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U no de los críticos literarios más po lémicos y rigurosos de nuestros
días propone en este libro un recorrido personal y sign ificativo por la
narrativa española de los últimos qu ince años.
Este volumen recoge más de setenta reseñas publicadas entre 1990
y 2005 correspondientes a obras -la mayoría novelas- de autores
españoles. En un extenso prólogo Ig nacio Echevarr ía realiza un lúcido
análisis de los cambios que se produjeron en la narrativa española en
la década de los ochenta y de có mo se impuso entonces una nueva
«legalidad» cultura l que la llevó a desertar tanto de su t radición más
combativa como de la exigencia crítica con respecto a la sociedad.
También relata su trayectori a en la prensa literaria, desde sus primeros
pasos incautos hasta el colapso final que le oblig .ó a abandonar su
tarea y que propic ió cierto escánda lo en la escena periodística de
nuestro país.
Vademécum de la más reciente narrativa española , compendio de
modos y estrategias con que enfre ntarse no tanto a un libro como a
una lectura , canon intencionadamente parcial y polémico , que no elude
la condena intra nsigente pero tampoco ell entusiasmo, estas páginas
constituyen un trayecto personal, realizado con perspectiva crítica , a
través del trayecto recorrido colec t ivamente por la cu ltura españo la
del posfranquismo.

«Por la memoria de Edmund Wil son que este libro me lo he de compr ar.»

MANUEL RODRÍGUEZ R IVERO, ABC

ISBN 84-8306-625-4

1 11 1
9 788483 066256 www.edito rialdebate.com
Trayecto
Un recorrido crítico por la reciente
narrativa española

IGNACIO ECHEVARRÍA

1111:b)II
A C onstantino Bértolo

Primera edición: mayo de 2005

© 2005, Ignacio Echevarría


© 2005, Random H ousc Mondadori, S. A.
Travessera de Gracia, 47-49. 08021 Barcelona

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res del copyright.

Princed in Spain - Impreso en España

ISBN: 84-8306-625-4
Depósito legal: B-16.101-2005

Foto composición: Fotocomp / 4., S. A.

Impreso en Limpergraf
Mogoda , 29. Barbera del Valles (Barcelona)

e 846254
Índice

PRÓLOGO. 13

TRAYECTO

Planetario 57
Adiós a Teresa . 62
El ángel exterminador 65
Una novela bonsái 68
Kamasutra verbal . 70
En el baúl de los recuerdos 73
De sangre y de mierda . 77
El buen soldado . . . 82
La memoria rectificada . 86
El poder de las palabras . 90
Confidencias . . . . 94
Sobre el arte de cazar mariposas 98
El extranjero . . . . 102
El toro por los cuernos . 105
Una escritura amenazada 108
Tiempo de destrucción. 111
Sombras checas 115
El mundo en «ferrerocarril» 118
Memorias sin entendimientos 121
La última «aventi» 125
ÍNDICE ÍND ICE

Contra los ángeles 129 Do nde habite el olvido 232


Contra la verdad . 132 Flores para Larra . . . 235
Un artista del «rocanrollo» 135 Un a visión del mundo llamada Martín ez 238
Lección de asimetría 138 La herencia del dinero . 241
Parricidios . 141 El Libro de los Muertos 244
Ángeles . . 144 Una novela «New Age» 248
Contra la muerte 146 El bosque encantado 251
Los signos de la derrota 149 Adónde van los fascistas 254
La mala memoria . 152 Las buenas influencias 257
Un ámbito moral. 155 Costumbrismo pop . 260
Un narrador esencial 158 Epigonías asturianas . 262
Belle Époque . . 161 Un artefacto sincero 265
Amores particulares . 164 Mu seo de nostalgias . 269
Mundanal ruido . . 167 Zoología moral 273
Entre el delirio y la perplejidad . 170 El novio de la muerte 276
Ese niño que llora 173 Una novela necesaria 279
Una retórica del desamparo 177 Una elegía pastoral 283
Lo peor de todo . 179
Frívolas y elegantes 182
U na novela mural 185 CALAS
El último verano . 188 El suplicio de las moscas 289
Un paraíso perdido 192 Los caníbales los prefieren jóvenes . 293
En las tinieblas del tiempo 195 Troya festejada . . . 297
El trabajo de los espejos 198 Los rastros de un mestizaje 302
Los herederos de la promesa 201 El derecho narrativo 314
Otra de espadachines 205 El tinglado de los premi os 318
Un círculo vicioso 208
Una novela bienaventurada 211 ÍNDI CE DE AUTOR.ES Y LIBROS CO MEN TADOS . 327
La novela de una novela 214
Entre la voluntad y el deseo 218
Gimferrer, en el tiempo de los fantoches 220
Una tragedia chiripitifláutica 223
La seducción del dinero 225
Volver a empezar . . 229
Prólogo

Para publicar este volumen he debido vencer la aprensión que todavía me


suscita el género al que pertenece. Me refiero a lo que este libro es, sin
paliativos de ninguna clase: una colección de reseñas, mejor o peor esco-
gidas, empaquetadas con un prólogo redactado para la ocasión. Escribo
esto último y la aprensión recobra tanta fuerza que me siento impulsado
a explicarla. Puede que sea el mejor modo de empezar este prólogo .
Reunir en un volumen las reseñas previamente publicadas en un dia-
rio supone arrancar éstas de su medio natural y privarlas así de buena
parte de sus alcances y de su sentido. El reseñismo es un extraño híbrido
surgido del cruzamiento entre la crítica y el periodismo. Es este último
el que determina no sólo el instrumental del que se sirve el crítico, sino
también las estrategias que debe emplear cuando actúa como reseñista .
Las severas limitaciones que el medio le impone no sólo condicionan la
tarea del reseñista, sino que actúan también como caja de resonancia
de su trabajo. El reseñista cabal no es tanto el que acata esas linútacio-
nes como el que se adapta a ellas, haciendo, como quien dice, de la capa
un sayo.
Ocurre así con toda guerrilla -y el reseñismo bien entendido de-
bería serlo, al menos hasta cierto punto-, obligada a refugiarse en que-
bradas y espesuras, y a servirse en beneficio propio de las asperezas del
terreno. Como un guerrillero moviéndose en territorio hostil , el rese-
ñista actúa mediante golpes de mano, discurriendo en cada ocasión, y
siempre en función de las circunstancias, qué estrategia es la más ade-
cuada para el cumplimiento de sus muy concretos objetivos . El impac -

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IGNACIO ECHEVARRÍA PRÓLOGO

to de sus hazañas, cuando las logra, obedece a la particular coyuntura del ticiamente un palo que el reseñista no se atreve a dar? Ése es el tipo de
momento, y se apoya a menudo en el efecto sorpresa . En vano se le re- información que por lo común reclama la lectura sumaria de una reseña
clamará al reseñista, pues, una estrategia programada, un orden de com- periodística, excepción hecha, claro está, de los propios auto res rese-
bate, aún menos una uniformid;d. De ahí lo chocante e inapropiado 11.ados,de sus familiares y amigos, de sus enemigos, de sus editores, y de
de reunir las propias reseñas en un volumen: viene a ser como hacer des- un puñado escaso de lectores incentivados o simplemente concienzu -
filar en una parada militar a un cuerpo de guerrilla, sin sentido alguno dos, que acaso esa misma tarde, conversando ocasionalmente del libro
de la formación, cada cual a su bola, ataviado a su manera, con armas y reseñado, se pregunten dónde han leído por la mañana que lo dejaban a
bagajes disúntos. Un espectáculo pintoresco, cuando no desconcertante panr.
o sencillamente ridículo . Tanto más cuanto que la ciudadanía que asiste al La precariedad , pues, parece ser la condición básica del crít ico rese-
desfile, y no digamos ya los mandos militares, ni siquiera se habían dado füsta, que si estima en algo su propio oficio deberá ejercerlo a la vez al
por enterados de que hubiera guerrilla alguna. amparo y a contrape lo de ella. Lo cual no implica, de ningún modo, una
Al hablar de las linútaciones que el periodismo impone al resefiista licencia para la chapuza; mucho menos un llamanúento al cinismo . Impli-
se suele pensar, en primer lugar, en las linútaciones de tiempo y de espa- ca, sencillamente, la necesidad de recono cer la especific idad del terreno
cio. Pero el género del reseñísmo, al menos del reseñismo que se pracú- en el que se actúa y adoptar para los propio s textos un ritmo de argumen-
ca en los diarios, se define precisamente en función de esas limitaciones, tación y una escala de énfasis acordes con él. Implic a, de hecho, asumir
es decir, de las urgencias y de las apreturas asociadas a los imp erativos del una cierta desinhibición del propio juicio. E impli ca, sobre todo, detec-
propio medio. Por este lado no parece que haya lugar para las quejas: tar, para saber qué distancias le conviene adoptar respecto a ellos, el tipo
quien no acepte las condiciones materiales de producción en que se ejer- de parentesco -de familiaridad, si se prefiere-- que reúne al reseñis-
ce el reseñismo periodístico hará bien en buscar otras vías por las que ta con el periodista y con el publicitario , figu ras que a menudo co mpit en
dar cauce a sus pulsiones críticas. Aceptarlas, por otro lado, conlleva cier- con la del reseñista y cuyo s lenguajes se enfrentan asimismo al problema
tas ventajas, la primera de las cuales consiste en asumir, tanto en relación de la precariedad.
con el juicio propio como con el estilo de su argumentación, su propia Con esto último pretendo decir que los énfasis que eventualmente
precariedad. Una precariedad -importa subrayarlo- que no afecta sólo pone el reseñista en determinados juicios sobre un libro , pueden obe-
a las condiciones de producción del reseñismo, sino también, y yo diría decer a la necesidad de contrarrestar los énfasis previamente empleados
que sobre todo, a las condiciones de su consumo. El grado de candidez a su vez tanto por la publicidad como por el periodismo, este último con
-y, por lo tanto, de ineficacia- de un reseñista puede medirse en pro- su tendencia creciente a actuar, cuando de materia cultural se trata, a
porción a sus expectativas de ser cabalmente leído. No se trata aquí de modo de publi cidad indirecta . De ahí los reparos, una vez más, a la hora
nada relacionado con los alicientes o la amenidad de la reseña en cues- de sustraer las reseñas que uno ha hecho de su estricto contexto no sólo
tión, sino del tipo de lectura que reclama el soporte mismo del periódi- físico, material, sino también temporal.
co: una lectura en diagonal, con frecuencia apresurada, asediada por toda Siguiendo por esta vía de argumenta ció n, tocaría ahora ir enfren-
suerte de prejuicios y de distracciones; una lectura que olfatea insúnti- tando toda una ristra de topicazos que suelen pesar sobre la tarea del rese-
v;nnente los pasajes más contundentes, allí donde la experiencia dicta ñista y que adnúten ser contestados desde la previa asunción de su esta-
que se decanta el juicio del reseñista. ¿El libro recibe un palo o un elo- tuto tan precario y los imperativos de la actua lidad. Me refiero a tópicos
g it1? Y si es un elogio, ¿cabe detectar reservas por las que asome subrep- tan recurrentes com o los consistentes en reclamar al reseñista ecuanimi-

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IGNACIO ECHEVARRÍA PRÓLOGO

dad, objetividad, neutralidad, ponderación, matices y otras muchas za- cado, pues, este propósito, con una única salvedad, relativa a una cues-
randajas incompatibles del todo con el tipo de servicio que se propone tión de la que sí me voy a ocupar por considerarla crucial: la relativa a la
prestar. Pero por ahí nos adentraríamos en una enmarañada disquisición problemática autoridad del crítico .
teórica que escapa a los alcances de este prólogo, que de momento in- La pregunta, o las preguntas, suelen plantearse del siguiente modo,
siste solamente en hacer que el lector repare en la incongruencia que su- más o menos: Y a usted, ¿quién le ha dado licencia para opinar sobre
pone brindarle, para su lectura sosegada, unos textos escritos para ser los demás? ¿Cómo se atreve a juzgar en unas pocas líneas un libro que
leídos en condiciones muy otras, siempre al arrimo de la actualidad, y a su autor le ha llevado meses , si no años, de trabajo? ¿Quién se piensa
por lo tanto de espaldas a toda pretensión de posteridad, siquiera la per- qué es usted para (pongamos por caso) cargarse un libro que sale en to-
manencia ínfima que puede proporcionar un libro como éste. das partes, que se está vendiendo tantísimo y que, además, a nú me ha
Llegado aquí, sin embargo, yo mismo he de reconocer que tanta in- gustado mucho?
sistencia en mi vieja aprensión a armar un libro como éste, una vez ya he Pues verá -habría que responder-: yo me considero reseñista, y
aceptado hacerlo, empieza a oler peligrosamente a zalamería exculpatoria, considero que para ello no se necesita mejor cosa, al menos de entrada,
o más bien a eso que antes se daba en llamar, en retórica, captatiobenevo- que la voluntad de serlo. De acuerdo que es una voluntad determinada la
lentiae.Y no se trata de eso, o al menos no resueltamente. mayoría de las veces por circunstancias azarosas, cuando no directamen-
te accidentales, pero eso es algo que no viene al caso, pues no estamos
¿Me atreveré a decirlo? Más acá de la generosa insistencia de mi editor, hablando de motivaciones , no por ahora. Parece claro , en un principio,
Cristóbal Pera, una de las razones principales que me decidió a armar este que la decisión misma de convertirse en reseñista presupone una cierta
libro fue la ocasión de escribir este prólogo. Bullían confusamente en mi disposición y unas mínimas aptitudes sin las cuales se hará difícil llevar-
cabeza un montón de propósitos diversos e inconexos, que hasta hace la a buen término. Demos por supuesto que esa decisión la toma alguien
bien poco me sentía yo capaz de armonizar y enderezar. No ha sido así, con cierta pasión por la literatura, que lo ha conducido a procurarse una
como empieza a quedar claro, y me veo ahora en la situación de sacar este núnima cultura literaria. A partir de aquí, como casi todo en esta vida,
prólogo adelante de todos modos, escogiendo entre esos propósitos ape- las cosas transcurren en un campo en el que intervienen, en proporcio-
nas dos o tres. nes siempre variables, el talento, la suerte y cierta capacidad de riesgo
Líneas más arriba he descartado, tal vez demasiado a la ligera, uno -o de juego, como usted prefiera.
de ellos, acariciado por mí desde mucho atrás: me refiero al de pergeñar ¿Tranquilizaría a quienes se cuestionan la autoridad del crítico que
algo así como un «diccionario de tópicos» en torno a la crítica literaria de ahora en adelante, para escribir reseñas en los diarios, el reseñista en
en donde, al tiempo de inventariarlos, les daría respuesta. Se trataría allí cuestión hubiese de acreditar, si de literatura se trata, estudios de Letras;
de los tópicos con los que me ha tocado lidiar en los últimos quince años, o haber superado un examen de aptitud, planteado no se sabe aún si con
a veces con mal contenida irritación. Pero es éste un propósito que des- criterios que atiendan al buen gusto , a los adecuados conocimientos, a
borda con mucho los límites de un prólogo, dado que el número de esos la buena redacción o a las tres cosas a la vez? Me temo que no, y que el
tópicos es enorme, los hay de todo tipo, y la mayor parte de ellos están simple planteamiento de esta posibilidad, así formulada, suene grotesco.
tan arraigados que, para refutarlos debidamente, habría que emplear un Pues algo invita a sospechar que, por mucho que su saber pueda cimen-
tesón y una paciencia para los que ni yo ni seguramente quien está le- tarse -pero no necesariamente- en la Academia (y entiéndase bajo esta
yendo este prólogo estamos ahora mismo bien dispuestos. Quede apar- palabra el mundo universitario en su conjunto, con todos sus escalafo-

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IGNACIO ECHEVARRÍA PRÓLOGO

n~s), no conviene que la critica quede en manos de la Academia, da igual mán, afirmaba en 1928: «El gran talento para la critica es un don tan raro
~¡ la Academia misma porfia -y desde luego que lo hace- por que así que no se puede analizar sin extenderse enormemente. Pero, con algunas
o ·urra. reservas, se puede resumir en esta fórmula : ¡la capacidad de tener razón!>>.
Por otro lado, en los tiempos que corren, la Academia no constitu- Pues eso. A lo que cabria añadir, para templar un poco los ánimos, que
y para nadie, a excepción de los académicos mismos una instancia de esa capacidad vendría determinada en alto grado por la cultura del re-
autoridad. Pero entonces, ¿cuál lo sería? Por aquí damos con el hueso señista y su sentido para tasar, con sensibilidad adiestrada, el valor de sus
del asunto; pues, de hecho, si se quiere plantear con algún rigor, el pro- lecturas.
blema de la autoridad del crítico debe considerarse a la luz de la crisis El segundo nivel en que le está dado a un reseñista construir su auto-
progresiva y generalizada de autoridad en que ha ido derivando el desa- ridad es de orden más bi en retóri co; tiene que ver con su elocuencia,
rrollo de la cultura democrática. Sobre este trasfondo, la crítica en su con su talento para persuadir al lector, de resultar concluyente. Tiene
conjunto, y no sólo el reseñismo, delata de nuevo su condición inevita- que ver con su capacidad de brindar una idea suficiente del libro, en fun-
blemente precaria, por no decir ahora trágica. Y es que la institución ción de la cual problematizarlo, destruirlo o ensalzarlo . Algo para lo qu e
misma de la critica se funda sobre un viejo principio de autoridad que valen toda suerte de estrategias, empezando por la muy recomendable
entretanto ha sido socavado en sus cimientos mismos, dejando a la cri- de entresacar las citas que, aun fuera de contexto, darán el tono del libro
tica en la penosa situación de invocarla cuando nadie está dispuesto a re- comentado.
conocerla. Se subestima este componente netamente retórico del reseñismo. Es
Pero todo esto empieza a sonar muy pomposo y como salido de ma- ahí, por otra parte, donde el reseñista tiene mucho que aprender del pe -
dre, cuando de lo que se trata es de responder a la pregunta inicial, aquella riodista y, sobre todo, del publicist a. A diferencia de éstos, sin embargo,
de «Y a usted, ¿quién le ha dado licencia para opinar sobre los demás?». el reseñista ha de velar, como se viene diciendo, por labrarse su autori-
Pues verá, querido amigo - habría que empezar por responder de dad, lo cual lo obliga a ser cuidadoso en todas sus decisiones, aun a pe-
nuev o-: nadie. Ni aguardo a que nadie me la dé, pues nadie está en con- sar de las pris as. Pondré un ejemplo, contrariando mi propó sito de no
dición de hacerlo. Así las cosas, seré yo mismo el que acredite mi propia hacerlo, pues nunca se me ha pasado por la cabeza, ni en mis momen-
capacidad como reseñista en el desempeño mismo de mi oficio. Y si por tos de mayor desesp eración, conv ertir este prólogo en un recetario para
virtud de él alcanzo algún pr edicamento, por ínfim o qu e sea, ése será el escribir reseñas. Tien e qu e ver con un aspecto import ant e de la reseña
capital con que cuente para hacer valer una autoridad que en cualquier misma, aun cuando pueda parecer anecdótico: la elección de la persona
caso sólo puedo invo car como simulacro, pues de ningún modo se pue - verbal. Por lo que a mí toca , y como podrá mu y bi en comprobar quien
de m edir ni sancion ar, si bi en ello no constituy e un motivo para im- se entret enga en hojear las piezas reunidas en este volum en, he evitado
pugn arla. siempre, como reseñista, el uso de la primera persona . Seguramente la
Dicho de mejor manera : el critjco reseñista se construye su propia de cisión viene determinada, en buen a medid a, por factore s idiosin crá-
autoridad . Y la construye en dos niveles simult áneos. El prim ero resulta sicos, p ero ob edece tambi én a un cálculo deliberado: el estilo imp erso -
un po co embarazoso de describir, pero se puede int entar formulándolo nal tiene por efecto «objetivar » en cierto modo el juicio que se está vol -
en los siguient es términos: la capacidad de tener razón . Escribo esto y cando , reb aja el carácter «impr esioni sta» del com entario, expon e los
suena tan desafiante qu e m e apre suro a inform ar de la fu ent e qu e m e lo argu m ento s empl eados a un a fría int emp eri e, fuerza a quien escrib e a no
dicta. Es Robert Musil, quien a propósito de Alfred Kerr, el critico ale- ampar arse en sus propios límit es, en sus propios afectos , en sus m ás in -

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IGNACIO ECHEVARRÍA PRÓLOGO

mediatas efusiones. De todo lo cua l se desprende, de modo impercepti- En cuanto al latiguillo ese de «en mi opin ión »... A riesgo de ter-
ble, un grado de abstracción ligeramente intimidante que sirve bien para minar por confundir a propios y extraños, me limitaré a afirmar aquí
ese simulacro de autoridad en que, como va dicho, consiste todo el arte que la crítica no es opinión. Como tampoco es, prop iament e, infor-
y se juega toda la fortuna del reseñista. mación. Una y otra cosa -opinión e información- constituyen los
Con esto no vengo a decir, claro está, que todas las reseñas deban es- pilares del periodismo, frente al cual -ya se ha dicho aquí bastant
cribirse en estilo impersonal. Hay excelentes reseñistas que aciertan a el reseñismo es un género híbrido, que vuelve siempre la mirad a hacia el
convertir su propia voz, dictada en primera persona, en tribuna de una claudicante principio de autoridad. Lo hace po rqu e, en cierta forma,
convincente autoridad. Los hay también que, sin obviar la cuestión, el reseñista no deja, pese a todo, de pensar que sirve a un a autoridad
apuestan por engatusar al lector por medio de una autoridad delibera- que se expresa a través de él. Esa autoridad es la que se desprende de los
damente titubeante y destartalada. Cualquier opción es válida si contri- textos que él admira; y que admira, seguramente -y no es la menor de
buye a resolver en la práctica la autoridad que en teoría se le discute al las paradojas-, por como en su momento acertaron a sustraerse ellos
reseñista. Lo que no vale es abdicar de antemano de esa autoridad que mismos a la autoridad (o a la hegemonía, si se prefiere) del pod er polí-
uno mismo ha de procurarse y ensayar con falsa o equivocada humil- tico establec ido, de las relaciones sociales, de la tradición liter aria, del
dad una suerte de hermanamientocon el lector, que suele traducirse en lenguaje mismo. Aunque no es esta paradoja que acabo de formular la
cláusulas del tipo: «a mí me parece», «no sé yo si .. . », «en mi opinión »... que me interesa ahora, sino otra, menos evidente, que he empezado a
La necesidad de la crítica, si la hubiera, pasa por tener bien claro que el perseguir antes: la de que la crítica no es opinión. O sí lo es, pero en
crítico no es un lector más. Tampoco es un lector mejor. En todo caso, ese caso es opinión en rebeldía frente a sí misma, pues no se reconoce
es un lector otro.Es un lector puesto en situación de «leer» su propia lec- en el yo que la sustenta, sino que apela a una instanci a que en cierto
tura y hacerla pública, con vistas, entre otras cosas, a orientar al resto de modo lo supera y lo trasciende, una instancia - pong amos que se lla-
los lectores acerca del interés que merece el libro en cuestión, y en caso ma Literatura, con mayúscula- a la que pretende arrancar su proble-
de que lo merezca, a orientar -a instrumentalizar, incluso - el tipo de mática autoridad .
lectura que se haga de él. Para ello el reseñista debe poner en juego no
sólo su bagaje y su experiencia como lector, sino también toda su suspi- Y bien: cinco páginas para abor dar de un modo precipi tado y algo me-
cacia respecto a su propia lectura, y ello con voluntad de rendir un ser- lo dramático apenas uno solo de los asuntos que habrí an de engrosar el
vicio. Voluntad que no le viene de ningún celo altruista, sino de su mencionado «dicci onario de tópicos » en torno a la crítica. Se com -
creencia, quizá apasionada, en una determinada escala de valor es tanto prenderá ahora que renuncie a proseguir por este camino, y que renun-
éticos como estéticos que ciertas obras encarnan o contribuyen a promo - cie de paso, de una vez por todas, a seguir ocupándome de aspectos te ó-
ver, en tanto que otras los usurpan o contribuyen a socavar. ricos, si se los puede llamar así, del oficio. A esto último renunci o, entre
Por cierto: eso de «no sé yo si ... » recuerda que al reseñista le está otras cosas, porque en este volumen no se trata sólo de eso. Con toda
vedada la perplejidad, y no porque él mismo no pueda padecerla, sino deliberación, me he resistido a armar un volumen al estilo «The Very
porque entre sus cometidos se cuenta el de no trasladársela al lector, de Best of. .. >> que incluyera las que yo pueda considerar «mejores » reseñas
forma parecida a como se espera de las azafatas de un avión que, por gran- que he escrito, en plan florilegio . En lugar de eso, para dar mayor sen-
de que sea el miedo que pasen, no se pongan a temblar o a santiguarse tido y coherencia a la cosa, he tratado de urdir , a partir de una selección
delante de los viajeros cuando el aparato atraviesa una tormenta. de mis reseñas sobre narrativa española, y sólo de ellas, un recorr ido más

20 21
IGNACIO ECHEVARRÍA PRÓLOGO

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cnos articulado por lo que de bueno y de malo esa narrativa ha sido comentario de los libros más «comprometidos», los escritos por autores
capaz de ofrecer en los últimos quince años. afines a la casa.
Para respaldar este propósito, no está de más que me sitúe en el pun- Pero volvamos a ese año de 1990 en que empiezo a ejercer como re-
to de partida, y que lo haga desde una perspectiva tanto personal como señista. Es justo el ecuador del período que se extiende entre la muerte
panorámica. de Franco y la actualidad, y el momento preciso en que la narrativa es-
Comencé a escribir reseñas con cierta asiduidad por el año 1990. Te- pañola emprende un cambio de rasante. Con el fin de la década de los
nía yo treinta años, y me había pasado cinco trabajando en una edito- ochenta parecía estar cancelándose, en casi todos los campos de la cul-
rial, concretamente Tusquets Editores. Abandoné mi empleo en la edi- tura española, un largo y alborozado período de autoafirmación que se
torial con la decisión de ganarme la vida como.free-lance,para lo cual me había aupado sobre los vientos de «cambio» y de alegre improvisación
servía cualquier cosa: mi propia experiencia como editor, por supuesto, que parecía haber traído la llegada de los socialistas al poder. No es arbi-
pero también mis aptitudes como lector (por entonces me puse a hacer trario relacionar el desgaste del PSOE y la resaca de la llamada «cultura
informes para algunas editoriales) y, si había ocasión, como reseñista, o del pelotazo» con el ambiente generalizado de fin de fiesta que hacia co-
lo que fuera. mienzos de los noventa cunde en la narrativa española. Al fin y al cabo,
Hubo ocasión. Hubo también un cierto atrevimiento por mi par- fiesta había sido la palabra fetiche de la política cultural del PSOE: «La
te, y después de un tránsito rápido -prescriptivo, casi- por la revista cultura como fiesta» parecía ser la consigna. Y una fiesta, en efecto, ha-
Quimera, me encontré colaborando en el suplemento de libros de El bía sido para los novelistas españoles el ambiente indiscriminado de acep -
País. No fue el único medio para el que colaboré por entonces, pero tación y de complicidad que había cundido en los ochenta. Unos años
sí fue muy pronto el principal . Enseguida supe que el único espacio en los que, sin duda, la industria editorial espaii.ola inició una transfor-
realmente significativo para el reseñista, el único donde le cabe aspirar mación profunda y en muchos aspectos saludable, acorde con las trans-
a una cierta visibilidad y capacidad de intervención, es el de la narra- formaciones del público lector. Pero unos años también en los que unos
tiva que se produce en el propio país, en la propia lengua. Resolví y otros se instalaron con asombrosa falta de escrúpulos en el escenario
actuar preferentemente en ese espacio, al que por otro lado me predis- grotescamente corrupto y banal que Rafael Sánchez Ferlosio denunció
ponía mi formación (me licencié en filología española). El crítico que con admirable puntualidad en un artículo de 1984. «La cultura, ese in-
hasta hacía bien poco había imperado en este espacio dentro de El País vento del gobierno>>,se titulaba el artículo; y aún hoy, más de veinte años
era Rafael Conte; pero lo había abandonado, y como eso había ocu- después, sirve inmejorablemente para hacerse una idea de lo ocurrido
rrido poco después de la marcha de Alejandro Gándara y de su equipo, entonces.
en el suplemento se prolongaba un cierto vacío que yo contribuí a Durante los comienzos de los noventa, me tocó contribuir con al
rellenar. Se estableció muy pronto una buena relación con los respon- menos media docena de artículos al aluvión de cuentas y balances que
sables del suplemento (con Rosa Mora, desde el comienzo, y ensegui- por entonces se hicieron acerca de la «nueva narrativa española ». Re-
da con Enrique Murillo) y en poco tiempo pasé a ocupar la posición cuerdo haber empleado en un par de ocasiones, al menos, una misma
que dentro del mismo mantuve hasta hace poco: la de un colaborador cita de El metro de platino iridíado, de Álvaro Pombo, novela recién pu-
regular al que se reservaba un papel destacado pero en definitiva ses- blicada entonces. En ella su protagonista, escritor él, expresa en los si-
gado, debido a mi estilo más bien radical y estrepitoso, que no me ha- guientes términos la desazón que le produce haber «logrado un recono-
cía muy recomendable en el trance de decidir quién debía ocuparse del cimiento que no le distinguía lo bastante de sus otros colegas »: «Todos

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IGNACIO ECHEVARRÍA PRÓLOGO

ellos,>,se dice este personaje, «constituían un grupo reconocible de no- Si tuviera que dar cuenta de la impresión de conjunto que era capaz
v li tas jóvenes -y no tan jóvenes- que la crítica elogiaba, cuyos libros de arrancar a las lecturas que en aquellos años iba haciendo de la «nue-
se vendían sin dificultad y se traducían a otras lenguas. Era una gloria co- va narrativa >>española, diría que en general cubría las expectativas -no
lectiva, un tanto opaca, cuyo resplandor a la vez estimulaba el apetito de d masiado elevadas, todo sea dicho- que albergaba sobre unos libros
renombre y lo cohibía o frustraba,>. Éste venía a ser el estado de ánimo por los que solía interesarme a partir de la recomendación de la crítica
con el que, en 1991, un nutrido grupo de novelistas españoles acudió en o, más comúnmente, de las cosas que sobre ellos se decían en el medio
romería a la Feria de Frankfurt, dedicada aquel año a España . Un acon- ·n el que me desenvolvía (la universidad, primero , y luego el mundillo
tecimiento que sirvió de pretexto a todo tipo de reválidas y que bien editorial). Pero he de añadir que ya por aquel entonces se suscitaron en
pu ede ser tomado, por lo que a la narrativa toca, como el canto de cis- nú algunas perplejidades, que más tarde iban a convertirse en otras tan-
ne de la gran euforia generada en los ochenta, algo así como su traca fi- tas suspicacias . La principal de todas ellas iba referida al alcance más bien
nal. Con desapego cada vez más explícito, los novelistas que habían pro- chato de la supuesta novedad que -incluso para mí, un lector bisoño-
tagonizado el fenómeno de «la nueva narrativa española» van tomando cntrañaba todo aquello. Quizá convenga puntualizar aquí que m.i lectura
distancias respecto de él, y así, por ejemplo, en un artículo publicado en de la «nueva narrativa española» de los ochenta fue contemporánea de la
mayo de 1991, vemos a Julio Llamazares manifestar su recelo hacia lo que iba haciendo de la narrativa española en general, y más en particular
que él mismo califica acusadoramente de «festín», de «moda », de «boom». de la narrativa española de los años sesenta y setenta, décadas en que los
Otros muchos se pronunciarían, antes y después, en un mismo sentido. integrantes de la llamada generación de medio siglo, en primer lugar, y
Y pronto iba a ser un lugar común referirse socarronamente a «los cien- a continuación sus inmediatos seguidores, emprendieron, mucho antes
to cincuenta novelistas de Carmen Romero». que los nuevos narradores de los ochenta, una renovación en profundi-
Por lo que a mí respecta, lo cierto es que sólo articulé retrospectiva- dad de la tradición en que se habían formado. Nunca se acabará de in-
mente mi propia visión sobre lo ocurrido en los ochenta. Crecí como sistir lo suficiente en cómo durante esas décadas un grupo de escritores
lector al tiempo que se desarrollaba el fenómeno al que acabo de aludir, pro cedentes del ámbito hispánico, entre los que se contaban unos cuan-
del que hice un seguimiento a pie de calle, como quien dice. Recuerdo tos españoles, emprendió un replanteamiento radical de la narrativa que
bien el interés y la fruición con que leí títulos como La ternuradel dra- se situó, como observara Pere Gimferrer, entre los más notables expe-
gón (1984), de Ignacio Martínez de Pisón, Luna de lobos(1985), de Julio rimentos de la literatura mundial de aquellos años. Como fuere, el he-
Llamazares, o El invierno en Lisboa (1987), de Antonio Muñoz Molina, cho de leer por vez primera y simultáneamente los libros de Juan Marsé,
por mencionar tres autores que debutaron en la década de los ochenta; Ana María Matute, Juan Benet y Luis Goytisolo; de Eduardo Mendoza,
pero igual podría mencionar novelas como Historia abreviadade la litera- José María Guelbenzu, Javier Marías y Esther Tusquets; de Alejandro
turaportátil (1985), de Enrique Vila-Matas, Lafitente de la edad (1986), de Gándara, Cristina Fernández Cubas, Miguel Sánchez-Ostiz y Soledad
Luis Mateo Díez, o El desordende tu nombre (1988), de Juan José Millás, Puértolas -por espigar unos cuantos ejemplos tomados casi al azar-,
con las que se me daban a conocer autores que habían debutado bastan- me movió a relativizar, cuando no a cuestionar, lo que de efectivamente
te antes, en los setenta. Leí estos y otros libros vecinos con la accidental novedoso tenían las obras aportadas por los autores más nuevos, hacién-
y desprejuiciada curiosidad de quien en absoluto podía prever que iba a dome intuir tempranamente -pero sólo intuir- lo que mucho después
tener que reconsiderar esas lecturas a la luz de una posterior exigencia vería confirmado por Manuel Vázquez Montalbán con tranquilizadora
de criba y ordenamiento. rotundidad , a saber: que, más allá del impacto sociológico alcanzado por

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IGNACIO ECHEVARRÍA PRÓLOGO

tmos y otros, «lo cierto es que la novela española, como plural reflejo de perdone Mercedes Salisachs, pues creo que sigue aún publicando). A fal-
plurales intentos de reordenar la realidad mediante la palabra y la síntesis, ta de mejor norte, leí a estos autores con la insensata voracidad de la ado-
110 verifica el antes y el después de Franco. Todas las tendencias actuales lescencia. De algunos, como Gironella, puedo asegurar que he leído
aseguraba Vázquez Montalbán a mediados de los noventa- estaban miles de páginas: tantas o más, quizá muchas más, ay, que de Chéjov, de
prefiguradas en los años terminales del franquismo». Maupassant, de Forster. No se alarmen: ni se me pasa por la cabeza vin-
Y bueno, la observación de Vázquez Montalbán parece que invita a dicar esas lecturas, arrinconadas desde entonces en mis sótanos de lector,
ser leída en relación, sobre todo, con tendencias significativas, de cierto donde se acumula sobre ellas un polvo inclemente. Si las hago constar
peso y calado en el desarrollo de la narrativa española. Pero nada indica aquí es porque años después, al leer otras novelas españolas que recibían
que no pueda ser leída, también, en relación con otras tendencias de me- el aplauso de la crítica y el favor del público, me llegó el recuerdo de esas
nor monta. Digo esto pensando en otra de las perplejidades que me sus- lecturas sepultadas; y todavía muchos años después, cuando ya ejercía
citó la lectura de determinados libros señeros de la llamada «nueva narra- corrientemente como reseñista, volvió a llegarme ese mismo recuerdo
tiva>>.No se trata ahora de que la novedad de estos libros no fuera tanta de la mano de novelas asimismo celebradas por mis colegas y bien reci-
si se la medía en comparación con las obras más radicales y renovadoras bidas por el público.
de los años sesenta y setenta; se trata más bien de cómo esos libros incu- Esto último no es de extrañar. La narrativa de un país, en sus capas
rrían, para mi consternación, en un tipo de convencionalidad muy se- más visibles, se nutre en su mayor parte de libros más o menos conven -
mejante al de otras obras publicadas en aquellas mismas décadas, obras cionales que satisfacen las expectativas de una mayoría de lectores edu-
que, con independencia de su éxito de público -muy grande, por lo cados pero no demasiado exigentes, para los que la literatura es sobre
general - , en su momento quedaron con toda justicia aparcadas en el todo una vía de esparcimiento. Son libros a menudo honestos, escritos
limbo al que suelen ir a parar la mayor parte de los libros con que no cesa con decoro por profesionales del oficio que aciertan a conectar con una
de abastecer y abarrotar las librerías la industria editorial. sentimentalidad más o menos estereotipada, cultivando la sensibilidad
Se impone que en este punto haga yo una confidencia . Dado el tipo del lector y, acaso, dilatando el territorio de la misma, a fuerza de inte -
de educación que recibí, y dado el entorno familiar y cultural en que resar a ese lector por ciertas complejidades del corazón, ciertas retorcedu-
me formé, muy poco sofisticado literariamente, mis lecturas de adoles- ras en las conductas humanas, ciertos malentendidos en las relaciones de
cencia se nutrieron en buena medida de autores españoles que habían pareja, determinados hechos del pasado, algunas cuestiones candentes
conocido cierto éxito por aquellos años (los que van, pongamos, desde de la realidad social en la que vive. Estos libros de los que hablo confor-
los cincuenta hasta ya entrados los setenta, cuando yo los leí). Me estoy man el estándar común de una narrativa, sin que de ello quepa concluir
refiriendo a los libros que había en mi casa, como en las de tantos otros; co nnotaciones necesariamente negativas, ni mucho menos. El problema
libros que nadie esperaría que fueran a contribuir a forjar a un lector que empieza cuando estos libros, debido a la confusión que fomenta la in-
se las daría luego de experto y de exigente. Sus autores eran tipos como dustria editorial, y debido a la inexistencia de una crítica fiable, empiezan
José Luis Martín Vigil, muy al comienzo, pero enseguida, sin apenas so- a ser valorados y co nsid erados confor me a cr iterios que no les corres -
lución de continuidad, como José María Gironella, Mercedes Salisachs, ponde . Me refiero a criterios de excelencia y de novedad literaria que,
Torcuato Luca de Tena, Álvaro de la Iglesia, Ángel María de Lera, Fran-' en un orden literario sensatam ente conformado, tendría muy poco sen-
cisco García Pavón y tantos otros qu e han pasado a engrosar, desde hace tido aplicar a unas obras surgidas de una ambición qu e hasta cierto punto
ya mucho, ese concurrido limbo al que acabo de referirme (y que me se desentiende de ellos.

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IGNACIO ECHEVARRÍA PRÓLOGO

Con desconcierto, pues, constaté, como simple lector, de qué modo, narrativa», pertenecientes a distintos estratos generacionales, los más vi-
en el clima de transigente ecumenismo propio de los ochenta, se jalea- gentes continúan siendo aquellos cuyos comienzos literarios remontan a
b:m, a veces con muy subidos vítores, novelas que para mí acataban el la década de los setenta. Autores como Eduardo Mendoza, Álvaro Pombo,
mismo tipo de convencionalidad que ya me era familiar a través de esas Javie r Marías, Félix de Azúa, Javier Torneo, Juan José Millás, Luis Mateo
lecturas de adolescencia, de las que al parecer nadie se acordaba. Y esa D íez, José María Merino o Enrique Vila-Matas -por citar sólo algunos
misma perplejidad se convirtió en estupor cuando, convertido ya en re- entre los más reputados y conspicuos- han desarrollado en las dos últi-
señista literario, hube de emplearme, con firmeza que fue tomada por ma s décadas trayectorias bastante más sólidas y atractivas -y a menudo
ferocidad, en la tarea de, simplemente, señalar el grave malentendido que también más exitosas- que las que han sido capaces de enderezar la ma-
suponía pensar que novelas como estas que digo podían aspirar a la cate- yor parte de los autores más jóvenes que, durante la década de los ochen-
goría reservada a otras que, cuando no la combatían frontalm ente, huían ta, se repartieron con ellos la sedienta expectativa de editores, críticos y
de la convencionalidad que amparaba a aquéllas. lecto res. Nombr es tan emblemáticos de aquellos años como Jesús Ferrero
o Javier García Sánchez han resistido mal la criba del tiempo; otros, como
Pero quería situarme en el punto de partida en que comenzó mi trayec- Julio Llamazares, Soledad Pu értolas o Aleja ndro Gándara no han dejado
toria como reseñista, más particularmente como reseñista de narrativa de evolucionar de un modo sin embargo vacilante , lo cual ha terminado
española. Ya he dicho que coincidió con un cambio de rasante que com- por desdibujar su perfil; otros, como Miguel Sánchez-Ostiz, se han em-
portaba el final de un fenómeno específico de la década de los ochenta, pecinado en vías que ellos mismos agotaron prontamente; en tanto que
lo que entonces se entendió por «nueva narrativa española», fenómeno algunos nombres prometedores parecen haberse perdido en el camino,
estrechamente ligado a los aires de «cambio» que trajo consigo la llegada como ocurre con los casos tan distintos de Adelaida García Morales,Juan
de los socialistas al poder. Aparte de los balances retrospectivos que me Miñana o Cristina Fern ández Cubas .
cupo hac er del fenómeno en su conjunto, como reseñista no me corres- En cuanto a Antonio Muñoz Malina, sin duda una de las figuras más
pondió propiamente enfrentarme a él, sino más bien a la situación creada señe ras de la «nueva narrativa» de los ochenta, abanderó a comienzos de
a partir de él. En términos muy amplios, cabe afirmar que lo ocurrido los noventa un movinúento de repliegue y reordenanúento de los pro-
durante los ochenta definió el marco de la nueva legalidad por la que la pios efectivos que tiene una importante significación. Me refiero al modo
cultura española en general, y no sólo su narrativa, se ha venido rigiendo tan explícito en que, en una novela como Eljínete polaco,de 1991 (nove-
en lo sucesivo. Una de las tentaciones a las que he tenido que resistirme la que, no por casualidad, acaparó toda suerte de aplausos y galardones),
a la hora de escribir este prólogo ha sido la de tratar de describir dicho llamaba su autor a desentenderse de la consigna del cosmopo litismo a la
marco, deteniéndome a exanúnar el modo en que llegó a confo rmarse . que tan atolondrada y superficialmente respondieron muchos de los nue -
En lugar de eso, he preferido dar cuenta de mi actuación dentro del mis- vos narradores de los ochenta. En su lugar, Muñoz Molina proponía un
mo, que en buena parte consistió en ir valorando lo que algunos de los lúcido retorno a los propios orígenes, la exploración narrativa de los
narradores que se dieron a co no ce r en los años ochenta se han mostrado vínculos de pertenencia a la propia lengua y a la propia comunidad . En
capaces de hac er una vez rebajado el ambiente de indiscriminada eufo- un extenso artí culo publicado en 1998 y recogido entre las «calas» finales
ria que los catapultó. de este volumen trato con algún detenimiento el sentido de esta manio-
Resulta curioso -y aleccionador, sin duda- constatar que, entre los bra literaria de Muño z Malina, que allí co nfronto con la qu e, paralela-
diversos autores que protagoni zaron el fenómeno de la llamada «nu eva mente , realizaba Javier Marías. Remito a ese artículo a quien se interes e

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p ir la encrucijada a la que, a comienzos de los noventa, abocó el desarro- una industria editorial muy dinamizada, que contaba a su favor con la
llo de las tendencias que habían prosperado en los ochenta. Es natural expectativa de un público lector bien predispuesto al consumo de una
yue, por reacción al casi programático alejamiento de la tradición pro- narrativa a la que, en general, y por así expresarlo, se le venían riendo,
pia característico de la «nueva narrativa», tuviera lugar un retorno a aqué- desde diez años atrás, todas las gracias.
lla. Lo que no es tan natural es que esa reconciliación tuviera lugar de El problema, tanto para estos nuevos narradores que menciono como
un modo tan manso . El éxito obtenido en 1989 por una novela como para los que iban a venir a continuación, consistió en que la narrativa es-
Juegos de la edad tardía,de Luis Landero, ya anunciaba, sin embargo, algo pañola venía sufriendo por aquellos años un irreversible proceso de desar-
de esto. Un narrador emblemático de los ochenta como Ignacio Mar- ticulación, al que juzgo imprescindible referirme ahora. Se trata de una
tínez de Pisón reorientaría en los noventa su trayectoria literaria en di- desarticulación profunda de todos sus resortes, empezando por los que
rección a una abierta reivindicación del realismo, que abrazaba sin pro- mantienen en tensión los vínculos -las querencias, los rechazos-
blematizarlo. Y como él, tantos otros. El caso es que a comienzos de los que unen a un novelista con la obra tanto de sus predecesores como de
noventa se produce lo que cabría entender por una «reacción conserva- sus contemporáneos. Me he referido antes al alejamiento de la propia
dora>>,por virtud de la cual un puñado de narradores y un amplio sector tradición que caracterizó a la «nueva narrativa» de los ochenta. En todos
de los lectores, parece recobrar con alivio un cierto gusto por las viejas los balances de aquella época se deja constancia del «corte sin preceden-
convenciones del realismo y del costumbrismo, aderezado en ocasiones, tes» con la tradición, de la deliberada «ruptura con el pasado inmediato»
para más inri, con un preciosismo estilístico que en ningún momento, y que se produjo en la literatura española de aquellos años. Algo que no
hoy menos que nunca, ha dejado de constituir una de las más constantes puede dejar de asociarse con la concreta deriva que en España adoptó la
lacras de la narrativa española. transición a la democracia. Ésta, como se ha dicho ya tantas veces, se
En simultaneidad con este movimiento de repliegue, entre 1988 y consumó mediante un pacto de silencio que, entre muchas otras cosas,
1992 debutan en la narrativa española autores como José Ángel González conllevaba un resuelto desentendimiento de la etapa histórica que se pre-
Sainz, Justo Navarro, Almudena Grandes, Luis Landero, Javier Cercas, tendía así cancelar; desentendimiento que en el orden tanto político
Clara Sánchez, Andrés Trapiello, Rafael Chirbes, Agustín Cerezales, Fe- como cultural metía en un mismo saco el franquismo y las fuerzas que
lipe Benítez Reyes, Antonio Soler, Francisco Casavella, luis Magrinya, se habían opuesto a él. Ocurría sin embargo que estas fuerzas contenían
Belén Gopegui o Eloy Tizón. Todos ellos desarrollan sus diversas trayec- a menudo el germen de una renovación mucho más radical y más pro-
torias durante los noventa y de algunos de ellos me corresponderá hacer, funda que la que luego tuvo lugar, de espaldas a ellas. El corte con la tra-
como reseñista, un seguimiento más o menos continuado. Con inde- dición, así, la ruptura con el pasado que se juzgó imprescindible para
pendencia de su muy distinto calibre (y conste que entre ellos los hay de refundar la convivencia, tuvo a menudo efectos de retroceso. En el plano
un calibr é muy considerable), la aparición de estos y otros autores pare - de la narrativa, el voluntario adanismo cultural supuso la reiteración de
cía dar cuenta, en su conjunto, de que, más allá de jactanciosas proclamas muchos recorridos que ya se habían hecho; la celebración como nove-
y eslóganes, la narrativa española había alcanzado, en efecto, un buen ni- dad de muchas cosas que no lo eran. Me he referido ya a cómo se ha
vel medio. La nueva hornada de novelistas ya no participaba del ambiente solido incurrir en convencionalismos que yo mismo daba por superados.
festivo y tolerante creado por la llegada de los socialistas al poder. De he- Parecidamente, se ha incurrido también en insolencias o atrevimientos
cho, algunos de ellos más bien parecían reaccionar contra ese ambiente que al lector memorioso le resultan famili ares. La «reacción conserva-
y sus corrupciones. Pero a todos cabía pronosticarles los beneficios de dora» de la que hablaba más arriba sólo ha podido prosp erar en un me -

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dio en el que el corte con la tradición fue en efecto tan profundo, tan .1tribulado espacio de la cultura española, la «nueva narrativa » -como en
tajante, que se olvidó que la única tradición a la que tenía sentido reen- gener al toda esa parodia de vanguardismo en que se saldó la ruptura cu!-
gancharse era la que, desde tres décadas atrás, se venía esforzando por en- -cural de los ochenta, cuyo epifenórneno más caracterizado sería lo que se
sanchar y por problematizar aquella, precisamente, que terminó por re- conoce por la movida-- se impregnaba todavía de un mito moderno : el
cuperarse. que entraña la modernidad misma como «tradición de lo nuevo». Pero es
Este corte con la tradición, nunca suturado, ha privado a la narrativa precisamente esa tradición la que, perdido el hilo polémico que al cabo
española de la posibilidad de abarcarla atendiendo a una perspectiva arti- terminaba por hilvanarla, es usurpada por el mercado, que reduce el con-
culadora susceptible de englobarla en atención no sólo a su pasado, sino cepto de lo nuevo al sentido estricto de lo último.
también a sus logros recientes y a las direcciones distintas en que progre- Allí donde se ha perdido el referente en función del cual evaluar lo
sa. El fenómeno de la llamada <<nuevanarrativa» constituyó, en este sen- «nuevo» -el referente de la tradición-, lo joven se consagra como cri-
tido, , con su ecumenismo militante, con su no menos militante adanis- te rio de renovación . El problema reside en que la codificación de lo
mo, un último amago de «movimiento» en el sentido -arcaico ya, en la <9oven» confonne a un patrón de estilo y de conductas previamente acu-
actualidad- de común posicionamiento respecto de una situación here- ñado, momifica el criterio , haciéndolo al cabo inservible. Y eso fue lo
dada. Ya los narradores surgidos a finales de los ochenta compiten en un que ocurrió en la narrativa española en el transcurso escaso de cinco ai'i.os
escenario en el que las propuestas de cada uno se ofrecen abstraídas de o poco más, los que van desde el debut de Ray Loriga como novelista a,
cualquier diálogo o confrontación con sus contemporáneos, ya sea en un por decir algo, la consagración a través del Premio Nada! de una nove-
sentido vertical u horizontal. Y en los noventa, el fenómeno de la <9oven la como Beatriz y los cuerposcelestes,de Lucía Etxebarria.
narrativa,> supondrá una completa inversión de la dinámica previa. En su
forma como en su contenido, la <9oven narrativa» de los noventa se defi- Pero la narrativa española no sólo está desarticulada en relación con su
ne en función de criterios que son casi estrictamente sociológicos, y no propio devenir: lo está también en relación con la sociedad a la que va
surge como respuesta a nada, sino como voluntarioso intento, por parte dirigida. En un balance de la narrativa española de los ochenta, José -
de la industria editorial, de mantener y prolongar un statu quo. C arlos Mainer hablaba de una «reprivatización» de la misma . Lo hacía a
He dicho ya que, como reseñista, asisto únicamente a los balances y propósito del auge que ya por entonces habían empezado a cobrar los
las liquidaciones, no al desarrollo, de la «nueva narrativa». Sí en cambio diarios, dietarios y mern.orias personales. Pero el concepto de privatiza-
asisto en primera fila al surgimiento y desarrollo de la llamada <9ovennarra- ción bien cabe hacerlo extensivo aF modo en que la narrativa española,
tiva». De hecho, la <9oven narrativa» de los noventa constituye la única en cuanto institución, ha renunciado a su dimensión social. Con lo cual
ocasión que como reseñista de narrativa española se me brinda, en el 110 me estoy refiriendo a que incida más o menos en lo que se entiende

transcurso de quince años, de enfrentarme críticamente, desde sus inicios por temáticas sociales, sino a su in capacidad para incidir en la vrc!a pú-
hasta su languidecimiento, a un fenómeno de cierta envergadura, reco- blica, de interpelar a la colectividad en cuanto tal.
nocible no únicamente como tendencia, sino también como signo y mar- Que así sea responde, sin duda, a una lógica que cabe identificar con
ca de todo un determinado período. Retrospectivamente, el fenómeno las tendencias globales de la industria cultural. Pero no conviene hacer
constituye la constatación flagrante de cómo el mercado terminó por lle- tal identificación sin apuntar antes algunas de las circunstancias particu -
nar el vacío creado por el corte con la tradición. En lo que tuvo de tar- lares que contribuyeron a que, en España, dichas tendencias cobraran, en
día incorporación a una modernidad que apenas había tenido lugar en el tan poco tiempo, una hegemonía y una bonanza tan aplastantes .

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·s, s circunstancias se aglutinan en torno a un término clave del que dos a, cuando menos, problematizarlo . Vale la pena insistir en la siguiente
y; 1 s ha hecho mención: la Transición. Sea hoy lo que sea la narrativa idea: es determinante del orden cultural surgido tras la mu erte de Fran-
·sparío la, tiene que ver con lo ocurrido en este país durante la Transi- co la nueva alianza entre la cultura y el pod er, tradicionalmente enfren-
t.:ión, y poco ya, o nada, con lo ocurrido durante el franquismo. Ahora tados en el transcurso de la historia de España y de pronto co ngregados
bien, el concepto de Transición es de los que se vuelven más borrosos en torno al mismo proyecto de modernización y de progreso. Más allá
co nforme se aproxima uno a ellos. Y en mayor medida cuando se trata del «desencanto» en que muy pronto hubieron de sumirse las expecta-
de aprehender en su condición de período cultural. tivas más radicales e ilusionadas, el proceso constituyente , primero, y
¿Hubo una transición cultural? La pregunta se presta a todo tipo de enseguida, en 1982, la victoria en las urnas del Partido Socialista, pro-
controversias. Y de equívocos. Empezando por que no parece que sea movieron en España el alineamiento de la mayor parte de los efectivos
lo mismo hablar de «transición cultural» que de «cultura de la Transi- culturales con «la empresa )>del Estado. En un artículo de 1994 («Troya
ción ». El concepto de «transición cultural» sugiere la existencia de un festejada)), recog ido entre las «calas))finales de este volumen) doy cuenta
programa - más o menos explícito, más o menos consensuado- de del sentido en que conviene interpretar este alineamiento. Se comentan
medidas culturales que, como ocurrió en política, habrían aspirado a allí algunas id eas de Juan Benet relativas a las nuevas actitudes que le ca-
subsanar el grave déficit que en esta materia arrastraba el país en su con- bían adoptar al escritor español tras la restaura ción democrática. El re-
junto . Pero esto es algo que no tuvo en absoluto lugar, al menos no en cuerdo del mismo Ben et «movili zado )>por iniciativa propia en apoyo del
un sentido cabal. Sí en cambio puede hablarse de una << cultura de la ingreso de España en la OTAN (objeto, por parte de los socialistas recién
Transición>), y no sólo en el sentido lato que incluye los usos políticos aupados al poder, de una campaña llena de penosas ambigüedades), ilus-
y sociales que se afincaron en España durante las décadas de los setenta y tra inmejorablemente el nuevo escenario que por entonces empezaba a
de los ochenta, sino también en un sentido restringido, que aludiría al dibujarse.
modo en que, en lugar de rearmarse críticamente de cara a las nuevas En el plano de la narrativa, el «cambio ,>entrañará el desentendi-
formas de poder, la cultura española, en su conjunto, se habría aupado miento generalizado del talante abiertamente interpelador que había
sobre éstas, conformándose con un papel de simple comparsa en los de terminado una de las principales líneas de renova ció n emprendidas
proc esos de transformación que en España se estaban produciendo a ha cia mediados de los sesenta. Interp elador , primero, del régimen fran-
toda prisa. quist a, pero enseg uida, también, de <<lafea burguesía )>que medró a su
Lo propio de la «cultura de la Transición, > sería la precipitada liqui- sombra, y muy pronto de la sociedad toda que, al amparo de una pros-
dación de un concepto resistencia[ de la cultura en favor de un co ncep- peridad incipiente, iba emergiendo de la estrechez y de la gazmoñería
to, como ya se ha dicho, festivo y ornamental de la misma. En tanto que imperantes. Los nov elistas de la llamada generación de medio siglo pilo-
la única «transición cultural» que se habría producido en España, de 197 5 tarían por iniciativa propia el proceso que conduce desde el socialrea-
a esta parte, consistió má s bien en un tránsito acelerado: el que condu- lismo en que muchos de ellos se estrenaron a los radicales plantea-
jo desde una cultura todavía de posguerra, sometida a toda suerte de pri- mi entos que acreditan obras corno Si te dicen que caí o Antagonía. Pero
vaciones y de ce nsuras, a la intemperie de la más pura y dura cultura de desde la perspectiva de los och enta el caudal entero de toda esta línea
mercado. de renovación fue tachado conjuntamente como secuela de un tiempo
Que este tránsito ocurriera parece algo inevitable. Lo que sorpr ende sup era do, y se desdeñó, cargándola de connotaciones negativas, la lite-
es que lo hiciera con la risueña connivencia de quienes parecían destina- ratura d e contenido crítico. En la «fiesta)>de la cultura, el imperativo

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IGNACIO ECHEVARRÍA · PRÓLOGO

·nn 1 ' 111 p::isó::1ser la seducción.Se trataba, a partir de ahora, de seducir al sesenta». A lo que se responde record ando cómo por aquel entonces, si
1 · or, de establecer con él una relación «cómplice ». Nad a de actitudes bien el éx ito funcion aba ya como <<criterio cen tral », dejaba lugar aún
i11com d:idoras. El fantasma de la narrativa socialse conjuró mediante para otros criterios de valoración que amparaban «otro s modelos narr a-
1111.1 narrativa sociable.Esta nueva sociabilidad impuso el éxito como tivos u otras formas de circulación literari a>>.Mientras qu e en los años
arancel o canon necesario en el tráfico de la literatura en sociedad. Y de noventa, en cambio, el éxito como cr iterio cen tral «no dejó resquicios
:ihí se pasó, inevitablemente , al canon del éxito. Canon que es el que para nada más».
imp era en la actualidad, con efectos allanadores de toda jerarquía lite- Tamb ién Tabarovsk y señala, en relación con la narrativa argentina,
raria, por cuanto es capaz de situar en un plano indistinto a autores una resaca conservadora, y denuncia la impostur a que tantas veces escon -
como Javier Marías, Arturo P érez-Reverte, Javier Cercas, Almudena de la pretensión de «narrar,>inocentemente, de volver a «contar historias»,
Gra nde s o Carlos Ruiz Zafón . Uno no termina de salir de su asombro como si nada hubi era sucedido entretanto. Admira constatar cómo, por
cuando, cada vez con más frecuencia, y tanto dentro como fuera de Es- momentos, sus conclusiones sirven, casi punto por punto, para descri-
paña , comprueba cómo todos ellos son considerados autores de un mis- bir el estado de cosas que cabe reconocer como característico de buena
mo rango . parte de la narrativa española de los últimos veinte años. Véase si no este
Consolándose de este eclecticismo del éxito, que a él mismo no dejó pasaje: «Lo cierto es que buena parte de la liter atura argentin a se ent regó
de beneficiarlo, Manuel Vázquez Montalbán confiaba en la articulación de mansamente a la certidumbre de la trama, a la co nfi anza en los perso na-
dos entidades que se sentía capaz de distinguir: la de públicoy la de mer- jes, al mérito de la anécdota, a las exigencias más trilladas, al formalismo
cado.Según él, el público- aquello a lo que razonablemente podía aspirar más académico; no se propuso nunca , ni por un instante, enfrentar al
a conquistar un escritor- vendría a constituir algo así como una van- lenguaje, desafiarlo, hacerle morder el polvo; nunca se topó con la cues-
guardia cultural del mercado.Pero entretanto esta distin ción se ha vuel- tión del sentido, con la ambic ión de doblegar el peso de la sintaxis, de
to inviable, y lo más que cabe decir, desplazando el alcance que Vázquez cuestionar el poder de las palabras ».
Montalbán atribuía a uno y otro concepto, es que, a través del éxito en- Algo, esto último , que da a pie a señalar cómo, junto al repu dio de la
tendido como «criterio central», es el mercado el que acierta a articular narrativa social (y de toda pretensión de socializar la narrati va), la «nuev a
la sociedad en tanto que público. narrativ a española» de los ochenta se alejó espan tadamente de las «velei-
He empezado por decir qu e esta deriva obedece, en buena parte, a dades» experimentalistas y metaliterarias que fuero n moneda corriente
las. tendencias de la industria cultural, que se reconocen a escala pla- en la década de los setenta y que pronto se hicieron objeto de todo tipo
net aria. En una panorámica de la literatura argentina de las últimas dé- de desdenes. Se cortaba así ot ro de los cauces por los que, ya desde fina-
cadas («Efectos abstractos», recogida en su libro Literaturade izquierda, les de los sesenta, al socaire esta vez de las más subversivas corrientes del
de 2004), el joven narrador y ensayista Damián Tabarovsky ha ce una boom de la literatura latinoamer icana, la narrativa española había em-
descripción de lo ocurrido en ella que ofrece, en sus líneas esenciales, prendido - con muy irregu lar fortuna, todo hay que decirlo- su reno -
un sorprendente parecido con lo ocurrido en la literatura española, pese vación radical. Abdi cando de toda investigación lingüística, se jactaba
al tan diverso trasfondo histórico y cultural de uno y otro país. En rela- ahora, sob re todo, de su eficacia.La narrati va sociableaspiraba a ser, por lo
ción co n el «éxito como canon» (concepto que he tomado de él), se pre- mismo, una narrati va sana, en el sentido que Pere Gimferrer atribu ía a
gu nt a allí si no «podría decirse con razón que el éxito (de mercado, edi- este adjetivo cuando, refir ién dose a la poesía español a de la posgue rr a,
torial, en los medios, en la cultura) fue ya una marca del boomde los años lo empleaba como indi cador de una escritura ple nam ente «adapta da» a

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IGNACIO ECHEVARRÍA PRÓLOGO

l.1·;llcicdad de la que surg e e incapaz , en consecuen cia, de contra starla,


d · imp ugnarl a moralmente ni cuestionarla. El caso es que este libro se propone ser dos cosas a la vez, a riesgo de ser
ninguna . Qui ere ser, en prime r lugar, un particu lar recorr ido por la narra -
011 estos trazo s, inevitablemente toscos, he pretendido dar una idea de tiva español a de los últ imos quince años. Y quiere ser también el testi-
cuál es la situa ción creada ya en la narrativa española en el momento en monio de un determinado modo de entend er y de practicar el rese!Üsmo
que me convierto en reseñista de la misma. Por supuesto que de estas y literario que, en el transcur so de estos quince años, ha cumplido su ciclo
otras muchas cosas voy haciéndom e cargo en el transcurso de mi tarea . completo, desd e sus primeros pasos incautos hasta su colapso final. Estas
Pero es importante mencionarlas, siqui era sumariamente, para dar cuen- dos volu ntades superpue stas han dad o lugar , en má s de una ocasión, a un
ta de dos obstáculos principales con los que me topo tempranamente. conflicto de criterios, que he procurado resolve r en cada caso escogien -
El primero, ligado a esa desarticul ación de la narrati va española sobre do, entre las alternativas pos ibles, la que mejo r cumplía el requisito de
la qu e vengo insistiendo, tiene qu e ver con la ausencia de una perspec- representatividad que articula todo el conjunto .
tiva en atención a la cual organizarla útilmente. El eclecticismo radi cal A la hora de selecciona r entr e las más de cuatrocientas reseñas pu-
en que naufraga todo intento de aprehensión global de la actual narrati- blicadas por mí en estos qu ince años , he empeza do por descartar, pu es,
va española tiende a convertir al comentarista en caprichoso artífice de casi una cuarta part e del to tal, ded icadas a aut ores en lenguas ext ranje -
un inventario de propuestas, todas igualm ente plausibl es y equivalent es, ras. De éstos me he solido ocupar siguiendo el capricho de mis intereses
a las que él co nced e o nieg a, todo lo más, un marcham o de calidad. Sólo o de mi gusto personal, con preferencia por autores que se pueden con-
la insistente comparación con la tradic ión cancelada, el inco rdiant e se- siderar ya clásicos o que van camino de serlo (desde Thomas Mann a
ñalamiento de los niveles ya alcanzados, ofrece una posibilidad de actua- J.M. Coetzee, para entendernos). Las reseñas de autores y libros ex tran-
ció n a este respecto. jeros (tanto más si no son co nt emporáneos) se inscriben, por lo gene ral,
El segundo obstáculo tiene que ver con el riguro so con finamient o de en coorde n adas tan distintas de las que rigen para las reseñas de libros y
la institución literaria fuera de todo ámbito político, con la consiguiente autores españoles, que casi podr ía decirse que, en cuanto discurso cóti -
alarma ante cualquier intento de invocar lo políti co en el marco del rese- co, unas y otras actúa n en dos niveles diferentes. En cada uno de estos
1'1ismo. Se da por supuesto que la literatura habla en literatura ; de ese dos niveles, la vibración polémica y la facult ad ordena dor a del rese!Üsta
modo, cualquier contenido ideológico queda bajo el amparo del sagra- determinan de raíz , y mu y diversamente, toda la gama de sus rec ur sos
do manto de la estética, confinado en el acogedor espaci o de la vida in- retóricos y la escala misma de sus jui cios. De ahí la inop ortuni dad de
terior , y se tiene por tropelía arrancarlo de allí. mezclarlos o de confundirlos.
Entiendo que mi evolución como reseñista qu eda de terminad a, en Otra cosa son las reseñas dedicad as a libros o autores hispanoameri -
buena medida, por mi progr esiva inconformidad con estos dos obstácu- canos. La lengua, en este caso, así como tantos otros elementos comunes,
los de partida , inconformidad qu e en buena medida decide mi fortuna aproxima n, hasta casi nivelarlo, el rasero que cabe emplea r en estas rese-
y mi fracaso en cuanto tal. Pero esto es algo de lo que se ofrece n al lec- ñas y en las ded icadas a libros y autores españoles . Tanto más cuanto que
tor mat eriales sobrados en este volumen para que ju zgue por sí mismo . la creciente globalizaci ón del mer cado editoria l en lengua castellana fa-
Ah ora es momento ya de ir justificando el criterio con el que el volu- vorece la circulación y, en co nsecuencia, las afinidad es entre las liter a-
men ha sido armado, dando cuent a de paso de las circuns tan cias en que turas respectivas de uno y ot ro lado del Atl ánt ico . De hecho, durante la
he debido desarrollar mi trabajo. última década se ha venido produciendo, a este respecto, un giro casi es-

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IGNACIO ECHEVARRÍA PRÓLOGO

f'l' t. wlar, desde la renuencia prolongada de las editoriales españolas a


p11bli ar autores hispanoamericanos (efecto de la resaca que sucedió al Setenta y una reseñas correspondientes a otros tantos libros publicados
11:inado boom) a la receptividad de la que éstos se benefician en la actua- por autores españoles entre 1990 y 2004: tal es, en rigor, el contenido
lidad . Estoy convencido de que ello responde, por encima de cualquier de este libro. Decir que constituye un recorrido crítico por la narrativa
otro motivo, a la necesidad imperiosa que los editores españoles tienen española de este período es algo que no puede hacerse sin puntualizar lo
Je abastecer sus propias programaciones, para las cuales resulta insufi- que es obvio, a saber: que la selección de libros y de autores que aquí
cie nte el relevo que, hoy por hoy, están en condiciones de ofrecer por sí ofrezco no es producto , únicamente , de los descartes que yo rrúsmo he
solos los escritores españoles de las más nuevas generaciones . Por mi par- hecho de mis propias reseñas . Hay libros y autores que de ningún modo
te, puedo decir que, hacia finales de la década de los noventa, mi aten - podrían figurar aquí en tanto qu e nunca me he ocupado de ellos como
ción co mo reseñista se reorienta, en amplia medida, hacia las propuestas reseiiista, a veces ni siquiera como lecto r. Lo cual debe atribuirse, en pri-
narrativas que llegan de Hispanoamérica . Que así sea obedece en cier- mer lugar, al azar de las circunstancias, ligado al hecho evidente de que
to grado, como es lógico, a esta nueva tendencia de la industria editorial; a ningún resei'íista, por prolífico y ecuánime que fuera, le cabría dar
obedece asimismo a una necesidad, por mi parte, de ampliar un radio de cuenta de todas las novedades que produce la narrativa española, rú muchí-
acción que iba estrechándoseme por razones a las que más adelante alu- simo menos . Pero puede deberse a otras razones quizá menos evidentes:
diré; pero obedece, quizá sobre todo, a mi convencirrúento de que ésa era me refiero ahora a las salvedades más o menos tácitas que la mayor parte
la forma más eficaz que yo tenía a mi alcance de contribuir a la dilatación de los medios de prensa españoles establecen a la hora de permitir que
de los cada vez más estrechos horizontes a que parece conformarse la na- se co mente negativamente a determinados autores.
rrativa española, necesitada hoy más que nunca -sobre todo en lo que a Es un secreto a voces que hay autores «blindados>>, con los que un
la lengua literaria se refiere- de modelos frente a los que confrontarse. periódico prefiere no correr el riesgo de tener un disgusto . Ejemplos ex-
Mi apuesta decidida por autores como César Aira, Rodolfo Fogwill , Ro- tremos de autores pertenecientes a esta categoría son, por lo que a El País
berto Bolaño, Rodrigo Rey Rosa, José Prieto o Juan Villoro tiene ese toca, y por razones bien distintas, Arturo Pérez-Reverte o Ju an Luis Ce-
objetivo, cuyo reverso es la condena de otros tantos autores hispanoame- brián . El hecho es que ningún reseñista puede abstraerse del tejido de
ricanos -Jaime Bayly, Mario Mendoza, Ignacio Padilla- que devuel- connivencias más o menos asumidas a que dan lugar, en un periódico
ven un reflejo a veces grotescamente deformado de las peores tendencias cualqui era, los interese s y las solidaridades que ese periódico comparte
ya operantes en España . En cualquier caso, rnis valoraciones de la narra- con una determinada constelación de escritores cercanos a la casa, por
tiva hispanoamericana las realizo siempre asumiendo muy consciente- uno u otro motivo. En el caso de El País, la circunstancia de que este
mente la perspectiva española, lo cual implica un cierto desentendimiento diario pertenezca al mismo grupo empresarial que una importante edi-
del específico contexto literario de los diferentes autores y un suplemen- torial literaria, Alfaguara, no hace sino incrementar esta tendencia ge-
to estratégico de intencionalidad. Ésta es una de las dos razones princi- neral a «blindar » a determinados escritores . Así y todo, la situación muy
pales de que no me haya decidido a incluir en la siguiente selección de bien podría haberse mantenido dentro de los lírrútes de lo que, con mu-
rrús reseñas las dedicadas a autores hispanoamericanos. La otra es que, des- cho acierto, Nicanor Parra llama «corrrupción sostenible,>, si no fuera por
de un principio, la idea de ceñirme a la narrativa española me pareció más la intervención de alguien tan increíblemente incordiante como Juan
conforme con el propósito ya declarado de ilustrar al lector acerca de un Cruz y de otros como él, de cuya falta de escrúpulos se han servido en
deterrrúnado modo de entender y de ejercer el reseñismo. provecho propio los más altos poderes del grupo .

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Pero volviendo a los límites previos de la selección de libros y de Para ilustrar esto último, de nuevo echaré mano de mi propia expe-
llutores que aquí presento: ¿cómo elige un reseñista los libros que co- riencia. He contado ya cómo, muy pronto , opté, como reseñista, por
menta? ¿Quién los elige? Estas preguntas, muy frecuentes, exigen una dedi carme preferentemente a la narrativa española. Me movieron a ello
n:spuesta más complicada de lo que parece . El reseñista bisoño habrá de varias circunstancias sumadas: mi formación como lector , mi propia am-
conformarse, al principio, con los encargos que le haga el responsable bición como reseñista y una coyuntura oportuna . Para mí, las cosas se de-
del suplemento. Más adelante, los dos pactarán esos encargos, a la luz de cidieron, en realidad, gracias a una oportunidad imprevisible. Fue con
las aptitudes que el reseñista haya revelado tener, de sus gustos, y del área motivo del Premio Planeta 1990, que se concedió ese año a Antonio Gala,
de intereses a los que con más insistencia haya ido apuntando. Ya cuando qu edando Fernando Sánchez Dragó como finalista. Por entonces, yo ape-
el reseñista se haya hecho merecedor de cierto crédito, él mismo, mejor nas llevaba escritas para El País nueve reseñas, de las cuales sólo una ter-
conocedor del terreno que pisa, y 1nás atento, propondrá a menudo los cera parte se ocupaban de narrativa española. No cabía esperar, pues, que
libros de los que prefiere ocuparse. Pero todo ello ocurrirá siempre bajo se me encargara el comentario de los dos libros ganadores del Planeta,
la presión de una incesante y abrumadora producción editorial, que por pero un cierto vacío creado por la marcha todavía reciente de Rafael
si fuera poco concentra sus novedades más importantes en dos o tres fe- Conte y otros colaboradores, a la que ya he aludido, movió a Rosa Mora,
chas determinadas de la temporada. La dificultad de abarcar esas nove- responsa ble en aquel tiempo del suplemento de libros, a confiarme esa
dades es proporcional a las facilidades que su eventual abarrotamiento tarea.
ofrece al responsable de un suplemento de repartir los libros conforme La reseña que escribí es la que abre la selección que aquí presento.
a los criterios que juzgue más prudentes u oportunos . Y ello sin abierto Recuerdo muy bien la deliberación con que resolví no diluir demasia-
ejercicio de ningún tipo de manipulación o de censura: simplemente do las tintas y expresar inequívocamente mi escaso aprecio por una y otra
permitiendo, cuando la situación lo exige, que las cosas se encaucen por novela. Conviene tener en cuenta que en aquel entonces Antonio Gala
su curso más natural. En el caso de las novedades más «delicadas», de- era una firma estrella de El País (ocupaba, en la revista del domingo, la
jando que se ocupe de ellas, por ejemplo, el amigote del autor que se nú sma página que luego heredaron Antonio Muñoz Molina y Javier Ma-
brinda a comentarlas, o adelantándose a encargarlas a un reseñista del rías, en este orden; aunque eso sí: no publicaba en ningun a editorial del
que, ya por gusto, ya por comodidad, no se espere que plantee demasia- grupo) y Fernando Sánchez Dragó era el celebrado autor de todo un hito
das objeciones. en el ensayismo de la Transición: Gárgorisy Habidis: una historia máiica
Como se deja ver, el protagonismo que en todo esto adquiere el di- de España, libro conocedor de un éxito extraordinario. Algo preocupa-
rector del suplemento es determinante. A él le cabe adaptarse o resistir- da por el tono de mi reseña, Rosa Mora se sintió en la obligación de so-
se con más o menos empeño, con más o menos astucia, a las presiones met erla a la supervisión del director del periódico, que entonces era
de todo tipo - amistosas, corpo rativas, políticas, comerciales, publicita- Joaquín Estefanía. Éste dio luz verde a la publicación del texto, y con él
rias, etc., etc.- de las que es const;ntemente objeto. me gané, de súbito, una cierta consideración, por virtud de la cual con-
Por lo que toca al reseñista, será el celo con que ejerza su propio ofi- tinuaron adjudicándome, cada vez con más asiduidad, novedades de
cio el que habrá de dictarle ia insistencia que le cabe poner en ocuparse narrativa española, cada vez de más relieve .
o no de determinados libros; y habrá de confiar en su oído para saber en Me demoro en contar esto por lo que tiene de ilustración de un es-
gué grado los ruidos o los silencios que se generan en torno a determi- tado de cosas ciertamente impens able quince años después, cuando el
nados libros repercuten en su propia labor. director de El País, ahora Jesús Ceberio, voc ifera en su despacho que mi

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r ·.\l'11. dt: la última novela de Bernardo Atxaga -con la que cierro mi se- rebotado de otro género». Aludía luego a mí tachándome de <~oven pe-
l '<. ·j f n- es «un arma de destrucción masiva», y asegura que «este pe- tulante», y después de varias consideraciones sobre el inevitable declive
ri ' dico hace mucho tiempo que ha renunciado a utilizar este tipo de de la crítica, ponía en boca de un innombrado crítico literario las si-
armas contra nadie». En esta ocasión, la responsable del suplemento de li- guientes conclusiones: «La función crítica no puede existir, porque no
bros, María Luisa Blanco, no se sintió llamada a someter la publicación existen patrones relativamente objetivos con que valorar una anarquía;
de mi reseña a la supervisión del director; el subdirector al que corres- casi lo único mensurable que queda es la originalidad, que nadie está se-
pondía controlar los contenidos del suplemento no detectó, confiado en guro --salvo unos cuantos interesados- de que sea un valor verdadero ...
la rutina de los hechos, la carga supuestamente letal de mi texto, pues de Ya no es posible más actitud crítica que la devoción o la oposición: se
otro modo lo hubiera interceptado (es decir: censurado). Y la reseña ex- aclama o se denigra con argumentos meramente personales. La otra -ta n
plotó, llevándoseme a mí por medio. La formidable batería de artículos, dogmática, tan judicial y tan inapelable- está muerta: te lo digo yo. Y no
entrevistas e informaciones con que el periódico trató de tapar el «ruido>> va a resucitar, porqu e el mundo al que ella se refería y en el que gober-
de mi reseña no deja lugar a dudas sobre cuál hubiera sido la decisión de naba, está aún más muerto que ella».
Ceberio en el caso de que la hubieran sometido a su supervisión . Por si Sabias palabras las del crítico de Gala. En su tirada final, recuerdan a
fuera poco, éste resolvió <<congelar>> cautelarmente mi colaboración con las famosas aseveraciones con las que nada menos que Walter Benjamín,
el periódico y dispuso que no se publicara la siguiente reseña que yo en fecha tan temprana como 1926, declaraba que a la crítica hacía tiem-
había enviado. De todo lo cual hago recuento aquí para ilustrar un es- po ya que le había llegado su hora. ¿Recuerdan? Escribía Benjamín: «La
tado de cosas que de ningún modo puede pensarse que permanece está- crí tica es una cuestión de justa distancia. Se halla en casa en un mundo
tico. Pu es mantengo que el delicado equilibrio de intereses (culturales donde lo importante son las perspectivas y visiones de conjunto y en el
y públicos, pero también comerciales y particulares) que hace posible que antes aún era posible adoptar un punto de vista. Entretanto, las cosas
la existencia de la crítica ha sufrido, en los quince años en que yo he han arremetido con excesiva virulencia contra la sociedad humana. La
ejercido el reseñismo literario, un deterioro progresivo, en los últimos "i mpar cialidad", la " mirada obj etiva" se han convertido en mentiras,
años galopante. Lo cual no implica que el reseñismo crítico no sea posi- cuando no en la expresión, tot almente ingenua, de la pura y simple in-
ble, sino que las condiciones de su posibilidad son cada vez más difíciles co mpetencia. La mirada hoy por hoy más esencial, la mirada mercantil,
y ·extremas. que llega al corazón de las cosas, se .hlamapubli cidad ». Escribía esto Ben-
Mi reseña de Gala y de Sánchez Dragó no dio lugar a ninguna es- jamín en Direcciónúnica, opúsculo admirable que contiene tambi én sus
candaler a. Pero hay escritores rencorosos, y he aquí que dos afíos des- trece tesis sobre «la técnica del crítico », que cualquier reseñista qu e se
pués - en diciembre de 1992- Antonio Gala aludía despectivamente a precie debería tatuarse en la m emo ria . Todas mis ganas me empujan a
ella en uno de sus artículos de El País Semanal, titulado «El crítico leal». continuar ahora glosando esas tesis y retomar las andaduras prim eras de
Con tintas muy parecidas a las que años más tarde ib a a emplear Anto - este prólogo. Pero, igual que antes, debo reprimirme, pues he resuelto
nio Muñ oz Molina (de nu evo en indir ecta respuesta a una lejana reseña que este prólogo trate también de cosas más concretas .
mía sobre uno de sus libros, ganador, el afio siguiente al de Gala, del Pre-
mio Planeta), Antonio Gala hacía en su artículo un retrato genérico del He recurrido a mi prnpia experienc ia para ilustrar el margen con q~e
crítico comú n pintándolo como «un gaznáp iro, un pillo de siete suelas, cuenta el reseñista para escoger los libros que comenta. Decía qu e, en mi
un engañabobos, un muchachito atracado de lectur as mal digeridas, un caso, un golpe de fortuna me ayudó a en carrilarme como reseñ ista de

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n :1rrativa española, de cuyas novedades de más relieve pasé a ocuparme que termina por traducirse en su conciencia como impotencia. ]mpo-
on cierta regularidad . Me he referido antes a las salvedades que desde tencia que, a su vez, puede terminar por socavar la necesaria confianza en
llll principio limitaban de forma tácita mi campo de actuación. Insisto el sentido de su labor.
en quitar importancia, de entrada, a la existencia de tales salvedades, toda Esta dinámica perversa queda agravada por el sentimiento de sole-
vez que, en cuanto tales, son perceptibles por sí mismas y no ponen en dad que infunde el rasero tan distinto que el crítico ve emplear a su alre-
cuestión el conjunto de la actividad crítica. Empiezan a hacerlo, sin em- dedor, con menoscabo constante de su empeño. Y adquiere tintes dramá-
bargo, cuando son tantas que se vuelve difícil distinguirlas. Pero esto mis- ticos cuando, para colmo, el crítico debe optar, a la hora de elegir qué
mo es lo que viene ocurriendo con desvergüenza creciente en todos libro reseña, entre las dos funciones que le cumple desempeñar con celo
lados. idéntico: la de discriminar, entre lo que estridentemente reclama la aten-
Mi decisión de volcarme, hacia finales de los noventa, en el comen- ción del lector, lo que vale la pi::na de ser leído; y la de llamar su atención
tario de la nueva narrativa hispanoamericana tiene que que ver con eso, sobre lo que de otro modo, por falta de visibilidad, escaparía a ella.
como ya he dicho. Por entonces empiezo yo a padecer seriamente la in- Cualquier reseñista que persevera en su dudosa actividad termina re-
comodidad que supone practicar un reseñisrno de estilo contundente, ca- sintiéndose, cuando la ejerce con convencimiento, de las contradiccio-
paz de gestos abiertamente destructivos, en un marco de acción cada vez nes que lo acechan. Estas contradicciones no hacen más que aumentar
má s restringido. Mis escrúpulos consideran, en primer lugar, la injusticia conforme el crítico en cuestión alcanza alguna notoriedad. Pronto llega
asociada al hecho de que un número cada vez más amplio de autores que- un punto en que el simple escrutinio, por un lado, de las novedades más
den blindados de toda reseña negativa. Y consideran a continuación algo llamativas, para las que se reclama su juicio, y, por el otro, el seguimien-
más preocupante en general, y también más deprimente para mi en par- to de los autores de su interés, agotan casi por completo su margen de
ticular: la soledad cada vez mayor en la que me doy cuenta que insisto en maniobra, dificultándole la exploración de las propuestas raras o margi-
perseverar en mi propio concepto de reseñismo. nales en que anida a menudo el germen de la novedad. Deberá enton-
Lo que vengo a decir desatará sin duda toda suerte de susceptibili- ces sopesa r con máximo cuidado los libro s que elige comentar y hacer
dades, pero me animo decirlo en honor al fragmentario recuento que he que esa elección sea por sí misma significativa, con ind epen dencia del
emprendido aquí de mi propio trayecto como crítico: no me reconozco juicio en que concluya. Será su experiencia, en proporción equivalente
en la tarea que veo desempeñar a la gran mayoría de quienes, hasta hace a su instinto, la que habrá de dictarle cómo conseguir que así ocurra, con
poco, se suponía que eran mis colegas . Y no consigo hacerlo, no única- vibración polémica . Tendrá que confiar en el valor acumulativo de cada
mente en razón de su estilo muy diferente y de su concepto de reseñis - una de sus intervenciones, que con ese fin tenderán a concentrarse en una
mo a veces tan alejado del mío; también por la infranqueable disparidad linea previamente definida. Tanto más cuanto mayores sean las limita -
de su gusto -y no sólo de su criterio- con respecto del mio, una dis- cion es con que el medio en que actúa obstruyen su empeño de organi-
paridad a menudo tan acusada, tan determinada a veces, se diría, por el zar su criterio.
acomodamiento con las tendencias del mercado y con los escalafones ya Pienso ahora que un reseñista, por obstinado y ambicioso que sea,
establecidos, que uno debe resistir la tentación de atribuirla a la desho- puede darse por afortunado si, en el transcurso de su trayectoria , acier-
nestidad intelectual. ta a acompañar y tal vez orientar en su evolución a un puñado de auto-
Hay una desproporción inmensa entre los recursos personales de un res valiosos que él ha co ntribuido a destacar y a los que ha ayudado a
crítico y la inabarcabilidad de su campo de actuación. Una desproporción abr irse paso en medio de la confusión imp era nte, lo cua l implica a me -

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Jill(h, p r su parte, una ardua tarea de desbrozamiento. Hay un aforis- Tanto de Miguel Sánchez-Ostiz como de Rafael Chirbes y de An-
m o de lías Canetti que dice: «Deslizado por error en la historia de la tonio Soler he seleccionado dos reseñas para ilustrar la relación cambiante
lit ratura, y no hay quien lo saque>>.Pienso que un reseñista cumple tam- que le cabe mantener a un crítico con un escritor. Sobre cada uno ofrez-
bién una importante función cuando impide este tipo de deslizamien- co, primero, un reseña claramente positiva, que da cuenta de un interés
tos, cada vez más frecuentes . por el autor y de una expectativa sobre su obra que, en los tres casos,
Quizá llega un momento en que, si no las energías, le empiezan a fa- quedó luego decepcionada. Por lo que toca a Chirbes, autor del que hice
llar al reseñista los reflejos necesarios -la sensibilidad- para percibir el un seguimiento puntual desde sus inicios, llevaba escritas sobre él tres re-
latido de lo nuevo, que se ofrece bajo formas que él repudia o que ya no señas, dos de ellas muy elogiosas, antes de la que dediqué a su novela La
consigue reconocer. Cyril Connolly pensaba, siguiendo a Samuel Butler, largamarcha,a la que opuse serios reparos. De ahí la ceguera que supo-
que, al igual que ocurre con los deportistas, hay para los críticos un perío- nía atribuirme una mala voluntad hacia su obra como la que me acha-
do de actividad, unos límites de tiempo y de edad, más allá de los cuales caba Antonio Muñoz Melina en el artículo con el que presuntamente
sus aptitudes declinan y es facil que se conviertan en otros tantos defec- salia en defensa de la novela (y del que doy noticia en la primera de las
tos. No estoy muy conforme con esta idea, que invita, en cualquier caso, «calas>>reunidas al final de este volumen, donde añado también mi res-
a no bajar la guardia. Para lo cual conviene que el reseñista estime con la puesta) . Más deprimente fue que el mismo Chirbes sucumbiera a la mis-
mayor atención cuál es la medida real de su campo de elección . ma tentación; pero eso pertenece al tipo de sinsabores a los que tiene
que resignarse cualquier reseñista más o menos hecho a los rigores de su
Las setenta y una reseñas reunidas en este volumen tratan de sesenta y oficio. No por reiterada deja de resultar triste la constatación que uno
cuatro autores (sin contar los treinta y ocho reunidos en un volumen co- hace cada vez que se ve en situación de poner objeciones a un libro: la
lectivo de relatos), algo más de la mitad del total de los autores españo- resonancia de sus pullas es infinitamente superior a 1a de sus elogios, por
les de los que he llegado a ocuparme en el transcurso de quince años. encendidos que éstos sean. Por lo demás, mi comentario más bien seve-
A buena parte de ellos les he dedicado dos o más reseñas (hasta media ro sobre La lat;gamarchaconstituyó una de esas ocasiones, relativamente
docena , incluso más, a veces), haciendo un seguimiento bastante regular frecuentes a lo largo de mi trayectoria, en que mi jurcio sobre la novela
de su trayectoria. En la selección que aquí ofrezco, sin embargo, sólo fue la única nota disonante en medio de un coro casi unánime de bendi-
muy excepcionalmente recojo dos o más reseñas sobre un mismo autor. ciones. Algo que invitaría, a mí y a cualquiera, a dudar del propio juicio
En los casos de Juan Marsé y de Luis Goytisolo, porque constituyen si no fuera por como, en tales ocasiones, he solido percibir una sospe-
dos ejemplos admirables, cada uno a su modo, de autores que han sabido chosa tendencia a conformarse con la lectura que la novela en cuestión
evolucionar con coherencia, buscando siempre nuevas vías por las que postulaba de sí misma. A este respecto, el caso más escandaloso para mí
dar curso a sus recurrentes obsesiones, acertando a releerse a sí mismos lo constituyó la recepción de El hijo del acordeonista,de Bernardo Atxaga,
críticamente para no repetirse. Pienso que uno y otro, tan distintos, se muchos de quienes la celebraron consiguieron omitir en sus comenta-
cuentan entre los mejores representantes vivos y activos de una franja gene- rios (como el propio autor, en sus declaraciones; como los editores, en
racional -la que Juan García Hortelano bautizó como <<losniños de la los textos mismos que arropan el libro) la cuestión medular del libro, aca-
guerra »- a la que, como ya he dicho, corresponde el esfuerzo más radi- tando obedientemente su mensaje pastoral.
cal y prolongado de modernización y de renovación de la narrativa espa- De sólo dos autores he rescatado tres reseñas sobre sus libros: Javier
ñola desde la Guerra Civil. Marías y Ray Loriga. De uno y otro he hecho, a partir del momento en

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qu e eso ha sido posible, un seguimiento continuo de su trayectoria (de Ja- tión -la de la narratividad- que en las últimas décadas no ha cesado de
vier Marías, desde la mitad de la misma; de Ray Loriga, desde su primer ser invocada por unos y otros. Cabría, de hecho, hilvanar un recorrido
libro), en el transcurso del cual no he dejado en ocasiones de oponer se- por la narrativa española del posfranquismo sirviéndose de este cacarea-
rios reparos a sus rumbos, sin que de ello se derivara, más bien todo lo do concepto, que por otro lado apenas ha tenido alcances reales en la
contrario, un desentendimiento de los mismos. En las reseñas sucesivas práctica efectiva de casi ninguno de los novelistas que se han llenado
que les he dedicado reconozco, así, una suerte de diálogo a distancia, la boca con él. A ello aludo en una de las «calas»finales de este libro, a pro-
nunca envenenado, que ejemplifica el tipo de relación más fértil que, en pósito de una ya olvidada polémica que en su día sostuvieronJohn Up-
mi opinión, le cabe establecer a un reseñista con un escritor. Relación dike, Norman Mailer y Tom Wolfe .
que me ha sido dado mantener con varios narradores, pero que ejem- Aparte de estos tres libros de crítica literaria (a fos que cabría sumar
plifico aquí a través de Marías y de Loriga por los perfiles tan divergentes La vida sexual de laspalabras,de Julián Ríos), mi selección incluye rese-
que uno y otro ofrecen, por el marco tan diferente de referencias quema- ñas de dos libros que sólo fronterizamente se incorporan a un recorrido
nejan y por su pertenencia a distintas generaciones, dentro de las cuales, por la narrativa española como el que aquí propongo, pero que trazan
cada uno en la suya, han cobrado una significación muy destacada. Algo desde él estimulantes líneas de fuga. Me refiero a Vendránmás años malos
que me sirve para poner de manifiesto las diferencias tanto de estilo como y nos harán más ciegos,del ya mencionado Rafael Sánchez Ferlosio, ad-
de punto de vista, incluso de criterio, aunque no de exigencia, que un mirable miscelánea de apuntes, sólo unos pocos narrativos, y a Grandes
reseñista debe emplear según el tipo tanto de autor como de libro al que Hits, de Guillem Martínez, una coleéción de crónicas periodísticas cuya
hace frente. voluntad de estilo y elaborada construcción del punto de vista -del yo,
Parece indiscutible la hegemonía de la novela sobre el relato , mucho en este caso- supera con creces las de muchas novelas .
más en el marco de la narrativa española, sin que importen ahora las ra- Como con el concepto de narratividad, cabría asimismo hilvanar un
zones de que así sea, que alguna vez me he distraído en conjeturar. La recorrido por la narrativa española del posfranquismo sirviéndose del
media docena de reseñas relativas a libros de relatos que aquí reúno me empleo que en ella se ha ce del yo. La llamada literatura del yo ha sido
parece, en cualquier caso, que reflejan en proporción suficiente el peso también asunto recurrente en las últimas décadas , en que ninguno de los
que la ficción breve tiene todavía en la narrativa española, al menos en balances que se hace de la literatura española deja de señalar el auge que
la que se escribe en castellano. en ella han cobr ado los géne ros «autográficos», por así llamarl os. Dos de
Me ha parecido oportuno incluir en esta selección tres libros de crí- las reseñas que aquí reúno lo son de libros susceptibles de ser así etique-
tica literaria, los tres relativos a la narrativa española. De uno de ellos, La tados, siendo el de menos mérito el que más se conforma a la convención
literatura en la construcciónde la ciudad democrática,de Manuel Vázqu ez autobiográfica (la segunda entrega de las memorias de Camilo José Cela).
Montalbán, ya he dejado dicho en otro lugar que me parece el más pe- Por el contrario, el otro constituye seguramente uno de los ejercicios
netrante acercamiento a la narrativa española del posfranquismo reali- más radi cales que, en España y fuera de ella, se ha hecho a partir del yo.
zado por un escritor. En cuanto al ensayo de Gonzalo Hidalgo Bayal , M e refiero a El agenteprovocador, de Per e Gimferrer, libro que tien e la
Camino de]otán, dedicado a la obra Rafael Sánchez Ferlosio, lo traigo a virtud de poner en evidencia la cortedad del yo del que hace uso lama -
colación no sólo por ocuparse con vigor de un escritor a todas luces fun- yor part e de los memorialistas y autores de di arios que menud ea n en
damental, sino, sobre todo, por hac erlo desd e el punto de vista de lo qu e España , y libro que se alía en su aventur a con las atrev id as incursion es
él llama la razón narrativa,noción muy fértil qu e incide sobre una cues- que desde la novela han hecho en el espacio autobiográfico libros como

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IGNACIO ECHEVARRÍA PRÓLOGO

I: ·/afll a ro n palomas, de Luis Goytisolo, o Negra espaldadel tiempo, de Javier me siento incapaz de hac er. Pero no dejo de reconocer en buena parte
M, rí.is. de la nar rat iva escrita por muj ere s una tend encia a adscri birse a esa cate-
La mención de Pere Gimferrer me hace reparar en una cuestión pe- go ría. Corno también reconozco una absurda tendencia en los medios
k w uda, sobre la que no cabe extenderse aquí . Me refiero al alcance que, ·-que afortunadamente parece renú ti r~ a adj udic ar a mujeres el co- ·
cuando de la literatura española se trata, tiene el adjetivo española.Aun mentario de los libros escritos por mujeres.
asumiendo que una literatura se articula esencialmente a partir de la len- En cuanto a nu decisión de inclu ir, entr e las aqu í reunida s, alguna s
gua, no por ello dejan de sorprender las escasas o nulas concurrencias que rese ña s negativas, e incluso muy negativas, tiene que ve r, una vez más,
en España ofrecen las literaturas d e las distintas lenguas peninsulares. Al co n nú deternúnaci ón de que este libro cumpla un a func ió n ilust rativa
conúenzo de nú reseña de Grandes Hits, de Guillem Martínez, aludo a un de mi prop ia concepción del reseñismo . Entre los servic ios que el rese-
asunto todavía pendiente de ser considerado cabalmente: la responsabi- ñista rind e a los lectores, se cuenta, muy en primer lug ar, el de cribar los
lidad que los grandes medios de prensa tienen en la compartimentación títulos que la prensa cultura l y la publicidad editorial destacan. ¿Po r qué
de la cultura española, víctima de la «sucursalización » que de ella han he- hablar mal de ciert os libros cuando hay tanto s de los' que hablar bi en?,
cho las ediciones «local es» de los periódicos de ámbito nacional. El caso pre gunt an, conciliadores, los pro moto res cult urale s. Y bie n: sen cilla-
es que las distintas narrativas peninsulares -en castellano, en catalán, en m ente para desmentir, mu y a m enudo, cuanto se lleva dicho previame nte
euskera, en gallego- apenas comparten espacios de encuentro, lugares a favo r de esos lib ros, con fraude o engaño p ara el lector. Pero tambi én
comunes de reflexión y de crítica; la relación entre ellas par ece deter - para avivar el debate sobre la lit eratura y h acer sentir, a quien a ella se
minada por la resignada aceptación de una hegemonía -la de la narra- aproxima, que allí se ju ega algo má s qu e un sim ple entreteninúento . La
tiva en castellano-- qu e el mercado consolida, y de un os acercamientos co nstru cció n de un sistema de valores lit erarios se realiza a partir tanto
guiados, se diría , por una curiosid ad casi ant ropoló gica. Ap enas cuatro de apu estas como de rechazos, y en los argumentos con que se susten -
reseñas, entre setenta y una, correspondientes a libros escritos or iginal- tan esto s últimos alienta sin duda un a positi va def ensa de las-posic iones
mente en lenguas distintas de la castellana: la cifra es indicadora de un a ya alcanzadas , del nivel adquir ido .
situación de hecho qu e yo mismo, por mi parte - he de admitirlo con
alguna contrición-, no me he esforzado gran cosa en alterar. Algo en lo La gran m ayoría de las reseñ as aquí reu nida s fueron pub licadas en el su~
que interviene sin duda , todo hay que decirlo, mi escasa simpatía por las ple m ent o de lib ros de El País, p or lo gener al a los po cos días o sem anas
impostaciones localistas y -a la vista está- nú alergia a las nutofogías de la aparición del libro correspondiente. Sólo se de talla su pro ce den-
bu có licas. cia en lo s casos en que se pub licaron en otros me dio s. Al fin al del vo lu-
Una desproporción m ás injustificable todavía que la qu e acabo de me n encon tr ará el lector un índi ce de los aut or es y de los libros co -
señalar es la que , en nu selección, se da con las reseñas dedicada s a libros mentados, en el que se recogen tambi én otros nombres sob re los que se
escr itos por mujeres, sólo do s. Pero m e temo que nad a de lo que pueda discur re, por las razo nes que sea, con algún detenimiento.
decir a este prop ósito me librar á de los enojos inevitables a que me expon- Los text os de todas las reseñas se dan sin añadidos ni corre cciones,
go al subrayar este dato , impo sible de ajustar a la realidad de una pro- exce pto cu ando se trataba de errores flagra nte s. H e restituido ocasional -
duc ción editorial en la que la n ar rati va escrita por mujer es no cesa de mente , eso sí, p alabras o pasaj es even tu alm ent e cortados, mu y po cos,
in crem entar se. Decir qu e no me atrae la categoría de lo femenino aso- todo h ay que d ecirlo, y siemp re por razones per iodísticas. Asinúsmo , he
ciada a la lit eratura me obli garía a pre v iamente definir aquélla, cosa que restituido el título or igin al que puse yo a nú s textos, y que algun as vece s

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IGNACIO ECHEVARRÍA

fi1' cambiado, por razones de nuevo periodísticas. Fuera de eso, interve-


nir los textos con miras a mejorarlos no se compadecía con el dedarado
propósito de este libro de ilustrar acerca de una determinada práctica re-
señística, con todas sus limitaciones, empezando por la estilística. Huel-
ga decir que a menudo ha constituido un pequeño suplicio, al releerme,
identificar manías y tics cuya reiteración acaso justifiquen las prisas, sin
dejar por ello de resultar irritantes. Sólo me queda confiar en que no lo
sean tanto como para apartar al lector de la curiosidad que lo ha traído TRAYECTO
hasta aquí.
Barcelona,abril de 2005
Planetario

Antonio Gala, El manuscritocarmesí


Planeta, Barcelona, 1990

Fernando Sánchez Dragó, El camino del corazón


Planeta, Barcelona, 1990

Sabido es que el Planeta no premia tanto una novela como el perfil


de un novelista . Y en este sentido hay que admitir que, en su edición de
este año, ha dado con un escritor idóneo, de perfil casi numismático:
Antonio Gala. Un autor que reúne en grado óptimo los requisitos de
popularidad y complacencia pertinente s para un Planeta y que , además,
ha tenido la buena ocurrencia de escribir una novela histórica, subgé-
nero narrativo de probada aceptación.
El personaje escogido es Boabdil, el último rey de Granada, oscuro
protagonista de un turbulento y no menos oscuro episodio histórico: el
de la conquista del último enclave del islam en territorio peninsular, ul-
timada por los Reyes Católicos en la fecha famosa de 1492 y llevada a
buen término a través de un retorcido proceso de avanc es y retrocesos
en el que, más aún que la fuerza de las armas -refre nd adas por un fer-
vor de cruzada-, contaron las maquiav élicas dotes cizañeras y negocia-
doras del rey Fernando. Aún hoy, son muchos los puntos dudosos que
presenta para el especialista esa etapa de la historia de España, sobre la
que no llegaron a echar luz ninguno de los grandes arabistas del pasado.
Pero lo que para el historiador es un límit e, para el novelista es una li-
bertad, y Gala contaba co n ella a la hora de acometer su relato. Una
libertad de la que, hay que decirlo, ha usado y abusado, hasta el extremo

57
PLANETARIO ANTONIO GALA Y FERNAN DO SÁNCHEZ DRAGÓ

de que su novela carece, en mu cho s sentidos, del nún imo decoro hi stó - Está claro que, al obra r así, reclama para su texto un mayor margen
rico . No se trata de que falte a la verda d de los datos . Se trata más bien de de mov imiento. Pero con ello incurre en otro riesgo: el de desarti cu lar
la forzada int erpretación de tantos hechos cuyo aspecto contradictorio su narració n en una multit ud de excursos dig resivos. Bast a con co nside-
resuelve Gala por m edio de la inverosímil psicología de su personaj e. Éste rar las más de seiscientas páginas co n qu e cuen ta El manuscrito carmesípara
det enta una amplitud de miras y unas dotes proféticas sencillamente sospecha r qu e Gala h a sucu mbido a este peligro, pre so de sus muc h as ga-
in creíbles, y emplea, además, categorías históricas extemporáneas. R e- nas de decir y de los muc hos conocimientos acumul ados. La nove la se
sultaría fatigoso e inapropiado ex pla yarse aquí sobre este asunto; baste traba co ntinuame nte, ya sea en una targa galería de retratos, en la cróni-
reco rdar, a título de muestra, la conversación mant eni da en la prisión en- ca genealóg ica de los reyes n azaríes o en una ristra de poemas (que se
tre Gonzalo Fernández de Córdoba y Boabdil, en la que éste suelta frases acum ulan p or decenas ). Acostumbrado a la disciplin a del re lato breve y
del tenor de : «España somos todo s, don Gonzalo. Vos habláis de Aragón de la pieza teatral, Gala ha int erpretado la flex ibili dad de la novela como
y de Castilla; yo soy el rey de Andalu cía». Como bien le respond e don una lice n cia para la incon tinencia . El Gala qu e se estrena como novelis -
Gonzalo, eso es sólo una frase. Frase que proporciona una pista de la ta no es el cuentista ni el dramaturg o : es el articuli sta ablandado p o r el
equívoca plantilla con que Gala propone, a través de su novela, toda un a cotidia no ejercicio de dise rtar libre mente sobre cualquier tem a de su
lec tura de la R ec onquista y del p eso que en la histori a y en la cultura es- ocurre ncia . Una circunsta ncia en la que co labo ran el carácter estático y
pañol as tien e la huella musulman a. medita bundo del relato y su ritmo breve, aco mp asado en cortos tramos
Al lector, sin embargo, po co han de importarl e estas inexa ctitud es, de prosa.
qu e acaso juzgue sutilezas. Por lo demás, el propio Gala le h ace decir a Una prosa en galanada, preciosista, abultada aquí y allá por rijo sas
B oabdil , con toda la razón, qu e «la realidad no es ni remotamente pa- secuenc ias de lirismo sexual y de fervores andalucistas. Una prosa de lu-
recid a al relato que se hac e de ella». Lo que import a aho ra es má s bi en joso cas tellano, sermoneado ra, repl eta de enj undi osas bondades y de
calibrar la legitimidad de la nov ela en cuanto artefacto literario. Y en verd ade s no tan enjundiosas . Una prosa efusiva, qu e se inviste de hum a-
este punto so n muchos los reparo s que acuden al come ntario. En pri- na sabiduría y que difícilme nte se resigna a clausur ar un párrafo sin una
mer lugar, Gala ha rec urrido al expe dient e de h ace r escribir a Bo abdil máxima mor al, sin una sent encia . La misma prosa que Gala usa a diario
un a especie de memorias en el tiempo, a m edio camino entre un as con- en su labor periodística (sin recurr ir a Boabd il) y de la que, con más mo-
fesiones y un diario. Ello justific a la morosidad del relato y la cercanía deración, se sirvió ante s para la serie televisiva «Paisajes con figuras>>,que
co n respecto a los hechos narr ados, pero genera una dificultad que Gala conten ía ya e]mold e de la poética aplicada a esta novela , si bien aqu í di-
ha de satendido por completo: la exige ncia de construir prog resivamen- latada hasta la m onumentalidad. De la afición y del gusto que el lector
te la voz del narr ador. El Bo abdil de Gala se expr esa a los ve int e años e:Kperimen te por esta prosa habrá de sacar el disfrute que le depare esta
con el mismo tono solemne y desenga ñado qu e a lo s sesent a y cu atro, novela, co nd enada de ante m ano al bó.to.
sin que se perciba un avance convincente en su sensibilidad, en su con - Más difi cil es que obte nga gusto y cobre afición por la prosa de Fer-
cepci ó n del mundo ni en su comprensión de los sucesos que prot ago - nando Sán ch ez Dragó, fin alista del Planeta y escritor que ha p rotago-
ni za. Se trata de un personaje estanca do. En su propó sito de tren zar la nizado una de las trayecto rias má s verti ginosas de la recie nte litera tur a
narraci ó n hi stórica con la intro specc ión, Gala se ha desen tendido de españo la. El propio Dr agó califica su estilo de «barro co, desgarr ado y va-
la imp ortan cia que en esta tarea reclama la adecuada perspectivización ronil» . Por lo que al lector respecta, sin embargo, valga decir que , eng as-
d el relato . tado aú n de casticismos, de frases hechas y de citas solapadas, ese estilo

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PLANETAR.10 ANTONIO GALA Y FERNANDO SÁNCHEZ DRAGÓ

ha bajado varios escalones de barroquismo desde que su autor escribiera de Dionisio). Lo importante es el mensaje, condensado en los fragmen-
la Historia mágicade Espm'"ia.
Y el que ello sea así debe interpretarse ma- tos de una carta de ciento dieci siete folios que, desde la India, Dioni-
yormente como un explícito deseo de Dragó para transmitir su mensa- sio envía «a más de cien amigos>>.Resignado a que se abalancen sobre su
je. Porque Sánchez Dragó es un escritor con mensaje. Es más que eso, es yugular, Dionisio dice allí cosas como que << Hay más ardor en el gesto
un predicador. Y esta novela suya, encubierta por una frágil peripecia de embragar de un taxista de Nueva Delhi que en la obra entera de
aventurera y estructurada por medio de un socorrido juego met alitera- Nietzsche », sin que ello le impida, lin eas más adelante, referirse a la In-
rio, se reduce en última instancia a un sermón. El Sermón de la Mon- dia como «el país de Nietzsche, el país donde no hace falta el eterno re-
taña de Fernando Sánchez Dragó, renacido en Soria a la emblemática torno ». Lo dicho, una «empanada mental», a cuyo cocimiento contri-
edad de treinta y tres años, concretamente en 1969, fecha en que trans- buyen los diversos santones e iluminados con que Dionisia topa en las
curre su relato y en la que la experiencia del Mayo francés precipitó en diversas etapas de su camino. Un camino que señala, indudablemente, al
él una profunda transformación interior. Sobre eso versa precisamente corazón. Pero no a un corazón cualquiera, sino al corazón de Sánchez
esta novela, en la que se da cuenta del viaje iniciático a través de Asia D ragó. Su novela constituye un insólito documento de megalomanía,
realizado por el joven Dionisio, a punto de cumplir esos mismos treinta dentro de un panorama narrativo en el que éstos no escasean. Y es que,
y tres años decisivos. Las coincidencias de Dionisio con Sánchez Dragó como cualquiera de esas sonrientes y alborotadas divinidades asiáticas,
son tantas y de tal calibre que, por si el lector no había caído, no tarda Sánchez Dragó tiene ocho brazos, y los ochos le señalan a él mismo.
en puntualizarse, desde dentro mismo del texto, que uno y otro han na-
cido el mismo día y han recorrido trayectorias casi idénticas. Pero aun
eso no basta e, impaciente ya, haci a la mitad de la novela Dragó se de-
cide a entrar él mismo como protagonista, con nombre y apellidos. Y lo
hace , modestia aparte, por la puerta grande, ejerciendo sus encantos e
impartiendo sus co nsejos . Cristina, la mujer de Dionisio, autora de unas
memorias cuyo texto se interpola con el relato del viaje de aquél, se re-
fiere a las palabras de Dragó como «altamente reveladoras para quien no
tenga los oídos llenos de cerum en ni los ojos cubiertos de telarañas», y
llega todavía más lejos, al señalar en ellas «un tono y un toque de aten-
ción casi evangélicos». Así las cosas, no extraña que respire aliviada cuan-
do, «desde las alturas de su incuestionable autorid ad literaria», Sánchez
Dragó da el visto bueno a sus tanteos literarios.
Que nadie sospeche un humor soterrado en todo esto. Lo s predi-
cadores nunca br omean . Y Sánchez Dragó, ya va dicho, es un predica-
dor. Predica su pasión viajera, su antieuropeísmo militante, sus prejui-
cios antidemocráticos, su mística oriental, su quijotismo sublimado y
tantas cosas más. Poco importa que el resultado tenga mucho de «empa-
nada mental» (así se expresa, si bien «con cierto encono», un compañero

60
JUA N MARSÉ

b tram a de sus novelas, nunca antes había empleado tales recursos de


modo tan descarn ado, y nunca el lector había asistido tan de cerca al
artificio malabar con que uno y otro se redimen mutu amente , confabu -
- Jándose en el logro de lo que bien puede ser considerada una farsa sen-
Adiós a Teresa timenta l.
El modo en que ésta es construida, con trazos gruesos y expe rtos,
elata el oficio consumado de un maestro , la facilidad de quien domina
Juan Marsé, El amante bilingüe Linatécnica y confía en ella para lograr en apenas dosci entas pág inas lo
Planeta, Barcelona, 1990 que, una vez leídas, parece imposible : hacer creíble la descabellada his-
toria que en ellas se cuenta. Delata asimismo la facilidad de quie n vuel-
ve sobre escenarios y temas que son los suyos propios, los de siempre,
El amante bilingüe se ofrece como una hermosa y comp licada parábola como vuelve un paisajista, sin repetirse, a sus motivos más comu nes (lo
acerca del drama de identidad sufrido por un individuo culturalmente que da pie a constatar que Marsé es el gran paisajista mor al de la Barce-
desarraigado. El que este drama se perfile sobre el hor izonte de la dua- lon a de posguerra ). A esta facilidad habría qu e vincul ar el esquematis-
lidad cultural y lingüística de Barcelona es sólo un dato más. Está daro mo e incluso el desaliño atribuibles a este texto , y que responden en am-
que a Marsé, si bien le tienta la pulla polémica y contracatalanufa, lo que plia medida a una estilización deliberada.
le ocupa realmente es algo más hondo y más sutil, que en este caso con- Con respecto al conjunto de la obra de Marsé , esta nueva novela
creto apunta a resolver la pregunta que en un momento dado alguien confirma una tendencia ya apuntada por R onda del Guinardó y Teniente
hace al protagonista del relato: <<¿Túquién eres en realidad, Marés?». Bravo. Se trata de lo que parece constituir un misantrópico replegamien-
Bien pensado, esta pregunta pesa sobre buena parte de los persona- to, un recogimiento de Marsé sobre la más íntima de sus exper iencias:
jes a los que Marsé ha dado vida en sus novelas anteriores. El problema la de la infancia. A ésta le había dedicado , en Si te dicenque caí, lo que él
de la identidad propia y el de su falseamiento recorre la obra entera de llamó «una secreta y nostálgica despedid a». Pero está claro que no fue así.
Marsé - y de sus compañeros de gene ración - y consti tuye un o de los La infancia y sus escenarios cobran en Mars é un protagonismo crecien-
dos ejes sobre los que se desenvuel ve su más personal creación: la figu- te e imponen en su obra el ritmo demor ado y lacónico de un regreso.
ra del charnego. Éste adquiere con Marsé el carácter de <<todoun con- De lo que sí parece despedirse Marsé, pero sin nostalgia, es de algo que
cepto estético», que se organiza dramáticamente en torno al fracaso y sin emb argo qued ará como uno de sus más celebrados motivos: el irre-
cierto romanticismo del fracaso que, si bien está en la base de la novela sistible encanto que sobre un mu chacho de la calle Verdi ejercían las se-
como género moderno, en Marsé alcanza una intensidad y una emoción ñoritas de la burguesía barcelonesa . N o cabe dud a de que, en El amante
propias, a las que cabe endosar la impresionante consistencia de su mun- bilingüe, el peso de la farsa cae del lado del equívoco y de la impostura
do narrati vo. que un día reunió a Juan Marés y Norma Valentí, marchitas cont rafigu-
Afirmándose sobre estos dos ejes -máscara y fracaso-, Marsé se ras del Pijoaparte y de Teresa. El lo co amor de aquél, la aventure ra im-
lanza en El amante bilingüea lo que puede calificarse como el más arries- postura que contab a Últimas tardescon Teresa, se resuelve hoy, en labios
gado de sus empeños novelísticos . Arriesgado por acrobático. Pues si la de Marés -F aneca, en una extrañez a: «¿Qu é tenía él que ver con toda esa
sátira y el lirismo han sido siempre los hilos con los que Marsé ha tejido gente?».

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ADIÓS A TERESA

Pero toda farsa se sustenta sobre los pedazos de un sueño roto. Toda
fars:i es la otra cara de una elegía. Y El amante bilingüedebe leerse como
ambas cosas, como farsa y elegía. Farsa y elegía por Teresa, a la que Mar-
st·parece decir adiós, y que, después de tantos años, se esfuma aquí, acaso
para siempre. Como ese pez de oro perdiéndose en las sombras del es- El ángel exterminador
tanque de Villa Valentí.
El Observador,28 de octubre de 1990
Miguel Espinosa, LaJ ea bu1guesía
Alfaguara, Madrid, 1990

C on ecos de ultratumba ha sonado, en medio del desordenado bullicio


de la narrativa española, la voz de Miguel Espinosa. Con ecos de ultra-
tumba porque La Jea burguesía,recién publicada, es una novela póstu-
ma. Pero sobre todo porque se trata de una novela que trae a la memo-
ria -y al gusto- unas fórmulas narrativas extrañamente fen~cidas.
Escrita durante los años setenta, pero revisa da y concluida hacia
1980, poco antes de la muerte de su autor, La Jea burguesíada cuenta de
un empeño literario inmune a los tráficos de las modas literarias y, lo que
es más significativo, a las corrientes más profundas que las gobiernan.
Podría deducirse de ello un enquistamiento de dudoso mérito. Pero a la
vista de los resultados hay que convenir en algo bien distinto : la cohe -
renc ia con los planteamientos narrativos establecidos por Espinosa en sus
obras anteriores, y su perfecta validez en punto al propósito que los guia-
ha . Tal propósito coincidía parcialmente con el de otros << renovadores»
de la generación de medio siglo, obstinados en efectuar una implacable
requisitoria del orden moral generado por el franquismo asociada a una
liquidación sistemática de sus retóri cas, todo ello con una ambición ar-
tística que trascendiera la intención resueltamente crítica. Que, por esta
vía, Espinosa anduviera enfrascado en un proyecto de muy compleja y
personalísima trama, no hace sino abundar en la evidencia de que su lec-
tura resulta imprescindible para calibrar la hondura con que, en el perío-
do que media entre 1962 y 1975, se trabajó en dicho propósito. No cabe
duda de que la obra de Miguel Espinosa, prematuramente interrumpí -

65
EL ÁNGEL EXTERMINADOR
MIGUEL ESPINOSA

da, se hallaba destinada a estirar su alcance hasta límites hoy dificilmente


sospechables. Como sea, la tardía publicación de esta novela suya en 1990 deja al descubierto, con un rigor en absoluto ecuánime, las entrañas mis-
tiene un valor añadido, de carácter estratégico. Pues sirve como recor- mas del «ser inmoral» de la burguesía franquista. Y el resultado tiene mu-
datorio de unas actitudes prácticamente obviadas en el tramo reciente cho de manual filosófico de la ignominia.
de la narrativa española, que si bien se ha abierto legítimamente a otros Para conjurarla y retratarla --según reza el aforismo final de la no-
horizontes, lo ha hecho demasiado a menudo con una solemne igno- vela-, Espinosa transcribió las palabras de lafea burguesía, y atendió a su
rancia de aquellos otros que abrió el tramo anterior. fondo . La penetración de su observación es tan profunda, que alcanza
LAfea burguesíase propone, con tendenciosidad explícita en el títu- una sustancia en la que el lector de hoy reconoce, con muy escasos des-
lo, retratar en su textura moral a las clases que prosperaron durante el pla_zamientos, la estructura morfológica de las clases que hoy mismo pa-
ras1tan el poder . ·
franquismo. Con este objeto la novela se divide en dos partes. La pri-
mera, titulada «Clase media», consiste en cuatro exhaustivos historiales Como un ángel exterminador, Espinosa blandió su pluma contra la
de otras tantas parejas representativas, cada una a su modo, de las actitu- fea burguesía franquista . Pero lo hizo al modo buñuelesco . La encerró
des con que cierto género de humanidad trepó a las esferas del poder entre las paredes de sus propios gestos y de sus propias palabras. y allí per-
durante aquella época. En la segunda parte, titulada «Clase gozante», un man ece para siempre, como insectos sin sosiego en sus frascos de cristal.
narrador en primera persona registra cabizbajo el prolongado monólo-
go con que un antiguo amigo le hace una prolija exposición de sus va- Quimera, n.º 105, junio de 1991
lores y de los fundamentos de su triunfo, en manifiesta contraposición a
los de su oyente.
El cemento que argamasa las piezas del texto es el odio . Un despre-
cio, un asco de densidad flaubertiana. La perspicacia profundísima con
que Espinosa retrata a sus víctimas presupone la doliente y obsesiva aten-
ción de las grandes pasiones, su agudo conocimiento. Ese odio es tan po-
deroso, se nutre tan directamente de su objeto, que al autor le basta con
sefialarlo, confiado en su intrínseca perversidad . El dispositivo de la no-
vela no cede a la intromisión del narrador, y ataja todo tipo de efusión.
Se ·~rata, muy al contrario, de un dispositivo distanciador, de inequívoca
impronta brechtiana. Toda la estrategia del texto tiende a generar dis-
tancia, con el fin de introducir en su espacio un rechazo consciente. Tal
es el sentido del lenguaje estilizadamente retórico, jurídico, casuístico;
de la consistencia típica de los personajes; del pastiche de discursos, citas
y eslóganes; tal es la función de los poemas y la razón de que el libro todo
despida un inquietante aroma de tratado zoológico, donde, en un tono
impostadamente imparcial, se disecciona a las víctimas en cuestión con
la fría minuciosidad de un entomólogo. La impasible sátira de Espinosa

66
ÁLVARO DEL AMO

cualquier historia que hoy pueda escribirse debe reclamar la atención del
lector . Minia.turismo, no minimalismo . Una pura pero en absoluto sim-
- ple cuestión de economía y de proporción .
El rigor con que Del Amo contraría la tendencia natural de cual-
U na novela bonsái quier historia a explayarse, la disciplina que ejerce sobre sus materiales
para adecuarlos a la estricta medida de sus intenciones, propicia una in-
negable tensión. Y donde ésta se hace más patente es en el estilo. Del
Álvaro del Amo, Contagio Amo es dueño de un talento estilístico de primer orden . De un estilo
Anagrama, Barcelona, 1991 solvente que no elude la sofisticación y que, particularmente en Libreto,
ha dado lugar a páginas magistrales. Pero es la fuerza misma de este esti-
lo, la suntuosa amplitud de algunos de sus períodos , los elegantes contras-
Esta novela solicita, pero sólo para ignorarlo luego desdeñosamente, el tes con que se adorna, los que abren un cauce por donde luego el sutil
reproche de su poquedad . caudal de la narración se siente insuficiente. Es dificil sustraerse a la im-
Con sus maneras impecables, Álvaro del Amo urde una historia que presión de que, en la severa, casi crueljibarización del relato, se ha pro-
se enreda con otra y otra y luego otra, desplazando hacia delante una ducido una merma lamentable, una pérdida. Como esas tablas donde
expectativa que finalmente queda en suspenso, insobornable a la avidez el maestro pintor ha perfilado el trasunto completo de la gran tela que
del curioso lector. no se ha conservado, y en las que no es tanto los detalles de la escena
La de Álvaro del Amo es una poética de la reducción . O, por decir- lo que se echa en falta como la reprinúda libertad de la pincelada.
lo inversamente, de la insinuación . Antes que decepcionar una expecta- Si el incumplimiento de las expectativas sugeridas por la historia
tiva él prefiere incumplirla y dejar al lector el trabajo de completarla. Una :1ctúan en definitiva como un elemento multiplicador (que tiene por re-
poética, en definitiva, del contagio, que malignamente se limita a infun- ferencia, en Contagio, las experiencias de la infancia), las expectativas
dir, sin consumirla, la expectativa que habrá de incubarse y desarrollarse , biertas por el estilo, en cambio, se sacian insuficientemente. Cunde la
fuera del propio texto, lacónico sumidero de anécdotas infectadas. exigencia de obtener más amplias satisfacciones de quien se muestra so-.
Lo curioso es que esta poética es practicada por un escritor que po- bradamente apto para darlas. Y si bien en este atareado juego de incon-
see el gusto y el instinto de la narración. De la narración en su sentido formidades late, por parte de Del Amo, una magnífica ironía (la que
más exuberante, decimonónico . Un talento formidable para el dibujo de tiene seducidos a los escasos lectores enterados de su importante valía),
los personajes , una imaginación poderosa, una aguda capacidad de ob- comporta asinúsmo una implacable renuncia de la que, ya no el ávido,
servación, un infalible sentido para la disposición de los detalles: con do- sino el exigente lector se resiente . Será éste quien, tras la lectura de Con-
tes como éstas Álvaro del Amo construye novelas minúsculas que, una tagio, formule, aunque luego sea desdeñosa.mente ignorado, el reproche
vez entre manos, sorprenden por su peso inesperado . Y es que Del Amo de su poquedad.
no renuncia a la ambición ni a la complejidad conte1úda en cualquiera
de los grandes novelones de antaño: únicamente renuncia a su longi-
tud. Son las suyas -y esta última sobre todo, de tan frondosa peripe-
cia- novelas bonsái, que atienden a la precariedad, la urgencia con que

68
JULIÁN RÍOS

asociaciones verbales el bulto más bien escuálido de pálidas observacio-


nes con que Ríos ilumina los objetos de su reflexión.
Pero el centro de interés del libro se condensa, de hecho, en su úl-
tima parte, aquella que le da título, y que consiste propiamente en una
suerte de poética o de manifiesto conforme al cual debe interpretarse el
Kamasutra verbal
quehacer íntegro de Ríos. En la práctica, ]as dos primeras partes del li-
b ro se ofrecen como desarroUos concretos de una clave de escritura y de
lectura que se expone y se celebra en este texto final, puerta de «acceso
Julián Ríos, La vida sexual de laspalabras
principal» al resto de la obra.
Mondadori, Madrid, l 991
Puede parecer arduo resumir en po cas líneas cuáles son las cifras
maestras de dicha clave, pero no es así. En realidad, se limitan a sólo
dos: el pun (la paranomasia) y el calambur. O, más simplemente, el jue-
Julián Ríos es miembro conspicuo de una innominada pero muy reco-
go de palabras, que, con pícaro ingenio, Ríos asimila al <1ay untamiento
nocible cofradía internacional de escritores y artistas. Ésta cuenta entre
verbal», a «la vida sexual», abundando en la ya sobada vinculación de la
sus más famosas hazañas el haber conseguido convertir el centón de Lar-
libido con la literatura desde la chata perspectiva conforme a la cual «el
va en algo así como un best sellerpara minorías. Desde entonces, y en jus-
lenguaje es una copulación generalizada» .
ta correspondencia, Ríos viene empleándose mayormente en glosar las
Hace ya mucho que ha pasado la hora de discutir la oportunidad y
obras de algunos de sus cofrades. Y con este pretexto ha publicado ya un
la validez de esta metáfora. Lo que aquí toca es juzgar cuál es el fruto de
par de lujosos álbumes dedicatorios donde sus aplicados trabalenguas lu-
sus presupuestos en el ámbito particular de los ejercicios de Ríos. Y en
cen muy aparentes.
este punto el saldo es más bien magro. Sólo a paladares muy ávidos les
Este nuevo libro persevera por esta vía. La primera parte del mismo
es dado hallar disfrute (ya no se diga, como el propio texto postula, «una
versa sobre los escritores Juan Goytisolo, Andrés Sánchez Robayna y
espec ie de orgasmo ») en las acrobacias verbales de Ríos.
Carlos Fuentes, quienes comparten tribuna con dos santos patrones de
Citando el 1\tlurphy de Beckett, afirma Ríos que «al principio era el
Ríos: James Joyce (que desde hace años soporta con la resignación de la
pun>>.Pero es que en su escritura el pun está al principio y al final de todo.
tumba el extraviado fervor de este acólito intempestivo) y Amo Schmidt
El juego de palabras se persigue como único objeto, se agota en sí mismo.
(que a partir de ahora mismo pasa a engrosar el repertorio de sus canti-
Y así, el complicado kamasutra de su retórica deviene gimnasia agota-
nelas reivindicativas) .
dora, que, lejos de propiciar, estorba el placer y disminuye la expectativa
La segunda parte del libro es la que justifica la colección de cromos
de fertilidad.
que lo ilustra, pues va dedicada a sendos artistas plásticos. Apenas se hace
Toda la poética de Ríos se funda en un lamentable equívoco de na -
necesario citar sus nombres, pues no son otros que Eduardo Arroyo,
turaleza similar al que confunde su lectura de Joyce (y de Rabelais, y de
Jordi Colomer, R. B. Kitaj y Antonio Saura, artistas algunos de ellos
Cervantes, y de Sterne). Buenamente empeñado en devolver al lengua-
sobre los que Ríos lleva ya redichas varias ocurrencias .
je «su antigua frescura », Ríos conoce una única estrategia, a la que atri-
La forma escogida por Ríos para tratar de unos y otros es la conver-
buye poderes de varita mágica pero que sólo superficialmente roza su
sación ficticia entre tres p ersonajes, extraídos de un pasaje de Larva. Los
objetivo.
tres - A, B y C- compiten en in genio para rellenar con sus fatigosas

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70
KAMASUTRA VERBAL

No es extraño, así, que Ríos venga, paradójicamente, a engrosar la


nómina de esos «escribanos en lenguas muertas,> a los que él mismo alu-
de, ni que la lectura de sus sopas de letras sea lo contrario de «la lectura
como experiencia». Constituido en horizonte único del texto, el juego
de palabras no aviva el lenguaje, sólo lo riza y lo esteriliza.
«Escrivivir», <<liberatura»,«circoanálisis»... : muy a pesar suyo, los in- En el baúl de los recuerdos
ventos verbales de Ríos gozan de escasa fortuna, y ello se debe sin duda,
entre otros muchos motivos, a que , por ingenioso que resulte (y a veces
Ríos resulta ciertamente ingenioso, tanto va el cántaro a la fuente), el Antonio Muñoz Molina, El jinete polaco
juego verbal, como la palabra misma, necesita un terreno abonado en Planet a, Bar celona, 1991
el que germinar, un espacio donde adquirir resonancia, y ese terreno,
ese espacio no saben crearlo por sí solos los artefactos de Ríos, donde la
mecánica reiterativa de sus ingenios genera un clima abstracto, postizo. A mitad del camino de la vida, es decir, a sus treinta y cinco años, Mu-
Por lo demás, Ríos ni siquiera es completamente fiel a su poética. 1 0z Molina ha obtenido el Premio Planeta con un a intensa nove la de
Sus juegos de lenguaje se engordan y alivian mediante el recurso a vo- :ibundantes ingredientes autobiográficos. Una novela que, a lo largo
ces extranjeras; sus paranomasias no ensanchan ni refuerzan la intención de sus casi seiscientas páginas, aliment a la certid umbre de que se trata de
del texto, más bien lo distraen y lo atomizan, hasta vaciarlo; a sus neo- una obra importante, decisiva en la trayectoria vital y literaria del autor.
logismos, por último, les falta la convicción y el atrevimiento de impo- Ello añade a su lectura un peculiar aliciente, que si no legitima, al me-
nerse por sí mismos y se destacan mediante cursivas y comillas que re- nos sí matiza algunos de lo s numerosos reparos que el libro suscita.
claman la atención y subrayan su sentido, no sea que el ingrato lector A los treinta y cinco años, es decir, a mit ad del camino de la vida no ·
'
atribuya el mérito del invento a un error tipográfico (algo impensable si es infrecuent e que un escritor top consigo mismo y que en su propia
el texto confiara en su eficacia). escrit ura se abra un sendero de indag ación personal. Un caso emblemá-
Decía Cocteau (otro ingenioso, aunque de muy distinta laya) que tico en la narrativa española es el de Juan Goytisolo, quien a los trein ta
cualquier obra maestra de la literatura no es más que un dic cionario en y cinc o años, precisamente, publicó Seri as de identidad. Sin pretens ió n de
desorden. Por su parte, las obras de Ríos, tan esmeradas, producen sólo ·xtremar la comparació n, esta obra tiene la virtud de ilustrar en negativo
un desorden moderado, pues las afinidades fonéticas y conceptuales ri- el sen tido y la significación de El jinete polaco.Pues allí donde Goytisolo,
gen el discurso y lo vuelven previsible. Claro que no se trata aquí de nin- ·n un impl acable repaso de la propia experienci a person al, funda ba una
guna obra maestra, sino mejor de una traviesa incur sión en el ensayo des- po ética de la negación y del extrañamiento que .comprometía su anda -
de la sección de pasatiempos . dura futur a, Muñoz Molina, a la inversa, en un ent rañ ado recuento del
pasado, concluye en una poética de la afirmación y del regreso qu e, en
relación con su obra anterior, se resuelve en un relajamiento de la im-
postación narrativa y en un deliberado arrimo a una voz y un a vive ncia
más presuntamente personal es.
El protagonista de El jinete polaco,Manuel, asegura en un mo me nto
dado que «por primer a vez en mi vida soy yo quien cuenta y no quie n es-

73
ANTONIO MUÑOZ MOLIN A
EN EL BAÚL DE LOS RECUERDOS

captar la pluralidad del pasado, cuyos hilos se van trenzando y ordenan-


cucha, quien cuenta no para inventar o para esconderse a sí núsmo ... sino
do uno tras otro.
para explicarme todo lo que hasta ahora tal vez nunca entendí, lo que
En esta labor, sin embargo -la de atrapar el pasado con sus múlti-
oculté tras las voces de los otros. Ahora es nú voz la que escucho» .
. ¡ les matices-, Muñoz Molina se deja arrastrar de un modo progresivo
Así ocurre después de haber descubierto Manuel que «si hay algo
por la mecánica enumerativa, que llega a lastrar de un modo a veces exas-
que no quiere ser es extranjero», ya que «por más que quiera uno tiene
pe rante el ritmo narrativo y que pervierte su pulido estilo. Un estilo, por
un solo idioma y una sola patria, aunque reniegue de ella, y hasta es po-
lo demás, vibrante y preciso, de una tersa sencillez que en absoluto com-
sible que una sola ciudad y un único paisaje». Este sentinúento lleva im-
plica el estiranúento de las frases durante páginas enteras, ya que en ta-
plícita la solidaria asunción de los propios orígenes, el compronúso res-
les casos se procede mediante yuxtaposiciones que fácilmente podrían
ponsable con el pasado. Eso que a Manuel le lleva a decirse que «de algo
dar lugar a otras tantas oraciones de menor bulto.
ha de servirme haber cumplido treinta y cinco años y llevar en mi con-
Las reiteradas enumeraciones del texto no sólo tienden a hipertro-
ciencia y en mi sangre todo el amor y el sufrimiento y el impulso de vi-
fiado, sino que actúan de rejilla por donde fácilmente se cuela una de las
vir que me legaron mis mayores, no estoy solo, ahora lo sé».
más peligrosas tentaciones que rondan a un empeño de las característi-
En su itinerario esencial, pues, esta novela se edifica sobre la emo-
cas de El iinetepolaco:la nostalgia y sus licores dulzones, que tan a menu-
ción de reconocer el propio destino c~mo última pero transitoria fracción
do intoxican aquí la escritura. Muñoz Molina cae continuamente en la
de un destino remoto y colectivo; la emoción de sentir <itodos los pasa-
tentación de la nostalgia, y abusa de su complicidad para construir reite-
dos y los porvenires que fueron necesarios para que ahora yo sea quien
radas letanías sentimentales que rezuman exotismo rural, costumbrismo
soy, para que los rostros y las edades de los vivos y de los muertos se con-
sepia y ese lirismo de lo cotidiano que tantas veces trae el eco de cierta
gregaran ante mí». Esto es, básicamente, lo que El jinete polaconovela.
poesía social, muy afin a las letrillas de algunos afamados cantautores.
Presentado como un tríptico, el relato evoca la vida de una pobla-
Esta debilidad acecha muy particularmente a la novela generacional,
ción, Mágina (escenario de Beatus ille, la primera novela de Muñoz
de cuyos acentos particip a en buena medida El jinete polaco. Pero, aun
Molina), a través de un extenso período que abarca cuatro generaciones
siendo grave, no es la mayor flaqueza de esta novela, que donde más su-
y comprende la propia vida del narrador, sus orígenes, su infancia y su
fre es en la solución final que Muñoz Molina proporciona a unos mate-
adolescencia, su desarraigo y su huida, y, finalmente (a los treinta y cin-
riales de, por otra parte, enorme riqueza y una importante capacidad de
co años), su regr eso y su reconocimiento, en ese núsmo entorno, de su
convicción.
propio destino y de su propia identidad. Todo un recorrido a través del
Lo que falla es el armazón núsmo ideado por el autor para encua -
tiempo que se reanuda una y otra vez desde el presente y que es propi-
dr ar la búsqueda del tiempo perdido en que se sumerge el personaje . El
ciado por el insólito descubrinúento, en un viejo baúl, de millares de
rocambolesco hallazgo del bául de los recuerdos, la folletinesca epifanía
fotografías en las que el pasado ha quedado retenido.
amorosa que lo preludia, constituyen un pobre expediente justific ativo
La porosidad del tiempo (el «presente simultáneo » que comprende
de lo que bien podría hab er sucedido con mucha menos fatiga (bastaba
la nov ela) la subraya Muñoz Molina mediante el libre man ejo de la voz
con algo parecido al sabor de una magdalena). De hecho, el autor aca-
narradora, que es siempre la núsma -la de Manuel-, pero que se ex-
ba sobreponiendo otra novela (la historia de amor con N adia) a la que
presa indistintamente en primera y en terc era persona («ya no soy quien
ya le ocupaba. Y en esta línea, la última parte del texto constituye un
fui, y por eso puedo hablar de nú núsmo en tercera persona»), y se hace
total desacierto.
eco, a la vez, de otras voces. Mediante este recurso se aspira también a

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74
EN EL BAÚL DE LOS RECUERDOS

Cuando el lector ya está en condiciones de reconstruir el proceso ín-


tegro del personaje , Mm1oz Molina lo compromete con el relato, inge-
nuamente tramposo, de un idilio que, además de inverosímil, se distrae
en infatigables tiradas de conceptismo erótico. A continuación, el re-
greso a Mágina resulta tan acaramelado como un anuncio navideño de De sangre y de mierda
turrones y da pie a repeticiones que , dada la longitud alcanzada por la
novela a esas alturas, resultan difícilmente perdonables. Aunque más im-
perdonable resulta aún la voluntad de redondear al final todas las histo- Félix de Azúa, Cambio de bandera
rias, todos los enigmas suscitados a lo largo del texto, a fuerza de expli- Anagrama, Barcelona, 1991
caciones burdas o extravagantes que les restan buena parte de su encanto
poético.
Curiosamente, en el dibujo de esas historias de personajes principa- D esde hace más de medio siglo, y atrás ya la cuarentena franquista, la
les o secundarios que nutren la novela es donde lucen más y mejor las Guerra Civil viene actuando como ineludible referente épico -y éti-
magníficas dotes de narrador de Mufioz Molina, incansable a la hora de co- en la narrativa española. Autores como Zúñiga, Cela o Benet dis-
urdir tramas y caracteres. Algunos de los muchos que pueblan esta no- currieron sobre ella en títulos mayores de la pasada década. A comienzos
vela son realmente espléndidos. La historia del comandante Galaz, en de este mismo año, Francisco Umbral la recordaba en el más afortu-
concreto, constituye por sí sola un relato novelesco lleno de fuerza y de nado de sus episodios nacionales. Y ahora es Félix de Azúa quien la uti-
sugestión. Pero también personajes mucho más llanos y prosaicos, como liza de telón de fondo para su última y seguramente mejor novela.
los abuelos o los padres del protagonista, se imponen con un vigor in- De telón de fondo, atiéndase bien. Pues, aunque en buena medida lo
negable. parezca, Cambio de banderano puede ser considerada cabalmente como
Con todos ellos, y con todas sus vísceras de hombre y de escritor una novela sobrela Guerra Civil. No cabe duda de que es, además, otra
puestas en juego, Muñoz Molina podría haber llegado mucho más lejos. cosa. O mejor: otras cosas. Y quizá el mayor reto del libro estriba en dis-
Si no es así, si El jinete polaco,con toda su intensidad, no alcanza litera - tinguir qué quiere en definitiva ser y qué es finalmente .
riamente la hondura del empeño que alienta la novela -y la sostiene--, El editor lo anuncia como una novela de «amor y guerra », solicitan-
es por una incontinencia a la que no sirven de coartada la emoción, ni la do las connotaciones de todo un género de aventura que cuenta con lar-
nostalgia, ni la sinceridad, ni todas sus melodías (por cierto que las can- ga tradición tanto en la literatura como en el cine, sobre todo en el cine,
ciones desempeñan un importante papel en el texto). De tal forma que, y más concretamente en el cine de los años cincuenta, del que Azúa, al
a la postre , y muy a pesar suyo, al narrador puede reprochársele lo que él parecer, «se confiesa tributario». Pero refiriéndose a Cambio de banderade
dice de su abuelo: que «fueron las palabras las que le hicieron perderse, este modo - irreprochable, en cuanto al contenido argumental de la no -
únicamente el brillo de las sonoras palabras que tanto le gustaban». vela-, es evidente que se distraen sus más afiladas intenciones .
La del «buen vasco» Luis Larrazábal es, efectivamente, una historia
de amor y guerra, un riguroso melodrama construido con devota aten-
ción a las reglas del género, sin olvido de ninguno de los ingredientes
sustanciales del mismo . Tanto es así que, casi por inercia, se termina por

77
DE SANGRE Y DE MIERDA FÉLIX DE AZÚA

adjudicar a Larrazábal, no sin cierta incongruencia, el rostro y los ade- tria, en el fuero generado por el propio texto, sería el producto de <<un
manes de un Rock Hudson o de un Gary Cooper, hasta tal punto cua- entramado de fluidos animales, económicos, religiosos>>(en el caso de los
dra con la estirpe del hombretón algo tontorrón y buenazo (para el caso, vascos, «tribal, eclesiástico, agrario»), en relación con el cual la nación
los suftjos son indispensables) que, imprevisiblemente, se manifiesta capaz constituiría una perversión introducida por la técnica y el progreso.
de adquirir una estatura heroica. De este distingo surg e la más arriesgada hipótesis incluida en la no-
Tan explícita impostación genérica, sin embargo, actúa, obviamen- vela: una hipótesis a primera vista demencial y fascinantemente provo-
te, de subterfugio. Y lo hace para canalizar una reflexión bastante atre- cativa. Pues, dando por sentado que Franco es el nombre dado por la
vida sobre una cuestión tan delicada como la del nacionalismo, sobre los historia «a la llegada de la técnica y el progreso técnico a España >>
, dicha
conceptos mi~mos de nación y de patria y los sentimientos que estas pa- hipótesis sugiere que «Franco se convertiría, para siempre, en el funda-
labras convocan y que Félix de Azúa azuza con feliz acierto, aun cuan- mento de cualquier futura nación» en España, y que, en la medida en
do, dada su vocación de agitador pero no de mártir, estima oportuno que «ya todas las naciones españolas tendrían que ser técnicas Y progre-
advertir al lector «que no se fíe de las apariencias y tenga presente, siem- sistas», habrían de ser «franquistas».
pre, quién expresa las opiniones, a veces contundentes, que va a encon- Si el lector se siente algo desconcertado por el papel que en todo
trar en estas páginas». este asunto se concede al progreso técnico, bueno será avanzarle que el
Tratar el tema del nacionalismo, y hacerlo en el contexto del País que así sea responde -siempre dentro del texto- a una comprensión
Vasco, precipita de inmediato una corriente de expectativas que Azúa se del fenómeno nacionalista desde la muy escorzada perspectiva confor-
propone sortear. Y en buena medida lo consigue al remitir el meollo de me a la cual la técnica aparece como el agente movilizador de un nue-
la acción de su novela a un episodio muy determinado de la Guerra Ci- vo orde~ planetario, que, abriéndose paso a través de la guerra (y aquí
vil : la resistencia del País Vasco al cerco de las tropas insurgentes y las ne- confluyen las dos reflexiones fundamentales de la novela), contempla en
gociaciones secretas a que dio lugar entre los nacionalistas vascos y los su meta la disolución de los estados nacionales. Esta aventurada pers-
invasores italianos destacados en ese frente. En el punto de mira de Azúa pectiva se la ofrecen a Félix de Azúa los diagnósticos futuristas -~e E~mt
no está la versión exaltada y sangrienta del nacionalismo que ofrece el J ünger y, con descaro e irreverencia que no ocultan la fascmaoon, el la
terrorismo -cuyos resortes sólo tangencialmente son aludidos-, sino sirve en el texto a través de un tal «teniente Jünger, de los alemanes», que
su versión más trivial, más burguesa y calculadora. De forma que Cam- ofrece una satisfactoria caricatura de su homónimo.
bio de banderase resuelve, ante todo, como una gravísima requisitoria Este personaje, sin embargo, así como el discurso que, cortejad~ ~or
contra la actitud del PNV durante la Guerra Civil y su desafecto a la cau- la disparatada retórica del enano Moret, inocula en el texto, de sub1to
sa republicana . arrojan a la novela un peso que amenaza con encorvarla. Si no ~lega a
Que sea así debe vincularse a que, entre sus más hondos propósitos, ocurrir tal cosa es porque, reaccionando a tiempo, el relato se decide, ya
la nov ela apunta a desacreditar el valor de la nación oponiéndole una no- en su tramo final, por reanudar resueltamente el tema del héroe, que se
ción «traslaticia» de la patria, «libre de servidumbres administrativas, exen- recorta de un modo a la vez amargo y cínico sobre el de la traición, en-
ta de personalidades e instituciones» . En un momento. dado, el narrador tendida aquí como la mecánica misma de la conducta humana y de sus
se pregunta si Larrazábal comprendió finalmente que «su patria forma-
disfraces ideológicos. .
ba parte, no de la muerte, sino de la inteligencia entre los hombres y de El heroísmo de Larrazábal se origina en una desviación d e la ideo -
su capacidad para habitar lo construido por el tiempo» . Y es que la pa- logía en idealismo. Pero, en su completa insolvencia , ese idealismo re-

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DE SANGRE Y DE MIERDA FÉLIX DE AZÚA

clama antes la compasión que no la admiración. Larrazábal, pues, repre- misma trama se traba incongruentemente con disquisiciones parciales,
senta un heroísmo sin ejemplaridad. A él le cuadra al pelo el aforismo con intempestivas citas, con el artificio mismo de la historia, bastante
de Lichtenberg : <<Noes la fuerza del espíritu, sino la del viento, la que _enclenque. Los propios personajes resultan planos, y su caricatura los aso-
ha llevado a este hombre donde está>>.Ese viento del que el narrador ma en más de un caso al precipicio de la inanidad. De manera que, pese
constantemente habla y que es el mismo que azota su cabeza, las calles, a todo, es la fuerza del estilo, el sentido del humor y la inquietante agu-
la Historia, un huracán que barre a unos y a otros y en el que se oye res- deza de la inteligencia de Azúa las que prestan a su libro su principal ali-
tallar el trapo de las banderas, todas empapadas de sangre y de mierda, ciente.
como dijera Flaubert. Por lo demás, debe insistirse en el cambio de ruta que esta novela .
El viento acaba por adquirir una consistencia simbólica, empleado supone en la trayectoria del autor. En unas declaraciones al respecto,
como leitmotiv en boca de una voz narradora que constituye a un tiem- Azúa decía haberse propuesto apartarse «de aquella literatura autodes-
po el mejor acierto y el más precario expediente de esta. novela . tructiva, nihilista» y pasar «del sarcasmo a la ironía». Eso significa una
El acierto proviene de los énfasis de esa voz, de sus arrebatos estili- saludable traición al molde narrativo de sus dos novelas anteriores y al
zadísimos, de una tensión sintáctica en la que el humor y el patetismo magisterio que en ambas instruía Bernhard, ahora sólo presente en la ca-
suman acordes muy logrados. Félix de Azúa es el escritor de su promo- dencia rítmica de la prosa.
ción que ha hecho un uso más apto y eficaz de las parodias retóricas, con Literariamente, Azúa es un consumado perpetrador de traiciones, y
las que logra efectos tan afortunados como los que en su día consiguie- el lector debe felicitarse por la que acaba de cometer. Pues no cabe duda
ron autores como Juan y Luis Goytisolo o Martín-Santos, cuya voz casi de que la ironía ocupa una jerarquía superior al sarcasmo, no sólo como
retumba en las páginas donde se recuerda a Ortega como chansonnierde figura retórica, sino también como instrumento de conocimiento, capaz,
la filosofía o en el cómico empleo de las designaciones eufemísticas («el en el ángulo que forman el enunciado propuesto y su sombra burlona,
valeroso gudari», «la navarra de buen pecho»). La voluntad de estilo que de atrapar la verdad.
caracteriza el hacer literario de Azúa se beneficia notablemente de la dis-
ciplina a la que lo someten un desarrollo novelístico deliberadamente
convencional, las leyes de la narración retrospectiva, el empleo de la se-
gunda persona (pues todo el entero constituye una perorata).
Donde se muestra Azúa menos convincente es en la construcción
explícita de la voz narradora, que, a la hora de revelar su identidad, des-
legitima a posteriori la libertad omnisciente de sus fluctuaciones tonales,
ya de por sí mal eslabonadas. De hecho, la precariedad constructiva es el
talón de Aquiles que amenaza siempre con malograr las dotes narrativas
de Azúa. A este autor le resulta difícil, ciertamente, controlar la agresi-
vidad de su poderosa inteligencia, su ingenio peligrosamente escorado
hacia el chiste, su propia suspicacia respecto al oficio de narrador. Se per-
cibe en este Cambio de banderauna recia disposición a limar estos defec-
tos para trazar sin estorbos el trayecto de una trama bien urdida. Pero esa

80
JAVIER GARC ÍA SÁNCHEZ

, 0 11 esta novela, con la que acaba de obtener el Premio Herralde, Gar-


I í.1Sánchez se ha propuesto en parte desdecir esta reputación y demos-
11. r, según ha apuntado él mismo en un artículo reciente, que «intenta
1 ·ú:se de todo , sobre todo de sí mismo y de su aparente seriedad ».
El buen soldado Tan saludable propósito se salda, dicho sea de entrada, con pobres
1 • ultados. Durante toda esta novela, pero sobre todo durante su prime-

r.1mitad, el texto rezuma hasta el colapso un humorismo zumbón y chas-


Javier García Sánchez, La historiamás triste c:irrillero de escasísimo mordiente, por mucho que en buena medida
Anagrama, Barcelona, 1991 p actique una especie de costumbrismo satírico que apunta a la tipolo-
~ía de las capas medi as y altas de la burguesía barcelonesa, en particular
:l sus conductas sexuales. Es precisamente el predominio del asunto se-

Hoy, cuando unos han madurado y otros, simplemente, han envejecido, xual -pues se trata aquí de una nov ela «de amor y sexo»- el qu e in-
por fin se percibe que, en la antaño nutrida troupe de los jóvenes narra- Lroduce en dicha veta humorística un ramalazo de ramplonería eufe-
dores españoles, sólo había uno que lo fuera estrictamente: Javier Gar- nústica y verdosa. De lo que se deduce un tono que, robándoselos de la
cía Sánchez. boca a una abuela indulgentemente admonitoria con las travesuras de
Lo juvenil, en efecto, constituye en este autor una categoría literaria su nieto, no merece mejores calificativos que pícaroy guasón.
no deducible de su edad ni de sus opciones genéricas sino, más amplia- Aunque no es sólo una cuestión de tono . En sus primeras trescientas
mente, de la consistencia misma de su escritura, de los márgenes de su páginas, esta novela configura una situación vodevilesca que deliberada-
inspiración, de sus obsesiones temáticas, de la escala de sus ambiciones. mente se perfila sobre la silueta de las más clásicas comedias de enredo.
Si en el panorama de la narrativa española García Sánchez constituye un El autor, sin embargo, en lugar de obtener de ello una licencia y una
«caso», es porque, literariamente, su escritura se afinca en la inocencia y, economía avaladas por un código compartido con el lector, se demora
por eso mismo, desconoce el crecimiento. Él es un escritor en <<perenne mcansablemente en cada escena, pormenori za los chistes y despliega algo
estado de lactancia», absorto por completo en la fruición que le depara el semejante a una casuística de la obviedad, que, dadas sus proporciones,
acto de escribir. Una fruición gozosa, que no admite diques, y en la que cons igue impacientar .
deben encuadrarse buena parte de los lugares comunes que se han ido Surge aquí la proverbial incontin encia de García Sánchez (otro de
acumulando sobre su obra. los lugares comunes que le rondan), y en la qu e, por lo demás , persiste
Uno de los más frecuentes alude a la «seriedad>> de sus ademanes él con enconado convencimiento . Se trata del rasgo en que se hace más
como escritor. Aunque lo propio aquí sería hablar de «gravedad», con- patente esa referida fruición que no se resigna a sacrificar nad a y que
cepto que no incorpora ningún matiz peyorativo a la plausible ausenci a todo lo absorbe con la glotonería de quien, mientras rebaña por enési-
de frivolidad con que García Sánchez encara su oficio y se emplea a fon- ma vez el mismo plato, celebra su valor calórico.
do en su tarea. Hasta ahora, esta gravedad, conducida, .como es propio de García Sánchez padece una gula de la escritura que se traduce en una
él, más allá de los límites de la exageración (la de García Sánchez es, emi- pro sa pleon ástica, atiborrad a hasta lo info rme , reiterati va, continuamen -
nentemente, y en todos los sentidos, una literatura exagerada), constituía te desviada en in co ntables exc ursos . «En realidad todo había sido culpa
· el rasgo más sobresaliente de su narrativa. Pero he aqu í que, justamente de las palabras, de su marúa de hablar y hablar, de pretender aclarar con

82 83
EL BUEN SOLDADO JAVIER GARCÍA SÁNC HE Z

¡palabras lo que debería mostrar con hechos. Las palabras siempre habían do a los abismos de la más risible trascendencia o a los de la más infa-
sido su perdicióm, se dice por algún lado en esta novela, delatando de tuada comicidad.
paso, como suele ocurrir, cuál es su flaco. Y es que la escritura de Gar- El mayor atrevimiento -casi un sacrilegio- de esta novela es el de
cía Sánchez -como toda aquella en la que el placer del autor no se soli- haberle puesto el título que Ford Madox Ford pensó para su obra ma~s-
dariza con el del lector - no sugiere, sólo explica. La consecuencia es tra El buen soldado.Todo el resto es simple desinhibición . Por lo ciernas,
un estilo que, como la plastilina, se estira y se estira sin llegar jamás a ten- y ~ara concluir, en el artícul~ ya mencionado García Sánchez insistía
sarse y, por lo tanto, a vibrar. (y obsérvese el pleonasmo) en que <<creosinceramente que no creo en
Este estilo -colmado, por otro lado, de enojosos subrayados- se novelas largas y breves , experimentales o clásicas, sino en obras buenas
nutre esencialmente, de expresiones tópicas, utilizadas unas veces con O mediocres>>. Curiosamente, se olvidó de las malas novelas.
intención paródica y otras matizadas por un reflejo de arrepentimiento.
Asimismo, los personajes, a cuál más inverosímil, se conforman sobre es-
tereotipos. Así ocurre con Irene, la enan ita viciosa que protagoniza la
novela y que se enamora de Miguel, solemne fantoche aficionado al cla-
rinete y a las piruetas, de las que extrae un pringoso rendimiento para
sus excentricidades sexuales. Y así ocurre, por supuesto, con todos los
comparsas que desfilan por el libro sin obtener relieve alguno de su abul-
tada presencia.
Pero donde la vulgaridad alcanza cotas imprevisibles es en el dibujo
mismo de una historia que, ya hacia el final, se resume a sí misma -pues
todo en ella es explícito- como «una crónica sentimental intens a y sin-
cera» y, sobre todo, como «un a historia de desamor». Si el lector pide
más datos, sepa que El último tango en París, Nueve semanas y media, El
imperiode los sentidos o Emmanuelleadmiten ser tomados aquí como gru-
mos referenciales de un a papilla amasada co n los residuos de las más im-
potables nov elas rosas, del romanticismo más desaforado y caduco, de la
pornografía peor sublimada, todo ello hinchado con la levadura del
exceso retóri co y la impostación pasional.
Nada de esto lo corrige el humor, cuyo registro se interpola -no
se comb in a- con el de la secuencia amorosa, y cuya función antes con-
siste en aliviar la presunta intensidad del relato centra l que no en ironi -
zar sobre el mismo, pese a que abundan los motivos para ha cerlo. A pe-
sar de lo cual, los momentos más memorables de la Novela son aquellos
en qu e - como en la esce na final- el delirio alcanza cimas de extrava -
gancia en las que se hace muy difícil decidir si el autor se está asoman-

84
LUIS GOYT!SOLO

Lo que se viene a proponer de este modo es una construcción de la


novela como sistema analógico capaz de superar esa «impostura» que, al
decir de Nora Catelli, llena el desajuste que en todo proyecto autobio-
La memoria rectificada gráfico se da entre el yo y su máscar a. Una propuesta -acaso la más ra-
dical de la narrativa española- que, en la práctica, se resuelve en la in-
corporación de estrategias plurales a lo que, en relación con los moldes
Luis Goytisolo, Estatua conpalomas tradicionales, aparece como una indefinición genérica en cierto modo
Destino, Barcelona, 1992 equiparable a la de Proust.
Conviene adecuarse a este planteamiento para soslayar la perpleji-
dad que, muy previsiblemente, ha de apoderarse del lector cuando,
Constituye ya un tópico referirse al exiguo caudal de escritura auto- atraído por el reclamo de lo que se ofrece como una novela, atraviesa las
biográfica en el ámbito de la literatura española. Esta constatación, sin primeras cien páginas de este libro con la convicción de estar leyendo
embargo, c~enta con una notable excepción, que habrá de tener muy unas memorias . Si en Antagon{a cabía detectar abundantes elementos
presente quien emprenda el análisis del fenómeno. Se trata del círculo autobiográficos, ahora, en Estatua conpalomas, no caben dudas: el narra-
de escritores barceloneses pertenecientes a la generación del SO, con los dor en primera persona no puede ser otro que el propio Luis Goytiso-
qu,e se puede conformar un pequeño catálogo de estrategias autobio- lo. Lo que refiere de su pasado se fundamenta en datos comprobables,
graficas proyectadas en los ámbitos diversos de los diarios las memorias remite a una experiencia real. Hasta el extremo de que se rectifican las
la poesía y la novela . ' ' distorsiones que, sobre algunos aspectos de esa misma experiencia, han
Dentro de este círculo, cabe aislar un caso absolutamente insólito: el de divulgado, a su juicio, los testimonios respectivos de José Agustín y de
los tres hermanos Go'.tisolo (José Agustín, Juan y Luis). Insólito porque Juan.
muy_pocas veces se asiste a la reconstrucción literaria no ya de un mismo No es facil vencer la impresión de asistir en más de un momento a
me~o soc1~ '. cultural , sino de un mismo ámbito familiar a través de pers- un agrio ajuste de cuentas. Tanto más cuanto que, sobre uno y otro her-
pectI~as múlnpl:s y -lo que resulta más apasionante-- divergentes. Ello mano, se formulan algunos juicios y se traen a colación algunos recuer-
constituye por s1solo un terreno excepcional para explorar lo que recien- dos escasamente favorables. Hay que insistir, sin embargo, en que se trata
teme~te, :n un valioso ensayo, Nora Catelli ha denominado «el espacio de una novela. Afirmación que no debe constar en calidad de coartada
autob1ografico». Exploración que contará con el aliciente añadido de que sino, únicamente, como recordatorio de qu e todo cuanto se dice en el
cada una de las perspectivas se conforma adecuada a un género distinto . texto se supedita a la significación del conjunto, dentro del cual la vera-
Un destaca~o atractivo de Estatua conpalomas consiste en el polémi- cidad de toda anécdota resulta en definitiva irrelevante.
co aprovechamiento de esta inusual circunstancia como elemento del Al fin y al cabo, en las obras de carácter autobiográfico, lo mi smo
r~lato. A la versión del pasado ofrecida por sus dos hermanos, Luis Goy- que en las de ficción, lo importante para Goytisolo es que «el narrador
nsolo opone otra que, desconfiando de los falseamientos de la memo- sea capaz de expresarse a sí mismo al tiempo que acierta a expresar de
na, asume de partida su propia precariedad y trata de enderezarla en un fonna convincente el significado de la anécdota». Se trata, en resumen,
marco superior, que, paradójicamente, es el de la ficción . de un problema << no de información sino de comprensión o, si se pre-
fiere, de conocimiento ».
86
87
LUIS GOYTISOLO
LA MEMORIA RECTIFICADA

testimonio crítico y lleno de humor sobre Barcelona y Cataluña, sobre


Como ya ocurría con las dos anteriores novelas del autor, por detrás
el cambio de valores operado en España, sobre las nuevas conductas so-
de este planteamiento se halla la teoría del conocimiento en que se re-
ciales.
solvía Antagonia. De hecho, la secuencia autobiográfica del texto apun-
De lo que se trata, en definitiva, es de objetivizar las «preocupacio-
ta, en efecto, a trazar el particular recorrido de Luis Goytisolo hasta la
ne s personales en una estructura formal que informe la materia narrati-
concepción de aquella obra capital. A la vez, todo el artificio de fa no-
va y encauce el fluir del relato». De ahí que en esta novela -construida
vela tiende a reformular, revalidándolas, las conclusiones allí alcanzadas.
parcialmente como una entrevista que el autor se hiciera a sí mismo y
Y como subrayando el valor ünpersonal de ese recorrido, la naturaleza
que transcribiera luego (sustraídas las preguntas , dando por resultado un
intemporal de aquellas conclusiones, ya muy entrada la secuencia auto-
mecanismo discursivo de carácter asociativo no por casualidad semejan-
biográfica se interponen en Estatua con palomas los fragmentos de una
te al que suscita el psicoanálisis)- subyazca un firme esquema numéri-
supuesta novela escrita por un autor romano del siglo primero. Una no-
co. Dentro de este esquema, que ordenaría la aparente aleatoriedad del
vela cuya concepción y redacción discurre paralela a un proceso cog-
discurso, habría que incluir, en el nivel más subliminal, el apretadísimo
noscitivo afín al narrado en Antagonía.
sistema de metáforas y de analogías, de prefiguraciones y asonancias, de
Si, por un lado, la sutil transición del ámbito real al ficticio, la per-
repeticiones y de correspondencias que nutren la prosa de Goytisolo y
fecta superposición de los dos tramos, redunda en la ya aludida irrele-
que le imprimen una formidable fuerza centrípeta.
vancia de la anécdota, por el otro resulta bien significativo que el autor
Todo se suma para contribuir a la generación de «un ámbito a la vez
al que se atribuyen las notas y los fragmentos interpolados sea Publio
autónomo y superpuesto a la realidad». Y en este ámbito, lo que tiene
Cornelio Tácito, el célebre historiador de la Roma imperial. Es sabido
lugar es un delicado artificio destinado a reclamar -y obtener- para el
que, en su madurez (en la que una intensa dedicación literaria puso fin
propio texto una dimensión trascendente. Quizá sea el énfasis puestó
a un dilatado período de actividad pública), escribió Tácito el grueso de
en la trascendencia el acento más singular de esta soberbia novela en re-
una obra, hoy en buena parte fragmentaria, donde el relato historiográ-
lación con las anteriores de su autor. Una trascendencia que se suscita en
fico se mezcla con la digresión crítica sobre su tiempo, y el interés por
la capacidad de la escritura para «generar sugerencias» y devenir «fruto
el aspecto humano de sus personajes se combina con una poderosa vo-
autónomo tanto del mecanismo ideado por el autor como de los deste-
luntad de estilo.
llos inconscientes que informan su obra». Es por esta vía por la que el
No resulta inverosímil, pues, la imagen de Tácito empeñado en un
narrador, desprovisto de todas sus máscaras, termina por asimilarse a su
proyecto -el de la sección final de su Historia, hoy perdida- en el que
tex to como un elemento más. Es a través de su obra como Luis Goyti-
aparecerían fundidas «ficción y realidad, historia y literatura» . Lo que im-
:o lo, uno de los autores capitales de la literatura española, se integra lú-
porta, con todo, es la afinidad de ese supuesto empeño al del propio Luis
·idamente «en un proceso de conocimiento superior que no es otra cosa
Goytisolo, en cuyas novelas argumento, intriga, personajes se subsumen
que la conciencia del mundo».
en un magma digresivo en el que, amparadas por una compleja reflexión
metaliteraria, menudean las consideraciones sobre la experiencia íntima,
el ambiente familiar, el medio social, la ciudad y la época del autor. Así
como Tácito escribe su Historia «sin ira ni prejuicios» pero sin renunciar
a su perspectiva de clase y sin callar sus opiniones sobre el destino de
Roma, así Luis Goytisolo incorpora a la crónica personal y familiar un

88
JAVIER MARÍAS .

n vela se organiza conforme a este molde dinámico y concéntrico. Los


múltiples motivos que traman el texto abarcan cada vez un área más am-
plia de reflexión. Los motivos son recurrentes -la brasa de un cigarri-
Ilo que perfora las sábanas, la mano que alisa el pliegue de una falda, el
El poder de las palabras
abello que surca la frente como la premonición de una arruga - , Y se
repiten con idéntica precisión; pero en cada ocasión se potencia su al-
cance.
Javier Marías, Corazón tan blanco
El narrador y protagonista de la novela hace recuento de su primer
Anagrama, Barcelona, 1992
año de matrimonio y evoca el modo en que un incidente fortuito ocu-
rrido durante su viaje de novios, una conversación oída casi involunta-
riamente al otro lado de la pared de una habitación en un hotd de La
No era facil. Era esperable pero no era fácil que Javier Marías satisficiera
H abana (conversación en la que una mujer incita a su amante al asesina-
la expectativa de tantos lectores que gustaron de su novela anterior, Todas
to de su esposa), introduce en su conciencia un desasosiego que no hace
las almas,e hicieron de ella poco menos que una novela de culto. No era
más que alimentar los imprevistos indicios sobre su pasado -y más con-
fácil enfrentarse a esa expectativa, y menos todavía superarla. Y, sin em-
cretamente sobre el pasado de su padre, tres veces viudo-, que poco a
bargo, Corazón tan blanco es una novela espléndida. Y es, además, al
poco salen a la luz .
marg en de cuál sea su fortuna y qué preferencias ocupe en relación con
Al contrario de lo que ocurre en las novelas de detectives, esta no-
las anteriores, la novela más ambiciosa y también la más lograda de cuan-
vela narra la revelación de un crimen del que nadie tiene noticia y que
tas lleva escritas su autor.
a nadie interesa investigar, pero cuya ejecución a pesar de todo se abre
Quizá el modo más eficaz de persuadir al lector de la envergadura
paso a través de las palabras. El narrador es «un hombre que prefiere no
de esta ambición y de este logro consista en insinuarle que, a su muy
saber», pero, traductor e intérprete de profesión, no puede resistirse a pres-
peculiar modo, Corazón tan blancoglosa, sin desmerecerlo, un fragmen-
tar oído a cuantas palabras escucha, y a tratar de interpretarlas, y es de este
to de Shakespeare. Concretamente, la escena II del acto II de Macbeth, de
modo corno llega a saber lo que no quiere («Escuchar es lo más peli-
la que se extrae el propio título de la novela (esas palabras pronunciadas
groso , es saber»).
por Lady Macbeth cuando, recién cometido el crimen, y habiéndose un-
Lo que recrea la novela es, de hecho, un proceso de conocimiento
tado con la sangre de la víctima, le dice a su esposo: «Mis manos son de
que , si bien mantiene hasta el final la expectativa concreta acerca de cuál
tu color , pero me avergüenzo de llevar un corazón tan blanco»), y en
es el móvil del suicidio tan magistralmente evocado en las primeras pá-
torno a la cual se cifra una compleja reflexión sobre el poder ambiguo
ginas, repercut e más profundamente en la perspectiva qu e se va abrien-
de las palabras, sobre la irreversible fatalidad de cualquier acto, sobre la
do al protagonista sobre un mundo que, poco a poco, se le aparece como
instigación y la connivencia, sobre la inocencia, sobre la imposible ino-
una gran rueda en que palabras y actos se suceden conforme a un me-
cencia, y sobre el conocimiento que, como una culpa, traen las palabras,
canismo fatal aunque en definitiva irrelevante.
tantas palabras oídas tal vez sin querer.
Por los entresijos de las varias peripecias de que se nutre el relato se
La citada escena de Macbeth actúa dentro del texto irradiando una
va co lando una insidiosa visión de las palabras como depositarias del des-
suc esión de significaciones que poco a po co dilatan su círculo. Toda la
tino . Pues si, por un lado, se dice qu e nada sucede reahn ente «porque nada

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91
EL PODER DE LAS PALABRAS JAVIER MAR ÍAS

sucede sin interrupción », sujeto como está todo a << la sistemática anula- me eficacia y poder persu asivo (de ahí la tentación de atribuirle una con-
ción a que nos somete el tiempo », por otra parte el tiempo mismo se va sistencia autobiográfica ).
llenando con las acciones que las palabras no cesan de instigar, esas «tra- Pero quizá deba destacarse, mu y en especial, la sobera nía de un es-
ducibles palabras sin due110 que se repiten de voz en voz y de lengua en tilo espacioso y sereno, de largo aliento , qu e tiende a ensanchar sus pe-
lengua y de siglo en siglo, las mismas palabras siempre, instigando a los ríodos con amplios abani cos disyunti vos, en m edio de los cuales se abren
mismos actos desde que en el mundo no había nadie ni había lenguas ni continuamente, como burbujas, cláusulas paren téti cas (pero casi siempre
tampoco oídos para escucharlas ». con valor adversativo, como esta misma ). C ada intención m erode a y se
«Quizá llega un momento », conjetura el narrador, basándose en su matiza en un dilatad o caudal de p osibles variantes , de tal modo que
propia experiencia, <<enque las cosas quieren ser contadas ellas mismas. » (como ocurre con Proust, aunque de mu y otra manera ) el signi ficado, pa-
De nada sirve entonces no quer er oír, porque las palabras llegan hasta radójicamente, se pr ecisa por expansió n . Se trata de un estilo en plena
uno fatalmente, como fatalmente desencadenan los actos que sólo las pa- madur ez, sin apenas estr ide ncias (acaso una episódi ca prope nsión al di-
labras son capaces de retener y que, fatalmente, terminan por perderse dactismo y a la sentenci osidad o, respect o a algu nas cuestiones men udas,
en el olvido hasta que las mismas palabras vuelven a instigados, gotas que la tent ación de opinar con inconv eniente co ntundenci a). Del m ism o
una y otra vez caen sobre la superficie del tiempo, renovando incansa- modo que apenas present a fisuras una fábric a n arrativa arm ada con gran
blemente el círculo que se dilata hasta perderse. ~abidurí a (sobra, quiz á, p ero apenas m olesta, el inventari o fin al).
Admirable es la forma como en esta novela el texto mismo reprodu - Entre los mucho s veri cu etos considerativos por los que se intro du ce
ce el propio mecanismo que tiende a expresar y se configura como un i.:sta novela sobres ale, cons tante, su meditaci ón sobr e el mat ri mo nio, del
sistema de reiteraciones y de paralelismos, de progresiones y recurren- que se llega a habl ar p erspi cazmente com o «una instituci ón narra tiva».
cias, que se va adensando en los últimos tramos. Admirable es también 'o bresale también un a fina medita ción sobre el crim en y la impu nidad
la capacidad de Marías _para construir un discurso reflexivo sin abrumar (la propia vida, se dice - y esto mism o es lo que atorm ent a al pro tago-
el relato, más bien al contrario, haciéndolo brotar con toda naturalidad nista de Delitos y fa ltas, la pe lícula de Wo ody Allen - , no depende tant o
de unas anécdotas que prosperan por sí mismas. El riguroso edificio de de lo qu e uno ha h ech o, co mo «de lo qu e se sabe qu e h a hecho »). Pero
la novela alcanza con tanta mayor eficacia sus intenciones en cuanto el acaso sea legítimo extraer y desta car otra me dit ación más secreta, que se
relato sigue un itinerario que se diría accidental y el propio discurso se ,lesprende como en ne gativo del discurso ente ro del texto. Al fin y al
distrae frecuentemente con digresiones que parecen desviarse de su pro- c:1bo, a la sensación expres ada por el nar rado r de que «n ada perdura ni
pósito. La azarosa singladura del texto realza la inexorabilidad con que se persevera ni se recuerd a inc esantemente », a su impresi ón de que «la dé-
cumplen sus propios vaticinios : hasta los episodios más transversales con bil rue da del mund o es emp ujada p or desmem ori ados qu e oyen y ven y
respecto a la demorada revelación que sostiene la expect ativa, contribu - ~aben lo que no se dice ni tiene lugar ni es co gno scible ni comp rob a-
yen a dotar a la novela de la densa temporalidad que conviene a su pro- ble», ¿no cabría opon er el poder de la escritu ra para inm ovilizar el tiem-
yecto (de este modo actúa en la novela el suculento episodio neoyor- po, la pa labra misma en carnándose a través de ella en su prop io acto?
quino). Como ya ocurría en Todas las almas, la aparente aleatoriedad del En su cond ición de escritura decidida a p ermanecer , Coraz ón tan
texto, así como la imponente consistencia de los personajes (todos so- hlanco da crédito a esta hip ótesis.
berbiamente trazados) y la variedad de sus tonalidades (con frecuentes
notas de humor) dotan a la voz narradora en primera pers ona de una enor -

92
CARMEN MARTÍN GAITE

cuentro tiene lugar en un momento de sus vidas crítico para ambas, que
a partir de entonces comienzan a proyectar sus respectivas problemáticas
en una suerte de cartas-diario que quedan sin enviar, pero en cuya re-
-dacción las dos se tienen mutuamente presente. La novela alterna or-
denadamente las sucesivas redacciones de las dos amigas, y concentra la
Confidencias
expectativa tanto en los hilos comunes que trenzan el pasado de ambas
como en su progresivo acercamiento a través de la escritura, que actúa a
un tiempo de agente regenerador de su amistad y de sus propias vidas.
Carmen Martín Gaite, Nubosidad variable
El artificioso expediente de las cartas-diario configura una curiosa
Anagrama, Barcelona, 1992
variante del género de la novela epistolar, y sirve de cauce a una escri-
tura de carácter intimista que se conforma al mecanismo retórico de la
confidencia . Tal como la practican Sofía y Mariana, las dos protagonis-
Muy diversa ha sido la suerte corrida por los novelistas de la llamada ge-
tas de la novela, la escritura no es tanto un instrumento de introspección
neración del 50. Muy pocos de entre ellos han llegado a ejercer magiste-
como de extroversión. La simple formulación de la propia interioridad
rio, en tanto que una mayoría ha visto su fortuna eclipsada por el furor
constituye, de por sí, un ejercicio edificante, a cuyo alcance contribuye
cosmopolita con que barrieron, en la pasada década, las nuevas promo -
decisivamente la escritura con su poder de objetivación. Desde esta pers-
ciones; furor que en la actualidad parece remitir, después de haber con-
pectiva es como tiene lugar en esta novela una entusiasta celebración del
denado al limbo del realismo social a un buen puñado de escrit?res cuyo
coloquio amistoso y una decidida propaganda de la actividad literaria,
más grave pecado, en muchos casos, fue el de hab er permitido que en los
comprendida como una actividad placentera en sí misma, pero funda-
inicios de su carrera como tales repercutieran las connotaciones políti-
mentalmente como «tabla de salvación» y camino de acceso a la auten-
cas y estéticas de una época, por lo demás, estética y políticamente con-
ticidad.
notada .
Tales postulados no actúan dentro del texto como presupuestos, sino
Sin ser escritora que, dentro de aquella generación, ocupe un puesto
que integran su propia trama. A este respecto, la novela se medita a sí mis-
muy relevante, Carmen Martín Gaite ha mostrado una rara capacidad
ma e incluye todo un repertorio de guiños cervantinos y de leccion es
para mantenerse vigente en tiempos tan áridos para muchos de sus com -
de poética más bien rudimentarias, amén de demasiado explícitas. Algo
pañeros . Lo ha hecho por la vía indirecta del ensayismo y del relato fan-
parecido ocurre con las lecciones morales que alumbran la vía purgativ a
tástico, dos géneros en que ha obtenido, recientemente, un éxito notable .
por la que atraviesan Mariana y Sofía: tienden en exceso a la prédica y
Sólo ahora, en un clim a literario más consensuado, publi ca una novela
se empastan con las corrientes tortuosidades del examen de conciencia.
que, en buena medida, retoma una trayectoria suspendida hace catorce
Como toda la generación de escritores a la que pert enece, formada
años, cuando la aparición de El cuartode atrás (1978) .
en el beh aviorismo , Carmen Martín Gaite cue nta con un exc elent e oído
En Nubosidad variablela autora urde una historia en la que suenan
para atrapar el habla coloquial en su variado colorido, y esta virtud luce
ecos tanto de sus novelas anteriores como, sobre todo, de las reflexiones
aquí sobr adamente . Su prosa, a la vez, es versátil, y se mueve cómoda-
volcadas en su personal vademécum sobre las artes de la narración (El
m ente en múltipl es registros entre el humor y el lirismo. A m enudo, sm
cuento de nunca acabar,1983) . Dos amigas de la adolescencia se en cue n-
embargo, queda maleada por un a campechaiúa, por un desenfado, por
tran casualmente tras varias décadas de haber perdido contacto. El en-

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94
CONFIDENCIAS CARMEN MARTÍN GAITE

un desgaire exagerados, y por el abuso de ademanes impostadamente dir a un caso reciente , JuanJosé Millás en La soledadera esto, novela con
<<expresivos>>,que contrastan con la espléndida el~boración de algunos la que Nubosidad variable,por cierto, guarda notables coincidencias.
fragmentos. Quizá sea en su fiel registro de una sutil cotidianidad donde esta no-
La novela entera, de hecho, zozobra por un exceso de elocuencia, - ela alcanza una consistencia más característica, aun al precio de rozar-
que repercute incluso en su desarrollo argumental, saturado de casuali- se, a ratos peligrosamente, con lo que la impaciencia del lector tiende a
dades. Que esa elocuencia, y que su respectiva locuacidad, aparezcan t.:alificar de cursilería. En su conmovedora intensidad, los episodios ocu-
como inequívocamente femeninas quizá constituya para alguien un ali- pados por las relaciones entre madre e hija son los que más alejados que-
ciente, pero no atenúa su desproporción. dan de este roce peligroso. Tal vez por ello se cuenten entre los más efi-
Por lo demás, lo cierto es que, siendo mujeres sus dos protagonistas, caces y hermosos del libro.
y siéndolo, asimismo, su autora, todo el trasunto de la novela se desprende
de un universo y de una sensibilidad rotundamente femeninos . De modo
que, no sin alguna contrariedad, realiza el lector una sospechosa consta-
tación: la correspondencia de la feminidad, según queda expuesta en la
novela, con su propio tópico . Es clara la intención de ofrecer una ima-
gen representativa de cierta condición femenina por medio de dos tra-
yectorias bien contrastadas: la de Sofía («atrapada en una oscura existen-
cia de esposa y madre de familia>>,según reza el texto de la contratapa) y
la de Mariana (convertida en «brillante psiquiatra de moda» y libre de
compromisos, pero sentimentalmente confundida). Sin embargo, a la
hora de las confidencias (que en el código de la novela viene a ser la de
la verdad), estas dos mujeres desglosan un repertorio de actitudes, de cui-
tas y de experiencias a menudo no tanto trivial como estereotipado.
Estereotipos son, además, buena parte de los personajes que desfilan
por la novela (las criadas, la cuñada, la madre incluso, todos los hombres
que por ella asoman), lo cual resta mordiente a la crítica que, a través de
algunos de esos personajes, se realiza de determinados comportamientos
sociales. Ni siquiera las dos protagonistas se libran de abundantes rasgos
tópicos, y juntas suman un perfil demasiado convencional en la narrativa
española contemporánea: el de la mujer madura que, en un momento
dado, descubre la inanidad de su vida y se resuelve valientemente a em-
prender, al precio de un súbito quiebro, su propio camino de perfección.
No es raro ni reprochable que Martín Gaite insista por esta senda. Lo
extraño es que lo haga sin mayor novedad, que no llegue ni más lejos ni
a otra parte que adonde han llegado antes otros; por ejemplo, y por alu-

96
ANDRÉS TRAPIELLO

Por aquellos años, los años de aprendizaje de Martín, los años del
,1 ·esinato de Carrero Blanco y la progresiva momificación de Franco, es
. abido que la militancia democrática se incrementó espectacularmente
Sobre el arte de cazar mariposas (algunos dicen que sospechosamente), a la par que el desgaste y el des-
prestigio del verbalismo de extrema izquierda y de sus lugares comunes
(la tan traída y llevada Huelga Total Revolucionaria) mermaba sensible-
Andrés Trapiello, El buquefantasma mente la hegemonía del PC y no ofrecía a otras organizaciones más ra-
Plaza & Janés, Barcelona, 1992 dicales (como esa de corte marxista-leninista-maoísta en la que milita
Martín) otra condición que la de simples corpúsculos.
Por aquellos años, pues, como luego confirmaron las urnas , ya sólo
Por los años en que Martín Benavente, el joven protagonista de esta no- los elementos más anacrónicos y marginales de la lucha antifranquista ac-
vela, militaba en una penosa organización denominada Juventud Co- tuaban «encuadrados en partidos cuyos programas soñaban con la dicta-
munista, es decir, entre 1972 y 197 4, en España se habían escrito libros dura del proletariado », como los que Martín conoce y satiriza retros-
como Señas de identidad (1966), de Juan Goytisolo, o Recuento (1973), pectivamente, de modo que la experiencia política de éste resulta bien
de Luis Goytisolo, en los que, ya entonces, d discurso y las actividades del po co representativa, ni siquiera en relación con su propia generación, la
comunismo revolucionario que dominaba la lucha antifranquista en la que por aquel entonces cumplía veinte años. Ello viene a volcar sobre
clandestinidad aparecían severamente cuestionados . Si además de leer t·sca novela una duda acerca de su pretendida ejemplaridad; una duda que
a Marx, hubiera leído Martín esos libros (que se escogen entre otros com promete desde luego la extensión, pero también la legitimidad de
posibles por tratarse de dos ejemplos colindantes y bien representativos buena parte de sus propósitos, aquellos que trascienden la simple cróni-
de «novelas de formación», como a su modo lo es también este Buque ca personal y la sola voluntad humorística .
fantasma), tal vez hubiera aprendido por cuenta ajena algunas lecciones ¿A quién engloba en realidad ese «nosotros» que tan promiscuamente
que él mismo se siente tentado de impartir veinte años después, desde la 0
mplea no se sabe si el narrador o el propio autor en el epílogo con que
orilla de un escepticismo ligeramente jactancioso, que proclama verda- ~e cierra la novela? ¿A los grupos marginales de los que se da cuenta en
des pronunciadas ya, con mayor riesgo y mejor fortuna, hace veinte años. d relato o a la totalidad de <<lalucha antifascista»? Cuando el narrador se
Si en esos años Martín, el Martín que desde el presente evoca su fugaz refiere a «los años del miedo», ¿a qué años se refiere? ¿A los del fran-
tránsito por la política, hubiera leído, por ejemplo, una novela como Últi- L uismo en general o a los vividos por él durante los últimos coletazos de

mas tardescon Teresa(1966), de Juan Marsé, hubiera podido sonreírse de la dictadura? ¿Puede compararse el mi edo de la resistencia antifranquis-
antemano - evitándose de paso algunos rigores y sinsabores- de la ton- ta durante los cuarenta y cincuenta con el de un estudiante veinteañero,
tería que menudeaba entre las filas del movimiento estudiantil, de cuán- hijo de papá, que en 1973 juega a la clandestinidad en una ciudad de
to podía esperarse de las profusas asambleas universitarias. Y, de paso, se provincias? <<Elque más y el que menos preparaba su porvenir », llega a
habría instruido sobre modos posibles de combinar en un mismo acor- : .egurar Martín, pero no es fácil identificar a quién se alude con tan in-
de, como él mismo pretende, la crónica mordaz y a la vez tierna y sen- sidiosa afirmación, y cunde la sospecha de que, como tantas veces en la
timental de una época. novela, se tiende a tomar la parte por el todo.
Suele ocurrir aqui que, de tan inciertas, las alusiones carecen de mor -
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99
SOBRE EL ARTE DE CAZAR MARIPOSAS AN DRÉ S T R APIELL O

dient e. De tan parcial y de tan difusa, la crónica carece de representati- ,·,:dora de una mir ada algo más matiz ada qu e la qu e se vu elca sob re sus
vidad. Tod a esta no vela se resiente de una confusión que el narrador no 1, amaradas », aun cua nd o inco rp ora en su recor rido, y no Siempre con
par ece percibir : la que de una expe riencia episódi ca y tardía, vivida con ironía, todos lo s tópi cos deseables (la llegada a la ciud ad, las nu evas amis-
la más alelada in genuidad , deriv an juicios y conclusiones que rebosan t:1des, la iniciación sexual en brazos de una mujer madura, la perp lejidad
ampliamente la autoridad y el con ocimi ento aportados por esa misma tk! primer amor, etcétera).
experiencia. Juicios y co nclu sione s, por lo demás, que, en la perspectiva Da la im presi ón de que , sin un propósito claro, a mal traer con su
del tiempo, diluye n sus límites y, nutriéndose de las distorsi ones y de las vocación de nov elista y su irresistible inclinación por la epifaní a lírica y
rectificaciones del present e, se extienden infundad ame nt e, o prejuicia- b estampa autobiográfica, el aut or termina por perder el control de sus
dam ent e, o tendencios ame nte , a toda una época, a más de una ge ne ra- rrop ios materiales, y aun de sus propios objeti vos. Sus person ajes son las
ción, a situ acion es y conductas ideológicas y moral es bien diversas. víctim as prime ras de este desgobierno, pues se hallan dib uj ados con un
Tal vez sí, tal vez «las cosas se habrían sucedido de la misma manera trazo titubeante, que, ind eciso entr e la caric atura o el re trato, los ~uelve
si en vez de correr delante de los guardias lo hubiéramos hecho detrás de ·nde bles a fuerza de inc ohere nci as, algunas de bul to. De Gaztelu, por
las m ariposas ». R azon es hay, sin em bar go , que ha cen para alguno s muy ejemp lo, el camarada delator, se dice que cantó «sin que nadie le hubie-
distintas una cosa de otra, si bien tales razones parec en escapar al ambi- ra pu esto la mano encima », pero páginas antes se ha contado cómo un
guo pr agma tismo del n arr ador (el propio M artín) . Un narrador, por otra ·emisar io de la bri gada político-social , «tristemente fam oso con el n om-
parte, que enc uentr a la ocasión de redimir co n un esteticismo de postal bre de Billy el N iño », le arrea sin más cont empl acione s un «guan tazo en
a una ciudad que él consider a omi nos a (una Valladolid tímid ame nte ca- l,1boca» que lo tira de la silla, y a continuación le amena za con desfigu-
muflada bajo la inicial V), pero que se confiesa inc apaz de concede r una rarle la cara blandiendo el cuello astillado de una botell a de coñ ac. Me-
«hora de rnisericordia» a la m em.oria de todos sus «viejos cama radas». 1rnde an casos semejantes .
Objeciones como éstas repe rcut en en el plano más estri ctamente li- A los temerarios escorzos de la ambientación (m ás propia de lo s años
terario, como no podía ser de otro modo . Es más: la confusión hi stóri- ·incu enta o sesenta que de los setent a), por otro lado, a las dison ancias
ca, incluso moral, que tran sparenta esta novela, debe ser tom ada como ·n el tono de la narr ación , se suma una atolondrada admin istración del
consecuencia, antes que causa, de su inciert a estrategia narrativa. En un I icmpo del relato y de su ritmo, irregularmente sincopa do. Todo ello se-
principio, parec e que el narrador opta por una clave de farsa, por una sá- l undado por un tr atamient o estilísti co que, vacilando asimismo entre el

tira estilizada qu e de algún modo vendría a justific ar los reparos aquí emi- desenfado humorístico y la emoción, y perdido en la dud a parte de su
tidos . A medida que la novela progresa , sin embargo, prosperan dentro resuello, incurre en no poco s desaliñ os, lo cual constitu ye tal vez la m ás
del texto los arrebatos poéticos y las recapitulaciones reflexivas. En sen- 111esperada contr ariedad de una nov ela escri ta por un poeta de tan fina
dos «interl udio s», se cruzan con la parodia solemnes tiradas de prosa ad- (licción como Trapiello.
monitor ia y mayestática. El narrador sucumb e a la indulgencia que, a la Lo otro, el que un críti co sensible y sagaz como él tropi ece com o
postre, le suscita el recuerdo de su propia can did ez, de su propia juven - novelista, no es tanto un a sorpresa como la constata ción de que, trat án-
tud . Pero esa indul gencia es selectiva, y sólo se cumple por la vía de un dose de litera tura , son variados los oficios y distint as las aptitude s.
oficioso lirismo. D e este modo, la novela , a partir de su ecuador, avan-
za por dos caminos divergentes: el de la crónica mordaz de la época, y
el de la aleccionadora << educación sentimental» del protagonista, mere-

100
RAY LORIGA

moderno se halla tan familiarizado a través , precisamente , de la literatu-


ra n~rteamericana y de la elementalidad que le afeaba Camus, mediante
la cu al, a pesar de todo, han «trascendido » en la literatura contemporánea
un buen puñado de escritores (entre varias legiones, es cierto) que no sólo
desdeñan, como pretende Faulkner, «las grandes verd ades fundamenta-
El extranjero les», sino la noción misma de la propia palabra verdad.
«Cualquiera que piense que tiene algo que enseñar es por lo menos
sospechoso», asegura Elder Bastidas, no demasiado convencido de tener
Ray Loriga, Lo peor de todo algo que decir, ni de que cuanto dice sea muy válido, pero a pesar de
Debate, Madrid, 1992 todo embarcado en un monólogo que, sin objeto aparente, va desglo-
sando anécdotas, opiniones, ocurrencias, recuerdos, en una secuencia de
asociaciones por lo general insólitas, cuyo recorrido, sin embargo, ter-
Por el año 1947, manifestaba Camus en una entrevista su rechazo de la mina por conformar una elocuente y al cabo conmovedora silueta del
narrativa norteamericana contemporánea --con la excepción de Faulk- desamparo del personaje .
ner- por ser «una literatura de lo elemental », popularizada por el em- Los editores de este libro destacan «la desnudez absoluta de su pro-
pleo de una «técnica de facilidad » e ignorante por completo de «la vida sa» y afirman que Lo peor de todo «es una narración que se aparta radical-
interior». El propio Camus, sin embargo, poco antes había ernpreado con mente de los materiales más utilizados por nuestros narradores de hoy».
acierto tales maneras en El extranjero, y siempre se mostró confiado en «Con esta novela -añaden- vuelve a cobrar sentido el tan manoseado
el potencial literario que cobijaba «esa manera breve y violenta » de la término de joven narrativa.)) Y lo cierto es que, claramente concluido a
vida en Norteamérica. Aun así, su gusto personal se orientaba decidi- estas alturas el período de autoafirmación y despegue de la narrativa es-
damente hacia el tratamiento de «las grandes verdades fundamentales• > a pañola que se ha prolongado durante toda la década de los ochenta, hoy,
las que se refería Faulkner cuando reprochaba a las nuevas generaciones cuando ya los nuevos narradores de ayer consolidan sus posi ciones e in-
de escritores el que no tuvieran <<nada que decir» , condenándolas por curren en la madurez de sus respectivos proyectos literarios, es razonable
ello a la intrascendencia . que la expectativa se oriente hacia el incremento del panorama actual
Tal vez resulte arbitrario , pero no es desde luego inoportuno , traer mediante la promoción de un nuevo estrato generacional.
el recuerdo de Camus y de El extranjeropara tratar de esta primera no- Ray Loriga (Madrid, 1967) bien merece el benefi cio de esa expecta-
vela de Ray Loriga. Él mismo la resume en los siguientes términos: «Ésta tiva. Y lo merece por varias razones. Porque su novela reflej a, en primer
es una novela acerca del desaliento, acerca de todo lo que uno tiene que lugar, una sensibilidad notoriamente representativa de un sector social,
hacer aunque no quiera y de lo raras que son las cosas algunas veces. Lo ocupado principalmente por la juventud, que por lo común esquiva la
peor de todo cuenta en primera persona la vida de un tipo que se extra- parcela literaria y se expresa por la vía del cómic y del rock. En este pun-
ña, que se cansa y que no avanza. Lo que pretendo escribir es un libro to, es algo más que anecdótico el hecho de que Ray Lorig a debutara
sencillo y directo sobre un punto de vista y un montón de cansancio ». como escritor en las páginas de una revista underground.
Estas palabras bastan para hacer de Elder Bastidas, el protagonist a de Lo más saludable, sin embargo, es que, con buen instinto literario,
esta novela, un pariente, aunque lejano, de Meursault, y, más generalmen- Loriga haya sabido dar tan naturalmente con un cauce idóneo p ara re-
te, de toda la estirpe de perplejos y de inadaptados con la que el lector
103
102
EL EXTRANJERO

flejar esa sensibilidad. No se trata de que ese cauce sea nuevo: por lo que
va dicho se puede concluir que no lo es en absoluto, ni Loriga lo pre-
tende. No se trata tampoco de que ese cauce no se haya abierto camino
previamente en la narrativa espafiola: sí que lo ha hecho, y a veces por
las vías más insospechadas (Cela, sin ir más lejos). Se trata más bien de
que Ray Loriga sabe emplearlo con eficacia, con sinceridad y contun- El toro por los cuernos
dencia. Se trata de que sabe apropiarse con toda inmediatez de un esti-
lo narrativo que cobra en su texto renovada vigencia.
Juan Mifiana, Última sopa de rabode la tertuliaEspaíia
Edhasa, Barcelona, 1992

«Yoperseguía un suefio, una metáfora sobre España, y me desperté en la


habitación de un hotel tomando pastillas efervescentes para las malas di-
gestiones.» Así conúenza el relato que da título a este volumen. El efec-
to de la frase, que de inmediato suscita la atención del lector, reside en
una incongruencia manifiesta: la que se da entre el propósito declarado
y su conclusión. Es fácil, sin embargo, que el lector sea más susceptible
a lo que parece una incongruencia todavía mayor: la del propósito mis-
mo en relación, no ya a su conclusión, sino a su objeto. ¿Una metáfora
sobre Espa11.a? La sola ide a tiene algo de peregrino, de extemporáneo, y
podria avivar viejos incordios si enseguida no se peróbiera que va a ser
amortizada por la vía de lo cárnico, del sarcasmo: esas pastillas eferves-
centes para las malas digestiones ...
El personaje en cuya boca se pone la citada frase, protagonista del re-
lato que él núsmo narra, insiste a pesar de todo en su empeño de dar «con
una definición de España », de saber qué significa «ser español». Y si bien
ese empeño concluye del modo anunciado, no por eso deja de atraer al
texto una explícita reflexión que Juan Miñana (Barcelona, 1959) brin-
da sin ningún empacho y sin ninguna frivolidad y que, más allá de la
anécdota particular de este relato, actúa como marco de referencia apli-
cable a las restantes piezas del volumen.
Todas ellas desarrollan su peripecia sobre un escenario de doble fon -
do. En primer término figura la ciudad de Barcelona, pero una Barcelo-
na de muy plurales ámbitos y perspe ctivas («la Barcelona del mesti zaje»,

105
JUAN MIÑANA
EL TORO POR LOS C UERNOS
No hay provocación ni numantinismo en este gesto: únicamente una
ha dicho el autor), sustraída a cualquier tentación de folclore urbano, de voluntad decidida de atender a un ámbito de realidad inmediata que
impostación metropolitana, de municipalidad militante. Una Barcelona ofrece idóneos materiales literarios. Virtud de Miñana es insinuar una
que, apenas entrevista, a menudo ni siquiera nombrada, sin embargo im- eficaz demostración, nada estridente ni jactanciosa, de este pr esupuesto .
pregna el contorno de los personajes e impone al conjunto de las histo- Pero sólo insinuarla, en contadas esquinas de este libro, sin sacrificio nin -
rias una dificil unidad ambiental. guno de lo que al cabo cuenta: el ejercicio de la buena literatura.
En un segundo plano está el horizonte cultural de una España cuyos Última sopa de rabode la tertuliaEspaiia ofrece, así, un caso inusual y
tópicos y cuyo carácter sobreviven y transparentan a pesar de todo en el digno de atención de una actitud conciliatoria y fructífera hacia ciertos
escenario barcelonés y que, asimismo, lo impregnan, siquiera tenue- aspectos de la tradición cultural española ostentosamente obviados o ne-
mente, de una cierta cualidad moral -patética, truculenta, quijotesca- gligidos por la mayor parte de los narradores de reciente promoción.
que Miñana contempla -y reivindica, incluso - con mirada regocija- Y quizá sobre este punto no resulte del todo impertinente señalar que
da, a un tiempo burlona y afectuosa. el mismo cuento que da título al volumen y cuyo comienzo ya se ha ci-
Sobre este doble escenario (que no decorado), que jamás cobra pro- tado, se cierra con una satisfactoria metáfora, no ya de España, sino de
tagonismo por sí mismo , Miñana desenvuelve un puñado de historias, la actitud hacia sus tópicos y sus persistencias que el propio Miñana en-
en su mayoría espléndidas, en las que la sátira y la ternura lucen a partes carna.
iguales. El propio Miñana ha empleado pertinentemente estos dos tér- Ahí va el Yayo Carmona, que se las ve y se las desea para arrastrar por
minos a la hora de calificar el humor que preside estos relatos como «hu- la calle, camino de su casa, la gran cabeza de toro disecada y apolillada
mor judío,>. Pero adecuando la comparación a terrenos más próximos y que se propone arreglar. El narrador, nieto de un exiliado español, le ofre-
conocidos, quizá resulte más esclarecedor mencionar aquí los ejemplos ce su ayuda. Y el anciano, después de pensarlo, le contesta: «Es de mal
de Marsé, de Vázquez Montalbán o de Mendoza. llevar, para qué vamos a negarlo . Pero si quiere ayudarme lo cogeremos
No constituye ninguna irnprudencia asegurar que piezas como «Es- los dos por los cuernos» .
tratos», «Llaman a la puerta» o «Travesía del puerto» sostieJJen sin apuros
la mención de estos nombres. Y no es el menor aliciente de este volumen
el de proponer, por parte de un escritor de penúltima generación, una
inteligente continuidad con modelos tan acreditados. Una continuidad
que se establece sin ningún énfasis emulativo, simplemente a fuerza de
talen~o, y de gusto, y de oficio.
A contrapelo de un cosmopolitismo a menudo demasiado atrope-
llado, que sólo en contados auto res ha proporcionado resultados valede-
ros, Juan Miñana (autor extrañamente eludido en las más conspicuas nó-
minas de la narrativa española reciente, y ello pese a la fortuna de las dos
novelas que lleva publicadas: LA claque, El jaquemart) muestra un saluda-
ble atrevimiento a la hora de abrir esta colección de relatos con una cita
de Valle-Inclán, nada menos, que propone un brindis por el «viejo pue-
blo del sol y de los toros».

106
ELOY TI ZÓN

cestuosas -y por lo común funestas- de «poesía narrativa » o «narración


lírica» .
Insistir en la naturaleza poemáti ca de dichas piezas impli ca consi-
derarlas bajo una jurisdicción distinta a aqueHas otras que sí consienten
Una escritura amenazada el calificativo de relatos. Pues lo importante, en relación con el género de
cada una, es que él determina la estructura mi sma de la lectura, que se
organiza de un modo distinto según se trate de un poema o un relato.
Eloy Tizón, La velocidadde losjardines Y lo hace en función de la «expectativa >>,ese elemento que aporta al
Anagrama, Barcelon a, 1992 relato su carácter dinámico y lo distingue po sitivamente del poema .
Y bien: apenas la mit ad de las once pi ezas qu e integran este volumen
co ntienen ese elemento de expectativa , ese dinamismo -esa «veloci-
Este primer libro de relatos de Eloy Tizón es, en no escasa medida, el dad»- que permite presentarlas corno relato s. A lo que cabe añadir, sin
segundo libro de poemas de Eloy Tizón (el primero fue La página ame- exces ivo apresuramiento, que entre ellas se cuentan las más afortunadas:
nazada, de 1984) . Podría decirse que viene a ser, a medias, una cosa y «Familia, desier to, teatro, casa», desde luego, pero también «En cualq uier
la otra: . un libro de poemas y de relatos, confundi dos unos y otros bajo la lugar del atlas» y, más generalmente, las que se ofrecen en la segunda mi -
común envoltura de una prosa brillante, de gran intensidad lírica. De tad del libro, a partir de la titulada «Villa Bor ghese>>.
cualquier modo, es importante no dejarse arrastrar por las apariencias y Como va dicho , poemas y relatos aparecen en este libro presididos
distinguir positivamente la co ndición resp ect iva de cada un a de las pie - por una prosa bastant e portentosa, por una elocuencia lírica que no deja
zas qu e conforma n el volumen. lugar a dudas sobre las dot es de su autor. Eloy Tizón (Madrid, 1964) se
No hay que entender esta recomendación como una quisquillosa revela -ya- dueño de una escritura inspirad a y bien ed ucada, mu y
apelación a la eros ionad a auto rid ad de los géneros. Al margen de las in- leída, a la que se in cor por an, suficientemente amaestradas, múltiples re-
tenciones expresas, la atribución genérica responde también a una si- sonancias (en el libro se invoca exp lícitamente a Nabokov, y hay quien
tuación de hecho. Y así, sin ánimo de preceptuar, únicamente con la ha señalado con acierto }os rastro s de Gómez de la Serna y de Cortázar).
in tel igencia atenta a las piezas en cuestión, cabría conve nir que, para va- Debe reconocerse y admirarse en lo que vale la voluntad de estilo y la pa-
rias de las que int eg ran este libro, lo determinante es el apocamiento de sión literaria que alienta todo el libro, repleto de originales aciertos. Pero
cualquier elemento narrativo - pr áctica mente in existent e- en aras del a la sombra de tanta y tan manifiesta virtud podría prosperar -y co n-
efecto líri co. Algo que se ha ce manifiesto en el carácter estático de tales viene alertar al respecto, por cuanto amenaza pervertir un talento en ver-
piezas, en la naturaleza infmitiva de su desarrollo, en el hecho de que, dad infr ecuent e-- un peligro que ya asoma en estas páginas y que ad-
una sobre o tra, sus poderosas metáforas, sus a m enudo felices hallaz- mite ser aludido como una cierta ebriedad retóü ca y sentimental, acaso
gos, acapare n a cada momento la emoción o el asombro de la lectura y un exceso de facilidad , inclu so de felicidad po ética.
no lib eren ningún impulso ha cia delante, hacia lo que está por venir. Sobre la mayor parte de estas piezas se cierne, en efecto, la ame n aza
Ni acción ni tiem po, una secuencia verbal absorta en el instante: esto de la delicuescencia. Una amenaza que pesa en especial sobre aque llas
es lo que fuerz a a reco nocer piezas como <<Cartaa N abokov » o «Esce- a las qu e su condición de poemas - poemas desamparados del ri gor
nas en un picnic» como simp les poemas, más acá de las categorías in- forma l del verso y de una estruct ura pat ent e-- expone m ás desnud a-

108 109
UNA ESCRITURA AMENAZADA

mente. No ocurre lo mismo en los relatos, y de ahí la preferencia antes


declarada. En ellos la escritura de Tizón se endereza más contenida y efi-
cazmente.
De uno de los personajes de este libro, la Eva de «Villa Borghese>>,
se dice que «tenía problemas con las palabras . Para Eva, las palabras sepa-
recían demasiado a esas cortinas de plástico que se instalan alrededor de Tiempo de destrucción
la ducha : es cierto que son cortinas comprensibles, pero detrás de ellas
con frecuencia se aruvina la presencia de una delgada silueta entrevista» .
Hay una literatura que se complace en los vapores y en las cortinas Miguel Sánchez-Ostiz, Las piraíias
que difuminan o distraen esa «silueta entrevista». Y hay otra que aspira Seix Barral, Barcelona, 1992
resueltamente a rasgarlas o descorrerlas y tratar de contemplar frente a
frente esa sombra esquiva que, como el propio Tizón insinúa, tal vez sea
la de la muerte. Vale la pena confrontar las fotografías de Miguel Sánchez-Ostiz apare-
cidas en sus anteriores libros con la que se ofrece en este que aquí se co-
menta. Se advertirá un cambio casi inquietante en esa cara que ahora
mira de frente a la cámara. La resolución de toda una fisononúa por su
lado más fiero.
Y bien: del mismo modo que, sin haberse alterado ninguno de sus
rasgos, ese rostro de las fotografías destila ahora una expresión más deci-
dida y concentrada, ineludiblemente más hosca, así la escritura de Sán-
chez-Ostiz, sin renunciar a ninguno de los ejes fundamentale s de su ins-
piración, alcanza en esta novela una intensidad y una textura, también una
rabia y una violencia, que no pueden menos de impresionar al lector .
Lo harán aun cuando el lector, familiarizado con la obra anterior de
Sánchez-Ostiz, esté en condiciones de reconocer buena parte de los ele-
mentos con que se arma esta nueva entrega. Pues, de hecho, práctica-
mente todos los motivos temáticos presentes en las precedentes novelas
del autor se acumulan de nuevo en ésta. Y lo hacen, una vez más, en el
ámbito dominante de lo que Morand llamó «la negra provincia de Flau-
bert>>y el propio Sánchez-Ostiz, apropiándose de la expresión para dar
título a un temprano libro de prosas ensayísticas, definió como «el espa-
cio de la intolerancia, de la podre que se oculta bajo la apariencia de una
vida de sosiego )).
El pulso moral que a todas luces anima la obra entera de Sánchez-
Ostiz, vuelve a latir ahora en Laspirañas,novela cuyo título mismo ya ofre-

111
TIEMPO DE DES TRUCCIÓN MIGUEL SÁNCHEZ-OST !Z

ce una pista sobre sus derroteros . Pero he aquí que, de pronto, exaspera- evidenciarlo aquello que, junto a la agresividad que a ratos manifiesta el
dos los manantiales con los que Sánchez-Ostiz ha alimentado hasta ahora texto, constituye su más notoria cualidad: la eficacia de una prosa torren-
su vocación de escritor, esta vertiente moral de su obra arrastra de pronto cial, abrupta, desquiciad a, convertida a ratos en una vertig ino sa acumu-
wn desprecio indescriptible », un «rencor brutal», un «asco indecible ». Y el lación de invectivas, salpicada de localismos, expresiones de argot, vulga-
resultado es un libro inesperadamente acre, amargo, virulento, implacable . rismos, y de una port entosa violencia verbal. Una prosa que, con fortun a
La novela viene a ser un «bárbaro recuento» de las cuatro jornadas irregular, pero con admirable aliento, aspira a tensar y a dotar de un rit-
postreras de un hombre para el que su propia ciudad -una Pamplona mo propio al lenguaje, conquistando para sí nuevos territor ios'.
incansablemente recorrida - se ha convertido «en un memorial de bata- La sombra de Céline parece, en efecto, insinuarse en más de un mo-
llas perdidas, de batallas no entabladas, de deserciones y de fugas vergon- mento a través de este «viaje al país de las pirañas», del que se dice aquí
zosas». Intoxicado por el fracaso, por el alcohol y las drogas, «nuestro mismo qu e es tambi én un «viaje al final de la noc he ». Pero aun con toda
hombre» (así será designado durant e todo el relato por un fantasmagó- su furia y su desgarr adura, el periplo urdido por Sánchez - Ostiz se que-
rico narrador-testigo) presta oído a «la apuntación fiscal de su propia da más acá y termina por teñi rse de una queja elegíaca, de un a piedad
vida», y al hacerlo escucha de paso «el verdadero ruido » de su tiempo y del todo ajenas al autor francés. El reconocimiento de qu e <mo hay m ayor
de su época, «todos los ruidos de la ciudad, y de la vida y de la muerte ... mix tura que el odi o mutuo », es solidar io en Las pirañas de un auténtico
y de algo que no es ni siquiera la vida, sino un ruido ligero de vísceras, dolor por «los años no vividos, los años perdidos , la memoria enferma »,
un borbor» . el progresivo convenc imi ento por parte de «nuestro ho mbre » de que «lo
En una mezcla de monólogo interior y de feroz requisitoria judicial, suyo no es odio, no es ren cor, no , o si es rencor, no lo reconoce, no ese
bajo la que se deja oír en sordina un aullido, un profundo y desordena- odio vulgar, no , sino el dolor, mierda, el dolor de estar simplemente vivo,
do lamento, el texto deviene en sus mejores páginas una minuciosa in- vivo y enlo qu eciendo poco a poco, vivo e insomne ».
vectiva contra las conductas de una sociedad provinciana cuyo perfil , aun Tal vez sea en esa pied ad por sí mismo que invade progresiva m ente
cuando aparece muy concr etam ent e caracterizado, sin embargo acaba al personaje, en las notas elegíacas que van ganand o espacio en el texto,
siendo representativo de toda la España actual, de sus cultos y de sus cul- donde esta no vela se mu estra m enos convincen te. Por lo dem ás, el tex-
turas, del atavismo y de la pringosidad de «un mund o heredado como to muestra no pocos punto s débiles : todo él adolece de un cierto exceso,
quien h ereda una boñi ga», un mundo qu e por debajo de las mutaciones que resulta algo abru mador en los episodios fi nal es, inn ecesariam ente
sociales y políticas pervive en el núcleo mismo de las actitudes impe- reiterativos. Al relato mejor le hubi era convenido un a estru ctura más ter-
rantes. Víctima de este mundo, «nuestro hombre», pese a su casi fanático sa, menos dilatada: en este sentid o, la última de sus j ornadas constitu ye
desvarío, termin a por investirse del patetismo de un ecce hom o. una pequeña catástrofe para sus propósitos. Incluso la estrate gia estilísti-
El empeño de Sánch ez- Ostiz , su ambición en esta novela , qued a ca zozobra en más de un punto en la medida en que, incapa z de soste-
lejo s de ser inédito en la reciente tradición de la narr ativa española. Se ner su propia tensión tan pro lon gadamente, permite la intron ú sión de
. podrí a arriesgar una casi explícita andadur a en M artín - Santos, más par- tonalidades panfletarias o sentimentale s, y extrema su trem endismo . N o
ticularmente en el Martín -Sa ntos de Tiempo de destrucción. Y no costaría acaba de justificarse, por otro lado, el carácter del narrador y de su com-
encontrar asonancias con otros autores por lo deruás tan divergentes como parsa, voces del más allá que parecen responder de u n mod o algo in -
Juan Goytisolo o Guelbenzu. Pero quiz á el ascendiente más predomin an- conse cuen te al imperativo valleinclanesco de «ver este mundo con la
te sea aquí foráneo y corresponda al magisterio de Céline. Así parece perspecti va de 'la otra ribera ».

112 113
TIEMPO DE DESTRUCCIÓN

Pero todos estos reparos, si bien delatan sus imperfecciones, no es-


torban ni desdicen la fuerza y el impacto de esta novela, la impresionante
contundencia de sus propósitos, perseguidos con un encono fuera de lo
común y tanto más logrados en cuanto se imponen con una sinceridad
Sombras checas
que aleja toda sospecha de impostura transgresora, apartándose de las más
convenidas retóri cas del resentimiento.
Lo que queda, así, es la brutal ceremonia con que se cumple el exor-
Enrique Vila-Matas, Hijos sin hijos
cismo de la memoria y de todos los demonios que exhalan sus podridas
Anagrama, Barcelona, 1993
calderas, empezando por aquel <<viejodemonio, >que consiste en «inten-
tar huir de la zafiedad, de la mediocridad, y al final arrear con ellas a la
fuerza>>.
Tal vez sea cierto lo de que el arte más difícil es aquel que no tiene reglas.
Al menos en este sentido es en el que debe aceptarse el calificativo de
difíciles para las quince piezas -un prólogo, once relatos y tres apólo-
gos- que integran este volumen.
Nada en ellas se conforma a la legalidad narrativa comúnmente vi-
gente. Las expectativas aparecen aquí constantemente distraídas. Los diá-
logos se disparatan. Los personajes son todos seres excéntricos de los que
el lector desespera obtener ningún comportamiento razonable, ni si-
quiera mínimamente decoroso.
Todo en estos textos parece amenazado por una dispersión irr epara-
ble, a la que contribuye poderosamente el humor , con su efecto disol -
vente. Pero esta dispersión, esta reiterad a fuga del sentido, se resuelven,
paradójicamente, en una constelación sign ificativa.
Al lector le ocurre aquí lo mismo que a la protagonista de uno de los
relatos, cuando recuerda cómo su hermano le hablaba en cierta ocasión
de Praga, y lo hacía de un modo «que en un principio me pareció muy
in conexo - tu forma de de cir me las cosas la veía yo como un continuo
capri cho de ideas y de imágen es, todas precariamente entrelazadas - ,
hasta que de pronto desapareció el aparente caos y todo lo dicho fue con -
virti éndose en algo extrañamente cohe rente y bello>>.
Esa belleza extraña, esa súbita coherencia no fundan aq uí, sin em-
bargo, un sentido. Más bien lo desplazan. O mejor dicho: usurpan su
puesto vacante, como ocurre, aunque de otro modo, con Kafka. No en

115
!>U M lJl (./1;, ' 1 ll ' t A ENRIQUE V ILA-MATAS

vano estos relatos se presentan encabezados por una cita de este autor. y ,rnsistencia de los relatos de Vila-Matas: sus pr otagoni stas ---<<ciudada-
en todos ellos se alude «de un modo consciente a la vida, la obra o la ciu I n,s anónimos, fantasmas ambulantes, pobres personas y otros genios de
dad del escritor checo, del hijo sin hijos por excelencia>>. ). natación »- ordenan sus experiencias con ostentosa indiferencia res-
1
Presentado siempre en relación con el padre, esta alusión a Kafb pecto a ese simulacro del sentido que se conoce como normalidad; pero
en la que se le contempla también desd e la perspectiva de su propia pa - 1
·urre que su excéntrica peripecia se redime de la locura y de la garru-
ternidad resulta reveladora. Más allá de la anécdota biográfica , permite lidad pr ecisamente en la medida en que sobrevive en ellos, acurrucado,
vislumbrar como algo consustancial a Kafka el horror ante la perpetui - ese maniático, ese nimio personaje que al lect or se le descubre de pron-
dad de un mundo en el que se ha quebrado el sentido , y en el que toda to en tod a su entrañable indef ensión.
transmisión, por lo tanto, se vuelve intolerable. A Kafka (y ningún texto Es en esta complicada operación de preservar el sentido en el cen -
mejor para ilustrarlo que el titulado «La preocupación del padre de fa- tro mismo del sinsentido -o mejor dicho , de devolverle a éste su ínti-
milia », el mismo en que se discurre sobre el Odradek) la prominencia tTJ.a coherencia- donde pu ede decirse que Vila-Matas (sirviéndo se, un a
del sinsentido le resulta inquietante, angustiosa, «casi dolorosa », hasta el vez más de un talento completamente inusu al para estructur ar sus rela-
extremo de que toda su obra pu ede leerse como un desesperado testa- tos por ~irtud de la voz narradora ) ha alcanzado una completa maestrí a.
mento en el que se ,reparte a una descendencia imposible una herencia Una maestría que hace de él un autor insustituible.
inexistente.
A igual que Kafka, Vila-Matas, como narrador, contempla el mun-
do bajo el signo de la pérdida del sentido. De ahí que, como la de Kafka,
la suya sea una escritura que «se demora sin fin en la naturaleza incierta,
fluctuante de las experiencias» (Benjamín).
Pero no cabe extremar esta afinidad. Vila-Matas no es propiamente
un escritor kafkiano. Y no lo es, sobre todo, porqu e, a diferencia de la de
Kafka, su literatura está exenta de sufrimiento. Nutrido por la irreve-
rencia del espíritu surrealista, él escribe desde el regocijo que le produ-
ce adentrarse en el absurdo. Conviene recordar en este punto lo que ya
dejó dicho en su Historia abreviada de la literaturaportátil (concretamente
en el capítulo titulado «Laberinto d e odradeks »): todo poema, toda no-
vela, corre siempre «el peligro de carecer de sentido», pero no es nada sin
ese riesgo .
Este carácter lúdico ......-ar
riesgado-- es inh erent e a la literatura de Vila-
Matas, quien, por otro lado, considera que el mayo r ries go consiste <<e n
que acabemos pareciéndonos demasiado a nosotro s mismos ». Añad e lue-
go Vila-Matas , en el mismo texto: «A medida que uno vive, progresiva-
mente, se afianza el mismo maniático, el mismo nimio personaje>>.Y al
leer esto se tiene la súbita revelación de cuál es el secreto de la p eculiar

116
JESÚS FERRERO

Al lector de Jesús Ferrero no le han de coger por sorpresa ni el abi-


garr amiento de este planteamiento ni las coordenadas literarias y fi]osó-
lic as de las que se nutre. Lo que tal vez sí le desconcierte sea el grado de
El mundo en «ferrerocarril» u atrevimiento . Y se dice su atrevimiento, y no su ambición, con in-
Lención de subrayar lo que esta novela tiene de propósito emprendido
\in previa consideración de los propios límites. Vale decir lo que esta no-
Jesús Ferrero, El secretode los dioses vela tiene, simplemente, de despropósito.
Plaza & Janés, Barcelona, 1993 Pues ocurre que el texto, en cada uno de sus tramos, presupone la
apacidad de fascinar y de turbar a sus lectores. De hecho, en eso con-
siste su mecaniismo interno, fundado sobre el impacto que su lectura pro-
Todo comienza con un vertiginoso zoom que, desde «las periferias del sis- d uc e en cada uno de sus protagonistas (co-lectores, a la vez que co-autores).
tema solar», enfoca la Tierra, y luego Grecia, y luego Atenas, donde el an- En la medida , sin embargo, en que el lector común permanece inmune
ciano Platón, el día mismo de su muerte, está a punto de soñar este libro. a esa fascinación, e] relato acusa progresivamente su propio extravío, a
En él comparecen personajes co mo san Juan, Teodora de Bizancio tal punto que una trivial intriga -la suerte final del manuscrito en cues -
o Mi chel de Nostradamus, y se pasa sucesivamente de la isla de Delos a tión - termina por usurpar la expectativa que habría de corresponder a
la de Patmos, de Constantinopla a Samarkanda, de Bagdad a Venecia, de una trascendental revelación, presuntamente ansiada.
Barcelona a Costa Rica, de Berlín a Hiroshima e incluso a un planeta si- Y es que, si bien la imaginación de Ferrero manifiesta siempre una
tuado más allá del Sol, en la constelación del C entauro. Se conforma de inusual inquietud, que constituye sin duda - también aquí - su mejor
este modo un recorrido a través del mundo y de la historia cuyos pro- baza como novelista, dicha imaginación lo cierto es que alcanza para cor-
tagomstas son «los peregrinos de Akásar », nombre de una isla igno ta cu- tos v uelos. Y lo mismo cabe decir de sus prédi cas sobre lo divino y lo hu -
yos habitant es habrían p enetrado el <<misterio de la inmortalidad». mano, bienintencionad o pero insípido refrito de mensajerías orientales
Eslabones de «una cadena humana encargada de mantener una lla- pasadas por el filtro del platonismo. Una doble circunstancia a la que debe
ma a través del tiempo», los miembros de esta hermandad secreta son los sumarse la chatur a del estilo, carente de todo nervio , aunque sobresalta-
sucesivos pos ee dor es de un manuscrito en el que cada uno vierte el con- do de vez e11cuando por los desafueros de la adjetivación, por alguna me -
tenido de sus propias experi e ncias . Así es como - poseídos todos ellos táfora descarriada. Calamidades todas que repercuten desdichadamente
por la creen cia de que el fin del mundo está cerca, y también por <<e l de- en un texto que postu la co n insisten cia su carácter visionario.
seo de acceder al grado cero d el tiempo», en el que la muerte pierde su Cuanto suena en estas páginas con una nota particularm ent e vibrante
sentido- juntos <<vanescribiendo de siglo en siglo el Libro de Fuego», se revela deudor de fuentes muy manifiestas, como es el caso del Apoca-
es decir, este mismo libro , esta nov ela, qu e se ofrece, pu es, como una lipsis. Y en punto al enredo propiamente novelístico -o incluso met a-
suerte de texto iniciático en el qu e, a modo de het erodoxo con trapun- físico - , durante su trans curso resulta inevitabl e pensar que tod o él cabría
to a las convenciones imperantes, se m ezclan y confunden (sobre todo en un sucinto apólogo de Borg es, lo cual fatiga al lector con la certeza de
confu nd en) un a serie de motivos propios de las tradicion es gnósticas , tan tas páginas rellenadas mediante un recurrente esquema: perplejidad -
teosóficas y h erm éticas . halla zgo - revelación - delirio, todo salpicado de los no menos recurrent es
lances eróticos 'co n «intramuj eres».
118
119
EL MUNDO EN ,,FERREROCARRIL »

La pretensión de Ferrero y los rudimentos de que se sirve para cum-


plirla forman, así, dos líneas paralelas en cuya vía se tienden los travesa-
ños gemelos de las diez historias que integran el relato . En cuanto a la
ironía que el propio texto reivindica, parece más bien una coartada que
Memorias sin entendimientos
insinúa la ilusoria convergencia de los dos rieles en un remoto punto
de fuga.
Ya hacia el final del libro, uno de los personajes recoge una frase de
Camilo José Cela, Memorias, entendimientosy voluntades
Van Gogh en la que éste dice : «Así como nos subimos al tren para ir a
Plaza & Janés, Barcelona, 1993
Tarascón, nos subimos a la muerte para ir a las estrellas». Pero he aquí
que, pese a que durante su recorrido viaja hasta las estrellas, al concluir
Camilo José Cela, El huevo delJuicio
esta novela, en la que tanto protagonismo tiene la muerte, el lector guar-
Seix Barral, Barcelona, 1993
da la impresión de haber pasado por Tarascón .

Hacia 1950, frisando los treinta y cinco años de edad, redactaba Cela el
prólogo de La rosa,primer volumen de sus memorias, publicado en 1959.
Juzgaba allí que era << mala costumbre» la de escribir los libros de memo-
rias en edad avanzada, y ello por cuanto la memoria - decía - es fuen-
te del dolor: sólo el que sufre tiene memoria, y «la edad del dolor, la hora
del sufrimiento, no es la de la vejez: es la de la ju ventud que se pierde ».
· La vejez - añadía Cela en aquel prólogo - «suele ser cínica y aco -
modaticia, egoísta y poco respetable . .. La vejez marca los años en que
el hombre quiere justificarse, disculparse, pedir perdón . Y esos años pos-
treros, esos años que se viven casi de regalo y un poco co mo de presta-
do, no son buenos para la sinceridad».
A estas palabras de antaño, responde el afamado novelista padronés
con estas otras de ahora , las del prólogo a 1vlemorias, entendimientosy volun-
tades, donde declara que no pide disculpas de nada «porgu e no m e aver-
güenzo ni m e arrepiento de nada de lo que haya podido hacer y porgue
tengo la fundada evidencia de que no lleva a nin gú n lado el implor ar ca-
ridad ».
Sobre el fondo de esta íntima y remota, de esta fero z y acaso bala-
dí co ntrov ersia, desta ca la port entosa producción de Cela, qu e, se diría,
ha venido ejercie ,ndo las veces de ese «cuaderno de bitácora de nuestro

121
MEMORIAS SIN ENTENDIMIENTOS
CAMILO JOSÉ CELA
incierto o decidido navegar» en que, para el autor de La rosa,habrían de
consistir los libros de memorias . En la opinión del entonces joven Cela, en estas memorias de juventud en que se resuelve una vocación de es-
los libros de memorias, en efecto, deberían «escribirse sobre la marcha, critor tan perseverante como la de Cela, el lector no halla apenas nin-
sin esperar a que la memoria se aje, se pierda o se confunda». Y esto es guna pista sobre cómo llegara a ocurrir eso. Al igual que tampoco se le
lo que, al parecer, él ha venido haciendo todo este tiempo, como prue- brindan mayores explicaciones sobre el dato de que, hallándose en Ma-
ba el hecho de que tan poco de lo que se cuenta en este segundo volu- drid al declararse la guerra, se pasara a las filas nacionales y combatiera
men de sus memorias (que recoge el período que lleva a Cela desde la desde ellas.
llegada a Madrid con toda su familia, en 1925, hasta finales de 1942, en El consumo que reclaman estas memorias, pues, es el del anecdota-
que aparece su primera novela, La familia de PascualDuarte) proporcio- rio suculento, jocoso batiburrillo de rrúnimos sucesos, con frecuencia
ne nuevas luces sobre su persona. Ni siquiera en relación con ese punto abultados por el prurito notarial de un escritor demasiado jactancioso
que, ciertamente, constituye el meollo del período contemplado y, por del lugar que sus recuerdos han de ocupar en las vitrinas de la flamante
lo mismo, del libro todo, a saber : la Guerra Civil y la participación del Fundación que lleva su nombre . Cunde la sospecha de que Cela ha sor-
autor en la misma. teado las ligaduras que, traspasado cierto umbral (el de esa infancia ge-
Es significativo que estas páginas no reflejen en ningún momento nialmente reconstruida en La rosa), comprometen la memoria con sus
una vivencia más honda y contundente de la Guerra Civil, tampoco más propios materiales. Y de ahí que estas páginas, suscitadoras en un prin-
exacta y concluyente, que la que se proyecta, a menudo con idénticos cipio de una expectativa distinta a la de anteriores obras suyas, acaben
procedimientos, en las páginas de, por ejemplo, San Camilo 193 6 o Ma- alineándose mansamente con tantas otras en que Cela ha ido ejerciendo
zurcaparados muertos. Algo tendrá que ver con esto el dato -tan relevan- su consumado oficio de prosista y narrador.
te a la hora de valorar este tranco de sus memorias- de que la Guerra Pues sobra decir que Cela (y a ello se conforma, en definitiva y una
Civil constituye, ya desde el PascualDuarte (como bien claro queda en es- vez más, el aliciente de estas memorias) en ningún momento abdica del
tas páginas), un eje primordial en la narrativa de Cela. La vivencia de la magisterio de su prosa. Y su prosa es desde hace mucho tiempo -quizá
guerra -pocas dudas caben al respecto- se halla en la base de su pecu- desde hace demasiado tiempo; tanto, que se ha llegado a olvidar- un me-
liar visión del hombre. Y es en atención a ello como conviene evaluar la canismo asombrosamente eficaz y regocijante, carac~erizado por su ad-
incomparecencia aquí de una dilucidación más reflexiva de su personal mirable intimidad con el idioma y, más vistosamente, por la ventrílocua
experiencia de la contienda. versatilidad de lo que pudiera describirse como un narrador acosado,
El hecho es que la escritura de estas páginas se sitúa en el mismo pla- continuamente interrumpido por voces que lo socavan, que desinflan las
no ético que la de las páginas de distinto género en que Cela ha discurri- hinchazones del discurso, que lo reovillan cuando se arrebata, que lo
do sobre hechos a menudo coincidentes. Y si ello alecciona sobre su corrigen y que lo matizan conforme a un procedimiento multiplicador
conducta narrativa, no excluye cierta perplejidad sobre la legitimidad de de la ironía.
una memoria tan descomprometida de sus razones. Los más de cien artículos breves que integran El huevo deljuicio-co-
En Cela es una vieja idea la de que el hombre sano no tiene ideas. secha algo tardía de una sección semanal publicada en revista hace ya más
Por ahí deben buscarse los motivos de que él sea (y ello tiene mucho que de diez años- constituyen una excelente muestra de esta naturaleza
ver con su genuina naturaleza de narrador) el escritor menos propicio a «colmenar» de la prosa de Cela. Entre otras más rutinarias, algunas de las
la confidencia del que se tenga noticia. De manera que en estas páginas, piezas aquí reunidas, a medio carnino entre el relato breve y el sermón
periodístico, soh espléndidas en su extravagante textura, con su acorde
122
123
MEMORIAS SIN ENTENDIMIENTOS

unas veces lfrico y otras abrupto, siempre cordial. Mas en todas se sien-
te ,el zumbido de un furioso enjambre que solicita más amplios vuelos,
mas tenaces y complejas tramas. Y ello apremia la impaciencia por esa
novela -.Madera de boj- que Cela admite habérsele enquistado cuando
el Nobel, de eso hace ya más de tres años. La última «aventi»

Juan Marsé, El embn90 de Shanghai


Plaza & Janés, Barcelona, 1993

En sus últimos libros,Juan Marsé viene practicando, sin ademanes espec-


taculares, una operación tan insólita como arriesgada: la demolición de
sus propios mitos narrativos. Algo semejante a una relectura de su mun-
do novelístico a la cruda luz del desencanto.
Por debajo de sus más llamativas intenciones, El amante bilingüe cons -
tituía, en clave de farsa, un ajuste de cuentas con los personajes del Pi-
joaparte y de Teresa, de los que se ofrecía allí una marchita contrafigura.
En tanto que ahora, en El embn90 de Shanghai, se revela el escurridizo
corazón de mercurio de esos pistoleros desahuciados, de esos «hombres
de hierro, forjados en tantas batallas», a quienes la furiosa imaginación de
unos pobres niños de barrio había elevado -en Si te dicen que caí o en
Un d{a volveré- a la categoría de héroes.
Este descrédito de sus propios mitos narrativos es proporcional, en
la narrativa última de Marsé, a un pronunciado replegamiento del autor
en el paisaje de su infancia. En la nota que precede a la edición defini-
tiva de Si te dicen que ca{, aseguraba Marsé haber escrito aquella novela
pensando «en cierto compromiso contraído conmigo mismo, con mi
propia niñez y mi adolescencia». Ese compromiso, se diría, ha ido ejer-
ciendo en su obra un reclamo cada vez más imperioso, al tiempo que ha
ido impregnándola de un desdeñoso ensimismamiento, de una textura
cada vez más personal. Y ello conforme a una secreta inercia a la que el
narrador de esta última novela se refiere explícitamente cuando afirma
que «a pesar de crecer, y por mucho que uno mire hacia el futuro, uno

125
JUAN MARSÉ

LA ÚLTIMA «AVENTI»
esta resignación es la pérdida de los más íntimos resortes de la identidad.
crece siempre hacia el pasado, en busca tal vez del primer deslumbra- · i de a1úque el mundo de Marsé vaya poblándose de personajes que se

núento». han perdido a sí núsmos y de los que --en esta novela- ofrece un pro-
Ese deslumbramiento puede ir asociado al brillo de una pistola o a la totipo cómico el señor Sucre, del que la gente «solía decir que, en días
luz del atardecer en el puerto de una ciudad de Shanghai descaradamente desapacibles y de mucho viento, tenía que echarse a la calle en busca de
imaginaria, escenario de una turbia intriga de amores y de venganzas, de su propio yo extraviado, rastreándolo por las calles de Gracia ... ».
exiliados y de gángsteres. Lo determinante, en cualquier caso, es su re- También el propio Marsé, de una a otra de sus novelas, ha ido ras-
verberación en el ámbito de un relato que se despliega ante los oídos en- treando incansablemente las mismas calles de Gracia para concluir, como
candilados de un niño. Recuérdense, en Si te dicenque caí, las aventis que hace el narrador de esta novela, que «con el tiempo y casi sin darme cuem.-
Sarnita improvisa para sus compañeros. Y las películas que, en El aman- ta, el escenario vital de mi infancia se me fue convirtiendo poco a poc o
te bilingüe,Marés/Faneca le describe a Carmen, la muchacha ciega de la en un paisaje moral, y así ha quedado grabado para siempre en mi me-
pensión . O, ya en este El embrujode ShanJai, la historia que Nandu For- 1nona>>.
cat se inventa para Susanita, la niüa tísica que espera en vano a que su Es en esta configuración de la infancia como un paisaje moral, fuera
padre, un resistente antifranquista, llegue algún día para rescatarla de la de cuyos contornos «la identidad es una engañifa », donde debe seüalar-
sordidez y de la enfermedad. se, valga insistir en ello, el sentido profundo en el que progresa la narra-
La narrativa de Marsé es cada vez más un escenario de fantoches y tiva de Marsé. Y es a partir de ahí como esta última novela se edifica, por
de derrotas entre cuyos escombros se busca melancólicamente la magia un lado, como la evocación de una mirada capaz de transfigurar el mun-
infantil que un día levantó aqu el decorado en ruinas. «Los sueños juve- do devastado de la posguerra, y, por el otro, co mo el ácido testimonio
niles se corrompen en boca de los adultos», empieza por decir el narra- de ese mundo co ntemplado, ya desde la madur ez, como una risible ig-
dor de El embrujo de Shanghai. Y no es arriesgado proponer que esta no- norrun1a.
vela constituye propiament e la historia de esa corrupción, que conduce Pues es el humor, sin duda alguna, el medio en que prospera la agri-
a la desolación de una conciencia con la mirada prendida todavía «en un dulce mezcla de cólera y de nostalgia en qu e se resuelve el acorde prin-
mundo que había perdido la transparencia y la palabra ». cipal de esta novela. Como es al hecho de que toda ella brote de un ám-
Es la imaginación infantil la qu e, de nu evo aquí, imprime al mundo bito reit erado y perfectamente conformado - el de un barrio pobre qu e
adulto un aura heroica, transfiguradora, capaz de co nvertir en héroes a ya sólo sobrevive en los libros y en la memoria de M arsé- al qu e debe
una pandilla de aventureros envilecidos por el fracaso y por la derrota. atribuirse la asombrosa densida d que enseguida adquiere el relato .
En el mundo devastado de la posgu erra, es la imaginación infantil, a tra- Del mismo modo que la historia sobre Shanghai (de he cho, una lar-
vés de la palabra narradora-aquella en que resuena todavía el perdido ga aventi repleta de impostaciones literari as y cinematográficas) se en-
encanto del mundo-, la qu e anima épicamente el gesto vencido de cuadra en el texto , co nviene a su vez encuadrar éste en el ámbito más
uno s hombres impulsado s antaüo «a vivir peligrosamente, sacrificando amp lio de la narrativa entera de M arsé para agota r todas sus implicacio-
la seguridad y el afecto de su familia y en much os casos su propia esti- nes. Pero esto es algo que puede dejar de hacerse sin perder en absolu-
ma», por «unas cuantas cosas que hoy en día ya empiezan a no importar to el aliciente de un relato cautivador, poblado una vez más de persona-
a nadie y pronto serán olvidadas» . jes tan co ntund ent es co mo entrañab les, y tácitamente sostenido por un
«Tal vez sea mejor así», se dice el narrador de esta novela. Y añade: sutil ju ego de guiños y de metáforas, entr e las qu e destaca la de una ru -
«A fin de cuentas, el olvido es una estrategia del vivir». Pero el precio de
127
126
LA ÚLTIMA «AVENTI»

tilante ciudad de Shanghai abocada -como la inocencia del narrador y


de Susana- a naufragar en el inminente vendaval revolucionario.
La actual escritura de Juan Marsé tiene mucho que ver con la etapa
tardía de algunos viejos maestros de la pintura, cuya pincelada, confiada
en la experta seguridad de su trazo, indaga desinhibidamente nuevas y
Contra los ángeles
más atrevidas variantes de unos motivos por lo demás recurrentes. La for-
midable riqueza y coherencia de su mundo narrativo no admite confu-
siones acerca del carácter sucinto, casi esquemático, con que, en una no-
Gustavo Martín Garzo, El lenguajede lasfuentes
vela breve y veloz como ésta, Marsé reincide en ese mismo mundo para
Lumen, Barcelona, 1993
extraerle, como en el último estertor de una carcajada liberadora, su más
esencial aliento.
Es ésta una novela extraña y terrible, de una intensidad sorprendente, tan-
to más cuanto que emana de un personaje -José el carpintero, padre de
Jesús de Nazaret- cuya discreta envergadura no despierta de antemano
especial atractivo .
Sin obviar ninguno de los rasgos que la tradición le atribuye, Martín
Garzo convierte a José en una figura de la pasión amorosa: la del deseo
que renuncia a indagar en su oscuro objeto, sin exigir nada del mismo.
La novela reconstruye la vida de José y su peculiar relación con Ma-
ría desde esta perspectiva del amante solícito y silencioso, que inhibe toda
pregunta y todo juicio sobre un comportamiento que no aspira a com-
prender. Esa incomprensión no supone dudas en el amor de José, a quien
le basta con perseverar en la compañía de María , para lo cual tolera las
visitas intempestivas de unos ángeles que perturban con oscuros desig-
nios su existencia pacífica.
Estos ángeles constituyen la más portentosa creación de esta novela,
en la que introducen una ambigua tensión. Son seres terribles, como
dice Rilke que son todos los ángeles. Pero este adjetivo, que en Rilke
contiene un acento elegíaco, adquiere aquí su más cruda acepción.
Imperiosos mensajeros de un orden extraño, su sola presencia trae la
amenaza de un significado ajeno al mundo . La amenaza, y no el anun-
cio, pues para José el significado, cualquier significado, encarna el mal.
Por eso él no quiere ten er ningún trato con los ángeles: porque para él
«el mundo es ,una fuerza y no nec esita tener significado Oa mayoría de

129
CONTRA LOS ÁNGELES GUSTAVO MARTÍN GARZO

las cosas de la naturaleza no lo tienen)». Él no quiere saber, no quiere si- También de un libro de relatos en una de cuyas piezas -«Preludio de
quiera recordar ni pensar: san José »- se contiene ya en germen El lenguajede lasfuentes. La anda-
«No le importaban las preguntas ni los pensamientos de los hombres, dura casi clandestina de estos libros precedentes subraya el interés de esta
y hacía tiempo que sólo encontraba consuelo lejos de su compañía. En- novela, que para la mayor parte de sus lectores ha de constituir la sor-
vidiaba al árbol, y envidiaba a los pájaros que volaban a su alrededor lan- prendente revelación de un escritor en espléndida madurez.
zando chillidos».
José vive en una reiterada afirmación de lo terrenal. Una celebración
de la inmanencia, que reacciona con horror ante el acecho del sentido,
ante la emergencia de lo inefable en lo concreto. Frente a la premonición
de lo sagrado, frente al terrible acoso de los ángeles, frente al progresivo
arrebato de María,José opone una sosegada mística de lo inmediato que
infunde a su personaje una concentrada intensidad. Una intensidad se-
mejante a la que irradian los cuadros de animales de Franz Marc. No en
vano José tiene una gran intimidad con los animales, y él mismo ternú-
na conduciéndose como uno de ellos.
En apenas cien páginas, Martín Garzo ha urdido un relato insólito
y perturbador, original y bellísimo, al que resulta muy difícil encontrar
paralelos en el ámbito de la narrativa española. Admira el acierto con
que se conducen todas las estrategias mediante las cuales se enfrenta
el autor a los graves riesgos que entraña su empeño, empezando por el
muy peligroso de sucumbir a una mecánica alegórica. Es virtud prin-
cipal de esta novela conseguir evitarlo, como lo es también el decoro y
la verosimilitud con que se atiene a los elementos de los que se sirve, el
atrevimiento con que actúa sobre ellos una imaginación sorprenden-
te, repleta de hallazgos, o la forma en que la historia incurre en digre-
siones narrativas de enorme fuerza sugestiva, que ensanchan su signifi-
cación.
Todo ello servido en una prosa que aspira a la transparencia sin re-
nunciar al temblor y al lirismo, una prosa eficacísima en el modo en que
se nutre de metáforas y referencias bíblicas sin pretensiones arqueológi-
cas de ningún tipo, por el solo rigor de su coherencia constructiva, de
una meditada sabiduría.
Gustavo Martín Garzo (Valladolid, 1948) es autor hasta el momento
de otras dos novelas, Luz no usada(1986) y Una tiendajunto al agua(1991).

130
RAFAEL SÁNCHEZ FERLOSIO

a «la conciencia de las palabras» (Canetti). Baste reparar e , ·


n que agresi-
va medida este libro constituye un auténtico catálogo de t·a, . ees l'C(Ues.
Poseído, sin embargo,
. de una llama inquisitiva que le ih,pi·d
.,, ·
e resignarse
al impávido registro de la imbecilidad, Ferlosio discierne ap as10na · d a-
Contra la verdad mente los mecanismos con que se opera la perversión del le ·
nguaJe, y o
1
hace con la pretensión de restituir la palabra a su propia legalidad. Por
ahí se explican los ademanes jurídicos de su discurso, su intensidad tantas
Rafael Sánchez Ferlosio, Vendrán más años malos veces moral. Si bien a este respecto importa no equivocar el · · ·
JU1C10:cuan-
y nos harán más ciegos do Ferlosio denuncia delitos, o señala vicios, lo hace desde un es t ra d o
Destino, Barcelona, 1993 en el que permanece vacante el puesto de la Ley, negada la autoridad de
la Justicia (a la que él mismo acusa de «esencial perversidad»).
Esta circunstancia permite calibrar el alma de grarnáti"co que amma ·
«Pecios», los llama su autor. Es decir, restos de un naufragio que él mis- las inquisiciones de Ferlosio, su invocación al estatuto propio del len-
mo duda si es sólo suyo o es de muchos. Alude así al carácter inacabado guaje, y justificar el enconamiento con que defiende a la palabra de la
-extractado, se diría- que, aunque es propio de casi toda su obra, en verdad. Pues fueron «los que inventaron la verdad quienes h.icieron· r_ 1
1aiaz
las piezas de este libro, dada su brevedad, se acusa muy particularmente. a la palabra», y ésta <<Se
hizo madre de engaños cuando sela e · · , d
ng10 en e-
A estos «pecios», sin embargo, de tan varia y desinhibida catadura, tam- cidora de verdades». La verdad, asegura Ferlosio, «será sie,.,_,p .
,u re una sucia
bién les convendría un epígrafe más plural, menos melancólico, que bien invención de mandarines», nunca un atributo de la palabra. El d OlTilnlO · ·
podría ser aquel de «sentencias, donaires, apuntes y recuerdos» que An- de ésta no es la verdad, sino la razón, cuya salud se manifiiesta a traves
, de
tonio Machado asignara a su juan de 1'vlairena. la palabra, y que si tantas veces queda ofuscada por el fanatismo es por-
Al fin y al cabo, el de Mairena es uno de los magisterios más explí- que, en definitiva, el fanatismo constituye «una enfermedad de la pala-
citos de Ferlosio, y este libro -que incluye apólogos y poemas, ensayos bra, una especie de inflamación absoluta de los significados», mo t.iva d a
breves y aforismos espigados de muchos años- revela frecuentes afi- por la infección de la verdad.
nidades entre su autor y el heterónimo machadiano. Baste recordar Es sobre este trasfondo como conviene interpretarlas reiteradas pu-
aquello que decía Mairena sobre cómo, «casi siempre, la única mane- llas de Ferlosio contra la «estúpida arrogancia del convencirm·en t o» y en-
ra de pensar algo» es pensarlo «en contra de lo que se dice». Y reparar tender la serena afirmación que, por contra, hace del sent¡·rm· en t o. Al fim
hasta qué punto el de Ferlosio es, en efecto, un pensamiento que se m-- y al cabo, «acaso nunca el sentimiento haya sabido ser tan i"L
'ijllln1ano COn10
ganiza a fuerza de contrariedades. Contrariedades que apuntan a los más puede llegar a serlo la convicción».
diversos objetos -el periodismo, el Estado, la Historia-, pero que, más La fórmula miscelánea y marcadamente sentimental de t , ·
es as pagmas
allá de su horizonte inmediato --«el claudicante principio de realidad no constituye, pues, una claudicación sino una estrategia co t ·
n ra 1a mer-
moderno»-, comparten una común susceptibilidad hacia los extravíos cia de los sistemas en que prospera la noción de verdad p ,
. ero aun asi
de la palabra. (y dejando ahora de lado la maravilla de los apólogos y poemas), no deja
Este rasgo sitúa a Ferlosio en la línea de los grandes custodios del len- de manifestarse en ellas una polaridad que les confiere supeculiar fiso-
guaje, aquellos que, a través de la modernidad, no han dejado de apelar nomía: se trata de la «pasión de la teoría» mordida por unr e c al ci·tran t e

132 133
CONTRA LA VERDAD

hedonismo, de la mutua violencia con que una y otro conviven. Algo


que otorga a la portentosa prosa de Ferlosio su particular vibración y pro-
duce ese chispazo unas veces humorístico y otras resueltamente lírico
con que tan a menudo estalla en sus escritos la tiensión acumulada en una
minuciosa argumentación. Un artista del «rocanrollo»
Dicha polaridad no es extraña a la profesión que hace Ferlosio de an-
tipatía, entendida ésta como <<resistenciay repugnancia a simular y esce-
nificar -abyectamente- un mundo que no existe». Profesión hecha a Ray Loriga, Héroes
cuenta de tantos indicios «de que ha habido, de que ha podido haber, Plaza & Janés, Barcelona, 1993
o por lo menos ha querido haber, alguna vez, un mundo» .
Ahí, en esa desesperada ajenidad respecto de un mundo negado por
inexistente y, sin embargo, añorado, es donde reside el drama, el íntimo D e tanto pretenderlo, este libro parece casi un disco. Véase, si no, la por-
argumento y la complicada belleza de este libro a la vez corrosivo y ele- tada, donde el propio autor se ofrece a sí mismo como icono de su pre-
gíaco. En él, más suelta que nunca, sobreponiéndose a las pasiones de la sunta modernidad y, con arreglo a las convenciones al uso (esa estética
inteligencia, la escritura de Ferlosio relumbra una vez más inspirada de lo irascible), contempla severamente al personal mientras empuña una
(como él mismo dice a propósito de los ripios de Unamuno) «por el se- cerveza. Repárese también en el título (tomado de un álbum de David
creto ardor de una sensualidad capaz de conservar su más aguda recepti- B owie), y léase en fin el texto de lo que se ofrece como una novela, pero
vidad, aun embozada tras la ascesis de una hirsuta conciencia puritana». viene a ser, más deliberadamente, un puñado de letras para canciones.
El narrador se refiere a sus monólogos como eso mismo, como can-
ciones, y el conjunto de todas ellas no se aparta, en cuanto a su funcio-
namiento literario, de lo que podría esperarse leyendo, una tras otra, las
letras de un disco de Bob Dylan, o de Lou Reed, o de Tom Waits. No
es otro el referente conforme al que se ordena el libro. Lo cual apunta a
su virtud eminentemente lírica, en detrimento de su consistencia na-
rrativa, que es prácticamente nula, por mucho que, de vez en cuando,
mezclada a las canciones, una viñeta relumbre con el impacto caracte-
rístico de la mejor ficción súbita norteamericana.
<<Siemprequise ser una estrella del rock and roll», dice el narrador.
«Quería sentir cierto dolor extraño al que sólo las estrellas del rock and roll
están expuestas y quería explicarlo todo de una manera confusa, aparen-
temente superficial, pero sincera, algo que sólo pueden apreciar los que
han estado enganchados a la cadena de hierro y azúcar del rock and roll.»
Y bien, por lo que toca al autor, y salvadas las distancias, todo eso ya
está conseguido. En el campus de la joven narr ativa española, Ray Lo-

135
UN ARTISTA DE «ROCANROLLO»
RAY LORIGA

riga es, hoy por hoy, una estrella del rocanrollo.Y que nadie interprete
a menudo regocijantes y espléndidas, tan a menudo insignificantes. Por
peyorativamente esta expresión, que sólo apunta a indicar cuál es el sis-
lo demás, en ellas hay incrustada una docena de relatos brevísimos, ful-
tema retórico en el que evoluciona su voz. Pues a estas alturas el rock
rninantes, que muy bien podóan indicar el camino a seguir. Pues lo cier-
and rol! posee, desde hace ya tiempo, su propia retórica. Y es esta retó-
to es que no hay modo de perseverar en lo mismo, ya no . Y eso es algo
rica, complicada con una intención literaria -el rocanrollo,al cabo-, la
que a Loriga ya le ha insinuado su propia intuición. No hay que olvi-
que Loriga maneja con un talento y un virtuosismo fuera de toda duda,
dar que este libro se cierra con una pregunta: «¿Cuánto voy a durar tal
sí, pero también con una docilidad respecto a sus premisas, con una fa- y como soy ahora?».
cilidad, que no permiten abrigar mayores expectativas, toda vez que en
este libro alcanzan su máximo rendimiento.
La cadena de hierro y azúcar no da para más. Desoyendo los con-
sejos de Bowie (quien le susurra, mefistofélico, al oído: «No tienes por
qué preocuparte, aún eres demasiado joven para elegir>>),Loriga habrá de
decidirse por echarle más hierro a esa cadena o relamerse con la golosi-
na de una dicción altamente impostada, de corta novedad, muy expues-
ta a la infección de su propio amaneramiento. Extrañamente, la certi-
dumbre de hab.érselas con un escritor dotadísimo -y Loriga lo es, con
aplastante evidencia- no elimina aquí la sospecha de que, en buena par-
te, sus cualidades están cerca de convertirse en defectos: el laconismo, en
solemnidad; el lirismo, en bisuteóa de latón; la frescura, en corporati-
vismo juvenil; y la inocencia, el victimismo, esa impasible desesperación,
en consigna generacional, estribillo barato, un lema para camisetas .
«¿Qué quieres decir exactamente?», interrumpe una voz al final de
una subida divagación del narrador. «Nada. Precisamente se trata de no
decir nada exactamente. Ahí está la gracia .>>
Pero no, ahí está d peligro. Un peligro que Loriga sorteó con raro
instinto en su primera novela, Lo peor de todo, donde cuanto aquí apare-
ce disperso se sometía a una secuencia argumental -una estructura, en
definitiva - levísima pero eficaz y suficiente, en fa que resonaban mo-
delos literarios (los yanquis, Camus, pero también, vaya por dónde, Cela)
cuya positiva influencia descartaba inanidades biensonantes como las que
aquí asoman (cosas del estilo: «Vendo mi corazón en parcelas. Las más
caras tienen buenas vistas»).
La confusión y la sinceridad nada alcanzan por sí solas. O mejor di-
cho : cuanto pueden alcanzar ya está aquí, derrochado en estas páginas, tan

136
LECCJÓN DE ASIMETRÍA

que presuntamente cuenta lo mismo que está ocurriendo, volcando una


sombra de fatalidad sobre la situación, o las anónimas llamadas telefóni-
cas) que delatan una imaginación perversa y eficaz, un sorprendente ins-
tinto. Cualidades que en este libro revalidan espléndidamente la bien
ganada reputación de Torneo como narrador fecundo y personalísimo. Parricidios

Ignacio Martínez de Pisón, El fin de los buenostiempos


Anagrama, Barcelona, 1994

«Siempre hay un perro al acecho», advierte desde su título el primero de


los tres relatos que componen este libro. Pero el aviso no evita al im-
prudente lector la mordedura de un texto sobrecogedor, decididamen-
te terrible . Un texto en que el arte narrativo de Martínez de Pisón al-
canza su mejor logro y muestra como nunca su capacidad de revelar la
fatalidad en el tejido de lo cotidiano, deteniéndose justo allí donde aqué-
lla transparenta su íntima vinculación con las más secretas cifras de la con -
c1enc1a.
Un viaje a Lisboa largamente demorado, emprendido al fin por un
joven matrimonio con el pretexto de celebrar la definitiva mejoría de su
hija, se convierte en preludio de una calamidad a todas luces natural e
inevitable -el rebrote de la enfermedad en la ~iña-, pero cuya res-
ponsabilidad, inexplicablemente, recae sobre el padre. Ningún elemen -
to objetivo induce a semejante conclusión, tanto menos cuanto que la
devoción que aquél siente por su familia no deja lugar a dudas. Y sin em-
bargo, esos perros muertos que m enudean en la carretera se convierten
en un poderoso símbolo de la culpa que el propio padre no sabe eludir
y que el lector termina por aceptar como indicio de una remota pulsión
parricida.
El subliminal resentimiento de una paternidad padecida como clau-
dicación , como desinteresada y amorosa pero recalcitrante abdic ación de
las más íntimas expectativas, ofrece un trasfondo perturbador a este rela-
to , cuyo tema medular, común también a los dos restantes, podría postu-

141
PARRICIDIOS IGNACIO MARTÍNEZ DE PISÓN

larse que es la herencia,vale decir el callado cauce de afectos y de taras, de también de una penetrante, casi dañina inquietud. En él, la ingravidez
malentendidos y renuncias que conlleva la sucesión de padres e hijos. del estilo ancla su discreto discurrir en una meditada construcción, só-
En el segundo de los relatos del libro, el que le da título, la negación lidamente afirmada en la eficaz disposición de motivos recurrentes. Todo
de esta herencia actúa como una suerte de maleficio que revierte con- ello gobernado por un sereno dominio del oficio que permiten reco-
tra el padre, una vieja gloria del fútbol que, muchos años después, re- nocer en este breve volumen la definitiva madurez de una escritura guia-
gresa a su pueblo como entrenador del equipo local. En él juega el hijo da desde sus comienzos por un innegable talento.
al que abandonó antes de nacer. Para el padre se trata de la última opor-
tunidad de redimir un destino rubricado por el fracaso y que para su en-
derezamiento exige transmitirse a ese hijo del que depende la victoria
del equipo.
De nuevo aquí la fatalidad se impone con una fuerza cuyo misterio
se disipa al trasluz de unos hechos que el lector debe reordenar, siempre
conforme a una lógica oculta en la aparente perplejidad del narrador.
Pero en esta ocasión el orden es más previsible, por cuanto obedece a
una causalidad más trivial.
El tercer y último relato, titulado «La ley de la gravedad», se desarro-
lla en una clave más intimista, más sentimental también que los dos
precedentes. Narra el tardío reconocimiento de un afecto rehuido, el
arrepentimiento de un hijo por no haber sabido descubrir a tiempo la
desnuda humanidad que, bajo el estricto uniforme de militar, albergaba
la figura de su padre.
La clásica dramatización de un conflicto generacional y su tópica
moraleja reconciliatoria (extrapolable aquí a un plano histórico) reciben
al final de este relato un giro imprevisto, gracias a un último detalle que
arroja una luz negra sobre todo lo narrado, removiendo de nuevo el tur-
bio légamo de pulsiones criminales que subyacen a las relaciones pater-
nofiliales.
Aquí la dirección de la pulsión parricida se insinúa en un sentido
inverso al del primer relato, pues va de hijo a padre, pero la culpa que
origina vuelve a quedar emblematizada en el accidental sacrificio de una
criatura inocente: si en el primer caso era un perro atropellado, ahora es
el gatito blanco que sin quererlo el narrador estruja entre sus manos. Un
detalle que redondea soberbia y sutilmente el peligroso recorrido que
Martínez de Pisón realiza en este libro, dotado de una compleja unidad,

142
JOSÉ ÁNGEL MAÑAS

de nuestros actos, sin ahondar , sin darle al menos una significación -la
que sea- literariamente válida». Lim.itándose a eso, escribe Raúl, «el re-
lato queda pobre, chato »: «La simple transcripción de nuestras borra-
cheras , de nu estro s cuernos, por muy bien hecha que esté, no creo que
Ángeles pueda interesar a nadie» .
En esto último se equivocaba Raúl, pues la simple transcripción de
las propias conductas y de los propios emblemas, es decir, la función
José Ángel Mañas , Historias del Kronen identificadora y narcisista, nunca dejará de ser uno de los intereses pri-
Destino, Barcelona, 1994 mordiales de la más inocua -y conspicua- literatura. Lo preocupante
es que, por obra de un simple disfraz, y bajo el reclamo de una atrevida
precocidad (José Ángel Mañas nació en 1971) , se pueda llegar a dar por
Hacia finales de los cincuenta prosperó en la narrativa española una va- novedosa y por válida una práctiéa narrativa de tan gastada eficacia.
riante del realismo social que, dejando de lado la épica tristona del pro- Nada, como no sea una cándida curiosidad por los últimos rituales
letariado, prefirió denunciar el podrido hedonismo del medio burgués. del aburrimiento o la pretensión de documentarse sobre los penúlti-
Refiriéndose veladamente al peaje que, antes de encontrar su propia voz mos modismos lingüísticos, justifica la lectura de tantas páginas consa-
como nov elista, él mismo hubo de pagar a esa tendencia, Luis Goyti- gradas a consignar, mediante la interminable reiteración de conversa-
solo presentaba en Antagonía a un tal Adolfo Cuadras, autor de una no- ciones inanes, el retraso mental y las prácticas sádicas y onanistas de «una
vela, Los Ángeles, que ejemplificaba sus características. Presentada al cierta juventud» cuya jerga y mitos, tal y como aquí se presentan, llevan
Nada!, Los Ángeles -decía Raúl, protagonista de Antagonía y amigo del inminente fecha de caducidad. Que la minucia y la desinhibición (en
personajillo en cuestión- contaba con las mejores perspectivas para ha- materia sexual, sobre todo) con que se procede a ello sea considerada
cerse con el premio , por cuanto se trataba de «una obra con suficientes como «frialdad » y rescatada por esta vía como rasgo de una sensibilidad
atractivos, sin duda, para impresionar al jurado : juventud rebelde y téc- moderna, no es sino un síntoma más de la confusión imperante.
nica objetiva, corrección formal y crudeza temática ». Si alguien se toma el esfuerzo de sustituir el güiscolapor la ginebra,
Más de treinta años después de cuando se pretendía escrita aquella los porros y los tripis por el tabaco, los travelospor las putas, y las carre-
obra, el jurado del Nada! se ha dejado impresionar, al parecer, por los ras suicidas en las autopistas por las carreras frente a los grises en las ma-
mismos atractivos, y ha concedido una sonada posición de finalista a una nifestaciones antifranquistas, por ejemplo, encontrará en estas Historias
novela que, por debajo de los inevitables cambios de indumentaria y vo- del Kronen un producto tan familiar y pelmazo como cualquiera de las ·
cabulario, retoma mansamente, bien que con intenciones muy otras, los novelas que labraron la fama de algunos autores que sólo se han redimi-
presupuestos estéticos de aquellos angelicales devaneos. Resulta perti- do del olvido en la medida en que las dejaron atrás, muy atrás, donde
nente, por lo tanto, tras la lectura de estas Historias del Kronen -en que uno, en su propia candidez, creía que iban a quedarse para siempre.
su protagonista, Carlos, da cuenta, al igual que hacía Adolfo Cuadras, de
«su vida disípada y nocturna »-, blandir los mismos argumentos con que
Raúl descalificaba la novela de su amigo, diciendo que carecía de senti-
do hacer una novela sobre ellos mismos, «limitándose a dar testimonio

144
JAVIER MARÍAS

días y semanas sucesivos, empujando a su protagonista a entablar rela-


ción con los familiares de la muerta y a regresar finalmente a la casa de
la que en su momento huyó sin dar aviso ni dejar señas.
Esta imprevista irrupción de la muerte desencadena una estremeci-
Contra la muerte da y frondosa meditación sobre la fugacidad («nada dura ni se repite ni
se detiene ni insiste »), meditación qu e, como es corriente en Marías, se
entrevera de reflexiones paralelas, esta vez sobre la memoria y el olvi-
Javier Marías, Ivfañanaen la batallapiensa en mí do, sobre la infidelidad de los cuerpos o del recuerdo, sobre la clandes-
Anagrama, Barcelona, 1994 tinidad y sobre la supervivencia («la miserable superioridad de los vi-
vos»), sobre la irrealidad del tiempo vivido en la ignorancia de tantas
cosas -la muerte misma- que todo lo trastornan .
En Corazóntan blancohabía un hombre que, a su pesar, y sin serlo reahnente, Para poner en marcha el juego de sus múltiples intenciones, Marí _as
terminaba actuando como un detective; había un secreto -¿una verdad?- emplea expedientes bien ensayados por él mismo. De nuevo, en prime-
que terminaba por abrirse paso en oídos que no querían escucharlo. Aho- ra persona, un narrador indolente y pasivo y en apariencia divagador. De
ra, en Mañana en la batalla... hay un hombre que, a su pesar, y sin serlo, ter- nuevo, sosteniendo la intriga, un planteamiento borrosamente detecti-
mina actuando como un asesino; hay también un secreto -¿una verdad?- vesco. De nuevo, concentrando la ironía dispersa en todo el texto, un
que termina abriéndose paso en la boca que no quiere pronunciarlo . episodio bufo --divertidísimo- que bucea tendenciosamente en las in-
No se trata de forzar los paralelismos. No hace falta, pues son mu- timidades del poder, del hombre públi co (en esta ocasión nada menos
chos, y notorios, e invitan a satisfacer las más impacientes curiosidades que el Rey, centro de una memorable escena palaciega), y también un
adelantando una primera conclusión: Mañana en la batallase alinea, en largo excurso narrativo que distrae y alivia, alimentándola secret amente,
ambición y en complejidad, también en su más profunda significación, la tensión del argumento principal.
con Corazón tan blanco,lo cual vale por decir que se trata, otra vez, de Al fondo Shakespeare, inevitablemente (esta vez a través de Orson
una notable e importante novela. Welles y sus Campanadas a medianoche).Y amalgamándolo todo, la so-
Dicho esto, no es gratuito señalar la relación de simetría que vincu - berbia prosa de Marías, parsimoniosa, maniática, obsesiva, constituida en
la a una y otra obra. Y conviene hacerlo para destacar hasta qué punto elemento estructurador de un relato del que puede decirse con todo ri-
se halla el lector ante el reflejo de unas obsesiones - de un saber- que se gor ,que se organiza, se sostiene y seduce musicalmente, por m edio de
proyectan sobre el plano común de un territorio moral y literario reco - pr efiguraciones y reiteraciones, de excursos y rep eticion es, de motivos
nocible como el propio y característico y maduro de Javier Marías. y citas recurrentes que empiezan actuando sublirninalmente y terminan
La misma noche del que iba a ser su primer encuentro amoroso, por adquirir una densidad inusitada.
sobre el lecho en que los dos han empezado a desvestirse, un hombre Cabe objetar un cierto abarrot ami ento en la estrat eg ia ma gistral -
. asiste a la fulminante agonía de la mujer que ha conocido apenas hace mente empleada, una desproporción entre el complejo y delicado arti-
unos días y que lo ha invitado a cenar a su casa, aprovechando la even- ficio constructivo y el caudal narrativo, que a ratos se siente exiguo y
tual ausencia de su marido . La perpl ejidad, la co nfusión y las tortuos as algo forzado Ooes, en bu ena medida, el argumento principal, pero en
deliberaciones a que da lugar la macabra situación se prolongan en los particular ese episodio transversal -fati goso por inverosímil - en que

146 147
CONTRA LA MUERTE

el narrador refiere retrospectivamente su lance con una prostituta a la


que confunde con su ex mujer).
El estilo mismo se resiente en más de un tramo de un incipiente
amaneramiento, también de un exceso de prolijidad. Pero esto último
es algo que acaso debiera atribuirse a la piedad de un narrador para quien Los signos de la derrota
el hecho de contar constituye «una forma de generosidad». Un narrador
imbuido de la responsabilidad que supone asumir --sin arrogancia- que
«el mundo depende de sus relatoreS>),y ello en cuanto la actividad de Rafael Chirbes, Los disparosdel cazador
narrar se declara en estas páginas como configuradora del mundo, como Anagrama, Barcelona, 1994
aquello que, en última instancia, lo salvaguarda de su caducidad (pues
«todo viaja hacia su difuminación y se pierde y pocas cosas dejan huella,
sobre todo si no se repiten»). Con discreción y parsimonia, como conviene a laicalidad de su empeño,
Es en este punto donde la novela delata un fondo riquísimo y al- Rafael Chirbes ha ido sondeando en sus tres últimas novelas la historia
canza sus mejores acordes. Y es aquí donde puede decirse que reanuda, íntima de la España reciente. Su tarea, animada por una resuelta inten-
prolonga y contrasta la reflexión que subyacía en Corazón tan blanco.Pues ción crítica, constituye una rigurosa apelación a la memoria, y apunta a
si allí las palabras aparecían corno depositarias del destino, corno incesan- señalar el sustrato de sufrimiento, de infelicidad y de miserias sobre el
tes instigadoras de un mundo en el que «nada perdura ni persevera ni se que prosperaron los nuevos dueños del poder. Del calibre literario de
recuerda incesantemente»; si allí se decía cómo las «traducibles palabras esta operación da cuenta el hecho de que Chirbes consiga establecer un
sin dueño» hacían prevalecer los actos de los hombres aun a foerza de pe- eficaz juego de correspondencias entre el presente actual y el inmedia-
netrar en los oídos que pretendían ignorarlas, aquí, en Maiiana en la bata- to pasado, y que lo haga de tal modo que la lectura trascienda el hori-
lla, las palabras reaparecen remontando «fanegra espalda del tiempo» para zonte estrictamente histórico para incidir en una reflexión de orden más
demorar, siquiera mientras se pronuncian, la tarea de la muerte. amplio sobre la desgarradura que conlleva todo cambio social.
«Quizá llega un momento», conjeturaba el narrador de Corazón tan En buena medida, y sin que ello implique dependencia ninguna,
blanco,«en que las cosas quieren ser contadas ellas mismas.» Algo que en cabe leer Los disparosdel cazadorcomo una indirecta continuación de La
aquella novela se presentía desde la perspectiva esquiva de un hombre buena letra(1991), la anterior novela de Chirbes. Extremando el celo aso-
que escuchaba tal vez sin querer, y que ahora se revela desde la perspec- c,iativo, cabría leerla también como la pieza que, junto con En la lucha
tiva del propio narrador, de alguien que se siente fatalmente empujado final (1990), completa un tríptico sobre el derrotero moral de la España
a contar porque le pesa demasiado «la fatiga que traen el silencio y la posterior a la Guerra Civil vista a través de tres generaciones sucesivas.
sombra», e intuye que, al ser contado, «todo puede ser comprendido, Algo que seguramente no forma parte de un proyecto deliberado pero
hast~ lo más infame, todo perdonado cuando hay algo que perdonar, que, a la postre, viene a destacar la consecuente inspiración de Rafael
todo pasado por alto o asimilado y aun compadecido». Chirbes a la hora de ilustrar narrativamente la idea de que la historia
Así es como esta historia esencialmente ambigua (no hay culpa ni muda de España, bajo el franquismo lo mismo que en la democracia, es
delito pero tampoco inocencia) susurra a quienes concurren en ella (na- la de una repetida traición a la memoria, una reiterada negación de los
rrador y personajes, pero también al lector) una dudosa redención. propios orígenes que, sin embargo, actúa como germen corruptor.

149
LOS SIGNOS DE LA DERROTA RAFAEL CHIRBES

El recuento del pasado que, en la soledad de su mansión, asistido por pretende restituir, a través de la memoria (pero es «como si s~lo el do~
un fiel y enigmático mayordomo, hace el narrador -un viejo plutócra- lor tuviese memoria»), la porción de inocencia que cupo a quienes toco
ta enfrentado a la derrota del tiempo-, evidencia el precio altísimo que vivir en una época culpable. Pero también la culpa de quienes, recla-
tuvo que pagar toda una casta de advenedizos para auparse a la tarima mándose inocentes de esa época, prefirieron ignorar hasta qué punto
del poder y de la riqueza. Es un desordenado recuento de malentendi- ellos mismos eran herederos de la misma.
dos, de infidelidades, de abandonos, que hablan del extravío de sí mis- Lograr esta doble lección con escueta hondura y sin abdicar del sin-
mo en el laberinto de las propias y ajenas ambiciones, de la pérdida inex- gular dramatismo de un personaje que se impone por sí mismo en su
plicable del amor, de la felicidad, de la propia estima, a lo largo de una solitaria humanidad, es mérito que debe ponerse en cuenta de un ta-
vida en la que, perplejo, el protagonista ve cómo, al tiempo que su pros- lento no demasiado común: la adecuación de Rafael Chirbes a sus más
peridad aumenta, sus padres, su mujer, sus amantes, sus amigos, sus hijos propias dotes como novelista, de las que otra vez obtiene en esta novela
y hasta sus propios sueños se convierten en extraños, se alejan irrepara- un excelente provecho.
blemente de él.
Como Artenúo Cruz en la célebre novela de Carlos Fuentes, el pro-
tagonista de Los disparosdel cazadoraparece como inconforme víctima del
destino que él mismo ha forjado y como ejemplo de la tragedia interior
que tan a menudo esconde la dorada máscara del poder. La evidencia tar-
día que de esta tragedia alcanza el personaje es la que lo empuja a admitir
que, <<pormás que quiera, que escriba, es el rencor el que da origen a es-
tos papeles, o no, no sé, tal vez sea el deseo de piedad para todos nosotros».
De nuevo aquí --como ya antes en LA buena letra-- es esta compleja
cifra de rencor y de piedad la que presta a la novela su acorde más eficaz
y duradero. Y como allí, este acorde vibra en virtud de un sabio empleo
de la voz narradora, de un cuidadoso trabajo del tono justo, obtenido, una
vez más, a fuerza de contención y de sobriedad, a través de un estilo
transparente y sereno, sencillo y sugerente.
Chirbes sabe bien cómo introducir en el texto -redactado todo en
primera persona- una implícita dialogía, haciendo que el recuento del
personaje sea reacción al hallazgo de un cuaderno de notas de su pro-
pio hijo, del cual se espigan en el texto algunas citas aisladas. En ellas, el
narrador aparece contemplado bajo una luz muy otra a aquella con la
que él mismo se muestra, lo cual, a pesar de las refutaciones, no deja de
volcar sobre su testifüonio la sombra de la duda.
El recurso, por otro lado, insinúa la naturaleza testamentaria del re-
lato, que es tanto balance como legado de toda una vida. Legado que

150
JU STO NAVARRO

reconoce muy especialmente el de Bernhard. Lo cual viene en este caso


a destacar uno de los alicientes principales que ofrece la escritura de Na-
varro : la autoridad que su disciplina de poeta y la intensidad de su muy
personal percepción del mundo manti enen sobre un heteróclito caudal
La mala memoria de resonancias literarias.
En un orden ajeno por completo al de las influencias, resulta opor-
tuno comparar La casadelpadrecon Nada, de Carmen Laforet. Las dos no-
Justo Navarro, lA casadel padre velas comparten el tratamiento estilizado del ambiente de la posguerra,
Anagrama, Barcelona, 1994 cifrado en torno a una casa familiar que el protagonista visita; en las dos
se produce una semejante interiorización del espacio urbano, y también
un poderoso claroscuro en el que se disipan los contornos morales de
Todo en esta refinada novela suscita el equívoco. Lo que a primera vis- unos personajes desencajados, vistos como a través de una cornucopia
ta parece ser «una indagación sobre el pasado», constituye en realidad, al en la que los objetos se exaltan y la realidad entera aparece desfigurada
decir del propio autor, «una indagación sobre los orígenes del presente». por una distorsión de carácter expresionista, afín a la que tiene lugar en
Indagación que explora la sórdida atmósfera de la inmediata posguerra las novelas de terror.
desde una perspectiva eminentemente amoral. Las ciudades de Málaga A lo largo de todo el relato, el lector se pregunta desde dónde cuen-
y Granada se convierten aquí en escenarios de una historia de terror . ta el narrador. Éste declara desde el comienzo que le quedan seis meses
Pero de terror psicológico, indiferente a connotaciones políticas. El pro- de vida, un dato que, sin embargo, parecen desmentir de forma cada vez
tagonista, un joven héroe de la División Azul condecorado con la Cruz más patente las frecuentes formulaóones retrospectivas, lo cual tiene por
de Hierro, vive dominado por el miedo. Desahuciado por los médicos, efecto reforzar durante toda la lectura e] efecto de irrealidad. El alcance
que le pronostican seis meses de vida (el tiempo en que transcurre el irónico de este expediente se desvela al final del libro, pero es impor-
relato), la suya es, a pesar de todo, la crónica de un superviviente. Una tante reparar en la función que desempeiia en cuanto centro de signifi-
crónica en que vencedores y vencidos a menudo intercambian sus pa- cación de un relato en el que los personajes pugnan por liberarse del
peles, unos y otros infectados igualmente por la culpa. Pues «la culpa es «peso de todas sus muertes•>, y también como indicio de la ambigüedad
contagiosa», se extiende como una epidemia, al igual que el miedo, y, que impregna toda la acción.
llegado un punto, tiene por efecto propiciar un clima de impunidad en el Hay, en cualquier caso, razones fundadas para asegurar que el prota-
que, paradójicamente, el crimen puede llegar a convertirse, como ocurre gonista de esta novela habla desde una orilla distinta de la que en estas
en esta novela, en una suerte de redención . p áginas se recrea a la dudosa luz de una memoria que se ja cta de su par-
En relación con su obra, Justo Navarro ha hablado de «novela negra» cialidad. <<Yo siempre he tenido poca memoria, pero buena. Tengo mala
Y de «novela gótica». Y en estos dos modelos se reconocen sin duda memoria y buenos recuerdos», declara el narrador. Y esta cínica para-
buena parte de las conductas narrativas de La casadelpadre, m,uy en par~ doja aparece al indulgente lector como una desesperada defensa contra
ticular la estructura de su «intriga». Pero las sugerencias que en el lector el tiempo «que pasa sólo para defraudar, aplastar y matar ».
puedan despertar tales referentes d eben consentir el impacto de una «En cuanto uno se descuida », continúa diciendo el narrador, «re-
prosa espesada por la concurrencia de ecos muy otros, entre los cuales se co rdar se convierte en un aturdimiento, una invasión de voces dentro de

152 153
LA MALA MEMORIA

. la cabeza, voces que se rozan, se tocan, se empujan, se pisan, se atropellan,


se aplastan entre sí, callan de pronto y te dejan vacío.» Palabras que orien-
tan muy bien sobre la forma en que en esta novela comparece el pasado
ante la conciencia de quien, resuelto a sobrevivir, ha optado por el olvi-
do como una forma de felicidad. Un ámbito moral
Justo Navarro ha acometido en esta novela una tarea de enorme di-
ficultad, apostando por un registro discursivo en el que, sin dejar de tras-
lucir las claves de la experiencia que determinó el presente en que ancla José-Carlos Mainer, De posguerra (1951-1990)
el relato, la memoria se ensordece en el «ruido» de un pasado que a mo- Crítica, Barcelona, 1994
mentos parece simple invención del silencio y del miedo. Al servicio de
este propósito se pone un estilo de extraordinaria capacidad para la des-
cripción de los estados sensoriales en los que repercuten ese silencio y Este libro forma secuencia con otros dos anteriores del mismo autor: el
ese miedo, estilo muy apto para la transpiración de las evidencias ocul- ya clásico La Edad de Plata (1902-1939) y La Corona hecha trizas (1930-
tas. Ese estilo, sin embargo, incurre más de una vez en excesos reiterati- 1960) . Los tres juntos trazan un recorrido por la cultura española del si-
vos (se echa en falta una mayor contención: la novela pierde intensidad glo xx con el que José-Carlos Mainer se acredita como uno de sus más
por sus morosidades), del mismo modo que el relato desafina en ciertas destacados historiadores, dueño de una infrecuente independencia de
secuencias (la epidemia que infesta Málaga, el carácter «monstruoso» criterio y una portentosa amplitud de miras.
de los hermanos Bueso, la brusca recapitulación del final) que agrietan Fue en La Corona hecha trizas donde Mainer adelantó una hipótesis
la delicada trama en que se suspende. Algo que no desvirtúa, en cual- que, pese a contrariar las periodizaciones al uso, tiende a consolidarse
quier caso, los contundentes logros de una novela que confirma a Justo con la perspectiva del tiempo: «la de que existe una intensa continuidad
Navarro como narrador de excepcionales calidad y exigencia. moral y estética entre lo que se inició hacia 1930 a la sombra de los es-
plendores de 1927 y del olimpo orteguiano y lo que -al otro lado de
la Guerra Civil- concluyó antes de 1960, cuando ya otros jóvenes in-
solentes concebían el mundo y su país de muy otro modo». Prosiguien-
do en esta dirección, el presente libro sondea el período que se inaugu-
ró por aquel entonces, «un período de voluntario adanismo cultural pero
también de refundación de la convivencia que, muy a menudo, comba-
te con los fantasmas del pasado próximo, continuándolo así a su pesar o
sin saberlo». Es este período el que, sin empacho de seguir contrariando
las más comunes etiquetas, Mainer nombra «de posguerra», entendien-
do la palabra «como un ámbito moral, lo que es más y es menos que sim-
plemente histórico».
«Las páginas de este libro », declara Mainer en su prólogo, «hablan
casi siempre por la voz de escritores que fueron jóvenes o niños de la

155
UN ÁMBITO MORAL JOSÉ-CARLOS MAINER

guerra o que nacieron después de su final. En todas esas voces se busca hasta fecha tan próxima como 1990. Cierto es que «la superstición cro-
el eco de algo que tiene que ver con la contienda o con quien la prolon- nológica» no debe exagerar la significación que para la cultura española
gó obsesivamente porque la había ganado y eso legitimaba su poder y tiene el año de 1975, en que se cumple la muerte de Franco; pero no lo
sus prejuicios: con lo que se perdió, con lo que se ganó, con la presen- es menos que, dondequiera que se reconozcan los primero s síntomas de
cia de Franco o con su definitiva ausencia.» su advenimiento, el «posfranquismo» se perfila -también él- como un
Cerca de una treintena de estas voces (de «anteayer», de «ayer», de «ámbito moral» claramente disociable -y en muchos rasgos opuesto-
«ahora mismo»: así se titulan los tres apartados en que se divide el libro) del que aquí se reconoce como propio de la «posguerra», por amplio y
resuenan, pues, en estas páginas, desde Celaya a Gimferrer, desde Mihu- escasamente convencional que sea el contenido que se quiera atribuir a
ra a Carlos Saura, desde Cela a Eduardo Mendoza o Muñoz Molina, ésta. Por lo demás, esto es algo que se desprende de las mismas páginas
siempre a través de títulos emblemáticos en uno u otro sentido, como del libro en que Mainer se extiende acerca del período 1975-1990.
pueden serlo Pido la paz y la palabra, Don de la ebriedad,El ]a rama, Com- Justo es aclarar que tales páginas corresponden a dos intervenciones
pañerosde viaje, Tiempo de silencio, Volverása Región, La oscurahistoriade la habladas y dirigidas a un público extranjero, por lo que no debe obviarse
prima l'vlontse,Cría cuervos,El pianista o La soledadera esto. el vínculo más bien circunstancial que las liga -salvado un hiato de cin-
La parte del león se la llevan aquellas afirmaciones que, más allá de co años- a las precedentes, correspondientes al período que va de 1951
la glosa retrospectiva, arriesgan juicios contundentes, generalmente en la a 1970. En éstas, mediante lo que bien podrían describirse como estam-
línea «fuerte» del que puede considerarse argumento vertebral del libro. pas o «medallones» críticos, el autor glosa con retrospectiva y generosa
Así, por conformarse al plano de la narrativa, la afirmación de que, con pasión lecturas queridas, de las que acierta a destacar su perdurable va-
Volverása Región, de Benet, la Guerra Civil española empieza su perío- lor soplando en la ceniza del tiempo, cuando no del olvido. Este ejerci-
do «mitológico», en el que «se explican, años después, cosas tan dispares cio sirve de fondo e inspirado contrapunto a las dos referidas conferen-
como Si te dicenque caí, i\1azurcapara dos muertoso Beatus ille». Así tam- cias, en donde las servidumbres que imponen su carácter panorámico y
bién, la afirmación de que San Camilo 193 6, de Cela, «fue una pieza fun- la resignada vocación historiográfica («a un historiador le resulta difícil
damental en el proceso de aceptación de la Guerra Civil como culpa co- repudiar nada y tiende a ver en todo un signo de su tiempo », declara
lectiva por parte de la clase media espaiíola que la había ganado en los Mainer) no impiden la proliferación de a veces discutibl es pero siempre
campos de batalla y, sobre todo, en las cárceles y en las tapias de los ce- penetrantes observaciones sobre los derroteros en que ha discurrido la
menterios». cultura española de los últimos veinte años.
Precisamente por las fechas en que estas dos novelas se publican (1967-
1969), tiene lugar, al decir de Mainer, la conclusión de la Guerra Civil
como «cruzada», o nüs exactamente: la «devolución>>de una victoria «que
ya nadie veía propia». En los años siguientes, alentados por la expectati-
va de la desaparición del dictador, ello se resolverá en el deseo de «can-
celar» de una vez por todas el pasado. Pero si en los impulsos brotados
entonces encuentran su explicación muchos de los rasgos que habrán de
caracterizar la cultura española de la Transición, aparece exagerada la pre-
tensión de Mainer de estirar el alcance de lo que él llama «posguerra»

156
GONZALO HIDALGO BAYAL

Dejando para otra ocasión la tarea de calibrar el alcance de esta ac-


titud en el desarrollo de la narrativa española, importa ahora reparar en
cuáles son, por lo que toca a Ferlosio, los fundamentos que le atribuye
Gonzalo Hidalgo. Y a este propósito interesa arrancar, como él hace, de
Un narrador esencial aquella declaración de Ferlosio en la que define a la narratividad como
<<una forma del lenguaje y una función posible de la lengua» . Esta defi-
nición tiene por virtud remitir las distinciones genéricas a un estrato gra-
Gonzalo Hidalgo Bayal, Camino deJotán matical, que repele por improcedentes tantas estrategias presuntamente
(La razón narrativade Ferlosio) narrativas que, sin embargo, remiten a otras formas y funciones del len -
Del Oeste Ediciones, Badajoz, 1994 guaje, y en las que la narratividad es un principio ausente.
En la teoría de Fedosio, es determinante su afirmación de la narra-
ción como «funci ón lingüística extramuros de la literatura» . Es algo que
Puesto que ni el vigor ni la inteligencia ni la rectitud de un ensayo suelen distingue radicalmente la narración de, por ejemplo, la lírica, que per-
ser mérito s bastantes para su conveniente divulgación , bien vale destacar ten ece únicamente a la literatura. No está claro, sin embargo, que de ello
aquí otro que también reúne este Camino deJotán: el de su oportunidad . pueda derivarse ---c omo hace Hidalgo- que, antes de constituir un com -
Y es que resulta, en efecto, oportuno, en el marco de la actual narra- portamiento lingüístico , resuelto en un producto especifico -el relato
tiva española - tan próspera en tantos aspectos, pero que padece un dé- propiamente dicho-, la narratividad entrañe «una forma de percepción
ficit endémico en cuanto al planteamiento y la reflexión sobre qué cosa de la realidad y una actitud ante la misma». De este supuesto deriva Hi-
sea el concepto de narratividad, cuáles los presupuestos desde los que dalgo, a su vez, una concepción de Ferlosio como «narrador esencial »,
opera o debería operar la vocación mism a de narrar - , resulta, se decía, en cuyos escritos -«ta nto en las ficcion es declar adas [ ... ) como en los
oportuno, en este marco, inquirir con rigor y solvencia, como hace Gon- ensayos y en los artículos»- lo narrativo adquiere primacía. Lo cual, lle-
zalo Hidalgo, también con algunos puntos de intención polémica, en la vado al extremo al que lo conduce Hidalgo, supone emborronar de nue-
razón narrativade uno de los muy pocos escritores españo les que han dis- vo las pertinentes barreras gené ricas establecidas por los escrutinios de
currido al respecto. Ferlosio .
Rafael Sánchez Ferlosio protagoniza,junto aJuan Benet, un episodio Este escritor ha ocupado páginas espléndidas en dilucidar << las deriva-
notabilísimo de la reciente liter atura españo la. Estos do s escritores pos- ciones o consecuencias literarias del derecho narrativo considerado como
tularon en su día un a radical rectificación de los cauces por los que dis- forma primaria del leng uaje», a cons ignar en qué m edida obedece a ello
curría la narrativa española, escribiendo sendos ensayos que contenían una «mucho de lo que constituye el cuerpo de convenciones m ás común de
explícita decl aración de los principios a partir de los cuales artic ulaban su la literatur a». Co brar co nci encia de tales vínculos constituye una premi-
personal proyecto literario. Con puntos de partida muy diferentes, y aun sa indeclinable para cualqui era que asuma la condic ión de narrador. Pues,
con objetivos difícihn ente asimilables, an1bos coincidieron en un a actitud como a propósito de la descrip ción escribe Ferlosio, «un narrador es
profundan1ente reaccion aria frente a la tradición, invoc ando una suerte de libre de describir como le ven ga en gana, pero no le conviene ignorar
refunda ción del gesto narrativo que se resolvía, en ambos, en la restitu - las convenciones desde las que el texto va a ser leído y reali zado, aunque
ción de un estilo elevado y en la creación de un orbe mitológico propio. haya de ser precisamente para desconcertarlas; debe saber cómo ese tex-

158 159
UN NARRADOR ESENCIAL

to va a sonar en los oídos del lector, lo que va a ser en d acto de la co-


municación».
En no escasa medida, podría aventurarse que la confusión actualmen-
te imperante en la orientación de las nuevas estrategias narrativas no remi-
te tanto a la crisis de los modelos narrativos y al orden de la experiencia Belle Époque
del que surgieron como, más sencillamente, a una previa inadvertencia de
cuáles son los condicionantes que operan sobre el acto mismo de narrar y
que Hidalgo acierta a reunir en tres puntos sustanciales: «la actitud del re- Francisco Umbral, Las señoritasde Avignon
ceptor, la estructura interna del texto y la voluntad del narradoP>. Planeta, Barcelona, 1995
El lector curioso de conocer cuáles son las posiciones de Ferlosio en
relación con estos tres puntos encontrará en el ensayo de Hidalgo una
exposición deliberadamente sumaria pero muy clarificadora, inspirada Los reiterados vapuleos de que Galdós es objeto en esta novela no de -
por el convencimiento de que tales posicione s hallan respaldo en dos ben llevar a engaño. Galdós -bien que a través de Valle-Inclán- es
actitudes constantes en Ferlosio, especialmente en su obra posterior al el precedente indiscutible de lo que, por llamarlo de algún modo, ven-
Jarama:«La conciencia intelectual de la palabra, por una parte, y la con- dría a constituir el proyecto nov elístico de Umbral. Desde hace ya
fianza en la palabra, por la otra». tiempo, éste viene escribiendo sus propios Episodios nacionales.Y aun-
Queda por ver si en El testimoniode Yaifoz, donde esta confianza en que falto, a diferencia de Galdós, de un ideal patriótico y de un ideario
la palabra constituye -c omo afirma Hidalgo - la materia misma del narrativo, también a él, como a Galdós ~ vale que por razones distin -
relato, el «regreso a los orígenes» que allí se postula supone, en efecto, tas-, suele traicionarle la prosa. Lo cual resulta particularmente preo-
una eficaz «reconciliación con el género narrativo» . Si al proponer una cupante en su caso, ya .que, muy por encima de la intención crítica que
suerte de <<idilioépico>>,Ferlosio no elude, con lu cidez pero sin belige- predomina en Galdós, es la voluntad de estilo la que justifica el empe -
rancia -y sin menoscabo del acierto y la belleza de su relato-, la tesi- ño de Umbral.
tura en la que la narración en cuanto género literario se halla sumida des- Epígono brillante y confeso de Valle, de Gómez de la Serna, de
de que de un modo irrev ersible se quebrara esa confianza. González Ruano y tantos otros, Umbral es en la actualidad el más cons-
Pero ésta es cuestión en. la que no entra Hidalgo, cuya casi incondi- picuo valedor de una poderosa corriente de la literatura española de este
cional adhesión a los planteamientos de Ferlosio limita su análisis a la en- siglo. Se trata de cierto empleo de la prosa con efectos propios de la poe-
cendida glosa de los mismos . Y es que, si bien el propio Hidalgo pun- sía, del ex travío de la pasión lírica o ingeniosa por los distritos de la ra-
tualiza que «estas páginas sólo pretenden ser un ejercicio de lectura, de zón. De modos muy diferentes, participan en dicha corriente numerosos
crítica literaria a lo sumo, pero en modo alguno una hagiografía», lo cier- autores, algunos ciertamente importantes. A la búsqueda de la intensi-
to es que, impr egnadas de las maneras y del estilo de Ferlosio, animadas dad ex presiva, de una peculiar atmósfera emocional, la co ndu cta estéti -
por una insobornable admiración a su persona, y espoleadas por una ca de muchos de ellos, al poner el énfasis en la virtualidad poética de la
exaltada apreciación de lo que se califica aquí de «injusta adversidad crí- prosa, ha solido infectar gravemente la conciencia artística de tantos otros
tica>>,constituyen una ejemplar y apasionada apología, destinada a recla- a qui enes deslumbran los fogonazos de las met áforas sorprendentes, de la
mar un magisterio necesario . demolición vanguardista, de las greguerías crepitantes .

16 1
BELLE ÉPOQUE
FRANCISCO UMBRAL
Lo dejó dicho Jaime Gil de Biedma con ejemplar contundencia:
«Además de un medio de arte, la prosa es un bien utilitario, un instru- y las vicisitudes del peóodo que en España va desde comienzos de siglo
mento social de comunicación y de precisión racionalizadora, y no se hasta la Guerra Civil. Picasso y Romanones y García Lorca, la boda de
puede jugar con ella impunemente a la poesía, durante años y años, sin Alfonso XIII, la Gran Guerra, la dictadura de Primo de Rivera ... , fi-
enrarecer aún más la cultura del país -una cultura sometida a graves ten- gurones y sucesos desfilan aquí mansamente para desahogo de las
siones, lastrada por el peso de una casi invencible e inveterada insensa- mitomanías y tirrias del autor, al acecho siempre de la ocurrencia in-
tez- y sin que la vida intelectual y moral de sus clases ilustradas se de- tempestiva, único elemento cohesionador de un relato que carece de la
teriore». más núnima tensión narrativa. La indiferencia que el autor pueda m~-
Y aún sigue Jaime Gil, siempre refiriéndose a la aludida tendencia: <<Si nifestar a este respecto no alivia al lector de su fatiga, como no le sirve
tal reflexión se le antoja al lector demasiado truculenta, piense un mo- de atenuante la intención polémica y periodística. Por debajo de una y
mento que de aquel universal diluvio de poesía en prosa, y de la requin- otra asoman la flojera y la sinrazón de un texto que descree apática-
tada retórica novecentista de Ortega y Gasset, nacieron en los años trein- mente de sí mismo.
ta flores tan venenosas como las espléndidas crónicas de Eugenio Montes
en ABC, de una toxicidad demagógica químicamente puta, y los escri-
tos y discursos de José Antonio Primo de Rivera».
No se trata, claro está, de levantar ningún expediente político. Allá
él si alguno no acierta a reconocer el alcance literario de estas palabras.
No será el caso del propio Umbral, quien ha dejado escrito que <<la prosa
es el pulso de un país» y que se ha lamentado de que, «entre la ingente
chatarra de la guerra», nadie haya hablado nunca «de la chatarra grama-
tical, literaria, herrumbrada y muda» que aquélla legó . Lo dijo en Las
palabrasde la tribu, libro del que esta última novela hace frecuentes refri-
tos y que, tal vez en un sentido imprevisto por Umbral, constituye, como
otras recientes obras de este autor, un estupendo ejemplo de chatarreóa
verbal, de intoxicación estilística, en el sentido apuntado por Jaime Gil.
El modelo de Valle, como el de Cela, invocados los dos por Umbral,
da cuenta del altísimo rigor artístico que exige poder permitirse deter-
minadas violencias en un texto literario, más en una novela. Umbral no
ha sido ajeno a este rigor, al menos no siempre, pero en esta ocasión sí,
absolutamente.
Recorrido histórico por la Belle Époque de la mano de un narra-
dor que pasa en sus páginas de la infancia a la juventud, Las señoritasde
Avignon podóa ser descrita como «literatura de almanaque», pues no con-
siste en otra cosa que en la glosa subjetiva y atrabiliaria de los topicazos

162
AMORES PARTI CULAR ES

tituirse en «un medio al servicio del hombre intelectuahnente fuerte para


poder acercarse de puntillas a conocimiento s sentimentales y estrem eci-
mientos del pensamiento que no se pueden captar en general sino tan
sólo en el caso particular».
Amores particulares Pertenecen esas palabras a Musil, a quien alguno recordó a propósi-
to de Los aéreos(1993), el anterior libro de Magrinya. Y a quien vale se-
guir recordando ahora, pues, si bien la ironía, la enrevesada moralidad y
Luis Magrinya, Belínda y el monstruo el humor de que hace gala Magrinya cabe ponerlos en cuenta de su edu-
Debate, Barcelona, 1995 cado gusto por los viejos maestros de la gran novela europea, no hay que
perder de vista que él escribe «después» de ellos, no como ellos. De ahí
su contrariada afinidad con los maestros del siglo xx, con la tradición de
Conviene decirlo con la suficiente rotundidad: autor de sólo dos libros una modernidad por lo demás incumplida en el ámbito de las letras es-
de relatos, Luis Magrinya es ya uno de los narradores más importantes y pañolas.
Las prodigiosas asimetrías del amor son -dicho sea muy sumaria-
novedo sos de la reciente literatura española.
Hacer esta afirmación no entraña riesgo alguno. Pero sí dificultad. mente- la mat eria en fa que exploran los cinco relato s de este libro, que
Y ello por cuanto la escritura de Magrinya es materia resbaladiza a cual- incluye, a modo de apéndice, lo que su propio autor describe como «una
quier intento clasificatorio. La extraña textura de sus relatos propicia humorada a costa del género detectivesco». Esta vecindad temática con-
equívocos respecto a su naturaleza, cuyos vericuetos poco tienen que ver tribuye a la cohesión de unas piezas que, por otro lado, admit en ser leí-
con la introspección psicológica, cuyo poderío estilístico se aparta con das como reelaboraciones de motivos clásicos, tales como la Bell a y la
Bestia, el hilo de Ariadna, Narciso y la fuent e ...
toda deliberación del lirismo.
Muy lejos de la inhibición argu mental que suele caracterizar las pro- Es notable, en todos estos relatos, el talante del narrador , que asume
pu estas de los más jóv enes escritores español es, Magrinya construye his- siempre, respecto de los he chos, un a distancia analítica que le permite
torias de muy nítida secuencia narrativa, en las que no dejan de ocurrir exponerlos en todo momento como «casos» sobre los que sugiere suce-
cosas, de reco nocer se destinos. Lo característico de sus tramas, sin em- sivas explicaciones. Aunqu e excedido siempre por la imprevisibilidad de
bargo, es la suspensión de los acontecimientos propiamente dichos en el unos personajes -incluido él mismo- cuyos móviles y actuaciones son
tejido de sus significaciones, conforme a un proceder que inquiere di- vistos desde fuera, desde una luz que, al tiempo que ilumina, distorsio-
rectament e en las actuaciones y los sentimientos de sus personajes, des- na su objeto, como ocurre con los colore s de algunos peces cuando se
los saca de las profundidades.
deñando los artificios del ilusionismo realista .
Valdría decir que no son tanto los hechos como su «inteligencia» lo El amor de una muchacha adorable por un hombre monstruoso, la
que preocupa a Magrinya, cuyos relatos -tan parcos en efectos ambien- errante fidelidad de una fan hacia su ídolo, la desesperada pasión de una
tales, tan selectivos en el empleo del diálogo, tan elípticos en la exposi- princesa por un truhán, la fluctuante devoción de un esnob por su no-
ció n de los hechos mismos - producen por eso mismo la impre sión de via . .. son todas situaciones de las que Magrin ya parte para construir pre-
concentradísima sustan cia literaria. Y es que, irrecuperable la magia an- ciosas piezas de avasalladora ambigüedad, que constituyen a su vez ejem-
tigua del cuento, asumen la con dición específica de su género: la de cons- plares mecanismos de prosa narrativa.

164 165
LUIS MAGRINY A

Pues en ello consiste, en definitiva, la más arriesgada apuesta y el


mérito superior de este escritor: la de proponer una renovación de la
prosa narrativa en castellano con un rigor y una lucidez que, en la ac-
tualidad, comparten pocos, poquísimos otros narrador es españoles.
Mundanal ruido

Miguel Sánchez-Ostiz, Un infierna en eljardín


Anagrama, Barcelona, 1995

Si es cierto que ha habido una <<culturadel pelotazo », habrá que señalar


entre sus secuelas lo que bien cabría bautizar como «novela del rebote>>.
Vale decir aquella novela que, ya con acritud, ya con enfado , ya con bue-
nas dosis de resignada sorna, la emprende con la flora y fauna surgidas al
amparo de la aquí llamada «década de la ilusión». Ya se sabe: la del «re-
levo generacional», la de tantos «diputadillos de la pura nada», «banque-
ros de gomina y lana fría», «campeones de la vida guapa>>,protagonistas
de <<aquellosaños de farra >>que van de 1982 a 1992, los del «socialfelipis-
mo » triunfante.
Con estrategias y logros diferentes, han interpelado esos años autores
como Rafael Chirbes, Juan José Millás o Manuel Vázquez Montalbán,
entre otros . Lo hizo también Miguel Sánchez-Ostiz en Laspirañas(1992) ,
su anterior novela, libro inesperadamente agresivo, excesivo en muchos
aspectos, pero que impresionaba por la radicalidad de su empeño.
Como en aquella novela, también aho ra, en Un i1ifierno en eljardín,
el eje de la narración es esa maldición consistente en «intentar huir de la
zafiedad, de la mediocridad, y al final arrear con ellas a la fuerza». Pero,
para decepción del lector , la aventura estilística emprendida con Las pira-
ñas queda aparcada, sustituida la impronta celiniana del monólogo por
un monocorde berrinche, artificiosamente engastado de usos jergales , go-
bernado por un narrador impreciso, antes confundido que respaldado
por el inequívoco trasfondo autobiográfico del relato.
La novela cuenta las calamidades que rondan a su protagonista, Mar-

167
MUNDANAL RUIDO
MIGUEL SÁNCHEZ-OSTIZ

tío Eguren, a partir del momento en que, decidido a huir del mundanal
el agravante de que aquí no hay carnaval que valga, sólo costumbrismo
ruido para dedicarse en paz a la poesía y a su huerto, compra con su mu-
caricaturesco, dado que el berrinche, al anul ar toda distancia, asfixia el
jer un viejo molino donde refugiarse, sin sospechar que los terrenos que
humor e impide que prospere la veta visionaria por la que parece enca -
lo rodean han sido adquiridos por una constructora para edificar una ur-
minarse el relato en sus mejores momentos.
banización de casas adosadas.
El narrador asegura de Eguren que «un día, cuando las borrascas
Tal es la situación que sirve a Sánchez-Ostiz para dibujar un feroz
amainaron, se encontró con que tenía un libro entre las manos y que era
retrato de la «promoción del 92», la de los triunfadores, «los nuevos ca-
bueno: un mundo de verdad visto ». Pero ese día queda fuera de esta no.-
pitanes de empresa, los ricos nuevos, los hombres del futuro», destinata-
vela, en la que pronto se impone la sensación que embarga a Eguren de
rios «de toda la basura de los suplementos de estilo».
que «había un error en alguna parte y era irremediabfe» .
La urticaria que a Eguren le produce esta chusma condena al nau-
¿Cuál es ese error? Seguramente el que, a pesar de sus dotes, de su
fragio su intento de reclusión. Y junto a él, a la novela que protagoniza .
íntimo convencimiento de que no es éste el camino, de que no sólo la
Así ocurre de un modo tanto más patético en cuanto que hay indicios
vida, también el arte está en otra parte, empuja al autor, como a Eguren,
sobrados para pensar que el propio autor se da cuenta de ello, de que se-
a escribir con la oscura certeza de «no tener nada que transmitir, su ba-
ría preferible «no naufragar en el odio y en el ánimo de venganza, parar
rullo interior, nada más».
aquel delirio cuanto antes», pese a lo cual es incapaz de controlarse, dale
que dale con su monserga, una vez y otra vez, «la merde, la merde, tou-
jours recomancé», como dice con gracia .
Tal vez en aquel delirio, en la catarsis que le produce, espera encon-
trar el autor no sólo un revulsivo, sino también un medio eficaz para
captar «el ruido de la época». Pero entonces no se explica de qué modo
aspira a librarse de los juicios que su personaje, incansable en «su papel
ya conquistado y sin rival de relator de desastres y desgracias» , provoca
entre sus más allegados, al fin hartos, como el lector, «de aquellos soli-
loquios, de aquellos continuos estados de la cuestión y de aquel darle
vueltas al asunto del molino, del error vital, del engaño, como si fuera la
piedra de Sísifo» . .. Para ellos, como para el lector, Eguren se convierte
«en un tío lata».
«Aquella gente horrible ... » Pero el propio Eguren admite que no sa-
bría decir por qué le resulta tan horrible. Porque son distintos, se res-
ponde. «Vidas distintas, distintos caracteres.» Pero de esa diferencia no se
deriva una perspectiva, tampoco un conocimiento. De ahí que la novela
se consuma en «superficiales encontronazos> >con unos seres que carecen
de toda entidad y de los que el mismo Eguren sospecha que «nunca sabría
qui énes eran, se quedarí a sólo co n las másc aras de aqu el carnaval». Con

168
J. A. GONZÁLEZ SAINZ

que, de un modo aplastante, orienta no sólo_el estilo sino también las


maneras en que se formula dicha extrañeza. Esta se resuelve en una ca-
suística de la queja, en una retórica de la rabieta, en una estética de la
exageración, a menudo fatigosas, aun a pesar de que el autor acierta a
extraer de su modelo las facetas más cómicas , conformando un perso-
Entre el delirio y la perplejidad naje a menudo woodyallenesco, muy en la linea, ya clásica, del neuróti-
co irremediable.
A medida, sin embargo, que el soliloquio progresa, el personaje pe-
J.A. González Sainz, Un mundo exasperado
netra en sus propias contradicciones, de tal modo que el increpante ser-
Anagrama, Barcelona, 1995
món va convirtiéndose, cada vez más , en una apasionada introspección,
en la confesión de una confusión, en una queja de la queja, donde el
humor y el patetismo se complican y alcanzan creciente intensidad.
Siete años después del Diario de un hombre humillado, de Félix de Azúa,
Pu ede hablarse así de una elevación gradual de todos los contenidos
Un mundo exasperadoconfirma la vigencia y la prosperidad de una estra-
de la novela, y muy en particular de su estilo, vehemente y prolijo, que
tegia narrativa que centra su interés en la impugnación de una realidad
a menudo se enrosca en sí mismo, pero que a partir de cierto momento
sometida, por parte del narrador, a la contrariedad de sus propias opi-
remonta en soberbias espirales sobre las que la voz del narrador, dueña
niones, esas <<huellasdactilares del yo» (Calasso).
de una amplia gama de registros, cobra altura y resuena con poderosa
La novela se ofrece como el febril soliloquio de un hombre acorra-
elocuencia. Una impresión que se hace palpable desde el momento en
lado, que ha dejado transcurrir un día entero asomado a la ventana, re-
que el personaje pasa a definirse a partir de su propia incongruencia con
construyendo su pasado pero también su posición frente al mundo. Un
el mundo que le rodea, en lugar de hacerlo simplemente a partir de su
mundo que aparece exasperado para quien, como él, pretende ordenar-
rechazo al mismo.
lo «en un horizonte de experiencia, en una perspectiva de sentido», sin
González Sainz (Soria, 1956) ha optado abiertamente por una épica
reparar en que son precisamente la imposibilidad de la experiencia, la
del discurso, que configura un espacio moral y que privilegia la digresión
definitiva quiebra del sentido , las que determinan su exasperación.
como elemento narrativo. Se trata de un camino lleno de riesgos, dado
Cabría distinguir dos tiempos en la novela (dividida en setenta capí-
que, a falta de una tramoya argumental, el texto debe confiar a los po-
tulos breves) y proponer que en el primero se establecen los términos de
deres del estilo la misión de cautivar la expectativa del lector. Esa expec-
la extrañeza respecto a ese mundo . Una extrañeza que arranca de lo que
tativa tiende aquí a distraerse en cuanto se comprende que el estilo ope-
constituye el telón de fondo de la literatura moderna: el sentimiento ame-
ra siempre mediante la hipérbole, lo cual conduce sistemáticamente al
nazante de la multitud. El narrador no cesa de formular su odio y su te-
exceso, por virtud de una dinámica que responde al cabo a unas leyes
mor a «esa gente» que lo rodea, a esos <<hombresvirtuales» entre los que su
pronto previsibles. Algo que impacienta sobre todo en las partes más pre-
propia figura inadaptada suscita la desconfianza y la agresividad . Son pági-
dicativas y caricaturescas del texto, en las que la exasperación del narra-
nas y más páginas empleadas en ajustar las cuentas con los valores y las con-
dor infla sin medida tantas opiniones que rozan el lugar común.
ductas de una sociedad contemplada desde la inconformidad y el miedo.
Sólo cuando las opiniones naufragan en la complejidad de los senti-
En la distorsionada visión así generada se acumulan muchos ecos
mientos, cuando, en la resaca de las imprecaciones, el odio mismo apa-
prestigiosos. Pero es sobre todo el ascendente de Thomas Bernhard el

171
170
ENTRE EL DELIRIO Y LA PERPLEJIDAD

rece como «la última morada del sentido» y en esa morada se descubre
a1 hombre aterrorizado por su propia soledad, sólo entonces el delirio
del narrador se acerca de verdad a las cuestiones que toca. Sólo enton-
ces la novela, lejos de conformarse con levantar acta de un mundo in-
comprensible y proclamar su rechazo, alcanza a iluminarlo con la luz Ese niño que llora
de sus preguntas, que contienen en sí rrúsmas la posibilidad de un si!mi-
::,
ficado.
Juan José Millás, Tonto, muerto, bastardoe invisible
Alfaguara, Madrid, 1995

El jefe de recursos humanos de una empresa de papel estatal decide un


buen día elaborar el perfil del tipo de trabajador que la empresa va a ne-
cesitar durante los próximos veinte afios. Para ello pone en marcha un
proyecto en el que colabora todo un equipo de sociólogos. Obtiene así
el perfil justo que anda buscando. Pero comete un error: ese perfil no
encaja con el suyo propio y, en consecuencia, el director de personal de
la empresa lo despide a los pocos meses.
Esta situación novelesca, tan ingeniosamente planteada, ofrece un
problema : su mero recuento conforma por sí solo un pequeño apólogo.
La anécdota sólo puede estirarse o complicarse al precio de desvirtuar esta
condición casi aforística en la que se sustenta la moraleja.
Juan José Millás posee una imaginación endiablada para cifrar situa-
ciones de esta índole. Todavía más que sus relatos, lo demuestran sus co-
lumnas en El País, a menudo espléndidos ejemplos de cuentos brevísi-
mos que recuerdan, por su naturaleza fulminante, a Walser, a Kafka .
Resulta de una gran dificultad conciliar una imaginación de este tipo
con el aliento y la tensión requeridos por una novela . Y esta dificultad
es sin duda el mayor problema de Millás como narrador. Para enfrentarse
a ella cuenta con un recurso importante: su capacidad para permanecer
y ahondar en la «extrañeza» (con acierto ha calificado Gonzalo Sob eja-
no a Millás como «fabulador de la extrañeza»). Pero contra esta rrúsma
capacidad actúa, por otro lado, la inclinación psicologista de este autor,
en la que tan manifiesta se hace la impronta del psicoanálisis .

173
ESE NIÑO QUE LLORA
JUAN JOSÉ MILLÁS
Enterado de su despido, Jesús -así se llama el protagonista de Tonto,
muerto, bastardo e invisible-- recuerda el bigote postizo que guarda en la Mientras el humor y la agresividad concurren en la expresión del
caja fuerte de su casa. Lo encargó a modo de irónico homenaje a su pa- sentimiento de extrañeza, la novela mantiene un aliciente notable. Éste,
dre, que llevaba uno igual, pero enseguida le produjo un inexplicable sin embargo, empieza a zozobrar a medida que el «proceso de desrealiza-
malestar. Ahora se lo pone en la intimidad del cuarto de baño y, frente ción» de Jesús se convierte, poco a poco, en un proceso de reconciliación
a su propio rostro transfigurado («Soy otro, pensé»), le invade una fuer- consigo mismo, en un «viaje al revés, hacia el origen de las cosas, hacia
te Y agradable sensación de irrealidad. Más que eso: se desata en su in- el punto donde convergen las líneas de la vida». Un viaje al lugar don-
terior un proceso de desrealización que persiste aun cuando, al salir del de quedó perdido ese niño que Jesús siente llorar dentro de sí, y que con
cuarto de baño, devuelve el bigote a su lugar. A continuación llama a su su llantina termina por aguar la novela.
mujer y le pide que le enseñe el culo. «Toda la vida pendiente de la calificación de los otros, de su mirada,
Así arranca esta última novela de Millás, que atrapa al lector con una para construirme una identidad, que resultó ser una prótesis, con la que
fuerza sorprendente. Ahí está, poderosamente expresado, «el desasosie- poder salir de aquel barrio y triunfar, y ahora resulta que no había sali-
go que transmiten los objetos cuando uno se relaciona con ellos desde do o que había abandonado en él al niño que me lloraba por las noches,
el miedo». Un sentimiento del que brota la extrañeza antes aludida y que, ese niño minusválido y bastardo y muerto e invisible.»
en su empeño por aliviarla, hace de tantos personajes de Millás seres Esta cita resume con precisión el sentido de la peripecia de Jesús. Pero
extraños ellos mismos. Seres a cuyos pies se ha abierto el vacío vertigi- su carácter tan explícito delata la debilidad mayor que manifiesta el relato:
noso de su soledad, de la inautenticidad de sus existencias. Y que, a par- la abierta declaración de sus propias intenciones, y aun de sus propios pro-
tir de ese momento, para saltar sobre ese vacío, comienzan a conducir- cedimientos. Millás no ha regateado recursos para estructurar literariamente
se excéntricamente. la peripecia de Jesús. Pero, en lugar de actuar como esqueleto del relato,
Esa excentricidad da juego a uno de los ingredientes fundamentales esos recursos terminan por invadir su materia misma. La clave psicoana-
en la escritura de Millás, que se alza en esta novela con un protagonis- lítica introduce en el personaje de Jesús resortes tan mecánicos como los
mo indiscutible: el humor. Un humor disparatado y amargo, teñido de que impulsan a los autómatas que él reconoce en los transeúntes, igno-
inquietantes atisbos, que por encima de todo se nutre de una radical dis- rantes de su propia tontería, de su desapercibida muerte. La asimilación de
crepancia con el orden establecido, con la normalidad entendida, una Jesús al prototipo del héroe que para descubrir «el sentido de la vida» debe
vez más, como simulacro del sentido. En este punto manifiesta Millás superar duras pruebas, esa ostentosa estructuración del relato conforme a
una rabia y una agresividad que constituyen otro importante ingredien- los cuentos de hadas, agotan su efecto en la exigencia con que imponen
te de su escritura y que alcanzan el paroxismo en esta novela, en la que, a los comparsas una servidumbre excesiva a los prototipos (el villano, la
extremando groseramente la caricatura que de ellos se realiza una v otra bruja). La actividad misma de la escritura como instrumento de reordena-
vez arremete contra los «socialdemócratas de mierda». Ellos 'son, ~ ojos ción de la propia experiencia, comparece con esfuerzo como garante y jus-
de Jesús, los representantes por excelencia de la impostura en que se fun- tificación de la fluctuante estrategia narrativa. También la feroz crítica a la
damenta la sociedad, y así es por cuanto, más evidentemente que nin- alienación social pierde mordiente en cuanto sólo flota sobre la superficie
guna otra doctrina, «la socialdemocracia se caracteriza por ser la única del horror que la sustenta y se le opone como alternativa un infantiloide
filosofía de la vida que permite hacer lo contrario de lo que predica en aferramiento a los propios sueños. Y en todo este tinglado, hasta la propia
nombre de lo que predica». prosa de Millás, eficaz y destellante, incurre en vulgaridades, incluso en el
chiste facil («sus piernas eran más largas que la infancia de un pobre»).
174
175
ESE NIÑO QUE LLORA

Pero Millás ha dicho que con esta novela cierra toda una etapa de su
trayectoria como escritor y que en ella se catalizan elementos que hasta
la fecha han surtido su oficio de novelista. Algunos de los reparos que
aquí se hacen admiten como atenuante el trazo grueso con que, delibe-
radamente, el autor ha revisitado sus obsesiones constantes, imprimién- Una retórica del desamparo
doles una flagrante irorúa. Y es sin duda esta ironía, sumada a tantas dotes
inusuales que relumbran en el texto, lo que hace de éste una propuesta
en definitiva interesante . Pedro Maestre, Matando dinosaurioscon tirachinas
Lateral, n. 0 6, abril de 1995 Destino , Barcelona , 1996

De tres años a esta parte , el éxito de Ray Loriga y José Ángel Mañas ha
desatado las expectati vas en torno a una nue va generación de narrado-
res. Jó ven es capaces de ofrecer una alternativa a los planteamientos de
sus mayores y, por virtud de ello, acceder a un públic o supue stamente
alejado del ámbito libresco pero muy sensible, en cambio, a los emble-
mas generacion ales que autores como los citados han tenido el acierto
de traer a su escritura.
En esta vía se sitúa Pedro Maestre (Alicante, 1967), autor novel que ,
entre tan tos otros de parecida cuerda, ha tenido la fortuna de ser distin-
guido con el Premio Nadal. N o es difícil imagin ar los méritos que le
han valido la distinción: Maestre es un sólido repres en tant e de la ten-
dencia que tan afanosamente exploran hoy los editores. Con resolución
y talento, incluso con alguna osadía, su escritura satisface los requisitos
que, de un modo impreci so, se presuponen a un novísimo narrador: dis-
curso fragme ntado, pros a espontánea, desgarro generacional, costum-
brismo veint eañero .. . Y así es a tal punt o, que las impugnaciones que
suscita ensegu ida adqui eren un a dimensión genérica .
Interesa reparar en las notables coincidencias que invitan a identifi-
car al propio Maestre con el narrador y protagonista de su novela , un jo-
ven en paro que vive con su novia y desahoga en la escritura las zozobras
de una juventud prolongada a su pesar. En un primer vistazo, la pro-
miscuidad del au tor con su personaje invita a leer el texto como un a
desinhibida co nfiden cia. Pero no es así, en modo alguno. No puede ser-

177
UNA RETÓRICA DEL DESAMPARO

lo porque, en contra de las apariencias, no hay aquí atisbo de auténtica


interioridad. Y ésta no se da por cuanto no existe, propiamente, indivi-
dualidad. Autor y personaje se postulan deliberadamente como para-
digmas de un determinado estilo de _vida. Uno y otro se construyen
Lo peor de todo
como representación de un determinado estrato generacional, y su pro-
pia entidad se mide en razón de esa pretendida representatividad. En de-
finitiva, ambos actúan como tipos, y en consecuencia su escritura se re-
Félix Romeo, Dibi!fosanimados
vela tipificada.
Plaza & Janés, Barcelona, 1996
Extraña al orden de la experiencia, esta escritura, afirmada en la
inmadurez, ignora qué cosa sea narrar, y se resuelve en una informe se-
José Machado, A dos ruedas
cuencia de viñetas sentimentales. Indiferente al conocimiento, su hori-
Alfaguara, Madrid, 1996
zonte es estrictamente testimonial, en el sentido más superficial del tér-
mino. Documenta conductas y comportamientos, y lo hace con una
suerte de exhibicionismo colectivo, de narcisismo impersonal. La orali-
Sea el lector paciente y compare:
dad, el recalcitrante coloquialismo del lenguaje, ahonda en esta direc-
Ray Loriga, Lo peor de todo, 1992: «Lo peor de todo no son las horas
ción, al igual que la ostentación de fetiches culturales. Por lo demás, el
perdidas, ni el tiempo por detrás y por delante, lo peor son esos espan-
seductor lirismo de algunos episodios no logra paliar la dimensión retó-
tosos crucifijos hechos con pinzas para la ropa» ...
rica de tanto desconcierto. Se reconoce aquí, de nuevo, una ética de la
Félix Romeo, Dibiy'osanimados,1994: «Lo más terrible no es ser gor-
confusión, de signo subliminalmente conservador. Al cabo, el drama del
do . Ni siquiera llevar gafas de culo de vaso. Lo más terrible es llevar za-
protagonista consiste en sus dificultades para ingresar convenientemen-
patos con calzas o con plataforma ortopédica» . ..
te en el orden establecido . Su traición a Peter Pan antes tiene que ver con
José Machado, A dos ruedas,1996 : «Lo peor de todo no son los pue-
la resignación que con la rebelión de ningún signo. No se confunda la
blos que pasan rápido por delante de tus ojos. Ni el tiempo que se va ca-
cólera con la queja, la inconformidad con el propósito de enmienda.
yendo del reloj. Ni todo lo que dejaste atrás cuando saliste. Ni el trabajo
La cautela invita a prever que, pues tanto va el cántaro a la fuente, la
sobre papel mojado . Ni siquiera la soledad de este autobús es lo peor que
sensibilidad de la que surge y a la que alude una novela como ésta al-
te puede ocurrir. Lo más jodido es la caída »...
cance algún día a romper la tediosa micrografía del desamparo en la que
Valgan estas tres citas, cronológicamente ordenadas, como ejemplo
se enquista . Por el momento, sin embargo, no es éste el caso, y una vez
suficiente de la infección retórica que, en muy poco tiempo, ha enfer -
más el aliciente literario resigna aquí su precedencia a la curiosidad so-
n1ado a tantos escritores jóvenes de este país. Lo de menos aquí es el evi-
ciológica.
dente paralelismo sintáctico. Más elocuente resulta la inflamación del
recurso estilístico, muy patente en la tercera cita, donde el eco de la pri-
mera se ha convertido ya en simple ruido.
Algún día habrá que responderse a la cuestión de si un estilo es res-
ponsable de sus propias resonancias. Como sea, lo cierto es que, respon -

179
LO PEOR DE TODO FÉLIX ROMEO Y JOSÉ MACHADO

sable o no, acaba siendo víctima de las mismas. Lo peor de todo, así, no No hace mucho declaraba Ray Loriga en una entrevista que «el sui-
es el mimetismo que empuja a un joven como Machado (Madrid, 1974) cidio de Cobain (el líder de Nirvana) ha salvado a una generación ente-
a convertirse en ingenua caricatura de su modelo. Ni siquiera que ese mo- ra, ha dotado de certificado de credibilidad a una gente a la que se acu-
delo, el Loriga de Héroes, vaya incurriendo él mismo en su propia carica- saba de falta de profundidad y de debilidad en su argumentación».
tura. Lo peor de todo es que la saturación y el cansancio a que conduce Palabras que mueven a pensar qué se estará entendiendo aqui por
tanto amaneramiento terminen por repercutir retroactivamente sobre lo términos como los empleados. Y de rebote, a reflexionar en serio si no
que en su día se percibió como indicio de renovación y de frescura. se está fomentando un fabuloso malentendido, y si con tales categorías
Algo de esto ocurre con DibiUosanimados,primera y por el momento puede siquiera empezarse a hablar de literatura.
única novela de Félix Romeo (Zaragoza, 1968), repescada ahora por Pla-
za & Janés pero ya publicada hace dos años por Mira Editores. En ella,
un narrador de condición y edad muy semejantes a las del autor evoca
su infancia y adolescencia a través de un intencionado batiburillo de epi-
fanías narrativas que, juntas, se asoman a la memoria sentimental de toda
una generación, la de quienes crecieron durante la Transición.
Romeo utiliza con gran sentido del humor y contenido lirismo un
dispositivo retórico inequívocamente influido por el Loriga de Lo peor
de todo pero bien enderezado al propósito de invocar el pasado reciente
bajo el signo de una íntima desolación. «El pasado,>, dice el narrador, «es
un tiempo en d que yo era culpable.» Confesión que ofrece un suge-
rente contrapunto a la impostada inocencia, al pretendido adanismo con
que la generación precedente vivió aquella época.
Como se iba diciendo, sin embargo, resulta difícil despojar la lectura
de esta novela de las enojosas resonancias que sobre ella vuelcan tantas
otras en que un dispositivo retórico semejante ha degenerado enseguida
en verborrea epigonal. Es el caso de A dos ruedas, título que su jovencí-
simo autor ha puesto a una aplicada carpeta de ejercicios escolares des-
tinados a demostrar su talento para acatar las consignas estilísticas de la
última hora. Con un libro así entre las manos, se pregunta uno si elemen-
tos tales como la fragmentación del discurso, la sintaxis sincopada, la im-
pronta mediática o la desesperada ironía que hace poco atrajeron la aten-
ción sobre los nombres de Loriga o Romeo no llevaban en germen la
empanada mental, la solemnidad tartamuda, la exaltada mitomanía, la ri-
sible pose de perdedores sin causa con que se invisten tantos de sus con-
tinuadores.

180
ÁLVARO POMBO

Con magistral dominio del tiempo (que se siente pasar dentro del
relato), con sabia graduación de la perspectiva (que crece a la par que la
narradora), Pombo consigue que lo que al principio se presenta como
Frívolas y elegantes una radiante unidad familiar , de una distinción tan por encima de la cha-
ta realidad de la época, ceda terreno a la suspicacia primero y luego a la
aprensión, para desembocar finalmente en una mezcla de compasión y
Álvaro Pombo, Donde las mujeres de espanto .
Anagrama, Barcelona, 1996 Es ésta una novela de formación, o más bien de iniciación , como
otras de Pombo , un virtuoso a la hora de explorar los tránsitos de la edad ,
y autor que ha hecho de la institución familiar un campo privilegiado
Vale más decirlo de entrada: Álvaro Pomb o ha escrito una novela estu- para sus sofisticadas prospecciones . A este respecto, Donde las mujeres
penda, de las mejores suyas, y sin duda uno de los grandes títulos de la plantea la problemática vigencia de los vínculos familiares cuando el sen-
temporada. Con ella regresa a sus escenarios más personales, a sus más tido que en ellos imponían la tradición y la herencia ha quedado desba-
propias obsesiones, a su estilo más peculiar, recobrando con todo vigor ratado por la codicia de las pasiones individuales. «Los hijos no entienden
el rumbo que gobierna su singularísima trayectoria literaria, el enreve- a los padres », le dice Tom a la narradora, «o no tienen por qué enten-
sado juego de recurrencias y simetrías que orgarúza su extravagante mun- derlos mejor que otras personas. La familia es una relación que también
do narrativo. vale en la medida en que desaparece.»
Donde las mujerescuenta el resquebrajamiento progresivo del cuadro Esta paradoja se agudiza aquí por cuanto el pequeño reducto fami-
familiar a los ojos de una narradora que, en el transcurso del relato, si- liar manifiesta su intrínseca esterilidad. La arrogante distinción de las
tuado en los largos años del franquismo triunfante, pasa del encandila- atractivas hermanas se sustenta sobre el rechazo de la felicidad («ese des-
miento de la mirada infantil al desencanto de una juventud agriada pre- prestigio de criadas que se casan cuando los novios vuelven de la mili»),
cozmente por turbias revelaciones. sobre la inmovilidad de las propias inclinaciones (empezando por las
En el soberbio aislamiento de La Maraña, diminuta península de la sexuales), sobre la sustitución de los sentimientos por los modales: «Dis-
costa cantábrica, la vida de la narradora (cuyo no1'l1.bre, significativa- frutar no era la vida, para mi madre era una gansada disfrutar, vulgari-
mente, nunca se pronuncia) se desarrolla , como la de sus dos hermanos dad, un salto atrás del señor a los gustos dd esclavo».
a la sombra de Clara, su madre, y de la excéntrica tía Lucía, que ocup~ El libro contiene, así, una severísima recusación de lo que cabría de-
un caserón vecino . Se trata de un ámbito esencialmente femenino, re- signar como un cierto aristocratismo de la cultura, decadente y desfasa-
forzado por la discreta eficiencia de Fraulein Hannah, una institutriz ale- do , encarnado aquí en la superficial nostalgia del ambiente desenvuelto
mana. Cuantos hombres se aproximan al mismo, lo hacen bajo el signo y cosmopolita de la Europa de entreguerras , en la equívoca añoranza de
de una claudicante fascinación. Así Tom Bilffinger, d pretendiente ale- un vitalismo lujoso e irresponsable. Con resentimiento lo declara un
mán de tía Lucía, con el que ésta se ruega a casarse. Y así también Fer- compañero de juventud de las dos hermanas: «Eran frívolas, todos éra-
nando, el marido de Clara, que muchos años después de su separación mos frívolos, la única seriedad común a todos era la cultura, el arte, yo qué
visita a la familia con propósitos inciertos que todo lo trastocan. sé .. . Era un mundo muy perfecto, muy esnob y muy hipócrita. Cuan-
do estalló en el 36 la guerra, me alegré. Es una purga que va a veniros bien,
182
183
FRÍVOLAS Y ELEGANTES

pensé. Yo estaba seguro de la victoria nacional. Eran incultos y discipli-


nados, Justo lo contrario de nosotros . Por eso nos ganaron» .
. , Admira la impecable construcción de la novela , la calculada clisposi-
CI,onde todos sus motivos; también la entidad de unos personajes mag-
U na novela mural
mficamente trazados, complejos y movedizos. La escritura de Pombo re-
zumante siempre de humor e irorúa, tan moralista y tan herética, ac:erta
una vez más a combinar, sin escándalo del lector, una amplia diversidad
Rafael Chirbes, La largamarcha
de registros, desde los usos coloquiales de la burguesía de la época hasta la
Anagrama, Barcelona , 1996
articulación de sofisticados razonamientos filosóficos (nadie como él para
colar una cita de Fichte en el amable transcurso de una conversación).
Cabe insinuar, por otro lado, una acusada simetría entre Donde la.1 En la turbamulta de tanta memoria recobrada, de tanto testimonio dela-
mujeresy El metro de platino iridíado.Y es que mientras allí se proponía tor y tanto ripio nostálgico, la voz de Rafael Chirbes suena con sugeren-
una _suerte de poética del bien, sustentada en la capacidad de su prota-
te credibilidad. Años hace que este escritor emprendió la tarea de hurgar
gonista para dar sentido a la vida de quienes la rodean, aquí se expresa,
críticamente en la conciencia colectiva del país, con mirada que abarca
por el contrario, una poética del mal de raíces materialistas, que tenni-
el extenso período comprendido entre las postrimerías de la Guerra Ci-
na por mermar la sustancia y la identidad de la narradora .
vil y la década socialista . Sus tres novelas anteriores (En la luchafinal, La
Hace ya seis años, El metro de platino iridiado (1990) jalonó sonada-
buena letra, Los disparosdel cazador) constituyen, sin pretenderlo, un tríp-
mente el número 100 de Narrativas Hispánicas. Con tanto o superior
tico sobre los derroteros morales por los que han transcurrido tres ge-
acierto, Donde las mujeresjalona el número 200, demostrando la vitali-
neraciones de españoles. Y como si entretanto hubiera cobrado Chirbes
dad de la colección a la par que la de su autor, que en esta novela reafir-
suficiente atrevimiento para ello, los materiales empleados a tal efecto
ma contundentemente el poderío y la originalidad de su talento como
los retoma ahora para trazar, a diferente escala, lo que en términos este-
narrador.
reotipados cabría calificar como un amplio «fresco social» de la España de
Franco.
Dividid a en dos partes, La largamarchase centra primero en los años
más duro s de la posguerra . Sobre un fondo de escombros y de soflamas,
un amplio censo de personajes con trasta aquí su perfil. Más allá de la vic-
toria o la derrota, las vidas de uno s y otros aparecen dobladas por el opor-
tunismo o la resignación . Son vidas, en todo caso, trist es, sob re las que
los hijos de esos mi smos personajes bordan, veinte años despué s, las flo-
res rojas de sus ideales . Ya en su segunda parte, la novela deri va hacia un
retrato de grupo en el que se describen los tráficos ideológicos y senti-
mentales de un puñ ado de univ ersitario s más o menos concienciados en
la lucha contra el :franquismo.

185
UNA NOVELA MURAL
RAFAEL CHIRBES

Tan apurada síntesis ha de bastar para sugerir la familiaridad de la rea- El innegable talento de Chirbes no es de naturaleza proteica. Se en-
lidad enfocada por Chirbes. Lo cual invita a plantear enseguida la cues-
dereza con preferencia hacia el recuento intimista, de tonalidades tenues,
tión con la que esta novela se confronta y de la que no sale, por cierto,
sobre las que destaca muy favorablemente la sobriedad de sus recursos.
bien librada. Se trata de la cuestión relativa a 1aautoridad que el escritor
Unos recursos que diluyen su eficacia en esta historia plural, que se
alcanza a imponer sobre el objeto que le ocupa. O dicho contrariamen-
orienta por sendas decididamente epigonales.
te: de la servidumbre a que lo someten, cuando enfrenta una realidad
cualquiera, las miradas que lo han precedido.
Ocurre a veces como si fuera el objeto mismo el que determina el es-
tilo y la actitud de la mirada. Ocurre al menos en este caso. Rafael Chir-
bes ha querido escribir una novela sobre la posguerra y le ha salido, casi sin
remedio, una novela de posguerra. Vale decir una novela que convoca los
modelos de Cela o de Delibes, y enseguida los de Aldecoa, Fernández San-
tos, García Hortelano. Sin seguir más lejos. Esto es, sin asumir en su pers-
pectiva -una perspectiva trazada inequívocamente desde el presentt~ las
líneas de fuga que sobre la misma realidad han planteado luego otros auto-
res y que complica inevitablemente la presunta ecuanimidad del relato.
Chirbes se ha sentido embargado por la necesidad de escribir una
novela necesaria . Pero es éste un grave envite para cualquier escritor. Ne-
cesario fue, en buena medida -o al menos como tal fue apreciado, allá
por los setenta-, un empeño como el de José María Gironella y su tri-
logía sobre la Guerra Civil, en donde se proponía el balance moral de
toda una época. Y no es casual que, salvadas las distancias (las cronoló-
gicas, desde luego, pero también las que marca el poderoso nervio no-
velístico de Chirbes), La largamarcha acuda a un modelo compositivo
muy afín al de Los cipresescreenen Dios.
En un proyecto como éste resulta inevitable referirse, por otro lado,
a su vibración moral. Y bien está hacerlo. Pero -sin forzar el juego de
palabras- a efectos literarios, La largamarchaviene a constituir más bien
una novela mural. La organización del texto en viñetas narrativas, la yux-
taposición de planos temporales, la naturaleza típica de los personajes, la
manifiesta ambición de ilustrar una historia colectiva y de hacerlo con
una suerte de proselitismo pedagógico y sentimental, dotan al libro de un
primitivo envaramiento, de una ejemplaridad conmovedoramente ob-
soleta que recuerda a los muralistas mexicanos.

186
EDUARDO MENDOZA

lesde la óptica amable de la pax burguesa, pre sentando como perdedora


:iuna prole epigonal de señoritos frívolos e irr esponsables.
El protagonista de la novela, Carlos Prullás, es un celebrado come-
diógrafo, exitoso autor de lo que él mismo llama <~uguetes cómicos: un
El último verano en tretenimiento saludable para matrimonios de clase media ». Nada más
¡;xpresivo del talante ya algo démodé de sus piezas que el título de la últi-
ma, ¡Arrivederci,pollo!, a cuyos ensayos se asiste en el transcurso de la no-
Eduardo Mendoza, Una comedíaligera vela. El propio Prullás la describe como «una intriga policíaca en clave
Seix Barral , Bar celona, 1996 de human>, y esta misma definición cabe tambi én, hasta cierto punto, a la
novela entera de M endo za, rebosante de comicid ad, y en la que el nudo
argumental lo constituye la investigación de un crimen del que Prullás
Ahora, que de casi todo ya empieza a hacer más de veinte aúos, resulta - tan aficionado é] a los asesinatos sobre el papel- resulta ser el princi-
que hace más de veinte años que apareció La verdadsobre el casoSavolta. pal sospec hoso.
Esta novela, cuyo valor emblemático no cesa de incrementarse, supuso Los pasos que da para demostrar su inocencia, superpuestos a los en-
la revelación de un escritor cuya incidenci a en la literatura española bien redos en que lo meten sus amoríos, obligan a Prullá s a cobrar conciencia
puede calificarse de <<reparadora».Al leer cualquiera de las obras de Eduar- de su propia condición crepusc ular, como escritor pero también como
do Mendoza, en efecto, se tiene la impresión -no necesariamente en- individuo, dentro de una sociedad en proceso de profunda transforma-
ga11.osa- de que la novelística española es algo bastante más confortable ción, en la que ya no queda sitio para los tardíos representante s de una
de lo que suele pen sarse. No hay otro escritor que se haya aprovechado de cultura esnob y superficial, cuyo desapasionamiento responde, sin em-
ella con una curiosidad más desinhibida y menos militante. Tan lejos bargo, a sus raíces profundamente liberales .
del aprensivo desdén como de la cejijunta apología, tan fuera de lapa- De este modo se lo dice a Prullás la doctora Maribel, en el trans-
sión polémica como de la ignorancia o la indif erencia, Mendoza lee a curso de una conversac ión que ocupa un importante lugar en la novela:
Galdós, a Baroja, a Valle-Inclán, sacándolos del mismo anaquel en que «E stá equivocado si cree ser sólo un individuo; nadie lo es. Sólo somos
figuran Dickens, Stendhal, Chéjov, pero también Chesterton o Veme. lo que representamos, lo que el pasado ha hecho de nosotros . Lo que-
La lectura de Mendoz a, y muy en particular la de esta última nov ela, ramos o no, somos herederos del odio y de la injusticia, herederos de una
mueve a admitir que es posible reempre nder cualquier camino y ejercer Hi storia que nosotros no hemos hecho , pero cuyos frutos igualm ente
la tradición - y la convención - en un sentido no reaccionario. Lo cual habremos de coger».
debe ponerse en cue nta de un talant e literario sin duda pacífico pero en No deja de resultar significativo, en este punto, que Prullás, casado
absoluto pusilánime, y menos que nada inocente. Mu y al contrario, con una mujer rica, sea propiamente «un advenedizo>). En cuenta de ello
Mendoza es responsable de algunas de las más subversivas operaciones debe ponerse su completa extrañeza respecto de las ten siones en que se
padecidas por la reciente narrativa española. En La verdadsobre el casoSa- sustenta esa Barcelona «frívola, viciosa, hipócrita y noctámbul a» que la vida
volta arrastraba la tan traída y llevada novela social al terreno del folletín le ha llevado a compartir y en la que asegura encontrarse «maravillosa-
y hacía de la lucha de clases un móvil de novela policíaca. Y ahora, en mente». Los acontecimientos en los que se ve envuel to, y que rompen
Una comedia ligera, se atreve cordialme nt e a contar la más dura posguerra la placidez de lo qu e él mismo comprende que es «el últim o verano de su

188 189
EDUARDO MENDOZA
EL ÚLTIMO VERANO
doza, en cualquier caso, discurre por cauces siempre serenos. Por em-
juventud», le despertarán a realidades para él insospechadas: la de los ba- plear los términos que él mismo ha utilizado a propósito de Valera, «su
jos fondos, de una miseria espeluznante («no hay cosa más triste y horro- tono, más que su estilo, es liberal, elegante>>.
rosa que las clases bajas», se dirá Prullás), pero también la de las intrigas La novela escamotea la espinosa cuestión de la Guerra Civil, cuya
económicas y políticas, así como la de un poder tiránico, obcecado y za- barbarie reciente no parece haber involucrado al protagonista. El periplo
fio. Se trata, por así decirlo, del mismo mundo que recrea Marsé, pero de Prullás incurre, por otro lado, en algunos pasos forzados, como el de
contemplado desde el otro lado de la verja. su visita al padre Emilio Porras o su encuentro con los vates catalanes.
Mendoza ha escrito una novela de madurez deslumbrante, en la que Ya hacia el final del libro, Mendoza extrema hasta límites casi inacepta-
se ~cumulan y superan todos los logros de sus obras anteriores, de casi bles la dudosa secuencia de un atraco en el barrio chino. Pero, sobre es-
todas las cuales se reconocen ecos, incluso guiños flagrantes. El retrato tas y otras posibles objeciones, predomina en todo momento la maestría
que hace de una Barcelona todavía en «la edad de la pérgola y el tenis», de un narrador en pleno dominio de sus facultades, que ejercita con fi-
de aquel mundo «ligeramente egoísta y caduco» (así lo evocaba Gil de nura y sabiduría crecientes, con intenciones - y con facilidad- cada vez
Biedma en Infancia y corifesiones),es magistral, sobre todo en el modo en más complicadas.
que se desplaza de un registro casi costumbrista a otro donde se roza el Acerca de Pasaje a la India, escribía Borges: «Sé de lectores muy aus-
esperpento, a lo largo de una travesía repleta de personajes magnífica- teros que han dicho que nadie los convencerá de la importancia de un
mente trazados, riquísima en ambientes y en registros tonales, y gober - libro tan ameno». Éste es el magnífico riesgo que sin importarle corre
nada en todo momento por la capacidad del narrador para tomar dis- de nuevo Mendoza, quien sigue entretanto perfeccionando la extraña
tancias respecto de la perspectiva a la que por otro lado se resigna (en fórmula con que acierta a conciliar el gusto del gran público con la más
este caso, la del protagonista y su estamento social), lo cual abre un mar - cabal exigencia literaria.
gen a la ambigüedad moral que impregna el texto entero.
La profesión del protagonista no es casual: dice tanto de la antigua
afición que por el teatro siente Mendoza como de su concepto de la tea-
tralidad del relato mismo. A esto último cabe atribuir la estilización a que
somete sus materiales, su lealtad con lo que - en un sentido estricto-
cabe entender como dimensión <<recreativa»de la novela, su infalible ins-
tinto de la «acción>>,de la «diversión», del «espectáculo» literario. Los
fragn1entos y ensayos de ¡Arrivederci,pollo! funcionan, así, como un jue-
go de teatro dentro del teatro (Shakespeare), que prolonga el juego cer -
vantino del relato dentro del relato empleado ya por Mendoza como re-
curso de distanciamiento irónico, no exento en su caso de una fuerte
impronta nostálgica. Dicha teatralidad del texto recuerda aquí, en par -
ticular, al Valle novelista, no sólo en la construcción escénica de algunos
episodios o en el intencionado uso de los contrastes, sino también en la
virtuosísima recreación del habla y de los ambientes populares, en las ca-
ricaturas retóricas del clero y de los mandos franquistas . La prosa de Men-

190
ANTONIO SOLER

amordaza las violentas pasiones removidas en el promiscuo ambiente del


cabaret. A pesar de lo cual, desde la perspectiva del presente, el narrador
recuerda aquellos años y aquella calle en que transcurrió su infancia como
«el centro del mundo, el corazón tibio de una memoria » que, aliada a la
Un paraíso perdido escritura, se revela como el único alivio contra la enfermedad incurable
del tiempo . De ahí la decisión del narrador de contar sus propios recuer-
dos, mezclados a todo aquello «que a mí me contó mi hermano y yo in-
Antonio Soler, Las bailarinasmuertas terpreté en sus cartas, en sus palabras y también en sus silencios».
Anagrama, Barcelona, 1996 La novela alterna con fluidez los dos planos: el de la experiencia vi-
vida y el de la imaginada, uno y otro enlazados a la distancia por su valor
común de experiencia.Soler ha acertado a compenetrar las historias si-
De nuevo el Premio H err alde ha distinguido a un autor recién entrado multáneas de los dos hermano s comunicándolas a trav és de un sutil en-
en la madurez, sobre cuya obra ha venido acumulándose una razonable tramado de asociaciones casi sensoriale s, como, por ejemplo, el ruido
expectativa. que hacen los hierros que su amigo Tatín , enfermo de polio , lleva en las
La anterior novela de Antonio Soler, Los héroesde la.frontera (1996), piernas, y que cuando se tir a al suelo , jugando al fútbol de portero, evo-
fue bien recibida por la crítica, que no sin alguna sorpresa constató la de- can al narrador «ese ruido metálico y a la vez blando de lentejuelas aplas-
ter minación con qu e el autor co nducí a un rel ato de muy peculiar den- tadas» que en su imaginación hacen las bailarinas cuando se derrumban
sidad, sobre el que su propio editor h a dejado dicho que a ratos había muertas - desfallecidas o asesinad as- sobre e1escenario del cabaret .
que leerlo «con escafandra». Herralde se refería así, humorí süca mente, Cunde, pese a todo, la impresión de que la creciente autonomía narr a-
a la agobiante crudeza que en aquella novela alcanzaba una visión in- tiva que van adquiriendo las histori as relativas al cabaret se somete con
gr ata, impla cabl e, sádica de la realid ad . Visión qu e por lo común nutr e desgana a la decisión del autor de conta rlo todo desde la primera perso-
lo que se suele entender por tremendismo, categoría difusam ente expre- na; una primera persona a cuya legalidad escapa claramente un excurso
siva que co nvien e ap licar a Las bailarinas muertas. (estupendo, por lo demás) como el que cuenta la historia de Kid Padilla,
Es ésta una novela de iniciación. En ella, el narr ador rememora la «un combate - una derrota». N o parece insensato especular, en este pun -
época en que, siendo todavía un niño, vislumbró los enigmas del sexo to, que el texto hubiera funcionado mejor mediante una articula ció n
y de la muerte . Una época ilumin ada por las cartas y fotografías que su más contrastada de sus dos niveles, como la qu e, por ejemp lo, practica
hermano le envía desde Bar celona, donde triunfa como artista en un ca- Marsé en Si te dicenque caí, no vela por cierto cuyo recuerdo viene a me -
baret. Los personajes de este cabaret qued arán siempre asociados, en la nudo durante la lectura de Las bailarinasmuertas.
ima ginac ión del niño , a la pérdid a de la inocencia, al sentimiento de ha- En cua nto al mencionado tremendismo de la novela, convie ne subr a-
ber sido «expulsado de no sé cuál par aíso», de que a su espalda, <<s ilen- yar la atrevida ap u esta qu e Soler realiza en este sentido. No se trat a, por
ciosamente, acaba ban de cerrar una s puertas que ya nunca volverían a cierto, de una opción aislada, ni mucho menos anacrónica. De hecho,
abrir se». cabe hablar de una mani fiesta vigencia del tremendismo como tendencia
La depriment e atmósfera de la España de lo s sesenta envue lve lo s profunda del arte y de la lit eratura de este siglo. Como sea, Soler conecta
ritos ado lescentes del narrador y sus amigos con la misma gasa sucia que aquí con una tradición muy próxima, qu e en el ámbito hispáni co en par -

192 193
UN PARAÍSO PERDIDO

ticular destaca por su fertilidad. Baste pensar, muy recientemente, en una


novela como El crimendel cine Oriente, de Javier Torneo . Si bien aquí vie-
ne más al caso recordar una película asimismo reciente como es La mu-
jer del puerto, de Arturo Ripstein, donde también aparece un _cab~ret, Y
que, salvadas las distancias, sirve bien para señalar la compleja cifra de En las tinieblas del tiempo
sordidez y lirismo con que Soler acierta a resolver sus intenciones.
Respecto de esto último, se tiene la tentación de hablar de una suer-
te de tremendismolírico,etiqueta útil para indicar las virtudes tanto como Manuel de Lope, Bella en las tinieblas
los excesos que caracterizan la escritura de Soler, proclive siempre a cier- Alfaguara, Madrid, 1997
ta exageración. Si bien, al hablar así, se corre el riesgo de disimular que
el tremendismo ya supone de por sí una estilización, una transfiguración
poética de la realidad, por mucho que se realice con una óptica defor- Esta extraña y potente novela pare ce rehuir todas las expectati vas que ge-
mante . nera, equivocadas deliberadamente y complicarlas, hasta dibuja r con
Más oportuno, por lo tanto, parece limitarse a enfatizar, en relación ellas un ambiguo paisaje moral en el que la be lleza del relato surge de su
con Las bailarinasmuertas, el acierto de una escritura en general efica- resistencia al significado.
císima, cada vez más contenida, que actúa como poderosa aliada de un El propio Manuel de Lope (Burgos, 1949) ha indicado que Ana Rosa
llamativo talento para orquestar personajes y crear mundos, construir C amp, «Iaespléndida viuda» alrededor de cuya figura se organiza la no-
historias, siempre bajo el signo de una elevada ambición literaria que en vela, está inspirada en una mujer real, la «mantenida>> de un influyente
esta novela alcanza, de momento, su mayor logro. general franquista que, en el Madrid de los cincuenta, desde su suite del
hotel Wellington, amad rinaba a toda una corte de atronados poetas irre-
mediablemente rendidos a sus encantos .
A través del testimonio de escritores como Juan Marsé, Ángel Gon-
zález, Carlos Barral ,J uan García Hortelano o Juan Benet (sus mayores, li-
terariamente hablando, y objeto en estas páginas de un indirecto home-
naje), De Lope quedó seducido por el atract ivo del person aje. Pero su
evocación del mismo elude sabiamente la recons trución histórica y se aco-
mete desde una perspectiva escorzada, desde la cual el brillo que irradi a
la figura de aquella mujer queda en buena medida retenido y tamizado.
Se siente, a lo largo de toda la novela, una suerte de fascinación re-
tro spectiva hacia el personaje y su leyenda. Pero De Lope - y éste es su
acierto principal- la desvía hacia una orilla problemática : aqu ella en
que ese mismo personaj e, asomado ya a su propia decadencia (las ojeras
pronunciadas por la edad y la morfina), aparece hosti gado por un medio
provinciano, que lo señala como fuente de co rrupciones.

195
EN LAS TINIEBLAS DEL TIEMPO MANUEL DE LOPE

Recién enviudada del general Goitia, acosada por el h eredero legal la vida, de las nec esidades pr imari as, los sentimie nto s de sed y ham bre, la
de éste, mal vista por toda la comarca (una villa co stera del Cantábrico, .widez de los verdaderos inte reses».
cuyo paisaje , estupendamente d escrito, acaba por ¡i.dquirir un intencio- Al cabo, se dice Alfredo, «las cosas no significan nada, y ningú n artis -
nado protagonismo), la altiva Ana Rosa sólo cuenta con la sospechosa ta que las reún a com o yo las reún o podrá añadir un ápice de sentido a los
lealtad d e un viejo amigo del general, el doctor Félix Castro -gordo, t.:scándal os e ignomin ias que no lo tienen» . Y así es por mucho que él
putañero y pedófilo-, y con el mudo vasallaje de Zorrilla, un mucha- mismo, solidario finalmente del destino de Ana R osa y el doct or, se sien -
cho medio autista cuyos imprecisos des eo s precipitan la tragedia. ta «seduci do por la delicuescencia de un mund o que se venía abajo con
Pu es, ya mediada la novela, el relato , teñido hast a el momento de un la insignificante banalid ad de las existencias frus tradas ».
suave acento crepuscular que transita despaciosa y jocosament e por los «Algún dí a se contaría la historia de aquella muj er, desde los brindi s
resignado s derrotero s de lo que, en un sentido flauberti ano, cabrí a deno- con el cha mp án hasta la silencio sa cautividad de la morfin a, en térm in os
minar << costumbres de provincia », se precipita por la grieta qu e dentro cariñosos, bajo luce s tamizadas, sugir iendo los matices necesar ios para
del mismo abre un acto criminal , a raíz del cual acapara el protag onismo impregnar la bu en a o mala fortuna de su juego con los tint es acer tados
Alfredo Gavilán, el joven abogado madrileño enviado por el sobrino del de júbilo o desilu sión», con cluye Alfredo. Y la elegancia mayor d e esta
general para liquidar la herencia de su tío . no vela, también aquello que determin a su po derío y su sorpr esa, es la
<<
Era grotesco. Un abogado acude a una liquida ció n de h erenci a y renuncia de M anuel de Lope a contar dicha historia, se diría que disua -
acaba en la alternativa de ser el encubridor de un niño homicida o co n- dido a úl tima hor a por otras sugerencias . Éstas dot an al relato de su m ás
vertirse en su delator .» Tal es la disyuntiva que reo rienta el relato , que se íntima te nsi ón, determinan tam bién sus debili dade s (esa vacilante om -
introduce imprevisiblemente en «un sórdido laberinto de infamia, de hu- nisciencia del narrador , corres pondiente con el vacilante protagon ismo
millación y d e avidez >>. de los personajes prin cipales), pero en definitiva elevan la no vela a un es-
Emb argado por esa civilizada perplejidad caracte rística de tan- trato supe rior en que lo que acaba por ser conta do es la uni versal indi-
tos gentlemcn literarios, el protagonismo d e Alfred o arrastra la novela a ferencia en qu e se sumen las tragedias humanas, la exclusiva autorí a del
territorios de sutil penumbra , dignos de la más espléndi da tradi ción an- tiempo en el o ficio de otorgar sentido a tantas hi sto ri as y destinos que
glosajona. En un momento dado, yendo tras los paso s del muchacho, transcurr en sin tenerlo.
Alfredo accede a una escc.indida gruta, sede d e un ant iguo baln eari o
romano , y tien e allí un insondable presentimiento. La escena -c entr al
en la novela - recuerda aquella de Un viaje a la India en la qu e mi stress
Moore visita las cuevas de Marabar y cree reconoc er entre los ecos una
voz que le susurra: «Patetismo , pied ad, valor. . . ex isten, pero son id én -
ticos, y lo mismo sucede con la inmundicia. Todo existe, nad a tiene
valor».
Como en la novela de Forster , también en esta de Manuel de Lope
se narra la ext rañ eza de «un mundo súbitam ente inve rtido », que no se
corresponde en este caso a un a cultura remo ta, sino a una com arca en la
que apar ece desollada la cost ra que en la capital cub re «las cosas sólidas de

196
ALEJANDRO GÁNDARA

cisamente en la que se diluye el valor social de la experiencia y que se


halla desprovista de razones, por así decirlo , narrables.
¿Y qué menos épico, menos narrable que la corrupción? Ésta cons-
tituye el fracaso de la materia por sí misma , sin aventura ni tragedia, sin
El trabajo de los espejos heroísmo. Y sólo en la medida en que requiere del tiempo para consu-
marse puede decirse que ella misma es acción: la acción de la muerte
dentro del tiempo, de cualquier tiempo.
Alejandro Gándara, Cristales «Se corrompe el cuerpo, se corrompe la vida, nos corrompe la obe-
Anagrama, Barcelona, 1997 diencia a quienes tienen el poder de hacer que nos ganemos la vida, nos
corrompe el haber seguido una dirección equivocada y darnos cuenta
demasiado tarde. ¿Por qué no habíamos de corrompernos? Es una de las
La evolución de la sociedad española durante los últimos veinticinco años exigencias de la vida.» Así se expresa Román, .el más clarividente de
viene siendo objeto de cada vez más frecuentes escrutinios novelísticos. los cinco personajes cuyas voces, excelentemente contrastadas ' se tren- .

Característica de la mayor parte de ellos es la inclinación a atribuir a la zan a lo largo de toda la novela . Y antes que una exculpación cínica de
época una suerte de sentimentalidad colectiva, en función de la cual se los hechos ocurridos (una malversación de fondos cualquiera, en este
explican o simplemente se ilustran conductas y actitudes como la desme- caso la operada por Goro, impecable militante de la izquierda), esta con-
moria, el desencanto, la corrupción. Así ocurre sin que, por lo común, se sideración fatalista supone una extrapolación de la experiencia moral
repare en la tendenciosidad que entraña semejante supuesto, por deba- que, cOn independencia de su edad, viven individualmente cada uno de
jo del cual se reconoce lo que -no sin cierto escándalo de los concep- los personajes, reunidos todos en la órbita de una desesperante historia
tos intervenidos- cabe entender como cierta proyección «sentimentah> de amor que, entre otras cosas, pone de manifiesto el malentendido sus-
de unos criterios en definitiva ideológicos. tancial de dos generaciones : la de quienes hicieron la Transición y la de
Esta novela de Alejandro Gándara parece abonar una intuición con- sus herederos.
traria: la de que fueron sentimientos particulares los que confundieron Hay una hermosa frase en la que dice Cocteau: «Mirad durante toda
el proyecto colectivo. La de que fue con intereses individuales como se la vida en un espejo y veréis a la muerte trabajar como las abejas en una
pretendieron cobrar las inversiones hechas a través de los ideales . La de colmena de cristal». Tal parece ser el espectáculo que se ofrece a través de
que, sin la presión de los imperativos históricos, las fronteras entre el be- los cristales a que alude el título de esta novela, en la que se dice que la
neficio personal y el beneficio público quedaron borrosas, y la urgen- muerte «no puede ser otra cosa que mirarte en un espejo donde solamente
cia de las más íntimas aspiraciones relajó cualquier otra suerte de com- estás tú y no te reconoces)>. Todavía se aüade en otro lugar: «Los espejos
promiso . trabajan mucho, pero nosotros sabemos poco». Y es el abismo que se abre
Es en este sentido en el que cabe entender el interés en puntualizar allí donde antes se elevaba «la gigantesca fantasía del conocimiento pro-
-..como se hace en la contraportada del libro- que ésta «no es una his- pio, mutuo, ajeno», el que aturde y determina los destinos de todos los
toria sentimental, sino más bien una historia de los sentimientos a lo lar- personajes , empeñados sin embargo en explicar, en explicarse .
go de un tiempo preciso» . Lo cual vale por decir que es un intento de Pues a pesar de todo, como dice Goro desde la cárcel, «tenemos pa-
contar ese tiempo en su dimensión no histórica, no épica. Aquella pre- labras para nombrar cosas que se ignoran». Y es mérito de esta novela

198 199
EL TRABAJO DE LOS ESPEJOS

excepcional, construida con espejos rotos (de donde la precariedad dr


su estructura), atreverse con ellas mediante una escritura poderosa y exi-
gente, que organiza secuencias de una inteligencia y de una intensidad
sorprendentes, y que con justificada ambición pero ningún tipo de doc-
trinarismo propone una interesante lectura interior del presente.
Los herederos de la promesa

Varios autores, Páginasamarillas


Lengua de Trapo, Madrid, 1997

Produce un cierto apuro verlos así, apiñados, en tropel. Alfabéticamen-


te desordenados, reunidos por un criterio cronológico que no consigue
cubrir con sus fechas la disparidad de estilos, de estatuto, de estaturas.
Mezclados veteranos y novatos, profesionales y advenedizos, legionarios
y guardias urbanos en un listín literario con funciones de sección de
anuncios por palabras.
No se trata de una antología. Se publican aquí nada menos que trein-
ta y ocho relatos originales, enviados por sus autores a petición del edi-
tor, interesado en ofrecer «una muestra representativa del sólido trabajo
de un amplio grupo de narradores nacidos entre los años 1960 y l 971».
No hay selección propiamente dicha. Simplemente, se han segrega-
do, entre los menores de cuarenta afios, aquellos autores cuyas obras han
aparecido <<publicadasen una editorial de reconocida difusión nacional».
No importa que este requisito se cumpla inconsecuentemente. Lo rese-
ñable es que, pese a la exhaustividad de la muestra, escapan de ella, sin
justificación aparente, algunos nombres muy significativos, como los de
Belén Gopegui y Luis Magrinyi, por citar a dos autores que se cuentan
entre los más solventes e interesantes de su generación.
Como sea, y por bien asumido que esté que «no están todos los que
son», importa aclarar que tampoco «son todos los que están», aunque así
lo pretenda Sabas Martín, autor del ensayo preliminar que encabeza el
libro y que, bajo el lema de «Narrativa española tercer milenio: Guía para
usuarios», ofrece un minucioso y embrollado inventario de vaguedades

201
LO S HEREDEROS DE LA PROMESA VARIOS AUTORES

comunes . El caso es que se cuela aquí más de un aficionado o intruso cuya los años ochenta aportan dos modelos que a comienzos de los noventa
aportación poca relación guarda con la literatura, ya sea en su acepción consolidan su hegemonía : por un lado -y a raíz sobre todo del éxito
blanda o dura . de Carmen Martín Gaite y de Almudena Grandes-, el de la narrativa de
Una muestra de la joven narrativa española a través del relato puede mujeres (con su tendencia a instituirse en narrativa impostadamente << fe-
resultar, por otro lado, tan equívoca como una muestra de la joven pin- menina», es decir, intimista o arrebatada); y por el otro -a raíz sobre todo
tura española a través de la acuarela. Las exigencias del relato en cuanto del predicamento alcanzado por un escritor como Antonio Muñoz Mo-
género son muy otras que las de la novela, y la categoría común de «na- lina-, el de la narrativa áulica (con su tendencia a instituirse en narra-
rrador» no implica una aptitud pareja para uno y otra. Ef supuesto auge tiva melódica, cuando no patriótica o doctrinal).
del relato español durante los últimos años tiene mucho que ver con la A los moldes derivados de estos modelos y de su combinatoria se
circunstancia de haberse consolidado éste como un género oportunista y adaptan gran parte de los relatos aquí incluidos, entre los que predomi-
mercenario, ligado a necesidades de promoción y mantenimiento. Se ha nan el costumbrismo urbano, la viñeta lírica, el reportaje sentimental, el
confundido el difícil arte del relato corto con la postalería de los suple- ejercicio de estilo, el apólogo y la humorada. Repertorio que confirma
mentos dominicales o veraniegos, con los reportajes sentimentales de las la impresión de que , lejos ya de toda pretensión inquisitiva, la institu-
revistas femeninas, con las muestras gratuitas de perfumería narrativa que ción literaria funciona hoy más que nunca como un escaparate de poses
tantas publicaciones regalan al consumidor. Algo de lo que dan cuenta retóricas mediante las que los escritores compiten en el juego de la se-
un buen puñado de los textos reunidos en este libro. ducción.
En cuanto al criterio cronológico empleado, resulta asimismo equí- Todo lo cual no desdice la conclusión de que, sobre un nivel medio
voco. La incomodidad que produce ver metidos en un mismo saco a es- inesperadamente elevado (indicio de que la narrativa española cono-
critores como Felipe Benítez Reyes o Ignacio Martínez de Pisón junto ce desde hace ya dos décadas un período de innegable prosperidad), se
a otros como Juan Manuel de Prada o Ray Loriga no tiene que ver tan- cuentan en este volumen cerca de una docena de relatos decididamente
to con la diferencia de edad como con su diferente hornada. Francisco buenos, indicadores de nombres a los que habrá que seguir con atención
Casavella es dos años menor que Benjarrún Prado, por ejemplo, y sin en s_uandadura futura . Tal es el caso de Tino Pertierra , Josán Hatero, Ig-
embargo su obra como narrador pertenece a una etapa anterior, por nacio García-Valiño, Luis M.' Carrero o, muy en particular, Antonio
cuanto despega tres años antes, precisamente aquellos (los que van de O rejudo.
1990 a 1993) en que se produce un cambio cualitativo en el «horizonte F. M. (así se identifica) ofrece una más de sus minúsculas historietas
de expectativas» de la narrativa española. Un cambio que podría resu- que acreditan un talento original aunque demasiado estricto en sus limi~
mirse de un modo drástico diciendo que, en torno a 1992, la marca taciones. Marcos Giralt Torrente sigue siendo el más aventajado segui-
«nueva narrativa» es definitivamente relegada por la de <~ovennarrativa», dor de las sendas trazadas por los más duraderos autores de la promoción
con la que hasta entonces se había asimilado sólo parcialmente. precedente (a la que pertenecen, como se decía, Ignacio Martínez de Pi-
El fenómeno protagonizado en su día por Ray Loriga y José Ángel són y Francisco Casavella, que aquí cumplen con oficio su papel). Juan
Mañas descubre (salvadas las sustanciales diferencias entre uno y otro) un Manuel Salmerón, aun a riesgo de equivocar al lector sobre sus talentos
nuevo modelo de escritor, cuya juventud se impone muy distintamen- más propios, entrega un cuento de impecable factura kafkiana que tes-
te a como lo hizo no hace mucho la de un Martínez de Pisón o un Ca- timonia un sorprendente , perfecto entendimiento del maestro. Abre el
savella. A su vez, dos fenómenos derivados de la «nueva narrativa» de volumen, con un relato impecabie, Antonio Álamo, que acierta al llevar

202 203
LOS HEREDEROS DE LA PROMESA

a territorios más complejos el laconismo lírico y brutal en el que se es-


tancan con maestría indiscutible Ray Loriga y Félix Romeo. En cuan-
to a Andrés Ibáñez, escribe el relato acaso más portentoso del libro, con
el que asegura la expectativa que recabó con su hasta ahora única nove-
la, La músicadel mundo. Otra de espadachines

Arturo Pérez-Reverte, Limpieza de sangre


Alfaguara, Madrid, 1997

La observación es de un escritor: raro oficio este de la literatura, en el


que no sólo el fracaso, también el éxito provoca resentimiento por par-
te de quien lo padece.
La publicación de las novelas de Arturo Pérez-Reverte viene cons-
tituyendo, desde hace ya tiempo, todo un acontecimiento comercial. De
El capitánA/atriste (1996), en particular, se llevan vendidos más de 400 .000
ejemplares. De Limpieza de san,Rre se han impreso, sólo para la primera edi-
ción, 250.000. Las cifras se desorbitan cuando se hacen consideraciones
de tipo más global.
Traer estos datos a cofación debería estimarse fuera de lugar, de no
ser porque la creciente tendencia del mercado a constituirse en criterio
de autoridad hace que ellos mismos pasen a menudo por juicio de valor,
y el importante refrendo popular que comparten sea percibido por más
de uno como un triunfo de la literatura, así, sin más.
El propio Pérez-Reverte parece convencido de ello, y en las decla-
raciones hechas a propósito de la publicación de Limpieza de sangreha lar-
gado más de una andanada contra esa incierta especie de críticos, de es-
critores, de pontífices de toda laya a quienes reprocha haber confundido
con enrevesados criterios el natural discurso de la literatura española, su
cabal recepción y disfrute, llevados por la fastidiosa manía de jerarquizar,
de clasificar, de etiquetar, siempre en beneficio de los autores más aburri-
dos, pitagóricos y circunspectos. Animado por la charla, Pérez-Reverte
es capaz de emprenderla también con la historia de España y la lectura

205
OTRA DE ESPADACHINES ARTURO PÉREZ - REVERTE

vergonzante que, en su opinión, suele hacerse de ella, y por allí reivindi- onmisciente), meno s todavía el dec oro de su perspectiv a históric a (pre-
ca una suerte de jactanciosa reconciliación con el pasado y con lo habido. suntame nte , los hechos están contados desde la vejez por quie n los ha
Afortunadamente, Pérez-Rev er te opera en un registro literario en vivido siendo un much acho) . El mode lo de Galdó s, con sus remites a la
el que estas salidas de tono carecen de consecuencias . Esta segunda en- tradición pic aresca, o el de Dum as, con su prolífica imaginac ión, que -
trega de Las a11enturas del capitán Alatríste prolonga con acierto aún ma- dan muy lejo s de las capac idad es de Reve rte, qu e debe acud ir a los dic-
yor, si cabe, la senda abierta por la prim era, y de nuevo envuelve al lec- cionar ios y enciclop edias, y en boca de cuyo narr ador suenan a truenos
tor con un emocionante ruido de sables. El molde clásico de la novela las frecuentes moralej as sob re la histor ia de España, al igual que las citas
de espadachin es da forma a un trepidante relato de aventuras construido literarias con que adorna su discurs o.
conforme a las más previsibles reglas del género y convenientemente pro- Pero aquí de nuevo cabe aducir que Pérez-Rev erte opera en un re-
tagonizado por un héroe caballeresco, de aires inevitablem ente crepuscu- gistro literario en el que estas objeciones carecen de relieve, toda vez que
lares. Una cuidadosa puesta en escena, tanto por lo que to ca al ambiente consigue con creces lo que aparenta ser su obje tivo primero: divertir , en-
de la época (personajes, lugares , costumbres, vestimentas ) como a la len- tretener. Como esos complacientes cuadros históricos con que los pin-
gua empleada (un convincente pastich e del léxico y ademanes verbales tor es académicos llenaban los salones del siglo pasado, son de admirar en
del xvn), ampara el aprovechamiento que Pérez-Reverte hace del rela- esta novela la animada co mposición, el aparato, el mobili ario, la opor -
to para aleccionar sobre las taras de una Españ a que por las fechas en que tun a apropiación de poses sacadas de los maes tros de la époc a, los co n-
los hechos transcurren («aquel año de mil seiscientos y veintitrés, se- trastes y claroscuros, el traz o vigoroso, la pincelada experta, en fin, todo
gundo del reinado de nu estro joven rey don Felipe ») había iniciado ya cuanto co ntribu ye a un efecto dramático a la vez que decorativo y di-
su fatal decadencia. Asoma así una intención patriótica y pedagógica afín dáctico. Otra cosa es que se quiera sacar el cuadro del salón y meterlo en
en más de un punto a la que guió a Galdós en sus Ep isodios nacionales, un muse o. Eso obligaría a enojos as pero inevitables punt ualiza ciones
por mucho que en el caso de R evert e dicha intención aparezca en bu e- acerca de las reales compe tenci as del arte. Empezando por el au tor, que
na medida arrebatada por el tumulto romántico de Dumas. viene a reclamar una mejo r colocación mient ras enseña sus meda llas, sus
Todo s estos factores conci ertan una lectura de indiscutible ameni- diploma s y las listas de ventas .
dad, donde la expectativa se sostiene mediante un constante ajetreo, im-
pidiendo que --como en tantas películas de acción- hasta el final no R evista de L ibros, n .º 14, febrero de 1998
cobre el lector conciencia de la endeble tramoya con qu e ha sido gusto-
samente encandilado . Pues lo cierto es que, apagado el soplo de la na-
rración, el argumento mismo (una co nfusa intri ga conventual en la que
aparecen implicados los más altos poderes del mom ento, incluido el San-
to Oficio ) se deshace por inconsist ente; a los personajes (sin desco ntar al
propio Alatriste, pero muy en particular un inverosímil Francisco de
Quevedo) se les descubre su armadur a de cartón piedra ; fa ambienta-
ción delata, con sus exagerados tonos , su procedencia de ropero . Pérez-
Reverte no consigue sostener dur ante la novela entera la posición del
narrador (a mitad del libro empieza a alternarse el relato subjetivo con el

206
JUAN GOYTJSOLO

de derribo que allí tien e lugar encuentra una interesante prolongación en


los dos volúmenes de sus memorias (Coto vedado,En los reinosde Taifas),
para luego enquistarse en un reiterativo abundamiento ya de sus impre-
catorios reniegos, ya de sus prédicas fervorosas. La mitomaníaca infa-
Un círculo vicioso tuación con que unos y otros se enderezan no puede dejar de atribuirse
a lo que en definitiva constituye el meollo de lo que, con toda propie-
dad, cabe designar como «caso Goytisolo»: el solapamiento de su pro-
Juan Goytisolo, Las semanasdeljardín, Alfaguara, Madrid, 1997 yecto literario con su proyecto personal . Entretanto, las novelas de Goy-
tisolo -a contracorriente, desde luego, de cualquier moda- devienen
Juan Goytisolo, De la Ceca a la Meca, Alfaguara, Madrid, 1997 cada vez en más artefactos calculadamente armados para su fruitivo des-
mantelamiento por parte de un círculo de lectores ávidos de cualquier
indicio de intertextualidad.
Resulta muy dificil explicarse l.i evolución literaria de Juan Goytisolo Las semanasdeljardín es uno de estos artefactos, acaso el más aparato-
sin atender a las condiciones de su recepción, no tanto en España como so. Se ofrece como una «novela colectiva» en torno a la imprecisa perso-
fuera de ella. Pues mientras que en España hace años ya que los pecu- nalidad de un poeta ignorado, compañero de los de la generación del 27,
liares derroteros seguidos por este autor han dejado de interesar, fuera de cuyo rastro, cuando la rebelión de julio de 19'36, después de haber sido
ella, y muy particularmente en los departamentos de español de las uni- apresado en Melilla por las tropas franquistas, se disolvió no se sabe a cien-
versidades norteamericanas, Juan Goytisolo sigue siendo un escritor em- cia cierta si a consecuencia de su foga y posterior conversión en santón,
blemático, de los mejor conocidos y supuestamente más representativos o bien de su «adaptación » bajo nuevo nombre a los principios y consig-
del país al que pertenece y que al parecer lo ningunea. nas del Movimiento.
No es extraño que sea así. El discurso de Juan Goytisolo se aleja tan- Los veintiocho miembros del «círculo de lectores» que se proponen
to más de la realidad cuanto que abona insistentemente el cliché de un reconstruir la personalidad del poeta se congregan, a este efecto y duran-
país y de una cultura (la española, y por extensión la occidental) al que te tres semanas, «en la benignidad veraniega de un culto y ameno jardín,>.
la tontería y la pereza de no pocos hispanistas se adhiere con fuerza igual, Sus «orígenes, profesiones, intereses e ideas políticas» son muy distintos,
cuando no superior, a la empleada en su día por Goytisolo para perfilar, al igual que sus gustos literarios. Los anima la voluntad de «acabar con la
a partir de ese mismo cliché, sus propias señas de identidad. Y así ocurre noción opresiva y omnímoda del Autor». Cada cual interviene en el re-
en paralelo a su plausible empeño en deshacer, a la contra, los clichés que lato «con entera libertad, ya siguiendo el hilo de lo expuesto por su pre-
esa misma cultura emplea para ju zgar y catalogar, a su vez, el islam y su ci- decesor, ya desautori zándolo y enmendándole la plana». La ambición de
vilización (revisitados con apologética mirada en un libro de Goytisolo · todos se cifra en <<lamezcla creadora de planteas y opciones, en el paso
de reciente aparición, De la Ceca a la Meca, donde se recogen sus textos de un capítulo a otro a través de fronteras móviles e inciertas », dando así
correspondientes a la serie televisiva Alqibla, dirigida por él). lugar a lo que «algún crítico de vanguardia llamaría hipertexto» y que no
A pocos se les escapa que la trayectoria literaria de Goytisolo alcan- sería más que la articulación de las sucesi vas contribuciones de todos
za su máxima cota en la trilogía de Álvaro Mendiola (Señas de identidad, (tantas como las letras del alfabeto árabe).
Reivindicacióndel condedonJulián,Juan sin Tierra).La portentosa operación Los entrecomillados corresponden a extractos de la «introduc ción»

208 209
UN C ÍR C UL O VICIO SO

que uno de los veintiocho narradore s hace de la novela. Alli se adelantan,


además, las referencias literarias del constructo:Cervantes , Quevedo, «Ibn
Arabi y otros autores nústicos y esotéricos» . También, aunque no se diga,
Boccaccio y el marco compositivo de su Decamerón.Más las lecturas y ci-
tas que se acreditan en el último tramo del libro. Toda una con centración Una no vela bien aventurada
de pistas para que el lector proceda al reconocimiento de la tramoya lite-
raria, así como de los oportunos paralelismos entre la equívoc a identidad
del poeta protagonista y la del autor real, camuflado éste, al modo de las R amón Buen aventura, El año que viene en Tánger
antiguas comedias teatrales, con sólo cuatro ramitas que en modo algu- Deb ate, M adr id, 1998
no ocultan el nombre y el rostro del mismísimo Juan Goytisolo , de quien
aparece un a foto nada menos que en la portad a del libro.
Lo dicho: la novela entera remed a, más allá de su artificios a estruc- Y de pront o, este libro excepc ional, sorprendente . Un a obra mayor, y di-
tura, estrategias ya empleadas por el propio Goytisolo hasta la saciedad vertidísim a, que levanta ella sola toda una provinci a literaria, con su pro-
en novelas suyas anteriores. La parodia retórica sigue regodeándose en la pia capit al, Tá ng er, inol vidable ya para la narrat iva españo la.
más rancia oratoria franquista; las prédicas esotéricas siguen impostando Escrita con la pasión africana de Camus (el Camus de El verano), pero
un tono abstrusamente sapiencial («tú no eres tú y no eres otro que tú »); también con la desenvoltur a iróni ca y cosmop olita de Larbaud (autor de
el supuesto mudejarismo del relato, más en particular de algunos apólo- un pre cedente in excusable: la Obra completa de A . O. Barnabooth), esta no-
gos e historietas int ercaladas, no trasciende el pastiche orientalist a; y en vela mezcl a el espíritu lúdi co y vitalista de un Lawre nce Sterne co n el
cuanto al aparato metanovelístico, bien pu ede dedu cirse, a teno r de lo esno bi smo sentim ental de un Stendh al (el Sten dh al de l tratad o Sobre
dicho hasta aquí, cuántas son su originalidad y sutileza. el amor); la prolijid ad ven ére~ de un Casanova con el verbo minucioso y
No deja de resultar iróni co que el título escogido por Goytisolo, LAs sensual de un Nabok ov. Todo ello al servicio de una formi dable patraña
semanas del jardín, sea el mismo que empl eara R afael Sánch ez Ferlosio literaria, en la más aventur era tradición cervam ina .
para una interrumpid a secuencia de divagaciones más o menos ensayís- Al decir de su autor, El año que viene en Tánger es la historia de un
ticas. Sería de gran prove cho contrast ar las agudísimas observa cion es que am or insóli to, capaz de resistir un desencuentro de trein ta años; pe ro es
Sánchez Ferlosio realiza allí sobr e la gramática de la narración con los tambi én el dificil retrato de un triun fador, coleccio nista de éxitos y de
planteamientos novelísticos de Goytisolo. Pero dejando para otro lugar muje res, y la nada desdeñ able revelació n de un poet a. R am ón Buena-
esta tarea, baste por el mom ento señalar, de pasada, la paradoj a de qu e, vent ur a (Tánger, 1940) pr esenta el libro como una novela bio gráfica, en
sin asomo ninguno de pretenderlo, el texto de Ferlosio se ajuste con na- la que se da noti cia de la vida y personalidad de León Aulaga (no mb re
turalidad ne gada siempre a Goytisolo a la forma del tratado árabe, con ficticio tras el que se esconde ría, se asegura, una iden tidad real), y en la
su secuencia en apari encia desarticul ada pero org ani zada secretamente que se recoge un a amp lia selección de los «papeles>>confiados al autor
por un hilo interior que permite imbricar las argument acion es temáti- por quien , supu estamente, fue el mej or amigo de su j uventu d dorada,
cas y digresivas hasta disolver sus diferencias. allá en el Táng er int ern acio nal de los año s cincue nt a, hoy desaparecido.
D icha selección incluye un gru eso puñado de excelentes poemas, un os
R evista de Libros, n.º 16, abril de 1998 cuant os fragmentos narrati vos y, entr e otro s varios docume ntos y ano-

211
UNA NOVELA BIENAVENTURADA RAMÓN BUENAVENTURA

taciones (algunas de gran aliento ensayístico), una suculenta muestra de a reconocer uno mismo. Lo sugiere Buenaventura en una aguda anota-
las más de dos mil fichas en las que el tal León Aulaga habría venido ción: «El coleccionista no colecciona mujeres, sino imágenes de sí mis-
apuntando, con todo pormenor y durante más de cuarenta años, los nu- mo». Imágenes que tienden todas, en este caso, a restituir al hombre que
merosos contactos con todo tipo de mujeres a que le habría abocado su León fue durante las semanas en que amó a Kimberley Sidney, joven yan-
infatigable carrera de conquistador. Todo ello generosamente presenta- qui de la que se separó en 1964 con la promesa, luego defraudada, de
do, anotado y a menudo glosado por el mismísimo Buenaventura, quien reunirse al poco tiempo.
a su vez habría ejercido, no sin ciertas libertades, como traductor de to- No es fácil, ni siquiera posible, determ.inar en qué medida esta no-
dos los materiales, escritos originalmente en francés y servidos con ca- vela constituye una autobiografía indirecta, en la que Buenaventura ha
prichosas veleidades tipográficas. embutido sus talentos de muy notable poeta (con más de media docena
Con facilidad engañosa, Buenaventura organiza una novela muy de dtulos a cuestas),, su buen oficio de traductor y experiencias de su pa-
compleja y sin embargo amenísima, un atrevido artefacto a medio ca- sado de ejecutivo de una multinacional (un mundo del que se ofrecen
rn.ino entre la memoria y la impostura. «Toda m.i vida es mentira y, ade- aquí atisbos estupendos). Lo mismo da. Es ésta, en cualquier caso, la no-
más, no la recuerdo»: esta frase, repetida con insistencia a lo largo de la vela de una educación sentimental compartida por toda una generación,
novela, viene a constituir la clave de su artificio. León Aulaga matiza su y un libro, en definitiva, que bajo su aspecto a menudo frívolo encierra
sentido al observar cómo, a diferencia del común de los hombres, que un incurable romanticismo y una contagiosa, erudita, casi devota ado-
desde la infancia se construyen un yo falso («un yo de adaptaciones, re- ración a la mujer como objeto de deseo, de felicidad y de destino.
nuncias, astucias, estrategias, prudencias, programado para abrirse cami- Conviene no dejarse despistar por los tintes con frecuencia muy su-
no social con el menor daño posible»), determinados individuos, obce- bidos de su recalcitrante erotismo: en el modo en que la novela entona,
cados en la propia personalidad, «nos pasamos los años iniciales de la vida con ironía crepuscular y nada jactanciosa, un adiós a un cierto estilo en
construyéndonos un yo que luego no nos sirve para eI resto de la exis- las relaciones entre los sexos, se reconocen los rasgos de una novela ga-
tencia». De donde este sentimiento que a él le asalta de haber vivido «una lante, en la más sabrosa y problemática acepción del término. Se trata
existencia que jamás ha tenido nada que ver conmigo». Esa sensación de aquí, entre otras lecturas posibles, de una moderna versión de Don Juan,
no recordar nada, sólo «haber pasado por una serie de circunstancias en- en la época de la liberación de la mujer y de la revolución sexual. Pero
vanecedoras y desvanecidas». El ai"ioque viene en Tánger es, además, una novela en la que la ambigüe-
No se trata de entonar, una vez más, la vieja cantinela de los ideales dad y la vitalidad de todos sus planteamientos alcanza a la materia mis-
traicionados, sino, más profundamente, de impugnar la madurez en cuan- ma de la escritura: el lenguaje.
to exilio de uno mismo, de la propia juventud. Y es aquí donde surge Hay que prestar atención a la pretensión de que la m¡iyor parte del
Tánger como metáfora de un pasado irrecuperable, luminoso y esplén- libro estaría traducido del francés, incluidos los poemas. Y es que del mis-
dido («todos éramos dueños del sol y del verano»): blanca ciudad del re- mo modo que, fingiéndose una biografía, la novela revienta los límites
cuerdo cuyos pobladores fueron condenados al destierro. de la realidad y la ficción, de la poesía y de la prosa, así también, fingién-
Desde este sentimiento de pérdida, el sexo, y más precisamente el co- dose traducción, sacude gozosamente el idioma español («hablar español
leccionismo erótico que practica León Aulaga, se convierte en una es- es una fe trasnochada», reza uno de los poemas de Aulaga), confiriéndo-
trategia de restitución, el único orden real de la experiencia. Y es que el le una audacia, una viveza y una naturalidad absolutamente regocijantes.
arte de la seducción propicia, en cada ocasión, el espejismo de volverse

212
JAVIER MARÍAS

relato sirviéndose ya entonces de algunos de los mapas y reproducciones


que adornan ahora este libro, así como de alguno~ efectos teatrales (i~-
cluido un ligero conato de desmayo) que conducian en vilo Y_entre ~i-
sas hasta la sensacional revelación del nombramiento del propio Manas
La novela de una novela como heredero oficial de la corona del reino de Redonda, minúsculo is-
lote caribeño del que fue monarca, años atrás, nada menos que aquel
John Gawsworth que aparecía -con fotografía y todo- en la novela
Javier Marías, Negra espaldadel tiempo de Oxford.
Alfaguara, Madrid, 1998 Aquellos materiales, engrosados con tantos más ~ue no han dejado
de suscitarse durante todo este tiempo , y con el añadido de diversos re-
tazos autobiográficos, divagaciones narrativas, pesquisas literarias, refle-
La extraordinaria expectativa generada en torno a este libro ha sido en- xiones ensayísticas, apologías personales y agrios ajustes de cuentas, cons-
frentada por Javier Marías mediante el siempre desconcertante procedi- tituyen finalmente la sustancia de Negra espa!dadel tiempo; U~ hbro que
miento de salirse por la tangente. Eludiendo soberbiamente el listón tan el autor califica de «falsa novela», pero que viene a ser, mas bien, «la no-
alto de sus últimas novelas, Marías ha urdido un voluminoso artefacto vela de una novela », por copiar la expresión a Thomas Mann, un autor
«paranarrativo» que, pese a su interés, muy probablemente ha de con- a quien Marías, por cierto, detesta, pero cuyo libro sobre Los orígenesdel
fundir y fatigar a sus lectores más advenedizos , dar carnaza a sus no tan- doctorFaustus ofrece un parentesco lejano con el suyo, a pesar de que, en
tos detractores y sumir a sus seguidores más atentos en inciertas especu- el caso de Marías, no se trate tanto de los orígenes como de las conse-
laciones acerca de cuál será el alcance último de un empeño con el que cuencias. Más exactamente de las consecuencias, a menudo extravagan-
parece comprometida la andadura futura de este escritor. tes, que la acción misma de escribir un determinado libro puede traer
El propio Marías ha recordado cómo concibió la idea de Negra es- a su autor.
palda del tiempo durante un viaje en coche de Murcia a Málaga, en abril En su discurrir aparentemente divagatorio y digresivo, se hace aquí
de 1991. La fastidiosa perspectiva de tener que repetir la misma charla que evidente el ascendiente de Cervantes y de Sterne. Pero en la medida en
acababa de ofrecer en Murcia empujó al escritor a improvisar un entre- que el eje íntimo del discurso lo constituye la pers~nalida~ real d~l a~tor,
tenido cuento sobre algunos pintorescos avatares que le habían ocurri- quien bajo su nombre y apellido acepta convertirse en mstancia mte-
do a propósito de la publicación de Todas las almas (1989). Avatares re- gradora de los diferente s elementos de su relato, no hace falta re~1ontar
lacionados, en su mayoría, con la confusión, por parte tanto de lectores tan lejos. El género de la novela manifiesta a lo largo de todo el si~lo xx
como de personas presuntamente aludidas en el texto, de la ficción con una fuerte tend encia a absorber los discursos del yo para, amparandose
la realidad. O mejor dicho: con lo que se insistía en reconocer como rea- en el estatuto narrativo tanto de ese yo como de toda lectura de la rea-
lidad pese a que se ofrecía como ficción. lidad, proponerse ella misma -la novela- como espacio en el que las
Tres años después, en 1994, y a juzgar por la charla que el mismo Ma- nociones de autor y narrador se disuelven deliberadamente, a efectos de
rías dio en un curso de verano de Santander, aquel improvisado cuento se disolver a su vez los límites entre realidad y ficción.
había convertido en una sinuosa elaboración de esos y otros sucedidos, Desde la perspectiva configurada por esta poderos a tendencia (~ue
referidos siempre a aquella novela, y de los cuales Marías hacía jocoso en España misma cuenta con pr ece dentes notables, entre los que se m-

214 215
JAVIER MARÍAS
LA NOVELA DE UNA NOVELA

desquites, vanidades y presunciones incómodas, tonalidades falsas o es-


cluye el propio Marías), Negra espaldadel tiempo se distingue por cuanto
tridentes que incluso llegan a corroer una prosa que en otros momentos
apunta, contrariamente, a señalar los límites de la realidad y de la ficción.
realiza movimientos espectaculares, espléndidos.
Y si alguna intención lo gobierna es la de extraer de la incansable pro-
Cabe decirse que el autor cuenta con esto y que lo incorpora cons-
pensión de la realidad a encarnarse en la ficción,· así como de la no me-
cientemente a su proyecto. Pero ello entraña el riesgo de delegar el sig-
nos incansable propensión de la ficción a encarnarse en la realidad, el
nificado a la psicología, la organización de la realidad a la paranoia . El
gesto trágico o patético con que palabras y acontecimientos y personas
autor no puede pretender ingenuamente ser un simple médium: él es su
pugnan por emerger del tiempo . Un tiempo comprendido como enor-
texto. Lo expresaba con acierto Francisco Rico (quien no por casualidad
me cúmulo en el que se amontonan «lo conocido y lo desconocido, lo
protagoniza el episodio acaso más memorable de este libro): «cuando
contado y lo silenciado, lo registrado y lo que nunca se supo o no tuvo
hace ya tiempo que la novela ha dejado de ser un espejo a lo largo del
· testigos o fue ocultado» o simplemente nunca llegó a ocurrir y perma-
camino, facilrnente se convierte en un camino a lo largo de un espejo».
nece por lo tanto en «el revés del tiempo, su negra espalda».
Espejo en el que en este caso aparece fantasmalmente reflejado, con lu-
Marías retoma una vez más sus más recurrentes obsesiones, y se sir-
ces y sombras no siempre favorecedoras, el rostro esquivo de Marías, re-
ve de paralelismos e incluso citas literales de sus libros anteriores (ensa-
suelto él mismo a convertirse en novela.
yos y novelas) para conformar un discurso aparentemente azaroso, en el
que se reconocen los rasgos más característicos de su estilo, así como sus
más característicos hábitos narrativos: la invocación -ya desde el título
mismo- a Shakespeare; las glosas graves, a menudo solemnes, de sus
prestigiosas metáforas; las intensas especulaciones sobre el destino; la irre-
sistible afición aljuego y a la broma, sin excluir la ya casi convencional
viñeta humorística en torno a las intimidades del poder, esta vez con
Franco como protagonista.
. El autor renuncia aquí a la instancia intermedia del narrador, cuya
configuración era uno de sus aciertos principales como novelista. Y esa
renuncia se corresponde con la pretensión de abandonarse a una escri-
tura que discurre «sin motivo ni apenas orden y sin trazar dibujo ni bus-
car coherencia, sin que a lo contado lo guíe ningún autor en el fondo
aunque sea yo quien lo cuente, sin que responda a ningún plan ni se rija
por ninguna brújula, ni tenga por qué formar un sentido ni constituir
un argumento o trama ni obedecer a una armonía oculta>>.
Premisas difíciles de aceptar en lo que suponen de arriesgado de-
sentendimiento de la responsabilidad del significado, con la consiguien-
te relajación de la forma que lo sustenta. Relajación que contribuye aquí
a la prolijidad y a la morosidad a ratos impacientadoras del relato, y que
abre en el mismo peligrosas brechas por las que se cuelan desagradables

216
MANUEL VÁZQUEZ MONTALBÁN

Importa tener presente este perfil a la hora de considerar la lectura


que se hace aquí de la evoluci ón de la literatura española, desde el fran-
quismo hasta la democracia, por parte de quien, además de observarla
desde un primer plano, ha participado en ella muy conspicuamente, sin
Entre la voluntad y el deseo perder nunca la distancia crítica, pero comprometido al fin con algunas
de sus dire cciones. Sólo así se podrán estimar en su polémico alcance
cuestiones tales como la desestimación, por ensimismado o verbalista, de
Manuel Vázquez Montalbán, La literatura todo movimiento renovador desentendido de responsabilidades sociales;
en la constntcciónde la ciudad democrática la afirmación, atrevida donde las haya, de que, en este país, y durante mu -
Crítica, Barcelona, 1998 chos años, «el intento de una literatura policíaca española ha sido el úni-
co referente auténticamente transgresor de lo literariamente correcto>>;la
tendenciosa legitimación de la posmodernidad como reacción liberado -
Reuniendo y completando materiales de diversa procedencia, Manuel ra de las dictaduras estéticas e ideológicas, corregida a continuación por el
Vázquez Montalbán ha articulado muy eficazmente este ensayo, al que llamamiento a una pos-posmodernidadque retome el suspendido proyec-
hay que saludar como la más sustancios a, cabal y excitante contribución to de la modernidad y rehistorifique -como si de la voluntad depen -
hecha hasta el momento por parte de un escritor al balance del papel de- diera- el presente; la celebración escéptica del eclecticismo desde la
sempeñado por la literatura en la construcción de la ciudad democráti- conso ladora pero insondable distinción entre el público y el mercado,en-
ca, formulismo deliberadamente aséptico con el que se nombra aquí la tendido el primero como un a vanguardia cultural del segundo ...
transformación vivida por la sociedad española durante los últimos vein- Estas y otras muchas y espinosas cuestiones las plantea Vázquez Mon-
ticinco años. talbán sin eludir la exposición de su partí pris intelectual, que ocupa todo
El interés de esta contribución vien e incrementado por el muy par- un capítulo (muy recomendable) de este libro : «Entre la memoria y el
ticular perfil de su autor, que en el horizonte cultural español destaca en deseo (Confesiones personales sobre teoría y prácticas literarias)». Un
favorecedor contraluz allí donde los últimos resplandores del marxismo libro que, en una entrevista reciente publicada en El País,Vázquez Mon-
alumbran todavía una sensibilidad de signo inequívocam ent e izqui erdis- talbán descri bía, sorprendentemente, co mo <iuna carga de profundidad
ta, mantenedora de actitudes críticas que, en su calidad crepuscular, sue- sobre el papel de la crítica, sobre todo contra el mercado de la crítica>>,
len concitar las simpatías más dispares. Tanto más cuanto qu e quien las pero que, secretamente, contiene una carga de profundidad contra el pa-
det enta ha reivindi cado su mestizaje cultural y social para adaptar esas pe l desemp eña do por la lit eratur a en una época (la qu e ha asistido al
actitudes críticas a las nuevas condiciones de la producción intelectual, triunfo de Vázquez Montalbán) en que el mercado se ha consagrado
obteniendo un éxito masivo en los cauces hegemóni cos tanto de] perio - como únic a categ oría crítica.
dismo como de la novela. Éxito que consolida, pero tambi én trivializa un
cierto estilo de pensamiento a la vez radical y conc iliador, utópico y de-
sencantado, qu e se mueve a sus anchas en las embos cadas de lo que se ha
dado en llamar la posmodernidad, dond e Vázquez Montalb án ejerce su
atractivo papel de último mohicano .

218
PERE GIMFERRER

Pouvoir tout dire (poder decirlo todo): con la invocación de estas pa-
labras de Paul Éluard se cierra este libro inclasificable, del que su autor
advierte que, a pesar de su tono autobiográfico, y de que «sólo relata
hechos estrictamente verídicos», no es en absoluto un libro de memo-
Girrúerrer, en el tiempo de los fantoches rias, por cuanto «su intención es totalmente diferente».
Poco papel tiene en él, en efecto, la memoria, por mucho que el
autor recuerde aquí diversos episodios de su pasado. Tales episodios son
Pere Gimferrer, El agenteprovocador inductores de otras tantas «ilunúnaciones profanas», expresión con la que
Traducción de Basilio Losada, Península, Barcelona, 1998 se emparenta la de «agente provocador» a la que se refiere el título de este
libro, y con la qu e Gimferr er nombra aquello «que "actúa" y que "pro-
voca" unas reacciones determinadas en mi conciencia de nú mismo».
Después de Mascarada (1996), libro con el que mantiene una «relación Texto del poema o cuerpo del deseo (este libro es, por encima de
complementaria», El agenteprovocador constituye un nuevo paso, hasta todo, una exaltada declaración de amor), «el agente provocador » obra
ahora el más radical, en una de las trayectorias más insólitas, más atrevi- como un revulsivo de la conciencia personal, vale decir del personaje en
das, más contrariadoras de la literatura actual, no sólo peninsular. Que que se enmascara toda individualidad. Pues de lo que se trata aquí es del
su autor sea acadénúco, po eta laureado en dos lenguas, ensayista y críti- individuo mismo como << materia definitiva », persistent e m ás allá de la
co influyente, editor y gran pope de las letras catalanas, aparte de perso- propia personalidad. Y el argumento del libro no es otro que ese indi-
naje popular por sus rarezas, no hace sino añadir interés a una obra que viduo a la búsqueda de sí núsmo a través de una escritura convertida al
socava hasta las más tácitas convenciones al uso, sin descartar las que sus- efecto en escenario de la privacidad.
tentan la propia literatura en cuanto institución. Comenzado y abandonado en 1979, y concluido por fin casi vein-
El yo que ostenta Gimferrer como escritor se desmarca cada vez más te años después, El aJenteprovocador«es un texto redactado en dos tiem -
de la mon eda corriente con que trafica el grueso de la literatura autobio- pos» pero obediente a un núsmo plan original. La evolución del estilo
gráfica. Es un yo que se afinca en lo privado entendido como categoría señala, según el propio Gimferrer, la inflexión entre las dos etapas de la
que profundiza y en cierto sentido subvierte las nociones comun es de escritura del texto. Y algo más: la distracción del impulso inicial y su
intimidad y .de interioridad. arranque extraordinario (también aquí «la neutralidad, la precisión, al
La chocante desinhibición de un texto como éste poco tiene que ver servicio del apasionanúento») en la más dudosa aunque poderosa vehe-
con el exhibicionismo del artista moderno que se expone a sí núsmo como mencia de los capítulos más recientes, con sus mitografías recalcitran-
mercancía. Enlaza más bien con la premisa de los surrealistas conforme a tes y los estridentes improperios contra «el tiempo de la impostura» (en
la cual la virtud revolucionaria por excelencia sería vivir en una casa de cris- referencia a los años en que el núsmo Gimferrer escribía en castella-
tal. Afirmación que, lejos de entrañar una negación de la vida privada, im- no), «el carnaval de los genocidas» (las últimas tropelías del franquismo)
plica la necesidad de refundar sus contenidos y sus estrategias dentro de una y «este tiempo de payasos y de fantoches y de pazguatos », «de los me-
sociedad todavía armada con la moral y los conceptos de la vieja burgue - mos y los cerebros tartajas», «de los tontainas y de los trapisondistas » (pero
sía, pero que ha ce ya tiempo ha emprendido el desmantelamiento de to- cuándo no) .
dos los tabúes y está en condiciones de levantar casas con paredes de vidrio. Todas son not as, en cualquier caso, de una deliberada impudicia qu e

220 221
GIMFERRER, EN EL TIEMPO DE LOS FANTOCHES

actúa en desprestigio de tanta coquetería sentimental, de tanta memoria


aliñada, de tanto periodismo del yo.
Como ya se propusieron los surrealistas (el modelo de la Na4ja, dl'
Breton, impone aquí una huella indeleble con su mezcla de lirismo y
de escritura en clave), se trata de ganar las fuerzas de la ebriedad (en par- Una tragedia chiripitifláutica
ticular la del sexo, con sus destilaciones) para una revolución cuyo pro-
grama aparece esquemáticamente esbozado en estas páginas, provocado-
ras octavillas que incitan al desconcierto, pero «no en el sentido de dejar Juan Bonilla, Cansados de estarmuertos
confundido, sino en el más propio de deshacer un concierto, el concierto Espasa, Madrid, 1998
ficticio de las acciones humanas».

En su segundo envite como novelista, Juan Bonilla (Jerez de la Fronte-


ra, 1966), que tantas expectativas levantó con su primer libro de relatos
(El que apagala luz, 1994), sigue obteniendo logros muy medianos.
Tienta sospechar que algo tienen que ver en ello sus lucimientos
como articulista, pues Bonilla ilustra ejemplarmente las distorsiones que
un cierto articulismo con timbres literarios produce en los talentos de un
narrador en ciernes. La necesidad de seducir, el ingenio y la desinhibi-
ción a que invita la entrega periódica; la crepitación y el brillo chispean-
te que induce la cortedad de unas pocas columnas, suelen perpetuar la
inmadurez de un estilo en el que -puestos a emplear un lamentable jue-
go de palabras- la greguerización de la prosa es proporcional a la grega-
rización de sus contenidos.
De una y otra cosa se resiente abundantemente Cansadosde estarmuer-
tos, novela que agota casi toda su sorpresa y su sustancia en el efectismo
de su título. En la cantina dd tanatorio de una ciudad imaginaria, Zung-
zwang (bautizada así en alusión a «una posición de ajedrez en la que cual-
quier movimiento resulta nefasto»), desembocan fos destinos de un pu-
ñado de personajes de onomástica igualmente impredecible: Fausto
Urpí, un solterón entrado en años que acude allí a velar el cadáver de su
juventud; Chopped, celador gordinflón y malcarado adicto a la necro-
filia; el comandante Aliguieri, estudiante de vida bohemia empeñado en
escribir «un grandioso poema épico sobre el fenecido siglo xx, dividido
en cien cantos»; Morgana, joven de soberana hermosura que, vaya por

223
UNA TRAGEDIA C HIRIP ITIFLÁUTI CA

dónde, resulta ser hija de la recién suicidada Claudia, el amor platónico


de Fausto; Ariuro, un enano filósofo y misántropo, obsesionado con bur-
lar la muert e y ocupado en enviar cart as a desconocido s; Vicent Breiner,
el padre de Morgana , paracaidista aficionado qu e en uno de sus saltos se
queda suspendido en el aire, colgado de las alturas .. . Toda una galería La seducción del dine ro
de personajes enormes, como se ve, que se limitan a pasear su estrafala-
ria desdicha por el escenario de un a metáfora pol vorienta, destinad a a
aleccionar al lec tor con explícitas moralejas sobre la necesidad de en- Belén Gopeg ui , La conquistadel aire
contrar razon es a una vida qu e en el fondo, como aquí se dice, «no es An agra ma, Bar celona, 199 8
i:an terribl e>>.
Lo declara a Morgan a el co mandant e Aligui eri, con elocuencia ju-
guetona que recu erda a la llorada Gloria Fuertes : «Lo important e no es La trayecto ri a de Belén Gopeg ui dibuj a, con sólo tres novelas, una curva
que ganes o que pierdas, sino que no pierdas las ganas». Una frase que de crecimie nto sin parangón en la narr ativa españo la. Las dot es acre di-
da el tono al libro entero, repleto de lirismo sentencios o, de humorad as tadas por esta autora en su debut literario, La escala de los mapas (1992), le
respingona s, de palabras rebu scadas y bonitas (en más de veinte oc asio- valieron el aplauso un ánime de la crítica, que depos itó sobre ella un as ex-
nes se emplea el verbo infligir). pectativas que Gopegui ha acertado a desbordar por el procedimiento no
La prosa organillera de Bonilla pon e músi ca a una desganada repre- tanto de satisfacerlas como, arrie sgadamente, de cont rariarlas y reorien-
sentación simbolista con luc es de candilejas y decorados modernistas. tad as ha cia unos objeti vos -lo s que ella misma se h a propuesto- qu e
Para amenizar la función, que por sí misma carece de estructura y de van mucho más allá de los que alcan zaba ya en aquel prim er libro.
dinamis1no , no duda el autor en recurrir a números extraordinarios, qu e En el prólo go que antepo ne a La conquista del aire, Belén Gopegui
pu eden con sistir tanto en una bravucona regañi na a los artistas de van- formula una estricta reflexión sob re el estatuto act ual de la novela, sobre
guardia como en un a didá ctica mue stra de las curiosidades que encierra el problema de su config ur ación. El lector queda en aviso de que se in-
el fascinante mundo de las matemáticas . (Esto último en la línea, actual- troduce en un ámbit o concern ido por la preo cu pación del sign ificado,
mente muy en boga, de dar aplicación liter aria a rudimento s de divul- y no del simpl e entretenimiento. Un ámbito en el que, más concreta-
gación científica. ) m ente , se plante a una cuestión capital : «la posib ilidad de que el dine ro
Si bien la not a predominante la da una escritura preci osista (con casas anide hoy en la conciencia m oral del sujeto ».
«aturdid as por el ultraje de los años» o despert ador es qu e «infligen su ca- Para indagar esta posibilidad (pues no se trata aquí en m odo alguno
balgata de pitidos »), vacía de todo nervio narrati vo, engastada de hallazgos de una novela de tesis: como el lecto r mismo, como sus personajes, tam-
poéticos , anim ada por ocurrencias propias de un editor de alm an aques bién el nar rado r «quiere saber, por eso narra »), Belén Gopegui elige con-
o un letrista de canci ones resulton as («tarde o tempr ano , a la rutina se le tar, como es de esperar, «una histo ria de dinero », que en la contracub ier-
cae la t»). Todo al servicio de una viñeta sentimental con toques mágicos ta del libro se resume en los siguien tes términos: «Carlos Maceda pide a
y sombríos , en la que resuen an las m elodí as entrañables de los chiripiti- sus dos mejores amigos , Santiag o Álvarez y Marta Timo ner, diner o par a
fláuti cos . sufragar la crisis de su pequeña empresa electrónica. Ellos aceptan dejár-
selo y, a partir de ese momento, las decisiones de sus vidas quedan a la in-

225
LA SEDUCCIÓN DEL DINERO
BELÉN GOPEGUI

temperie, como si el acto de prestar y recibir dinero les hubiera dejado


En los orígenes de la novela moderna, Balzac trazó la épica del di-
expuestos a la mirada de las personas próximas, maridos, novias, esposas,
nero como instrumento de ascenso y de poder de la burguesía rampan-
socios, empleados, amigos, expuestos a la mirada del narrador».
te. Desde entonces, el dinero ha sido objeto accidental o secundario de
Esta mirada del narrador es omnisciente, según corresponde al pro-
la reflexión novelística, más ocupada en traficar con aquello que, en el
pósito de escrutar una situación y no sencillamente ilustrarla. Y a esta
ámbito de la intimidad, constituye la moneda de cambio a través de la
opción va ligado el minucioso registro del tiempo del relato, que pesa
cual el sujeto avala y cuantifica su propia conciencia moral: los senti-
decisivamente sobre su desarrollo y que transcurre en un período muy
mientos. Contrariando esta inercia, La conquistadel aire devuelve al di-
preciso : el que va de octubre de 1994 a noviembre de 1996. Período en
nero su protagonismo efectivo y al mismo tiempo endereza una dura im-
el que tiene lugar en Espa11a el desbancamiento de los socialistas por la
pugnación de los sentimientos entendidos como «capital moral», con su
derecha, dato este que interfiere significativamente en los procesos de
tendencia natural (como todo capital) a <(invadir, acumular, expansionar-
conciencia de unos personajes que compartieron en el pasado ideales
se», descomprometiéndose para ello de las consignas de la racionalidad
de progreso.
y de la inteligencia, que por el contrario «pondera, juzga, mide».
Para tales personajes, todos ellos entrados ya en la treintena, ser de
Con precisión admirable, Belén Gopegui ha planteado un caso con-
izquierdas se ha convertido «en un ritual estético». Y así es en la medida
creto, pero ejemplar, de conflicto entre valores asumidos y ocultos, entre
en que unos y otros perciben con inquietud cómo «lo político» se ha mar-
sentimientos y motivaciones. Lo ha hecho depurándolo de distorsio-
chado de sus vidas. <(Después de haber creído durante muchos años que
nes dramatizadoras susceptibles de equivocar al le ctor sobre sus in-
deseamos lo que no tenemos y que ese principio mueve tanto el mundo
tenciones . La cantidad que Carlos Maceda pide en préstamo a sus ami-
de la seducción como el de la economía», le dice Carlos a un amigo:
gos, jóvenes de la clase media todavía pendientes de asegurarse una
(<Ahora empiezo a reconocer la potencia de otro principio complemen-
existencia confortable, está calculada en exacta proporción a dicho con-
tario, el deseo de lo que tenemos». Deseo perturbado por la desagradable
flicto: no compromete sus condiciones de vida básicas, pero sí aquellas
impresión de que no es fruto de la capacidad soberana de eleJir,o sea, <<de-
otras que ordenan sus personales perspecti vas de comodidad y de hol-
terminar los fines de acuerdo con la razón», sino por la facultad inferior
gura. Al ponerse éstas en peligro, la zo zobra que se desata pone en tela
de tomardecisiones,que resigna su libertad (<aescoger entre los deseos de
de juicio la hegemonía aparente de valor es como el amor, la amistad,
un muestrario preconcebido por el apetito propio o ajeno, casi siempre
la solidaridad, la piedad, b justicia. Y así ocurre con verdad tan honda,
aJeno».
que el lector -cualquier lector- no puede menos de sentirse inter-
Belén Gopegui ha tenido el atrevimiento de hurgar en el rincón más
pelado.
disimulado de la conciencia, tanto del individuo como de la sociedad en
Belén Gopegui actúa sin concesiones, y escribe su novela con seve-
su conjunto. Y al hacerlo, ha acertado -no por casualidad - con el án-
ridad implacable, sin otros artificios que los que convi enen a la verosi -
gulo desde el que mejor se contempla y se explica la evolución de dicha
militud y a la complejidad de un planteamiento que requiere el mayor
conciencia en la España de las dos últimas décadas, donde la consolidación
rigor y delicadeza para ser tratado cabalmente. Esta decisión de no acol-
de la democracia -una «democracia comercial y comunicativa»- se ha
char ni edulcorar el artefacto narrativo entraña una clara determinación
producido al precio de disolver la razón política en la razón del merca-
de restituir a la novela su función movilizadora de la conciencia, gene-
do, que obra sobre la indiferencia de todos los valores y que precisamente
radora de sentidos, con el esfuerzo que ello comporta para el lector y la
por ello consagra el dinero como <<Único y último valor de cambio».
distancia objetivizadora que en este caso precisa el desarrollo de una si-

226
227
LA SEDUCCIÓN DEL DINERO

tuación que evoluciona paralelamente en tres frentes, cada uno corres-


pondiente a los tres personajes principales.
En un comentario realizado para La Vánguardiapor un crítico por
lo común atento y discernidor como es Juan Antonio Masoliver, se le
objeta a La conquistadel aíre «un exceso de exigencia y de planteamien- Volver a empezar
to», y se señala en ella «una madurez casi dolorosa». Pero, contra su pa-
recer, es esta madurez, obtenida por parte de la autora con el sacrificio
de sus talentos más brillantes, lo que distingue muy acusadamente a este Luis Landero, El mágicoaprendiz
libro, y son la elevada exigencia y el cuidadoso planteamiento de todos Tusquets, Barcelona, l 999
sus elementos los que mueven a la convicción de que se trata de una
novela ineludible en la reciente narrativa española. Tanto más cuanto
que responde, con vigor y acierto ejemplares, a la reclamación cada vez Hace diez años casi, el clamoroso éxito de Juegos de la edad tardía,la pri-
más imperiosa de una literatura dispuesta por fin a intervenir con un mera novela de Luis Landero, supuso mucho más que la revelación de
discurso crítico sobre la sociedad que la transición ha dejado en heren- un escritor : supuso el reencuentro de un amplio sector del público lec-
cia, y lo hace apartándose resueltamente del simple remakede estrategias tor -y de la crítica- con un talante y unos usos narrativos obviados por
ya gastadas. la entonces llamada nueva novela española.
Revista de libros,n.º 18,junio de 1998 En la actuahdad, cuando ese talante y esos usos vuelven a ser moneda
corriente, Landero -que los vindica en nombre de una «rehumanización»
de la novela y de su lenguaje-- sigue siendo uno de sus más destacados va-
ledores, e insiste otra vez en la apuesta con la que sahó ganador. Lo sugie-
re así el hecho mismo de que, con propiedad todavía mayor que el de El
mágicoaprendiz, convenga a su última novela cualquiera de los títulos de
las dos anteriores: Caballerosdefortuna o el mismo Juegos de la edad tardía.
La quijotesca aventura de un gris oficinista que, movido por el amor
a una muchacha mucho más joven que él, se lanza a crear -en su tiem-
po libre y con los ahorros de su vida- una peregrina empresa de enva-
ses, es el hilo conductor de esta abultada parábola acerca de la capacidad
de redimirse uno mismo, de realizar los propios sueños, de rectificar la
propia vida, de volver a empezar cuando, pasada ya la juventud, todo pa-
rece indicar que es demasiado tarde para intentarlo.
Matías Moro es una suerte de Humbert Humbert cándido y timo-
rato a quien sus compañeros de oficina, excitados por su imprevista ini-
ciativa empresarial, convierten sin él quererlo en líder de una delirante
incursión en el mundo de los negocios, incursión a la que cada uno apor-

229
LUIS LANDERO
VOLVER A EMPEZAR

La derrota de los sueños concluye en una celebración de la realidad,


ta sus propios talentos y fantasías. El hecho de que en la finalidad del em-
en un idilio con lo cotidiano en el que se diluye cualquier sentimiento
peño esté constituir una cooperativa, destinada a aliviar de su miseria al
de fracaso. En esto, y en el hecho de que el paso a la acción lo determi~
entorno deprimente en que vive Martina (la jovencita de la que Matías
nen los demás, y no su propia imaginación inflamada, se distingue el qui-
anda enamorado), concede desde el principio un halo inocente y ro-
jotismo de Macias -como el de Gregario Olías, el protagonista de jue-
mántico a la aventura, que se precipita deliberadamente por su vertien-
gos de la edad tardía- del de Alonso Quijano. Pero es precisamente en
te cómica y sentimental, desentendiéndose pronto de la problemática so-
esta inversión en el signo de la aventura por donde se achata la novela
cial a la que apunta el hecho de que buena parte de sus personajes sean
bajo el peso de su moralidad. Al final, se diría que para Landero el alma
indigerites y marginados.
es una vieja caja de galletas en la que -como Matías- cada uno guarda
Pese a estar ambientada en el presente, el relato parece asunto del pa-
las canicas de su infancia. La literatura sería entonces -como le parece
sado, repleto como está de rancias humoradas y dramatismos, empezan-
al propio Matías, puesto en la tesitura de escribir - un arte reconcilia-
do por la pudorosa perplejidad de las relaciones entre Matías y la virgi-
dor, consistente en <<irsacando a la luz aquella infinidad de experiencias
nal Martina (de la que sorprende enterarse que a punto está de cumplir
minimas, que demostraban que su existencia no había sido vana».
los diecinueve años) y continuando por las romas idealizaciones con que
se opone , a la mansedumbre del humilde oficinista, la mitología heroica
del empresario audaz, padre y patrono benéfico, por desgracia expues-
to a veces a la corrupción y al endiosamiento del poder .
Epopeya de la mediocridad exaltada, El má,í[ico aprendiz predica des-
de su fondo una consoladora ética del conformismo. «Vivimos tiempos
mágicos ... >>,declara Pacheco, uno de los personajes. A lo que, desde otro
lugar de la novela, Matías contrapunta: <<No sé, yo creo que la felicidad es
una cosa muy sencilla y puede estar en cualquier parte, y no hace falta
ir a buscarla lejos».
La inverosimilitud de la trama queda distraída por la probidad de su
esquema narrativo, afín al de tantas comedias corales. Landero pone par-
ticular cuidado en el dibujo de los personajes, y todo se ordena aquí para
el desfile de una variopinta multitud de ellos -oficinistas, bedeles, pí-
caros, impostores, arbitristas, holgazanes, y hasta una vieja gloria de la
copla - , que se perfilan a partir de una tipología siempre familiar. A ex-
cepción de Ma tías (cuya pusilanimidad es causa de que la novela se re-
bobine continuamente, deambulando «por un laberinto sentimental
construido con tres o cuatro piezas»), son todos personajes planos, raya-
nos a menudo en la caricatura, en los que sin embargo hay que esperar
siempre la revelación -generalmente en forma de confesión o discur -
so- de un rasgo portentoso, conmovedor, sorprendente .

230
RAY LORIGA

rendir cuentas, permanece alerta frente a la creciente «anarquía mne-


mónica » de su agente. En tanto que éste, ya fuera de control, emprende
-desde Arizona a Vietnam y Bangkok, en una sucesión constante de
hoteles y aeropuertos: lugares de tránsito, «sitios sin memoria »- una
Donde habite el olvido
huida hacia delante que no tiene más objeto que alejarlo de su pasado .
Amasando ecos de las más diversas procedencias (los editores apenas
exageran al sugerir un << camino imposible que va de Conrad aJ. G. Bal-
Ray Loriga, Tokio ya no nos quiere
lard »), Loriga prefigura una sombría y convincente visión del mundo
Plaza & Janés, Barcelona, 1999
que se avecina, capaz de competir en verosimilitud y coherencia, tambié_n
en el sentido del detalle, con la de sus más prestigiosos modelos, tanto li-
terarios como cinematográficos. Esta visión sirve de soporte a una com-
La fuerza de su instinto no ha dejado que se apague la expectativa susci-
pleja e intrincada impugnación de la memoria, a la que dolientemente
tada en su día por su llamativo talento, amenazado desde muy pronto por
se acusa aquí de someter al individuo a la tiranía de la responsabilidad Y
su propia facilidad. Ray Loriga ha escrito una novela rara y escurridiza,
de la culpa.
llena de interés. Una novela que, siete años después de la publicación de
Si la materia con que se edifica el pasado es el horror del presente,
Lo peor de todo (Debate, 1992), confirma lo que desde entonces nada ha
tal vez su destrucción constituya - como se llega a postular en estas pá-
llegado a desdecir: que más allá del fenómeno literario que él mismo
ginas- una forma de esperanza. Al fin y al cabo, «la obligación de l~
contribuyó a desencadenar, la revelación de este escritor es una de las es-
memoria es cargar con las cosas como son», y para quien ni las acepta m
casas novedades tangibles y literariamente significativas que en el trans-
acierta a ver cómo cambiarlas, el olvido bien puede resultar la última y
curso de esta última década ha traído la más joven narrativa española .
más radical disidencia . «Es el recuerdo, no el olvido, el verdadero inven-
El nuevo milenio acaba de comenzar, y el futuro inmediato no es
to del demonio>>, asegura el narrador, quien no deja de constatar por otro
muy distinto del presente actual. Su rasgo más portentoso lo constitu-
lado que «si algo hemos aprendido en estos días de violentas transgre-
yen, por encima de los avances técnicos (algunos inquietantes, como esos
siones químicas es que la ignorancia de la culpa no excluye, ni mucho
que conceden una fantasmal supervivencia informática), el desarrollo de
menos, el delito».
una sofisticada industria química capaz de proporcionar al hombre, gra-
A estas alturas, hay que resignarse a que el estilo de Loriga conlleve
cias a los efectos de sus «nuevos y cada vez más prodigiosos compuestos»,
su propio amaneramiento: una irrefrenable tendencia a la sentenciosi-
un dominio creciente sobre sus sensaciones, emociones y sentimientos.
dad, a la frase lapidaria , a la paradoja chistosa («Sueño que estoy jugando
La estrella de esta industria son las «erosiones de memoria», nombre
a.l póquer. Nunca he jugado al póquer así que por supuesto pierdo»).
que reciben unas sustancias diseñadas para provocar en el consumidor
Pero -en lo que parece consecuencia del crecimiento tanto de su am-
olvidos selectivos. El narrador de Tokio ya no nos quierees un agente dis-
bición como de sus recursos- el narcisismo lírico de Héroes es despla-
tribuidor -un camello,en definitiva, por cuanto su tráfico es clandesti-
zado aquí por el autodestructivo nihilismo del personaje («Me muevo
no- de este producto, del que él mismo se ha hecho adicto, espoleado
dentro de mi vida con la arrogancia de un completo extraño»), en tan-
por lo que borrosamente se deja entrever como una catástrofe amorosa.
to que las peliculeras poses de Caídos del cielose complican ahora con un a
La compañía qu e le suministra la pr eciada mercan cía, y a la que deb e
inspirada m ezcla de thrillery libro de viajes, de acerada observación del

232
233
DONDE HABITE EL OLVIDO

presente y premonición futurista («Tal vez el hombre sin memoria es ca-


paz de ver imágenes del futuro»).
Ya hacia su final, la novela se desfleca torpemente. Hay un gratuito
episodio español, con paso de Semana Santa y peineta regeneracionista
Flores para Larra
(«¿Qué demonios mantiene a España clavada en la fe del pasado?>>).Y en
la más que esperable conversación que cierra el relato (demasiado elo-
cuente, aunque muy originalmente escenificada), se desliza un embara-
Juan Eduardo Zúñiga, Flores de plomo
zoso apunte sobre la transmigración de las almas.
Alfaguara, Madrid, 1999
Pero para entonces la novela ya ha persuadido al lector, con su lo-
grada cifra de brutalidad y lirismo, de velocidad y cansancio. También
con esa desesperación romántica, con esa tristeza con que, frente a la
Hermosa y esquiva, esta novela discurre en torno a Mariano José de
amenaza del dolor y del miedo, propone la indiferencia como una espe-
Larra. No trata, sin embargo, de su personalidad, ni apenas de su figura;
cie de felicidad. Pero sobre todo por los destellos intensamente poéticos
tampoco de su obra ni de su vida, sino solamente de su muerte. Y ni
de un lenguaje narrativo que se sirve de la extrañeza para articular una vio-
siquiera eso, por cuanto al decir su muerte, con el posesivo delante, se
lenta sucesión de planos, imágenes, situaciones incomprensibles o mor-
sugiere que es cosa pertene ciente a él, a Larra. Cuando de lo que aquí
bosas, captadas con desinhibida sensualidad.
se trata es de la muerte en cuanto algo que pertenece a los que sobrevi-
Si -flotante por encima de fronteras nacionales, canalizador de ten-
ven, en este caso a aquellos que instantes, horas, días, meses, años después
dencias globales en la organización de la sensibilidad- existe algo desig-
de haber sonado un pistoletazo en la madrileña calle de Santa Clara re-
nable como un «estilo internacional>>, no hay duda de que Ray Loriga
cibieron con estupor o con alivio, con dolor o con despecho o con p~na,
es uno de sus más prometedores representantes. Las virtudes y los peli-
con satisfacción o con indiferen cia la noticia del suicidio que ponía fin
gros de ese estilo, en buena medida determinado por el ascendente de la
a la vida de uno de los más prometedores talentos con que contaba Es-
cultura audiovisual, destacan con particular relieve en su escritura, don-
paña a la altura de aquel 12 de febrero de 1837.
de esta vez está claro: las primeras ganan la partida.
La generación del 98, con Azorín a la cabeza, se apropiaría de la leyen-
da romántica de Larra y consagraría a éste como modelo del intelectual
español, en permanente disidencia con la realidad política y social, mo-
ral, estética incluso, de su propio país. La consecuencia fue la investidura
simbólica del escritor como santo patrón y mártir de la España dolorida .
«Escribir en Madrid es llorar », dejó dicho Larra en uno de sus últimos y
más célebres artículos. Una frase interpretada a menudo literalmente
hasta el punto de convertirse en consigna de una prolongada estirpe d~
mte!ectuales airados y quejumbrosos, empeñados en hacer pública pro-
fes1on de su descontento ante un país por cuya regeneración no han ce-
sado de procl amar su voto solemne .

235
FLORES PARA LARRA JUAN EDUARDO ZÚÑIGA

Progresivamente institucionalizada, esta estirpe intelectual no ha per- ta el mínimo detalle el mobiliario de sus textos, en los que apenas tras-
dido apenas vigencia, mucho menos prestigio y hegemonía, a pesar de luce el riguroso armazón documental. La imagen que en estas páginas
que, en especial durante las dos últimas décadas, ha dado pie a toda suer- se ofrece del Madrid decimonónico, envuelto en la ruidosa canalleria del
te de variantes locales, más o menos cínicas, y ha perdido parte de su carnaval, adquiere con pocos trazos una densidad goyesca. Y es una ur-
predicamento en beneficio de otros modelos emergentes, más risueños dimbre de mínimos matices la que determina la unidad de un conjunto
o consentidores, más ávidos o gamberros, aunque por lo común igual- de piezas potencialmente autónomas, cuya gravedad y común consis-
mente inocuos. tencia se obtienen por acorde de tonalidades superpuestas. Tonalidades
Como sea, el modelo de Larra, recurrcntemente reivindicado por la magníficamente graduadas por una prosa pulidísima, transparente, caden-
inteligencia más crítica y mordaz, también por la más gesticulante y pla- ciosa, en absoluto preciosista.
ñidera, ha visto menguados en los últimos años su ascendiente y su ac- El libro se cierra con el suicidio, casi ochenta años después del de
tualidad, en buena medida a consecuencia de lo que parece ser la supe- Larra, de Felipe Trigo, prolífico y popular autor de novelitas inmorales .
ración de las circunstancias históricas que determinaron su obra . De Son unas páginas impresionantes, en las que la rnuerte de Larra es ya sólo
donde -s in dar por ahora más vueltas al asunto- la oportunidad de un lejano contrapunto que intensifica el tono crepuscular de la narración.
esta novela de Zúñiga, que retoma por enésima vez la figura de Fígaro, De paseo por Madrid, Trigo se acerca a la casa en la que se ha colo-
pero lo hace desentendiéndose de su pedestal y de su leyenda, explo- cado una placa recordatoria del escritor : «Sobre el mármol, guirnaldas de
rando los ecos de su suicidio no tanto para indagar su sentido como para metal con fúnebres flores de plomo de las que, por la lluvia, habían caí-
descubrir en ellos la nota común de desengaño, de soledad, de tristeza, de do oscuros regueros».
fracaso, de desaliento, de decadencia, de miserias de la que el suicidio Una imagen suficiente y certera de este libro, que sobre el recuerdo
de Larra aparece, a la postre, como floración estrepitosa y fatal. de Larra coloca asimismo una guirnalda de piezas bellísimas, de las que
Once cuadros narrativos, todos independientes entre sí aunque hil- se desprenden oscuros regueros de amargura.
vanados por la figura o el recuerdo de Larra, integran un libro que, como
otros de Zúñiga , se estructura al modo de una rapsodia. Cada cuadro tie-
ne un protagonista distinto, comenzando por el propio Larra en la tarde
misma de su suicidio, y continuando con una galería de personajes en su
mayor parte históricos, como Ramón Mesonero Romanos, con quien
Larra se entrevista; Dolores Armijo, que acude a la casa de su ex aman-
te a recuperar sus cartas; el ministro José Landero, vecino del escritor;
José Zorrilla, que saltó a la fama con ocasión del entierro de Fígaro; su
padre, el doctor Mariano de Larra ...
En Zúñiga, la escasez nunca es un subterfugio de la poquedad, sino
resultado de una laboriosa destilación de intenciones y de conocimien-
tos. Se trata de un maestro de la sutileza, de la evocación, de la sugeren-
cia, poseedor de una extraordinaria sabiduría narrativa, que administra
con máxima cautela. Como un escrupuloso director artístico , cuida has-

236
GUILLEM MARTÍNEZ

extrañeza, de la perplejidad, de la inadaptación, razón por la cual resulta


tan problemática. Es sin embargo esta capacidad de buscarse problemas a
sí mismo y al lector lo que, para Martínez, otorga validez a una tarea a la
que sólo encuentra sentido desde la beligerancia que por lo común evi-
Una visión del mundo llamada Martínez tan ejercer los modelos hegemónicos del escritor peninsular (figura, a sus
ojos, «un tanto enclenque, que por fuerza debe plantear objetos enclen-
ques qu~ plantean problemas enclenques ») y del «intelectual de cercanías,
Guillem Martínez, GrandesHits
bajito y sin hambre de gol que nos ha llegado tras la Transióón ».
Mondadori, Barcelona, 1999
En el contexto presuntamente neutral de un diario, lo que se pro-
pone Martínez es «desautomatizar la información gracias al estilo, al len -
guaje y a recursos como el humor». Intenta también «destrozar» el canon
Conviene decirlo bien alto, a ver si se enteran. Desde la sección «La Cró-
de lo políticamente correcto («el gran enemigo del periodismo» ) a tra-
nica» de El País Cataluña, hace ya tiempo que Guillem Martínez (Bar-
vés de intempestivas intromisiones de lo que él llama «la carnalidad». Fi-
celona, 1965) viene empeñando su talento personalísimo en una de las
nalmente, concluye Martínez, «otro elemento para desautomatizar lo que
apuestas más originales, más inconformes, más contundentes que ha co-
uno escribe en un diario es la belleza ». Y añade: «Es atrozmente violen-
nocido el periodismo español en los últimos años. Que el dato no haya
to y perplejo que, en plena lectura de un diario, aparezca de pronto, zas,
trascendido suficientemente se debe a un fenómeno de profundas aun-
la belleza ».
que todavía poco advertidas consecuencias: la sucursalización de la cultu-
No son pocas las reservas que suscitan estos postulados. En una so-
ra española por obra de la previa suscursalización de la prensa de ámbito
ciedad en la que los grandes almacenes se dirig en al consumidor con es-
nacional. Pero no es éste el momento de tratar de tan espinoso asunto,
lóganes como «Somos especialistas en ti», el «yo» es una entidad sospe-
sino de llamar al lector la atención sobre un libro en absoluto rutinario,
chosa, que difícilmente puede ser tomada como garante de nada; aliada
que pone a su alcance una muestra excelente y muy significativa del tra-
al humor, la capacidad de crear problemas puede resolverse muy pronto
bajo de Martínez. Sus grandes hits.
en la tendencia a proponer paradojas; y contra lo políticamente correcto,
En el prólogo escrito para la ocasión, Martínez formula una provo-
el expediente de la carnalidad parece destinado a tener los efectos de un
cativa y suculenta poética sobre su particular modo de entender el ofi-
pellizco.
cio de periodista. Describe allí al periodista -y está claro que piensa
Con un infalible sentido del espectáculo, la apuesta de Martínez se
todo el tiempo en el periodista de opinión, en un sentido militante del
expone a estos y otros muchos riesgos , y no siempre sale indemn e. Basta,
término - como alguien cuyo trabajo consiste, fundamentalmente, «en
sin embargo, la lectura de unos pocos de estos artículos para comprender
aportar una visión del m1;1ndo». Para articular esta visión, que de ningún
que nada tienen que ver con ese «periodismo del yo» que trafica con la
modo aspira a ser totalizadora, Martínez reivindica la utilización de la
interioridad como moneda del alma; tampoco con la travesura o el gam-
primera persona (algo que le parece «un sello de honestidad »), si bien el
berrismo consentidos como inocuos sucedáneos de la transgresión. Para
«yo>>que la ejerce «es un personaje un tanto distanciado de nú, abierto
Martínez , «el humor, en con tra de lo que cree el 99 por ciento de la gen-
a ser motor de ridículo, a no tener necesariamente la razón ». Un perso-
te que produce y co nsume humor, es lo co ntrario de la simpatía» . En
naje, en cualquier caso, cuya visión del mundo se configura a partir de la
cuanto al estilo, se trat a también de lo contrario de la prosa «literaria» que

238
239
UNA VISIÓN DEL MUNDO LLAMADA MARTÍNEZ

tan a menudo se emplea para decorar los diarios . Martínez ha convertido


la crónica periodística en una estructura compleja, múltiple, fragmenta-
da, subvertida: una compacta secuencia de capítulos, cada uno con su pro-
pio titular, hilvanada por toda una trama de motivos recurrentes .
Dividido en siete partes, cada una precedida por una sumaria decla- La herencia del dinero
ración de intenciones, este volumen recoge crónicas -o lo que sean-
políticas, sociales, culturales, deportivas, literarias, gastronómicas, cos-
tumbristas ... Entrevistas -o lo que sean- con escritores, artistas, mo- Germán Sierra, La felicidad no da el dinero
delos, bodegueros, pornostars ... o lo que sean. Tarnbién piezas de corte Debate, Madrid, 1999
más personal, que asumen una dislocada perspectiva generacional y sen-
timental. El conjunto constituye un libro sorprendente, divertidísimo, ex-
citante, y de una imprevisiqle solidez. Un modelo de literatura periodís- Ninguna perspectiva sobre lo ocurrido con la sociedad española dur an-
tica y de periodismo crítico que zanja por omisión la debatida cuestión te los últimos veinte años puede soslayar la cuestión del dinero . La cen-
sobre las relaciones entre periodismo y literatura. U na juerga. tralidad que éste ocupa en relación con las ideas y con la sentimentali-
dad, con las actitudes características de la generación que en la actualidad
ronda los cuarenta, fue resueltamente explorada por Belén Gopegui en
la novela que hasta la fecha más lejos ha llegado en su prospección: La
conquistadel aire (Anagrama, 1998). Por su parte, Germán Sierra (La Co-
ruña, 1960) parece dar por resuelta la pregunta que, abiertamente, se
planteaba allí Gopegui, y partir de la premisa de que, en efecto, el dine-
ro anida hoy en la conciencia moral del sujeto. Ninguno de los perso-
najes que protagonizan Lafelícidad no da el dineroalberga duda alguna al
respecto, ya sea porque no se sienten concernidos por la cuestión en sí,
ya sea porque no han atisbado ninguna otra respuesta. Uno de ellos,
Álex, opina que, para quienes -como él- llegaron entonces a su ma-
yoría de edad, << los ochenta han sido sus sesenta: del mismo modo que sus
amigos diez años mayores no han vuelto a ser los mismos tras el sueño
de la revolución ... , ellos no se h an recuperado de la ilusión de la rique-
za y elglamo,,tr».Por su parte, Gustavo, amigo de Álex, piensa que los dos,
«incap aces de encontrar acomodo en el inmenso refugio antiaéreo de la
clase media, han llegado demasiado tarde a la inevitable conclusión de
que la liber tad individual depend e exclusivamente del din ero».
Álex es escritor, y sobrevive en Londres deliberadament e alejado de
su ciudad natal (reconocible trasunto de la capital gallega), que visita para

241
LA HERENCIA DEL DINERO GERMÁN SIERRA

participar en un programa televisivo que conduce Gustavo. Éste, por su de las limitaciones de aquella obra primeriza, entre las cuales se cuentan
lado, cansado de su trabajo y sobre todo de su entorno, planea invertir la indecisión estilística, las dificultades para urdir una estructura estable,
en un oscuro negocio de contrabando para obtener así el dinero que le también una cierta perplejidad ante los propios designios.
permita salir de una vez de España. A su alrededor se mueven Violeta Sierra sigue sin encontrar el cauce adecuado para sus inquietudes no-
la amante ~e Gustavo, periodista enganchada a los ácidos; Alberto, viej~ velísticas, que tienden a la digresión cáustica, ensayística, en perjuicio de
amigo de Alex y de Gustavo, metido en los chanchullos de la adminis- la capacidad fabuladora. Baste señalar, para confirmar esto último, el
tración autonómica; Marisa, la novia de Alberto, dueña de una empre- borroso «enredo» que cataliza aquí la acción . En relación con su propia
sa de moda urgida de apoyos institucionales ... Y en contrapunto con el escritura, Álex habla de «la voluntad de imaginación». Una voluntad que
destino de todos ellos, Laura Belton, una supermodelo contratada por Sierra convierte en empecinamiento a fuerza de no ajustar a sus propó-
Gustavo para una campaña publicitaria, y Polo, su acompañante, un pí- sitos sus propios recursos. Entre éstos sigue contándose su familiaridad
caro cosmopolita de origen eslavo. con un lenguaje y unas concepciones científicas a las que Sierra -él mis-
Cada uno de estos personajes adopta estrategias distintas -el desarrai- mo investigador en el área de las neurociencias- se atreve a dar una apli-
go, la huida, el cinismo, la adaptación, la resistencia- para conquistar su cación literaria, dando lugar a interesantes asociaciones y metáforas . Pero
propia libertad en un mundo, como dice Álex, «donde se permite al dien- tampoco en este punto llega por lo general mucho más allá de la impor-
te pedir lo que desea porque su deseo ha sido previsto de antemano»; en tación de tecnicismos más bien abstrusos, complicados con intenciones
un país donde la corrupción se ha adueñado de todos y la tendencia a teóricas. Así ocurre con la insistente noción de «transgénesis», inspirada
explicar cuanto ocurre en términos conspirativos ha convertido la para- en la genética molecular, y traída aquí para bautizar enrevesadamete lo
noia «en una forma de cotilleo». Se trata de una lucha en la que todo que en definitiva constituye una simple variante de las más vulgarizadas
vale, incluido el delito, el crimen, hasta el asesinato, al fin y al cabo «un tesis posmodernistas.
medio económico» más. Con todo, hay que apreciar en LAfelicidad no da el dineroel sugerente
Las corruptelas de la administración pública, las enmarañadas redes aunque desaprovechado perfil de sus personaje s, la desobediencia -to-
de la delincuencia organizada, el poder de los medios de masas, de la te- davía infecunda - con respecto a las convenciones más trilladas, una en-
levisión, de la publicidad, la manipulación de los ciudadanos, en espe- conada determinación de denunciar el presente sin la clemencia del sen-
cial de la juventud, la cultura del éxito, el efecto abotargador que sobre timentalismo. Razones suficientes para mantener abierta e intrigada la
el público ejercen los círculos concéntricos de la moda, de las artes, del expectativa sobre la evolución de este autor .
diseño, de la estética, el starsystemde la política y de las pasarelas, la bu-
rocratización de la vida privada, incluso del cuerpo, el alienamiento y la
tontería generalizados: sobre estas y otras materias discurre esta novela
con saludable sentido crítico que exacerba un tono condescendiente y
altivo, rayano en más de una ocasión en la pedantería. La misma ten-
dencia acusaba Germán Sierra en su primera novela, El espacioaparente-
mente perdido (Debate, 1996), en relación con la cual LAfelicidad no da el
. dinero, confirmando las más favorables expectativas, implica un notable
crecimiento, por mucho que solamente desplace, sin superarlas, algunas

242
LUIS MATEO DÍEZ

todo ello por vía de una ética y de una estética realistas, sustentadoras de
una suerte de épica democrática.
El propio Mateo Díez ha declarado que el territorio de Celama ha
nacido como metáfora de su experiencia de lo rural, de su compromiso
El Libro de los Muertos moral con <,esamemoria antigua e intensa de haber vivido determina-
das culturas que ya están liquidadas». Un compronúso al que no es ajeno,
sino todo lo contrario (como ocurre también en el caso de Lee Masters,
Luis Mateo Díez, La ruina del cielo que se inspiró para su libro en la Antología Palatina), el ademán clásico,
Ollero & Ramos, Madrid, 1999 clasicista incluso, en que se resuelven tanto la sorna como la gravedad y
el escepticismo que impregnan su escritura.
El hilo que enhebra los sesenta y ocho episodios de La ruina del cie-
A más de trescientos asciende el número de personajes con que Luis Ma- lo es la determinación de Ismael Cuende, médico rural de la comarca
teo Díez ha poblado en esta novela el territorio imaginario de Celama, (y protagonista ya de un capítulo de El espíritu del Páramo, donde se le
avistado hace apenas tres años en El espíritudel Páramo(1996), y constitui- describía como (<Unsesentón bonancible y solitario, fumador empeder-
do de pronto en escenario de un impresionante empeño narrativo . nido, bebedor inmoderad o pero discreto» ), de levantar un censo de los
A una cantidad semejante asciende el censo de los personajes del que muertos de Celama . Un «obituario», según se hace constar bajo el título
cabe señalar como el precedente literario más afin a la intención y al sen- mismo de la novela, con término que el propio Cuende emplea para de -
tido de La ruina del cielo,y que no es, desde luego, una novela (aunque nominar su propósito de «contribuir a la memoria de los desaparecidos,
admitiría ser leído como tal), sino un libro de poemas, uno de los más ori- de remover sus existencias, para dejar constancia de su pasado».
ginales y portentosos de la poesía norteamericana de este siglo: la Anto- Celama, se dice en estas páginas, es «un espacio más en el destino co-
logíade Spoon Ríver, de Edgar Lee Masters, publicado en 1915, e integra- mún de tantos otros de la Península, una tierra de anonimato y olvido,
do, como se sabe, por decenas y decenas de epitafios a través de los cuales de muertos genéricos, en la que el tiempo se amontona sobre la realidad
se restituye la precaria memoria de todo un pueblo que es todo un país del erial como si no existiese, ni con él existieran las vidas que arrasó la
y que es también toda la humanidad. miseria de los siglos».
La referencia no es arbitraria, ni tampoco excéntrica, pues sirve <,Losseres enterrados en el Páramo», se dice Cuende, dando razón así
como ninguna otra para poner de relieve la dimensión no solamente ele- del sentido último de su empeño, «son el espejo de los seres enterrados en
gíaca sino también polémica del empeño narrativo de Mateo Díez. Algo cualquier sitio, un cuerpo siempre es el mismo, el alma también se com-
notorio cuando se considera el papel de Lee Masters como pionero de parte, la muerte nos iguala, la nada nos hace asumir el mismo destino.»
la llamada «rebelión de la aldea» (revoltfrom the village), corriente de in- Fúnebres palabras que sugieren el cono de oratorio o de responsorio
fluencia determinante en la narrativa norteamericana, caracterizada por que, como sus editores indican, adopta a momentos el libro, pero que no
su condena moral del materialismo intrínseco a las condiciones de pro- dan cuenta de su abigarrada polifonía, en la que, al testimonio directo
ducción capitalista, 1a reacción provinciana contra las nuevas formas de de Ismael Cuende, a sus conjeturas y divagaciones, a sus pesquisas y con-
vida urbana, la elegíaca vindicación de la naturaleza y de las culturas ru - versaciones, a las intensas ráfagas de su monólogo interior, se int erca lan
rales como escenario crepuscular de los valores humanos fundamentales , cuentos y consejas, fabulas y viñetas, muchas de ellas humorísti cas, mi -

244 245
EL LIBRO DE LOS MUERTOS LUIS MATEO DÍEZ

nuciosas descripciones de Celama, apuntes costumbristas y hasta diálo- pidario. En este sentido, cabe sugerir que la novela entera constituye el
gos de ultratumba. con ~~e con-
mausoleo en que se aloja el larguísimo listado de no1:1"1bres
Chorrea aquí, con fruición y potencia inesperadas, una impresio- cluye el libro. Nombres que adquieren, en su monotona suces1on, una
nante capacidad creadora, despierta ya en El espíritu del Páramo,donde, cadencia conmovedora e imponente, un prestigio en cierto modo sa-
sin embargo, aparecía aún escueta y contenida. Un escritor en la pleni-
grado. . .
tud de su oficio encuentra de pronto un cauce -la invención de todo Éste es un libro sobre la muerte y la memoria, o, meJor dicho, «la
un territorio- que da rienda suelta a todos sus talentos, con los que ex- memoria que se abre como un abismo cuando la muerte la destapa>>.En
trae lo mejor de sí mismo. Mateo Díez se ha referido a La ruina del cielo algún momento se dice aquí que «lo malo de los mu~rtos ~s la depen-
como a «una novela de llegada>>,escrita con el gozoso sentinúento de li- dencia que les queda de los vivos». Y, por encima de su mcre1ble facundia
bertad que le proporcionaba el haber dado con «un territorio que fuese de cuentista, de su extraña cifra de pesadumbre y mansedad, pero tam-
el espejo de mi propia imaginación y que sostuviese todo lo que yo que- bién de heroísmo y de sabiduría que aquí se alcanza, el mérito mayor de
ría contar». Pero este mismo gozo creador, que dilata todos los logros de Mateo Díez reside en afligir y a la vez consolar al lector con esta respon-
la novela, es responsable también de la grieta por la que se derrocha par- sabilidad abrumadora.
te de su caudal abundantísimo: el desajuste entre la perspectiva del su-
puesto autor de todos estos papeles, Ismael Cuende, y la disipadora om-
nisciencia a la que este mismo autor se supedita. A este respecto, quizá
hubiera convenido mejor a La mina del cieloprolongar la estructura abier-
ta de El espíritudel Páramo,sin el recurso de un hilo argumental -la pes-
quisa que Ismael Cuende emprende de la figura de un médico que lo
precedió en la comarca- demasiado delgado para sujetar la expectativa
del lector.
El eco de Rulfo gravita con toda evidencia en la simbólica alianza
que aquí se establece entre la muerte y el páramo, ese lugar en el que se
«disuelve más impíamente el tiempo histórico». La hegemonía con que,
desde el título mismo, se impone la noción obsesiva de la ruina trae el
recuerdo inevitable de Región. Pero ninguna de estas y otras muchas ve-
cindades literarias contribuye a otra cosa que a delimitar el paisaje sin-
gularísimo de Celama, habitado por una humanidad resignada y proce-
losa cuyo abigarramiento evoca los hormigueros narrativos de Cela.
También aquí se ent,relazan en una memoria común multitud de his-
torias de las que emerge una onomástica extravagante («no hay rareza que
llame la atención en ningún nombre del territorio porque casi todos
resultan particulares»). Pero es que los nombres desempeñan un papel
fundamental en un libro que tiene tanto de censo catastral como de la-

246
ANDRÉS IBÁÑEZ

do de un mundo paralelo, una llamada de auxilio, quizá más alarmada


que compasiva, de los seres que habitan en el universo análogo ».
Esto del «universo análogo» y del <<mundoparalelo» sólo es, por su-
puesto, un modo de nombrar esa otra esfera de la realidad en la que to-
Una novela «New Age» dos los hechos de la experiencia tendrían una réplica mejorada: aquella
que se obtendría de su vivencia cabal, liberada de la influencia del Siste-
ma, y liberada también «del sue110 del Tiempo y de la Finalidad». Por-
Andrés Ibáñez, El mundo en la era de Varick que, como el lector está empezando a intuir, «no vemos el mundo como
Siruela, Madrid, 1999 es, sino como el Sistema nos lo presenta». Pero al alcance de.todos, «co-
gitófilos» empedernidos, está «hacer que la vida sea real, realizar el Ser,
despertar, encontrar el conocimiento» . Para lo cual nunca está de más,
Desde la publicación de su primera novela, La música del mundo (Seix sino todo lo contrario, qué duda cabe, adentrarse «por los senderos de la
Barral, 1995), merecedora de un discreto pero insistente succesd'estíme, medicina natural, la alimentación vegetariana, las andanzas del cuerpo
se ha venido acumulando sobre Andrés Ibáñez (Madrid, 1961) una ex- astral y el misterio de la reencarnación».
pectativa que han contribuido a incrementar, por un lado, su brillante Con mucha mayor prolijidad y sutileza de la que aquí pueda entre-
partkipación en el volumen colectivo Pá.stinas amarillas(Lengua de Trapo, verse, El mundo en la era de T7aríckaccede a estas y otras enseñanzas de la
1998), Y por el otro, su conspicua y vigorosa actuación como comenta- mano de Marcelo, un gordito rijoso y enamorad.izo ocupado desde años
rista de libros. Tal expectativa se enfrenta ahora a un tocho monumen- atrás en la escritura de una novela. Al lado de Marcelo desfila toda una
tal, desbordante de contenidos esotéricos, en el que Ibáñez, estirando los troupede personajes más o menos desorientados, como él, más o menos
planteamientos narrativos de su primera novela, se postula resueltamen- estrafalarios, que -sin descontar a Octaviana María, una gatita cuyas
' te como una especie de Madame Blavatsky de la literatura española de «memorias», redactadas desde el mundo paralelo, ocupan una cuarta par-
fin de milenio. O, lo que resulta todavía más encantador, como una ver- te del volumen- protagonizan una suerte de viaje iniciá6co en el que
sión psicodél.ica y cosmopolita de Fernando Sánchez Dragó . hay tiempo más que sobrado para inventariar, con el concurso de m.agos,
Produce un cierto embarazo tener que dar cuenta, siquiera sumarí- santones y gurús de toda especie, una abigarrada mitología esotérica.
sima, del argumento de la novela. La cuestión es que el tal Varick al que La aventura entera de Marcelo discurre en Nueva York, «la capital
se re~ere el título es nada menos que -ejem- una criatura del espacio del mundo», y se supone narrada por unos seres aéreos que gravitan por
exterior llegada a la Tierra desde una estrella lejana. La era de Varick ha- las alturas del planeta. Expediente tan peregrino como cualquier otro a
bría empezado en febrero de 1961, fecha en la que tienen comienzo sus la hora de sugerir, como aquí se pretende, una estética de la imprecisión,
comunicaciones telepáticas con una médium, sustituida luego por fas fundada en la idea de que «el arte no puede ir más allá de una insinua-
onda~ de radio, a través de las cuales lanza Varick unos mensajes que lo ción maravillosa». O, por decirlo de otro modo, aunque con términos
·convierten poco a poco en «la voz, la inspiración y quizá la salvación de también sacados de este libro, y consecuentes con las ideas expuestas ya
todo un planeta que parecía condenado al desastre». en La música del mundo: una liberación de la Forma entendida como
Todo parece indicar que, más que un vulgar extraterrestre, el fenó- mediación distorsionadora en la percepción que el hombre alcanza del
meno Varick supone -ejem, ejem- «la intromisión en nuestro mun- mundo.

248 249
UNA NOVELA «NEW AGE»

Todo esto podría resultar curioso o atractivo para alguno, y hasta di-
vertido para todos, si no viniera envuelto en una fatigosísima verborrea
pseudoerudita («cháchara de magos», como llega, a decir en algún mo-
mento Marcelo), al lado de la cual la empanada mental de una película
como Matrix -que tantos elementos, por cierto, comparte con este li-
El bosque encantado
bro- parece ligera como un aforismo.
La tontería y la cursilería de tantos diálogos interminables, la emocio-
nalidad decididamente kitsch de la que hacen gal.alos personajes , el den-
Luis Goytisolo, Diario de 3 60º
so aroma a pachulí y a incienso de pacotilla que despiden tantas monser-
Seix Barral, Barcelona, 2000
gas sapienciales, abre a ratos la sospecha de una intención paródica, de una
patraña irreverente. Pero la excitación de esa misma sospecha -alentada
por ocasionales rasgos de autoironía- desfallece aburrida mucho antes
Extremando su desentendimiento de toda convención, con la impasibili-
que la incredulidad que va produciendo un relato ajeno a toda noción de
dad propia de quien confía tanto en sus propósitos como en sus recursos
amenidad o de ritmo, escrito en un estilo lleno de énfasis, repl eto de cur-
para lograrlos, desdiciendo el escepticismo de aquellos que, con trariados
sivas y de mayúsculas, y, como Marcelo mismo, «sudoroso, vagaroso, er rá-
por la lectura de sus tres últimas novelas (esa antojadiza y desconcertante
tico, pero a pesar de todo lírico, floral y sentimental» . Un estilo en el que
«trilogía de la trivialidad>>),dudaban de que volviera a escribir una obra
caben cosas del tipo de «unas piernas tan largas como un cuento de hadas».
importante , Luis Goytisolo acaba de publicar su mejor libro desde Anta-
No queda paciencia para indagar de qué subculturas más o menos
gonía. Un libro arriesgado y singularísimo, como suelen ser todos los su-
alternativas se nutre Ibáñez (que ha residido largos años en Nueva York)
yos, pero esta vez a la altura de una ambición del todo infrecuente.
para sostener su empeño narrativo, una vez descartada, debido a los ba-
Cuesta dar idea de un texto articulado como un diario cuyas entra-
jos vuelos imaginativos de la novela, la posibilidad de hab er sido escrita
das, según el día de la semana, señalan muy distintas direcciones temáti-
ésta durante un viaje de LSD o de peyote.
cas, unas y otras operando -tanto en lo que toca al narrador como a la
«Lo que se comprende no es nunca las palabras, sino una especie de
materia tratada- en muy diverso grado de ficcionalización. Disquisi-
energía que las palabras pueden canalizar», asegura aquí un personaje.
ciones de orden ensayístico , apuntes autobiográficos, viñetas satírico-
Pero él mismo añade a continuación: «O no, ¿viste?».
costumbristas, fragmentos épicos y descriptivos , reflexiones literarias, re-
tazos oníricos, epifanías eróticas ... , todo parece tener cabida dentro de un
discurrir en el que la extrañeza que al comienzo produce la inconexión
de los diferentes rumbos argumentales se anima pronto con la expecta -
tiva de una secreta convergencia de sus objetivos, para resolverse final-
mente en la certidumbre de que tal convergencia no ha de producirse en
el texto mismo, sino en el lector, constituido en punto de fuga de una
perspectiva, por así decirlo, invertida, cuyo ángulo se amplía progresiva -
mente conforme la lectura avanza.
En las entradas correspondientes a los domingos va desarrollándose;

251
EL BOSQUE ENCANTADO LUIS GOYTISO LO

bajo el recurrente título de «Cordillera interminable », una delici m , t isolo suspende cautelarmente la distinción entre autor y narr ador, y des-
nouvellesobre la seducción y el autoengaño. Se trata de la única secue11 de la amb igüedad resultante introduc e pasajes autobiográfi cos y tiras en-
cia del libro que se atiene con alguna mansedumbre a unas convencí,, ,:1yísticas donde la visión del mundo circundan te aparece imbr icada con
nes que en otros pasajes explícitamente se cuestionan, o simplementl' ·,, b experie ncia propia, en una frondosa divagació n sobre la natur aleza de la
ignoran. Como fuere, no cabe aquí hablar de un eje propiamente nan .1 creación literaria y, más concretamente, sobre el desarrollo y la actual
tivo, pues la relación que las distintas secuencias del texto mantienen t:111 ·ondición de la novela misma como género.
to entre sí c01no con el conjunto es de tipo radial, por mucho que vay.111 El am paro que les presta su condición en última instanci a nov elesca
reconociéndose paralelismos entre una y otra. no rebaja la petulanci a ni la perentoriedad a menudo embarazo sas con
Las entradas de los lunes inciden en un ámbito de carácter mítico , que se exponen unas consideraciones que no eluden los enfr enta mien-
legendario, donde, entre los ecos de unas remotas guerras civiles, cierim tos polémicos, a veces a propósito de autores de tan sólido prestigio como
parajes ruinosos adquieren una fuerte impronta alegórica. En las entrad .1 Valle:__Inclány García Lorca o, más cerca aún, Javier Marías o Gabriel
de los sábados el escenario es con más frecuencia urbano, y en brevísin 1.1·, García Márquez. Pero la perplejidad o la irritación que pu edan suscitar
viñetas de perturbador humorismo, se apuntan situaciones de una vill este o aquel paso no deberían distraer el seguimiento de lo que , ent re pi-
lencia atroz, en las que, a propósito comúnmente de equívocos o m.1 tos y .flautas (por llamar así tanto a las estridencias como a las llanas arbi-
lentendidos, emergen la tontería y la agresividad que suelen quedar d1 trariedades con que se adereza ocasionalmen te), configura una de las
simuladas en una sociedad donde la vida pare ce una «mezcla de parq11, poéticas más radicales y potentes, más coherentes y pugnaces de la nove-
temático, supermercado y aeropuerto en el que se despide a la gente l) II• la contemporánea.
se va»; una sociedad que «para mantener la propia vigencia necesita m·11 Desde una actitud que asume la << teorí a del conocimiento » que alum-
tralizar toda trascendencia que empañe el valor intrínseco de cuanto 111, braba Antagonía, y que postula la novela como cauce discurs ivo que in-
rodea». vade y se apropia de todos los registros expresiv os de la palabra, el me-
Asombra la maestría de la que en estos pasos hace alarde Goytisol(I, jor modo de describir este Dim·io de 36 0º es dec ir que se desarrolla ante
cuyo implacable registro de la realidad cotidiana se sirve de una efica1 1 el lector co mo una extensa malla de significac iones en cuya trama que-
sima técnica de parodia objetiva ensayada ya en Fábulas. La secuenci.1 da atrapado el sentido. Un sentido hasta cierto punto inducido por el
lidad es aquí del tipo de la que cabe establecer, por ejemplo, entre 111· :mtor pero diferente para cada lector, pues brota de la mutu a fecunda-
grabados de cualquier serie de Goya : los Caprichos,sin ir más lejos. 1 11 ción de la personal experiencia del mundo con la experien cia de la lec-
tanto que la secuencialidad del libro entero se asemejaría más bien a l I tura, convertida al efecto en una caja de sorpresas en la que, como cierto
que resultara -por aprovechar el símil- de interpolar a los Capri "" bosque del qu e el texto da noticia, «si alguien an da buscando algo, allí ha
mismos, los Proverbiosy los Desastres,y aun los tapices, y los retratos, y !,, . de encontrarlo». Aunque otros digan que no, «que lo que allí se encuen -
autorretratos, y los grandes óleos históricos, y las majas, y las pinturas 111
· tra es, precisamente, lo que uno nunca había acertado a buscar ».
gras, derivándose del todo superpuesto una significación distinta a la d,
cada una de las partes por separado.
En cuanto a las entradas correspondientes al resto de los días dt: l.,
semana, ofrecen un abundante cuerpo de reflexión y de pensamie11111
crítico en el que, con atrevimiento y desinhibición sorprendentes, Go y

252
JUAN CARLOS CAST ILLÓN

tancias que albergan su existencia residual, lo cual tiene efectos más bien
contrarios .
Para J.R., el protagonista, un perfecto palurdo en materia política,
el fascismo es una confusa parafernalia de violencia y camaradería cuyo
contenido ideológico se reduce a un anticomunismo visceral, y cuya pra-
Adónde van los fascistas
xis se limita a la obsesión por matar comunistas. Que todo ello quede
envuelto por un delirio heroico es algo que cabe poner en cuenta de las
taras particulares del personaje, un acomplejado muchacho obsesionado
Juan Carlos Castillón, La muerte del héroe
por eludir la deprimente mediocridad de su entorno, lo cual, como a tan-
y otrossueñosfascistas
tos jóvenes, le mueve a reconocer en la excitación que le produce la vio-
Debate, Madrid, 2001
lencia la experiencia más intensa de su vida. Un versión camp, en defi-
nitiva , de los actuales skins .
Escrita con notable solvencia, la novela se desarrolla mediante un tre-
El autor de esta novela ha sido lo que se entiende comúmnente por un
pidante torbellino de secuencias interpuestas. Y no se sabe cuál de sus
facha. Fonnó parte de los grupos «ultras » que durante los estertores del
líneas argumentales ofrece más interés : si la reconstrucción del pasado
franquismo actuaron violentamente en Barcelona, hasta perder su im-
español del personaje , o el recuento de su participación en el atentado que
punidad (lo cual no empezaría a ocurrir hasta 1981, después del atentado
organiza un escuadrón paramilitar en una indeterminada república cen-
del Papus). Tras ser arrestado, huyó de España antes de pasar por juicio.
troamericana.
Vivió durante dos años en Centroamérica, donde mantuvo contactos
Por lo que toca a las secuencias que se desarrollan en España, el re-
con diversas facciones armadas de la extrema derecha, sobre todo en El
portaje -lleno de sarcasmo- de los ambientes ultra, así como de sus
Salvador. Se instaló luego en Miami, ciudad en la que regenta desde hace
actuaciones callejeras en la Barcelona de la primera Transición, es muy
ya tiempo una prestigiosa librería. A ella acudió Manuel Vázquez Mon-
convincente, y resulta altamente aleccionadora la perspectiva, desde las
talbán en búsqueda de documentación para su libro ... Y Dios entróen La
filas de la extrema derecha, de ese «momento loco en la historia de Es-
Habana. En este libro se califica a Castillón de «nihilista ilustrado,> y se
paña>>en que la policía no sabía bien si detener o ayudar a los fachas
citan varios pasajes de su primera novela, 1\Jievesobre Miami, un narco-
«cuando cazaban a un rojo ».
thrillerde trasfondo político que en España editará pronto Debate.
Tanto o mayor interés reviste el reportaje de los escuadrones para-
Con los materiales de su propia trayectoria personal, aunque sin pre-
militares que operan en Centroamérica. El ideario fascista se revela aquí
tensión de hacerlo pasar por autobiográfico (por mucho que astutamente
co mo una burda cháchara de rib etes esotéricos que apenas logra cubrir
juegue con la ambigüedad, como se deja ver en las notas que cierran el
con harapos ideológicos los intereses de las plutocracias que financian
libro), Castillón ha trazado en La muerte del héroey otrossueiíosfascistas,su
los grupos armados. Los pistoleros con los que J.R. se codea están, de
segunda novela, el plausible retrato de un facha contemporáneo.
hecho, más cerca de los «sicarios» colombianos o de los mafiosos de toda
Tiene el autor razón al advertir que la suya no es, en absoluto, «una
la vida que de la 'idea que se pueda tener de ningún grupo guerrillero, da
novela fascista», sino, todo lo más -y ni siquiera cabalmente---, «una no-
igual su signo. En cualquier caso, de la novela se desprende una aluci-
vela en la que los personajes son fascistas». En ningún caso cabe recono-
nante y siniestra im agen de Centroam érica convertida en parque temá-
cer en ella una apología del fascismo, sino una descripción de las circuns-

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ADÓNDE VAN LOS FASCISTAS

tico de ideologías moribundas y masteracelerado para aprendices de aven


tureros.
«J. R . había ido a Centroamérica a matar a un hombre , a cualquic1
hombre », repite una y otra vez el narrador con su flema característica.
Por debajo de su montaje documental y su ritmo sincopado, salpicado Las buenas influencias
de excelentes diálogos, el tema de la novela no es propiamente el fascis·
mo sino, como su propio título sugiere, la búsqueda desesperada del he
roísmo en un mundo en el que la única forma posible de la épica es b Andrés Barba, La hermana de Katía
violencia. Que a esta conclusión llegue el autor por la vía de su vieja mi- Anagrama, Barcelona, 2001
litancia fascista, singulariza un libro que exprime con deliberación b
aprensión y el morbo que con eso suscita. Pero no hay que llamarse a en-
gaño: lo mismo podría haberse tratado de un ex grapo, o de un ex etarra. Lo que más llama la atención en esta novela es su atrevimiento tan dis-
Del mismo modo que no contiene apología de ningún tipo, la novela creto. El hecho de que la exploración de un asunto tan escarpado como
tampoco entona, importa subrayarlo, ninguna suerte de elegía. La luci- es la eficacia redentora de la bondad sea conducida con ambición y re-
dez con que el narrador describe «el patético gueto político en el que sc cursos tan contenidos.
había encerrado, toda autosuficiencia y sectarismo, la más torpe de la~ La adolescente que protagoniza La hermana de Katia no recibe más
extremas derechas europeas: la española», no deja lugar para eso, por mu- nombre que este mismo, «la hermana de Katia», y así es en cuanto su
cho que no se reconozca tampoco rastro de condena moral. La novela existencia transcurre en un segundo plano, tanto en relación con Ka-
trasuda a este respecto un cinismo que tiene que ver, sin duda, con el con- tia, su hermana mayor, como con su madre, un a prostituta ya veterana.
vencimiento de que el fascismo, en su sentido estricto, ha ido desapare- A Katia misma su belleza la expone particularmente a las corrupciones
ciendo sin que lo hayan hecho, por su parte, los poderes que lo promo- del tiempo y sus miserias. Empujada por una ilusión amorosa y los de-
vieron, menos todavía algunas de las actitudes que lo caracterizaron. Es seos de escapar de su deprimente entorno, empieza a trabajar como bai-
en este sentido, y teniendo por horizonte el tan cacareado «pensamien- larina de striptease, y será la mirada cómplice y devota de su hermana
to único>>,como podría empezar a hablarse, y no sólo en relación con menor la que registre, sin nunca enjuiciarlo, sólo atendiendo al esplen-
esta novela, de po-ifascismo,que es de lo que en ella se trata. dor de su belleza, su progresivo deterioro.
hermana de K;}tia» le corresponde dulcificar el tormentoso am-
A la <<
biente familiar, realizar las tareas de la casa y, cuando cae enferma, cuidar
de su abuela. Su única distracción consiste en ver en la televisión repor-
tajes sobre animales y en ir a sentarse a la Plaza Mayor de Madrid -en
cuyas cercarúas vive-- y contemplar allí a los turistas. En una de éstas
conoce a John Turner, un joven norteamericano que lleva una chapita
donde dice <'.Jesúste ama». La hermana de Katia siente por él una incli-
nación creciente, y en sus afables encuentros se deja embelesar por el en-
canto lírico de sus adoctrinamientos.

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LAS BUENAS INFLUENCIAS ANDRÉS BARBA

«Yo soy católico. ¿Tú qué eres?», preguntajohn Turner en uno de s11·, tentación del preciosismo. Es estremecida a ratos por el soplido angéli-
encuentros. «Yo soy la hermana de Katia», le responde quien no acierl.1 co de un texto como El lenguajede lasfuentes de Gustavo Martín Garzo,
a reconocerse de mejor modo. Y esta identidad diferida (este modo d,· pero renuncia a su arrebato y a su temblor. La dedicatoria de la novela
ser sin afirmarse) sirve bien, al igual que su insondable orfandad (pm·, no deja lugar a dud as: son el magisterio y la influencia de Álvaro Pom-
<da hermana de Katia» no tiene padre ni modo de saber quién fuera, .1 bo los que han dejado aquí su dichosa impronta. Y los que dan razón de
nadie de la familia se parece, ni a su madre, ni a su hermana , ni a su abue la naturalidad con que se resuelve un planteamiento repleto de peligros
la, y «cómo andar por el mundo sin saber a quién parecerse»), sirve bien. qu e en buena parte consigue eludir un estilo indirecto que casi se con-
se decía, para explicar la indigencia moral que la caracteriza. Indigencia funde a ratos con la primera persona, dejando sitio a monólogos muy
que admite ser confundida con la inocencia, pero que es más que eso: e, convincentes, en los que Barba -que al parecer ha escrito teatro y que
una suerte de intemperie, una completa ausencia de recursos a la hora maneja muy bien los reg istros coloquiales- demuestra tener un exce-
de construir juicios o valores sobre un mundo que lo mismo produce fr·. lente oído. La protagonista de La hermanade Katia se emparenta así, casi
licidad que dolor, pero que no admite queja ni rechazo en cuanto todo explícitamente, con la María de El metro de platino iridiado,y como ella
sucede en «un estallido continuo de sorpresas agazapadas» sobre las que sugiere una poética del bien.
no es posible imponer otra jerarquía que la de su propio acontecer siu La hermana de Katia, finalista del último Premio Herralde, es el se-
reparo. gundo libro publicado por Andrés Barba (Madrid, 1975), quien ya se ha-
Hay indicios para sospechar que «la hermana de Katia» padece un bía dado a conocer con El huesoque más duele,relato que en 1997 obtuvo
cierto retraso mental, una cortedad que justificaría su inocencia alar- el Premio Ramón J. Sender de narrativa y circuló casi clandestinamen-
mante, su candidez sexual, su infantilismo y su humildad casi inverosí- te. En relación con él, esta novela demuestra un notable y muy promete-
miles, con los que atraviesa inmaculada las situaciones más morbosas. dor crecimiento, que tiene que ver sin duda con lo más importante a la
Pero esa tara , lejos de experimentarse como patología, se revela como hora de perfilarse como escritor: no tanto la elección d.e los modelos,
una especie de santidad. Pertenece La hermana de Katia -y contribuye como el talento para interiorizarlo s.
a destacarlo su naturaleza en cierto modo anacrónica- a la estirpe de
santos laicos que menudean en la literatura moderna ya desde sus orí -
genes. Hay un innato franciscanismo en su talante, una sencillez moral
casi transgresora a la que repelen las torceduras del cristianismo más tar-
dío, encarnado aquí por John Turner en su papel de ángel anunciador.
El texto de la cubierta evoca con razón a la Felicité de Un coeursimple de
Flaubert, pero el personaje de Barba elude los aspectos grotescos de su
propia idiotez y recuerda antes, en su patetismo subversivo, a los de Lars
von Triers.
Como fuere, no hay por qué irse tan lejos. La escritura de Andrés
Barba se revela muy atenta a la tradición y al entorno de los que surge.
Su novela podría emparentarse a momentos con el tremendismo lírico
de un libro como Las bailarinasmuertas, de Antonio Soler, pero sortea la

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ISMAEL GRASA

gro y las canciones de Karina, convendría un poco de mala leche y las


ganas de hacer, puesto que de niños se trata, y tan propens os son a ello,
alg~nas preguntas incómodas.
Dicho lo cual, hay que recono cer que, pág in a a página, este libro de
Costumbrismo pop Grasa termina por ganarse incluso al lector más enojado, y que así es, en-
tre otras cosas, por virtud tanto de su sobriedad estilística , de su laconis-
mo sentimental, como de la muy convincente construcción de la voz y
Ismael Grasa, La TerceraGuerra Mundial de la perspectiva del narrador, que asume sin fingimient os su pos ición
Anagrama, Barcelona, 2002 retrospectiva (el libro está escrito en pr etérito imperf ecto ), y que opta
por la primera persona no sin antes distanciarse de ella medi ante el pro -
cedimiento de encerrarla entre dos paréntesis -un pr ólogo y un epílo-
Diez años después de la aparición de La peor de todo (1992), de Ray Lo- go: dos veranos en Salou~ redactados en estilo riguros amente imp er-
riga, ocho después de la de Dibujos animados (1994), de Félix Romeo, sonal, objetivo.
Ismael Grasa (Huesca, 1968), que pertenece a la misma añada, publica Se dijo, a propósito de la muerte de Camilo José Cel a, que hay ras-
un libro que parece situarse mansamente en la estela de estos dos títulos, gos de su escritura que mantienen, entre los más jó venes escritores, una
espec ialmente el segundo . insosp ec hable vigencia. Este libro , con su est ructura colmenar, co n su
La TerceraGuerraMundial reúne un puñado de viñetas narrativas me- trote hormigueante, con su impasibl e brut alidad, co n su piedad j ocosa,
diante las cuales recrea el autor su infancia casi adolescente en Hnesca y también con sus reiterati vas cadencias, viene a confirmarlo.
sus veraneos en la Costa Dorada, teniendo por trasfondo los primeros Pero lo que , entre tantos cromos y sobada s postales de época, eleva
años de la Transición. De buenas a primeras, se diría qu e todo se resuel- súbitamen te el nivel del libro, es la capacid ad de algun as de sus viñet as
ve en un reportaje sentimental, otro más, transido, eso sí, de ironía, y nu- de fundir la experiencia personal y la memoria colectiva en un aco rde
trido con el inevitable invent ario de fetiches y recuerdos comunes: el íntimo, de pod erosa capacidad de evocación, cuyo lirismo reverb era crí-
grupo Viva la Gente y Naranjito, Tip y Coll y el insec tricida Fly, Kunta ticamente sobre el pasado. Así ocurre, por ejemp lo, con las titulad as «Hos-
Kinte y la flamante reina Sofía, Jimm y Carter y las películas en Súper 8, pital 3>>, <<
Tren eléctrico >>
, «Chinos », «Viajes)>, o, muy particularmente,
Creasey esos perritos cabeceadores (¿«procuradores >)los llamaban?) que «Instantáneas>), con la que se cierra inmejorable mente el vol ume n.
se ponían detrás de los coches ... Un recital de costumbrismo pop, por «Un día el tío se murió y durant e el entierro no sabíamos distinguir
así decirlo, amparado en el revival años setenta que tanto cunde por es- bien el aburrimiento de la tristeza )>,se dice en una de estas viñetas. Y en
tos pagos y qu e lo mismo da para el Chaval de la Peca que para una se- esa incertidumbre se cuela tod a la verdad del tiemp o qu e estas páginas
rie televisiva como Cuéntame. tratan de recobrar.
Colmados ciertos niveles de saturación -rebasados ya tanto en lite-
ratura como en cine, música o televisión-, hay algo casi irritante en esta
impostación kitsch de la clase media, también en esta elección de la in-
fancia y de su indiferencia moral a la hora de hacer el recuento de unos
años a los que, antes que la indulgencia de la memoria en blanco y ne-

260
XUAN BELLO

señadores contemporáneos» opone el ideal estético y moral de una Ar-


cadia perdida, la elegía por las formas culturales de un campesinado emo-
cionadamente idealizado.
«Yo nunca escribo de algo que no pasara por lo menos hace quince
Epigonías asturianas años », declara Xuan Bello con convicción, poco después de dibujarse a
sí mismo «sentado en el Café Oriental, leyendo unas crónicas de Wen-
ceslao Fernández Flórez ». Y cabe suponer que, ligada a esta convicción,
Xuan Bello, Historia universalde Paniceiros está esa otra de que la patria misma es algo que «sucede, más que en nin-
Debate, Madrid , 2002 gún otro sitio, en el pasado >> .
Ahora bien, es esta identificación entre patria y pasado la que neu-
traliza y, hasta cierto punto, pervierte y trivializa cuanto la literatura de
Un titulo desafiantemente irónico y un sugerente envoltorio editorial Xuan Bello pudiera tener de programático.
atraen la atención sobre este libro, que se ofrece en testimonio y seña de Por fortuna, son pocas aquí las invocaciones a «los astures, nuestros
existencia de una literatura, la asturiana, que se expresa en lengua pro- antepasados», a los <<hermanosceltas del sur», a las lenguas gaélicas y otras
pia, y que como tal reclama con todo derecho un particular espacio en eferves cencias de esta laya; pero todas tienen, cuando comparecen, un
el cada vez más abigarrado mosaico de las literaturas peninsulares . herrumbroso soniquete de hoces y cencerros de anticuario. Como el
Historia universal de Paniceil'osreúne, en memoria fervorosa y nos- «ext emporáneo y valleinclanesco » don Jesús Evaristo Casariego, máxi-
tálgica de esta localidad -el caserío asturiano, actualmente semidespo- ma autoridad que fue en asuntos relativos al bable , Xuan Bello parece
blado, del que es natural Xuan Bello (1964)-, un puñado de «relatos demasiado ocupado en tender puentes hacia el pasado, persuadido como
orales, recuerdos de infancia, lecturas, poemas cuentos y retratos» que, está de que ésa es «la única manera de soportar el futuro ». Para él, escri-
juntos, configuran un ameno repertorio de melodías campestres y mi- bir consiste en ir tirando de ese hilo del que extrae sin cesar «aquellos re-
tografias populares. cuerdos míos, que primero fueron de otros». Y no hay mejor forma de
Quien, atraído por la emergente reputación de su autor , o por el caracterizar lo que cabe entender por literatura epigonal. Tal es, a la pos-
prurito de husmear aires distintos, se asome con curiosidad a las páginas tre, el calificativo que mejor cumple a este libro, en el que «a las sombras
de este libro, se encontrará con un nuevo concierto de bel letrismo-otro venerables de Camilo Castelo Branca, Álvaro Cunqueiro, Miguel Tor-
más- en el que se entonan esta vez pacíficas y amables variaciones de ga, V S. Naipaul y Jorge Luis Borges>>, entre tantas otras (como las de Pa-
un género arcaizante : la pastoral. En esto se resuelve , literariamente ha- pini, o Perucho, o Berger), cultiva Xuan Bello su particular <~ardín de
blando, el altisonante propósito de «levantar con aquellas palabras que flores raras y curiosas », rindiéndose con su prosa sensual y bienhumora-
perduran una bóveda donde resuene el eco de tanta historia, de tanta da a lo «maravilloso real» (ya saben: nieblas, fantasmas, hadas , tesoros o
poesía», según se llega a decir aquí por algún lado. esa variante asturiana de la santa compañaque es la güestia) y al exotismo
Con todo y adoptar a ratos, conforme indican los editores, «un tono de la provincia.
fundacional», la operación literaria de Xuan Bello adquiere, en última «Uno va teniendo sus años, no muchos, todavía», escribe Xuan Bello,
instancia, un carácter abiertament e reaccionario (dicho sea con las más «pero lo que sí tiene es suficiente experiencia como para saber que el pa-
dulces connotaciones), que al «bombardeo impío y analfabeto de los di- sado es un país extranjero, de costumbres bárbaras, que escasamente en-

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EPIGONÍAS ASTURIANAS

tendemos; un lugar incómodo.» Esto último -lo de «incómodo»- no


cuenta mucho para Bello, que parece encontrarse muy confortablemente
allí. Pero la frase ilustra muy bien el talante turístico y algo condescen-
diente con que Xuan Bello visita una y otra vez ese país del que .habla,
trayéndose, junto a otros souvenirs,las fotos sin~~áticamente enveJec1das Un artefacto sincero
con que se completa este agradable álbum familiar.

Francisco Casavella, El día del Mlatusi


(Losjuegosferoces, Viento y joyas, El idioma imposible)
Mondadori, Barcelona, 2002 y 2003

La experiencia dice que es mal asunto para cualquier escritor - no se


diga ya para su editor- la publicación de una novela por entregas. Fiar
en la inconstancia de los lectores entraña el peligro de ser leído sólo par-
cialmente; peligro al que se añade el riesgo más que probable de q1!.leel
juicio sobre la parte termine valiendo para el todo.
A pesar de esto, al menos dos narradores españoles, Javier Marías y
Francisco Casavella, emprendieron el pasado afio la publicación de sendas
novelas por entregas. De Tu rostromaíiana, de Javier Marías, todavía se es-
pera la continuación de Fiebrey lanza, primera y por el momento única
de sus entregas. Mientras que en la pasada primavera se publicó El idioma
imposible,tercer y último volumen de El día del Mlatusi,de Francisco Ca-
savella, de la que habían aparecido antes Losjue,gosferocesy Viento y joyas.
Más de mil páginas ocupa en total la novela de Casavella (Barcelo-
na, 1963), que ha supuesto al autor largos años de trabajo. Durante los
mismos, parecía Casavella empeñado en dar de sí la obra importante, de
madurez, a la que viene apuntando una trayectoria preñada desde sus co-
mienzos de promesa. No ha resultado así, sin embargo. Y ello por cul-
pa, sobre todo, de la orientación general del esfuerzo empleado.
Antes que una novela fallida, El día del Watusi es una novela equivo-
. cada. La ambición que la anima se orienta de lleno en el sentido al que
naturahnente tienden el talento y la facilidad de Casavella como narra-
dor. Y así es de tal suerte que, no encontrando resistencias con que me-

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UN ARTEFACTO SINCERO FRANCISCO CASAVELLA

dirse, dicha ambición, pagada de sí misma, termina por ablandarse y dn parte es que, pese a sus ademanes picarescos , está llamada a constituir
parramarse. Lo cual supone, en el caso de Casavella, insistir una y 011.1 algo así como el estrato mitológico de la novela, sobre el cual habría de
vez, hasta la hartura, en los elementos que caracterizan su narrativa: 111 sustentarse toda su parábola. Algo que no se consigue: el lector se en-
desdoblamientos que obra el desengaño sobre una realidad previamrn tretiene, y ríe, y hasta se conmueve a ratos con la rocambolesca aventu-
te mitificada; los juegos de las apariencias y de las mentiras; la estilizad., ra vivida por los dos niños, pero el mito del Watusi --sobrenombre de
recreación de Barcelona como escenario de resentimientos y camufbji · un legendario matón- se enquista en el relato de Fernando Atienza sin
sociales; la deriva peliculera tanto de la trama como del perfil y los dn contagiar su muy difuso resplandor .
tinos de los personajes; los dejes románticos y preciosistas de una pr0\,1 Fallando esto, ya todo el resto cojea irremisiblemente. Viento y joyas,
capaz si.empre de grandes alardes pero con tendencia creciente a result .11 la segunda y más osada parte de la novela, reconstruye el aupamiento de
resabiada y sentenciosa. Fernando Atienza a los círculos del dinero y del poder político durante
Ya el artificio del que Casavella se sirve para montar su relato resul los turbulentos años de la Transición. Casavella traza una especie de pa-
ta enojosamente forzado. Fernando Atienza, el protagonista de El día d,·/ rodia acerca de cómo se constituye y finalmente disuelve, con gran aco-
Watusi, recibe el encargo de redactar un amplio informe confidencial s<t pio de imposturas y de chanchullos, uno de tantos partidos que emer-
bre los pasos de un oscuro personaje con el que al parecer tuvo relaciú11 gieron en la órbita del Centro Democrático Social. La sátira combina
en el pasado. De este encargo surge, dirigida a un supuestamente anú elementos vodevilescos con inoportunos guiüos de romanaclef,todo ello
nimo Lector - así nombrado en las frecuentes interpelaciones qul· li en el marco de lo que se ofrece como educación sentimental de un des-
hace el narrador-, una especie de prolija al!ltobiografia sentimental qu, pierto y enamoradizo jovenzuelo imbuido de fascinaciones gangsteriles .
traza el recorrido de Atienza desde el «Día del Watusi», en los estertorn El resultado es una de esas burlas que no ofenden a nadie, pues a nadie
del franquismo, hasta comienzos de los noventa, cuando el gran camba le cabe darse por aludido; un cuento ejemplar que nada ejemplariza
lache de las Olimpiadas. como no sea la muy plausible tirria que Casavella guarda haci a la más
El «Día del Watusi» es el 15 de agosto de 1971 , jornada en la qw · que cuestionable empresa de la Transición y el circo de complicidades a
Fernando Atienza - huérfano, de trece aüos, crecido en las hoy desap.1 que dio lugar.
reciclas chabolas de Montjuich- vive, en compafüa de su compañ ·111 En El idioma imposible,tercera y última parte de El día del l+átusi,Fer-
de andanzas, Pepito el Yeyé, una sucesión de acontecimientos de cará1 nando Atienza aparece convertido ya en un héroe del desengaño: un tipo
ter iniciático que marcarán hondamente su vida. Los juegosferoces, pn de esponjosa catadura moral que asume con resignada lucidez un rol mar-
mera parte de El día del Watusí, cuenta con pormenores el desarrollo d, ginal. Desde las calles del barrio chino de Barcelona a los locales noctur-
. esa jornada . Es sin duda la parte más atractiva de la novela, la que mej111 nos de la zona alta de la ciudad, donde ejerce de camello, Atienza pasea su
se adapta a las virtudes de Casavella, por mucho que no alcance a salir.., figura de indol ente fantoche, que contempla con amarga condescenden-
de la estela de sus más cercanos modelos: los modelos de Marsé, de Mm cia cómo se domestican y se envilecen las sucesivas promociones crecidas
doza, de Vázquez Montalbán, de lo que vale entender por cierta novd .1 en el turbio caldo de la Transición, especiahnente revuelto y maloliente,
barcelonesa escrita en castellano y muy sensible a la cartografía social. qué duda cabe, en los aledaños de la fastuosa Barcelona preolímpica .
política y sentimental de una ciudad cuyos ambientes más deprimid ,. Llegada aquí, la novela fluctúa alocadamente de una a otra de sus cada
ya sean obreros o marginales, ofrecen un agudo contraste con su abok11 vez más incompatibles tonalidades: desde el tono entre resentido y zum-
go burgu és y sus veleidades nacionalistas. El problema de esta priml'1.1 bón con que se practica una especie de literatura de ahnanaque -por lla-

266 267
UN ARTEFACTO SINCERO

mar así al apresurado repaso de los más comunes tópicos de la Transi-


ción-, hasta el alelado cinismo con que Atienza emprende, tras el culo
respingón de Victoria Llinás, hija de un reputado preboste de la burguesía
ilustrada catalana, una tardía y frustrada carrera de advenedizo; pasando
por la arrebatada estética del malditismo -esa romántica idealización dl: Museo de nostalgias
la autenticidad, de «la vida verdadera»-- a la que el narrador sucumbe al
evocar sus amores con Eisa Basara, una versión entre punk y yanqui de Antonio Soler, El Camino de los Ingleses
la Maga de Rayuela. Y así hasta desembocar en la gran traca de revela- Destino, Barcelona, 2004
ciones y desenmascaramientos con que, muy a lo David Mamet , culmi-
na el relato.
Ya se ha dicho: las poses y los remiendos peliculeros infestan esta no- Hay novelas que se lo juegan todo en la primera frase. O en el primer
vela de Casavella . También, junto a portentosas secuencias (magistral el párrafo. O en la primera página. En un puñado de palabras declaran todo
capítulo entero dedicado, en la tercera parte, a Octavio Llinás, por ejem- lo que son, todo lo que pueden llegar a ser, de forma que el lector sabe
plo), los chascarrillos, eufemismos y lírica chatarrería que lastran una enseguida a qué atenerse, y cuánto le importa .
prosa a veces poderosísima, en la que se cede sin embargo demasiado El Camino de los Ingleses, novela con la que Antonio Soler acaba de
protagoni smo a frases biensonantes cuya seducción resiste mal segundas obtener el Premio Nadal, empieza así:
lecturas. Está luego la salva gruesa de borrosas alusiones y rencorosas mas- «En el centro de nuestras vidas hubo un verano. Un poeta que no
cullaciones en que se disuelve el saludable propósito de ilustrar las trans- escribió ningún verso, una piscina desde cuyo trampolín saltaba un ena-
formaciones sufridas por la sociedad española, y más particularmente no con ojos de terciopelo y un hombre al que una noche se llevaron las
catalana, dur ante las penúltimas décadas . Y al fondo de todo, esa pers- nubes . Los días cayeron sobre nosotros como árboles cansados».
pectiva presuntuosamente desclasada, que se afinca mal en las connota- A quien se sienta cautivado o simplemente atraído por el intenso pre-
cion~s residuales de un concepto como el de xarnego,y que repinta una ciosismo de este párrafo, de poco ha de servirle la lectura de lo que si-
y otra vez el cartón piedra de una Barcelona convertida desde hace ya gue. Le bastará saber, para su contento y su recreo, que la novela entera
demasiado tiempo en su propio parque temático (para el que, sin ir más constituye no tanto la prolongación como el relleno de estas primeras
lejos, esta novela se postula como guía comentada). frases. Que en rigor no ocurre nada más, literariamente hablando, de lo
En la trayectoria de Casavella ejerce una atracción fatal la fallida in- que se columbra a partir de ellas.
tentona de Quédate (1993), su segunda novela, en la que ya apuntaban al- Pero cabe imaginarse a un lector que se pregunte qué demonios
gunos de los tics y de los yerros que, con más ambición, pero con menos quieren de cir estas frases. Que no se sienta interpelado por el blando
audacia y delirio, se repiten en ésta. Casavella no sacó de aquella expe- enigma que proponen. Que desconfie de su vistoso brillo. Y a este lec-
riencia el provecho que debía, y ha vuelto a ensayar una nueva y dificil tor también conviene advertirle, para empezar, que toda la novela está
combinación de rabia, humor y displicencia. De nuevo ha equivocado la ahí; que, de hecho, la novela entera traza un larguísimo bucle para lle-
fórmula. El mismo Fernando Atienza lo dice, por algún lado: <<Yrevolo- gar exactamente ahí, a esas frases iniciales, que ya hacia el final del libro
teo entre mis ficciones con vocación de artefacto sincero, dándome con (concretamente en la página 324) dice el narrador haber anotado un día
las frases en las paredes, sin levantar el vuelo)>. Pu es eso. Una lástima . melancólicamente, asaltado por los viejos recuerdos.

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MUSEO DE NOSTALGIAS ANTONIO SOLER

Un verano: el último verano de la adolescencia de unos cuantos mu- Algo semejante ocurre con la voz narradora, que se modula desde
chachos en una ciudad de provincias. una perspectiva presuntamente testimonial, autobiográfica, pero que tran-
Un poeta incumplido, un enano saltarín, un hombre (el padre de uno sita imperturbablemente del yo a la omnisciencia, siempre amparándose
de esos muchachos) desaparecido sin dejar rastro: protagonistas o sim- en el arrebatado lirismo que en definitiva impregna todo el relato.
ples comparsas de una abultada troupede personajes estereotipados, más Antonio Soler es experto en combinar el lirismo con registros has-
o menos «entrañables », más o menos portentosos, que entonan a coro la ta cierto punto contrapuestos, muy en particular con una tendencia al
elegía de la inocencia perdida, de los sueños rotos. tremendismo que en esta novela aparece sustituida, en buena medida,
Y esos días cayendo como árboles cansados: palabras bonitas y va- por amables trancas de humorismo costumbrista. Pero lo más frecuente
porosas que con su acusado lirismo excitan la sentimentalidad del lector . es que se le vaya la mano con el preciosismo al que irresistiblemente tien-
Todo esta ahí. de su prosa. Y que así llegue a ocurrir, por ejemplo, que para decir cómo
Con arte primoroso, con técnica a ratos magistral, con un lenguaje los años hubieron de marchitar la belleza de Luli Gigante, la chica más
pulido e irisado, Antonio Soler (Málaga, 1956) ha construido de nuevo guapa del barrio (por cuyo amor compiten Miguelito Dávila, el poeta
una admirable pieza de bisutería narrativa. Sus destellos son reales, y poco que nunca escribió, y el arrogante Rubirosa, el representante de ropa in-
ha de importarle, a quien se complace con ellos, si son vidrios o crista- terior que trata de camelar a Luli), Soler escriba: «Y los pétalos caídos de
les los que }os producen. Pero son vidrios, que conste. Añicos de una es- su juventud adornaron para siempre la alfombra de adoquines viejos y
tampa mil veces repetida de la vida de provincias, de la más tópica ima- asfalto cuarteado de aquel barrio».
ginería de las novelas de iniciación y adolescencia. Añicos de libros ya En 1975 Francisco Umbral obtuvo el Premio Nadal con Las nirifas,que
escritos, de películas ya vistas (uno piensa en un remakede Amarcordro- el propio autor definía como una «novela de la adolescencia y la provincia».
dado por José Luis Garci), ensartados con gruesos hilos de melodrama. Casi tres décadas después Antonio Soler repite fórmula con El Camino de
Sobre la artificiosidad de los materiales empleados ofrece una pista losIngleses,que se mantiene en una parecida banda retórica, sin adelantar un
el hecho de que la novela se desarrolle en una especie de limbo geográ- paso. La comparación entre una y otra novela arrojaría desalentadoras con-
fico e histórico . Leves indicios sugieren que la ciudad de provincias que clusiones, en particular acerca de la sentimentalidad mucho más tipificada
sirve de escenario a la novela, una ciudad costera al sur de Despeñaperros, y convencional, abstraída de su propio tiempo, en la que Soler se regodea.
podría ser Málaga, y que el narrador, cuyo nombre es Antonio, podría El narrador de El Camino de los Inglesesse refiere en un momento
ser un trasunto más o menos retocado del propio autor, quien por su dado al mucho tiempo que tardó la nostalgia en franquearle «las puertas
parte ha declarado que las cosas que cuenta podrían haber ocurrido hace de su pequeño y saqueado museo». Y con eso parece, al cabo, estar cons-
veinte años, es decir, hacia comienzos de los ochenta. Pero lo cierto es truida esta novela: con los expolias a un museo de la nostalgia, con re-
que la novela, .vaciada de todo ancl aje en una realidad concreta, podría cuerdos genéricos e impersonales.
también transcurrir en los años cincuenta o sesenta, y lo mismo en Má- Con eso y con frases relucientes, entre las que menudean los ripios
laga que en Torrevieja, o que en Girona: en un tiempo y un lugar, en moralistas, especialmente en las arrebatadas soflamas que a Miguelito
cualquier caso, en el que los adolescentes no van al cine ni ven la televi- Dávila le suelta la Señorita del Casco Cartaginés, con la que se acuesta
sión, tampoco juegan al fútbol ni mucho menos fuman porros, y se mas- furtivamente. Ripios como el que sigue, que actúa como leitmotiv del
turban pensando en la maciza dependienta de un establecimiento de ul- libro, y que podría servir de eslogan de una compañía aseguradora: «El
tramarinos que pretende parec erse a Lana Turner. mundo ha hecho un largo camino hasta llegar a ti».

270 271
MUSEO DE NOSTALGIAS

Aunque suele pasar que la cosa todavía suba más de colorido y al lec-
tor le entren al final ganas de preguntar lo que Moratalla le pregunta a
Miguelito Dávila cuando a éste se le va la boca:
<9oder, Miguelito, cómo te pones con las poesías. ¿Eso lo has leído
en un libro o te lo has inventado tú?». Zoología moral

Jordi Puntí, Animales tristes


Salamandra, Barcelona, 2004

Los «animales tristes» a los que hace referencia el título de este libro son
hombres y mujeres para los que la juventud, en la mayor parte de los ca-
sos, empieza a quedar atrás. Habitantes de ciudades como, por ejemplo,
Barcelona (pero lo mismo podría tratarse de Madrid, o de Roma, o de
Bruselas), son -declaraba el propio Puntí- «gente que por la noche
miran la tele durante tres horas y para que su vida tenga sentido critican
Crónicasmarcianas;profesores de instituto, funcionarios, que comp ran en
Ikea y creen que es diseño» .
Tienden a vivir en pareja, pero son tentados por las aventuras sexua-
les, y llam an amor a la dist ancia qu e resta entre los impulsos de segu irlas
y su terror a la soledad. Tanto si se resuelven a saltar esa distancia co mo
si no, padecen los desarreglos sentim entales que la sola conciencia de esa
distancia co nlleva. A esos desarreglos, y a otros de parecida naturalez a,
suelen llamarlo s «insatisfacción». Lo determinante en unos y otros son
las distintas formas que tien en de pactar co n esa insatisfa cción, y las di-
ficultades que par a conseguirlo supone el qu e carezc an de - por así de-
cirlo- <(glándulas morales».
Esto último puede resultar chocante, pero es un modo co mo cua l-
quier otro de sugerir que es su moralidad, precisamente, la que estable -
ce las conexiones má s profundas entre las seis piezas narrativas de este li-
bro. Todas ellas ejercitan, en efecto, una suert e de costumbri smo moral
muy afín, en definitiva, al de algunas de las más vigorosas corrie nt es del
rel ato norte am erican o. Pero no es necesario acudir tan lejos en busca

273
ZOOLOGÍA MORAL JORDI PUNTÍ

de parentescos, por mucho que Jordi Puntí (Manlleu, Barcelona, 1967) <<
Perro que se lame las heridas », en el que se hace empleo de la primera
concibiera y escribiera este libro durante una estancia en Nueva York. persona ), el narrador ostenta una condescendiente y eficaz omniscien-
Baste pensar en los «cuentos morales » de Eric Rohmer para hacerse un;i cia, llena de compasión y de ironía distanciadora. En los dos últimos, los
idea bastante aproximada, aunque vaga, de la acepción que se da aquí a trazos son bastante más gruesos, la mirada del narrador es mucho más
ese término, el de moralidad. externa y el tono satírico resulta demasiado subido.
En este registro (un registro en el que incurre asimismo -por w - Los relatos de Jordi Puntí se sitúan en la estela de los de autores como
nirse mucho más cerca todavía- una película como la reciente En la ci11- Quim Monzó y Sergi Pamies, que han acertado a adaptar en lengua ca-
dad, de Cese Gay), Jordi Puntí es un experto, camino de convertirse en talana, y hacer propias (con logros superiores, por cierto, a los de la me-
maestro. Y por mucho que en este libro se haya templado la fascinación dia de sus colegas en lengua castellana), algunas de las mejores cualida-
por el grotesco de la vida cotidiana que despuntaba en Piel de armadillo, des del relato norteamericano. Por este camino, y zafándose del burdo
su primer libro de relatos (1998; Salamandra, 2001), no cabe obviar la humorismo que a menudo achata los alcances de tantos otros narrado-
comicidad latente o claramente manifiesta que se abre paso a través de res que avanzan en parecida dirección, Puntí ha adquirido ya, con sólo
la desdicha esencial que caracteriza a estos Animales tristes.Precisamente dos libros, una merecida notoriedad, que lo hace acreedor de una sólida
en eso se juega la mencionada moralidad de sus distintas historias: en la expectativa. Su literatura no se sale, de momento, de las convenciones
comicidad que se desprende de la tristeza tan vulgar -genérica- y sin de un realismo urbano más o menos crítico, más o menos narcisista, que
embargo tan calamitosa a la que sucumben sus personajes . Costumbris- articula una suerte de sentimentalidad internacional. Los personajes de
mo moral, pues, pero en clave de comedia, como era de esperar. Come- este libro llevan nombres como Mirra, Eric, Leif, lrina , Helmut, y no
dia moral de costumbres, valga añadir. O, por seguir el juego a las inten- vale la pena indagar los motivos de esta bárbara onomástica. En cuanto
ciones del título: comedia humana, tristemente humana . a la previsibilidad de sus afectos, de sus congojas, de sus conductas, vale
Las resonancias balzaquianas de esta última etiqueta vienen bien para decir lo que, en el hermoso relato titulado «No estamos solos», su prota-
sugerir cómo en el libro se rozan o se cruzan los caminos de sus distin- gonista, Helmut, que se dedica a escribir guiones para falsos documenta-
tos personajes, pertenecientes todos a un mismo tejido social, cultural, les de ciencia ficción, se dice a sí mismo cuando observa las fotos de los
sentimental, del que uno por uno, pero sobre todo en conjunto, son re- actores y actrices segundones que la productora le manda .de Estados Uni-
presentativos. A este respecto, en la construcción del libro apunta, pero dos. Helmut piensa en las vidas inventadas que a él le corresponde atri-
sólo apunta, una ambición totalizadora que permanece como conteni- buir a esos rostros, y el narrador exclama: «Tópicos, tópicos, tópicos, pero
da por la escasez a la que el autor decide finalmente atenerse. ¡con qué ductilidad se ajustan a la vida real, todos esos caracteres, con qué
El retablo de treintañeros de clase media que configuran las cuatro sencillez acaban siendo tan creíbles qu e uno podría encontrarse con ellos
primeras piezas del volumen parece buscar un complemento en el díp- en la cola del súper!».
tico que forman entre sí las dos piezas finales. El protagonismo de éstas Y bien: eso mismo son los personajes de este libro: los animales tris-
recae, por un iado, en un matrimonio ya maduro de clase acomodada, y tes que uno se encuentra en la cola del súper.
por el otro, en la sirvienta de la casa y su noviete, un inmigrante perua- O en el espejo.
no. Pero se hace evidente que Puntí domina mucho .mejor el dibujo de
los personajes que pertenecen a su misma franja generacional -y so-
cial. En los cuatro primeros relatos del libro (y con la sola excepción de

274
LORENZO SILVA

ta cierto punto al margen de los prestigios y de los escalafones por los


que suelen competir la mayoría de sus colegas.
Docena y media de títulos publicados en menos de una década, en-
tre ellos unas cuantas novelas muy exitosas, traducidas a varias lenguas y
El novio de la muerte adaptadas o pendientes de adaptación al cine, dan cuenta, en el caso de
Lorenzo Silva, de un ritmo de producción incansable, que en buena me -
dida se explica por el recurso a plantillas genéricas, que Silva emplea con
Lorenzo Silva, Carta blanca astucia, imbuido siempre de un espírit u divulgador, pedagógico inclu-
Espasa, Madrid, 2004 so, y guiado por la obsesión - insiste él siempre - de no aburrir.
Carta blancanarra la historia de Juan Faura, joven de buena educa-
ción a quien un desengaño amoroso empuja a alistarse en la Legión .
Viene ocurriendo con la mayor parte de los grandes premios literarios. Como 1egionario, Faura combate en la guerra del Rif, y entr e las mu -
Cuando se entera uno de quién ha obtenido el premio, lo primero que chas atrocidades que le toca allí vivir, lo marca muy en particular una
le sale es preguntarse: Ah , pero ¿no lo había ganado ya? Y más tarde, cuan- razzia nocturna en la que participa todo su pelotón y en la que se co-
do lee el libro en cuestión, viene a pasar algo parecido: Humm, pero ¿no meten todo tipo de crueldades. El relato pormenorizado de esta razzia,
lo había leído ya? ocurrida en el otoño de 1921, ocupa la primera mitad de la novela, que
No, Lorenzo Silva no había obtenido aún el Premio Primavera. Ha consta de dos partes más. En la segunda, once años después, Faura, que ha
ganado el Premio Nada!, entre otros galardones, y ha quedado finalista abandonado el Tercio, se reencuentra con la mujer que decidió su des-
de algunos más, pero es la primera vez que gana el Premio Primavera . tino, y al tiempo que revive su antiguo idilio comparte con ella un tórri-
Y por supuesto que Carta blancaes una novela original, que nadie ha po- do ep isodio erótico. La tercera y última parte de la novela presenta a
dido leer hasta ahora. Lo que pasa es que reco bra escenarios y episodios Faura como subofi cial de las mili cias qu e, en el verano de 1936, resisten
históricos ya recreados con anterioridad por el mismo Lorenzo Silva (ahí heroica y desesperadamente el ataque que el ejército sublevado lanza
están su Del Rif al Yebala:viaje al sueño y pesadillade Marruecos,2001, y la contra la ciudad de Badajo z, a punto de caer.
novela El nombrede los nuestros, 2002), y lo h ace recurriendo a plantea- Con admirable instinto (y con oportunismo admirable, también),
mientos muy convencionales. Silva ha urdido una novela que posee todos los ingredientes para atraer
En el panorama de la actual narrativa española, Lorenzo Silva es uno al lector. Sobre el trasfondo de la invasión de Irak, viene muy a cuento
de los m ejores exponent es de lo que, sin retic encias de ningún tipo, cabe recordar los abusos y las brutalidad es que, no hace tanto, el ejér cito es-
entender por escritorprefesio11al. Es ésta una especie particular de escritor pañol cometió contra los «moros>>,así como la ferocidad de éstos. La de-
sin dem asiadas ínfulas intelectuales ni artísticas, solvente, concienzudo a nun cia de los «desastres de la gu er ra>>justifica el tremendismo salvaje
su man era, técnica ment e bien pert rechado, y muy sensible a los gustos y el morbo co n que se describen, en el episodio de la razzia, las viola-
y a las demandas del gran público. Sin preocuparse mucho por su pro- ciones y los crímenes que comete el pelotón al qu e Faura perten ece. El
pio carisma , y sin andars e en gene ral co n manías,. el escritor profesional interludio eróti co da lugar a un a subida escena de sexo en la qu e Silva
se enti ende bi en con una industri a editorial a la que sirve eficazmente y se explaya sin sonrojo («mordió sus pechos, la abrió con los dedos por
que le sirve a él para labrars e una próspera carrera que se desarrolla has- delante y por detrás, abrevó en su sexo y le hizo devorar el suyo hasta

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EL NOVIO DE LA MUERTE

atragantada»). Hacia el final, la Guerra Civil española, coloreada como


siempre con los tonos dd idealismo trágico, del heroísmo y de la derro-
ta, sirve de inmejorable escenario para la redención que en ella busca y
encuentra Faura (y el lector, de paso, y hasta España toda, si conviene)
para sus culpas y tormentos. Una novela necesaria
Silva no regatea los medios para conmover al lector, y no tiene em-
pacho, por lo tanto, en recurrir a estrategias tales como la de supender
excepcionalmente la perspectiva narrativa que rige para todo el relato Isaac Rosa, El vano ayer
y ponerse de pronto en la mente de la niña a la que están violando los Seix Barral, Barcelona, 2004
legionarios, que resulta ser una especie de Scherezade. Tampoco tiene
empacho alguno en empujar y redondear su relato con casualidades y
encuentros inesperados, con simetrías descaradamente ejemplares. El tra- Y había de ser un joven sevillano de apenas treinta años quien por fin
tamiento que hace tanto de la guerra de Marruecos como de la Guerra llegara a poner algunos puntos sobre las íes y metiera un barrido a tanta
Civil española apenas roza (y lo hace de un modo muy rudimentario) chatarrería sentimental, a tanto docudrama nostálgico, a tanta memoria
las consideraciones históricas y mucho menos ideológicas. Pero es que coloreada que de un tiempo a esta parte inunda este país con la preten-
la historia del taciturno y sufriente Faura es una historia de amor y de sión, dicen, de hurgar en su historia reciente.
pundonor, y es el espíritu de la legión, a la postre, la ética del caballero Ni la Guerra Civil ni la Transición: desdeñando el tirón narrativo del
penitente y del soldado, las que proveen de sustancia y diapasón a un re- que se benefician en la actualidad una y otra, Isaac Rosa se adentra en el
lato que, por debajo de sus ropajes documentales, vibra con los acordes inmenso agujero negro que se abre entre las dos: esos cuarenta años de
tan familiares de las hazañas bélicas en las que se perfila, a contraluz del franquismo cuya negra sombra todavía hipoteca el presente. Y lo hace con
poniente, el hombre de hierro y lágrimas, el héroe misterioso y solitario. la firme resolución de no dejarse embaucar por los discursos heredados .
Se veía venir, todo hay que decirlo. Se le tenía ganas al asunto, por
parte al menos de los más insumisos miembros comprendidos dentro de
la ancha franja generacional que cabe agavillar bajo el rótulo de «los ni-
ños de la Transición». Pero los acercamientos a los largos años de la dic-
tadura y -sobre todo-- a sus postrimerías emprendidos hasta ahora por
quienes cuentan en la actualidad menos de cuarenta años han solido
echar mano del choteo más o menos gamberro para trazar una visión jo -
cosa y, por así decirlo, chiripitifláutica del franquismo, que Guillem Mar-
tínez acertó a bautizar como Franquismopop (tal fue el título bajo el que
reunió, en un libro que pasó injustamente desapercibido, un puñado de
textos que frecuentaban en su mayoría esta onda).
Armado por su parte de: ironía - de feroz y sangrante ironía-, de
humor, de sarcasmo, pero imbuido a la vez de un a auténtica voluntad

279
UNA NOVELA NECESARIA ISAAC ROSA

de interpelación y de una contundente mala leche (que no confunde la gradísima estructura de «novela en marcha», una variante narrativa de
valentía con la travesura, la inquietud formal con el espíritu juguetón, eso de «catorce versos dicen que es soneto ... », que con impresionante
y que no se embelesa indulgentemente con el kitsch de los sesenta y los solvencia, y entre carcajadas temibles, dibuja en este caso, como sin pre-
setenta), Isaac Rosa ha escrito, para su generación y para las que vienen, tenderlo, el destino trágico de un oscuro profesor universitario implica-
pero también para sus mayores, la primera gran novela sobre el fran- do en los graves disturbios estudiantiles que conmovieron el régimen de
quismo debida a un autor que no lo padeció directamente. Ha escrito, Franco en los años sesenta.
además, una novela extraordinaria. Una novela que en sus prim eras pá- Las averiguaciones y las especulaciones en torno a las circunstancias
ginas se plantea explícitamente la exigencia de resultar necesaria . Y lo que habrían conducido a la detención e inmediata expulsión del país de
consigue. Después de haberla leído no cabe ninguna duda: existía la ne- Julio Denis (cal es el nombre del supuesto profesor, idéntico al de un seu-
cesidad de una novela como El vano ayer,y hay que aplaudir su adveni- dónimo empleado en su día por Julio Cortázar), sirven a Isaac Rosa de
miento. pretexto para elevar una durísima requisitoria al franquismo, a la bru-
No se olvide: la denuncia del régimen y de la sociedad franquista dio talidad de su sistema policial, a la corrupción moral que implantó en el
lugar a algunas de las más importantes novelas españolas del último me- país y de la que no deja de ser fruto la «repugnante nostalgia » que en
dio siglo. Con savias del todo nuevas, afincándose muy conscientemente más de una ocasión apunta en los recuentos costumbristas que hoy se
en la perspectiva del presente, El vano ayer asume e impugna la herencia hacen de aquel tiempo.
de la que se nutre, y se alinea en la poderosa corriente crítica que, dila- Las dos citas que presiden el libro declaran muy abiertamente su
tando los horizontes del propio género, dio pie a algunas decisivas no- rumbo. La primera procede de La memoria insumisa, de Nicolás Sarto-
velas de autores como Luis Martín-Santos, Juan y Luis Goytisolo, Mi- rius y Javier Alfaya: «Leyendo a determinados escritores, oyendo a ciertos
guel Espinosa,Juan Marsé o Manuel Vázquez Montalbán. Lo menos que políticos y visionando algunas películas, se diría que militar en el anti-
cabe decir de El vano ayer es que, sin desmerecerlo, entronca por dere- franquismo fue hasta divertido, >.La segunda son don versos de Antonio
cho propio con este linaje, sin que de ningún modo pueda tachársela de Machado que inspiran a Isaac Rosa el título de su novela: «El vano ayer
novela epigonal, más bien todo lo contrario. engendrará un mañana / vacío y ¡por ventura! pasajero ».
Entre los alicientes principales de El vano ayerse cuenta una severí- Isaac Rosa ha publicado con anterioridad una pieza dramática, Adiós
sima contestación de los moldes narrativos que no sólo a través de la li- muchachos(Premio Caja España de Teatro Breve 1997), la novela Lama-
teratura, sino también del cine e incluso la televisión, han contribuido a lamemoria (Del Oeste Ediciones, 2000) y varios relatos desperdigados
conforma,r, a menudo con poses supuestamente comprometidas, «una en distintos libros colectivos . Es coautor, además, del ensayo Kosovo, la
memoria que es fetiche antes que uso ; una memoria de tarareo antes que coartadahumanitaria (Ediciones Vasa, 2001), un lúcido y premonitorio
de conocimiento; una memoria de anécdotas antes que de hechos, pa- balance de las mentiras y las manipulaciones con que fue amparada la in-
labras, responsabilidades: en definitiva, una memoria más sentimental tervención internacional en aquella guerra. Con ocasión de la publica-
que ideológica ». óón de El vano ayer,Rosa redactó para la prensa un breve texto que no
Toda la novela se construye en contra de esa Ínemoria hegemónica, tiene desperdicio, donde se plantea las condiciones en qu e le cabe a un
y en la medida en que es así se cuestiona e indaga -desde «el hartazgo menor de treinta años escribir acerca del franquismo. El texto plantea
ante cierta escritura de plantilla »- su propia viabilidad en cuanto nove- cómo «a la carencia de recuerdos se une la insatisfacción acerca de la ofer-
la, en cuanto relato, en cuanto artefacto retórico, dando lugar a una lo- ta de recuerdos disponibles». Y concluye:

280 281
UNA NOVELA NECESARIA

«Es necesario entonces recordar preguntándome a la vez por qué re-


cuerdo así, por qué me hacen recordar así. Es necesaria una memoria
reflexiva, autocrítica, diseccionada. Reformular las preguntas, aunque se
demoren las respuestas. Escribir lo que no recuerdo, pero también lo que
otros no recuerdan, aunque deberían» . Una elegía pastoral

Bernardo Atxaga, El hijo del acordeonista


Alfaguara, Madrid, 2004

Resulta dificil sobreponerse al estupor que suscita la lectura de esta no-


vela. Cuesta creer que, a estas alturas, se pueda escribir así. Cuesta acep-
tar que, quien lo hace, pase por ser, para muchos, mascarón de proa de
la literatura de toda una comunidad, la dd País Vasco, cuya situación tan
conflictiva reclama, por parte de quien se ocupa.de ella, el máximo rigor
y la mayor entereza.
Ocasiones hay en que la indigencia narrativa admite ser tomada por
indicio de incompetencia moral. Ésta parece ser una de ellas.
Bernardo Atxaga (Aestasu, Guipúzcoa, 1951) nunca ha eludido -y
eso le honra- la representatividad que viene recayendo sobre él desde
el éxito clamoroso de Obabakoak (1988) . No cabe dudar de las presio-
nes que ello comporta y de lo difícil que tantas veces ha de result¡irle
abrirse paso a través de ellas. Hasta cierto punto, ello podría servir de
atenuante de la tibieza y de la confusión que rodean la percepción que
Atxaga tiene de la realidad vasca. Pero no puede de ningún modo ate-
nuar, por lo que toca a esta novela, el carácter tan tópico -acusadora-
mente tópico, esta vez- de sus planteamientos narrativos, la enclenque
consistencia de sus personajes, la poquedad de sus desarrollos.
El hijo del acordeonistatiene por principal escenario O baba, la imagi-
naria localidad vasca en la que viene recreando Atxaga, con tintas arcai-
zantes, los atributos del ámbito rural en el que él mismo se crió. Entre
otras cosas, la novela viene a contar el deterioro y la pérdida definitiva
de ese mundo idílico por obra del progreso, sí, pero sobre todo por la

283
UNA ELEGÍA PASTORAL BERNARDO ATXAGA

injerencia de una violencia histórica en cuya espiral queda atrapado Da- de la lucha, qué poca esperanza había para el mundo de los "campesinos
vid, el protagonista del relato. felices"».
Las circunstancias que, hacia finales de los años sesenta, pudieron La progresiva torna de conciencia de este estado de cosas ocupa al
empujar a un sano e ingenuo chavalote vasco a militar en ETA: tal pa- menos dos terceras partes de la novela, en las que de paso se da cuenta mi-
rece el asunto que Atxaga pretende ilustrar, echando mano de la expe- nuciosa - y sonrojante- de las zozobras amorosas de David. El resto
riencia de toda su generación y, eso sí, dejando claro su actual distan- del libro, a fuerza siempre de introducir elipsis temporales toda vez que
ciamiento de la actividad terrorista tal y como se viene desarrollando el relato se enfrenta a una dificultad, da cuenta de la forma casi inevita-
desde el establecimiento de la democracia. ble en que David se incorpora a ETA, organización que, conforme a su
Cuando apenas cuenta trece años de edad, un informe psicológico testimonio, parece limitarse a distribuir panfletos y hacer volar monu-
atribuye la poca sociabilidad de David al «apego» que siente por «el mun- mentos y edificios públicos. Sólo cuando las cosas empiecen a desman-
do rural», y hace constar que «los viejos valores» aparecen en su mente darse tornará David la decisión de emigrar a Estados Unidos, donde a la
«confundidos con los modernos» . Muy tempranamente, David siente la vera de su tío Juan, poseedor de un rancho dedicado a la cría de caba-
llamada poderosa de formas de vida arcaicas, que lo mueven a añorar un llos, cumple su ideal de vida bucólica, al lado de Mari Ann, su mujer
«mundo antiguo» que sobrevive todavía en las cercanías de Obaba . Allá (hija de un veterano brigadista internacional, cómo no), y sus dos hijitas.
frecuenta el caserío familiar de Iruain, en «un pequeño valle verde, bu- Con ellas juega David a enterrar en pequeñas cajas de cerillas palabras
cólico», que parece destinado a acoger a los «campesinos felices» (así los que en la «vieja lengua» de su país van cayendo en desuso.
llama él siempre, citando a Virgilio), junto a los cuales se siente David La beatitud y el maniqueísmo de sus planteamientos hace inservible
más a gusto que entre sus compañeros de colegio. El hijo del acordeonistacorno tesürnonio de la realidad vasca. A este res-
El conflicto empieza cuando, siendo todavía adolescente, David des- pecto, la novela sólo vale como documento acrítico de la inopia y de la
cubre poco a poco el oscuro pasado de su padre, acordeonista de profe- bobería -de la atrofia moral, en definitiva- que no han dejado de con-
sión, que colabora con las autoridades franquistas y que estuvo impli- sentir y de amparar, hoy lo mismo que ayer, de forma más o menos me-
cado, al parecer, en los fusilamientos que tuvieron lugar en Obaba tras lindrosa, el desarrollo del terrorismo vasco, reducido aquí a un conflicto
la entrada en el pueblo de los facciosos, a los pocos meses de estallar la de lobos y pastores, un problema de ecología lingüística y sentimental, al
Guerra Civil. Pese a su completa ignorancia de lo ocurrido, David se margen de toda consideración ideológica.
siente «enfermo sólo de pensar que puedo ser hijo de un hombre que Existe un huidizo concepto, el de la «razón narrativa,>, que por su
tiene sus manos manchadas de sangre». parte ampara las sinrazones que puedan caber en un relato . Pero es esta
A partir de entonces, el mundo de David queda ensombrecido por razón narrativa la que empieza por fallar completamente en El hijo del
la maldad impenitente de los fascistas y sus secuaces. Ellos son el origen acordeonista,novela que incumple las núnimas reglas del decoro literario .
de todos los males, pues no sólo son ladrones y asesinos, no sólo son es- El texto se ofrece como un desordenado «memorial» escrito por David
pañolistas y están moralmente corruptos, sino que, para colmo, son los pero reescrito póstumamente por su amigo Joseba, antiguo camarada en
que, a fin de hacer prosperar sus turbios negocios, y siempre «llevados la lucha y en la actualidad conocido escritor vasco. Un artificio trampo-
por su odio a las gentes del País Vasco», hacen traer a Obaba las grúas y so que, con sus chispas metaliterarias -y metaficcionales, dado que se
los camiones que con sus ruedas aplastan las «palabras antiguas>>,hun- insinúan aquí y allá claves autobiográficas-, no consigue amenizar la
diéndolas en el barro «como copos de nieve», dejando ver «lo desigual deriva tan previsible de un libro construido con una sentimentalidad ju-

284 285
UNA ELEGÍA PASTORAL

rásica, que en sus mejores páginas trae, bien que a su modo, el recuerdo
de las novelas de José Luis Martín Vigil. Todo servido en una prosa de
seminarista, de una cursilería casi conmovedora, llena de ridículos arro-
bamientos («Los osos: tan inofensivos, tan inocentes, tan hermosos») y
capaz de refutar en términos como los siguientes las maledicencias que
cor.ren en torno a don Pedro, un indiano ricachón -pero republica-
no- de quien se cuenta que labró su fortuna a costa de su hermano: «De-
talles policiales aparte, los dos hermanos se querían mucho: porque eran CALAS
Abe! y Abe!, y no, de ninguna manera, Caín y Abe!. Desgraciadamen-
te , como bien dice la Biblia, la calumnia es golosina para los oídos ... ».
Y sigue.
Para nimbar el marco pastoral de la novela con favorecedoras luces
crepusculares, resulta que David escribe su memorial sabiéndose víctima
de una grave dolencia que pronto lo arrancará de su particular paraíso
terrenal. Aunque tarde, ha comprendido que «la vida es lo más grande,
quien la pierda lo ha perdido todo » (sic). Pero incluso a la muerte con-
sigue arrancarle David rasgos embellecedores, pues en su cercanía el
amor adquiere, dice, nuevas formas: «formas dulces, casi ideales, ajenas
a los conflictos y a los roces de la vida cotidiana». Como las del camino
de salvación que postula esta novela .
El suplicio de las moscas

El 5 de octubre de 1996 publiqué en Babelia una reseña de La largamar-


cha, de Rafael Chirbes. Era la cuarta reseña que dedicaba a este autor, de
cuya trayectoria venía haciendo un atento seguimiento. Las anteriores
reseñas se ocuparon de En la lucha.final,en abril de 1991; La buena letra,
en marzo de 1992, y Los disparos de cazador, en mayo de 1994. Fueron,
las tres, reseñas respetuosas y favorables; las dos últimas, inequívocamente
elogiosas. No así la que dediqué a La largamarcha, que el lector puede
leer en este mismo volumen (al igual que la anterior, la que dediqué a
Los disparosdel cazador).
El miércoles 9 de octubre, en uno de los artículos que, bajo el epí-
grafe común de «Travesías», publicaba semanalmente en la sección de
Cultura del diario El País, Antonio Mufioz Molina salió en defensa de la
novela de Chirbes. Su artículo se titulaba << Folio y medio » y era a la vez
una encendida apología de Rafael Chirbes y un furibundo ataque a mi
persona, alentado sin duda por ya viejos resentimientos.
Mufioz Molina dedicaba la primera parte de su artículo a escanda-
lizarse ante el hecho de que cualqui er person a pueda en España adquirir
«el estatuto de crítico literario». Para ello, decía, basta «folio y medio».
«Uno publica folio y medio hoy, otro folio y medio la semana que vie-
ne, aprende a graduar y a rep etir la coba y el desprecio, y en menos de
un mes las editoriales ya le mandan todas sus novedades», escribía Mu-
ñoz Molina. Y procedía a continuación a dibujar, co n trazos sorpren-
dent ement e groseros, una caricatura genérica del crítico co mún, a quien
presentaba como una mezcla de matón de barrio y de pícaro gorrón,
que aprovecha lo s <<fas tuoso s almu erzos y cenas de presentación de li-
bros»' a lo s que, por lo visto, suele ser invitado, para b eber y zampar por
cuenta ajena.

289
CALAS EL SUPLICIO DE LAS MOSCAS

Venía luego la apología fervorosa de Chirbes y de su novela, en Li


que no faltaban los ripios característicos del gacetillero intoxicado por s11 Glosaspolacas
propio entusiasmo (cosas del estilo de «un libro extraordinario . . . en el
que se resumen y estallan en plenitud todos los libros anteriores »; «cada Insensatos quienes impugnan la autoridad de los críticos . Pues, ¿sobre
vez que yo abro una novela de Chirbes no puedo dejarla hasta el final. . . qué iban a fundarla? La crítica actúa en un ámbito donde no impera le-
la novela se apodera de mí, me envuelve, me sumerjo en ella» ... ). galidad alguna. O más precisamente: donde el delito lo constituye la con-
Ya hacia el final de su artículo, Muñoz Molina enderezaba una fr formidad con cualquier legalidad establecida. De ahí que los espíritus
roz andanada contra mi persona y el modo en que, «entre despectiva y beatos desaten su ardor guerrero contra el precario estatuto de los críti-
paternalmente>>, me <<cargaba» yo el libro de Chirbes. Lo hacía, al decir cos. En un mundo confortablemente prejuzgado por las listas de ventas
de Muñoz Molina, «con calculada mala fe, con extraordinaria bajeza in· Y los dictados de la academia, la crítica es aquel lugar donde todavía cabe
telectual», patente en el hecho de que se me ocurriera comparar La lar· una amenazante discrepancia.
ga marcliacon las novelas de José María Gironella. ¡Y todo ello en folio Un vulgar reflejo señala al crítico como rival del escritor. Pero, lejos
y medio! de eso, los rivales de la crítica son el periodismo y la publicidad. Ellos
«Cuando todas y cada una de las gacetillas de folio y medio de estl' modelan la sensibilidad y el lenguaje de la época. Para sobrevivir, la crí-
celebrado experto sean menos que cagadas de mosca en papel viejo dl' tica debe adaptarse a esta circunstancia, y hacerla suya. A ello la fuerza la
periódico», concluía Mufioz Molina su artículo, con magnífica ironfa, inferioridad de condiciones en que ha de actuar. Lo que el crítico tenga
«las novelas de Rafael Chirbes, las que ya ha escrito y las que aún le fal- que decir, deberá decirlo -para bien y para mal- en pocas y beligeran-
tan por escribir, seguirán alimentando la imaginación y la inteligencia tes palabras. En un folio y medio, por ejemplo. Si le dejan.
de esos lectores que no dejan de buscar el fulgor de la vida y la pasión La experiencia estética desatiende las dimensiones de extensión y de
moral en la literatura». tiempo. El papel y la tinta empleados en una obra de arte no determinan
Lo que sigue es la respuesta que, con fecha del 18 de octubre dl' su valor . No cabe, en consecuencia, establecer proporciones de longi-
aquel mismo año, di yo al artículo de Mufioz Molina. Con toda delibe- tud entre el juicio crítico y el empeño artístico al que se enfrenta. Pue-
ración, evité por mi parte contribuir al bochornoso espectáculo de Ull de haber una profunda justicia en el acto de desacreditar con una frase
escritor y un crítico compitiendo por ver quién de los dos insulta mejor el trabajo de años. Alguien dijo que el aburrimiento -¿o era el dolor?-
al otro . Preferí orientar la trifulca hacia una discusión acerca de los tó- es un instante eterno .
picos que pesan sobre la crítica literaria y las condiciones en que cabl' Un viejo tópico pretende que el crítico es un escritor frustrado. Pero
ejercerla . Poco, muy poco es lo que alcancé con ello, pero entretanto ya Juan Benet (¿por qué la sola mención de su nombre despierta tantos
dejé acuñada, en forma de réplica puntual a las pretendidas descalifica- resentimientos?) proporúa lo contrario: que el novelista es un crítico frus-
ciones de Muñoz Molina, una breve declaración de principios que, como trado, un hombre que, por querer llevar hasta un límite imposible el co-
le constará al lector del prólogo a este volumen, sigo suscribiendo hoy nocimiento de lo que le apasiona, no encuentra otra salida que la crea-
en día. ción. Dejando a un lado su aspecto provocador, la paradoja sugiere que
el lenguaje del creador y el del crítico son de naturaleza radicalmente
distinta: intuitiva la del primero, analítica la del segundo. De lo que no
hay que deducir una oposición, sino una complementariedad.

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CALAS

A la crítica no corresponde agotar -no podría- - los contenidos de


la obra literaria. Los críticos nunca tienen la última palabra. Su misión
es complementar los hallazgos de la escritura literaria, ordenándolos e11
una tradición. La misma gue habrá de servir de rasero para medir la obra
futura. De ahí gue Musil definiera la función de la crítica como una ce- Los caníbales los prefieren jóvenes
losa custodia del nivel alcanzado. Algo gue le impide autorizar la repeti-
ción de lo mismo -por mucho que complazca- si no es con un nuevo
sentido. Puede gue sí. Pu ede gue el de la crítica sea, en efecto, un oficio de ca-
De noche, ya en la cama, pueden hacerse muchas cosas, algunas más níbales. Se comprendería entonces gue algunos crí tico s, especialmente
recomendables que otras. Pero si se opta por leer una novela, el insom- beli cosos o sibarit as, prefieran la carne joven. Algo de eso barruntaba
nio gue suscite no pu ede aspirar a constituirse en un juicio de valor. La Walter Benjamín cuando, en sus tesis sobre la técnica del crítico, reco-
emotividad del lector no es una categoría de la crítica. El entusiasmo ar- mendaba abordar un libro «con la misma ternura con que un caníbal se
tístico, decía Benjamín, le es ajeno al crítico. En este aspecto, crítico y guisa un lactante». A nadie se le ocurre gue un consejo así p ued a seguirse
lector tienen poco gue ver. De hecho, las relaciones gue uno y otro guar- co n según gué autores y libros tan correos os.
dan con el texto no sólo son diferentes, sino , en cierta medida, antitéti- En cuanto a los jóvenes escritore s, suele pintárseles, en relación con
cas. Nada más erróneo que la pretensión de gue el crítico es un lector el crít ico severo, como Da vid frente a Goliat , en sus manos la nueva hon -
int erpuesto. La crítica poco tiene gue ver con los desahogos de una sen- da con gue habrá de derribar al matón de los filisteos, al celoso vig ilan-
sibilidad afectada. Por el contrario, el crítico mantiene la distancia. Su te de la tradición y de los conve nci onalis mos , pe rtr echado de clasifica-
arte consiste, precisamente, en crear esa distancia entre él y el texto, y en ciones y prejuicios, víctima al fin del mozalbete ague! al gue desdeñó
hacerla fértil y problemática (Steiner). por su juventud y su be lleza incomprensible .
El crítico no apela a la post eridad. A él corresponde levantar su jui- Aunque lo m ás cor rient e, en la actua lidad, es gue el crítico se acu-
cio en presencia del autor, lo cual incid e decisivame nt e en el alcance de clille frente al jo ven retoño, y para complacerlo balbu cee idioteces. Tan -
su tarea, y en su dimensión polémica . Porgue la reclama el olvido, a la to es el ascendente gue la juventud ha cobrado en estos tiempos, tanto
crítica le urge extremar todos sus recursos, agotar las po sibilidades de una es el deseo gue ella misma insp ira, tantas son las ganas de entenderla y
lectura accidental y apresurada. Ningún pacto prolongará su vigencia. aun adelantarse a sus designios, para participar de algún modo de su pro-
Adorno dijo gue ya no se pued e esperar en la posteridad sin caer en el mesa de futuro.
conformismo. La crítica construye sobre esta desesperanza su razón de La comprensión y la tolerancia gue tan a menudo se reclama para los
ser. Como la de las moscas, su existencia es efímera, y en un mundo guc jóvene s noveles suponía una situación de desigualdad gue entretanto ha
se pretende cada día más aséptico, no debiera renunciar a resultar incor- cambiado de signo, pues hoy la juventud se beneficia del tra to preferen-
diante. te gue le reporta su hegemonía social, su indiscutible protagonismo en
El País, 18 de octubre de 1996 el imaginario co lecti vo. Por lo gue a la literatura toca, la juventud es un
valor añadido al talento del escri tor en ciernes, y un valor tan cotizado,
gue hasta· puede fácilmente usurpar el lugar mismo del talento. No es
extraño entonces gue el escritor en ciernes se dedique, tan frecuente-

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CALAS LOS CA N ÍBALE S LOS PREFIEREN JÓ VENES

mente, a administrar su propia juventud, refugiándose en el cada W.'I den. La realidad, sin embargo, es que la época actual, más que ninguna
más vasto territorio que la literatura comparte con la sociología. otra, carece de resort es y alicientes que an im en esa actitud transgresora.
Entre los factores que determinan el desairado papel del cótico es l:1 Y que la juventud, de la que emergía antes la expectativa principal de esa
dificultad que él mismo encuentra para decidir con seguridad de qué ha- transgresión, es hoy objeto de una adulación anestesiante .
bla cuando habla de literatura. Pero dejándolo a solas con su desamparo :1 <<Así que me dirij o a la juventud», decía Lou is Arag on en una épo -
este ~especto, hay razones importantes para que concentre su atención en ca (1928) en la que él mismo era un joven talento so y realmente trans-
lo que escriben los jóvenes. Razones que tienen que ver, desde luego, co11 gresor, «pero mirad por favor có mo sopo rtan los jóvenes la rut ina del
la expectativa de novedad que la juventud encarna. Pero también, y sobre mundo. Más caguetas que nunca. Pues han en contrado el truco. Senta-
todo, con una circunstancia inversa: el hecho de que la literatura escrit:i dos tranquilos en medio de las máquinas infe rnal es.»
por los jóvenes «suele ser un buen lugar para descubrir las convenciones Que así sea obedece al hecho de que, más que nun ca, en un tiempo
de un determinado peóodo y para ver sus problemas desde dentro». del que ha desaparecido todo fundamento para la esperanza, se buscan
La observación es de Paul de Man, quien sugiere que se repare en los con ansiedad los indi cios de cualq uier promesa. Pero ya lo advertía Cyril
libros, generalmente precarios o mediocres, que buena parte de los qm· Connolly en un ensayo célebre (titul ado, pr ecisamente, Enemigos de la
luego fueron grandes escritores publicaron en su juventud. «Con fre- promesa, de 1934): «A quien los dioses desean destruir lo llaman pro-
cuencia», concluye, «éstos parecen ser más receptivos que nadie a los ma- metedor ,>.
nierismos y los lugares comunes de su época, especialmente a aquellos Juventud y promesa son términos hoy casi sinónimos, empleados por
que su obra posterior rechazará más enérgicamente.» lo general para engatusar las conciencias con la inminencia de una re-
Uno de los más útiles servicios que un crítico puede hacer al joven novació n qu en defini tiva sólo aciert a a prod ucirse en un plano bio ló-
escritor consiste precisamente en señalar en su obra esos lugares comu- gico y que se traduce simplemente en un recambio de públi cos y de
nes y esos manierismos de los que dificilmente se sustrae un libro pri- clientelas. Y ello ocurre a tal punto que debe cons id erarse seriamente
merizo. Aunque puede ocurrir (de hecho , es lo más corriente) que el en qué medida la juventud se ha convertido en un estamento en el fon-
propio crítico no alcance a discernir esos lugar es comunes y esos ma- do conservador, susceptible hoy más que nunca a las manipulaciones de
nierismos; más aún: que su propio gusto opere con ellos, de tal modo la publicidad y de las propagandas de toda índo le, servidas en forma
que no los reconozca como tales, e incluso los celebre, si es que no los de lemas para camiset as. La sola pos ibili dad de que sea realme nt e así j us-
emp lea como argumento en co ntra del libro que excepcionalmente no tificaría por sí sola el que, abandonando paternalismos y condes cend en-
sucumbe a ellos. También en este caso el escritor joven obtiene del crí- cias, la crítica empleara con ella una atención, una dedicación y una seve-
tico un servicio, por cuanto le ayuda a percibir cuáles son las conve n- ridad que, absurdamente, todavía ho y se juzgan impropia s, sin entender
ciones imperantes y cuáles los problemas que h abrá de resolver para su- que sólo así puede fomentarse una reacción favorable.
perarlas. Las palabras de Paul de Man traíd as más arriba corresponden a un
Para ejercer su oficio, el crítico apela a la tradición y se sirve del len- interesante artícu lo publicado en 1955 bajo el signific ativo título «La
guaje de su época, los dos elementos co n lo s que el escritor de raza man- generación de la interioridad » (en Escritos críticos,Visor). Este artículo
tiene una relación polémica . El problema mayor de la crítica es vencer la cont iene un diagnóstico sobre la literatura h echa por los jó venes que se
dificultad que entraña su propio sentido de la tradición y del leng uaje a corresponde punto por punto con el que hoy mismo cabría hacer, acaso
la hora de recono cer la singularidad de aquellas formas que los transgr e- con énfasis todavía más justificado, pues el hecho de que la situ ación

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CALAS

lleve prolongándose más de medio siglo no permite albergar muchas es-


peranzas sobre su posible remedio. Conviene dar la cita por extenso:
«Cada generación escribe su propia clase de mala poesía, pero muchos
poetas jóvenes de hoy son malos de un modo intrincado y enrevesado
difícil de describir. Más libres y conscient es que todos sus predecesores. Troya festejada
parecen incapac es de superar la pasividad, que es el término o_puesto dl'
la libertad y la conciencia. Pueden ser muy formalistas, pero sm un ver-
dadero sentido del decoro; hbres hasta la extravagancia, pero sin disfru· A la altura de 1956, en su ensayo sobre La inspiracióny el estilo, especu-
tar de su atrevimiento; meticulosamente preciosistas, pero sin verdade- laba Juan Benet sobre los motivos que impidieron que prosperara en la
ro gusto por el lenguaje. En el mejor de los casos, dan vueltas de un lado literatura española lo que él llamaba grand style, y concluía que ello se
a otro como animales enjaulados, explotando sus mitos uno por uno, ha·· debió en gran medida a la distancia crítica adoptada por el intelectual
ciendo una y otra vez el inventario de los fracasos que han heredado. En español respecto al Estado.
el peor de los casos, adoptan determinadas poses y confunden la.imita- Escribe Benet : <<Yo no soy capaz de descubrir en el artista español
ción con la máscara, hablando de sí mismos sin parar -y sm suscitar m- -en el escritor, en particular- del siglo XVI en adelante una absoluta
terés alguno- mediante referencias tomadas de otros con toda minu· compenetración con su país. Me he referido antes a una bastante gene-
ciosidad». ralizada incompatibilidad de ese hombre para con un Estado cuyas em-
No hace falta precisar que la estimación vale para la narrativa c011 presas nunca llegó a ver del todo claras, pero que el español, celoso de
tanta O más propiedad, si cabe, que para la poesía . Pero sí importa añadir su seguridad y despectivo como nadie a una form.ulación doctrinaria
que la libertad y la conciencia a las que De Man se refiere han meng~,a- de aquella postura de disentimiento, jamás se preocupó de manifestar
do en medida proporcional al control del mercado sobre la producnon sino haciendo uso de aquellas metáforas y retruécanos que tan diestra-
y la recepción de las obras escritas por jóvenes. Por lo demás, el propio mente aprendió a utilizar. .. En sus manos, el gran estilo (y la tradición
De Man se pregunta si no se trata de un fenómeno normal de la Juven - clásica) no cumplió otra función que la de de sviar d resentimiento ha-
tud, «la expresión moderna del mal du siec/e»,para responderse él mismo cia el Estado y transformarlo, por la vía del menosprecio, en una acti-
que no, que se trata de una crisis más profunda . . tud estética ... ».
De Man escribía su artículo a las puertas de lo que luego dio en lla- Esta actitud habría comenzado a forjarse, según Benet, en los um-
marse la posmodernidad. Una categoría que serviría para refrendar brales de la España imperial. Se puso entonces en marcha, alentado por
ideológicamente esta situación de hecho, y sobre la que habría que pre- los intereses de la corona, «un monstruoso y artificial aparato propagan-
guntarse hasta qu é punto consiste en la sustracción, al concepto _demo- dístico» que aparejaría «una de esas enfermedades colectivas inoculadas
dernidad, del factor renovador de una juventud a la que se evita toda en el cuerpo de la nación y de un pueblo que jamás había manifestado
crítica porque ya no es crítica ella misma. Si así fuera, bienvenidos sean el menor afán por el cosmopolitismo, el mesianismo o la voluntad de
los caníbales. Acaso ellos traigan una solución, después de todo. conquista». El mal sería tanto mayor cuanto que ese pueblo «no tenía fe
en las grandes ·aventuras políticas y espirituales que le impusieron sus go-
El País, 30 de mayo de 1998 bernantes» y, en consecuencia, «tuvo que sufrir una de esas sacudidas me-
dulares con que, si quieres como si no quieres, el Estado decide desper-

297
CALAS TROYA FESTEJADA

tar la conciencia del país y apoderarse de ella para sus propios fines y que nir que el rasgo definitivo de su hipotética fisonomía ro constituyen las
-lo hemos venido a comprobar palmariamente en d siglo XX- el pue- nuevas actitudes del escritor con respecto a la empresa del Estado. Algo
blo tiene que aceptar sin rechistar, inconsciente de la operación que se cuya trascend encia, ya de por sí grande, será tanto mayor en cuanto se
va a operar en su propia conciencia>>. acepte que con ello se rompe al fm una tendencia que, como sugiere Be-
Incluso a qurenes sorprenda o incluso irrite una lectura tan atrevida net, se prolonga durante cuatro siglos. Y en cuanto se considere además
como la que hace Benet de un tan complejo proceso histórico, habrán -pero de ello cabrá ocuparse más adelante-- que se trata bien de un
de transigir, al menos parcialmente, con la conclusión que él saca sobre fenómeno coyuntural, bien de una redefinición más en profundidad de
lo que vino a ocurrir en el plano de la actividad artística e intelectual. las relaciones que mantienen entre sí uno y otro.
Y fue que << el sentido crítico del país, su aversión al arte pompiery su ansia Como sea, y por ceñirse a las palabras de Benet, lo que puede ase~
de supervivencia y preservación de las virtudes nacionales vinieron a gurarse es que se ha diluido, por parte del escritor, la «generalizada in-
aunarse en secreto contra un disfraz que no le convenía y contra el que compatibilidad» para con <<unEstado cuyas empresas nunca llegó a ver
era preciso, por un procedimiento metafórico, irónico y simulado, mon- del todo claras». Y, junto a ello, esa <<posturade disentimiento» que lo
tar un unánime proceso de burla y desenmascaramiento. Como objeto invitaba a vivir en un permanente estado de «sorna clandestina>>.En su
de burla podía servir cualquier cosa -salvo el propio Estado defendido lugar, a raíz primero del advenimiento de la democracia y luego de la
por la censura- que a través de una conducta impersonal, autoritaria, llegada al poder del Partido Socialista, ha habido oportunidad de ver
ridícula, inoportuna e impertinente se emparentara con la representación cómo los ideales de cambio, de liberalización, de cosmopolitismo asu-
física de la máquina estatal». midos por el Estado en el plano de la acción política han sido también
A partir de ese momento, y sin menoscabo de la amplia gama de ma- asumidos por buena parte de los escritores activos en el plano de la crea-
tices en las formas con que, durante el transcurso del tiempo, se asume ción intelectual y estética.
dicha actitud, el artista y el intelectual español definen su opción estéti- En un segundo orden queda la cuestión de elucidar si, a la par de esta
ca en relación antagónica respecto del Estado. Y así ocurre desde Cer- coincidencia de objetivos y de intereses, ha tenido lugar, ya sea por par-
vantes hasta Juan Goytisolo, salvadas todas las distancias -la más corta, la te del aparato del Estado, ya por la de un bien nutrido censo de oficiantes
cronológica- que median entre uno y otro, y salvado el hecho de que, de la cultura, la iniciativa de un festivo conchabamiento encaminado, si
durante este dilatado período, la posición de los antagonistas se invirtie- por parte del primero, al alistamiento de los intelectuales como garantía
ra, de modo que, a partir del siglo XVIII, la causa de los intelectuales, lejos de credibilidad y airosa rúbrica al proyecto de renovación y desmemo-
de ofrecer resistencia a la vocación aventurera de las clases gobernantes, riada convivencia emprendido con el consenso de fa mayor parte de la
fuese la de intentar forzar la apertura de un Estado encastillado en un población, y si por parte de los segundos, como celebración -mejor que
ideal autárquico, mezquino y castizo. simple man ifestación- de un compromiso que por vez primera los ali-
En los últimos años, sin embargo -y de ahí el interés de recalar en neaba con el bando ganador (ya que no vencedor).
estas ideas de Benet-, la cultura española ha conocido un portentoso Los indicios de cuanto aquí se dice son especialmente patentes por
cambio de signo a este respecto . Y ello a tal punto que, si se admite (como efecto de un agudo contraste entre las nuevas actitudes estéticas alenta-
quedaba sugerido en la anterior entrega de estas notas) que, en el marco das por la inédita conmilitancia del escritor y el Estado, y aquellas otras
de esa misma cultura española, la época de la transición democrática que, ya antes de tener ésta lugar, habían ocasionado una amplia reacción
constituye un período suficientemente caracterizado, habrá que conve- contraria, acaso porque habían conducido a un extremo de saturación

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CA LAS TROYA FESTEJADA

determinados recursos de que se servía la oposición a aquél. Ciertamen- lo popular que Sánch ez Ferlosio observaba en su artículo «La cult ura , ese
te, la inmediata sintonía que se alcanza, en la España del po sfranquismo, invento del gobi erno » (títu lo qu e constitu ye todo un lema de lo que se
entre los fervores políticos y los culturales sólo se explica establecido el viene dic iendo ).
hecho de que, ya varios años antes de la muerte del dictador, se había ini- Acabada esa fiesta, en plena resaca de aque llos años, toca preg untar-
ciado una nueva época en la conciencia política, moral y estética del país. se si, como ya antes se ha apunt ado, el idilio mant eni do entre los escrit o-
En una confer encia dictada el año de gracia de 1975 y dedicada a «la res y el Estado puede darse por termina do, o si simplement e se p enetra
producción literaria en la España actual», Juan Benet describía la época ahora en una suerte de ruti na más o menos co nyugal, en un a situación,
trans currida-y superada- como «una época troyana ». A su juicio, des- por así decirlo , «normali zada». Desde el punto de vista de las letras la
de la Guerra Civil, pero también desde mucho más atrás, «casi todas las cuestión se traslada a una pregunta de fondo: ¿se han operado en el plano
novelas españolas fueron caballos de Troya», es decir, «mixtificacion es» de las actitud es estéticas transformaciones tan definitivas como las que, al
debidas a la promiscuidad de los ideales estéticos, políticos y sociales. De parecer, han tenido lugar en el plano social y po lítico? Sin pecar de opti-
esos caballos de Troya fueron saliendo, una y otra vez, «ejér cito s de ideas» mismo, ¿puede estimarse que hay síntomas certeros de superac ión de esa
destinados a minar los fundamentos de un Estado que se perpetuaba in- «enfermedad colectiva » que, desde cuatro siglos hace, afecta a la cultura
sospechablemente. del país? Y si así ha sido, ¿cuál es el alcanc e de esas transform acio nes, y
Pero Troya no ardió . En todo caso, lo que ardió fue la gran hogu era qué valor tienen, en relació n co n las mismas, los rebrotes de un casticis-
en que se consumieron tantos cab allos de madera . A su luz se celebró la mo que, desde la óptica de Ben et, constituía el estandarte de una actitud
ocupación de la ciudad, qu e no su conquista. Sus nuevos moradores en- estética informada po r el resentimi ento hacia el Estado?
traron por la misma puerta por la qu e salía la comitiva fúnebre de su anti-
guo amo. Llegado el momento, ya nad ie quiso entretenerse en «mat ar a Lateral, n. 0 2, diciembr e de 1994
un difunt o, y menos con la pluma ». Y relegada esa «mi sión funeral», por
fin el escritor español podía dedicarse, «con pleno convencimiento, a la
perf ecc ión del arte literario », y co nven ce rse «de que merec e la pena in-
tentar cultivarlo por sí mismo» (Benet).
¿Ocurrió así? En un nuevo balance de la novela española realizado
en 1980 , el mismo Benet observaba cóm o, desaparecido de hecho «el
fantasma qu e había atormentado de tal manera a la cultura española », se
produjo «un mom ento de alegría, de súbi to renacimi ento, de despreo-
cupación por el p asado y nu evas aspir acio nes, de un regoc ijado des-
precio hacia el catafalco del régim en >> . En aquellos años, concluye Be-
net, «la cultura española tuvo algo de kermesse» . Pero el mismo juicio
cabría extenderlo a prá cticamente toda la década de los ochenta, en que
la tempran a llegada de los socialistas al poder dio pi e a la consag ración
oficial de la cultura como fiesta. Bast e recordar en este punto - una vez
más- las consideraciones sobre el into cable pr estig io de lo festivo y de

300
LOS RASTROS DE UN MESTIZAJE

Muñoz Malina se sintió impelido a retomar una suerte de crónica fa-


miliar cuyos primeros apuntes remontaban a 1986, poco después de la
publicación de Beatus flle, su primera novela. Abandonada y vuelta a re-
tomar en sucesivas ocasiones, esta crónica familiar terminaría convir-
Los rastros de un mestizaje tiéndose en el esqueleto narrativo de El jinete polaco y en el hilo con-
ductor del retorno a los orígenes que allí se postulaba.

1. Hacia el año 1992, la narrativa española conoce un reajuste funda- 3. A los treinta y cinco años, es decir, a la mitad del camino de la vida,
mental de sus coordenadas. Toda una serie de circunstancias concurren no es infrecuente que un escritor tope consigo mismo y que en su pro-
para que así sea, pero aquí sólo se va a reparar en una de ellas, muy aza- pia escritura se abra un sendero de indagación personal. Un caso em-
rosa. Tiene que ver con la publicación, en torno a esa fecha y con muy blemático en la narrativa española es el de Juan Goytisolo, quien a los
pocos meses de diferencia, de El jinete polaco( 1991), de Antonio Muñoz treinta y cinco años, precisamente, publicó Señas de identidad. Sin pre-
Malina, y de Corazón tan blanco(1992), de Javier Marías. Dos novelas de- tensión de extremar la comparación, esta obra tiene la virtud de ilus-
terminantes en las trayectorias respectivas de sus autores, escritores de los trar en negativo el sentido y la significación de El jinete polaco. Pues allí
más reconocidos y a la vez más representativos de la narrativa española donde Goytisolo, en un implacable repaso de la propia experiencia per-
de este último cuarto de siglo. Y dos novelas, además, que, aparte las sonal, fundaba una poética de la negación y del extrañamiento que
muy distintas direcciones que señalan, tienen en com.ún una curiosa comprometía su andadura futura, Mu11oz Malina, a la inversa, en un
coincidencia: el hecho de que sus protagonistas sean -en las dos- in- entrafiado recuento del pasado, concluye en una poética de la afirma-
térpretes, traductores simultáneos. Vale la pena extraer de esta coinci- ción y del regreso que, en relación con su obra anterior, se resuelve en
dencia algunas consideraciones que pueden ser de interés. un relajamiento de la impostación narrativa, en un deliberado arrimo
a una voz y una vivienda más presuntamente personales, también en
2. Antonio Muñoz Malina publica Eljinete polacoa finales de 1991, des- una reconducción de sus propios planteamientos literarios por caminos
pués de obtener el Premio Planeta de ese año. La novela supone un giro que conectan en cierto modo con una tradición de la que se distancia-
notable en la trayectoria de este escritor, que cuando la concluye cuenta ba acusadamente en sus novelas anteriores.
treinta y cinco años. Él mismo ha declarado cómo, poco antes de empe-
zar a escribirla, se encontraba, «narrativamente, en un callejón sin salida». 4. Javier Marías no ha escrito sobre la génesis de Corazón tan blanconin-
Acababa de publicar Beltenebros(1989), y guardaba, dice, la sensación de gún texto tan explícito como el de Muñoz Malina sobre El jinete pola-
haber «transitado por unas regiones muy enrarecidas de mi imaginación co, pero desde el conocimiento de sus obras anteriores es fácil deducir
literaria>>.A lo que añade: «En el manejo del thrillerliterario y cinema- que, a diferencia de ésta, aquella novela progresa en una dirección em-
tográfico para alcanzar propósitos que nada tienen que ver con él había prendida por Marías desde tiempo atrás. Esa dirección es, por utilizar una
más peligro de amaneramiento del que yo imaginaba. Había que largar- expresión del propio Marías, la de «una novela no necesariamente casti-
se de allí, a ser posible tan rápido como un personaje de thríllen>. za», que en su momento hizo gala de su desapego a la tradición novelís-
El modo más inmediato de hacerlo consistió en aceptar el encargo tica española y que se propuso, de un modo casi programático, hacer
de un libro sobre la Córdoba de los Omeya. Fue al terminarlo cuando «caso omiso de lo español».

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CALAS LOS RASTROS DE UN MESTIZAJE

«Hacíamos caso omiso del español», puntualiza Marías, «pero sin em- La contrapartida a esta tendencia habría sido, a lo largo de todo ese
bargo escribíamos en español.» Y señala cómo, en su caso particular, se tiempo , «esa especie de voluntad enfática y religiosa de diferencia que so-
le afeaba que su castellano «sonaba a traducción». Un reproche que en lemos apodar casticismo ». Pero el casticismo, al decir de Catelli, habría
aquellos momentos (los años por los que Marías publicó sus primeras perdido en la actualidad todos sus arrestos, y lo que predominaría en su
novelas , es decir, entrados los setenta) podía tener connotaciones meri- lugar sería el mestizaje, rasgo a su parecer tan característico, al cabo, de la
torias. Al fin y al cabo, el mismo Marías sugiere que entre los méritos de literatura española, como lo ha sido tradicionalmente de las latinoame-
su generación se cuenta el de «una nada despreciable labor de normali- ncanas.
zación y puesta al día de la vida literaria española, a la que, por así decir, Según Catelli, durante los años ochenta se habría producido «un fe-
incorporamos a algunos de los autores que ya he mencionado [se refie- nómeno nuevo, inédito en España»: el de «un corte sin precedentes con
re a Faulkner, Conrad, James, Melville, Beckett, Musil] y a muchos otros la tradición». Lo cual sería indicio de que ese mestizaje que ella misma
de cuya existencia, en España, no se tenía casi ni noción mientras en el propone como <<figurade la nueva narrativa» vendría operando en un
resto de Europa eran moneda corriente». sentido horizontal y no vertical: «no busca en el pasado, sino que explo-
Quede para otro lugar la discusión sobre este último aserto, repleto de ra el presente; no confía en la sucesión y en la jerarquía, sino en la simul-
interés para la historia de la literatura española. (De hecho, esa «puesta al taneidad». Y en la vida literaria occidental, añade Catelli, «lo único si-
día» era tarea reservada a la generación anterior, la llamada generación multáneo -hasta el infinito- es la traducción» .
del 50, qué se distrajo de ella a consecuencia de su compromiso -transi- Si los nuevos narradores españoles «han cortado las pistas de su lina-
torio- con el realismo crítico , y que cuando se propuso rectificar fue je,>, ello ha sido posible, según Catelli, por virtud de una indiscriminada
barrida por la onda expansiva del boomlatinoan1ericano, auténtico agente incorporación a su lengua literaria de todo tipo de autores, corrientes y
divulgador de un cosmopolitismo a menudo equívoco y epigonal, cuan- movimientos, más allá de cualquier barrera geográfica o cronológica.
do no de segunda mano). El caso es que el testimonio de Marías docu- «Esto es extraordinario --subraya Catelli-; en el sentido de que no ha-
menta, con varios años de anterioridad, el penetrante análisis que con- bía sucedido jamás . No tiene que ver con el afrancesamiento típico de
dujo a Nora Catelli a concluir qu e la masiva incorporación al horizonte ciertas generaciones españolas, ni con la reacción también típica frente
de referencias de los escritores españoles, a través de las traducciones, de al casticismo. Es una especie de marea que cubre las huellas que dejaron
autores como los que Marías cita, estaba siendo el agente de un cambio otras mareas en las piedras de la tradición y de un solo movimiento las
decisivo en la narrativa española, en la que se habría operado, durante los borra. » De lo que concluye Catelli: «Sucede como si los nuevos narra-
años recién transcurridos, «un corte sin precedentes con la tradición». dores se hubiesen inventado una cartografia en la que todas las rutas sean
posibles, todos los caminos estén expeditos, todos los mares y los ríos
5. Vale la pena resumir aquí los argumentos de Catelli. Sostenía en su sean navegabl es. Y todas las lenguasaccesibles».
artículo que «de todas las grandes literaturas occidentales, la castellana es
la menos autónoma, aunque sea la más aislada»; que «tanto en la narrati- 6. Nora Catelli escribía este artículo para un número especial de la Re-
va como en el ensayo », la literatura espaúola «ha dependido, a lo largo de vista de Occidentededicado a «España a comienzos de los noventa » y pu-
los siglos XIX y XX, de corrientes y autores extranjeros», y que «en nues- blicado en el verano de 1991. Por aquel entonces, su análisis acertaba a
tra época, la tend encia a recurrir a modelos anglosajones, franceses o ale- explicar la multiplicid ad de tendencias que otros críticos del momento
manes no ha hecho más que acentuarse». - la mayoría - se limitaban a hacer constar co n tozuda perplejidad en

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CALAS LOS RASTROS DE UN MESTIZAJE

sus respectivos balances de la situación por la que pasaba la narrativa es- prenden dos actitudes en cierta medida opuest as por parte de Muñoz y
pañola. de Marías; actitudes que, con todo y quedar fundamentadas por trayec-
No es preciso demorarse en las consecuencias literarias de ese mes- torias distintas y desde una diferente conciencia generacional, resultan
tizaje al que Catelli se refiere. No es preciso detallar la prosperidad que ambas, en definitiva, expresi vas de la muy peculiar encrucijada en que
durante los años ochenta alcanzan en la narrativa española las plantillas se hallaba la narrativa española por las fechas en que estos dos autores pu-
de género, los parajes exóticos, los tinglados cosmopolitas. No hace falta, blicaron sus respecti vas novelas. Una encrucijada fruto de la presión que
tampoco, insistir en el ascendente que, en unos y otros, cobraron auto- sobre el conjunto de la misma empezaba a ejercer por aquel entonces
res como los mencionados por Marías -Faulkner, Conrad, James, Mel- -c omienzos de los noventa- la fuerza de gravedad de una tradición de
ville, Beckett, Musil, pero también Bernhard, Salinger, Céline-, entre la que --salvo contadísimas excepciones- un os y otros llevaban man-
tantos de menor calibre. teniéndose apartados durante las dos décadas anteriores, puesta la vista,
En la línea de lo observado por Catelli, mayor interés tiene señalar como se ha dicho, en modelos y referencias foráneas.
cómo los nuevos narradores españoles prolongaron, y en cierto modo
consolidaron, la actitud que Javier Marías declara como propia de su ge- 8. Sobre este trasfondo cobra una significación especial la coinc iden-
neración cuando dice que «al declinar la herencia natural, nos sentimos cia señalada más arriba a propósito de que los protagonistas respectivos
libres de abrazar cualquier tradición», y especula sobre el aspecto «deli- de El jinete polacoy Corazón tan blancosean traductores simult áneos . Al
rantemente ecléctico, por no decir esquizofrénico», que debían de ofre- filo de 1992, cuando se publican las dos novelas, este dato circuns tan-
cer los escritos primerizos de todo su grupo. cial resulta muy elocuente. Y más todavía si se piensa que en la primera
Un aspecto más o menos semejante ofrecen también los escritos pri- de estas dos novelas tiene lugar, según va dicho, toda una operación de
merizos de casi todos los narradores que debutaron en la década de los replegamiento con relación al corte con la tradición que había caracte-
ochenta, si bien en relación con ellos conviene precisar que ese ((corte rizado la etapa inmediatamente anterior y que había propiciado con-
sin precedentes con la tradición» al que se refería Catelli, se operó sin la ductas narrativas de las que el propio Muño z Molina co nstitu ía u n re-
beligerancia ni la determinación consciente con que actuaron sus pre- presentante emblemático (sobre todo por virtud de El invierno en Lisboa
decesores. y la ya mencionada Beltenehros).
El protagonista de El jinete polaco,Manuel, asegura en un momento
7. Observa Marías como «uno de los hechos más curiosos e insólitos» de dado que «por primera vez en mi vida soy yo quien cuenta y no quien
su generación el de que «no sólo asesinó a los padres, como es obligado escucha, quien cuenta no para inventar o para esconderse a sí mismo [. .. ]
y de buen gusto, sino también a los bisabuelos y a los tatarabuelos ». En sino para explicarme todo lo que hasta ahora tal vez nunca enten dí, lo
cuanto a los abuelos, puntualiza, «sólo los maltrató, en buena medida que oculté tras las voces de los otros. Ahora es mi voz la que escucho».
gracias a la presencia cercana, benéfica, constante y admirable de Vicente Así ocurre despu és de haber descub ierto Manuel que «si hay algo
Aleixandre». que no quiere ser es extranjero», ya que, «por más que quiera uno tiene
Esta escabechina de ancestros contrasta con el comportamiento de un solo idioma y un a sola patria , aunque renie gue de dla, y hasta es po-
M~ñoz Molina. Éste, muy alejado de toda pasión parricida , terminó por sible qu e una sola ciudad y un único paisaje». Este sentimiento lleva im-
convertir a su bisabuelo materno en protagonista de El jinete polaco Y en plícita la solidaria asunción de los propios orígenes, el compromiso res-
objeto de su personal operación de entrañamiento. De lo que se des- ponsable con el pasado. Eso que a M anue l le lleva a decirse que «de algo

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CALAS LOS RASTROS DE UN MESTI ZAJE

ha de servirme haber cumplido treinta y cinco años y llevar en mi con- Volviendo atrás: entre los narradores má s veteranos de la «nueva na-
ciencia y en mi sangre todo el amor y el sufrimiento y el impulso de vi- rrativa>>ya prosperó tempranamente esa inquietud motivada por su pro-
vir que me legaron mis mayores, no estoy solo, ahora lo sé». longado extrañamiento respecto de la tradición que les era propia. En el
En su itinerario esencial, pues, E/jinete polacose edifica sobre la emo- mismo texto de Marías que se viene citando, este autor formula muy
ción de reconocer el propio destino como última pero transitoria fracción explícitamente los términ os de tal inquietud: «Era evidente que aquella
de un destino remoto y colectivo; la emoción de sentir «todos los pasa- actitud "ex tranjerizante a ultranza" no podía durar eternamente. Yo de-
dos y porvenires que fueron necesarios para que ahora yo sea quien soy, seaba que en España fuera posible -y no una extravagancia- escribir
para que los rostros y las edades de los vivos y de los muertos se congre- una novela no necesariamente castiza, pero tampoco tenía parti cular em-
garan ante nú». Esto es, básicamente, lo que El jinete polaconovela, y que peño en cultivar un a novela obligadamente extra territorial. Después de
cu_esta muy poco enlazar con las citas traídas más arriba acerca de su com- la publicación de mi segundo libro (Travesíadel horizonte), de estructura
posición. y estilo más complejos que el primero, vi con claridad qu e si seguía úni-
ca y exclusivamente por ese camino paródico, corría el riesgo de con-
9. Cuando se publica El jinete polaco,el retorno a los orígenes que allí se vertirme en una especie de falso cosmopolita a lo Paul Morand, quien a
postula es una inquietud compartida por muchos de los nue vos narra- decir verdad no se contaba entre m.is modelo s».
dores españoles. Es también una inquietud compartida por los lectores. De hecho, esto es lo que ocurrió con muchos de los narradores es-
Una inqui etud proporcional al efec to a menudo superficial y precario pañoles cuyas obras, trufadas de guiños, citas, co mpli cidades o ep igonías
de ese mestizaje que Nora Catelli, con la vista puesta en lo ocurrido du- más o menos explícitas, aguantaron sólo durante un corto tiempo el
rante la década de los ochenta, designaba como figura de la nueva narra- membrete de cosmopohtismo que sólo superficialmente daba cobertu-
tiva en castellano. ra a sus precipitados ejerc icios de apropiación. Pero mejor seguir con
También aquí, sin embargo, se registran precedentes en las actitudes Marías. Éste observa, a propósito de su tercera novela, El monarcadel tiem-
de los «narradores de la transición », es decir, los que, pese a haber ad- po (1978), que era el primero de sus libros «qu e no transcurría en un país
quirido reli eve durante los ochenta, se estrenaron en la década anterior, ext ranjero, aunque tampoco transcurría en España. En realidad, no trans-
cuando el campo de la narrativa española aparecía todavía dividido en curría en ningún sitio particular, pero esto, en mi caso, era ya una nota-
bandos beligerantes y las posiciones de cada uno no renunciaban a la di- ble aproximación a mi país». Ya la siguiente novela de Marías, El siglo
mensión polémica. Resulta difícil etiquetar a esta promoción, a menudo (1983), tra nscurre en España, por mucho que no se den pistas exp lícitas
motejada como generación de los setenta o de los «novísimos>> (etiqueta al respecto. «El antiguo rechazo, el antiguo pudor no están aún venc idos
esta última propicia a todos los malentendidos y a todas las malicias); y del todo, pero cualquier lector de esa novela sabrá identifi car el país y los
así es por cuanto buena parte de sus miembros, después de reori entar fragn1entos de historia que se intercalan en ella .» Avanzaba así Marías
drásticamente sus planteamientos narrativos, se convirtieron en autores en un proceso de afirmación que, en la medida en que consolidara sus
emblemáticos de los ochenta, asimilados al anchuroso epígrafe de la «nue- logros, haría menos necesaria la pretendida extraterritorialidad, hasta
va nar rativa», bajo el cual cabían, al lado de nombres como los de An- lleg ar, en la accualidad , a Mañana en la batallapiensa en mí, novela que
tonio Muñoz Molin a, Julio Llamazares o Jesús Ferrero, los de Álvaro transcurre casi enteramente, y explícitamente, en Madrid, y que en uno
Pombo, José María Guelbenzu, Juan José Millás, Félix de Azúa, Enri- de sus más celebrados episod ios cuenta como protagonista, bien que co n-
que Vila-Matas y Javier Torneo . venientemente impersonalizado, al mismís imo rey de España .

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CALAS LOS RASTROS DE UN MESTIZAJE

tar, casi fatalmente, una reacción. La segunda, ya antes sugerida: que a esa
10. Todas estas puntualizaciones de Marías sobre los escenarios de sus tarea habían de apuntarse no pocos escritores en los que la mimetiza:ción
novelas no son superficiales ni gratuitas. En el texto en que se encua- de modelos foráneos, adoptados a menudo acrítica y precipit adamente,
dran, responden por extenso a las reacciones de la crítica hacia los pri- dio lugar a planteamientos inconscientes y precarios, en los que Nora
meros libros de Marías, quien glosa del siguiente modo los argumentos Catelli diagnosticaba «efectos paradojales: neocasticismo que no reco-
con que fue recibida su primera novela, Los dominiosdel lobo(1971): «Este noce sus fuentes; neocostumbrismo urbano que, como prescinde .de sol-
nuevo novelista maneja un mundo de referencias que en última instan- teras, beatas y campesinos no admite que sigue utilizando los mismos
cia le es y nos es ajeno; se nutre de experiencias tenidas en la butaca de ritmos, los mismos esquemas de representación, las mismas coordenadas
un cine o leyendo en un sillón; posiblemente aún sea demasiado joven espaciales que los ruralistas; neomelodramas en los que hombres deses-
para disponer de un material verdaderamente suyo, personal, surgido de perados se redimen y mujeres desconcertadas se encuentran a sí mismas».
sus vivencias y su observación de la realidad; esperemos que llegue el día Como fuere, la cuestión es que en todos los casos el «corte sin prece-
en que sea capaz de hablarnos de nuestros problemas, de nuestra socie- dentes con la tradición» ha terminado por resolverse de un modo menos
dad, de nuestra historia o nuestro presente; en suma, de Espaii.a». traumático de lo que parecía a comienzos de los noventa . Muchos, como
El caso es que, desplazados casi dos décadas más adelante, estos ar- ilustra El jinete polaco,acabaron por reconocer en esa tradición negada su
gumentos podrían valer para buena parte de la narrativa española de los propia voz, regr esando a ella como hijos pródigos. En tanto que otros,
años ochenta, y podrían estar suscritos por buena parte tanto de los ac- como ocurre con el protagonista de Corazón tan blanco,fueron alcanza-
tuales críticos españoles como de los propios escritores y hasta de un pú- dos casi fatalmente por sus ecos, agazapados en los pliegues mismos de
blico lector fatigado ya, a estas alturas, de tanto y tanto excursionismo. la lengua en la que, en definitiva, se expresaban.
Recuérdense de nuevo, ahora, las palabras de Muñoz Molina acerca
de Beltenebrosy de su sensación, tras haberlas concluido, de haber tran- 1 l. El narrador y protagonista de Corazón tan blancoes <<unhombre que
sitado por «regiones muy enrarecidas>>de su imaginación literaria. Re - pr efiere no saber>>,pero que por deformación profesional no puede re-
cuérdese esa impresión suya de que «en el manejo del thrillerliterario sistirse a prestar oído a cuantas palabras escucha. Son esas «traducibles pa-
y cinematográfico .. . había más peligro de amaneramiento del que yo labras sin dueño, que se repiten de voz en voz y de lengua en lengua y
imaginaba>>.Recuérdese, en fin, su rotunda determinación : «Había que de siglo en siglo», las que le imponen el conocimiento de su pasado. Muy
largarse de allí, a ser posible tan rápido como un personaje de thriller». distinto es el caso de Manuel, el protagonista de El jinete polaco, quien,
Y asóciense estas palabras con esas otras, ya citadas también, que se dice como se ha visto, después de sumergirse apasionadamente en su pasado,
Manuel, el protagonista de El jin ete polaco,acerca de que «si hay algo que siente que «por primera vez en mi vida soy yo quien cuenta y no quien
no quiere ser es extranjero», ya que, «por más que quiera uno tiene un escucha», y concluye: «Ahora es mi voz la que escucho».
solo idioma y una sola patria , aunque reniegue de ella, y hasta es posi- Intérpretes los dos de profesión, movidos por su oficio a pasar largas
ble que una sola ciudad y un único paisaje». temporadas fuer a de su país - fuera de España - , los protagonistas de
Por la fecha en que fue publicado El jinete polaco,el sentimiento que estas dos novelas convergen en un mismo conocimiento: el carácter in-
expresan estas palabras era generalizado. Y venía a poten ciar dos sospe- soslayable de la herencia . Es importante , sin embargo, calibrar de qué
chas. La primera : que la «normalización y puesta al día de la vida literaria modo tan distinto acceden a la misma, y con qué actitud lo hacen, para
española» se produjo al precio de un desarr aigo que había de compor- sacar las debidas conclusiones acerca del alcance real de esa «normaliza-

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LOS RASTROS DE UN MESTIZAJE
CALAS

ción y puesta al día» que Javier Marías invocaba como tarea y logro de «nueva biblioteca» por cuya constitución, al decir de Nora Catelli, se
propició, en años pasados, un mestizaje «fibresco, anacrónico, a veces in-
su promoción. Y es que a menudo tienta sospechar que, por parte de no
quiet ante », ¿no es, cada vez más, la versión local de un canon multina-
pocos narradores de los ochenta, todo se resolvió en una operación de
cional, establecido conforme a los criterios de lo políticamente y cultu-
escaparate, en una tournée cosmopolita de la que se trajeron postales y
souvenírsy algunos prospectos, pero al regreso de la cual todo volvió a su ralmente correcto? Habría que indagar en la biblioteca de los más jóvenes
cauce, es decir, se siguió trabajando conforme a los parámetros más al narradores españoles para dar una respuesta concienzuda a estas pregun-
tas. Pero hay indicios para sospechar que es así.
uso en la narrativa española, el realismo más o menos costumbrista y el
preciosismo más o menos lírico, sin prestar apenas atención a los flecos
Cuadernos Hispanoamericanos,n. º 579, septiembre de 1998
más críticos o marginales de la tradición hegemónica.
Antes que para cuestionar o complicar los v;uores de la tradición pro-
pia, el mestizaje de los ochenta sirvió en no pocos casos para homolo-
garla y legitimarla, haciendo desaparecer los complejos y los prejuicios
que pudiera suscitar, afianzándola en sus virtudes y en sus limitaciones.
O bien prestándole nuevos atavíos. Muy pocos de los nuevos y no tan
nuevos narradores se acercaron a fa tradición desde una perspectiva am-
pliada, que les permitía reordenar sus valores dentro de un sistema glo-
bal de referencias en los que cobraran otra dimensión. En los mejores
casos -como el de Marías- lo que ocurrió fue, simplemente, que la
propia dinámica de su trabajo hizo emerger un conjunto de ecos, un
mundo de referencias cuyo lastre se aligeraba en proporción a la pro-
fundidad alcanzada en unos planteamientos literarios abstraídos de todo
localismo .

12. Pero acaso la cuestión está mal planteada desde el principio. Hechas
las consideraciones anteriores, cabe preguntarse si el problema no reside
en que se han empleado términos prestigiosos para designar categorías
subsidiarias. Si cabe plantear la cuestión de la tradi ción sin depurarla ar-
duamente de cuanto en ella se confunde con la simple convención. Y del
mismo modo, si es posible plantear la cuestión dd mestizaje sin depu-
rarla antes de cuanto, en el fondo, hay en ello de simple colonización
cultural.
En el mismo sentido, la invocación de cosmopolitismo que duran-
te tanto tiempo ha servido de amuleto contra las asechanzas del casticis-
mo, ¿no ha derivado en buen a medida en vulgar internacionalismo? Esa

312
EL DERECHO N ARRA T IVO

crita po r autores de tan facil pluma como escaso escrúpulo y dest inada
a los lec tores men os cultos . Podrí a pen sarse que el públi co qu e co mpr a
esas nove las las acepta por falta de exigencias; paradójic amente , sin em-
barg o, es, en cierto sentido, el más exigente de los públicos, el qu e se
El derecho narrativo siente má s vivame nt e defraud ado en sus d erechos de lector ante la in-
fracción de cualquier cláusula contractual qu e forme parte del derecho
narrativo».
Juan García Hortelano lo recordaba, durante una issmpagable entrevis- La consecuencia es bie n sabida: los auto res de fácil pluma se con -
ta que hiciera a Juan Benet . Estaban los dos, con José María Guelbenzu, vierten ellos mism os, por exigenci a d e su púb lico, en apasionados vale-
en el Oliver (un bar de Madrid) , cuando fueron abroncados por un pel- dores de ese << derecho narra tivo». Y en un tie mp o en que la industr ia
ma que terminó apostrofandoles a gritos: «¿Cómo se atreven ustedes a es- cultural (<<O la industrialización de la cultura », como matiza Ferlosio) ha
cribir novelas si no se han planteado el estatuto de la narratividad?». consegu ido diluir todas las categorías, no dudan en afear a novelistas y
La pregunta quedó como un latiguill o humorístico entre los amigos, críticos inconforme s su ten dencia a desdeñ arlo.
incapaces de tomársela en serio. Y aquel tipo se qued aría co n la palabra E n las polémi cas a que ello da lugar, siemp re salen a colac ión los mi-
en la boca, atónito o indignado frente a semejante irresponsabilidad. Uno llares de ejempl ares vendidos, co m o si fueran el resultado de un plebis-
puede imaginárselo como eso mismo: el típico «sabio pelma» (así lo ca- cito destinado a confe r ir leg itimid ad. Al fin y al cabo, los lectores pare-
ract eriz a Hortelano) agraciado con el don de la inoportunidad. Pero si cen ponerse de parte del novelista que mejor respeta sus derecho s. Y sólo
él se quedó con la palabra en la boc a no ocurre lo mismo co n tantos la obcecac ión o la envidia pu eden justificar la resistenc ia de unos po cos
otros, seguramente menos sabios, que de entonces a esta parte, con el a dar po r bueno el más de mocrático criterio a la hor a de decidir quién
pensamiento puesto en cosa muy distinta pero con idéntico furor, no tiene de recho, a su vez, a co nsidera rse buen escritor .
han dejado de invocar lo que hace ya mucho R afael Sánchez Ferlosio Así las cosas, no result a en absoluto extraño el espectáculo de Tom
designó como <,derecho narrativo ». Wolfe descalificando por televisión a John Upd ike y Norm an Mailer,
Llamab a así Ferlosio «a todo un cuerpo de convenciones -tácitas, detractores de su última novela. O -salva das las distanc ias, si ello fuera
pero especificables- que a lo largo del tiempo se ha venido fijando sobre posible- el de Arturo Pérez-Reverte emprendiéndola, allí donde pue-
la narración, hasta alcanzar casi el rigor de obligatorias cláusulas con- de, cont ra la taimad a estirpe de los benetianos -si es qu e tal cosa exis-
tractuales en el co ntrato de compraventa entre el autor y los lector es». te- , toda vez que en España result a inimagina ble la posibilidad de ver
Dichas cláusulas , «incoadas de modo perceptible a partir de los libro s de a un escritor de m érito entran do a saco, como hacen Mail er y Updi ke, en
caballería y, en general, desarrolladas sobre todo en la novela popul ar>>, la obra de un co lega, al menos mi entras está vivo. Lo más qu e se ve aquí
habrían sido, al decir de Ferlosio, «la mayor catástrofe qu e podía sufrir la son rutinarios ejercicios de punching ballcon el tentetieso de Cela, o clan-
narr ación », por cuanto inscriben su legalidad en los hecho s sobr e los que destinas cartas de adhesión a los criptolib elos que algún tron ado dedica
ésta discurre, sometiéndolos a su «recrecido e infinit amente repetitivo a Javier Marías.
1mpeno ». Como sea, par ece que la literatur a es, a pesar de tod o, un o de los es-
Importa observar, según hac e Ferlosio, qu e la más estricta observan- casos camp os en que deternú nado tipo de éxito provoca todavía int ran-
cia de dich as cláusulas «se da precis amen te en la novela más barat a, es- quilidad. Una intranquilid ad que brota, acaso, de algo que se apunta en

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CALAS EL DERE C H O NARRATIV O

la observación de Ferlosio : no tanto la intuición de que el público con- Savolta, de Eduardo Mendoza , y Belver Yin, de Jesús Ferrero- y dos
quistado no constituye la instancia definitiva, por lo que toca a la gloria ensayos no menos emblemáticos -La i,ifanciarecuperada, de Fernando
literaria (esa cosa cada vez más difusa que se llama posteridad), como la Savater, y El cuento de nunca acabar,de Carmen Martín Gaite- pueden
bi.en fundada sospecha de que ese público es el más tiránico por lo que servir al lector actual para calibrar el alcance que en aquel momento tuvo
toca al cumplimiento del pacto por el que se ha dejado conquistar, hasta dicha invocación, que miraba a implantar una fibra de la que siempre
. el punto de no perdonar ninguna veleidad . No alude a otra cosa Mai- había adolecido la tradición novelística española .
ler cuando , a propósito de Tom Wolfe, habla de su «doble motivación• >: Se trataba de una operación de sentido muy distinto pero de natura-
la propiamente literaria y la crasam ente comercial, mostrando su escep- leza afín, en definitiva, a la emprendida por Wolfe a finales de los ochen-
ticismo respecto a la posibilidad de compatibilizarlas. Por supuesto que ta, cuando recusó lo que Barbara Probst llama «la novela pseudoliteraria
puede ocurrir que una buena novela se convierta en un éxito de ventas; norteamericana >>.Donde uno apelaba a los poderes del periodismo, los
pero más difícil es que una novela llegue a ser buena cuando se escribe otros lo hacían a los de la narración. Si bien esta última quedó ensegui-
eón el pensamiento puesto en el éxito comercial. da encorsetada por el cuerpo de convenciones sobre el que se funda el
El caso es que, compartiendo esta doble motivación, por ahí andan «derecho narrativo», reivindicado como garantía de un nuevo pacto que
tantos novelistas de fortuna reivindicando con la boca llena el arte de tuvo por efecto atraer al gran público y normalizar el mercado literario,
contar historias, de inventar argumentos, de urdir intrigas, de crear per- dotándolo de legitimidad.
sonajes, sin pensar ni por asomo en <<elestatuto de la narratividad ,>, qué Entr etanto, también el periodismo, en cuanto discurso hegemónico
tontería, pero , eso sí, invocando a voz en grito el «derecho narrativo, >,y mediante el cual el ciudadano actual adquiere el relato del mundo que
mentando con ello el batiburrillo de tópicos y causalidades que por tal lo rodea, reclama su propio derecho narrativo , y acude a la novela para
. cosa entienden. ejer cerlo . La convención narrativa se alía de este modo con la conven-
Baste pensar en el ruido que hace escasos meses, provocó Eduardo ción de la realidad. El resultado es de todos conocido: un panorama li-
Mendoza al declarar en passant que la novela había muerto . Lo mismo da terario dominado por reporteros de cualquier cosa: del alma, de la his-
que se refiriera en exclusiva a lo que él mismo llamaba la «novela de sofa», toria, de la sociedad, de la juventud, de la feminidad, de la moral, de la
vale decir aquella que se supedita al cuerpo de convenciones establecidas, intimidad, de la aventura. Eso sí: novelistas todos suspicaces que, sin de-
tanto peor si lo hace de una forma inocente. Para la mayoría de quienes jar de competir por los primeros puestos de bs listas de ventas, no cesan
reaccionaron airados ante aquel pronóstico, las palabras de Mendoza de promover los derechos narrativos, es decir, el derecho de dar al pú-
entrañaban un intolerable allanamiento de su «derecho narrativo» . Un blico lo que quiere oír . O lo que es lo mismo: la obligación de repetir
derecho que las novelas del propio Mendoza han venido amparando en siempr e, y una vez más, la misma historia .
los últimos veinticinco años, y que ahora, de pronto, su autor parece dis-
puesto a ignorar. El País, 23 de enero de 1999
Por aquí despunta, sin embargo, uno de los hilos que mejor con-
tribuyen a destrenzar el desarrollo de la novela española durante estos
veinticinco últimos años: el hecho de que su renovación fuera empren-
dida, aun sin pretenderlo muy claramente, bajo la invocación de la di-
chosa narratividad. Dos novelas emblem áticas -La verdad sobreel caso

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EL TINGLADO DE LOS PREMIOS

entra en la lógica del comercio, y por allí no hay mucho más que afia-
dir. En todo este asunto, los editores son, en definitiva, los únicos que
actúan como cabe esperar de ellos, empresarios al fin y al cabo. Mucho
menos se entiende, puestos a reparar en responsables -y dejando para
El tinglado de los prenúos otro análisis la fraudulenta participación de los escritores mismos - , que
tantas personalidades distinguidas colaboren en el apaño, prestándose
graciosamente a participar en jurados que actúan como señuelos de in-
l. Por veces que se hayan señalado, cuesta hacerse cargo de las caracte- cautos y como falsos marchamos de credibilidad. Y lo que no se entiende
rísticas tan particulares que en España reúne el tinglado de los premios en absoluto (salvo en los casos de complicidad notoria) es que, siendo el
literar:ios. La situación podría ser tachada displicentemente de «pinto- apaño tan evidente , los espacios y las seccion es culturales de los más va-
resca» si no tuviera consecuencias perversas no sólo sobre el «mapa» ge- r.iados medios d e comunicación concedan a los dichosos premios tanta
neral de la literatura en lengua española, sino también, y más gravemente, atención.
sobre sus mecanismos de renovación y de saneamiento. Ya en alguna ocasrón se ha dicho: mientras los medios de comuni-
Se trata de una cuestión ardua, merecedora de un tratamiento por- cación respondan indiscriminadamente al señuelo de las sucesivas con-
menorizado que más temprano que tarde convendría emprender. Para vocatorias, los premios seguirán siendo para las editoriales plataformas
lo que aquí importa, el dato principal lo constituye el hecho de que, a de promoción razonablemente rentables . Poco o nada cuenta aquí el re-
diferencia de lo qu e ocurre en la mayoría de los países civilizados, en Es- chazo de la crítica -si se produce-- ni la reiterada decepción de los lec-
paña son las propias editoriales las que, de año en año, conceden los más tores. Al fin y al cabo, en un panorama literario tan concurrido, la con-
celebrados premios literarios a textos hasta ese momento inéditos, en cesión de un premio es la única vía que la mayoría de editores tiene de
cuya promoción las editoriales mismas tienen un evidente interés. desencadenar los mecanismos de publicidad indirecta -titulares, cróni-
Por decirlo pronto y claro: los más sonados premios que se conce- cas, entrevistas - con que los medios de comunicación reaccionan auto-
den en Espa11aa las novedades literarias del año son premios comercia- máticamente a su celebración, y de obt ener en consecuencia, por parte
les. O sea: premios sobre los que de entrada (pero también, por desgra- de los libreros, un tratamiento preferente en los escaparates y las mesas de
cia, de salida) recae la sospecha de quedar expuestos a manipulaciones novedades.
destinadas a arrancarles una rentabilidad comercial. Son, pues, primero los jurados, actuando como reclamos, y los me-
Asumido esto, ya nadie se escandaliza por que se añada bien alto lo dios de comunicación luego, actuando como pantalla de difusión, los
siguiente : la mayor parte -y la más significativa- de los premios lite- que con su colaboración incentivan y perpetúan en España el a todas lu-
rarios que en España conceden las editoriales están amañados, concer - ces manipulado tinglado de los premios comerciales y el impacto grave-
tados de antemano ya sea con el autor mismo, ya con su agente. mente desorientador y distorsionador que tienen en la actualidad tanto
Por supuesto que siempre se deja un margen a la revelación y a la sobre el conjunto de la literatura en lengua española como sobre los há-
sorpresa. O a la pura improvisación. Pero no hay que engañarse: ese mar- bitos y criterios de sus lectores, tratados cada vez más como simples con-
gen es cada vez más estrecho . Por lo demás, ya está bien lo de rasgarse sumidores.
las vestiduras con todo esto. Puesto qu e de premios comerciales se tra-
ta, cuanto se señala como manipulación o corruptela (¡tongo!, ¡tongo!)

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CALAS EL TINGLADO DE LOS PREMIOS

miado demasiadas veces como para tener que subrayarlo aquí. Lo que
2. Poner tanto énfasis en los premios comerciales pudier a parecer un importa ahora es atribuir a su iniciativa el bien ganado crédito y la no-
tanto injusto cuando todo el país padece , desde hace ya mucho, una hi- table eficaci;i que, a partir de él, obtuvieron en España los por entonces
pertrofia de todo tipo de certámenes literarios concedidos por toda suer- llan1ados «premios literarios independientes », concebidos inicialmente
te de instituciones : ayuntamientos, diputaciones, consejerías, fundacio- como plataformas de lanzamiento de un tipo de literatura que, por mo-
nes, cadenas hoteleras, compañías ferroviarias , entidades bancarias .. . Pero tivos de todo tipo , escapaba a las per spectivas de la cultura oficial. El fi-
el hecho es que casi ninguno de estos galardones obtiene una notorie- lón que por ahí se abría a los editores fue muy tempranamente percibi-
dad muy considerable, por mucho que sus dotaciones sean a menudo do por un editor avisado co mo José Manuel Lara , que en la estela del
muy sustanciosas y el criterio de los jurados quede menos expuesto a la Nadal creó, en 1952, el Premio Planeta, ya desde entonces empecinado
manipulación. Su escasa notoriedad obedece precisamente (¡y dale!) al en ser el m ejor dotado económicamente. Pero fue la portentosa singla-
escaso reflejo que obtienen en los medios de comunicación, que por otro dura del Pr emio Biblioteca Breve, creado en 1958 por la editorial Seix
lado -dicho sea en su descargo- no darían abasto como se propusie- Barral, lo que definitivamente consagró en España el papel de los pre-
ran dar cuenta de todos. mios literarios impulsados por editoriales como motores de la siempre
Faltos la mayor parte de ellos de un adecuado soporte editorial, las invocada renovación de los paradigmas establecidos, tan necesaria p~ra
obras distinguidas por estos premios institucionales parecen resignadas a una literatura -como la española, pero también la latinoamericana-
una existencia casi clandestina, a menos que -como viene ocurriendo en permanente estado de fundación.
cada vez más- la institución en cuestión haya tenido la iniciativa de Todavía en 1983, tiempos en los que en España se sostenía, muerto
aliarse con una editorial de cierto prestigio. En cualquier caso, los escri- Franco, una razonable expectativa de renovación, a una editorial como
tores mismos son los primeros en no concurrir, por poco que se precien, Anagrama le cabía conjurarla mediante la creación de un premio de narra-
y si pueden evitarlo, a este tipo de certámenes, que, por muy elevada que tiva como el Herralde. Pero ya en esa misma década, y a consecuencia,
sea su dotación, procuran una proyección escasa y vale decir como de sobre todo, de la consolidación a lo largo de ella de un mercado editorial
segunda. Lo cual no deja de estarles bien empleado a los premios en en el que los autores espai'íoles iban adquiriendo un protagonismo cre-
cuestión, pues casi todos han sido concebidos en lerdo mimetismo con ciente, la cosa empezó a degradarse . Poco a poco, y de una forma cada vez
respecto a los premios comerciale s, y contribuyen sordamente, con su más descarada, los otrora «premios literarios independientes, >fueron con-
existencia fantasmal, a la prolongación de la situación creada. virtiéndose en simples instrumentos de captación y promoción de auto-
Una situación, todo sea dicho, que no se creó de la nada . O que más res dentro de un mercado fuertemente competitivo , en el que la vieja le-
bien sí: se creó precisamente de la nada, o de esa imitación de la nada galidad que presidía las relaciones entre autores y editores iba quedando
que era lo que se suele llamar el «páramo» de la cultura española de la in- progresivamente quebrada, entre otras razones, por la intervención cada
mediata posguerra. Fue entonces cuando se fundó, en 1944, el Premio vez más decisiva de los agentes literarios.
Nada!, la madre del cordero, como quien dice, que ganó aquel año,
como es bien sabido, la novela titulada -vaya por dónde- Nada, de 3. Queda todavía por considerar un tipo de premios, mucho menos
Carmen Laforet. numerosos, que se desmarcan del panorama trazado hasta aquí, por
El importante papel que le cupo desempeñar a este premio en la re- cuanto se conceden, sin interés comercial ni publicitario de por medio,
novación de la novela española de la posguerra se ha destacado y enco- a libros ya publicados . Los más caracterizados entre ellos son hasta el

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CALAS EL T INGLADO DE LOS PREMIOS

momento dos que, a diferencia de otros premios institucionales, sí tie- cultural-, ha fomentado el ecum enismo cada vez más rocambolesco y
nen un cierto impa cto sobre el tablero y el escalafón de la literatura es- turulato del Premio Nacional, que ya nadie sabe desde dónde ni en nom-
pañola. Se trata del Premio de la Crítica -sin dotación ninguna y con- bre de q ué sanciona nada.
cedido por la Asociación de Críticos Españoles- y del Premio Na cional Pero si la crític a no cuent a y la cultur a <<o
ficial» no existe (a menos
-que otorg a la Dirección General del Libro, dependiente del Ministe- que se consid ere como tal - y no sería desatina do- la cultu ra de m er-
rio de Cultura . cado); si el hori zonte en func ión del cual actúa n las editoriales lite rari as,
Los dos son premios concedidos, en sus distintas modalidades, al «me- indepen dientes o no, es cada vez menos el de una tradición y un gusto
jor » libro publicado en España durante el afio en cuestión. Se atienen, por artic ulados, ni se organiza en función de ningún proyecto cultural ; si la
lo tanto - salvadas las enormes distancias-, a las características comu- ún ica san ción real a la que aspiran las sucesivas apuestas editoria les es
ne s a los más corrientes y renombrados premios europeos, como pue- la sanció n de un mercado a cuyo rumbo siempre mudable necesaria -
den serlo el Booker Prize en Inglaterra o el Prix Goncourt en Francia . mente se pliegan todas las estrategias; si no se reconoce ninguna instan-
No hay lugar aquí, como se deja ver, para las suspicacias que, con más o cia reguladora ni discriminado ra fuera de la qu e suponen las listas de los
menos fundamento, cabe abr igar con respecto a los premios come rcia- libros más vendidos ; entonces, ¿por qué acepta r la intromi sión de ele-
les. Lo cual no priva a dichos premios de otro género de suspicacias, di- m ento s extraños a los de la lógica estricta de la cadena de producc ión?
rigidas en este caso al descriterio o a las carambo las de toda suerte a que Ésta es la hora en la que , con descréd ito de otras instancias que an-
tan proclives son las actuaciones de unos ju rados constituidos de forma taño se estimaban competen tes para decidirlo más cabalmente, son los es-
bastante inopinada, conforme a presupuestos y reglamentos de los que bien critor es mismos, y los editores mismo s, y hasta los libreros mismos los que,
puede decirse que son, cuando menos, mejorables. sintiéndose plenamente facultados para ello, eligen y declaran cuál es el
Como los premios comerciales, el Premio de la Crítica y el Nacio- mejor libro del año entre los publicados .
nal han sido objeto, a lo largo de su ya larga trayectoria, de todo tipo de Un viejo escrúpulo juríd ico advertía que no se puede ser a la vez j uez
descalificaciones y denigraciones , comenza ndo por las que elevan , con y parte en la causa que se instru ye. Pero se trata de eso mismo : de un vie-
su silenciosa incomparecencia, libros importantes y aun cruciales que no jo escrúpulo. Como Napoleón el día de su coro nación , el mercado edi-
los han obtenido. Pero lo que importa aquí es constatar cómo, a medi- torial arr ebata los laureles de las manos tembleq ueant es de la crítica y de
da que los premios comerciales han ido rebajando sus cuotas de probidad la acade mia y se los ciñe él mismo sobre su cabeza.
y de exigencia, ni el Premio de la Crítica ni el Nacion al, cuyos meca- El Premio de la Crítica y el Premio Nacional tienen hoy sus co rrela-
nismos de funcionamiento son inversos -pues deliberan sobre textos ya tos casi paródicos en el Prenúo Salambó - que otor ga cada año un nu-
publicados y previamente evaluados-, han acertado a cons tituirse en trido y variopinto ramillete de escritores- y el Premio Lara -cuyo ju-
baremos alternativos, capaces de servir de contraste ni tampoco de co n- rado es integrado asinúsmo por un variopinto ramillete de editores. En
trapeso a la actuación de aquéllos. elocuente mimetismo, el premio de los escritores, como el de los críticos,
Ocurre más bien lo contra rio: la inanidad de un a crítica desmantela - es honorífi co y carece de dotación. El de los editores, por su parte, está
da, disminuida e inepta, se refleja en la menguante incidencia del Pre- dotado en forma de cuantiosa partid a ya no para el escritor en cuestió n,
mio de la Crítica y en su escasísima fun ción orientadora. Por otro lado, sino para la publi cidad del libro prenú ado, y para más inri ha sido fomen-
la razonable inhibición por parte de las instituciones públicas , a asumir tado por el editor que creó nada menos que el Premio Planet a, acaso el
ninguna repr esentatividad cultur al -y a no se diga ningún lid erazgo que más ha contribuido a pro mo ver la situación que aquí se ha dib ujado.

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CALAS
EL TINGLADO DE LOS PREMIOS

Lo más portentoso, con todo, es la comunidad básica de criterios en nía de acompañar el lanzamiento de cualquier libro, por insignificante que
la que parecen diluirse las características particulares de unos premios y
sea, de una «sonada>>presentación, una práctica que en España ha adqui-
otros. Aunque todavía es pronto para juzgarlo, de sus trayectorias compa-
rido proporciones monstruosas, deriva en buena medida de la preten-
radas no parece que se desprendan por el momento, ni vayan a despren-
sión por parte de los editores de que cada lanzamiento constituye por sí
derse en el futuro, significativos rasgos diferenciales. Así, por ejemplo, la
mismo un acontecimiento digno de ser reflejado obedientemente por
novela ganadora del último Premio de la Crítica - El mal de Montano,
los medíos de comunicación.
de Enrique Vila-Matas- era finalista tanto del Premio Salambó como del
La personalidad o personalidades de mayor o menor postín que am-
Premio Lará de los editores, y ya había obtenido antes el Premio Herral-
paran la presentación del libro y hacen su público encomio suelen cum-
de. Lo cual invita a preguntarse acerca de la sospechosa redundancia de
plir, bien que a otra escala, la función que en los premios desempeñan
un tinglado, el de los premios literarios, cuya utilidad como herramien-
los jurados asimismo de postín: la de imponer un prejui cio favorable al
tas de orientación y discernimiento parece inversamente proporcional a
su cantidad y a su diversidad . libro. Previamente, los anticipos a menudo delirantes que la enorme
competencia y el buen hacer de los agentes han obligado a pagar, re-
4. Todo esto para ilustrar de qué modo el empuje decisivo que en su fuerzan esa necesidad generalizada de convertir en noticiable , siempre
origen tuvieron en España los premios literarios concedidos por las edi- con el concurso de lo s medios de comunicación, un acto en realidad
toriales proporcionó a éstas un ascendente peculiarísimo sobre los meca- muy rutinario (pues, como es sabido, las novedades editorial es se cuen-
nismos y criterios de consagración de libros y autores, y ello a tal extre- tan por centenares al mes) ; y de hacerlo sustrayéndose en la medida de
mo que, entretanto, lo que en su momento constituyó, como ya se ha lo posible -ahí está el quid de la cuestión- de la mediación siempre
dicho, un instrumento de renovación de una cultura desmantelada y de- sospechosa de la crítica, que se trata por todos los medios de obviar. Sólo
secada, ha devenido todo lo contrario: en instrumento de obstrucción y si la crítica misma corrobora la expectativa creada, se la incorpora al apa-
desecación de todo cauce real de renovación. rato publicitario, que muy legítimamente aspira, sobre todo, a la sanción
En un mercado abarrotado de novedades, los premios literarios in- del público, de las listas de ventas en las que se trata de influir median-
ducen tendenciosamente los más generales criterios de percepción y de te el impacto de lo que - valga insistir en ello- se ofrece a título de
selección en función de los cuales, y a falta de mejores cedazos discri- acontecimiento. Y aquí es donde los premios comerciales han dejado su
minadores y sancionadores, se construye cada vez más exclusivamente, huella indeleble: son los propios editores, con la complicidad de los me-
con el concurso de los medios de comunicación, un mapa literario del dios de comunicación, los que imponen la marca de acontecimiento a
que quedan progresivamente apartadas las propuestas literarias más rigu- un hecho - la publicación de un libro dado- que en puridad sólo me-
rosas, más inconformes, más radical es, o aquellas que simplemente dis- recería ser co nsiderado como tal - es decir, como acontecimiento, o
curren desentendidas del gusto domesticado de un público que carece como noticia más o menos reseñable-- en los casos proporcionalmen-
de mejores medidores de la calidad y de la novedad de aquello que se le te escasos en que se acumulara sobre la obra, la personalidad o la tra-
ofrece para leer. yectoria del autor una amplia expectativa pública, o bien en aq uellos
El éxito de la fórmula ha terminado por pervertir el conjunto ente- otros, más escasos tod avía, en los que el más o menos inesperado éxito
ro del sistema. En la actualidad, los lanzamientos editoriales mimetizan, en de crítica o de público señalara al libro en cuestión como algo digno de
líneas generales, el particular mecanismo de los premios literarios. La ma-
ser desta cado.

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CALAS

No suele ocurrir de este modo, sin embargo, y la literatura en len-


gua espaüola padece así, de modo cada vez más acusado, la distorsión
cada vez menos corregible de un sistema alegremente sometido a la con-
fusión e indiferencia de valores que, con un criterio oportunista y la sola
medida de los ejemplares vendidos, mete en un mismo saco autores, li-
bros y «productos» (llámeselos así, a falta de mejor nombre) de la más di-
versa entidad.
El País, 10 de mayo de 2003 Índice de autores y libros comentados

Amo, Álvaro del, Las disparos del cazador, 149-151


Contagio, 68-69 La largamarcha, 185-1 87
Atxaga, Bernardo Espinosa, Migu el
El hijo del acordeonista,283-286 La fea burguesfa,65-67
Azúa , Félix Ferrero, Jesús
Cambio de bandera,77-8 1 El secretode los dioses, 118-120
Barba, Andrés Gala, Antonio
La hermana de Katia, 257-259 El manuscrito carmesl,57-59
Bello, Xuan Gándara, Alejandro
Historia universal de Panicóros,262-264 Cristales, 198-200
Benet , Juan, 297-301 García Sánchez , Javier
Bonilla, Juan La historia más triste, 82-85
Cansados de estar muertos, 223-224 Gil de Biedma, Jaime, 159
Buenaventura, Ramón Gimferr er, Pere
El ai'ioque viene en Tánger, 211-213 El agenteprovocador,220-222
Casavella, Francisco González Sainz, J.A.
El día del Watusi, 265-2 68 Un mundo exasperado,170-1 72
Castillón, Juan Carlos Gop egui, Belén
La muerte del héroe y otros sueíiosfascistas, La conquista del aire, 225-228, 241
254-256 Goytiso lo, Juan, 73
Cate lli, Nora, 304-306, 308, 312-313 Las semanas de/jardín, 208-210
C ela, Camilo José , 261 De la Ceca a la Meca, 208
Memorias, entendimientos y voluntades, Goytisolo, Luis
121-12 3 Estatua con palomas, 86-89
El huevo deljuicio, 123- 124 Diario de 360º, 251-253
La rosa, 121-122 Grasa, Ismael
Chi rbes, Rafael, 289-290 La Tercera GuerraMund ial, 260-261

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ÍNÚICE DE AUTORES Y LIBROS COMENTADOS ÍNDICE DE AUTORES Y LIBROS COMENTADOS

Hidalgo Bayal, Gonzalo Martín Garzo, Gustavo Sánchez-Ostiz, Miguel Trapiello, Andrés
Camino dejotán, 158-160 El lenguajede lasfuentes, 129-131 Las pirañas, 111-114 El buquefantasma, 98-101
lbá1i.ez,Andrés Martínez de Pisón, Ignacio Un infierno en e/jardín, 167-169 Umbral, Francisco
El mundo en la era de Vtzrick,248-250 El.fin de los buenos riempos, 141-143 Sierra , Germán Las señoritasde Avignon, 161-163
To meo , Javier Manínez , Guillem, 279 La felicidad no da el dinero, 241-243 Vázquez Montalbán , Manuel
de Prompi11a, 138~140
La aJ!.onía Grandes Hirs, 238-239 Silva, Lorenzo
La literaturaen la constntcciónde la ciudad
Laforet, Carmen Mateo Díez , Luis Carta blanca, 276-278
democrática, 218-219
Nada, 153 La ruina del ciclo,244-24 7 Soler, Anton.io
Vila-Matas, Enrique
Landero, Luis Mendoza , Eduardo, 316 Las bailarinasmuertas, 192-194
El mágicoaprendiz, 229-231 Una comedial(eera,188-191 El Camino de los Ingleses,269-272 Hijos sin hijos, 115-117
Larra, Mariano José de, 235-236 Millás, Juan José Tizón, Eloy Zúñiga, Juan Eduardo
Lope, Manuel de "fonto,muerto,basrardoe invisible,173-176 La velocidadde losjardines, 108-110 Floresde plomo, 235-237
Bella en las tinieblas, 195-197 Mir"í.ana,Juan
Loriga, Ray, 179-181 Última sopa de rabo de la tertulia Espaiia,
La peor de todo, 102-104 105-107
Héroes, 135-13 7 Muñoz Malina, Antonio, 289-290, 302-
Toho ya no nos quiere, 232-234 311
Machado, José El jinete polaco, 73-76
A dosmedas, 179-181 Navarro, Justo
Maestre, Pedro La casa delpadre, 152-154
Matando dinosaurioscon tirachinas, 177- Páginasamarillas, 201-204
178 Pérez-Reverte, Arturo , 315
Magrinya , Luis Limpiez a de sangre,205-207
He/inday el monstruo, 164-166 Pamba , Álvaro
Maincr, José-Carlo s Donde /ns mujeres, 182-184
De posguerra, 15 5- 157 Puntí, Jordi
Man , Paul de, 294-296 Animales tristes,273-275
Maña s, José Ángel Ríos, Julián
Historias del Kro11en,144-145 La vida sexual de las palabras,70-72
Marías, Javier, 302-313 Romeo, Félix
Coraz6n tan blanco,90-93 Dib1yosanimados, 179-180
lvla,iana en la batallapiensa en mí, 146- Rosa, Isaac
1+8 El vano ayer, 279-282
Nef!.rae.,paldadel tiempo, 214-217 Sánchez Ferlosio , Rafael, 164-166, 314-
Marsé,Juan 316
El amante bilingiie,62-64 Vendrán más ariosmalos y nos harán más
El embrujode Slwnf!.hai,125-128 ciegos, 132-134
. Martín Gaite, Carmen Sánch ez-Dragó, Fernando
Nubosidad variable,94-97 El camino del corazón, 59-61

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