-
mente para preparar lo necesario.
El Teto, a quien le temblaban las manos, se quitó un cigarrillo
que traía en la oreja, volteó a ver a su madre y volvió a susurrar: “per-
dón jefecita estoy muy nervioso, sólo le daré un jalón para tranquili-
zarme”. Estela tuvo que contener la muina y el dolor para no discutir
con su hijo, sabía que él en este momento estaba confundido, equivo-
cado y muy atemorizado, por eso mismo no quería dar pie de nuevo
a confrontaciones donde él se saliera de nuevo de su casa y tal vez ya
no pudiera convencerlo de regresar y emprender ese viaje tan incierto
como prometedor para cambiar radicalmente esa situación que los
estaba asfixiando. Así, le lanzó una mirada un tanto abrasiva y le dijo:
“está bien Teto, pero sólo una fumada”. Apenas terminó de decir eso
cuando Teto ya le había echado dos bocanadas a ese cigarrillo apesto-
so que pareciera tener un efecto relajante más veloz que la carrera que
se aventó hace un rato. Se volvió a colocar el cigarro, o bien, lo que
quedaba de él en la oreja mientras lentamente con la mano izquierda
sacó una pistola pequeña del bolsillo de la sudadera. Estela no pudo
evitar contener el asombro y dijo: “Teto, ese juguete parece muy real
¿por qué lo cargas?”. El Teto, con la mirada ausente aún y un rostro
un tanto desencajado que en ese momento pareciera del de un joven
de 17 años y no de 14, dijo: “Jajaja. ¡Te troleé jefa! No te paniquees ni
te agüites. Esta fusca si es de neta, pero no es mía, desde el lunes el
Trino me la dejó encargada, ya es viernes y aún no regresa. Los com-
pas dicen que ya no volverá, que lo pusieron, pos ya te la sabes qué tal
vez lo prendieron en el cerro”. “Sí, es lo más probable, pero entonces:
¿por qué no te has desecho de esa pistola? ¿para qué la quieres tú si el
Trino ya no va a regresar y nosotros mejor nos desapareceremos de
aquí antes que corramos la misma suerte que el Trino o cualquiera de
tus compas o lo que sean?”. “No es tan fácil como parece jefa, yo sé

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lo que hago”. “¡Qué vas a saber tu muchacho pendejo!”. “¡Oh, ya va a
empezar a insultar a uno!”. “Ay, Teto, no quiero insultarte ni enojar-
me, pero mira nada más cómo estamos ahorita ¡y todavía dices que
sabes lo que haces! ¿qué no entiendes que aún eres un niño jugando
a no sé qué chingados? y yo por tratar de darles ya no lo mejor, por
qué ya ni para eso alcanza. Además, quien sabe qué es lo mejor en
estos tiempos, si pareciera que entre más comodidades hay, más va-
cíos, pero bueno por lo menos traté de que no pasaran hambre, que
fueran a la escuela y tuvieran las menos carencias posibles que no
resintieron tanto la ausencia de su padre. Me enrolé con los dos tra-
bajos y mira aquí las consecuencias. Sin darme cuenta de que, lejos
de hacer las cosas bien, las estaba haciendo mal y mira todo nos pasa
la factura cuando llega el momento. Ahora no me importa comenzar
desde cero lejos de aquí, perdiendo lo poco que tenemos si a cambio
tú y tus hermanas estarán bien y podemos alejarnos de esos tipos que
ahora sí creo que ya tiene tiempo que te echaron el ojo. Ya conseguí el
préstamo, solo falta que se haga de noche, tengo esperanzas de ahora
sí hacer las cosas correctamente y tú estás más a tiempo Alberto”. “Ya
jefita no se ponga cursi, usted y mis hermanas son lo único que tengo,
las quiero reteharto. Ahora que sí me consta y he sido testigo de que el
Trino ya no regresará, al ver cómo la pobre de la Britany cada que se
compra su tostón de crico llora al recordar como la tableaban mien-
tras abusaban de ella, tuvo que poner a su primo el chato para que ya
la dejarán tranquila, pero ¿de qué le sirvió si ya quedó bien engolozi-
nada por el crico y como una chivatona? Eso entre tantas cosas más
jefa que de verdad ahorita no quiero ni recordar por qué me pongo
peor que si estuviera erizo. Si después de esa primer anexada le hubie-
ra hecho caso, ahorita no estuviéramos así a punto de dejar todo para
huir. Tiene razón jefa, la regué bien gacho”. “¿O quién sabe, hijo? Tal
vez yo la regué más desde la primera vez qué te metí a esa clínica de
disque rehabilitación. Bien me dijo mi amiga Meche que los anexos
tienen contacto con los de los carteles, que tienen bien detectada a la

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gente que está internada, dice la Meche que cada que llega un interno
le toman una foto y se la mandan al cartel que lidera en ese momento
la región, así como también le mandan informes detallados de la per-
sona. Entonces esos malditos chacales ya tienen bien detectados a los
que buscarán para que trabajen con ellos o para matarlos Al igual a
los que no le sirven para nada, bueno es un decir, porque son los que
seguirán siendo la carnada y consumidores, pero ya Teto, es tarde. Es
mejor no seguir hablando de eso por ahora. Adelántate a la casa de
tus abuelos para no levantar sospechas vete en la bicicleta rápido, en
un par de horas más me voy yo con tus hermanas, allá te veo porque
el camión que nos llevará hacia el sur sale a las 11 de la noche y queda
poco tiempo para lograr la primer parte de nuestro plan, hijo mío”.
Parecía que Alberto le volvía el alma al cuerpo porque cuando
su madre lo abrazó y le acarició la mejilla para limpiarle las lágrimas
qué escondía. Entre dientes dijo: “le prometo jefita que esta vez no
le fallaré, trabajaré en el campo y que estudien mis hermanas ya que
la escuela no es para mí. Le ayudaré con los gastos de la casa”. Estela
sonrío, aunque el alma se le partía porque sabía que se alejaría de sus
padres, que dejaría toda una historia de vida detrás, que el futuro era
muy incierto, pero nada la detendría esta vez. Comenzaría a escribir
otra historia en otro lugar, pero con más amor, fortaleza y aprendiza-
je.

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