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VALERIA

La vida está llena de contradicciones. “Sé tú mismo”, dicen los profesores, los libros de comportamiento y salud y hasta
las propagandas de Coca Cola. “Hay que tener personalidad”, dicen mis primas, lo que viene a significar lo mismo, dicho
con otras palabras. Pero si soy como soy, no encajo. Así de simple: sigo sintiéndome como mosca en leche. Nada que ver
con nadie.

Un día, en la cafetería, estábamos haciendo planes para el fin de semana. Se me ocurrió abrir la boca y decir que ojalá
papá llegara temprano a la casa para que nos invitara a todos a comer a Mac Donalds. Me miraron como si acabara de
hablar en idioma marciano y nadie dijo ni mu. Sólo Juliana se atrevió a preguntar si no me daba oso.

- ¿Oso de qué?
- Pues de que alguien te vea.
- ¿Cómo así?
- Pues así –la apoyó Paula-. Que te vean un viernes con tu papá, ¡qué oso!
- No. Mi papá no me da oso –contestó muy ofendida.

Todo el mundo me miró como diciendo “pobre”, pero nadie dijo nada. Hasta mis supuestas amigas, que también pertenece
al “grupito de las infantiles”, como nos llaman en el curso, estuvieron de acuerdo en hacer esa misma cara de “pobre
Valeria”. Me sentí sola, pero tampoco fue nada del otro mundo, nada de decir “me suicido” como cree mi mamá que me
siento cuando no me invitan a una fiesta. No es para tanto. (…)

Hoy vino mamá al colegio a hablar con la sicóloga. Vino a escondidas mías, no me había contado nada. (…) Se me heló
el corazón y me sentí traicionada. La sicóloga escolar es abominable. Cuando estuve allá, a los nueve años, me hizo
pintar a mi familia y a mí se me olvidó pintar a Mariana, porque acababa de nacer y era demasiado nueva para ser
considerada de la familia. Entonces se agarró de ese mínimo detalle para armar un tratado de sicología completo. Llamó
a mamá y exigió que viniera también papá, que odia ir a los colegios. Parece que les hizo un interrogatorio de detective, a
cada uno por separado, y que luego les recomendó una terapia de pareja. Papá armó un escándalo ese día y amenazó
con divorciase si le tocaba volver a uno de esos sicodramas. (Ni idea qué quería decir, pero me imagino que la cita debió
ser dramática: mamá hablando hasta por los codos y él, sin musitar palabra). Dice que las mujeres se inventan problemas
por gusto y yo creo que tiene toda la razón. (…)

Yo no tengo problemas. Si fuera fuerte, se lo diría bien clarito y de entrada a la sicóloga, para que me dejara en paz de
una vez por todas, pero soy pésima para hablar. Mamá dice que vivo encerrada en mí misma y que no le cuento nada,
pero es que no tengo nada muy interesante para contar, o, mejor dicho, no creo que a ella le interese oír lo que yo cuento.
En cambio, con papá sí hablo porque él no me hace interrogatorios ni espera de mí grandes revelaciones. Los dos somos
de pocas palabras; nos importa lo real y lo concreto, como comentar mi experimento para la Feria de la Ciencia o el partido
de fútbol o la película que vimos.

Hablando de pura verdad, si me ven como a un perro verde, pues me tiene sin cuidado. Puede ser que esté un poco
aislada, pero es que en mi curso hay que pertenecer al rebaño para ser alguien en la vida. Uniformarse con la misma ropa
y decir y hacer las mismas cosas, como mis primas y, para mí, con ese par es más que suficiente… Me desespera tener
que aguantarlas en las reuniones familiares, compitiendo con sus aventuras y jugando a sus estúpidas rivalidades de “a
ver cuál es más grande”. Yo ya tomé la decisión de no entrar en ese juego y, viéndolo bien, eso sí es tener personalidad.
Lo de ser normal o anormal, depende del punto de vista desde donde se mire. A mí son ellas las que me parecen
anormales. Anormales y además histéricas. La sicóloga tendría material para varias consultas si decidirá entrevistar a mis
primas, en vez de fijarse en mí, que no tengo nada extraordinario para contar.

Pero la vida es injusta y seguro que, después de la consulta de mamá, tocarán a la puerta del salón y me mandarán llamar
a “Sicología”. Y todo el curso se volteará a mirarme como a un bicho raro, pensando “qué diablos le está pasando a Valeria,
debe ser algo muy serio para que la hagan salir de clase, así, de repente; seguro se le aflojó un tornillo”. Y yo desfilaré por
un corredor de pupitres, con treinta pares de ojos clavados en mí, y saldré de la escena, rumbo al consultorio. (…) Esta
vez no voy a caer en ninguna de sus trampas y voy a portarme como una perfecta autómata, para ver cuál de las dos
aguanta más el jueguito del silencio. Sólo cuando sea estrictamente necesario, contestaré con monosílabos. SÍ y NO será
lo máximo que me oiga decir, hasta que se desespere y decida liberarme, tampoco querrá tenerme ahí el resto de la vida,
atrasándome en todas las materias. (…) Supongo que la síquica querrá “sacarse el clavo” y escribirá un nuevo informe
explicando que soy un caso perdido. Pero, sin saberlo, me hará un favor, porque así no habrá nadie que trate de
cambiarme. Tal vez hasta mamá decida resignarse y me deje ser como soy.

Yolanda Reyes, Los años terribles. Bogotá, Editorial Norma, 2000

Glosario
contradicción: afirmación y negación que se oponen una a otra y se excluyen
abominable: digno de ser condenado, odioso
sicodrama: escena dramatizada en que los actores no controlan sus emociones y se salen de sus casillas
revelación: manifestación de una verdad secreta
autómata: máquina que imita los movimientos de un ser animado
síquica: relativo al alma

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