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Coordinador:
Jaime Garba
Corrección de estilo:
Joemi Joeline Tafolla Martínez
José Simón Menchaca
Zamora, Michoacán.
Chisai crecía un poquito cada que el tiempo corría. Era sutil, se nota-
ba en su pelo más largo o con sus pasos que ya recorrían más distan-
cia. Resultó ser la primera deidad después de un largo periodo. En la
aldea los ojos seguían a Soboku con su tesoro en brazos a todas partes.
No eran miradas fieras, sería más exacto decir resignadas, su flor era
bella, brillante: divina. Las personas la acogían, la querían, mas no le
dedicaban abrazos ni emociones fuertes, así como sus sonrisas pare-
cían manchadas de presagio.
Soboku flotaba en cristal rosa a su lado, estaba seguro de que
al verla sólo había corazones en sus ojos. Su convivencia diaria y cons-
tante lo volvía todo risueño y cómodo. Se convirtió en rutina el trans-
formar diez minutos en diez horas sobre la hierba, a pleno rayos de
sol. Después de todo, su tiempo era muy limitado. El día era su domi-
nio, Soboku podía llevarla y traerla, estar acurrucado sobre su pecho
y fundirse con el campo, pero por las noches Chisai siempre debía
volver con las demás flores, ese era su lugar. Ya bastantes reglas habían
roto al convertirla en deidad. Soboku ya no podía permanecer hasta
el amanecer. La luna le pertenecía exclusivamente a las rosas, lirios y
claveles, otro desliz sería perjudicial.
No obstante, cada hora acumulada separado de su retoño era
desesperante, sus ojos la buscaban constantemente, había una inquie-
tud que no se podía rascar de la piel, se sentía solo. Mientras com-
praba en el mercado, preparaba su almuerzo, conversaba con unos u
otros, no importaba, estaba tan solo.
Y Chisai no solo lo quería, sino que era ambiciosa e insacia-
ble. Anhelaba más y más. Demandaba más tiempo, más esfuerzo, más
amor. La despedida siempre era un momento difícil para él y, aunque
reacia, Chisai aceptaba.
Mas ella crecía y un día ya no fue suficiente.
Junto a las últimas luces anaranjadas del claro, se disponía a
Chisai nota que las sonrisas tímidas se hacen un poco más exten-
sas dentro del manto nocturno. Bajo la luna, cuando los lugareños
la observan con cuencas que se vuelven vidriosas, si la evitan o se
contienen a la noche ya cualquier recato queda en el olvido. La Diosa
escucha las historias más tristes en la oscuridad, mojan su piel lá-
grimas amargas, o tal vez le susurran los secretos más celosamente
guardados, ansiosos por las décadas de encierro.
También le cuentan sobre aventuras en tierras lejanas, besos
robados, sueños en la resignación de lo perdido. Y a veces, cuando
la luna ya está muy alta y los lugareños se encuentran solos, profun-
damente solos, le hablan sobre amor. Chisai no lo comprende, ella
anhela estar con Soboku, quiere su tacto, su atención, quiere su mi-
rada brillante sobre ella todo el tiempo. Lo quiere, pero ¿amor? Sus
mariposas no son dulces y cálidas, sino ambiciosas.
La miran por un largo tiempo, le toman la mano y le susurran
que la aman, pero sus mariposas parecen indiferentes. Le prometen
el sol, el cielo y las estrellas. Chisai no los necesita, no necesita nada
que le puedan ofrecer, pero ellos se lo pueden dar y ella lo codicia. Le
traen alimentos y vestidos, perfumes y joyas siempre más preciosas
que la anteriores. Ella pide más, más bello, más grande. Ellos lo cum-
plirán. Entonces, ella pide que bailen, que le canten y está hecho ¿todo
para ella? Debe ser porque la aman, sí, la aman y la tienen que amar
adecuadamente, ella no aceptará menos que amor incondicional.
Incluso cuando Soboku se resiste, Chisai sabe que la ama. No
necesita ver sus ojos brillantes o su tono meloso como en los cam-
pesinos. Ella siente el vínculo grueso y vital en su interior. Siente su
lazo hincharse cada que Soboku, con las articulaciones cansadas y los
ojos cerrándose de sueño, cede a cargarla sobre su espalda. Cuando
le cede su último pedazo de alimento después de una temporada de
sequía, cuando hace meses que ha abandonado sus diez minutos en el
IV
—¿Irte?
Su rostro exhibe una mueca confundida.
—Irme, Chisai.
—¿A dónde?
—No creo tener una idea.
—No podemos irnos, me gusta aquí, quiero aquí.
—No vamos Chisai, me voy.
—No puedes irte, ¡no puedes!
VI
II
Me es increíble
que ayer era la criatura más temible del océano,
la que por su fuerza eliminaba toda competencia,
la que reinaba en el mar.
Pero ahora,
me encuentro arreglando un cuarto,
para ver si ella aquí se queda.
II
Por un lado,
me admira la fuerza con la que aquella bestia alzaba
un barco del agua.
III
I
El mal ex inquilino
—Deme chance señor Rafa, le juro que para el próximo mes le pago
lo de la renta —decía un tipo guandajón al verse acorralado por no
pagar a tiempo.
—¡No! ¡Ya fue suficiente! Me he cansado de todos sus pre-
textos, además ¡ya me debe como seis meses de renta! No lo puedo
seguir dejando aquí, así que o en la semana me paga o lo meto al bote
—exclama don Rafa de impotencia al saber que se iría con las manos
vacías un mes más.
Por la noche todo estaba tranquilo, hasta que apareció una
sombra que volaba desde el tercer piso, cayó al contenedor de basura
y se escabulló cual gato por las calles de vecindario, iba tan a prisa que
daba la impresión de que corría por su vida.
—Vecino, abra la puerta, vengo a cobrarle las rentas. —Llegó
el rentero el día final del plazo—. Vecino, ¡abra esa puerta o si no la
tiro! —Pero al no ver respuesta alguna se fue por un hacha y procedió
a destruir la entrada para poder pasar; sin embargo, cuando por fin
pudo abrir un hueco se percató de que ya no había nadie. El tipo se
había escapado para así evitar el cobro, cosa que puso muy furioso al
señor y terminó pateando todo lo que se encontraba a su paso.
—¡Maldito idiota! ¡Se fue sin pagarme ni un estúpido peso!
Pero ya verá. De ahora en adelante no me vuelve a pasar, lo juro por
mi madre. —Y así quedó sellada la promesa de que pasara lo que pa-
sara, ya nadie se escaparía de la vigilancia de don Rafa, todo sea por el
bien de la lana.
III
El contrato
El gran día había llegado, estaban las tres personas sentadas en la sala
de don Rafa negociando las partes del contrato. Se podía sentir un
ambiente de tensión: por un lado, está la pareja que intenta llevar a
cabo el plan de “hacer buenos negocios” (o lo que les conviene a ellos)
y del otro está el señor rentero que pierde los hilos de su paciencia
cada vez más al ver que la única oferta que les apetece es una en donde
pierda él… en fin.
Después de alrededor de veinte regateadas, venía el momento
más importante: la firma del contrato.
—Bueno señores —decía don Rafa— aquí les traje unas copias
de su contrato, en cuanto firmen les doy las llaves y les enseño el cuar-
to en donde se pueden hospedar de aquí en adelante.
—Señor, no quiero molestarlo —dijo Jaime— pero estoy en
desacuerdo con usted en la parte de los pagos, creo que si podemos
reducir la mensualidad le pagaríamos sin atrasos.
—¡No hay ningún inconveniente don Rafa, ahorita le firma-
mos! —interrumpía Luisa al comentario de su esposo, ya que veía el
creciente enojo del señor y no quería problemas—. Y tú, ¡cállate y
firma, Jaime!
IV
A como dé lugar
V
El plan
(Fragmento de novela)
I
(Fragmento de cuento)
I
Estoy cogiéndome a otra puta para olvidar a mi ex. Mi pene está entre
sus manos, sus ojos clavados en los míos, masajeando y lamiendo mi
carne. Una descarga eléctrica recorrió mi espina dorsal, hundí mis
dedos en su larga y negra melena, y la jalé con fuerza.
Terminamos “para siempre” unas dos veces al mes desde hace
3 años, otras veces más, otras menos, dependía también del humor y
de sus ganas de discutir por todo, pero siempre nos las arreglábamos
para volver. Era muy terca y sensible, sobre todo, cuando bebía de
más, que era habitualmente varias veces por semana. Miriam sentía
celos de cada mujer que me saludaba o se me acercaba, incluso si nada
más me sonreían o me volteaban a ver. Solía inventar historias en su
cabeza donde yo me iba hoteles con alguna de estas chicas. Debo ad-
mitir que un par de veces si lo hice. De cualquier manera, ella tenía
34 años y yo 27, ya no era la joven maestra de inglés que tuve en la
universidad, ambos lo sabíamos.
El orgasmo se descargó desde mi pelvis y recorrió todo mi
cuerpo, subió por mi pecho, se atoró un instante y salió por mi boca
en forma de gemido, sentía que el corazón se me podía salir del pecho
hasta que se me calmó la respiración. Cogimos hasta la madrugada.
Ruidos en el baño me despertaron, manoteé para buscar mi
celular y ver la hora «12:24 p. m.» Ni un mensaje, ni una llamada pér-
dida. No he sabido nada de Miriam en 3 días, me imagino que se
encerró en su casa a tratar de olvidarme junto a litros de alcohol y
nuevamente no lo conseguiría, en su resaca me amaría otra vez y vol-
vería a ser de quien me enamoré.
Juega a seducirme
y sabe que no puedo ganar.
Tiene su arsenal de sonrisas lascivas
y el baile de sus caderas carnosas.
(Fragmento de novela)
I
Me dijo que le gusta el frío y los días nublados, pero solo cuando es-
toy con ella. El petricor le hizo levantar bien alto la barbilla, la nariz
apuntando fija al cielo, inhaló largamente y su pecho se infló lleno de
la fragancia de la lluvia y la tierra, se paró de puntillas, parecía que
iba a empezar a mecerse en el aire y salir volando, como un globo que
llenas de helio. Me abrazó fuerte y me dijo también que mi fragancia
combina muy bien con el clima, aroma a humo de marihuana, vainilla
tal vez, espuma para afeitar y ese algo que es mío. La envolví por la
cintura firmemente y sentí el calor que guardaba dentro de su suéter
negro de manchas amarillas, la abracé más fuerte y sentí que estaba en
casa, aunque sólo estuviéramos parados el uno frente al otro en una
calle de una ciudad que apenas conocíamos.
En el medio, una calzadita empedrada con árboles como tre-
mendas torres vigía, con robustos cuerpos y raíces que se asoman
bruscamente entre el concreto reclamando lo que les pertenece. Autos
iban y venían indiferentes a nosotros. Uno blanco, uno rojo, una ca-
mioneta, taxi vacío, auto azul, otro blanco. Quien sabe que cosas po-
drían estar pasando ahí dentro, qué historias, qué viajes, qué emocio-
nes. Familias urdían sus vidas en un restaurante chino en la banqueta
al frente nuestra. Una madre y un padre, una pareja joven, quizá un
poco menos que nosotros. Movían torpemente los hashi, picoteaban
dumplings de una bandejita de madera, reían después de verse fallar
así que prefirieron usar las manos para llevarse la comida a la boca.
II
Miasmas pululan
en ambientes sórdidos,
ahí eres reina.
Ungen pócimas
para limpiar espacios
llenos de asco.
Gangrenan mentes
contra pobreza sucia,
inclementes son.
Revuelcan ratas
basura, desperdicios
fiesta colosal.
Eliminarla
mentira política.
Sobrevivirá.
Jaime Sabines
Oda a la mugre
Irrumpió en el cuerpo
uñas sucias, cabello piojoso,
muelas con caries
fuerte olor de axilas, pies.
Siempre ahí
fiel compañera
hasta en la muerte
perfumando la carne podrida.
I
Por tu sonrisa todo vale la pena
II
Un encuentro cambia vidas
III
Un bello atardecer
I
Sueño nuevo, nueva estancia
II
Aquí todos estamos locos
(Fragmento de novela)
Sucios holgazanes,
revoltosos sin más que hacer.
Apodados así,
por no acatar, al régimen social.
Alucinantes vivientes,
jodidos por la sociedad.
Rebeldes ecologistas,
clasificados como algo más.
He desterrado de mi pensamiento
al mal augurio,
he luchado contra mis demonios
y he vencido.
Tú, mismo ser, de piel brillante
y cerebro sabio.
Conoces las palabras
y conoces el dolor.
Ruge como un tigre, hazle saber al viento;
que tu corazón aún late.
Bajo las mil tormentas
y la gran sequía, aún late.
Dame 5 minutos, volveré a ser el astuto gigante,
gran rito que debemos hacer,
cumple contigo.
Vencer el miedo;
abre las alas mi querido amigo;
que hoy somos titanes.
Titanes al asecho,
sedientos de poder y conocimiento.
Que todo te regocije y llene de calor,
que pinte en tus mejillas,
gran rojo abrazador.
(Fragmento de novela)
Por fin después de varios años de intentos por crear esa monstruosi-
dad de metal, había logrado su objetivo, el arma androica más pode-
rosa que había existido en la tierra. Con un acero muy fuerte y dura-
dero, incluso más fuerte que el de los viejos pedazos de chatarra que
se hacían llamar robots en el pasado, el androide G29I213175A.
—Por fin… mi creación más poderosa de cientos que ven-
drán… —dijo contemplando aquella figura aún sin vida—. Compu-
tador, programa la iniciación del software.
—Entendido doctor —dijo una voz robotizada.
Varios segundos pasaron hasta que el computador mostró un
anuncio en su gran pantalla.
—Computador, ¿qué sucede? —dijo él, mirando con curiosi-
dad ese gran anuncio de letras rojas.
ERRORERRORERRORERRORERROR
ERRORERRORERRORERRORERROR
Había una vez un bandido el cual fue transformado en bestia por es-
tar ciegamente enamorado, esta pobre bestia vagaba en un bosque
desconocido lleno de criaturas misteriosas y tenebrosas, un día mien-
tras deambulaba en este bosque se encontró a una joven bruja, él te-
mía acercarse y ser rechazado por su apariencia, pero algo dentro de
él sabía que esa bruja podría ayudarlo a volver a ser como era antes,
así que temeroso se acercó a ella, ella se sorprendió de ver a esta cria-
tura tan curiosa, pero no le tenía miedo, ella podía ver su interior,
ese monstruo que tenía en frente solo era un inocente muchacho con
miedo, ella aunque no podía entender lo que la criatura le estaba di-
ciendo sabía que suplicaba por ayuda, entonces esta amable bruja lo
intentó ayudar usando muchos hechizos para que el joven volviera a
ser ese chico de antes, pasaron los días, las semanas y algunos meses,
hasta que por fin pudo realizar un hechizo que lo volvió a su forma
humana, este joven estaba muy agradecido con la moza bruja, él quiso
devolverle el favor ofreciéndole una gran cantidad de joyas, pero ella
no quería nada de vuelta, ella le dijo “vi la pureza de tu alma, vi el mie-
do y entendí que eras una buena persona, no me importó tu exterior,
lo que importa es tu interior”.
I
Noticias
III
La nota
IV
Selene
VI
La confesión
La homilía del primer día de las fiestas de Fátima fue como cualquier
otra, excepto que al final el padre invitó a todos a quedarse unos minu-
tos para darles un mensaje:
—Adolfo fue mi compañero en el seminario. Pude ver de cerca
que era un ser humano extraordinario, por lo que para mí y supongo
que para ustedes también, fue una noticia muy triste e inesperada saber
que ya no estaba con nosotros. Algunas personas me han externado su
preocupación por el motivo de su muerte. Es lógico pensar que alguien
tan joven es invencible y no puede enfermarse o morir, pero Dios tiene
planes para cada uno de nosotros que no siempre comprendemos y la
misión de Adolfo había llegado a su fin. Se determinó la causa de su
muerte, por lo que debemos evitar especulaciones, ya que sólo así po-
drá descansar en paz. Les ruego que ofrezcan sus oraciones por él. Que
la bendición del Padre descienda sobre ustedes.
Pronuncio tu nombre
y mi boca se quema,
se seca.
Presencio la tarde,
las calles susurran,
el polvo de mi boca.
...
...
Los seres del planeta azul no son tan raros, los imaginábamos bajitos,
de piel áspera y azulada, de ojos saltones, con pequeñas antenas so-
bre la cabeza, todo lo opuesto a nosotros los marteanos. Hoy vi, por
fin, uno de cerca, admito que al principio me saltó el corazón. Él, en
cambio, debió pensar que me lo comería, estaba aterrado, no pude
evitar una risilla burlona, ¿cómo explicarle que los hijos de un mis-
mo sol no pueden dañarse? Nuestro Monarca dijo que llegaron para
quedarse, no podrán volver a su hogar, no volverán a ver a sus amigos
tierranos, así que nosotros seremos sus nuevos cófrades. Ambos so-
beranos se reunieron en privado, así fue grabado por los ancestros en
la roca sagrada. Después, todos se congregaron en la fortaleza, el sol
rasgando el horizonte anunció la retirada, ellos adentro observando a
través de los muros traslúcidos, nosotros afuera en cuclillas, orando
por nuestros hermanos, luego la atalaya poco a poco se hundió bajo
sus cimientos para pasar la noche glacial bajo tierra, la arenisca fue
sepultando las paredes y el gran domo hasta cubrirlo con una densa
nube de polvo rojo. ¿Para siempre?
1. Regresando de vacaciones
3. Regresando de vacaciones